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Vienen de escuelas públicas de zonas humildes de la ciudad de Córdoba. Obtuvieron los mejores promedios
en la promoción 2011. Pero casi ninguno estudia ni recibe incentivos para hacerlo. La UNC ofrece ayuda,
pero ellos no lo saben y no les llega esa información. Especial Multimedia.
Edgardo Litvinoff
Domingo 28 de octubre de 2012 - 00:01
Mientras obtenía los mejores promedios en la secundaria, Yanina Juhel trabajaba en un lavadero de ropa o
limpiando pisos en un boliche. Era la única forma de ayudar a su madre, una empleada doméstica sostén de
hogar en el que viven otra hija –discapacitada– y un sobrinito. La joven recibió en los últimos años la beca
provincial –dice que 200 pesos a mitad de año y 200 al final–, pero se le terminó en 2011, cuando egresó
como abanderada. Al poco tiempo quedó embarazada; tiene una beba de un mes.
Yanina nunca fue a una feria de carreras ni sabe que hay becas universitarias. Nunca recibió más estímulo
que el de los consejos individuales de algunos profesores del Ipem 338 de Marqués Anexo, en la capital
provincial, comunidad educativa que hace maravillas para contener a los chicos.
Su caso ilustra la realidad: aunque no está medido puntualmente, apenas entre 20 y 25 por ciento de los
chicos que asisten a la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) proviene de hogares de bajos recursos, si se
tienen en cuenta variables como la ausencia de obra social (según el anuario estadístico 2011, 20 mil de los
107 mil estudiantes no la tienen, y a cinco mil más se las da la Universidad).
¿Las causas? Una realidad socioeconómica que excluye del imaginario de estos jóvenes la posibilidad de un
estudio superior, falta de articulación del secundario con la universidad, y falta de acceso a la información
sobre las posibilidades que tienen para obtener becas u otros tipos de ayuda (ver aparte).
“Muchos de estos chicos no vieron estudiar a sus padres ni abuelos; son los primeros en sus familias que
intentan tener un título secundario. Y, en ese contexto de mucha vulnerabilidad, no se debiera caer en dar
clases pobres. Si no, se nivela para abajo”, dice Rosa Merlo, directora del Ipem al que asistió Yanina.
En uno de los Ipem consultados afirman que de 110 alumnos que ingresaron a primer año en 2004, sólo un
10 por ciento egresó en tiempo y forma. “No hay articulación con la universidad. Nos abocamos más a que
el chico venga y pase de año”, dice la directora.
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En ninguna de las historias que aparecen en esta nota, los chicos recibieron seguimiento, contacto
personalizado o recomendaciones de institución terciaria o universitaria alguna. A pesar de sus méritos.
Desconectados. Keila Peralta tiene 19 años. Fue la abanderada 2011 del Ipem 124 de Coronel Olmedo, al
sur de la ciudad de Córdoba. No estudia ni trabaja. “Me gustaba Ciencias Económicas, pero eran 700 los que
se presentaban al cursillo, y pensé que no iba a quedar”, relata.
“No conozco que haya una línea directa de la UNC con los alumnos de sexto año. Por ejemplo, no saben que
pueden tener una beca universitaria. Les cuesta tener acceso a esa información”, dice Fernanda González,
directora del Ipem donde estudió Keila.
Aunque admite que la UNC mejoró mucho desde 2010 en cuanto a la articulación con el secundario, no está
segura de que alcance: “Generan programas, los recibimos a través del Ministerio de Educación, pero queda
en la voluntad de los profesores adherir y generar esos espacios. No hay algo orgánico”, reconoce. Los
contactos son a través de alguna cátedra interesada, algunos casos aislados.
“Pasa mucho por la condición social de los chicos: muchos necesitan trabajar para ayudar en su casa, aunque
tienen condiciones para seguir estudiando”, dice Nancy Gamen, directora del Ipem 20 de barrio Zumarán,
también de la Capital.
Allí estudió Joan Kuttel, el abanderado 2011. El joven vive con sus abuelos, una tía y una hermana. Empezó
a trabajar en una fábrica, donde coloca tubos de papel que una máquina convierte en bolsas. Fue a una feria
de carreras el año pasado, pero no tuvo ningún otro contacto relacionado con estudios superiores. No sabía
que había becas universitarias para casos como el de él.
“En una época hicimos algo con Trabajo Social, pero no directamente con la UNC. Llevamos a los chicos de
sexto a la ferias de carreras el año pasado. Pero acá no se acercaron de ninguna universidad”, dice Nancy.
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No estudian ni trabajan
En Córdoba, el 20 por ciento de los jóvenes de 16 a 29 años no estudia ni trabaja (56 mil personas). En
tanto, 228.731 jóvenes trabajan o buscan trabajo, según el Consejo para la Planificación Estratégica de la
Provincia de Córdoba (Copec).
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Edición Impresa
El texto original de este artículo fue publicado el 28/10/2012 en nuestra edición impresa.