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UNIDAD 13: ELABORACIÓN LACANIANA DE LAS PERVERSIONES

LACAN: Seminario 4, Clase 9


Seminario 4, Clase 10
Seminario 5, Clase 12
Seminario 5, Clase 13

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LACAN: Seminario 4, Clase 9: La función del velo
El fetiche es el símbolo del pene. Freud subraya que no se trata de cualquier pene. El pene en
cuestión no es el pene real, sino el pene en la medida en que la mujer lo tiene, es decir, en la
medida en que no lo tiene. Se trata simplemente de un desconocimiento de lo real, se trata del

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falo que la mujer no tiene y que debería tener por razones que dependen de la dudosa relación
del niño con la realidad.
No se trata en absoluto de un falo real que, como real, exista o no, sino de un falo simbólico que
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por su naturaleza se presenta en el intercambio como ausencia, una ausencia que funciona en
cuanto tal. En efecto, todo lo que se puede transmitir en el intercambio simbólico es siempre algo
que es tanto ausencia como presencia. Dicho de otra manera, circula dejando tras de sí el signo de
su ausencia en el lugar de donde proviene. En otros términos, el falo en cuestión, lo reconocemos
enseguida, es un objeto simbólico. Este falo, la mujer no lo tiene, simbólicamente. Pero no tener el
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falo simbólicamente es participar de él a título de ausencia, así pues es tenerlo de algún modo.
Para el hombre hay, más allá de la mujer misma, el falo que ella no tiene, es decir, el falo
simbólico, que existe allí como ausencia. Esto es del todo independiente de la inferioridad que ella
pueda sentir en el plano imaginario, debido a su participación real en el falo.El fetiche, nos dice
Freud, representa al falo como ausente, el falo simbólico. El fetichista es siempre el niño, nunca la
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niña. Esto llama la atención.

El fetiche es un símbolo, y en ese sentido casi se lo pone a la misma altura que al síntoma
neurótico. Pero si el fetichismo no se trata de una neurosis, sino de una perversión, eso no va.
Lo que se ama en el objeto de amor es algo que está más allá. El velo, la cortina delante de algo,


permite igualmente la mejor ilustración de la situación fundamental del amor. Lo que se encuentra
más allá como falta tiende a realizarse como imagen. Sobre el velo se dibuja la imagen. La cortina
cobra su valor precisamente porque sobre ella se proyecta y se imagina la ausencia.
En el fetiche, la castración de la mujer es al mismo tiempo afirmada y negada. Si el fetiche está ahí,
entonces es que no ha perdido el falo, pero al mismo tiempo es posible hacérselo perder, es decir,
castrarla. La ambigüedad de la relación con el fetiche es permanente y se manifiesta en los
síntomas. Se vive al mismo tiempo en un frágil equilibrio siempre a merced de que el telón se
derrumbe o se alce. Esta es la relación que está en juego en la relación del fetichista con su objeto.
Freud nos dice: “El horror a la castración se ha erigido, con esta creación de un sustituto, un
monumento”. La palabra trofeo no aparece, pero en verdad está presente, acompaña al signo de

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un triunfo.
A propósito de la estructura perversa, de la metonimia, así como de la alusión y el mensaje entre
líneas, son formas elevadas de la metonimia. Lo que constituye el fetiche, el elemento simbólico
que fija el fetiche y lo proyecta sobre el velo, se toma prestado especialmente de la dimensión
histórica. Es el momento de la historia en la cual la imagen se detiene. El recuerdo pantalla está
vinculado con la historia a través de toda la cadena, es una detención de dicha cadena, y por eso
es metonímico, porque la historia prosigue por naturaleza.

La génesis del fetichismo está articulada esencialmente con el complejo de castración. Por otra

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parte, es en las relaciones preedípicas donde se pone de manifiesto de la forma más clara que la
madre fálica es el elemento central.

