c. Contra el subjetivismo
Sostiene que la conciencia moral no es una instancia creadora del bien y por tanto debe ser
formada a la luz de la verdad. El juicio último de la consciencia debe dejarse iluminar por
la ley divina, norma universal y objetiva de la moralidad.
En la parte tercera de la encíclica habla del bien moral para la vida de la Iglesia y del
mundo.
Mirando al Señor Jesús, la Iglesia descubre el auténtico sentido de la libertad: la entrega de
sí mismo por amor, en el servicio a Dios y a los hermanos. También descubre que la ley de
Dios expresa, en los mandamientos y en su carácter absoluto, las exigencias del amor. Las
normas universales e inmutables están al servicio de la persona y de la sociedad. La
renovación profunda de la vida social y política, cuya necesidad crece en la humanidad
actual, puede realizarse solamente si la libertad va de acuerdo con la verdad.
b. El amor conyugal:
La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando este es considerado
en su fuente suprema, Dios es amor. El matrimonio es una institución divina para realizar
en el mundo su designio de amor. Amor que se manifiesta en la donación mutua para
colaborar con Dios en la obra de la generación y educación de las nuevas vidas. Pues entre
los bautizados esta unión matrimonial reviste de carácter sacramental.
Bajo esta luz aparecen claramente las notas y las exigencias características de amor
conyugal:
2. Amor total: es una forma singular de amistad personal, con lo cual los esposos
comparten todo sin reservas indebidas o cálculos egoístas.
3. Amor fiel y exclusivo: hasta la muerte, así lo conciben los esposos el día en que
asumen libremente y con plena conciencia el empeño del vínculo matrimonial.
4. Amor fecundo: que no se agota entre la comunión de los esposos, sino que está
destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas.
Esto supone la fidelidad para que sea un verdadero acto de amor, de donación exclusiva de
los esposos y que sea, además, una relación para siempre, junto a la unión, el acto debe ser
ante todo humano, de donde se conjuguen el sentimiento y el espíritu.
La donación mutua y total es manifestación y concretización del designio divino sobre los
esposos, y participar en la procreación un amor que debe ser fecundo, abierto a la
generación de nuevas vidas, que no son más que el don de Dios al matrimonio y
contribuyen al bien de los propios padres.
c. Inseparables los dos aspectos: Unión y Procreación:
Está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede
romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado
unitivo y el significado procreador. El acto conyugal mientras une profundamente a los
esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el
ser mismo del hombre y de la mujer.
Es la conciencia del conocimiento y del respeto de las funciones biológicas, del dominio
necesario de éstas por la razón y por la voluntad y el reconocimiento de los deberes para
con Dios. Para consigo mismo, para con la familia y la sociedad. La procreación siempre ha
sido una actividad humana responsable, lleva consigo el deber correspondiente de cuidar de
la educación física y espiritual de la prole.
17.3.1. Respeto a los Embriones humanos: el ser humano ha de ser respetado como
persona, desde el primer instante de su existencia. La Iglesia considera que el aborto y el
infanticidio son crímenes abominables, por tanto, en virtud de la naturaleza e identidad,
desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la
del padre ni de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo.
La doctrina recordada ofrece el criterio fundamental para la solución de los problemas
planteados por el desarrollo de las ciencias biomédicas en este campo: puesto que el
embrión debe ser tratado como persona, en el ámbito de la asistencia médica el embrión
también habrá de ser defendido por su integridad, cuidado y sanado, en la medida de lo
posible, como cualquier otro ser humano.
a. Intervenciones terapéuticas:
Sea cual sea el tipo de terapia médica, quirúrgica o de otra clase, es preciso el
consentimiento libre e informado de los padres, según las reglas deontológicas previstas
para los niños.
Son lícitas las intervenciones sobre el embrión humano siempre que no lo ponga en riesgos
desproporcionados, que tengan como fin la curación, la mejora de sus condiciones de salud
o su supervivencia individual; una acción de este tipo se sitúa de hecho en la lógica de la
tradición moral cristiana
b. Investigación y experimentación
La intervención médica debe renunciar a intervenir sobre embriones vivos, a no ser que
exista la certeza moral de que no causará daño alguno a su vida y a su integridad ni a la
vida de la madre, y sólo en el caso que los padres hayan otorgado su consentimiento, libre e
informado, a la intervención sobre el embrión.
Será ilícita cuando, a causa de los métodos empleados o de los efectos inducidos, implicase
un riesgo para la integridad física o la vida del embrión.
