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No resulta fácil desentrañar el significado del pasaje leído.

Venimos de
aprender acerca del carácter del cristiano y del amor del Señor para con sus
hijos, hemos visto que el Señor nos da libertad para escoger el camino que
habremos de seguir y que si decidimos seguirle a Él debemos aprender a
desprendernos de todos los encantos materiales que el mundo nos ofrece;
hemos conocido del gran poder de Jesús el cual se manifestó aun sobre la
naturaleza conforme nos enseñó la hermana Alba el domingo pasado.

Con todo, la escena del texto leído nos presenta a dos endemoniados
saliendo al encuentro de Jesús. En la cultura judía estar endemoniado
significa estar poseído por una realidad poderosa y diabólica, una realidad
que destruye a la persona. Los dos endemoniados del relato salen al
encuentro de Jesús desde el cementerio, es decir, un lugar de muerte y por
tanto excluido de la vida.

Repito, no resulta fácil desentrañar el significado de este pasaje, pero si


hemos sido juiciosos en seguir las enseñanzas en lo que hemos estudiado
de este precioso Evangelio, podremos comprender mejor lo que se nos
transmite en el texto de mateo 8: 28-34.

Sabemos que los demonios nada tienen que ver con Cristo como Salvador;
ellos no tienen ni esperan ningún beneficio de Él. Seguramente que aquí
sufrieron un tormento, al ser forzados a reconocer la excelencia que hay en
Cristo, y, aun así, no tener parte con Él. Los demonios no desean tener
nada que ver con Cristo como Rey.

Sin embargo, no es acertado afirmar que los demonios no tengan nada que
ver con Cristo como Juez, porque tienen que ver, y lo saben; el pasaje
nos demuestra que Satanás y sus instrumentos no pueden ir más allá de lo
que el Señor permite; ellos deben dejar la posesión cuando Él manda. Los
demonios no pueden romper el cerco de protección del Señor en torno a su
pueblo; aquí vemos que ni siquiera pueden entrar en un cerdo sin su
permiso.

A menudo Dios permite, por objetivos santos y sabios, los esfuerzos de la


ira de Satanás. - Recordemos la historia Job-. Así, pues, el diablo apresura
a la gente a pecar; los apura a lo que han resuelto en contra, de lo cual
saben que será vergüenza y pena para ellos: miserable es la condición de
los que son llevados cautivos por él a su voluntad. —Hay muchos que
prefieren sus cerdos al Salvador y, así, no alcanzan a Cristo y la salvación
por Él.

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Ellos desean que Cristo se vaya de sus corazones, y no soportan que Su
Palabra tenga lugar en ellos, porque Él y su palabra destruirían sus
concupiscencias brutales, eso que se entrega a los cerdos como alimento.
Justo es que Cristo abandone a los que están cansados de Él; y después
diga: Apartaos, malditos, a quienes ahora le dicen al Todopoderoso: Vete de
nosotros.

¡Cuántas personas encontramos hoy en nuestro entorno de las que nos


impresiona ver el deterioro que tienen! Seguramente nos hemos preguntado
cómo han llegado a esa situación, qué es lo que han podido vivir, sufrir;
quizás tiene que ver con experiencias afectivas, pero también con
problemas sociales. Un mundo que nuestra sociedad quisiera “barrer” de
nuestras calles, esconder y que muchas veces nosotros mismos tratamos
de evitar.

En el pasaje vemos que Jesús no evita el contacto con estos hombres


endemoniados, al contrario, se acerca a ellos. La reacción de estos, sin
embargo, es de recelo, incluso de agresividad. Acostumbrados a la
marginación y al rechazo ¿Qué podían esperar de alguien que pasa a su
lado? Sin embargo, al mismo tiempo, son capaces de reconocer en Jesús la
presencia de Dios y por tanto de vislumbrar una esperanza de salvación
para sus vidas en aquel hombre que tienen delante.

Y Jesús actúa y lo hace con la fuerza de su palabra. No sólo expulsa “los


demonios”, sino que los destruye y este gesto se convierte en signo de
ese reino que está irrumpiendo: es el amor de Dios el que sana y el que
libera de forma definitiva frente a cualquier tipo de opresión; el mismo amor
que restaura la identidad profunda de hijos, el que nos reintegra al espacio
de la vida.

¿Qué fue lo que los cuidadores hicieron? huyeron y fueron a la ciudad para
llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda
la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de
su territorio.

Eso es lo que hoy hacen muchos al sentir la presencia del Señor en sus
vidas, temen perder su hato de cerdos – temen perder sus posesiones
materiales – y por ello prefieren decir vete de mis contornos.

Queda claro entonces que el pasaje leído plantea un enfrentamiento entre


Cristo, el Hijo de Dios, la Encarnación del Bien y el Amor contra el Mal en
toda su misera y profunda oscuridad.

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Peros es mucho más claro que, aunque Cristo ha venido para salvarnos del
mal y la muerte definitiva, y sale constantemente a nuestro encuentro
“mirándonos con cariño”, esperando siempre, invitándonos a romper con la
inercia del pecado y brindándonos la verdadera opción de una vida con
sentido de plenitud y eternidad, hay frenos, temores y de algún modo
rechazo en diversas personas. Jesús realiza los llamados signos del Reino,
los que no siempre encuentran lugar en el corazón de las personas porque
el pecado está muy presente y arraigado.

Muy queridos hermanos míos, por la gracia de Dios mañana iniciamos un


nuevo mes, sí, por la gracia de Dios seguimos aquí, viviendo. Por ello quiero
invitarles a considerar dos actitudes: la de Jesús, luchando contra el mal allí
donde se encuentre, y sin desfallecer nunca en el empeño; y la de los
gaderenos, que no sólo desaprovechan la presencia, siempre liberadora de
Jesús, entre ellos, sino que, en su torpeza y desacierto, le piden que se
vaya. No les interesa. Prefieren la esclavitud con cerdos y endemoniados, a
la liberación, tranquilidad y armonía de Jesús. ¡A vivir en esa actitud de
Cristo!

Tengamos muy presente que este texto demuestra que los endemoniados
viven en un escenario de muerte sin norte ni horizonte de esperanza, la
piara de cerdos representa la resistencia organizada al Dios de la Vida, del
Sentido… y finalmente el abismo y el mar, es decir, la Nada, el Caos…

Ante el estudio de hoy, mirando a los “endemoniados” podemos


preguntarnos: ¿cuáles son mis “demonios” –los que me hacen ir por
la vida sin norte, con ira, asustando a los demás-? Pero también,
mirando a la gente, podemos preguntarnos: ¿cómo reacciono ante los
“demonios” de otros y ante sus posibles cambios?

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