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El autor comienza considerando que hay algunas cosas que el dinero no puede comprar,
sin embargo, esto ha cambiado a través del tiempo. A su vez el tema del dinero no
resultaría un problema, en cuanto se han desarrollado múltiples maneras para poder
conseguirlo: “vivimos en una época en que casi todo puede comprarse o venderse … los mercados
… han llegado a gobernar nuestras vidas como nunca lo han hecho” 1
Una vez termina la Guerra Fría, el pensamiento mercantil gozaba de un prestigio sin
igual, siendo el mecanismo idóneo para organizar la producción y distribución de bienes,
lo que se demostraba por medio del bienestar y prosperidad que generaba. Así los
valores del mercado comenzaron a desempeñar un papel cada vez mayor en la vida
social: “la lógica de comprar y vender no se aplica sólo a los bienes materiales, sino que gobierna
cada vez más otros aspectos de la vida2”
Ésta era comienza en 1980 con Reagan y Thatcher, quienes proclamaron su convicción de
que los mercados tenían la lleve de la prosperidad y la libertad. A lo anterior dentro de
1990 se sumaron Clinton y Blair, quienes consolidaron los mercados como medio
fundamental para lograr el bien común. La realidad es que en razón de la crisis del 2008,
se demostró la incapacidad de los mercados para repartir el riesgo de manera razonable,
y aún más importante, los mercados se habían alejado de la moral.
Ante esto, algunos postulaban que la falta de moral se debía a la codicia, la cual incita a
asumir riesgos de manera irresponsable: la solución entonces era frenar la codicia, exigir
integridad y responsabilidad mayor a los banqueros y ejecutivos del Wall Street, y
establecer regulaciones para que no se volviese a producir una crisis similar.
Para Sandel, si bien la codicia juega un rol en la crisis, él determina que ésta se dio en
razón de la expansión de los mercados hacía esferas de la vida a las que no pertenecen:
“necesitamos repensar el papel que los mercados deben desempeñar en nuestra sociedad …
reflexionar sobre los límites morales del mercado. Necesitamos preguntarnos si hay ciertas
cosas que el dinero no puede comprar” 3
Todo en venta
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Sandel plantea inicialmente: “¿Por qué nos preocupa que vayamos hacia una sociedad en
la que todo está en venta?”
Todo esto no se trata de temas netamente económicos, ya que también son cuestiones
políticas. Para resolverlas tenemos que debatir, caso por caso, el significado moral de
estos bienes y la manera adecuada de valorarlos. Por esto Sandel afirma que pasamos de
tener una economía de mercado (herramienta valiosa y eficaz para organizar la actividad
productiva) a ser una sociedad de mercado (manera de vivir en la que los valores
mercantiles penetran en cada aspecto de las actividades humanas)
Sandel afirma que cualquier intento de repensar el papel y alcance de los mercados se
encuentra ante dos grandes obstáculos.
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La gente así se encontraba cada vez más frustrada por un sistema político incapaz de
actuar por el bien público o de tratar las cuestiones que más importan, derivando al
segundo obstáculo: es difícil imaginar un debate político razonado sobre estas
controvertidas cuestiones morales: “en un momento en que el argumento político consiste
principalmente en hablar a gritos en la televisión por cable…” 7
De este modo requerimos un debate sobre los limites morales del mercado,
permitiéndonos determinar cómo sociedad cuando los mercados sirven al público, y
dónde no están en su sitio. Sandel reconoce que como seres humanos reconocemos la
existencia de un orden moral: “creemos que vender éstas cosas las valora falsamente y cultiva
actitudes perversas” (v.gr; que un padre venda a su hijo) También afirma que un consenso
en el debate moral sobre el mercado respecto a los bienes sociales que tenemos en gran
aprecio resultaría extremadamente complejo, sin embargo nos haría más conscientes del
precio que pagamos por vivir en una sociedad en donde todo se vende. Necesitamos
repensar el papel y el alcance de los mercados en nuestras prácticas sociales, en nuestras
relaciones humanas y en la vida cotidiana.
