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FRANCIS A. SCHAEFFER

La mezcla del humanismo católico-protestante


SEPTIEMBRE 17, 2023 | DEJA UN COMENTARIO

Había dos columnas principales en la doctrina de la iglesia primitiva que diferenciaban a ésta de otros
sistemas religiosos y filosóficos. La primera de estas columnas se relacionaba con el problema básico to-
cante a lo que es la autoridad final en todo asunto de fe y práctica. La iglesia primitiva tenía sólo una au-
toridad final: la Biblia misma. Los cristianos del primer siglo creían que las Escrituras tenían para ellos
una autoridad que se hallaba aparte y muy por encima del laberinto de ideas relativas, mutables y limita-
das de los hombres. Debido a su concepto de la Biblia, los cristianos primitivos poseían lo que ellos consi-
deraban ser una autoridad no humanística.

La segunda columna doctrinal de la iglesia primitiva era su respuesta a la pregunta tocante a cómo
puede el hombre allegarse a Dios. Si Dios existe, y si Él es absolutamente santo, nosotros vivimos en un
universo moral, si Dios no existe, o si Él mismo es amoral o en alguna manera imperfecto, nosotros vivi-
mos eventualmente en un universo que desde el punto de vista moral es relativo. Por otra parte, si Dios
es perfecto y mantiene siempre su perfección total, entonces, siendo evidente que ningún hombre es
moralmente perfecto en la actualidad, todos los humanos están bajo condenación. Las Escrituras y la
iglesia primitiva enseñaron la única manera de resolver este dilema fundamental. Es decir, que Dios no

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rebaja sus normas, pero que en su amor Él envió al Señor Jesucristo como Salvador, y que Cristo con-
sumó una obra infinita y completa en la cruz. Ahora el hombre puede allegarse al Dios que es absoluta-
mente perfecto, sobre la base de la obra perfecta de Cristo, aparte de toda obra humana. De este modo,
todo el elemento humanístico, todo elemento que se halla centralizado en lo humano, es desechado.
Ningún otro sistema, ya fuese religioso o filosófico, había dado jamás tal respuesta.

La presentación de estas dos columnas distintas de la iglesia primitiva fue un golpe severo para el huma-
nismo, tanto en lo religioso como en lo secular. Para los cristianos la autoridad final se bailaba aparte de
la autoridad variable de los hombres. El acercamiento personal del hombre al Dios que es absoluta-
mente santo se basa no en actos relativos, morales o religiosos, de origen humano, sino en la obra abso-
luta e infinita de Jesucristo. Estas verdades quitan al hombre del centro del universo, donde él mismo
procuró colocarse en el tiempo de su rebelión contra Dios, en la caída de Adán, y destruyen el huma-
nismo en su misma base.

Sin embargo, cuando el emperador Constantino hizo la paz con el cristianismo, comenzó a entremeterse
en los asuntos eclesiásticos, y como resultado hubo cambios en la orientación de la Iglesia. Estos cam-
bios tenían que ver con los conceptos básicos de la doctrina cristiana y gradualmente destruyeron las
dos columnas distintivas de la iglesia primitiva.

En lugar de ser la Biblia la única autoridad, la iglesia llegó a convertirse en el centro de autoridad. En lu-
gar de proclamarse la salvación que descansa solamente en la obra consumada de Cristo, sin añadir nada
a la misma, las obras humanas se introdujeron de nuevo en el mensaje de salvación.

Cuando se desarrolló lo que eventualmente llegó a ser el catolicismo romano, estas obras formaron tres
categorías. Primero, en la misa, Jesús no es ya presentado como el que consumó su obra en un momento
histórico sobre la cruz, sino como el Salvador que está sufriendo constantemente en el altar del sacrifi-
cio. Los que participan de la misa ofrecen a Cristo en un sentido activo. Segundo, en el Sacramento de la
penitencia, el sufrimiento en la vida presente suple el mérito que el penitente no ha logrado obtener con
sus buenas obras. El sufrimiento tiene un valor real. Tercero, en el concepto del purgatorio, el valor del
sufrimiento se proyecta al futuro.

Cuando las dos columnas fundamentales de la iglesia primitiva fueron puestas a un lado por el sistema
Católico Romano, éste volvió a lo que se relaciona específicamente con otros sistemas humanísticos. El
catolicismo romano, ya sea en sus manifestaciones artísticas o en su teología, se halla fundado sobre el
intento de sintetizar el pensamiento humanístico con el bíblico La presencia de este elemento humanís-
tico explica el crecimiento de la doctrina y el culto de María en el catolicismo romano en el pasado. María
representa el elemento humanístico. El hombre no es victorioso, pero María sí ha alcanzado la victoria.
Hay, por lo tanto, una victoria de carácter vicario para el hombre. Los santos del romanismo representan
también una victoria de lo que es humano.

