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Algunas puntuaciones conceptuales para pensar la psicología del

desarrollo. G. Prol. 1/2

Lic. Gerardo Prol

En el presente artículo me propongo revisar la concepción tradicional de


psicología del desarrollo para pensar la niñez, la adolescencia, la adultez y la
vejez.

Partamos, por lo tanto, de la pregunta más sencilla: ¿Qué es la psicología del


desarrollo? O más precisamente ¿Qué tipo de conocimiento produce la
psicología del desarrollo en la actualidad?

Crítica a la noción tradicional de psicología del desarrollo

Es común encontrar la afirmación, en diferentes textos o lugares donde se


hable sobre el desarrollo humano, que a partir de los variados
posicionamientos teóricos se hallarán a su vez disímiles respuestas sobre la
significación de lo que se entiende por psicología del desarrollo, y que, en
muchos casos, esas contestaciones son francamente incompatibles entre sí.
Sin negar la validez de dicha argumentación, en general lleva a dos posturas
opuestas y ambas conducen a verdaderos callejones sin salida. Por un lado
nos encontramos ante lo que podríamos denominar una posición ecléctica. En
este punto todas las orientaciones son válidas, lo que nos obligaría a una
descripción de los distintos puntos de vista sin que los mismos interactúen o se
modifiquen entre sí puesto que todos estarían en un mismo plano de
determinación. Por el otro, en cambio nos encontramos con lo que
generalmente se llamó dogmatismo. En este caso, por el contrario, la toma de
posición es anterior al análisis del tema a trabajar. En este sentido se trata de
encontrar allí los elementos que confirmen la teoría ya escogida. Es indudable
que ni una ni otra posición conduce no solo a ningún conocimiento nuevo, sino
que tampoco logran confeccionar una herramienta que permita interpretar y
operar sobre los fenómenos estudiados.

En nuestro caso es frecuente encontrarse con programas o manuales que


mapean las diferentes teorías psicológicas sin intentar síntesis o integración
alguna o con posturas que o bien sesgan excesivamente el estudio del
desarrollo humano

[1], o bien, como en el caso de las posiciones estructuralistas extremas, que


niegan la validez de los conocimientos producidos en este campo.
Intentaremos aquí, justamente superar esta bipolaridad, replanteando el
interrogante sobre lo que se puede entender hoy por una psicología del
desarrollo intentando reconocer sus rasgos diferenciales.
Al enunciar nuestra pregunta sobre el tipo de conocimiento que produce la
psicología del desarrollo lo hicimos contextualizándola con el término
“actualidad. Así se señala un posicionamiento claro: la validez de los
conocimientos no son universales ni son inalterables en el tiempo. Y no solo en
la dirección positivista de pensar que los nuevos descubrimientos científicos
desplazan los conocimientos anteriores, sino que el sentido y la significación de
los saberes se modifican según los diferentes escenarios témporo- espaciales
en que se presentan y son formulados. Por esta razón, muchas veces, las
mismas preguntas generan respuestas distintas.

Es preciso, por lo tanto, esbozar cuáles son entonces las características del
escenario, sugerido por el término “actualidad”, en el que reformularemos la
pregunta sobre la significación de una psicología del desarrollo.

Entrados ya en el siglo XXI es innegable que nos encontramos en un mundo en


permanente transformación. Por esta razón la gran cantidad de trabajos que
se dedicaron a analizar la actualidad lo hicieron en su gran mayoría marcando
las diferencias con el período que lo precedieron.

Por ejemplo, las grandes narrativas que, hasta el siglo pasado, funcionaron
como fundamentos para la intelección del mundo circundante han caído como
formas de pensamiento único y totalizador.

Ese mundo dejó de ser estable y previsible para dejar paso a la complejidad y a
lo imprevisto. Debieron encontrarse nuevas herramientas para dar cabida a lo
que anteriormente era sencillamente rechazado o ignorado, como ser lo
diverso, lo diferente, lo no domesticable. Esto permitió considerar la
multidimensionalidad de los fenómenos y los acontecimientos: las propiedades
ya no están en las cosas sino “entre” las cosas. (Najmanovich, D, 2005)

Pero fundamentalmente se desterró la idea de un sujeto que piensa al mundo


enfrentado a él. Esto derivó en el abandono del objetivismo para generar
nuevas formas de producción de conocimiento. En la forma clásica de entender
al conocimiento implicaba que el mismo debería ser verdadero, fundamentado
y convincente (Najmanovich, D, 1994). Es innegable que para conseguir estos
requisitos era necesario que el producto de la actividad cognitiva se encuentre
absolutamente libre de sospecha de toda contaminación subjetiva. En otras
palabras, el conocimiento debería ser por lo tanto estrictamente objetivo.

