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¿Qué es el hombre?

El término antropología nos remite directamente al hombre. Por su significado


literal este término nos hace pensar en un estudio o una explicación (logos) acerca del
hombre (anthropos). Entonces, ¿cuál es el tema específico de la antropología filosófica?,
¿qué cosas la diferencian de estas otras especialidades?. La distinción entre ellas no la
constituye el contenido de su objeto de estudio (el hombre), sino la perspectiva o el punto
de vista desde la cual se observa y analiza al hombre. En primer lugar, la psicología se
interesa por los procesos personales, subjetivos e individuales del hombre, cómo desarrolla
su personalidad, qué factores pueden influir en la formación de su carácter. Por otro lado, la
medicina se preocupa por las condiciones en las que el hombre conserva o recobra su salud,
cuáles son sus procesos biológicos naturales y las condiciones físicas que favorecen su
desarrollo. La antropología cultural, en cambio, estudia la producción material y simbólica
de diferentes grupos humanos, su organización, sus costumbres. A diferencia de estas tres
disciplinas, la antropología filosófica parte de una pregunta muy simple y despojada: ¿Qué
es el hombre?.
La antropología filosófica, realiza un análisis de las características esenciales y
determinantes de lo que significa ser un hombre. Se cuestiona acerca de aquello que hace
que un hombre sea tal, y qué lo diferencia de los demás seres. No se ocupa, de reflexionar
sobre las acciones del ser humano, ni sobre las características de lo que este considera
verdadero, sino que trata de indagar qué significa ser un hombre.
En la época en que vivimos, para la mayoría de los pensadores resulta sumamente
difícil una concepción antropológica. El avance en el conocimiento científico, mostrando
constantemente nuevos horizontes desde los cuales es posible analizar el fenómeno de lo
humano, hace difícil formular una definición. Al principio del siglo XX los pensadores
tuvieron el propósito de enmarcar lo humano en una sola definición acabada, pero esto ya
parece desmesurado. Además, la ausencia de valores, la indiferencia, el individualismo, la
exaltación del cuerpo y de la juventud, la importancia de tener frente a ser, en fin, el mundo
posmoderno en que vivimos a teñido nuestra época de una nueva antropología pesimista y
negativa. Sin embargo, la crisis en la que parece estar el hombre frente al conocimiento de
sí mismo no acordó a todos los pensadores actuales. La propuesta de Ernst Cassirer, no se
opone a la vieja definición aristotélica, pero demuestra que es necesario dar alguna
característica adicional para que se comprenda correctamente el alcance de la razón. Así,
define al hombre como un animal simbólico. El hombre tiene una capacidad de
simbolización, desprendida justamente de su racionalidad. Los animales en general, cuando
reciben un estímulo externo, supongamos que sienten el frío o el viento, responden o
reaccionan inmediatamente, de manera instintiva: huyen o se esconden, si la situación les
parece anormal. A esto lo llama, círculo funcional, y en el caso de los animales podría
graficarse así de simple:
El hombre, en cambio, posee una capacidad que actúa entre el momento de recibir
un estímulo y el de dar una respuesta: la capacidad simbólica. El gráfico se modificaría así:

De esta forma, cada ser vivo habita en un mundo diferente al de los demás por lo
que le es posible percibir e interactuar sólo como se lo permite su cuerpo, su instinto y su
naturaleza. En el caso del hombre, tenemos una diferencia sustancial en ese mundo del que
formamos parte: el símbolo, elemento de mediación, nos permite ampliar el universo en
que habitamos. Interpretamos lo que percibimos, lo que nos llega desde el exterior, y le
damos respuesta de acuerdo con esa interpretación. Por eso agregamos en el esquema las
operaciones de decodificación, de traducción a términos que comprendemos; luego
volvemos a colocar un código cuando damos respuesta para que los demás nos
comprendan también. Es precisamente lo que realizamos cuando hablamos porque, como
dice Cassirer, el lenguaje, por ejemplo, es una de las simbolizaciones de las que
participamos. Este código, ya sea oral o escrito, hace posible que el hombre participe de
situaciones y eventos en los que nunca ha estado. Amplia nuestro mundo porque nos libera
de la realidad concreta en la que vivimos. Además, ninguno de nosotros puede aislarse o
salirse del mundo simbólico, porque el proceso no puede retroceder; nos guste o no, ser
humanos nos inserta directamente en un mundo discursivo. Pero el lenguaje no es la única
forma simbólica en la que los seres humanos participamos. Los mitos, la religión y el arte
son otros ejemplos en los que Cassirer se apoya para fundamentar su definición de hombre,
mostrando que puede independizarse de la esclavitud, del tiempo y del espacio que
conforman su realidad.

