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SALUD MENTAL

PREVENCIÓN EN SALUD MENTAL, RAVENNA


“No es posible oponer sustancial y abstractamente razón y locura. Por el contrario, debemos superponer sobre el
rostro serio, trabajador y aplicado de homo sapiens el semblante, a la vez otro e idéntico, de homo demens. El
hombre es loco-cuerdo. El orden humano implica el desorden”. Edgar Morin.

La definición de Salud Mental de la OMS es una muestra de las dificultades q se presentan: “Ajuste con conformidad
a los modos deseables de vida, alcanzando niveles de comprensión y madurez para el medio psico-social en el q vive
y en el área social, comprendiendo y resolviendo los conflictos de convivencia con sus semejantes”.

Desde el punto de vista médico, la “perfecta salud mental” implicaría la desaparición de la enfermedad mental. Pero
esto excluye la incertidumbre entre lo real y lo imaginario, el error y el desorden, el sufrimiento y la ansiedad.

Sivadon y Duchene (1958): “La salud mental debe ser considerada en cada momento de la historia de un individuo,
y en función a la vez de su medio y de su historia anterior, como una resultante de fuerzas contradictorias, de las
cuales apreciaremos su carácter positivo o negativo y su dirección con respecto a objetivos futuros fijados por juicios
de valor. El inconveniente es la postura en relación a los “juicios de valor”.

A Rodriguez López, la define como un estado de bienestar psíquico q permite al individuo una adaptación activa en
el medio social en el q vive.”

Galli la define como “un estado de relativo eq e integración de los elementos conflictivos constitutivos del sujeto de
la cultura y de los grupos, con crisis previsibles e imprevisibles, con crisis registrables subjetiva u objetivamente, en
el q las personas o los grupos participan activamente en sus propios cambios y en los de su entorno social.

Estas definiciones presentan a la salud mental en una dimensión clínica individual en la medida q hace referencia a la
“ausencia” de enfermedad mental; y micro-sociológica, pq alude a un bienestar psicológico o eq emocional q le
capacita para actuar en forma socialmente cooperativa y productiva.

Hay un entrecruzamiento de disciplinas q exceden el punto d vista médico.

Luis Fernandez define a la psicología preventiva como “campo de investigación-acción interdisciplinar q desde una
perspectiva proactiva, ecológica y ética y una conceptualización integral del ser humano en su contexto socio-
comunitario, trata de utilizar los principios teóricos y la tecnología de la intervención actualmente disponible en
cualquier disciplina que resulten útiles para la prevención de la enfermedad y la promoción de la salud física y
mental y de la calidad de vida a nivel comunitario”.

Esta postura vuelve a jerarquizar los conceptos de integración y de multidisciplina en el abordaje.

El hecho de que el concepto de prevención se relacione tan directamente con el de enfermedad, complejiza la
situación. Este concepto ha sido enmarcado dentro del contexto del modelo biomédico. Las enfermedades, por un
lado, y la “enfermedad mental”, por el otro, pertenecen a dos órdenes de realidades ampliamente diferenciados
que no permiten la simple extrapolación de conceptos y métodos.

En pocas enfermedades mentales se puede hablar de una etiología precisa y de una etiopatogenia exacta, lo que
hace que el abordaje de la prevención se convierta en un problema complejo.

Con la emergencia del modelo bio-psico-social se han desarrollado otras perspectivas para conceptualizar las
problemáticas y pensar estrategias de prevención.

Por las definiciones anteriores de salud mental, el ámbito socio cultural es el que nos permite desarrollar las
capacidades vitales individuales y retroalimentarnos en él; pensando este espacio socio cultural integrado por
familias; y estas familias constituidas por personas que cumplen roles parentales estructurantes de la subjetividad.

La prevención consistirá en la detección de las injurias que alteren esas capacidades vitales del individuo, desde la
singularidad y desde lo social.
Fenomenología: Iniciada por Husserl a comienzos del siglo XX en el campo filosófico, luego se adentró en otras
ciencias. El método fenomenológico trata de conocer la calidad esencial del fenómeno, aquello sin el cual “no puede
ser”; sin recurrir al pasado. Explora más lo cognoscible que el sujeto cognoscente.

