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Almudi.org. Resumen de la Encíclica "Veritatis Splendor" Juan Pablo II señala que no hay
libertad fuera de la verdad (Aceprensa 126/93)En la encíclica Veritatis splendor, fechada el 6-
VIII-1993 y recién hecha pública, Juan Pablo II explica detenidamente los fundamentos de la
moral. Al exponer la doctrina católica sobre este tema, tiene en cuenta la situación cultural y
social del presente, y valora críticamente algunas tendencias actuales de la ...
Al servicio de la conciencia
El siguiente apartado («Conciencia y verdad») aborda las teorías que proponen una
interpretación «creativa» de la conciencia. Según éstas, la conciencia no puede limitarse a
aplicar normas universales, que no recogen las particularidades de las distintas situaciones y
personas. Por tanto, la conciencia estaría autorizada a salirse de la ley para justificar que se
haga lo que ésta prohíbe.
El Papa explica que la conciencia es testigo de la cualidad moral de la persona y de sus
actos; por eso actúa aplicando la ley al caso, pronunciando juicios de absolución y de condena.
Lo que sólo puede hacer porque reconoce el carácter universal de la ley. De modo que la
conciencia es la «norma próxima de la moralidad personal», justamente porque «la autoridad
de su voz y de sus juicios derivan de la verdad sobre el bien y sobre el mal moral, que está
llamada a escuchar y expresar».
Ciertamente, la conciencia puede errar. Pero «nunca es aceptable confundir un error
"subjetivo" sobre el bien moral con la verdad "objetiva"». Si el yerro se debe a ignorancia
invencible, el acto malo puede no ser imputable, pero no deja de ser un mal. La posibilidad de
errar muestra la necesidad de formar la conciencia, de «hacerla objeto de continua conversión
a la verdad y al bien». Y para juzgar con rectitud no basta conocer la ley de Dios: «es
indispensable una especie de "connaturalidad" entre el hombre y el verdadero bien», lo que se
consigue mediante la virtud y la gracia.
En consecuencia, los pronunciamientos de la Iglesia no quitan libertad a los fieles, pues
«la libertad de la conciencia no es nunca libertad "con respecto a" la verdad, sino siempre y sólo
"en" la verdad». En suma, «la Iglesia se pone sólo y siempre al servicio de la conciencia».
La opción fundamental
El tercer apartado del capítulo segundo trata de la teoría de la «opción fundamental»,
según la cual la cualidad moral de la persona depende de la orientación general que ésta haya
dado a su vida, por o contra el amor a Dios y al prójimo. Los actos concretos, en sí, importan
menos, de modo que -según esta postura- el pecado grave, que aparta de Dios, se da sólo en
la opción fundamental de rechazar su amor.
La encíclica señala que la doctrina cristiana reconoce la importancia de la opción
fundamental que compromete la libertad ante Dios: la elección de la fe. Pero si el hombre tiene
capacidad de orientar su vida al fin, la «ejerce de hecho en las elecciones particulares de actos
determinados». Por tanto, «la opción fundamental es revocada cuando el hombre compromete
su libertad en elecciones conscientes de sentido contrario, en materia moral grave».
En consecuencia, añade el Papa, conserva plena validez la doctrina que distingue
pecados mortales y veniales. No sólo por el rechazo explícito a Dios, sino ya por cualquier
desobediencia voluntaria de la ley moral en materia grave, se pierde la gracia santificante y -
mientras no se obtenga el perdón- la salvación.
Aspirar a lo mejor
En las circunstancias actuales, en que se da un «oscurecimiento del sentido moral» -
prosigue la encíclica-, «la evangelización -y por tanto la "nueva evangelización"- comporta
también el anuncio y la propuesta moral». A este respecto, tienen una misión específica, junto
a la propia de los Pastores, los teólogos moralistas. A éstos compete esclarecer cada vez más
la doctrina moral y «dar, en el ejercicio de su ministerio, el ejemplo de un asentimiento leal,
interno y externo, a la enseñanza del Magisterio». No es su función reinventar o cambiar la
moral, ni ejercer el vedettismo: «El disenso, a base de contestaciones calculadas y de polémicas
a través de los medios de comunicación social, es contrario a la comunión eclesial». Sin olvidar
que el pueblo cristiano tiene derecho a recibir enseñanzas conformes con la fe.
Es deber de los obispos vigilar para que se respete este derecho de los fieles, evitando
la confusión. Así, les corresponde «reconocer, o retirar en casos de grave incoherencia, el
apelativo de "católico" a escuelas, universidades o clínicas, relacionadas con la Iglesia».