Por eso, utilizar el embrión humano o el feto, como instrumento de experimentación, es un
delito contra su dignidad de ser humano, que tiene derecho al mismo respeto debido al niño
ya nacido y a toda persona. Por otro lado, los cadáveres de embriones o fetos humanos,
voluntariamente abortados o no. En particular no puede ser objeto de mutilación o autopsia
si no existe seguridad de su muerte y sin el consentimiento del padre o de la madre.
Además, se debe salvaguardar la exigencia moral de que no haya habido complicidad
alguna con el aborto voluntario, y de evitar el peligro de escándalo. También en el caso de
los fetos muertos como cuando se trata de cadáveres de personas adultas, toda práctica
comercial es ilícita y debe ser prohibida.
El hombre es rey y señor no solo de las cosas, sino también de sí mismo y en cierto sentido,
de la vida que se le ha sido dada y que puede transmitir por medio de la generación,
realizada en el amor y en el respeto del designio divino. Sin embargo, no se trata de un
señorío absoluto, sino ministerial. Él es el administrador del plan establecido por el
Creador.
El mandamiento de no matar comporta una actitud positiva de respeto absoluto por la vida,
ayudando a promoverla y a progresar por el camino del amor que se da, acoge y sirve. Este
precepto es llevado a su plenitud en la nueva ley y es condición para poder entrar en la
vida.
La legítima defensa de la vida es un deber grave, para el que es responsable de la vida del
otro. Del bien común de la familia o de la sociedad. Por desgracia sucede que la necesidad
de evitar que el agresor cause daño conlleva a veces a su eliminación. El resultado mortal
se ha de atribuir al mismo agresor que se ha expuesto con su acción. Pero la eliminación
directa y voluntaria de un ser humano es siempre gravemente inmoral. Es una
desobediencia grave a la ley moral, más aún, a Dios mismo, su autor y garante; y contradice
las virtudes fundamentales de la justicia y la caridad.
El aborto procurado es grave e ignominioso. Es la eliminación deliberada y directa, como
quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la
concepción al nacimiento. Es decir que se trata de un homicidio. Son responsables de esa
vida tanto la madre como el padre, el médico, las instituciones donde se realiza y las
legislaciones y los gobiernos que lo promueven. El uso de embriones o fetos humanos
como objeto de experimentación constituye un delito grave, así sea mediante la
fecundación in vitro, o así sean que los utilicen como material biológico o para abastecerse
de órganos o tejidos.
Las técnicas de diagnóstico prenatal son lícitas si contribuyen al bienestar de la madre y del
feto, pero son inmorales cuando se atenta contra la vida de uno de los dos, o para impedir el
nacimiento de niños afectados por varios tipos de anomalías.
La ciencia médica hoy es capaz de sostener y prolongar la vida incluso en situaciones de
extrema debilidad, de reanimar artificialmente a personas que perdieron de modo repentino
sus funciones biológicas elementales, de intervenir para disponer de órganos para
trasplantes; tiene la tentación de la eutanasia, esto es, adueñarse de la muerte, procurándola
de modo anticipado y poniendo así fin dulcemente a la vida. este es uno de los síntomas de
la cultura de la muerte.
Por eutanasia se entiende una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención
causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. Hay que tener cuidado porque la
renuncia a los métodos extraordinarios o desproporcionados no equivalen al suicidio o la
eutanasia; sino que expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte.
Se puede mitigar por medio de narcóticos, si no hay otros medios y si, en tales
circunstancias, ello no impide el cumplimiento de los deberes religiosos y morales. La
intención es la de mitigar el dolor de manera eficaz. Por eso la eutanasia es una grave
violación a la ley de Dios, en cuanto reflexión deliberada y moralmente inaceptable de una
persona humana.
El suicidio al igual que el homicidio es moralmente inaceptable. Puesto que esto comporta
el rechazo del amor a sí mismo y la renuncia de los deberes de justicia y de caridad para
con el prójimo, para con las distintas comunidades de las que forma parte y para la sociedad
en general. Constituye un rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la vida y sobre la
muerte. El suicidio asistido significa hacerse colaborador, y algunas veces autor, de una
injusticia que nunca tiene justificación, ni siquiera cuando es solicitada.
Una de las características propias de los atentados contra la vida es la legitimación jurídica,
donde se pide al Estado en interés de la convivencia civil y de la armonía social, llegar
incluso a admitir el aborto y la eutanasia. No corresponde a la ley elegir entre las diversas
opciones morales y, menos aún, pretender imponer una opción particular en detrimento de
los demás. Sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva, que, en cuanto ley natural
inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil.
El cometido de la ley civil es diverso y de ámbito más limitado que el de la ley moral. Sin
embargo, en ningún ámbito de la vida de la ley civil puede sustituir a la conciencia ni dictar
normas que excedan la propia competencia. Toda ley puesta por los hombres tiene su razón
de ley en cuanto deriva de la ley natural, Así pues, el aborto y la eutanasia son crímenes que
ninguna ley humana puede pretender legitimar. Las leyes de este tipo establecen una grave
y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia.
