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Clase 1 – 3/08/2020 Introducción a la problemática

de la Psicología del desarrollo

Es común encontrar la afirmación, en diferentes textos o lugares donde se hable sobre el desarrollo humano, que a partir
de los variados posicionamientos teóricos se hallarán a su vez disímiles respuestas sobre la significación de lo que se
entiende por psicología del desarrollo, y que, en muchos casos, esas contestaciones son francamente incompatibles entre
sí. Sin negar la validez de dicha argumentación, en general lleva a dos posturas opuestas y ambas conducen a verdaderos
callejones sin salida. Por un lado nos encontramos ante lo que podríamos denominar una posición ecléctica. En este punto
todas las orientaciones son válidas, lo que nos obligaría a una descripción de los distintos puntos de vista sin que los
mismos interactúen o se modifiquen entre sí puesto que todos estarían en un mismo plano de determinación. Por el otro,
en cambio nos encontramos con lo que generalmente se llamó dogmatismo. En este caso, por el contrario, la toma de
posición es anterior al análisis del tema a trabajar. En este sentido se trata de encontrar allí los elementos que confirmen la
teoría ya escogida. Es indudable que ni una ni otra posición conduce no solo a ningún conocimiento nuevo, sino que
tampoco logran confeccionar una herramienta que permita interpretar y operar sobre los fenómenos estudiados.

En nuestro caso es frecuente encontrarse con programas o manuales que mapean las diferentes teorías psicológicas sin
intentar síntesis o integración alguna o con posturas que o bien sesgan excesivamente el estudio del desarrollo humano o
bien, como en el caso de las posiciones estructuralistas extremas, que niegan la validez de los conocimientos producidos en
este campo.

Intentaremos aquí, justamente superar esta bipolaridad, replanteando el interrogante sobre lo que se puede entender hoy
por una psicología del desarrollo intentando reconocer sus rasgos diferenciales.

Al enunciar nuestra pregunta sobre el tipo de conocimiento que produce la psicología del desarrollo lo hicimos
contextualizándola con el término “actualidad. Así se señala un posicionamiento claro: la validez de los conocimientos no
son universales ni son inalterables en el tiempo. Y no solo en la dirección positivista de pensar que los nuevos
descubrimientos científicos desplazan los conocimientos anteriores, sino que el sentido y la significación de los saberes se
modifican según los diferentes escenarios temporo - espaciales en que se presentan y son formulados. Por esta razón,
muchas veces, las mismas preguntas generan respuestas distintas.

Es preciso, por lo tanto, esbozar cuáles son entonces las características del escenario, sugerido por el término “actualidad”,
en el que reformularemos la pregunta sobre la significación de una psicología del desarrollo.

Sin embargo durante el siglo XX, varias e importantes corrientes teóricas de diferentes disciplinas han cuestionado esta
ilusión objetivista de la producción del conocimiento. La imagen de un observador externo, ajeno y neutro, fue desplazada
por la inclusión de un sujeto que no solo condiciona sino que modela el objeto de conocimiento. En este sentido la
subjetividad no puede seguir pensándose como fuente de error. Podríamos decir que la subjetividad no puede pensarse en
términos substancialistas. Esto es que el sujeto preexiste a la interacción con otros y al mundo que lo rodea. O, tal como
pensaba Descartes, como última, y por lo tanto primera, garantía de existencia. Por el contrario, la subjetividad es el efecto
de las relaciones intersubjetivas. El sujeto no es lo dado biológicamente, ni una “psique” pura, sino que el sujeto adviene y
deviene en el intercambio en un medio social humano, en un mundo complejo.
Queda claro, entonces, que la subjetividad se ha transformado en la actualidad en tema central de cualquier disciplina
científica. Por esta razón, y como primera toma de posición, diremos que entendemos que una psicología del desarrollo en
la actualidad debe no solo considerar, sino centrarse en la subjetividad.

Partamos, entonces de una enunciación/definición clásica: La psicología del desarrollo es la rama de la psicología que
estudia la evolución normal del psiquismo humano.

Analicemos una cuestión, la psicología es una disciplina que nace en la modernidad, que nace en el momento en donde
caen las certezas teocráticas o teocéntricas en donde todo está explicado desde la concepción divina y comienzan a
aparecer, lo que podemos llamar, el cientificismo, positivismo, donde el modelo era de certificación; en donde todo tenía
que estar empíricamente comprobable o bien lógicamente demostrable.

Las disciplinas, por lo general, tenían que tener una metodología de verificación empírica o lógica y la psicología, que
habitualmente era entendida como una disciplina que estudiaba el alma humana, era evidentemente rechazada en este
mundo racionalista y empirista del siglo XVIII - IX, y se necesitó generar una psicología cuyo modelo tenga que ser la
biología. Por lo tanto, cuando se tuvo que pensar esa rama que era la psicología del desarrollo dentro de ese modelo de
psicología, la psicología del desarrollo también tenía el modelo biológico para poder centrarse, verificarse empíricamente y
que sus verdades fueran incuestionables.

Tenemos, en esta enunciación, varios puntos para indagar, entre los que se destacan: Qué entendemos por psiquismo
humano, qué significación puede tener hoy en día el término evolución y si es posible, y en todo caso con qué advertencias,
podemos hablar de normalidad.

El psiquismo humano, lo tenemos que pensar en la actualidad alejado de una estructura binaria, de una lógica de la
oposición, esto quiere decir que no podemos pensar el psiquismo humano solamente como lo opuesto al modelo
biológico. Esta crítica de lógica binaria, que es una crítica que hace el filósofo francés que Jacques Derrida, va a decir
precisamente que una característica del mundo occidental moderno es la idea de organizar todo el mundo a partir de
esta lógica de la oposición que en principio se presenta como una lógica igualitaria; si se oponen dos iguales en el
fondo siempre toda oposición esconde una lógica de jerarquización.

El ejemplo más común es el cartesiano, Descartes siempre opuso la lógica racional versus la lógica de las pasiones pero lo
opuso justamente porque decía que el ser humano tenía que elegir la razón en perjuicio de la pasión, si el ser humano se
dejaba llevar por lo pasional no podía pensar bien, no tenía una buena razón; en ese sentido cuando hablamos del
psiquismo humano como opuesto a la biología, lo que hay también es una lógica de jerarquización porque en realidad en
este modelo de psicología lo verdadero, lo certero, aquellos que arrojan verdades incuestionables y certeras es la biología;
entonces el psiquismo al oponerse a lo biológico decía bueno, lo biológico es certero, lo psíquico es de alguna forma algo
más objetable, conjeturable, etcétera.

Hoy en día esa lógica binaria está cayendo, la lógica de la oposición ha caído asombrosamente y no podemos pensar un
psiquismo humano dentro de ese modelo biológico, por esa misma razón tampoco podemos pensar un psiquismo humano
sustancial, precisamente hoy en si se piensa el psiquismo como algo no sustancial. ¿Qué queremos decir con sustancial?
También volvemos otra vez al ejemplo cartesiano: esa última verdad que llega Descartes, puedo dudar de todo pero lo que
no puedo dudar es de que yo pienso, entonces encuentra que la última verdad, la última sustancia es el yo. Hoy en día
también a partir de muchas cosas, es muy difícil pensar en un yo sustancial, en un yo incuestionable, en un yo unido
homogéneo, el psiquismo no puede ser sustancial en el sentido de algo cerrado, precisamente el psiquismo tiene que ser
siempre en relación con otro, abierto al otro, siempre relacionado con la alteridad.

Y por último, es un psiquismo imprevisible, es algo que no puede uno de alguna forma decir a dónde va, cuál es la dirección
y cuál es el sentido.

Entonces, qué se entiende por psiquismo humano. Este es sin duda, según nuestra definición de partida, el centro de
estudio. Es el objeto sobre el cual se explorará su evolución o desarrollo. Aquello que los metodólogos de la investigación
denominan generalmente como unidad de análisis.

Si aceptamos posicionarnos desde un lugar que subraye y resalte el lugar subjetivo del desarrollo, no podemos quedarnos
con la simple descripción de la observación y experimentación. El psiquismo no puede reducirse a las manifestaciones
conductuales o comportamentales, ni a la descripción de las legalidades que organizan el mundo senso-perceptivo o
inteligente. Desde luego tampoco implica marginar esos análisis ni mucho menos rechazar sus imprescindibles resultados
investigativos, sino apoyarlos, e integrarlos, en una organización que permita explicar la naturaleza, la estructura y el
funcionamiento de lo psíquico.

Tal como sostiene Sara Paín (1985) no es posible estudiar al ser humano como un sistema cerrado. Y esto no es solo por sus
condicionamientos que provienen del medio socio cultural al que pertenece, sino también y esto es lo que nos interesa en
este caso, desde un punto de vista estrictamente psicológico. Esta autora compara al psiquismo humano con un aparato
telefónico. En este sentido el aparato telefónico no solo depende de una red de comunicaciones, sino que el rasgo distintivo
de un teléfono es la dimensión del llamado: esto es en llamar y ser llamado. Por ejemplo, si alguien intentara llamarse a sí
mismo discando su propio número telefónico sólo encontraría el tono de “ocupado”. En este punto, podemos decir que el
psiquismo humano está en función de lo que se puede denominar alteridad. Este término, que la escueta definición del
diccionario sólo dice “condición de ser otro”, señala, cuando hablamos del psiquismo humano, la imposibilidad de ser
pensado si no es bajo la condición de referirlo siempre en relación con otro. Un Yo que se piensa, a diferencia del cogito
cartesiano, es yo que se piensa diferenciándose de otro.

Pero un psiquismo considerado de esta manera: alejado del modelo biológico, no sustancial, abierto al otro, es un
psiquismo imprevisible. Y esto nos lleva a plantear el segundo término conflictivo de nuestra definición de psicología del
desarrollo: evolución.

La noción de evolución en los términos en que está planteada en esta definición habla de una evolución sobre una
temporalidad de tipo lineal, esto quiere decir un temporalidad que tiene un principio y que se dirige hacia de alguna manera
algún destino ya preestablecido, esto es claramente una consecuencia de trasladar el modelo biológico al psiquismo. En el
psiquismo no hay un destino ya preestablecido, la temporada lineal fue cuestionada no solamente desde el punto de vista
de las ciencias humanas o sociales sino también hasta de las ciencias duras. Todos los psiquismos de alguna manera no
siguen un mismo lineamiento homogéneo, no hacemos todos lo mismo sino precisamente esto lleva a la idea de un
desarrollo del psiquismo singular y por lo tanto irrepetible, no podemos encontrar hablando del desarrollo dos desarrollos
exactamente iguales.

En otras palabras, la noción de desarrollo trae la idea de algo que se desenrolla. Esto es que potencialidades ya presentes se
despliegan en orden ya pre establecido. A esto se lo conoció siempre con el nombre de evolución. Esta noción de desarrollo
evolucionista se basó en una noción de tiempo de características lineales. Según Denise Najmanocvich (1994), este tiempo
lineal, medidle y eternamente progresivo es en realidad una invención de la era moderna. Esta autora ubica en la física
clásica de Newton el origen de este tipo de temporalidad. Según el físico habría dos clases de tiempos: el tiempo absoluto,
que fluye, por su propia naturaleza, pertenecientes al reino de Dios y por lo tanto incognoscible para el hombre; y el tiempo
relativo, convencional, producto del acuerdo entre los hombres y posible de ser comparado a partir de intervalos ya pre
establecidos: es decir, con una unidad y una escala ya construida. A medida que avanzaba la modernidad, este tiempo
relativo se fue “naturalizando” en el imaginario social, generando la creencia que este tiempo relativo que se manifiesta a
través de la medida representan entidades efectivamente concretas, cuando en realidad son construcciones mentales
absolutamente abstractas. Lejos del ideal objetivista del cientificismo, este tiempo cuantitativo se construye lejos de la
experiencia humana y a partir de modelos ideales como es el del “observador neutro”.

La tradicional concepción del desarrollo considerada a partir del establecimiento de fases o etapas se corresponde
justamente con este tipo de temporalidad lineal y mensurable, asimilando las mismas características de idealización y
abstracción de aquel tiempo relativo de Newton.

El siglo XX marca el comienzo del fin de esta concepción temporal. Desde distintas disciplinas y distintos enfoques teóricos
cuestionaron radicalmente esta concepción evolucionista del tiempo.

Entrados en siglo XXI resulta insostenible la ilusión objetivista del tiempo único y lineal, y por lo tanto debemos renunciar a
la tranquilidad que nos garantizaba la posibilidad de predictibilidad que las viejas concepciones de una psicología del
desarrollo de modelo biologista nos brindaba. Y con esta crítica a la aspiración de medición de la temporalidad lineal
podemos interrogamos sobre el tercer punto de nuestra definición de psicología del desarrollo: la noción de normalidad.
La idea de normalidad en general se lo asocia en forma opositiva a lo patológico. Sin embargo este último es más apropiado
articularlo con la salud, con lo saludable que dicho sea de paso, en muchos casos no coincide con lo normal. Es que el
término
normal se refiere antes que nada al cumplimiento de normas ya establecidas. Varios autores han planteado la necesidad de
pensar que dichas normas, que en última instancia determinan qué es o no normal, lejos de ser el producto objetivo de
tareas científicas, es el producto de un sistema social en su necesidad de auto preservarse. En otras palabras: los
parámetros que determina lo normal, están hechos principalmente para identificar lo anormal y así aplicar los mecanismos
de castigo o disciplinamiento según sea el momento histórico en que se constituyan. Desde la lepra hasta las enfermedades
mentales como la locura, siempre existieron mecanismos para el reconocimiento del anormal.

Un último elemento se desprende también de esta noción de normalidad y que habitualmente impregnó los modos
tradicionales de concebir el desarrollo psíquico. Y es esa premisa que, implícita o explícitamente, siempre se encuentra
presente cuando se describen las diferentes fases del desarrollo psíquico. Me refiero a esa concepción que habitualmente
se denominó adulto centrismo. Esto se refiere a aquella concepción donde la normalidad se encuentra en el adulto. El
objetivo final del desarrollo, la escala máxima de su desenvolvimiento, está representado por el adulto. Es a partir de él que
se comienzan a definir las diferentes etapas evolutivas. Tanto el niño como el adolescente se caracterizarán por lo que aún
no logran conseguir para ser adultos. Más aún si consideramos al viejo como otro momento de constitución subjetiva, éste
desde esa posición adulto céntrica, será caracterizado por todo lo que va perdiendo al haber superado la plena adultez. Este
adulto centrismo tiene dos consecuencias: La primera, es no poder reconocer los aspectos diferenciales y positivos de todo
lo que no es adulto. No encontraremos al niño, al adolescente o al viejo si lo buscamos en su carencia de adultez. Por el
contrario, podemos reconocerlos en las diferentes tareas que en cada momento histórico estarán abocados para
subjetivarse. Pero una segunda consecuencia es más sorprendente aún: el adulto no se considera objeto de desarrollo. Sin
embargo un adulto también vive su momento de crecimiento y maduración. Ser adulto, podríamos decir, como cualquier
otro de los momentos de desarrollo, no es un bien adquirido naturalmente, sino un logro que se irá construyendo en
determinado histórico. No se “es adulto”, sino que se va haciendo adulto mientras transita y elabora sus propios trabajos
psíquicos correspondientes.

En definitiva, llegamos a comprobar que los tres términos pilares de nuestra definición de psicología del desarrollo
(psiquismo humano, evolución y normalidad) parecen desvanecer, no solo esa definición inicial, sino la posibilidad misma
de una psicología del desarrollo.

Nos encontramos entonces ante la disyuntiva de abandonar la intención de pensar una psicología del desarrollo o buscar un
modelo que permita articular el eje de la diacronía de la constitución subjetiva con los aspectos estructurales del psiquismo
humano. Resulta necesario, entonces platearnos un nuevo modelo para pensar el desarrollo del psiquismo humano.

Una vez criticada la noción de desarrollo desde su concepción lineal y adulto céntrica debemos tomar algún modelo que nos
permita pensar la articulación de los ejes diacrónicos y sincrónicos de la constitución subjetiva.

La primera de esas nociones es la que Piera Aulagnier llama “estado de encuentro” o “situación de encuentro”. La autora
habló de situación de encuentro, no lo pensó en términos de psicología del desarrollo pero da una definición de situación
de encuentro que es muy apropiada y abre de alguna manera el camino para pensar algún campo más fértil para analizar y
pensar una psicología del desarrollo.

En ese texto se llama “La violencia de la interpretación”, Piera Aulagnier dice: “Si nos propusiésemos definir el fatum del
hombre mediante un único carácter, nos referiríamos al efecto de anticipación, entendiendo con ello que lo que caracteriza
a su destino es el hecho de confrontarlo con una experiencia, un discurso, una realidad que se anticipan, por lo general, a
sus posibilidades de respuesta, y en todos los casos, a lo que puede saber y prever acerca de las razones, el sentido, las
consecuencias de las experiencias con las que se ve enfrentado en forma continua.”

En primer lugar vemos que la situación de encuentro para Aulagnier es considerada como el fatum del hombre, es decir
como lo inexorable, el destino inevitable de todo ser humano. Si bien en ese texto justamente trabaja las dos situaciones de
encuentro inaugurales del psiquismo, esto es el encuentro del bebe, del recién nacido con el cuerpo biológico y el
encuentro con el espacio psíquico del otro, esta situación de encuentro permanece y se reitera durante toda la vida.
Pero ¿qué define la situación de encuentro? Su carácter anticipatorio. Es decir, esas experiencias que le exigen al sujeto más
de lo que sus posibilidades actuales pueden responder.
Por ejemplo, al nacer, el pequeño se encuentra con un cuerpo que le demanda a su psiquismo una respuesta que desde
luego aún no está en condiciones de responder. Y esto no sólo por cierta inmadurez natural como por ejemplo la posibilidad
de alguna respuesta motora que pueda modificar su entorno, sino porque todavía su actividad psíquica no puede simbolizar
la relación de su psique con su cuerpo, y así bascula entre la unidad psique/cuerpo inseparables o bien considerar lo
corporal como algo extraño y rechazable. Veamos este esquema. El recién nacido tiene hambre y este “hambre” se
manifiesta, como experiencia dolorosa, en primer lugar en el cuerpo. Lo que quiere señalar la autora por anticipación no es
la incapacidad madurativa de proveerse a sí mismo el alimento, sino de darle a ese cuerpo un lugar en su mundo psíquico
(metabolizarlo en el lenguaje de la autora) y por lo tanto también en el mundo real y exterior a él. No tendrá otra
alternativa, para preservar la relación de su psiquismo con el cuerpo imprescindible para seguir viviendo, que realizar un
llamado al otro para que le provea alimento. El llanto que él bebe produce ante la sensación de hambre, y que casi toda
mamá interpreta como una señal que la convoca, es para el infante, en principio sólo una descarga motora, demandándole
todo un esfuerzo psíquico de complejización hasta que lo pueda utilizar verdaderamente como elemento para llamar a su
madre o a quien lo cuide.

El mismo esquema lo utiliza para explicar el encuentro con el espacio psíquico materno. Y siendo muy esquemáticos y
sintéticos podemos decir que la madre, al bebé, quien aún no dispone de lenguaje (y por falta de lenguaje no sólo hay que
entender desde luego la carencia de lenguaje verbal o gestual sino que aún no cuenta con ningún elemento que le permita
comunicarse simbólicamente con los otros) no hace otra cosa que hablarle: ubica como interlocutor a quien aún no tiene
con qué ubicarse ahí, aceptar esa posición.

Pero como decíamos antes, lo interesante en esta formulación de situación de encuentro es que se repite, en forma
inexorable, durante toda la vida. Entonces, la situación de encuentro es el fatum del hombre, se caracteriza por su
anticipación
psíquica. Esto nos lleva a plantear la segunda noción que es el trabajo psíquico.

En primer lugar debemos decir que la noción de trabajo tiene mucho peso en la metapsicología. Tal como nos recuerda
Rodulfo (1992) si bien nunca fue definida por Freud en forma directa, la noción de trabajo caracteriza conceptos muy
básicos de la metapsicología: trabajo de duelo, trabajo de elaboración, trabajo del sueño, entre otros. En todo caso lo que
está en el fondo de todos estos conceptos es la idea de un aparato psíquico que no se desarrolla naturalmente sino que el
sujeto debe hacer un esfuerzo, una tarea, un gasto, que una vez realizado ya no será (el sujeto) el mismo de antes.

Tomemos por ejemplo uno de los lugares en que Freud desarrolla esta idea (dejando claro que es solamente uno de esos
lugares y que la idea recorre implícitamente toda la metapsicología), que es el trabajo de elaboración del paciente.

“Cuando comunicamos a un paciente una idea por él reprimida en su vida y descubierta por nosotros, esta revelación no
modifica en nada, al principio, su estado psíquico.” (Freud, 1973)

Lo que dice allí Freud es que no basta con la verbalización por parte del analista de una interpretación para la sedación del
síntoma, sino que es necesario, justamente, un trabajo de elaboración del paciente para que esto suceda. Muchas veces la
distancia temporal entre la primera y la segunda es bastante amplia. Es frecuente, por ejemplo, percibir de parte de los
pacientes la sorpresa de alguna comunicación del analista como si fuera la primera vez que la escuchó, cuando en realidad
esa interpretación le fue dicha hace tiempo y en bastantes oportunidades.

En segundo lugar también se puede relacionar con otro término central de la metapsicología: la castración. Este concepto
se lo ha asociado casi habitualmente como sinónimo de mutilación haciendo inflación sobre su sentido negativo. Sin
embargo ciertas castraciones, lejos de ser mutilantes son simbolígenas. Esto es, la castración no siempre es sufrida
pasivamente por el sujeto, sino que este muchas veces se convierte en agente de ciertas limitaciones para favorecer a la
complejización psíquica.

En este caso resulta interesante relacionar este término con el de sufrimiento. No todo sufrimiento implica patología ni
debe ser evitado por sí mismo. En muchos casos el sufrimiento da cuento justamente del desarrollo. El trabajo psíquico, en
tanto gasto energético, esfuerzo de complejización, marca siempre un cierto nivel de sufrimiento. Esto nos permite evitar
ciertas confusiones a todos los que de alguna manera trabajamos con sujetos en desarrollo. Ciertos momentos del
desarrollo toman la forma de cierta sintomatología patológica pero en realidad solo es un momento de experiencia de
trabajo psíquico.
Finalmente hay que rescatar que la noción de trabajo psíquico implica la idea de un sujeto activo en su proceso de
desarrollo. No es ni un cuerpo biológico en espera de maduración, ni el resultado o efectos de estructura. Sean estas
estructuras del lenguaje, sociales, ambientales.

Debemos garantizarnos la presencia del sujeto en nuestro esquema. Y para esto recurriremos a la tercera noción que es la
huella, por cuanto entendemos a la huella como el elemento subjetivante y por lo tanto absolutamente singular.

Queda claro que el trabajo psíquico modifica el psiquismo complejizándolo. Y esta complejización se verifica por cuanto esa
operación deja una marca, una huella.

Sin duda el término huella tiene resonancia también en la metapsicología freudiana como huella mnémica. La noción de
huella mnémica hace referencia a la función de la memoria en el aparato psíquico. Todos los acontecimientos vividos por el
individuo quedan registrados como huellas mnémicas. Pero esta idea de huella tomará una dimensión más amplia y más
compleja a partir de la obra de Jaques Derrida.

En primer lugar que la huella es una noción que vuelve a plantear la temática del tiempo y de la temporalidad; se replantea
la temática temporal, en la medida que una huella es marca que perdura en el tiempo. Se podría decir que una marca se
constituye en huella en tanto ésta subsiste en el tiempo. Y este perdurar en el tiempo se reconoce por que los efectos de su
fabricación continúan más allá del momento en que fue producida.
Para esto Derrida analiza un párrafo de Freud que abre su texto El malestar de la cultura: “En ninguno de mis trabajos he
tenido como en este la sensación de exponer cosas archisabidas, gastar papel y tinta, y hacer trabajar al tipógrafo y al
impresor meramente para referir cosas triviales”(Freud, 1973 (1930) pág. 3049)

Esto es una serie de marcas que, según pensaba Freud, no constituían en sí huella alguna; es decir, un gasto totalmente
inútil. Inútil porque deber haber encontrado algo nuevo para su teoría, algo que la transforme, en fin algo que de alguna
manera la complejice. Precisamente el trabajo psíquico no es un gasto inútil, porque el psiquismo se ha transformado en
algo de nuevo. Pero siguiendo el análisis que hace Derrida de ese párrafo, la referencia que Freud nos señala que no basta
con encontrar la novedad, sino que habría que dejar una marca que se constituya en huella. Para que sus lectores pudieran
hacer uso de ella. De esta manera podemos decir que la posibilidad de hacer uso de la novedad solo se hace posible por
intermedio de la huella. Se puede hacer uso de la novedad por intermedio de ella porque la huella pone en relación un
acontecimiento pasado (el momento de producción de la marca) y el presente de la huella que permanece. Otro termino
derridariano es el termino differance. Este neologismo pretende mostrar dos movimientos en uno: el diferir como
postergar y el de producir diferencia. El espacio entre el momento de producción de la marca y el momento de la huella, es
del diferir. Toda huella de alguna manera hace referencia a un acontecimiento que ya fue. Este diferir entre el
acontecimiento primero y el acontecimiento segundo produce en realidad una diferencia. Pero ese acontecimiento de
hacer uso de esa huella que al pretender recuperar el anterior, produce asimismo otra huella.

Si llevamos todo este análisis de la huella a nuestra temática del desarrollo podemos afirmar que el desarrollo no está
marcado por el desenvolvimiento de etapas pre establecidas, sino por la secuenciación de una continua producción de
huellas.

En tanto la fabricación de huellas es la verificación del desarrollo por cuanto es el resultado del trabajo psíquico provocado
por la situación de encuentro, podemos decir que las huellas son absolutamente singulares. Por esta razón es que es
imposible poder establecer alguna forma de clasificación de las huellas producidas por un sujeto. Esto hace que en nuestro
programa este tercer elemento del esquema solamente lo podamos ver en el reconocimiento de algunos espacios donde el
sujeto hace huella.

En este sentido el juego, la escritura, los tatuajes, las vocaciones, la creatividad, la paternidad, el ejercicio de la sexualidad,
la confección de legados, pueden ser espacios donde los niños, los adolescentes, los adultos y los viejos imprimen sus
marcas o no (estamos frente a patologías). La pregunta por quién juega, quién escribe, quien se tatúa, quién piensa su
futuro, quién crea, quién se hace padre, quien ejerce su sexualidad, quién confecciona legados a generaciones posteriores,
nos lleva directamente a la idea de sujeto. Trabajar de esta manera nos enfrenta con el escenario real de quiénes, en
nuestra tarea cotidiana (psicólogos, psicopedagogos, docentes) nos vemos necesitados de una psicología del desarrollo.
Porque no nos enfrentamos con ejemplos de arquetipos ideales (niñez, adolescentes, adultos o viejos) sino con
singularidades subjetivas

Estamos ahora en condiciones de plantearnos una nueva definición (siempre provisoria, siempre sujeta a correcciones) de
psicología del desarrollo.

La psicología del desarrollo se ocupa de estudiar la secuencia de realización subjetiva y su


vinculación con las medicaciones en del psiquismo.

Estamos hablando de secuencia y no estamos hablando de etapas, porque una de las características de la secuencia es
justamente su posibilidad de que se puede hacer muchas veces en la vida y no es una etapa. Por lo tanto, cuando hablamos
de la secuencia olvidémonos de la palabra etapa, de la cronología, de las edades, sino pensemos siempre en el esquema
situación de encuentro, trabajo psíquico que vamos a analizarlo seguramente a partir de la huella, no podemos saber nada
antes de la huella de qué trabajo psíquico y por lo tanto qué situación encuentro está atravesando determinado sujeto.

CONCEPTOS BÁSICOS DE LA METAPSICOLOGÍA FREUDIANA

Según el Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis (1981) la metapsicología es un “término creado por Freud para
designar la psicología por él fundada, considerada en su dimensión más teórica. La metapsicología elabora un conjunto de
modelos conceptuales más o menos distantes de la experiencia, tales como la ficción de un aparato psíquico dividido en
Instancias, la teoría de las pulsiones, el proceso de la represión, etc. La metapsicología considera tres puntos de vista.
Dinámico, tópico y económico” (LAPLANCHE y PONTALIS, 1981, p. 225).

Es decir que con el mismo vocablo Freud designa tanto al corpus total del psicoanálisis como a la descripción del aparato
psíquico.

Freud es quien descubre la importancia del inconsciente en el desarrollo de los fenómenos mentales. Es en este sentido
que obtiene el nombre de Metapsicología de una carta que su amigo le escribió.

Es evidente, entonces, que ya en esos tiempos fundacionales de su teoría, Freud no pensaba organizar una corriente más
dentro de la psicología, sino que su intención era generar una disciplina con método y objetos propios. Es decir, no quería
disputar ninguna hegemonía, sino que, por fuerza de su descubrimiento (el inconsciente), necesitaba crear nociones y
conceptos nuevos. Sin embargo la metapsicología nunca se plasmó en ninguna publicación integral, proyecto que según
algunos biógrafos estaba en las intenciones freudianas. Para algunos autores, esta ausencia de un “Tratado de
metapsicología” es consustancial al psicoanálisis por cuanto es una práctica en pleno proceso de transformación. En esto,
como en muchas otras cosas más, se ubica en las antípodas del ideal positivista.

Freud nos advirtió: ‘la actividad psicoanalítica, no se deja manejar con tanta facilidad como los anteojos que nos calzamos
para leer y nos quitamos para ir de paseo’. Pero precisamente la metapsicología es ese ‘anteojo’ que permite dar relieve a
elementos en desplazamiento constante, cuyas metamorfosis se deben apreciar.

Por este motivo, en lugar de hacer una exposición conceptual, es preferible describir el funcionamiento mismo del aparato
psíquico, a través de los tres puntos de vista: tópica, económico y dinámico.

Desde el punto de vista TÓPICO, Freud construyó dos formas de aparato psíquico. La que se conoce como primera tópica
(por que fue la primera descripción freudiana del aparato psíquico) distribuye tres lugares: la conciencia, el inconsciente y el
preconsciente. La revolución freudiana consiste, justamente, en la valoración que se le otorga a los procesos inconscientes.
La conciencia, objeto tradicional de la psicología, no es más que una ínfima parte de nuestra psique sobre determinada por
el inconsciente. El término inconsciente hace referencia a:

Ø Un aspecto cualitativo: como cuando decimos, por ejemplo, que determinados fenómenos no son conscientes. Ø Un
aspecto sistémico, esto es la instancia psíquica que cuenta con leyes propias, distintas de las de la conciencia. Al sistema
inconsciente se lo identifica a veces con el símbolo Icc.

Entre sistema consciente y el inconsciente Freud localiza lo que se denomina “censura” o “represión”.

El sistema preconsciente incluye a aquellos contenidos que si bien son cualitativamente inconscientes no pertenecen a la
instancia inconsciente. Son aquellas representaciones que momentáneamente están ausentes de la conciencia pero que
con
poco esfuerzo del sujeto pueden llegar nuevamente a la conciencia. Por esta razón, y considerando que la verdadera
distinción en el aparato es la represión, generalmente las instancias consciente y preconsciente se las unifica en el sistema
Cc – Prec.

Tenemos noticias del inconsciente por intermedio, justamente de las rupturas de la conciencia, las denominadas
formaciones del inconsciente, como por ejemplo los lapsus, los actos fallidos, los sueños y –desde luego– por los síntomas
neuróticos. Si bien fueron estos últimos los que llevaron a Freud al conocimiento del inconsciente, esto es analizando
personas enfermas (especialmente queriendo descubrir la etiología de la histeria), pronto llega a la conclusión que estas
“anomalías” de la conciencia son generalizables a todos los individuos.

Las características del inconsciente son: la atemporalidad, la carencia de negación, la indiferencia por la realidad y la
ausencia de duda. Se regula por el principio de placer – displacer o, dicho de otro modo, la búsqueda del placer y la
evitación del displacer. Este principio se opone justamente al que gobierna la conciencia, que se llama principio de
realidad.

A medida que la investigación psicoanalítica avanzaba, Freud necesitó introducir una segunda tópica. Ahora las instancias
son Yo, Superyó y Ello. Estas modificaciones no anulan las formulaciones de la primera, sino que las integra para explicar los
nuevos fenómenos descubiertos, entre los que podemos mencionar el reconocimiento de la existencia de una parte del Yo
como inconsciente. Este hecho marca la ruptura definitiva con cierta tradición filosófica, como la cartesiana, que
consideraba al Yo como la única garantía de existencia: si una parte del Yo, y la parte más importante del mismo, se
escapan a la conciencia y a su voluntad, lejos puede arrogarse la función de organizador de la realidad. Con el término
superyó se designa lo que habitualmente se entiende por conciencia moral. Esta instancia tiene una función sumamente
crítica del Yo, no sólo prohibiendo sino proponiendo ideales hacia el cual debería tender (ideal del yo). Finalmente el Ello
puede considerarse equivalente al Icc de la primera tópica. La diferencia con aquel es justamente el reconocimiento de que
el Icc sobrepasa al Ello encontrándose procesos inconscientes tanto en el Yo como en el superyó.

Desde el punto de vista DINÁMICO se considera al aparato psíquico en permanente conflicto intersistémico. Básicamente, y
tomando la primera tópica, las representaciones inconscientes tienden a incorporarse a la conciencia, mientras que ésta
trata de evitarlo. La noción clave para entender este tipo de dinamismo es la de represión, tal como la vimos anteriormente.
Pero para entender plenamente el funcionamiento del aparato hay que incluir el punto de vista ECONÓMICO.

Si la psique está permanentemente en conflicto, hay que pensar la existencia de una energía psíquica. Esta energía psíquica
se denomina libido. Precisamente para que algún elemento sea considerado por la psique –o sea que tenga existencia para
ella–, éste debe estar previamente catectizado, es decir cargado de energía libidinal. La libido tiene un origen sexual. Y aquí
se encuentra, junto con el descubrimiento del inconsciente, una de las grandes transformaciones que el psicoanálisis aportó
al pensamiento contemporáneo. Porque la concepción de sexualidad que desarrolló la teoría psicoanalítica se aparta
radicalmente de una concepción biologista de la misma. Al postular la existencia de una sexualidad infantil es evidente que
la idea de sexualidad no se corresponde con el concepto de genitalidad. La sexualidad humana no es primordialmente un
instrumento reproductivo. Por el contrario, lejos de entender a la sexualidad como un elemento fisiológico, como el hambre
o la respiración, habría que comprenderlo, como veremos más adelante, dentro de la transmisión cultural.

La articulación metapsicológica de esta concepción de sexualidad con la energía libidinal la encontramos en la noción de
pulsión. Definido por Freud, como “el concepto límite entre lo psíquico y lo somático”, el término pulsión es introducido
para sustituir al de instinto, que se lo reserva para la vida animal. Justamente, la diferencia radica en que el instinto tiene su
fin preformado por herencia, mientras que en la pulsión, propia de la vida humana, el objeto, lejos de ser idéntico a todos
los individuos, es contingente, variable y determinado por la historia singular de cada sujeto. El origen pulsional siempre
tiene
una apoyatura funcional.
“En un principio la satisfacción de la zona erógena aparece asociada con la del hambre. La actividad sexual se apoya
primeramente en una de las funciones puestas al servicio de la conservación de la vida, pero luego se hace independiente de
ella. Viendo a un niño que ha saciado su apetito y que se retira del pecho de la madre con las mejillas enrojecidas y una
bienaventurada sonrisa, para caer en seguida en un profundo sueño, hemos de reconocer en este cuadro el modelo y la
expresión de la satisfacción sexual que el sujeto conocerá más tarde. Posteriormente la necesidad de volver a hallar la
satisfacción sexual se separa de la necesidad de satisfacer el apetito, separación inevitable cuando aparecen los dientes y la
alimentación no es ya exclusivamente succionada, sino mascada” (FREUD, 1981b).

Esta descripción es el modelo del origen del deseo. Esquemáticamente podemos explicar el nacimiento del deseo de la
siguiente manera. La necesidad fisiológica genera un estado de tensión interna y por lo tanto de displacer. La satisfacción,
que generalmente proveniente del exterior (la madre le da de comer), produce una huella mnémica en el inconsciente no
sólo del objeto que procuró placer al eliminar la tensión (en este caso el pecho materno) sino de la situación total de
satisfacción. Esto genera que, al repetirse la tensión orgánica (el bebé siente hambre nuevamente), se pueda lograr la
satisfacción fisiológica, pero no reencontrará aquella inscripción de la primera vez que, perdida definitivamente, marcará el
destino del deseo humano.

Retomando la descripción del funcionamiento del aparato psíquico, ahora podemos explicar los dos procesos que regulan
los sistemas conscientes e inconscientes. Mientras que para el inconsciente rige el proceso primario esta energía libre que
empuja por salir a la conciencia, para esta última, a partir del principio de realidad, se impone el proceso secundario, esto es
postergando la descarga hasta llegar a alguna transacción entre este empuje pulsional y la realidad. En esta actividad
secundaria es donde hallamos la capacidad representativa del ser humano. Vemos entonces que las elaboraciones
conscientes, donde encontramos la producción cognitiva, lejos de ser una actividad neutra y desapasionada, están regidas y
dirigidas (posibilitadas o restringidas) por el deseo.

EL POST FREUDISMO Y LA REFORMULACIÓN LACANIANA

Del mismo modo que en la epistemología genética, donde la desaparición de Piaget dio lugar a diferentes debates entre
corrientes post piagetianas, en el psicoanálisis, luego de la muerte de Freud, aparecieron varias discusiones, no sólo sobre la
continuidad de las investigaciones metapsicológicas, sino también por la interpretación misma de su obra. Sin embargo la
diferencia con la psicogénesis es que las post freudianas son tan disímiles que han generado diferentes escuelas
habitualmente enfrentadas entre sí. Tradicionalmente, y de una forma un tanto esquemática pero sencilla de explicar, se
han distinguido tres grandes escuelas post-freudianas.

La psicología del yo

En primer lugar tenemos a la llamada psicología del Yo o escuela americana. Hartmann y Loewenstein, fundadores de esta
corriente, al escaparse del nazismo emigran hacia los EE.UU., donde desarrollan la mayor parte de la labor de esta escuela.
Esta corriente le da una importancia mayor al papel del Yo en el funcionamiento del aparato psíquico. De ahí la
denominación de psicología del Yo o Ego Psychology. Denominación que, si la analizamos, nos permite comprobar es en sí
toda una muestra de su posición.

En primera instancia porque retorna la problemática de la relación entre la psicología y el psicoanálisis al pretender
recuperar el proyecto, compartido por la mayoría de las corrientes psicológicas de comienzo del siglo XX, de una “psicología
general” integradora superando todas las diferencias entre escuelas. En esta “psicología general” el psicoanálisis brindaría
sus aportes pero tendría que adaptar ciertos criterios de su teoría, como por ejemplo la conceptualización de un Yo no
influenciado por el inconsciente.

En segunda instancia, y como consecuencia de esta operación restitutiva del psicoanálisis a la psicología, la escuela
americana debía repensar el estatuto del Yo. Para esto se postula una zona en el aparato psíquico que se encuentra afuera
de toda influencia del inconsciente, una especie de un Yo libre de conflictos. Este Yo sano debería dirigir la totalidad de la
vida anímica y así lograr una mejor adaptación a la realidad. Es cierto que algunos pasajes de la obra de Freud dan pie a
estas interpretaciones, sin embargo no se encuentra en ningún momento una referencia a este tipo de instancia.

Si bien Ana Freud, no pertenecía orgánicamente a esta escuela, sin duda tenía fuerte lazos con ella. Precisamente esta
nueva consideración del Yo la hizo tomar con cautela la práctica del psicoanálisis con niños. Si este yo sano es el que hay
que apuntalar y hacer que crezca su poder de influencia en el resto del aparato, no resulta conveniente interpretar
edípicamente a un niño para evitar el riesgo de contaminar e influir negativamente el proceso de construcción yoica. Antes
que levantar represiones, para los niños, Ana Freud proponía una especie de “pedagogía” de orientación psicoanalítica que
oriente y fortalezca al Yo.

Esto genero una de las más seria controversias dentro del movimiento psicoanalítico.

La escuela inglesa

La posición de M. Klein, al contrario de la asumida por la hija de Freud, recomendaba la intervención psicoanalítica
temprana en los niños interpretando sus conflictos inconscientes. La discusión no se limitaba a la sola referencia técnica,
sino que señalaba diferencias metapsicológicas profundas. La diferencia teórica esencial con el anafreudismo es que para
Klein no existiría ningún Yo libre de conflictos sino que todo el aparato psíquico está dominado por el inconsciente. Pero
para
proponer esta intervención temprana la escuela inglesa supone la existencia del inconsciente, y por lo tanto de todo el
aparato psíquico constituido, desde los primeros momentos del nacimiento. Entre muchas críticas que esta corriente recibió
una de las más comunes es su manejo sin mucha rigurosidad del simbolismo.

La crítica lacaniana

A pesar de la evidente revisión teórica del kleinismo y de las fuertes disputas con los seguidores de Ana Freud, ambas
corrientes convivieron en las instituciones psicoanalíticas en una especie de “coexistencia pacífica”. El surgimiento, a
mediados del siglo XX en Francia, de la figura de Jacques Lacan (1901-1981) trastocará definitivamente este panorama. Su
incursión en el movimiento psicoanalítico está marcada por acusaciones, expulsiones y escisiones. Es que la crítica lacaniana
no se limitó a señalar diferencias de orden teórico, sino que alcanzó a cuestiones éticas. Lacan consideraba que los
desarrollos de los post freudianos traicionaron el espíritu innovador de su creador y por eso mantuvo la consigna de
“volver a Freud” como principio de su teorizaciones. Esta “vuelta a Freud”, sin embargo, no debe entenderse como una
vuelta ingenua, sino más bien como una re lectura de su obra a partir de los principios que el estructuralismo estaba
imponiendo en la vida intelectual de la Francia de post guerra.

Sintetizar la visión de este autor es una tarea sumamente compleja. Por esa razón, solamente comentaremos uno de sus
aportes más famosos: el estadio o fase del espejo.

En 1936, en el Congreso Internacional de Psicoanálisis celebrado en Marienbad, Lacan presenta un dato de características
empíricas: los niños entre los 6 y los 18 primeros meses de vida, aún en estado de incapacidad de coordinación motriz que
les permita manejar en forma unificada su cuerpo, expresan una serie de gestos que demuestran su estado de gozo y
satisfacción al ver su imagen reflejada ante un espejo. Esto da cuenta, por lo tanto, que la imagen especular unificada se
anticipa a la unificación biológica. Lacan no duda en relacionar este fenómeno con el complejo estatuto metapsicológico del
Yo, constituyendo la fase del espejo en la matriz misma del Yo que perdurará para toda la vida. Podemos decir que el niño al
decir Yo, no hace referencia a ese “acá” de su cuerpo, sino más bien a ese “allá” de la imagen del espejo. Si a esto le
agregamos que generalmente es el Otro adulto el que le dice al niño que él es ese del espejo, terminamos de configurar un
cuadro donde el Yo, lejos de sustancializarse en alguna unidad sintética, se diluye en una serie de referencias virtuales.

Si en última instancia yo me reconozco en la imagen que el Otro dice que soy, es obvio que mi Yo está sujeto al Otro.
Ciertamente que esta sujeción es inconsciente y no sólo cualitativamente (no soy consciente de mi sujeción) sino también
sistémica, por cuanto ese Otro constituye en última instancia mi inconsciente. Queda claro como Lacan recupera ese
espíritu freudiano, de alguna manera olvidada por los desarrollos post freudiano –especialmente por los de Ana Freud y la
escuela americana–, espíritu que está marcado por la desconfianza a los aspectos conscientes y que él mismo definió como
revolución copernicana.