De qué manera los mercados desplazan la moral: lo que el dinero puede y no puede
comprar
Brevemente se distingue entre las cosas que el dinero puede comprar (como los amigos y
los premios; ante éste último ejemplo encontramos un valor honorifico, cuyo valor se
disolvería si el premio es comprado por un tercero), y las cosas que el dinero puede
comprar pero respecto de las cuales cabe argumentar moralmente que no se debe (caso
de un riñón o un bebe, en donde la adquisición no diluiría el bien; en el caso del riñón, este
cumpliría su propósito idóneamente si es compatible con el receptor)
Nuevamente Sandel incluye dos ejemplos, las disculpas y los brindis nupciales, que en
cierto sentido pueden comprarse, pero su compraventa cambia su carácter y disminuye
su valor.
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En el caso de las disculpas, nos preguntamos si corresponde comprar (o contratar) a una
empresa para que pida disculpas por nosotros, ¿tendrá el mismo efecto? Se concluye que
esto constituye la misma naturaleza de la amistad, cómo algo que el dinero no podría
comprar. En sí, es razonable que quedaríamos insatisfechos ante una disculpa comprada,
quitándose el factor personal.
Sobre los brindis nupciales, hay quienes en aquel momento dentro de una boda, no tienen
el ingenio ni las palabras para desarrollar o desearle buenos deseos a esa persona especial.
Ante esto, ¿resulta correcto comprar un discurso ya desarrollado?, ¿perdería su valor
emocional? En concreto, podría funcionar y causar el efecto deseado (emoción de las
personas), pero no es deseado que los otros conozcan su procedencia. Entonces estaríamos
ante una versión corrompida de lo que sería un autentico discurso.
Para varios economistas de la época, y desde el punto de vista del razonamiento mercantil,
casi siempre es mejor dar dinero que dar un regalo. Esto responde a una visión
utilitarista del regalo, en donde quien recibe el presente tendría la capacidad de elegir lo
que lo hace más feliz: “la finalidad del acto de regalar es maximizar el bienestar o la utilidad del
receptor9”
Con la aparición de las tarjetas de regalo que cuentan con un determinado valor monetario
para gastar por objetos en almacenes parece que avanza la perspectiva economista. Esto
sería diferente al acto de regalar dinero, deshaciéndonos en cierta parte de su estigma. No
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obstante varios economistas replantean nuevamente la pérdida de utilidades, en cuanto la
tarjeta de regalo bien puede no apuntar a las preferencias del consumidor. Lo sencillo sería
replantear el regalar dinero directamente con alguna nota “entusiasta”. Sin embargo, y
como ya se ha planteado, el valor expresivo se disolvería.
Honor comprado
Como hemos visto, convertir las disculpas, los brindis de bodas y los regalos en
mercancías no los destruyen del todo pero si les resta valor. Queda preguntarnos sobre
los bienes honoríficos que si pueden adquirirse, ya que éstos en términos de Sandel son
vulnerables a la corrupción de forma similar.
Algunos ejemplos serían: i) quien vende un riñón para alimentar a su familia; ii) la
exclusión de ciertos padres en el mercado de bebes por su situación económica, dejándolos
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sólo a la posibilidad de adquirir a aquellos más baratos o indeseados; iii) quien ejerce la
prostitución por causa de la pobreza, drogadicción o amenazas de violencia.
Algunos ejemplos serían: i) colgar a los niños a una etiqueta de precio corrompería la
norma de amor incondicional, ii) la venta de órganos como riñones provocaría aceptar un
concepto degradante, cosificador, de la persona humana como conjunto de partes
corporales de repuesto; iii) la prostitución rebajaría a las mujeres y fomentaría actitudes
indeseables con respecto al sexo, a pesar de que no les desagrade su oficio o lo eligieran
libremente.
Sandel reafirma que esta afirmación claramente es incorrecta, y se puede corroborar con
los ejemplos ya dados: “conforme los mercados se extienden a esferas de la vida tradicionalmente
regidas por normas no mercantiles, la idea de que los mercados no tocan o contaminan los bienes
que en ellos se intercambian se torna cada vez menos plausible” 14
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Almacenamiento de residuos radiactivos
Un análisis económico estándar sugiere que ofrecer a la gente dinero por aceptar una carga
incrementaría su disposición a hacerlo. No obstante, la realidad dista de esta concepción,
en cuanto los residentes del pueblo consideraron al incentivo como un soborno. Lo
primordial para ellos era soportar aquella imposición por el bien común, reflejándose un
espíritu comunitario: “si resultaba que su comunidad era el lugar de almacenamiento más seguro,
los vecinos estaban dispuestos a aceptar esa carga” 16
Entonces supone un error que los incentivos en ocasiones son aditivos, ya que significan la
intromisión de normas mercantiles, desplazando el sentido de un deber cívico. Resulta
preferible consultar a los habitantes de la localidad para que ellos estimen por sí mismo si
es conveniente la instalación, haciéndolos partes del proceso. Con todo, ciertos estudios
han demostrado que los vecinos están más dispuestos a aceptar una compensación si es
en la forma de bienes públicos y no en dinero.