INJURIA PSÍQUICA, COLOVINI


INJURIA: a) Agravio, ultraje de obra o de palabra

b) Hecho o dicho contra razón y justicia

c) Daño o incomodidad q causa algo

d) Der. Delito o falla consistente en la imputación a alguien de un hecho o cualidad en menoscabo de su


fama o estimación

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

LA INJURIA

Es un agravio o ultraje de obra o de palabra.

Resaltamos aquí el valor otorgado a la palabra, en similitud a la obra, valor que algunos estudiosos de la lengua han
calificado como valor performativo del lenguaje.

Se entiende por tal el valor de acto que toma el hecho de decir algunas palabras tales como: “te prometo”. Porque:
¿qué es el acto de prometer sino un acto realizado por la palabra? Recordemos aquí el dicho: “Es un hombre de
palabra”, para calificar a quien hace y dice en consonancia; o también el clásico “Te doy mi palabra de honor”, para
rubricar una promesa. Es de destacar que la primera acepción del término “injuria” resalta el carácter agravioso o
ultrajante que puede tener una palabra, y que en la acepción calificada como del campo del derecho, se trata de un
delito contra la fama o estimación de alguien.

La injuria, es una palabra dicha a otro (también un hecho), que actúa en desmedro del amor propio de éste otro, o
de la imagen que de él tiene el entorno social.

Según el Código Penal se trata de una lesión de la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando
contra su propia estimación.

Vemos que estamos en el campo de las relaciones entre los seres humanos, una de las tres fuentes del sufrimiento
psíquico descriptas por Freud. Recordamos que Freud mismo dice de esta fuente que quizás sea la más importante.
En varios momentos del “Ciclo Promoción de la Salud”, estudiamos cómo el ser humano requiere para constituirse
del otro, en sus diferentes formas de poder auxiliador, protector, modelo, semejante, etc.

Ahora bien, esta “necesidad del otro”, que se constituye en germen de moral y ética, no invalida que el ser humano
pueda ser fuente de sufrimiento para sus congéneres, demostrando así que un mismo factor puede ser protector y
dañoso a la vez; e instaurando de este modo la necesariedad de una mediación no-humana para las relaciones
humanas.

Hablar del carácter no-humano de una mediación, no lo coloca en el campo de lo divino; sino que se trata de una
mediación que pueda conservar el necesario valor de exterioridad, de terceridad, para cumplir eficazmente con su
función de mediar en las relaciones de un ser humano y otro.

Dice Moustafa Safouan, que la humanidad comenzó cuando el ser viviente utilizó el lenguaje para resolver los
conflictos con sus semejantes.

El lenguaje, entonces es esa mediación no-humana, pero a la vez producción profundamente humana, que puede
establecer una mediación entre un humano y su semejante.

Nos decimos palabras…de amor, de orden, de odio… y esas palabras que intercambiamos nos envuelven, nos
afectan, nos alegran, nos entristecen, pero establecen la legalidad que permite que seamos reconocidos por otros
como un ser humano. Cuando se rompe el sistema del lenguaje, la palabra daña, la palabra ultraja o agravia, porque
ya no media, sino que simplemente actúa.
Mediar quiere decir instalar un circuito de reconocimiento. Los seres humanos requerimos ser reconocidos por el
otro humano, pero para serlo, primero tenemos que reconocerlo a él mismo como otro.

Podemos inferir, entonces, que la dimensión de la alteridad es imprescindible para constituirnos como humanos,
como sujetos deseantes, como receptores de la dignidad de ser un hablante.

Volviendo entonces a intentar explicar de qué se trata la injuria psíquica, y atendiendo a que en el vocabulario
médico se ha adoptado como sinónimo de daño, trataremos de explicar en qué medida podemos hablar de daño
psíquico.

EL TRAUMA

“La vivencia de dolor da origen a todos los afectos entre ellos la angustia que es su paradigma. Previa y ajena a la de
satisfacción”, cuando es muy intensa es imposible de simbolizar y pertenece a lo traumático.

