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—le costó encontrar la palabra—... difíciles. Van a disfrutar. Aunque sea vayamos a una entrevista y
una o dos veces por semana al zoológico y... ¿ me ves de qué se trata. No perdés nada.
estás escuchando ?
En la pantalla, Homero se estaba ponien- Me gustaban los animales, sí, pero no fue
do rojo. Me divertía bastante m ás que la charla por eso que acept é la entrevista . Creo que a esa al -
con mi vieja. tura el encierro empezaba a ahogarme. Necesitaba
—¿Y quién nos va a curar? ¿El elefante?
Se mordió el labio inferior y esperó unos
salir un poco del departamento y esa era una excu-
sa tan buena como cualquier otra. Cuando nos
segundos. Era obvio que se había propuesto mos- presentamos , una semana m á s tarde, nos recibi ó
trarse positiva a cualquier precio y no discutir. uno de los coordinadores del programa . Era un ti-
—No se tratar de curar, no es un trata- po flaco , de unos cuarenta a ñ os , que nos invit ó a
.
miento Es más bien una actividad que te puede sentarnos al otro lado de su escritorio mientras
ayudar. Además, Erna, algo tenés que hacer. No soltaba una explicación breve de lo que hacían allí.
vas al colegio, nada te interesa, no querés hablar Psicólogo, deduje enseguida: en esos tiempos los
de lo que pasó y. .. reconocía a la distancia. A su espalda había fotos
Iba a decir algo de mi delgadez, seguro, de chicos vestidos de verde, chicos sonrientes que
pero se detuvo. Aunque en ese tiempo hablá ba- alimentaban a llamas y ciervos.
mos poco, las dos nos habíamos hecho expertas en A mi vieja el tipo le gustó de inmediato. A
interpretar nuestros respectivos silencios. El mío le m í, no. Estaba cansada de tratar con médicos y
.
dijo que no se metiera por ese camino Retrocedió. psicólogos, cansada de que me hicieran preguntas
—— Y te gustan los animales.
Los animales no van a cambiar nada.
que
en
no
decir
pod ía contestar
cualquier cosa
.
,
Tuve
que
ganas
en
de
realidad
irme
no
. Pens
quer í
é
a
— Hubo muchas experiencias con anima - participar en ese programa, que había sido todo
—
les en que... Creo que a mitad de la frase se dio un error, y levantarme en ese mismo instante. Pero
cuenta de que así no íbamos a llegar a ningún la- no lo hice.. Me quedé sentada mientras el tipo me
—
do. Trató de sonreír . Estoy segura de que lo vas explicaba que ahora quer ía conversar con mi mam á
12 13
la semana pr ó xima ?
mientras me miraba a los ojos. Directo a los ojos.
¿Te gustaría empezar
Asent í una tercera vez .
A m í me pareció que en esos ojos extrañamente antes de hacer la
humanos se transparentaba algo: que esa chim- 1 ,uis pensó un momento
Hl|i, mi - ute pregunta. Creo que buscaba algo qu e ne-
pancé se sentía mal. Tan mal como yo. Por un
.
. , ' lt .ua palabras.
momento me imagin é que agarraba a Nina, me la
subía a los hombros y corría. Y seguía corriendo
hasta escapar de ah í.
— ,
Si pudieras elegir ¿
|MiM . u ía trabajar?
con qué
momento
animales
.
te
Yo tambi é n me tom é un
Fin el consultHab
orio de yo prá
Marisa, ctica-
inenie no abría la boca. í pasado por
a con
otros -
• ulmiios y otros psicólogos que me agobiaron
comida: a mamá la desesperaba mi falta de ham- un lidiándome las uñas y los pellejos. “Dar un pa-
bre. Se ponía tan mal que una vez hasta intentó .
’ u " implicaba interesarme en alguna cosa.
meterme fideos en la boca por la fuerza: yo empu Porque esa ahora era la raíz del problema,
-
jé su brazo y los fideos volaron por el aire. Mucho ’l ím ellos . Que yo podía qued arme senta da fren-
grito y la cocina como un chiquero. El pacto llegó ir il iclevisor todo un día , toda una semana, toda
días después: conseguí con esfuerzo empezar a tra- I I I I .I vida , sin que me importara nada. Ni siquiera
gar algo así como un plato normal por día. Eso les lo ( iiie daban.
daba la tranquilidad de que iba a sobrevivir, aun- Tanto insistieron que al final cedí. Dije
que no aumentara un gramo. Y no insistían. que le iba a dar al zoológico otra oportunidad. Y
Pero con el asunto del zoológico el equili- ellos aceptaron que si no me gustaba podía volver
brio volvió a desarmarse: fue demasiado evidente 11 asa y no se discutía más. Ese era mi objetivo.
que mi vieja creía ver allí una salida. Una manera
de que volviera a conectarme, decía, algo que me
acercara al resto del mundo. Cuando dejé en claro
que no pensaba volver se rayó como nunca. Dis-
cutimos días sin avanzar un milímetro. Aunque
no era en realidad una discusión, porque mamá
hablaba y hablaba y yo solo decía que no mientras
miraba la tele.
— —
Estás mucho mejor argumentaba .
Hiciste avances muy importantes. Solo te falta dar—
un paso para que las cosas vuelvan a ser como antes.
Hay que saber interpretar los códigos de
mi familia. “ Mucho mejor” significaba que com ía
un poco más. “Avances muy importantes” era que
a veces conversaba y ya no me lastimaba los dedos
CUATRO
entrá .
—
Vas a ver que va a salir bien . Por favor ,
difícil orientarse al principio. Había que pasar los i H .mdo me vi con todo eso puesto me sent í una
flamencos y doblar a la izquierda, junto al recinto .
l . ii ' inte ¿
. . A qui é n enga ñ aba , si no iba a quedar -
del aguará-guazú antes de llegar a los rinocerontes. me ili ? í No sab ía que despu é s el uniforme se
Ahí, a la derecha, estaba la oficina. Al lado de los vertiría en algo importante . Cuando lo ten ía
antílopes. Mientras caminábamos miré varias cre ían que era una empleada
ve- puesto los visitantes
ces hacia atrás. Creo que la chica temió que saliera v sol ían pararme para pedir indicaciones , qu é co -
corriendo. Me sonrió. , d ó nde estaba el ba ñ o ,
mi ó.i darles a los ciervos
No tenía a ún un lugar asignado: dijeron Pero todav ía faltaba el almuerzo , que , se-
que se iba a definir en los días siguientes. De modo |, nti
i me hab ían anticipad o, compart íamos todos
que corté fruta durante dos horas siguiendo las ins- los integrantes del programa antes de irnos . Nos
trucciones de uno de los encargados y la separé en i .imbiamos y fuimos hasta una cafetería, donde
bolsas destinadas a diferentes animales. Todo bas- hab ía una mesa larga armada para nosotros . En el
tante aburrido. Después me tocó barrer un recinto strador nos entregaron a cada uno una bande-
donde habían estado los camellos. Había basura, |.i con un sá ndwich, unas papas fritas y una
bebi-
restos de comida y bosta. Fue cuando empecé a
pre- da . Yo me senté sola en un extremo y miré el
guntarme por qué estaba ah í, qué hacía en medio reloj : faltaban cincuenta minutos para la cita que
de esa tierra, de la caca de los camellos, de gente que hab ía hecho con mamá en la puerta. Demasiado
no conocía ni quería conocer. Y me senté en el sue tiempo.
lo, decidida a no hacer nada m ás, a mostrar una re-
-
Cinco minutos después apareció un chico
beldía que creo que entonces me parecía muy digna. con su bandeja y me miró. Dio unas vueltas , se
Pocos minutos después entró una mujer alejó volvi
, ó a acercarse y otra vez me mir ó. Al fi- I
del programa: era algo como asistente, acompa- nal se sentó a mi lado. Le calculé unos dieciocho
fiante, no me acuerdo bien qué. a ños. Alto , con ojos grandes y oscuros . Ven ía co -
— —¿Qué te pasa? preguntó. miendo papas fritas y al principio no le entend í
— — Nada dije en voz demasiado baja. nada.
Me miró, supongo que evaluando si lo
— — —
Mm ñññ dijo . ¿Vos?
que yo tenía era un problema real. Y al parecer de-
cidió que no.
—
¿Qué?
Tragó.
— Te doy una mano dijo.
—
Entonces tomó otra escoba y se puso a
—
Que soy
¿Cómo te llam ás?
Marcos . Y vos sos nueva .
I I I C liagan cuidador.
— sonrió con suficiencia —
El de al
lado, el gordo, Horacio. Con él está todo
salvo que lo agarres cruzado y es capaz de
bien,
rom-
—— ¿Mmm?
Estoy por terminar en el programa y,
per todo. Se puede poner muy nervioso. uni ó anduve tan bien, es posible que el zoológico
La fia- i
quita que mira para abajo, Irene. Es me contrate. En realidad, ya es casi seguro.
buena onda,
aunque no da mucha bola. El rubio, Esteban. Estaba tan orgulloso. Miré discretamente
Se
pasa preguntándole a todo el mundo si I reloj: todavía faltaban treinta y cinco minutos.
lo quie-
ren. Un poco denso. Los otros dos
que hablan — Bueno.
entre ellos son bastante nuevos, el
más alto es
chistoso. Hay algunos más que hoy no vinieron
— Además, soy buena onda.
Volví a mirar el reloj, me parece que esta
¿Y vos ?
.
vez sin discreció n. A Marcos no le gustó.
—— ¿Qué?
¿Por qué estás acá?
— ¿Te estoy molestando? ¿ O es que no te
gusta hablar con nadie?
Negué con la cabeza. No iba a hablar de Negué con la cabeza.
eso.
— ¿ No qué? ¿ No te estoy molestando o no
—
—
—
Bueno. Marcos miró mi plato, que
seguía casi lleno . ¿ No comés ?
i e gusta hablar ?
—No me gusta hablar.
—
¿ Querés?
—
No tengo hambre se lo acerqué .
— — ¿ Con nadie?
— Casi nadie.
30 31
Yo no quería helado ni ninguna otra cosa. . Si suced ía , decid í, iba decir que esta -
mi mentira
Saqué el celular de la cartera y fingí revisar un encontraba la puerta . Lo que no
I > a perdida y no
mensaje. porque mientras pensaba hab ía gira-
era tan falso ,
—MeMelevant
vinieron a buscar.
é e hice un saludo general con la
do varias veces y ahora estaba
no
frente
recordaba
a un lago
haber
con
visto
tortugas acu áticas que
mano. Pero no había dado ni dos pasos cuando la de los monos .
antes. Lo rode é y llegu é a zona
Luis, el coordinador, me detuvo. . La chimpanc é chiquita no estaba a
Ahí me detuve
——
• ¿Ya te vas, Erna?
