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Henri Berr (1863 – 1954) fue un filósofo francés y profesor de Lycée, fundador
en 1900 de la revista de la Síntesis Histórica, publicada desde 1931 bajo el título de
Revue de Synthese.
Henri Berr fue una de las grandes influencias sobre Lucien Febvre y Marc Bloch,
es considerado como el que preparó el camino a los Annales, incluso faltando un
método realmente histórico, fue un filósofo de la segunda mitad del siglo XIX, que a
partir de la redacción de “Esquema de una síntesis de saberes, a partir de la historia
(1893)” le concede un lugar privilegiado al conocimiento histórico.
Durante los inicios del Siglo XX, Berr va a criticar el trabajo de los historiadores
del siglo XIX, conocido como “el siglo de la historia”, sostiene que, la historia ha
planteado problemas que no están resueltos. Las ciencias naturales crearon métodos
precisos y eficaces, se prestan un apoyo mutuo y sus resultados se combinan en
síntesis que tiene un carácter cada vez más positivo. Las “ciencias” históricas, distan
mucho de estar tan avanzadas”1.
Berr sostuvo que los historiadores producían monografías “es decir, una vana
imitación de la ciencia”. Sostiene que este problema yace en el poco interés de
reflexión de los historiadores sobre la naturaleza de su ciencia al establecer hechos.
La escuela de los anales surge en el año 1929, con la fundación de la revista “Los
Annales de historia económica y social” fundada por Marc Bloch y Lucien Febvre,
profesores de la universidad de Estrasburgo, en el periodo “entre guerras”, cuya
revista tenía como finalidad circular en el campo académico de dicha universidad,
aunque sostiene Burguiere que es una revista que se escapa de la rutina
universitaria, tanto por su estilo poco académico como por su red de colaboradores.
La misma aparece como un contraste del resto de revistas de historias de interés
académico, al darle especial importancia a las ciencias sociales y los problemas de la
época.
En primer lugar ¿Qué es comparar en nuestro dominio? Sin duda, esto; elegir
en uno o varios medios sociales diferentes, dos o más fenómenos que parecen
presentar entre ellos, a primera vista, algunas analogías, describir las curvas de sus
evoluciones, comprobar los parecidos y las diferencias y en la medida de lo posible,
explicar unos y otras, en consecuencia hay dos condiciones necesarias para que,
hablando históricamente, haya comparaciones: cierta similitud entre los hechos
observados y una cierta diferencia entre los medios donde se produjeron. En el
primer caso eligen sociedades separadas en el tiempo y el espacio por distancias tales
que las analogías, observadas en una y otra parte, entre un fenómeno y otro, no
puedan explicarse, evidentemente, ni por influencias mutuas ni por comunidad de
origen. Por ejemplo: el Padre lafitau, jesuita, invitaba a sus lectores a comparar las
“costumbres de los salvajes americanos” con las de los “primeros tiempos” es el tipo
más difundido de este tipo de comparación. Se ponen bajo la mira las civilizaciones
mediterráneas, helénicas o romanas.
En su obra, los reyes taumaturgo, nos presenta la concepción que tenían las
sociedades de la edad media de sus monarcas, muy diferentes a las interpretaciones
de la actualidad, “En la edad Media y aun en plenos tiempos modernos, se formaban
de la realiza una imagen muy diferente a la nuestra. En todos los países los reyes eran
considerados por entonces personajes sagrados; y en algunos, cuando menos se los
tenía por taumaturgos, durante largos siglos, los reyes de Francia y los de Inglaterra,
“tocaron las escrófulas, para utilizar una expresión clásica en su tiempo, debiendo
entenderse por tal que ellos pretendían curar a los enfermos afectados por este mal,
mediante el solo contacto de sus manos y la virtud curativa del soberano era creencia
común”2.
Lucien Febvre fue uno de los más importantes historiadores franceses, centrado
en la época moderna, se le recuerda por el papel que jugó en el establecimiento de los
annales que fundó con Marc Bloch en 1929. Propuso una historia más explicativa y
menos descriptiva.
Febvre nos plantea que, el historiador, no debe poner etiquetas, sino debe
comprender. Y comprender es, ante todo, recorrer en el tiempo y en sus
vicisitudes el camino de los hombres y de los acontecimientos, procurados
advertir con perspicacia sus mutaciones, transformaciones, modificaciones de las
ideas que los sucesivos cambios ambientales imponen a los hombres y mujeres. Por
ejemplo, tenemos una cita que lo detalla casi perfectamente, “Así se explica la
devoción de Francisco I, que se arrodilla piadosamente ante el altar tras salir de los
brazos de la hermosa Madame Disomme, no se trata de hipocresía, nos dice el
historiador, sino de piedad, piedad de hombres mal equilibrados que oscilan entre
goces desenfrenados, placeres peligrosos, grandes victorias y súbitas necesidad de
humildad, de retiro, de silencio”4.