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Cap XV: La niña y el falo

Se trata especialmente de Freud, a propósito de la posición fálica en la mujer, y más


exactamente de lo que se llama la fase fálica.
Concentrado lo que dijimos lo formulamos aquí, de forma compacta como una demanda
significada.
He aquí dos términos que constituyen uno solo.Demando te significo mi demanda como se
dice Le significo una orden, le significo un decreto.Esta demanda implica pues al otro, a
quien se le exige, pero también a aquel para quien esta demanda tiene un sentido, un otro
que, entre otras dimensiones tiene la de ser el lugar donde ese significante tiene su
importancia. El segundo término el de significada en el sentido en que te significo algo, te
significo mi voluntad, es ahí el punto importante en el hemos pensado especialmente. Dicho
término implica en el sujeto la acción estructurante de significantes constituidos con
respecto a la necesidad en una alteración esencial, debida a la entrada del deseo en la
demanda.
Ya conocen la afirmación de Freud sobre el sueño, que el sueño expresa un deseo. Pero a
fin de cuentas, ni siquiera hemos empezado a preguntarnos qué es ese deseo del sueño del
que hablamos. Hay más de uno en un sueño. Son los deseos del día los que proporcionan
la oportunidad, el material, mientras que como todos saben, lo que nos importa es el deseo
icc.
Este deseo icc, ¿por que lo reconoció Freud en el sueño? ¿en nombre de que? ¿cómo se
reconoce? No hay nada en el sueño que corresponda a cómo se manifiesta un deseo
gramaticalmente.
Lo que Freud reconoce como deseo en el sueño se distingue ciertamente por lo que yo les
digo, por la alteración de la necesidad. En el fondo está enmascarado porque se articula en
un material que lo transforma. Esto pasa por cierto número de modas, imágenes, que están
ahí en cuanto significantes, lo cual supone por lo tanto la intervención de toda una
estructura.
Esta estructura es sin duda la del sujeto, en la medida en que en ella deben de operar cierto
número de instancias, pero solo las reconocemos a través de lo siguiente, lo que ocurre en
el sueño está sometido a las modas y a las transformaciones del significante, a las
estructuras de la metáfora y de la metonimia de la condensación y del desplazamiento. Lo
que de la ley la expresión del deseo en sueño es, ciertamente, la ley del significante. Es a
través de una exégesis de lo que está articulando en un sueño en particular como
descubrimos algo que es, ¿que a fin de cuentas?. Algo que quiere hacerse reconocer, que
participa en una aventura primordial, que esta ahi inscrito y que se articula y que nosotros
siempre relacionamos con algo originial que ocurrio en la infancia y fue reprimido. A eso, le
damos la primacía de sentido en lo que se articula el sueño.
Ahí se presenta algo que es absolutamente último en cuanto a la estructuración del deseo
del sujeto. Ahora podemos articularlo, es la aventura primordial de lo que ocurrió en torno al
deseo infantil, el deseo esencial que es el deseo del otro, o el deseo de ser deseado.Lo que
se ha inscrito en el sujeto a lo largo de esta aventura queda ahí permanente, subyacente.
Un deseo icc se expresa a través de la máscara de lo que habrá proporcionado
ocasionalmente al sueño material. Nos es significado a través de las condiciones siempre
particulares que le impone al deseo la ley del significante.
Aquí trato de enseñarles a sustituir la mecánica, la economía de las gratificaciones, de los
cuidados, de las fijaciones, de las agresiones, por la noción fundamental de la dependencia
primordial del sujeto respecto al deseo del otro. Lo que se ha estructurado en el sujeto pasa
siempre por la mediación de aquel mecanismo por el cual su deseo está en si mismo
modelado por las condiciones de la demanda. He aquí que se inscribe, a medida que se
desarrolla la historia del sujeto, en su estructura, son las peripecias, los avatares, de la
constitución de dicho deseo, en tanto está sometido a la ley del deseo del otro. Esto hace
del deseo más profundo del sujeto, el que permanece suspendido en el icc, la suma, la
integral, de esa D mayúscula, el deseo del otro.
