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UNO

A mí me rescataron los animales. Sé que


así dicho suena bastante m ás aventurero de lo
que fue en realidad, pero eso no significa que sea
mentira. Porque en ese tiempo yo estaba comple-
tamente perdida. Y ellos, a su manera, estuvieron
ahí para ayudarme.
Si alguien está pensando que voy a contar
una historia de la selva, ya mismo lo tengo que
sacar de ese error. Esta historia sucede en el zooló-
gico. Los animales estaban encerrados, claro. En
cierta forma, yo también.
Aunque ya pasaron casi tres años, no hay
día en que no piense en esa época. A veces alcanza
el olor, ese aroma intenso y algo nauseabundo que
desprende el zoológico. O un ruido, el rugido de
un león, el chillido de los guacamayos. Y en un
instante las im ágenes vuelven: todo lo bueno, lo
malo, lo raro que pasó ahí.
8

Pero a quien más recuerdo es a Nina, la Dos


chimpancé. Mi chimpancé.
Ahora quizás alguien piense que esta es
una historia estilo Tarzán. No, tampoco. Aunque
en ese tiempo una vez me dijeron que yo me esta-
ba volviendo un poco chimpancé. Era una broma,
supongo.
O no tanto.
Quizás, a fin de cuentas, de eso se trate esta
A. 1 principio yo no ten ía ganas de ir.
Para nada A esa altura llevaba casi un año vivien-
historia: de mi lado chimpancé. do en Buenos Aires y la ciudad todavía me asusta-
ba . Sabía que no había vuelta atrás, que tenía que
acostumbrarme. No solo a Buenos Aires sino a to-
do lo demás: el departamento, las noches sin sueño,
el dolor en el brazo, la nueva vida. Pero hasta ese
momento mis intentos eran un fracaso.
Fue todo idea de mi madre. Una de las
tantas tardes en que yo miraba televisión entró en
la sala, se sentó a mi lado y se puso a hablar sobre
un programa especial del zoológico del que había
estado averiguando. Un proyecto interesante, dijo,
para chicos como yo.
Saqué por un instante la vista de Los
Simpson.
—— ¿ Rayados ?
Nadie está poniendo rótulos, Erna. Es
un programa para adolescentes con situaciones...
10 11

—le costó encontrar la palabra—... difíciles. Van a disfrutar. Aunque sea vayamos a una entrevista y
una o dos veces por semana al zoológico y... ¿ me ves de qué se trata. No perdés nada.
estás escuchando ?
En la pantalla, Homero se estaba ponien- Me gustaban los animales, sí, pero no fue
do rojo. Me divertía bastante m ás que la charla por eso que acept é la entrevista . Creo que a esa al -
con mi vieja. tura el encierro empezaba a ahogarme. Necesitaba
—¿Y quién nos va a curar? ¿El elefante?
Se mordió el labio inferior y esperó unos
salir un poco del departamento y esa era una excu-
sa tan buena como cualquier otra. Cuando nos
segundos. Era obvio que se había propuesto mos- presentamos , una semana m á s tarde, nos recibi ó
trarse positiva a cualquier precio y no discutir. uno de los coordinadores del programa . Era un ti-
—No se tratar de curar, no es un trata- po flaco , de unos cuarenta a ñ os , que nos invit ó a
.
miento Es más bien una actividad que te puede sentarnos al otro lado de su escritorio mientras
ayudar. Además, Erna, algo tenés que hacer. No soltaba una explicación breve de lo que hacían allí.
vas al colegio, nada te interesa, no querés hablar Psicólogo, deduje enseguida: en esos tiempos los
de lo que pasó y. .. reconocía a la distancia. A su espalda había fotos
Iba a decir algo de mi delgadez, seguro, de chicos vestidos de verde, chicos sonrientes que
pero se detuvo. Aunque en ese tiempo hablá ba- alimentaban a llamas y ciervos.
mos poco, las dos nos habíamos hecho expertas en A mi vieja el tipo le gustó de inmediato. A
interpretar nuestros respectivos silencios. El mío le m í, no. Estaba cansada de tratar con médicos y
.
dijo que no se metiera por ese camino Retrocedió. psicólogos, cansada de que me hicieran preguntas
—— Y te gustan los animales.
Los animales no van a cambiar nada.
que
en
no
decir
pod ía contestar
cualquier cosa
.
,
Tuve
que
ganas
en
de
realidad
irme
no
. Pens
quer í
é
a
— Hubo muchas experiencias con anima - participar en ese programa, que había sido todo

les en que... Creo que a mitad de la frase se dio un error, y levantarme en ese mismo instante. Pero
cuenta de que así no íbamos a llegar a ningún la- no lo hice.. Me quedé sentada mientras el tipo me

do. Trató de sonreír . Estoy segura de que lo vas explicaba que ahora quer ía conversar con mi mam á
12 13

mientras yo recorría el zoológico junto a uno de los


provocaba una zozobra que iba creciendo a medi-
cuidadores, Raúl, que acababa de aparecer.
da que avanzábamos. Un par de veces estuve a
— Raúl es uno de los más antiguos...
punto de decir que ya estaba bien, que había visto
Dejé de escuchar y bajé la vista al suelo. lo suficiente y podíamos volver. Pero segu í cami-
No quería ir a ninguna parte sin mi vieja, pero me liando.
daba vergüenza admitirlo. Finalmente, tenía quin-
Al rato llegamos a la zona de los monos.
ce años. Todos me estaban mirando y tuve más ga
- En uno de los recintos había cuatro o cinco a ñi-
nas, muchas más ganas de irme a casa.
l o a les juntos, que jugaban y gritaban. Y en el de al
—¿Vamos, Erna? lado estaba ella sola. Nina, una chimpancé de on-
Raúl había abierto la puerta. Me levanté
ce meses de edad. Aunque, en realidad, lo que yo
con esfuerzo y lo seguí. Me dolía un poco el
vi fue apenas un cuerpo acurrucado, una bola de
estómago.
pelos que no me despertó mayor interés.
Atravesamos buena parte del parque — ¡Tenés suerte! xclamó Ra úl con una
euforia que me pareció totalmente injustificada . —
mientras Ra úl hablaba. Ten ía unos cincuenta
Es la primera vez que está a la vista del pú blico. Y
años, poco pelo y unos cuantos kilos de más. Y me
es solo por un ratito, para que se vaya adaptando
trataba con un exceso de cuidado, como si yo fue-
al lugar. Nina tiene una historia difícil, ya te la va-
se un bebé o un objeto frágil. Pero al menos no
M I O S a contar. Ahora acé rcate a mirarla.
parecía esperar ninguna respuesta de mi parte, lo
Acerqué mi cara casi hasta pegarla al vidrio.
que me tranquilizó. Se puso a contar historias so-
No veía por qué me tenía que interesar esa bola
bre serpientes que com ían ratones vivos y came-
de pelos ni ninguna otra cosa del zoológico, al
líos a los que por alguna razón se les torcía la
que no pensaba volver. Pero ese fue el momento
joroba, pero yo no conseguía concentrarme en sus en que Nina se incorporó. Era muy chiquita y te-
palabras. El zoológico me pon ía nerviosa. Era un
n ía un cuerpo delgado, de aspecto frágil, aunque
I lugar abrumador: el intenso olor a bosta, los gritos
se movía con agilidad. Caminó hasta nosotros y
de los animales, el revoloteo de las aves, todo me
puso una mano en el vidrio que nos separaba
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14

la semana pr ó xima ?
mientras me miraba a los ojos. Directo a los ojos.
¿Te gustaría empezar
Asent í una tercera vez .
A m í me pareció que en esos ojos extrañamente antes de hacer la
humanos se transparentaba algo: que esa chim- 1 ,uis pensó un momento
Hl|i, mi - ute pregunta. Creo que buscaba algo qu e ne-
pancé se sentía mal. Tan mal como yo. Por un
.
. , ' lt .ua palabras.
momento me imagin é que agarraba a Nina, me la
subía a los hombros y corría. Y seguía corriendo
hasta escapar de ah í.
— ,
Si pudieras elegir ¿
|MiM . u ía trabajar?
con qué

momento
animales

.
te

Yo tambi é n me tom é un

Cuando volví a entrar en la oficina, mamá


y el psicólogo se callaron. Había una expectativa
— Eso
Con los chimpancés.
, al menos , era verdad .
en el aire que me inquietó. En ella, sobre todo: era
obvio que quería desesperadamente que alguien la
ayudara a manejar la situación. O sea, a m í.
Yo ya había decidido no participar en ese
asunto, pero no era buena peleando. Prefería decir
cualquier cosa para salir del paso y después hacer
lo que quería. Me senté en una de las sillas y des-
vié la vista hacia las fotos en la pared.
— ¿Te gustó la recorrida? — preguntó el
psicólogo. Se llamaba Luis, me lo había dicho an-
I tes. También me había dicho que no lo tratara de
I usted, que ahí todos se decían por el nombre, co-
mo amigos.
Pero yo solo asentí.
— ¿Entonces te interesa el programa?
Volví a asentir.
TRES

Fin el consultHab
orio de yo prá
Marisa, ctica-
inenie no abría la boca. í pasado por
a con
otros -
• ulmiios y otros psicólogos que me agobiaron

ion su insistencia en que hablara sobre lo que ha-


b ía pasado, aunque yo decía que no, que no me
. a onlaba. Marisa, en cambio, me había recibido
in exigencias. Había que darles tiempo a las cosas,

ol ía decir, y en la hora que pasaba con ella jugá-


bamos a las cartas, armá bamos rompecabezas, ha-
i íamos dibujos y collages. Supongo que para alguien

de quince años todo eso era un poco infantil, pero


ninguna de las dos lo mencionaba. De vez en cuan-
do Marisa soltaba algú n comentario referido a mi
si luació n o a mi historia. Este perro acá, decía por
ejemplo mirando mi dibujo, este perro tan grande,
¿no es parecido al que tenían en La Plata? Y yo res-
pondía mmm, no sé. O mmm, capaz.
Sabía que no ten ía mucho sentido ir a un
psicólogo si no iba a hablar. Pero eran mis viejos
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los que habían insistido hasta el hartazgo en que


fuera y, si ellos querían pagar para que pasara ho-
-
-
——Vas a ir entonces?
¿
¿A dó nde?
ras haciendo dibujos o jugando a las cartas, era su
problema. Por otra parte, nunca había sido una
lindaste
— Al zoológico. Tu mamá me dijo que
en ir la semana pró xima.
persona demasiado conversadora. Un poco tími-
da, quizá. “Especial”, decían antes mis padres. —Y No.
sin embargo fui una segunda vez.
Especial era una palabra que sugería muchas cosas
y no afirmaba nada en concreto. No era por mi Fue parte del pacto tácito con mis viejos.
rendimiento en la escuela: con algunos resbalones, En esos meses habíamos llegado a algunos acuer-
siempre había conseguido zafar. No, no era eso. dos casi sin necesidad de ponerlos en palabras. Al
Era más bien que hablaba poco. O que me gusta- principio ellos quisieron que retomara el colegio y
ba quedarme sola. O que no me resultaba fácil
me anotaron en primer a ño, el que había dejado a
hacer amigos. Salvo Oriana y Bruno, que habían
poco de empezar. Mamá se ocupó de todos los
estado desde que nací en la casa de al lado. A mí i rámites: gestionó en la escuela de La Plata el cer-
me parecía que antes especial podía ser rara, pero
Iideado del primario aprobado, pidió consejos, vi-
aceptable. Después me había vuelto demasiado sitó diferentes colegios y finalmente encontró uno
especial para todo el mundo. que le pareció apropiado. Todo eso me lo fue con-
Al día siguiente de la primera visita al zoo- tundo día a día, mientras trataba de contagiarme
lógico, Marisa sugirió que dibujase algo que me un entusiasmo sobreactuado. Fui a ese colegio so-
hubiera impactado. Dibujé un chimpancé. Me to- lo tres días: me alcanzó para saber que no podía ni
mé mucho tiempo con los detalles: se fue casi la
quería hacerlo. Ellos intentaron insistir, pero se
sesión completa.
dieron cuenta enseguida de que no ten ía sentido.

— — Veo que trabajaste mucho con los ojos



dijo Marisa cuando estuvo terminado . Una
Desde entonces solo salía del departamento para
ir a lo de Marisa, a la rehabilitación del brazo y
mirada interesante. ¿Eso viste?
poco más. Tuvieron que aceptarlo. En casa todo
— Mmm. era cuestió n de percibir los límites. Como en la
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comida: a mamá la desesperaba mi falta de ham- un lidiándome las uñas y los pellejos. “Dar un pa-
bre. Se ponía tan mal que una vez hasta intentó .
’ u " implicaba interesarme en alguna cosa.
meterme fideos en la boca por la fuerza: yo empu Porque esa ahora era la raíz del problema,
-
jé su brazo y los fideos volaron por el aire. Mucho ’l ím ellos . Que yo podía qued arme senta da fren-
grito y la cocina como un chiquero. El pacto llegó ir il iclevisor todo un día , toda una semana, toda
días después: conseguí con esfuerzo empezar a tra- I I I I .I vida , sin que me importara nada. Ni siquiera
gar algo así como un plato normal por día. Eso les lo ( iiie daban.
daba la tranquilidad de que iba a sobrevivir, aun- Tanto insistieron que al final cedí. Dije
que no aumentara un gramo. Y no insistían. que le iba a dar al zoológico otra oportunidad. Y
Pero con el asunto del zoológico el equili- ellos aceptaron que si no me gustaba podía volver
brio volvió a desarmarse: fue demasiado evidente 11 asa y no se discutía más. Ese era mi objetivo.
que mi vieja creía ver allí una salida. Una manera
de que volviera a conectarme, decía, algo que me
acercara al resto del mundo. Cuando dejé en claro
que no pensaba volver se rayó como nunca. Dis-
cutimos días sin avanzar un milímetro. Aunque
no era en realidad una discusión, porque mamá
hablaba y hablaba y yo solo decía que no mientras
miraba la tele.
— —
Estás mucho mejor argumentaba .
Hiciste avances muy importantes. Solo te falta dar—
un paso para que las cosas vuelvan a ser como antes.
Hay que saber interpretar los códigos de
mi familia. “ Mucho mejor” significaba que com ía
un poco más. “Avances muy importantes” era que
a veces conversaba y ya no me lastimaba los dedos
CUATRO

C uan do llegó el día, mi decisión se ha-


ll . i debilitado y supongo que se notaba . Mam á me
t i m u paño hasta la puerta para asegurarse
de que
. tillara . Iba a estar todo bien , dijo sonriendo , yo
.
i n í a el celular y pod í a llamarla si era necesario.
No me moví.
— — —
Vamos insistió , te esperan .
Pensé en decirle que había cambiado de
idea, pero no pude.

Dale, vas a llegar tarde.
Seguía sin moverme y me apret ó el brazo .
í heo que intentó ser un gesto afectivo, pero lo hi-
zo demasiado fuerte.

entrá .

Vas a ver que va a salir bien . Por favor ,

El ruego en su voz me irritó. Di media


vuelta y me fui sin saludarla.
Por ser mi primer d ía una chica fue a bus-
carme a la entrada. El parque era grande , explicó ,
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difícil orientarse al principio. Había que pasar los i H .mdo me vi con todo eso puesto me sent í una
flamencos y doblar a la izquierda, junto al recinto .
l . ii ' inte ¿
. . A qui é n enga ñ aba , si no iba a quedar -
del aguará-guazú antes de llegar a los rinocerontes. me ili ? í No sab ía que despu é s el uniforme se
Ahí, a la derecha, estaba la oficina. Al lado de los vertiría en algo importante . Cuando lo ten ía
antílopes. Mientras caminábamos miré varias cre ían que era una empleada
ve- puesto los visitantes
ces hacia atrás. Creo que la chica temió que saliera v sol ían pararme para pedir indicaciones , qu é co -
corriendo. Me sonrió. , d ó nde estaba el ba ñ o ,
mi ó.i darles a los ciervos

—— ¿Te pasa algo ?


No.
i u .il era la salida
m u i manera
m á
completamente
s cercana . Me
diferente
miraban
a la que
de
es -
Subí la escalera y entré en la oficina donde I , ILIA acostumbrada.
ya había otros cuatro chicos que obviamente forma- Durante casi un a ñ o yo hab í a sido en los
ban parte del programa. Dos de ellos me parecieron ijo.s de los demá s la pobre chica , la chica herida , la
raros. Muy raros. Miré la puerta. Quizá podía irme liica de las noticias , la chica rara . Y de pronto ,
sin que nadie se diera cuenta. Pero en ese momento
por la magia del uniforme , era una empleada co -
Luis, el coordinador, se acercó para entregarme un mo cu alquier otra de ese gigantesco lugar , alguien
uniforme. Todos lo tenían: era igual al que usaban que sabía cosas y podía explicarlas.
los empleados del zoológico: una remera y un pan- Pero no me di cuenta de nada de eso en el
talón verde claro, con el logo del lugar. primer d a í : lo fui descubriendo en las semanas si -
Tuve que esperar mi turno para cambiar- guientes , en ese largo tiempo que me llev ó aceptar
me en una habitación mínima y bastante desorde
- que quer ía seguir ah í . Ese d ía no dej é de sentirme
nada, con percheros en la pared y muchas cajas en incómoda un solo momento . Hubo una nueva en -
el piso. Los pantalones me quedaban grandes pero t revista en la que no dije casi nada , me inf órma-
no me animé a pedir un talle más chico. Me ajusté ron que estaba aceptada en el programa y me
bien el cinturón que había llevado con mi ropa y mostraron algunas de las tareas b á sicas . Mir é el re -
me calcé las botas de goma que habían agregado a
loj cada diez minutos y estuve tentada de escapar -
último momento, porque había un poco de barro. me varias veces.
26 27

No tenía a ún un lugar asignado: dijeron Pero todav ía faltaba el almuerzo , que , se-
que se iba a definir en los días siguientes. De modo |, nti
i me hab ían anticipad o, compart íamos todos
que corté fruta durante dos horas siguiendo las ins- los integrantes del programa antes de irnos . Nos
trucciones de uno de los encargados y la separé en i .imbiamos y fuimos hasta una cafetería, donde
bolsas destinadas a diferentes animales. Todo bas- hab ía una mesa larga armada para nosotros . En el
tante aburrido. Después me tocó barrer un recinto strador nos entregaron a cada uno una bande-
donde habían estado los camellos. Había basura, |.i con un sá ndwich, unas papas fritas y una
bebi-
restos de comida y bosta. Fue cuando empecé a
pre- da . Yo me senté sola en un extremo y miré el
guntarme por qué estaba ah í, qué hacía en medio reloj : faltaban cincuenta minutos para la cita que
de esa tierra, de la caca de los camellos, de gente que hab ía hecho con mamá en la puerta. Demasiado
no conocía ni quería conocer. Y me senté en el sue tiempo.
lo, decidida a no hacer nada m ás, a mostrar una re-
-
Cinco minutos después apareció un chico
beldía que creo que entonces me parecía muy digna. con su bandeja y me miró. Dio unas vueltas , se
Pocos minutos después entró una mujer alejó volvi
, ó a acercarse y otra vez me mir ó. Al fi- I
del programa: era algo como asistente, acompa- nal se sentó a mi lado. Le calculé unos dieciocho
fiante, no me acuerdo bien qué. a ños. Alto , con ojos grandes y oscuros . Ven ía co -
— —¿Qué te pasa? preguntó. miendo papas fritas y al principio no le entend í
— — Nada dije en voz demasiado baja. nada.
Me miró, supongo que evaluando si lo
— — —
Mm ñññ dijo . ¿Vos?
que yo tenía era un problema real. Y al parecer de-
cidió que no.