Sí... me esperan en la puerta.
la vista. Mientras observaba
hab
a
ía
los otros
acompa ñ
apareci
ado en
ó
la
Raúl , el cuidador que me }
— Bueno, yo tengo una buena noticia pa-
ra vos. Me habías dicho que te gustaría trabajar
primera recorrida . Pens é en darme
miradas
vuelta
ya se
y esca
hab ían
-
par rápido pero, nuestras
con monos... En realidad no solemos tener chicos
cruzado.
del programa en esa área, pero justo hoy me avisa-
Seguramente mi aspecto no era el mejor.
ron que necesitan toda la ayuda que puedan con la mitad
- Creo que en ese tiempo ten ía mala cara
seguir porque la chimpancé nueva les demanda
del tiempo , una cara que desanimaba a cualquiera .
mucho trabajo. Empezarías ahí la próxima vez.
Raúl se detuvo.
¿ Qué te parece?
— Hola, ¿te ayudo en algo?
—
No sabía qué me parecía.
Bien. — No, no, me esperan...
El sonrió. Me pareció que sabía que yo
— Entonces nos vemos el miércoles. mentía, pero no le importaba.
Caminé con pasos rápidos en dirección a
la entrada. Pero todavía faltaban veinte minutos
to. Vení.
— Te la puedo mostrar a Nina un momen -
32 33
— —
me contó en voz baja Marcela . Tenemos que
J
CINCO
t
que lo s lle
^
I i . mcés son to
va
sa noche leí un art ículo en internet
donde decía que durante muchos años los chim-
en
ta lm
la
en
es
te
pa
de
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y
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lo s
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gi
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la
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el
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tie
re
m
,
-
po. El destete, explicaba, se da recién después de i
*
A cepté ir una vez más. Intentaba avan-
ir poco a poco: no quería comprometerme con
miraba a mi alrededor, confundida por el miedo y Mi viejo prendió la radio del auto, quizá
la penumbra. ¿Agua ? Volví a intentarlo, solo cón |uira tapar el silencio que se hab ía impuesto ape-
el pie derecho, apenas la punta del dedo. No, es- n . is subimos. Comentó una noticia, no sé qué co-
taba seco. Completamente seco. Me paré, recono- SA de un nuevo medicamento descubierto y
,
ciendo lentamente el lugar. Mi habitación , el dcspués dejó que la voz del locutor ocupara el es-
( departamento nuevo. Noveno piso, la vista abier- pació. Cuando llegá bamos vimos que la calle esta-
ta. Todo en orden. Pero sabía que ya no iba a se- ha cortada.
guir durmiendo. Mientras caminaba hacia el ba ñ o
sentí otra vez el dolor en el brazo. Me lavé la cara
—— ¿ No hay problema si te dejo en la esquina?
No.
y volví a la cama con un libro, que leí distraída- Me bajé y esperé a que el auto se alejara.
mente hasta las siete y media, cuando el desperta- Por un momento pensé en no entrar. Dejarme lle-
dor me recordó que tenía que levantarme. var, sin rumbo . O volver sola a casa . ¿ Podí a ? Un
hombre que caminab a apurado me golpe ó con su
La mirada lenta que me dedicó papá en el maletín y masculló una disculpa sin detenerse. De
desayuno me hizo sospechar que la mala noche se la boca del subte acababa de salir una multitud ,
reflejaba en mi cara, pero él no dijo nada. Se ofre- que se dispers ó rá pidamen te. Mucha gente , mu -
ció en cambio a prepararme un par de tostadas. cho ruido. Yo no me había movido. Dos chicas se
— Una sola —dije.
Me acercó manteca y mermelada.
detuvier
reloj, no
on a pregunta
respond í. Me
rme la
miraron
hora
y
. Aunque
siguieron de
ten í
lar
a
-
— Te llevo al zoológico. Me queda de pa-
so. Después tu mamá te va a buscar.
go. Una de ellas se reía.
Moverme me parecía cada vez más difícil.
— Bueno.
Conseguí comer media tostada y tiré el
Las piernas estaban duras, el estómago, inquieto.
Y eso que no hab ía comido casi nada . Pero sab ía
resto a la basura mientras él leía el diario. Después que ten ía que ponerm e en marcha . Empec é a ca -
lavé las tazas y fui a buscar la mochila. Me estaba minar muy despacio tratando de concentrarme
dando cuenta de que no quería ir. solo en el movimiento de mis pies y en el objetivo:
44 45
Asentí. — ¿ Llora?
Raúl sonrió.
—Entendido.
Necesito oírtelo decir. ¿ Entendido ?
— Es una especie de gemido, cuando quie-
— ir algo.
El problema con la gente que adopta ani -
Hubiera querido ver a Nina, pero a medi- , dec ía Ra ú l , es que
da que fueron pasando las horas me desanimó dar- males salvaje s como mascota s
¥
mi ven más allá del presente . Un encant ador beb é
me cuenta de que mis tareas cotidianas no iban a en una
i lumpancé se convier te a los pocos meses
incluirla. Raúl adivinó la pregunta antes de que la os despu és en un pe -
pesadilla doméstica y unos a ñ
hiciera. fuerza
— Nina no está a nuestro cargo todavía.
Necesita atención constante: hay varios estudian-
ligro muy
como para
real
matar
. No
a
solo
un
tienen
hombr e ,
suficie
a veces
nte
tambi é n
i ienen suficiente malhumor.
tes de Veterinaria que se turnan todo el día para
atenderla y especialistas que la revisan cada maña- A los ocho meses, Nina ya era una experta
en fugas. Sab í a abrir puertas y ventanas , aunque
na. Nosotros colaboramos en lo que podemos. por el jar -
les pusieran trabas ; le encant aba pasear
Pero podés verla. Yo voy ahora a la veterinaria, todo el d ía
¿querés acompañarme? dín y perseguir al gato . Era incans able :
corría saltaba
, , se sub ía a los muebl es y arrastr aba
En el camino, me contó la historia. Nina el d ía en
las alfombras . Las cosas se compl icaron
había sido vendida como mascota poco despu és de al lado y se
que trepó el muro , salt ó al patio
de nacer. No se sabía exactamente cuál era su ori- los del
sintió irresistiblemente atra í da por juguete s
gen, pero sí que una familia del barrio de Flores la ó n no quer ía com -
vecino. Pero el chico en cuesti
había comprado durante sus vacaciones en Brasil. de peluch e
Les había parecido dulce, simpática y muy apro- partirlos y comba ti ó . Con un conejo
como prueba de su triunfo , Nina escap ó por don -
piada para el living de su casa. Le ponían pañales y
shorts, suéter en invierno, y la acostaban en una de había llegado.
Todo esto fue observ ado por el padre del
cuna. Hasta trataron de que se acostumbrara al í denun -
chico, que de inmed iato llam ó a la polic a y
chupete, para evitar que llorara de noche.
48 49
ció la presencia de un peligroso animal salvaje. I .os tiraba, los revisaba, los volvía a acomodar. Era,
Pronto hubo una brigada desplegada para atrapar
al supuesto agresivo simio, que a esa altura ya dor-
' . lectivamente, igual que un bebé humano. Más
chillona y más peluda, solo eso.
m ía plácidamente en brazos de su humana madre.
Terminó en el zoológico. Por mucho que
protestaron sus dueños no consiguieron la devolu-
ción. Se enteraron de que tener un chimpancé en
la casa no solo era peligroso, sino ilegal.
— Desde que llegó acá está apá tica, no tie-
ne interés por los juegos ni por la comida. Estamos
trabajando para cambiar eso.
— Entonces estaba mejor con la familia.
Raúl sacudió la cabeza.
— Un chimpancé no puede vivir en una
casa. A la larga, va a provocar tantos desastres que
se lo van a querer sacar de encima. Pasa lo mismo
con los que están en un circo: a una cierta edad
pueden volverse agresivos, impredecibles. La gente
se asusta y ya no los quiere. Pero si cuando lo traen
el animal ya es adulto, no es fácil que logre adap-
tarse a un grupo. Queda en ese espacio interme-
dio: demasiado humano para estar entre monos y
demasiado chimpancé para estar entre hombres.
Ya habíamos entrado en la clínica. Nina
estaba en el suelo, tocando unos cubos de madera
que habían dispuesto frente a ella para que jugara.
OCHO
!
Me daba cuenta de lo que pensaba al-
guna gente. No me lo decían directamente, pero
varias veces había oído los murmullos y lo había
visto en sus ojos, en la forma en que estudiaban mi
cuerpo, en la insistencia con que clavaban la mira-
da en mi cintura estrecha o en mis brazos finos co-
mo palitos de escoba. Creían que estaba así de flaca
por una cuestión de moda. Que no comía porque
quería usar el talle extra small o porque imitaba a
no sé qué famosa modelo escuálida que balanceaba
su metro ochenta arriba de las pasarelas.
Sí, obvio que me daba cuenta. A veces
pensaba en decirles que si no comía era porque la
comida no me pasaba, porque mi estómago se ha-
bía declarado en huelga hacía mucho tiempo.
Había empezado en el hospital. En los pri-
meros días, la medicació n que me daban me nubla-
ba el cerebro y me hacía dormir de día y de noche.
El día en que pude tener los ojos abiertos más de
53
52
los y ellos
dos horas seguidas empezó la insistencia. Mis vie- .1 mi lado. Yo no me acercaba a otros
conocerme : cada
i .unpoco parecían interesados
en
jos, los m édicos, las enfermeras, la nutricionista, las .
l i n o estaba en la suya. Pero Marcos era insistente
visitas y cualquiera que pasara por ah í. Que comie-
ra. Que tenía que comer para mejorar. Que si no
comía nunca iba a salir adelante.
——A veces.
Podés comer el postre. Otra vez hay he-
! No era tan difícil de entender. ¿Acaso la lado.
gente no solía decir “se me cerró el estómago”
cuando estaba nerviosa ? Eso me había pasado a
— Bueno.
¿Y qué tal todo ? ¿Te est á gustando venir
sé
En cambio decía que no tenía hambre. ansioso. No hay problema en
que hablo demasiado . Fr é name si te canso .
—No tengo hambre. —Está bien.
Hizo unos segundos de silencio , como si
—¿ Nunca tenés hambre? estuviese recuperando el entusiasmo , o quiz ás el
Marcos miró mi plato, donde las papas
fritas se mantenían en la exacta posición en que aire, y volvió a la carga.
las hab ían servido. Era el tercer o cuarto almuerzo
que yo hacía ah í y otra vez había venido a sentarse
——
¿La oíste hoy a
¿Quién es Samanta?