El dolor, que siempre tiene un componente psíquico, aunque la injuria sea sólo física, es un elemento importante en
la relación del sujeto con la realidad. Si su intensidad es elevada, se dificulta el reconocimiento de la realidad, ya que
no permite distinguir el mundo interno del externo, por lo tanto, va adquiriendo caracteres de pulsional.

A medida que aumenta, genera mayor indefensión, y ésta se manifiesta en fantasías de fragmentación, de
aniquilamiento, entra en el territorio de lo traumático y el recurso defensivo es disminuirlo mediante la proyección
que siempre es transitoria.

En cambio, si es menor, puede ser tolerado. La fantasía y la angustia que lo caracteriza es la de castración
propiamente dicha, angustia simbólica o señal que lo protege de eventuales vivencias traumáticas.

Así se genera la posibilidad de darle un sentido, una significación, simbolizarlo mediante la palabra o la realización de
actos adecuados que le permitan salir de la indefensión. Es importante destacar que para el psiquismo temprano
todo dolor es azaroso ya que en ese período no se puede saber si un objeto exterior u otro sujeto puede tener
intención de provocarlo”.

Para el psiquismo el daño se llama trauma, y produce como reacción subjetiva el dolor. Esta producción de dolor es
primaria en la experiencia y de él derivan la serie de los afectos. Entre ellos, el más destacado es la angustia.

Tenemos que distinguir entre un daño de tal magnitud, o un trauma de tal magnitud que arrase con la organización
psíquica y un trauma que dañe, pero mantenga la constitución.

Es conveniente que trabajemos primero la noción de trauma para el psicoanálisis.

Concebido el traumatismo como una experiencia vivida capaz de aportar un cúmulo de excitación inelaborable por
medios habituales, éste se juega entre el exterior y el interior del psiquismo, pero su eficacia no queda subordinada
a la magnitud del estímulo exterior, sino a las complejas relaciones que se establecen entre estas cantidades
externas que invaden al psiquismo y lo que internamente es disparado.

Como vemos, el trauma es un daño que no depende sólo de la magnitud del estímulo recibido por el psiquismo, sino
de los medios de que el mismo psiquismo dispone para afrontarlo, estableciendo entonces la magnitud del daño en
función de la relación que se establece entre lo recibido y lo que internamente se produce.

Podemos definir a los medios de los que dispone el psiquismo para afrontar lo que le llega desde el exterior como
los recursos subjetivos, para destacar entre ellos a la capacidad de producir síntomas, como un modo de afrontar
lo que al psiquismo le llega desde el exterior.

También en este punto se nos hace necesario una diferenciación: el síntoma en el campo del psicoanálisis no es lo
mismo que el síntoma pensado en el campo médico.

EL SÍNTOMA MÉDICO/EL SÍNTOMA PSICOANALÍTICO

Partamos de la acepción médica del término “síntoma”. La noción de síntoma pertenece a la “filosofía espontánea”
del terapeuta. La armonía constituye une referencia implícita: lo que se combina bien, lo que “está en consonancia
con”. En esta perspectiva, el síntoma es lo que perturba esta armonía. El síntoma es accidental y disonante.
En el discurso analítico, el síntoma no está articulado a una supuesta armonía pues corresponde a una disarmonía
fundamental. No hay síntoma analítico sin parlante-ser. E incluso si el psicoanalista observa que algo no va en el
paciente -que él esté pálido o afiebrado- no quiere decir que sea un síntoma. Para que se pueda hablar de síntoma
es necesario que el sujeto lo diga. Como el síntoma es un mensaje, el síntoma sólo tiene un ser de palabra.

Un síntoma médico es aquel en donde la significación se ha hecho imposible debido a la ciencia; la ciencia se ocupa
sólo de curarlo. Es por ahí que cumple su función y que no tiene otra función que ésta; es un signo, un índice. En
estas circunstancias, el síntoma pide ser identificado y reconocido pues él no puede ser interpretable o descifrado.
La única significación posible es la de hacerlo desaparecer. El síntoma médico es un saber objetivo, un saber que se
reduce a la suma de conocimientos que lo hace posible, un saber que no ignora nada de lo que él es como saber. En
el campo médico, el sujeto confrontado a su síntoma encuentra el saber del amo. Aquel que sufre busca al que sabe
cómo curarlo. El otro del síntoma es un bloc, una enciclopedia, una biblioteca. Este saber objetivo de la ciencia se
adiciona, se acumula.