Sin embargo durante el siglo XX, varias e importantes corrientes teóricas de


diferentes disciplinas han cuestionado esta ilusión objetivista de la producción
del conocimiento. La imagen de un observador externo, ajeno y neutro, fue
desplazada por la inclusión de un sujeto que no solo condiciona sino que
modela el objeto de conocimiento. En este sentido la subjetividad no puede
seguir pensándose como fuente de error ¿Y cuáles son entonces las
características que la actualidad le imprime a la subjetividad de estos días?

Podríamos decir que la subjetividad no puede pensarse en términos


substancialistas. Esto es que el sujeto preexiste a la interacción con otros y al
mundo que lo rodea. O, tal como pensaba Descartes, como última, y por lo
tanto primera, garantía de existencia. Por el contrario, la subjetividad es el
efecto de las relaciones intersubjetivas. El sujeto no es lo dado biológicamente,
ni una “psique” pura, sino que el sujeto adviene y deviene en el intercambio en
un medio social humano, en un mundo complejo.

Queda claro, entonces, que la subjetividad se ha transformado en la actualidad


en tema central de cualquier disciplina científica. Por esta razón, y como
primera toma de posición, diremos que entendemos que una psicología del
desarrollo en la actualidad debe no solo considerar, sino centrarse en la
subjetividad.

Pero para comenzar esta tarea intentemos, una vez caracterizada a la


actualidad con este rasgo medular de la subjetividad, responder al interrogante
sobre qué es la psicología del desarrollo.

Partamos, entonces de una definición clásica: La psicología del desarrollo es la


rama de la psicología que estudia la evolución normal del psiquismo humano.

Tenemos, en esta enunciación, varios puntos para indagar, entre los que se
destacan: Qué entendemos por psiquismo humano, qué significación puede
tener hoy en día el término evolución y si es posible, y en todo caso con qué
advertencias, podemos hablar de normalidad.

Interroguemos en primer lugar qué se entiende por psiquismo humano. Este


es sin duda, según nuestra definición de partida, el centro de estudio. Es el
objeto sobre el cual se explorará su evolución o desarrollo. Aquello que los
metodólogos de la investigación denominan generalmente como unidad de
análisis.

Si aceptamos posicionarnos desde un lugar que subraye y resalte el lugar


subjetivo del desarrollo, no podemos quedarnos con la simple descripción de la
observación y experimentación. El psiquismo no puede reducirse a las
manifestaciones conductuales o comportamentales, ni a la descripción de las
legalidades que organizan el mundo senso-perceptivo o inteligente. Desde
luego tampoco implica marginar esos análisis ni mucho menos rechazar sus
imprescindibles resultados investigativos, sino apoyarlos, e integrarlos, en una
organización que permita explicar la naturaleza, la estructura y el
funcionamiento de lo psíquico.

Tal comos sostiene Sara Pain (1985) no es posible estudiar al ser humano
como un sistema cerrado. Y esto no es solo por sus condicionamientos que
provienen del medio socio cultural al que pertenece, sino también y esto es lo
que nos interesa en este caso, desde un punto de vista estrictamente
psicológico. Esta autora compara al psiquismo humano con un aparato
telefónico. En este sentido el aparato telefónico no solo depende de una red de
comunicaciones, sino que el rasgo distintivo de un teléfono es la dimensión del
llamado: esto es en llamar y ser llamado. Por ejemplo, si alguien intentara
llamarse a si mismo discando su propio número telefónico sólo encontraría el
tono de “ocupado”. En este punto, podemos decir que el psiquismo humano
está en función de lo que se puede denominar alteridad. Este término, que la
escueta definición del diccionario sólo dice “condición de ser otro”, señala,
cuando hablamos del psiquismo humano, la imposibilidad de ser pensado si no
es bajo la condición de referirlo siempre en relación con otro. Un Yo que se
piensa, a diferencia del cogito cartesiano, es yo que se piensa diferenciándose
de otro.