¿Qué?
Tragó.
— Te doy una mano dijo.

Entonces tomó otra escoba y se puso a

Que soy
¿Cómo te llam ás?
Marcos . Y vos sos nueva .

barrer. Me sent í incómoda y un momento después —Erna.


yo también me paré y seguí barriendo. En quince
minutos más terminamos.
—¿Y qué tal tu primer día, Erna ?
Me encogí de hombros y miré el plato.
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— Aja. Bueno, estos —dijo señalando al Agarró un puñado de papas fritas.


otro extremo de la mesa, donde ya
se habían sen-
tado seis chicos— son nuestros compañ
eros. -
— Te digo una cosa, si te hacés amiga de
ilp.iiic n, te conviene que sea yo.
¿ Querés saber alguna cosa ?
Volví a encogerme de hombros. Marcos


¿ Por?
Soy el m ás ant igu o acá: llev o cua tro
sonrió y siguió explicando. linos. Conozco todo, te puedo ayudar en lo que
— El de la punta, que mira a la nada, es
Eric. Es un poco ido, pero buen pibe.
m i sites. Y quizá...
(

I I I C liagan cuidador.
— sonrió con suficiencia —
El de al
lado, el gordo, Horacio. Con él está todo
salvo que lo agarres cruzado y es capaz de
bien,
rom-
—— ¿Mmm?
Estoy por terminar en el programa y,
per todo. Se puede poner muy nervioso. uni ó anduve tan bien, es posible que el zoológico
La fia- i

quita que mira para abajo, Irene. Es me contrate. En realidad, ya es casi seguro.
buena onda,
aunque no da mucha bola. El rubio, Esteban. Estaba tan orgulloso. Miré discretamente
Se
pasa preguntándole a todo el mundo si I reloj: todavía faltaban treinta y cinco minutos.
lo quie-
ren. Un poco denso. Los otros dos
que hablan — Bueno.
entre ellos son bastante nuevos, el
más alto es
chistoso. Hay algunos más que hoy no vinieron
— Además, soy buena onda.
Volví a mirar el reloj, me parece que esta
¿Y vos ?
.
vez sin discreció n. A Marcos no le gustó.
—— ¿Qué?
¿Por qué estás acá?
— ¿Te estoy molestando? ¿ O es que no te
gusta hablar con nadie?
Negué con la cabeza. No iba a hablar de Negué con la cabeza.
eso.
— ¿ No qué? ¿ No te estoy molestando o no



Bueno. Marcos miró mi plato, que
seguía casi lleno . ¿ No comés ?
i e gusta hablar ?
—No me gusta hablar.

¿ Querés?

No tengo hambre se lo acerqué .
— — ¿ Con nadie?
— Casi nadie.
30 31

Creo que otra persona se hubiera ido. Pero


Marcos no era de los que se rinden fácil. Suspiró.
.p ira encontrarme con mi vieja, así que apenas es-
empec é

Bueno. ¿ Y el helado te gusta? Porque
ese es el postre. ¿Vamos a buscarlo ?
tuve suficientemente
.1 dar vueltas . Me pon
lejos
ía un
baj é
poco
el

bilidad de cruzarme con alguien y que advirtieran


ritmo
nerviosa
y
la posi-

Yo no quería helado ni ninguna otra cosa. . Si suced ía , decid í, iba decir que esta -
mi mentira
Saqué el celular de la cartera y fingí revisar un encontraba la puerta . Lo que no
I > a perdida y no
mensaje. porque mientras pensaba hab ía gira-
era tan falso ,
—MeMelevant
vinieron a buscar.
é e hice un saludo general con la
do varias veces y ahora estaba
no
frente
recordaba
a un lago
haber
con
visto
tortugas acu áticas que
mano. Pero no había dado ni dos pasos cuando la de los monos .
antes. Lo rode é y llegu é a zona
Luis, el coordinador, me detuvo. . La chimpanc é chiquita no estaba a
Ahí me detuve
——
• ¿Ya te vas, Erna?
Sí... me esperan en la puerta.
la vista. Mientras observaba
hab
a
ía
los otros
acompa ñ
apareci
ado en
ó
la
Raúl , el cuidador que me }
— Bueno, yo tengo una buena noticia pa-
ra vos. Me habías dicho que te gustaría trabajar
primera recorrida . Pens é en darme
miradas
vuelta
ya se
y esca
hab ían
-
par rápido pero, nuestras
con monos... En realidad no solemos tener chicos
cruzado.
del programa en esa área, pero justo hoy me avisa-
Seguramente mi aspecto no era el mejor.
ron que necesitan toda la ayuda que puedan con la mitad
- Creo que en ese tiempo ten ía mala cara
seguir porque la chimpancé nueva les demanda
del tiempo , una cara que desanimaba a cualquiera .
mucho trabajo. Empezarías ahí la próxima vez.
Raúl se detuvo.
¿ Qué te parece?
— Hola, ¿te ayudo en algo?

No sabía qué me parecía.
Bien. — No, no, me esperan...
El sonrió. Me pareció que sabía que yo
— Entonces nos vemos el miércoles. mentía, pero no le importaba.
Caminé con pasos rápidos en dirección a
la entrada. Pero todavía faltaban veinte minutos
to. Vení.
— Te la puedo mostrar a Nina un momen -
32 33

Lo seguí. Dimos la vuelta por detrás de


los recintos y atravesamos una reja a la que solo lograr que se alimente bien, que engorde y que se
adapte a este nuevo lugar.
ten ían acceso los cuidadores. Un camino de
tierra
nos condujo hacia el área trasera de la construc- — —
La crió una familia agregó Raúl . —
I ,a ten ían como mascota, hasta que los vecinos los
ció n. Raúl abrió la puerta y me hizo pasar.
denunciaron y fue incautada. Ahora tiene que
Era un espacio bastante reducido. A un lado ha-
.1 prender a ser chimpancé.
bía una pequeñ a cocina, herramientas de trabajo
y un par de sillas. Y enfrente, el área enrejada
que se comunicaba a través de compuertas con
—— ¿ No sabe ?
Creemos que se la sacaron a la madre
los recintos. Allí los monos pasaban la noche, poco después de nacer. La vendieron y fue criada
tomo si fuera un chico. Pero te cuento todo la
una vez que el zoológico cerraba y los cuidado-
res se iban.
próxima, hoy tengo mucho trabajo. ¿Vamos?
No le contesté. Acerqué muy lentamente
Sentada en una silla de plástico, una chica
mi mano a Nina, mientras buscaba los ojos de
con guardapolvo ten ía a Nina en brazos. Ra úl la
Marcela. La chica asintió en un gesto casi imper-
presentó: Marcela, una estudiante. Me explicaron
ceptible y seguí avanzando. Cuando la toqué,
que, aunque Nina estaba viviendo en la veterina
ria del zoológico, todos los días la llevaban un rato
- Nina giró la cabeza hacia mí, me tomó el dedo
í ndice y lo apretó suavemente. Tenía una mano
para que se fuera adaptando al ambiente, los rui
dos y los olores de su especie.
- m ínima, muy oscura, en la que mi dedo blanco
resaltaba como la clara de un huevo.
Al principio me pareció que dorm ía.
Me hubiera gustado quedarme, pero Raúl
Estaba muy quieta, con la espalda apoyada en el
me tocó el hombro y me dijo que ya estaba, que
pecho de Marcela, que la acariciaba. Tuve ganas de
tenía que salir, que la próxima vez habr ía más
tocarla, pero no me anim é.
— Todavía no puede compartir el espacio
con otros chimpancés, no está acostumbrada
tiempo.

— —
me contó en voz baja Marcela . Tenemos que

J
CINCO

t
que lo s lle
^
I i . mcés son to
va
sa noche leí un art ículo en internet
donde decía que durante muchos años los chim-

en
ta lm
la
en
es
te
pa
de
ld a
pe
y
nd
lo s
ie
vi
nt
gi
es
la
de
to do
la m
el
ad
tie
re
m
,
-
po. El destete, explicaba, se da recién después de i

los cuatro o cinco a ñ os, pero igual no son inde-


pend ie nt es ha sta lo s oc ho o nu ev e y ma nti en en la
relación con ella toda la vida. Decía también que
si la m ad re se mu ere an tes de l de ste te la cr ía tie ne
pocas probabilidades de vivir, a menos que la
adop te un he rm an o o he rm an a m ay or o in cl us o
otro chimpancé sin parentesco.
Un dato que me sorprendió: contaba que
muchos de los que son capturados para la venta
terminan muriendo antes de llegar a destino por
falta de cu id ad o y af ec to , po rq ue lo s ca za do re s no
tienen idea de cómo atenderlos.
36

Me pregunté qué habíra pasado con la SEIS


madre de Nina. ¿Ella la recordaría? ¿ Recuerdan los
chimpancés?

*
A cepté ir una vez más. Intentaba avan-
ir poco a poco: no quería comprometerme con

ii . ida muy serio ni dejar que mi vieja hiciera de ese

asunto una gran montaña, la torre donde plantar


MIS ilusiones. Por momentos su desesperaci ón por

• inseguir un cambio en mí era tan evidente que


( 1
me volvía loca.
Seguramente era comprensible, si uno te-
n ía ganas de comprender. En general, yo no tenía.
La idea de mudarnos a Buenos Aires había i

sido de papá. Fue despu és de que las cosas se i

aquietaron y, al menos en teor ía, volvieron a la


normalidad, después de que me dieron el alta en
el hospital, con el brazo enyesado y muchas pasti-
llas. Un poco después de que mis viejos se dieron
cuenta de que en realidad las cosas conmigo no
estaban volviendo a la normalidad y empezaron a
usar palabras como “ bloqueo” y “aislamiento” en 1 '

momentos en que creían que no los escuchaba.


38

El banco donde trabajaba papá le había


ofrecido el traslado el año anterior. Él se había sen-
tido tentado: significaba mejorar su posición. Pero
la movida era demasiado grande para todos, mamá
no estaba convencida y al final no nos habíamos
decidido.
Ahora era otra cosa. Era, dijo él, la posibi-
lidad de dar vuelta la página. Un nuevo comien-
zo, dejando atrás la historia pasada. Yo estuve a
punto de decirles que mi página no se daba vuel-
ta. Que estaba fija, noche y día, en el mismo lu-
gar. Pero no pude. Así que dije que sí. Por qu é no,
Buenos Aires, un departamento en un piso alto,
la vista al cielo abierto, el cambio.
Papá empezó a trabajar no bien llegamos,
cuando a ú n no terminá bamos de desembalar las
cajas y el departamento era un gran caos donde
nadie encontraba nada. Era m ás nuevo, sí, y m ás
lindo, con la vista abierta y todo eso, aunque tam-
bién era bastante más chico que la casa de La
Plata. Pero después de varios días de un furioso
despliegue de energía, mamá consiguió acomodar
las cosas y estaba lista para despegar. Quería con-
seguir trabajo en otro estudio contable, decía, y
ya ten ía una red de contactos para explorar.
Siempre había sido una persona activa y práctica,
40

que ganaba su propia plata y se sentí


de su independencia. Quedarse en casa
a orgullosa SIETE
no le gus-
taba ni un poco.
Pero yo era su prioridad . Eso me había
di-
cho muchas veces, que lo importante
era que yo
me recuperase y pudiese encarrilar
mis cosas. Lo
demás vendría después.
Y ahí estábamos. Habían pasado los
y nada se había encarrilado. Por eso a
meses
veces pensa-
ir^ n aquella cena, mamá volvió a hablar
de ir a La Plata. Lo dijo como si no le diera dema-
ba que la ansiedad de mi vieja podía ser
sible. Eso cuando tenía ganas de comprend
compren- siada importancia a la cosa, mientras condimenta-
er. ba y mezclaba una ensalada. Por qué no pasar el
domingo en lo de los abuelos. Almorzar en el jar-
d ín, ver a nuestro perro Beto, que se había quedado
con ellos. Y tal vez también visitar algunos amigos.
Dije que no. No expliqué nada, igual no
hacía falta. No había querido volver desde la mu-
danza, quizá no quisiera nunca. Pero no pronun-
cié todas esas palabras. Apenas negué con la cabeza
mientras intentaba terminarme la porción de car-
ne que me habían servido. Demasiado grande.
Quizás fue por esa conversación que a la
noche tuve pesadillas. Me desperté a las seis de la
mañana, con el corazón desbocado y el cuerpo
em papado en transpiración. Me senté en la cama
y, cuando mis pies tocaron el piso, me pareció
que había agua. Los levanté sobresaltada mientras
42 43

miraba a mi alrededor, confundida por el miedo y Mi viejo prendió la radio del auto, quizá
la penumbra. ¿Agua ? Volví a intentarlo, solo cón |uira tapar el silencio que se hab ía impuesto ape-
el pie derecho, apenas la punta del dedo. No, es- n . is subimos. Comentó una noticia, no sé qué co-
taba seco. Completamente seco. Me paré, recono- SA de un nuevo medicamento descubierto y
,
ciendo lentamente el lugar. Mi habitación , el dcspués dejó que la voz del locutor ocupara el es-
( departamento nuevo. Noveno piso, la vista abier- pació. Cuando llegá bamos vimos que la calle esta-
ta. Todo en orden. Pero sabía que ya no iba a se- ha cortada.
guir durmiendo. Mientras caminaba hacia el ba ñ o
sentí otra vez el dolor en el brazo. Me lavé la cara
—— ¿ No hay problema si te dejo en la esquina?
No.
y volví a la cama con un libro, que leí distraída- Me bajé y esperé a que el auto se alejara.
mente hasta las siete y media, cuando el desperta- Por un momento pensé en no entrar. Dejarme lle-
dor me recordó que tenía que levantarme. var, sin rumbo . O volver sola a casa . ¿ Podí a ? Un
hombre que caminab a apurado me golpe ó con su
La mirada lenta que me dedicó papá en el maletín y masculló una disculpa sin detenerse. De
desayuno me hizo sospechar que la mala noche se la boca del subte acababa de salir una multitud ,
reflejaba en mi cara, pero él no dijo nada. Se ofre- que se dispers ó rá pidamen te. Mucha gente , mu -
ció en cambio a prepararme un par de tostadas. cho ruido. Yo no me había movido. Dos chicas se
— Una sola —dije.
Me acercó manteca y mermelada.
detuvier
reloj, no
on a pregunta
respond í. Me
rme la
miraron
hora
y
. Aunque
siguieron de
ten í
lar
a
-
— Te llevo al zoológico. Me queda de pa-
so. Después tu mamá te va a buscar.
go. Una de ellas se reía.
Moverme me parecía cada vez más difícil.
— Bueno.
Conseguí comer media tostada y tiré el
Las piernas estaban duras, el estómago, inquieto.
Y eso que no hab ía comido casi nada . Pero sab ía
resto a la basura mientras él leía el diario. Después que ten ía que ponerm e en marcha . Empec é a ca -
lavé las tazas y fui a buscar la mochila. Me estaba minar muy despacio tratando de concentrarme
dando cuenta de que no quería ir. solo en el movimiento de mis pies y en el objetivo:
44 45

la puerta del zoologico. De pronto, ese espacio en-


que conseguir su comida, pero al menos intenta-
rejado me parecía un buen refugio, un lugar don- mos que se esfuercen por encontrarla. Eso los esti-
de escapar del ruido. Cuando entré, me sentí
mula y los entretiene. Además, si pusiéramos todo
extrañ amente aliviada.
junto, Bongo podría acapararlo e impedirles a los
otros que comieran.
Ese día, Ra úl hizo las presentaciones. Bongo era el macho alfa. El dominante,
Bongo, Lola, Pedro, Estrella. Los chimpancés. el jefe. El que decidía las cosas en ese grupo. Y
Cuando llegué todavía estaban en el espacio inter- sin embargo el día que lo conocí estaba tan tran-
no, donde dormían. Se veían nerviosos. Una hem-
quilo que me pareció un animal manso. Pero no
bra golpeaba la reja, aparentemente manifestando hab ía que confundirse, me dijo Raúl con un én-
su impaciencia. Pero tenían que esperar, porque
lasis que me pareció exagerado. No había que
Julio, otro de los cuidadores, estaba arreglando al- distraerse jamás.
go en el espacio externo antes de dejarlos salir.
— Escúchame bien, Erna. Siempre hay
— Ahora vamos a colocar ahí la primera

comida del día dijo Ra úl mientras sacaba una
que tener cuidado. No solo con él , sino con todos.
Nío son como Nina, ella es un bebé. Estos anima-

bolsa de la heladera . Ven í conmigo, así vas Ies pueden ser peligrosos. Nunca, pero NUNCA te-
aprendiendo. nés que tocarlos. Quizás alguna vez veas que yo u
El recinto era muy amplio. Tenía rocas, otro cuidador metemos los dedos y los acaricia-
sogas, una suerte de hamaca y unos troncos de mos a través de una reja interna o les damos algo
madera para que treparan. Entre esos objetos, en la mano. Pero nosotros sabemos cuándo hacer-
Ra úl fue repartiendo la comida. En algunos casos lo, cómo, percibimos su estado de ánimo. Un
la ocultaba: tras unas piedras o en lo alto de la es- chimpancé tiene entre ocho y diez veces la fuerza
tructura de madera. . algo lo molestó, si á enojado ,
de un hombre Si est
— ¿Por qué la escondés? te puede arrancar un dedo como si nada. Así
— Tratamos de imitar en lo posible las con-
diciones que tendrían en libertad. Acá no tienen — —
hizo chasquear los dedos , en un momento.
Entonces nunca los toques. ¿Entendido?
47
46