Samanta ?
54 55
elefanta africana. Y—
, no que r ían que la mat aran , as í que
>
——Se la pasó lloqurando. O como
Mm m .¿Y é?
se diga que
la aceptaron. Pero la bestia
desconfiada, no dejaba que
ven í
nad
a dif
ie
ícil
se
. Ma
ace
ñ
rca
osa
ra ..
,
.
, cui dad or que es un gen io ,
hacen los elefantes, ese ruido. Está deprimida, no Hasta que Carlos un
quiere comer. .. Y es por Carlos. se la fue ganando . Cad a d ía Sam ant a dej ó qu e se
. Car los la
— ¿ Quién es Carlos ? acercara un poco m á s , que la cui dar a
, as í
— Uh, voy a tener que explicarte todo. La
cosa es así: Samanta pertenecía a un circo, donde
entrenó para que suba
puede curarle las u ñ as
su
.
pata
Por que
a un
las
ban
u ñ
qui
as
to
de un
la maltrataron mucho. La tenían encadenada y le elefante son algo mu y del ica do ... Per o aho ra é l se
ella no lo sop orta . Lo extr a ñ a
pegaban con látigo para que hiciese sus pruebitas fue de vacaciones y
ante el p ú blico. Después el circo quebró, los ani- demasiado.
males quedaron en banda.... Bueno, cuestió n que
un juez le pidió al zoológico que recibiera a
—Andá... lo mir
quejando por otra cos a
—. Se
é
que
esc
rr
é
á
ptic
ir.
a — , se esta rá
fantes tienen una fuerza enorme, y si no está bien Ni pueden: no durar ían nad a . La ma yor í a no sab e
com ida ni def end ers e , nac iero n en
hecho pueden destrozarlo. O sea que mantenerla conseguirse la
, en me dio de una ciu dad .
sale una fortuna. Pero si no la aceptaban , era la este zoológico o en otro
en la selv a ya ni se acu erd an .
eutanasia. Y los que nacieron
Se detuvo y me miró. Yo no dije nada. Pero ahí serían libres...
—
56
tareas hacía, con quién estaba. Y a la vez siguiente, a ños. No hacía falta disfrazarla, porque el sabor
otra vez, dudaba si quería ir. Pero si iba, había di- dulce le encantaba: Raúl se la daba en la mano y la
cho Marisa, sería porque lo disfrutaba. Era la pri- com ía al instan te. Con Lola era muy distin to .
mera cosa que disfrutaba en ese año. ¿ O no ? I enía que tomar una pasti lla , pero no le gusta ba el
I Mmm, no sé, le había contestado. sabor. Había que hacerla polvo y mezclarla con
I En esos primeros días solo me daban tra- miel , una tarea que en poco tiemp o qued ó a mi
bajos de limpieza: agua y lavandina para baldear el cargo . Con Estre lla , su hija , estab a todo bien .
recinto externo de los chimpancés antes de que los Tenía tres a ñ os, era inqui eta y curio sa , incan sable .
Pedro, un mach o joven , no recib í a medi caci ó n ,
dejaran salir. Una escoba para barrer los restos de
comida. Y quizás traer y llevar cosas. Yo hacía to- aunque estab a flaco y perd ía pelo . Estr és , hab ía di -
dos estos trabajos concentrada y en silencio. cho Raúl. Es que las cosas con Bongo se habían
Supongo que las dos cosas eran excesivas: dema- puesto dif íciles en el último tiemp o . El mach o alfa
siado silencio y demasiada concentración para bal- sent í a desa fiada su autor idad y se impo n ía: gol -
dear el piso. Pero así me salía. En esa época yo peaba a Pedr o o tratab a de impe dirle que llega ra a
podía pasarme horas, quizás el día entero, sin emi- la comida.
tir una palabra. —
¿ No podés evitarlo ?
Me daba cuenta de que me observaban, sí.
Creo que desde el principio dudaban de lo que
— — —
No dijo Raúl . Bongo es el jefe de
este grupo. De todas formas, si la situación em-
podía hacer. Por lo menos eso creía ver yo en sus peora y vemo ques Pedro está sufri endo much o ,
miradas: a ver qué hace esta loquita, parecían decir, vamo s a tener que pens ar en lleva rlo a otro lado.
.
a ver si podemos confiar en ella Pero supongo que Pedro era otro de los animales que había
lo que vieron los tranquilizó, porque en poco llegado al zoológico después de pasarse la vida en-
tiempo Raúl empezó a explicarme todo. tre personas: había actuado en cine y publicida-
Que Bongo tomaba una aspirineta diaria, des . Toda una estre lla. Su adap taci ón no hab ía
por ejemplo. Como prevención cardiológica, ya sido fácil. Estaba muy improntado, decían los cui-
que era un chimpancé viejo: ten ía cuarenta y un dadores. Improntado quería decir que había estado
60
LJn a
"
asegurada.
de esas tardes iba caminando ha-
— Los sistemas de seguridad son buenos.
cia la cafeter ía después de cambiarme cuando
Cuando en un zoológico se produce una fuga, casi
siempre es por error humano. Por eso hay que ser Marcos se acercó corriendo y me puso una mano
pesada en el hombro . Me asust ó : mov í el cuerpo
muy cuidadoso.
Me gustaba que me explicara esas cosas. bruscamente y la mano cay ó. En esa é poca me
Me di cuenta en aquellos días de que todo lo que molestaba que me tocaran. Lo miré irritada.
tuviera que ver con los chimpancés me interesaba. — ¿ Qué pasa ?
Quizás, como decía Marisa, era lo primero que
me había interesado en mucho tiempo.
—
a preguntar
Discúlpame, no quise asustarte. Te iba
si lo queré s ir a ver a Juancho . Le está n
limando los dientes.
— ¿Quién es Juancho ?
Marcos sacudió la cabeza con resignación.
— No puedo creer que no te enteres de
nada. Abrí los ojos, Emita. Juancho es un hipopó-
tamo de tres mil kilos que se deja arreglar los dien-
tes. ¿ Lo querés ver ?
No dije que sí ni que no, pero el entusias-
mo de Marcos era como una aspiradora, difícil de
rechazar. Caminamos juntos hasta el lugar, donde
64 65
IL
66
I
¡Sonreiste! Guau, conseguí que sonrie-
—Dale, Emita, yo te conté. Alguna cosa.
—Una
No. ras, Emita.
— frase. ¿ Por qué viniste acá?
Me encogí de hombros.
—Algo habrá dicho el psicólogo.
—Síndrome post traumático.
—Ah. ¿Y por eso estás siempre metida pa-
ra adentro ? ¿ Con esa cara de miedo ?
—Mmm.
— ¿ Miedo de qué?
Moví la cabeza molesta. Ya estábamos lle-
i
gando a la cafetería.
—Te digo que andás con una cara terrible.
Igual zafás porque sos linda.
No contesté nada. Pero él siguió.
—Y te digo otra cosa: acá no tenés que te-
ner miedo. Yo descubrí eso cuando llegué. El pro-
blema está afuera.
—¿ Qué?
—Que con los animales está todo bien.
Ellos no te tratan mal, no miran có mo estás vestido,
no ponen cara de “este pibe está del frasco”. Solo
esperan que los cuides y los alimentes. Te necesitan.
Asentí. Me gustó que dijera eso y supon-
go que se notó. Marcos me miró con una extraña
alegría.
ONCE
era el centro de la atención porque ese día, para Me costó decirlo y no salió en voz muy alta.
fascinación del p ú blico, no dejaba de ponerse y sa
- No sé si no me oyó o fingió no hacerlo: tomó una
carse una remera blanca con flores verdes. La ha - galletita y le dio otra a su hijo: ambos las lanzaron al
bían dejado los de Enriquecimiento Ambiental: mismo tiempo. En el momento de hacerlo el tipo me
así se llamaba el departamento que se ocupaba de mir ó fugazmente , como para constatar que yo enten -
mejorar la calidad de vida de los animales, los que día su desaf ío. Un gesto que parecía decir, “querida ,
buscaban maneras de divertirlos, de cambiar sus yo no acepto órdenes de nadie y menos todavía de
rutinas, de que estuvieran menos estresados en el una flacucha escondida dentro de un uniforme ” .
encierro. Y, quizás por su pasado como estrella de
publicidades, a Pedro el asunto de las remeras le
—
ve el cartel?
—
Señor levanté un poco la voz . ¿ No—
encantaba. Se la ponía de un lado, se la sacaba, se El cartel era enorme. Decía: “ No alimente
la ponía del otro, como si estuviera decidiendo có - a estos animales”. Ahora sí me miró de frente.
mo le quedaba mejor.
En ese momento Bongo empezó a hacer
—— El chimpancé tiene hambre, me lo está
—
pidiendo me contestó . Se ve que no lo ali-
gestos para que le dieran comida. No sé si fue una mentan bien.
manera de competir por la atención o si vio a una Creo que me puse roja. En parte eran los
persona comiendo algo que le interesaba. Ya lo ha- nervios, en parte el enojo.
bía hecho otras veces: sus gestos eran tan claros
que la gente solía reír, se enternecía y alguno siem-
—
- No tiene hambre, está bien alimentado.
Para él es un juego. Pero le hace mal.
pre le tiraba algo. Entonces vi un tipo acompaña- El chico tiró otra galletita, su padre no di-
do por un chico de diez o doce años que le empezó jo nada. Pensé en ir a buscar a un guardia de segu-
a arrojar galletitas que sacaba de una bolsa. No ridad, aunque hubiese sido un escándalo. Me
una, muchas. Me puso nerviosa y me acerqué. aclaré la garganta y alcé un poco más el tono.
Eran galletitas rellenas de chocolate: pura grasa. — Le pido que deje de hacerlo.
—
cer eso ?
— —
Señor le dije . ¿ Puede dejar de ha- El tipo se encogió de hombros y le hizo un
gesto a su hijo.
V
— Vamos.
Los miré hasta que se alejaron. Cuando
TRECE
me di vuelta, Marcos sonreía.
I
— —
¿Qué? pregunté mientras caminá ba-
mos hacia la cafetería.
— —
¡Esa es mi Emita! dijo riéndose .
Dura con los que se portan mal.