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La introducción del elemento humanístico en el sistema Católico Romano produce un concepto acerca
de Dios que es diferente del presentado en la Biblia. El Dios de las Escrituras es un Dios totalmente
santo. Él no puede aceptar una sola imperfección moral. Si el Dios absolutamente santo tratase con un
hombre -quien quiera que fuese- a base de obras morales de origen puramente humano, El no podría
sino condenarle, cualquiera que fuese esta base. Por lo tanto, en el sistema bíblico Dios permanece santo
en lo absoluto y nosotros vivimos en un universo moral.

En el sistema romanista Dios es menos que esto, pues se le presenta como si El aceptase lo que es menos
que perfecto. El sistema Católico Romano nos dice que somos salvos por el mérito de Cristo, pero que
tenemos que ganar dicho mérito. La manera de salir del purgatorio se basa en el hecho que el penitente
ha ganado el mérito de Cristo. Esto se alcanza medio de las buenas obras en la vida presente y del valor
del sufrimiento tanto en este mundo como en el purgatorio. Cuando tal cosa se logra, uno ha merecido el
mérito de Cristo. Es decir que el hombre ha realizado algo por sí mismo. Pero si esta idea es conforme a
la verdad, ella significa también que uno tiene un Dios que es menos que absolutamente santo, pues Él
ha recibido al hombre a base de algo que es mucho menos que perfecto.

En el intento de sintetizar el humanismo con el cristianismo bíblico, uno llega en realidad a poseer, final-
mente, un Dios humanístico, no absoluto.

La reforma religiosa del siglo XVI representó un regreso a las dos columnas fundamentales de la iglesia
primitiva. Para los reformadores, la Biblia era su única autoridad, y la salvación tenía como su sola base la
obra que el Señor Jesucristo consumó en la cruz. Los elementos humanísticos fueron desechados. La Re-
forma fue un movimiento revolucionario en el sentido que ella se alejó tanto del humanismo Católico
Romano como del de los sistemas humanísticos seculares que la rodeaban.

Sin embargo, hace doscientos cincuenta años el humanismo alemán entró de nuevo en la iglesia, y esta
vez con procedencia de la Reforma misma. Tal fue el origen de lo que ahora se conoce comúnmente
como liberalismo protestante o modernismo. La llamada alta crítica alemana, y todo lo que de ella ha sur-
gido hasta llegar a nuestros días, no fue sino la entrada del pensamiento humanístico en la iglesia protes-
tante después de la Reforma. La alta crítica no vino debido a que ciertos hechos la hicieran necesaria. La
filosofía humanística apareció primero. La alta crítica no fue la causa, sino el efecto del pensamiento
humanístico.

Cuando los teólogos protestantes de aquel tiempo permitieron la entrada del humanismo en la iglesia
protestante, las dos columnas centrales, no humanísticas, de la iglesia primitiva fueron puestas de nuevo
a un lado. El racionalismo substituyó a las Escrituras, y no se enseñó más que la obra de Cristo fuese de
carácter vicario.

¿Y qué acerca de nuestra generación? En nuestro tiempo, tanto el humanismo Católico Romano como el
humanismo del protestantismo liberal no van de mengua; al contrario, en ambos sistemas el elemento

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humanístico va adquiriendo mayor fuerza.

Hace unos pocos años, Roma habría insistido que los primeros tres capítulos del Génesis debían tomarse
literalmente. Hoy día, cuando los hombres de ciencia romanistas se encuentran con los científicos no re-
ligiosos, este asunto es puesto a un lado. Estos científicos católicos no son laicos, sino miembros de las
diferentes órdenes religiosas. En los círculos liberales del catolicismo romano de nuestros días se dice
que todo lo que se enseña en los primeros capítulos del Génisis es que en cierto punto del proceso evolu-
tivo por medio del cual el animal llegó a ser hombre, Dios introdujo un alma racional. Esto es completa-
mente diferente de lo que Roma ha enseñado, aun en nuestra propia generación. Por supuesto, tal acti-
tud coloca a Roma al nivel de las ideas prevalecientes en el protestantismo liberal.

Roma ha cambiado también radicalmente su posición tocante al asunto de quiénes son salvos. En el pa-
sado, el catolicismo romano afirmaba claramente, como todavía lo hace en ciertos lugares, como España
y al sur de Italia, que la salvación era solamente para los que estaban dentro de la Iglesia Católica Ro-
mana. Hoy día el énfasis está en que son salvos todos los hombres sinceros de buena voluntad. Debido al
creciente humanismo dentro de la nueva enseñanza del sistema romanista, es muy difícil decir, a base de
ella, quién está perdido, y si se trata este asunto a la luz del pensamiento de los que son más liberales en
la Iglesia Católica Romana, uno no puede estar seguro que alguien esté en verdad perdido.