LACAN: Seminario 4, Clase 10: La identificación con el falo

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En cuanto a su deseo, el sujeto se dirige a la falta que hay en el objeto. Es decir, a la relación
sujeto-objeto se le añade un más allá y una falta. En el caso del fetichista hay una complicación
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suplementaria, con un término situado delante del objeto, o sea el velo, la cortina, el lugar donde
se produce la proyección imaginaria. Aquí surge lo que convierte a la falta en una figura, el fetiche,
que puede ser el soporte ofrecido a algo cuyo nombre le viene precisamente de ahí, el deseo, pero
el deseo como perverso. Sobre el velo es donde el fetiche dibuja lo que falta más allá del objeto.
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No se trata siempre y esencialmente de esconder el objeto, sino también de esconder la falta de


objeto (la presencia y la función de la falta de objeto).
La potencia en estado bruto, y por otra parte, algo sin lo cual dicha potencia pierde toda eficacia,
lo que le falta a la misma potencia, no es más que una falta. La estructura de la omnipotencia no
está en el sujeto, sino en la madre, es decir, en el Otro primitivo. Quien es omnipotente es el Otro.
Pero tras esa omnipotencia se encuentra la falta última de la que se halla suspendida su potencia.
En cuanto el sujeto percibe, en el objeto cuya omnipotencia espera, la falta que le hace a él mismo
impotente, el mecanismo último de la omnipotencia es remitido más allá, a saber, allí donde algo

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no existe, en grado máximo.se trata de lo que en el objeto, no es sino simbolismo de la falta,
fragilidad, pequeñez..

Freud confiesa su desconcierto para resolver el dilema planteado por la perpetua ambigüedad
entre dos términos que precisa, la identificación y la elección de objeto. No es lo mismo estar del
lado del objeto o del lado del sujeto. No es lo mismo que un objeto se convierta en objeto de
elección o que se convierta en soporte para la identificación del sujeto. De acuerdo con el texto de
Freud, la identificación es una función más primitiva, más fundamental, en la medida en que
comporta una elección de objeto, pero una elección de objeto que no obstante requiere una

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articulación de por sí muy problemática, pero que se vincula profundamente con el narcicismo.
Este objeto es una especie de otro yo en el sujeto.

Partamos del soporte de la primera relación amorosa, de la madre como objeto de la llamada y,
por lo tanto, objeto tan ausente como presente. Una parte de sus dones son signos de amor y sólo
son eso. Por otra parte, están los objetos de la necesidad, que la madre presenta al niño bajo la

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forma de su pecho. La satisfacción de una necesidad es aquí la compensación de la frustración de
amor y, al mismo tiempo, casi que comenzaría a convertirse en su coartada.
Un objeto real adquiere su función como parte del objeto de amor, adquiere su significación como
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simbólico, y la pulsión se dirige al objeto real como parte del objeto simbólico, el objeto se
convierte como objeto real en una parte del objeto simbólico. Si un objeto real que satisface una
necesidad real ha podido convertirse en un elemento simbólico, cualquier otro objeto capaz de
satisfacer una necesidad real puede ocupar su lugar. Ninguna satisfacción mediante un objeto real
cualquiera que acuda a suplirla consigue colmar jamás la falta en la madre. Junto a la relación con
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el niño, sigue habiendo en ella, la falta del falo.

LACAN: Seminario 5, Clase 12: De la imagen al significante


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en el placer y en la realidad
Hoy quisiera simplemente hacer una pausa y mostrarles cierto número de direcciones en las
cuales lo que les he expuesto en relación con el complejo de castración permite plantear signos de


interrogación.

En respuesta a la incitación pulsional, habrá siempre en el sujeto humano una tendencia a la


satisfacción alucinatoria del deseo. Sería una posibilidad virtual, y como constitutiva, de la posición
del sujeto respecto al mundo.
Antes incluso de que corresponda a una incitación interna del sujeto, la necesidad se satisface
mediante las huellas mnémicas de lo que ya ha respondido el deseo. La satisfacción tiende así a
reproducirse, pura y simplemente, en el plano alucinatorio.
Esta noción se usa de forma casi implícita cada vez que se habla de principio de placer, pero si es
propio de la naturaleza de los procesos psíquicos crearse ellos mismos su propia satisfacción, ¿por
qué la gente no se satisface? La necesidad sigue existiendo. La satisfacción fantasmática no puede

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satisfacer todas las necesidades; pero sabemos que el principio de placer es eminentemente
susceptible de hacer frente a la necesidad, si se trata de necesidades pulsionales. Se trata
ciertamente del carácter muy posiblemente ilusorio del objeto sexual.
Hay una discordancia fundamental entre la satisfacción alucinatoria de la necesidad y aquello que
la madre le da al niño. En esta misma discordancia es donde se abre la hiancia que le permite al
niño obtener un primer reconocimiento del objeto. Esto supone que el objeto, a pesar de las
apariencias, resulta decepcionante.