—
Me palmeó la espalda y después dejó la
mano sobre mis hombros. No dije nada, pero me
di cuenta de que mi cuerpo se ponía rígido. Unos
U„ d ía me ent eré de qu e las co sa
Nina no iban bien. El plan inicial, armado cuando
s co n
a la persona que la llevaba en brazos. La alarma se que eso fue sufici ente: decid ieron perm itir q ue me
encendió cuando empezó a perder peso. Se hicie- incorporase como voluntaria.
ron urgentes consultas con especialistas de otras
partes del mundo y se diseñó un nuevo plan que Cuando empecé, tres días más tarde, ya no
requería m ás y mejor atención , veinticuatro horas me sentía igual. Llegué al zoológico en un estado
por día. de agitación que me cerraba la garganta: pensé que
Raúl me lo contó una mañana mientras no iba a poder decir una sola palabra. Llevaba dos
colocábamos la comida en el recinto externo. A noches casi sin dormir por la excitació n y las du-
mí algo me empezó a aletear en el pecho, algo que das. Empezaba a pensar que no estaba preparada,
fue creciendo y que no me dejó pensar en otra que no tenía que haberlo pedido.
cosa durante todo el día. Finalmente conseguí de- A Cecilia, la veterinaria que estaba en ese
cirlo antes de irme. Que quería participar. No im- momento a cargo de Nina, la sorpresa se le notó
portaba si tenía que ir todos los días, rogué, si en la cara cuando me vio. No sé si le parecí muy
tenía que quedarme muchas horas, no importaba
joven, muy nerviosa o muy flaca. O quizá fue que
nada. la voz me salió como un murmullo tembloroso
—
por favor.
Por favor, Ra úl. Por favor, por favor, cuando dije mi nombre.
— — Erna.
consultar.
No sé, Erna. Lo veo difícil. Pero voy a
— —
Un gusto contestó, aunque no pare-
cía que la situación le gustara en absoluto. Igual
A Raúl le asombró la respuesta que obtu- sonrió mientras me mostraba los cambios en el lu-
vo. Creo que en otra situación le habrían dicho gar. Hab ían colgado un gran espejo en la pared,
que no, pero la verdad era que la gente que traba- para que Nina pudiera mirarse y reconocerse.
jaba con Nina estaba completamente agotada y re- También había un televisor plano donde un par
clamaba más manos de forma urgente. Y aunque de veces al día pasaban documentales de chimpan-
yo estaba lejos de ser una candidata ideal, venía cés y un grabador del que salían gritos tomados
haciendo las cosas bien con los chimpancés. Creo del grupo del zoológico. La idea era que Nina se
79
78
I
mamadera. Después se le ofrecían otros alimentos:
identificara con los suyos y no con los seres huma- pedaz os peque ñ os, cereal es, se -
frutas cortad as en
nos que la rodeaban día y noche. Y por eso mis-
millas, yogur. El problema era su falta de entusias-
mo, los seres humanos tenían que volverse un
ino por la comida. La miraba igual que si fuesen
poco chimpancés.
pedazos de cartón o piedras: con total indiferen-
A eso se debía la vestimenta que ten ía que larla, comer con ella ,
cia. Por eso hab ía que estimu
usar el voluntario que estaba a cada momento a
enseñarle a tener hambre.
cargo de ella: una casaca de piel de oveja negra, de
la que Nina podía agarrarse, como hacen las crías
con sus madres. Los voluntarios, me explicó, te-
——¿ Cómo ?
Haciendo caras, ruidos, imitando en lo
n ían que tirarse al suelo, dejar que Nina se trepara
posible a los propios chimpancés. Ya lo vas a ir
viendo.
y jugar con ella. Incluso caminar en cuatro patas.
Si bien de noche dormía en una jaula, el resto del
Llevaba dos horas ahí cuando Facundo de-
día era libre para explorar las dos habitaciones a
las que le daban acceso. Y había que observarla cidió tomar un descanso y me pasó la casaca de
constantemente.
piel . Supe que me estaban observando: tanto él co-
mo Cecilia miraban con disimulo, esperando ver
— ¿Alguna duda?
Cecilia me miró con evidente desconfian-
cómo me comportaba. Este era el momento en
za y dije que no con la cabeza. Las preguntas no que tenía que probar que no me asustaba, que era
me salían. capaz de actuar con normalidad. Las manos me
Ese primer día compartí las tareas con
temblaron un poco cuando me calcé la casaca. Era
Facundo, un estudiante alto y corpulento al que la pesada y olía raro.
— Creo que le pusieron algo para que hue-
casaca de piel le quedaba un poco apretada. Eran
en total doce los voluntarios, que iban cambiando
la parecido a los chimpancés reales
—
Facundo . Pero te acostumbrás.
—
dijo
a lo largo de los cuatro turnos diarios, supervisa-
dos por tres veterinarios. Lo más importante era la Me la ajusté al cuerpo y respiré profundo.
alimentación. Cada tres horas, Nina tomaba una Podía hacerlo, ten ía que poder. Me senté en el piso
80
I
junto a Nina y durante unos segundos nos mira-
mos. Estiré entonces la mano con cautela y empe-
cé a acariciarle la espalda. Nina se dejó: le gustaba.
Pasaron varios minutos hasta que dio unos pasos y
se agarró de la piel negra. Primero me tom ó de un
costado, pero enseguida trepó y se abrazó a mi
cuerpo.
—Uh, uh, uh —dijo.
Y yo contesté.
— Uh, uh, uh.
Hacía mucho que no me sentía tan bien.
CATORCE
Supongo
A
qu e
m
po
í
r
no
es o
me
no
in
en
te
te
re
nd
sa
ía
ba
na
n
da
lo s
de
de
lo
m
qu
ás
e
.
pasaba: por qu é al gu no s er an am ig os , po r qu é
otros se peleaban. Pero un mediod ía me di cuenta
de que Ho ra cio y Es te ba n ma nte n ían un a di sc u -
sión que es ta ba es ca la nd o r á pi da m en te . H ub o gr i-
tos y un golp e se co qu e hi zo ta m ba le ar la me sa :
varios vasos fueron a parar al piso. De pronto todo
el m un do es ta ba ca lla do y el ru id o de un a ba nd a -
da de garzas oc up ó el air e. Er a é po ca de m ig ra -
ción. Yo prefer í levantar la vista y mirar esos
pá jaros bl an co s qu e pa rt ían qu i é n sa be ad on de .
Cuando volví a bajar los ojos uno de los coordina-
dores acababa de acercarse a Horacio y le hablaba
por lo ba jo . U no s se gu nd os de sp u és Ho ra cio se
incorporó y se fueron caminando juntos.
— Hoy está densa la cosa —me susurró
Marcos, que acababa de llegar con su bandeja.
—Ajá.
84 85
-F
L ue entonces cuando empezaron seis
semanas increíbles, en las que Nina se convirtió
en el centro de mi vida. En principio, yo iba a ir a
la veterinaria solo martes y jueves, pero casi ense-
guida pasé a estar ahí todos los días. Fue por mi
propia sugerencia. El resto de los voluntarios eran
estudiantes universitarios que tenían problemas
con sus clases y exámenes. Yo no.
—¿ To do s los d ías ? — pre gu nt ó Ce cil ia
extrañada cuando lo propuse—. ¿Y no vas al co-
legio?
— No.
Creo que estuvo por emitir alguna opi-
nión, pero lo pensó mejor y desistió.
— Bu en o, ser ía ge nia l . Al me no s ha sta qu e
la saquemos adelante. Mírala, ¿ no es graciosa?
Ese día Nina se había parado frente al es-
pejo. Se movía hacia adelante y atrás, luego se que-
daba quieta y un instante después volvía a moverse.
88 89
. 1
92
I
—No creemos que pase eso —dijo —¿Te nombraron cuidador?
Cecilia—. Igual, siempre estarán ahí los cuidado- —Bueno, oficialmente todavía no. Pero
res y pueden intervenir. A todos nos cuesta, Erna, ya es casi seguro. Y desde hoy estoy con los ele -
pero hay que hacerlo. Si seguimos esperando , fantes. Necesitaban a alguien más porque
Nina no va a conseguir adaptarse al grupo. Eduardo se fue y con la enfermedad de Luna to -
do se complicó. Ahora me están enseñando las
Los argumentos no me convencían. El cosas.
nudo en mi estómago, que se había aflojado en el Levanté las cejas con cautela. Él sacudió
último tiempo, volvió esa tarde. Estaba segura de otra vez la cabeza.
que era un error enorme, catastrófico. Se lo conté —Espero que no estés por preguntarme
a Marcos durante el almuerzo: Nina no estaba quién es Luna.
preparada, le expliqué, era demasiado pronto, los — ¿ Una de las elefantas ?
otros podían matarla. Él sacudió la cabeza mien- — Obvio, la elefanta asiática. Que lleva
tras masticaba un sá ndwich de milanesa. una semana enferma.
— Emita, aflojá un poco. Los veterinarios — ¿Qué tiene?
saben lo que hacen. Vos estás obsesionada con esa —Un virus, feo. Dejó de comer y tomar,
chimpancé. Interésate en alguna otra cosa. hubo que ponerle suero... fue todo muy complica -
— ¿ En qué? do. Pero ahora está mejorando.
— En mí, por ejemplo. Tengo muchas no- — -
Bueno, te felicito, entonces. ¿ Estás con
vedades y no me preguntaste nada. tentó, no ?
Sonreí con pocas ganas y traté de que me — — Sí la expresió n de Mateo se torció un
importara. —
poco . Solo espero que se cure pronto.
— Bueno, contame tus novedades. — ¿ Por ?
—— Así como ves, esta persona que tenés
—
adelante... abrió los brazos con teatralidad ...
— Tiene diarrea. No sabés lo que es lim
piar diarrea de elefante.
-
es el nuevo cuidador de elefantes. —Uh.
ú
I
98
I
-
realidad dijo “excelente trabajo” y habían conclui- que nos adhería una a la otra y nos separaba del
do que conmigo Nina se sentía más tranquila, más resto del mundo. Pero Raúl empezó a jugar con
relajada, que entre todos los voluntarios era yo la ella, haciéndole cosquillas en la espalda, y poco a
que lograba trasmitirle mayor seguridad. poco consiguió que se soltara de mis brazos.
Cuando lo escuché apenas pude balbucear Una vez que estuvo dentro de la jaula, me
un tímido agradecimiento, mientras una oleada di cuenta de que mi miedo era injustificado: la
de calor que subía desde mis pies me recorría el corrie nte de simp at ía entre amb as fue inme diata .
cuerpo. Fue como un sol interno que me acompa- Se acercaron , se tocaro n , se olier on , jugar on sin el
ñó el resto del día, un sol que latía al compás de más mínimo asomo de agresión. Para ser la prime-
esas palabras, “excelente trabajo, mayor seguri- ra vez que Nina tomaba contacto con otro chim-
dad”. No podía creer que hablaran de mí. panc é, su cond ucta fue asom bros ame nte calm a .