Solo esto puede darle un sentido a la evolución que ustedes conocen del análisis, que tanto
ha insistido en la relación primordial con la madre y ha acabado por eludir, o por parecer
que elude, toda dialéctica ulterior, incluso la dialéctica edípica.
Lo importante, no es la frustración en cuanto tal, a saber, algo real que se le ha dado mas o
menos o no se le ha dado al sujeto, es aquello en lo que el sujeto ha descubierto y le ha
echado el ojo a aquel deseo del otro que es el deseo de la madre. Y lo que cuenta es
hacerle reconocer, con respecto a lo que en la madre es una x de deseo, que hace que se
haya visto llevado a convertirse o no en lo que responde a eso, a convertirse o no en el ser
deseado.
Melanie Klein descubrió muchas cosas. Pero el formulario simplemente como la
confrontación del niño con el personaje materno, termina en una relación especular, en
espejo. Por esta razón el cuerpo materno se convierte en el recinto y habitáculo de todo lo
que en él puede localizarse por proyección, de las pulsiones del niño, las cuales están a su
vez motivadas por la agresión debida a una decepción fundamental. En esta dialéctica nada
puede sacarnos de un mecanismo de proyección ilusoria, de una construcción del mundo a
partir de una especie de autogénesis de fantasmas primordiales. La génesis del exterior
como lugar de lo malo resulta puramente artificial y somete todo acceso ulterior a la realidad
a una pura dialéctica de fantasía.
Para el sujeto, el exterior está dado de entrada. no como algo que se proyecta desde el
interior del sujeto, de sus pulsiones, sino como el sitio, el lugar donde se sitúa el deseo del
otro y donde el sujeto ha de ir a su encuentro. Solo así podemos hallar la solución de las
aporías que engendra esta vía kleiniana, lleva a eludir por completo o reconstruir, de forma
implícita cuando ella misma no se da cuenta, pero de forma ilícita por carecer de
justificación, la dialéctica primordial del deseo tal como Freud la descubrió, la cual supone
una relación tercera que hace intervenir, más allá de la madre, incluso a su través, la
presencia del personaje deseado o rival, pero siempre tercero, que es el padre.
La ausencia de la madre o su presencia le ofrece al niño, planteado como término
simbólico, no es el sujeto, por la sola introducción de la dimensión simbólica, la posibilidad
de ser o no un niño demandado.
El tercer término es esencial porque es el que permite todo esto o lo prohíbe. Se establece
más allá de la ausencia o presencia de la madre, presencia significante, lo que permite o no
manifestarse.
El sujeto le ofrece su vida concreta y real, que se acompaña ya de los deseos en el sentido
imaginario, en el sentido de la captura, en el sentido de hay imágenes que lo fascinan, en el
sentido de que con respecto a dichas imágenes, se siente como yo, como centro como amo
o como dominado.
En relación imaginaria, la imagen de sí, del cuerpo desempeña en el hombre un papel
primordial y acaba dominandolo todo.La reduccion de las imagenes cautivantes a la imagen
central de la imagen del cuerpo no carece de vínculo con la relación fundamental del sujeto
con la triada significante. Esta relación con la triada significante introduce aquel tercer
término por el cual el sujeto, más allá de su relación dual, de su relación fascinada con la
imagen, demanda, por así decirlo, ser significado. Por esta razón hay en el plano de lo
imaginario 3 polos.