El mandamiento “no matarás” establece, por tanto, el punto de partida de un camino de
verdadera libertad, que nos lleva a promover activamente la vida y a desarrollar
determinadas actitudes y comportamientos a su servicio. Es una exigencia el respeto
incondicional a la vida humana como fundamento de una sociedad renovada.
La opción por la familia se puede concretar en servicios comunes, válidos para toda la
familia, o especiales, que recaen en las familias con situaciones especiales por la razón de
la unión matrimonial irregular.
El papá, insiste que es necesario un impulso pastoral todavía más generoso, inteligente y
prudente ante las situaciones objetivamente difíciles.
Sobre los matrimonios sin sacramento: para todos habrá que analizar los factores
motivantes y los obstáculos concretos de cada pareja, aprovechando la fe que proclaman se
hará ver la incoherencia de la situación: la hipoteca de conciencia, el escándalo y posibles
traumas que provocan a los hijos, lo mucho que pierden al no contar con el sacramento, su
falta de comunión eclesial, etc. No puede faltar la fundamentación de la posición de la
Iglesia: entre dos bautizados no puede haber más que un matrimonio indisoluble. No puede
haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento. Recordar que los
pastores de la Iglesia no podrán admitirlos al uso de los sacramentos.
Para los matrimonios a prueba: a los inconvenientes señalados todavía queda por
exponerles cómo la donación corporal “es el símbolo real de la donación de toda persona”,
la cual no puede realizarse con plena verdad sin el curso del amor de caridad dado por
Cristo”. Añade, un criterio que debe quedar unificado: el matrimonio entre bautizados” es
símbolo real de la unión de Cristo con la Iglesia, una unión no temporal o ad
experimentum, sino fiel eternamente” (F.C. 80).
Para las uniones libres de hecho: se impone ante todo la promoción humana para superar
las dificultades económicas, culturales, de vivienda y trabajo, etc. Después vendrá el
dialogo sobre los prejuicios que les llevó a la contestación y rechazo, por tanto habrá que
poner de relieve los inconvenientes de la situación y el egoísmo sutil que esconden tras su
decisión.
Para los casados solo por lo civil: Hay necesidad de insistir en la coherencia entre la
elección de vida y la fe que se profesa. La opción de casarse sin sacramento revela una
grave inmadurez de fe y comunión cristiana. Que reciban el sacramento no es el comienzo,
sino un fruto de un estado avanzado de concientización religiosa. Aquí se comprende mejor
como la pastoral familiar está entroncada con toda la acción salvífica de la Iglesia orientada
hacia la maduración en Cristo.
Por otra parte, el Papa propone una pastoral con la familia de divorciados vueltos a casar.
Esta ha de tener presente la doctrina de la iglesia expuesta sobre el divorcio con nuevo
matrimonio y la respuesta dada a la familia con esposos separados. La problemática se
agudiza cuando los esposos se apartan totalmente de la Iglesia. De no ser así, es más fácil
ofrecer los medios para que cultiven, dentro de sus posibilidades, su vocación personal y
familiar.
A partir de una lectura objetiva y decisiva, se arrojan algunos criterios teológicos como:
Durante el Sínodo de los obispos sobre la familia (1980), los padres Sinodales manifestaron
con insistencia la necesidad de formular en una síntesis los derechos que la Iglesia siempre
ha reclamado a la sociedad, al estado civil y político, para la familia. La carta de los
Derechos de la Familia, promulgado por la Santa Sede consta de una introducción, un
preámbulo que tiene 12 artículos y finalmente el elenco de las fuentes que han inspirado
cada uno de los artículos.
La introducción pone de presente que la declaración de derechos no es una exposición de
teología dogmática o moral sobre el matrimonio y la familia, ni es tampoco un código de
conducta para los individuos o las instituciones; difiere igualmente, de una simple
declaración de principios teóricos; Se propone como finalidad presentar una
fundamentación de los derechos fundamentales inherentes a esta sociedad natural y
universal que es la familia.
En el preámbulo, la Santa Sede ofrece en 12 considerandos una especie de síntesis de la
concepción que la Iglesia tiene de la familia: la dimensión fundamental de la sociedad es la
familia, la prioridad de la familia sobre cualquier otra institución, incluso con prioridad
sobre la sociedad y el mismo estado; la familia como unidad jurídica, social y económica
que es por si misma fuente de valores culturales, religiosos, éticos y espirituales; familia y
sociedad están vinculadas por lazos vitales y orgánicos, cada uno con una función
complementarias de defensa y promoción del bien de la persona y de la comunidad; la
cultura y la historia son testigos de la necesidad de que el estado y la sociedad se interesen
por la familia, si bien la situación presente no es ningún modelo de tal preocupación.