Encontramos aquí algo que podemos llamar la necesidad, pero que llamo ya el deseo, porque no

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hay estado original ni estado de pura necesidad. La necesidad está motivada en el plano del deseo,
es decir, algo que está destinado en el hombre a tener cierta relación con el significante. Es el
atravesamiento por parte de esta intención deseante de lo que se establece para el sujeto como la
cadena significante.
En la carta 52 a Fliess, empieza a formularse para Freud un modelo de aparato psíquico que le
permite explicar precisamente el proceso primario, él mismo no puede sino admitir, que la

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inscripción mnémica que responderá alucinatoriamente a la manifestación de la necesidad no es
nada más que un signo. Un signo no se caracteriza sólo por su relación con la imagen, sino que
también se sitúa en una determinada relación con otros significantes, por ejemplo, con el
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significante que se le opone directamente y que significa su ausencia.

El estadio del espejo es el encuentro del sujeto con lo que es propiamente una realidad, y al
mismo tiempo no lo es, a saber, una imagen virtual que desempeña el papel decisivo en cierta
cristalización del sujeto. Aquí el niño conquista el punto de apoyo de eso que está en el límite de la
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realidad, que para él se presenta de forma perceptiva pero que por otra parte se puede llamar una
imagen.
Sin duda, el falo, como el objeto imaginario que es, con el que el niño ha de identificarse para
satisfacer el deseo de la madre, no se puede situar todavía en su lugar. Pero tal posibilidad se
enriquece mucho con la cristalización del yo en esta localización, que abre todas las posibilidades
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de lo imaginario. Estamos asistiendo a un movimiento doble: Por una parte, la experiencia de la


maternidad introduce, bajo la forma de la imagen del cuerpo, un elemento ilusorio y engañosos
como fundamento esencial de la localización del sujeto con respecto a la realidad (creación del yo-
moi); y, por otra parte, el margen que esta experiencia le ofrece al niño le da la posibilidad de


efectuar, en una dirección contraria, sus primeras identificaciones del yo, entrando así en otro
campo (campo simbólico)(creación del yo-je)(introducción del padre).
El tercero que interviene es el padre en tanto que lo hace para prohibir. Al mismo tiempo, hace
pasar a la categoría propiamente simbólica el objeto del deseo de la madre, de tal forma que éste
no es ya sólo un objeto imaginario (el falo imaginario al falo simbólico), es, además, destruido,
prohibido. Como para desempeñar esta función el padre interviene en cuanto personaje real, en
cuanto Yo-je, este Yo se convertirá en un elemento eminentemente significante, que constituye l
núcleo de la identificación última, resultado supremo del Complejo de Edipo. He aquí por qué la
formación del ideal del Yo se relaciona con el padre. La identificación virtual e ideal del sujeto con
el falo como objeto de deseo de la madre se sitúa a la vez posible y siempre amenazada, tan

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amenazada que será destruida de forma efectiva por la intervención del puro principio simbólico
representado por el Nombre el Padre. Su presencia, antes velada, se revela mediante una
intervención decisiva de entrada, en tanto que es el elemento interdictor. Interviene sobre aquella
búsqueda del sujeto que, sin esta intervención, conducirá a una relación exclusiva con la madre.
Esta relación exclusiva se manifiesta en toda clase de perversiones se manifiesta en cierta relación
esencial con el falo, ya sea que el sujeto lo asuma bajo diversas formas o que lo convierta en su
fetiche. Por ello, es necesario que el Yo-moi se identifique con un objeto que se encuentra más allá
de la madre, es decir, con el padre.

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Para que esto se produzca correctamente, por completo y en buena dirección, ha de haber una
determinada relación entre la dirección del sujeto, su rectitud, sus accidentes, y el desarrollo
siempre creciente de la presencia del padre en la dialéctica de la relación del niño con la madre.

La cuestión del objeto es fundamental. Es bien sabido que la necesidad sexual realiza
manifiestamente objetivos que están más allá del sujeto, y que se ha reconocido el carácter
fundamentalmente imaginario del objeto, muy especialmente del objeto de la necesidad sexual.

