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LA REPARACIÓN DEL DAÑO INEVITABLE EN LAS

RELACIONES INTERPERSONALES

Francesca Abrines Llabrés

Trabajo de fin de grado

Tutora: Dra. Maria Margarita Mauri

Curso académico 2019-2020

1
RESUMEN

Este trabajo tiene el propósito de mostrar que existe un daño en las relaciones
interpersonales que, al ser inevitable, solamente puede ser reparado. El ser humano es
altamente dañable y dañino por su condición de vulnerable y de vulnerador. Para entender
cómo se origina ese daño, por qué es inevitable y cómo puede ser reparado; trataré de
explicar las causas de la vulnerabilidad humana, como entre ellas se encuentra la finitud
y por qué esta afecta a las relaciones interpersonales.

PALABRAS CLAVE: Dolor/ Daño/ Vulnerabilidad/ Finitud/ Relaciones


Interpersonales/ Reparación/ Cuidado.

(23.050 caracteres.)

ÍNDICE

Introducción: el dolor…………………………………………………….3

Las dimensiones de la vulnerabilidad……………………………………4

La distancia entre el Yo y el Otro………………………………………..7

Los cuidados desde la distancia………………………………………….10

Conclusiones……………………………………………………………..11

Bibliografía………………………………………………………………12

2
INTRODUCCIÓN: El dolor.

La gran tragedia humana es la imposibilidad de evitar el dolor 1. El dolor, ya sea físico o


moral, está inevitablemente ligado al sufrimiento, y el ser humano, por regla general, huye
de aquello que le provoca dolor y sufrimiento, ya que dichos estados disminuyen las
capacidades de existir; el dolor irrumpe en el ser y lo desestructura. La experiencia del
sufrimiento, aunque sea universal, se experimenta de forma tan íntima y subjetiva que
aísla al individuo de su mundo conocido: puede intentar expresar con palabras su
sufrimiento, pero no puede traspasarlo a otro para que este lo experimente tal y como es,
y eso aboca a quien sufre a una sensación de incomprensión y soledad que se suma a la
experiencia del dolor. Un ejemplo sería cuando uno padece un simple dolor de cabeza.
Ese dolor físico se instala en el sujeto y le impide existir con normalidad, le incapacita en
sus actividades más cotidianas. Lo mismo sucede con el dolor moral, que se traduce
normalmente en un sentimiento de angustia y tristeza muy difícil de ignorar. Así pues, la
experiencia del dolor le arranca al individuo sus formas de sentirse integrado en el mundo,
lo separa de los demás y le impide llevar a cabo las rutinas a las que está acostumbrado.

Por toda esta incomodidad que el dolor provoca es por lo que el ser humano se ha
empeñado desde siempre en evitarlo, algo que resulta imposible, puesto que el ser humano
convive con su condición de vulnerabilidad. Existir como seres vulnerables significa tener
la capacidad de ser heridos física o mentalmente. Así pues, los individuos son dañables
porque pueden ser vulnerados y al preguntar qué es aquello que los daña se descubre otra
condición del ser humano, la de dañino o vulnerador. Los sujetos tienen la capacidad, más
allá de la de ser heridos, de herir, de infligir dolor y sufrimiento a los demás. Los
individuos son dañables y dañinos porque pueden ser vulnerados o vulneradores, y esas
dos condiciones les sitúan de forma irremediable en un entramado de relaciones de
responsabilidad y de cuidados para con los demás.

Asumir la tarea de cuidados con aquellos que sufren como sufres tú mismo, del mismo
modo que intentar no provocar sufrimiento, es una obligación moral que nunca debería
dejarse de lado, pero así como no se puede evitar el dolor, tampoco se puede evitar el
daño. Al menos no del todo, pues existe cierto daño en las relaciones interpersonales que
no se puede evitar por ser intrínseco a lo que los individuos son. En este trabajo pretendo

1
López Sáenz, M.C. (2006), «El dolor de sentir en la filosofía de la existencia», en: Filosofía y dolor,
González García, M. (ed.), Madrid, Tecnos, p. 381.

3
mostrar cuál es ese daño y defender que solamente se puede aspirar a cuidarlo o repararlo,
pero nunca a evitarlo.