Siguiendo este desarrollo, el deseo no puede entenderse como algo propio, del individuo. Sino que el deseo proviene del
Otro: por haber sido deseado es que puedo desear. Pero justamente al definirse en ese campo virtual que configura el Yo
con el Otro, el deseo no es deseo de “algo”. El deseo no puede confundirse con las ganas o con los anhelos de
características conscientes. El deseo es constitutivo del ser humano y no se realiza ni se cumple nunca. Se diferencia de dos
nociones vecinas como son la necesidad y la demanda. La necesidad, por un lado, se dirige a un objeto específico (por
ejemplo, la necesidad de alimento de un niño) que satisface plenamente esa necesidad. Para el medio humano esa
necesidad debe formularse en término de demanda, por cuanto se dirige a otro. El deseo es lo que articula a ambos
haciendo que persista la demanda al Otro más allá de la satisfacción de la necesidad.

Clase 2 – 10/08/2020 Los orígenes y lo


infantil
La autora Piera Aulagnier nos va a dar la idea de que el ser humano es uno de los pocos organismos que desde el minuto
cero del nacimiento ya tiene historia. Esto quiere decir que cuando nacemos ya tenemos un fragmento del mundo que nos
pertenece; este es un fragmento discursivo que nos dirige previamente a nuestro nacimiento.

En el capítulo “El espacio donde el yo debe advenir”, la autora va a estructurar ese espacio al que el yo debe advenir, el
espacio anterior al nacimiento biológico a partir de tres ejes.

Ejes que preceden a la construcción del psiquismo antes del nacimiento:

El primer eje (sentido de la teoría edípica) es la función materna. En este espacio que antecede al nacimiento del infante,
las nociones que se encuentran son:

- noción de sombra hablada: en primer lugar habla de una sombra, es decir, esto lo podemos ver notoriamente cuando
hacemos sombra sobre un objeto justamente la única forma de que eso tenga consistencia es que se apoye sobre un objeto
ya pre-existente sino no hay forma de que la sombra tenga visibilidad. Piera dice que si bien la “sombra” hablada está
conformada mucho antes al nacimiento del infante, solamente toma visibilidad cuando este nace. Por otro lado plantea la
sombra “hablada”, esa proyección se produce a través de una comunicación; cuando nace el infante, la madre no le habla
directamente al infante sino a la sombra que ella proyecta sobre ese cuerpo del infante. Esto quiere decir que ella se
representa a partir de la construcción de esa sombra que fue construida durante muchos años en su propia historia porque
en definitiva la sombra hablada está constituida de anhelos maternos que empiezan a fabricarse antes de la decisión de
tener un hijo y que de alguna forma se enlaza con sus propios anhelos de cuando era pequeña.

Ante esto, la autora dice que uno puede de alguna forma rechazar aquellas representaciones o discursos o historias que son
dirigidas hacia nosotros, pero se tiene la posibilidad de decir yo no tengo nada que ver con eso que se me representa, lo
que peor que puede pasar es que no haya ningún tipo de representación.

- noción de violencia de la interpretación: Cuando el infante nace no tiene toda la capacidad desarrolla de su psiquismo de
representarse el mundo, por ende la autora dice que otra noción importante de esta función materna la asiste como
prótesis, como algo que sostiene al bebe su propio psiquismo, procesos secundario y consciencia. Por ejemplo: interpreta
un llanto del bebé, este representa hambre (si uno se pone a pensar desde el punto de vista comunicacional y semiótico
digamos ese llanto no dice nada, no genera un indicio de que indique que él bebe tiene hambre, no es una palabra),
entonces lo que va a decir Piera es que es violenta la interpretación porque ese llanto la madre lo interpreta
violentamente.

A partir de ese momento esa violencia inicial es una violencia humanizante y necesaria, esto quiere decir que hay alguien
que lo sostiene en la representación del mundo, ya que el bebé no puede representarse el mundo conscientemente a partir
de una idea y por lo tanto no tiene la representación del mundo de la palabra, entonces es la madre quien codifica, por
ejemplo, ese llanto como hambre.

Entonces, la autora va a decir que esta sombra hablada llega a un punto en donde tiene que disolverse, la madre tiene que
enfrentarse de una vez con su hijo en forma de lo que hoy podríamos llamar alteridad; en el sentido de una radical
alteridad, es otra persona, es alguien diferente de mí. Es muy importante la aceptación de parte de la madre del buen
pensar de su hijo, porque ahí es donde empieza a tener que aceptar que ella no sabe todo lo que está pasando por la
cabeza de su hijo. Esa aceptación hace que la sombra hablada tenga que disolverse y quedarse la madre con la angustia de
pensar en definitiva nunca va saber qué está pasando en la cabeza de su hijo; esto genera una doble sensación por parte de
la madre, por un lado es satisfacción ya que si el niño piensa en forma autónoma es como que la madre cumplió
perfectamente su rol, por el otro lado, es la aceptación. Si esta aceptación del pensamiento autónomo del hijo no sucede,
ya no estamos hablando de una violencia de interpretación primaria necesaria para la subsistencia del bebé humanizante,
sino que aparece una violencia de
características secundarias en donde la madre insiste en seguir creyendo que ella sabe lo que le pasa al hijo, sin darle la más
mínima oportunidad del pensamiento autónomo y esto puede ser tremendo para la constitución psíquica del hijo.

El segundo eje (sentido de la teoría edípica) función paterna: La autora rescata que dentro de esta función no solamente la
función socializante de interdicción, sino que también rescata el deseo del padre. Hay un deseo paterno, el padre no solo
desea en función de ley, en función de socialización, sino también hay algo del orden del deseo.

El tercer eje es el campo de lo sociocultural: La autora lo pone como un elemento determinante de la constitución del
psiquismo que es el campo sociocultural. Este campo también debe generar un espacio y un discurso para el nuevo
integrante, de la cultura, y ahí es donde constituye una noción.

La autora va a plantear la noción de contrato narcisista, por intermedio de este es que el tercer eje se articula. Si hablamos
de contrato es porque estamos hablando de dos partes que de alguna forma hacen un acuerdo, que en este caso sería la
cultura -el grupo social (el niño y el grupo social). A partir de este contrato se le establece al nuevo integrante que va a ser
miembro de la comunidad pero para ser reconocido por este grupo, el nuevo integrante, debe respetar los enunciados de
fundamento. Los enunciados de fundamentos son aquellos que se constituyen como fundamentos de ese grupo
sociocultural, aquello en lo cual no se puede dudar por eso son enunciados que en realidad no están explicados en una ley
pero se tiene que respetar para poder ingresar a dicho grupo.

El término narcisismo es complejo, fue inventado por la teoría psicoanalítica y Freud, y reinventado por varios
psicoanalistas posteriores a Freud

Este término, Freud tuvo que introducirlo en su teoría por una necesidad conceptual, por eso es interesante pensar que
este término es un concepto. En una de sus obras plantea que, cuando finalmente haya que buscar un objeto de amor
eterno/un objeto erotizante externo, se pasa en el medio reuniendo todas esas zonas erógenas en el propio cuerpo, esa
reunión en el propio cuerpo, como este en sí mismo fuera un objeto externo, reúne todas esas pulsiones, lo que va a llamar
las pulsiones parciales. Ese pasaje en la reunión sobre el propio cuerpo él la va a llamar narcisismo.

La definición que da Freud sobre el narcisismo es que este es un nuevo acto psíquico. El narcisismo es algo que se produce
instantáneamente y se puede buscar un objeto externo, un hallazgo de objeto.

El psicoanalista egipcio Sami Alí va a desplegar ese nuevo acto psíquico en tres tiempos; una secuencia que se va a repetir
muchas veces en nuestra vida. La pregunta por el narcisismo es la del por el ser, ¿Quién soy? es la pregunta que orienta a
este acto y está en la base del psiquismo, la base constitutiva, pero Sami Alí lo despliega también en las diferentes
pulsiones.

El primer tiempo es “ser en el otro”: está ejemplificado por la figura de la geometría topológica, la figura es la banda de
Moebius, tiene dos caras pero tiene la particularidad de que se puede pasar de la cara interna a la externa sin atravesar
ningún borde. Entonces, cuando el autor plantea este primer tiempo está diciendo que el psiquismo del bebe y el de la
madre son dos espacios que de alguna manera se pueden pasar sin atravesar ningún borde, sin romper nada. El segundo
tiempo es donde de alguna forma él puede encontrar a un otro: ya no es ser en el otro, sino es ser con el otro.
El tercer tiempo es “ser extraño”: comienza la categoría de extraño. Lo que categoriza el autor es que si aparece un
extraño, que es el padre, aparece la categoría del extraño, yo soy extraño al resto, en el sentido de yo estoy separado
radicalmente con el otro; se empieza a tener categorías más abstractas. Este tercer tiempo, es la constitución del
narcisismo porque puedo ser extraño en la medida en que puedo estar garantizando una existencia separada del resto del
mundo, mientras antes mi existencia dependía de los otros y ahora no depende de nada pero hay ciertos niveles de
extrañeza.
Sami Alí hace una reinterpretación de un famoso juego que describe Freud que se conoce con el nombre de Fort-Da. Freud
hace la descripción porque hace una observación de un bebe que juega con un carretel de hilo en donde está el carretel de
hijo y él tiene la punta, cada vez que se va la madre juega a decir Fort - Da (en el sentido de fuera, en alemán, y da, aquí).

Lo que hace Freud es una interpretación en el sentido de que como sería la primera actitud lúcida del niño a partir de dicho
juego. Una de las explicaciones freudianas del Fort-Da es la idea de transformar en activo lo que sufre pasivamente, porque
esta interpretación sería lo quiere ese bebe que es que la madre no se vaya, como él no puede impedir eso entonces
reproduce omnipotentemente la idea de yo te echo afuera (fort) y te traigo cuando yo quiero (da).
El Fort - Da es poder constituir espacios, una vez constituido el narcisismo se puede empezar a constituir espacios de
adentro y afuera. Para poder constituir ese espacio afuera, tengo que tener de alguna forma ya constituido en nuestro
narcisismo el orden del saber que yo no voy a perder ese lugar.

En la niñez, la situación de encuentro sería la sexualidad y, precisamente, trabajo psíquico son los tres tiempos de Edipo.

El Edipo es un concepto central en la teoría de la sexualidad freudiana, y durante los últimos años se comenzó a criticar no
solamente la interpretación que Freud hace del Edipo, sino el daño causado que la teorización del Edipo ha hecho a la
sociedad; es una crítica al daño provocado por un concepto que Freud impuso. De todas maneras, eso no significa que la
sexualidad sea efectivamente una situación de encuentro, lo que se cuestiona es si la sexualidad está pensada según lo que
Freud pensaba que era el Complejo de Edipo.

Edipo es un descubrimiento freudiana, tomado de la tragedia de Sófocles, tiene su primera manifestación en “La
interpretación de los sueños”, en el apartado Sueño de muertes de seres queridos. Allí, por primera vez, habla de pensar la
tragedia de Sófocles como un organizador de la sexualidad y, básicamente, el Edipo no es más que el deseo incestuoso del
hijo de tener relaciones sexuales con su progenitor del sexo opuesto. El Edipo, dentro del esquema psicosexual de Freud,
vendría a cerrar las llamadas etapas pre-genitales, en donde hay toda una constitución del psiquismo con autoerotismo y lo
hace planteando la idea del objeto de la pulsión, el objeto del amor.

A partir del punto del punto de una cronología muy lineal y muy crítica por nuestra postura del desarrollo psicosexual
freudiano, viene la etapa de latencia. En la etapa de latencia, desde una mirada muy clásica a la teoría freudiana, es un
estado de latencia, en términos de Freud, “no hay ninguna nueva organización psicosexual hasta el ingreso en la pubertad”.

La psicoanalista norteamericana Jessica Benjamín plantea que el Edipo no sirve para pensar cómo funciona la sexualidad.

Las críticas que se le hace al Edipo es que es una teoría falocéntrica, lo que podemos traducir desde el punto de vista
sociológico, como una teoría netamente machista y patriarcal. El Edipo, sin lugar a dudas, marca estándares donde una
mujer madre está ligado a lo que podría llegar a ser la naturaleza y, por el otro lado, se le opone un padre ligado a la
cultura. Desde este punto de vista, nada bueno puede salir si uno se queda pegado a la figura maternal si no fuera que, por
suerte, aparece el hombre varón que viene a separar esa mala relación. El tema es que esos roles están bien configurados,
la cultura (hombre) por un lado y la naturaleza (mujer) por otro, y todo alrededor girando la temática fálica; acá es donde
aparecen los tres tiempos del Edipo.

Lacan es el que de alguna forma postula e inventa esta idea de los tiempos lógicos. Entonces, los tres tiempos del Edipo
son: 1º. Yo soy el falo de mi madre; es decir, yo completo a mi madre, yo soy su falo.
2º. Descubro que yo no soy el falo de mi madre; es decir, puesto que mi madre mira a otro que, supuestamente, tiene el
falo.
3º. Ingreso al mundo en donde el falo no lo tiene nadie.

Lacan insiste, a pesar de esta interpretación, en seguir usando el concepto de falo, que más allá de que se ha esforzado una
enormidad de sacarle esa significación original que Freud tenía a la palabra falo como representante psíquico del pene,
todavía se sigue con esta idea machista y patriarcal a tal punto que la contrapartida de la tenencia del falo es la lógica de la
castración.
Secuencia de las diferentes situaciones de encuentro y trabajo psíquico de la constitución subjetiva (la primera es la del
con el otro - primera clase)

En el manual de Winnicott, de un borrador que él tenía, está dibujado la teta y la boca del bebé, lo interesante es que entre
medio de la teta y la boca hay un espacio que el autor va a denominar espacio de ilusión. Pero, el esquema nos lleva a que
no hay ese encuentro de dos sujeto activos, no es un sujeto pasivo, en el sentido que solo repite lo que el medio le impone
y tampoco es un sujeto activo donde hay un desarrollo del bebe que de alguna forma va modificando y apropiándose del
medio. En este caso, es un encuentro activo-activo porque no hay manera de que se produzca nada en ese encuentro si no
hay primero una oferta de parte de la madre (oferta de la teta) pero, a su vez, él bebe tiene que hacer algo con esa oferta y
es generar la ilusión de que él es el creador de esa teta. Este es el juego ilusión-desilusión, en la obra de Winnicott.

En el texto del autor se va a plantear que somos como epistemólogos raro donde pensamos que la realidad nunca tiene
acceso directo a las personas, sino que tiene vía de acceso a la desilusión; es decir, en el momento en que uno accede a la
realidad es el momento de la desilusión pero para que produzca esta tiene que haber previamente un ilusión, en este caso,
en la desilusión del bebe sería empezar a tomar consciencia de que él no es el que creó esa teta sino que la teta es una
creación externa a él.

Este juego, el autor, va a plantearlo siempre en términos de ilusión-desilusión. Este modelo juego va a tomar en diferentes
momentos de la constitución de psiquismos diversas manera, pero siempre van a encontrar esta idea de ilusión-desilusión.

Winnicott plantea el pensamiento paradojal, al igual que el modelo de ilusión-desilusión tiene que jugar en el mismo plano.
Él va a plantear otro pensamiento paradojal denominado integración- no integración.

Este modelo de integración-no integración tiene algo del pensamiento derridariano, que es el pensamiento de en algún
punto correrse de la lógica oposicional, una lógica binaria. El autor va a decir que la integración es un logro de la persona.
También dice que antes de la integración no podemos decir que había desintegración, porque esta palabra ya no está
hablando de algo previamente integrado, por ende, plantea la idea la no integración; es decir, antes de la integración no
hay desintegración, sino que hay estados de no integración.
Para ejemplificar: un bebe tiene hambre, al tener hambre tiene que estar integrado para a su vez llorar y de alguna forma
con ese llanto hacer algún tipo de llamado para calmar esa hambre (todas estas cosas él bebe no sabe que está haciendo),
cuando finalmente ese hambre se calma y es esa imagen de donde vemos a un bebe desparramado en una cuna en donde
pareciera que no tiene que preocuparse por nada, y que no tiene por lo tanto que estar integrado por ningún tipo de
motivo. Ahora ese mismo bebé se encuentra en su cuna y de pronto alguien violentamente abre la puerta, prende la luz,
pone música y él bebe empieza a llorar y eso sucede porque tiene que volver a integrarse porque algo de esa no
integración fue perturbada.

Esos estados de integración y no integración en realidad conviven y coexisten al mismo tiempo porque es muy probable
que haya algún adulto por fuera de esa habitación en donde está él bebe descansando, en donde si alguien va a abrir la
puerta violentamente le dice no, para que esta él bebe durmiendo no lo despiertes; alguien puede estar en estados de no
integración porque puede estar segura que está integrado en otro, porque alguien nos sostiene nuestra propia integración.
Lo que Winnicott advierte es que si falla, lo que él va a llamar holding, sostener y el bebe tiene que estar plenamente en
estado de
integración ya entonces el tema no es el pasaje de integración a no integración, sino más bien aparece el riesgo de la
desintegración. Entonces cuando uno está en riesgo de la desintegración la cosa ya no va bien; uno de los riesgos de la
amenaza constante de desintegración sería el falso self.

El falso self es una integración falsa, que no es la integración como logro que nos permite cuidarnos, estar atentos, sino
más bien es una integración que nos cubre de cualquier perturbación externa.

Estos estados de integración - no integración van a permitir lo que autor denominó self, es decir, no el falso self que de
alguna manera es la respuesta a esas amenazas de integración, sino self ir construyendo ese self.
FICHA DE CÁTEDRA

El modelo metapsicológico de la actividad representativa

Piera Aulagnier (1993) realiza, a partir de la metapsicología freudiana, un modelo del aparato psíquico centralizado en su
actividad de representación. Para esto retoma los procesos ya formulados por Freud, el primario y el secundario, y le agrega
un tercero: el proceso originario. Si bien cuando la psique ya está constituida funcionan los tres procesos simultáneamente,
en la historia de cada sujeto irán apareciendo en forma sucesiva en el siguiente orden: originario, primario y finalmente el
secundario.

Por actividad representativa se entiende el equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico de la actividad
orgánica. Esto es convertir en homogéneo un elemento heterogéneo. Está claro que en la psique el elemento absorbido no
es físico sino un elemento de información. Este trabajo de metabolización no se realiza solamente con elementos exteriores
a la psique, sino que cada uno de los tres procesos (originario, primario y secundario) intentará integrar las informaciones
que provengan de los otros dos.
PROCESO POSTULADO INSTANCIA PRODUCTO

Originario Autoengendramiento Representante Pictograma

Primario Poder omnímodo del otro Fantaseante Fantasía

Secundario Causa inteligible en el Enunciante o Representación ideica o


discurso Yo enunciado

Cada proceso tiene lo que Aulagnier denominó postulado. El postulado hay que entenderlo como el principio sobre el cual
se considera homogéneo un elemento. Tomemos por ejemplo el caso del proceso secundario, que si bien es el más tardío
en aparecer en la historia singular de un sujeto, en cuanto coincide en parte con la 1 estructura consciente puede ser el de
más sencilla comprensión. El postulado del proceso secundario dice que todo existente en la psique tiene una causa
inteligible en el discurso. El Yo, que es su instancia, es decir el encargado de realizar esta tarea de metabolización,
solamente considerará como válido aquello que puede encontrarle un sentido. El resto lo considerará extraño, sin sentido
e intentará expulsarlo de la esfera de la psique. No olvidemos que cada proceso, al considerar heterogéneo a los otros dos,
considera que la representación de la psique que se hace coincide totalmente con la instancia del proceso. En este caso,
para Yo, no hay más psique que el Yo mismo. No sabe o no quiere saber de la existencia de otras instancias psíquicas. Por lo
tanto, conocer es hacer homogéneo al Yo la heterogeneidad del mundo circundante.

Cada proceso considera heterogéneo tanto a lo proveniente del exterior a la psique, como a lo que le llega de las otras
instancias. Por eso para él Yo lo que provenga del Originario o del Primario también lo considerará sin sentido y negará su
existencia.

El postulado de lo originario es el de Auto-engendramiento. Este dice que todo lo existente es auto-engendrado por el
mismo sistema que lo representa. Este funcionamiento, difícil de comprender para nosotros, a quienes el sistema lógico
consciente nos gobierna (o nos intenta gobernar) nuestra psique, se explica si pensamos que lo originario corresponde a los
primeros momentos de la vida, aquellos en donde aún no había diferenciaciones yo/no yo y sólo había representaciones
sensitivas. Si bien estas representaciones quedan absolutamente reprimidas y en lo más interno de nuestra psique, no
desaparecen nunca, y el proceso originario seguirá siendo un modo de representación para toda la vida. En la vida adulta es
muy difícil tomar contacto con lo originario, salvo en patologías muy graves como la psicosis, pero si queremos tener algún
indicio, aunque sea muy deformado, podemos pensar en cuántas sensaciones (un aroma, una temperatura, una sonoridad,
entre otras) nos producen satisfacción o irritabilidad sin saber bien la razón de ese efecto.

El proceso primario coincide casi plenamente con lo que Freud denominó con el mismo nombre. Si bien ya se cuenta con
una distinción entre un yo y un Otro, la valorización de ese Otro es extrema. Su poder es absoluto (más adelante veremos
por qué), determinando que todo lo que existe en la psique es por su deseo. El producto de este proceso son las fantasías
inconscientes claramente ejemplificadas en los sueños.
Como vemos, no nacemos con un aparato psíquico constituido, sino que se va constituyendo en la historia del sujeto. Si
consideramos que no hay dos sujetos que tengan exactamente la misma historia, resulta imposible la existencia de dos
psiques iguales. De esto se desprende que no hay dos Yo iguales. En consecuencia, los conocimientos del mundo objetivo,
en tanto son interpretaciones del Yo, también son singulares.

El espacio donde el Yo debe advenir: sus ejes constitutivos

Aulagnier afirma la existencia de una sombra hablada constituida por los deseos maternos antes del nacimiento de su hijo
y, luego de producirse el mismo, se proyectará sobre el niño. Durante un tiempo la madre tendrá como interlocutor no al
infans real sino a esa sombra hablada. Gradualmente y por el reconocimiento de las contradicciones e incongruencias entre
el infans real y la sombra, la madre abandonará definitivamente a esta última para dirigirse a otro separado e
independiente de ella.
Al nacer el bebé, sólo cuenta como psique a su proceso originario. Demasiado poco para subsistir física y psicológicamente.
La madre funciona, entonces, como prótesis psíquica aportándole todo su aparato psíquico, y especialmente su proceso
secundario. Este proceso secundario será el encargado de interpretar, según los códigos de la cultura en la que está
inscripta, las necesidades y requerimientos del bebé. Por ejemplo, si el bebé llora determinará si es por hambre, porque
hay que cambiarlo, porque está enfermo, etc. Esta interpretación, dice Aulagnier, es de carácter violenta, no sólo porque la
relación de la madre y el infans es de una asimetría tal que lleva al poder materno a lugares tan extremos como la
posibilidad de disponer de la vida del infans, sino también porque esa interpretación se realiza con un sistema simbólico
que el niño aún no posee. Pero a esta violencia, Aulagnier le otorga un poder humanizante: la madre al realizar esta
violencia interpretativa hace ingresar al bebé al mundo humano; le dice de alguna manera que en este mundo humano las
acciones siempre están mediadas por símbolos.

Ahora bien, el destino del infans deberá ser la conquista gradual de su independencia para incorporarse al mundo social.
Para que esto se produzca es necesaria la intervención paterna, que ya no viene a sostener al hijo desde las necesidades
biológicas, sino desde los requerimientos culturales. Si ejerce cierta función de separación de su madre es para ofrecerle el
ingreso a una cultura de la cual es su representante.

Finalmente será el mismo campo socio cultural el que a partir de la oferta de una acuerdo, denominado contrato narcisista,
terminará de constituir las bases de su aparato psíquico. Este “contrato” establece compromisos de intercambio entre el
sujeto y el cuerpo social. El primero deberá aceptar los enunciados de fundamento, estos sobre los cuales se edifica una
cultura (y que la psicosis se empeña en cuestionar), y el cuerpo social le da un lugar de pertenencia.

El resultado de estos antecedentes psíquicos es la constitución de un Yo, pero no un Yo substancial, sino un Yo como
proyecto. Aulagnier lo denomina proyecto identificatorio, que consistiría en la realización constante y permanente del Yo.
El Yo proyecta hacia el futuro lo que quiere ser. Lo hace a partir justamente de su historia. Pero en el momento de
realización percibe que no coincide lo proyectado con lo conseguido, empujando al Yo a la elaboración de un nuevo
proyecto futuro, pero ya con una nueva historia. Esta actividad permanente del yo es la que lleva a plantear a Aulagnier
que el “Yo no es más que el saber del Yo por el Yo”.

Acaso sea un punto de partida validado, en tanto psicoanalista que trabaja con niños y adolescentes situarse frente al
corpus de la teoría como un pequeños “infans” sobre el cuerpo materno, extrayendo de allí los significantes desde los
cuales posicionarse.

En este capítulo, lo que trato de transmitir es el recorrido que me han ido indicando los pacientes, las referentes teóricos
que he podido hacer, jugar y mis propias reflexiones sobre este modo peculiar de la clínica que implica ciertas
especificidades que la caracterizan. Dentro de ellas, la más central es “el niño y el adolescente se están constituyendo
como sujeto”. Aquí la historicidad no puede escamotearse.

A partir de los 50` en el corpus teórico del psicoanálisis, se produce un viraje de procesos internos que van a entrar en
dependencia con el concepto de función.

Esta necesidad del gran Otro, del Otro primordial, del Otro del mito familiar, del lugar primero de las funciones como
disparador de la constitución subjetiva, inaugurador de la relación de objeto; este lugar del Otro es uno de los puntos
centrales del psicoanálisis actual. Además, Melanie Klein sostiene que “en el principio está la fantasía”; Winnicott va a
anunciar que “en el principio está la función materna, los bebés no existen”.

El niño nace, ingresa a un espacio que también es el espacio de los otros. En esta red de significantes es donde el cuerpo
prematuro del niño se va a insertar tomando lo que necesita para vivir. “Sutil pero efectivamente el cuerpo del niño se ve
capturado en las redes del deseo del otro”. Este cuerpo primordialmente desamparado será recibido como cuerpo del
sujeto a través de la primera mediación significante, que viene a poner remedio a la falta de ser: Narciso. La relación
narcisista, es la relación fundamental en todo el desarrollo imaginario del ser humano. Relación con un semejante en tanto
vinculan la primera experiencia implícita de la muerte. Una de las experiencias más fundamentales para el sujeto es la de
esa cosa extraña en su interior que se llama Yo.
Para algunos autores, el momento especular se inaugura frente al júbilo del niño reflejado en el espejo. Winnicott y Sami Alí
ubican la intervención de los espejos más acá de los espejos comunes y corrientes al sostener que el primer lugar en el que
se mira el niño es en el rostro de la madre. El rostro pasa a ser la condición del espejo.

Atravesar el narcisismo otorga ser al sujeto. Ser conquistado por identificación. El psicoanálisis hace depender de las
funciones que se despliegan en el campo familiar, funciones de sostener al pequeño sujeto que, librado a su sola dotación
biológica, irremediablemente cae. Es lo que Freud localizó como anaclisis. Esta idea de sostén, es la condición o requisito
indispensable para que se constituya un sujeto; es necesaria y debe encarnarla alguien. Otra cara de la función, es que no
podemos concebir la función materna si esta no está soportada en la función paterna. En el narcisismo, esta última, tiene
como especificidad ayudar a cuidar la constitución narcisista madre- hijo.

La función no coincide puntualmente con una persona, ni es una sola persona la que va a cumplimentar una función. Parece
más ajustado a la clínica pensarla como un conglomerado; de hecho involucra hasta objetos no humanos, pero
humanizados por la identificación proyectiva.

No debemos pensar que la función materna aguarda al parto o al embarazo para nacer. La madre desde antes que el niño
advenga, lo ha instalado en su subjetividad, lo que Aulagnier ha denominado “cuerpo imaginado”; primera representación
del hijo unificado, sexuado y autónomo. Primer don libidinal, verdadera cesión narcisista que da cuenta de este hijo como
objeto de deseo.

Para la madre del psicótico el niño no puede convertirse en objeto de deseo sino que es una pieza orgánica, parte del
cuerpo materno o deyección del mismo. En lugar de completar su deseo, completa su cuerpo.

Se trata del deseo de ese Otro primordial, “deséame luego seré”. Es a través del deseo del Otro, que el bebe tendrá la
posibilidad de ser; ser a través de la alienación. Es en función de ser transformado en objeto del deseo del Otro, que se
origina la posibilidad de la existencia subjetiva. Lo cual hace a cierta precariedad en la posición del niño: siendo en tanto
objeto, siempre está expuesto a la angustia. Para el niño el cuerpo de la madre no es el cuerpo del otro, sino su propio
cuerpo.

Empieza a desplegarse todo un proceso capital de interpretación donde el llanto es devuelto transformado en significante
por la función materna. Si en lugar de realizar esta transformación de lo Real en significante, la madre responde al signo con
otro signo, se empieza a obturar allí la posibilidad de inscripción en lo simbólico. Habrá que responder con el cuerpo y con
el acting.

La primera cesión libidinal no es la única, se rige en la condición de las que siguen, particularmente la del pecho que la
madre no sólo da, sino que deja al niño. Si este proceso no se bloquea por las múltiples interferencias que pueden hacerlo,
el pecho pasa a pertenecer al niño. En el polo opuesto de la psicosis, el pecho es algo que permanece absolutamente en el
cuerpo de la madre. Si el corte se realiza entre el pecho y el niño, es decir, si es la madre la que se queda con el pecho, “el
niño se
encuentra con que no dispone de ningún objeto para la relación de él con la madre”. Es impotente para producirlo.
“Cuando las cosas transcurren en forma saludable el corte se efectiviza entre la madre y el pecho pasando éste a
pertenecer al niño”.

En este primer espejo que es la madre, el cuerpo materno es ante todo un lugar, lugar originario para la localización del
sujeto, la lengua, matriz de toda estructuración posible.
Este espejo que compone la función materna no es solo efecto de la mirada concreta, sino que la pulsión escópica conlleva
todos aquellos significantes que van a posicionar esa mirada. “La imago de la especia tentaculiza al infans, coapta el mirar
del mundo”, y es esta imago de la especie, la que va a poseer un poder de causación del psiquismos, biológicamente
fundado. Es decir, allí donde el infans es pura dispersión, algo se le ofrece como lugar de unificación; por eso se habla de
imago y no de imagen, porque el imago de la especie es causa de la unificación, constituyendo lo que en psicoanálisis se
llama rasgo unario.

El espejo le devuelve al mudo algo que no es, sino que pretenderá desde ese momento ser. Este rasgo unario conforma una
ilusoria pero efectiva unidad al mudo, se trata de una unidad que nos viene de lo imaginario: es un rasgo unario y no
unitario. A través de lo especular, la forma total del cuerpo, gracias a la cual el sujeto se adelante en un espejismo a la
maduración de su poder, le es dada como una exterioridad y es más constituyente que constituida. El otro se transforma en
el lugar de rebote de la imagen. Por eso mismo, en la transferencia, se considera a este otro solamente en el plano de las
relaciones de objeto.
El niño se amamanta no solo en el plano oral, sino que usa todo lo que tiene. Polimorfismo de la lactancia. Así bebe de los
ojos y con los ojos. Una clave de la función materna será constituirse en apoyo de la intrincación pulsional boca-mirada. El
lactante empieza a estructurarse y sostenerse en torno al eje oral visual. Por otra parte, cuando las madres alimentan u
observan a sus niños no se limitan a mirarlos; de esta manera surge una constelación de canales. Otro sentido que la
función materna presente es el involucrado en el órgano del laberinto. El acunamiento es su manifestación más común, el
acunamiento también unifica. Este aparato, juega un papel central en la integración de nuestros sentidos, indispensable
para el equilibrio dinámico de nuestro cuerpo, está llevado a desempeñar un papel importante en lo que se denomina
esquema corporal. Entre las típicas formas de angustia temprana está el caer desintegrándose. Esta vivencia corresponde a
la no inscripción simbólica del laberinto, generalmente nombrado como agujero. La función que es el Yo, adquirida en el
tránsito por el narcisismo primario, debe pensarse como el heredero de la función materna.

En la noción amplia del narcisismo, constituye un avance teórico recortar tiempos lógicos. Tiempos necesarios para el
desenvolvimiento de una estructura que recorren las combinaciones posibles de los términos que la componen. Estos se
delimitaron siguiendo a Sami Alí:

- Primer tiempo: El sujeto está en el otro primordial, es en el otro. En estos primeros momentos el infans se estructura
como una superficie representada topológicamente por la banda de Moebius, con la condición de que el otro este
estructurado como un toro, es decir, que esto implica que el mundo debe estructurarse como una continuidad sin fisuras, a
fin de alejarse del riesgo psicótico de despedazamiento corporal, mientras que el adulto es el que debe aceptar ser
agujereado para que el pequeño extraiga de él los significantes necesarios a su crecimiento.

Emerge como espacio propio del narcisismo, el que Sami Alí llama inclusiones recíprocas. Espacio que designa la lógica
inconsciente más originaria, cuyas transformaciones encontraremos funcionando en el interior mismo del Edipo.

- Segundo tiempo: El pequeño infans se empieza a ver como otro. Sostenido en los brazos de su madre interrogará su
mirada para saber qué debe ver allí. La mirada de la madre lo autoriza a verse. Incluido en el cuerpo de alguien que a su vez
los sostiene, la adhesión de lo real de los cuerpos remite al desprendimiento de la imagen significante a distancia. Lo
importante de esta segunda fase es que el niño tenga al mismo tiempo a su disposición lo real y el cuerpo del otro, en los
brazos de quien está y al que está adosado y la imagen de ese cuerpo del otro en el espejo al mismo tiempo que la suya.

- Tercer tiempo: Emergencia de angustia que caracterizó como del octavo mes. Sami Alí dice que no se trata de la eventual
ausencia de la madre, antes bien lo marca el que se quiebra una premisa fundamental, que preside hasta entonces el
acontecer subjetivo donde no tenían cabida las oposiciones. En este mundo primero la introducción en la simbolización de
algo como extraño es una verdadera crisis de des-ser en ese proto-ser. Si por lo menos hay uno que sea extraño a ella, yo
también lo soy.

La construcción de la categoría extraño suele faltar en los pacientes que padecen afecciones de tipo alérgico. Según los
autores el hecho frecuente de que el pequeño alérgico no haya presentado la angustia del octavo mes, destaca las
relaciones existentes entre la crisis ante el extraño y la alergia y las fobias infantiles.

Según Sami Alí, el extraño no simbolizado retorna en lo real de la reacción somatiza provocada por el facto alérgeno.

El mito de Narciso procura una repuesta al interrogante de ¿cómo se puede alguien siendo de origen nadie? El fort-da
concurre a responder al interrogante ¿cómo simbolizar la ausencia? Es una conquista simbólica, no solo espacial, sino
también temporal.
Algunas puntualizaciones de Freud en relación a este juego:
- Esta acción parece facilitarle al niño, el soportar sin angustia o con un margen tolerable de ella, la partida de la madre. -
Mediante esta actividad vuelve suyo, algo que en sus inicios sufrió pasivamente, a lo cual parece ligarse en gran medida el
plus de goce que tal actividad reditúa al niño.
- Tiende a predominar el arrojar fuera sobre el atraer hacia sí, lo cual Freud lo asocia a la venganza fantaseada con respecto
a un objeto primario de amor abandonante.
- Toda la secuencia en su conjunto, extrañamente insiste en repartirse, más allá del carácter inicialmente displacentero de
la vivencia como tal.
- La significación de este juego, parece proliferar y desplazarse, acabando por llevarse a cabo aun en presencia de la madre
y aun sobre el cuerpo mismo del niño en su imagen especular.
Sería difícil encontrar a posteriori de Freud algún analista de importancia que no retome, se ocupe y desarrolle la
trascendencia del fort-da como operación fundamental a la estructuración simbólica del sujeto temprano. Para Lacan este
juego del carretel marca la primera constitución del agente de la frustración, la madre y pone en evidencia el paso de la
primera forma simple de la relación madre-hijo a una más compleja. ¿Qué pasa cuando la madre deja de responder a la
solicitud de deseo? Ella pasa a ser Real, se convierte en poder y en consecuencia el acceso a los objetos se modifica: los
objetos, que hasta ese momento eran pura y simplemente de satisfacción se transforman en donde de parte de ese poder.
En suma, asistimos a una inversión de posición. La madre, anteriormente simbólica se transforma en Real, y los objetos de
reales que eran, pasan a ser simbólicos; de esta manera se pone en marcha la constitución del mundo de los objetos. El
punto central para este autor gira en torno a la separación primordial de la madre, vinculada a la denegación originaria.

A través de la operación Fort-da emerge el primer espacio fuera del cuerpo materno para vivir. Operación que menta la
muerte simbólica de la cosa en oposición a la destructividad en lo real. Es un modo primordial de simbolización, donde va a
jugar un papel central la agresividad cumpliendo una función de separación simbólica. Agresividad no es lo mismo que
agresión. Gracias a esta función agresiva de “arrojar afuera'' va constituyéndose un espacio desplegado que no es ya el de
un espacio aplastado sobre el cuerpo de otro. Hay un momento privilegiado de esta agresividad donde él tratará de arrojar
lejos, a cierto no-Yo, todo lo que hasta ese momento podía aceptar como valores que le transmitían en el discurso familiar.
Cuando esta función de la agresividad, como tensión agresiva falla, se produce la agresión, verdadero síntoma de tal falla.

Sami Alí, a partir del trabajo de Freud, plantea que la operación fort-da una vez constituida, dejará de ser una imagen
particular de una situación dada, para convertirse en un esquema de representación que moldearán todas las situaciones
de separación. Este autor establece precisión en torno a ese jugar:

- Aparece una nueva dimensión del espacio, el espacio imaginario de profundidad. Al lanzar el carretel allá, el niño se define
simultáneamente aquí donde se encuentra y se sitúa en relación con un afuera que solo existe como correlato de una
intención agresiva que parte de aquí. - A partir de este jugar no solo se instaura una espacialidad, sino que además ella es
concomitante de una nueva dimensión en lo temporal: antes y después. Esta datación, capacidad de marcación temporal,
corte en lo temporal, está ausente en la angustia de aniquilación que caracteriza el proceso psicótico. La imposibilidad de
sustraerse a lo desagradable, de datar el fin de una experiencia negativa, es uno de los dos talos con los que Bettelheim
caracteriza los momentos tempranos del bebe.
- A partir del fort-da, el niño se organizará de acuerdo a una doble identificación con su madre: presente y ausente en forma
sucesiva. Diferenciando dos momentos: a) la madre ausente es sustituida; b) la madre presente también sustituida porque
en otro momento puede a fallar.

El jugar que caracteriza el fort-da implica liberarse de un encierro, poder producir un espacio más allá. Dos aspecto se han
puntualizado en relación a este juego: la primacía boca-ojo, que caracteriza el momento de la especularidad va a ceder la
hegemonía a la detentada por el par mano-ojo (este último comanda este momento de la constitución del sujeto); y el
segundo aspecto se despliega desde la función del espejo, central en el narcisismo a la función de la puerta como
separación simbólica, de demarcación en el espacio de un límite, de un no-Yo.

Los fenómenos clínicos ligados a fallos en el fort-da alcanzan amplia proliferación y son de muy diversa especie. Así,
categorizan como déficit en esta categoría al megacolon funcional y la encopresis. Se sostiene que numerosas encopresis
son consecuencia de un megacolon funcional no detectado o más exactamente son el resultado de las “las fallas” del
mecanismo.
En el megacolon funcional y en la encopresis el sistema simbólico que hace de pantalla, de mediación en las
caracterizaciones anales y sádicas a partir de la operación fort-da falla. Desde mi punto de vista, como esto se ve impedido
de procesarse en el plano simbólico, retorna como un real del cuerpo del niño, como afección psicosomática. Los fallos
tempranos en la constitución de funciones simbólicas impiden su inscripción en una textualidad en el sentido represión-
retorno de lo reprimido, cuyo caso ejemplar es la conversión. En la conversión, el trastorno no tiene realidad fisiopatológica
ni anatómica. El síntoma constituye otro lenguaje a descifrar, es una metáfora. Por el contrario en la enfermedad
psicosomática, en la cadena significante hay una falla y en ese lugar encontramos el cuerpo. (Cuerpo=buffer / la reacción
psicosomática como variante del acting out / concepción de forclusión funcionando a niveles de “micro”).

Se ofrece un soporte transferencia, a través del cual el niño pueda procesar tal función, pudiendo asir al objeto analista y
arrojarlo fuera de sí a través de la convocatoria espontánea efectuado por el mismo. No seré un objeto encontrable
sistemáticamente, del cual él, no pueda sustraerse, sino que podrá acercarme y alejarme en el juego de la transferencia.
En la medida en que él no funciona como un sujeto en vías de autonomizarse, no puede constituir unidades diferenciadas;
para el niño es imposible situarse fuera del lugar del otro. El espacio inmediato ejerce tal fascinación que lo obliga a copiar
gestos en forma invertida, llevando a cabo la acción desde el punto de vista del otro. Las inversiones, confusiones y errores
de localización que comete el paciente, se fundan en una intuición del espacio, reducido a una dimensión imaginaria
simétrica, en la cual los dos polos constituyen el cuerpo del niño y el del otro, siendo éste el último punto, desde el cual el
niño se localiza. Esto explica la inversión en la perspectiva habitual, ya que le lleva a definirse no desde su punto de vista
sino desde el espectador.

Consideraciones valiosas en relación a la clínica de análisis tempranos:

- Jugar no tiene un sentido que se detenga en el niño, sino que podría ser definido como producción de significantes. - Los
juguetes no son una entidad prefijada, sino que ha de transformarse en “juguete” por la posibilidad que le otorga el niño al
mutar un real en significante. - Si el temprano sujeto no tiene constituido el juguete como significantes, será objetivo de la
dirección de la cura en transferencia el conducirlo a ella. - Hay dos formas distintas de contacto con el material, de acuerdo
al espacio en que se mueva el paciente: el de inclusiones recíprocas, característico de la especularidad, y el tridimensional
característico del fort-da en el que la constitución de lo externo-interno es su categoría central. - Pacientes más graves,
parcelación más activa por parte del analista.

Edipo

El mito del Edipo viene a resolver la cuestión del ser, este acude a dar respuesta al ser en tanto ser sexuado y a la ulterior de
tener un sexo. De esta manera, el Edipo se transforma en una vía privilegiada de acceso del sujeto a la humanización de lo
real. “Para que la realidad tenga peso para el hombre es menester que el Edipo haya sido vivido en su dialéctica simbólica”.

En la tensión de la diferencia entre la problemática narcisista y la edípica se van a apoyar nuestras investigaciones clínicas.
Mientras que el pequeño niño, debe inscribir en el primer tránsito, que la madre no es él; a través de las vicisitudes del
Edipo se verá conducido a la aceptación interdictoria de que su madre no es de él. En razón a ello, para que el Edipo cumpla
su función en el desarrollo subjetivo deberá producirse cierto pasaje del ser al tener. En este pasaje es donde se debe situar
la castración simbólica. La castración es concebible relacionándola con el orden de la Ley y con el registro de la sanción,
situándose en el nivel de la deuda simbólica, la cual inscribe a la castración en el centro del Edipo, porque produce y genera
el paso del ser al tener. Renunciando a ser el que colme como absoluto el deseo del otro, se pasa a constituirse en alguien
que logra tener determinada identidad sexual.