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Pero esto no nos ha esclarecido la comprensión de lo que provoca que un zapato de mujer puede
ser lo que provoque en un hombre el surgimiento de aquella energía que está destinada a la
reproducción de la especie. Ahí reside todo el problema.
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Lo que realmente sucede es que el objeto ilusorio no desempeña su función en el sujeto como
imagen, sino como elemento significante, capturado en una cadena significante (es decir, es
simbólico).
Es preciso pasar por la función que desempeña un determinado objeto, fetiche o no, e incluso
simplemente por toda la instrumentalización de una perversión.
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En el sadismo y el masoquismo, el hecho de ser pegado con un bastón o cosa análoga desempeña
un papel esencial porque la importancia en la sexualidad humana se sitúa en ese instrumento
llamado corrientemente látigo.
Mediante el análisis de aquel fantasma del látigo es como Freud hizo entrar verdaderamente la
perversión en su verdadera dialéctica analítica. No se revela como manifestación pura y simple de
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una pulsión, sino que demuestra estar vinculada a un contexto dialéctico tan sutil, tan compuesto,
tan rico en compromisos, tan ambiguo como una neurosis.
La perversión no debe clasificarse como una categoría del instinto, de nuestras tendencias, sino
que se ha de articular precisamente en su detalle, en su material y en su significante.


En algunos casos, la experiencia permite ver que la perversión se vincula de forma más estrecha a
la aparición, a la desaparición, a todo el movimiento compensatorio de una fobia, la cual revela
que tiene evidentemente un derecho y un revés.
Como por ahora se trata del objeto, les llamo la atención sobre el acento de significante al que
responden los elementos, el material de la propia perversión. Tenemos un objeto, un objeto
primordial que sigue dominando el desarrollo de la vida del sujeto. Pero el hecho es que el objeto
está capturado en la función del significante. Es una significación que siempre se desliza, huye y se
escapa. Este objeto es un objeto metonímico. Es el eje central en toda la dialéctica de las
perversiones y de las neurosis. Es el falo.

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LACAN: Seminario 5, Clase 13: El fantasma más allá del
principio del placer
En el presente se desarrollará la instancia esencial del significante en la formación de síntomas; se
trata en efecto, de la intervención en Freud de la noción de significante.
El instinto, la pulsión, no tiene ningún derecho a ser promovido como más desnudo en la
perversión que en la neurosis. Hay en toda formación llamada perversa, sea cual sea, exactamente

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la misma estructura de compromiso, de elusión, de dialéctica de lo reprimido y de retorno de lo
reprimido que en la neurosis. En la perversión hay siempre algo que el sujeto no quiere reconocer,
con lo que este quiere supone en nuestro lenguaje; esto sólo se consigue como algo que esta ahí
articulado, pero sin embargo no sólo es desconocido por su parte sino reprimido por razones
esenciales de articulación.
La represión solo se puede concebir como vinculada a una cadena significante articulada. Cada vez

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que encuentras represión en la neurosis, es porque el sujeto no quiere reconocer algo que exigiría
ser reconocido, y esta exigencia implica siempre un elemento de articulación significante que solo
es concebible en una coherencia de discurso. Pues bien, en la perversión es exactamente igual.
Incluso suponen, tanto perversión como neurosis, los mismos mecanismos de elisión de los
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términos fundamentales edípicos.

En un estudio sistemático llevado a cabo por el mismo Freud a ocho niños enfermos con diferentes
formas patológicas (algunos de ellos son neuróticos, pero no todo el conjunto) y se encargó de
seguir, a través de las etapas del complejo de Edipo, las transformaciones de la economía del
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fantasma “Pegan a un niño”, y empieza a articular la investigación de las perversiones, y la


importancia del juego del significante en dicha economía.
Freud se detiene en el significado del fantasma “pegan a un niño”, que parece haber absorbido al
menos una parte importante de las satisfacciones libidinales del sujeto.
Pegan. No es el sujeto quien pega, está ahí como espectador. El personaje que pega es de la
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estirpe de los que tienen autoridad. Se reconoce, no al padre, sino a alguien que para nosotros es
su equivalente. Hay que situarlo más allá del padre, a saber, en el Nombre del Padre. En las
trasformaciones de los avatares de este fantasma puede verse que algo cambia y algo permanece
constante.