En primer lugar, trataré de explicar qué hace vulnerable al ser humano y, tomando como
referencia el artículo «Comprensión y Reparación. Por una filosofía del cuidado y el
daño», diferenciaré entre vulnerabilidad causada socialmente y vulnerabilidad
constitutiva. Me interesará ahondar en el segundo de estos conceptos, que me llevará a
considerar la finitud que atraviesa la vida humana, y cómo esta condiciona las relaciones
interpersonales y es la causante del daño inevitable que uno recibe y provoca.

LAS DIMENSIONES DE LA VULNERABILIDAD

Vulnerabilidad es la cualidad de vulnerable, y vulnerable es aquello susceptible de ser


lastimado o herido, ya sea física o moralmente. El término vulnerabilidad puede ser usado
en distintos ámbitos, pero cuando se pone en relación a la vida humana, este hace
referencia a la posibilidad del daño, a la finitud y a la condición mortal del ser humano.
Sin embargo, esta vulnerabilidad humana encierra a su vez distintas dimensiones. Como
mínimo, una dimensión antropológica y otra social. Es decir, el ser humano es vulnerable,
al menos, de dos formas, o más bien, por dos grupos de causas distintas.

Marina Garcés, en su artículo «Comprensión y reparación. Por una filosofía del cuidado
y el daño», explica la distinción entre la vulnerabilidad causada socialmente y la
vulnerabilidad constitutiva. De la primera dice que es aquella «vinculada con las
condiciones de desigualdad en la exposición a lo que fragiliza la existencia, ya sea la
pobreza en todas sus caras o la violencia.»2 Esta dimensión social de la vulnerabilidad
destaca una mayor susceptibilidad generada por el entorno. Los entornos más expuestos
a todo lo que puede dañar la existencia, ocasionan vidas más frágiles y con más
posibilidades de ser vulneradas. Al analizar las condiciones de vida de ciertos grupos, por
ejemplo los colectivos en situaciones de marginalidad y delincuencia, aquellos sujetos a
discriminación racial o de género, los que se encuentran en riesgo de exclusión social,
etc., es fácil detectar que existen espacios de vulnerabilidad. Las personas que pertenecen
a estos espacios están expuestas a mayores riesgos, a una mayor desprotección y por lo
tanto, a un nivel de vulnerabilidad más alto. Es suficiente con imaginar a una persona que

2
Garcés, M. (2019), “Comprensión y reparación. Por una filosofía del cuidado y el daño” Folia
Humanística, 12, p. 4

4
se encuentre en una situación de pobreza, las dificultades que esta enfrentará para llevar
a cabo las funciones más básicas de la vida humana, serán abismalmente superiores a las
que enfrentará una persona con unas condiciones más favorables. Y no solo eso, sino que
sus capacidades y recursos a la hora de encarar situaciones susceptibles de ser dañinas
serán inferiores. Las condiciones de estos grupos más vulnerables son generadas por el
contexto pero, generalmente, las fallas en el contexto responden a las relaciones de poder
que se dan en las estructuras sociales. Hay una responsabilidad en este tipo de
vulnerabilidad que no puede ser evadida. Como mínimo, debería brindarse protección
equitativa y un nivel básico de capacidades en ciertas funciones centrales de la vida
humana. Este problema y sus posibles soluciones se han puesto de manifiesto y se han
estudiado desde muchas perspectivas, pero no continuaré indagando en ellas en detalle,
ya que esto excedería los límites de mi trabajo.

En cambio, me interesará más para el desarrollo de mi tesis, ahondar en la otra dimensión


de la vulnerabilidad humana: la dimensión antropológica, que afirma la condición de
vulnerabilidad del ser en cuanto tal. Volviendo al artículo de Garcés, ella define la
vulnerabilidad constitutiva como «la que nos es propia en tanto que seres finitos y
necesitados de cuidados y de protección»3. Para aislar ese aspecto de la vulnerabilidad
constitutiva al ser, este debe ser despojado de todas sus vulnerabilidades causadas
socialmente, y ese es un proceso complicado. Al final, parece que ese aspecto intrínseco
al ser humano acaba siendo solamente su condición de ser finito. Aquello que amenaza
con causar dolor al ser humano y que tiene que ver únicamente con lo que es este, es la
finitud. Cuando se habla de finitud puede parecer que se hace referencia solo a la
condición de mortal que rodea la vida humana, pero la finitud va más allá del fin del
existir. La finitud del ser humano atraviesa toda su vida, y el dolor que siente al saber que
esta tiene un fin es el mismo que experimenta cuando se percata de que tampoco es capaz
de abastar todo el conocimiento. Le es imposible llegar a un conocimiento total de las
cosas, del otro o hasta de sí mismo, ya que su saber tiene un fin y unas limitaciones, al
igual que lo tiene su existencia. Y ese es el daño más devastador que asedia al individuo.
En el siguiente fragmento del libro Filosofía y dolor, se habla de ese daño provocado por
la propia condición humana y se le llama dolor ontológico:

3
Garcés, M. (2019), “Comprensión y reparación. Por una filosofía del cuidado y el daño” Folia
Humanística, 12, p. 4

5
El dolor es, pues, una sensación compleja, resultado de factores físicos, psicológicos y
morales. Al lado de todas estas modalidades del dolor, en ocasiones como un componente
implícito de todas ellas, está el dolor ontológico, el dolor de sentir el ser de la finitud
humana; ésta no sólo se nos manifiesta como final de la vida, sino que nos asedia en la
cotidianidad como vivencia de nuestra temporalidad, como nuestra ineludible condición.4

Mientras que la vulnerabilidad generada por el entorno distingue y separa a unos


individuos de otros, alejándolos de los que no comparten sus mismas condiciones, la
vulnerabilidad constitutiva es la que une a toda la humanidad bajo una misma condición.
La posibilidad de sufrir, la enfermedad, la limitación, la muerte, la finitud, todo lo que
pone de relieve la fragilidad del ser humano es también aquello que le muestra su similitud
con los demás. El verse reflejado en el otro, el reconocimiento de la capacidad de
sufrimiento de uno mismo en los demás, crea un sentimiento de cercanía entre los seres
humanos como miembros de una humanidad común con el mismo deseo de evitar el
dolor; pero el dolor ontológico es inevitable. El ser humano se topa con una dimensión
de su vulnerabilidad de la que no puede escapar, puesto que es el aspecto determinante
de su condición.

Mientras que las manifestaciones de la vulnerabilidad causada socialmente eran la


desprotección, la falta de poder, la exposición a situaciones de riesgo, entre otras; las
expresiones de la vulnerabilidad antropológica son las enfermedades que limitan y
truncan el recorrido vital, la ausencia y el vacío, en cualquiera de sus formas, el
sentimiento de impotencia, etc. El ser humano es, por lo tanto, vulnerable y frágil por su
misma condición corporal y mortal, pero también por su capacidad de sentir y pensar, de
relacionarse con otros y de desarrollar un sentimiento moral. Y de entre todas estas
condiciones que fragilizan la existencia humana, me interesa investigar la vinculada con
las relaciones interpersonales. Como señalaba anteriormente, la finitud atraviesa todos los
ámbitos de la vida humana, y el vínculo con los otros no es una excepción; el otro es una
parte más de todo aquello que no puedo llegar a conocer profundamente. Aunque me
encuentre unido a los demás por la fragilidad común y la exposición constante al
sufrimiento, mi propia finitud y la del otro mantienen una distancia dolorosa, que se suma
como una condición más a la vulnerabilidad constitutiva del ser humano.

4
López Sáenz, M.C. (2006), «El dolor de sentir en la filosofía de la existencia», en: Filosofía y dolor,
González García, M. (ed.), Madrid, Tecnos, p. 382.

6
LA DISTANCIA ENTRE EL YO Y EL OTRO

Saberse finito es lo más doloroso para el ser humano, pero ¿qué ocurre cuando la finitud
se transforma en el desconocimiento de los demás?

El ser humano es interdependiente, mantiene una relación de dependencia recíproca con


los individuos de su alrededor, y es gracias a esas relaciones que se sostienen las
comunidades y las vidas individuales. La interdependencia en los humanos es también
emocional, puesto que les caracteriza su alta necesidad de socializar, y eso provoca que
los vínculos con los demás sean aún más fundamentales. Los espacios vitales compartidos
dependen de la capacidad humana de sostener y cuidar al otro, pero siempre desde la
aceptación de que nunca se llegará a abarcar todo lo que el otro es. El ángulo ciego del
desconocimiento, provocado por la finitud, atraviesa también mi relación con los demás,
y por este motivo se aparecen como una amenaza; pues del mismo modo que sufren y son
frágiles al igual que yo, también tienen la misma capacidad de hacer daño que yo poseo.