Los incentivos económicos se han utilizado también para desplazar el espíritu cívico. Tal
afirmación se analizará desde otros dos nuevos ejemplos.
El primero refiere a la división de estudiantes en tres grupos, a uno de ellos sólo se les dio
una charla motivadora sobre la causa, al segundo se le ofreció un pago mínimo por la
actividad, y al último un pago más incrementado por sus funciones. El grupo que más
donativos recibió fue aquel que no recibió nada a cambio: “es muy probable que ello se
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debiera a que pagar a estudiantes para hacer una buena obra cambia el carácter de la actividad” 18
De este modo el incentivo económico había transformado una actividad con espíritu
comunitario en una ocupación pagada: la introducción de normas mercantiles desplazó
su moral y compromiso cívico.
Dentro del segundo caso – guarderías israelíes – se impuso una multa a los padres que
llegaban tarde a recoger a sus hijos. Lo anterior provocó un aumento en los retrasos, ya
que los padres estaban dispuestos a pagarla. Una se quitó aquella multa, los padres
seguían llegando retrasados, por lo que la obligación moral de ser puntual se perdió:
“estos tres casos – mas el de las instalaciones radiactivas – ilustran el modo en que la introducción
del dinero en dominios no mercantiles puede cambiar las actitudes de las personas y desplazar
compromisos morales y cívicos” 19
¿Por qué tiene que preocuparnos la tendencia de los mercados a desplazar normas no
mercantiles?
Desde una perspectiva económica, porque conviene tener normas sociales como la virtud
cívica y el espíritu comunitario para reducir costos.
El efecto de la comercialización
Muchos economistas reconocen que los mercados cambian el carácter de los bienes y de
las practicas sociales que gobiernan. Según Hirsch la teoría económica dominante ha
aceptado el “efecto de la comercialización”: el efecto sobre las características de un
producto o una actividad la provisión exclusiva o predominante de una u otra en
términos comerciales más que de otra clase. Este autor rechazaba la creciente
mercantilización de la vida social y el razonamiento económico: “la introducción de
incentivos y mecanismos mercantiles puede cambiar las actitudes de las personas y desplazar
valores no mercantiles21”
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las personas se comprometen en una actividad que consideran intrínsecamente valiosa, ofrecerles
dinero por ella puede debilitar su motivación al despreciar su interés o compromiso intrínseco” 22
Sangre a la venta
En efecto, según Titmuss, la gente empezaba a ver a la sangre como una mercancía que se
compra y vende de forma rutinaria, por lo que resultaba menos probable que sienta
responsabilidad moral de donarla. Con esto estaríamos frente al efecto de desplazamiento
de normas no mercantiles en las relaciones no mercantiles: “la generalización de la
compraventa de sangre desmoraliza a quienes se habían acostumbrado a la práctica de donar sangre
desinteresadamente” 24
Se concluye de este modo que los valores mercantiles infundidos en el sistema produce un
efecto corrosivo en la normalidad de la donación: “la comercialización de la sangre y de las
donaciones reprime la expresión de altruismo y merma el sentimiento comunitario” 25
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bien pueden hacerlo, quienes no pueden decidir no comercializar con él): “cuando a un
sistema de donaciones voluntarias de sangre añadimos la posibilidad de vender la sangre,
simplemente habremos ampliado el rango de alternativas del individuo” 26 En efecto, la creación
de un mercado de sangre no cambia el valor o significado de esta (la sangre es sangre, y
servirá para salvar vidas tanto si es donada como si es vendida)
En segundo lugar, Arrow considera que el comportamiento ético es una mercancía que
hace falta economizar. Para este autor los valores morales como el altruismo, la
generosidad, solidaridad, etc, son recursos escasos que disminuyen con su uso. De este
modo se apoyaría el extender los mercados a cada esfera de la vida, incluida las
tradicionalmente gobernadas por valores no mercantiles.
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