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LA UNIFICACIÓN TERRITORIAL.
A pesar del establecimiento del reino visigodo, la Península era un conglomerado
heterogéneo de territorios, en el que, además del reino suevo, existían regiones montañosas
aún dominadas por cántabros, astures y vascones. Además, el sur peninsular había quedado
bajo el control bizantino a mediados del siglo VI, a raíz de la expansión territorial
protagonizada por el emperador Justiniano.
Durante los reinados de Leovigildo y Recaredo se desarrollaron diferentes campañas
militares que permitieron tanto la desaparición del reino suevo como el sometimiento
parcial de vascones, cántabros y astures. Suintila sometió definitivamente a los vascones y
conquistó los del sur ocupados por los bizantinos. Con la salvedad de algunos territorios del
Norte y las Islas Baleares, el reino visigodo estableció así la unidad territorial.
LA UNIFICACIÓN JURÍDICA Y
ADMINISTRATIVA.
Lograda la unidad religiosa, las leyes que regían a la minoría dirigente -unos 100000
visigodos- y al grueso de la población hispanorromana- unos 7 millones- eran diferentes. En
este ámbito hay que destacar la compilación del Liber ludiciorum bajo el reinado de
Recesvinto, una compilación de leyes que ponía fin a las diferencias jurídicas entre
hispanorromanos y godos.
La sociedad de los siglos VI y VII distaba, sin embargo, de ser homogénea. La ruralización
acentuada durante las postrimerías del Imperio Romano acrecentó las diferencias entre las
capas superiores y las inferiores, estimulando relaciones de dependencia prefeudal entre los
campesinos colonos y la aristocracia latifundista. Además, se establecieron numerosas
disposiciones legales contra los judíos, quienes bajo algunos monarcas fueron forzados a
convertirse al catolicismo.
La monarquía visigoda fundamentó su poder con la creación de nuevas instituciones, entre
las que destacaron:
● El Aula Regia, una asamblea que realizaba funciones legislativas y judiciales.
● El Officium Palatinum, un órgano similar a una corte conformada por magnates de
confianza del monarca.
● Los concilios, asambleas eclesiásticas convocadas por el rey, que a menudo versaron
sobre aspectos de índole política.
LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DE AL-ÁNDALUS.
Durante los ocho siglos de presencia musulmana, Al-Ándalus pasó por distintas etapas:
● Emirato dependiente de Damasco: al- Andalus se integró como provincia del califato
de Damasco. Esta etapa se caracterizó por la conclusión del avance musulmán en
Covadonga y Poitiers, así como por el establecimiento de un cinturón defensivo en
torno a las mareas de Mérida, Toledo y Zaragoza.
● Emirato independiente: en 750, la dinastía Abasida protagonizó un golpe de Estado
en Damasco contra la dinastía Omeya. Abd al-Rahman I, uno de los supervivientes,
se estableció en la Península y se auto proclamó emir independiente. De esta forma,
ratificaba su independencia política del califato de Bagdad, aunque no la religiosa.
● Califato de Córdoba: Abderramán III llegó al poder en 912 y tuvo que enfrentarse a
numerosas revueltas en Mérida, Toledo, Zaragoza y Bobastro. Tras su sometimiento,
en 929 se autoproclamó califa, lo cual se traducía en la Independencia definitiva de
al-Ándalus. Esta decisión no sólo suponía asumir el rango de máxima autoridad
religiosa, sino que constituía una auténtica reivindicación de la dinastía Omeya.
El apogeo militar y económico de al-Ándalus frente a los reinos cristianos del Norte
se prolongó también durante el reinado de al-Hakam II, cuyo reinado se caracterizó
por el desarrollo y esplendor cultural de Córdoba. Sin embargo, la minoría de edad
de su sucesor, Hisham II, fue aprovechada por el visir al-Mansur para asumir el
gobierno efectivo y protagonizar numerosas campañas de saqueos (razias) contra los
reinos cristianos.