Pero un psiquismo considerado de esta manera: alejado del modelo biológico,


no sustancial, abierto al otro, es un psiquismo imprevisible. Y esto nos lleva a
plantear el segundo término conflictivo de nuestra definición de psicología del
desarrollo: evolución.

La noción de desarrollo trae la idea de algo que se desenrolla. Esto es que


potencialidades ya presentes se despliegan en orden ya pre establecido. A esto
se lo conoció siempre con el nombre de evolución. Esta noción de desarrollo
evolucionista se basó en una noción de tiempo de características lineales.
Según Denise Najmanocvich (1994), este tiempo lineal, medidle y eternamente
progresivo es en realidad una invención de la era moderna. Esta autora ubica
en la física clásica de Newton el origen de este tipo de temporalidad. Según el
físico habría dos clases de tiempos: el tiempo absoluto, que fluye, por su propia
naturaleza, pertenecientes al reino de Dios y por lo tanto incognoscible para el
hombre; y el tiempo relativo, convencional, producto del acuerdo entre los
hombres y posible de ser comparado a partir de intervalos ya pre establecidos:
es decir, con una unidad y una escala ya construida. A medida que avanzaba la
modernidad, este tiempo relativo se fue “naturalizando” en el imaginario social,
generando la creencia que este tiempo relativo que se manifiesta a través de la
medida (por ejemplo los relojes) representan entidades efectivamente
concretas, cuando en realidad son construcciones mentales absolutamente
abstractas. Lejos del ideal objetivista del cientifisismo, este tiempo cuantitativo
se construye lejos de la experiencia humana y a partir de modelos ideales
como es el del “observador neutro”.

La tradicional concepción del desarrollo considerada a partir del


establecimiento de fases o etapas se corresponde justamente con este tipo de
temporalidad lineal y mensurable, asimilando las mismas características de
idealización y abstracción de aquel tiempo relativo de Newton.

El siglo XX marca el comienzo del fin de esta concepción temporal. Desde


distintas disciplinas y distintos enfoques teóricos (la epistemología genética de
Piaget, el psicoanálisis de Freud, la teoría de la relatividad de Eisntein, o la
termodinámica no lineal de procesos irreversibles de Prigogine, para nombrar
solo algunos ejemplos) cuestionaron radicalmente esta concepción
evolucionista del tiempo.

Entrados en siglo XXI resulta insostenible la ilusión objetivista del tiempo único
y lineal, y por lo tanto debemos renunciar a la tranquilidad que nos garantizaba
la posibilidad de predictibilidad que las viejas concepciones de una psicología
del desarrollo de modelo biologista nos brindaba.
Nada garantiza, por ejemplo, que un buen desarrollo infantil produzca una
adolescencia saludable. O bien a la inversa, que en tiempos constitutivos de la
adolescencia se conquiste, de otro modo, lo que se esperaba en la niñez.

Y con esta crítica a la aspiración de medición de la temporalidad lineal


podemos interrogamos sobre el tercer punto de nuestra definición de psicología
del desarrollo: la noción de normalidad.

El término normal en general se lo asocia en forma opositiva a lo patológico.


Sin embargo este último es más apropiado articularlo con la salud, con lo
saludable que dicho sea de paso, en muchos casos no coincide con lo normal.
Es que el término normal se refiere antes que nada al cumplimiento de normas
ya establecidas. Varios autores como Foucault o Canghilheim, han planteado la
necesidad de pensar que dichas normas, que en última instancia determinan
qué es o no normal, lejos de ser el producto objetivo de tareas científicas, es el
producto de un sistema social en su necesidad de auto preservarse. En otras
palabras: los parámetros que determina lo normal, están hechos principalmente
para identificar lo anormal y así aplicar los mecanismos de castigo o
disciplinamiento según sea el momento histórico en que se constituyan. Desde
la lepra hasta las enfermedades mentales como la locura, siempre existieron
mecanismos para el reconocimiento del anormal.