En la primera etapa, nos dice, que se encuentra siempre en esta ocasión en las niñas que el niño es
pegado y nos ha revelado que es un hermano o hermanito a quien el padre pega. El fantasma está
hecho de la materia de la que ambos provienen, lo sexual y lo sádico. Aunque este fantasma sea
primitivo, donde se sitúa su significación es en el padre. El padre rehúsa, le niega su amor al niño
pegado, hermanito o hermanita. Hay una ruptura de amor y humillación porque consiste como
negarlo como sujeto, en reducir a nada su existencia como deseante. “mi padre no lo ama”, éste
es el sentido del fantasma primitivo y es lo que complace al sujeto: el otro no es amado. Fíjese que
estamos antes del Edipo y, sin embargo, el padre está presente.
El segundo tiempo está vinculado con el Edipo propiamente dicho. Tiene el sentido de una
relación privilegiada de la niña con su padre: es ella la que es pegada. Este fantasma puede ser

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testimonio del retorno del deseo edípico de la niña, la de ser el objeto de deseo del padre, con la
culpabilidad que implica, la cual exige que se haga pegar.
En un tercer tiempo y tras la salida del Edipo, del fantasma solo queda un esquema general. Se ha
introducido una nueva transformación doble: La figura del padre es superada, remitida a la forma
general de un personaje en posición de pegar, omnipotente y despótico, mientras que el propio
sujeto es presentado en la forma de ese conjunto de niños.

La relación con la madre no está hecha simplemente de satisfacciones y frustraciones, está hecha
del descubrimiento de aquello que es el objeto de su deseo, es decir, del falo.

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En el interior del sistema significante, el Nombre del Padre tiene la función de significar el
conjunto del sistema significante, de autorizarlo a existir, de dictar su ley. El falo entra en juego en
el sistema significante a partir del momento en que el sujeto tiene que simbolizar, en oposición al
significante, el significado en cuanto tal, quiero decir la significación.
Lo que importa al sujeto, lo que desea, el deseo en cuanto deseado, lo deseado del sujeto, cuando
el neurótico o el perverso tienen que simbolizarlo lo hace literalmente en última instancia por

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medio del falo. El significante el significado en general, es el falo.
EL falo entra ya en juego tan pronto el sujeto aborda el deseo de la madre. Este falo esta velado,
estará velado hasta el fin de los siglos porque es un significante último en la relación del
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significante con el significado. Hay en efecto pocas posibilidades de que se muestre nunca de un
modo que no sea su naturaleza de significante, es decir, de que revele verdaderamente qué
significa en cuanto significante.
El deseo de la madre no es simplemente el objeto de una búsqueda enigmática que deba conducir
al sujeto, en el curso de su desarrollo, a trazar en él ese signo, el falo, para que éste entre a
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continuación en la danza de lo simbólico, sea el objeto preciso de la castración y se le devuelva al


fin bajo una forma distinta, para que haga y sea lo que ha se hacer y ser. Lo es, lo hace, pero aquí
estamos en el momento en que el sujeto se enfrenta con el lugar imaginario donde se sitúa el
deseo de la madre, y ese lugar está ocupado.
El fantasma masoquista de fustigación (2do tiempo del fantasma) trata de un acto simbólico, y la
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propia forma que interviene en el fantasma, el látigo o la vara, tiene en sí misma el carácter, la
naturaleza de algo que en el plano simbólico se expresa mediante una tachadura. Lo que
interviene ante todo es algo que borra al sujeto, lo tacha, lo anula, algo significante. El carácter
fundamental del fantasma masoquista tal como existe en el sujeto es la existencia del latigo.


Lo único que queda es el material del significante, ese objeto, el látigo, que permanece como un
signo hasta el final, hasta el punto de convertirse en eje de la relación con el deseo del Otro.
El carácter de generalidad del último fantasma evidencia la relación con el otro semejante y
significa que los seres humanos están todos bajo la misma férula. Entrar en el mundo del deseo es
para el ser humano experimentar la ley impuesta. La función del fantasma terminal es manifestar
una relación esencial del sujeto con el significante.
Freud introduce el más allá del principio de placer y es la tendencia de la vida a volver a lo
inanimado. El ultimo motor de la evolución libidinal el volver al reposo de las piedras. No hay
retorno a cero más radical que la muerte.

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