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De esta forma, cada ser vivo habita en un mundo diferente al de los demás por lo
que le es posible percibir e interactuar sólo como se lo permite su cuerpo, su instinto y su
naturaleza. En el caso del hombre, tenemos una diferencia sustancial en ese mundo del que
formamos parte: el símbolo, elemento de mediación, nos permite ampliar el universo en
que habitamos. Interpretamos lo que percibimos, lo que nos llega desde el exterior, y le
damos respuesta de acuerdo con esa interpretación. Por eso agregamos en el esquema las
operaciones de decodificación, de traducción a términos que comprendemos; luego
volvemos a colocar un código cuando damos respuesta para que los demás nos
comprendan también. Es precisamente lo que realizamos cuando hablamos porque, como
dice Cassirer, el lenguaje, por ejemplo, es una de las simbolizaciones de las que
participamos. Este código, ya sea oral o escrito, hace posible que el hombre participe de
situaciones y eventos en los que nunca ha estado. Amplia nuestro mundo porque nos libera
de la realidad concreta en la que vivimos. Además, ninguno de nosotros puede aislarse o
salirse del mundo simbólico, porque el proceso no puede retroceder; nos guste o no, ser
humanos nos inserta directamente en un mundo discursivo. Pero el lenguaje no es la única
forma simbólica en la que los seres humanos participamos. Los mitos, la religión y el arte
son otros ejemplos en los que Cassirer se apoya para fundamentar su definición de hombre,
mostrando que puede independizarse de la esclavitud, del tiempo y del espacio que
conforman su realidad.
¿Cómo conocemos?
La rama de la filosofía que se ocupa de la reflexión sobre el conocimiento se llama
gnoseología y reflexiona sobre el acto de conocer, es decir, sobre el proceso por el cual se
conoce en términos generales, más allá del tipo de proposiciones que resulten del proceso.
El filósofo Nicolai Hartamann, realizó una descripción del proceso de conocimiento, es
decir, de lo que tiene que haber para que podamos hablar de conocimiento. Dijo que se trata
de un estado mental y que para que se produzca debe haber un sujeto cognoscente (el ser
humano que conoce) y un objeto cognoscible (que puede ser conocido) y que entre ellos
debe establecerse una relación. El sujeto sale de sí, se dirige hacia el objeto, penetra en su
esfera para aprehender sus determinaciones y finalmente, vuelve a sí. Es decir, cuando
conocemos algo, nos descentramos y por un momento nos centramos en las cualidades que
tiene el objeto. En esta salida simbólica obtenemos una imagen del objeto, una idea o un
concepto que reproduce esas determinaciones que aprehendimos.
En el habla cotidiana, sin embargo, la palabra conocimiento se utiliza con una
variedad muy grande de aplicaciones. En el caso de quien conoce a sus vecinos, o conoce el
camino para llegar a un lugar, estamos frente a un tipo de conocimiento directo o
experimental: no es posible sin que se hayan puesto en contacto directo el sujeto que
conoce con los vecinos o con Mar del Plata. En el caso de saber hablar un idioma, se
involucran otras variables: se trata de una habilidad, es decir que hubo necesidad de
repetición y de práctica para que el conocimiento se diera: son capacidades adquiridas a
través de una práctica. En tercer lugar, el conocimiento referido a un teorema, es el que
constituye, desde el sentido común y más frecuente, la base de todo el conocimiento
humano; se trata de conocimiento proposicional ya que está constituido por proposiciones,
y respecto de estas proposiciones se predica verdad o falsedad.
Las proposiciones son declaraciones que pueden ser calificadas de verdaderas o
falsas, de acuerdo con su concordancia o no con el estado de cosas o el hecho que
describen. Efectivamente desde Aristóteles, la verdad está definida como la concordancia
del discurso con la cosa, con aquello a lo que efectivamente se refiere. Entonces, los tres
tipos de conocimientos son diversos pero, sin embargo, nadie dudaría de que son
efectivamente conocimientos, Y esto porque todas estas formas tienen un núcleo de
referencia común: que el sujeto cognoscente incorporó al objeto cognoscible a su esfera, de
modo que después de un proceso y como resultado de su desarrollo, obtuvo una imagen o
un concepto.
Según la concepción tradicional del proceso de conocimiento, el sujeto es
modificado por el objeto, mientras que el objeto no padece ninguna modificación alguna.
Hartmann dice también que esta relación es también una correlación, ya que no hay sujeto
sin objeto, ni al revés, y que ambos son independientes el uno del otro. Cualquiera sea la
clase de conocimiento que se conciba, estos son los elementos que siempre forman parte
del proceso.
A lo dicho debe agregarse que no cualquier vínculo de captación de un objeto por
parte de un sujeto produce como resultado un conocimiento, ya que hay al menos dos
condiciones adicionales que tienen que darse, además de la existencia y la relación entre
sujeto y objeto. En primer lugar, para que haya conocimiento tiene que haber creencia. En
líneas generales, la creencia es la suposición de que un determinado contenido de
conciencia es verdadero.
Pero aunque la convicción de alguien en una determinada creencia sea muy fuerte,
eso solo no alcanza para firmar que posee un conocimiento. La razón de esto es que la
creencia es un estado psicológico y, como tal, puede depender en buena medida de la
opinión personal o del estado de ánimo de quien cree, pero el conocimiento tiene la
pretensión de ser general y válido para todos, más allá de las condiciones particulares en
que se dé. En otras palabras, la segunda condición que se le exige a un conocimiento es que
debe ser verdadero. Es aquí donde aparece una diferencia sustancial entre una creencia
cualquiera, una opinión cualquiera, y el conocimiento. A diferencia de la mera creencia,
que no precisa una justificación objetiva, el conocimiento exige la garantía de una
fundamentación que no dependa de criterios tan poco seguros como la opinión personal, el
parecer o el estado de ánimo de uno o varios. El conocimiento debe expresar una verdad
que se corresponda con la verdad del hecho o del estado de cosas que se describe.