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Facultad de Humanidades

Escuela de Psicología
Cátedra de Psicología clínica
Psicología Clínica -PSI-341
Estudiante: Maria Estefani Martinez Ozoria
Matricula: 100571754
Sección: PSI3410-2

MEDIACIÓN DE LA PERSONALIDAD Y MEDICIÓN DE LA CONDUCTA, LA


COGNICIÓN Y LA PSICOFISIOLOGÍA
Vivimos en una cultura que considera la inteligencia como una medida del valor de una
persona. Son los inteligentes los que entran a las mejores escuelas, los que consiguen
los mejores trabajos y los sueldos más altos, los líderes. Si eres inteligente la norma es
que la gente te escuche, te siga y se te abran puertas. La inteligencia es, sin duda,
considerada como el elemento clave de la gente exitosa pero, ¿realmente sabemos
cómo medirla correctamente?
Las pruebas de coeficiente intelectual son la herramienta principal con la que medimos
la inteligencia de las personas, vemos estas pruebas como un recurso de certeza
matemática y científica pero, ¿realmente lo son? ¿O nos estamos empeñando en
desconocer el contexto cultural que potencializa el sesgo tanto del concepto del
coeficiente intelectual como de las pruebas que usamos para asignarle un valor?

El origen de las pruebas para medir la inteligencia


La idea de generar un mecanismo que nos ayude a comprender la capacidad cognitiva
y potencial de éxito de las personas está tan arraigado en nuestra cultura que no
podemos pensar en un sistema educativo sin este mecanismo. Sin embargo, las
pruebas de coeficiente intelectual (CI) tienen apenas poco más de un siglo, su origen
fue mucho menos loable de lo que imaginamos. Su propósito no era mejorar la oferta
educativa, sino filtrarla.
A principio de 1900, psicólogos, académicos y políticos buscaban una manera de
jerarquizar las oportunidades educativas, de agrupar a la población general; los que
estuvieran en los estratos más altos recibirán la educación de mejor calidad, los que
estuvieran en escalones inferiores tendrían un acceso a la educación más magro. La
prueba de inteligencia desarrollada por Lewis Terman les dio justo lo que necesitaban
para concretar este sistema.
En 1916, Terman publicó una revisión de la escala Binet-Simon, creada por los
psicólogos franceses Alfred Binet y Théodore Simon. La prueba clasificaba a los niños
de acuerdo a sus capacidades cognitivas para resolver ejercicios en los que se
requerían habilidades matemáticas y lógicas, así como de lectura, razonamiento y
adaptación.
¿Qué miden realmente las pruebas de inteligencia?
La inteligencia se define como la capacidad de comprender, así como la de resolver
problemas. Bajo este contexto, la escala Stanford-Binet cumple su cometido, examina
la capacidad de las personas para comprender las cuestiones planteadas en la prueba,
así como de responder a los problemas que incluyen. La validez del mecanismo no se
cuestiona, pero los contenidos del mismo quizás deberían estar bajo análisis,
especialmente tras cien años de que este mecanismo empezó a aplicarse.
No se trata de decir que hay un coeficiente intelectual o siete inteligencias (o quince o
treinta) y de usar un conjunto de criterios que separe a los eficientes de los deficientes;
se trata de encontrar un equilibrio entre la forma en que las personas nos aproximamos
a la comprensión de la cosas y cómo podemos construir caminos para llegar a estas
diversas condiciones cognitivas. De otra forma, la inteligencia y sus criterios de
medición van a seguir siendo una herramienta de control social más que un recurso
para generar conocimiento y soluciones.

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