El desconocimiento de los otros no es más que la forma en la que se traduce la finitud


humana en las relaciones concretas que se establecen entre unos y otros. Y como apunta
Garcés: «de todo lo que desconocemos, lo que nos hace más daño es no conocer nunca
suficientemente al otro, a los otros, es decir, no poder tener nunca la seguridad de quién
o qué son.»5 Es lo que causa más daño, posiblemente, porque la vida humana está en
manos de esos otros que son algo muy parecido a lo que tú eres y que, a su vez, se
encuentran a una gran distancia de ti. Esta distancia entre el yo y el otro es causada porque
en la imposibilidad de conocerlo todo de forma clara y verdadera, se encuentra incluida
la imposibilidad de conocerse a uno mismo hasta el más oscuro rincón del ser, al igual
que la de conocer a quién se tiene enfrente por completo. Resumiendo, la distancia es
debida a que el ser humano es limitado. Cuando se toma consciencia de la distancia que
atraviesa la interdependencia humana, se vuelve necesario comprenderla aunque sea para
paliar levemente el dolor que provoca y, justamente por eso, ha sido un tema ampliamente
tratado por algunos pensadores y desde el enfoque de distintos sistemas filosóficos. En el
caso de este trabajo, me interesará analizar como aparece esta ruptura entre el yo y el otro
en la filosofía existencialista de Jean-Paul Sartre; y también, como se trata el

5
Garcés, M. (2019), “Comprensión y reparación. Por una filosofía del cuidado y el daño” Folia
Humanística, 12, p. 19

7
desconocimiento de los demás en un texto no filosófico, por eso tomaré una pieza teatral
de Georg Büchner, en la que aparece el problema de forma literaria y no teórica.

En el capítulo I de la Tercera Parte de El Ser y la Nada6, Sartre se abre camino a la


experiencia del prójimo y al problema de la intersubjetividad y del tercer modo de ser: el
ser-para-otro. Junto a la certeza de la propia existencia se obtiene la certeza de la
existencia del prójimo. Pero el ser-para-otro no se deriva del para-sí, no es producto del
conocimiento o de un saber, sino que el prójimo es también necesario e irreductible. Así
pues, es verdad que Sartre aceptaría que los individuos lo son en la medida en que se
relacionan con otros y viven en un inter-mundo, pero, mientras que otros autores
considerarían que ese inter-mundo, ese entrelazamiento, es la verdadera realidad plena7,
en Sartre esta es una realidad imposible. La separación de los otros produce un dolor que
se desprende del cuerpo y cae en el espacio intermedio entre el yo y el Otro; esa
separación es descrita en el principio del capítulo como algo casi corpóreo y tangible: «El
alma ajena está, pues, separada de la mía por toda la distancia que separa ante todo mi
alma de mi cuerpo, y luego mi cuerpo del cuerpo ajeno, y, por último, el cuerpo del otro
de su propia alma.»8 Se reconoce esta distancia como algo insalvable, la separación de
los otros se da en la misma medida de ellos hacia mí, que de mí hacia ellos.

Siguiendo a Sartre, la ruptura yo-otro se traduce en una oposición entre el sujeto y el


objeto, produciéndose así un dolor psíquico, un dolor situado en el vínculo íntimo que
une a unos con otros. Ha de decirse que, en el planteamiento sartreano, juega un
importante papel la negación; la intersubjetividad acontece entre puras conciencias que
se niegan y por consiguiente, toda relación resulta imposible debido a la única intención
individualista de prolongarse en el otro, de reducirlo a mi ser-para-otro. Yo, como Sartre,
no creo que la separación entre el yo-otro sea salvable, ni tampoco reducible; también
defiendo que esa ruptura provoca un gran dolor en el individuo, pero por el contrario, no
creo que estas dos condiciones imposibiliten la existencia de las relaciones, porque no
creo que estas se den entre conciencias que se niegan, al contrario, entre conciencias que
anhelan llegar a conocer de forma exhaustiva a quien tienen delante.