Para el psicoanálisis, el síntoma es primero una queja, la queja del que sufre. Digamos que la queja no es suficiente
para que el síntoma sea analizable. Es necesario que el otro le dé forma a esta queja, le dé forma al mensaje. Y este
dar forma constituye una satisfacción.

Entonces el síntoma se caracteriza por ser un enigma, una opacidad “fuera de sentido” y ese “fuera de sentido”
necesita completarse. El síntoma necesita la interpretación. Es por eso que la tarea del psicoanalista es propiciar las
condiciones para que la interpretación del síntoma opere.

Volvemos a ver aquí que la dimensión de la palabra está presente también en el síntoma analítico. En primer lugar,
porque como dijimos antes, es necesario que sea dicho. Además, porque en tanto ese mismo dicho es enigmático,
sinsentido para quien lo dice, que él va a hablarle a alguien de eso, intentando encontrar en ese alguien a quien
done una significación para su decir. Y sabemos que un enigma es un hecho de lenguaje. Y también, porque en el
tratamiento que el psicoanálisis hace del enigma del síntoma sólo se vale de un medio: la palabra.

Es en tanto que también la práctica médica se desarrolla en un campo en el que se trata de palabras, palabras con
las que un sufriente da cuenta del malestar del cuerpo que soporta; palabras con las que el médico va a responder a
la demanda del enfermo, va a realizar sus indicaciones, proporcionar información, etc. que pensamos que la
consideración que el psicoanálisis ha hecho del ser humano como un ser hablante puede aportar a la formación de
un médico.

Porque lo real del organismo no existe sin un sujeto que piensa, no sólo conscientemente, de una manera
determinada sobre cómo sufre, como acepta o rechaza la inermidad que provoca una dolencia o la enfermedad.

Estos pensamientos, hechos sólo de lenguaje, constituyen la dimensión subjetiva presente en cualquier acto médico.

RELACIÓN ENTRE LA CULTURA Y EL MODO DE SUFRIMIENTO PSÍQUICO,


COLOVINI
El ser humano se conforma a partir de la relación al otro. Como poder auxiliador, como objeto de amor, como
modelo, como enemigo, el otro es estructuralmente necesario para que un viviente se humanice, y sigue siéndolo
por toda la vida.

Nacemos de un padre y una madre, primeros otros, que nos cuidan, alimentan, nos aman, y nos educan. Los
hermanos, primeros pares, son objeto de imitación, cuando no de celos y envidia. La institución escolar, espacio de
socialización posterior al familiar, permite que logremos cierta independencia del seno filial, al mismo tiempo que
satisface nuestra curiosidad y ansia de saber. La ciudad, los clubes, la iglesia, los partidos políticos, etc. son espacios
sociales donde crecemos, nos amparamos, establecemos lazos con otros.

En definitiva, el llamado sujeto, si bien a veces se estudia aislado al confundirlo con el individuo, jamás puede estarlo,
salvo cuando graves patologías lo acosan.

Siendo este estado de cosas, el rumbo que la cultura adquiere tiene efectos directos sobre la constitución subjetiva,
penetrando hasta los reductos más íntimos de la misma.
Cada tiempo social plantea modos predominantes de la relación del ser humano al cuerpo propio y al cuerpo del
otro. En cada época encontramos diferentes maneras de entender categorías con las que se construye la idea de
realidad, tales como el tiempo y el espacio, el sí mismo, el prójimo. El imaginario social y sus narraciones,
proporciona material para los ideales, los valores, los fines, que constituyen instancias del psiquismo humano.

La cultura se inscribe en el sujeto a través de los grupos y las instituciones, se transmite a través de ellos.

Entonces, de lo que suceda con éstos, nos encontramos con fenómenos que posibilitan y promueven determinadas
formas de la subjetividad, que poseen determinaciones históricas.

Estas determinaciones, si bien tienden a permanecer encubiertas, actúan produciendo las diversas maneras en las
que los sujetos hacen con la existencia, enfrentando así la difícil tarea de vivir en el mundo y la de ser con otros. Y
son estas maneras las que resultan expresadas en los fenómenos con los que se expresa, en cada época, el “malestar
de vivir”.