Ofrecemos la síntesis de cada uno de los artículos:
1. Todas las personas tienen derecho a elegir libremente su estado de vida, y, por
tanto, a contraer matrimonio y formar una familia.
2. El matrimonio no puede ser contraído sin el libre y pleno consentimiento de los
esposos debidamente expresado.
3. Los esposos tienen derecho inalienable de fundar una familia y decidir sobre el
intervalo de los nacimientos y el número de los hijos a procrear dentro de una justa
jerarquía de valores.
4. La vida humana debe ser respetada y protegida absolutamente desde el momento de
la concepción, lo que excluye el aborto, la manipulación del patrimonio genético y
urge el derecho de asistencia social y una protección especial.
5. Por razón del hecho de haber dado la vida a los hijos, los padres tienen derecho
originario, primario e inalienable de educarlos, derecho que los acredita como los
primeros y principales educadores de los hijos.
6. La familia tiene derecho a existir y a progresar como familia, lo que quiere decir,
que se le debe reconocer su autonomía, su justa independencia, su integridad y
estabilidad.
7. Cada familia tiene derecho a vivir libremente su propia convicción religiosa en el
hogar, como también el derecho a profesar públicamente su fe, de propagarla, de
participar en actos de culto público, y de elegir libremente la instrucción religiosa
sin discriminación.
8. La familia tiene derecho a ejercer su función social y política en la construcción de
la sociedad, sea formando asociaciones con otras familias e instituciones, sea
propagando actividades de orden económico, social, jurídico y cultural.
9. Las familias tienen derecho de poder contar con una adecuada política familiar por
parte de las autoridades públicas a diversos niveles.
10. Las familias tienen derecho a un orden social y económico en el que la organización
del trabajo permita a sus miembros vivir junto y no le obstaculice la unidad, el
bienestar, la estabilidad y sano esparcimiento.
11. La familia tiene derecho a una vivienda decente, apta para la vida familiar,
proporcionada al número de los hijos y en un ambiente físicamente sano que brinde
los servicios básicos para la vida de la familia y la comunidad.
12. Las familias de los inmigrantes tienen derecho a la misma protección que se da a
otras familias, como el respeto a su cultura, la asistencia necesaria, la integración en
la comunidad, y que se facilite la reunión de la familia.
PAPA FRANCISCO
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL AMORIS LAETITIA (19 DE
MARZO DEL 2016)
Recordando que el tiempo es superior al espacio, quiero reafirmar que no todas las
discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones
magisteriales.
Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir
la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al
descalabro moral y humano.
Es preciso redescubrir el mensaje de la Encíclica Humanae vitae de Pablo VI, que hace
hincapié en la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración moral de los
métodos de regulación de la natalidad. La opción de la adopción y de la acogida expresa
una fecundidad particular de la experiencia conyugal».
Con particular gratitud, la Iglesia «sostiene a las familias que acogen, educan y rodean con
su afecto a los hijos diversamente hábiles».
La familia protege la vida en todas sus etapas y también en su ocaso. Por eso, «a quienes
trabajan en las estructuras sanitarias se les recuerda la obligación moral de la objeción de
conciencia. Del mismo modo, la Iglesia no sólo siente la urgencia de afirmar el derecho a la
muerte natural, evitando el ensañamiento terapéutico y la eutanasia», sino también «rechaza
con firmeza la pena de muerte».
La valoración de la dignidad propia y del bien de los hijos exige poner un límite firme a las
pretensiones excesivas del otro, a una gran injusticia, a la violencia o a una falta de respeto
que se ha vuelto crónica. Hay que reconocer que «hay casos donde la separación es
inevitable.
A veces puede llegar a ser incluso moralmente necesaria, cuando precisamente se trata de
sustraer al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas
por la prepotencia y la violencia, el desaliento y la explotación, la ajenidad y la
indiferencia»
La formación moral debería realizarse siempre con métodos activos y con un diálogo
educativo que incorpore la sensibilidad y el lenguaje propio de los hijos.
El fortalecimiento de la voluntad y la repetición de determinadas acciones construyen la
conducta moral, y sin la repetición consciente, libre y valorada de determinados
comportamientos buenos no se termina de educar dicha conducta.
La educación moral es un cultivo de la libertad a través de propuestas, motivaciones,
aplicaciones prácticas, estímulos, premios un pastor no puede sentirse satisfecho sólo
aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran
piedras que se lanzan sobre la vida de las personas.