Asentí. — ¿ Llora?
Raúl sonrió.
—Entendido.
Necesito oírtelo decir. ¿ Entendido ?
— Es una especie de gemido, cuando quie-
— ir algo.
El problema con la gente que adopta ani -
Hubiera querido ver a Nina, pero a medi- , dec ía Ra ú l , es que
da que fueron pasando las horas me desanimó dar- males salvaje s como mascota s
¥
mi ven más allá del presente . Un encant ador beb é
me cuenta de que mis tareas cotidianas no iban a en una
i lumpancé se convier te a los pocos meses
incluirla. Raúl adivinó la pregunta antes de que la os despu és en un pe -
pesadilla doméstica y unos a ñ
hiciera. fuerza
— Nina no está a nuestro cargo todavía.
Necesita atención constante: hay varios estudian-
ligro muy
como para
real
matar
. No
a
solo
un
tienen
hombr e ,
suficie
a veces
nte
tambi é n
i ienen suficiente malhumor.
tes de Veterinaria que se turnan todo el día para
atenderla y especialistas que la revisan cada maña- A los ocho meses, Nina ya era una experta
en fugas. Sab í a abrir puertas y ventanas , aunque
na. Nosotros colaboramos en lo que podemos. por el jar -
les pusieran trabas ; le encant aba pasear
Pero podés verla. Yo voy ahora a la veterinaria, todo el d ía
¿querés acompañarme? dín y perseguir al gato . Era incans able :
corría saltaba
, , se sub ía a los muebl es y arrastr aba
En el camino, me contó la historia. Nina el d ía en
las alfombras . Las cosas se compl icaron
había sido vendida como mascota poco despu és de al lado y se
que trepó el muro , salt ó al patio
de nacer. No se sabía exactamente cuál era su ori- los del
sintió irresistiblemente atra í da por juguete s
gen, pero sí que una familia del barrio de Flores la ó n no quer ía com -
vecino. Pero el chico en cuesti
había comprado durante sus vacaciones en Brasil. de peluch e
Les había parecido dulce, simpática y muy apro- partirlos y comba ti ó . Con un conejo
como prueba de su triunfo , Nina escap ó por don -
piada para el living de su casa. Le ponían pañales y
shorts, suéter en invierno, y la acostaban en una de había llegado.
Todo esto fue observ ado por el padre del
cuna. Hasta trataron de que se acostumbrara al í denun -
chico, que de inmed iato llam ó a la polic a y
chupete, para evitar que llorara de noche.
48 49

ció la presencia de un peligroso animal salvaje. I .os tiraba, los revisaba, los volvía a acomodar. Era,
Pronto hubo una brigada desplegada para atrapar
al supuesto agresivo simio, que a esa altura ya dor-
' . lectivamente, igual que un bebé humano. Más
chillona y más peluda, solo eso.
m ía plácidamente en brazos de su humana madre.
Terminó en el zoológico. Por mucho que
protestaron sus dueños no consiguieron la devolu-
ción. Se enteraron de que tener un chimpancé en
la casa no solo era peligroso, sino ilegal.
— Desde que llegó acá está apá tica, no tie-
ne interés por los juegos ni por la comida. Estamos
trabajando para cambiar eso.
— Entonces estaba mejor con la familia.
Raúl sacudió la cabeza.
— Un chimpancé no puede vivir en una
casa. A la larga, va a provocar tantos desastres que
se lo van a querer sacar de encima. Pasa lo mismo
con los que están en un circo: a una cierta edad
pueden volverse agresivos, impredecibles. La gente
se asusta y ya no los quiere. Pero si cuando lo traen
el animal ya es adulto, no es fácil que logre adap-
tarse a un grupo. Queda en ese espacio interme-
dio: demasiado humano para estar entre monos y
demasiado chimpancé para estar entre hombres.
Ya habíamos entrado en la clínica. Nina
estaba en el suelo, tocando unos cubos de madera
que habían dispuesto frente a ella para que jugara.
OCHO

!
Me daba cuenta de lo que pensaba al-
guna gente. No me lo decían directamente, pero
varias veces había oído los murmullos y lo había
visto en sus ojos, en la forma en que estudiaban mi
cuerpo, en la insistencia con que clavaban la mira-
da en mi cintura estrecha o en mis brazos finos co-
mo palitos de escoba. Creían que estaba así de flaca
por una cuestión de moda. Que no comía porque
quería usar el talle extra small o porque imitaba a
no sé qué famosa modelo escuálida que balanceaba
su metro ochenta arriba de las pasarelas.
Sí, obvio que me daba cuenta. A veces
pensaba en decirles que si no comía era porque la
comida no me pasaba, porque mi estómago se ha-
bía declarado en huelga hacía mucho tiempo.
Había empezado en el hospital. En los pri-
meros días, la medicació n que me daban me nubla-
ba el cerebro y me hacía dormir de día y de noche.
El día en que pude tener los ojos abiertos más de
53
52

los y ellos
dos horas seguidas empezó la insistencia. Mis vie- .1 mi lado. Yo no me acercaba a otros
conocerme : cada
i .unpoco parecían interesados
en
jos, los m édicos, las enfermeras, la nutricionista, las .
l i n o estaba en la suya. Pero Marcos era insistente
visitas y cualquiera que pasara por ah í. Que comie-
ra. Que tenía que comer para mejorar. Que si no
comía nunca iba a salir adelante.
——A veces.
Podés comer el postre. Otra vez hay he-
! No era tan difícil de entender. ¿Acaso la lado.
gente no solía decir “se me cerró el estómago”
cuando estaba nerviosa ? Eso me había pasado a
— Bueno.
¿Y qué tal todo ? ¿Te est á gustando venir

m í, solo que fue un cierre definitivo. Cadena y acá?


candado, fin de la historia. Asentí.
traba-
Después de mucho tiempo, de muchos — ¿Y los chimpancés ? ¿ Est á bueno
pinchazos, remedios y protestas, el estómago deci- jar ahí?
dió aceptar algo. Un poco. A veces un poco más, si Volví a asentir.
era un buen día. Media porció n con suerte. Aunque
nunca parecía ser suficiente para los demás, que se-
—¿Vos nunca hablás?
Me sentí molesta y miré para otro lado .
( ) uizá podía irme, ya era casi la hora.
guían mirándome con esa cara de ¿ qué, querés ser
modelo? ¿Tan linda te creés? Me daban ganas de
gritarles que se fueran a la mierda. Pero no lo hacía.
—Discúlpame
auténticamente apenada
.
——
La
, a
voz de
veces
que no
Marcos
soy
hables
un
.
son
poco
Yo
ó


En cambio decía que no tenía hambre. ansioso. No hay problema en
que hablo demasiado . Fr é name si te canso .
—No tengo hambre. —Está bien.
Hizo unos segundos de silencio , como si
—¿ Nunca tenés hambre? estuviese recuperando el entusiasmo , o quiz ás el
Marcos miró mi plato, donde las papas
fritas se mantenían en la exacta posición en que aire, y volvió a la carga.
las hab ían servido. Era el tercer o cuarto almuerzo
que yo hacía ah í y otra vez había venido a sentarse
——
¿La oíste hoy a
¿Quién es Samanta?
Samanta ?
54 55

— ¿Cómo quién es Samanta? ¿Vos trabajás


acá o en el jardín botánico ? Emita, Samanta es la
-—Eutanasia

qui
Ya sé. ¿Entonces?
ere dec ir que la ma tab an .

elefanta africana. Y—
, no que r ían que la mat aran , as í que

>
——Se la pasó lloqurando. O como
Mm m .¿Y é?
se diga que
la aceptaron. Pero la bestia
desconfiada, no dejaba que
ven í
nad
a dif
ie
ícil
se
. Ma
ace
ñ
rca
osa
ra ..
,
.
, cui dad or que es un gen io ,
hacen los elefantes, ese ruido. Está deprimida, no Hasta que Carlos un
quiere comer. .. Y es por Carlos. se la fue ganando . Cad a d ía Sam ant a dej ó qu e se
. Car los la
— ¿ Quién es Carlos ? acercara un poco m á s , que la cui dar a
, as í
— Uh, voy a tener que explicarte todo. La
cosa es así: Samanta pertenecía a un circo, donde
entrenó para que suba
puede curarle las u ñ as
su
.
pata
Por que
a un
las
ban
u ñ
qui
as
to
de un
la maltrataron mucho. La tenían encadenada y le elefante son algo mu y del ica do ... Per o aho ra é l se
ella no lo sop orta . Lo extr a ñ a
pegaban con látigo para que hiciese sus pruebitas fue de vacaciones y
ante el p ú blico. Después el circo quebró, los ani- demasiado.
males quedaron en banda.... Bueno, cuestió n que
un juez le pidió al zoológico que recibiera a
—Andá... lo mir
quejando por otra cos a
—. Se
é
que
esc
rr
é
á
ptic
ir.
a — , se esta rá

Samanta. No es que acá se murieran de ganas,


porque ya tenían una. ¿Sabés cuánto come un
——
¿Ir a dónde?
Qué sé yo, a la selva.
Marcos soltó una car caj ada con la boc a
elefante? Cincuenta kilos de comida por día:
manzana, calabaza, alimento balanceado... Más muy abierta. Tení a los die nte s bas tan te chu eco s .
los remedios... Y el recinto de seguridad... Hay
que tener muchas precauciones porque los ele-

Emita ¿, te cre
males del zoológico no quieren
iste la de Dis
vol
ney
ver a
? Los
la
ani
selv a
-
,

fantes tienen una fuerza enorme, y si no está bien Ni pueden: no durar ían nad a . La ma yor í a no sab e
com ida ni def end ers e , nac iero n en
hecho pueden destrozarlo. O sea que mantenerla conseguirse la
, en me dio de una ciu dad .
sale una fortuna. Pero si no la aceptaban , era la este zoológico o en otro
en la selv a ya ni se acu erd an .
eutanasia. Y los que nacieron
Se detuvo y me miró. Yo no dije nada. Pero ahí serían libres...

56

—Libres... Más o menos. En la selva no NUEVE


pueden salir de su territorio, porque, si lo hacen,
corren el riesgo de que los maten otros animales...
o de morirse de hambre.
I — Mmm ... Si vos decís.
— Sí, digo. Ya te voy a ir diciendo otras
cosas. Veo que estamos mejorando: esta fue la
conversació n m ás larga que tuvimos hasta ahora.
En eso no se equivocaba.
c asi no miraba a mi alrededor: solo
caminaba, pasando los hipopótamos, las hienas,
los camellos, hasta llegar a los chimpancés. El re-
corrido empezó a volverse una rutina: después de
cambiarme y firmar una planilla iba directo a mi
lugar de trabajo sin detenerme. Ni siquiera ante el
recinto de los tigres de bengala, donde había tres
crías nuevas que se habían convertido en la sensa-
ció n del zoológico. Tampoco en el serpentario, al
que acababan de incorporar una serpiente pitó n
de cinco metros de largo y noventa kilos de peso.
Caminaba derecho, mirando solo mis pies, hasta
llegar a los chimpancés. Me hubiera gustado, in-
cluso, que nadie me hablara. Solo Ra úl, que era
quien me estaba enseñando las cosas.
Me sentía extraña. Porque cada día, antes
de ir al zoológico, pensaba que no ten ía ganas.
Que no iba a ir. Pero iba. Cuando finalmente lle-
gaba, a veces me gustaba y a veces no. Segú n qué
58 59

tareas hacía, con quién estaba. Y a la vez siguiente, a ños. No hacía falta disfrazarla, porque el sabor
otra vez, dudaba si quería ir. Pero si iba, había di- dulce le encantaba: Raúl se la daba en la mano y la
cho Marisa, sería porque lo disfrutaba. Era la pri- com ía al instan te. Con Lola era muy distin to .
mera cosa que disfrutaba en ese año. ¿ O no ? I enía que tomar una pasti lla , pero no le gusta ba el
I Mmm, no sé, le había contestado. sabor. Había que hacerla polvo y mezclarla con
I En esos primeros días solo me daban tra- miel , una tarea que en poco tiemp o qued ó a mi
bajos de limpieza: agua y lavandina para baldear el cargo . Con Estre lla , su hija , estab a todo bien .
recinto externo de los chimpancés antes de que los Tenía tres a ñ os, era inqui eta y curio sa , incan sable .
Pedro, un mach o joven , no recib í a medi caci ó n ,
dejaran salir. Una escoba para barrer los restos de
comida. Y quizás traer y llevar cosas. Yo hacía to- aunque estab a flaco y perd ía pelo . Estr és , hab ía di -
dos estos trabajos concentrada y en silencio. cho Raúl. Es que las cosas con Bongo se habían
Supongo que las dos cosas eran excesivas: dema- puesto dif íciles en el último tiemp o . El mach o alfa
siado silencio y demasiada concentración para bal- sent í a desa fiada su autor idad y se impo n ía: gol -
dear el piso. Pero así me salía. En esa época yo peaba a Pedr o o tratab a de impe dirle que llega ra a
podía pasarme horas, quizás el día entero, sin emi- la comida.
tir una palabra. —
¿ No podés evitarlo ?
Me daba cuenta de que me observaban, sí.
Creo que desde el principio dudaban de lo que
— — —
No dijo Raúl . Bongo es el jefe de
este grupo. De todas formas, si la situación em-
podía hacer. Por lo menos eso creía ver yo en sus peora y vemo ques Pedro está sufri endo much o ,

miradas: a ver qué hace esta loquita, parecían decir, vamo s a tener que pens ar en lleva rlo a otro lado.
.
a ver si podemos confiar en ella Pero supongo que Pedro era otro de los animales que había
lo que vieron los tranquilizó, porque en poco llegado al zoológico después de pasarse la vida en-
tiempo Raúl empezó a explicarme todo. tre personas: había actuado en cine y publicida-
Que Bongo tomaba una aspirineta diaria, des . Toda una estre lla. Su adap taci ón no hab ía
por ejemplo. Como prevención cardiológica, ya sido fácil. Estaba muy improntado, decían los cui-
que era un chimpancé viejo: ten ía cuarenta y un dadores. Improntado quería decir que había estado
60

en un contacto muy estrecho con las personas y


se había alejado demasiado de su condició n salva-
je. En los primeros tiempos tuvieron que aislarlo.
La ú nica comida que en esa época lo entusiasma-
ba era la pizza, me contó Raúl. Eso y tomar Coca:
cuando veía a alguien con una lata en la mano se
desesperaba por que le convidaran un poco. No
se mostraba muy interesado en los entreteni-
mientos que le ofrecían, como pelotas o sogas.
Pero descubrieron que adoraba hojear revistas: le
fascinaban las fotos, en particular las de mujeres
rubias. Quizá, decía Raúl, una rubia lo había
criado.
A mí me encantaba mirarlos. Estudiar có-
mo Lola dorm ía abrazada con su hija Estrella. O
la forma en que se acicalaban unos a otros. Esa era
otra palabra que usaban ellos: acicalarse era qui-
tarse las pulgas, pero también acariciarse.
Bongo era el más violento. A veces hacía
un gesto muy claro: movía la mano, como echan-
do a la gente. Significaba que no los quería ver. Y
si estaba realmente enojado desplegaba su furia de
una manera que me asustaba un poco: golpeaba la
reja, se le erizaba el pelo, gritaba, escupía... La pri-
mera vez que lo vi así, retrocedí instintivamente
hacia la pared.
62

—No puede salir, no te asustes —dijo DIEZ


Ra úl.
Esa tarde me explicó cómo estaba asegura-
do el lugar. El espacio donde los chimpancés pasa-
ban la noche se unía a dos recintos externos a
través de compuertas. Para abrirlas, había que mo
-
ver una pesada roldana, que estaba doblemente

LJn a
"
asegurada.
de esas tardes iba caminando ha-
— Los sistemas de seguridad son buenos.
cia la cafeter ía después de cambiarme cuando
Cuando en un zoológico se produce una fuga, casi
siempre es por error humano. Por eso hay que ser Marcos se acercó corriendo y me puso una mano
pesada en el hombro . Me asust ó : mov í el cuerpo
muy cuidadoso.
Me gustaba que me explicara esas cosas. bruscamente y la mano cay ó. En esa é poca me

Me di cuenta en aquellos días de que todo lo que molestaba que me tocaran. Lo miré irritada.
tuviera que ver con los chimpancés me interesaba. — ¿ Qué pasa ?
Quizás, como decía Marisa, era lo primero que
me había interesado en mucho tiempo.

a preguntar
Discúlpame, no quise asustarte. Te iba
si lo queré s ir a ver a Juancho . Le está n
limando los dientes.
— ¿Quién es Juancho ?
Marcos sacudió la cabeza con resignación.
— No puedo creer que no te enteres de
nada. Abrí los ojos, Emita. Juancho es un hipopó-
tamo de tres mil kilos que se deja arreglar los dien-
tes. ¿ Lo querés ver ?
No dije que sí ni que no, pero el entusias-
mo de Marcos era como una aspiradora, difícil de
rechazar. Caminamos juntos hasta el lugar, donde
64 65

ya se había juntado un nutrido grupo de gente.


En el momento en que nos acercábamos, Alberto,
— A los hipopótamos les crecen mucho
los caninos y les lastiman la boca. A veces tienen
uno de los cuidadores, levantó un brazo y, como un infecciones. Por eso hay que limarlos.
obediente cachorro, Juancho abrió su descomunal
boca. Mientras él le frotaba la lengua, uno de los
—— Vos sabés muchas cosas.
Y quiero saber más. Me hubiera gústa-
veterinarios empezó a trabajar sobre sus dientes. do trabajar con los hipopótamos o los elefantes
Me pareció un espectáculo al mismo tiempo asque- cuando empecé, pero no me dejaron. Yo en esa
roso y fascinante. época era muy sacado. Supongo que por eso me

abierta?
¿ Cómo consiguen que deje la boca pusieron en lugares muy tranquil os, con los
vos, con los camellos... Ahora quisiera cambiar de
cier -

Marcos sonrió. puesto.


— Es una cuestión de entrenamiento.
Alberto lleva mucho tiempo practicándolo:
—— ¿Sacado cómo ?
Acelerado, medio bestia. Todavía soy
Juancho sabe que si deja abierta la boca después
viene la recompensa: un balde de la comida que
un poco así — —
sonrió , pero nada que ver.
Cuando era chico me peleaba todo el tiempo. Me
más le gusta. rajaron de tres escuelas, le pegué a una maestra ...
Durante un rato observamos al veterinario un desastre. Después incendié mi casa.
trabajar con sus instrumentos en los enormes
dientes de Juancho. Me daba miedo mirarlo. La
—— ¿Incendiaste tu casa?
Fue sin querer. Estaba jugando con fós-
sola idea de que el animal cerrase la boca inespera- foros y se me fue de las manos. Vinieron los bom-
damente y se llevase el brazo del veterinario al fon- beros, pero se salvó solo una parte. No pongas esa
do del estanque me apretaba el estómago. Pero no cara, en estos últimos a ños estoy mucho mejor. ¿Y
sucedió: cuando empezó a inquietarse llegó la re- vos?
compensa y un rato de descanso. Nosotros nos — ¿ Qué?
fuimos rumbo a la cafetería. Hacíamos lo de siem- — Contame algo. Qué pasó en tu vida.
pre: él hablaba, yo escuchaba. — No.