Freud va a ligar la emergencia de la señal de angustia a la ausencia de objeto, en razón de ello sostendrá que la angustia de
castración tiene por contenido la separación respecto de un objeto estimado en gran sumo. Lacan dice que la angustia no es
sin objeto, la angustia no emerge ante la falta de objeto sino que es ante la falta de falta. Entonces, la angustia aparece ante
la falla del tercero, donde ante la ausencia del tres, dos serán uno.
Otro concepto para categoriza el Edipo es la función fálica. La misma se instala en el hueco que deja en la especie humana
la no existencia de una programación instintiva de la sexualidad. A falta de instinto es que debe aparecer una función que
marque ciertos lugares como lugares de deseo. La característica central de esta función la constituye la marca, esta recae
sobre aquello que puede desearse en un campo dado. Es función es decisiva en cuanto a las orientaciones que toma la
libido del niño.

En otra perspectiva, el Edipo nos va a conducir a la construcción por parte del niño de la categoría padre. A través de los
avatares del Edipo se han de realizar los siguientes pasajes:
- transformación del no-madre en un padre
- segunda transformación: deberá realizar el tránsito de un padre a “el padre”. El niño debe construir la metáfora paterna.

El complejo de Edipo se ha enriquecido al introducir en su conceptualización los tiempos lógicos. Los mismos resultan de
pensar el Edipo como una situación triangular donde existen tres polos: padre, madre, niño y un cuarto término “el falo”.
Los tiempos van a estar dados según donde caiga este cuarto término.

En el primer tiempo se ha de resignificar lo desplegado en los tres tiempos del narcisismo, retomado bajo la vertiente de
ser el falo de la madre, que aparece allí como aquello que puede completar el deseo materno. La frase “él es yo y yo soy el”
pasa a “él es mi falo, yo soy (el falo) de ella”. En este primer tiempo, el niño trata de identificarse con el objeto de deseo de
la
madre. Esta falicización del infans pasa a ser decisiva para la constitución del futuro sujeto, pero que esta fase en lugar de
tránsito se transforme en estación terminal puede fundar identificaciones perversas.
En el segundo tiempo se produce un viraje polar pero dentro de la misma categorización que implica el ser. En este tiempo,
el postulado de ser el falo recae sobre el padre en dos sentidos: en tanto priva al niño del objeto de su deseo y en cuanto
priva a la madre del objeto fálico. El padre aparece menos velado pero aun no es revelado. Hay una estrecha relación entre
esta remisión de la madre a una ley que no es la suya. En esta fase el padre en tanto privador-prohibidor no constituye aún
la dimensión de salida, de apertura que garantiza la formación del ideal del yo.
En el tercer tiempo se da una triple transformación:
1º. El pasaje del ser al tener. Transformación que produce un viraje de ser el poseedor del deseo del otro a adquirir cierta
posesión que posibilite tener algo con lo cual se pueda desear y ser deseado.
2º. Restaura la instancia del falo como objeto deseado de la madre y ya no como objeto del que el padre puede privarla
como padre omnipotente. Este aparece en este momento como permisivo y donador.
3º. Se produce en el pasaje del segundo al tercer tiempo, concomitante a la resolución del mismo, la concepción de la de
idea de un padre, ligado a la singularidad del propio, deja lugar a la de una categoría lógica abarcativa de la pluralidad: el
padre. Estimo central la constitución de esta categoría para el posicionamiento sexual de los hijos. Pasa a ser corolario de
este último tiempo la dialectización del niño, quien vira de una posición referida solo al deseo materno, a otro polo de
gravitación desde el cual ha de significarse él, vertiente paterna donde se opera la sustitución.

El periodo de lactancia es caracteriza por sus especiales dificultades. A partir del sepultamiento del complejo de Edipo se
desarrollan en el niño profusión de defensas que tienden a estabilizarse y aun a transformarse en rasgos de carácter.
Winnicott se produce una nueva inflexión en el planteo kleiniano, ya que este si bien coincide en que la interpretación sea
formulada cuanto antes, nos aconseja cuidar el momento de la misma, utilizar la prudencia. Este autor dice que como
analistas no debemos truncar la organización del ego, por eso mismo debemos cooperar mientras vamos reuniendo
material para la interpretación; el periodo de latencia nos dice: el niño está dispuesto para la introyección pero no para la
incorporación.

El prestar al niño una escucha atenta e interesada, el seguirlo en sus juegos o el propiciarlos en los momentos de absoluto
“impasse” (para aclarar por fin la meta propuesta), va transformando al análisis en un espacio transicional a parte del cual
se puede llevar al paciente desde una zona en la que es imposible jugar a otra en la que sí pueda hacerlo.

Una recomendación final de Winnicot, según su perspectiva sería aconsejable planificar los análisis para que terminen antes
del inicio de la pubertad o bien para que prosigan durante los primeros años de la misma. Al respecto acota, que si el
analista opta por esta segunda alternativa, sería conveniente que vea sus pacientes a intervalos relativamente infrecuentes.
Una observación está ligada a aquellos pacientes en los cuales la negativa a iniciar el tratamiento se constituye en
resistencia infranqueable. Para este tipo de situaciones, en pacientes latentes o adolescentes después de confirmada la
necesidad de tratamiento, he propuesto en algunos casos al niño y sus padres el modelo de psicoanálisis a pedido. Los
resultados han sido positivos. Al ser el niño colocado, desde inicios, en la posición de sujeto desecante con respecto de su
propio tratamiento y en relación a su propia enfermedad me he encontrado con la novedad de que espontáneamente se
establecía por parte del niño una demanda que posibilita un ritmo de trabajo analítico intenso, sorteando de esta manera
el célebre no se a que vengo, situaciones de forcejeos que implican una manipulación del niño en las que el analista no
puede quedar involucrado.
Clase 3 – 17/08/2020 La adolescencia
En primer lugar, según la hipótesis de Ricardo Rodulfo, podemos decir que la adolescencia es un fenómeno occidental, que
no existe por fuera del occidente. Este autor, caracteriza lo occidental casi en una especie de concatenación muy ligada al
pensamiento derridariano con una característica que es la autocrítica permanente de occidente. Plantea que el pensamiento
occidental es un pensamiento que está en permanente autocrítica, revisión, cuestionamiento; por ende, dice que este
escenario propicio de la adolescencia lo da dicho pensamiento.

En este escenario propicio, la adolescencia encuentra un lugar clave para ser expresada, Es un síntoma subjetivo porque lo
expresan de alguna manera en forma singular cada adolescente del pensamiento occidental, lo que significa que hubo un
momento concreto en que occidente necesita la construcción de la adolescencia, esta es otra de las cuestiones.

La adolescencia en tanto categoría no es que existió siempre. La adolescencia es uno de los momentos del desarrollo que
menos está ligado a un desarrollo evolutivo, en el sentido que no pudo caracterizarse a la adolescencia siempre sino más bien
es un fenómeno no solamente occidental sino más bien moderno.

Otros de los puntos que se pueden extraer de dicho autor son:

1º La adolescencia es un fenómeno plenamente y exclusivamente occidental, es pensar la adolescencia como posición. No


puede estar ligado a una evolución biológica, sino que él dice que la adolescencia como posición y no como etapa.

Tres características que pueden extraerse de esta idea son: a) Si la adolescencia es pensada como posición, esto implica que
puede darse en cualquier momento de la vida, no está exclusivamente encerrada en determinado momento de la vida
humana. b) Habitualmente se entiende como adolescente a ese grupo etario de más o menos entre 12/13-19 años; cualquier
individuo que esté en ese grupo etario no significa que se encuentre las 24 horas en posición adolescente, sino que está
alternativamente en posición adolescente. c) La posición adolescente puede ser asumida de manera colectiva; esto quiere
decir que no es algo que suceda en forma individual.

La frase “nada vale la pena” es como una referencia a una posición de oposición. Oponerse a todo es una oposición a todo lo
que proviene del mundo adulto, es clara la posición adolescente; lo que más específicamente está diciendo es un rechazo casi
absoluto a la idea de herencia, a todo lo que hereda. Nada de lo que provenga del mundo adulto vale la pena y por lo tanto
hay una cuestión en la posición adolescente, que quiere decir que es un rechazo al pasado y por lo tanto, también al futuro.

2º La distinción que el autor hace entre adolescencia y juventud. El autor va a decir que la adolescencia es justamente esa
posición clara de ruptura con el engranaje de herencia, con esa oposición radical a todo lo que proviene del exterior, del
mundo adulto. Mientras que la juventud es quien de alguna forma, si bien participa de esa crítica de todo lo que proviene del
mundo adulto o de la historia, tiene la posibilidad de proyección hacia el futuro; esto quiere decir que no hay una ruptura
total con ese engranaje de la herencia, sino que puede recibir la herencia, tener una posición crítica de esa herencia y así
poder proyectar hacia el futuro.

Capítulo 16: La adolescencia pensada como cisma en lo occidental


La cultura occidental existe, su singularidad se decide por un único rasgo especifico lo occidental. Este consiste en ser la única
que se critica a si, se desgarra, se interroga y objeta hasta los límites de lo soportable. Si bien no todos los occidentales lo
hacen, aunque vivan como miembros de una cultura cualquiera, habitan un espacio fracturado por un plegamiento que
determina la inédita estructura de una formación cultural que solo existe difiriéndose de su identidad homogénea y
estabilizada. A partir de esto, cada vez que alguien se lanza contra esta debe hacerlo echando mano de categorías formadas
en ella, categorías occidentales del pensamiento.
Para hacerse cargo de este cisma constitutivo de la identidad desidentificante de lo que se llame con pertinencia
“occidental”, representémonos el funcionamiento de una institución dedicada por entero a su reproducción, un ente que
debe ante todo volver a producir su ciego deseo de reproducirse, y comparémoslo con la notablemente más compleja e
insoluble situación de otra institución que, para volver a producirse, debe asegurar la reproducción de su deseo de ser otra,
de los debates más radicales sobre sí misma, de su conflictivo reparo en cuanto a no reprimir lo que debiera reprimir sin
vacilación para subsistir, pero que de hacerlo desnaturalizaría su única diferencia cualitativa y se arruinaría a sí misma. En
término con otra referencia biológica, esta cultura solo se reproduce bien si reproduce los anticuerpos vueltos contra sí que
son lo más creativo y lo más singular de su ser-cultura.

Mi tesis es lo que debemos llamar “adolescencia” (que no basta tener edad para eso) y lo que a la vez explica por qué no
existe en absoluto la adolescencia fuera de lo occidental, conforma un síntoma subjetivo de dicho cisma. En verdad, antes
teníamos jóvenes y los seguimos teniendo: el joven se opone al viejo en el marco de la sucesión y la continuidad de las
generaciones. La adolescencia, síntoma de un cisma, emerge como cisma, rotura de la correa de transmisión. En la posición
adolescente como tal no rechazo la tradición instituida en nombre de un nuevo movimiento que aseguraría la mejor vitalidad
de lo mejor de esa tradición; ahora reniego del hecho de la tradición en tanto tal. Es el valor que encarna el adolescente que
considera y cuando considera que saber sobre una determinada cosa no le va a servir para nada.

La posición que identifica al joven es como un acontecer, como funcionamiento, como máquina de sentido y no solo en tal o
cual contenido o ideal de la máquina de la tradición, impugnación de contenido que no tocaría para nada la maquina en
cuanto tal. Por otra parte, hay muchos jóvenes no parece una especie en extinción: incluso se analizan bastante a la manera
del adulto. Mientras que el adolescente es traído, jamás llegaría por su cuenta, el psicoanálisis considera que le ha de servir
tan poco como cualquier otra herramienta de la herencia cultural, a excepción de lo eléctrico-electrónico donde se juega su
nueva escritura y la de su propia especificidad subjetiva.

La cesura entre jóvenes y adolescentes reproduce en su propia escala ese desdoblamiento-desgarramiento propio de lo
occidental que estamos persiguiendo circunscribir y poner en plena evidencia, desdoblamiento critico que, de no mantenerse
en el nivel –doloroso- de las paradojas que suscita, lleva al desgarro y amenaza con la rotura. Por eso mismo, en ninguna
cultura como en la occidental la amenaza de pérdida del sentido se ha desplegado con la violencia con que entre nosotros. Lo
que habría que destacar es la incalculable diseminación de efectos en cascada que dependen y derivan de semejante cisma
sismo, desde la aparición misma de un principio de diferencia y de la diferencialidad hasta la banalización de la diferencia en
una novedad sin sentido, en un cuestionamiento incapaz de cuestionarse a sí, del sentido de la continuidad de la cultura y del
hacerse cargo de los valores que transporta.

Una manifestación adolescente es la alborada de una condición subjetiva distinta que dio en ser llamada adolescencia. Por
otro lado, la adolescencia no puede consistir en un fenómeno individual: no puede haber un adolescente sin un grupo al cual
referirse y donde vivir, subjetivamente hablando. Muy lejos de la etapa evolutiva, la adolescencia es un fenómeno de grupo:
es relativa a un nosotros común y corriente, que contempla tanto la continuidad como su diversidad. En el “nosotros”
adolescentes, lo que puja se segrega de alojarse en aquella diversidad posible basado en un “nosotros que no tenemos nada
que ver”. La evidencia incontrastable de ese “nosotros, los que no queremos saber nada de” no debe hacernos limitar la
complejidad del asunto a una cuestión generacional. Porque más allá de él, y como otra consecuencia del cisma, se instalan y
se multiplican indicadores de adolescencia independientes de cualquier soporte. Después de todo, la adolescencia no podría
ser un fenómeno auto-producido: se produce no por si, no por sí misma.

Otra de las consecuencias del cisma es el desvanecimiento de lo sagrado, categoría lesionada por la disgregación de las
grandes religiones de occidente, y cuya reparación sin padre es todo un desafío al provenir.

En estos años se ha vuelto papable el hecho de una transmisión generacional invertida, del joven, y del niño inclusive, al de
más edad. Semejante curso de transmisión no puede entenderse como simple inversión mecánica poniendo en juego como
pone una completa reestructuración de las relaciones entre grandes y chicos. Tampoco es suficiente pensarla como
reversibilidad de un dar-recibir, ya que precisamente lo reaccionario y pacificante de este esquema clásico es una de las
buenas operaciones que hace la introducción de la adolescencia al desalojarlo violentamente. En todo caso, hemos
propuesto su reemplazo por el concepto de zona de juego de Winnicott, a su vez derivado de transicionalidad, con el entre-
dos-o-más que requiere para funcionar. Pero, a nuestro juicio, esta inversión nueva no pude ser asumida desde la posición
adolescente como tal y si desde la de joven con la que un empirismo recurrentemente la confunde.
APÉNDICE
Esta tesis de distancia de cualquier asimilación evolutiva de la adolescencia (evolutivamente lo que se encuentra son jóvenes)
pero también de la difundida noción de moratoria psicosocial. Porque aquella moratoria puede explicar la extensión de la
juventud como parte de la extensión de la vida, pero no tiene elementos suficientes para pensar esa discontinuidad que se
introduce con la posición y la actitud adolescente. El adolescente no demanda una moratoria, demanda una evasión radical y
sin retorno, no se juega una demanda de más tiempo para llegar a.

Otro tanto podría ser los duelos, estos son específicos del joven que deja de ser niño, pero no alcanza para pensar la
especificidad del término adolescencia que estamos proponiendo. Si de algún duelo se tratara en ella, habría que pensar en
algo así como en un duelo por nada, por un no-proyecto identificatorio salvo el mínimo indispensable para la preclusión de
formar-parte-de. No deseo de ser grande.

En el uso del término preclusión, estamos desconsiderando, por otra parte, su conexión originaria con la paranoia. No se
trata de hacer del adolescente una suerte de psicótico; y seria lo peor que se podría hacer, desde todo punto de vista,
encarar la adolescencia por vía de la una gran psicopatologización.

Inmejorablemente destacado por Winnicott en una de esas frases felices por no “conceptuales” en apariencia y que se lee en
alguna página de Acerca de los niños. Frecuentemente en esa época de la vida se estaría dominado o expuesto por el
sentimiento o sensación de que “nada vale la pena”. Eso es todo. Nada menos.

Enorme condensación. Una ristra de trazos clínicos se agolpa en la escueta sentencia:

-una pérdida del sentido que no se limita a una situación puntual –qué sentido tenga ir a la escuela- pues es completamente
abarcativo y hace impacto por lo tanto sobre el sentido en general. -como su consecuencia inevitable pulverización de
ideales, particularmente aquellos ligados a lo que Freud denominó deseo de ser grande, renuncia por anticipado a todo
proyecto implicado en los procesos de historización yoica conceptualizados por Piera Aulagnier y Castoriadis, fuga al aquí-y-
ahora y al no-me-pregunten-nada. - banalización de los procesos subjetivos recurriendo a toda la oferta tecnológica para
convertirse en un adolescente mediático aceptando todos los retratos que le proponen los medios de él mismo
frenéticamente dedicado a los mensajes de texto y despojado de todo rasgo que lo singularice. - no compromiso con la
herencia que podría convocarlo en términos de lo que Winnicott llamó experiencia cultural, noción interesante que aún no
hemos aprovechado ni trabajado lo suficiente. Cabe en este punto recordar la caracterización de lo que Marcase propuso
como desublimación represiva. - tendencia a refugiarse en sensaciones que lo vuelve proclive a la adicción aun cuando en
numerosos casos no puede hablarse verdaderamente de ella por falta de condiciones de estructura, tanto en lo personal
como en lo ambiental.

Una manera de ir al hueso es apelar al álgebra lacaniana y decir que la coyuntura adolescente consiste en descubrir que A
debe escribirse tachado: A tachado. Lo cual no por llamarlo “existencial” no deja de ser trazo diferencial de un
acontecimiento histórico, el que constituye lo que conocemos como “Occidente”. Lacan engloba cosas tales como la
desidealización de los padres y el descubrimiento más o menos claro de que la estructura cultural no garantiza para nada que
la pudiéramos creer como verdad. Sin garantías que den la cara el motivo de la verdad no se puede tener en pie. El llamado
“duelo por la infancia” duela ese tiempo en que A brillaba en todo un esplendor sin tachadura pues contenía en sí la verdad
de la verdad. Y en su ámbito estábamos asegurados, de ese A que el vocabulario de aquel singulariza indebidamente, ya que
connota el saber-poder de un grupo al que el sujeto en advenimiento debe referenciarse forzosamente.

Es esta la razón por la cual no existe la adolescencia como formación subjetiva fuera de Occidente, salvo cuando empieza a
implantarse de resultas de la entrada de lo occidental en otra cultura hasta entonces ajena o relativamente cerrada y
protegida de él. En esos casos, la juventud de esa cultura empieza a desarrollar formas atípicas y sumamente conflictivas o
disruptivas de adolescencia característicamente rasgueadas por un amargo rechazo y descalificación de lo
tradicional. La violencia de la tachadura es cuasi-traumática para los hijos de una cultura que creía garantizarse a sí misma.
Según esto podemos pensar la adolescencia como determinada por la experiencia de encuentro con la inconsistencia en
tanto tal.

El empirismo que ha reducido la adolescencia a un trámite etario, pues nos hace tomar conciencia de que no todos los
“adolescentes” lo son ya que no todos hacen automáticamente esta experiencia y no son pocos por cierto los que, por más
de una razón, no pasan del rito de iniciación, sobre todo teniendo en cuenta que nuestra cultura no es para nada un espacio
homogéneo para todos igual, abunda en regiones, zonas, pequeños espacios transicionales, diversidad de experiencias
culturales y multiplicación de anacronías que hacen que no todos vivan en la misma época por más que el calendario los
unifique en lo formal. En ningún caso es una cultura que pueda pensarse en términos de pueblo chico, entre otras cosas
porque su manera de operar lleva a que hasta el pueblo chico deje de funcionar en homogeneidad.

Índices de adolescencia como índices de la experiencia de inconsistencia son entonces vectores que necesitamos precisar. El
“nada vale la pena” nos sirve de hilo para guiarnos.

-Multiplicación de comportamientos y de síntomas cuya nota de “superficialidad” se vuelve mucho menos superficial a la luz
de nuestra tesis. Es como si el adolescente espejara en sí la inconsistencia de la cultura que tendría que sostenerlo y por la
cual ya no se puede sentir sostenido. -No paralelamente como en otra dirección el encuentro con la inconsistencia que ya
ningún padre o dios puede cubrir –lo que Heidegger llamaba “la retirada de los dioses”- por muy simbólicos que fueren sus
modos de intervención, puede dar paso a procesos creativos suplementarios de lo que Lacan escribe como A tachado una
vez tachado por el impacto de la inconsistencia de la que A pretendía no padecer. Suplementarios: no se agregan
simplemente en continuidad con lo que ya estaba ahí; no se integran a un sistema previo a ellos; difieren, en cambio, más o
menos violentamente, sin hacer avanzar ni retroceder una supuesta marcha lineal en el eje progresión-regresión; su
emergencia es otra cosa, si bien pueden ser y son constantemente objeto de reapropiación por las categorías y las políticas
de la cultura.

La actividad de estos adolescentes se orienta a la invención de alternativas en los más distintos órdenes. En general, todas
estas cosas se hacen bajo el signo de una fuerte crítica a los códigos de la cultura heredada y muy en particular a las
instituciones a cargo de la transmisión de esa herencia que en conjunto no aceptan, significándola como aquello que hay que
cambiar antes que continuar o mantener. Exactamente hablando, su praxis es un capítulo y un suplemento más del jugar,
una muestra más de sus extensas funciones en la vida humana, lo que a veces no se ve y otras se deja ver con facilidad al
haber conciencia de que lo que están haciendo es en juego. De modo que puedo añadir esto a todo lo que vengo desde hace
mucho desarrollando acerca del jugar y del juego. Y se deja ver también en el hecho de la invención continua de ficciones
que se genera en tales trabajos, pero que se refractan sobre la vida cotidiana, volviendo a testimoniar aquello de Winnicott
sobre la ilusión que he procurado rescatar y hacer valer en un libro dedicado a su pensamiento: el que ella crea en lo real, no
se limita, como pretende Lacan, a circular en un plano imaginario y nada más.

Este desenvolvimiento requiere por fuerza del trabajo negativo de la designificación, quitar significación, algo que está en un
primer lugar entre las tareas que el psicoanálisis tiene que encarar para liberar la posibilidad del 6juego de otros y nuevos
sentidos, lo que el paciente no es libre de hacer mientras esté aprisionado en los que lo han llevado a su situación actual.
Pero en lo que a este grupo concierne tal designificación no desemboca en la nada, puesto que revuelve y prepara el terreno
para invenciones heterogéneas al orden recibido. Pues entre sus muchas ambigüedades, el adolescente es abierto y cerrado
a la vez. Pero quitar significación a una serie de emblemas, costumbres, valores, ideales, relatos, leyes y creencias es por sí
mismo un trabajo grandioso y transformador, que no cesa de repercutir más allá de su campo de emergencia. A veces,
muchas, el adolescente hace igual que el deambulador cuando rompe para explorar; sólo varía el objeto maltratado.

La fragilidad o precariedad en la invención de ficciones que afecta al adolescente del primer grupo tiene consecuencias
severas en cuanto a la posibilidad de espejarse en varios tipos de grupos, de relatos, de producciones; no viéndose en lo que
mira el chico se va cayendo de diversos espacios de ficción en principio abiertos a él y que en esas condiciones devienen
inaccesibles: sigue el aburrimiento, la ninguna respuesta emocional ante las más variadas experiencias y productos culturales
con la consiguiente restricción del campo de intereses típico de ese adolescente al que nada le gusta. Se verifica esto, por
otra parte, en el escaso o nulo trabajo hecho sobre su propia historia y la de su familia y
comunidad. De nuevo asistimos a una pérdida de sentido pero que se detiene allí sin una proposición alternativa. Además la
impase de lo ficcional y de todos los trabajos en espejo de los más diversos espejamientos acarrean una especie de parálisis
del porvenir: prohibido el porvenir, a cuyo relampagueo sólo la máxima angustia podría responderle. Sin trabajo sobre su
pasado y sin apertura al porvenir no queda nada más que el presente sino un presente extremadamente mutilado y reducido
a la sensación ahora presente, que no el discurrir de un tiempo anacrónico donde nada es exactamente presente ni pasado
ni futuro.

El adolescente capaz de proponer alternativas ha de enfrentar numerosas vicisitudes; sus invenciones pueden reificarse en
fenómenos de secta, de ghetto, de fundamentalismo.

Más allá de estos nuevos problemas, la posición desesperada del adolescente frente a la inconsistencia del Otro en quien
confiaba lo torna especialmente propenso a salidas fundamentalistas y a fanatismos en ocasiones mudable y pasajeros pero
siempre sumamente violentos. Cuando todo se ha detenido en el “nada vale la pena” un recurso de este tipo es la adicción
“adrenalínica” a la violencia, no articulada a algún ideal, por sí misma, procura sin tener que pensar en nada.

Sin que esto excluya que por el camino de este no-camino un chico en particular arribe a alguna orilla inesperada
descubriéndose por casualidad muy capaz para algo que ni se imaginaba y que cumple con eses requisito de “socialmente
útil” que Freud le asignaba a la sublimación y Winnicott a su idea más amplia e interesante –sobre todo por saltearse una
supuesta y superflua derivación pulsional- de experiencia cultural. Y eso sin contar con el papel del azar en la tercera serie
suplementaria que interviene impredeciblemente.

De modo colateral, hago notar que he insinuado un movimiento que reemplace la referencia lacaniana al gran Otro por la
noción de experiencia cultural acuñada por Winnicott y hasta ahora poco aprovechada, nada trabajada. Primero porque en
mi perspectiva es un término más ventajoso que desimaginariza el espacio de la cultura de figuras ancestrales, siendo una
denominación mucho más abierta a lo grupal, a la vez contenido y reprimido en la de Lacan. En segundo lugar, “experiencia”
desplaza “estructura” sin expulsarla, pero proponiendo una visión que no se limita al formalismo de la combinatoria sin
sujeto típica del estructuralismo y da paso por eso mismo a la actividad singular: una experiencia no es compatible con una
posición pasiva de objeto manipulado por un juego de permutaciones y sustituciones. La idea al escribir “experiencia” no es
introducir un empirismo de la presencia sino introducir el trabajo de una subjetividad que no puede limitarse a “ingresar” en
un orden simbólico sin alterarlo en su intocabilidad significante. Por último, nos interesa la vinculación directa que se
establece entre aquella experiencia y la categoría de lo transicional; porque con lo transicional se rebasa una serie de
oposiciones metafísicas que están aún muy activas en los tres registros de Lacan y en la historia textual de cómo se van
acomodando y forcejeando a lo largo de sus seminarios: transicional significa que no hay ya que oponer nada más o menos
concreto a nada más o menos simbólico; en cambio, si leemos atentamente como se caracteriza el juguete ya en las primeras
aproximaciones a la idea del objeto transicional, podrá detectarse la emergencia de un estatuto de lo ficcional que tiene su
vida propia y constituye el medio específico de nuestra existencia sin necesidad de hegemonizar ningún medio en particular,
sea el lenguaje u otro cualquiera. Para esto hay que avanzar sobre Winnicott y asentar que vivimos exclusivamente en un
ámbito transicional, y no a ratos en él y a ratos en los más tradicionales “interno” y “externo”.

Y quien mejor que el adolescente para estudiándolo comprender hasta qué punto es ficcional el mundo que habitamos;
hasta el adolescente más banalizado de resultas del impacto del “nada vale la pena” mora en un universo pueril pero
fantástico, pobre pero arreal en el sentido positivista del término.

Capítulo 10: El adolescente y sus trabajos


El punto de partida del autor ha sido la inquietud por fundamentar psicoanalíticamente el concepto de adolescencia, darle
una especificidad psicoanalítica. Pensar no solo que puntos de estructuración subjetiva que se cumplen en la adolescencia
justifican psicoanalíticamente hablar de adolescencia, sino también el tema de qué cuestiones plantea la misma al concepto
de estructura en psicoanálisis. Tales especificidades las ha pensado en la perspectiva de trabajo.
Por una parte el texto trata de desarrollar algunas cuestiones esbozadas un poco por encima o con condiciones más que con
desarrollos. La pregunta que le pareció productiva como pregunta clínica frente al niño/adolescente al autor fue ¿En qué
trabajo de simbolización anda el chico que viene a la consulta? Pregunta que sirve para el diagnóstico diferencial en cuanto a
detectar que el chico esté atascado en algunos o de sus trabajos o sin abrir otros trabajos que son necesarios para su
estructuración.
El término trabajo, es un concepto nuclear en psicoanálisis. Toda la cuestión puberal puede pensarse en la perspectiva de
“exigencia de trabajo” para el psiquismo. También se puede asociar con distintas castraciones simbólicas necesarias a la
estructuración subjetiva. Es decir, castraciones que no hay que tomarlas como algo que sufre pasivamente el sujeto, sino del
cual él es el agente principal. Tareas cuyo no cumplimiento expone a las consecuencias más graves.

Al mismo tiempo, el concepto de trabajo y pensar la adolescencia en una perspectiva de trabajos simbólicos a cumplir sirve
contra desdichadas polarizaciones que la cuestión de la adolescencia en psicoanálisis ha sufrido. Por un lado, contra el
cronologismo, contra el hábito de designar como adolescente a alguien que tiene cierta edad, dado que se exige algo más
para hablar de un proceso adolescente; se exige que se cumplan determinados trabajos, no basta con tener la edad para que
esto ocurra. Por otro lado, contra una cierta propensión a concebir al sujeto atrapado por una determinada estructura;
atrapado pasivamente como víctima o soporte de una combinatoria; contrariamente, el concepto de trabajo le restituye algo
allí que le pertenece al sujeto y que es su propio trabajo psíquico, su propia actividad. Por último, privilegiar el concepto de
trabajo en la adolescencia se trata de privilegiar el tipo de trabajo, el modo como el adolescente lo enfrenta.

Una de las preocupación a la que el texto intenta responder es el dar cuenta metapsicológicamente de lo que ocurre en la
adolescencia, darle también una mayor fundamentación metapsicológica. Tener un sitio donde cada tanto tratar de ponerlas
un poco en orden, ese es el valor de la metapsicología que cree el autor.

Con respecto a los trabajos en sí mismo, el autor distingue por pronto unos seis; lo cual debe ser mirado con cuidado porque
no se trata de una lista o una clasificación. Con sólo exponerlos se verá que están obviamente trabados entre sí. De esta
manera uno podría decir que son seis facetas del trabajo de la adolescencia a considerar.

1. El pasaje de lo familiar a lo extrafamiliar. No basta con decir pasaje, cabe más bien hablar de metamorfosis, de una
transformación interna de cada uno de estos polos (familiar y extrafamiliar). El hecho central es que lo extrafamiliar deviene
más importante que lo familiar. Lo extrafamiliar produce una crisis: la emergencia del extraño pone en crisis una cierta
certidumbre narcisista que hasta ese momento estructuraba al pequeño, que es que todo era materno. Durante la latencia
hay todo un trámite extrafamiliar que se va desarrollando y que se espera que sea uno de los puntos decisivos para una
verdadera latencia, como son la aparición de amigos. Sin embargo, esto no basta para quebrar la primacía de lo familiar. Este
hecho acontece después de la pubertad. El requisito es que el adolescente se vuelque al campo social, que funciona como un
espacio transicional para él: no hay verdadero final del Complejo de Edipo si esto no se produce. Así como lo extraño irrumpía
causando angustia en lo familiar, la función del amigo se debe pensar como una transformación muy importante del objeto
transicional (suaviza la oposición familiar/extrafamiliar).

2. Pasaje/transformación del yo ideal al ideal del yo. Predominancia del ideal en tanto horizonte abierto de lo que va a ser,
contrapuesto a la dimensión del yo ideal, como algo ya consolidado al estilo de una estatua. Se puede pensar en término de
una predominancia de la identidad de pensamiento sobre la identidad de percepción.

3. Pasaje de lo fálico a lo genital. La función del orgasmo en la adolescencia. Me refiero al orgasmo en cuanto a una
experiencia erótica, o sea en una verdadera intersubjetividad. En tanto algo se termina de escribir ahí en cuanto al propio
cuerpo. La iniciación sexual es un acontecimiento estructurante, algo se termina de escribir y algo se resignifica en cuanto a
la vivencia de satisfacción.

4. Repetición transformada de los tiempos del narcisismo, como nuevo trabajo. Tiempos lógicos: verse en el otro, verse
como otro, verse como extraño. En la adolescencia se repite toda la problemática de esa reestructuración narcisista, pero en
transformación, en el sentido de que se invierten los tiempos. La adolescencia no se puede inaugurar sin una aparición del
extraño allí, sin verse como extraño, es su primer tiempo. “Desamparo puberal”: dejar de estar protegido por la imagen
especular. Luego será verse como Otro, para lo cual el adolescente se dirige hacia el campo social, extrafamiliar. Aparición de
nuevos ideales: banda, grupo, etc. Luego la “consolidación”, en verse nuevamente en el Otro, sólo que Otro un poco más
abstracto ahora que el Otro de la
infancia: Otro más referido a ciertos ideales, que hacia el final de la adolescencia tratan de darse una especie de versión
definitiva.

5. Pasaje del jugar a trabajar. El trabajar debe heredar algo de lo lúdico, re transformándolo. Si no sucede el campo del
trabajo en el futuro se expone a ser pura adaptación.
6. Desplazamiento a la sustitución, particularmente en términos de elecciones de objeto . El desplazamiento se alcanza en
la niñez, mientras que la sustitución, aparece algo distinto que invoca el concepto de hundimiento, sepultamiento,
desintegración. La adolescencia es el tiempo decisivo donde se define si algo va a quedar simplemente en una categoría de lo
reprimido o si va a sufrir un cierto grado de sepultamiento. Este concepto refiere a la culminación de un proceso, cierra un
ciclo.

INTRODUCCIÓN

La adolescencia como fenómeno multideterminado por variables, que van desde los cambios enraizados en la biología hasta
fenómenos determinados por la macrocultura. El punto de vista cronológico comprende tres fases de la adolescencia
(temprana, media y tardía); el punto de vista biológico incluye el crecimiento corporal y el comienzo del funcionamiento de
las hormonas sexuales y el punto de vista antropológico muestra como un fenómeno biológico universal toma diferentes
formas, según la cultura en que se está inserto.

DEFINICION Y UBICACIÓN DE LA ADOLESCENCIA

La adolescencia puede ser definida desde distintos puntos de vista; este ciclo vital comienza siendo un hecho biológico
(crecimiento del cuerpo y comienzo del funcionamiento de las hormonas sexuales); pero a su vez está inserto en un proceso
psicosocial que varía según las culturas y los momentos históricos. En nuestra cultura, dura aproximadamente 20 años.

La adolescencia impone un pasaje ineludible, biológicamente determinado desde la niñez hasta la adultez; se trata de un
pasaje desde la endogamia (de los códigos de la intimidad familiar), hasta la exogamia (hasta los códigos de la cultura), el
logro de la madurez sexual genital, es decir, la asimilación psíquica de los cambios morfológico y fisiológicos que ocurren en
su cuerpo e incluyen la madurez sexual genital y el estar apto para la conservación de la especie, el encuentro con el objeto
heterosexual y el desenlace eficaz del narcisismo positivo, que permitan transformaciones psíquicas desplazadas hacia la
realización laboral y los intereses sociales.

PUNTO DE VISTA CRONOLOGICO

a) Adolescencia temprana: cronológicamente se extiende desde los 8 y 9 a los 15 años y comprende las siguientes subfases:
Prepubertad (8 a 10 años, en ambos sexos se caracterizan un cambio de conducta centrado en el incremento de la
motricidad y, desde el punto de vista psicológico, se observa un cambio en el tipo de juego y en las verbalizaciones, que se
tornan de mayor contenido sexual; durante esta época comienza una aceleración del crecimiento, incluye el crecimiento
corporal y la puesta en marcha de las glándulas sexuales, éstas últimas no tienen consecuencias visibles en el exterior);
pubertad (de 10 a 14 años, momento en que los cambios corporales iniciados en el período anterior comienzan a tener
efectos visibles; se produce el desarrollo de las características sexuales primarias (relacionadas con la reproducción) y
secundarias (aspectos físicos que dan la apariencia “masculina” y “femenina” y cumple una importante función en la
atracción de los sexos y la formación de parejas) y adolescencia temprana propiamente dicha (de 13 a 15 años; abarca el
último período del desarrollo corporal y lo cambio corporales que se realizan no son tan notorios desde el exterior).

b) Adolescencia media: comienza entre los 15 – 16 años y termina alrededor de los 18 años, edad que coincide con el egreso
del colegio secundario. El adolescente medio se caracteriza por estabilizar el proceso de crecimiento; se realiza un
desplazamiento de investiduras libidinales desde el propio cuerpo hacia el objeto; se dan vínculos de masa caracterizados
por el amor y la identificación fraterna, con fidelidad a un líder idealizado. La toma de contacto con el hallazgo del objeto, se
dan los primeros noviazgos y la formación de grupos en torno a una tarea, con un líder que se constituye en su ideal.
Cuando se rompen los vínculos de masa, el adolescente comienza su pasaje hacia la adolescencia tardía.
c) Adolescencia tardía o fase resolutiva: cronológicamente esta fase se ubica entre los 18 y 28 años y la problemática a
resolver son la inserción laboral y el encuentro con una pareja estable. Las manifestaciones frecuentes en los adolescentes
tardíos son: discriminación entre quienes son sus padres y quien soy yo; deseo de establecimiento de vivienda
independiente e independencia económica; deseo de constituir una pareja y el logro de la orientación vocacional y / o
laboral. Se diferencian
tres subfases: 1) De 18 a 21 años: se caracteriza por una gran conmoción y caos interior, debido al sentimiento de soledad
que lo domina; se observa un adolescente confuso, desorientado o, lo contrario, un adolecente sobre adaptado y ordenado;
2) De 21 a 24 años: el adolescente toma conciencia de las tareas psíquicas a resolver, es un período de mayor reflexión, se
observa la inserción en nuevos grupos sociales y de trabajo transitorios y 3) De 25 a 28 años: se configura con la entrada en la
adultez y la aceptación de la complejidad psíquica y social de esta larga etapa.

PUNTO DE VISTA BIOLOGICO

La pubertad es la etapa en la cual se producen los cambios necesarios que conducirán al sujeto a la madurez sexual.

∙ La función de la glándula pituitaria: la pituitaria produce la hormona del crecimiento, que influye en el tamaño del
individuo, en especial, en el crecimiento de los miembros superiores e inferiores y la hormona gonadotropina, que actúa
estimulando la actividad de las gónadas (glándulas sexuales) para su maduración.

∙ Función de las gónadas: las gónadas femeninas son los ovarios y las masculinas los testículos; la hormona gonadotropina se
produce una cantidad suficiente para permitir el crecimiento de las mismas; junto con el crecimiento de las gónadas,
sobreviene la producción de células germinales y las hormonas de crecimiento dan lugar al desarrollo de los órganos genitales
y de las características sexuales secundarias. En la mujer se producen las células germinales óvulos y han crecido otros
órganos de reproducción, como el útero, la trompa de Falopio y la vagina. En el varón se producen células germinales
espermatozoides a partir de los testículos.

∙ Transformaciones físicas d la pubertad: en el adolescente temprano se manifiestan los cambios que se producen en el
interior del cuerpo: aumento del tamaño corporal (estatura y peso debido a la hormona del crecimiento), cambios en las
proporciones del cuerpo; desarrollo de las características sexuales primarias(en el varón se agranda paulatinamente los
testículos y el pene, aparece el vello pubiano y se producen las primeras poluciones nocturnas; en la niña: los ovarios y el
útero crecen con rapidez, hasta alcanzar el tamaño y funcionamiento madura para que se produzca la menarca) y
secundarias. (en las niñas, se ensancha los hombros, se incrementa la redondez de las caderas que delimita la cintura, el
desarrollo del busto, vello pubiano, axilar y facial, la pilosidad en los miembros, cambios de voz más grave, cambios de color
y textura de la piel; en el varón: el ensanchamiento de hombro, dando al tronco una conformación triangular, forma bien
definida de los brazos y piernas, leves protuberancias alrededor de las tetillas, aparece el vello púbico, en las axilas, sobre el
labio superior y la barbilla).

PUNTO DE VISTA ANTROPOLOGICO

El fenómeno adolescente se presenta inserto en una estructura social que pertenece a un tiempo histórico y un espacio
geográfico.

Nuestra adolescencia está inscripta en la cultura occidental.

Cada cultura propone para la adolescencia, a través de formas determinadas llamadas “ritos”, un momento de inicio, que se
apoya en el hecho biológico del despertar pulsional y un momento de fin, que es altamente variable.

El concepto de adolescencia dependerá de cierto cuerpo de valores, ideologías, que son inherentes a cada

cultura. ¿CÓMO SE SALE DE LOS VÍNCULOS DE INTIMIDAD A LA CULTURA?

El avunculado como una forma de iniciación; Levi Strauss propone un tipo de relación que él llama de avunculado, un vínculo
mediante el cual se canaliza la salida a la exogamia; es un vínculo de toda la familia, que establece con el hermano de la
madre; esta relación de avunculado corresponde al rol del tío materno o a un equivalente, tiene la misión de entregar la
hermana a otro hombre. En su pasaje a la exogamia, el púber necesita relaciones de avunculado y estas suelen encontrase
en los primos, tíos más jóvenes o padrinos que hacen de mediadores en los camino de iniciación, de salida desde la intimidad
familiar. En nuestra sociedad, la adolescencia ha constituido lugares que han sido otorgados por la cultura, cuyo
cumplimiento confirma la aceptación del niño en el mundo adulto.
Clase 4 – 24/08/2020 La adolescencia
LO PUBERAL-LO ADOLESCENTE ANTE(S) (D) EL HALLAZGO DE OBJETO

En relación con las transformaciones de la pulsión, se produce en la pubertad "el hallazgo de objeto". El hallazgo de objeto, la
reunificación de las pulsiones (parciales), su subordinación a la genitalidad y orientación hacia la nueva meta, la reproducción,
no acaecen automáticamente por maduración del cuerpo o evolución natural del crecimiento. Las transformaciones de lo pre
genital y el escenario de lo genital con sus nuevas experiencias sexuales implican una exigencia de trabajo psíquico
desarrollada en el tiempo, que se realiza en espacios determinados y su resultado final no está garantizado por
predisposición de la especie, es incierto.

Se abren con la llegada de la pubertad, a posteriori de la latencia y antes del hallazgo de objeto, una trayectoria de recorridos
pulsionales que es sinuosa, con cambios, desvíos y correcciones de rumbo, impasses y actos, confrontaciones, retiros,
aciertos, desaciertos y desconciertos. Con límites difusos e indeterminados, son los años del entretiempo de la sexuación en
el espacio transicional-corporal, familiar, generacional-que especifican y diferencian los procesos y trabajos psíquicos de lo
puberal-lo adolescente.

FREUD Y EL HALLAZGO
El Psicoanálisis enseña que existen dos caminos para el hallazgo de objeto: en primer lugar el que se realiza por
apuntalamiento en los modelos en la temprana infancia y en segundo lugar el narcisista. Cada uno de estos modos de
hallazgo de objeto requiere de ciertas consideraciones. No hemos inferido que los seres humanos se descomponen
tajantemente en dos grupos según su elección de objeto responda a uno de los dos tipos. Promovemos esta hipótesis: todo
ser humano tiene abiertos frente a sí ambos caminos para la elección de objeto, pudiendo preferir uno u otro.