¿Cómo conocemos?
La rama de la filosofía que se ocupa de la reflexión sobre el conocimiento se llama
gnoseología y reflexiona sobre el acto de conocer, es decir, sobre el proceso por el cual se
conoce en términos generales, más allá del tipo de proposiciones que resulten del proceso.
El filósofo Nicolai Hartamann, realizó una descripción del proceso de conocimiento, es
decir, de lo que tiene que haber para que podamos hablar de conocimiento. Dijo que se trata
de un estado mental y que para que se produzca debe haber un sujeto cognoscente (el ser
humano que conoce) y un objeto cognoscible (que puede ser conocido) y que entre ellos
debe establecerse una relación. El sujeto sale de sí, se dirige hacia el objeto, penetra en su
esfera para aprehender sus determinaciones y finalmente, vuelve a sí. Es decir, cuando
conocemos algo, nos descentramos y por un momento nos centramos en las cualidades que
tiene el objeto. En esta salida simbólica obtenemos una imagen del objeto, una idea o un
concepto que reproduce esas determinaciones que aprehendimos.
En el habla cotidiana, sin embargo, la palabra conocimiento se utiliza con una
variedad muy grande de aplicaciones. En el caso de quien conoce a sus vecinos, o conoce el
camino para llegar a un lugar, estamos frente a un tipo de conocimiento directo o
experimental: no es posible sin que se hayan puesto en contacto directo el sujeto que
conoce con los vecinos o con Mar del Plata. En el caso de saber hablar un idioma, se
involucran otras variables: se trata de una habilidad, es decir que hubo necesidad de
repetición y de práctica para que el conocimiento se diera: son capacidades adquiridas a
través de una práctica. En tercer lugar, el conocimiento referido a un teorema, es el que
constituye, desde el sentido común y más frecuente, la base de todo el conocimiento
humano; se trata de conocimiento proposicional ya que está constituido por proposiciones,
y respecto de estas proposiciones se predica verdad o falsedad.
Las proposiciones son declaraciones que pueden ser calificadas de verdaderas o
falsas, de acuerdo con su concordancia o no con el estado de cosas o el hecho que
describen. Efectivamente desde Aristóteles, la verdad está definida como la concordancia
del discurso con la cosa, con aquello a lo que efectivamente se refiere. Entonces, los tres
tipos de conocimientos son diversos pero, sin embargo, nadie dudaría de que son
efectivamente conocimientos, Y esto porque todas estas formas tienen un núcleo de
referencia común: que el sujeto cognoscente incorporó al objeto cognoscible a su esfera, de
modo que después de un proceso y como resultado de su desarrollo, obtuvo una imagen o
un concepto.
Según la concepción tradicional del proceso de conocimiento, el sujeto es
modificado por el objeto, mientras que el objeto no padece ninguna modificación alguna.
Hartmann dice también que esta relación es también una correlación, ya que no hay sujeto
sin objeto, ni al revés, y que ambos son independientes el uno del otro. Cualquiera sea la
clase de conocimiento que se conciba, estos son los elementos que siempre forman parte
del proceso.
A lo dicho debe agregarse que no cualquier vínculo de captación de un objeto por
parte de un sujeto produce como resultado un conocimiento, ya que hay al menos dos
condiciones adicionales que tienen que darse, además de la existencia y la relación entre
sujeto y objeto. En primer lugar, para que haya conocimiento tiene que haber creencia. En
líneas generales, la creencia es la suposición de que un determinado contenido de
conciencia es verdadero.
Pero aunque la convicción de alguien en una determinada creencia sea muy fuerte,
eso solo no alcanza para firmar que posee un conocimiento. La razón de esto es que la
creencia es un estado psicológico y, como tal, puede depender en buena medida de la
opinión personal o del estado de ánimo de quien cree, pero el conocimiento tiene la
pretensión de ser general y válido para todos, más allá de las condiciones particulares en
que se dé. En otras palabras, la segunda condición que se le exige a un conocimiento es que
debe ser verdadero. Es aquí donde aparece una diferencia sustancial entre una creencia
cualquiera, una opinión cualquiera, y el conocimiento. A diferencia de la mera creencia,
que no precisa una justificación objetiva, el conocimiento exige la garantía de una
fundamentación que no dependa de criterios tan poco seguros como la opinión personal, el
parecer o el estado de ánimo de uno o varios. El conocimiento debe expresar una verdad
que se corresponda con la verdad del hecho o del estado de cosas que se describe.