IL
66

I
¡Sonreiste! Guau, conseguí que sonrie-
—Dale, Emita, yo te conté. Alguna cosa.
—Una
No. ras, Emita.
— frase. ¿ Por qué viniste acá?
Me encogí de hombros.
—Algo habrá dicho el psicólogo.
—Síndrome post traumático.
—Ah. ¿Y por eso estás siempre metida pa-
ra adentro ? ¿ Con esa cara de miedo ?
—Mmm.
— ¿ Miedo de qué?
Moví la cabeza molesta. Ya estábamos lle-
i

gando a la cafetería.
—Te digo que andás con una cara terrible.
Igual zafás porque sos linda.
No contesté nada. Pero él siguió.
—Y te digo otra cosa: acá no tenés que te-
ner miedo. Yo descubrí eso cuando llegué. El pro-
blema está afuera.
—¿ Qué?
—Que con los animales está todo bien.
Ellos no te tratan mal, no miran có mo estás vestido,
no ponen cara de “este pibe está del frasco”. Solo
esperan que los cuides y los alimentes. Te necesitan.
Asentí. Me gustó que dijera eso y supon-
go que se notó. Marcos me miró con una extraña
alegría.
ONCE

I labia días en que no quería ir. Los


motivos podían ser varios o ninguno y, en cual-
quier caso, no importaban. No quer ía. Mamá se
ponía loca. Me acuerdo especialmente de uno de
esos d ías. Era un viernes, yo había dormido mal,
me sent ía cansada y me dolía el brazo. Y estaba
lloviznando.
Los m édicos decían que el brazo ya no te-
ní que
a do ler me. Ha b ía ten ido un a do ble fra ctu ra ,
pero se suponía que la recuperación había sido sa-
tis fac tor ia. No ha b ía mo tiv os pa ra qu e me do lie ra,
insistían. Y sin embargo me dol ía. No todo era co-
mo debía ser. La gente también solía decir que ha-
bía pasado suficiente tiempo, que era hora de
retomar la vida normal. ¿ Pero qué era lo normal ?
Ese viernes mi vieja intentó convencerme:
me pidió que hiciera un esfuerzo, que era impor-
tante. Dije que no.
70

— ¿ Es por la lluvia? Si apenas es una llu-


viecita, no va a pasar nada. Te llevamos en auto y...
DOCE

—— No es por la lluvia. No quiero ir.


— —
¡Si te gusta! gritó furiosa . ¿ Por qué
hacés esto?
—No fui.
Dejame en paz.

Esa tarde llovió más fuerte. Bajé la persia-


na y corrí las cortinas. Después volví a leer en in-
A mí no me gustaba demasiado rela-
cionarme con los visitantes. Apenas lo necesario:
ternet sobre los chimpancés. Una investigadora
si me hacían alguna pregunta respondía rápido y
decía que en muchos aspectos se parecen a los se-
seguía mi camino. ¿Las jirafas? Hay que caminar
res humanos. Que tienen emociones: tristeza, ale-
hasta el fondo y doblar a la izquierda. ¿ Los ca-
gría, ira, miedo, risa. Y que expresan el afecto
chorros de tigre? En el camino del centro, un re-
dándose besos y abrazos.
cinto vidriado. Cosas así. Como no trabajaba los
También decía que cuando tienen miedo
fines de semana, durante mis primeros tiempos no
los chimpancés muestran todos los dientes apre-
tuve que enfrentarme a las grandes masas de p ú-
tados, como una sonrisa humana.
blico. Pero llegaron las vacaciones de invierno.
Entonces el zoológico desbordó: la gente se amon-
tonaba frente a los recintos, llenaba las cafeterías,
bloqueaba los caminos, gritaba, sacaba fotos, cu-
bría cada centímetro cuadrado disponible. Aunque
yo trataba de esquivarlos, no era fácil.
Uno de esos días salí al terminar mi hora-
rio y me encontré con Marcos, que me esperaba
para almorzar. Frente al recinto de los chimpancés
la multitud estaba más tupida que nunca. Pedro
72 73

era el centro de la atención porque ese día, para Me costó decirlo y no salió en voz muy alta.
fascinación del p ú blico, no dejaba de ponerse y sa
- No sé si no me oyó o fingió no hacerlo: tomó una
carse una remera blanca con flores verdes. La ha - galletita y le dio otra a su hijo: ambos las lanzaron al
bían dejado los de Enriquecimiento Ambiental: mismo tiempo. En el momento de hacerlo el tipo me
así se llamaba el departamento que se ocupaba de mir ó fugazmente , como para constatar que yo enten -
mejorar la calidad de vida de los animales, los que día su desaf ío. Un gesto que parecía decir, “querida ,
buscaban maneras de divertirlos, de cambiar sus yo no acepto órdenes de nadie y menos todavía de
rutinas, de que estuvieran menos estresados en el una flacucha escondida dentro de un uniforme ” .
encierro. Y, quizás por su pasado como estrella de
publicidades, a Pedro el asunto de las remeras le

ve el cartel?

Señor levanté un poco la voz . ¿ No—
encantaba. Se la ponía de un lado, se la sacaba, se El cartel era enorme. Decía: “ No alimente
la ponía del otro, como si estuviera decidiendo có - a estos animales”. Ahora sí me miró de frente.
mo le quedaba mejor.
En ese momento Bongo empezó a hacer
—— El chimpancé tiene hambre, me lo está

pidiendo me contestó . Se ve que no lo ali-
gestos para que le dieran comida. No sé si fue una mentan bien.
manera de competir por la atención o si vio a una Creo que me puse roja. En parte eran los
persona comiendo algo que le interesaba. Ya lo ha- nervios, en parte el enojo.
bía hecho otras veces: sus gestos eran tan claros
que la gente solía reír, se enternecía y alguno siem-

- No tiene hambre, está bien alimentado.
Para él es un juego. Pero le hace mal.
pre le tiraba algo. Entonces vi un tipo acompaña- El chico tiró otra galletita, su padre no di-
do por un chico de diez o doce años que le empezó jo nada. Pensé en ir a buscar a un guardia de segu-
a arrojar galletitas que sacaba de una bolsa. No ridad, aunque hubiese sido un escándalo. Me
una, muchas. Me puso nerviosa y me acerqué. aclaré la garganta y alcé un poco más el tono.
Eran galletitas rellenas de chocolate: pura grasa. — Le pido que deje de hacerlo.

cer eso ?
— —
Señor le dije . ¿ Puede dejar de ha- El tipo se encogió de hombros y le hizo un
gesto a su hijo.
V

— Vamos.
Los miré hasta que se alejaron. Cuando
TRECE
me di vuelta, Marcos sonreía.

I
— —
¿Qué? pregunté mientras caminá ba-
mos hacia la cafetería.
— —
¡Esa es mi Emita! dijo riéndose .
Dura con los que se portan mal.

Me palmeó la espalda y después dejó la
mano sobre mis hombros. No dije nada, pero me
di cuenta de que mi cuerpo se ponía rígido. Unos
U„ d ía me ent eré de qu e las co sa
Nina no iban bien. El plan inicial, armado cuando
s co n

segundos más tarde, Marcos bajó su mano. el zo ol ó gic o la re cib i ó , se ha b ía ex ce di do en op ti-


mismo . Fi ja ba un pe rí od o de tra ns ici ó n de cu atr o
o cinco meses para que creciera y ganara peso
mientras la iban adaptando a la presencia de los
otros chimpancés. En ese tiempo habr ía un con-
tac to vi su al co n el gr up o a tra v é s de las re jas y , si
todo fu nc io na ba bi en , en la sig ui en te eta pa se ib a
a permitir un co nta cto di re cto , ú nic am en te co n
Lola. Cr e ían qu e la he m br a ib a a ad op ta r a Ni na ,
que la ib a a cu id ar y pr ote ge r , y de ese m od o se
podr ía incorporar al grupo con facilidad.
Todo muy lindo, pero nada de eso estaba
pasando po rq ue Ni na no ac tu ab a co mo qu er ían .
Seguí ap
a á tic a, no m os tra ba int er és po r la co m id a
ni por los juegos, y su reacció n cuando veía a los
otros chimpancés era aferrarse con u ñas y dientes
76 77

a la persona que la llevaba en brazos. La alarma se que eso fue sufici ente: decid ieron perm itir q ue me
encendió cuando empezó a perder peso. Se hicie- incorporase como voluntaria.
ron urgentes consultas con especialistas de otras
partes del mundo y se diseñó un nuevo plan que Cuando empecé, tres días más tarde, ya no
requería m ás y mejor atención , veinticuatro horas me sentía igual. Llegué al zoológico en un estado
por día. de agitación que me cerraba la garganta: pensé que
Raúl me lo contó una mañana mientras no iba a poder decir una sola palabra. Llevaba dos
colocábamos la comida en el recinto externo. A noches casi sin dormir por la excitació n y las du-
mí algo me empezó a aletear en el pecho, algo que das. Empezaba a pensar que no estaba preparada,
fue creciendo y que no me dejó pensar en otra que no tenía que haberlo pedido.
cosa durante todo el día. Finalmente conseguí de- A Cecilia, la veterinaria que estaba en ese
cirlo antes de irme. Que quería participar. No im- momento a cargo de Nina, la sorpresa se le notó
portaba si tenía que ir todos los días, rogué, si en la cara cuando me vio. No sé si le parecí muy
tenía que quedarme muchas horas, no importaba
joven, muy nerviosa o muy flaca. O quizá fue que
nada. la voz me salió como un murmullo tembloroso

por favor.
Por favor, Ra úl. Por favor, por favor, cuando dije mi nombre.
— — Erna.

consultar.
No sé, Erna. Lo veo difícil. Pero voy a
— —
Un gusto contestó, aunque no pare-
cía que la situación le gustara en absoluto. Igual
A Raúl le asombró la respuesta que obtu- sonrió mientras me mostraba los cambios en el lu-
vo. Creo que en otra situación le habrían dicho gar. Hab ían colgado un gran espejo en la pared,
que no, pero la verdad era que la gente que traba- para que Nina pudiera mirarse y reconocerse.
jaba con Nina estaba completamente agotada y re- También había un televisor plano donde un par
clamaba más manos de forma urgente. Y aunque de veces al día pasaban documentales de chimpan-
yo estaba lejos de ser una candidata ideal, venía cés y un grabador del que salían gritos tomados
haciendo las cosas bien con los chimpancés. Creo del grupo del zoológico. La idea era que Nina se
79
78
I
mamadera. Después se le ofrecían otros alimentos:
identificara con los suyos y no con los seres huma- pedaz os peque ñ os, cereal es, se -
frutas cortad as en
nos que la rodeaban día y noche. Y por eso mis-
millas, yogur. El problema era su falta de entusias-
mo, los seres humanos tenían que volverse un
ino por la comida. La miraba igual que si fuesen
poco chimpancés.
pedazos de cartón o piedras: con total indiferen-
A eso se debía la vestimenta que ten ía que larla, comer con ella ,
cia. Por eso hab ía que estimu
usar el voluntario que estaba a cada momento a
enseñarle a tener hambre.
cargo de ella: una casaca de piel de oveja negra, de
la que Nina podía agarrarse, como hacen las crías
con sus madres. Los voluntarios, me explicó, te-
——¿ Cómo ?
Haciendo caras, ruidos, imitando en lo
n ían que tirarse al suelo, dejar que Nina se trepara
posible a los propios chimpancés. Ya lo vas a ir
viendo.
y jugar con ella. Incluso caminar en cuatro patas.
Si bien de noche dormía en una jaula, el resto del
Llevaba dos horas ahí cuando Facundo de-
día era libre para explorar las dos habitaciones a
las que le daban acceso. Y había que observarla cidió tomar un descanso y me pasó la casaca de
constantemente.
piel . Supe que me estaban observando: tanto él co-
mo Cecilia miraban con disimulo, esperando ver
— ¿Alguna duda?
Cecilia me miró con evidente desconfian-
cómo me comportaba. Este era el momento en
za y dije que no con la cabeza. Las preguntas no que tenía que probar que no me asustaba, que era
me salían. capaz de actuar con normalidad. Las manos me
Ese primer día compartí las tareas con
temblaron un poco cuando me calcé la casaca. Era
Facundo, un estudiante alto y corpulento al que la pesada y olía raro.
— Creo que le pusieron algo para que hue-
casaca de piel le quedaba un poco apretada. Eran
en total doce los voluntarios, que iban cambiando
la parecido a los chimpancés reales

Facundo . Pero te acostumbrás.

dijo
a lo largo de los cuatro turnos diarios, supervisa-
dos por tres veterinarios. Lo más importante era la Me la ajusté al cuerpo y respiré profundo.
alimentación. Cada tres horas, Nina tomaba una Podía hacerlo, ten ía que poder. Me senté en el piso
80

I
junto a Nina y durante unos segundos nos mira-
mos. Estiré entonces la mano con cautela y empe-
cé a acariciarle la espalda. Nina se dejó: le gustaba.
Pasaron varios minutos hasta que dio unos pasos y
se agarró de la piel negra. Primero me tom ó de un
costado, pero enseguida trepó y se abrazó a mi
cuerpo.
—Uh, uh, uh —dijo.
Y yo contesté.
— Uh, uh, uh.
Hacía mucho que no me sentía tan bien.
CATORCE

Supongo
A
qu e
m
po
í
r
no
es o
me
no
in
en
te
te
re
nd
sa
ía
ba
na
n
da
lo s
de
de
lo
m
qu
ás
e
.

pasaba: por qu é al gu no s er an am ig os , po r qu é
otros se peleaban. Pero un mediod ía me di cuenta
de que Ho ra cio y Es te ba n ma nte n ían un a di sc u -
sión que es ta ba es ca la nd o r á pi da m en te . H ub o gr i-
tos y un golp e se co qu e hi zo ta m ba le ar la me sa :
varios vasos fueron a parar al piso. De pronto todo
el m un do es ta ba ca lla do y el ru id o de un a ba nd a -
da de garzas oc up ó el air e. Er a é po ca de m ig ra -
ción. Yo prefer í levantar la vista y mirar esos
pá jaros bl an co s qu e pa rt ían qu i é n sa be ad on de .
Cuando volví a bajar los ojos uno de los coordina-
dores acababa de acercarse a Horacio y le hablaba
por lo ba jo . U no s se gu nd os de sp u és Ho ra cio se
incorporó y se fueron caminando juntos.
— Hoy está densa la cosa —me susurró
Marcos, que acababa de llegar con su bandeja.
—Ajá.
84 85

—— Y se te está cayendo la cinta.


¿Qué?
infinita paciencia. Le había lleva
pero quedó perfecto . Esa noch e í
do
bam
casi
os a
una
una
hora
fies
,
-

por perderla.
La cinta roja que tenés en el pelo: estás ta. Después Bruno hab
persona con el pelo lacio
ía
.
dich
Fue
o
un
que yo
recu
parec
erdo
ía otra
extra ñ o
¿ Roja? Estire los brazos hacia atrás y la to- y lo alejé ense guid a de mi cabe za .
qué: colgaba apenas de un mechón. La saqué y Miré mi plato que, a ú n no hab ía toca do , y
observé mientras desataba el nudo. Era la roja, sí. le di un mord isco a la hamb urgu esa .
le
No lo había registrado. A la mañana me cepillaba
el pelo a toda velocidad y lo ataba con lo primero
— No, no lo uso suelt
di la mamadera a Nina?
o . ¿Sab és que hoy

que encontraba a mano.


—La ó casi . Estamos conten-
¿Sí?
—— Te queda bien el pelo suelto.
¿ Mmm ? tos

, porque en los
tom
último s días
entera
aume ntó cien gra-
— Que te queda bien así. ¿ Nunca lo usás mos. Y está más mov ediza , m ás jugue tona.
suelto ? Creemos que va a salir adelante.
— No sé.
Marcos se rio.
Marcos sonrió.
—Qu é buen o.
— ¿Cómo no vas a saber? Lo usás suelto o
no lo usás suelto, no es algo dudoso. bueno.
— — Sí. Yo tamb ié n sonreí . Es muy —
Me encogí de hombros mientras volvía a
ponerme la cinta. El pelo era algo en lo que hacía
mucho tiempo que no pensaba. En esa época lo te-
nía largo, muy largo, porque llevaba más de un añ o
sin ir a la peluquería. De pronto me apareció nítida
una imagen que venía de otros tiempos, de otra vi
da. Oriana y yo, paradas frente al espejo del baño.
-
Oriana ten ía una planchita y me alisaba el pelo con
I
QUINCE

-F
L ue entonces cuando empezaron seis
semanas increíbles, en las que Nina se convirtió
en el centro de mi vida. En principio, yo iba a ir a
la veterinaria solo martes y jueves, pero casi ense-
guida pasé a estar ahí todos los días. Fue por mi
propia sugerencia. El resto de los voluntarios eran
estudiantes universitarios que tenían problemas
con sus clases y exámenes. Yo no.
—¿ To do s los d ías ? — pre gu nt ó Ce cil ia
extrañada cuando lo propuse—. ¿Y no vas al co-
legio?
— No.
Creo que estuvo por emitir alguna opi-
nión, pero lo pensó mejor y desistió.
— Bu en o, ser ía ge nia l . Al me no s ha sta qu e
la saquemos adelante. Mírala, ¿ no es graciosa?
Ese día Nina se había parado frente al es-
pejo. Se movía hacia adelante y atrás, luego se que-
daba quieta y un instante después volvía a moverse.
88 89

—S¿Sab e que es ella ?


ruidos. Vocalizaciones era la palabra que usaban
— ahora sí. Los primeros días se veía
í,
desconcertada, pero es evidente que en este mo
MIS
los veterinarios y había muchas. Una de ellas pare-
i (a representar un saludo: era un sonido repetido
mentó se reconoce. Los chimpancés está n
i|ue iba subiendo en volumen y torn á ndose más y
entre
los pocos animales que tienen conciencia de sí
m ás agudo, como el ulular de una sirena. Recuerdo
mismos y pueden identificarse en un espejo. Se hi-
el primer día que lo probé.
cieron montones de estudios con eso.
En ese momento Nina se tocaba la cabeza — Uh, uh, uh, ¡¡¡UH UH UH...Ü!
En la sala se produjo un s ú bito silencio:
con una mano que deslizaba a lo largo de su oreja.
Parecía absorta con su propia imagen. lodos me miraban . Pero a Nina pareció gustarle y
ilespués los veterinarios me alentaron a que siguie-
— ¿Se acuerda del pasado?
ra por ese camino. Facundo, en cambio, se burló:
— ¿ En qué estás pensando?
dijo que me estaba chimpancizando. Y en cierta
— No sé... Del lugar donde nació, de lo
que pasó cuando se la llevaron, de su madre... íorma tenía razó n.
— Suponemos que la vendieron poco des-
pués de nacer, así que es difícil que recuerde deta- En estos últimos añ os leí todo lo que en-
contré sobre el contacto entre chimpancés y hu-
lles de esa época. Aunque quizá le hayan quedado
algunas imágenes... Lo que es seguro es que se manos. Creo que necesitaba entenderla a ella y a
acuerda de la familia que la tuvo antes. Los chim- mí misma, encontrar alguna clave de mi historia,
pancés tienen una enorme memoria visual, en al busqué informació n sobre unos experimentos
- científicos que se hicieron en Estados Unidos en
gunos casos hasta mejor que la de las personas.
Es los que se crió a varios chimpancés dentro de fa-
evidente que nos reconoce a todos. ¿Viste cómo te
saluda? Se pone feliz al verte. milias con hijos para comparar su evolución con
Sí, se ponía feliz. En esos días yo había em la de un chico. Hasta vi una película sobre un
- chimpancé que se llamaba Nim Chimpsky, edu-
pezado a imitar muchos de los gestos y movimien
tos que había visto en los chimp
- cado desde su nacimiento por humanos, que vi-
ancés. También vía en una casa, usaba ropa de chico y aprendió a
90

comunicarse bastante bien en lengua de señas.