Juan Pablo II termina la encíclica con una declaración de -podría decirse- optimismo
antropológico, apoyado en la eficacia de la Redención obrada por Cristo. «El ámbito espiritual
de la esperanza siempre está abierto al hombre, con la ayuda de la gracia divina y con la
colaboración de la libertad humana». La Iglesia confía en el hombre, en su capacidad para el
bien, sin duda debilitada por el pecado, pero que la gracia restaura y potencia hasta extremos
antes inimaginables.
Éste es el mensaje alentador de Juan Pablo II: lo mejor siempre es posible. Ahora que
en tantos lugares la corrupción rampante y la escalada del crimen hacen suspirar por una
renovación ética, el Papa recuerda que el ideal que propone la Iglesia es asequible. «A veces
(...) puede parecer como si la moral cristiana fuese en sí misma demasiado difícil: ardua para
ser comprendida y casi imposible de practicarse. Esto es falso, porque -en términos de sencillez
evangélica- ella consiste fundamentalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse
a Él, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su misericordia».
Ideas claves de la encíclica
Introducción
La encíclica Veritatis splendor, del 6 de agosto de 1993, se propone esclarecer algunas "cuestiones
fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia", y lo hace a través del necesario discernimiento
en las controversias existentes entre especialistas de ética y teología moral (5).
Por ese motivo, no propone una enseñanza completa de la doctrina moral cristiana, sino que trata un
reducido número de problemas. Por eso mismo, el documento debe ser leído a la luz de la amplia
síntesis del Catecismo de la Iglesia católica. En las encíclicas Evangelium vitae (1995) y Fides
et ratio (1998) el documento encuentra significativa continuidad.
La renovación de la teología moral que auguraba el Concilio Vaticano II ha dado frutos notables. Sin
embargo, basándose en determinadas concepciones antropológicas y éticas, sin las salvedades
necesarias, algunos teólogos han llegado a poner en duda la totalidad del patrimonio moral de la
Iglesia.
La crisis del nexo íntimo entre fe y moral concierne directamente la teología y comporta una serie de
consecuencias pastorales evidentes. También en este caso, se debe a la comprensión errónea de la
autonomía, desconociendo el hecho que la fe plantea la exigencia de un compromiso coherente que
abarca toda la vida y que, por consiguiente, exige el acatamiento de los mandamientos.
La "sequela Christi"
El primer capítulo es una meditación de la Sagrada Escritura. En el joven que se acerca a Jesús y le
pregunta: "Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?" (Mt 19,16-22)
podemos reconocer a cada uno de los hombres. Para responder a la cuestión moral, debemos dirigir
nuestra mirada hacia Cristo.
A medida que evoluciona el diálogo entre Jesús y el joven, la meditación descubre el contenido
esencial de la Revelación del Antiguo y el Nuevo Testamento sobre la acción moral: la subordinación
del hombre y de su actuación moral a Dios, a Aquel que "solo es el Bueno"; la relación entre el bien
moral de los actos humanos y la vida eterna; la necesidad de acatar los mandamientos contenidos en
la Ley divina y llevados a su perfección por Cristo; la secuela de Cristo, que abre al hombre la
perspectiva de un amor perfecto; y, por último, el don del Espíritu Santo, fuente y recurso de la vida
moral de la "nueva creación" (cfr. n° 28). De esta manera se realizan, más allá de toda expectativa,
las aspiraciones más profundas del corazón humano a la vida y la felicidad.
Queremos destacar aquí la importancia del tema de la sequela Cristi, que significa, sin duda alguna,
imitación, pero también, de manera más radical, participación en su vida, vida de libertad en su
obediencia como expresión de su amor al Padre hasta el don de sí en la cruz (cfr. nos. 19-21). De tal
manera se revelan la novedad y originalidad de la moral cristiana, como un nexo íntimo que une la fe
y la moral; esto es, la fe, como sequela Christi, tiene también un contenido moral: "No se trata sólo
de ponerse a la escucha de una enseñanza y de recibir en la obediencia un mandamiento; se trata, de
manera más radical, de adherir a la persona misma de Cristo, de compartir su vida y su destino, de
participar en su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre" (n° 19).
Puede observarse también en qué medida la tendencia a la secularización de la moral puede ser motivo
de desorientación: la respuesta de Jesús a la pregunta del joven muestra que la cuestión moral es,
radicalmente, una pregunta religiosa (cfr. n° 9). Por último, es necesario destacar la dimensión eclesial
de la moral cristiana y la misión del Magisterio de la Iglesia (cfr. nos. 25, 26).
