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Universidad Nacional de Colombia

Angustia en la sociedad contemporánea


Trabajo final
Estudiante: Melissa Antia Palacios
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A menudo, en la actualidad, se ha hecho cotidiano hablar sobre salud mental. La


contingencia sanitara que atraviesa el mundo, ha permeado muchísimo más el discurso de
este tema. La visibilidad en torno a la estabilidad, al manejo y control de emociones está
en todos lados: en la nueva publicidad que anima a las personas a hacer actividades que
reduzcan su malestar, también en aquella que vende productos bajo el lema del amor
propio.

Sin embargo, es en las expresiones cotidianas en donde se ha hecho aún más notoria su
aceptación, en donde la importancia que recae frente al bienestar mental y emocional de
los sujetos es un tema frecuente de conversación. Remitirse a diagnósticos, que
sorprendentemente se han hecho mucho más comunes que hace unos años, hablar de
psiquiatras, psicólogos, terapeutas y psicofármacos, son algunas de las soluciones más
repetidas cuando se desea tratar el malestar propio y el ajeno. Un Otro “reparador frente
a los traumas” según Soler (2007), uno que se encarga de construir discursos sobre el
trauma y sus soluciones, que impone una envoltura protectora entre el sujeto y lo real.

A pesar de ello, esta envoltura se ha construido desde el individualismo. Con frecuencia


las soluciones están pensadas desde la relación del sujeto con los objetos a producir y
consumir. Esta perspectiva se puede situar en los tratamientos químicos, en las pastillas
que prometen menguar el malestar. Sin embargo, no está solo allí. Está en casi todos los
productos, bienes y servicios que se venden bajo el lema de la saciabilidad, de la felicidad
al alcance de la compra y la adquisición.

Para Bauman, (2006), la economía de consumo también depende en gran medida de la


producción de consumidores para el consumo “contra el miedo”, es decir, de personas
atemorizadas y esperanzadas de que los peligros que les acechan puedan ser retirados, y
de ese modo, “salvarse a sí mismos”. Es así, como bajo estas perspectivas, el capitalismo
deshace el lazo social, rompiendo con todas las solidaridades, y enunciándose como el
mejor camino al “éxito desde la individualidad”. Esto deshace la importancia del tejido
social como referente importante y sólido para hacer ligeramente más factible la
envoltura ante aquello real.
La angustia entendida como un afecto que no cambia en su estructura, porque se siente
en el cuerpo, pero cuya noción se transforma a través de las épocas, se encuentra en la
actualidad desde abordajes patológicos, como los padecimientos que se desglosan en
términos varios, que incluyen el estrés, la depresión y la ansiedad.

También están las quejas sobre los síntomas, comentarios en torno a lo que afecta, a
aquello que perturba la tranquilidad, pero que en muchas ocasiones no consigue ser
encausado de manera eficiente porque los sujetos mismos a veces no son capaces de
poner en palabras el carácter incierto de su angustia. Encontrar una causa de ello puede
ser también bastante complejo.

¿Qué es entonces lo que causa la angustia?, ¿de dónde viene?

Desde la ponencia sobre la angustia, Freud (1917) comienza a esbozar algunas


clasificaciones en torno al término. Sin embargo, a lo largo de sus planteamientos, se
evidencia que el carácter de la angustia está bastante alejado de lo natural, dándole una
estocada al instinto de conservación. A través de los ejemplos que usa para exponer el
tema, hay algo del orden de lo cultural que comienza a abrirse camino. En lo que es
peligroso para el aborigen, para el turista y el marino, quienes aprendieron a angustiarse.

Entender que este afecto es desencadenado por el discurso, en donde están presentes
una serie de pautas que nos orientan frente a lo que es peligroso y no, sitúa el origen de la
angustia en relación con el Otro, que nos antecede y nos atraviesa. Este gran Otro se
presenta desde dos aristas: desde la falta y el exceso. Difícilmente es mesurable,
comprensible y perfecto. Su falla permanente y su fractura inherente es aquello que
marca al sujeto por la pérdida y desencadena en él la angustia.