¿Para qué se educa el hombre?

El ser humano, cuando nace, no tiene patrones de conducta previamente


determinados tal y como sucede con el resto de la especies. Por eso necesita relacionarse
con los demás miembros de su comunidad para configurarse como persona, ya que si ello
no sucediese, desarrollaría formas de comportamiento que poco o nada tendrían que ver con
las de la especie humana.
La educación se justifica en la necesidad que tiene le individuo de recibir
influencias de sus iguales para dotarse de las características que le son propias de los
humanos, apoyándose en la plasticidad orgánica que posibilita tales procesos.
Mediante el concurso de la influencia social, el sujeto adquirirá formas de
conducirse y percibir la realidad propia de su colectividad. Por otra parte, la cultura,
concebida como realidad inventada por el hombre para entender el medio que le circunda,
propondrá al sujeto todo tipo de argumentos y de interpretaciones de la realidad, con la
pretensión de que su adaptación al mundo cultural se lleve a cabo convenientemente.
En todo ello, la educación tiene una presencia fundamental, pues persigue dotar al
sujeto de lo que en un principio no posee, con el objetivo de mejorarlo, tomando como
referente los ideales sociales asumidos colectivamente. Desde una óptica formalizada, a
través de la escuela, la educación se ofrece como un mecanismo privilegiado de
socialización, al tiempo que utiliza la cultura como material de transmisión, precisamente
en el proceso de socialización.
El pedagogo italiano Francesco Tonucci, desde su teoría de los principios y fines de
la educación, plantea una innovadora mirada sobre dicho proceso en relación a la
redefinición del proceso de enseñanza y aprendizaje.
Tonucci rompe con la mirada de los teóricos conductivistas para quienes el proceso
de enseñanza siempre termina en el aprendizaje y plantea que el enseñar no siempre
produce como consecuencia el aprendizaje de algo. Por lo cual él plantea que para que
exista educación de calidad, el proceso de enseñanza debe darse junto al proceso de
aprendizaje, son dos caras de una misma moneda, en el mismo momento quien enseña
aprende y quien supuestamente aprende enseña, son procesos conjuntos y simultáneos.
La enseñanza parte de una mirada constructivista en donde lo importante e
imprescindible es tener un conocimiento acabado de los saberes previos del alumno (desde
la postura constructivista el alumno no es visto como “tabla rasa”) y en consecuencia, el
docente debe trabajar principalmente con lo cercano, lo conocido por el alumno. El punto
de partida tiene que adecuarse a su entorno, a su realidad para que la enseñanza sea así en
contexto y que acepte y promueva la diversidad.
El aprendizaje, por lo tanto, para que sea exitoso y genere un impacto positivo en el
alumno, debe estar motivado por un conjunto de estímulos que el ambiente educativo debe
ser capaz de ofrecer y poner en movimiento en y con los alumnos.
Este proceso de aprendizaje sólo es eficaz si los dispositivos utilizados, como así
también los contenidos dictados surgen y se adecúan a las necesidades y demandas de los
alumnos.
Por tal motivo, se entiende que estos dos procesos mantienen una correlación y
dependencia, si no existe uno no puede existir el otro, si no hay enseñanza en contexto no
puede haber aprendizaje exitoso.

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