Libertad y verdad
El capítulo 2 enuncia algunos principios gracias por medio de los cuales es posible juzgar algunas de
las tendencias actuales de la teología moral que se oponen a la "sana doctrina". No se trata de un
rechazo global sino de un examen crítico, que, al indicar sus ambigüedades, peligros y errores,
permite reconocer lo que en tales tendencias es legítimo, útil y valioso (cfr. n° 34). La encíclica se
propone recordar algunos supuestos de la teología moral católica.
Es obvio que la manera de entender la relación entre la libertad y la verdad incide directamente en la
manera de concebir la relación entre la libertad y la ley.
Urge, pues, la necesidad de hablar del sentido verdadero de la autonomía moral, que puede ser
definida como teonomía participada. El hombre, creado libre, participa del señorío divino, porque es
llamado a gobernarse a sí mismo. Su autonomía es, por lo tanto, una autonomía participada.
La doctrina de la ley natural explica este aspecto importante. La ley natural es la participacion de la
criatura racional de la ley eterna, puesto que subraya la subordinación esencial de la razón y la ley
humana a la Sabiduría de Dios y su Ley (cfr. n° 44).
La encíclica esclarece los malentendidos causados por la expresión ley natural. Se trata de la
naturaleza humana de la que forma parte esencialmente la razón; a su vez, la razón, tomando como
punto de partida la percepción de la finalidad de las inclinaciones grabadas en el hombre por su
Creador, da a aconocer a la voluntad los imperativos de la ley. No hay, pues, ni fisicismo ni
naturalismo (cfr. nos. 47-48).
La conciencia moral
Siguiendo los conceptos ya mencionados sobre la relación entre verdad y libertad, encontramos las
teorías de la conciencia moral que se sitúan en oposición a la tradición del Magisterio y conducen a
una interpretación "creativa" (cfr. nos. 54 ss.). Dicha interpretación presenta distintas modalidades.
La elección debería basarse en motivos razonables. Repecto de las normas del Magisterio, su validez
estaría dada sólo por las fundamentaciones que las sustentan.
Más que ser criterios objetivos y vinculantes, tales normas deberían proporcionar una perspectiva
general que ayude al hombre en su vida personal y social. En definitiva, debería tomarse una decisión
en base a la convicción racional de la validez de dichas normas. Por eso, se considera que las
posiciones demasiado categóricas del Magisterio obstaculizarían la maduración moral del hombre.
La encíclica esboza las grandes líneas de la doctrina cristiana sobre la conciencia. Ésta es para el
hombre testigo de su fidelidad o infidelidad ante la ley: es el único testigo del diálogo íntimo del
hombre consigo mismo y, aun más, de su diálogo con Dios. Es un juicio práctico que, después de los
razonamientos, conmina al hombre a hacer lo que debe o dejar de hacerlo, o evalúa una acción que
ha hecho.
La ley natural destaca las exigencias objetivas del bien moral. La conciencia es la aplicación de la ley
a un caso determinado; se convierte así en una voz interior, un llamado a hacer el bien, hic et nunc, en
una situación concreta. Es el recononcimiento, no la negación, del carácter universal de la ley y de la
obligación. Es lo que constituye la norma próxima de la moralidad personal.
La conciencia puede errar, no es infalible. Según los casos, su error será invencible o culpable. La
formación de la conciencia, para que pueda enunciar juicios verdaderos es, pues, un grave deber para
todos. En esta formación, la Iglesia y el Magisterio pueden ser de gran ayuda.
La opción fundamental
La reflexión examina luego las teorías cuyo centro es la "opción fundamental". El hecho de que una
elección fundamental, la de la fe "que actúa por la caridad" (Ga 5,6) y la obediencia de la fe
(cfr. Rm 16,26), califica la vida moral e implica radicalmente la libertad del hombre ante Dios, es un
tema que tiene profundas raíces bíblicas. Es, pues, acertado que la teología destaque su importancia.
Pero lo que es necesario rechazar es cierta interpretación de la elección fundamental basada en una
concepción errónea de la relación entre la persona y los actos, que lleva a desvincular la opción
fundamental y las elecciones particulares. Se trata de una libertad fundamental, por medio de la cual
la persona decide de manera global sobre sí misma, no por medio de una elección exacta y consciente,
sino de manera "transcendental" y "atemática". A su vez, las elecciones particulares, llamadas
"categoriales", serían sólo tentativas parciales y nunca definitivas de expresar dicha opción de manera
adecuada; serían solamente sus "signos" o síntomas. Las elecciones deliberadas y los
comportamientos concretos de la libertad "categorial" referentes a bienes parciales, pertenecerían a
la esfera "intramundana".