Y, junto a otra forma de encuentro que se adiciona a las mencionadas por la alteridad del objeto, por su ajenidad y extrañeza,
extraño por lo que conlleve de no conocido. Al considerar los procesos psíquicos en su vertiente saludable, destacamos la
importancia de la no fijeza ni exclusividad en ninguno de los modos, sino que la combinatoria en la elección es lo que le da
sutileza al hallazgo.

La idea de hallazgo, central en este desarrollo, es un término rodeado de ambigüedades y matices, que en cadena asociativa
con encuentro y reencuentro, lo convierten en un nudo conceptual, dando lugar a diferentes interpretaciones. Se repite con
demasiada frecuencia y ligereza que el hallazgo es reencuentro y su repetición, no des-taca suficientemente la riqueza y
complejidad que el concepto implica.
HALLAZGO NO ES ENCUENTRO
El término hallazgo comporta elementos inesperados ligados a la creatividad, no es la aparición de algo pre-visto. Mucho más
que eso, hallazgo implica la actividad que hace aparecer un objeto mediatizado por la creatividad del sujeto, por su captación
de lo imprevisto literalidad, hallazgo es descubrir con ingenio algo hasta entonces no conocido. Por lo cual, hallazgo no es
tanto la acción de encontrar, como una cualidad de la actividad subjetiva. SI el encuentro de objeto es un hallazgo, lo es
porque el proceso estuvo comandado por la creatividad del sujeto. En este sentido, lo novedoso, lo imprevisto en el hallazgo
se opone a lo ya dado, a lo ya conocido, a lo ya establecido y prefijado. A la movilidad.

En lo que a hallazgo se refiere, la actividad espontanea creativa propia del sujeto no podría estar ausente como tampoco la
actividad intersubjetiva de mutuo intercambio con el mismo.

HALLAZGOS Y RE-ENCUENTRO
Apoyados en la multiplicidad de sentidos que permite desplegar la idea "hallazgo es reencuentro” partamos de ese primer
tiempo descripto por Freud en que "la pulsión tenía un objeto por fuera del propio cuerpo (el pecho materno). Él bebe se
encuentra con un objeto exterior a si, fuera de su cuerpo, aunque él no experimente nada aun de la exterioridad del mismo, y
esa exterioridad hace al objeto “no-yo ajeno”. Que en los comienzo, esa ajenidad esté al servicio del bebe y de la ilusión de
objeto propio, creado, depende de que la función materna sea suficientemente adecuada. Se reduce así (sin que se pierda) la
exterioridad del objeto y pictograma de fusión mediante, la pulsión pasa a ser regularmente autoerótica; el objeto toma
cuerpo en el niño.

Luego y una vez que alcanza la representación del objeto por fuera de la propia corporeidad, se producirá la elección infantil
de objeto.

Cuando Freud habla de objeto se refiere a representaciones psíquicas de los objetos y no al objeto del mundo exterior. Ese es
un trabajo que no es mera “toma de conciencia” de su exterioridad y su globalidad, sino que es trabajo de expulsión.

EL CUERPO PUBERAL
Llegada la pubertad, la sexualidad (la genitalidad) ya no puede ser diferida. Una vez instalada la barrera de la prohibición del
incesto y los diques morales que hacen al sujeto de la ética y la búsqueda de alteridad propia de la pulsión genital con la (im)
pulsión puberal, al psiquismo le urgen trabajos específicos. En esta búsqueda, la actividad creativa por parte del sujeto, lo
inesperado lo no conocido, lo imprevisto, distancian de todo lo que puede remitir al prefijo "re" a términos que aparecen
ligados como la repetición, reencuentro. Desde sus orígenes mismos, la conceptualización freudiana de repetición, con sus
ambigüedades, no puede plantearse por fuera del par que constituye con el término: "la diferencia". Situamos la diferencia
dentro del pensamiento de los sistemas de lo múltiple o complejo, ya que planteada desde lo simple, no queda más que
como desvío forzado de la repetición. La secuencia repetición-hallazgo-creatividad-diferencia, se va estableciendo. De lo "re"
del encuentro se deriva hacia lo "neo".

El cuerpo puberal, con sus reorganizaciones y neo organizaciones, requiere de nuevas inscripciones y nuevos circuitos
pulsionales. El objeto, para terminar de constituirse como tal (exterior-ajeno-extraño), requiere de tiempos y espacios donde
hacerlo, de ensayos y exploraciones.

Le urge el hallazgo-creatividad-encuentro de objeto exterior a sí, en simultáneo con que el objeto exterior no reduplique un
encuentro ya producido, sino que inscriba como acontecimiento que diferencie lo que está investido por el niño y la familia
de lo que deviene nuevo y que está invistiendo como obra propia, por fuera del cuerpo y lo familiar. Se reencontrarán en el
objeto rasgos de aquellos bocetos de infancia, mascarada y semblante, pero hallazgo es fundamentalmente nueva inscripción
e inscripción de lo nuevo, "creatividad propia'', por fuera del cuerpo familiar.

Apuntalamiento plataforma y momento de salida adolescente, el cuerpo requiere de nuevas inscripciones con el objeto que
es reinventado en la alteridad, se adiciona así el otro modo de elección por alteridad y radical diferencia (subjetiva) del (sexo)
objeto. Tomamos el concepto de apuntalamiento, anáclisis o apoyo Freud en el sentido de que lleva a la consideración de
primer apoyo como sostén y plataforma de lanzamiento. Espacialidad primera donde algo se constituye para luego abrirse a
otros espacios y objetos. Apuntalamiento es sostén transitorio hasta la partida.

PARADOJA Y CUERPO
Es fundamental considerar la pubertad con relación al crecimiento y los cambios corporales posibilitados por nuevos
fenómenos endocrinos que se ponen en marcha.

El trabajo clínico de procesos adolescentes se detiene como uno de sus lugares privilegiados en el especial uso del cuerpo
puberal. Y esto tanto en el campo de los procesos saludables como en el amplio abanico que se despliega en patologías que
se entrevé graves además de todos los ropajes que acompañan el cambio de piel, con sus dibujos, adornos y perforaciones.

Pasando a otro registro, se llega a lo descrito como vivencia de extrañamiento corporal. El sentimiento de extrañeza (bajo la
forma de angustia no mentalizada) asociado al cuerpo puberal, la pérdida de los reparos y los límites corporales llevan al
adolescente a tratar su cuerpo como un "objeto externo (extraño)". Este cuerpo tratado como ajenidad y el uso de defensas
paradojales que supone trae resonancias en dirección de la autodestructividad y el masoquismo. Este trato paradojal del
cuerpo (erógeno) y de la yoidad inscripta en el mismo trato como ajenidad tan común en la adolescencia abre a procesos de
identificación-desidentificación. Viejas e históricas identificaciones, inscripciones reunidas en el cuerpo infantil-niño ideal
padres de la infancia. Estas caídas violentas de los objetos inscriptos en el cuerpo -estrepitosas, ruidosas- son procesos de
inscripciones-reinscripciones-transcripciones de lo corporal por la complementariedad zona-objeto.
Los conceptos de originario y originario puberal abren perspectivas donde situar la problemáticas del Objeto inscripto en lo
corporal y sus tratos. Si los cambios corporales toman importancia con relación al hallazgo de objeto es porque, como el
autor plantea, "las reestructuraciones objetales y narcisistas encuentran su origen en las capas más profundas del
inconsciente inscriptas en la máxima proximidad de lo somático".

Por el trabajo del originario puberal, la pulsión busca el objeto (complementario) inscripto en el propio cuerpo erógeno.

La elaboración psíquica de lo originario puberal transforma la búsqueda de objeto acoplado al cuerpo propio. Trabaja el
autoerotismo produciendo la ex corporación del objeto. El objeto parcial-complementario se reordena hacia el objeto
exterior, lo pre-genital deviene para genital.

Con el narcisismo recordamos que la categoría "objeto externo, global diferenciado, altero" aún no estaría plenamente
constituida. Y por lo originario puberal, a la hora del hallazgo de objeto, lo originario puberal repite y busca que en el objeto
(narcisista) se reinvista al yo y reduplique la mismidad. Su elaboración es trabajo de no igualación, no identificación de la
propia yoidad en el objeto, búsqueda de la alteridad corporal subjetiva en el objeto.

Pero también, lo originario puberal insiste y nuevamente busca repetir los modelos vividos ya conocidos, investidos a lo largo
de la historia de las identificaciones corporales, incestuosas familiares.

Lo que se viene delimitando es el trabajo psíquico por el cual se produce la categoría de la exterioridad a sí, la
transicionalidad del objeto y del espacio cuando la libido adviene genital. Una de las condiciones para el hallazgo de objeto,
es la creación de la "espacialidad exterior" al propio cuerpo, (transformación del autoerotismo y del narcisismo) y
"espacialidad extrafamiliar" donde hallarlo. Otras condiciones serán hacer de lo extrafamiliar lo heterofamiliar y que en el
vínculo el objeto se deje crear.

Se establece una compleja relación entre hallazgo de objeto e historia infantil, identificaciones familiares y genealogía. El
hallazgo de objeto transcurre en un desfiladero entre re-petición, re-vuelta, de-construcción de la historia infantil. El hallazgo
de objeto no es sin el pasado historizado, no es sin la re-interpretación de la historia infantil, no es sin su construcción, sin su
ligadura con la genealogía.

Capítulo 9:
La adolescencia podría desplegarse en dos direcciones. Una se refiere a tres planos del jugar, según he tratado de
deslindarlos. El primero: el jugar en el sentido más convencional, el jugar con juguetes establecidos como tales. El segundo:
el plano del jugar, mucho más importante, como invención del juguete, tal lo puede ilustrar o paradigmatizar.
El tercer nivel es el jugar como una cualidad infiltrada en otras prácticas que no son jugar en sí mismas, y ahí es donde traté
de pensar, un trabajo fundamental de la adolescencia: volcar algo del jugar en el trabajar (proceso de construcción del
trabajar como tarea adolescente). Si no hay algo de cualidad lúdica en el trabajar, adquirida durante la adolescencia, el
trabajo humano será siempre un homenaje al deseo del otro o un sometimiento al goce del otro, pero no un hecho de
apropiación subjetiva.

“Los trabajos de la adolescencia”, son trabajos específicos de la adolescencia que no la redujesen a un sociologismo o a un
biologismo, más o menos conductista, más o menos superficial, por lo menos desde el punto de vista psicoanalítico.

De esta manera, el autor introduce como hipótesis uno más de estos trabajos: la escritura del nosotros en el psiquismo. Pero
para eso tengo que introducir algo en el camino. El libro de Eva Giberti, Hijos del Rock, es un estudio psicoanalítico sobre la
adolescencia a través del rock. La postura desde la cual está escrito el libro es la siguiente: habría un cierto retraso en el
psicoanálisis en cuanto a que si alguien no se introduce a la adolescencia a través de ese acontecimiento (que se podría decir
histórico y político, incluso, y no sólo musical) ese acontecimiento musical que es la invención del rock and roll, puede
quedarse fuera del fenómeno adolescente. El libro parte de una premisa básica: la invención del rock and roll, es una
invención hecha por adolescentes, y por adolescentes que, en general, no eran músicos profesionales. Se trata de una
especie de acontecimiento histórico en el sentido de que es la primera vez que (los que) aquellos a quienes llamamos
adolescentes irrumpen de esta manera con algo propio, y no con algo aprendido más o menos dócilmente del adulto, en la
escena histórico-cultural de Occidente. El libro tiene un título provocativo. Hijos del rock que ellos inventaron, fenómeno
tanto más interesante cuanto que el rock aparece como un producto acusado de bastardo en la cultura oficial de Occidente.
Entonces, ser hijo de ese producto bastardo, que a la vez se ha inventado, es un acontecimiento singular. La idea del autor es
interrogar al rock como fenómeno originariamente musical. Pensar la entrada en escena de los adolescentes con voz propia,
a partir del rock and roll, a través de lo musical. Me refiero a que la irrupción de una mutación subjetiva o, incluso, que la
emergencia de una cierta subjetivación sea comandada por lo musical no es casual si pensamos la función de lo musical en la
estructuración subjetiva. Al decir la función de lo musical me refiero a una dimensión de lo musical que está presente incluso
cuando no estamos haciendo música.

Desde la perspectiva adolescente, estos ¿Qué nos hacen pensar a través de las características de su música? Las
características son:

- Intensificación sonora; el rock and roll emerge inaugurando un salto cualitativo en cuanto a la intensidad, a la cantidad del
sonido (tiene más decibeles). Ensordece, más aún cuando se produce el paso de la cultura de la electricidad a la electrónica,
que brinda nuevos elementos de amplificación.

- Aumento de la velocidad: categoría tan importante y problemática en la vida contemporánea. El rock introduce un
aumento de la velocidad en lo musical.

- Invención no profesional: en general es inventado y reinventado por chicos que no saben música. El rock es un producto
marginal en relación a las culturas más o menos oficiales de transmisión de lo musical. Transformación de la conducta y del
cuerpo: hay un cuerpo "pre-rock" y hay un cuerpo "post-rock", sobre todo en la adolescencia, pero no únicamente. Y eso es
algo muy inmediatamente reconocible: la furia y la felicidad del cuerpo en el rock aparecen de una manera tan directa como
la cultura occidental.

- Uso de la voz: el rock no la usa en sentido melódico, sino como un instrumento de percusión. Usa la voz percutivamente y
además introduce el grito, el alarido y el desafinado. Ese desafinado introduce en realidad subtonos, modulaciones de la voz
que la escritura occidental habitual de la música no registra, o registra como desafinado, como error. Se trata en el rock de la
elevación de este uso particular de la voz a principio de escritura. Se trata de la voz del adolescente: percutiva, resonante,
áspera.

- Invención de nuevos sonidos: incluso con instrumentos no tradicionales junto con la amalgama de éstos para generar
sonidos inéditos a través del juego con los sonidos.

- Articulación particular entre la música y la letra: (los textos de las canciones). Un poco más tarde, la articulación en el plano
visual, da lugar a nuevos espectáculos, donde aparecerán tanto el disfraz, la máscara, la bufonada, el show, lo circense. Todos
estos elementos vuelven a remitirnos a lo dionisíaco. Es interesante pensar en la atracción que el adolescente experimenta
por todo lo que podemos llamar dionisíaco en tanto la atracción que el adolescente experimenta por ser otro.

- Tendencia al pastiche: a piratear, a robar. Robar, descaradamente incluso, trozos de otras músicas e insertarlos. El
adolescente como ladrón es una figura muy importante.

Para calibrar todos estos elementos, es necesario introducir una nueva reflexión, pensar seriamente en los agentes de
subjetivación no familiares. Es necesario pensar en las funciones que tienen en la estructuración subjetiva agentes de
subjetivación no familiares, en el sentido de funciones primarias, tan primarias como las familiares. Esto representa una
dificultad para nosotros, los psicoanalistas, porque el psicoanálisis por tradición está más acostumbrado a priorizar los
agentes de subjetivación familiares, a pensar la estructuración subjetiva desde el punto de vista de lo familiar. Se distinguen
cuatro grandes agentes de subjetivación no familiares para colocar junto a los familiares:

1. La banda como grupo y, además, alguna de sus figuras como individuo, como ideal destacado allí. La banda es todo un
agente de subjetivación para el adolescente. Aquí podemos entrever toda una catarata, una red, de procesos de
identificación. 2. Los pares, los amigos. La función del amigo ha sido poco estudiada también por nosotros. 3. Toda la
dimensión contemporánea de lo tele-tecno-mediático. No se trata de medios de comunicación; se trata en realidad
de medios de invención de la subjetividad, poderosísimos en este momento, y que están dando lugar a mutaciones subjetivas
de efectos incalculables y que es preciso-pensar. La primera característica de lo tele-tecno-mediático es que aparenta
funcionar como un progreso en los medios de comunicación, pero es en realidad un medio de invención de la subjetividad. La
segunda característica es que lo tele-tecno mediático vulnera la distinción clásica entre lo familiar y lo no familiar. Les llega al
niño y al adolescente directamente, no sólo a través de lo familiar. Llega por sus propios caminos y socava así aquella
distinción clásica a la que estamos acostumbrados. La tercera característica es que vulnera también las distinciones clásicas
entre realidad y ficción, o entre campo de la realidad y campo de lo fantasmático, de lo imaginario. Para el adolescente, los
medios forman parte de la realidad; son la realidad misma. 4. Otros adultos, no de la familia, que están en ciertas posiciones
en relación al campo de los adolescentes.

Estos cuatro agentes de subjetivación no familiares confluyen en el recital, que es un espacio transicional muy particular de
los adolescentes. Me refiero al recital que congrega multitudes de adolescentes y de otros que ya no lo son. Aquí es donde
introduzco lo que llamo "nuevo acto psíquico". Ese recital, la función que para los adolescentes toma allí la banda, el estar
con sus pares, todos los efectos de lo tele-tecno-mediático que deviene el espectáculo mismo, todo ese conjunto, pienso que
funciona como índice de construcción de una categoría intrapsíquica en el adolescente que es lo que llamo la categoría del
nosotros. Lo llamo un "nuevo acto psíquico” para referirse a la constitución del Yo, hacía falta pensar en un nuevo acto
psíquico distinto del autoerotismo. Pienso de una manera consecuente que para introducir el nosotros no sólo como un
vínculo relacional, conductual, intersubjetivo, sino como una inscripción simbólica en el "aparato psíquico" adolescente, hace
falta un nuevo acto psíquico y nuestras tópicas tendrían que tener un suplemento.

Mi hipótesis puede enunciarse así: uno de los trabajos de la adolescencia es escribir intrapsíquicamente esta categoría del
nosotros que estaba esbozada en el niño, en los hermanos, en los primeros amigos, pero que en la adolescencia -y, además,
contemporáneamente-toma otras proporciones. Actualmente, la alianza con lo tele-tecno-mediático produce una serie de
identificaciones internacionales en el campo adolescente. Un adolescente pueden identificarse, con diferentes cosas, viendo
por la televisión lo que ocurre en un país muy lejano y con adolescentes que jamás ha visto, con los que jamás ha estado ni
va a estar. Lo cual rebalsa, excede, la idea clásica de la masa que implica presencia física. Es otro tipo de figura de
identificación.

En ese sentido, mi hipótesis de trabajo diverge un poco de las teorizaciones clásicas. Planteo el nosotros en el adolescente
contemporáneo como una adquisición más bien tardía, expuesta además a todo tipo de fallos, de desmayos, de
reapropiaciones y de extravíos, pero donde lo que está en juego es que la adolescencia implica volver a pensar y a plantear la
problemática de lo especular. Entre otras cosas, porque en el adolescente la cuestión del ser reconocido por sus pares e,
incluso, de ser admirado por sus pares es fundamental y tiene un componente infraestructural y no meramente
supraestructural. Entonces, esta categoría de ser reconocido por los pares hay que hacerla jugar. Pero, además, en el
nosotros hay una dimensión de ser con, de ser reconociendo la aiteridad del otro. El nosotros no funciona en una especie de
pérdida de la diferencia, sino en un reconocimiento de la diferencia en el encuentro con el otro como tal.
El nosotros tiene que ver con un proceso en el que me puedo diferenciar del otro sin necesidad de oponerme a él. Es otro
punto muy decisivo en la adolescencia porque nosotros también podemos caer, en reducir la diferencia a la oposición,
pensar la diferencia siempre como opositiva: o esto o aquello. El nosotros implica una diferencia no oposicional que no es lo
mismo que la indiferencia o que la indiscriminación.

En el libro de Giberti, esto toma un sesgo nuevo cuando marca cómo la constitución de este nosotros tiene que ver con una
dimensión de lo que ella llama "lo sacral" para diferenciarlo de "lo sacro", en tanto el acento no está puesto en el culto a
algún dios, sino en la intensificación de los vínculos entre nosotros. Con ese nosotros mediante, habrá un puente desde el
niño hacia lo que llamamos, de una manera un tanto equívoca, un adulto.

Volviendo al punto de partida, no puede extrañarnos que el coro en el rock constituya un nosotros a través de núcleos del
inconsciente. Primero, hay una especificidad que es histórica, o sea uno podría decir que el rock and roll produce los
adolescentes como discursividad específica, como campo discursivo específico con sus códigos, sus ritos de iniciación, sus
insignias, sus significantes, sus motivos temáticos. Hay un fenómeno histórico, la emergencia de algo nuevo en ese sentido.
Capítulo 9: Un aporte a la concepción de la adolescencia como estructura
La experiencia del psicoanalizar adolescentes, lo mismo que la supervisión de tratamiento de ese tipo, me ha conducido a
reflexionar sobre ciertas operaciones simbólicas, o trabajos simbólicos como preferiría decir, que deben cumplirse en el
tiempo de la adolescencia. Es sobre uno de estos "trabajos" que me detendré aquí, y que concierne precisamente a la
problemática del trabajar como modo decisivo de la inclusión en el mundo adulto.

El mismo movimiento me ha llevado también hacia adelante, investigando las transformaciones del jugar a partir de la
pubertad y procurando descubrir cuáles podían ser en esa época sus funciones esenciales. Pensando distintos momentos
claves de la niñez y la adolescencia en términos de tareas simbólicas fundamentales.

Mi hipótesis dice que una de esas tareas fundamentales, decisivas es la metamorfosis de lo esencial del jugar infantil en
trabajar adulto. Por lo tanto, asumo al adolescente como operador en el cual y por medio del cual se efectiviza esta compleja
mutación. Si dicha tarea queda sin realizar o gravemente fallida al final de la adolescencia, se afecta de un modo
fundamental todo lo que sea del orden del trabajo en el adulto joven. Ello no implica necesariamente un fracaso desde el
punto de vista social.

¿Qué es lo que puede ser la clave de esta mutación tan importante, donde jugar implica trabajar?

Tal clave reside en que el deseo inconsciente, cuyo empuje y cuya característica de proliferar en ramificaciones siempre más
alejadas imprime una tonalidad decisiva a la vida humana, migre de un campo al otro e invista subterráneamente el trabajo
tal como lo venía haciendo con el juego. Tal es el punto de una transformación exitosa, que entonces no podría medirse
únicamente con parámetros de tipo social. La presencia del desear hace a ese plus de alegría (y cuando digo alegría invoco
mucho más que el "estado afectivo": alegría como plus y como índice de la inversión libidinal cumplida), de pasionalidad
lúdica, de realización subjetiva por tanto, plus de goce en el trabajar más allá de la "seriedad" de la adaptación social en
juego. Todas estas características empiezan a vislumbrarse claramente en la adolescencia tardía, durante lo que Blos ha
llamado consolidación.

La consolidación exitosa del cambio del jugar en trabajar, dependerá del grado d grado de inserción del desear e inserción del
desear en las actividades adultas q en las actividades adultas que realice que realice.

En su teorización, se pregunta por los destinos ante el fracaso o la transformación fallida que ligue el jugar en trabajar ya que
“la mutación ‘total’ del jugar en trabajar es asintótica, punto de fuga utópico”. Resalta la idea de ligazón, porque es esencial a
mi teoría: esa cierta sustitución que la segunda praxis hace de la primera no es verdaderamente lograda si no queda un
cierto lazo por el cual la "regresión" -—aquí en el sentido menos patológico imaginable del término—o la reversibilidad
permanecen al modo de resto.
Propone cuatro destinos:

1. Seudoadaptación: Destino frecuente que traduce una escisión altamente estabilizada, y por tanto muy patológica, entre
jugar y trabajar; el jugar subsiste como virtualidad, mientras que el trabajar está orientado exclusivamente a adaptar al sujeto
a los deseos predominantes en el campo social. A veces este proceso viene ininterrumpidamente operando desde la infancia.
Es eminentemente pasiva, alienante y desprovista de todo auténtico placer libidinal para quien la padece, puede conseguir
indefinidamente, muchas ves con costos adicionales de tipo psicosomático o depresiones larvadas.

2. Consolidación parcialmente exitosa, con inhibiciones y los síntomas neuróticos: También muy frecuente, se caracteriza
por un cierto monto de represión que grava la creación de vínculos de pasaje ente jugar y trabajar; por ello, es de pronóstico
más favorable. Por ejemplo: fracaso neurótico en exámenes, inhibiciones más o menos severas en el estudio, repetitivas
pérdidas de interés en tareas que en su momento le atrajeron, etc.

3. Moratoria psicosocial indefinida en sus plazos: a) como a la espera de que el medio proporcione oportunidades de
rectificación que el originario no provee; b) como síntoma de un estancamiento neurótico, parapeto al deseo y a la necesidad
de crecimiento (ante el riesgo que implica asumir el deseo propio, operan mecanismos de defensa). Por ejemplo: sueños
diurnos como única actividad subjetiva (dar la espalda a la realidad), problemáticas fóbicas.

4. Francas desestructuraciones: Variadas formas de psicopatía y respuestas de tipo psicótico. Señala que sería equivocado
establecer una correlación directa con el grado de compromiso psicopatológico ya que muchas veces en ellas se observan
posibilidades de circulación de algo lúdico hacia el mundo del trabajo, a modo de reserva de salud que incidiría en las
posibilidades de recuperación del paciente. En otros casos aparentemente más “benignos” observa cierta viscosidad que no
deja fluir el deseo de jugar hacia el trabajar, limitando las posibilidades terapéuticas cuando se propone trabajar más allá del
síntoma.

Llegado a este punto, el autor insistir en una caracterización de la adolescencia como un inmenso campo transicional de
ensayo, un verdadero laboratorio de experiencias, juegos a ser "como si...", tanteos, vacilaciones, respuestas cuya intensidad
"patológica" no debe ocultarnos su transitoriedad, identificaciones alternadamente alienantes y lúdicas, etc., etc. De esta
minada de conductas, fantasías y acciones (o actuaciones) emergerá un día, si todo sale razonablemente bien, una radical
transformación realizada. Resalta en ello, la extrema fragilidad del proceso adolescente, que no es autónomo, dada su
fundamental dependencia de ciertas condiciones de funcionamiento del medio.

Acá considera la exposición a un tipo de estimulación (al consumo, al deseo, al fantasear, etc.) que choca con una escasez
radical de ocasiones, no sólo en el ‘mercado del trabajo’ sino en tanto ocasiones de jugar con la futura identidad. Escasez que
retro actúa sobre la estimulación original convirtiéndola en un sobre-estimulación frustrante que excede las posibilidades de
simbolizarla, pudiendo desencadenar respuestas de tipo antisocial o neurótico grave.

Algunos factores y mecanismos que tienen un papel determinante en el paso cualitativo que media entre el juego y el trabajo:

1) Oposición entre Yo Ideal y el Ideal del Yo: el primero funciona como un ya-ahí, un monumento presente cuya perfección a
la vez fascina y aplasta al sujeto y que lo opone al Ideal del Yo, dimensión asintótica, que implica necesariamente el futuro, el
quizás llegar a ser, modelo al cual el sujeto intenta adecuarse.

La inercia de la adhesión al Yo Ideal, cuya misma idealización impide todo ensayo posible, toda puesta en marcha de un
proceso; malogra la función más global de la adolescencia (p. ej, ideal familiar que le preexiste, no necesariamente propio del
sujeto). Ello imposibilita todo movimiento, todo devenir, volviendo muy difícil que la dimensión del trabajo pueda
constituirse, como tal intrínsecamente ligada a un ideal por venir.

El Ideal del Yo es lo que resulta del Yo Ideal "pasado" por el campo del juego.

2) Correlación positiva entre la posibilidad de pasaje de la posición hijo a la posición padre, y la posibilidad de pasaje del
jugar al trabajar: división entre el trabajo que queda del lado de un padre nunca destituido de su lugar por el sujeto y del
juego que queda del lado del por siempre hijo. Pero profundizando de una manera más fina, hay un punto de estructura que
de momento expongo más o menos así. Todo niño debe apoyarse, en su crecimiento incesante, en lo que haya de cierto
proyecto anticipatorio familiar referido a él, proyecto en el que se producirá el encuentro con los ideales de esa familia.

Para el autor, la adolescencia se revela como un período crítico de índole muy específica, donde por primera vez, ciertas
lagunas, ciertas fallas o agujeros en ese proyecto anticipatorio se ponen en evidencia. El efecto inmediato es que,
bruscamente,
el niño convertido en púber o adolescente se encuentra con que ya no tiene materiales que extraer del archivo familiar. La
problemática del trabajo se manifiesta en cierta forclusión: el sujeto choca con una particular impotencia (que
originariamente no es suya, sino del discurso familiar) para dar significado al trabajar que no ha sido realmente simbolizado
por sus ancestros. La falla mencionada es “como un agujero” en el Ideal del Yo.

Si el Ideal del Yo carece de la categoría del trabajar y de cierta imago anticipatoria del sujeto como adulto trabajando, el
¡crecimiento del adolescente acusa esa carencia como de la falta de un motor para seguir avanzando.

De igual forma que el proceso antes mencionado, aunque de diferente composición, encontramos la desublimación que se
produce a medida que la articulación del jugar con el trabajar se revela como un problema que no se puede resolver y
empieza a afectar otras áreas de la existencia del adolescente dañando, incluso, aquellas que hasta ese momento habían
funcionado creativamente.

¿Cuáles y de qué tipo son las alteraciones que debe experimentar el jugar para transformarse en capacidad de trabajar?
- Su hipótesis no se debe entender como identidad. - La conversión en trabajo del “todo puede servir” (noción de bricolage en
Lévi-Strauss) como principio supremo del jugar infantil, característico del proceso primario; implica una serie de
redimensionamientos dirigidos al proceso secundario “donde ese todo se muta en algo”. - Junto con ello, se debe pasar de
un código privado a uno consensual. - Esto involucra también, el salto de lo familiar a lo extra-familiar.

“Si el jugar culmina en la construcción subjetiva de modelos reducidos que ayudan entre otras cosas a hacer más soportable
el peso de la realidad una vez que se ha introducido en esos espacios transicionales, el trabajar a su turno va a implicar otro
tipo de retorno en principio, al menos, más transformador de aquélla. Siempre que, rebote paradójico, ese trabajar conserve
el núcleo desiderativo (que expresa deseo) esencial del jugar, sin lo cual la acción potencialmente transformadora se aplanará
en rutina.”

Clase 5 – 31/08/2020 La adolescencia

Uno de los trabajos del adolescente es el del jugar al trabajar. El pasaje del jugar al trabajar es bastante definitorio en la
posición adulta.

RODULFO PLANTEA TRES PLANOS EN EL TEMA DEL JUEGO:

- Jugar en el sentido convencional; jugar con juguetes. - Jugar inventando un juguete. - Jugar como una cualidad infiltrada
en otras prácticas; en este caso, el volcar algo del jugar en el trabajar.

A su vez, este autor desarrolla una hipótesis en este trabajo que hace el adolescente del pasaje del jugar al trabajar, plantea
que si no hay actividad lúdica en el trabajar adquirida durante la adolescencia, el trabajo será un homenaje al deseo del otro
o al sometimiento del otro o al goce del otro y no un hecho de apropiación subjetiva, es decir, que es necesario cierto
placer/disfrute del juego pasado al momento del trabajo.

Trabajar es decisivo para el mundo adulto. La posición de adultos se caracteriza por la inclusión en el mundo del trabajo, es
por esto que es esencial que para este trabajo sea realmente una posición subjetiva adulta. Tiene que haber una
metamorfosis de lo esencial del jugar infantil en el trabajar adulto. Hay una migración del deseo inconsciente, un
investimento del trabajar como lo hacía en el juego en el trabajo. El deseo como plus de alegría inversión libidinal, un plus de
goce en el trabajar más allá de la adaptación social en el juego, es decir, que él resalta y jerarquiza esta necesidad de
disfrutar del placer, de la creatividad que implica el juego en el trabajo. Entonces esto es una ligazón, se liga este estilo, este
modo del juego al trabajo.

HAY DIFERENTES DESTINOS DEL JUGAR AL TRABAJAR:

- La Seudoadaptación: el sujeto se adapta a los deseos del campo social, se acomoda pasiva alienantemente desprovisto del
placer libidinal a su trabajo, esto tiene un costo, puede haber momentos de depresión, consecuencias psicosomáticas y son
personas que trabajan muy aparentemente identificados con los valores de una empresa o un trabajo donde están
ejerciendo esta actividad, pero que no han podido hacer este trabajo de pasaje de lo creativo del placer del juego al trabajo.

- La consolidación parcialmente exitosa con inhibiciones y/o síntomas neuróticos: no hay una disociación sino una represión
que grava el pasaje de jugar a trabajar, son personas que sienten fracasos en exámenes, en pérdidas del interés que en su
momento capturaron al adolescente y que esta no pueda dar cuente de este pasaje saludable y sienten como de antemano
cierta cuestión fracasada de no poder y de tener determinados síntomas que no hacen que este pasaje del jugar a trabajar
sea exitoso.

- Destino no esperable en realidad pero que puede suceder: es la moratoria psicosocial indefinida en sus plazos, son
personas o sujetos que esperan que el medio les proporciones oportunidades, son personas que quedan como paralizadas
esperando alguna situación que les aparezca en una actitud sumamente pasiva, como soñando que en algún momento se le
va a dar alguna situación y a veces encubren determinadas fobias que hacen que las personas no puedan tener un éxito en
este pasaje del jugar en trabajar y tener un trabajo productivo y creativo.

- Desestructuraciones con personas que emocionalmente no se encuentran en condiciones de adquirir y de poder


posicionarse en un trabajo: esto encubre ciertas psicopatías e imposibilidad de trabajar.

FACTORES Y MECANISMOS EN EL PASAJE DEL JUGAR AL TRABAJAR

- Cierta fragilidad del proceso adolescente - Una gran dependencia; esta imposibilidad de despegar hacia el mundo
extrafamiliar. - Una sobre estimulación excesiva del adolescente por la sociedad y los medios; esta exigencia que tiene
nuestra sociedad capitalista sobre todo de bueno, de ser exitoso, de resolver rápidamente las cuestiones, de tener un
trabajo rápido y seguro. - Cierta oposición entre el Yo ideal y el ideal del Yo; cuestiones emblemáticas identificatorias que a
veces obturan esta posibilidad de la búsqueda extrafamiliar en un ideal del Yo que facilite la búsqueda y el pasaje de un
trabajo. - El ideal del Yo resulta del Yo ideal pasado por el campo de juego.

LA INCRIPCION DEL NOSOTROS

Rodulfo en su texto donde describe el nuevo trabajo psíquico, la constitución del nosotros, hablar primero sobre la irrupción
del rock, un momento político histórico y musical en que los adolescentes hacen una ruptura con la música anterior a ese
momento y lo toma como un verdadero acontecimiento propio de los adolescentes. Este acontecimiento del rock marca una
mutación subjetiva en los adolescentes, tiene una función de la música estructurante de acuerdo a lo que cuenta el autor, y
esto se va estructurando desde el mismo nacimiento; ya que el bebe escucha música desde sus primeros momentos, se le
cante, se le canturrea, va aprendiendo las distintas voces y repitiéndolas a través de lo que escucha de sus primeros
momentos de vida.

CARACTERISTICAS PROPIAS DE LA MUSICA ADOLESCENTE

El rock tiene una diferencia con los otros estilos musicales, ya que la intensificación sonora es muy diferente, se escucha muy
fuerte, aumenta la velocidad, tiene diferentes velocidades, rompe con toda la armonía que hasta ese momento antes del rock
tenía la característica de la música. Tiene una intención no profesional, no es necesario que aquello que trabajen en este tipo
de música haya estudiado. Tiene una transformación en la expresión de la conducta y en el cuerpo, pasa a tener una
hegemonía importante y por eso también es que se escucha muy fuerte.

Un adolescente que comentaba “necesito escucharlo fuerte para sentirlo en el cuerpo, que me retumbe en el cuerpo”, tiene
que ver con todas esas características que está atravesando el adolescente. Aparece un cambio en el tipo de voz, esta puede
ser grito, alarido, incluso desafinado y esta jerarquizado. Hay una invención de diferentes sonidos y hay una articulación
particular entre la música y la letra donde no siempre hay una armonía como había en otros momentos. Tiene una tendencia
al pastiche porque en este se pueden mezclar distintos estilos musicales en la misma música, partitura, se puede hasta pegar
y robar músicas de otros y mezclarlas con las creadas por los adolescentes en el rock en ese momento.

AGENTES DE SUBJETIVACION NO FAMILIARES

Todo este movimiento también incide en una estructuración subjetiva no familiar que es propia de la posición adolescente.
Entonces aparecen las bandas como grupos, aparecen como muy jerarquizados los pares/los amigos, esta necesidad de
juntarse por un motivo común y aparecen los tele-tecno-mediático. Es ultimo va teniendo una importancia en la adolescencia
ya que es una creación, viene desde sí mismos, no es dado por otro y si es dado por otro no es por los participantes de la
familia, sino por otros adultos relacionados con el campo docente y vulnera totalmente la tradición clásica entre realidad –
ficción, y medios aparece en el adolescente como una realidad misma.

CATEGORÍA INTRAPSÍQUICA
Esta categoría que es el nosotros tan característica y necesaria en esta posición adolescente, es un acto psíquico que tiene
una inscripción simbólica en el aparto psíquico del adolescente. Es una reedición de lo especular, es decir, que necesita el
adolescente ser reconocido por sus pares en los mismo objetivos, deseo, gustos y tiene que ver con un “ser con”, un
reconocimiento de la diferencia en el encuentro con el otro, no es oposicional sino que es un estar con el otro diferenciando.

Clase 6 – 07/09/2020 Adultez

PRÓLOGO
Inconformidad: angustia de las formas.
Arte, política, psicoanálisis son espacios de inconformidad. Pero no es fácil posarse en esa tormenta: instante en el que las
formas tiemblan y el mundo conocido parece que se acaba. No es fácil asistir al momento en el que las formas se deba-ten
entre seguir siendo o animarse a ser lo que no son, lo que ni imaginan que podrían ser. No es fácil asomarse en el umbral,
umbral no sólo como límite interior y vértigo ante lo abierto, sino como sensibilidad desalojada del pronombre yo. No es fácil
habitar esa zona de las apariciones, en la que los fantasmas son algo más que sombras inconclusas que penan sin poder morir
o figuras de la imaginación que nos alivian de lo que no sabemos: son insinuaciones de lo posible.

La cuestión de la forma está presente en la palabra inconformidad. En la historia del pensamiento casi no caben más
referencias a la idea de forma. Es un problema invencible de la interrogación humana, abarca desde la materia hasta la
expresión, desde la representación hasta el lenguaje, desde la potencia hasta el acto, desde la angustia hasta el deseo.

Belleza: trabajo que se toman las formas para darnos algo, sin olvidar que nos dan nada.

Las formas fundan realidades y las gobiernan, realizan potencias y las petrifican. No hay vida humana sin formas. Las formas
hacen posible que estemos en un mundo. Son un alivio y un trastorno. No es lo mismo la forma que sabiéndose nada dice la
cosa, que la forma que cree ser la cosa. La locura comienza cuando la nada se anula. Un asunto es representar un mundo y
otro creerse el mundo. La forma es el delirio de grandeza de la representación. Toda representación carga con la ausencia de
su presencia primera: ese trauma de comienzo, a veces, las vuelve malas, engreídas. Inconformidad, clínica de esa locura de
las formas que se creen lo que no son.

Perplejidad indignada: potencia crítica.

Si el negativismo está en contra de todo y la negación intenta desconocer lo que sabe, inconformidad puja como perplejidad
indignada que afirma el no. Afirmación que es desacuerdo con la barbarie de la civilización y voz firme que se pregunta cómo
es posible un mundo con tanto sufrimiento innecesario.

La crueldad es una forma de sufrimiento innecesario. Es inevitable el paso del tiempo, las despedidas, los desencuentros de
amor, la muerte, pero es innecesario odiar la vejez, empeñarse en poseer a un semejante, autodestruirse, hacerle daño a
otro. Inconformidad pregunta sobre qué hace posible que lo innecesario sea maldad, cuando podría ser belleza.

Perplejidad indignada no es confusión ni vacilación enojada, sino resistencia y subversión contra el imperio de las formas
existentes. La crítica es potencia que espera en los despoblados que se abren entre las identidades. La identidad (ser igual a
sí misma) es el máximo anhelo de la representación.

Inconsciente: territorio en donde acampa lo fugitivo

Marx, Nietzsche y Freud difunden el rumor de que las formas son arbitrarias y contingentes, seductoras y caprichosas: que la
historia humana de explotación e injusticia no es una fatalidad que tengamos que aceptar, que podríamos decir no a la carga
moral que dobla nuestras espaldas para hacernos sumisos y complacientes y que las formaciones del inconsciente (síntomas,
sueños, olvidos) son refugios provisorios de un deseo que vive en fuga.

Espera: (1) apertura a lo que puede pasar, (2) don de lo posible.

Inconformidad, espera sin esperanza ni desesperación. La desesperación es el momento fatal de la esperanza, ansiedad por
una promesa que no llega o desdicha del que no sabe cómo seguir viviendo sin una forma que se ha vuelto más importante
que su vida. Inconformidad no es nostalgia por lo perdido, ni exigencia de un futuro planificado, ni precaución contra figuras
declaradas peligrosas.

Inconformidad, apertura no como expectación inmóvil, sino como arrojo que anda. Andar no de cualquier forma, sino entre
los huecos de las formas conocidas. El pronombre de la primera persona del singular confunde la representación de sí con el
universo de lo posible. El inconsciente del psicoanálisis llama a lo fugitivo. Darse a lo posible (entre otras cosas) es darse al
inconsciente: a los cursos imprevistos del sentido. El sentido vive prófugo en las formas.

Insatisfacción: trampa en la que el deseo consume su potencia.

Inconformidad no es estado de infelicidad como la insatisfacción. Si la insatisfacción se queja por el mundo que tenemos o
por algo que la vida no nos da, inconformidad insiste como deseo que se suelta de lo existente. El deseo llega de visita a las
formas, las habita, atraviesa sus extensiones, pero no quiere quedar atrapado en ellas. En la insatisfacción, el deseo
(enredado) se
levanta de mal humor, pierde sus mejores horas en quehaceres de mantenimiento de las formas, contrae obligaciones, se
vuelve demandante de todo y termina convencido de que la vida le debe satisfacción.

Inconformidad no es reacción del alma frustrada. No deviene del desencanto ni deriva de la desilusión. Frustración,
desencanto, desilusión, son reclamos de la conformidad decepcionada. La decepción es venganza de creyentes que sienten
sus expectativas estafadas. Inconformidad respira un aliento sin fin, un movimiento en el que el deseo se inspira y se disuelve
en el aire.

Escepticismo es resto desencantado de una ilusión no abandonada o guardada en secreto. Escéptico no es el que no cree,
sino el que teme volver a creer, el que se protege de un sueño o lo deposita en un banco. Si el escepticismo es la terapéutica
del enfermo de ilusión que va de desastre en desastre, inconformidad provoca entusiasmos que rocían las cosas sin especular
resultados, derrames que no se pierden, no se sacrifican ni estallan por la presión de sus torrentes; intensidades que
desbordan continentes, inventan entornos húmedos y llueven entre las formas.

Enfermedad: nerviosismo del deseo.

La insatisfacción envuelve al deseo con cuentos de plenitud, lo hace sentir excitado, contrariado, aplazado. Utiliza la dilación
para exasperarlo. La insatisfacción se aprovecha de la ingenuidad deseante, abusa de su inocencia, su generosidad, su buena
fe. El deseo seducido por la insatisfacción se vuelve loco: persigue su propio encierro. Inconformidad hace huecos para fugas
siempre proyectadas.