Me mató la parte en la que, ya sin poder contro-
larlo, lo mandan a un centro de investigaciones
donde, aterrado, ve por primera vez a otros chim-
pancés, es encerrado en una jaula y forzado a
portarse bien con un bastón eléctrico. Y lloré
cuando lo venden a un laboratorio médico don-
de nadie es capaz de entender las señas que hace a
través de las rejas.

Pero todo eso hablaba mucho de la huma-


nizació n de los chimpancés y poco de la chimpanci-
zación de los humanos. O como se llame ese proceso
que me pasaba a mí, por el que cada día la iba en-
tendiendo mejor, mis gestos se parecían a los suyos
y conseguía anticipar sus deseos y reacciones como
nadie. Sabía có mo mirar y oler un pedazo de comi-
da para tentarla cuando estaba inapetente, cómo se-
renarla con un abrazo cuando estaba nerviosa. Me
costaba más, en cambio, irme distraídamente al fi-
nal del día, fingir que la despedida me resultaba in-
diferente. Eso era lo más difícil.
Uno de los voluntarios me dijo una vez
que teníamos que cuidarnos de no convertir a
Nina en una mascota. Pero se equivocaba conmi-
go. Yo no la sentía una mascota , sino más bien

. 1
92

una hermana, una amiga, una hija. O una mezcla DIECISéIS


de todo eso.
No sé si los demás se daban cuenta exacta-
mente de lo que me pasaba. Mis viejos estaban tan
aliviados por el solo hecho de que yo tuviera ganas
de salir cada ma ñana que no les preocupaban de-
masiado los detalles. Y en la veterinaria yo les re-
sultaba necesaria y eficaz, lo que supongo que los
llevaba a pasar por alto si me mostraba demasiado
Me acuerdo de que fue un lunes, por-
que los lunes eran mis días favoritos. El zoológico
cercana a Nina. cerraba sus puertas al público y sin visitantes, ven-
A veces me pregunto exactamente qué me dedores ni restaurantes, el lugar ten ía un clima sere-
pasó en ese tiempo, si me volví un poco chimpan- no y relajado. Hasta los animales se veían distintos,
cé. Se supone que los humanos venimos de los libres de la mirada curiosa de la gente.
monos: quizá yo estaba volviendo. Podía quedar- Fernando, el veterinario que estaba a car-
me toda la tarde jugando con Nina, rascándole la go ese día, me lo dijo al pasar: hab ía que empezar
espalda, dejando que trepara por mi cuerpo, sin a trabajar en la independencia de Nina.
emitir una sola palabra, apenas los sonidos que
usábamos entre nosotras. Sé que en esos días algo
— ¿ Independencia?
Lo miré extrañada. En ese momento esta-
distinto se abrió en mí. También sé que estaba fe- ba sentada en el suelo, con Nina montada en mi
liz. Todos decían que yo era la preferida de Nina, espalda. Hab ía agotado sus energías subiendo y
que la manejaba y la entendía como nadie y eso bajando de los juegos de madera y ahora descan-
me hacía sentir más importante y necesaria de lo saba abrazada a mi cuello. A m í me parecía que
que me había sentido en toda mi vida. independencia era todo lo contrario de lo que ve-
Hubiera podido seguir así mucho tiempo n íamos haciendo en el último tiempo.
más. Pero un día las cosas cambiaron.

—Sí dijo Fernando—. Finalmente
Nina está comiendo bien y alcanzó el peso que
94
95

buscábamos, entonces nos parece importante que


Luisa, otra de las voluntarias, vino a hablarme. Yo
empiece a desarrollar mayor autonomía antes de
me volví hacia ella y dejé de prestarle atenció n a
que la pongamos en contacto con el grupo. Aun
si Lola la adopta, nunca la va a tener encima todo
Nina por un rato, lo que la fastidió. Se acercó a
el tiempo como haría con una cría propia. Luisa y la agarró de un brazo. Pensamos que que-
ría jugar, pero no: le clavó los dientes a la altura
Trabajar sobre la independencia significa-
ba alejarse cada vez m ás tiempo de Nina, tratar de de la muñeca. Era su manera de decir que me
que se entretuviera sola, ignorar algunos de sus re- quería solo para ella. A Luisa le dolió, aunque la
clamos, dejarla llorar un poco. Sobre todo comba- mordida no fue tan profunda como para necesitar
tir la tendencia que estaba mostrando a montar puntos. Pero supimos que pronto podr ía serlo. A
escenas cuando no complacían todos sus deseos. partir de ese momento todos empezaron a decir
En los días previos, varios episodios habían altera- que era indispensable adelantar la incorporació n
do la paz del lugar. Primero, durante una brevísi- de Nina al grupo.
Sus últimas visitas al espacio de los chim-
ma distracción de su cuidador de turno, Nina
había arrasado con el contenido de la heladera, co- pancés , además, habían sido buenas: de uno y
otro lado de la reja se habían mostrado un nota-
mié ndose una parte y distribuyendo el resto por el
ble interés. Nina al parecer ya no se moría de
suelo y las paredes. Al día siguiente, se había apo-
miedo al verlos. Entonces se aceleró el plan: la
derado de los zapatos de una de las veterinarias,
idea era probar un primer encuentro con Lola
primero para probárselos y luego para masticarlos.
en un mismo recinto bajo la supervisión de los
La mujer había conseguido recuperarlos solo tras
cuidadores. Si salía bien, días más tarde pensa-
una difícil negociación, que significó entregar una
ban incorporar a Estrella. A mí la idea no me
manzana y un pañ uelo rojo a cambio. Pero lo peor
era que Nina había empezado a morder con fuerza
gustaba.
cuando estaba irritada. —¿Y si Lola la ataca? ¿Si le arranca un
brazo? No sería la primera vez que una hembra
Creo que fui el motivo de uno de esos ata- I agreda a una cría ajena —cuestioné al día siguien-
ques: está bamos jugando con unas cajas cuando
te frente a Cecilia y una de las voluntarias.
96 97

I
—No creemos que pase eso —dijo —¿Te nombraron cuidador?
Cecilia—. Igual, siempre estarán ahí los cuidado- —Bueno, oficialmente todavía no. Pero
res y pueden intervenir. A todos nos cuesta, Erna, ya es casi seguro. Y desde hoy estoy con los ele -
pero hay que hacerlo. Si seguimos esperando , fantes. Necesitaban a alguien más porque
Nina no va a conseguir adaptarse al grupo. Eduardo se fue y con la enfermedad de Luna to -
do se complicó. Ahora me están enseñando las
Los argumentos no me convencían. El cosas.
nudo en mi estómago, que se había aflojado en el Levanté las cejas con cautela. Él sacudió
último tiempo, volvió esa tarde. Estaba segura de otra vez la cabeza.
que era un error enorme, catastrófico. Se lo conté —Espero que no estés por preguntarme
a Marcos durante el almuerzo: Nina no estaba quién es Luna.
preparada, le expliqué, era demasiado pronto, los — ¿ Una de las elefantas ?
otros podían matarla. Él sacudió la cabeza mien- — Obvio, la elefanta asiática. Que lleva
tras masticaba un sá ndwich de milanesa. una semana enferma.
— Emita, aflojá un poco. Los veterinarios — ¿Qué tiene?
saben lo que hacen. Vos estás obsesionada con esa —Un virus, feo. Dejó de comer y tomar,
chimpancé. Interésate en alguna otra cosa. hubo que ponerle suero... fue todo muy complica -
— ¿ En qué? do. Pero ahora está mejorando.
— En mí, por ejemplo. Tengo muchas no- — -
Bueno, te felicito, entonces. ¿ Estás con
vedades y no me preguntaste nada. tentó, no ?
Sonreí con pocas ganas y traté de que me — — Sí la expresió n de Mateo se torció un
importara. —
poco . Solo espero que se cure pronto.
— Bueno, contame tus novedades. — ¿ Por ?
—— Así como ves, esta persona que tenés

adelante... abrió los brazos con teatralidad ...
— Tiene diarrea. No sabés lo que es lim
piar diarrea de elefante.
-
es el nuevo cuidador de elefantes. —Uh.
ú
I

98
I

Dejé la hamburguesa en el plato. Solo ha-


bía comido un bocado.
— — —
Te arruiné la comida sonrió Marcos .
Perdón. Igual, para lo que vos comés...
I
DIECISIETE

En la memoria de todos los que trabajá-


bamos en el zoológico el trece de agosto quedó pa-
ra siempre como uno de los peores días de su
historia. Y sin embargo, nadie lo hubiera sospe-
chado en la mañana de ese perfecto viernes de sol,
ideal para que la gente se acercara a conocer a los
bellos y muy publicitados cachorros de tigre.
Desde que me levanté me sentía extraña,
dividida, como si en mi cuerpo vivieran dos perso-
nas diferentes. Por un lado, estaba horriblemente
nerviosa. Esa tarde tendría lugar el primer contacto
entre Nina y Lola: yo seguía pensando que era una
mala idea y que podía terminar en catástrofe. Pero
al mismo tiempo estaba a punto de explotar del or-
gullo por el rol que iba a desempeñar. Rolando
Agote, el jefe de los veterinarios, había anunciado
el día anterior que yo iba a ser la encargada de
acompa ñ ar a Nin a al rec into jun to a Ce cil ia.
Porque hab ían est ado ob ser van do mi tra ba jo -en
102 103

-
realidad dijo “excelente trabajo” y habían conclui- que nos adhería una a la otra y nos separaba del
do que conmigo Nina se sentía más tranquila, más resto del mundo. Pero Raúl empezó a jugar con
relajada, que entre todos los voluntarios era yo la ella, haciéndole cosquillas en la espalda, y poco a
que lograba trasmitirle mayor seguridad. poco consiguió que se soltara de mis brazos.
Cuando lo escuché apenas pude balbucear Una vez que estuvo dentro de la jaula, me
un tímido agradecimiento, mientras una oleada di cuenta de que mi miedo era injustificado: la
de calor que subía desde mis pies me recorría el corrie nte de simp at ía entre amb as fue inme diata .
cuerpo. Fue como un sol interno que me acompa- Se acercaron , se tocaro n , se olier on , jugar on sin el
ñó el resto del día, un sol que latía al compás de más mínimo asomo de agresión. Para ser la prime-
esas palabras, “excelente trabajo, mayor seguri- ra vez que Nina tomaba contacto con otro chim-
dad”. No podía creer que hablaran de mí. panc é, su cond ucta fue asom bros ame nte calm a .
El alivio nos aflojó a todos. Raúl decidió
La tarde del viernes uno de los pequeños que era hora de tomar un mate.
vehículos eléctricos del zoológico nos recogió a — ¿ Viste , Erna ? — sonri ó mien tras pon í a a
Cecilia y a mí en la clínica. Nina iba en mis bra-
zos, envuelta en una manta para protegerla del fr ío
calentar el agua
lo dije . Es una

buen
. Hab
a mad
ía que
re, la
conf
va a
iar
cuid
en
ar
Lola
.
, te

y las miradas. Al llegar todo estaba dispuesto: Lola Yo asentí, aun sin poder sacar los ojos de
esperaba sola en una de las jaulas y los dos cuida- la jaula . Fue enton ces cuan do él me pidi ó que pre -
dores del área, Raúl y Julio, se preparaban a super- parara el med icam ento de Lola , que ese d ía a ú n
visar la operación. Yo llevé a Nina hasta la puerta no habí a toma do . Era evid ente men te una form a
mientras susurraba palabras suaves en su oído, so- de lograr que me distr ajera por unos segu ndos de
nidos sin mucho sentido destinados a tranquili- lo que estaba pasando. Sonreí.
zarla o quizás a tranquilizarme a mí misma.
En el primer momento se asustó y no qui-

Saqu
Por supuesto.
é el med icam ento de la caja, lo colo -
qué en el mortero para apla starl o y fui en busc a de
so despegarse de mí. Su miedo se mezcló con el
m ío y entre ambos formaron una película invisible la miel. Pero el frasco estaba vacío.
104 105

Otra vez los de Nutrición se olvidaron borr acho s , los loco s . .. A vece s , cuan do dete ctan a

a buscarlo, Julio ?
— —
de traer uno nuevo se quejó Raúl . ¿ Podrías ir alguien de estas características, los guardias lo si-
guen para antic ipars e a un posi ble desa stre .
Creo que Julio llevaba entonces unos seis Pero el hombre que está en el centro de
meses como cuidador. Ten ía veintitrés añ os y le esta historia, un rubio alto de unos treinta y cinco
sobraba en entusiasmo lo que le faltaba en expe- años y una mirada perdida, había logrado pasar
riencia. inadvertido . En los d í as sigu iente s nos enter amos


—Claro —dijo . Vengo enseguida.
Pero no iba a volver hasta mucho después.
de que
que
esta
disc ut í
ba
an
un
airad
poco
ame
tras
nte
torn
en su
ado
cabe
y unas
za lo
voce
tenta
s
-
ron al desafío.
Aquí tendría que hacer un paréntesis para Claro que nadie sabía eso cuando, faltan-
explicar esto: los animales no son los ú nicos seres do pocos minu tos para las seis de la tard e, se acer -
capaces de mostrar extrañas conductas en un zoo- có al foso de los leon es . Por los altop arlan tes
lógico. Más raros todavía pueden ser los visitantes. habían emp ezad o a anun ciar el inmi nent e cierr e
Entre los cientos de personas que entran cada día, de puertas del zool ó gico , por lo que la may or ía de
siempre hay alguno cuyo comportamiento llama la los visit antes ya se hab ía ido o cam inab a haci a al -
atenció n. En el tiempo en que trabajé ahí escuché guna de las salid as . Hub o un pequ e ñ o distu rbio I
muchas anécdotas. Están, para empezar, los asi- con unos adolescentes que tiraro n un par de latas
duos: son los que van al zoológico todos los meses, al recinto de las elefa ntas y dos guar dias de segu ri-
todas las semanas, incluso todos los días y desplie- dad que estaban en la zona se mov iliza ron para
gan un extraordinario interés por algunos anima- asegurarse de que el grup o parti era .
les, un interés cercano a la obsesió n. También están Todos estos deta lles los cono cimo s por
los transgresores: los que quieren alimentar a un distintas personas , porq ue en las hora s y d ías si -
animal cuando los carteles indican exactamente lo guientes cada uno fue cont ando su parte . Pero
contrario, los que les tiran objetos, los que preten- fundamentalmente Julio fue , uno de los prota go -
den traspasar los límites de seguridad. Y están los , el que nos expl ic ó esa mism a
nistas centrales

J
106 107

tarde, todavía pálido por el miedo y la impresión, alarmarla En


. este caso , sin embargo , solo provoc ó
lo que había pasado. confusión: el có digo cero dos no exist ía . Julio miró
Él volvía con el frasco de miel en mano en al único león que en esa época habitaba el foso,
el momento en que lo vio: el hombre había conse- .
Kimba Era un animal fabuloso , de gran tama ño y
guido trepar por la pared de piedra del foso y esta- una enorme melena dorada , que pasaba buena
ba tratando de pasar al otro lado de los alambres parte del día echado. Hasta ese momento no pare-
_ —
que la coronaban. cía haber advertido nada.

¿ Qué...?

Ey gritó Julio , Señor, baje de ahí. Empapado
escalar el muro y
en transpiraci
forzar al
ó n
hombre
, Julio
a
decidi
bajarse
ó
.
Ajeno a su presencia, el hombre consiguió Consiguió atravesar el alambre y poner un pie en
traspasar los alambres y se paró en un pequeño re- ] la cornisa pero
, no hab ía alcanzado a dar un paso
borde de piedra. Era un espacio mínimo, donde cuando el tipo mir ó hacia adelante , levant ó los
ni siquiera entraba có modamente un pie: el riesgo se zambulle en una pileta , se
brazos y, como quien
de caída era enorme. dejó caer al foso. A esa altura, Julio decidi ó olvidar
— ¡Bájese de ahí! Señor... los códigos.
Pero el tipo no lo escuchaba: ya estaba —¡Visitante dentro del foso de leones !
dando unos cautos pasos por esa fina cornisa que
lo acercaron al centro del foso. Julio tom ó su radio — aulló en la
Kimba
radio —
acababa
. ¡ Visitante
de ponerse
ca ído
de
!
pie .
con una mano temblorosa. Sabía que había un có-
digo para definir a un intruso en una jaula, pero En los siguientes minutos cuidadore s, ve -
con los nervios le costaba recordarlo. terinarios, guardias , polic ías y curiosos corrieron
— —
¡¡¡Código cero dos!!! gritó desespera- desde todo el zooló gico hacia el foso. El procedi -

do . ¡¡¡Código cero dos en el foso de leones!!! miento previsto para un caso así era abrir la com -
La función de la comunicación a través de del cubil donde dorm ía el león
puerta electró nica
códigos es evitar que la gente que accidentalmente y tratar de que entrara . Los cuidadores lo hicieron
oye estos intercambios se entere de algo que podr comida - una cantidad de
ía en segundos: pusieron

Jm
I

108 109

I
carne que en situación normal hubiera sido un propósito: las bal as roz aro n una pata del le ó n , que

festín y lo llamaron. Pero Kimba no estaba muy levemente herido , sol tó a su pre sa y retr oce di
ó
ó
hambriento. O el interés por el intruso era mayor hasta buscar refugio en el cub il. Ah í se des plo m ,
que el que le despertaba la comida. Dio unos pa- ia , y la pue rta se cerr ó a
por el efecto de la ane stes
sos más en dirección a él y se detuvo. su espalda.
El hombre estaba tirado en el suelo có n El hombre que d ó tira do en me dio del fo -
los ojos cerrados, aparentemente aturdido por el so. Julio cerró los ojos : no lo que r ía mir ar . En ese
golpe. Le hubiera convenido seguir así. Los leo- momento sinti ó que le toc aba n el bra zo .
nes reaccionan cuando sienten amenazado su te-
rritorio: fue recién en el momento en que el
intruso trató de incorporarse cuando Kimba de-