Mientras tanto, el humanismo protestante, que comenzó con la entrada de la alta crítica alemana, se
está moviendo más y más en la misma dirección. Hay un paralelo muy evidente entre lo que está suce-
diendo en el liberalismo Católico Romano y lo que sucede en el protestantismo. Así como el antiguo ca-
tolicismo humanístico se está transformando en el humanismo aún más comprometedor del catolicismo
liberal, el antiguo protestantismo liberal se ha desarrollado en el nuevo liberalismo. En el antiguo libera-
lismo protestante a lo menos las cosas eran falsas o verdaderas en una manera que todos podían discer-
nir. En el nuevo liberalismo protestante hay una vaguedad que algunos teólogos como Barth, Brunner,
Niebuhr, Bultmann y Tillich han puesto de relieve. Sus obras están escritas en un lenguaje tan técnico
que solamente los que entienden su terminología han sentido la fuerza de lo que estos autores han di-
cho. Pero básicamente, bajo la influencia de ellos la palabra «Dios» tiene menos y menos significado, al
grado que finalmente uno tiene que preguntarse si en realidad hay un Dios. En los escritos ingleses de
Alan Richardson y del Obispo Robinson uno puede entender cómo es que en el nuevo liberalismo des-
aparece aun la diferencia entre un Dios personal y un Dios impersonal. Debe decirse que, como en el
caso del catolicismo humanístico, el protestantismo liberal no tiene el Dios de la Biblia como su Dios.

En el libro intitulado El Fenómeno del Hombre, Teilhard de Chardin muestra la mezcla del romanismo hu-
manístico, en su forma moderna, con el protestantismo liberal humanístico. Teilhard de Chardin era je-
suita. Julián Huxley, el humanista ateo, escribió la introducción del libro. Los que recomiendan este libro,
tanto en los Estados Unidos como en Europa, son los protestantes liberales. Al presente, la diferencia
entre el romanismo humanístico y el nuevo protestantismo liberal consiste solamente en detalles, no en
postulados fundamentales.

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Lo dicho anteriormente conduce a dos conclusiones básicas. En primer lugar, no existe una razón real
por la cual el romanismo humanístico y el protestantismo liberal no deben moverse hacia la unidad.
Cuando el Arzobispo de Canterbury visitó al Papa Juan XXIII, dijo: «Ya no necesitamos ponernos prohibi-
ciones el uno al otro, porque si ya no estamos el uno contra el otro, estamos el uno para el otro, y así po-
demos ser gloriosamente libres para estar juntos por Cristo y por la verdadera unidad de su Iglesia. Deli-
beradamente he dicho ‘unidad’, no ‘unión’, porque la unión o reunión eclesiástica se basa en una reconci-
liación de jurisdicciones y autoridades; pero la unidad es solamente la del espíritu, y en ese espíritu … las
iglesias pueden prontamente entrar, y ciertamente ellas lo están haciendo ya».

El catolicismo romano y el nuevo protestantismo liberal tienen la misma base. Puesto que el grupo libe-
ral de la Iglesia Católica Romana alcanzó una victoria abrumadora en la primera sesión del Segundo Con-
cilio Vaticano, y el nuevo Papa es también liberal, puede esperarse que la práctica de la unidad católico-
protestante sea en mayor grado aparente.

En segundo lugar, los evangélicos deben afirmarse sobre las dos columnas no humanísticas sin fluctuar,
aun cuando ello signifique estar solos. De otra manera nosotros no seremos eventualmente ninguna
ayuda en la salvación de las almas; y aun en el día presente no serviremos de nada en medio de las tinie-
blas del siglo veinte, mientras el hombre se degrada más y más en su vida privada y pública, a ambos la-
dos de la cortina de hierro. El cristianismo tiene algo que decir al siglo veinte en lo que toca a leyes, go-
bierno, conceptos sociales, y las artes; pero no podrá decirlo si compromete la verdad de estas dos co-
lumnas doctrinales: la autoridad absoluta de las Escrituras inenarrables y la salvación que se basa sola-
mente en la obra consumada de Cristo.

Todo esto significa que debemos mantenernos tan completamente separados de los movimientos mo-
dernos del romanismo y protestantismo liberal como del humanismo comunista o del simple humanismo
angloamericano. Tal separación no puede mantenerse en las fuerzas de la carne; ella tiene que efec-
tuarse en el poder del Espíritu Santo. El mantenernos separados requerirá un denuedo que vaya cre-
ciendo en el Señor conforme nuestro ambiente religioso-cultural llegue a parecerse más y más al que ro-
deaba a la iglesia primitiva. Se demandará denuedo en el Poder del Señor, pero de no hacerlo así negare-
mos eventualmente nuestra herencia de las dos columnas no humanísticas y distintivas del cristianismo
y no seremos capaces para ayudar tanto al individuo como a las multitudes en nuestro derredor.

Traducido del inglés por Antonio Núñez de The Sunday School Times.
Pensamiento Cristiano. Marzo, 1964

CATOLICISMO HISTORIA DE LA IGLESIA HUMANISMO

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