El alivio nos aflojó a todos. Raúl decidió
La tarde del viernes uno de los pequeños que era hora de tomar un mate.
vehículos eléctricos del zoológico nos recogió a — ¿ Viste , Erna ? — sonri ó mien tras pon í a a
Cecilia y a mí en la clínica. Nina iba en mis bra-
zos, envuelta en una manta para protegerla del fr ío
calentar el agua
lo dije . Es una
—
buen
. Hab
a mad
ía que
re, la
conf
va a
iar
cuid
en
ar
Lola
.
, te
y las miradas. Al llegar todo estaba dispuesto: Lola Yo asentí, aun sin poder sacar los ojos de
esperaba sola en una de las jaulas y los dos cuida- la jaula . Fue enton ces cuan do él me pidi ó que pre -
dores del área, Raúl y Julio, se preparaban a super- parara el med icam ento de Lola , que ese d ía a ú n
visar la operación. Yo llevé a Nina hasta la puerta no habí a toma do . Era evid ente men te una form a
mientras susurraba palabras suaves en su oído, so- de lograr que me distr ajera por unos segu ndos de
nidos sin mucho sentido destinados a tranquili- lo que estaba pasando. Sonreí.
zarla o quizás a tranquilizarme a mí misma.
En el primer momento se asustó y no qui-
—
Saqu
Por supuesto.
é el med icam ento de la caja, lo colo -
qué en el mortero para apla starl o y fui en busc a de
so despegarse de mí. Su miedo se mezcló con el
m ío y entre ambos formaron una película invisible la miel. Pero el frasco estaba vacío.
104 105
Otra vez los de Nutrición se olvidaron borr acho s , los loco s . .. A vece s , cuan do dete ctan a
a buscarlo, Julio ?
— —
de traer uno nuevo se quejó Raúl . ¿ Podrías ir alguien de estas características, los guardias lo si-
guen para antic ipars e a un posi ble desa stre .
Creo que Julio llevaba entonces unos seis Pero el hombre que está en el centro de
meses como cuidador. Ten ía veintitrés añ os y le esta historia, un rubio alto de unos treinta y cinco
sobraba en entusiasmo lo que le faltaba en expe- años y una mirada perdida, había logrado pasar
riencia. inadvertido . En los d í as sigu iente s nos enter amos
—
—Claro —dijo . Vengo enseguida.
Pero no iba a volver hasta mucho después.
de que
que
esta
disc ut í
ba
an
un
airad
poco
ame
tras
nte
torn
en su
ado
cabe
y unas
za lo
voce
tenta
s
-
ron al desafío.
Aquí tendría que hacer un paréntesis para Claro que nadie sabía eso cuando, faltan-
explicar esto: los animales no son los ú nicos seres do pocos minu tos para las seis de la tard e, se acer -
capaces de mostrar extrañas conductas en un zoo- có al foso de los leon es . Por los altop arlan tes
lógico. Más raros todavía pueden ser los visitantes. habían emp ezad o a anun ciar el inmi nent e cierr e
Entre los cientos de personas que entran cada día, de puertas del zool ó gico , por lo que la may or ía de
siempre hay alguno cuyo comportamiento llama la los visit antes ya se hab ía ido o cam inab a haci a al -
atenció n. En el tiempo en que trabajé ahí escuché guna de las salid as . Hub o un pequ e ñ o distu rbio I
muchas anécdotas. Están, para empezar, los asi- con unos adolescentes que tiraro n un par de latas
duos: son los que van al zoológico todos los meses, al recinto de las elefa ntas y dos guar dias de segu ri-
todas las semanas, incluso todos los días y desplie- dad que estaban en la zona se mov iliza ron para
gan un extraordinario interés por algunos anima- asegurarse de que el grup o parti era .
les, un interés cercano a la obsesió n. También están Todos estos deta lles los cono cimo s por
los transgresores: los que quieren alimentar a un distintas personas , porq ue en las hora s y d ías si -
animal cuando los carteles indican exactamente lo guientes cada uno fue cont ando su parte . Pero
contrario, los que les tiran objetos, los que preten- fundamentalmente Julio fue , uno de los prota go -
den traspasar los límites de seguridad. Y están los , el que nos expl ic ó esa mism a
nistas centrales
J
106 107
¿ Qué...?
—
Ey gritó Julio , Señor, baje de ahí. Empapado
escalar el muro y
en transpiraci
forzar al
ó n
hombre
, Julio
a
decidi
bajarse
ó
.
Ajeno a su presencia, el hombre consiguió Consiguió atravesar el alambre y poner un pie en
traspasar los alambres y se paró en un pequeño re- ] la cornisa pero
, no hab ía alcanzado a dar un paso
borde de piedra. Era un espacio mínimo, donde cuando el tipo mir ó hacia adelante , levant ó los
ni siquiera entraba có modamente un pie: el riesgo se zambulle en una pileta , se
brazos y, como quien
de caída era enorme. dejó caer al foso. A esa altura, Julio decidi ó olvidar
— ¡Bájese de ahí! Señor... los códigos.
Pero el tipo no lo escuchaba: ya estaba —¡Visitante dentro del foso de leones !
dando unos cautos pasos por esa fina cornisa que
lo acercaron al centro del foso. Julio tom ó su radio — aulló en la
Kimba
radio —
acababa
. ¡ Visitante
de ponerse
ca ído
de
!
pie .
con una mano temblorosa. Sabía que había un có-
digo para definir a un intruso en una jaula, pero En los siguientes minutos cuidadore s, ve -
con los nervios le costaba recordarlo. terinarios, guardias , polic ías y curiosos corrieron
— —
¡¡¡Código cero dos!!! gritó desespera- desde todo el zooló gico hacia el foso. El procedi -
—
do . ¡¡¡Código cero dos en el foso de leones!!! miento previsto para un caso así era abrir la com -
La función de la comunicación a través de del cubil donde dorm ía el león
puerta electró nica
códigos es evitar que la gente que accidentalmente y tratar de que entrara . Los cuidadores lo hicieron
oye estos intercambios se entere de algo que podr comida - una cantidad de
ía en segundos: pusieron
Jm
I
108 109
I
carne que en situación normal hubiera sido un propósito: las bal as roz aro n una pata del le ó n , que
—
festín y lo llamaron. Pero Kimba no estaba muy levemente herido , sol tó a su pre sa y retr oce di
ó
ó
hambriento. O el interés por el intruso era mayor hasta buscar refugio en el cub il. Ah í se des plo m ,
que el que le despertaba la comida. Dio unos pa- ia , y la pue rta se cerr ó a
por el efecto de la ane stes
sos más en dirección a él y se detuvo. su espalda.
El hombre estaba tirado en el suelo có n El hombre que d ó tira do en me dio del fo -
los ojos cerrados, aparentemente aturdido por el so. Julio cerró los ojos : no lo que r ía mir ar . En ese
golpe. Le hubiera convenido seguir así. Los leo- momento sinti ó que le toc aba n el bra zo .
nes reaccionan cuando sienten amenazado su te-
rritorio: fue recién en el momento en que el
intruso trató de incorporarse cuando Kimba de-
—
¿Está
El que le
.
s
Se
bie
hab
sint
n ?
lab
ió
¿Te
a era
ave
ayu
rgo
el
do
vet
nza
a baj
erin
do .
ar
ario
?
que ha -
bía disparado
cidió saltar.
El corazón de Julio saltó al mismo tiempo,
——
Sí, sí, gracias.
- Parece que Kimba le per don ó la vid a a
Parado en el borde de piedra, sintió que las pier- ese loco.
ñas le temblaban y temió caerse en el foso. Se aga vol vi ó a mir ar : un gru po de par am é -
- Julio ate ndi end o al
chó y afirmó con las manos en el muro de piedra. dicos había entrado al fos o y esta ba
En ese momento oyó la primera detonación: uno se enc ont rab a her ido per o vivo .
hom bre , que
las her ida s eran leve s. Si
de los veterinarios acababa de disparar el rifle Según se sabría más tarde ,
iera cla vad o sus gar ras un poc o m á s
anestésico. Demasiado tarde, aparentemente: sin Kimba hub
en el cue llo del intru so , lo hab ría
dar tiempo a que la droga hiciera efecto, Kimba se profundament e
ante . Per o no lo hiz o.
había abalanzado sobre el hombre y le apoyaba matado en un inst
con sigu ió vol ver a la tierr a y par ars e
una de sus enormes patas en el cuello. Los gritos Julio
con dignidad.
espantados de la gente se confundieron con dos
nuevos disparos. Pero esta vez eran balas reales. Lo
que Julio nunca supo fue si al policía que tiró le nario tom
—
Creo que esto es tuyo
and o alg o del sue lo y le
—
entr
dijo
eg ó
el
el
vete
fras
ri
co
-
Julio lo agarró
— ,
Gracias, me ten-
r DIECIOCHO
Josotros
^
. ya conocíamos lo que había
pasado antes de que Julio volviera. Al menos lo
esencial: habíamos empezado a oír, a través de las
radios que llevaban en la cintura Ra úl y Cecilia,
una serie de órdenes y gritos que nos habían cerra-
do el estómago. Creo que todos hubiéramos que-
rido correr hasta el foso y ser testigos de lo que
estaba pasando, pero sabíamos que no seríamos
ú tiles ah í y, adem ás, no podíamos dejar a Nina y a
Lola.
—Esperemos. —Losdijominutos
Ra úl.
Y esperamos se arrastraron
intolerablemente lentos, sin noticias que nos cal-
maran la ansiedad. Hasta que al fin alguien infor-
mó en la radio que Kimba había sido herido de
bala y se estaba montando el operativo para trasla-
darlo a la veterinaria. Entonces Ra úl no esperó más:
dijo que ten ía que ir a ayudar. Para ese momento ya
112 113
habíamos sacado de la jaula a Nina, que estaba en el mundo andaba con los á nimos tan alterados ,
mis brazos. Bongo, Pedro y Estrella acababan de
simplemente se olvidaron. La verdad es que tam-
pasar del recinto externo hacia el interior, donde la poco quer íamos irnos y dejar a Julio solo en ese
comida de la tarde estaba esperándolos. estado, de modo que fuimos postergando el mo-
Creo que estábamos todos nerviosos. Aun- mentó de la partida.
que en mi caso había algo más, algo distinto. El | Fue entonces cuando las cosas entre los
encuentro entre las chimpancés había salido per- I chimpancés se complicaron. Creo que la disputa
fecto: al final Lola había dejado que Nina la trepa- fue por una manzana que Pedro intent ó agarrar .
ra y se colgara de su piel como antes lo hacía de mi Bongo no estaba dispuesto a ced é rsela y, como
espalda. Por un lado eso me había gustado: era macho alfa , ten ía el derecho de imponerse . Pero
una muestra del éxito de nuestro trabajo. Pero, al estaba vez Pedro pareci ó decidido a llevar m á s allá
mismo tiempo, cada paso que Nina daba hacia su de lo habitual su desaf ío y lo golpe ó con la mano
especie era un paso que la alejaba de mí. Aunque abierta. Bongo se lanz ó entonces sobre é l con una
en ese momento la situación me distrajo, creo que ferocidad inesperada y lo mordi ó en el cuello .
en el fondo sabía lo que venía. Sabía que una par- Todos los chimpanc é s empezaro n a gritar juntos y
te mía se estaba hundiendo. Lola pegaba furiosame nte contra la reja . Nina es-
taba aterrorizada : se hab ía abrazado a mi cuello y
Quizá el nerviosismo reinante se contagió a su pequeñ o cuerpo temblaba . Cecilia lo not ó.
los chimpancés, porque se los notaba a todos un
poco alterados. Y eso no hizo más que crecer tras el ella.
