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Mariana Miglionico

4B Literatura
Didáctica III
Profesor Álvaro Revello
16 de Agosto de 2023

Conectando saberes

La danza entre las propuestas de evaluación y las interrogantes en la práctica educativa

Introducción

La evaluación y la práctica de formular preguntas dentro de nuestro enfoque educativo


desempeñan un papel fundamental al permitirnos valorar el progreso de nuestros estudiantes
y mejorar la calidad de nuestras clases. En el ámbito de la literatura, la evaluación cobra una
relevancia especial ya que influye en el sentido y la interpretación que deseamos transmitir a
nuestros estudiantes, permitiéndoles comprender, analizar e incluso disfrutar una variedad de
textos literarios. En el presente trabajo se abordará la evaluación, dentro del contexto de la
clase y el curso, como un proceso intrínseco de diálogo, comprensión y mejora continua. Por
otro lado, se explora y analiza la técnica interrogativa como una herramienta valiosa para
verificar el avance de los estudiantes en su proceso de adquisición de conocimientos teniendo
en cuenta las perspectivas docentes y la interacción entre ambas partes.

El poder de la evaluación y la formulación de preguntas

Según Cecilia Bixio (2003) “evaluar no es sinónimo de juzgar (...) tampoco puede ser
sinónimo de medir” (89). Estas conceptualizaciones hacen que el rol docente se aleje de la
posición de juez que simplemente evalúa las capacidades de los estudiantes en un momento
específico. Si bien nuestra labor como educadores implica seguir el proceso de los estudiantes
en el aula, no podemos adoptar el papel de un docente-dios encargado de conceder y declarar
el conocimiento de nuestros estudiantes ya que estos se desarrollan de diversas maneras. Es
fundamental comprender que la evaluación es un enfoque subjetivo, y como docentes,
también somos individuos que pueden establecer un vínculo único con cada estudiante. Del
mismo modo, los estudiantes son seres individuales, y por lo tanto, poseen capacidades
cognitivas y afectivas diversas que influyen en el proceso de enseñanza. La evaluación
percibida solamente como “objeto de medición” (Bixio, 89) no abarca todos estos ámbitos y
pareciera que siempre está dirigida únicamente hacia el estudiante. Sin embargo, es esencial
reconocer que no es el único integrante dentro de este vínculo con los saberes. Esto demanda
que el docente deba cuestionarse acerca de sus métodos y la formulación de interrogantes que
acompañan la evaluación día a día. Además, tal como lo señala Rebeca Anijovich (2011) en
Evaluar para aprender, es esencial considerar las siguientes tres preguntas al diseñar una
evaluación: “¿Qué evaluamos? ¿Cuándo? ¿Para qué?” (11). Estas interrogantes nos brindarán
un enfoque reflexivo en torno a la planificación de la evaluación.

Es vital comprender las demandas que el sistema educativo nos impone mediante ciertas
exigencias que deben cumplirse con respecto a este tema. Gimeno Sacristán (1992) señala
que “evaluar es una actividad que surge como un mandato institucional” (Blixio, 90). La
evaluación, por lo tanto, es un componente impuesto por el sistema que necesariamente debe
manifestarse en términos numéricos, en su mayoría, para reconocer estadísticas y entender los
procesos dentro de las instituciones. Este enfoque provoca que el estudiante se convierta en
una “simple abstracción” (90) y que se pierda la conexión de “conocer al alumno y los modos
en que aprende” (90). Frente a estas problemáticas se entrelazan los factores sociales externos
como la situación económica y emocional, no relacionadas directamente con el estudio o el
desarrollo de los contenidos. Por otra parte, la evaluación también desempeña un papel de
control ya que puede usarse para sancionar o mantener la autoridad docente dentro del aula.
Sin embargo, estos métodos de evaluación a menudo se alejan de los objetivos pedagógicos
(Blixio, 91). De esta forma, la evaluación es un proceso constante y no se limita a un
momento específico sino continuo. Aunque debamos cumplir con las demandas
administrativas, no debemos basarnos únicamente en ellas ya que existen ciertos espacios que
permiten cierta flexibilidad para lograr nuestros objetivos y creencias con respecto a la
evaluación y nuestras decisiones personales, ¿dónde queda sino nuestra libertad académica en
última instancia?.

Es importante que el docente desmitifique la evaluación escrita como el único medio para
reconocer los avances de los estudiantes. Como mencioné anteriormente, la evaluación es una
actividad cotidiana y debe considerarse en conjunto de otras condiciones como la asistencia a
clases, la participación activa y el compromiso con la asignatura. No obstante, la evaluación
debe mantener cierta coherencia con los contenidos presentados y los objetivos establecidos a
principio de año. Sin embargo, esto no implica que debamos abstenernos únicamente a estos
elementos ya que surge la siguiente pregunta, ¿qué importancia tienen los objetivos definidos
de manera colectiva al comienzo del curso cuando aún no conocemos a nuestros estudiantes,
ni cómo funcionan como grupo, ni sus individualidades?.