6
Sartre, J.-P. (1943), El ser y la Nada, trad. Juan Valmar, Buenos Aires, Editorial Losada S.A.
7
Me refiero aquí a Merleau-Ponty, autor coetáneo de Sartre que, en su obra Phénoménologie de la
Perception, defiende dicha postura.
8
Sartre, J.-P. (1943), El ser y la Nada, trad. Juan Valmar, Buenos Aires, Editorial Losada S.A. p.315

8
Aunque ese conocimiento exhaustivo no se llegue a dar nunca, no por eso se deja de
desear. Y no llega a darse nunca porque la limitación de condición humana no lo permite,
la dimensión oscura de uno mismo se interpone en el autoconocimiento y en las relaciones
concretas con los otros. Así se muestra en la siguiente escena, al inicio de la obra de
Büchner, donde aparecen Danton y su esposa Julie:

JULIE: ¿Crees en mí?

DANTON: ¿Qué sé yo? Sabemos cada cual tan poco del otro. Somos paquidermos; nos
tendemos las manos, pero no sirve de nada. Apenas llegamos a restregarnos las corazas.
Estamos muy solos.

JULIE: Si tú me conoces, Danton.

DANTON: Sí, lo que corrientemente se llama conocer. Tienes los ojos oscuros, el pelo
rizado, el cutis suave y siempre me estás diciendo: Georg, cariño. Pero (señalándole a
ella la frente y los ojos) ahí, ahí ¿qué hay ahí detrás? Quita, mujer, quita; para torpes,
nuestros sentidos. ¿Conocerse? Tendríamos que levantarnos la tapa de los sesos y
arrancarnos mutuamente los pensamientos de entre las fibras del cerebro.9

Me he fijado en este texto (también utilizado por Garcés en su artículo10) porque en él se


expone la cuestión que he estado tratando en este trabajo: es imposible conocer a quienes
me rodean. Así se lo expresa Danton a Julie: los sentidos son insuficientes, apenas
alcanzan a percibir la coraza del otro; como es su pelo, el color de sus ojos, el tono de su
voz o las palabras que usa. Rápidamente encuentran su límite dichos sentidos, topan con
la dureza de la piel del otro, que no es más que su propia finitud, y resulta imposible
atravesarla, conocer quiénes son esos que tienes delante, que te acompañan, que te
necesitan y que necesitas.

Hay otra razón por la que me ha interesado este fragmento teatral, y es que, abre camino
a la cuestión que me queda por tratar: ¿Qué se debe hacer con la distancia que separa a
unos y a otros? Es indudable que el fracaso de nunca llegar a saber cómo son quienes le
rodean, produce mucho dolor en el ser humano, le condena a sentirse solo en el mundo y
a no saber nunca si puede confiar en los otros. Entonces, si a pesar del daño, no se puede
renunciar a la interdependencia, ni a las relaciones interpersonales, ¿qué queda como
solución?

9
Büchner, G. (1835), La muerte de Danton, trad. Javier Orduña, s.l. Ed. Titivillus, p. 16
10
Garcés, M. op. cit. p. 19

9
LOS CUIDADOS DESDE LA DISTANCIA

Los individuos son interdependientes, necesitan crear vínculos íntimos en los que apoyar
su vida, pero esos vínculos están atravesados por la distancia y el desconocimiento, y el
lugar en el que eso deja al ser humano es inmensamente doloroso. Tal vez por eso el
primer impulso de cualquiera sería querer romper dicha distancia, intentar conocerlo todo,
pero en el intento de abarcar todo lo que el otro es va implícita su destrucción. Eso es
justo lo que dice Danton en el fragmento anterior, para conocerse deberían abrirse la
cabeza y extirpar los pensamientos del otro. Es imposible superar la separación entre el
yo y el otro sin arrebatarle al otro su condición de ser finito, su condición de ser humano
al fin y al cabo. Solamente queda aceptar que aquello mismo de lo que no se puede
prescindir, los vínculos interpersonales, es también lo que más dolor provoca. Y ese
mismo daño que a mí me causa la finitud de los demás, es el que causo yo con la mía
propia. Por todo esto hablo del daño inevitable, porque existe como algo intrínseco a lo
que el ser humano es, y la única forma de evitarlo pasaría por destruirlo por completo.