¿Está
El que le
.
s

Se
bie
hab
sint
n ?
lab

¿Te
a era
ave
ayu

rgo
el
do
vet
nza
a baj
erin
do .
ar
ario
?
que ha -
bía disparado
cidió saltar.
El corazón de Julio saltó al mismo tiempo,
——
Sí, sí, gracias.
- Parece que Kimba le per don ó la vid a a
Parado en el borde de piedra, sintió que las pier- ese loco.
ñas le temblaban y temió caerse en el foso. Se aga vol vi ó a mir ar : un gru po de par am é -
- Julio ate ndi end o al
chó y afirmó con las manos en el muro de piedra. dicos había entrado al fos o y esta ba
En ese momento oyó la primera detonación: uno se enc ont rab a her ido per o vivo .
hom bre , que
las her ida s eran leve s. Si
de los veterinarios acababa de disparar el rifle Según se sabría más tarde ,
iera cla vad o sus gar ras un poc o m á s
anestésico. Demasiado tarde, aparentemente: sin Kimba hub
en el cue llo del intru so , lo hab ría
dar tiempo a que la droga hiciera efecto, Kimba se profundament e
ante . Per o no lo hiz o.
había abalanzado sobre el hombre y le apoyaba matado en un inst
con sigu ió vol ver a la tierr a y par ars e
una de sus enormes patas en el cuello. Los gritos Julio
con dignidad.
espantados de la gente se confundieron con dos
nuevos disparos. Pero esta vez eran balas reales. Lo
que Julio nunca supo fue si al policía que tiró le nario tom

Creo que esto es tuyo
and o alg o del sue lo y le

entr
dijo
eg ó
el
el
vete
fras
ri
co
-

fallo la puntería o si cumplió exactamente con su de miel.


go que ir.


lio

Julio lo agarró
— ,
Gracias, me ten-
r DIECIOCHO

Josotros
^
. ya conocíamos lo que había
pasado antes de que Julio volviera. Al menos lo
esencial: habíamos empezado a oír, a través de las
radios que llevaban en la cintura Ra úl y Cecilia,
una serie de órdenes y gritos que nos habían cerra-
do el estómago. Creo que todos hubiéramos que-
rido correr hasta el foso y ser testigos de lo que
estaba pasando, pero sabíamos que no seríamos
ú tiles ah í y, adem ás, no podíamos dejar a Nina y a
Lola.
—Esperemos. —Losdijominutos
Ra úl.
Y esperamos se arrastraron
intolerablemente lentos, sin noticias que nos cal-
maran la ansiedad. Hasta que al fin alguien infor-
mó en la radio que Kimba había sido herido de
bala y se estaba montando el operativo para trasla-
darlo a la veterinaria. Entonces Ra úl no esperó más:
dijo que ten ía que ir a ayudar. Para ese momento ya
112 113

habíamos sacado de la jaula a Nina, que estaba en el mundo andaba con los á nimos tan alterados ,
mis brazos. Bongo, Pedro y Estrella acababan de
simplemente se olvidaron. La verdad es que tam-
pasar del recinto externo hacia el interior, donde la poco quer íamos irnos y dejar a Julio solo en ese
comida de la tarde estaba esperándolos. estado, de modo que fuimos postergando el mo-
Creo que estábamos todos nerviosos. Aun- mentó de la partida.
que en mi caso había algo más, algo distinto. El | Fue entonces cuando las cosas entre los
encuentro entre las chimpancés había salido per- I chimpancés se complicaron. Creo que la disputa
fecto: al final Lola había dejado que Nina la trepa- fue por una manzana que Pedro intent ó agarrar .
ra y se colgara de su piel como antes lo hacía de mi Bongo no estaba dispuesto a ced é rsela y, como
espalda. Por un lado eso me había gustado: era macho alfa , ten ía el derecho de imponerse . Pero
una muestra del éxito de nuestro trabajo. Pero, al estaba vez Pedro pareci ó decidido a llevar m á s allá
mismo tiempo, cada paso que Nina daba hacia su de lo habitual su desaf ío y lo golpe ó con la mano
especie era un paso que la alejaba de mí. Aunque abierta. Bongo se lanz ó entonces sobre é l con una
en ese momento la situación me distrajo, creo que ferocidad inesperada y lo mordi ó en el cuello .
en el fondo sabía lo que venía. Sabía que una par- Todos los chimpanc é s empezaro n a gritar juntos y
te mía se estaba hundiendo. Lola pegaba furiosame nte contra la reja . Nina es-
taba aterrorizada : se hab ía abrazado a mi cuello y
Quizá el nerviosismo reinante se contagió a su pequeñ o cuerpo temblaba . Cecilia lo not ó.
los chimpancés, porque se los notaba a todos un
poco alterados. Y eso no hizo más que crecer tras el ella.
— — —
Vámonos dijo . Esto es malo para

regreso de Julio, que al borde de la histeria, nos


contó lo que había pasado. En realidad, Cecilia y
— Sí, vayan, yo me arreglo
Salimos , pero apenas dimos unos

gritó Julio.
pasos
yo ya no debíamos haber estado ahí: se suponía que nos detuvimos . No pod íamos dejarlo as í. Cecilia
el mismo vehículo que nos había traído tenía empezó5 a tratar de comunica rse con Ra ú l por su
que pasar a buscarnos. Pero es probable que tuvie- radio mientras el ruido que nos llegaba desde
ran que usarlo para otra cosa o quizá, como todo adentro crecía y crecía.
114 115

Lo que estaba pasando lo supimos des- Entonces cometió el segundo error: se interpuso
pués. Bongo acababa de lanzarse en un segundo en su paso.
brutal ataque contra Pedro, que intentaba defen- Si algo se puede decir en defensa de Pedro
derse a los manotazos. Julio supo que tenía que es que no ten ía inten ci ó n de lastim arlo . Hubi era
actuar. Ya lo habían conversado una vez con Ra ú l: podido mata rlo si se lo propo n ía , pero todo lo que
si Pedro corría serio riesgo, lo mejor sería abrirle hizo fue clavar sus dientes en el brazo que Julio
una salida hacia el recinto externo. Aunque Bongo había extendido para evitar su acces o a la puert a.
era más fuerte, estaba viejo y había perdido agili- Y después huyó.
dad. En un ámbito abierto, con muchos sitios pa- Ceci lia y yo segu í amos para das afuer a y
ra trepar, Pedro podía escapar del ataque. De oí mos el grito de Julio . Segu ndos m á s tarde apare -
modo que eso hizo: corrió hacia la roldana y abrió ci ó Pedr o: corri ó hasta que nos vio y enton ces se
la compuerta. Apena vio que Pedro pasaba, volvió detuvo . Entre él y nosotr as no hab ía m ás que un
a cerrarla. Le pareció que había hecho todo bien , par de metro s cuan do se irgui ó y lanz ó un aulli do
pero un minuto demasiado tarde advirtió su error: espeluzna nte . Quiz á solo ped ía ayud a : estab a
tras limpiar el recinto externo, había dejado abier- asustado y herid o. Pero a m í me dio terror . Un
ta la puerta de comunicació n con el lugar donde terror bruta l que me sec ó la garga nta y me dej ó
él estaba. sin palabras.
Pedro fue más rápido que él: salió al espa- Sentí que Cecilia me apoyaba suavemente
cio externo y al ver la puerta abierta no perdió la una mano en la espa lda . Quer í a decir me algo que
oportunidad. Un instante después estaba a pocos no entendí. Ahora lo sé. Era que no teníamos que
pasos de Julio. Se miraron. Julio no vio en esa mi- mirar a Pedro a los ojos porque para un chimpan-
rada al Pedro manso de siempre, vio su terror y su cé eso puede ser señal de desafío y si hay algo que
determinación. También vio que él se había que- uno no quier e hacer con un mach o adul to es desa -
dado sin opciones: no podía llegar a la manguera fiarlo. Y que nos conv en ía move rnos con caute la y
ni a ningún otro elemento usado para controlar a ponernos a resgu ardo . Pero en ese mome nto no
los animales. Pero tenía que evitar que se escapara. pude respo nder : estab a para lizad a . Solo abraz aba
con fuerza a Nina, porque tenía miedo de que
la quitara. Y las lágrimas me estaban impidiendo
ver lo que pasaba.
Entonces él volvió a moverse hacia noso-
tras. No lo soporté: di media vuelta y empecé a
correr. Oí a mi espalda la voz de Cecilia que me
llamaba, pero no me detuve. No podía. Abrí la re-
ja, salí al camino y seguí corriendo. Corrí y corrí
sin darme vuelta nunca hasta que me encontré
junto a una de las puertas del zoológico. Y salí.
De pronto estaba en la calle, con el corazó n
bombeando enloquecido y las piernas flojas. Ten ía
una chimpancé en brazos y no sabía qué hacer.

C
DIECINUEVE

E„ los siguientes días y semanas varias


veces me preguntaron por qué había actuado co-
mo lo hice. No supe contestar. Ni siquiera hoy po-
dría dar una respuesta razonable. Sé que ten ía
miedo, que ese miedo me nublaba el pensamiento
y que necesitaba un lugar adonde refugiarme.
También sé que actué por impulso cuando estiré
el brazo frente a un taxi, abrí la puerta y subí. No
tuve real conciencia de lo que había hecho hasta
que el hombre me miró por el espejo retrovisor y
preguntó con impaciencia:
— ¿ Y a dó nde vamos ?
Supongo que él pensó que llevaba a un be-
bé. Estiré bien la manta para cubrir cualquier pelo
delator y dije la dirección de mi casa. Recién a mi-
tad de camino, cuando mi corazón empezó a aflo-
jar la carrera, me di cuenta de que no había llevado
la mochila. Es decir que no tenía las llaves ni
el celular. Metí la mano en el bolsillo posterior del
120 121

pantalón, donde había guardado algo de plata y la En casa no había nadie. Toqué el timbre
con té: probablemente me alcanzaba para pagar el cuatro o cinco veces sin resultado y decidí poner-
taxi. me en movimiento. Temía que apareciera alg ú n
Por suerte, el movimiento del auto dur- vecino y quisiera saber qué era ese bulto que se
mió a Nina en pocos minutos. O quizás era que agitaba bajo la manta. Porque Nina se había des-
estaba exhausta después de la experiencia vivida. pertado y empezaba a manifestar inquietud.
Como yo. Me sentía tan cansada que no podía
pensar ningú n plan que tuviese una m ínima lógi-
— —
Quietita le susurré junto al oído .
No es momento de jugar.

ca. Una fantasía se instaló en mi cabeza: subirme a Pero a ella no le importaban mis órdenes e
un micro de larga distancia e ir hasta un bosque insistía en moverse, en sacar su brazo peludo por
que había conocido a ños atrás, una zona deshabi- fuera de la manta, que yo volvía a acomodar ner-
tada que quedaba a trescientos o cuatrocientos ki- viosamente. Caminé dos cuadras hasta llegar a la
lómetros de la ciudad. Y allí construir una casa de plaza, donde encontré un banco vacío y me senté.
madera para que Nina y yo viviéramos aisladas del Creo que solo en ese momento tomé conciencia
mundo. Hasta consideré las formas de unir los de lo complicado de mi situació n. Estaba sola, sin
troncos, la posibilidad de agregar paja al suelo pa- documentos, teléfono ni plata, y con una chim-
ra estar más cómodas, la manera de conseguir fru- pancé robada en brazos.
tos y agua. Creo que en realidad nunca pensé Hubiera querido seguir fantaseando for-
seriamente en hacer eso, pero la fantasía era muy mas de quedármela, pero a esa altura la realidad se
atractiva y mis pensamientos se negaban a aban- abrió paso a codazos por mi cabeza y supe que no
donarla. había alternativa. Tenía que llevarla de vuelta al
Recién cuando volví a oír la voz del taxista zoológico. Supe también lo que todos iban a pen-
me di cuenta de que habíamos llegado. sar: que me hab ía portado como una loca, que no
— —
¿Te quedaste dormida ? preguntó y yo
solo negué con la cabeza mientras le extendía la
era confiable. Quizá, me esperancé, podía inven-
tar una buena historia, que en lugar de ladrona me
plata. Me alcanzó justo. convirtiera en heroína. Podía decir, por ejemplo,

li
122 123

que Nina había saltado de mis brazos y salido Como si fuera consciente de que estaba
por
su cuenta, que yo la había perseguido
y capturado siendo presentada, Nina levantó la cabeza y la mi-
y ahora la devolvía. ¿Alguien me iba a creer?
ró. Mi vieja no pudo evitar sonreír.
Igual, no tenía dinero para volver, así que
—Viste.
Es linda —dijo.
caminé en dirección a casa. No puedo
negar que,
aunque estaba muerta de miedo, una parte de to
-

Entonces se volvió hacia mí y cambió de
do eso me gustaba. Nina era mía. Aunque fuera
expresió n.
solo por un rato, era mía. -
Cuando me acercaba vi a mam á en la puer-
— Te metis te en un lío feo . ¿ En qu é esta
bas pensando ?
ta. Tenía cara de estar pasando un mal
momento e No le contesté. Dejé que se ocupara de los
intu í que ya lo sabía. Apenas me vio corrió
hacia llamados y fui a la cocina a buscar algo para Nina,
mí y me sujetó por los hombros. ales de ham bre . Enco ntr é una
que daba se ñ tener
— — —
Qué hiciste dijo . Qué hiciste.
No era una pregunta. Era, más bien, una
manzana y una bana na , que cort é en peda zos pe -
queños. Después fuimos a mi habitació n, cerré la
acusación. Obviamente, lo sabía. con llave y le fui dand o la fruta lenta ment e
puerta
mientras le acariciaba la espalda. Me imaginaba
Me lo explicó mientras subíamos en el as- que era la ú ltima vez que hac íamos algo así juntas
censor. A1 llegar había encontrado seis
mensajes y quería disfrutarlo.
en el contestador, cada uno más urgente que
el an- No sé en qué momento nos quedamos
terior. A esa altura, estaban todos mov
ilizados dormidas, yo apoyada sobre unos almohadones
buscándome y se había dado aviso a la policía de tirad o al suelo y Nina en mi est ó mago .
que hab ía
mi desaparición.
Me despertaron los golpes en la puerta. Mi vieja
— —
—Creo que todavía no.

¿Y Pedro? pregunté . ¿Lo agarraron ? gritaba que la dejar a pasa r, que hab ían veni do del
zoológico. La abracé fuerte a Nina y esperé. Quizá
Entonces levantó un poco la manta. se iban, quiz á me la deja ban al meno s un d ía m ás .
— Así que esta es la famosa Nina. Pero los golpes siguieron y a los gritos de mi vieja

L
124

se sumaron otros. Cuando parecía VEINTE


que estaban a
punto de tirar la puerta abajo, me levanté
y abrí.
Mamá estaba roja, no sé si por el enojo o
por la vergüenza. Cecilia sonreía
nerviosamente y,
Rolando, el jefe de veterinarios, tenía los brazos
cruzados sobre el pecho y cara de pánico. En la
sala, supe después, los esperaba un guardia de se
guridad, que ya se había ofrecido a romper la
- p
;I uede desa pare cer un chim pancé en
cerradura si yo no abría. la preg unta que se hac ían
Buenos Aires? Esa era
Lo primero que hicieron fue sacarme a ó . Pare c ía imp osib le y , sin
esa noche en la televisi n
Nina y examinarla. No sé qué se habían imagina ués de la fuga de Pedr o
- embargo, varias horas desp
do, pero fue obvio que verla sana y salva los alivió. la búsqueda seguía y su para dero se hab ía conv er-
Después me miraron a mí. No me acusaron de na- tido en un misterio.
da, al contrario: me hablaron con una cautela que en parte a trav és de
Yo conocí la historia
lo que me conta ron des -
me hizo sentir incómoda. Cecilia dijo que mi mie- los medios y en parte por ,
do había sido comprensible, que una situación co- no recu erdo de d ó nde saqu é cada cosa
pués . Ya
nunc a se me va a olvi dar .
mo esa podía alterar a cualquiera y que había que pero el nudo del asunt o
agradecer que Nina y yo estuviéramos bien. Pero S é que cuan do emp ecé a corre r Pedr o me sigui ó . Y
, aterr ada ante la posi bilid ad
era evidente el cambio de actitud. Ya no había na- atrás de él fue Cecilia
da del reconocimiento, de la admiración por mi . Pero ense guid a fue claro
de que quisiera atacarme ó n
trabajo, del compañerismo. Ahora me miraban no era su obje tivo : tras atrav esar el port
que yo lado con -
con desconfianza y, quizás también, con un dejo haci a la izqu ierd a y Pedr o eligió el
yo fui
de pena. Ceci lia se qued ó para liza -
trario. Por un momento cum plir
da: no sab ía a qui é n segu ir. Dec idi ó
primero con el proc edim ient o de segu rida d pre -
man uale s y dio aviso de la fuga por
visto en los
126 127

radio. Cuando finalmente se decidió a ir detrás de


I ’edro venía corriendo a toda velocidad, directo ha-
Pedro era tarde: había desaparecido de la vista.
da él. Segundos m ás tarde se dio cuenta con alivio
A esa altura los visitantes ya habían partido
de que lo que había llamado la atenció n del chim-
y, con la conmoción generada en el foso de leones,
todo el personal de seguridad había sido convocado pancé no era él, sino el pequeño auto eléctrico es-
a ese sector. De modo que Pedro pudo circular tacionado a un costado.
con Seguramente los habría visto mil veces
tranquilidad por el camino central. Solo lo vieron
desde su recinto. Los chimpancés tienen infinitas
dos personas. La primera fue una vendedora del
horas para observar y analizar lo que pasa frente a
negocio de recuerdos, que había demorado su
sus ojos. No lo olvidan. A Pedro sin duda el auto
partida por una larga conversació n telefó nica.
le gustaba. Mariano, el barrendero, contó que pri-
Cuando salió se lo topó de frente y fue tal el susto
mero le dio un par de vueltas sin decidirse.
que dejó caer su bolso y escapó corriendo. Era un , subi ó al asient o del con -
Finalmente tom ó coraje
bolso amarillo con puntos rojos que seguro hizo
ductor y puso sus manos sobre el volante. Como
muy feliz a Pedro durante un rato: siempre le gus-
un chico, dijo, como un chico que jugaba con el
taron los objetos de colores brillantes. Luego
apa- auto del padre. Pero entonces él se movió, Pedro
recería abandonado unos doscientos metros m ás
levantó la cabeza alarmado y sus miradas se cruza-
lejos. Su contenido estaba esparcido por la tierra y . Era obvio ,
ron. Mariano volvi ó a qued ar sin aire
según la vendedora faltaban dos cosas: un alfajor y , Pedro prefe ría la fuga a la con -
sin emba rgo que
un lápiz de labios, que pudo ser confundido con despu é s corr ía en direc -
frontaci ó n: un instan te
un caramelo. el zool ó gico de la calle.
ción al muro que separ a
El otro que lo vio fue un barrendero. Dijo de la libert ad , apost ó Maria no antes de
En busca
que percibió un movimiento en el camino, pero al
perderlo de vista.
principio pensó que sería uno de los pequeños ani- Cuando finalmente la noticia llegó a oídos
males que circulaban libremente por el zoológico:
de las autoridades , el direc tor del zool ó gico orde -
un coipo o una mara. Siguió barriendo. Cuando
nó un prolijo rastrillaje, con la esperanza de que
volvió a levantar la cabeza se le cortó la respiración:
Pedro estuviese aún dentro del parque. Pero una