“Desaparecida la lepra, olvidado el leproso, o casi, estas estructuras


permanecerán (…) Los pobres, los vagabundos, los muchachos de
correccional, y las “cabezas alienadas” tomarán nuevamente el papel (…)”
(Foucault, M 1986, pag 18)

Un último elemento se desprende también de esta noción de normalidad y que


habitualmente impregnó los modos tradicionales de concebir el desarrollo
psíquico. Y es esa premisa que, implícita o explícitamente, siempre se
encuentra presente cuando se describen las diferentes fases del desarrollo
psíquico. Me refiero a esa concepción que habitualmente se
denominó adultocentrenstismo. ¿Qué queremos decir con adultocentrismo?
Nos referimos a aquella concepción donde la normalidad se encuentra en el
adulto. El objetivo final del desarrollo, la escala máxima de su
desenvolvimiento, está representado por el adulto. Es a partir de él que se
comienzan a definir las diferentes etapas evolutivas. Tanto el niño como el
adolescente se caracterizarán por lo que aún no logran conseguir para ser
adultos. Más aún si consideramos al viejo como otro momento de constitución
subjetiva, éste desde esa posición adultocéntrica, será caracterizado por todo
lo que va perdiendo al haber superado la plena adultez. Este adultocentrismo
tiene dos consecuencias: La primera, es no poder reconocer los aspectos
diferenciales y positivos de todo lo que no es adulto. No encontraremos al niño,
al adolescente o al viejo si lo buscamos en su carencia de adultez. Por el
contrario, podemos reconocerlos en las diferentes tareas que en cada
momento histórico estarán abocados para subjetivizarse. Pero una segunda
consecuencia es más sorprendente aún: el adulto no se considera objeto de
desarrollo. Como si estuviera en cierta meseta de altura máxima. Sin embargo
un adulto también vive su momento de crecimiento y maduración. Ser adulto,
podríamos decir, como cualquier otro de los momentos de desarrollo, no es un
bien adquirido naturalmente, sino un logro que se irá construyendo en
determinado histórico. No se “es adulto” (como tampoco se es niño,
adolescente o viejo) sino que se va haciendo adulto mientras transita y elabora
sus propios trabajos psíquicos correspondientes. Tal vez la única afirmación
posible es, en un momento posterior, “he sido adulto”.

En definitiva y a modo de resumen, llegamos a comprobar que los tres


términos pilares de nuestra definición de psicología del desarrollo (psiquismo
humano, evolución y normalidad) parecen desvanecer, no solo esa definición
inicial, sino la posibilidad misma de una psicología del desarrollo.

Nos encontramos entonces ante la disyuntiva de abandonar la intención de


pensar una psicología del desarrollo o buscar un modelo que permita articular
el eje de la diacronía de la constitución subjetiva con los aspectos estructurales
del psiquismo humano.

Todos aquellos que de alguna u otra manera nuestra labor está relacionada
con la vida psíquica sabemos que no podemos marginar los avances de las
ciencias descriptivas del desarrollo. Sin embargo cuando debemos operar
concretamente (sea el aula, el consultorio, en la elaboración de planes
comunitarios, para citar algunos ejemplos), estos resultados y estos
conocimientos nos resultan francamente insatisfactorios. Infinidad de manuales
nos enseñan las pautas esperables desde lo biológico, lo cognitivo o lo social
para un infante, un niño o un adolescente. Pero nada dicen de las capacidades
subjetivas de quienes no las cumplen, o lo que es más riesgoso, muchas veces
esconden verdaderos sufrimientos de quienes cumplen a rajatabla con lo
esperable.

De una forma más sencilla Stern sintetiza el conflicto que estamos planteando:

“Durante algunos años he trabajado como psicoanalista y como especialista en


el desarrollo, y experimenté la tensión y excitación que existe entre estos dos
puntos de vista. Los descubrimientos de la psicología del desarrollo son
deslumbrantes, pero están condenados a seguir siendo clínicamente estériles a
menos que se esté dispuesto a dar saltos inferenciales acerca de lo que
podrían significar con respecto a la vida subjetiva del infante. Y las teorías
psicoanalíticas del desarrollo sobre la naturaleza de la experiencia del infante,
que son esenciales para guiar la práctica clínica, parecen ser menos
defendibles y menos interesantes a la luz de la nueva información.” (Stern D.
1991 Pag 19)

Resulta necesario, entonces platearnos un nuevo modelo para pensar el


desarrollo del psiquismo humano.

Gerardo Prol

Continúa con: Encuentro, trabajo y huella


Psicopatologia y Desarrollo - Notas del video PROL

¿Que relación existe entre ambas?