Que exista este daño inevitable en las relaciones interpersonales, ¿implica que nadie debe
hacerse responsable de todo ese dolor? Evidentemente, no. Todo lo contrario: la
comprensión de que, sumado a todo el daño que el ser humano es capaz de hacer, hay
otro daño que se hace de forma involuntaria, debe ir seguida del acto de hacerse cargo de
lo que eso conlleva; eso es la reparación del daño inevitable en las relaciones
interpersonales. Entender esta nueva dimensión del dolor abre otro sentido de la
responsabilidad afectiva en el que la comprensión de lo que uno es, como un sujeto que
daña, tiene que incorporar la reparación del daño como algo propio y no como algo que
viene de fuera. Es decir, cuidar a los demás no se limita a paliar el dolor que el mundo les
puede causar, sino hacerse cargo del dolor que les provoca lo que yo soy.

No se puede olvidar que en esa toma de conciencia del daño que yo causo, vine incluida
la comprensión del daño que me causan los otros. Eso añade aún más dificultades a las
tareas de cuidados. Tengo que tener cuidado de la existencia vulnerable de los demás sin
conocerlos del todo, tengo que creer suficientemente en los otros como para confiarles mi
dolor y la reparación de este; todo esto, sabiendo que me pueden hacer daño y que yo
puedo hacérselo. Así que, a la pregunta de qué queda después de ser conscientes de todas
estas dificultades, mi respuesta es que solamente queda aceptarlas y aprender a cuidar y
a ser cuidados desde el dolor que provoca la separación.

10
CONCLUSIONES

A lo largo de la elaboración de este trabajo, que al final únicamente intenta defender que
en las relaciones interpersonales existe un daño intrínseco a lo que es el ser humano y
que, a pesar de ser inevitable, debe tratar de repararse, he llegado a ciertas conclusiones
que expondré a continuación.

En primer lugar, al reflexionar sobre el dolor, me he dado cuenta de que es algo que
acompaña la vida del ser humano de forma irremediable, que comúnmente se lucha por
evitarlo aunque no tanto por comprenderlo. Creo que la filosofía no puede renunciar a esa
tarea, es necesario entender el dolor, ponerle palabras, explicarlo. Y esa es una tarea
sumamente complicada, puesto que aunque el dolor sea uno de los polos centrales y
comunes entre los hombres, es a la vez único e irrepetible cada vez que se da. Y esto es
otra conclusión que quiero destacar: el dolor y la tristeza siempre son algo espantosamente
singular.

Por otra parte, he investigado el tema de la vulnerabilidad, y creo que lo más importante
de ese apartado es visibilizar la vulnerabilidad constitutiva, que puede verse eclipsada por
la causada socialmente, ya que esta segunda está mucho más expuesta. Es esencial, tanto
para asumir el cuidado de los demás, como para el autocuidado, comprender que la finitud
provoca mucha angustia y dolor, solo así habrá una aceptación de las limitaciones
humanas. Concretando esta idea: aunque la constatación de la propia finitud no exima del
dolor que causa ser consciente de la propia muerte, es la única manera de paliar el
sufrimiento.

La ruptura que la finitud provoca en las relaciones humanas, rompe en cierto modo
también a cada uno de los individuos de esa relación, y el cuidado real, el amor hacia el
otro, se da a pesar de esa ruptura. Probablemente, esa sea la conclusión más esencial de
este trabajo, y el motivo por el que creo que es importante. Al contrario de lo que defendía
Sartre, yo creo que las relaciones interpersonales son posibles, es más, creo que si se dan
a pesar de todas las dificultades, si consiguen florecer en un espacio tan árido como es la
dolorosa distancia, solo puede significar que más que posibles, son imprescindibles.

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BIBLIOGRAFÍA

BÜCHNER, Georg (1835), La muerte de Danton, trad. Javier Orduña, s.l. Ed. Titivillus.

BUTLER, Judith (2004) Vida precaria: el poder del duelo y la violencia, trad. Fermín
Rodríguez, Buenos Aires, Ed. Paidós.

GARCÉS, Marina (2019), “Comprensión y reparación. Por una filosofía del cuidado y el
daño.”, Folia Humanística, 12.

MERLEAU-PONTY, Maurice (1945), Fenomenología de la percepción, trad. Jem


Cabanes, Barcelona, Ed. Planeta De Agostini, S.A.

SARTRE, Jean Paul (1943), El ser y la Nada, trad. Juan Valmar, Buenos Aires, Ed.
Losada S.A.

BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA

LÓPEZ SÁENZ, María del Carmen (2006), «El dolor de sentir en la filosofía de la
existencia», en: Filosofía y dolor, González García, M. (ed.), Madrid, Tecnos.

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