Los ambiciosos no albergan inconformidad, son insatisfechos que hacen planes para obtener fortunas, acumular prestigio o
tener poder sobre otros. El ideal de la ambición es la gran satisfacción. Inconformidad no es ansiedad de triunfo o afán de
progreso. Inconformidad aloja al cuerpo indignado de la historia. No busca mejorar al yo, sino des-hacerse de su forma
pegajosa.

Inconformidad no es condescendencia con extravagancias y caprichos, conductas informales y exóticas, tratos sociales no
solemnes y descontracturados. Inconformidad no es un gesto, un estilo o una costumbre, sino una posición crítica ante el
mundo y nosotros mismos. Crítica como trabajo que piensa contra los automatismos del sentido común.

A veces, la insatisfacción se disfraza de inconformidad. No se puede distinguir una de otra. La insatisfacción asume
argumentos de protesta, simula lucidez y dice que está harta de vivir al servicio de las formas y que un día de es-tos se
manda a mudar. La mudanza, el viaje, la fantasía de comenzar una vida en otra parte donde nadie nos conozca, son
desahogos y engaños de la insatisfacción.

Insatisfecho: (1) caprichoso, (2) cómplice del capitalismo.

En este libro, se prefiere la expresión inconformidad antes que inconforme o disconforme. El inconforme está en contra de
algo, su razón de ser es esa oposición y termina controlado por la forma a la que se dedica. Inconformidad pulsa lo fugitivo,
sin instalar una cualidad que alguien se asigna.

Inconformidad no es el adjetivo de los sublevados, sino el significante vacío de toda sublevación posible.

Inconformidad, resistencia alegre: alegría como entusiasmo que se sale de las formas y resistencia como sabiduría del
combatiente que, a pesar de no poder doblegar a su adversario, no renuncia ni resigna su potencia disidente.

Inconformidad, alegría que nace del resistir.

Cuando la disidencia cae cansada o fascinada ante la silueta espléndida del poder, sufre la crueldad de la insatisfacción, la
venganza del consenso. La insatisfacción trata mejor a los que siempre fueron insatisfechos.

Optimismo: ánimo que se complace cuando siente que puede alcanzar lo óptimo. Entusiasmo: cuerpo que se anima a salirse
de sí.

Inconformidad hace tensión no sólo con conformidad sino con conformismo. La conformidad es el cumplimiento de una
expectativa, el encuentro logrado entre la forma esperada y la forma alcanzada; mientras el conformismo hace coincidir el
propio deseo con el deseo del poder. El conformista se adapta, se resigna, se adhiere a algo ajeno, pero hace creer que su
sumisión y complicidad con el poder es libre realización de su espontaneidad satisfecha. El sentido común es la razón
conformista. La espontaneidad, su excusa.
Si el conformismo es despolitizador, inconformidad llama a la política. El progresismo en arte, política y psicoanálisis suele ser
conformismo disfrazado de inconformidad. El progresismo es el vestido renovado del sentido común. Los progresistas
impugnan algo para marchar hacia delante, inconformidad no es marcha, sino estallido en el ojo de las formas.

Neurosis: (1) fanatismo personal, (2) omnipotencia de las formas.

Inconformidad no es construcción neurótica como la insatisfacción. Las neurosis gobiernan sin inconformidad: confiscan su
potencia en sórdidos y oscuros teatros personales.

Las neurosis son desdichas ciertas de privilegiados. La culpa es la policía secreta de la insatisfacción: patrulla noche y día,
sedienta de cualquier resto de inconformidad. Los arrasados (que viven al ras de la existencia social) casi no tienen esa
posibilidad: permanecen ausentes o se desmoronan como construcciones sin sustento. No tienen una visión nítida de la
nada, se sienten expulsados de un mundo satisfecho.

Las neurosis gestionan la restitución del propio reino o de un mundo hecho a medida. La creencia de que cada uno podría
tener dominio absoluto en su teatro, es uno de los productos más vendidos por el capitalismo después de Freud. La ilusión
de poder sobre la propia interioridad cautiva y consume potencias.

Cultura: (1) líquido convertidor, (2) escuela de corte y confección.

Inconformidad no es el malestar en la cultura. No es fatalidad trágica de la condición humana, ni mera protesta contra el
papel represivo de la moral dominante sobre las pulsiones. No es pesadumbre ante desdichas del alma, dolores del cuerpo,
sufrimientos de amor y privaciones del mundo social. Inconformidad deviene crítica de las formas establecidas: esa locura de
las imágenes instituidas como realidad. Crítica como posición descentrada que interroga por qué lo que es, es así y no de
otra manera o que pregunta cómo es el mundo en el que determinadas formas han sido posibles y otras no. Crítica como
rechazo de cualquier idea que se imponga como destino necesario y, también, como umbral de despegue.

Con las formas sucede lo que Freud (1930) advierte que ocurre con la cultura: aprisionados en las formas, resignamos algo de
nuestra potencia, pero sin las formas no podemos vivir. La clave de la paradoja está en la palabra aprisionados. Crítica clama
una posición que no olvida que es deseable que la potencia copule con la forma, pero que no es necesario que se condene a
vivir en ese encierro.

Inconformidad no es tampoco, como diría Marcuse (1962), el Eros que trata de liberarse de las formas que le impone la
civilización. Inconformidad no es programa de una vida no reprimida ni sublimación razonada de las formas del mal. No se
trata de recuperar o transformar las formas removidas o expulsadas por la cultura; tampoco de la liberalización de las formas:
que cada uno asuma la que le guste. Así, como se dice sobre gustos no hay nada escrito, sería sencillo afirmar sobre formas
no hay nada establecido.

El conformismo publicita un mundo de conciencias individuales contentas y cuerpos complacidos. La libertad como dominio
de un yo espontáneo y pleno: cada uno es dueño de hacer con su vida lo que quiera, siempre y cuando elija (si puede) entre
las formas disponibles.

Es cierto algo que apunta Marcuse: el terror y la violencia social, la crueldad y la muerte, se realizan también con fuerzas de
la pulsión humana. La sublimación es la receta moral del capitalismo: la transformación de lo malo y de lo feo, en bondad y
belleza. La sublimación es un ideal de limpieza y depuración moral que pretende liberar a la pulsión del objeto indebido, para
ofrecerle otro mejor.

Pero, sin la referencia de un dios o la garantía de la razón ilustrada, sin la esperanza de la liberalización del progreso o la
ayuda de la sublimación orientada por la moral de la mayoría (ideas en nombre de las que se cometieron las peores
barbaries), inconformidad se proyecta como potencia para siempre sublevada.

Inconformidad: prefijo contra las capturas.

En Ser y tiempo (1926), por momentos, destella la cuestión de la conformidad como determinación ontológica del ser de los
“entes a la mano” que sirven para: así el martillo guarda conformidad con el martillar. Con el conformarse, para Heidegger,
pasa algo parecido que con el comprenderse: la forma, a la vez que contiene, aprieta al ser, aunque el ser-en-el-mundo no
pueda dejar de vivir zambullido en la multiplicidad. Él se conforma con sugiere que se arregla con poco, con menos o con lo
que hay. Conformar también se escucha como significar, referir, interpretar; incluso como identificar. La idea de
conformidad, que supone una totalidad, complica el devenir hacia lo abierto, mientras inconformidad dice el no todo que
hace saltar la banca de las formas. Inconformidad tienta movimientos hacia la descomprensión, la desinterpretación, la
desidentificación: alienta al prefijo contra las capturas.

Acomodado: (1) protegido por el poder, (2) esclavo.

Inconformidad atiende a lo que incomoda o desacomoda. La angustia no encuentra sosiego en las formas, aunque las
necesita y, por momentos, es alojada en un abrazo, en una palabra o en la obra de otro.

La comodidad, cuando no es efecto de la confianza tranquila entre semejantes que se sienten bien juntos, es una sensación
asociada al confort. El confort es la fórmula (forma de las formas) de felicidad personal en tiempos del yo del capitalismo.
Hasta en la expresión sentirse confortable en el propio cuerpo, se sugieren conductas de consumo: gimnasios, dietas,
cirugías. En el término confort, todavía resuena la idea de reconfortación, ese don espiritual de las religiones que ofrecía
sentido a los dolores de esta vida, además de promesas y esperanzas e satisfacción eterna, a la vez que explicaciones
necesarias para tolerar la frustración. La reconfortación era una caricia para el alma angustiada; el confort su
adormecimiento; inconformidad, el ruido y la furia de su voz inarticulada.

Lo venidero: (1) acontecimiento, (2) secreto de lo que brota.

Si la nostalgia mira hacia el pasado, inconformidad espera lo venidero. Lo venidero siempre está por llegar y nos habita como
inminencia. El llegar de lo venidero es expectación que no cesa. No interesa su llegada, no importa su arribo consumado. Lo
venidero gusta del porvenir, saborea la alegría de la potencia. Lo venidero no alude a algo futuro, acontece como hendidura
que espera en el presente o como temblor del recuerdo. Lo venidero bulle en la memoria como pasado no acontecido o
cosquillea en el presente como sensación todavía sin forma. Lo venidero no es anuncio de una novedad, algo que va a
ingresar o que se va a agregar a lo que ya estaba: un añadido que viene a adornar, completar o mejorar las formas dadas. No
es publicidad que promociona un objeto que nos llenará de satisfacción. Lo venidero late como posibilidad por estallar en
todas las formas expresadas.

Inconformidad: ardid de la potencia.

El psicoanálisis no es una búsqueda de la forma única, sino una práctica de alojamiento de lo único que nunca tiene forma.
Lo único no tiene forma, porque toda forma, para existir como tal, tiene que ser forma de otra cosa o de algo previo. A esa
forma de lo único (que no se puede reconocer como forma) la llamamos inconformidad.

El psicoanálisis no siendo inconformidad puede, junto con el arte y la política, alojar

inconformidad. Inconformidad: potencia que habita en lo mínimo.

No se puede reunir ni enseñar inconformidad, no hay partido ni escuela de algo así; sin embargo, inconformidad provoca
izquierdas y deserciones. Deleuze sugiere que las izquierdas son un devenir minoritario. Izquierdas en plural como
hospitalidad con lo mínimo, lo olvidado, lo desclasificado, lo expulsado y negado, lo casi insignificante.

El devenir minoritario (ese ir hacia, siendo lo otro) no es tanto mutar o transformarse en el extraño, sino dejar llegar lo
venidero de esas potencias minoritarias en uno.

El devenir minoritario no es una empatía ingenua con los que sufren, ni el resultado positivo de una especulación intelectual,
ni el proyecto mesiánico de almas buenas, sino el desprendimiento de esa forma de mayoría que el yo cap-turado venera. La
mayoría es la forma segura y amenazan-te que quiere imponerse a todos. Las minorías no tienen forma o luchan por tenerla
o viven en una forma insegura, amenazada y perseguida. Si la identidad es una fórmula de mayorías, la diferencia es forma
no del todo formulable de las minorías.

Resentimiento: (1) obsesión de la memoria, (2) celda de la pasión.

Inconformidad no es posición resentida con lo que las formas han hecho de nosotros: no somos víctimas de las formas.

No se trata en este libro, sin embargo, sólo de retomar el valor de la libertad y de la voluntad crítica, sino de atender también
a lo imponderable, al choque casual e inesperado de los cuerpos que, por un momento, se salen de las for-más. No que
pierden las formas y hacen lo que no deben, sino que se salen de las formas y hacen lo que no saben (lo que no saben saber)
y que los sorprende fuera de sí.
Inconformidad: fuga.

Este libro se inicia con un personaje N.N./El 54 que importa como memoria desconsolada de imágenes y deseos no
abandonados de los años setenta. N.N./El 54 acarrea un resto lejano de emancipación, soporta la confiscación de su potencia
y su deriva golpeando los muros del encierro, la nostalgia, la culpa, la locura. Luego se combina ese primer relato con
historias en las que siempre están presentes arte, política, psicoanálisis. Un libro compuesto de pasajes en los que late un
vacío que se llama inconformidad.

Artículo determinado: figura a la que le gusta preceder a un nombre al que poder unirse.

Inconformidad expresa, en este libro, una voz que rehúsa la articulación. Trata de recordar así su deseo de indeterminación y
ambigüedad, condiciones que necesita para escapar de la presunción de que trasporta referencias ya conocidas. Una voz que
también huye de las mediciones de los cuantificadores (mucha, poca, bastante o demasiada inconformidad) y del asedio de
los modificadores que llegan con sus predicaciones (inconformidad primordial, obstinada, esencial). Una voz que evita
parentescos con el adjetivo inconformista que dice que se le parece y con relaciones sustanciales que se le atribuyen.

Inconformidad: soledad.

Uno de los problemas de la escritura fragmentaria es el de la separación y proximidad de los fragmentos: se los puede
distinguir y ordenar con números, letras, frases de comienzo en mayúsculas, subtítulos o, si no, con puntos, líneas o espacios
en la página.

Definir es establecer algo firme para que se alcance a ver el hueco que deja lo fugitivo.

Las definiciones (se verá) más que acepciones, parecen decepciones, pero no tanto porque colmen de desilusión, sino porque
se derivan, se enlazan y trazan conexiones que recurren a la cita implícita, al comentario o al capricho. Al final, la escritura no
es toda inconformidad, avanza entre las trampas inevitables de la insatisfacción.

Capítulo 11: HIJOS Y PADRES


El dolor y sus alrededores en relación con la dependencia, la violencia oscura de esta dependencia. Se trata de un
archipiélago más que de un punto, en cuya enredada topografía Melanie Klein y sus discípulos y seguidores insistieron, y
mucho, poniendo de manifiesto la roca que este nudo constituía a menudo para el proceso psicoanalítico, o más bien para
que el tratamiento psicoanalítico fuera un proceso: lo insondable de esa afrenta de depender, la afrenta que para muchos
seres humanos significa percibir que no pueden evitarlo, lo no elaborable por más esfuerzos que hagamos de eso que es una
condición y una posición existencial antes que cualquier otra cosa. Diríase que no tanto la dependencia como su admisión, el
hacerla pública, causa una herida en la autoestima, y por esta vía comprendemos el papel relevante que toma en algunos
períodos. Una dependencia subclínica, no visible, pareciera tolerarse, pero admitirla es humillante para muchos o para casi
todos.

Lo que da a pensar que la dependencia y la lucha por desconocerla y no querer saber nada de ella es una de las fuentes del
odio, o por lo menos de una hostilidad integrante de la ambivalencia más ordinaria. No son lo mismo, a que el ímpetu
destructivo del odio requiere un salto cualitativo respecto de la hostilidad corriente, que no excluye el querer a alguien, como
sí lo excluye odiarlo. El odio implica “un nuevo acto psíquico”.

Un largo camino conduce de aquí a la alteridad. La dependencia es una forma esencial de experiencia del otro, y no habría
que reduplicar en sistema teórico las teorías y concepciones más o menos espontáneas que la interpretan como un signo de
debilidad y de desamparo; en verdad, surge a partir de una nueva potencia biológica en la evolución de las especies que la
hace relevo de una programación instintiva tan bien cerrada que no deja ningún espacio vacante para la categoría de la
alteridad. Lejos de ser un indicador de debilidad, es la puerta por donde ingresan la capacidad para el aprendizaje y la
plasticidad esencial de nuestra especie comparada con las demás. Pero precisamente por no estar el reconocimiento y la
inscripción positiva de la alteridad garantizados por un dispositivo genético seguro, se multiplican los problemas.

También ocurre que, por la vía de ese conglomerado cuya máxima cumbre es el odio, la dependencia suele enfermar
degenerándose en parasitismo. Es un largo error del psicoanálisis confundir esa modalidad fundamental de la dependencia
que es la simbiosis con aquella derivación, patológica sin lugar a dudas. La simbiosis beneficia a todos quienes la integran; el
parasitismo en principio plantea una situación donde alguien crece a expensas de otro, lo que en nuestro campo se complica
por un pliegue tal que nos hace reformularlo diciendo que cada uno de los participantes pretende engrosar o mantenerse,
vivir, en suma, a expensas del o de los otros. En el uso concreto del concepto de simbiosis se ha tendido largamente a hacer
de ella una noción que confusamente abarca fenómenos claramente parasitarios, como en el caso de la psicosis simbiótica de
Tustin. Lo que nos hace comprender mejor estos últimos es su función e intencionalidad de dominio del otro y que todavía
que eso, dominio, aspiración a dominar la alteridad misma, negándola como tal al poseerla.

La dependencia duele. El parasitismo puede ser un analgésico relativamente eficaz. Ahora bien: la posición del hijo está
intensivamente expuesta a ese dolor, por lo mismo que durante bastante tiempo el chico cree de verdad en la independencia
de los grandes, a quienes goza maltratando por su depender de él cuando por fin lo descubre. Sin descuidar el hecho de que
a su turno esos grandes también suelen imaginarse independientes o por lo menos más independientes que el hijo, lo que la
clínica no avala de ninguna manera. Y hay una larga historia sin acontecimientos extraordinarios, perfectamente circunscripta
a la cotidianidad, donde se acumulan en larga cadena multitud de pequeños resentimientos.

De estas naderías depende que no haya ninguna posibilidad de “ser” sin pasar por las Horcas Caudinas del “desfiladero de la
demanda”, plástica imagen de Lacan, ninguna posibilidad sin ser dependiente. Y diríamos más de cerca que el sentimiento
más testimonial de la prolongada injuria de esta situación-condición es el rencor (o resentimiento), totalmente no aparente
al principio, pero que años más tarde aflorará con una dolorosa magnitud en ese trato ácido del hijo adulto al padre mayor.

El conjunto puede pensarse como uno de los tantos ejercicios de hacer activamente lo que se sufrió pasivamente. Y lo sufrido
es invariablemente a dependencia. Ni acudiendo al llamado de ella con el cuidado y con el tacto más infinito, podría evitarse
que en un momento u otro algo se escriba como rencor ofuscado.

Y encima de todo, ahora los hijos, ya desde bastante pequeños, cuentan con un ingrediente suplementario: la desidealización
por anticipado de la condición de adulto, madre o padre, su permanente cuestionamiento más bien, desde los más diversos
ángulos, entre los que se alista el psicoanalítico, la disposición del grande en general a no ocultar sus flaquezas, precariedades
y lo relativo de sus poderes y potencias, desilusionantemente relativo para el gusto del que viene con los ensueños del deseo
de ser grande porque “los grandes hacen lo que quieren”. Agregado a la renuncia parcial o global a imponerse a través del
miedo, lo que para el rencoroso en potencia no es signo de bondad como de debilidad. Concomitantemente, no es casual que
constatemos la frecuente falta de todo respeto por parte del niño, que nos hace encontrar fácilmente chicos que insultan y
hasta pegan a sus mayores o a algunos de estos a veces cuando apenas si han dejado atrás el período del deambulador. Dicho
de otra manera, como si fuera más insufrible aún sufrir dependencia hacia un adulto que para colmo es bastante débil y no
sustenta los emblemas fálicos de antaño. La intensidad del rencor subyacente es tan grande aun con escasez de material
empírico que, si hiciéramos lo que Freud, apelaríamos a fantasías originarias independientes de la realidad, como si el niño
pudiera contar con un patrimonio histórico que portara en sí para justificar su resentimiento hacia la autoridad del grande
cuya opresión padecieron sus congéneres de otras épocas nada lejanas.

Se entiende que aquel que sale de una larga tiranía no esté agradecido por ello y se muestre más bien furioso y lleno de
resentimiento, aunque no nos quede demasiado clara la modalidad de la transmisión.

Por otra parte, existe otro motivo dominante en la subjetividad humana susceptible de ser dirigido contra el reconocimiento
de la dependencia y el ulterior que le seguiría los pasos, de esa dependencia como nuestra potencia esencial, motivo que no
es otro que el del dominio. Si la domino, mi dependencia de ella se invierte y revierte; sobre todo teniendo presente que el
verdadero blanco al que ese dominio apunta y desea alcanzar es la diferencia en tanto tal; dominando la diferencia, la
neutralizo como diferencia.

Tales políticas de dominio empiezan tan temprano que ya las encontramos montándose durante el primer año y
robustamente desarrolladas en tiempos de la deambulación, con la madre generalmente como blanco electivo. Dan lugar a
múltiples maniobras y a no poca sintomatología. El sometimiento del grande al chico es un hecho fácil de observar y el
principal premio en juego es la negación de la dependencia del hijo, que adquiere un sorprendente control sobre la vida de
padres y también
abuelos, de acuerdo con circunstancias específicas de cada crianza. Estas manipulaciones se prolongan por supuesto sin
mayor dificultad durante la adolescencia y más allá, llegado el caso.

Es sorprendente que las referencias analíticas a este tipo de cosas escaseen en comparación con las habituales denuncias de
un ejercicio de la maternidad, por ejemplo, destinado y dedicado a absorber y someter a los hijos, culpabilizando cualquier
arresto de autonomía o de deseo propio. Queda tal vez como huella mnémica en el psicoanálisis una tendencia a victimizar la
posición del hijo, originada en el aire de liberación que aquel traía consigo al emerger como práctica terapéutica. Sea lo que
sea, en supervisiones, ateneos, en cada ocasión en la que predomina el intercambio clínico por sobre las consideraciones
teóricas, escuchamos con insistencia esa inclinación, acompañada por una curiosa omisión del abundante material donde las
políticas de dominio ejercidas por los hijos ocupa el escenario ruidosamente.

No siempre es un argumento resistencial de los padres, para citar un caso testigo, el plantearnos el problema de que el chico
no quiere venir, aun cuando los motivos de consulta suenen tan fundados como para justificar un mínimo ejercicio de
autoridad por parte de ellos. Después nos vamos enterando de que lo mismo se repite en los más diversos ámbitos. Se diría,
en términos lacanianos, que se confunde a menudo el deseo con la demanda y que hay un punto ciego en lo referente al
deseo de dominio que empuja al hijo a avanzar sobre los padres. Y si además hay suficiente dinero, se multiplicarán los
especialistas en situaciones de este tipo, sin hacer nada para que el hijo se haga cargo de sus responsabilidades y sin
ayudarlo a adquirir la capacidad para el esfuerzo y para hacer cosas sin “ganas” en aras del deseo de ser grande, que
motivaría al niño para atravesar tantas zonas áridas desde el punto de vista del placer inmediato.

Estos chicos nos comunican a veces que les están “haciendo el favor” a los padres devenir a una evaluación o a un
tratamiento, a la psicopedagoga o a la maestra o profesora particular, que el sometimiento de la familia contrata sin
beneficio alguno. Son casos, nada excepcionales, en que el hijo adopta una posición parasitaria, dentro de la cual los padres
quisieran resolver los problemas, lo que por supuesto es infructuoso. El análisis puede ser una alternativa, pero solo si encara
el desmontaje de la
relación de dominio que se ha cristalizado, ya sea unilateral o que exhiba entrecruzamientos recíprocos.

El motivo del dominio se deja traslucir en las conceptualizaciones derivadas del edípico, sin lugar a dudas, pero al mismo
tiempo aparece nublado y amortiguado en su importancia por el peso que en el segundo tienen, de manera legendaria,
incesto y crimen. En todo caso, pensamos que es de suma utilidad extraerlo de ese contexto clásico y ponerlo al desnudo,
una operación elemental si reflexionamos unos instantes en el notable peso de la problemática del dominio en los asuntos
humanos, ellos más diversos niveles de análisis que emprendamos, desde lo político hasta toda confrontación con la
diferencia
que de inmediato desencadena un reflejo de ataque en aquel.

En otros términos, hijos y padres, padres e hijos tendrían que llegar a percibirse como construcciones totalmente ficcionales,
hechas con toda y cualquier clase de materiales, menos las supuestas unidades semánticas “padre” e “hijo” como
presunciones psicobiológicas, en verdad una peor y pobre especie de ficción. Esto sucederá cuando aprendan a jugar juntos,
cuando se inventen, cuando descubran que el jugar puede ser el eje más seguro para sortear las diversas impasses de la
dominación y de los mandatos que en ella se vertebran, cuando jueguen “como si” fueran hijos y padres, padres e hijos. En el
terreno clásico del ser y la verdad, no hay otra posibilidad para padres e hijos que el encarnizamiento agobiante; pero en el
del juego y la interpretación creadora de ficciones, las cartas son distintas.

Entre hijos y padres, entonces, se trata de una inclinación del lado del rencor o del de la esperanza, esta hermosa palabra que
Winnicott fue casi el único en emplazar en un lugar clave de la constitución subjetiva: de ella depende nada menos que el
establecimiento de una dimensión de porvenir abierta al acontecer, a los juegos del azar, a la capacidad transgresiva de la
propia acción, en contraste con lo que Derrida deslinda como mero futuro, continuidad de lo mismo del hoy, previsibilidad
con escasas fisuras. Esto implica que la esperanza de ser algo singular no reducible a miembro de una familia debe cocerse y
amasarse en el seno de la familia, entre el rencor y la esperanza. Entre el rencor y la esperanza, el hijo busca su sitio, un sitio
donde dejar de serlo, pues lo abierto de la relación se medirá en que un hijo pueda ayudar a su padre, directa e
indirectamente, a dejar de serlo, tal cual aquel debería ayudarlo a exceder la posición de hijo que, si se perpetúa, perpetúa el
rencor.

Analizar estos entrecruzamientos requiere que nosotros incorporemos metódicamente las dimensiones contenidas en estos
dos términos, el rencor y la esperanza, sobre los que llamamos la atención, juzgando que han sido descuidados o
insuficientemente estudiados, en términos generales. Para empezar, la frecuencia de sentimientos de rencor en actividad
parece mayor que las de odio propiamente dicho; sin embargo, los últimos tienen más prensa, se emplea la palabra misma en
el habla vulgar, incluso con una habitualidad que el primer término no conoce; y en las conceptualizaciones, el odio es
convocado también con una asiduidad desconocida por el rencor... aunque no es raro que constatemos que se esté en
presencia de este y no de aquel. Habría que detenerse en el carácter crónico del rencor, poco dado a estallidos y a huracanes
devastadores espectaculares; metastásico, además, rasgo invasivo-acumulativo que lo vuelve peligroso, pero sobre todo en
pequeñas dosis, nada descontrolado pero suficiente para arruinar placeres de la vida; carcomiente, autoagresivo en un
sentido que el odio no lo es por sus direcciones fundamentalmente centrífugas; proporcionador de un cierto goce
masoquista, masoquismo moral si respetamos las distinciones de Freud, regodeándose el que lo porta en su masticación
interminable, racionalizada en el motivo de la injusticia, cultor de un pasado que nunca se tramita, incapaz de olvido: el odio,
en algunas de sus modulaciones, puede adquirir un carácter agudo y pasajero, en general tiende a aflorar, incluso en pasajes
al acto desmesurados, hasta asesinos, rangos a los que el rencor es profundamente ajeno. Se lo podrá usar como arma para
socavar al otro que es su blanco, pero con un procedimiento homeopático, lo que influye en el hecho de que pase no tan
pocas veces desapercibido para quien lo sufre en posición de objeto. El rencor no exige la desaparición del otro, como en el
caso del odiado; exige en cambio una reparación imposible por lo remoto de la temporalidad que manipula y el lento
crecimiento de sus heridas a través del tiempo. Su estar dirigido invariablemente hacia un ayer histórico-mítico priva al
sujeto de salida.

Existencialmente hablando, no encontramos con regularidad sin aflojes al rencor articulado y articulando un plan de
venganza. El odio es en cambio propenso a los montajes, a los grandes montajes incluso, como en el “te voy a destruir”. El
guión del rencor es bastante distinto: “¡Cómo me has dañado!”, rezaría, justificando su duración. El odio se mide más por la
intensidad que por la duración.

En lo que respecta a la esperanza, tenemos pendiente, después de las contribuciones de Winnicott, un trabajo de
conceptualización que, para empezar, la despoje de sus connotaciones de ingenuidad naif, de estado pasivo, para destacar el
trabajo que supone y su articulación decisiva con la apertura al otro, con el sentido en cuanto dimensión indispensable para
que la subjetividad devenga inteligible; en efecto, antes que nada y antes de cualquier demanda puntual, la esperanza es
esperanza de que haya sentido. Eso la vuelve imprescindible para pensar y encarar la problemática, hoy en cierto primer
plano, de la exclusión, donde el riesgo de la desaparición de aquella dimensión con el desvanecimiento de toda esperanza es
el peor efecto que amenaza cumplirse y extenderse. Distinguimos entonces dos pisos en ella, cuyo deterioro no es
simultáneo: la esperanza de que me ayuden es relativamente secundaria respecto a la esperanza de que haya alguien,
comparezca o no. En el plano clínico, esta distinción es capital y no debe perderse de vista cuando trabajamos en el sesgo del
diagnóstico diferencial.

Por eso mismo, todas las construcciones y reverberaciones de la novela familiar se sostienen en la medida en que el hijo cree
y espera de otra familia que será una mejor; desaparecida esta apuesta al porvenir, mal habría margen para fantasía alguna
donde se invente una familia que valga la pena y una familia que valga la pena esperar, esperarla poniéndose a trabajar en su
creación.

En este punto, la ética del analista no puede limitarse al deseo o al desear, pues si hay una utopía a la que debe hacer holding
es la que concierne a la esperanza de que la subjetividad humana contenga algún potencial para esperar algo mejor de
nuestra existencia.

Capítulo 12: La capacidad para estar solo


El título de este escrito comporta una ambigüedad que debe destacarse ya que ésta opta por uno de los verbos en juego y
deja fuera el verbo ser. Conviene tener en cuenta esta capacidad, ya que alude tanto a una capacidad para estar como a una
capacidad para ser a solas.

De hecho Winnicott abre el escrito anunciando que todo lo que va a seguir implicará un criterio clínico para evaluar la
madure psíquica de alguien; ello lo llevará a valorar el silencio en la sesión desde una perspectiva suplementaria a la vigente
en psicoanálisis hasta entonces, acostumbrada a tratar el silencio como una resistencia. Desde ahora, el silencio será más
que meramente una resistencia, incluso será entendida como un comportamiento de mayor valor elaborativo que el hablar
o el hacer en sesión.

De todas maneras, el silencio que va a aportar Winnicott no será ni el resistencial ni el elaborativo. Aparecerá como una
experiencia en la que, en su ámbito, alguien se descubre siguiendo siendo. Esto es especialmente así en aquellas
problemáticas
de la soledad, en las que de una manera fóbica alguien habla de lo que sea y con quien sea con tal de que no se extienda un
silencio tembloroso. A su vez, enriquece lo que concierne a la transferencia, porque aquí ésta se despliega en una no relación,
y toda reducción de la transferencia a una relación por eso mismo no tendrá como considerar el silencio más allá de la idea
de obstáculo. En términos clásicos, una no relación de objeto.

La introducción del narcisismo tendía a colocar la soledad como un estado primitivo de aislamiento que el desarrollo debía
superar, so pena de un severo bloqueo libidinal para investir el mundo exterior. Por este camino también hubo de conectarse
la dificultad para estar solo con diversas inhibiciones o trastornos de aprendizaje fáciles de encontrar. Simultáneamente se
fue describiendo y descubriendo ya no la huida de la soledad, sino la retracción, el repliegue, la huida hacia ella, que será
entendida no como una capacidad, más bien como una defensa asociada a vivencias de tipo persecutorio, a la cual le pondrá
el nombre de aislamiento. Habrá que emprender todo un trabajo de diagnóstico diferencial para no confundir esto con una
verdadera autonomía basada en gustar de la soledad bajo ciertos tiempos y condiciones.

El tópico característico de Winnicot es la capacidad, lo que permite atisbar hasta qué punto su pensamiento se desmarca de
una contracción en lo psicopatológico que colorea el psicoanálisis todo. Empezar por la capacidad no es lo mismo que hacerlo
por la angustia, la inhibición, el síntoma o cualquier otra dirección perturbada, primero porque se trata de un rasgo positivo
en más de un sentido de la palabra, después porque la capacidad es algo que debe adquirirse y no está garantizada de
antemano. Este rodeo tiene múltiples consecuencias: por lo pronto estudiar perturbaciones en una capacidad es algo
sutilmente diferente a acceder directamente a ciertos fenómenos como si solo fueran perturbaciones. Hay que dar entonces
todo su valor a que Winnicott se detenga en locuciones como capacidad para estar a solas, capacidad por la culpa y demás. El
alejamiento no conspicuo pero radical de un modelo reactivo del psiquismo y de su actividad es absolutamente decisivo para
un giro de este alcance.

Para Winnicott se trata de estudiar la capacidad para la soledad como un modo esencial de ser-estar, de ninguna manera
podría aceptar que el movimiento inicial, que debe llevar del no-ser al ser, pudiera caracterizarse bajo el signo de la soledad,
donde ningún entre cabria. En ningún caso la soledad será punto de partida, y la diferencia con repliegues tempranos y
catastróficos será rigurosamente delimitada.

La soledad no sería entonces pensable como algo primario, primitivo, propiedad natural del autoerotismo y del autismo
inicial; llegar a ella será una adquisición sofisticada y relativamente tardía a la que mucho no arriban jamás. Más-de-uno se
esfuerza por despensar cierta aritmética psicológica; para ello el más dé, sobre él debe recaer el acento principal: más no
designa un número en particular, solo conjura alguna forma o alguna política de grupo que no encuentra buenos nombres en
una anotación matemática elemental. En ese sentido, habría que desalojar esa numerología tan demasiado evidente,
preservando la ambigüedad incalculable del entre.

Winnicott plantea que la primera y gran condición preliminar a cualquier experiencia de soledad posible es el logro
suficientemente seguro de la fusión, con lo que se contrapone a cualquier forma de oponer fusión y soledad, o simbiosis y
soledad. La soledad se da en la fusión, y a partir de ella avanza hacia formas progresivamente más refinadas pero que
siempre la suponen como introyección realizada.

Winnicott presenta y articula, haciendo de paso que la escena existencial fundamente a la técnica: se trata de la escena del
análisis de adultos y del niño pequeño jugando, dando la espalda. En ambos casos, una excesiva necesidad de ver todo el
tiempo al otro se torna una dificultad a veces insuperable para la adquisición de la capacidad. Reconduce así la situación
analítica a una escena de escritura originaria en la que el niño juega a solas en presencia de otro. En esa etapa donde aún ser
supone ser mirado, resulta esencial que el niño se sepa mirado, pero a la vez que no se trata de una mirada que Green
llamaría intrusiva y Winnicott interferencia, cuando no ataque. Esto mismo hace que forme parte del cuadro para dificultar la
constitución de la escena la vivencia angustiada de no pocos padres cuando sienten que, si no ven al niño, es que se ha
perdido.

La adquisición de esta capacidad parece sujeta a grande fluctuaciones temporales: hay niños que ya la asientan en sus
primeros años y hay quienes requieren para ellos de los trabajos de la adolescencia y aún más allá. Como toda capacidad,
está sujeta a regresión y perdida. La capacidad para estar a solas es uno de los frutos más esplendidos de una relación solida
con otro.

Winnicott pone el acento, en que se trata de una experiencia, generalmente en presencia de la madre. Una experiencia, no
una fantasía o una reacción defensiva. Ahora es precioso remover todos los obstáculos para accede al punto nodal que
supone poder experimentar la experiencia, la que esté n juego. Se trata de poner énfasis en esto, y no en el contenido que
esa experiencia contenga. Este es el núcleo más seguro al que remitirse para entender lo que Winnicott considera salud o
saludable. Entonces, podemos dar por sentado que si un niño es capaz de quedarse solo ya ha constituido esa capacidad,
cuando un examen más penetrante puede permitirnos diagnosticar que muchos lo hacen por mera adaptación, sin haber
pasado en realidad por esta experiencia.

Todo arte con que se narra la escena central excluye de entrada que se trate de una simple relación con. Partiendo de la
habitual presencia de la madre allí, Winnicott menciona posibilidades alternativas, como el que ella este solo representada
por la cuna. Hay motivos para objetar que representada sea un término adecuado para sostener el planteo. Nuestro estudio
mismo de los procesos más tempranos puede ayudarnos a una descripción más acorde, dado que madre no recorta
simplemente la figura o el cuerpo de una madre, es un conjunto de cosas y de vivencia que incluye esa cuna así como cierto
clima musical de la situación.

Winnicott ya había tocado este d espaldas, a propósito de la set situación, en la que él bebe en el regazo no ve el rostro de su
madre lo cual lo ayuda a olvidarla para ponerse a jugar. Ahora, este nuevo de espalda es un poco más alejado, como
corresponde a una mayor autonomía motriz de ese pequeño, y la duración en términos de reloj podría inducirnos a engaño
en cuanto a la trascendencia del paso que se está dando. Concomitantemente, si el niño llegó a sentir ausencia, la situación
se desmorona por el otro extremo, ante la inevitabilidad parición de ansiedad. El fino hilo que umbilical con la madre hace
que el niño disponga de sensores para detectar si aquella está efectivamente ausente desde el punto de vista psíquico, o por
alguna razón, en alguna tensión ansiosa mal contenida; la posición de tranquila espera es fundamental para la constitución
de la escena.

En la escena hay dos juegos en acción, heterogéneos entre si y que no se conectan directamente, siendo uno el que hace
bolding al otro. El bolding es mucho más que eso y la clínica de su diversificación, inagotable, pero cierto es que esta
observación es de por si un caso prínceps de lo intentamos traducir por sostener. Por supuesto la posición del analista de
niños en una consulta tiende a eso y muchas veces se vuelve el principal objetivo terapéutico; son muchas las situaciones en
que un niño juega por primera vez a estar solo en el marco de su tratamiento psicoanalítico.

La capacidad para estar a solas, en la imposibilidad de desarrollarse sólo a partir de procesos intrapsíquicos, descansa en el
encuentro con la capacidad de la otra para jugar a la no presencia; una madre ansiosa que tolere mal ser dejada de lado no
está en condiciones de hacer su parte en esta experiencia. En este caso, Winnicott subraya que es una aptitud que en lo
esencial depende de cualidades que no le deben mucho a la instrucción ni al desarrollo intelectual, lo cual vale también para
los terapeutas. Es interesante que se trate de una cualidad independiente del sistema teórico en el cual el analista haya
puesto sus fichas, no se adquiere siguiendo las ideas de tal o cual autor.

Otro rasgo fuerte de la escena concierne al deseo. Es obvio que quien acompaña al niño debe poner entre paréntesis sus
deseos más educativos de que el niño ha tal cosa de tal o cual manera. Solo que esto no se resuelve concluyendo
sumariamente que debe haber una posición de no deseo; en todo caso si hay no deseo no podría haber en cambio no
desear, ya que la escena es imposible sin una madre que pueda desear el deseo de jugar del niño por su propia cuenta, sin
referirse a ella. Entonces sería sencillamente falso plantear que en la situación considerada uno de los dos desea y el otro no,
y si se advierte que esta es una configuración de doublé bind, se ha llegado a una conclusión acertada.

Una situación como esta no puede configurarse empujando a alguien para que salga de escena y haga lo esperado. La escena
hay que esperarla y ese esperar incluye desearla en su tiempo, en la singularidad de su caso por caso. El concepto de bolding
no queda acabadamente determinado si no se le integra este trabajo de la espera, este trabajo activo de la espera. Y a veces
muchas pequeñas cosas que el analista va haciendo en su trabajo cotidiano con un paciente son solo parte de ese esperar, de
esa paciencia.

Clase 7 – 14/09/2020 Adultez

LA RELACION
AMOROSA: INTRODUCCIÓN AL ANALISIS DE LAS RÉLACIONES DE SIMETRIA
Entre el yo y el yo del otro, en cuanto objeto catectizado de manera privilegiada, existe una estación necesaria que es «el
otro pensado» o la relación entre yo y esa otra, tal como la pienso.

El yo tiene una representación psíquica del amado y, por esa misma razón, una representación de su relación con él. La razón
y la función de esta relación pensada, es la única que puede asegurar un soporte a la libido en los momentos de ausencia del
otro real. Sin embargo, esa representación tiene también la función de asegurar a la catectización una relativa estabilidad
durante momentos conflictivos, a condición de que el conflicto no supere cierta intensidad o periodicidad. Tales son las dos
funciones desempeñadas por la representación ideica de la relación. Durante la ausencia del otro real, la libido tiene la
seguridad de la preservación de un «soporte objeto» en el espacio psíquico. Lo que ocurre en ausencia del ama- do nos
ofrece una especie de medida de la intensidad y de la diversidad de las catectizaciones del yo frente a cierto número de
objetos, de actividades, de objetivos. Esta «medida» no tiene como único «instrumento» el placer vivido en ausencia del
otro.

La mejor referencia que podemos tener de la fuerza de nuestras propias catectizaciones es el tiempo de presencia del
referente pensado del otro en nuestro propio espacio psíquico. Pero aquí se impone otra observación: este pensamiento del
otro no debe comprenderse como simple memorización de la imagen de un rostro o de un cuerpo sino también, y sobre
todo, como el que ocupa el lugar de ese interlocutor del discurso interior que puedo retomar en su ausencia. El
representante psíquico del yo del otro en el espacio psíquico del yo asegura 1a permanencia dé un diálogo, de una palabra
comunicable a ese representan- te psíquico del ausente.

Es necesario considerar el carácter específico de la representación ideica: su «decibilidad», su posibilidad de ser puesta en
palabras, de ser comunicada. La representación ideica es la única construcción psíquica, contrariamente al pictograma y a la
fantasía, que se pliega a las leyes del lenguaje, puesto que éste constituye su material y ella es, pues, una construcción que
posee el carácter y la exigencia de la comunicabilidad y de su comunicabilidad. Podemos retomar esta metáfora freudiana de
la ameba en el registro del yo diciendo que los hilos, los lazos que parten de un yo hacia el yo del otro son ante todo lazos
verbales. Es cierto que una mirada, una sonrisa, un razonamiento, pueden ser la fuente de una emoción erótica e incluso el
comienzo de un amor. Queda el hecho de que estas emociones crean la espera de una palabra deseada y de la que uno desea
formular. ¿Deseo y necesidad para quién y para qué? Para el yo. Para esta instancia no existen más que «seres hablantes»,
aquellos a los cuales ella habla realmente o con el pensamiento, y aquellos de los cuales espera que le hablen. El deseo para
el yo también sigue siendo siempre un deseo hablado: lo que el yo espera del otro es tornarse destinatario y ser reconocido
como enunciante de una palabra de deseo. Todo ocurre como si en el registro sexual (placer de los cuerpos) la emoción del
yo, su placer y su goce permanecieran dependientes de una palabra fuente de emoción, promesa de placer y de goce. El
placer del cuerpo, su participación necesaria permanecen sometidos a este apuntalamiento, a esta mediación verbal exigidos
por el yo.

Dos yoes se encuentran y hablan de su cuerpo, de su placer, de sus sueños, de su espera y de su deseo, poco importa; lo
importante es que puedan pronunciar palabras que sean para cada uno de ellos fuente de placer y de emoción. Esta puesta
en palabras de lo pensado pre- supone su «decibilidad»: entre el yo, y el yo del otro no puede haber relación ni catectización
que no se plieguen a las exigencias de la comunicación. En ciertas condiciones podemos imaginar una relación puramente
interpretativa.

El pasaje de la representación fantasmática a la representación ideica, del proceso primario al proceso secundario,
encuentra su causa en la exigencia de comunicación del yo, corolario de su relación con la realidad, es decir, de su relación
con el yo del otro. Mientras la psique ignore la exterioridad del mundo y del otro, no hay posibilidad ni exigencia de
comunicación. La representación fantasmática no conoce más que la exigencia de la figurabilidad que es de índole interna
estructural. La entrada en la escena psíquica del yo y de la actividad de pensamiento va a la par con la adquisición de los
prime- ros rudimentos del lenguaje y, por consiguiente, de la significación y del deseo de comunicación. De igual manera, el
yo anticipado por el discurso de otro no es solamente un yo hablado sino un yo supuesto hablante.

