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En este documento no podemos prescindir de una visión más general del cristianismo y del
mensaje evangélico. Por ello, previamente haremos algunas observaciones.
Como dijimos la aparición del cristianismo marca la división más profunda en la historia del
pensamiento, puesto que inaugura una nueva era en la historia general (la historia se divide en
antes y después de Cristo), ello se ve reflejado en el pensamiento y particularmente en la filosofía.
Sumado a ello, en lo que a nuestra civilización occidental respecta, el cristianismo es, junto con el
pensamiento griego, uno de sus componentes fundamentales, de suerte tal que no
comprenderíamos nuestra propia civilización sin comprender su base cristiana.
Hay que distinguir una primera etapa del pensamiento cristiano en la que no se desarrolla una
idea de derecho, de una organización institucional y de una regulación normativa de las relaciones
intersubjetivas, aunque están enunciados principios básicos; y una segunda etapa, en la cual ya se
había formado y extendido una sociedad cristiana, que tomó forma y que acabó por establecer un
derecho propiamente dicho.
En lo que respecta a esta primera etapa, observamos enunciados que de carácter social de
tangencial contenido jurídico. La idea de derecho no está en el centro del Evangelio, pues éste
anuncia una realidad mística, el Reino de Dios, que no se rige en modo alguno por normas de
coexistencia ni está compuesto por instituciones jurídicas. Por el contrario, Jesús convoca a los
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hombres a la unidad con Dios; una unidad ontológica, en la que los hombres se integran, en la que
se realiza la verdadera esencia; de aquí deriva un nuevo modo de vivir. Jesús llama a todos los
hombres al Reino sobrenatural de los cielos, que se realiza sobre todo en los corazones, por medio
del amor de Dios y cuyo premio consiste en la valoración actual de la humanidad que vive en este
mundo divinizada, que ya vive en la tierra unida a Dios, no en la retribución jurídica de una
conducta conforme a la ley.
Sin embargo, es con el cristianismo con el que la idea del hombre queda notablemente
enriquecida, con todas las consecuencias que ello implica en la vida jurídica. Aquí emerge el
concepto de persona: el hombre aparece como un ser racional que trasciende de ser una mera
parte del género humano o de la civitas. Con el cristianismo, cada hombre es considerado
individualmente y es objeto del amor de Dios y de la salvación de Jesucristo. Cada hombre es
valioso individual y singularmente considerado, de lo que derivó una necesidad de elaborar un
nuevo concepto distinto del de mero individuo, un concepto que represente a dicho individuo o
sustancia individual pero que lo distinga, dotado de una particular dignidad y especial singularidad
y que lo torne inconfundible con la especie y con la sociedad. Nótese la importancia de lo que
estamos diciendo: el hombre no es “mera parte de…” sino que el hombre es importante “por sí”, y
cada uno individualmente considerado; luego es “parte de”. Cada persona es un fin en sí misma,
con su libertad inalienable.
Esto que decimos se verifica en algunos pasajes bíblicos en los que se lee que Dios no hace
acepción de personas, o que son todos igualmente hijos ante El: todos los hombres son iguales en
dignidad.1
En este contexto del Nuevo Testamento, la figura de San Pablo deviene ineludible. Los textos
paulinos se mueven en un contexto puramente teológico, bien distinto de las preocupaciones
filosóficas, pero dejando claramente establecidos una serie de principios que posteriormente
serían recogidos por otros filósofos cristianos e importantes para la historia de la filosofía del
derecho. Veamos:
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Rom 2, 11; Gal 2, 5; Col 3, 25; Mt 6, 8-9; 10, 20; Lc 6, 35-36, entre otros.
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contraponer a aquella justicia farisaica, la nueva “justicia” cristiana, la santidad, la perfección que
Dios nos otorga mediante la gracia y la fe.
Sucede que, en el Antiguo Testamento, la ley estaba ligada a la carne, a la condición y fines
temporales del hombre en el estado de naturaleza caída, pero con Cristo, la carne es redimida y
las cosas del mundo son trascendidas. Por ello, según San Pablo, uno no se hace justo por el
cumplimiento de la ley, sino solamente por la fe en Jesucristo. Fue Jesucristo quien viene a
anunciar una nueva “ley”, la cual es la vida de Dios en el hombre y produce como fruto el amor a
Dios y al prójimo.
Pero es también este autor quien nos habla de una ley escrita en el corazón del hombre,
concepción de la cual derivarán luego una serie de principios desarrollados por filósofos cristianos
posteriores, a saber: 1) existe una ley natural, escrita en los corazones, en el ser del hombre; b)
esta ley se manifiesta en la conciencia; c) el contenido de la ley natural es el mismo de la moral
escrita en la ley mosaica. la vida social y la existencia de la autoridad también pertenecen al orden
natural querido por Dios, y han de llevarse a cabo según las leyes de Dios.
Paulatinamente los cristianos dejaron de ser perseguidos y fueron influyendo en la sociedad con
su doctrina y su modo de vida. También comenzó a notarse visiblemente la Iglesia, como
comunidad de los cristianos que tiene su propia organización. El influjo cristiano en la sociedad
civil penetró con los principios que hemos señalado, dando un nuevo cariz al derecho romano. A
su vez, la Iglesia para su organización interna asumió muchos elementos del derecho romano. Este
proceso de mutua influencia es lo que se ha dado en llamar la juridificación de la sociedad cristiana
y de la Iglesia, lo cual tuvo importantes y beneficiosos efectos puesto que difundió principios de
respeto a la persona, inspiración de la autoridad en principios trascendentes, de reconocimiento
de la superioridad del amor y la benevolencia en las relaciones entre los hombres.
Finalmente, con una sociedad cristiana organizada con su estructura jurídica y consecuentemente
con su derecho, se elaboró una teoría del mismo, dando inicio así a una doctrina cristiana que se
relacionaba con la sociedad y el derecho que se tradujo en una asimilación de los valores cristianos
por parte de la cultura greco-romana, que finalmente terminó facilitando la difusión del
cristianismo en todos los territorios del bajo mediterráneo, en la cultura helénica y en la latina.
Se fue perfilando entonces, el primer periodo de la filosofía cristiana, el cual se suele denominar
de la patrística, de lo que nos ocuparemos en otro documento.