Da esta manera, la distinción propuesta se convierte en una disociación entre dos tipos de libertad de
elección, y distingue dos niveles de moralidad. Cuando se atribuye a la elección fundamental la
distinción entre el bien y el mal, las elecciones particulares "intramundanas" son definidas como
"justas" o "equivocadas". Determinados comportamientos son considerados moralmente justos o
equivocados "según un cálculo técnico de la proporción entre lo bueno y lo malo "premoral" o "físico"
que es fruto de la acción" (n° 65). La calificación propiamente moral de la persona queda reservada
a la opción fundamental. Se introduce así en la acción humana una escisión entre dos niveles de
moralidad.
A las teorías mencionadas es necesario replicar que la opción fundamental se realiza siempre a través
de elecciones conscientes y libres. Por ese motivo, cuando la persona compromete conscientemente
su libertad en elecciones de sentido contrario en asuntos morales graves es anulada.
Dichas teorías se apoyan en una antropología dualista que no respeta "la integridad substancial o la
unidad personal del agente moral en su cuerpo y en su alma. La opción fundamental, entendida sin
considerar explícitamente las potencialidades que pone en movimiento y las determinaciones que la
expresan, no da cuenta cabal de la finalidad racional inmanente en la acción humana y cada una de
sus elecciones deliberadas". La moralidad de los actos no deriva sólo de la intención. "Toda elección
implica siempre una referencia de la voluntad deliberada a lo bueno y lo malo, indicados por la ley
natural como bienes que se deben escoger y males que se deben evitar" (n° 67). En realidad, el hombre
escoge al Bien absoluto como su fin último a través de la elección de bienes determinados, en
conformidad con el orden establecido por Dios.
La encíclica subraya también que "gracias a una opción originaria por la caridad, el hombre podría
mantenerse moralmente bueno, perseverar en la gracia de Dios, alcanzar su salvación, aunque algunos
de sus comportamientos concretos fueran deliberada y gravemente contrarios a los mandamientos de
Dios, presentados por la Iglesia"
Ahora bien, según la enseñanza del Concilio de Trento (cfr. DS 1544, 1469), "una vez recibida la
gracia de la justificación, es posible perderla no sólo por la infidelidad, que pierde la fe misma, sino
por cualquier otro pecado mortal" (cfr. n° 68).
De hecho, no hay pecado mortal solamente cuando se rechaza de manera consciente a Dios y su amor.
Como dice la citada Exhortación postsinodal Reconciliatio et paenitentia: "El pecado mortal existe
también cuando el hombre, sabiendo y queriendo, por cualquier motivo, escoge algo gravemente
desordenado. En efecto, esa elección encierra un desprecio del precepto divino, un rechazo del amor
de Dios hacia la humanidad y hacia toda la creación: el hombre se aleja de Dios y pierde la caridad. La
orientación fundamental puede ser, pues, modificada radicalmente por actos particulares" (n° 70).
En definitiva, se trata de la naturaleza de los actos humanos o morales, que son tales "porque expresan
y deciden la bondad o la malicia del hombre que realiza esos actos" (n° 70). Se puede decir, sin forzar
el sentido de los términos, que la encíclica presenta una concepción personalista, que destaca la
unidad, de cuerpo y alma, del agente moral. Por otra parte, la moralidad significa ordenación racional
y voluntaria del hombre a su fin último, Dios, bien verdadero del hombre. Tal ordenación deliberada
de los actos a Dios lleva, pues, a afirmar el carácter teleológico de la ley moral.