Es una ley de la psique imponer una homología de naturaleza entre el catectizante y el catectizado, el decente y el
deseado: el yo no puede reconocer ni catectizar más que lo que se presenta bajo la forma de un yo.

Pero si en el registro del yo toda relación libidinal se juega entre estos tres términos que son el yo catectizante, la relación
pensada en el yo del otro y el otro yo como existente en la realidad, debemos plantearnos la cuestión del vínculo presente
entre esta relación pensada y el yo del otro.
La distancia. Tres razones explican su inevitable presencia. La primera se refiere a los límites que siempre encontrará el
conocimiento que el yo pueda tener del yo del otro, límites que son la consecuencia de lo que encuentra su
autoconocimiento, y también de esa parte secreta que todo yo se preserva. La no transparencia de mí mismo para la mirada
del otro es una necesidad para mi propio funcionamiento de pensamiento.

La segunda razón: el otro pensamiento, o el encuentro pensado, siempre se acercará más al encuentro anhelado que .el
encuentro real. La tentación de idealización, fuente de un suplemento de placer para el yo idealizante, encuentra muchos
menos obstáculos cuando concierne al encuentro pensado.

La tercera razón es un corolario de la segunda. El otro pensado es una reconstrucción, un resultado del trabajo de
pensamiento del yo. La catectización de este representante pensado del otro por el yo como toda catectización entre el yo y
un pensamiento, es una relación que vincula al yo con un elemento que pertenece a ese conjunto de representaciones que
no son nada más ni nada menos que el yo mismo.

Interroguémonos ahora sobre los límites necesarios para que esta separación entre el yo pensado y el yo real no conduzca a
una ruptura en la catectización entre el yo y el otro pensado y, por la misma razón, con el otro real.

Cada vez que el yo se ve obligado a reconocer que no hay conformidad entre el yo pensado y el yo real, se enfrenta a dos
elecciones que amenazarían conducir a un mismo resultado: descatectiza al otro real o preserva la catectización únicamente
del yo pensado. Pero entonces se ve obligado a catectizar un tiempo pasado que permanece como recuerdo de lo que ha
sido. Dejemos de lado la función de este tipo de pantalla colocada entre uno mismo y otros a los cuales, sin ella, podríamos.
Catectizar de nuevo: más importante es subrayar esa posibilidad de preservar la catectización de una representación
psíquica del otro que puede coincidir con la descatectización del otro real. Gracias a ello, el sujeto conserva la ilusión de que
hubo efectivamente conformidad entre el pensamiento del otro y lo que era ese otro; el sujeto realiza la economía de un
cuestionamiento del valor y de la verdad, de las referencias y de las representaciones por medio d las cuáles él pensaba su
realidad, sus relaciones, sus catectizaciones. En el caso en que se debiera reconocer la antinomia entre el otro pensado y el
otro real, otra solución sería la descatectización del otro pensado, lo cual implica siempre la descatectización del otro real.
De ello debemos concluir que si bien el yo puede preservar la catectización del otro pensado y descatectizar al otro real, en
cambio no puede descatectizar al otro pensado y preservar su carga del otro real.

Vemos que si desaparece la creencia en una conformidad por lo menos parcial entre el yo pensado y el yo real, es la
catectización la que, salvo que hubiera un compromiso patológico, se retira a un plazo más o menos breve del yo del otro.
Formulación ambigua pero que expresa la ley a la cual está sometido el yo: el yo no puede catectizar la realidad y los objetos
que lo habitan más que por intermedio de ese ser homólogo a su estructura y a su esencia que es el yo del otro, y con más
pre cisión, el pensamiento por medio del cual él piensa a ese otro yo.

Por una parte, el amor de ese otro real y lo que él ofrece con su presencia aportan al yo respuestas, gestos, placeres que le
permiten una satisfacción real de sus demandas ya se trate de la demanda de placer, de amor o de reconocimiento
narcisista. La demanda del yo, lo que definí como la instrumentación del deseo en el registro de esa instancia, espera y exige
una satisfacción en la realidad; lo que es evidente para el objeto que satisface la necesidad del cuerpo también lo es para los
objetos necesarios para satisfacer el placer sexual y la demanda de reconocimiento del yo. Esta instancia retoma por su
cuenta y a su modo la exigencia de realidad propia del cuerpo. «Exigencia de realidad» que lo originario y lo prima- rio
ignoran, y que igualmente encontramos presente en el cuerpo, y para él, en yo y para él.
Si sólo considerásemos el circuito libidinal intrapsíquico que vincula al yo a su representación del yo del otro, estaríamos
frente a un circuito cerrado donde la catectización del pensante, en su representación del yo del otro, retornaría al primero
para catectizar exclusivamente su propia imagen como ama- do. Es la exacta definición de una relación puramente narcisista.
Deberemos preguntarnos entonces de qué manera esta catectización narcisista entre el yo y una parte, una imagen de sí
mismo, es no solamente compatible sino necesaria para que la libido de objeto permanezca al servicio del yo, al servicio del
objeto real y de sus catectizaciones recíprocas. Para dilucidar lo que separa la dimensión «narcisista», como componente de
la relación amorosa, de una relación narcisista en el sentido estricto del término, es necesario, aquí también, referirnos a la
relación del yo con el tiempo. ¿Qué otra cosa es el «encuentro pensado» sino cada vez una especie de «reconstrucción
cristalizada» de lo ya vivido con el otro?: el encuentro, lo memorizado, en lo cual se condensa un conjunto de experiencias
vividas. Pero como el término «recuerdo» lo indica, lo que la representación «recuerda» se refiere a lo que ya ha tenido
lugar. Si el yo catectiza ese tiempo memorizado en cuanto fuente de placer, si ese tiempo pasado sigue siendo el soporte
que imanta una parte de la libido para beneficio propio, es porque ese tiempo pasado lleva en sí el deseo, la espera del
retorno de una experiencia de placer que ya ha tenido lugar, y gracias a la cual subtiende y crea el de- seo del encuentro
futuro. La catectización de este tiempo pasado se convierte en causa de la catectización de un tiempo futuro, de un placer
que se experimentará en un tiempo diferido. Pero también sobre este punto el yo comparte un mismo carácter con el
cuerpo: siempre llega un momento en que el yo ya no se satisface con el solo placer vinculado a un pensamiento fuente de
placer. El placer pensado no puede sostenerse indefinidamente; en uno u otro momento el sujeto tendrá que encontrar al
otro en la realidad ¿Cuáles son las «necesidades» responsables del llamado dirigido a la realidad por el yo? La necesidad de
que se le asegure que es para otro un objeto de amor, pero también la necesidad de hallar una realidad que le pruebe la
verdad de lo que él piensa. Y es precisa- mente por esta razón que no hay relación amorosa en la cual, de una manera más o
menos velada o más o menos insistente, no aparezca en ciertos momentos la exigencia de una prueba que se pide al otro,
del orden del acto, del gesto, del hacer, es decir, que esté marcada por un signo de realidad.

La primera paradoja que encuentra el yo: nada puede existir para esa instancia que no esté metabolizado en un
representante psíquico; pero esa misma instancia no puede amar, pensar, vivir, si no encuentra y catectiza en la realidad a
un yo que se torna referente real de su pensamiento. La segunda paradoja: la catectización del yo pensado es una condición
para que se preserve una relación de amor con el yo real, a pesar de que nunca puede haber identidad entre esos dos
soportes, y que esa

«diferencia» debe ser conocida y aceptada por el yo.

A partir del momento en que el otro vuelve a estar presente, serán efectivamente su: presencia, su palabra, sus gestos, los
que se volverán fuente de placer o fuente de decepción. Permanezcamos en el registro del placer para decir que durante el
encuentro el yo advierte que amar en la ausencia exige ese trabajo psíquico particular que torna posible silenciar ciertos
sentimientos negativos que pudimos haber sentido por el otro, y elegir únicamente los recuerdos portadores de un placer
suficiente como para aceptar la espera de su realización diferida. Mientras queramos continuar amando raramente
recordaremos en la ausencia los momentos que han sido fuente de desagrado. Lo cual supone un trabajo constante de
exclusión en cuanto a_ pensamientos que podríamos pensar y que no forman parte de lo reprimido. La catectización del
único «yo pen- sado» exige un exceso de libido, de catectización, de interés. De allí surge el sentimiento de alivio que
experimentamos a partir del momento en que es el otro real quien: se convertirá en fuente de las experiencias que
acompañan el encuentro y el tiempo presente. Por lo tanto, habrá a la vez descatectización del tiempo pasado en beneficio
del tiempo presente, y un retiro temporario de los recuerdos memorizados en beneficio de la experiencia que vivimos en el
presente con el yo del amado. Este doble desplazamiento sólo puede hacerse con una condición: durante el encuentro, es
necesario que el yo pensado se refleje en el yo real, que se opere un momento de confluencia, por fugitivo que sea, entre el
representante psíquico y el objeto que se presenta y que lo representa en la escena de la realidad. Esta confluencia
presupone la convicción, igualmente fugitiva, de una identidad.

Por consiguiente, es necesario que se opere un momento de confluencia entre el representante ideico y el yo real, pero una
vez operada esa confluencia se producirá el reconocimiento del inevitable alejamiento; si la relación quiere preservarse, el
término «alejamiento» no debe convertirse en sinónimo de antinomia. Alejamiento, porque el otro real no puede ser fuente
de placer de manera constante; alejamiento, porque el poder de dar placer es proporcional al poder de decepcionar, al
poder de no respuesta. Durante la presencia real, exceptuando momentos privilegiados de identidad entre placer esperado y
placer recibido y exceptuando también otros momentos, la temporalidad en que se vive efectivamente el encuentro estará
acompañada por un movimiento ideico y afectivo, en el cual se suceden, de manera demasiado rápida para ser perceptibles,
pensamientos y experiencias diversas. Conducirán a la memorización, a la representación ideica en la cual se cristaliza el
encuentro vivido, representación que el yo catectizará nuevamente durante la ausencia del yo real.

Si para el hombre la realidad no es otra cosa que lo que el yo puede pensar de ella, el yo, a su vez, sólo puede pensar lo que
cree real porque lo cree verdadero. El yo catectiza existentes, su demanda se dirige al yo de los otros, lo que él espera son
«cosas» que no son simples cosas fantasmáticas. Por tal razón merece toda nuestra atención un carácter específico de la
relación amorosa: la simetría y la interdependencia entre los dos yoes.

Esta simetría nunca es perfecta, pero es suficiente para: que el yo amante no se-encuentre en una-situación de dependencia
que sería fuente de una angustia extrema. Veremos qué ocurre en esas tres relaciones asimétricas que son la relación
infans-madre, la relación del psicótico con el yo de los otros y la reláci6ri pasional.

El hombre se enfrenta con dos realidades: la realidad natural y la realidad humana. La supervivencia de la especie demuestra
que el yo necesita conocer la realidad natural, adquirir y ejercer el poder de modificación y de dominio de su hábitat para
tomar- lo conforme a sus exigencias vitales. En/ su relación con la realidad natural, esos dos poderes han seguido una curva
ascendente; podemos comprobar también que, una vez llegada a su culminación, esa curva comienza a descubrir lo que
ignoraba: la modificación última, radical, que se puede imponer al viviente es transformarlo en algo muerto. El poder, el
dominio, el saber, tienen como carácter compartido proponerse siempre un plus: intentar superar los límites que cada vez
encuentran. La última superación será, sin duda, la abolición de toda resistencia, de todo límite, por destrucción del objeto,
fuente de resistencia. Toda modificación supone 'un compromiso entre la destrucción de ciertos caracteres y la adquisición,
la apropiación de otros nuevos. No es seguro que esta operación concluya, al final del recorrido, dejando siempre como sal
do un plus de destrucción.

El yo encuentra al yo de los otros, y son estos yoes los que aquél deberá hacer compatibles, modificándolos y modificándose
según las exigencias de su propia existencia psíquica. El «medio ambiente psíquico» crea este espacio de realidad en el cual
el yo puede advenir, y sólo puede advenir en ese espacio porque halla, reconoce y catectiza la presencia, la existencia de
otro yo. Para el yo la realidad es siempre ese campo percibido como un espacio ocupado por el conjunto de los yoes de los
otros. Los conceptos de poder, de saber, explotación, de dominio, se presentan «naturalmente» al sujeto bajo una forma
que llamaré encarnada. Por esta razón, cada vez que el yo defiende y catectiza un proyecto mediante el cual intenta aportar
una modificación en el - campo social, una modificación del yo de los otros. En último análisis, el campo social es una
consecuencia o un medio: la finalidad de influir sobre el yo, y con más precisión, sobre el yo del otro y sobre sus deseos.
Entre yo y los otros yoes, desde el plano más personal hasta el más general, la confrontación, el conflicto, la alianza, siempre
concernirán a la elección y la repartición de las catectizaciones respectivas. Al encontrar el yo del otro, el yo encuentra una
realidad ya catectizada por el otro, una realidad en la cual quiere ocupar un sitio, puesto que quiere ser y seguir siendo un
objeto catectizado, pero también encuentra una realidad que le asignará un lugar y una función conformes al placer que el
otro yo espera de su presencia y, en primer lugar, de su propia catectización. Esta dimensión de reciprocidad y de
interdependencia es necesaria para que la potencialidad conflictiva, presente en toda relación significativa, no llegue al
conflicto abierto y mortal. Esta es también la condición para que una relación de amor permanezca «visible», pero este tipo
de relación sólo aparece a partir del momento en que se ha pasado la infancia.

Es cierto que desde el origen del encuentro, para la madre hay una relación dialéctica entre el infans y ella misma. Si el
ofrecimiento del seno precede, nombra y designa el objeto: de la demanda oral, queda el hecho de que ese ofrecimiento, a
su vez, sólo puede tornarse objeto de la demanda del lactante si éste no lo rechaza. Pero esta aparente reciprocidad va
acompañada por una no simetría entre el sitio que ocupa el niño para la madre y el sitio que ocupa la madre para el niño:

l. Es cierto que la mayoría de las veces el infans es un objeto privilegiado de la catectización materna, pero este privilegio no
debe hacer de él un objeto exclusivo. Normalmente, la madre preserva, a pesar del amor por su hijo, y con él su amor por su
cónyuge, su interés por tal o cual actividad, su propia catectización y, llegado el caso, su amor hacia sus otros hijos. Por
importante y necesario que sea el don narcisista que la madre aporte al niño, no es un don exclusivo de amor ni de
narcisismo materno.

2. La relación que establece la madre con la sombra hablada, con el yo anticipado, es una relación sin conflicto. Este yo
hablado no puede entrar en conflicto con un yo real que todavía no está allí. Los anhelos identificatorios que la madre
formula en nombre del lactante, en esta primera fase, no se enfrentan con anhelos diferentes de 103 que el yo del niño
podría formular y catectizar.

3. El infans colma un deseo de la madre, un deseo sin duda esencial pero que no abarca todos los deseos.

Un yo, el yo de la madre, cuya presencia, cuyo amor, cuya palabra son para él una necesidad vital. En esta primera fase
podemos decir que el niño desea lo que necesita y que necesita lo que desea. La existencia, la presencia y la catectización de
la madre son para el niño condiciones vitales.

Una realidad exterior que sigue siendo una entidad, un espacio impreciso, poco catectizado y poco cognoscible. Más
exactamente, él no la catectiza sino como extensión, prolongación del espacio y de la realidad maternos y, un poco más
tarde, como extensión y prolongación del espacio y de la realidad familiares. No solamente el niño descubre pronto sus
límites, sino también que sólo puede modificar la realidad que encuentra si el yo materno desea tornarle posible, realizable,
esa modificación.

El niño no puede elegir a su madre, sino que no puede dejar de catectizarla ni tampoco puede repartir su catectización sobre
otros objetos que permitirían moderar su intensidad. El primer objeto catectizado responde a una elección obligada; es un
objeto no sustituible, un objeto que no puede faltar y que acapara, en beneficio propio, la totalidad de la libido, exceptuando
esa parte que el sujeto deberá catectizar en beneficio de su propio cuerpo, de sus zonas sensoriales y de sus funciones.

No obstante, debemos recordar que sólo excepcional- mente podrá operar esa catectización de su cuerpo si este cuerpo no
es también un objeto catectizado, hablado, valorizado por el yo materno.

Podemos decir entonces que los carácteres que definen la catectización del yo materno por el yo del niño responden a los
caracteres por medio de los cuales definiré la relación pasional. El objeto de la pasión es un objeto no sustituible, un objeto
necesario, porqué responde a un deseo que se ha convertido en una necesidad.

LAS RELACIONES DE SIMETRIA Y SU PROTOTIPO: EL AMOR

Poder amar exige la catectización privilegiada del yo de otro. Cuando se ama, la idea de que uno pudiera elegir a algún otro
no solamente parece absurda, sino que cuando se presenta en el espíritu del yo del amante, lejos de tranquilizarlo, suele
hacerle pensar en el peligro de sufrimiento que esa posibilidad implicaría si el yo del amado la hiciera suya. Diremos
entonces que el estado amoroso va acompañado por el sentimiento y la ilusión de que ya no nos enfrentaremos a la
necesidad de hacer una nueva elección, lo cual, sin embargo, no quiere decir que el yo tenga la certeza de que la elección ha
pasado a formar parte de lo imposible. Hay un olvido de esa posibilidad, una esperanza de que no se corra el riesgo de tener
que enfrentarse a ella. Aunque desear cambiar de objeto o estar obligado a hacerlo no sea lo mismo, es seguro que una vez
catectizado de amor el yo de otro (lo que llamo catexia privilegiada), la posibilidad de descatectizarlo no es tan evidente. Ello
dependerá de la capacidad del sujeto de realizar el trabajo de descatectización, de duelo necesario para recuperar su propio
capital libidinal y, de esa manera, su libertad de elegir nuevamente. Queda el hecho de que si el amor puede y debe
diferenciarse de una forma patológica de las catectizaciones del yo, amar implica, y diría exige, que el yo haya podido
diversificar y preservar cierto número de destinatarios de sus demandas de placer, no sexual por cierto. Es necesario que
haya podido conservar esa libertad de desplazamiento, esa movilidad de las catectizaciones que le torna posible privilegiar,
según los momentos de su existencia, incluso los momentos de su día, tal o cual orden de pensamientos, tal finalidad, tal
fuente de placer.

Diría incluso que durante el trabajo de descatectización o durante el sufrimiento que experimenta en su relación con el
amado, y gracias a esa diversificación de los destinatarios de sus demandas, muy a menudo el yo se asegura la posibilidad de
recuperar placeres que le permitan soportar el sufrimiento ligado al conflicto que lo opone al amado.

Si dejamos de lado la primera fase de la relación yo- realidad o yo-yo del otro, en la cual el yo del niño no puede separar el
objeto de necesidad y el objeto de placer, y también la fase siguiente, en la cual persiste cierta confusión, cierta indecisión,
cierta fluctuación entre esos dos registros, comprobaremos que si la evolución del yo no choca con obstáculos mayores, esa
instancia, gracias a un lento trabajo de diferenciación, logrará separar:
1) Un conjunto de objetos que reconoce como necesarios para satisfacer sus necesidades fisiológicas. El hecho de que tales
objetos, conforme a las necesidades naturales, siempre estén marcados culturalmente, no impide, que el objeto sea definido
por el yo como un objeto necesario que no debe faltar y, cosa más importante, como un objeto cuya apropiación forma
parte de un derecho tan natural como universal.

2) Dos soportes seguros para sus catectizaciones, a los cuales atribuye, con justicia, un mismo status. Para que el yo pueda
existir, es necesario que por lo menos un yo lo reconozca como marcado por ese índice de realidad que es el atributo mismo
de su existencia. Es necesario también que se preserve en la escena de la realidad por lo menos un yo que continúe
catectizándolo y al cual él continúe catectizando. Estamos en el registro de lo universalmente necesario para la preservación
del funcionamiento del yo. O también, en el registro de lo que he llamado el placer necesario.

3) Objetos y metas cuya presencia y realización debe continuar esperando, pues esa esperanza es una condición para la
catectización del proyecto identificatorio.

4) Objeto meta, cuya obtención es considerada por el yo como fuente de un placer que espera experimentar. Esperanza de
un futuro que podría aportarnos tal o cual placer, pero de un futuro que aceptamos continuar catectizando, aun cuando
estemos obligados a reconocer que las posibilidades de realización de esa «demasía» de placer no son seguras; que una
interdicción, una prohibición o la autonomía del deseo del otro puede tornarlo imposible.

La pérdida de los objetos «necesarios» pertenecientes a las categorías 1y 2 conduce a la muerte; cuando peligran los objetos
de la categoría 3 se define la psicosis, y cuando peligran los de la categoría 4 se define la neurosis y, más generalmente, la
economía psíquica de cada uno.

Vemos entonces que el yo separará:

a) objetos pertenecientes a la categoría de la necesidad. Podernos añadir que en este caso nos encontrarnos en un registro
que sigue siendo, o que debería seguir siendo, no conflictivo;

b) objetos necesarios para la esperanza de placer, condición misma del proyecto identificatorio;

c) objetos que sirven de apoyo a sus demandas, sus deseos, su esperanza de un placer posible, siempre fuente potencial de
conflictos porque dependen de la respuesta del otro, del juicio de ese otro sobre el derecho a ese placer y a esa demanda,
de sus prohibiciones, de sus negaciones.

Si esta operación de diferenciación y de repartición referente a los objetos ha podido hacerse y preservarse, en el momento
en que el yo, bajo otra forma y por medio de una demanda que ha cambiado de destinatario, se reformula un deseo de
placer que esta vez concierne con igual derecho al placer identificatorio, al placer del pensamiento y al placer del cuerpo el
yo, una vez hallado otro yo que formule a su respeto una demanda análoga, podrá establecer con él lo que llamo una
relación de simetría.

Con el término «relación simétrica» defino una relación en la cual:

l. cada uno de los dos yoes es para el yo del otro el objeto de una catectización privilegiada en el registro del placer; y
privilegiada no quiere decir exclusiva;

2. una relación en la cual cada uno de los dos yoes se revela ante el otro, y es reconocido por el otro, como fuente de un
placer privilegiado y también como detentador de un poder de sufrimiento igualmente privilegiado.

La relación de simetría se define por el sitio privilegiado que cada uno ocupa para el otro en el registro del placer, y por el
hecho de que cada uno atribuye al otro un mismo poder de placer y de sufrimiento. Esta, que une placer y sufrimiento,
define esencialmente lo que llamo «simetría».

La simetría no es la identidad sino exactamente una analogía, una reciprocidad en un poder afectivo del que ambos
participantes gozan recíprocamente. Para concluir diré que en la relación de simetría o de amor:
1) Cada uno de los dos yoes en presencia convierte al otro en el depositario privilegiado pero no exclusivo de sus demandas
de placer.

2) Cada uno de los dos yoes preserva al otro como soporte de su libido gracias a un representante psíquico del otro, y
gracias a la relación pensada en ese otro que fija la libido, y que le asegura su objeto durante la ausencia real del amado o
durante ciertos momentos de conflicto.

3) Cada uno de los dos yoes reconoce que el poder de placer siempre es proporcional al poder de sufrimiento; lo reconoce y
acepta los riesgos, sabiendo que son inseparables del placer que uno da, así como del que uno recibe. Esta reciprocidad, por
sutil que sea, limita la dependencia del amante con respecto al amado, y la torna compatible con esa parte de autonomía de
las catectizaciones narcisistas que el yo tiene la obligación de preservar.

4) Ese poder de placer y ese poder de sufrimiento explican la potencialidad conflictiva presente en toda relación de amor, y
también la posibilidad de pasar del amor a la agresión. Ello demuestra por qué toda relación amorosa implica esa fluctuación
entre los momentos en que el otro es fuente de placer, sexual y narcisista, y los momentos en que es fuente de sufrimiento.
De todas maneras, para que la catectización se preserve, será necesario que se establezca cierto equilibrio entre esas dos
vivencias.

5) Recuerdo finalmente que si el amor presupone que el otro sea un objeto privilegiado en el registro de las catectizaciones y
del placer, también exige que ese otro no se torne el destinatario exclusivo de la totalidad de las demandas.

CAPITULO 1: SUBLIMACION: ENTRE EL PLACER Y EL SUFRIMIENTO EN EL TRABAJO

La clínica del trabajo, Psicopatología del Trabajo, se desarrolló en Francia. Lo nuevo de esta clínica a partir de los años ’80,
consecutivamente a ciertos trabajos de investigación que resultan del encuentro entre el psicoanálisis y otra disciplina que se
llama ergonomía, que es una disciplina que se consagra específicamente a la cuestión del trabajo y en las relaciones entre el
trabajo y el ser humano. Más bien en las dimensiones fisiológicas, en el campo de lo que llamamos condiciones de trabajo.

Un debate comenzó en los años ’70 y de allí emergió la nueva clínica del trabajo. Al principio nos interesábamos solamente
por las patologías ocasionadas por las prescripciones en el trabajo. Pero poco a poco el campo se amplió, más allá de las
enfermedades mentales, para dedicarse a la investigación de los recursos psíquicos movilizados por los hombres y mujeres
que en su gran mayoría no se enferman a pesar de los efectos deletéreos de las restricciones del trabajo. Esta mayoría es la
que está dentro de la “normalidad”. La “normalidad” es la que se convierte en enigmática. ¿Cómo hacen para no
enfermarse? Es así como se descubrieron las estrategias de defensa contra el sufrimiento en el trabajo. Y en particular se
puso en evidencia la construcción de defensas del colectivo de trabajo. Estrategias colectivas de defensa que no se conocían
hasta ese momento en psicoanálisis. Estas estrategias de defensa son extraordinarias, muy numerosas, y se ajustan muy bien
a cada situación de trabajo.

Por la expansión progresiva de este campo de la clínica del trabajo, una nueva apelación fue propuesta en 1992 que es la
psicodinámica del trabajo. Para reunir todas estas investigaciones que van desde el sufrimiento al placer en el trabajo, desde
las patologías mentales al desarrollo de sí mismo por el trabajo. La psicodinámica del trabajo no es solamente una disciplina
clínica, también es una teoría centrada en el análisis de la etiología, es decir, de los procesos que causan la aparición del
sufrimiento tanto como en la formación del placer o de la salud en el trabajo. Una de las tesis principales de esta teoría se
formuló bajo el nombre de centralidad del trabajo para la subjetividad. Esta psicodinámica del trabajo se desarrolló sobre
todo gracias a la confrontación con otras disciplinas que no son el psicoanálisis. La medicina del trabajo, después, en un
segundo momento la sociología, sobre todo en las dos ramas: la sociología genética y la sociología de la división sexual del
trabajo, la sociología de género. Luego la confrontación se hizo con la antropología y luego con la filosofía. Una rama
proviene de la relación con la fenomenología. Y más recientemente, la psicodinámica del trabajo está en discusión con el
derecho, porque el derecho también debe evolucionar para integrar las nuevas cuestiones planteadas por la salud mental del
trabajo, que no preocupaba a los juristas hasta una época reciente. Y aún más recientemente se abrió una investigación
científica entre psicodinámica del trabajo y economía.
Esta discusión interdisciplinaria se realizó más o menos durante treinta años sin los psicoanalistas. Recién desde hace dos
años, las escuelas de psicoanálisis se abren a la cuestión del trabajo. Una de las vías posibles es examinar lo que la
psicodinámica del trabajo, podría aportar a la teoría de la sublimación en la etapa en que Freud la dejó.

El trabajo de concepción pasa como más noble que el de ejecución, que sería simple y vil. La distinción entre ambos no es
falsa, pero hay que subrayar que en realidad no existe trabajo de ejecución, si por este término queremos designar una
actividad organizada con una estricta obediencia a prescripciones formuladas por los ingenieros de concepción. Todos los
que trabajan giran alrededor del reglamento, no siguen las reglas. Nadie respeta las órdenes en ninguna parte. No solamente
por un gusto de resistencia, sino porque también las personas engañan o hacen trampa para hacer bien las cosas. Y esto es
porque en el trabajo concreto no se presenta nunca exactamente como lo prevén quienes lo conciben y lo organizan.
Siempre hay imprevistos, desperfectos, disfuncionamientos, incidentes, en todo trabajo. Lo que está prescripto es lo que
llamamos en ergonomía la tarea. La actividad es lo que hacen los trabajadores concretamente, y es diferente de la tarea.
Trabajar, en resumen, es ajustar constantemente, adaptar, hacer manualidades, rebuscárselas. Aquel que no sabe hacer
trampa o que no se anima, es un mal profesional. Porque aquel que se limita a la ejecución estricta de las prescripciones y de
las órdenes no hace otra cosa que lo que llamamos la “huelga de celo”, o “trabajo a reglamento”. Ninguna empresa, taller u
organización puede funcionar si las personas son obedientes y se limitan a la ejecución de los procedimientos oficiales. De
este enfoque del trabajo por medio de la ergonomía en la clínica del trabajo, aparece que el trabajo es lo que hay que
alimentar y agregar de uno mismo a las prescripciones para que funcionen. Este celo del que hablamos, no es otra cosa que
lo que llamamos el trabajo vivo. Ninguna organización puede privarse de él.

El trabajo vivo es un término que hemos repatriado en psicodinámica del trabajo, que había sido propuesto por Marx en sus
primeros trabajos de filosofía que estaban dedicados precisamente al estudio del trabajo. Lo que Marx decía sobre el trabajo
es que el trabajo es vivo, individual y subjetivo. Los tres términos son de Marx.

Entonces, de este enfoque por medio de la ergonomía y la clínica del trabajo, surge que el trabajo se presenta a nosotros
fundamentalmente como enigma. El trabajo no puede ser considerado como un entorno. La concepción del trabajo como
entorno, como decoración, como escenario, proviene de teorías muy diferentes a las nuestras que son sobre todo las que
dominan el mundo científico.

El trabajo no es un entorno, penetra la subjetividad hasta lo más profundo de uno mismo y es por eso que el conocimiento
del trabajo vivo es tan importante para el psicoanálisis. El trabajo vivo es lo que el sujeto debe agregar a las prescripciones
para llegar a los objetivos. Siempre hay incidentes y disfunciones. Frente a los acontecimientos inesperados, imprevistos, hay
muchas fuentes de disfuncionamiento en el trabajo ordinario, contraordenes que vienen de la jerarquía, perturbaciones que
provienen de demandas urgentes formuladas por terceros, la falla de los colegas con respecto a aquello a lo que se habían
comprometido. En las actividades de servicio, cada vez más numerosas, también es el desistimiento de último minuto. Todos
estas anomalías, estos imprevistos, es lo que llamamos lo real del trabajo. Lo real es lo que se da a conocer a quien trabaja
por su resistencia al control. Hay entonces una paradoja, es en el momento en que mi técnica no funciona más que entonces
justamente estoy frente a lo real. La experiencia de lo real del mundo se hace conocer primero a la manera de fracaso.
Trabajar es ante todo fracasar. Y es en ese momento en el que hay que volverse inteligente y desarrollar el trabajo vivo. Pero
la experiencia del fracaso es fundamentalmente una experiencia afectiva. Sorpresa, desagrado, molestia, irritación,
decepción, cólera, sentimiento de impotencia, desaliento. Todos estos sentimientos forman parte integrante del trabajo. Son
incluso la materia prima fundamental del conocimiento del mundo.

Entonces lo real del mundo se revela al sujeto que trabaja primero afectivamente. Por lo tanto, la experiencia subjetiva es
primera; antes de todo conocimiento del mundo está la subjetividad. La objetividad viene siempre en segundo lugar. Si
quitamos la subjetividad no puede haber nuevos conocimientos en el mundo. Por lo tanto no hay que dejar de lado la
subjetividad, por el contrario, hay que estudiarla. La experiencia de lo real es una experiencia afectiva, lo que quiere decir
por el contrario que aquel que es insuficientemente sensible, es inevitablemente torpe. Para encontrar afectivamente lo real
y entonces para conocer el mundo, hay que tener un cuerpo primero. Porque es con el cuerpo que se sienten los afectos.
Trabajar entonces es primeramente fracasar. Luego es mostrarse capaz de soportar el fracaso, tratar otros modos, volver a
fracasar, volver a la obra, no abandonarla; pensar en ella fuera del trabajo. Aceptar de alguna manera cierta invasión por la
preocupación de lo real y de su resistencia hasta dentro del espacio privado. Trabajar no es solamente fracasar, es también
ser capaz de resistir tanto tiempo como sea necesario para encontrar la solución permitiendo sobrepasar lo real.
En realidad esta resistencia al fracaso es el momento decisivo. Para encontrar la solución hay que improvisar de entrada una
verdadera intimidad con la resistencia de lo real, hacer cuerpo con lo real. Y podemos mostrar que el enigma de lo real que
se presenta en todo trabajo necesita primero ser apropiado por el cuerpo, encontrar la solución que conviene es imposible
sin formación previa de una familiaridad subjetiva y afectiva entre el cuerpo y lo real. Es lo que el filósofo Michel Henry
teorizó con el concepto de cuerpopriación del mundo. Ésta cuerpopriación no es solamente cognitiva. Lo esencial de su genio
se juega en el cuerpo a cuerpo con lo real. Al final de cuentas cada nueva configuración de lo real encontrada en el trabajo
obliga al trabajador a formar en sí mismo nuevas habilidades que no poseía antes. De manera, que el trabajo entendido
como trabajo de producción (poiesis en griego), para que sea un trabajo de calidad, convoca a la subjetividad hasta sus bases
más íntimas. Cada nueva vida es de hecho el resultado de una elaboración de la experiencia subjetiva del cuerpo relacionada
con lo real. Es el cuerpo que confiere a la inteligencia su genio. Así, el trabajo de producción (poiesis) se transforma, gracias a
la resistencia, en “exigencias de trabajo impuestas al psiquismo por sus relaciones con el cuerpo”. Es la definición de la
pulsión por Freud en 1915. En el léxico freudiano, llena, completa, con distintas ocurrencias del termino arbait, que quiere
decir trabajo, y arbaiten quiere decir trabajar. El trabajo poiesis implica en un segundo tiempo un trabajo de uno sobre uno,
que ya no es poiesis sino que es arbait en el sentido freudiano. En el segundo trabajo, de uno sobre uno, que de hecho es un
trabajo que nos obliga a modificar la relación que tenemos con nuestro propio cuerpo hasta el punto de poder habitar el
cuerpo de otra manera diferente de la que lo habitamos hasta ahora.

La poiesis, el trabajo de producción, exige de nosotros que desarrollemos nuevos registros de sensibilidad que no estaban allí
antes del trabajo. Esta transformación en la manera de habitar nuestro cuerpo pasa por la colonización de la subjetividad por
el trabajo, fuera del tiempo del trabajo. Y es un tiempo importante que marca justamente la modificación del cuerpo que
exige la formación de nuevas habilidades. El trabajo del sueño es el tiempo que, gracias a la regresión formal
permite la transformación del cuerpo subjetivo.

Incluso en las etapas más intelectuales, la inteligencia se basa en un conocimiento por el cuerpo. La manera en que el trabajo
corriente convoca a la subjetividad en el trabajador hábil, constituyen el primer nivel de la sublimación. Gracias al cual la
subjetividad puede hacer la experiencia extraordinaria del crecimiento de sí.

El trabajo, en efecto, implica en la mayoría de las situaciones comunes una relación con el otro. Trabajamos para alguien.

El trabajo implica también lo colectivo, cuando uno se centra en la cuestión de la cooperación. Y no la cooperación como
actividad. Existe siempre un desfasaje entre la organización del trabajo prescripto, lo que designamos con el nombre de
coordinación, y la organización efectiva del trabajo que llamamos cooperación. Entonces tenemos: tarea, actividad,
coordinación, cooperación. La cooperación es otra cosa, implica una reformulación consensual de la organización prescrita.
Ahora se trata de llegar a una interpretación compartida de las órdenes. Para esto aquellos que se esfuerzan por trabajar
juntos, en un colectivo o en un equipo, tienen que reformar las condiciones de las tareas, pero también las divisiones de las
órdenes, inventando reglas prácticas admitidas y respetadas por todos sobre la manera de hacer trampa con la coordinación.
Esto exige que se establezcan entre los que trabajan relaciones de confianza. Es la condición para que cada uno se atreva a
mostrar a los otros como trabaja, sin temer que el revelar sus engaños le juegue en contra. La cooperación se basa en una
actividad compleja de confrontación entre las diferentes maneras inteligentes de hacer trampa. Y es una confrontación
orientada hacia la búsqueda de acuerdos y consensos, de lo que es eficaz, de lo que es menos, de lo que está bien o lo que
está mal, lo que es justo o injusto. Es entonces una actividad de construcción, de acuerdo y luego de articulación de varios
acuerdos que llamamos reglas. Es una actividad de construcción de reglas sobre la manera de interpretar juntos las órdenes
de la prescripción.

Trabajar no es únicamente producir, también es vivir juntos. Las reglas de trabajo van siempre de la mano con un cierto
saber vivir y una cierta hospitalidad. A esta actividad de construcción de reglas que consume una gran parte de nuestro
tiempo, se pasa mucho tiempo discutiendo reglas. A esta actividad entonces se le da el nombre de actividad deóntica, es una
actividad que está antes de la deontología. La deontología es cuando estas reglas, inventadas en la actividad deóntica
común, ordinaria, pasan a ser una ley.

No hay colectivo de trabajo si no hay reglas que han sido inventadas por ese colectivo para organizar la actividad común. Si
no, no es un colectivo, es un grupo o una masa. Entonces la característica precisamente no es reconstruir reglas. La actividad
deóntica forma parte del trabajo común y conduce a diferenciaciones a veces muy marcadas entre los
equipos, entre los colectivos de trabajo y entre las escuelas. Para poder cooperar hay que correr riesgos. Particularmente el
de manifestarse, mostrar lo que uno hace y decir lo que uno piensa. Eso es correr riesgos. Y entonces por qué las personas
que trabajan consienten tomar riesgos en lugar de hacer su trabajo a reglamento, que sería más económico. Los que
participan en la actividad deóntica, en la vida del colectivo y de la vida en común, aportan de hecho una contribución mayor
a la cooperación, aportan a la contribución a la sociedad. Si se implican de esta manera, es porque a cambio de esta
contribución esperan una retribución.

La retribución que moviliza a la mayoría de los trabajadores no es la retribución material. La retribución esperada es ante
todo una retribución simbólica, y su forma principal es lo que llamamos el reconocimiento. Todo el sentido del término
reconocimiento tiene que ver con la gratitud por el servicio brindado, pero también en el sentido de juicio sobre la calidad
del trabajo realizado. El reconocimiento alcanza su dimensión simbólica solamente si es obtenido y si es conferido según
procedimientos cuyos criterios son muy precisos.

Existen dos formas de juicio en el reconocimiento. El primero es un juicio de utilidad, utilidad económica, social o técnica de
la contribución aportada por el trabajador a la organización del trabajo. Este juicio de utilidad es muy importante para el
sujeto porque es lo que le confiere un status en la organización para la que trabaja, y más allá de esto, un status en la
sociedad. El segundo es el juicio de belleza. Se enuncia siempre en términos estéticos: es un lindo trabajo, una bella obra,
una demostración elegante. El juicio de belleza connota primeramente la conformidad del trabajo cumplido con las reglas del
arte o con las reglas del oficio. Este juicio no puede ser vertido sino por otro que conoce al arte desde el interior. Su impacto
sobre la identidad es considerable. Reconocido por sus pares un trabajador accede a la pertenencia; pertenece a un equipo,
a un colectivo, a una comunidad.

La pertenencia es aquello a través de lo cual el trabajo permite conjurar la soledad. Existe un segundo aspecto de este juicio
de belleza que tiene que ver con el reconocimiento de los pares, que es la originalidad; que es aún más apreciado. Este
segundo juicio de belleza no es posible si uno no ha logrado primero el anterior. Otra observación sobre el reconocimiento:
lo que es esperado por el trabajador en su juicio de utilidad y belleza es que este juicio se refiera a la calidad de la prestación,
a la calidad del trabajo cumplido, no sobre mi persona. Lo que yo deseo es que reconozcan la calidad de mi hacer, y es en un
segundo tiempo cuando puedo -pero depende de mí- repatriar el juicio del registro del hacer hacia el registro del ser, o hacia
el registro de la identidad. El reconocimiento de esta manera tiene un impacto considerable sobre la salud.

Es gracias al reconocimiento que en una parte esencial el sufrimiento se transforma en placer en el trabajo. Estamos aquí
muy lejos del masoquismo, es decir del placer por la erotización del sufrimiento. El camino que pasa por el reconocimiento
es mucho más largo y no proviene de la co excitación sexual, depende del juicio del otro. El término enigmático de Freud
para calificar la sublimacióntoma con la psicodinámica del trabajo una significación precisa. Cito aquí a Freud: “es una cierta
especie de modificación del objetivo y de cambio del objeto, en la cual nuestra escala de valores sociales entra en línea de
cuenta y describimos con el nombre de sublimación.” La manera en que la escala de los valores sociales entra en línea de
cuenta en la sublimación parece pasar bien por ese juicio de reconocimiento por los otros. La psicodinámica del
reconocimiento del trabajo constituye el segundo nivel de la sublimación e introduce aquí una nueva dimensión; el éxito de
la sublimación depende en gran parte del juicio de los otros y la lealtad de los pares.

El primer nivel de la sublimación, el de la cuerpropiación, es estrictamente intrasubjetivo. Para nosotros y nuestros pacientes
la identidad al salir de la adolescencia es incierta, inacabada, inmadura. Por esto es que el trabajo, a través del segundo nivel
de sublimación, que es el reconocimiento, constituye en numerosos casos una segunda chance con respecto a la continuidad
de la identidad y de la salud mental.

El nuevo método, que juega el papel principal en esta evolución dramática, es la evaluación individualizada de las
performances. Esta evaluación individualizada de las performances asociada a otros dos métodos nuevos introduce en el
mundo del trabajo prácticas totalmente nuevas en las que finalmente cada uno ha llegado a manejarse por su cuenta. Hay
una competencia generalizada entre los asalariados, lo que conduce una paradoja; el éxito del colega se convierte en una
nueva forma de organización y en un peligro para mí. Además se ha introducido la deslealtad, y la gente es llevada a
consentir prácticas que sin embargo su sentido moral reprueba. Es la característica del mundo del trabajo actual. Cuando el
otro es víctima de acoso o de injusticia, yo aprendo a no moverme y a dejar hacer. Hay muchas otras prácticas que el sentido
moral reprueba y que tienen tendencia a generalizarse en el mundo del trabajo. Pero cuando aceptamos apoyar actos que
moralmente reprobamos no solamente nos traicionamos a nosotros, también hacemos la experiencia de la cobardía. Una
nueva forma de organización del trabajo nos lleva a convertirnos en personas cobardes, y al mismo tiempo, lo que hago
como experiencia es la traición de mí mismo, como si yo no supiera que no puedo hacer otra cosa. Comienza a partir de esta
situación el campo al que llamamos sufrimiento ético, es decir el sufrimiento que está específicamente en relación con la
experiencia de la traición de uno mismo. Al mismo tiempo que yo traiciono a los otros y a mí mismo, traiciono también el
ideal, traiciono los valores y cuestiono, desestabilizo, o corro el riesgo de desestabilizar lo que proviene de la relación con el
trabajo, la estima de sí mismo y también este famoso sistema de valores al que se refería Freud. Es un ataque que se
enfrenta con el amor propio, yo acepto consentir acciones que son deletéreas para el narcisismo y la base de la salud mental.