Se llama así, “trastornos psicosociales” a aquellos fenómenos que pueden ponerse en relación evidente con las
condiciones subjetivas de una época, y que muestran cómo la cultura y la subjetividad se conforman dialécticamente,
dando cuenta que vivir no es natural, que la existencia le cuesta al ser humano el precio del malestar.

¿EN QUÉ CULTURA ESTAMOS INMERSOS?

Este fin de siglo se caracteriza por profundas transformaciones en todos los niveles de la cultura. Asistimos a
profundos cambios tanto en lo histórico social y en lo macroeconómico, como en los planos científicos, ideológico y
tecnológico.

Las antiguas premisas filosóficas que sostuvieron el pensamiento del siglo pasado, muestran su vacilación, así como
los parámetros en los que se basaban las artes y las ciencias se desplazan, giran y se diluyen.

El mundo actual se basa en la lógica economicista que pone en primer plano la actividad del consumo, se centra en
la informática, como postulado del cientismo, y se rige por los medios masivos de comunicación.

En estos días todo equivale a dinero o a ganancia, todo se consume, todo se informa, todo se comunica.

Asistimos a una mutación social global, cuyos alcances y consecuencias recién estamos empezando a vislumbrar.

Algunos autores han llamado posmodernidad a la nueva era que el mundo occidental está transitando, en alusión a
un momento claramente delimitado, posterior a la modernidad.

El término “posmoderno” señalaría así, el agotamiento de los grandes enunciados de la modernidad que postularon
un devenir emancipador para las sociedades y la búsqueda racional de la verdad a la par que propusieron la idea de
un progreso garantizado por un desarrollo científico indeclinable.

Otros autores, en cambio, prefieren hablar de la “nueva modernidad” o de la “modernidad actual”, al entender que
el presente no representa una ruptura con lo anterior, sino por el contrario su continuidad esperable, su verdadero
apogeo.

Lyotard se ha referido exhaustivamente a la ruptura de las verdades totalizadoras, ligadas a narraciones y utopías
unitarias, tales como la emancipación de la humanidad, definiendo a la condición posmoderna en base a este
aspecto. El autor denomina “condición posmoderna” al estado de transformaciones que han afectado a las reglas de
juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX. La ruptura con la idea de totalidad es
correlativa al debilitamiento de la noción de una historia unitaria en progresivo avance. Considero probable que la
desilusión colectiva con respecto a las grandes utopías políticas de diverso signo, gestadas durante este siglo, se
relacionen con la dilución de la idea de totalidad. Esto ha afectado sin duda las nociones de progreso y aún de
proyecto a todo nivel. La categoría misma de futuro entra en crisis. El porvenir radiante de la modernidad cede paso
a un futuro incierto, oscuro, por el que no vale la pena luchar. Al hombre posmoderno le basta con vivir el presente.

Lipovetsky, por su parte, se refiere a la posmodernidad como a una mutación sociológica global. Esta mutación gira
en torno de un gran organizador: el consumo, que absorbe a los individuos en la carrera por la vida en una fase fría y
no caliente de la evolución capitalista.
Si bien el consumo es inherente al proceso inducido por el capitalismo industrial, actualmente, se ha convertido en
un valor independiente de las condiciones de producción y de las subjetividades. Es decir, hoy el consumo mismo es
un valor, sin relación con la cultura ni con las necesidades. El conglomerado de consumidores se anonimiza, lo que
produce una uniformidad cultural, determinando con nuevos rasgos de consumo, nuevas formas de la subjetividad.
La industria actual piensa un mercado a escala planetaria, y es entonces el consumo lo que masifica y uniformiza
globalmente. Por lo tanto, no hay autonomía posible de los individuos frente al consumo.

El consumo es un nuevo Amo que esclaviza al ser humano. Vivimos en la entronización del tener.