En la constitución mínima del campo simbólico más allá del yo y de mi imagen, algo ha de
señalar que mi deseo debe ser significado en la medida en que pasa por una demanda que
ha de significar en el plano simbólico, se requiere un símbolo general de ese margen que
siempre separa de mi deseo y debido al cual mi deseo siempre está marcado por la
alteración que experimenta por la entrada en el significante. Hay un símbolo general de ese
margen, de esta falta fundamental necesaria para introducir mi deseo en el significante, y
hacer de él el deseo al que me enfrento en la dialéctica analítica. Este símbolo designa el
significado en tanto que siempre es significado, alterado, incluso significado erróneamente.
La función constituyente del falo en la dialéctica de la introducción del sujeto a su existencia
pura y simple y a su posición sexual es imposible de deducir si no hacemos de él el
significante fundamental por el que el deseo del sujeto ha de hacerse reconocer como tal
deseo, trátese del hombre o de la mujer.
El hecho es que el deseo, sea cual sea, tiene en el sujeto esta referencia fálica. Es el deseo
del sujeto pero en tanto que el propio sujeto ha recibido su significación de un signo con el
que ha de sostener su poder de sujeto, y este signo solo lo obtiene si se mutila de algo a
cuenta de cuya falta irá todo el resto.
Freud nos demostró que la introducción del sujeto en la dialéctica que le permitiría ocupar
un lugar y un puesto en la transmisión de los tipos humanos, que le permitirá convertirse a
su vez en el padre, no se llevará a cabo en absoluto sin eso que hace un momento he
llamado la mutilación fundamental gracias a la cual el falo se convertirá en el significante del
poder,gracias a la cual también la virilidad podrá ser asumida. El mismo falo se presenta en
el centro de la dialéctica femenina.
La niña igual que el niño desea en primer lugar a la madre. solo hay una única forma de
desear. Primero la niña se cree dotada de un falo así como cree que su madre está dotada
de un falo.
Esto significa que, debido a la evolución natural de las pulsiones de transferencia en
transferencia a través de las fases instintuales desde la forma del seno pasando por cierto
número de otras se llega hasta aquel fantasma fálico mediante el cual a fin de cuentas la
niña se presenta con respecto a la madre en posición masculina. En consecuencia en su
caso ha de intervenir algo más complejo que en el del niño para que reconozca su posición
femenina no solo no se sostiene en nada al principio sino que resulta fallido desde el
comienzo.
La niña que todavía toma el pecho manifiesta cierta emoción sin duda vaga pero que no es
absolutamente injustificado relacionar con alguna emoción corporal profunda, difícil sin duda
de localizar a través de los recuerdos pero que permitiría establecer la ecuación mediante
una serie de transmisiones entre la boca de amamantamiento y la boca vaginal y por otra
parte en el estado desarrollado de la feminidad con la función del órgano absorbente e
incluso chupador.
Es algo que se puede distinguir en la experiencia y que proporciona la continuidad mediante
la cual si sólo se tratara de una migración de la pulsión erógena, veríamos trazada la vida
real de la evolución de la feminidad en el plano biológico.
Jones nos propone una teoría que se opone punto a punto a lo que Freud por su parte nos
articula como un dato de la observación, la fase fálica de la niña pequeña se basa según él
en una pulsión cuyas bases naturales nos demuestran dos elementos: el primero es la
bisexualidad biológica primordial, pero es un punto, hay que reconocerlo, bastante lejos de
nuestro alcance como muy bien podemos decir coincidiendo con el. El órgano clitoridiano de
los primeros placeres vinculados con la masturbación puede proporcionar el inicio del
fantasma fálico que desempeña el papel decisivo que nos dice Freud. La fase fálica es una
fase fálica clitoridiana el pene fantasmático es una exageración del pequeño pene
efectivamente presente en la anatomía femenina.