Entonces en la sublimación hay un tercer nivel que hay que tomar en cuenta. En la concepción de la sublimación para Freud,
el cambio de objeto y de objetivo de la pulsión, la renuncia a la satisfacción sexual de la pulsión desemboca en una actividad
que Freud dice que es socialmente valorizada. El primer nivel de la sublimación es la cuerpropiación. El segundo nivel de la
sublimación es el del reconocimiento por los otros, pero no constituye una garantía sobre la dimensión ética. Les dije sin
embargo que en el juicio de reconocimiento la dimensión de los valores sociales estaba implicada, es verdad. Pero los valores
que están en cuestión en el reconocimiento se refieren solamente a la actividad del trabajo, a la calidad del trabajo, la
utilidad del trabajo. Y puedo poner toda esta cooperación y beneficiarme con el reconocimiento de los otros en un trabajo
que está muy bien hecho. Puede ser un trabajo de calidad que sin embargo puede estar puesto al servicio de lo peor.

Los esfuerzos y el compromiso de la subjetividad, necesarios para obtener esta calidad de trabajo individual y colectivo,
provienen de la sublimación. Es el nivel de sublimación que encontramos en todos los trabajadores que tratan de hacer bien.
Es lo que podríamos llamar la sublimación común. Y sin esta no hay producción posible. Pero no es una garantía que esta
sublimación ordinaria esté puesta al servicio del bien. De allí el tercer nivel de la sublimación, que supone establecer ahora
un lado entre el trabajo ordinario y los valores del interés colectivo, de lo que llamamos el bien común, de lo que también
llamamos de manera un poco más refinada, la kultur, es decir el término cultura en alemán, que contiene dos dimensiones;
la cultura como actividad cultural pero también la civilización, es decir la civilidad y cierta calidad de vivir juntos. La cultura no
cae del cielo y el vivir juntos tampoco cae del cielo. Hay que inventarnos, re inventarnos y la cultura depende
fundamentalmente de la posibilidad de mantener un lazo entre el trabajo ordinario con los dos primeros niveles de
sublimación; el lazo entre el trabajo ordinario y la cultura. Si la cultura es aquello en lo que sedimentan las obras de los
hombres y de las mujeres con el objetivo de honrar la vida, entonces el lazo entre el trabajo ordinario y la cultura le da a la
sublimación un tercer nivel que describe, establece los valores relativos a la vida, la vida individual pero también la vida de la
civilización.

Hoy estamos en una situación trágica en la que el giro neoliberal rompe sistemáticamente la relación entre trabajo ordinario
y cultura. Antes las empresas estaban destinadas a producir un beneficio, pero la empresa también tenía que dar
justificaciones de lo que podía aportar a la sociedad, lo que podía aportar a la cultura y al desarrollo de la felicidad, con
ciertas reservas. Pero era una exigencia. Hasta hace algunos años era una exigencia que las empresas justifiquen hacia el
interior y hacia lo político que aportaba efectivamente algo al bien común. Con el giro neoliberal los dirigentes de empresas
rechazan la herencia de esta tradición, exigen que se rompa esta tradición y que se admita que la única razón de una
empresa es fabricar beneficio. Es un cambio histórico fundamental, y la ruptura entre trabajo ordinario y cultura se traduce
hoy en día por el crecimiento fantástico del sufrimiento en el trabajo y de las patologías de los trabajadores. El eslabón más
trágico es el del sufrimiento ético. Para muchos de nosotros es insoportable aportar su contribución en nombre del dinero a
actos que moralmente reprobamos. Corremos el riesgo de arruinar las bases éticas de la moralidad y es en razón del
sufrimiento ético que aparecen las nuevas patologías mentales y en particular el suicidio en el trabajo. El suicidio en el
trabajo está ligado al sufrimiento ético. Entonces esta cuestión de la sublimación, la que implica el mantenimiento del lazo
entre el trabajo ordinario y la cultura es lo que podríamos llamar la sublimación extraordinaria. Pero supone entonces que se
sostengan efectivamente los valores según los cuales el trabajo debería siempre ser puesto al servicio del crecimiento de la
subjetividad a nivel individual y del crecimiento de la cultura a nivel colectivo. La evolución que conocemos hoy en día no es
fatal, podemos hacerlo de otra manera. Principalmente por la siguiente razón: no podemos privarnos de la inteligencia de los
hombres y de las mujeres porque el trabajo es y seguirá siendo siempre el medio para producir riqueza. Es posible, a partir
de este dato sobre la sublimación volver a decir las cosas en términos un poco diferentes: los empleadores no pueden
privarse de la sublimación. La producción de los valores y del trabajo de calidad exige fundamentalmente la movilización de
los procesos que están en el origen en la sublimación. Es por
eso que tenemos un margen para negociar con los dirigentes y negociar con el estado, no hay ninguna fatalidad en la
evolución actual.

Clase 8 – 21/09/2020 Vejez


CAPÍTULO 2: LA PSICOGERONTOLOGÍA Y LOS VIEJOS FRENTE AL SIGLO XXI
EL VIEJISMO

Robert Butler, presidente de la Asociación Psicogeriatría Internacional, pronuncio un discurso sobre Envejecimiento. En este
trabajo, Butler nos enfrenta con el hecho de que estamos experimentando una revolución histórica permanente en lo
concerniente a la longevidad, cuestión que nos plantea cinco grandes interrogantes: 1. ¿Podremos hacer frente al creciente
número de personas mayores? 2. El envejecimiento poblacional ¿traerá aparejado el estancamiento de la sociedad y de la
economía? 3. El envejecimiento poblacional ¿promoverá conflictos entre las generaciones? 4. El creciente número de
personas mayores ¿controlara y se convertirá en la clase gobernante, una elite de poder o gerontocracia? 5. ¿en qué medida
el viejísimo, sus variaciones y vericuetos están influyendo el pensamiento social, en lo referente al envejecimiento
poblacional? Estos son los que él llama los cinco desafíos y se dedica en dicho artículo a desarrollarlos.

Eduard Palmore, uno de los investigadores más importantes del campo gerontológico, en la introducción de uno de sus libros
dice: “Durante mis 26 años en la gerontología he sido afortunado por tener el tiempo para escribir números artículos y libros
sobre diferentes aspectos del envejecimiento. Pero como me voy acercando a mis propios años dorados he empezado a
pensar que hay un aspecto del envejecimiento en nuestra sociedad que es más importante que todos los demás: el
viejísimo”. En base a esto, Salvarezza plantea que piensa exactamente lo mismo y cree que debemos estar muy atentos a su
emergencia porque requiere de nosotros una actitud activa. Esto es algo activo que está permanentemente dentro del
cuerpo social y que requiere una actitud especialmente beligerante ara luchar contra este flagelo. Volviendo a Butler, este
define al viejísimo de la siguiente manera: “El viejísimo, el prejuicio de un grupo contra otro, se aplica principalmente al
prejuicio de la gente joven hacia la gente vieja. Subyace al viejísimo el espantoso miedo y pavor a envejecer, y por lo tanto el
deseo de distanciarnos de las personas mayores que constituyen un retrato posible de nosotros mismos en el futuro. Vemos
a los jóvenes temiendo envejecer y a los viejos envidiando a la juventud. El viejísimo no solo disminuye la condición de las
personas mayores, sino la de todas las personas en su conjunto. Por último, por detrás del viejísimo encontramos un
narcisismo corrosivo, la incapacidad de aceptar nuestro destino futuro, Estamos enamorados de nosotros mismos jóvenes.
La preocupación narcisista hacia nuestro propio envejecimiento y muerte, y, quizás (siguiendo a Freud), la incapacidad del
inconsciente para aceptar la muerte, dificulta la capacidad de enfrentar los cincos temas a los que hice referencia al
principio”.

A pesar de que los estereotipos en los cuales se basa el viejísimo son fácilmente desmontables, hay que reconocer que están
arraigados en vastos estratos de la población y que tienen un accionar nefasto sobre los viejos al impedir el reconocimiento
de sus desarrollos, diferencias y capacidades individuales, y que, al tomar solamente algunos aspectos parciales, permiten
ocultar la conducta social viejista que los determina.

CAPACITACIÓN

La mejor forma de combatir al viejísimo es el esclarecimiento y la capacitación, pero haciendo la salvedad que esto apunta a
sólo a una de las dimensiones del viejísimo, a la psicológica o actitudinal individual, es decir, a un nivel micro. Esto debe ser
completado con programas de carácter macro, es decir que involucren a la mayor cantidad de actores sociales intervinientes.

Como dice Butler dice “todos tenemos la responsabilidad en educar al público en los aspectos emocionales, psiquiátricos y
psicológicos de la vejez”. Hay que mostrar y alentar, no solo a las personas que están en contacto directo con los viejos, sino
también a ellos mismos, sobre cuál es la naturaleza de sus deseos y necesidades.

Pensando la capacitación desde el campo de la psicología, se han conjugado dos hechos importantes:

a. La gerontología se comenzó a perfilar como un campo interdisciplinario de estudio de la vejez, donde la misma deja de
considerarse como un mero acontecer biológico para ser entendida multicausalmente en los distintos factores que la
condicionan y que, por lo tanto, no es solo dominio de la medicina sino que esta se interrelaciona además con los aportes de
la psicología y de la sociología.
b. La creación dentro de las carreras de Psicología de cátedras relacionadas con la vejez, plantea un problema importante
que es el rol que se espera del psicólogo en la salud pública y, más especialmente, en la salud mental de la población
vieja.

Una formación universitaria centrada en la patología, tanto en medicina como en psicología, lleva necesariamente a que en
la práctica esperemos a que la gente enferme para curarla, en lugar de evitar la enfermedad y promover un mejor nivel de la
salud.

Bleger decía que la función social del psicólogo clínico no debe ser solamente la terapia, sino la salud pública y, dentro de
ella, la higiene mental. El psicólogo debe intervenir intensamente en todos los aspectos y problemas concernientes a la
psicohigiene y no esperar que la gente enferme para recién poder intervenir. Actualmente ya no pensamos tan solo en la
enfermedad o en su profilaxis, sino también en la promoción de un mayor equilibrio, de un mejor nivel de salud en la
población. De esta manera ya no interesa solamente la ausencia de enfermedad, sino el desarrollo pleno de los individuos y
de la comunidad total. El énfasis se traslada así de la enfermedad a la salud, y, con ello, a la atención de la vida cotidiana de
los seres humanos.

En los últimos años, se ha abierto un vasto campo laboral ligado a la psicogerontología y que es la instalación de geriátricos.
Poco a poco los psicólogos fueron incluidos, a veces, sin una clara definición de su rol y sin demasiado conocimiento del
objeto de trabajo.
Desde esta perspectiva, Iacub señala que “la inserción del psicólogo en este campo tendría dos objetivos: 1ª el provocar
cambios en la subjetividad de los internos, en tanto estos son considerados aun como sujetos deseantes. 2ª su
atravesamiento institucional, ya que a menudo el primer tropiezo con el que se enfrentan los psicólogos son la escucha de
las quejas ligadas a la misma.

El psicólogo debe saber que siempre el motivo de una consulta, institucional o privada, no es el problema, sino un síntoma
del mismo. La presencia de los psicólogos para los viejos será parte de un espacio a construir; desde el mismo habrá que
empezar a recuperar una demanda más ligada a lo institucional y que desnudara la verdad de la realidad del problema.

LA INTERDISCIPLINA

Ninguna de las profesiones involucradas en la gerontología tiene el bagaje de recursos necesarios y suficientes para atender
a la creciente complejidad de los problemas que afectan a los pacientes viejos. Nace la noción del equipo interdisciplinario y
se introduce en estos ámbitos institucionales, pero su conformación y efectividad no es suficiente para responder a las
necesidades que determinan su creación.

A pesar de reconocer la necesidad del funcionamiento conjunto, los profesionales que participan en los equipos de marras
abrigan sin embargo actitudes ambivalentes en cuanto a sus méritos y ni siquiera concuerdan en una definición aceptable
del concepto de trabajo interdisciplinario. Todos los miembros del equipo deberían estar dispuestos a delegar parte de su
status y autoridad en aras de la solución de los problemas en que trabajan. Muchos piensan que al mezclar los roles
profesionales se corre el riesgo de diluir y escamotear la efectividad o el impacto que cada profesión puede ejercer
separadamente.

Uno de los mayores impedimentos para el trabajo interdisciplinario es el modelo tradicional de formación universitaria, por
el cual cada disciplina educa sus cuadros profesionales por separado. A medida que se multiplican las áreas de
especialización profesional, la comunicación entre los que ejercen tales disciplinas se torna más difícil. Hay que superar los
compartimientos estancos de las terminologías que esas disciplinar utilizan, y creo que la cooperación interdisciplinaria se
torna imperativa para establecer una semántica común. A medida que aumentan las especializaciones profesionales, los
límites entre sus esferas de información y competencia son cada vez menos nítido y terminan yuxtaponiéndose e invadiese
mutuamente.

Una consecuencia directa de esto es el establecimiento de un modelo particular de interdisciplina en el cual todos hablan de
todos y donde todos creen que saben todo. En ese enjambre el psicólogo no tiene claro cuál es su rol específico dentro de
los equipos. Sin formación especializada en su carrera de grado tiene que recurrir a los aportes de las ciencias biológicas y
sociales acerca de la vejez.

LA SOLIDARIDAD

La promoción de la salud y la prevención de la enfermedad no conciernen solamente al individuo sino que también es
materia del sector público. Es responsabilidad del gobierno asegurar el empleo interviniendo en la regulación del mercado de
trabajo. La historia laboral contribuye dramáticamente al carácter y a la calidad de vida en la vejez. La sociedad debe estar
permanentemente sensibilizada hacia aquellos de sus integrantes que son vulnerables, que están en riesgo, discapacitados y
esto incluye a los viejos. La sociedad debe ocuparse de ellos. El concepto occidental de contrato social incluye el desarrollo
de cadenas de seguridad social que nos protejan así vamos envejeciendo.

No hay que ver a los viejos solamente como una población que es una carga para la sociedad sino que es también una fuerza
independiente y positiva dentro de las familias, de la comunidad y de la nación. En tanto las sociedades van envejeciendo y la
mediana edad se alarga, es necesario desarrollar nuevos métodos de educación permanente para asegurar la continuidad de
la productividad personal y de la sociedad.

Solemos llamar a los viejos el sector pasivo y que esta mantenido sobre las espaldas del sector activo, es decir, sobre los
trabajadores más jóvenes. Ahora bien, el aumentar desproporcionadamente el número de viejos con respecto a la población
total, el costo del mantenimiento para el sector productivo será cada vez más alto y menos trabajadores tendrán que
hacerse cargo de más viejos.

La solidaridad será una virtud que se va perdiendo, no por una falta de voluntad para ejercerla, sino por fala de recurso para
hacerla efectiva. Nos guste o no, la responsabilidad se está transfiriendo del sector público al privado y se le exige cada vez
más, al individuo, que sea el artífice de su destino, sin importar el precio que deba pagar por ello.

LA FAMILIA

Ante este inevitable pasaje de lo público a lo privado se intenta una última y retorica solución, que es la de apelar a que la
familia se haga cargo dentro de sí del soporte total del viejo. Al invocar a la familia se lo hace desde una visión parcial e
idealizada de la misma, sin tener en cuenta la realidad sobre la cual está asentada. En nuestra sociedad, la matriz donde se
establecen los modelos de las relaciones interpersonales de amor y poder es y seguirá siéndola familia y, por eso, creo que
es necesario conocer la verdadera realidad de esta institución social y no quedarnos con la visión parcial e idealizada que
nuestros sistemas ideológicos educativos pretenden mostrarnos. Ralph Linton nos dice que es indudable que la familia sigue
siendo el mejor organismo para el cuidado y, sobre todo, para la socialización del niño, pero nosotros sabemos que en la
socialización funcionan juntas y en proporciones variables.

Hay facetas de la vida familiar que son sistemáticamente ignoradas y estas son todas aquellas relacionadas con la circulación
de la agresividad dentro del sistema familiar. Tratamos de convencernos que dentro de la familia todo es bueno. Los viejos
describen las relaciones familiares en formas más positiva que los jóvenes, mientras que estos manifiestan más rápidamente
los conflictos. Los padres tienden a manifestar que las relaciones son buenas en tanto que los hijos ponen de manifiesto los
cambios negativos que ocurren. Es conocido en el tema de la violencia familiar la resistencia que tienen los viejos para
denunciar los maltratos que reciben dentro de sus familias, por temor o vergüenza y cuando lo hacen no son tomados en
cuenta por considerar que son cosas de viejo.
LA BIOMEDICALIZACION

La biomedicalización del envejecimiento, de la vejez y más aun de toda la vida; esto es a la enorme injerencia que las ciencias
médicas van teniendo en todos los estrados de la sociedad.

A partir de la década del 60, la psicología comenzó a desarrollarse enormemente, sobre todo al incorporar conocimientos
extraídos especialmente del psicoanálisis y que permitieron comenzar a explicar gran parte de las conductas humanas.

Consecuentemente con las explicaciones, se propusieron las terapias de raíz psicológica y este tipo de tratamiento se
popularizo y extendió rápidamente, en algunos lugares más que en otros, pero nadie quedo fuera de esto. El campo de la
medicina se vio invadido, cuestionado y su capacidad de dar respuesta a una gran variedad de patologías se puso en
entredicho. Pero además, apareció un gran perjudicado que fue la industria farmacológica. Cuando este tomo conciencia de
los que estaba sucediendo recurrió a armar su estrategia de marketing para recuperar el terreno perdido a manos de la
psicología. Esta estrategia comenzó a crear enfermos y consecuentemente a proponer cada vez más remedios para curarlos.
Al mismo tiempo fue haciendo presión sobre los círculos académicos para que presentaran problemas de orígenes
psicológicos o sociales desde una perspectiva estrictamente biológica y con curación estrictamente medicamentosa.

Finalmente, Butler hace referencia a la famosa apuesta de Pascal. Éste decía que era prudente asumir la existencia de Dios
porque, de esa manera, había muy poco que perder con esa asunción; si existía, no teníamos problemas con él y si no existía,
no pasaba nada. Butler dice que es prudente asumir que no tenemos mucha vida por delante para vivir y que tenemos
mucho que perder si no usamos el tiempo que no queda sabiamente. Es decir, que hay que prepararse.

El empoderamiento tiene una importancia funda-mental en el incremento del bienestar y la calidad de vida en la vejez. Sin
embargo, múltiples aspectos propician, por el contrario, procesos de pérdida de poder, así como de las posibilidades de
tomar decisiones y de resolver los problemas que los involucran.

El término empoderamiento tuvo repercusión en el siglo pasado para describir un proceso de cambio político de diversos
grupos sociales que reclamaban un mayor espacio de decisiones y reconocimiento social.

El término se caracteriza por buscar el incremento de la autonomía y del autoconcepto, posibilitando de esta manera el
mayor ejercicio de roles, funciones y derechos que pudieron haberse perdido o que quizá nunca fueron posibles. La situación
de la vejez, en relación con los usos del poder, ha sido variable en la historia occidental.

En la actualidad encontramos valoraciones múltiples aun cuando existan parámetros preeminentes. La representación del
envejecimiento se encuentra fuertemente negativizada, y se asocia a una visión biológica de decrecimiento que reduce una
perspectiva más amplia y compleja acerca de la identidad de los adultos mayores y con pocos valores positivos que la
cualifiquen.

Butler (1969) construye el término viejismo1 a fin de presentar las creencias negativas sobre el envejecimiento como una
suma de prejuicios derivados de dificultades psicológicas y sociales en la aceptación del paso del tiempo y la muerte,
introduciendo con ello un giro político en la temática, ya que no solía concebirse entre los clásicos grupos discriminados.

Levy y Banaji (2004) profundizan en este concepto, al que denominarán “viejismo implícito”, ya que marcan el particular
modo de segregación que se extiende sobre tal población. La referencia a lo implícito del término, aun sin ser nueva en las
investigaciones sobre prejuicios, pone en evidencia una particularidad de este prejuicio: no existe un repudio explícito al
conjunto de los ancianos o a la vejez, como sí existe por cuestiones religiosas, raciales y étnicas. Por el contrario, las
manifestaciones explícitas y las sanciones sociales en contra de ciertas actitudes y creencias negativas acerca de los más
ancianos suelen estar ausentes o si se presentan es bajo el tamiz de la protección y el cuidado.

En este contexto, la ausencia de un odio intenso y explícito hacia los ancianos, por un lado, y una amplia aceptación de
sentimientos y creencias negativas por el otro, produce que el rol de las actitudes y conocimientos implícitos acerca de la
edad se torne especialmente importante.
Estos mismos sentimientos y creencias suelen aparecer en los adultos mayores y hace más complejo su articulación como
grupo que represente sus propias demandas y defienda sus intereses y valoración social.

Thursz (1995) considera: “El concepto de empoderamiento está basado en la convicción de que debería haber una fuerza
alternativa contra los mitos populares de dependencia sobre las personas mayores”.

LAS IDENTIDADES Y EL USO DE PODER

La identidad se estructura con base en discursos que promueven criterios de edad, género, roles y posiciones, los cuales sin
duda alguna funcionan como ordenadores sociales.

Toda sociedad debe, para constituirse como tal, controlar y manejar al otro, someter su voluntad, con base en presupuestos
que legitiman ese espacio social.

Foucault (1993) propone una lectura del poder entendida como una malla que estructura cada una de las relaciones
humanas, ubicando rangos y jerarquías, atribuyendo significados a los hechos y a los sujetos, incidiendo muy
particularmente en los individuos y en sus identidades socialmente construidas.
El modelo disciplinar se asienta en la vigilancia y el control del comportamiento basados en cierta norma social y en los
discursos aceptados.

Estas políticas conforman modelos de identidad, incluso cuando resulten muchas veces invisibles, sostenidas en el sentido
común; es decir, aquel que suele mantenerse inexpresado como si fuese la realidad misma.

SIGNIFICADOS Y DIMENSIONES DEL EMPODERAMIENTO

La palabra “empoderamiento” es una traducción del inglés empowerment. La palabra inglesa viene delverbo to empower
que significa: autorizar, habilitar, facultar, mientras que empowerment aparece como un neologismo utilizado para ciertos
grupos sociales que buscan asumir poder y control sobre sus decisiones. Por ello, el término ha sido significado como
potenciación, apoderamiento o atribución de poder. Cowger (1994) señala que el empoderamiento se alcanza cuando el
cliente logra elegir por sí mismo tener más control sobre sus problemas y su vida. Sykes (1995) destaca el objetivo positivo
implicado en el término alusivo al sentido de autonomía, sensación de control y satisfacción que alberga el sentirse con
poder.

Esta suma de significados se sintetiza en dos aspectos centrales. Por un lado, mejorar la capacidad para el poder y para la
apropiación del mismo; y por otro lado, en la modificación de la representación de un sujeto y en el efecto que aquél tiene en
el autoconcepto.

En términos políticos, es un nuevo modelo de confrontación social basado en el potenciamiento de grupos que carecían de
poder, promoviendo la revisión y transformación de los códigos culturales y de nuevas prácticas sociales, propias de
sociedades multiculturales.

Por ello, empoderar implica deconstruir un discurso para volverlo a conformar desde otra ideología y, fundamentalmente,
intentando que aquello que era marginal se vuelva central.

Hartsock (1990) sostiene que frente a ciertos discursos hegemónicos que sitúan el poder de de-terminadas maneras, hay una
contrapartida que es el modo generativo, definido como la capacidad que tienen algunas personas para estimular la actividad
de otras y elevar su estado de ánimo, o como la manera de resistir y encontrar una salida distinta al malestar. Kelly (1992)
considera: “el término ’empoderamiento’ se refiere a este ‘poder para’ y que se logra aumentando la capacidad de una
persona para cuestionar y resistirse al ‘poder sobre’”.

El empoderamiento implica un proceso de reconstrucción de las identidades, que supone la atribución de un poder, de una
sensación de mayor capacidad y competencia para promover cambios en lo personal y en lo social. Esta toma de conciencia
de sus propios intereses y de cómo éstos se relacionan con los intereses de otros produce una representación nueva de sí y
genera una dimensión de un colectivo con determinadas demandas comunes.

En tal concepción ampliada del empoderamiento, cabe observar tres dimensiones:


1. Personal: supone el desarrollo de la confianza y la capacidad individual, así como deshacer los efectos de la opresión
interiorizada. Para ello resulta necesario tomar conciencia de las dinámicas del poder que operan en el contexto vital y
promover habilidades y la capacidad para lograr un mayor control sobre sí.

2. Relaciones próximas: se refiere al desarrollo de la capacidad para negociar e influir en la naturaleza de la relación y de las
decisiones que se toman dentro de ella.

3. Colectiva: implica el trabajo conjunto para lograr un impacto más amplio del que podrían haber alcanzado individualmente.
En este sentido, Dabas y Najmanovich (1995) utilizan la noción de “restitución comunitaria” en tanto implica un acto político
en que se produce sociedad y se construye una comunidad con la capacidad para brindar sostén, potenciación y resolución
de problemas.

Por último, la base ideológica es uno de los ejes centrales de la posibilidad de empoderamiento, ya que permite que el sujeto
se considere desde un sistema de ideas distinto y sea una de las piezas que permitan su transformación identitaria.

REPRESENTACIONES NEGATIVAS DE LA VEJEZ Y SU RELACION CON EL DESEMPODERAMIENTO

El proceso de confrontación con diversos estereotipos sociales negativos mina lenta y progresivamente la consideración que
los mayores tienen de sí mismos, ya que se les identifica con las debilidades intelectual y física, con la improductividad y la
discapacidad sexual, entre otras atribuciones negativas, limitando con ello su autonomía y autoconcepto.

Incluso aquellos que tienen expectativas positivas sobre su proceso de envejecimiento parecen ser vulnerables a la amenaza
de los estereotipos cuando sienten que corren el riesgo de confirmar un estereotipo negativo existente acerca de su grupo
(Steele, 1997). El efecto es un incremento de ansiedad y amenaza al yo, lo cual puede interferir con la ejecución de tareas
intelectuales y motoras.

La preocupación de ser considerado como parte de un grupo estereotipado negativamente, con la consiguiente sensación de
denigración y rechazo social, desplaza la atención de la tarea y puede obstaculizar su ejecución.

Las experiencias científicas muestran que los estereotipos negativos hacia la vejez, en las personas mayores, generan una
sensación de “amenaza” a la integridad personal.

La explicación de estos déficits se encuentra en que las personas, al suponer que su rendimiento no será bueno, elaboran
estrategias de evitación de un posible enfrentamiento que podría ser vivido como traumático o simplemente porque
responden a profecías sociales que suponen que los mayores ya no pueden, no deben, etcétera.

Las experiencias de dominio o fracaso que resultan de estos mecanismos pueden tener consecuencias para la autoeficacia, ya
que resulta necesaria la creencia en las propias capacidades para alcanzar con éxito un determinado logro.

Una de las preocupaciones actuales que más seriamente limitan la autonomía y la baja autoestima es la sensación de menor
eficacia en relación con la memoria.

La baja autoeficacia respecto a la memoria generaría menor persistencia, un escaso uso de estrategias anémicas y con mayor
probabilidad de distracción por las preocupaciones asociadas a un desempeño deficiente.

Levy, Hausdorff, Hencke y Wei (2000) mostraron que los adultos mayores expuestos ante estereotipos subliminales negativos
sobre la vejez aumentaban la respuesta cardiovascular.

Otra serie de investigaciones hicieron énfasis en los efectos que tiene el valor social atribuido a los ancianos: los roles, los
propósitos vitales y el sentido de crecimiento personal y de metas y objetivos personales.

El reconocimiento de valor y utilidad social incide en un mejor nivel de funcionamiento psicológico y de la calidad de vida así
como disminuye el riesgo de mortalidad o puede constituirse en un indicador de un envejecimiento exitoso.

Una serie de investigaciones articularon el sentirse necesitados y útiles con la calidad y cantidad de

vida. EMPODERAMIENTO, ORGANIZACIONES Y REDES SOCIALES

La integración y la participación comunitarias han sido consideradas entre los factores que tienen mayor impacto sobre los
niveles de calidad de vida en la vejez. Al respecto, en un estudio realizado en la ciudad de Mar del Plata se constató que los
adultos mayores consideraban que el disponer de buenas relaciones familiares y sociales era un aspecto de gran relevancia
para la calidad de vida en la vejez. Los hallazgos de otro estudio desarrollado en la misma ciudad mostraron que los adultos
mayores que poseían niveles de participación, integración y apoyo informal más elevados presentaban las mayores
puntuaciones en satisfacción vital.

La formación de redes, la participación en variadas organizaciones y la integración comunitaria tienen estrecha relación con
procesos de empoderamiento en los adultos mayores. La participación organizada aumenta las posibilidades de resolver los
problemas que los involucran, de tomar decisiones y de mejorar sus condiciones de vida.

En la actualidad existen múltiples grupos y redes de personas de edad tanto a nivel nacional como internacional.

La creación, el sostenimiento y la participación en estas redes son a la vez causa y consecuencia del empoderamiento de los
propios adultos mayores, en los que amplían su capacidad de participación política y social y los proyectan como grupo de
presión y de poder.

CONCLUSIONES
El empoderamiento resulta, por un lado, impreciso por su amplitud para determinar cuáles son los elementos que resultan
efectivamente contenidos en su definición; pero, por otra parte, resulta central poder destacar la incidencia que tienen los
prejuicios y estereotipos sociales sobre determinados grupos aminorados socialmente, en la disposición de poder sobre sí, en
la posibilidad de darse su propia norma (autónomos) y en el reconocimiento de la capacidad para seguir disponiendo de su
vida.

Reconocer estos dos aspectos, autonomía y autoconcepto, como ejes del empoderamiento resulta de la interacción que
existe entre ambos términos.

En este sentido, el sujeto no es un ente pasivo, sino que es el motor de cambio a los modelos que sobre él se plantean. En la
medida en que el sujeto toma consciencia de su padecimiento, en cuanto objeto de una determinada concepción de la
realidad, puede volverse capaz de subvertir el orden que lo victimizaba.

El sujeto es a la vez una construcción y un agente social. La construcción de las posiciones implica al sujeto como un agente,
con una multiplicidad de representaciones ideológicas contradictorias y posiciones frente a las cuales éste debe negociar el
reconocimiento de su identidad. Siendo de notar cómo el mismo proceso que construye sujetos dominados, establece sujetos
que resisten, y como los efectos nocivos relativos a los estereotipos sobre la vejez pueden modificarse en contextos que
promuevan representaciones más positivas sobre los mismos.

Clase 10 – 05/10/2020 Desarrollo y salud


mental

CAPITULO 1: EL CONOCIMIENTO DEL SUFRIMIENTO MENTAL


La vida psíquica ha sido, desde los filósofos griegos en adelante, objeto de interés tanto para el pensamiento filosófico como
para la opinión de pensadores, poetas, literatos y aun para el común de los hombres.

Es habitual escuchar cotidianamente que no se le niega a nadie el derecho a responder acerca de cómo somos. Y, por
supuesto, cuando se quiere opinar sobre qué es nuestra vida psíquica, no puede dejarse de valorar nuestros actos, el modo
de pensar, las maneras de significar los acontecimientos de la vida personal y social, nuestra relación con las prescripciones
morales y el ajuste de nuestra conducta a principios éticos, es decir, la relación con nuestros semejantes. Pero, formalmente
no se desarrolló hasta el siglo XVIII una disciplina específica sobre los procesos mentales y el comportamiento humano
registrado como acontecer propio de la existencia del hombre en el mundo.

Por cierto, la Filosofía, no dejó nunca de ocuparse de los principios morales, de la conducta ajustada a reglas éticas, de las
normas que deben regular nuestra relación en la comunidad y en la sociedad. Si seguimos la propuesta de Auguste Comte
(1798-1857) de dividir la historia de la humanidad en un primer período teológico o mítico, un segundo metafísico y un
tercero científico, en el cual, según deseaba Auguste Comte, dominaría la razón en nuestro conocimiento y explicación del
mundo, incluida la vida social, debemos observar que a cada uno de estos períodos se correspondieron diferentes repuestas
acerca de la vida psíquica, ya que sin duda estuvieron determinadas por los valores y significados dominantes en cada época
y en cada cultura.

Contrariando al fundador del positivismo moderno y su propuesta de los tres períodos, que imaginaba se superaban uno al
otro como forma del entendimiento y desarrollo de la razón, digamos que tanto lo teológico, mágico, mítico, los
interrogantes y las repuestas de la metafísica y aun las propuestas del positivismo, en ciencia y también en la filosofía y en la
cultura, tienden a coexistir en nuestro presente. Sin duda varía la dominancia de cada una, pero la intención de conocer y
explicar la vida psíquica, y también la vida y el funcionamiento de la sociedad, sigue respondiendo a perspectivas religiosas,
continua motivando a la filosofía en la reflexión ontológica y la perspectiva de la ciencia, que ya no es el positivismo de
Auguste Comte; lo cierto es que todos los interrogantes abiertos están en debate, en tanto intención del dominio de la razón
objetiva, para dar cuenta de la vida individual y el devenir de la humanidad.

Esta síntesis sobre un pensamiento de la vida psíquica puede aplicarse al sufrimiento mental que es parte de la existencia
humana.

Sin embargo, como ya dijimos, no hubo una disciplina formal que se ocupara de esta dimensión central de la existencia.

Aún en la actualidad, tanto la vida psíquica como el sufrimiento mental siguen siendo tema de interrogación, reciben
diferentes repuestas, ninguna de ellas supera o logra anular a las otras. Está implantada la idea de que diferentes disciplinas
están legitimadas para elaborar sus propias interpretaciones sobre el sufrimiento mental, pero estas disciplinas no agotan las
interpretaciones, el debate, dado que las interpretaciones se acompañan con actos concretos de formas de intervención
sobre quienes sufren, los interrogantes planteados siguen abiertos: el desafío abierto al conocimiento racional y científico en
nuestra cultura sobre qué es el sufrimiento mental, quiénes deben ocuparse de explicarlo y atenderlo y cómo, bajo qué
criterios deben ser tratados los individuos que lo padecen.

QUÉ CONSIDERAMOS CONOCIMIENTO RACIONAL Y CIENTÍFICO

Aquello que consideramos conocimiento científico se basa en la razón, es decir, pertenece a los modos de pensar racional.
Pero la razón es más amplia que la aplicada a la ciencia, también son pensamientos y conocimiento basado en la razón los de
la Filosofía. En primer lugar, el conocimiento científico se basa en descripciones de los hechos o fenómenos que estudia, a la
vez que establece explicaciones acerca de los mismos, estas explicaciones contienen la verdad de lo que la teoría explica y
enuncia, y su valor es universal, es decir, aplicable a todos los fenómenos o hechos iguales. Esto hace que la teoría, además
del valor universal de la verdad de sus explicaciones, sea a la vez predictiva: ante los mismos hechos cabe esperar igual
comportamiento y resultado. La construcción de la explicación requiere de un método, que está ligado a la teoría (las
hipótesis acerca del hecho o fenómeno que formula la teoría definen el método adecuado para la meta del conocimiento
explicativo). El conocimiento explicativo debe dar cuenta de la lógica de la relación entre teoría (hipótesis formuladas), el
método seguido
para conocer y la explicación construida. El conocimiento es científico si puede explicar con método y lógica en su teoría las
causas del fenómeno o hecho que investiga.

A lo largo del siglo XX diversas filosofías de la ciencia han enfatizado el concepto de "ruptura epistemológica" en la fundación
de un campo científico, es decir, el pasaje de un saber, que se considera pre-científico o ideológico, a una estructura teórica
formalizada. Althusser sostenía que las ciencias se fundan siempre en base a esa ruptura con algún saber previo, que
justamente al fundarse como ciencia logran hacer evidente el pasado ideológico de ese saber.

Algunos filósofos de la ciencia en el siglo XX, han considerado a Auguste Comte como el primer sociólogo, en tanto se
propone aplicar un método positivo al conocimiento del hombre y la sociedad: la sociedad y el individuo tomados como
''objetos" del conocimiento científico. Esto se justificaría dado que de algún modo, formula una epistemología que propone
legitimar el estudio científico, con basamento naturalista, del ser humano, individual y socialmente. El objetivo central de la
"nueva ciencia positiva" es el análisis de los hechos reales verificados por la experiencia, lo cual estrictamente no resulta un
empirismo. Se puede sintetizar lo que define como requisitos de la ciencia positiva:
l. Exige un monismo metodológico, es decir, el método debe reunir los mismos criterios para todas las ciencias, incluidas las
del individuo y la sociedad.

2. el modelo de todas las ciencias es el de las ciencias naturales, las más avanzadas y que tienen definido un método racional
y lógico.

3. la explicación de los hechos reales y los fenómenos requiere descubrir su causa, solo es esta legítima, como racional y
científica la explicación lograda.

4. las leyes de toda ciencia deben ser generales y universales para que el conocimiento producido se considere científico, es
decir, el conocimiento no es científico si se refiere a un caso particular no generalizable.

5. la función de la razón para el conocimiento es instrumental, es quien guía el proceso de

conocimiento. 6. el método general debe ser inductivo, basado en pruebas documentales.

7. la Sociología debe considerarse una ciencia, pasible de ser estudiada con el método de las ciencias naturales, o sea, basada
en datos empíricos, para lo cual debe separarse de la filosofía, con la cual no tendría ninguna relación al considerarse como
ciencia.

8. esta ciencia positiva se inscribe en lo dicho páginas anteriores, en un desarrollo del intelecto humano que establece en tres
períodos, el teológico o mágico, el metafísico o filosófico, aun cuando se basa en explicaciones racionales; y el estadio cien
tífico positivo, basado en la observación, la experiencia real; y las matemáticas, lo mensurable.

No pasó mucho tiempo sin que surgiera la crítica de la hermenéutica a esta ciencia positiva, ya que esta disciplina sitúa en el
centro del conocimiento al sujeto, la intencionalidad y la construcción de significados, cuestiones todas que quedan afuera
del conocimiento científico tal como lo platea A. Comte.

Sin duda, la cultura intelectual actual ya no es positivista, más allá de que quedan sectores del conocimiento en los que resurge.

A. Comte considera que el estadio teológico de la humanidad era "un momento" del pensamiento en el cual lo mítico y lo
imaginario debían funcionar como recursos para explicar el mundo en que vivían, es decir, privados aun de las luces de la
razón. Por su parte, el estadio metafísico se caracterizaba por la dominancia de la filosofía que solamente puede ser
comprendida como un paso intermedio del pensamiento entre una razón que se aparta de lo mítico, hace abstracción de lo
mágico y lo teológico y prepara un nuevo camino al entendimiento humano, el cual es el de la ciencia positiva. Sin duda que
esta teoría era justamente especulativa y basada en una idea del progreso humano que ninguna realidad confirma: las tres
formas de pensamiento forman parte del entendimiento humano, se trata de su grado de dominación en cada cultura, no en
un sentido evolucionista ingenuo según el cual lo nuevo expresa siempre un progreso hacia lo mejor.

Ya conocemos el modo como esta observación de los enfermos mentales, por rigurosa que trata de ser, terminaba en la
potenciación de la imaginación especulativa de los psiquiatras. Esta ilusión de Comte de que la humanidad había llegado al
"estado definitivo de la positividad racional" dejó afuera de toda comprensión y sentido a lo irracional que se aloja en la
conciencia de todo ser humano, especial- mente, pero no únicamente, en la locura.
Vale recordar que el positivismo de Comte se convirtió en una cierta filosofía con contenido político. En 1844 en uno de sus
discursos, plantea que "En una palabra, la revolución fundamental que caracteriza a la virilidad de nuestra inteligencia
consiste esencialmente en sustituir en todo, a la inaccesible determinación de las causas propiamente dichas, la mera
investigación de las leyes, es decir, de las relaciones constantes que existen entre los fenómenos observados''. El positivismo
es "orden y
progreso'; "dominio de la razón positiva y progreso de la sociedad" según nuestro autor, lo positivo de la ciencia, o más bien,
el "espíritu positivo es sistematizar la moral humana'; a partir del dogma fundamental de la invariabilidad de las leyes
naturales.

EL SABER DEL PSIQUIATRA Y EL CONOCIMIENTO DE LA PSIQUIATRÍA

Los psiquiatras del siglo XIX, entendieron la propuesta del positivismo como fundar un conocimiento basado en la posibilidad
de ubicar al sujeto sufriente en el lugar de un objeto natural: observarlo, describir su comportamiento, un examen
semiológico de la percepción, el pensamiento, la orientación. Se seguía con la clasificación de los síntomas, agrupados de
modo tal que constituían un diagnóstico específico. Lo esencial de este intento fue incluir su práctica entre las especialidades
médicas, para eso, el sufrimiento mental debía ser "enfermedad mental'; al igual que las patologías del cuerpo, también
debían tener una psicopatología propia, con la clasificación de cada entidad para construir una nosografía específica de lo
mental. Observación, semiología, diagnóstico específico y diferencial, clasificación nosográfica.

A diferencia de la medicina, que trataba de establecer la etiopatogenia de las enfermedades que descubría, los psiquiatras no
contaban con el recurso de precisar una etiología, un modo de producción de los síntomas que siguiera los principios de la
patogenia, simplemente optaron por suponer una causalidad o en verdad, varias causalidades, que solo surgían de sus
supuestos y de sus prejuicios. Finalmente, su práctica no podía seguir los criterios de la medicina, el tratamiento consistía en
la internación asilar y el disciplinamiento del enfermo. Para los médicos el conocimiento etiopatogénico es el que otorga
racionalidad al tratamiento, en ausencia de esto el psiquiatra asumió el mandato, político y social, de hacerse cargo del
enfermo controlándolo bajo internación.

Como señaló Foucault (2005), a falta de un conocimiento racional de la locura se ocuparon de dominarla bajo el encierro del
loco. Ahora se trataba de que esos desvíos de la razón, englobados desde los comienzos de la metafísica como locuras,
debieran ser incluidos en el campo de las "ciencias médicas''.

Refiriéndose a los orígenes del saber psiquiátrico, Foucault señalaba: "El punto de amarre de La historia de la locura fue la
aparición a principios del siglo XIX de una disciplina psiquiátrica. Al interrogar a esta disciplina nueva, se han descubierto dos
cosas: lo que la ha hecho posible en la época en que apareció, lo que determinó ese gran cambio en la economía de los
conceptos, de los análisis y de las demostraciones; pero esta práctica no se manifiesta únicamente en una disciplina con un
estatuto y una pretensión científica. .La formación discursiva, cuya existencia permite localizar la disciplina psiquiátrica, no le
es coexistensiva, ni mucho menos: la desborda ampliamente y la rodea por todas partes".

La existencia de esta disciplina como especialidad de la medicina sostiene la autoridad del psiquiatra como un especialista
más, quien tiene el derecho legítimo de enunciar un diagnóstico y prescribir un tratamiento.

Desde los tiempos de Esquirol se dudó sobre cuál era el saber de este médico particular y cómo justificaba los tratamientos
del encierro manicomial. El psiquiatra es un especialista que ejerce autoridad sobre un semejante a partir de su sufrimiento
mental, que su persona es el eje central de la terapéutica, que la legitimación de sus actos está dada no por su conocimiento
racional sobre el sufrimiento mental, sino por ser sujeto de una disciplina y pertenecer a una institución (médica) que habilita
y avala el ejercicio de su práctica.