Tomemos un ejemplo: el consumo de psicofármacos, ejemplo interesante para plantearse cuánto hemos contribuido
a él. Los psicofármacos se han convertido en “drogas para la vida social”, intentos de la cultura actual de paliar las
condiciones de malestar inducidas por las nuevas formas de vivir. Drogas legales, legitimadas en primer lugar por la
indicación médica, contribuyen a la medicalización de la vida y a la entronización del consumo. Es impresionante
analizar algunas cifras: en la provincia de Buenos Aires, durante el año 1995, se vendieron veinte millones de
envases de psicofármacos, lo que hace dos envases por habitante.

Ejemplo que muestra la construcción de un nuevo imaginario social: el malestar de vivir es responsabilidad de cada
individuo y al modo de una enfermedad, es tratable con medios que las maravillas de la ciencia y la tecnología actual
proveen.

Recuerdo una paciente que decía: “Tomo Lexotanil para levantarme el ánimo, y Alplax cuando necesito
tranquilidad”. Intento de solución química para soportar la existencia. Lo terrible es que ella conseguía un médico
que firmaba las recetas, es decir, un médico que con su firma legalizaba este modo de adicción.

El consumo, como organizador social, sienta las bases para una cultura adictiva –no limitada al mundo de la droga–
en el cual todo parece posible de obtener.

En estrecha relación con el mundo del consumo y la publicidad, los medios masivos cobran un papel cada vez más
preponderante. Posibilitan la masificación de los ideales y la proliferación del imaginario social.

Imponen, por otra parte, una cultura basada en la imagen, lo que modifica hasta las formas de percepción de la
realidad. En el interior de nuestra casa, la TV, la informática, nos invaden diariamente, haciendo que se diluyan los
espacios públicos y privados, convirtiendo la intimidad en una verdadera globalización de la vida.

ALGUNAS NOTAS SOBRE LA ACTUALIDAD DE LA FAMILIA

Una rápida recorrida por los motivos de consulta predominantes en la clínica de niños de los últimos 25 años, nos da
una perspectiva de los cambios en la posición del niño en la familia y en los criterios consensuales de salud y
enfermedad en cada época. Antes se consultaba por el niño travieso o rebelde, que no se ajustaba a las reglas
familiares y escolares. Años después, comenzaron las consultas por el otro hijo, más silencioso y sometido. Ya no
preocupaba el hijo violento, sino el que no sabía defenderse y se mostraba pasivo y bondadoso. Hoy se agregan a
éstas, consultas por el rebelde, visualizado a la vez como creativo, libre y autónomo. Pero se ha vuelto ingobernable.

Las familias con adolescentes consultan hoy por la desorientación de los jóvenes y sus dificultades para insertarse en
el mundo. Las elecciones se postergan y con ellas el acceso a la adultez. ¿Cómo elegir en un mundo que no toma en
cuenta el mañana? Por otra parte, ¿ofrece acaso nuestro medio, marcado por los ajustes del neoliberalismo,
oportunidades claras de inserción en el mundo productivo? El estudio y el trabajo re - quieren además una dosis de
esfuerzo y disciplina que parecen más propios de la etapa histórica anterior. Se intensifican, en relación con esto, las
consultas por fracaso y deserción escolar del adolescente.

La familia, en estos tiempos del SIDA y la informática, pare - ce así caracterizarse por su falta de respuestas, por la
dificultad de los padres para orientar a sus hijos cuando las propias creencias entraron en crisis y la historia perdió el
sentido que obtenía de la idea de progreso hacia un mundo mejor.

Por otra parte, el crecimiento unificante del neoliberalismo conservador, determina la inexistencia de un estado
protector e intensifica a ultranza las modalidades extremas de violencia social, que implican el desamparo a la vez
físico y psíquico, expresado en la insatisfacción de las necesidades más básicas.
El hambre, el sufrimiento y la ignorancia configuran así un destino ineludible para muchas familias de nuestro
mundo. Se producen también modificaciones en cuanto a la direccionalidad de la familia. Es decir, la familia, antes
centrípeta y proclive al cierre y la endogamia, presenta hoy una tendencia centrífuga. El grupo tiende a la apertura
precoz y a veces a la fragmentación.

Los niños parecen perder hoy un derecho, el de ser cuidados como niños. Afectadas las raíces de este modo, el niño
actual afronta una verdadera crisis de identidad.

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