Es en la decepción y en la salida que, tal como es engendrada por esta decepción de este
rodeo fundado no obstante por él en un mecanismo natural, que Freud nos da el resorte de
la entrada de la niñita en su posición femenina, y es en ese momento, nos dice, que el
complejo de Edipo juega el rol normativo que debe jugar esencialmente, pero lo juega en la
niñita en su posición femenina, y es en ese momento, nos dice, que el complejo de Edipo
juega el rol normativo que debe jugar esencialmente, pero lo juega en la niñita a la inversa
que en el niño. El complejo de Edipo le da el acceso a ese pene que le falta, por intermedio
de la aprehensión del pene del macho, ya sea que lo descubra en algún compañero, sea
que ella lo situé, o que lo descubra de igual forma en el padre.
Es por intermedio del desencanto, de la desilusión de algo en ella en relación a esta fase
fantasmática de la fase fálica, que la niñita es introducida en el complejo de Edipo, como lo
ha teorizado una de las primeras analistas en seguir a Freud en este terreno, madama
Lampl de Groot, la niñita entra en el complejo de Edipo por la fase inversa del complejo de
Edipo, ella se presenta en un comienzo en el complejo de Edipo, en una relación con la
madre, y es en el fracaso de esta relación con la madre que ella encuentra la relación con el
padre, con lo que, más tarde, para ella se encontrará así normativizado por la equivalencia,
en principio, de ese pene que ella no poseerá jamás, con el niño. Ella podrá en efecto tener,
ella podrá dar en su lugar.
Hay tres modos a través de esta entrada y de esta salida del complejo de Edipo que nos
son mostrados por Freud acerca de la fase fálica.
Hay penis-neid en el sentido de fantasma , a saber, este voto, este anhelo larga tiempo
conservado, a veces conservado por toda la vida; y Freud insiste bastante sobre el carácter
irreductible de este fantasma cuando es este el que se mantiene en primer plano: el
fantasma de que el clítoris sea un pene. Es un primer sentido del penis-neid.
Hay otro sentido, penis-neid tal como interviene cuando lo que es deseado es el pene del
padre, es decir el momento en el que el sujeto ve, en la realidad del pene, allí donde está el
lugar en donde ir a buscar la posesión del pene, que el Edipo es la situación no solamente
prohibida, sino imposibilidad fisiológica cuya situación, el desarrollo de la situación, la ha
frustrado. Luego está la función de esta evolución en tanto que ella hace surgir en la niñita
el fantasma de tener un hijo del padre, es decir, de tener este pene bajo la forma simbólica.
Recuerden ahora lo que a propósito del complejo de castración, les he enseñado a
distinguir entre castración, frustración y privación.

Una frustración es algo imaginario que se sustenta(130) en un objeto bien real. Es bien
esto, que el hecho de que la niñita no reciba el pene del padre es una frustración. Una
privación es algo totalmente real, que no se sustenta más que sobre un objeto simbólico, a
saber, que cuando la niña no tiene el hijo del padre, al fin de cuentas no ha sido jamás
cuestión de que ella lo tenga. Es incapaz de tenerlo. El hijo, por otro lado, no está allí más
que como símbolo, y símbolo precisamente de eso de lo que ella está realmente frustrada, y
es bien, en efecto, a título de privación que este deseo del hijo del padre interviene en un
momento de la evolución.
Queda pues, lo que corresponde a la castración, a saber, a eso que simbólicamente amputa
al sujeto de algo imaginario, y en la ocasión de un fantasma, corresponde bien, cualquiera
que este sea. Freud está aquí en la justa línea cuando nos dice que la posición de la niñita
en relación a su clítoris, es en tanto que en un momento dado ella debe renunciar a este
clítoris como ella, al menos, lo conservaba a título de esperanza, a saber, que tarde o
temprano devendría algo tan importante como un pene. Es bien a este nivel que
estructuralmente se encuentra el correspondiente de la castración, si ustedes se acuerdan
lo que he creído deber articular cuando les hablé de la castración, en el punto electivo en el
que se manifiesta, es decir en el niño.
Jones nos dice que es conveniente abordar por la experiencia, que es la única de oponer; y
él hace sus oposiciones de una manera más marcada, que la exposición gana en pureza,
en claridad, en soporte a la discusión.