El saber puede diferenciarse entre el que produce la ideología, el de la ciencia y el de la filosofía, que no se corresponde
estrictamente con los períodos de la historia de la humanidad que postulaba A. Comte. La ideología opera con opiniones y se
relaciona con el poder de imponerlas, la ciencia se basa en conceptos que reflejan explicaciones logradas de sus objetos de
investigación, la filosofía se dirige a los fundamentos y categorías que, guiados por la razón, hagan comprensible el ser (lo que
somos) y su devenir.

Opiniones, conceptos y fundamentos, más que especificar sus áreas de conocimiento, intervienen sobre los mismos objetos,
en nuestro caso, el sufrimiento mental, este es motivo de las tres formas de entendimiento. Pero exigimos fundamentar
racionalmente un conocimiento sobre el mismo, aceptamos las opiniones del derecho, la política, otras disciplinas y aun
escuchamos las de los mismos actores, el sufriente, y finalmente ambicionamos contar con conceptos científicos que
permitan avanzar en el conocimiento y tratamiento racional de quienes sufren trastornos mentales. Ese es un anhelo que
marca nuestro
horizonte de conocimiento, debemos saber que se trata de un camino, pero no de una meta alcanzada. Pero, mientras
transitamos ese camino, estamos obligados éticamente a dar cuenta de en qué conocimiento basamos la racionalidad de las
prácticas terapéuticas que ejercemos.

Es evidente que la construcción histórica de la psiquiatría no se basa en conceptos que se hayan ido sumando para construir
un edificio teórico coherente y explicativo del sufrimiento mental. No encontramos ninguna sistematicidad lógica de
conocimientos, más bien encontramos un campo de enunciados diversos que se suman, nosografías que difieren,
definiciones sobre los objetos (las enfermedades mentales) que se disputan entre distintos autores. Si las enfermedades
mentales son su objeto de conocimiento, la dispersión de las interpretaciones que efectúan los diversos autores, los
cambios, a veces las oposiciones, son muestra de que la psiquiatría no está en el terreno de la ciencia y el concepto.
Los intentos de coherencia, la acostumbrada incoherencia en la formación de los conceptos, caracterizan la diversidad de
posiciones de los diferentes autores. Los mismos conceptos se reformulan, se ignoran con otros ya enunciados, se los
entiende en otros sentidos al que les dio su autor. En psiquiatría no encontramos leyes de construcción de los conceptos, ni
de la génesis y desarrollo de sus enunciados (ni de los diagnósticos) que respondan a un progreso de sus conocimientos, por
el contrario, vemos una dispersión en los textos publicados. Por esta dispersión los psiquiatras, o quienes intentan entender
la psiquiatría, terminamos recurriendo a la autoridad y las preferencias de algún autor, ya que no hay un cuerpo conceptual
coherente y una teoría aceptada.

Cuando se habla de "enfermedad mental" en el lenguaje médico, se tiene la ilusión de una continuidad del conocimiento de
este diagnóstico con el campo de las enfermedades, como si se tratara en todas ellas de un objeto natural inmutable. Pero lo
cierto es que bajo esta denominación, o diagnóstico médico, se reúnen un conjunto amplio de enunciados, en muchos casos
contradictorios u opuestos.

La psiquiatría ha pretendido una unidad de discurso sobre la enfermedad mental, para lo cual debe lograr mostrar a la
enfermedad mental como un objeto definible conceptualmente y demostrable, lo cual daría racionalidad a sus intervenciones
prácticas sobre ese objeto. Sabemos que no es lo que ocurre. Entre el peritaje judicial del comportamiento alienado y el
examen psiquiátrico se trata casi siempre de justificar una sentencia practica: privación de libertad por internación en
"establecimiento especial'; que reúne en un mismo dictamen el diagnóstico del psiquiatra y la sentencia de un juez
imputando inhibición o insania, que siempre afectará los derechos de esa persona, sujeta, a un mismo tiempo, a la disciplina
jurídica y psiquiátrica.

El diagnóstico del psiquiatra y la sentencia del juez no pueden sostenerse sino en base a la alteración o desviación de alguna
norma: sexualidad normal y perversión; lo normal cognitivo; la conducta en base a reglas sociales; el afecto normal y su
desviación; los comportamientos normales o desviados.

Resulta claro que ninguno de estos objetos psicopatológicos es pasible de ser pensados sin relación con alguna norma social.
Esta norma nunca es del sujeto mismo, está referida siempre a la norma estadística de lo social. Ya G. Canghilem (1986) había
mostrado lúcidamente cómo la norma biológica es interior a los mecanismos biológicos, lo patológico en lo biológico es la
alteración de una norma del mismo sistema, mientras que la norma que regula la vida psíquica, y por lo mismo, la desviación,
es exterior al sujeto, proviene siempre de la sociedad o la cultura.

El problema es que si bien los objetos de la psicopatología no pueden entenderse sino como desviación de una norma social,
por lo mismo exterior al sujeto, la psiquiatría toma a la norma (lo normal) como si se tratara de una verdad del sujeto. Nunca
se definió cuál es ese sujeto "normal'; sin embargo, el diagnóstico, y aun la sentencia del juez en los casos de internación, no
pueden definir la desviación si no es sobre un juicio previo de existencia de un sujeto "normal''. Resulta evidente que el
diagnóstico, siempre establecido sobre la desviación, define al mismo tiempo el margen de autonomía y libertad aceptada al
sujeto que expresa el objeto psicopatológico.

Todo campo conceptual está sometido a ciertas reglas de construcción, entre ellas, la sistematicidad y la coherencia; esta
dispersión que señalo, donde coexisten conceptos contradictorios u opuestos, caracteriza a esta disciplina más bien como un
campo pre-conceptual, para no decir simplemente ideológico. Es imposible fundar una epistemología que dé cuenta de la
construcción del conocimiento psiquiátrico, a lo sumo la construcción de conceptos por diversos autores harían que la única
epistemología posible sea la historia de sus autores, las diversas propuestas que no guardan ninguna coherencia entre sí. A
modo de ejemplo: para Esquirol las diversas formas de sufrimiento se organizaban como modalidades de la manía, creando
una nosografía de especies similares a la botánica; Griesinger crea el concepto de psicosis, que estrictamente significa "lo
psíquico que se desprende de lo psíquico'; Kraepelin funda su método anatomoclínico, correspondencia entre daño
anatómico y síntomas psíquicos; H. Ey propone su "organodinamismo'; un esquema de niveles de organización más bien
especulativo; hoy estamos nuevamente esperando que las investigaciones sobre el cerebro humano nos develen finalmente
las causas de nuestros sufrimientos mentales.

No existe un discurso final totalizante de la psiquiatría, en la trastienda de sus diferentes prácticas se observa una curiosa
incertidumbre del desorden de autores y conceptos, un desorden que debe considerarse como "pre-sistemático'; esto es, de
renuncia al orden exigido de los conceptos. Este pre-sistema conceptual no tiene una forma, no puede de ninguna manera
formalizarse como conocimiento científico. Al no poder sistematizar sus objetos ni sus conceptos, termina constituyendo un
conjunto disperso de objetos, enunciados contradictorios, termina elaborando un discurso no coherente, grupo de
enunciados, formación de objetos y construcción de clasificaciones sin ninguna estrategia de articulación.

Foucault incluye a la psiquiatría dentro de lo que denomina "formación discursiva”; conjunto de enunciados que dependen
de un mismo sistema de formación, pero no debe entenderse como la presencia de un discurso final en el caso de la
psiquiatría, más bien cabe entenderlo, dada la dispersión, superposición de enunciados contradictorios, sustitución de
objetos y conceptos sin fundamentación, como una formación pre-discursiva, incompleta, sin posibilidad de una
formalización teórica.

Su práctica y su política sobre la locura, que no es otra que la internación para control, corrección de la conducta y
disciplinamiento del enfermo, la cual instaló desde su comienzo un supuesto saber médico sobre el sufrimiento mental.

Toda ley de excepción dirigida a un sector de la población, discrimina y diferencia a quienes quedan comprendidos en ella.
Esto a su vez le abrió la posibilidad de construir un imaginario social sobre la locura basada en las premisas de peligrosidad y
necesidad de encierro y control del enfermo.

Refiriéndose a los "objetos de discurso”; Foucault señala que en el proceso de describir, diferenciar (para la enfermedad
mental, según la norma), interpretar, constituye la objetividad misma del diagnóstico y la clasificación. Justamente, porque la
objetividad es construida por el discurso mismo, se hace posible entender las diferentes nosografías que a través del tiempo
diversos autores han construido, que regula y norma el funcionamiento de la práctica diagnostica. Señala al respecto: "Tarea
que consiste en no tratar o dejar de tratar a los discursos como conjunto de signos sino, hacerlo, en cambio a prácticas que
forman sistemáticamente los objetos de que hablan. Es indudable que los discursos están formados por signos, pero lo que
hacen es más que utilizar esos signos para indicar cosas. Es ese 'más' lo que los vuelve irreductibles a la lengua y a la palabra.
Es ese 'más' lo que hay que revelar y hay que describir".

Un diagnóstico no refiere a la percepción e interpretación de un dato natural, en cuyo caso la objetividad queda sujeta por la
explicación causal. El diagnóstico de enfermedad mental se refiere a un comportamiento, un razonamiento desviado, un
pensamiento delirante, una percepción sin realidad, frente a lo cual el discurso psiquiátrico que lo capta establece su
objetividad bajo el proceder diagnóstico mismo, la posible explicación no surge de ninguna objetividad, sino de la mente de
quien diagnostica. La enfermedad encasillada en alguna nosografía, nombrada y establecida, es considerada, y tratada, como
si se tratara de un dato natural. De allí la necesidad de la psiquiatría de asignarle causalidad orgánica, porque esta es la que
podría confirmar la objetividad, el dato biológico natural.

Recordemos que en la medicina biológica la verdad de la enfermedad no es el síntoma, sino el daño biológico demostrado,
anatómico o funcional. Para el psiquiatra se trata de permanecer dentro de la medicina, para eso el sufrimiento mental debe
ser una enfermedad como las demás.

La "formación discursiva" de la psiquiatría está constituida por un conjunto heterogéneo, disperso y contradictorio sobre el
sufrimiento mental, sus supuestas causas y un tratamiento que solo apunta a suprimir los síntomas en que el sufrimiento se
expresa.

Su discurso actual no es independiente de los enunciados y las prácticas que atraviesan la historia manicomial, es esta
historia la que en síntesis constituye su discurso actual. De allí su impotencia para construir una unidad teórica o, al menos,
una retórica formal, permaneciendo como un conjunto de enunciados sobre los cuales no es posible un análisis
epistemológico quedando sujeta a la condición de la existencia histórica de sus enunciados y sus prácticas asilares. Su
práctica discursiva, los enunciados de que se valen los psiquiatras, no constituye una actividad racional, conceptual, que
pueda entenderse como una construcción teórica sobre el sufrimiento mental, se trata solamente de enunciados que nos
llevan indefectiblemente a una época determinada, a un autor dado, a una situación política particular, a una situación social
histórica, que son quienes nos hacen
inteligible la utilización de esos enunciados para determinados fines de dominación y control. De allí mi afirmación acerca de
que la única epistemología posible de la psiquiatría es su propia historia, el modo en que su discurso respaldó sus prácticas.

Ambas, psiquiatría y economía, pueden entenderse o simplemente como seudociencias u otorgando crédito a sus propósitos,
campos científicos en formación. Cabe entonces preguntarse si las formas de enunciación que efectúan las distintas
corrientes de la psiquiatría crearán condiciones para construir a futuro un discurso científico, una teoría unificada, un
método de investigación capaz de producir la demostración de sus hipótesis y construir explicaciones que resulten
verdaderas acerca del sufrimiento mental.

Por ahora se trata de un saber acumulado por la experiencia que no ha sido orientada por la curiosidad científica, sino
determinada por factores jurídicos, exigencias políticas y no menos determinante, una pertenencia al campo de la medicina
que la fuerza a elaborar hipótesis causalistas biológicas para sostener su pertenencia al campo de la misma.

Las distintas variantes de la psiquiatría pueden mostrar y dar cuenta de una experiencia del psiquiatra con los trastornos
mentales, sin duda que su experiencia práctica ha enriquecido la percepción y la descripción de estos trastornos, pero,
quizás, no tanto pueden dar cuenta de la relación entre esta percepción y descripción con los tratamientos que impulsaron,
lo cierto es que sus enunciados no pueden ser considerados como conceptos de una ciencia, se trata de observaciones,
descripciones, pronósticos, que solo responden a un saber práctico. El resultado es que el desarrollo de la psiquiatría no ha
sido libre ni dependiente de un trabajo intelectual guiado por la búsqueda de la verdad, al psiquiatra se le exigen resultados,
más allá de los medios de que se valga para obtenerlos.

La psiquiatría no logró articular sus enunciados ni sus tratamientos con estas ciencias, lo cual debería ser obvio, no tuvo
forma de contar con ninguno de estos apoyos. Sus enunciados no fueron en el mismo camino que el desarrollo de estas
ciencias, siguieron siendo descripción, clasificación e interpretación y, en el mejor de los casos, fenomenología de la vida
psíquica. El uso que algunos psiquiatras hacen de las técnicas de diagnósticos por imagen para intentar un apoyo médico a
sus diagnósticos, son en gran parte artilugios cuyo único fin es mantenerse en el campo médico. Se pueden tener imágenes
sobre el funcionamiento del cerebro a través de técnicas pero ningún sufrimiento psíquico puede ser detectado por estas
tecnologías.

EL GIRO HACIA SALID MENTAL

El surgimiento de Salud Mental, fue fundado políticamente en 1953. Esto significó la aparición de una formación discursiva
nueva, cuyo eje fue el de superar la organización de los servicios y modalidades de atención psiquiátrica girando las acciones
hacia la prevención, la revisión de las internaciones asilares y el desarrollo de servicios ambulatorios. Esta "reconversión" de
los servicios psiquiátricos hacia los cuidados de salud mental, significó una importante reconversión de los objetos de la
psiquiatría, y de las formas de enunciación sobre el sufrimiento mental, de los conceptos, y de las estrategias de atención.
Este giro implicó un cambio de objeto y el surgimiento de una nueva formación discursiva: se trataba de una reformulación
de fondo, ya que significaba una sustitución del discurso médico psiquiátrico que había sustentado la existencia de los
manicomios y las arbitrariedades que en ellos se ejercía.

Desde este acto se pone en cuestión el discurso médico psiquiátrico y se amplía el campo de intervención sobre el
sufrimiento mental en otras disciplinas. El cambio de objeto no consistía en un simple cambio de denominación, solo de una
palabra por otra, de enfermedad mental a sufrimiento o trastorno mental; se trata de amp1iar el campo de enunciados con
un objeto que se entiende más amplio y complejo.

Los tres actores sociales que componen Salud Mental: el Estado y el orden jurídico destinado a esta población, las leyes de
incumbencias profesionales que habilitan las prácticas; los profesionales; y la sociedad civil, son a un mismo tiempo
implicados en la reforma. Se trata de fundar una nueva conciencia sobre la locura, sobre el sujeto que sufre en su vida
psíquica, sin ser, sin embargo, una conciencia psicológica, para avanzar hacia una conciencia social y ética. Al mismo tiempo
se abre una nueva
relación entre el discurso de la Salud Mental y el de las ciencias humanas. Se trata de poner en cuestión el supuesto
conocimiento médico psiquiátrico que respalda la política de internación asilar y abrir, de ese modo, a la complejidad del
sujeto que sufre un trastorno mental a la intervención de otras ciencias del campo social.

Lógicamente, no se trata de que una nueva formación discursiva que desplaza y reemplaza totalmente la anterior; sin duda la
transforma, la integra en parte y, como forma parte de nuestra experiencia actual, muchos de sus enunciados tratan de
sobreponerse, sus instituciones asilares y el internamiento intentan sobrevivir, y las prácticas, ahora ayudadas por los
psicofármacos, procuran encontrar su lugar en este nuevo panorama.

Lo que quedó en evidencia en la posguerra era que el interna- miento psiquiátrico era producto central del poder del
psiquiatra con el respaldo de un orden jurídico especial que diferenciaba y discriminaba al enfermo. Ese poder y el efecto del
mismo sobre el sujeto enfermo no han sido sustentados en nombre de un saber ni una verdad sobre las razones de la
enfermedad y su tratamiento. Basaglía (1972) señalaba que con la propuesta de Salud Mental se puso en evidencia la
implicación del poder del médico en la sociedad, creyente en la verdad de lo que este decía sobre la locura y, a la vez, la
evidencia de que esa "verdad" que se enunciaba como saber sobre la enfermedad mental fuera fabricada y producida por su
poder de autoridad médica. David Cooper (Cooper, D., 1985) decía a su vez "La violencia está en el centro de nuestro
problema'; refiriéndose a su propia experiencia en un hospital psiquiátrico británico. Restituir la palabra, la dignidad y los
derechos ciudadanos y humanos en general al paciente, han sido el centro de este giro. No se fundaba con esto un
conocimiento nuevo sobre el sufrimiento mental, se trataba de deconstruir el que había construido la medicina mental,
junto a su institución madre, los hospitales psiquiátricos.

Como expresión de ese poder puesto en evidencia cabe recordar que Esquirol daba cinco razones principales para la
internación y el aislamiento del enfermo: garantizar la seguridad personal del enfermo, de su familia y la sociedad; liberar al
enfermo de influencias del exterior; vencer sus resistencias; someterlo a un régimen médico terapéutico hospitalizándolo;
imponerle nuevos hábitos morales e intelectuales.

Foucault escribió al respecto: "Ahora bien, lo que estaba implicado en primer término en esas relaciones de poder era el
derecho absoluto a la no locura (la norma) sobre la locura. Derecho trascrito en términos de competencia ejercida sobre una
ignorancia, de buen sentido (de acceso a la realidad), corrector de los errores (ilusiones, alucinaciones, delirios), de
normalidad impuesta al desorden y la desviación''. Y, más adelante: Este triple poder constituía la locura como objeto de
conocimiento posible para una ciencia médica, la constituía como enfermedad en el momento mismo en que 'el sujeto'
afectado por ella era descalificado como loco, es decir, despojado de todo poder y todo saber en cuanto a su enfermedad". A
falta de un conocimiento verdadero sobre la locura, constituir un supuesto saber eficaz, permite ejercer un poder que el
paciente y la sociedad acepta bajo la figura de la autoridad del médico.

Podemos nombrar como patologizantes a un conjunto de operaciones: políticas, a programas, estrategias y dispositivos;
intervenciones puntuales; campos argumentales; cuyos efectos ubican en un lugar de enfermo/a, o de potencialmente
enfermo, anormal, desviante; o pasible de traumatización o desubjetivización, a quienes son su objeto señalado.

Es por tanto, una lógica de análisis e intervención respecto de condiciones de existencia de las personas, grupos y
poblaciones, que tiene como matriz un paradigma de discurso médico. Supone la tendencia a concebir como enfermas
ciertas conductas, comportamientos pasados, presentes y futuros de un sujeto, o de un grupo, es decir comportamientos
que expresan la presencia de alguna disfunción orgánica y o psíquica. Es atribuir a ciertos comportamientos y modalidades
subjetivas un origen en alguna razón de orden médico psicológico.

En el plano del discurso, se trata de una asociación de determinada situación o condición, con un origen médico psicológico,
o con un destino –una determinación-de enfermedad.

La disciplina de clasificar, la prisa por comprender, los requerimientos de los sistemas y administraciones, los imperativos del
funcionamiento institucional por responder y la perentoriedad de las necesidades y las urgencias, son tal vez las primeras
explicaciones cuando se da un nombre que ubica a otro sujeto en una determinada red de significaciones y prácticas y que
tendrá sus consecuencias para el sujeto en cuestión.

La matriz médica de las prácticas asistenciales y terapéuticas, opera en relación a un sujeto en particular en la precipitación
de un diagnóstico; aún desde concepciones clínicas y sociales que están advertidas de ese riesgo.
Lo que llamamos patologización es una crítica a una modalidad de saber sobre las afecciones, enfermedades y
padecimientos -una modalidad de saber y por tanto un ejercicio de poder-. Es un modo de recorte en lo que es sufrimiento
psíquico y social con importantes consecuencias políticas

LA OPERACIÓN DE PATOLOGIZACION

Algunas observaciones sobre la operación de patologización:


- Se señala una relación unívoca y causal.
- Toda patologización implica la reducción de una determinada experiencia –a una matriz de lógica médica-psicológica- .
Matriz que opera contrastando y comparando respecto de un paradigma fijo de normalidad.
- Se produce en un acto de nominación.
- Se inscribe siempre en un dominio institucional y terapéutico –pedagógico.
- Se hace una invocación científica como garantía de lo prescripto y la condición de certeza guía la secuencia de
diagnóstico, pronóstico y terapéutica.
- A diferencia de otras lógicas se dirige al sujeto en su carácter de totalidad, no sanciona.
- Se articula en un determinado dominio ideológico y político.
- La patologización llama a la intervención. La intervención inmediata, como ataque centrado en lo que se determinó
como síntoma y en el desarrollo de propuestas de vigilancia y prevención, formas de exclusión. - En una dirección la
táctica patologizadora –en manos de la medicina, la psiquiatría, la psicología e incluso el psicoanálisis- encubre /oculta/
invisibiliza una determinada trama social-institucional de la que el sujeto es objeto. En otra dirección la atribución de
causalidad patológica, el acto de nominación, categoriza y otorga identidad, de enfermo, pseudoidentidad que
desubjetiviza, des-implica y pasiviza a los sujetos. - Promueve un efecto el aislamiento y la gestión individual de esa
enfermedad o disfunción, la justificación y desresponsabilización social e individual que conlleva.

FRAGILIZACION DE GRUPOS SOCIALES Y SUJETOS

Las distintas formas de exclusión y de estigmatización de niños con necesidades especiales, de chicos en situación de calle o
adolescentes y jóvenes desempleados, cuando se asocia su situación existencial y condición de vida con alguna patología se
produce un pasaje a la categoría de enfermo basado en elementos presuntamente científicos, una serie de presupuestos
médicos, neurofisiológicos, psicológicos y psicopatológicos, generando un nuevo campo de argumentos y metodologías de
prevención e intervención.

En situaciones judiciales existe también una tendencia a interpretar, la real o supuesta comisión de una infracción como la
expresión de problemas de naturaleza orgánica o psíquica. Es una clara tendencia a la patologización y medicalización de los
problemas sociales. Lo que Castel4señaló como los modos de fragilización de ciertos grupos de la sociedad, a los que se ha de
asistir psicológicamente, en tanto se define que los orígenes de sus dificultades son de naturaleza psíquica y por tanto,
estrictamente individuales. Sostiene Ana María Fernández que la cultura "psi" -que en nuestro país se expresa de modo
hiperdesarrollado- es una característica de las sociedades occidentales en la última mitad del siglo XX y es un elemento
estratégico que Deleuze ha llamado el paso de las "sociedades disciplinarias" a las "sociedades de control": la psicologización
de lo social.”.

Esa suerte de sociedad terapéutica, bajo el rasgo del extremo individualismo que se ha señalado más de una vez, produce un
modo de subjetividad cerrada.

Podemos observar como la operación de patologización alcanza a las situaciones más diversas. El caso de las intervenciones
en salud mental en situaciones de catástrofes ofrece también una superficie sobre la que trastocar y anticipar impactos
traumatizantes y respuestas enfermas cuyo efecto oculta un conjunto de variables preexistentes, determinantes y
contingencias específicas.

NIÑOS ESCOLARIZADOS

abemos que la historia de la escuela es una historia de normalización y ese modo de regular la circulación de la infancia en
las escuelas y clasificarlos en estamentos y tipologías tiene la marca del modelo médico y de su discurso. En la actualidad las
formas de patologizar al niño escolarizado tiene que ver centralmente con la impronta médico psicológica. La infancia
escolarizada obligatoriamente, bajo tutela pedagógica y asesoramiento médico psicológico es un foco
central de la psicopatologización; a través de la prevención de cualquier tipo de desviación y anomalía, todo lo que suponga
una inadaptación escolar será diagnosticado como carencia, enfermedad, disfunción individual, y por lo tanto remitido a
técnicas médico-psicológicas, y/o médico-químicas.

La patologización plantea un doble juego, mientras proclama que su acto de detección temprana, ese anticipo en el tiempo,
posibilita y ha de procurar beneficios para las personas e instituciones involucradas, desconoce los efectos múltiples de su
operación. Confirmar al otro en el lugar adjudicado, profecía auto cumplida por medio, es su riesgo mayor.
Este lugar asignado, esta idea de futuro destinado, que incluye las técnicas y prácticas apropiadas a tal efecto, es lo opuesto
de la confianza pedagógica; una imagen de futuro para el otro por la que se apuesta, aún en la adversidad, aún en
condiciones existenciales y subjetivas deterioradas y complejas. La apuesta y la confianza en los avatares y enigmas de la
relación al otro y no una confianza ciega puesta en la técnica.

El desistimiento subjetivo o cesión subjetiva que produce la patologización, debería subrayar una vez más la responsabilidad
de las intervenciones de los profesionales. Asoma allí el complejo tema del diagnóstico.

La patologización es el reverso de la subjetivación, de toda búsqueda de implicación subjetiva, de la responsabilización de


una acción. No estamos negando la existencia de la enfermedad, estamos advirtiendo sobre un efecto que indica que una vez
borrado el límite rígido entre salud y enfermedad, todas las conductas son susceptibles de ser explicadas desde el saber psi,
lo que produce deslizamientos que van de la psicologización a la psicopatologización, expropiando otros modos de
comprender y abordar las relaciones entre los sujetos y las instituciones.

CAMPO DE LA SALUD MENTAL. RIESGOS DE LA TÉCNICA

El campo de la salud mental se reconfiguró en las últimas cinco décadas diferenciándose significativamente de su matriz
psiquiátrica en sus concepciones y en sus prácticas. Se desmarcó de la enfermedad mental como centro excluyente de sus
intervenciones y de las modalidades asilares como supuesta terapéutica; ubicó su objeto de intervención en el campo de los
sufrimientos humanos de orden psíquico y social y por tanto despegó de las perspectivas organicistas hacia concepciones
que incluyeran al sujeto en su dimensión histórica y en el seno de la vida social, ampliando su espectro de recursos con
herramientas interdisciplinarias apuntando hacia estrategias intersectoriales con creciente participación de las comunidades.

La extensión operada en este campo, implicó un replanteo de las concepciones de salud –salud mental, pero al mismo
tiempo, el nuevo espectro de problemáticas humanas que engloba, no sólo no lo exime de contradicciones y disputas en el
propio campo sino que plantea una serie de graves riesgos, en tanto, los principios de normalización y control social son
marcas de origen y forman parte de las tensiones y debates del presente. La tendencia a reproducir los procesos de exclusión
lleva a la caracterización tan conocida en las instituciones de salud como es la de los “pacientes sociales” como rasgo que
dejaría fuera de la incumbencia de los servicios “especializados” de psicopatología o salud mental.

En sentido opuesto la psicopatologización de las necesidades y las demandas de los consultantes y usuarios de los servicios
de salud es un riesgo siempre en el horizonte de esta práctica, con sus graves consecuencias iatrogénicas tanto subjetivas
como sociales, en la medida que se produzca un ocultamiento de las condiciones y causas sociales que predisponen,
desencadenan o acompañan las consultas y los padecimientos; como polo opuesto al anterior, contiene la misma lógica.

PSICOPODER Y PEDAGOGÍA

La pedagogía hoy está atravesada por las creencias fundantes del campo psicológico y el discurso (psico)pedagógico
hegemónico, para Lajonquiere, todo aquello que se piensa, que se fantasea sobre el hacer educativo, sea este escolar o no
promueve efectos perversos en el cotidiano educativo, un cotidiano, anotemos, que no se caracteriza por su estabilidad y
previsibilidad. Varela postula que el psicopoder puede ser un nuevo modo de ejercicio del poder característico de las
pedagogías psicológicas que reemplazan al poder disciplinario de las pedagogías tradicionales y avanza en su hipótesis
vinculando el auge de estas pedagogías y su “proyecto de sujeto” con el entronizamiento de la ley del Mercado como
regulador de la vida social, económica y política en Occidente.

Ya nos referimos en otro texto13como un tipo de intervención hegemónica de los psicólogos en las escuelas constituyo lo
que se dio en llamar una perspectiva gabinetista El rasgo fundamental es su focalización en el individuo y en la
evaluación y diagnóstico de sus capacidades adaptativas. Esta perspectiva aún bajo los ropajes teóricos más sofisticados que
pueden renegar desde sus enunciados de esa concepción, opera psicologizando y psicopatologizando la escena educativa.

En lugar de constituirse como otra mirada que permita interrogaciones sobre la práctica y las generación de alternativas que
habiliten mayores niveles de singularización, de operar como un espacio de confrontación de la experiencia y tramitación del
malestar, se asume el lugar cedido amablemente de administrador disciplinario, bajo la legitimidad que aún conserva el
saber psicológico. Esa modalidad “más amable y humana” del discurso psi debe leerse en el registro de un tipo
de producción de subjetividad del que participa activamente en el interior del dispositivo escolar.
Los especialistas son convocados ante los “fracasos” del sujeto; para la elaboración de nuevas gramáticas que los alumnos
han de aprender en relación con las ideas de autonomía, autoconciencia y autodeterminación y también para la elaboración
de estrategias y programas que den cuenta de los desfasajes de la escuela en su lento procesamiento de la variable y
mutante realidad social.

PREVENCIONES

Se ha vuelto costumbre pensar a la educación y la escuela como medio privilegiado para el abordaje de ciertos problemas
psicosociales y de salud a partir de la condición cautiva de su población infantil y adolescente incluye desde hace ya tiempo
lo que se ha dado en llamar educación preventiva.

Los modelos preventivos se construyen desde determinados fundamentos teóricos, epistemológicos e ideológicos que se
han naturalizado omitiendo que la misma noción de modelo encarna un esquema rígido, sintético y abstracto que se plantea
en una exterioridad extrema, con escasa o nula interacción con la realidad y desde una suerte de cosmovisión inalterable.

Como señalan Almeida Filho y Silva Paim, el concepto de salud en el modelo preventivista, está representado por metáforas
gradualistas y dimensionales del proceso de salud-enfermedad que justifican conceptualmente intervenciones previas a la
ocurrencia concreta de síntomas y señales en una fase pre-clínica.

De tal modo que consideramos que el término prevención está impregnado de un concepto de salud centrado en las
patologías, en la clínica médica individual, en el control especifico de un agente a detectar, y el deslizamiento a la vigilancia, a
la definición de poblaciones de riesgo y sus consecuencias de intervencionismo.

La tarea de trabajar comunitaria o institucionalmente en torno a temáticas y problemáticas psicosociales o de salud que por
estructura de las organizaciones tienden a ser excluidas es un desafío que puede encararse estando advertidos de los riesgos
que venimos describiendo. Definir los problemas y sufrimientos en cuestión, atender a las vicisitudes de la vida cotidiana, leer
el malestar de las instituciones, posibilitar la lectura y la acción sobre la propia institución y su contexto son trayectos que
resulta necesario continuar explorando.

¿EFECTOS PATAGONES?

Nos interesa señalar como el impacto que esta situación disruptiva produce, potencia determinados mecanismos latentes en
las prácticas pedagógicas y terapéuticas con la infancia y la adolescencia. Uno de estos efectos es el de la
psicopatologización. Y de qué manera el campo de la salud mental se ve interpelado por las reacciones, discusiones y las
propuestas -que se proponen como formas de elaboración y prevención respecto de lo acontecido.

Hemos tratado de situar este efecto en el marco de los procesos de medicalización y psicologización de las sociedades
contemporáneas. Y en el caso de las instituciones educativas su incidencia en la constitución de las pedagogías psicológicas y
su eficacia en las condiciones actuales de fragilidad institucional.

Nos proponemos pensar sobre los efectos del hecho, mientras que evitamos la tentación interpretativa que suscitan estas
situaciones, en las que cada perspectiva se concentra en la reivindicación de un aspecto, una variable o dimensión, que con
mayor o menor honestidad intelectual se cree leer en él. Seguramente este texto se inscribe en la serie del lento “trabajo” de
interrogaciones que requiere la elaboración de un acontecimiento con alto potencial traumático e intenso impacto social; lo
encaramos con el resguardo y respecto por quienes lo padecieron en forma directa junto con su entorno institucional y
comunitario.
La idea de bisagra, que anteriormente mencionamos, un antes y un después en relación a la violencia vinculada al espacio
escolar, se instaló al modo de una luz roja, de un límite que no debiera haber sido franqueado y que funciona como un
mojón imaginario que en el mejor de los casos se propone promover un debate, cuyos carriles vienen predeterminados. Es
decir que bajo la cobertura del pretendido debate se agazapa las recetas conservadoras y autoritarias; algo bien diferente de
aquello que podríamos imaginar cómo abrir un debate público sobre problemáticas que la situación pone sobre la mesa.

El miedo a que se repita un hecho como aquél parece al menos comprensible, miedo potenciado desde las percepciones de
los educadores como responsabilidad sobrecargada. La función del plus de miedo, ese viejo recurso de manipulación, de
producción activa o espontánea que produce exacerbación y negativización de las diferencias, aislamiento y retroceso en el
orden del despliegue ideativo y subjetivante, es esencial en los mecanismos sociales contemporáneos.
Inaceptables son las situaciones en las que se aprovecha un clima de temor para saldar lo que se han vivido como deudas
personales en el vínculo pedagógico cuando algún adolescente no ha mostrado sus dotes adaptativos y por el contrario ha
puesto al descubierto no sólo algo de sus propias cuestiones personales sino los agujeros y grietas institucionales.

Más allá de cierto efecto traumático en el plano social, se han disparado allí modos de mirar que están latentes en las
prácticas. Modos de mirar al otro basados en una serie de indicios y supuestas señales de “peligrosidad para sí y para
terceros” que son ciertamente difíciles de desanudar. Y esas señas de identidad o contraseñas de peligrosidad, tienen que
ver con una modalidad de relación con los otros. Y como bien sabemos esas señas de identidad, siempre vagas y difusas,
fácilmente generalizables a gran parte de los adolescentes, se deslizan a una serie de comportamientos, actitudes,
enunciados, emblemas, llevando a una actitud paranoide a los adultos que están en relación con ellos.

No es menos necesario reforzar que la exploración o la colisión con los bordes forma parte de distintas experiencias
adolescentes, es esencial cómo el entorno social se dispone a acompañar ese proceso de singularización, bajo qué
condiciones de existencia, con que ofertas, en que escenarios; con que redes y andamios se sostienen si así lo requieren.
Situaciones de distinción, exaltación y exposición forman parte del proceso adolescente. Y esta exposición implica una serie
de riegos que forman parte de la búsqueda y constitución de una identidad adulta.

Muchas veces el modo de tramitar la angustia, es un decir sin palabras, el acto o la depositación en el cuerpo, cortocircuito
del pensar, un modo de sortear la angustia, una llamada al otro a través de la acción. Que se desliza en el continuo del
sufrimiento subjetivo y bajo el riesgo de la cristalización psicopatológica.

Es necesario recordarlo para no tratar como patológicos muchos procesos normales que requieren del acompañamiento de
un adulto de modo tal de no aumentar su peligro intrínseco.

FRAGILIZACIÓN DE LAS INSTITUCIONES

“En coyunturas en las que puede hipotetizarse que lo político se halla en retirada, lo público en jaque, las instituciones
fragilizadas, los sujetos en riesgo y la pedagogía desvitalizada, es indispensable abrir un espacio y un tiempo, para
reconsiderar instituciones y prácticas”, escribe Graciela Frigerio y señala a propósito de la escuela como esa re consideración,
es una búsqueda de resignificación imprescindible para sobreponerse a las adversidades de los tiempos y recuperar para la
institución educativa su carácter emancipador.

Pretendemos inscribirnos en la tarea de reconsiderar instituciones y prácticas, es decir formas de mirar y de hacer, modos de
nombrar, pensar y construir, maneras de habitar, de resignar, de sufrir, de obedecer, multiplicar, producir.

Es un borde impensado en la práctica es un efecto de nuestras propias disciplinas que excede el campo de la infancia y
adolescencia, pero es allí justamente donde adquiere sus características menos transparentes. Las coordenadas imaginarias,
simbólicas y reales de la infancia y la adolescencia convocan con facilidad a efectos de patologización. Es decir, que lo que se
piensa y proyecta sobre la infancia, lo que la infancia metaforiza, sus condiciones de existencia múltiples, las ansias de
cuidado, de protección -identificaciones mediante-, es decir, “el bien” anhelado para la infancia y la adolescencia, ese afán de
cuidado y protección muchas veces conduce a lo peor y produce efectos y marcas indelebles en la vida de los sujeto.

“Pueblos de reciente aparición”, así llamaron a las infancias y adolescencias para subrayar el hecho de ser categorías
construidas social e históricamente. Condensan una magnitud intensa de atribuciones, sentidos y afectos. La intensa
afectividad que esa naturalización condensa es uno de los registros en los que se arraiga y enraíza una perspectiva que
confunde cuidados y protección especial para períodos significativos de la vida, con ausencia de derechos, tutela, control y
dominio, perspectiva que tiene una historia crítica cada vez más consistente.

Reforcemos lo obvio, esta operación de revisión y disputa con las palabras que usamos no puede tener lugar sin incluirnos,
sin incluir allí al adulto que nombra o renombra, que abre una interrogación, un paréntesis, un impasse, para que aquello
aparentemente evidente, pueda ser de otros modos, -y en algunas ocasiones pueda ser. Educador, figura significativa,
referente potencial, autoridad, trabajador social o terapeuta, el adulto, aún con las imprecisiones que hoy pueda tener este
término, es clave.

La psicopatologización en el caso de la infancia y adolescencia se inscribe como una forma de abuso de poder de parte de los
adultos, legitimado, por saberes más o menos acreditados oficial y socialmente y justificado en el bien del otro a partir de
una representación más amable y humana respecto de la relación esperable con las nuevas generaciones. Prácticas
violentadoras; no hay dudas de lo que cuesta construir vínculos que puedan regular sus propias contradicciones y
ambivalencias, que puedan desmarcarse de las matrices que fundan las instituciones, los saberes, las sensibilidades y las
prácticas. Construir presupone que se trata de un proceso que no es unilateral y que se podría configurar en un trabajo
conjunto, uno por uno y de grupos, esbozando diversos estilos de trabajo que integren la reflexión en las instituciones tal y
como existen hoy.

Clase 11 – 12/10/2020 Desarrollo y salud


mental

EL
PROBLEMA DE APRENDIZAJE EN LA ESCENA CLÍNICA
Hay bastante consenso, entre los que trabajamos en la clínica psicopedagógica, en afirmar que resulta complejo definir qué
se entiende por problema de aprendizaje.

El mismo puede ser abordado desde distintas disciplinas y marcos conceptuales.


La preposición en que figura en el título y que articula el problema de aprendizaje con la escena clínica sugiere por un lado, el
carácter topológico que el término clínica adquiere. Esto es, que la cura se desarrolla en un lugar determinado en espacio y
tiempo. Y por el otro, la condición de visitante que asume el problema de aprendizaje cuando se encuentra en ese lugar.
Dicho de otro modo, el problema de aprendizaje en la escena clínica mantiene siempre cierto grado de ajenidad, de
extranjeridad y de extrapolación.

En otras palabras, podemos entender esta vinculación como una cita. La palabra cita, según la enciclopedia Salvat, se refiere
tanto al encuentro “entre dos o más personas en día, hora y lugar determinado” (Salvat, 1992), como la “cosa o pasaje que se
cita en una conversación, escrito, etc.” (Salvat, 1992). La propuesta del título, por lo tanto es comprender al problema de
aprendizaje en la escena clínica como una cita, un injerto, un entrecomillado que señala tanto su relación con su contexto
original como la creación de un sentido nuevo, específico y diferente. De este modo, al ser considerado como una cita deja al
descubierto su grado de impureza, su iterabilidad, su no originalidad. La especificidad, en todo caso y siempre relativa,
depende de la diferenciación (y por lo tanto de su relación) que pueda establecer con otras significaciones que ya posee en
otros escenarios, es decir en otras citas.

Esta citacionalidad (Derrida J. 1998) del problema de aprendizaje indica que estos rodeos previos se refieren al desmontaje
de los elementos que le dieron origen. Este trabajo, en parte, se relaciona con lose conoce como denominó deconstrucción.

Este término significa deposición o descomposición de una estructura. Dentro del pensamiento derridariano, remite a un
trabajo que consiste en deshacer, sin destruirlo jamás, un sistema de pensamiento hegemónico o dominante.

Según Frida Saal, la desconstrucción es una “estrategia de lectura, por medio de la cual, sobrepasando las intenciones
explícitas del autor, se puede poner en evidencia al texto mismo en su capacidad productiva. El trabajo deconstructivo,
enfatiza el traspié en el que se pone de manifiesto otro significado presente en el texto, más allá de las intenciones del autor,
y pone especial atención y énfasis en los márgenes, en los encuadramientos que, a través de nuevas contextualizaciones,
abren espacio a nuevas lecturas que son, a su vez, nuevas escrituras.

Este “otro significado”, por lo tanto, se consigue poniendo “especial énfasis en los márgenes”, en los bordes. Lejos de toda
lógica disyuntiva y excluyente, estos márgenes definen verdaderos espacios de producción en tanto señalan sus diferencias
con los escenarios clínicos.

En primer lugar queda claro que clínicamente el problema de aprendizaje se distingue de cualquier otro fracaso escolar en
cuanto no puede entenderse como un efecto directo de alguna conflictiva educativa. Por conflictiva educativa entendemos
aquí todos los efectos y consecuencias que provengan tanto de las acciones didácticasinstitucionales. Esto estanto de
aquellos discursos y prácticas relacionados con la transmisión misma de determinados conocimientos. Esta diferenciación
produce consecuencias de carácter técnico. Si bien lo que caracteriza a nuestros pacientes son las dificultades en apropiación
de los productos culturales ofrecidos por la educación, será necesario dejar claro ante ellos que no será en el espacio
terapéutico donde se realizará esta tarea de incorporación de contenidos.

De todos modos mantener esta distancia entre el campo clínico y el educativo no implica proponer el desconocimiento
mutuo. Por el contrario, en el reconocimiento de sus diferencias se recupera el aspecto subjetivo del aprendizaje cuando nos
enfrentamos clínicamente con él.

Muchas veces el querer mantener la necesaria rigurosidad conceptual que debe dirigir una práctica psicoterapéutica nos lleva
a desconocer todo lo que suceda afuera de ella. Se reinstala un razonamiento que contrapone absolutamente la clínica y la
educación donde el resguardo necesario de la singularidad disciplinar cede ante la tentación de pretender que la las únicas
explicaciones de los fenómenos son las propias. De esta manera las intervenciones necesarias en el contexto educativo se
convierten en injerencias del clínico en el desarrollo pedagógico o escolar de sus pacientes puesto que se realizan sobre el
fondo de un desconocimiento de la realidad educativa con la que el sujeto debe enfrentarse.

No es difícil encontrar colegas dando recomendaciones a los docentes sobre lo que deben hacer. . Tales indicaciones se
realizan generalizando los conocimientos logrados en el espacio clínico a todos los ámbitos. Se relega, de este modo, no sólo
de la especificidad del con-texto educativo sino que, a su vez, se olvida que en el espacio de la cura nos encontramos en
“presencia de un funcionamiento psíquico que no existe en ningún otro lugar fuera de ella”. La actitud entonces será la de la
necesaria exploración tal como la define Graciela Frigerio: “Entendemos por exploración aquella actividad intelectual que en
territorios

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