— — —
Vámonos dijo . Esto es malo para
Lo que estaba pasando lo supimos des- Entonces cometió el segundo error: se interpuso
pués. Bongo acababa de lanzarse en un segundo en su paso.
brutal ataque contra Pedro, que intentaba defen- Si algo se puede decir en defensa de Pedro
derse a los manotazos. Julio supo que tenía que es que no ten ía inten ci ó n de lastim arlo . Hubi era
actuar. Ya lo habían conversado una vez con Ra ú l: podido mata rlo si se lo propo n ía , pero todo lo que
si Pedro corría serio riesgo, lo mejor sería abrirle hizo fue clavar sus dientes en el brazo que Julio
una salida hacia el recinto externo. Aunque Bongo había extendido para evitar su acces o a la puert a.
era más fuerte, estaba viejo y había perdido agili- Y después huyó.
dad. En un ámbito abierto, con muchos sitios pa- Ceci lia y yo segu í amos para das afuer a y
ra trepar, Pedro podía escapar del ataque. De oí mos el grito de Julio . Segu ndos m á s tarde apare -
modo que eso hizo: corrió hacia la roldana y abrió ci ó Pedr o: corri ó hasta que nos vio y enton ces se
la compuerta. Apena vio que Pedro pasaba, volvió detuvo . Entre él y nosotr as no hab ía m ás que un
a cerrarla. Le pareció que había hecho todo bien , par de metro s cuan do se irgui ó y lanz ó un aulli do
pero un minuto demasiado tarde advirtió su error: espeluzna nte . Quiz á solo ped ía ayud a : estab a
tras limpiar el recinto externo, había dejado abier- asustado y herid o. Pero a m í me dio terror . Un
ta la puerta de comunicació n con el lugar donde terror bruta l que me sec ó la garga nta y me dej ó
él estaba. sin palabras.
Pedro fue más rápido que él: salió al espa- Sentí que Cecilia me apoyaba suavemente
cio externo y al ver la puerta abierta no perdió la una mano en la espa lda . Quer í a decir me algo que
oportunidad. Un instante después estaba a pocos no entendí. Ahora lo sé. Era que no teníamos que
pasos de Julio. Se miraron. Julio no vio en esa mi- mirar a Pedro a los ojos porque para un chimpan-
rada al Pedro manso de siempre, vio su terror y su cé eso puede ser señal de desafío y si hay algo que
determinación. También vio que él se había que- uno no quier e hacer con un mach o adul to es desa -
dado sin opciones: no podía llegar a la manguera fiarlo. Y que nos conv en ía move rnos con caute la y
ni a ningún otro elemento usado para controlar a ponernos a resgu ardo . Pero en ese mome nto no
los animales. Pero tenía que evitar que se escapara. pude respo nder : estab a para lizad a . Solo abraz aba
con fuerza a Nina, porque tenía miedo de que
la quitara. Y las lágrimas me estaban impidiendo
ver lo que pasaba.
Entonces él volvió a moverse hacia noso-
tras. No lo soporté: di media vuelta y empecé a
correr. Oí a mi espalda la voz de Cecilia que me
llamaba, pero no me detuve. No podía. Abrí la re-
ja, salí al camino y seguí corriendo. Corrí y corrí
sin darme vuelta nunca hasta que me encontré
junto a una de las puertas del zoológico. Y salí.
De pronto estaba en la calle, con el corazó n
bombeando enloquecido y las piernas flojas. Ten ía
una chimpancé en brazos y no sabía qué hacer.
C
DIECINUEVE
pantalón, donde había guardado algo de plata y la En casa no había nadie. Toqué el timbre
con té: probablemente me alcanzaba para pagar el cuatro o cinco veces sin resultado y decidí poner-
taxi. me en movimiento. Temía que apareciera alg ú n
Por suerte, el movimiento del auto dur- vecino y quisiera saber qué era ese bulto que se
mió a Nina en pocos minutos. O quizás era que agitaba bajo la manta. Porque Nina se había des-
estaba exhausta después de la experiencia vivida. pertado y empezaba a manifestar inquietud.
Como yo. Me sentía tan cansada que no podía
pensar ningú n plan que tuviese una m ínima lógi-
— —
Quietita le susurré junto al oído .
No es momento de jugar.
—
ca. Una fantasía se instaló en mi cabeza: subirme a Pero a ella no le importaban mis órdenes e
un micro de larga distancia e ir hasta un bosque insistía en moverse, en sacar su brazo peludo por
que había conocido a ños atrás, una zona deshabi- fuera de la manta, que yo volvía a acomodar ner-
tada que quedaba a trescientos o cuatrocientos ki- viosamente. Caminé dos cuadras hasta llegar a la
lómetros de la ciudad. Y allí construir una casa de plaza, donde encontré un banco vacío y me senté.
madera para que Nina y yo viviéramos aisladas del Creo que solo en ese momento tomé conciencia
mundo. Hasta consideré las formas de unir los de lo complicado de mi situació n. Estaba sola, sin
troncos, la posibilidad de agregar paja al suelo pa- documentos, teléfono ni plata, y con una chim-
ra estar más cómodas, la manera de conseguir fru- pancé robada en brazos.
tos y agua. Creo que en realidad nunca pensé Hubiera querido seguir fantaseando for-
seriamente en hacer eso, pero la fantasía era muy mas de quedármela, pero a esa altura la realidad se
atractiva y mis pensamientos se negaban a aban- abrió paso a codazos por mi cabeza y supe que no
donarla. había alternativa. Tenía que llevarla de vuelta al
Recién cuando volví a oír la voz del taxista zoológico. Supe también lo que todos iban a pen-
me di cuenta de que habíamos llegado. sar: que me hab ía portado como una loca, que no
— —
¿Te quedaste dormida ? preguntó y yo
solo negué con la cabeza mientras le extendía la
era confiable. Quizá, me esperancé, podía inven-
tar una buena historia, que en lugar de ladrona me
plata. Me alcanzó justo. convirtiera en heroína. Podía decir, por ejemplo,
li
122 123
que Nina había saltado de mis brazos y salido Como si fuera consciente de que estaba
por
su cuenta, que yo la había perseguido
y capturado siendo presentada, Nina levantó la cabeza y la mi-
y ahora la devolvía. ¿Alguien me iba a creer?
ró. Mi vieja no pudo evitar sonreír.
Igual, no tenía dinero para volver, así que
—Viste.
Es linda —dijo.
caminé en dirección a casa. No puedo
negar que,
aunque estaba muerta de miedo, una parte de to
-
—
Entonces se volvió hacia mí y cambió de
do eso me gustaba. Nina era mía. Aunque fuera
expresió n.
solo por un rato, era mía. -
Cuando me acercaba vi a mam á en la puer-
— Te metis te en un lío feo . ¿ En qu é esta
bas pensando ?
ta. Tenía cara de estar pasando un mal
momento e No le contesté. Dejé que se ocupara de los
intu í que ya lo sabía. Apenas me vio corrió
hacia llamados y fui a la cocina a buscar algo para Nina,
mí y me sujetó por los hombros. ales de ham bre . Enco ntr é una
que daba se ñ tener
— — —
Qué hiciste dijo . Qué hiciste.
No era una pregunta. Era, más bien, una
manzana y una bana na , que cort é en peda zos pe -
queños. Después fuimos a mi habitació n, cerré la
acusación. Obviamente, lo sabía. con llave y le fui dand o la fruta lenta ment e
puerta
mientras le acariciaba la espalda. Me imaginaba
Me lo explicó mientras subíamos en el as- que era la ú ltima vez que hac íamos algo así juntas
censor. A1 llegar había encontrado seis
mensajes y quería disfrutarlo.
en el contestador, cada uno más urgente que
el an- No sé en qué momento nos quedamos
terior. A esa altura, estaban todos mov
ilizados dormidas, yo apoyada sobre unos almohadones
buscándome y se había dado aviso a la policía de tirad o al suelo y Nina en mi est ó mago .
que hab ía
mi desaparición.
Me despertaron los golpes en la puerta. Mi vieja
— —
—Creo que todavía no.
—
¿Y Pedro? pregunté . ¿Lo agarraron ? gritaba que la dejar a pasa r, que hab ían veni do del
zoológico. La abracé fuerte a Nina y esperé. Quizá
Entonces levantó un poco la manta. se iban, quiz á me la deja ban al meno s un d ía m ás .