Es necesario observar, en un principio, que la experiencia nos muestra que es difícil
—cuando uno se acerca al niño— de asir esta pretendida posición masculina que sería la
de la niñita en la fase fálica en relación a su madre. Cuanto más nos remontamos al origen,
más nos encontramos confrontados que aquí es crítico. Me disculpo si siguiendo este texto,
vamos a encontrarnos ante un cierto número de objetos que aparecen en relación a la línea
que trato aquí de dibujarles, en posiciones algunas veces un poco laterales, pero que valen
en ser relevadas por lo que ellas revelan. Las suposiciones de Jones, se las digo
enseguida, están esencialmente dirigidas hacia algo que articula claramente al final de su
artículo: una mujer ¿es ella un ser "born", es decir, nacido como tal, como mujer? ¿o ser un
ser "made", fabricado como mujer? Y es aquí que sitúa su interrogación. Es esto lo que lo
subleva contra la posición freudiana. Hay dos términos que van a ser de alguna manera el
punto hacia el cual avanza su camino, algo que es la salida de una suerte de resumen de
hechos que, en la experiencia concreta junto al niño, permite, ya sea objetar o sea algunas
veces también confirmar, pero en todos los casos corregir la concepción freudiana. No
obstante todo lo que anima su demostración, es lo que al final plantea como cuestión, una
especie de sí o no, que para él es absolutamente redhibitorio, incluso, de una elección
posible. No puede tener en su perspectiva una posición tal que la mitad de la humanidad
esté compuesta por seres que en alguna forma sería "made", es decir, fabricados en el
desfiladero edípico
. Es verdad que observamos en la mujer, en la niñita en un cierto momento de su evolución,
algo que representa esta puesta en primer plano, esta exigencia, este deseo que se
manifiesta bajo la forma ambigua del penis-neid, y que para nosotros es tan problemática.
Es una formación de defensa, es un rodeo, es algo —explica él— comparable a una fobia, y
la salida de la fase fálica es esencialmente algo que se debe concebir como la curación de
una fobia que sería, en suma, una fobia muy difundida, una fobia normal, pero
esencialmente del mismo orden y del mismo mecanismo. He aquí algo, ustedes lo ven ya
que en suma, tomo el partido de saltar al corazón de su demostración, he aquí algo que
para nosotros es extraordinariamente propicio para nuestra reflexión, por ellos ustedes
todavía recuerden quizás la manera en que traté de articularles la función de la fobia.
Si la relación de la niña con el falo debe ser concebida como dice Jones, con toda seguridad
nos acercamos a la concepción de yo les planteo cuando les digo que es a título de un
elemento significante privilegiado como interviene el falo en la relación edípica de la niña
pequeña.
Los dibujos de los niños nos muestran que el imperio materno contiene lo que he llamado
los reinos combatientes, el niño es capaz de dibujar en el interior de esos campos los
significantes que Melanie Klein localiza los hermanos, las hermanas, los excrementos. Todo
ello cohabita en el cuerpo materno, puesto que ella distingue lo que la dialéctica del
tratamiento permite articular como el falo paterno. Este estaría ya presente como un
elemento nocivo y rival con respecto a las exigencias del niño en cuanto a la posesión del
contenido del cuerpo materno.
Jones se ve llevado a decirnos que el falo sólo puede intervenir como medio y coartada de
una especie de defensa. Supone pues que en el origen, en el que la niña pequeña se
encuentra libidinalmente interesada es en una cierta aprehensión primitiva de su propio
órgano femenino y pasa a explicarnos por qué es más preciso que esta aprehensión de su
vagina.
El clítoris como es por su parte exterior servirá para que el sujeto proyecte en él sus
angustias y con mayor facilidad será el objeto de su reaseguro al poder experimentar
mediante sus propias manipulaciones. En la evolución de la mujer, ella dirigirá siempre a
objetos exteriores.