Refiriéndose precisamente a este aspecto, algunas interpretaciones ponen en tela de juicio el sentido
de la moralidad, al valorar de manera exclusiva la intención subjetiva y las circunstancias (o, más
exactamente, las consecuencias) del acto moral, en perjuicio de su objeto. Las teorías éticas
teleológicas (proporcionalismo, consecuencialismo) someten, de alguna manera, al sujeto agente a un
doble deber, pues crean una distinción entre el orden moral, referido a valores propiamente
morales, como el amor a Dios, la benevolencia para con el prójimo, la justicia, y un orden premoral,
capaz de medir las ventajas y los inconvenientes que el sujeto acarrea a otras personas. En otras
palabras, "la especificidad moral de los actos, es decir, su bondad o malicia, quedaría decidida
exclusivamente por la fidelidad de la persona a los valores más altos de la caridad y la prudencia, sin
que dicha fidelidad sea necesariamente incompatible con elecciones contrarias a determinados
preceptos morales particulares" (n° 75). O, en otras palabras, la bondad moral del acto estaría
evaluada a partir de la intención del sujeto en relación a los bienes morales, mientras su "rectitud"
estaría evaluada "a partir de la consideración de los efectos o las consecuencias previsibles y su
proporción" (ibid). Según semejante concepción, que nace de una antropología dualista, el sujeto
podría decidir la validez de actuar contra una norma universal negativa.
Tal concepción de las cosas no es compatible con la doctrina de la Iglesia, porque cree poder justificar
como aceptables elecciones deliberadas contrarias a los mandamientos de la Ley divina. "Cuando el
apóstol Pablo resume en el precepto de amar al prójimo como a sí mismo el cumplimiento de la ley
(cf. Rm 13,8-10), no atenúa los mandamientos, sino que, por el contrario, al subrayar sus exigencias
y su gravedad, los confirma" (n° 76).
Consecuencias pastorales
La formación de la conciencia moral pertenece al gran proyecto de la nueva evangelización, que debe
ser obra de toda la Iglesia, "pueblo profético". En este marco, los teólogos morales tienen su misión
propia.
La formación de la conciencia moral es esencial para la santidad de la persona (cfr. nos. 88-94), es
una condición de una vida social digna del hombre (cfr. nos. 95-101).
Los cristianos están llamados a volver a descubrir "lo novedoso de su fe y su capacidad de juicio ante
la cultura dominante e invasora" (n° 88). La fe posee un contenido moral, comporta la recepción de
los mandamientos divinos. En la vida moral, la fe se vuelve "confesión", se hace testimonio (cfr. n°
89). Es importante subrayar la hermosa referencia al martirio cristiano, suficiente en sí para
confirmar el carácter inaceptable de las teorías éticas que niegan la existencia de normas morales
determinadas y válidas sin excepciones (cfr. n° 90). Hay verdades y valores morales por los que se
debe estar dispuestos a dar la vida (cfr. n° 94). Por otra parte, no sólo los cristianos lo saben.
"La firmeza de la Iglesia en la defensa de las normas morales universales e inmutables, no es, de
ninguna manera, mortificante" (n° 96). Ante las leyes morales, todos los hombres son iguales, sin
excepción alguna. Dichas leyes constituyen una garantía de la dignidad del hombre y de una justa
convivencia social, sea en lo económico que en lo político.
Con la ayuda de la gracia de Dios y los medios de santificación que brotan del misterio de la
Redención, siempre es posible observar la ley de Dios. La comprensión de la debilidad humana no
debe comprometer y falsificar la medida del bien y del mal (n° 104). Por el contrario, aceptar la
desproporción entre la ley y la capacidad de las meras fuerzas, predispone para acoger la gracia (cfr.
n° 105). Cuando, por la dignidad y la verdadera libertad del hombre, la Iglesia anuncia la ley moral,
su mirada se dirige a Cristo en la cruz. Participa, entonces, de la misión con la certidumbre de que la
verdadera libertad se encuentra en el amor que se entrega.
Conclusión
Para elaborar un concepto adecuado de la acción moral, es necesario tomar en consideración la verdad
del hombre contenida en la doctrina de la "imagen de Dios": "La verdadera libertad es signo eminente
de la imagen divina en el hombre. Pues Dios quiso "dejar al hombre en manos de su propia decisión"
(cfr. Sir 15,14), para que, de esa manera, busque sin coacciones a su Creador y, en la adhesión a Él,
llegue libremente a la plena y feliz perfección" (Gaudium et spes, n° 17).
Estamos encaminados hacia Dios, nuestro fin último, por medio de la mediación de actos individuales
que atañen a bienes particulares, que, en sí mismos pueden estar o no ordenados a Dios. Pero hay
actos (actos intrínsecamente malos) que, por sí mismos, son contrarios al amor de Dios.
Es así que Veritatis splendor (n° 83) puede afirmar, como hemos dicho, que, en lo que se refiere a la
moralidad, se concentra, de alguna manera, en la "existencia de actos intrínsecamente malos, la
cuestión misma del hombre, de su verdad y de las consecuencias morales que de ella derivan...".