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La novela española en las tres décadas posteriores a la Guerra Civil: Cela,

Delibes y Martín Santos

Al final de la Guerra Civil, la implantación de la censura y las duras condiciones de la posguerra


llevaron a los novelistas a desarrollar una literatura esencialmente realista en la que trataron
de hallar cauces expresivos para sus inquietudes existenciales y sociales.
Dentro de la evolución de la narrativa posterior a la Guerra Civil se pueden distinguir tres
grandes etapas, a las que hay que sumar la novela escrita en el exilio por autores como Max
Aub o Ramón J. Sender, entre otros:

 Novela realista y existencialista (1939-1950)


 Novela social (1950-1962)
 Novela experimental (1962-1975)

En los narradores del exilio destaca el tratamiento del tema de España desde una perspectiva
abiertamente crítica, así como su mirada hacia la nueva realidad de los países que los acogen.
La Guerra Civil, la dictadura y la falta de libertad son algunos de los grandes temas de esta
narrativa, cultivada por autores como Ramón J. Sender (1901-1982) en Crónica del alba o
Réquiem por un campesino español o Max Aub (1903-1972) en El laberinto mágico, compuesta
por seis novelas.
Durante la primera década de la posguerra se impone una novela de corte realista en la que
se presentan con crudeza y pesimismo las circunstancias de sus personajes. En estos años
comienzan su producción literaria algunos de los autores más importantes de la posguerra y
que inician su trayectoria en esa atmósfera de desconcierto que, en los años 40, dará lugar a
tres grandes corrientes narrativas: el realismo convencional, el tremendismo y el realismo
existencial.
El realismo convencional reproduce la estética y el estilo de la novela realista del siglo XIX,
con el objeto de presentar escenas y situaciones de la España de su tiempo, siempre desde una
mirada angustiada. No se aportan técnicas novedosas y los autores se interesan más por la
observación detallada de la realidad.
El tremendismo comienza con la novela La familia de Pascual Duarte (1942) de Camilo José
Cela. Esta tendencia literaria se caracteriza por su análisis descarnado de la violencia y su
lenguaje expresivo y desgarrado. Se exacerba lo sórdido y lo miserable de la existencia, de
modo que los personajes están sometidos al entorno y, como sucedía en la novela naturalista,
la fatalidad del ambiente y de su origen se impone sobre su voluntad.
La novela existencialista de los años 40 se centra en los problemas e incertidumbres del ser
humano, analizados a través de la vida de un personaje que se erige como protagonista y que
reproduce el desencanto y la angustia de la sociedad de la época.
Entre sus rasgos más destacados, sobresalen: protagonista individual, ya que la novela se
centra en la vida de un personaje; destino incierto, el desconcierto del protagonista es reflejo
de la incertidumbre de la sociedad española de los años 40; pesimismo y angustia, que ofrece
una visión negativa de la realidad con personajes víctimas del desencanto y la desilusión; estilo
realista, predomina el realismo y se prescinde de artificios y ornamentos estilísticos.
Entre las obras que destacan en el realismo existencial, cabe mencionar La sombra del ciprés
es alargada (1947) de Miguel Delibes o, sobre todo, Nada (1945) de Carmen Laforet, novela
que supuso un hito en la narrativa de posguerra al presentar de manera muy precisa las
inquietudes de su generación a través del retrato de la España de la época.
Durante la década de los 50 surge una nueva narrativa que centra su atención en la sociedad
de su tiempo con afán crítico y testimonial. El protagonista único de la novela existencialista
es sustituido por el protagonista colectivo de la novela social, donde el objetivo es reflejar la
realidad con la mayor veracidad posible.
Las características que definen la narrativa de esta década son: el protagonista colectivo (la
novela busca reflejar la vida de un grupo o una comunidad); fábula mínima (el argumento
suele prescindir de giros sorprendentes, prefiere la narración de hechos cotidianos);
preocupación por la verdad (los autores suelen presentar la realidad de la forma más veraz
posible) y la intención crítica (los autores centran su mirada en los aspectos más
controvertidos de la realidad y abordan temas como la injusticia o la pobreza)
En la novela social pueden distinguirse dos grandes líneas: el objetivismo o neorrealismo y el
realismo crítico.
En el objetivismo el autor se limita a narrar los hechos con afán testimonial, sin intervenir ni
opinar. Los personajes se construyen a través de sus acciones y cobra gran importancia el
diálogo. Se incide en temas como el desencanto, la rutina, la vida provinciana o el
aburrimiento de una sociedad encerrada en sí misma y carente de libertades. Entre los autores
y obras que destacan en esta línea están La colmena (1951) de Camilo José Cela, El fulgor y la
sangre (1954) de Ignacio Aldecoa, El Jarama (1956) de Rafael Sánchez Ferlosio o Entre visillos
(1958) de Carmen Martín Gaite.
En el realismo crítico el novelista ofrece una visión crítica con afán de denuncia. La novela se
concibe como un instrumento de concienciación que busca alertar a los lectores sobre las
desigualdades e injusticias. En esta corriente destacan Duelo en el paraíso (1955) de Juan
Goytisolo o Central eléctrica (1958) de Jesús López Pacheco.
En la década de los 60 el cansancio de la novela realista llevó a los autores a buscar otras
formas narrativas, incorporando en sus textos muchas de las innovaciones técnicas de la
literatura europea y americana.
La publicación en 1962 de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, constituye el punto de
inflexión entre la novela social y la nueva narrativa de los años 60.
En la novela de los años 60 no solo se renueva el lenguaje y el estilo, sino que también
destacan los siguientes rasgos: ruptura de la linealidad temporal (la novela abandona la
estructura tradicional siendo habituales los saltos en el tiempo, tanto hacia el futuro como
hacia el pasado); nuevas voces narrativas (se indaga en nuevas formas de narrar como la
narración en segunda persona o la corriente de conciencia); fusión de géneros (se introducen
elementos propios de otros géneros literarios y extraliterarios); temas y argumentos realistas
(se siguen abordando cuestiones de tipo social); experimentación lingüística (se incorporan
procedimientos heredados de las vanguardias, como los juego ortográficos o tipográficos)
En esta etapa destacan, como dijimos, Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, obra que
retrata la marginalidad del Madrid de los años 40 a través de una narrativa llena de
innovaciones técnicas con rupturas en la linealidad temporal, monólogos interiores y un
dominio del lenguaje con juegos entre los diferentes registros. Junto a esta obra, hay que
mencionar Cinco horas con Mario (1966) de Miguel Delibes, que evoluciona desde el realismo
de El camino (1950). En Cinco horas con Mario destaca la construcción de un discurso que se
contradice a sí mismo y el juego de narradores.
Cabe mencionar otro autor y su obra en esta década: Juan Marsé con Últimas tardes con
Teresa (1966).

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