Es común pensar en el desarrollo, el cual no sólo se da por la edad. Determina los caminos correctos de
aquellos que no lo son: porque se dan de manera diferenciada, por fuera de los cánones establecidos;
nombrados como anormalidades o patologías, dan cuerpo a una psicopato basada en mal desarrollo del
psiquismo.

El desarrollo sirvió para pensar el patrón del desarrollo esperable, normal para establecer cuándo es que
las cosas no suceden bien. Sin embargo, se aparta en algún punto de lo normal, psicopatológico. Es
posible pensar un desarrollo que incluya al sujeto y que no sirva solo como desarrollo de patrones, que
establece el disciplinamiento social.

Debe tener un discurso hegemónico, que establece lo bueno y lo malo, que asienta y determina los
patrones para discriminar lo normal y lo patológico. Hoy, ¿funciona?

Partiendo de la definición misma, que es la rama que estudia la evolución normal del desarrollo
humano. Está muy ligada al positivismo. Necesita explicar la ciencia del alma, en la actualidad (Denisna,
Manovich):

 Caida de grandes certidumbres


 Mundo deja de ser estable y predecible
 Abandono de objetivismo, como manera irrefutable de la ciencia
 Nuevas focalizaciones del conocimiento: conocimiento, inconsciente, relaciones sociales.
 Diverso, diferente, creativo, domesticable, lograron ser fuentes del saber
 Nueva concepción del sujeto. No es el sujeto que invade la ciencia, ya no es esencialista,
unificado, único.

Psicología del desarrollo, esta sostenida por

 Psiquismo humano: ligado a lo observable, muy ligado a un pisiquismo que debería tener las
mismas leyes, unificado, visión acotada y estructurada. No es previsible. El que hablamos hoy
es:
o Alejado del modelo biológico
o No sustancial
o Abierto al otro (alteridad)
o Imprevisible
 Evolución: en el psiquismo humano no podemos pensar según etapas. Dentro del psiquismo
humano no es lineal. Se debe pensar en idas y vueltas, de recursividades, de repeticiones, no
hay un fin pensado, se caen las certezas. No puede ser teleológico. El desarrollo del Psiquismo
es singular e irrepetible.
 Normalidad: la evolución normal, establecida. Se definen patrones, para definir patrones. Debe
ser observable. Es una idea de disciplinamiento social, diferenciando lo normal de lo patológico,
debemos entender la diferencia con el sufrimiento humano. Podemos entender los
sufrimientos a través de los trabajos del psiquismo.

Debemos criticar, poner en duda los conceptos, tenemos que pensar un desarrollo que permita la
alteridad, el suplemento lo esperado, etc.

Esquema

 Situación de encuentro: todos estamos en situación de encuentro, no hay modo de escapar. Se


distingue por su carácter anticipatorio, nos encontramos en esta situación cuando nos
encontramos preguntándonos a nosotros mismos, sin tener la capacidad psíquica para
responder esa pregunta subjetiva. Se distingue por su carácter anticipatorio a la capacidad de
respuesta de sujeto.
 Trabajo psíquico: es un trabajo determinado por la situación de encuentro. La noción la
extraemos de Olanier, noción con tradición metapsicológica: es un concepto freudiano en
relación con el duelo, el sueño. Implica un gasto de energía que implica un sufrimiento. Ver
cuadro relación trabajo psíquico y situación de encuentro.
 Huella: es la manera en que vemos como se realiza el trabajo psíquico. Nos encontramos con
marcas subjetivas, es singular. Podemos establecer modos y escenarios, pero no hay huelals
específicas, debe ser específica para cada sujeto en el mundo. Hablamos de la huella mnémica,
la necesidad de esa marca dentro del trabajo psíquico y de su temporalidad, como experiencia
subjetivante en espacios donde el sujeto hace huella.

1. ¿Con qué conceptos describirían el "desarrollo del psiquismo" según la


psicología clásica y con cuáles aquellos enunciados según el modelo
planteado por Gerardo Prol en sus textos?
2. ¿Cómo se articulan en la definición de "desarrollo" propuesto en el texto de
G. Prol con las nociones de temporalidad y experiencia subjetivante?
3. El texto plantea que cuando hablamos de "secuencia" nos referimos a
"Situación de Encuentro, Trabajo Psíquico y Huella", ¿Cómo relacionarían
estos conceptos?

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