Esta dialéctica lo lleva a presentar la fase fálica como una posición fálica que le permite al
niño alejar la angustia centrandola en algo accesible mientras sus propios deseos orales o
sádicos dirigidos al interior del cuerpo materno suscitan temores de represalia y le parecen
un peligro capaz de amenazarla a ella en interior de su propio cuerpo. Tal es la génesis que
atribuye Jones a la posición fálica como fobia.
el falo entra en juego, que a continuación, por otro lado, igualmente es capaz de
redesaparecer de la escena, porque los temores ligados a la hostilidad podrán ser
moderados, y trasladados igualmente a otro lado, sobre otros objetos, la madre por ejemplo,
o la erogeneidad y la ansiedad en tanto que están ligadas a los órganos profundos, de igual
modo podrán por el proceso mismo de un cierto número de ejercicios masturbatorios,
desplazarse, y que al fin de cuentas, dice, la relación devendrá menos parcial al objeto
femenino, que podrá desplazarse sobre otros objetos, que seguidamente la angustia, (en
suma innombrable, la angustia original, ligada al órgano femenino, lo que es en el infante al
fin de cuentas, en el infante niña el correspondiente de las angustias de castración en el
varón), podrá variar por este temor de ser abandonada, que al decir de Jones, devendrá
más característico de la psicología femenina.
El vínculo a la fase fálica es de naturaleza pulsional. La entrada a la feminidad se produce a
partir de una libido que de naturaleza es activa, y que desembocará en la posición femenina
en la medida en que esta posición frustra llegará por una serie de transformaciones y de
equivalencias a hacer del sujeto una demanda, y acepta de muchos otros, que es el
personaje parental, algo que vendrá a colmar su deseo.
El presupuesto, por otro lado plenamente articulado por Freud, es que la exigencia infantil
primordial es, como él dice, sin objetivo. Lo que exige es todo, y es por el desencanto, si así
se puede decir, de esta exigencia, por otro lado imposible de satisfacer, que el infante entra
poco a poco en una posición más normativa. Hay aquí algo, de seguro, que por
problemático que sea, comporta cierta apertura que va a permitirnos articular el problema
en términos de deseo y de demanda, que son aquellos sobre los cuales trato aquí de poner
el acento.
La historia de la fobia fálica no es más que un rodeo en el pasaje de una posición; de aquí
en más, primordialmente determinada. La mujer es "born", ella es nacida, ella es nacida
como tal, en una posición que de aquí en más es aquella posición de boca, de una boca
absorbente, de una boca chupadora. Ella va a reencontrar después de la reducción de su
fobia, lo que no es más que un simple rodeo en relación a su posición primitiva. Lo que
ustedes llaman pulsión fálica es pura y simplemente artificialismo de una fobia
contradescrita evocada en el infante por su hostilidad y su agresión al lugar de la madre. No
hay aquí más que un puro rodeo, y la mujer cambiará entonces con pleno derecho, a una
posición que es una posición vaginal.
El falo es absolutamente inconcebible en la dinámica, la mecánica kleiniana, más que
implicado, de aquí en más, como siendo el significante de la falta, el significante de esta
distancia de la demanda del sujeto a su deseo, que hace que para este deseo sea
encontrado, deba ser hecho siempre una cierta deducción de esta entrada necesaria en el
ciclo significante, que si la mujer debe pasar por este significante, por paradojal que sea, es
por tanto que esto de lo que se trata para ella no es pura y simplemente hembra, sino de
entrar en una dialéctica que está descartada en el hombre por el hecho de la existencia de
significante por todas las prohibiciones que constituyen la relación de Edipo; dicho de otro
modo, hacerla entrar en el ciclo de los intercambios de la alianza y del parentesco, es decir,
de devenir ella misma este objeto de intercambio.