— Así que esta es la famosa Nina. Pero los golpes siguieron y a los gritos de mi vieja
L
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Li
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de especie y que en el zoológico porteño no había Si intentó usar sus encantos para congra-
gorilas. ciarse con alguien, nunca se supo. Cuando esa tar-
de se conocieron las noticias de su captura, yo
Esa noche casi no pude dormir. Supongo estaba en la cama, donde había pasado buena par-
que en ese momento yo era todavía una persona te del día, pero me levanté a ver la televisió n . El
bastante frágil y toda la experiencia resultó un de- misterio tenía, a fin de cuentas, una explicación
sastre para mis nervios. A las siete de la ma ñ ana, bastante sencilla. En medio de los grandes edifi-
ojerosa y con dolor de estómago, estaba otra vez cios que pueblan la zona del zoológico, quedan
frente al televisor a la espera de noticias. Pero, aún unas pocas casas antiguas. Una de ellas tiene
aunque la búsqueda se había mantenido toda la una reja en la entrada y un pasillo que conduce
noche, el resultado era nulo. hacia el jardín. Por ahí entró Pedro, corrió hacia el
Desde el zoológico aprovechaban la reper- fondo y encontró una casilla abierta donde se
cusión del caso para advertir una y otra vez lo mis- guardaban herramientas de jardinería y otros obje-
mo: que si alguien lo veía debía dar aviso de tos. Entre esas cosas había un par de bolsas de co-
inmediato a la policía y evitar acercarse porque se mida para perros que le sirvieron de alimento.
trataba de un animal peligroso. Creo que si insis- Recién al día siguiente, cuando la dueña de casa
tieron tanto en esto fue porque temían exacta- asomó su cabeza en la casilla buscando unas tije-
mente lo contrario: Pedro era capaz de mostrarse ras, lo vio y avisó.
muy amigable con las personas. De sus épocas de Minutos después partía hacia allí un nu-
estrella publicitaria le habían quedado algunos há- trido grupo. Los policías llevaban pistolas, los ve-
bitos curiosos. Le gustaba sentarse en un sillón y terinarios, rifles anestésicos y Ra úl iba con su arma
tomar gaseosa en vaso, extendía su mano para es- secreta: una pizza grande de muzzarella y tomate.
trechar la de quien se le pusiera adelante y, cuando Tenía sentido: si querían asegurarse de que el dar-
estaba de buen humor, hasta era capaz de tirar be- do anestésico diera en el blanco necesitaban que
sos. Quien interpretara mal esos signos podía lle- Pedro estuviera cerca y quieto. Nada como la ten-
varse después una sorpresa. tació n de la pizza para lograrlo.
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132
k
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motivos. El primero es que estaba mareada y las que alguien me ponía la manos en los hombros
piernas me temblaban. Pero el segundo era el m ás para sacarme de ahí. Era Ra úl.
importante: no podía irme sin ver una vez m ás a
Nina. No le importó que le mojara la camisa.
Me abrazó un rato y después me llevó a tomar un
El día transcurrió lento y aburrido. Todos café. Las cosas, me explicó, habían cambiado bas-
me miraban con una simpatía que se acercaba de- tante. Tras la recuperación de Pedro, el director
masiado a la compasión. Solo me pidieron que ali- del zoológico había ordenado una investigación
mentara a los patos y ordenara unos materiales. para saber cuáles habían sido las fallas y se habían
En el horario del almuerzo fui al sector de los agregado nuevas medidas de seguridad.
chimpancés. Me mezclé con el p ú blico reunido
frente al recinto. En ese momento Bongo concen-
— Ahora estoy con Adriá n, que viene del
sector de los felinos.
traba la atenció n: se había trepado a la estructura
—- Está bien la herida ya le ó. Pero
¿Y Julio ?
de madera y desde allí lanzaba unas piedritas que
no sé de dónde había sacado. Nina estaba atrás, quedó
— , se cur
muy impactado por el episodio y pidió un
jugando con Estrella. traslado. Lo pasaron al acuario. Estaría bueno que
Pasé al otro lado del barral de seguridad y lo fueras a visitar.
me pegué al vidrio. Sabía que eso estaba prohibi- Asentí, aunque no lo veía muy probable.
do, por supuesto, pero no me importó. Empecé a Raúl me apretó un brazo y sonrió.
saltar y agitar mis manos hasta que logré que me — Erna, quiero que sepas que si fuera por
viera. Se acercó corriendo hasta el vidrio y tam- mí, seguirías acá. Tu trabajo siempre fue muy bue-
bién ella empezó a saltar. Se reía como se ríen los
chimpancés: solo mostrando los dientes inferiores.
— —
no. Nina está bien agregó . Esto es lo mejor
para ella. Pero estoy seguro de que también te ex-
La gente me miraba, claro. No solo por- traña. Podés venir a verla cuando quieras.
que yo saltaba como un mono, sino porque llora- Sí, podía ir a verla. Pero nunca sería igual.
ba y me reía al mismo tiempo. Hasta que sentí
i
r
VEINTIDóS
.
140
—Estos son los cóndores que van a ser li- cataratas y casi no veía, otro era rengo, al tercero le
berados
que vernos. ¿Sabés algo de este —
ontestó en voz baja . Ellos no
proyecto?
tienen .
habían amputado un ala... No podían volver a
la naturaleza y por eso estaban en un recinto en-
—Nada. rejado: los veíamos y nos veían. Si había que en-
Me lo explicó entonces. Me explicó
cosas trar, lo hacían tres personas juntas. La primera
el resto del día y los días que
siguieron. Que el llevaba un palo de madera con una especie de
cóndor se está extinguiendo en
muchos lugares. La bolsa de arpillera en la punta que servía para de-
gente cree que mata al ganado, cuando
es carroñero: come restos de
en realidad
animales muertos.
.
tener al animal si atacaba Las otras dos se ocupa-
ban de dejar la comida, retirar restos viejos y
Pero como no lo saben les disparan o les
ponen limpiar, siempre con un ojo en las aves. No era
comida envenenada. Si quieren sobrevivir, los có
n- frecuente que un có ndor atacara, pero tampoco
dores tienen que estar lejos de las personas.
Tienen hab ía que descuidarse: tenían unos picos que da-
que temerles. Por eso no podían vernos.
ban miedo.
Los espiábamos, eso sí: en las telas negras Liliana me estaba explicando todo esto
habían pequeñísimas ventanitas. Coloqué mi ojo cuando miró su reloj.
en una de ellas y vi a Manku. Ten ía las alas
tas, como si quisiera que admiraran todo
abier-
su es-
—
acompañás?
Tengo que ir a rotar el huevo. ¿Me
plendor: de una punta a la otra medía como tres
metros.
— ¿El huevo?
Sonrió.
— Está tomando sol —susurró Liliana .
Eso les gusta. — — Vamos, te cuento en el camino.
Sí, el trabajo incluía rotar tres veces por
Manku estaba allí recuperándose: lo ha- día un huevo de cóndor que estaba dentro de una
bían recogido con un ala herida. Apenas estuviera incubadora, para que el feto no se pegara a la cás-
en condiciones iba a ser liberado. Lo mismo que cara. En la naturaleza, me dijo, la pareja de cón-
Ninán y Suyai. En cambio había otros que ya dores lo conseguía sacudiéndolo un poco, pero
nunca podrían salir: eran muy viejos, uno ten ía aquí había que ayudarlo.
144
—— ¿Eh?
Que últimamente estabas, pero era co-
pasar que el cóndor no
moverse. Pero finalmente
tuviera
entrab
hambr
a y
e o
entonces
ganas
vol
de
-
inmed iatame nte , as í
mo que no estabas. Ahora volviste. Bienvenida, víamos a cerrar la compuerta
Emita. podíamos pasar y limpia r sin que nos viera . Lilian a
Yo también sonreí. y yo retiramos restos de comid a y barrim os en com -
— Gracias. pleto silencio.
Cuando volv íamos a la caba ñ a me dijo
que se iba a quedar afuera , porqu e ten ía que matar
era eso . El men ú de los
ratas. Yo ya sabía có mo
148 149
cóndores incluía, además de carne de vaca o cabra, por la cola, la sacó de la caja y, en un movimiento
ratones y ratas. A los adultos le daban el animal en
- rápido , le puso un palo por delante para que se
tero y a los más jóvenes, procesado. Cuando hab vuelta sobre su brazo .
ía prendiera a y é l no se diera
un pich ó n, me explicaron, se le ofrecía un puré de el filo de una piedra . Un
Luego la golpe ó contra
ratón lactante. El asunto era bastante
repugnante, golpe seco, que la dejó inconsciente.
sí, pero yo quería saber todo. Llevaba entonces un
par de semanas en el proyecto y pretendía ser una — Así ya no siente nada —me explicó.
Entonces tomó un caño que colocó a la
voluntaria igual que todos los otros, capaz de hacer altura de su cuello y, tirando al mismo tiempo de
cualquier tarea. Esta era la primera vez que veía la la cola, la desnucó.
jaula con las ratas que mandaban del bioterio del
zoológico, donde eran criadas para alimentar a va- — —
La
Listo dijo y la dejó caer en un balde.
mir é . El cuerpo inerte , los ojos cerra -
rios animales. estaba subiendo desde el est ó mago .
dos. Algo me
— —
Me quedo con vos le dije. Pensé que iba a vomitar y prefer í alejarme de ah í.
—
Liliana frunció el ceño.
— —
No es agradable sonrió . Mejor en- — Ahora vuelvo dije. —
Caminé hacia la entrada de la cabaña y me
trá. Otro día. la espalda contra el muro y
senté en el suelo , con
molesta.
— Quiero aprender
— —insistí . No me la cabeza en
otra cosa. Era
las rodillas
algo que
. No
me
, no iba
inflaba
a
el
vomitar
pecho y
, era
me
Aceptó, aunque no se la veía muy conven- estaba haciendo temblar . Las primeras lá grimas se
cida. Ya se había puesto los guantes de lá tex y convirtieron r á pidamente en una catarata .
abrió con cuidado la caja de las ratas. De solo mi- Sentí un brazo que rodeaba mi espalda .
rarlas correteando me subió un escalofrío. Había Era Liliana.
algunas grandes, blancas, con las patas y la cola
rojizas. Otros eran ratoncitos pequeñ os, que se
movían a toda velocidad. Me sentí un poco ma-
— Discúlpame
sé. A mí tambié n me
,
sacud
Erna
ía
. Es
al
desagradable
principio . Trato
,
, yo
de
para
no pensar que est á n vivas . Pero es necesario
reada, pero no dije nada. Liliana tomó a una rata alimentar a los cóndores.
1
150
— — —
No, no... dije con una voz
sa . No son las ratas, no s
Me acarició el peío.
é qué es.
gango VEINTICINCO
—
tiendo. —
Sí, te entiendo murmuró
—. Te en
No se qué podía entender,
cuando yo no
entendía nada.
E posible que fuera por el episodio de
las ratas o por todo lo que había pasado con Nina.
O quizás fue simplemente Marisa con su insisten-
cia. Sea cual fuera el motivo, unos días más tarde
finalmente hablé. Las imágenes venían aparecien-
do en mi cabeza con una intensidad abrumadora y
tenía una náusea permanente.
Le conté a Marisa lo que nunca le había
podido contar antes, lo que había pasado en La
Plata aquella noche. Yo había quedado en salir con
Oriana y Bruno, que eran mis amigos, le dije.
Vivían al lado, jardín de por medio y era casi co-
mo si viviéramos juntos. Algunas mañanas Bruno
se asomaba en pijama a su ventana, la de la iz-
quierda, y me saludaba.
— Buen día, prima.
No éramos primos, pero daba igual ,
íbamos a la misma escuela, comíamos juntos, nos
prestábamos la ropa y los libros, nuestros perros se
pasaban de casa en casa.