Li
128

hora después la policía empezó a recibir llamados


que confirmaron el presagio de Mariano. Primero
fue el conductor de un camión que aseguraba que
había visto a un chimpancé cruzar la avenida.
if
Luego siguieron dos transe ú ntes: uno dijo que lo
vio corriendo por la calle y la otra que trepaba a
un á rbol.
De inmediato grupos especiales de la poli-
cía y los bomberos empezaron a recorrer la zona:
miraron en las copas de los árboles, debajo de los
autos y hasta dentro de los contenedores de basu-
ra. Pero nada, ni la sombra de Pedro. Entre la gen-
te del zoológico, la tensió n crecía rápidamente. Es
1
que cuando un animal potencialmente peligroso i
rf
se escapa, me explicaron, la prioridad es la seguri- j
ti 1
vnlvé'
dad p ú blica, por lo que la policía asume el mando
y las posibilidades de que el animal reciba un dis-
paro son bastante altas.
Para peor, la fuga se convirtió en una de '
las principales noticias del día y pronto los canales
de televisión habían invadido la zona. En uno de
los noticieros una placa en letra catástrofe resu-
mió el asunto así: “ Peligro en la ciudad: ¡gorila
v
4
í V
,
\ v W,
suelto!”. Un rato más tarde subieron la apuesta:
“¡King Kong en Buenos Aires!”. Creo que nadie
se molestó en avisarles que se habían equivocado
L -JC
m *

\ j
130 131

de especie y que en el zoológico porteño no había Si intentó usar sus encantos para congra-
gorilas. ciarse con alguien, nunca se supo. Cuando esa tar-
de se conocieron las noticias de su captura, yo
Esa noche casi no pude dormir. Supongo estaba en la cama, donde había pasado buena par-
que en ese momento yo era todavía una persona te del día, pero me levanté a ver la televisió n . El
bastante frágil y toda la experiencia resultó un de- misterio tenía, a fin de cuentas, una explicación
sastre para mis nervios. A las siete de la ma ñ ana, bastante sencilla. En medio de los grandes edifi-
ojerosa y con dolor de estómago, estaba otra vez cios que pueblan la zona del zoológico, quedan
frente al televisor a la espera de noticias. Pero, aún unas pocas casas antiguas. Una de ellas tiene
aunque la búsqueda se había mantenido toda la una reja en la entrada y un pasillo que conduce
noche, el resultado era nulo. hacia el jardín. Por ahí entró Pedro, corrió hacia el
Desde el zoológico aprovechaban la reper- fondo y encontró una casilla abierta donde se
cusión del caso para advertir una y otra vez lo mis- guardaban herramientas de jardinería y otros obje-
mo: que si alguien lo veía debía dar aviso de tos. Entre esas cosas había un par de bolsas de co-
inmediato a la policía y evitar acercarse porque se mida para perros que le sirvieron de alimento.
trataba de un animal peligroso. Creo que si insis- Recién al día siguiente, cuando la dueña de casa
tieron tanto en esto fue porque temían exacta- asomó su cabeza en la casilla buscando unas tije-
mente lo contrario: Pedro era capaz de mostrarse ras, lo vio y avisó.
muy amigable con las personas. De sus épocas de Minutos después partía hacia allí un nu-
estrella publicitaria le habían quedado algunos há- trido grupo. Los policías llevaban pistolas, los ve-
bitos curiosos. Le gustaba sentarse en un sillón y terinarios, rifles anestésicos y Ra úl iba con su arma
tomar gaseosa en vaso, extendía su mano para es- secreta: una pizza grande de muzzarella y tomate.
trechar la de quien se le pusiera adelante y, cuando Tenía sentido: si querían asegurarse de que el dar-
estaba de buen humor, hasta era capaz de tirar be- do anestésico diera en el blanco necesitaban que
sos. Quien interpretara mal esos signos podía lle- Pedro estuviera cerca y quieto. Nada como la ten-
varse después una sorpresa. tació n de la pizza para lograrlo.

il
132

Fue Raúl quien avanzó primero, apoyado VEINTIUNO


discretamente por el resto del grupo. Se sentó en
el pasto, como si se tratara de un picnic, y abrió la
caja de pizza frente a él. Tras separar dos porcio-
nes, empezó a comer una con toda tranquilidad.
— — —
¡Pedro! gritó . ¡Hay pizza!
Fue demasiado para el pobre Pedro que
avanzó, confiado, hacia el manjar. Solo había al-
canzado a masticar el primer bocado cuando el
No fui al zoológico durante dos sema-
nas. Primero me enfermé: fiebre, vómitos, dolor
dardo impactó en su brazo. Giró la cabeza descon- de estómago. Dijeron que era un efecto del shock,
certado y alcanzó a llevarse un segundo trozo de aunque quizá fue simplemente alguna comida en
pizza a la boca. Tiempo después Raúl me dijo que mal estado. Pero no puedo negar que el regreso
antes de caer desmayado lo miró a los ojos como me costaba. Luis le había dicho a mamá que cuan-
acusá ndolo por la traición, pero creo que se lo do yo estuviera lista él me esperaría para conversar
imaginó. sobre lo que había pasado. Y era una conversación
que no tenía ganas de tener.
Estuve por volver una vez que me sentí
mejor, pero entonces me llamó Marcos y me con-
tó las novedades. Habían trasladado oficialmente
a Nina al sector de los chimpancés: su adaptació n
había sido tan buena que no era necesario esperar
más. El grupo que había participado en su crianza
ya no existía.
Fue como si el cielo se derrumbara sobre
mi cabeza. Por supuesto, yo sabía que iba a suce-
der tarde o temprano. De entrada se había dicho

k
134 135

que nuestra tarea era una transición, que solo du-


raría mientras Nina lo necesitara. El problema era
—Pero es lo que a mí me gusta, lo que sé
hacer...
que yo seguía necesitándola a ella.
Me llevó otros cuatro días juntar fuerzas
— Vas a aprender otras cosas. Y probable
í, tendríamos que haberte
-
mente sea mejor as
para salir de casa. Cuando finalmente llegué al cambiado antes. Creo que te apegaste demasiado
zoológico creo que nadie me esperaba. Al menos a los chimpancés y especialmente a Nina. Es bue-
eso me pareció ver en la cara de la gente. Sorpresa no que conozcas otras áreas, hay muchos anima-
y algo más, algo que al principio me costó definir. les y mucha gente interesante con la que podés
Como si todos supieran un secreto que yo desco- trabajar...
nocía. Pero yo quiero estar con los chimpan-
Luis se mostró amable y comprensivo. Me cés, por favor...
hizo sentar al otro lado de su escritorio y habla- Mi tono sonó a mis propios oídos horri-
mos largamente de todo lo que había pasado. Yo blemente plañ idero. A Luis, sin embargo, no lo
dije lo que había preparado: que lamentaba mi conmovió.
reacción, que las cosas se me habían ido de las ma- -No, no es posible — —
dijo con firmeza .
nos y que quería volver. Asintió con la cabeza. Hoy podés ir a la granja. Te va a gustar, vas a ver.
— Bueno, ahora tenemos que pensar a qué
á rea podés sumarte.
Me sentí furiosa. Hubiera querido decirle
que se fuera al diablo con todos sus animales, su
— ¿Cómo a qué área? ¿ No voy a seguir con granja y su gente interesante, que a m í lo ú nico
los chimpancés? que me importaba eran los chimpancés. Y que si
Alzó las cejas, como si la idea lo sorpren- no podía estar con ellos prefería no hacer nada.
diera. Pero no lo dije. Sabía que si empezaba a hablar
— No, Erna, después de lo que pasó eso es me iba a derrumbar y quería evitarlo a toda cos-
imposible. Además, por la fuga de Pedro se dispu- ta. Pensé seriamente en irme en ese momento, en
so un cambio de normas de seguridad, hay otra olvidarme para siempre del zoológico y encerrar-
gente... me en casa. Si no lo hice, creo que fue por dos
136
r 137

motivos. El primero es que estaba mareada y las que alguien me ponía la manos en los hombros
piernas me temblaban. Pero el segundo era el m ás para sacarme de ahí. Era Ra úl.
importante: no podía irme sin ver una vez m ás a
Nina. No le importó que le mojara la camisa.
Me abrazó un rato y después me llevó a tomar un
El día transcurrió lento y aburrido. Todos café. Las cosas, me explicó, habían cambiado bas-
me miraban con una simpatía que se acercaba de- tante. Tras la recuperación de Pedro, el director
masiado a la compasión. Solo me pidieron que ali- del zoológico había ordenado una investigación
mentara a los patos y ordenara unos materiales. para saber cuáles habían sido las fallas y se habían
En el horario del almuerzo fui al sector de los agregado nuevas medidas de seguridad.
chimpancés. Me mezclé con el p ú blico reunido
frente al recinto. En ese momento Bongo concen-
— Ahora estoy con Adriá n, que viene del
sector de los felinos.
traba la atenció n: se había trepado a la estructura
—- Está bien la herida ya le ó. Pero
¿Y Julio ?
de madera y desde allí lanzaba unas piedritas que
no sé de dónde había sacado. Nina estaba atrás, quedó
— , se cur
muy impactado por el episodio y pidió un
jugando con Estrella. traslado. Lo pasaron al acuario. Estaría bueno que
Pasé al otro lado del barral de seguridad y lo fueras a visitar.
me pegué al vidrio. Sabía que eso estaba prohibi- Asentí, aunque no lo veía muy probable.
do, por supuesto, pero no me importó. Empecé a Raúl me apretó un brazo y sonrió.
saltar y agitar mis manos hasta que logré que me — Erna, quiero que sepas que si fuera por
viera. Se acercó corriendo hasta el vidrio y tam- mí, seguirías acá. Tu trabajo siempre fue muy bue-
bién ella empezó a saltar. Se reía como se ríen los
chimpancés: solo mostrando los dientes inferiores.
— —
no. Nina está bien agregó . Esto es lo mejor
para ella. Pero estoy seguro de que también te ex-
La gente me miraba, claro. No solo por- traña. Podés venir a verla cuando quieras.
que yo saltaba como un mono, sino porque llora- Sí, podía ir a verla. Pero nunca sería igual.
ba y me reía al mismo tiempo. Hasta que sentí

i
r
VEINTIDóS

E„ los siguientes meses trabajé en dis-


tintas áreas del zoológico, sin interesarme dema-
siado por ningu na . Solo iba a una vez por seman a
y a veces ni eso. Estuve en la granja, en el serpen-
tario, en el aviario y en el sector de los camellos.
Pero lo que más me gustaba era ir a ver a Nina al
final del d ía . Me parab a con el resto del p ú blico y
simplemente la obser vaba jugar . A veces era -
evi
dente que me reconocía: saltaba excitada y me mi-
raba con insistencia. Pero otras veces, sobre todo
cuando hab ía much os visitan tes , se qued aba en el
fondo del recinto con Lola o Estrella y no daba
señ ales de saber que yo estab a ah í. Esos d ías me
llenaban de nostalgia.
No soy tonta, por supuesto que sabía que
todo eso era bueno para ella : finalm ente se hab ía
integrado a los suyos . Supo ngo que el probl ema
era que le hab ía ido mejor que a m í y me costa ba
digerirlo.

.
140

Un día, Luis me dijo que necesitaban a


una persona en la isla de los cóndores porque dos
voluntarios se habían ido al mismo tiempo. Me
encogí de hombros, me daba igual.
——
- Bueno.
Te va a gustar. Es uno de los pocos lu-
gares del zoológico donde los animales son devuel-
tos a su hábitat natural. Por eso ni siquiera pueden
ver a sus cuidadores: hay que ser invisible.
No entendí muy bien de qué se trataba,
pero ser invisible era algo que se me daba bastante
bien. Empecé la semana siguiente.

No estaba en uno de mis mejores días.


Quizá por el frío a destiempo, en plena prima-
vera, que me había sorprendido en la mañana.
O porque la noche anterior había estado dudan-
do otra vez si ir o no, si seguir o abandonar de
una vez el zoológico. Llegué con un gorro que me
tapaba parte de la cara, un pañ uelo arrollado al
cuello y la voz delgada de mis malos momentos.
Me recibió Liliana, una de las voluntarias
más antiguas. Apenas atravesé el portón de made-
ra, me sorprendió el escenario: los recintos estaban
rodeados de tela negra.
— —
¿ Por qué los tapan ? pregunté.
142
143

—Estos son los cóndores que van a ser li- cataratas y casi no veía, otro era rengo, al tercero le
berados
que vernos. ¿Sabés algo de este —
ontestó en voz baja . Ellos no
proyecto?
tienen .
habían amputado un ala... No podían volver a
la naturaleza y por eso estaban en un recinto en-
—Nada. rejado: los veíamos y nos veían. Si había que en-
Me lo explicó entonces. Me explicó
cosas trar, lo hacían tres personas juntas. La primera
el resto del día y los días que
siguieron. Que el llevaba un palo de madera con una especie de
cóndor se está extinguiendo en
muchos lugares. La bolsa de arpillera en la punta que servía para de-
gente cree que mata al ganado, cuando
es carroñero: come restos de
en realidad
animales muertos.
.
tener al animal si atacaba Las otras dos se ocupa-
ban de dejar la comida, retirar restos viejos y
Pero como no lo saben les disparan o les
ponen limpiar, siempre con un ojo en las aves. No era
comida envenenada. Si quieren sobrevivir, los có
n- frecuente que un có ndor atacara, pero tampoco
dores tienen que estar lejos de las personas.
Tienen hab ía que descuidarse: tenían unos picos que da-
que temerles. Por eso no podían vernos.
ban miedo.
Los espiábamos, eso sí: en las telas negras Liliana me estaba explicando todo esto
habían pequeñísimas ventanitas. Coloqué mi ojo cuando miró su reloj.
en una de ellas y vi a Manku. Ten ía las alas
tas, como si quisiera que admiraran todo
abier-
su es-

acompañás?
Tengo que ir a rotar el huevo. ¿Me
plendor: de una punta a la otra medía como tres
metros.
— ¿El huevo?
Sonrió.
— Está tomando sol —susurró Liliana .
Eso les gusta. — — Vamos, te cuento en el camino.
Sí, el trabajo incluía rotar tres veces por
Manku estaba allí recuperándose: lo ha- día un huevo de cóndor que estaba dentro de una
bían recogido con un ala herida. Apenas estuviera incubadora, para que el feto no se pegara a la cás-
en condiciones iba a ser liberado. Lo mismo que cara. En la naturaleza, me dijo, la pareja de cón-
Ninán y Suyai. En cambio había otros que ya dores lo conseguía sacudiéndolo un poco, pero
nunca podrían salir: eran muy viejos, uno ten ía aquí había que ayudarlo.
144

Después, cuando naciera, lo iban a criar en VEINTITRéS


aislamiento total hasta que pudiera ser liberado
en las montañas. El pichón iba a crecer junto a
seres humanos pero iban a ser para él completa-
mente invisibles.
Hice muchas preguntas, lo que no era na-
da habitual en mí. Supongo que el asunto me
interesaba. F / gpdía en el almuerzo se lo conté todo
a Marcos. Frunció el ceño mientras le daba un
mordisco a su sá ndwich.
— ¿Y por qué les sacan el huevo a los cón-
dores? ¿ No es mejor que lo tengan ellos?
—— Los cóndores solo tienen un pichón ca-

da dos años le expliqué . Pero si pierden un
huevo, ponen otro inmediatamente. Entonces
ellos crían uno y acá se cría al otro. Eso ayuda a
que no se extingan. ¿Sabes cómo alimentan al pi-
chó n ? ¡Con títeres!
Volvió a fruncir el ceño.
— ¿ Para que se entretengan ?
Me reí. Supongo que me estaba pasando,
con tanta información y tanto detalle, pero no me
importó demasiado.
— No estás entendiendo nada, Marcos.
Escúchame. Lo fundamental es que los cóndores
no asocien a los human os con la comid a , porque
146

si no, cuando sean libres, se les van a acercar y VEINTICUATRO


pueden matarlos. No se tienen que dar cuenta de
que son personas las que los están alimentando.
Por eso ponen al pichón en una caja que tiene un
lado espejado: uno puede verlos desde afuera, pero
ellos no te ven. A un costado hay agujeros y por
ahí meten al títere. Son dos: uno con cabeza de
cóndor hembra y otro de macho y los van turnan-
do, como pasa en la realidad con los padres. Con
El día de las
los cóndores temprano y mal
yo llegué a la isla de
ratas
dormi da . Ven ía de
el pico les dan golpecitos al pichón para estimular- un par de noches fatales , en que las pesad illas me
lo y después hacen como que comen de una ca- habían despertado de madru gada , agitad a y confu -
zuela: entonces el pichón los imita. Es increíble. sa, y no había logrado volver a concil iar el sue ñ o .
Marcos me miró y sonrió, con esa sonrisa Lo primero que hicimo s, me acuerd o , fue
de costado, medio burlona, que parecía dedicarme alimentar a Mank u. El proces o era as í: se coloca ba
solo a mí. la comida en el recinto cerrad o y luego , desde afue -
——¿Qué?

Volvió Erna dijo.
ra, se abría la compuerta
estaba él. A veces había que
que daba
espera
al
r,
espacio
porque
donde
pod ía

—— ¿Eh?
Que últimamente estabas, pero era co-
pasar que el cóndor no
moverse. Pero finalmente
tuviera
entrab
hambr
a y
e o
entonces
ganas
vol
de
-
inmed iatame nte , as í
mo que no estabas. Ahora volviste. Bienvenida, víamos a cerrar la compuerta
Emita. podíamos pasar y limpia r sin que nos viera . Lilian a
Yo también sonreí. y yo retiramos restos de comid a y barrim os en com -
— Gracias. pleto silencio.
Cuando volv íamos a la caba ñ a me dijo
que se iba a quedar afuera , porqu e ten ía que matar
era eso . El men ú de los
ratas. Yo ya sabía có mo
148 149

cóndores incluía, además de carne de vaca o cabra, por la cola, la sacó de la caja y, en un movimiento
ratones y ratas. A los adultos le daban el animal en
- rápido , le puso un palo por delante para que se
tero y a los más jóvenes, procesado. Cuando hab vuelta sobre su brazo .
ía prendiera a y é l no se diera
un pich ó n, me explicaron, se le ofrecía un puré de el filo de una piedra . Un
Luego la golpe ó contra
ratón lactante. El asunto era bastante
repugnante, golpe seco, que la dejó inconsciente.
sí, pero yo quería saber todo. Llevaba entonces un
par de semanas en el proyecto y pretendía ser una — Así ya no siente nada —me explicó.
Entonces tomó un caño que colocó a la
voluntaria igual que todos los otros, capaz de hacer altura de su cuello y, tirando al mismo tiempo de
cualquier tarea. Esta era la primera vez que veía la la cola, la desnucó.
jaula con las ratas que mandaban del bioterio del
zoológico, donde eran criadas para alimentar a va- — —
La
Listo dijo y la dejó caer en un balde.
mir é . El cuerpo inerte , los ojos cerra -
rios animales. estaba subiendo desde el est ó mago .
dos. Algo me
— —
Me quedo con vos le dije. Pensé que iba a vomitar y prefer í alejarme de ah í.