A pesar de ello, pensar en una clasificación de lo que angustia desde lo interno y externo,
como en algún momento lo planteó Freud (1917) desde la distinción de los peligros, sería
equivoco, debido a que dejaría de lado el hecho de que el Otro también es constituyente
del sujeto, del mismo modo en que el sujeto también lo es del Otro. Así, el miedo de sí y el
miedo frente al Otro no son opuestos, se encuentran en una relación dinámica de
interdependencia y construcción.

Lo que se encuentra en los discursos actuales, no es más que una clara evidencia de cómo
la culpa de la angustia no se explica a través de esta relación hermenéutica, sino que recae
en un solo lado, en aquel que busca la causa externa en el que no hizo, en el que dañó, en
el que no previno. Al fin y al cabo, en el Otro que no sostuvo, que falló. Entonces, si
culpamos al Otro, ¿no estamos en el fondo culpándonos a nosotros mismos también?, ¿en
qué lugar del asunto somos partícipes?
Esta pregunta permite situar la responsabilidad del sujeto en su malestar. Al respecto,
Álvarez (2017) en “La tristeza y sus matices”, aborda la noción de “enfermo” de los
tiempos actuales que reduce la capacidad del angustiado para hacer frente al afecto. Por
otro lado, Soler (2007), aborda este asunto desde el trauma y sus componentes. Aquí el
trauma hace referencia a aquello que ya se ha expuesto anteriormente y que tiene que
ver con la inconsistencia del discurso del Otro que no permite dar respuesta al sujeto y
que lo marca de perdida. Así, los componentes del trauma corresponden a: golpe de lo
real y las secuelas.

Con el golpe de lo real, se expone aquella parte del trauma que no depende del todo del
sujeto. Responde a un momento de forclusión, es decir, de un real que se presenta sin
tener inscripción en lo simbólico. Hasta este punto se podría decir que el sujeto es
pasivo, una víctima de ese real que llega, que irrumpe. Sin embargo, con las secuelas, esta
participación cambia. A través de ellas se evidencia las repercusiones subjetivas que ese
real tiene en él, el modo en que el sujeto lo toma, lo piensa y responde a él.

Comprender que el traumatismo obedece a lo real, pero que las secuelas son siempre del
sujeto, permite entender cómo a pesar de estar atravesados por un traumatismo original
del encuentro con el Otro, los sujetos siempre son afectados de diversas maneras, no
siempre en la misma magnitud, ni por los mismos sucesos. Reconocer su responsabilidad
en el asunto, también transformaría los discursos que caen en la victimización y pasividad
del sujeto, en donde la causa y respuesta del problema recae solamente en manos de
entes externos.

Tener en cuenta ambos componentes del trauma, daría paso a la responsabilidad


compartida del entorno atravesado por el discurso de la época, de sus malestares y
síntomas en lo colectivo, pero también en el sujeto. Esto también permitiría superar la
estandarización de las soluciones y su medicalización, ya que situaría la heterogeneidad de
los sujetos y, por tanto, de las secuelas que quedan en ellos.

Referencias:
 Álvarez, J. M. (2017). La tristeza y sus matices. En: Estudios de la psicología
patológica. (pp. 137 – 158). Colección la Otra psiquiatría. Xoroi Ediciones.
 Bauman, Z. (2006). Miedo líquido: la sociedad contemporánea y sus temores.
Editorial: Ediciones Paidós.
 Freud, S. (1917). 25 conferencia. La angustia. En: Sigmund Freud. Obras completas.
Volumen 16 (1916-17) Conferencias de introducción al psicoanálisis (Parte III). (pp.
157 – 173). Amorrortu editores.
 Soler, C. (2007). El trauma. Conferencia pronunciada en el Hospital Álvarez, en
Buenos Aires, el 15 de diciembre de 1998. En ¿Qué se espera del psicoanálisis y del
psicoanalista? (pp. 139 – 152). Editorial Letra Viva, Argentina

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