Lo que puntúa en ella este hecho de deber como el hombre, por otro lado, inscribirse en el
mundo del significante, es esta necesidad hacia un deseo, hacia algo que en tanto que
significado, deberá quedar siempre a una cierta distancia, a un cierto margen de lo que sea
que pueda trasladarse a una necesidad natural, por tanto que precisamente por ser
introducido en esta dialéctica, algo de esta relación natural debe ser amputado, debe ser
sacrificado, ¿con qué fin? Precisamente para que esto devenga el elemento significante
mismo de esta introducción en la demanda.
aquello por lo que las mujeres, por las leyes diversamente estructurados en las estructuras
elementales de seguro mucho más simplemente estructuradas, pero que acarrean efectos
más bien complejos en las estructuras complejas del parentesco. Lo que observamos en la
dialéctica de la entrada del infante en este sistema del significante, es de alguna manera al
revés de este pasaje de la mujer como tal, como objeto significante, en lo que podemos
llamar entre comillas "la dialéctica social", ya que bien entendido el término social debe
estar puesto aquí con todo el acento que lo muestra dependiente, justamente de la
estructura significante y combinatoria. Lo que vemos al revés es el resultado que para que
el infante entre en esta dialéctica significante, ¿qué observamos?. Muy precisamente esto:
que no hay ningún otro deseo del que él dependa más estrechamente y más directamente,
que del deseo ¿de qué?. De la mujer, del deseo de la mujer en tanto que esta precisamente
significado por aquello que a él le falta, y por el falo.
El niño no se encuentra sólo frente a la madre, sino frente a la madre y a algo que es
justamente el significante de este deseo, a saber el falo. Nos encontramos ante lo que será
el objeto de mi lección la próxima vez. Es esto: de dos cosas la una: o el infante entra en la
dialéctica, es decir, que se hace a sí mismo objeto en esta corriente de intercambios, es
decir, en un momento dado renuncia a su padre y a su madre, a los objetos primitivos de su
deseo, pero que es en la medida en que preserva estos objetos, es decir, en que sostiene
este algo que es para él mucho más que su valor, ya que el valor justamente es aquello que
puede intercambiarse y aquello que existe, a partir del momento en que los reduce a puros
significantes, pero es en la medida en que él está ligado a estos objetos en tanto que
objetos de su deseo, es aquí siempre en tanto que el apego edípico está conservado, es
decir, donde el complejo de Edipo, donde la relación infantil con los objetos parentales no se
pasa, es en la medida en que no se pasa y estrictamente en esta medida que vemos.
estas inversiones o estas perversiones del deseo que muestran que en el interior de la
relación imaginaria con los objetos edípicos, no hay normativización posible, no hay
normativización posible, precisamente en esto: que existe siempre entero —con respecto a
la relación más primitiva, a la relación del infante con la madre— este falo en tanto que
objeto de deseo de la madre, es decir, lo que pone al infante con esta suerte de barrera
infranqueable de la satisfacción de su propio deseo que es el de ser él el deseo exclusivo
de la madre. Es esto lo que lo empuja a una serie de soluciones que serán siempre de
reducción o identificación de esta tríada, del hecho de que es necesario que la madre sea
fálica, o que el falo esté puesto en el lugar de la madre misma; es el fetichismo, o que él
mismo reúna en él de alguna forma, de una manera íntima, esta reunión del falo y de la
madre, sin la cual nada para él puede ser satisfecho: es el travestismo. Brevemente, es
precisamente en la medida en que el infante, es decir, el ser en tanto que entra con
necesidades naturales en esta dialéctica, no renuncia a su objeto, que su deseo no
encuentra satisfacción, y no encuentra satisfacción más que renunciando en parte, que es
esencialmente lo que he articulado al principio, diciéndoles que debe devenir demanda, es
decir, deseo en tanto que significante, significado por la intervención y la existencia del
significante, es decir, en parte deseo alienado.

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