Frente a todas estas cuestiones, es cierto que la evaluación se convierte en una herramienta
necesaria, incluida la evaluación diagnóstica para comprender el nivel de desarrollo en el que
se encuentran los estudiantes al inicio del curso y saber qué cosas debemos mejorar. Además,
los escritos y parciales (sea cual sea la metodología) nos permiten evaluar si los estudiantes
están siguiendo el plan propuesto y alcanzando los objetivos establecidos. Sin embargo, es
importante recordar que estas instancias de evaluación no reflejan completamente los
procesos. Otros factores, como el azar o la suerte, pueden influir en si un estudiante ha
estudiado solo ciertos temas, dejando de lado otros, por ejemplo. Estas situaciones pueden
resultar en una alta o baja calificación en un área específica, mientras que otras hayan sido
descuidadas. Estas experiencias nos lleva a cuestionarnos como docentes qué es lo que
realmente queremos transmitir, ¿reproducir conocimientos o cultivar habilidades para la
expresión oral y escrita, o fomentar un pensamiento crítico reflexivo que se base en la
conciencia de las situaciones cotidianas y en la aplicación de saberes? Dentro de este
contexto es cuando la “evaluación del trabajo del docente adquiere significación” (Blixio,
95). El papel del docente debe ser siempre orientador, ayudando al estudiante a la toma de sus
propias decisiones de las técnicas que elige. Este enfoque refleja el lugar del docente en
relación con sus estudiantes. Como afirma Rebeca Anijovich (2017) en La evaluación como
oportunidad, se trata de “retroalimentar al estudiante sobre sus propios procesos y logros, y el
“dar cuenta” (23)”. En otras palabras, se trata de ayudar al estudiante a ser consciente de los
procesos cognitivos que emplea y asistirlo en la construcción de procedimientos
metacognitivos para ajustar sus procesos de resolución de problemas (Blixio,105).

En vista de estos aspectos, las preguntas didácticas están relacionadas con la evaluación ya
que en la evaluación diaria debemos seleccionar e idear interrogaciones para el adecuado
proceso de enseñanza-aprendizaje. Como señalan Morata Sebastián y Rodríguez Sánchez
(1997) en su artículo “La interrogación como recurso didáctico”, “la interrogación didáctica
exige una respuesta verbal o una acción concreta” (154). Desde una perspectiva educativa la
construcción del conocimiento se basa en la relación entre “buenas preguntas y buenas
respuestas” (Morata, Rodriguez, 156). No obstante, si bien la función del docente es poder
generar esas preguntas no hay que dejar de lado las preguntas que realizan nuestros
estudiantes ya que cuando formulan una pregunta se pone en juego la demostración del
desarrollo de los procesos mentales y su capacidad de comprensión. De esta manera, las
interrogantes formuladas por los docentes deben actuar como ejemplos y estímulos,
generando motivación en los estudiantes y promoviendo un diálogo fluido entre ambas
partes. La interrogación debe convertirse en una actividad dialógica y no únicamente desde
un lugar de poder. Se desprende, entonces, al practicar este sustento “el estímulo de la
pregunta inteligente” (Morata, Rodriguez, 169) para convocar a cada estudiante al desafío y
el compromiso con los contenidos, tomando además la construcción activa y dinámica de los
conocimientos.

Conclusión

La evaluación escrita no debe considerarse el único medio para reconocer el avance de los
estudiantes. Es necesario combinar otros elementos y considerar las condiciones específicas
de cada estudiante y grupo. La evaluación es una herramienta vital para comprender el
progreso, y el enfoque del docente debe ser orientador y alentador en todo momento. La
relación entre preguntas didácticas y evaluación es fundamental para el proceso de
enseñanza-aprendizaje, fomentando la construcción activa de los saberes y la capacidad de
formular preguntas interesantes. Se trata de crear un ambiente educativo en el que la
evaluación sea una oportunidad para el crecimiento continuo y el desarrollo de habilidades
cognitivas y reflexivas en los estudiantes.

Para finalizar, me gustaría citar las palabras de Mariela Pérez Collado en su artículo titulado
“El desafío de enseñar, aprender y evaluar en el 2020 y 2021”, el cual se encuentra en el
número 33 de la revista SIC. Si bien el artículo fue escrito en este ámbito marcado por la
virtualidad que la pandemia nos impuso, la autora reflexiona sobre los estudiantes y siento
que fuera de contexto sigue vigente.

El desafío está en pensar cómo sostener en ellos la esperanza de logro, crear un clima de
confianza que incentive a plantear dudas, exhibir carencias, con la finalidad de alentar su
superación y no su sanción, donde perciba como natural cometer errores y buscar soluciones
(Pérez Collado,79).

Bibliografía

Anijovich, Rebeca, y Graciela Cappelletti. La evaluación como oportunidad. Paidós, 2017.


Anijovich, Rebeca, y Carlos González. Evaluar para aprender: conceptos e instrumentos. Aique,

2011.

Bixio, Cecilia. Cómo Planificar y Evaluar en el Aula: Propuestas y Ejemplos. Homo Sapiens, 2003.

Morata Sebastián, Rosario, y Manuel Rodríguez Sánchez. “La interrogación como recurso didáctico.

Análisis del uso de la pregunta didáctica practicado en dos áreas de conocimiento en el nivel

de Formación Profesional.” Didáctica, no. 9, 1997, pp. 153-170. Acceso 15 Agosto 2023.

Pérez Collado, Mariela. “El desafío de enseñar, aprender y evaluar en el 2020 y 2021.” SIC -

Didáctica de la literatura: disciplina relacional en la enseñanza actual, no. 33, 2022, pp.

74-84.

Santos Guerra, Miguel A. Cap II: La evaluación: un proceso de diálogo, comprensión y mejora. s,f.

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