● Los primeros reinos de taifas y las invasiones de almorávides y almohades: La
muerte de al-Mansur dio paso a un período de enfrentamientos que desembocó en la
disolución del califato en 1031. El poder se disgregó en una serie de reinos
independientes dominados por élites andalusíes, eslavas y bercheres, denominadas
taifas, cuya aparición será intermitente. En esta etapa contrastó el gran desarrollo
cultural y artístico frente a la gran debilidad militar, evidenciada por el pago de
parias a los reinos cristianos. Dicha debilidad de las taifas supuso la toma de Toledo
por Alfonso VI y la posterior invasión almorávides y almohades, pueblos bereberes
del Norte de África.
● El reino Nazarí de Granada: La destrucción del ejército almohade en la batalla de las
Navas de Tolosa en 1212, abrió las puertas a la conquista de la mayor parte del
territorio andalusí, dejando aislado al reino nazarí de Granada hasta su conquista
definitiva en 1492.
LA UNIÓN DINÁSTICA.
El matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón dio origen, al acceder ambos a los
tronos, a una nueva entidad política, la monarquía hispánica. Esta debe entenderse como
una unión dinástica de dos coronas, en la que cada territorio siguió rigiéndose por sus leyes
e instituciones, pero compartían una misma monarquía.
Se denominaba España a la asociación de todos los pueblos de la península Ibérica, pero no
tenía un significado político; de tal manera que los Reyes Católicos no utilizaron la
denominación de Reyes de España sino de cada uno de los reinos que la formaban. Las leyes,
la moneda, las instituciones, así como las Cortes de cada reino permanecieron diferenciadas
y las fronteras entre los diferentes territorios obligaban al pago de derechos sobre las
mercancías.
LOS CONFLICTOS INTERIORES.
El siglo XVI coincide con el reinado de los primeros monarcas de la dinastía Austria. Carlos
había nacido en Gante y era hijo de Juana I de Castilla y Felipe de Habsburgo, por lo que
recibió una formidable herencia:
● De sus abuelos maternos, los Reyes Católicos, había heredado la Corona de Castilla
con los territorios americanos, la Corona de Aragón con las posesiones italianas y el
reino de Navarra.
● De sus abuelos paternos había recibido los Países Bajos, el Franco Condado,
Luxemburgo y los territorios alemanes de la casa de Austria. Además, tras la muerte
de su abuelo, el emperador Maximiliano, adquirió la posibilidad de ser coronado
emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Carlos I llegó a la Península para asumir el trono rodeado de consejos flamencos y fue
recibido con una fuerte oposición, pues era visto como un extranjero ajeno a los intereses
peninsulares. Únicamente convocó las Cortes con el fin de obtener el dinero necesario para
coronarse emperador con el nombre de Carlos V. Marchó hacia Alemania, en medio de un
malestar creciente, que estalló en diversas revueltas:
● La revuelta de las comunidades: se inició en algunas ciudades de Castilla, como
Toledo y Segovia. La nobleza y parte del campesinado se unieron contra la
desatención del rey a los asuntos de Castilla, y en oposición a los consejeros
flamencos. Las fuerzas comuneras fueron derrotadas en la batalla de Villalar.
● El levantamiento de las Germanías: Se produjo en Valencia y Mallorca, por parte de
artesanos y campesinos, para conseguir una mayor participación en los cargos
municipales y más protección frente a los abusos señoriales. Apelaron al rey para
que los defendiese de los poderosos pero Carlos I se alió con la nobleza y las tropas
reales pusieron fin a la resistencia.
En 1556, Carlos I abdicó en su hijo Felipe II, cediendo a su hermano el título imperial y los
territorios austriacos. Además, gracias a sus derechos dinásticos, Felipe II fue reconocido
rey de Portugal, lo cual supuso la incorporación de las extensas posesiones coloniales
portuguesas. A diferencia de su padre, Felipe II estableció en Castilla su centro de poder,
administrando sus territorios desde la nueva corte de Madrid y el Monasterio del Escorial.
Los problemas más graves se produjeron a raíz de la persecución de los moriscos
granadinos. Ello desencadenó la sublevación de las alpujarras, que fue sofocada
militarmente y comportó la dispersión de unos 80000 moriscos por la Península.
Por otro lado, la centralización de los reinos peninsulares iniciada por Felipe II provocó un
conflicto en Aragón, cuando a raíz de la persecución en tierras aragonesas de Antonio Pérez,
antiguo secretario del rey acusado de asesinaro, el rey impuso su autoridad por encima de
los fueros de Aragón.