152 153
nada. Pero Oriana no quería, se estaba divirtien- que uno era campe ó n
do. Preguntó a algunas amigas hasta que Clarisa le ner una pelea con no sé qui é n . Se dijeron muchas
ó n y en el juicio ,
dijo que su padre la iba a ir a buscar y podían lle- cosas, en los diarios, en la televisi
no las quise o ír.
varla. Así que Bruno y yo nos fuimos solos. No era meses más tarde, y a la mayor ía
lejos de casa: ocho o nueve cuadras. Igual todavía no entiendo por qu é lo hicieron .
154
Sonri
a
,
Luis
porque
ó .
si
días que quedaban para que su habitante se aso- cría, que caía al suelo. Una caída de un metro y
mara. medio de altura , me dijo Marcos en susurros . El
El asunto de las ratas no me gustaba. Eso largo cuello descend ía entonces y la madre lam ía
no lo hice nunca. el cuerpo de su hija un buen rato , hasta que la cr ía
levantaba la cabeza . Unos minutos m á s tarde ya
Por supuesto, seguía extrañándola a Nina. estaba parada.
Pero poco a poco esa sensación se fue acomodan-
do en un segundo plano, escondida en la rutina de
— —
Viste dijo
con
Marcos
tremendo
cuando
golpazo
salimos
y a los
—
po
.
-
Llega al mundo
la actividad cotidiana, en las charlas con mis com- eos minutos est á caminando . Ni se queja . Eso se
pañeros, en los paseos con Marcos. Uno de esos llama recuperación.
días fuimos a conocer a la jirafa recién nacida. No
tenía ni una semana, y medía un metro
noventa.
— O sea
ría bueno ser jirafa?
—lo mir é —
. ¿ Vos dec ís que
palme
esta
ó la
-
—— ¿Qué?
Shh. Mirá. En el almuerzo de ese d ía hab ía una chica
Sí, era bastante impactante. Habían colo- nueva. Lucía dijeron
, que se llamaba . Me sent é a
cado una cámara en el recinto de las jirafas antes su lado y observ é que habí a separado cuidadosa -
del nacimiento y lo habían captado en detalle. mente los ingredientes de la comida en su plato .
Primero se veía a la jirafa inquieta, que caminaba Solo estaba comiendo el tomate.
de un lado al otro y de pronto las piernitas flacas de
la cría asomaban de su cuerpo y se balanceaban, co- bien ?
—
Hola , soy Erna —
me present é . —
¿ Todo
mo formando una segunda cola. Entonces la madre Sonri ó a la vez que parpadeaba varias ve-
se detenía y así, sin siquiera agacharse, soltaba a la ces. Se veía nerviosa.
160
acá?
Sí
—
susurró ¿ Hace mucho que estás VEINTISIETE
—
- Algo más de
podés preguntarme.
un año. Si necesitás
y aparté la vista ; -
ra no molestarla. Le di un Pa
bocado a mi sá ndwich,
que estaba bastante feo.
Desde el otro lado de la mesa,
P
1asaron tres años desde el primer día en
miraba y sonreía. Marcos me que crucé las rejas del zoológico. No pertenezco
m ás al programa: lo dejé cuando volví a la escuela
y los horarios ya no me lo permitieron. Pero antes
estuve el tiempo necesario para ver nacer al pichó n
de cóndor, que cascó su huevo sin ayuda y salió,
sucio y desconcertado, a un mundo de personas
que nunca iba a conocer. Lo llamamos Huenu,
que significa cielo, y lo alimentamos durante va-
rios meses con los títeres. Nuestras manos se vol-
vieron padre y madre para ayudarlo a crecer hasta
que pudo valerse por su cuenta. A los ocho meses
fue liberado. Yo ya no estaba ahí, pero supe que
iba a suceder y viajé a Rio Negro a verlo. En reali-
dad fue idea de mam á. Me dijo que ese podía ser
mi regalo de cumplea ñ os: un viaje para ver volar a
Huenu.
Había mucha gente, cuatrocientas o qui-
nientas personas que querían ver la liberació n .
162 163
Primero se hizo una ceremonia en la montaña y ganas o la nostalgia me llevan . Me gusta ver a mis
luego abrieron la jaula colocada en la plataforma antiguos compa ñ eros, saber las novedades, cono -
de vuelo. Eran cuatro los cóndores listos para par- nuevos . A veces me quedo hasta
cer a los animales
tir. Habían sido reunidos dos meses antes para el de Marcos y nos vamos jun -
que termina turno
formar la bandada y empezar juntos su nueva vi- tos a pasear o a comer pizza. Él ya es un cuidador
da. Dos de ellos, Suyai y Ninán, ya tenían expe- , que sabe todo lo que hay q ue sa -
có n periencia
ex
riencia en el vuelo, solo habían estado un tiempo
ber. Habla mucho de las elefantas, si aprendieron
recuperándose de sus heridas. En cambio para algo nuevo , si alguna est á caprichosa , si se enfer -
Huenu y el otro pichón, Raco, todo era nuevo. man.. A. veces parece que fueran sus hijas . Pero
Los miré con unos binoculares que me también me habla de otras cosas.
prestaron. Huenu fue el primero en salir: dio unos tarde de octubre cuando tom ó la
Fue una
pequeños saltos afuera, como inspeccionando el iniciativa. Después de cuatro o cinco días seguidos
territorio, aleteó un poco y quedó fuera de mi vis- de una lluvia delgada y fastidiosa el cielo se hab ía
ta. Sabíamos que él y Raco iban a seguir en la zona ó cambiar el humor de todo el
abierto y eso pareci
por un tiempo, hasta que se afirmaran en el vuelo. del zool ó gico y cami -
mundo. Marcos y yo salimos
Los otros dos, en cambio, enseguida se lanzaron al unas diez cuadras antes de sentarnos a tomar
namos
cielo. Durante un rato volaron en círculos cerca de la vereda de un caf é . Creo que est á bamos
algo en
nosotros. Yo pensé que quizás era una forma de fue eso , el sol , el aire tibio , el olor
contentos . Quiz á
despedirse, pero lo más probable es que simple- que despedí a el pasto mojado , lo que lo empuj ó .
probando las corrientes de aire. Pero no fue enseguida. Primero habló nerviosamen-
mente estuvieran
Y de pronto ya no estaban. Había imaginado que no ían para m í ning ú n inter é s: la
te de cosas que ten
me iba a poner triste al verlos partir, pero no. Me hab ía conseguido un primo , el tr á mite
moto que
alegró que se fueran lo más lejos posible. para sacar el registro . Tuve la sensaci ó n de que esta -
ba dando vueltas para no decir lo que en verdad te-
Aunque no estoy más en el programa, voy nía en la cabeza . Al fin dio un trago a su bebida y
al zoológico una o dos veces al mes, cuando las
apoyó el vaso muy cerca de mi mano.
164
165
encog í de hombros .
—,Emita, hace rato que quiero hablarte de Yo me
algo. Digo de nosotros.
Opté por hacerme la distraída.
— No, no es un no
Volvió a sonreír y
. Vamos
me
viendo
pellizc
otra
ó la
.
cosa .
mano
Y
.
en
de cualquier
—¿ Nosotros qué? , Despué s hablamos
eso estamos todav ía. Viendo .
Él frunció el ceño claramente fastidiado
ante la necesidad de ser explícito.
— Ya sabés. De nosotros. De que me gus-
taría...
Entonces extendió su mano hasta tocar-
me. No fue una caricia, sino apenas un contacto
entre la palma de su mano y el dorso de la m ía.
Pero quedó ahí y me agitó el estómago.
— Muchas veces antes te lo quise decir
— —
siguió , pero no sabía cómo... ¿ Qué pensás ?
Era extraño, porque en realidad no había
dicho nada, pero parecía creer que lo había hecho.
Y yo ten ía que contestarle. Tomé un trago largo de
mi Coca mientras trataba de decidir algo.
— — —
Sí dije , pero no sé.
— ¿ No sabés ?
— No, no sé. Es complicado. Mejor va-
mos viendo, ¿ dale?
Creo que cualquier otra persona se hubie-
se sentido rechazada. Pero Marcos es Marcos.
Sonrió.
— Entonces no es un no.
166 167
En todas mis visitas, por supuesto, voy Son esos los momentos en que siento unas
hasta el recinto de Nina. Cuando llego me mezclo terribles de abrazarla . Es casi una sensaci ón
ganas
con el p ú blico y la observo. Creció mucho, aun- física, como si me doliera una parte del cuerpo .
que todavía es una chimpancé joven, inquieta, un Pero sé que no puede suceder. Nina y yo nunca
poco rebelde. Las cosas en el grupo cambiaron má s vamos a estar en el mismo á mbito , siempre
bastante. Pedro ya no está con ellos. Lo mandaron habrá una reja o un vidrio entre nosotras . Creo
al zoológico de Mendoza, como intercambio por que saberlo al final me tranquiliza , como si mi
una cebra. Dicen que está bien, que comparte el costado chimpanc é retrocediera y me dejara en
espacio con dos hembras jóvenes. Supongo que paz. Entonces converso con ellos . Le hablo a Ra úl ,
fue mejor para él. Hay, sin embargo, otro inte- pero tambi é n $ Nina . Les digo , por ejemplo , que
grante: Tucu, la nueva cría de Lola. Por ahora está finalmente estoy terminado la escuela o que tengo
siempre prendido a la espalda de su madre. una nueva amiga , Margarita , que es un poco tími -
Nina ya no muestra tan claramente su inte- da, como yo. La última vez les conté que estoy
rés por mí, si bien algunas veces, sobre todo cuan- pensando en estudiar Veterinaria , aunque sé que
do no hay mucha gente, se acerca al vidrio al verme. va a ser dif ícil . Muchas cosas son dif íciles para m í,
Me mira y yo la miro y en ese intercambio de mira- pero tengo ganas de intentarlo.
das nos saludamos, nos reconocemos, nos decimos Nunca me quedo mucho tiempo, no quie -
cosas. Al menos eso creo. ro molestar . Antes de irme le prometo a Nina que
Si está Raúl, a veces me quedo hasta que pronto voy a volver a verla . Despu é s me despido
los chimpancés entran en las jaulas nocturnas y pi- de todos . Ra ú l siempre me abraza y vuelve a pre -
do permiso para pasar a verlos de cerca. En esos ca- guntarme si estoy bien . Le digo que si . Estoy bien .
sos me siento en el piso, junto a la reja. Nina suele
_
acercarse y también se sienta. Raúl dice que eso so-
lo lo hace si estoy yo: si no, se la pasa jugando con
Estrella o durmiendo junto a Lola. Pero cuando yo
me siento ella se acomoda al otro lado y espera.