Liliana frunció el ceño.
— —
No es agradable sonrió . Mejor en- — Ahora vuelvo dije. —
Caminé hacia la entrada de la cabaña y me
trá. Otro día. la espalda contra el muro y
senté en el suelo , con

molesta.
— Quiero aprender
— —insistí . No me la cabeza en
otra cosa. Era
las rodillas
algo que
. No
me
, no iba
inflaba
a
el
vomitar
pecho y
, era
me
Aceptó, aunque no se la veía muy conven- estaba haciendo temblar . Las primeras lá grimas se
cida. Ya se había puesto los guantes de lá tex y convirtieron r á pidamente en una catarata .
abrió con cuidado la caja de las ratas. De solo mi- Sentí un brazo que rodeaba mi espalda .
rarlas correteando me subió un escalofrío. Había Era Liliana.
algunas grandes, blancas, con las patas y la cola
rojizas. Otros eran ratoncitos pequeñ os, que se
movían a toda velocidad. Me sentí un poco ma-
— Discúlpame
sé. A mí tambié n me
,
sacud
Erna
ía
. Es
al
desagradable
principio . Trato
,
, yo
de
para
no pensar que est á n vivas . Pero es necesario
reada, pero no dije nada. Liliana tomó a una rata alimentar a los cóndores.
1
150

— — —
No, no... dije con una voz
sa . No son las ratas, no s
Me acarició el peío.
é qué es.
gango VEINTICINCO


tiendo. —
Sí, te entiendo murmuró
—. Te en
No se qué podía entender,
cuando yo no
entendía nada.
E posible que fuera por el episodio de
las ratas o por todo lo que había pasado con Nina.
O quizás fue simplemente Marisa con su insisten-
cia. Sea cual fuera el motivo, unos días más tarde
finalmente hablé. Las imágenes venían aparecien-
do en mi cabeza con una intensidad abrumadora y
tenía una náusea permanente.
Le conté a Marisa lo que nunca le había
podido contar antes, lo que había pasado en La
Plata aquella noche. Yo había quedado en salir con
Oriana y Bruno, que eran mis amigos, le dije.
Vivían al lado, jardín de por medio y era casi co-
mo si viviéramos juntos. Algunas mañanas Bruno
se asomaba en pijama a su ventana, la de la iz-
quierda, y me saludaba.
— Buen día, prima.
No éramos primos, pero daba igual ,
íbamos a la misma escuela, comíamos juntos, nos
prestábamos la ropa y los libros, nuestros perros se
pasaban de casa en casa.
152 153

— Oriana era de mi edad, me llevaba un Cuando salimos había empezado a lloviz-


— —
mes le expliqué a Marisa . Bruno ten
a ños más, pero no se notaba.
ía dos nar, una
Llegando a
gar
la
ú a finita
esquina
que
vimos a
humedec
un grupo
ía
de
el aire
pibes
.
.
—— —Sí dijo . ¿Y qué pasó?
En realidad, ella sabía. Supongo que sabía
Tendr ían , no sé
charlando, con unas
, dieciocho
botellas
o veinte
de

cerveza
os
en
y estaban
las ma -
todo, pero quería oírme contarlo. nos. Creo que a los dos nos inquiet ó verlos , pero
Nos habían invitado a un baile. Yo no te- no dijimos nada.
nía demasiadas ganas de ir, nunca me Al acercarnos , uno de ellos mir ó a Bruno .
gustaron
mucho los bailes, con tanto ruido y tanta gente.
Pero Oriana insistió y terminé aceptando. Era en
— Flaco, ¿ tenés un faso?
No dijo — Bruno sin detenerse — , no
un club, un salón enorme de paredes fumo.
azules. una mano
Aunque quizá no eran azules sino que se veían así Pero entonces el pibe le puso
por las luces de colores que se agitaban con la en el pecho y lo frenó.
m úsica. Mareaba un poco. Vi que había alguna
gente del colegio y traté de conversar con una
— Dame el reloj dijo.
El asunto no era

con el reloj: cualquiera se
chica, pero con la m úsica tan alta era difícil y al daba cuenta de que ese reloj no valía nada . Podr ía
rato me dolía la cabeza. Me acerqué a Bruno, haber sido cualquier otra cosa . Y supongo que si
que no habr ían
tampoco estaba bailando y le dije que tenía ganas Bruno le hubiera dado el reloj las cosas
de irme. lo dio . Me agarr ó la mano y
cambiado. Pero no se
—Dale —dijo — . Vamos.
Bruno era así, nunca tenía problemas con
trató de seguir caminando.
Después se dijo que
de karate
estaban
, que ven
borrachos
ían de te -
,

nada. Pero Oriana no quería, se estaba divirtien- que uno era campe ó n
do. Preguntó a algunas amigas hasta que Clarisa le ner una pelea con no sé qui é n . Se dijeron muchas
ó n y en el juicio ,
dijo que su padre la iba a ir a buscar y podían lle- cosas, en los diarios, en la televisi
no las quise o ír.
varla. Así que Bruno y yo nos fuimos solos. No era meses más tarde, y a la mayor ía
lejos de casa: ocho o nueve cuadras. Igual todavía no entiendo por qu é lo hicieron .
154

Pero hace mucho que dejé de preguntarme las ra-


zones.
Hubo golpes, patadas, gritos. De pronto
Bruno estaba en el piso y segu ían pegá ndole. Yo
quise interponerme y recibí una trompada en la
mandíbula que me hizo caer. El gusto amargo de la
sangre en la boca me llegó antes que el dolor. Traté
de ponerme de pie otra vez, mi brazo se topó con
unos de esos cuerpos duros y le pegué. Fue en ese
momento cuando alguien se acercó por mi espalda,
agarró mi brazo derecho y lo retorció de una mane-
ra que no pensé que fuese posible. Sentí un horri-
ble crac, un latigazo de dolor me recorrió el cuerpo
y caí. Desde el suelo vi que Bruno se había vuelto a
parar y estaba tirando golpes y patadas. Entonces
algo brilló en el aire: un cuchillo o una navaja. Lo
que siguió fue todo muy rápido: Bruno se desplo-
mó, había mucha sangre, los tipos corrían.
No sé cuánto tiempo estuvimos ahí. Me
pareció mucho, pero quizás fueron solo minutos.
Sé que la llovizna se convirtió en lluvia y cuando
llegó la ambulancia estábamos empapados. Mien-
tras nos subían a las camillas una m édica me dijo
que todo iba a estar bien. Eso mismo me repitie-
ron después, en el hospital. Que no era grave, que
iba a estar bien. Pero de Bruno nadie hablaba.
156

Y yo tampoco quise hablar más. Ni VEINTISéIS


siquie-
ra con Oriana, a la que fui viendo
cada vez menos
hasta que la dejé de ver.
I
I
Esto fue lo que le conté a Marisa. Aunque
no exactamente así, porque en aquel
momento las
cosas me salían más confusas. Creo que hubo
tes que no dije y otras que no se
par-
entendieron, por-
que lloraba. Igual, ella ya sabía. Y en
realidad yo
nunca me había olvidado. Era solo que no me
u
me podía quedar
nos días despu
en la isla de
é s le
los
pregunt
c ó ndores
.
é

Sonri
a
,
Luis
porque
ó .
si

ya no quería rotar por otros proyectos


quería acordar.
—¿Te gusta, entonces?
—Sí, me gusta.
Me gustaban varias cosas . Caminar sigilo -
sámente junto a los c ó ndores que no pod ían ver-
peque ñ as ventanas , evaluar
me, espiarlos por las
los acercaban al momento en
los progresos que
monta ñ as . Hab ía
que podrían volver a volar entre
sus diferencias , los cambios
empezado a reconocer habla -
de crecimiento . Les
de plumaje, las marcas les cam -
ba a los que ya no í ser
an liberados cuando
Eluney ,
agua o limpiaba sus recintos : a
biaba el su pico
me miraba a la distancia moviendo
que deb ía ser
. O a Yanara , para quien yo
amenazante ára-
a é s de las cat
apenas una mancha borrosa trav
vigilar el
tas que le nublaban los ojos . Me gustaba
, cuidarlo , ir contando los
huevo en la incubadora
158 159

días que quedaban para que su habitante se aso- cría, que caía al suelo. Una caída de un metro y
mara. medio de altura , me dijo Marcos en susurros . El
El asunto de las ratas no me gustaba. Eso largo cuello descend ía entonces y la madre lam ía
no lo hice nunca. el cuerpo de su hija un buen rato , hasta que la cr ía
levantaba la cabeza . Unos minutos m á s tarde ya
Por supuesto, seguía extrañándola a Nina. estaba parada.
Pero poco a poco esa sensación se fue acomodan-
do en un segundo plano, escondida en la rutina de
— —
Viste dijo
con
Marcos
tremendo
cuando
golpazo
salimos
y a los

po
.
-
Llega al mundo
la actividad cotidiana, en las charlas con mis com- eos minutos est á caminando . Ni se queja . Eso se
pañeros, en los paseos con Marcos. Uno de esos llama recuperación.
días fuimos a conocer a la jirafa recién nacida. No
tenía ni una semana, y medía un metro
noventa.
— O sea
ría bueno ser jirafa?
—lo mir é —
. ¿ Vos dec ís que

palme
esta

ó la
-

Después vimos en una computadora la filmación Se rio con la boca abierta y me


de su nacimiento. espalda.
Marcos.
— —
Es un parto en caída libre me aclaró —Capaz que
bueno ser jirafa.
sí, Emita . Capaz que estar ía

—— ¿Qué?
Shh. Mirá. En el almuerzo de ese d ía hab ía una chica
Sí, era bastante impactante. Habían colo- nueva. Lucía dijeron
, que se llamaba . Me sent é a
cado una cámara en el recinto de las jirafas antes su lado y observ é que habí a separado cuidadosa -
del nacimiento y lo habían captado en detalle. mente los ingredientes de la comida en su plato .
Primero se veía a la jirafa inquieta, que caminaba Solo estaba comiendo el tomate.
de un lado al otro y de pronto las piernitas flacas de
la cría asomaban de su cuerpo y se balanceaban, co- bien ?

Hola , soy Erna —
me present é . —
¿ Todo

mo formando una segunda cola. Entonces la madre Sonri ó a la vez que parpadeaba varias ve-
se detenía y así, sin siquiera agacharse, soltaba a la ces. Se veía nerviosa.
160

acá?


susurró ¿ Hace mucho que estás VEINTISIETE

- Algo más de
podés preguntarme.
un año. Si necesitás

Asintió mientras pinchaba


algo,

La mano le temblaba un poco otro


tomate ,

y aparté la vista ; -
ra no molestarla. Le di un Pa
bocado a mi sá ndwich,
que estaba bastante feo.
Desde el otro lado de la mesa,
P
1asaron tres años desde el primer día en
miraba y sonreía. Marcos me que crucé las rejas del zoológico. No pertenezco
m ás al programa: lo dejé cuando volví a la escuela
y los horarios ya no me lo permitieron. Pero antes
estuve el tiempo necesario para ver nacer al pichó n
de cóndor, que cascó su huevo sin ayuda y salió,
sucio y desconcertado, a un mundo de personas
que nunca iba a conocer. Lo llamamos Huenu,
que significa cielo, y lo alimentamos durante va-
rios meses con los títeres. Nuestras manos se vol-
vieron padre y madre para ayudarlo a crecer hasta
que pudo valerse por su cuenta. A los ocho meses
fue liberado. Yo ya no estaba ahí, pero supe que
iba a suceder y viajé a Rio Negro a verlo. En reali-
dad fue idea de mam á. Me dijo que ese podía ser
mi regalo de cumplea ñ os: un viaje para ver volar a
Huenu.
Había mucha gente, cuatrocientas o qui-
nientas personas que querían ver la liberació n .
162 163

Primero se hizo una ceremonia en la montaña y ganas o la nostalgia me llevan . Me gusta ver a mis
luego abrieron la jaula colocada en la plataforma antiguos compa ñ eros, saber las novedades, cono -
de vuelo. Eran cuatro los cóndores listos para par- nuevos . A veces me quedo hasta
cer a los animales
tir. Habían sido reunidos dos meses antes para el de Marcos y nos vamos jun -
que termina turno
formar la bandada y empezar juntos su nueva vi- tos a pasear o a comer pizza. Él ya es un cuidador
da. Dos de ellos, Suyai y Ninán, ya tenían expe- , que sabe todo lo que hay q ue sa -
có n periencia
ex
riencia en el vuelo, solo habían estado un tiempo
ber. Habla mucho de las elefantas, si aprendieron
recuperándose de sus heridas. En cambio para algo nuevo , si alguna est á caprichosa , si se enfer -
Huenu y el otro pichón, Raco, todo era nuevo. man.. A. veces parece que fueran sus hijas . Pero
Los miré con unos binoculares que me también me habla de otras cosas.
prestaron. Huenu fue el primero en salir: dio unos tarde de octubre cuando tom ó la
Fue una
pequeños saltos afuera, como inspeccionando el iniciativa. Después de cuatro o cinco días seguidos
territorio, aleteó un poco y quedó fuera de mi vis- de una lluvia delgada y fastidiosa el cielo se hab ía
ta. Sabíamos que él y Raco iban a seguir en la zona ó cambiar el humor de todo el
abierto y eso pareci
por un tiempo, hasta que se afirmaran en el vuelo. del zool ó gico y cami -
mundo. Marcos y yo salimos
Los otros dos, en cambio, enseguida se lanzaron al unas diez cuadras antes de sentarnos a tomar
namos
cielo. Durante un rato volaron en círculos cerca de la vereda de un caf é . Creo que est á bamos
algo en
nosotros. Yo pensé que quizás era una forma de fue eso , el sol , el aire tibio , el olor
contentos . Quiz á
despedirse, pero lo más probable es que simple- que despedí a el pasto mojado , lo que lo empuj ó .
probando las corrientes de aire. Pero no fue enseguida. Primero habló nerviosamen-
mente estuvieran
Y de pronto ya no estaban. Había imaginado que no ían para m í ning ú n inter é s: la
te de cosas que ten
me iba a poner triste al verlos partir, pero no. Me hab ía conseguido un primo , el tr á mite
moto que
alegró que se fueran lo más lejos posible. para sacar el registro . Tuve la sensaci ó n de que esta -
ba dando vueltas para no decir lo que en verdad te-
Aunque no estoy más en el programa, voy nía en la cabeza . Al fin dio un trago a su bebida y
al zoológico una o dos veces al mes, cuando las
apoyó el vaso muy cerca de mi mano.
164
165

encog í de hombros .
—,Emita, hace rato que quiero hablarte de Yo me
algo. Digo de nosotros.
Opté por hacerme la distraída.
— No, no es un no
Volvió a sonreír y
. Vamos
me
viendo
pellizc
otra
ó la
.
cosa .
mano
Y
.
en
de cualquier
—¿ Nosotros qué? , Despué s hablamos
eso estamos todav ía. Viendo .
Él frunció el ceño claramente fastidiado
ante la necesidad de ser explícito.
— Ya sabés. De nosotros. De que me gus-
taría...
Entonces extendió su mano hasta tocar-
me. No fue una caricia, sino apenas un contacto
entre la palma de su mano y el dorso de la m ía.
Pero quedó ahí y me agitó el estómago.
— Muchas veces antes te lo quise decir
— —
siguió , pero no sabía cómo... ¿ Qué pensás ?
Era extraño, porque en realidad no había
dicho nada, pero parecía creer que lo había hecho.
Y yo ten ía que contestarle. Tomé un trago largo de
mi Coca mientras trataba de decidir algo.
— — —
Sí dije , pero no sé.
— ¿ No sabés ?
— No, no sé. Es complicado. Mejor va-
mos viendo, ¿ dale?
Creo que cualquier otra persona se hubie-
se sentido rechazada. Pero Marcos es Marcos.
Sonrió.
— Entonces no es un no.
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En todas mis visitas, por supuesto, voy Son esos los momentos en que siento unas
hasta el recinto de Nina. Cuando llego me mezclo terribles de abrazarla . Es casi una sensaci ón
ganas
con el p ú blico y la observo. Creció mucho, aun- física, como si me doliera una parte del cuerpo .
que todavía es una chimpancé joven, inquieta, un Pero sé que no puede suceder. Nina y yo nunca
poco rebelde. Las cosas en el grupo cambiaron má s vamos a estar en el mismo á mbito , siempre
bastante. Pedro ya no está con ellos. Lo mandaron habrá una reja o un vidrio entre nosotras . Creo
al zoológico de Mendoza, como intercambio por que saberlo al final me tranquiliza , como si mi
una cebra. Dicen que está bien, que comparte el costado chimpanc é retrocediera y me dejara en
espacio con dos hembras jóvenes. Supongo que paz. Entonces converso con ellos . Le hablo a Ra úl ,
fue mejor para él. Hay, sin embargo, otro inte- pero tambi é n $ Nina . Les digo , por ejemplo , que
grante: Tucu, la nueva cría de Lola. Por ahora está finalmente estoy terminado la escuela o que tengo
siempre prendido a la espalda de su madre. una nueva amiga , Margarita , que es un poco tími -
Nina ya no muestra tan claramente su inte- da, como yo. La última vez les conté que estoy
rés por mí, si bien algunas veces, sobre todo cuan- pensando en estudiar Veterinaria , aunque sé que
do no hay mucha gente, se acerca al vidrio al verme. va a ser dif ícil . Muchas cosas son dif íciles para m í,
Me mira y yo la miro y en ese intercambio de mira- pero tengo ganas de intentarlo.
das nos saludamos, nos reconocemos, nos decimos Nunca me quedo mucho tiempo, no quie -
cosas. Al menos eso creo. ro molestar . Antes de irme le prometo a Nina que
Si está Raúl, a veces me quedo hasta que pronto voy a volver a verla . Despu é s me despido
los chimpancés entran en las jaulas nocturnas y pi- de todos . Ra ú l siempre me abraza y vuelve a pre -
do permiso para pasar a verlos de cerca. En esos ca- guntarme si estoy bien . Le digo que si . Estoy bien .
sos me siento en el piso, junto a la reja. Nina suele
_
acercarse y también se sienta. Raúl dice que eso so-
lo lo hace si estoy yo: si no, se la pasa jugando con
Estrella o durmiendo junto a Lola. Pero cuando yo
me siento ella se acomoda al otro lado y espera.

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