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CUARTA PALABRA

«DIOS MIÓ, DIOS MIÓ, POR QUE ME HAS


ABANDONADO» (MT. 27, 46)

Eloi, Eloi, lama sabachthani, (᾿Ελωΐ, ᾿Ελωΐ λαμὰ σαβαχθανι), "Eli Eli lama azavtani [‫ֲעז ְַב ָּתנִי‬
‫ ]לָּ ָּמה אֵ ִלי אֵ ִלי‬la tradición lo ha tomado del griego y del arameo como: Dios mío, Dios mío,
¿Por qué me has abandonado? El evangelio de marcos nos narra: “desde la hora sexta
hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona clamo
Jesús con fuerte voz: "Eli Eli lama azavtani [‫ ]אֵ לִ י אֵ ִלי לָּ ָּמה ֲעז ְַב ָּתנִ י‬Dios mío, Dios mío porque
me has abandonado”. Dice el Evangelio que a partir de la hora de sexta, o sea, desde las
doce de la mañana, cuando crucificaron a Jesús, las tinieblas iban cubriendo el Calvario,
se podría decir que el sol se ocultaba horrorizado para no presenciar el espantoso crimen
que se estaba cometiendo. Era también —si lo queremos ver así— un símbolo y una figura
de la ceguera del corazón de aquellos que crucificaron a Jesús, aquellos que no quisieron
ver en el crucificado a Dios mismo, aquellos que como yo y ustedes en muchas ocasiones
no vemos el rostro de Dios en el pobre, en el marginado, en el rechazado que por su
condición sexual, religiosa, política y social es objeto de nuestra discriminación, de nuestra
burla porque nos creemos perfectos y superiores, porque no comparten nuestra visión de
mundo ni de humanidad, la pregunta es ¿Qué nos oscurece nuestra vida? O ¿cuantos
somos la causa de oscuridad para la vida de otros? Cuántos mejor cerramos los ojos ante
la pobreza, la injusticia y la inequidad social que hay en nuestra sociedad y decidimos mejor
lamentarnos pero no contribuir a que cese la oscuridad para un sin número de hermanos
que sufren por culpa de nuestro pecado estructural, social y personal, donde es más fácil
orar por el hermano que está en dificultad que hacer algo para que salga de ella, donde un
rosario es más fácil, que hacer una obra de misericordia, donde ocultamos nuestro pecado
social con nuestra fe, una fe que no da vida, al contrario perece dar muerte, pues una fe
que condena al hermano y no nos hace vivir en comunidad, sino que como el hijo mayor de
la parábola del padre misericordioso, nos creemos con la autoridad para decir quién puede
entrar a la fiesta del padre y quien no, es una fe que da muerte y no vida.

¿Qué nubla nuestra mente para no ver el rostro de Dios? A caso ¿necesitamos ver a Jesús
nuevamente crucificado? O es que acaso no, no es suficiente con ver los crucificados que
hay en nuestros hospitales, clínicas sin quien los visite y acompañe en su dolor y se
compadezca de ellos como el buen samaritano, en las cárceles juzgados en muchas
ocasiones injustamente y sin quien les haga justicia o en aquellos que se encuentran
pagando sus errores en la soledad más profunda de una sociedad que solo juzga pero a
veces da muy pocas oportunidades, en la calle con los que no tienen nada para comer, ni
mucho menos donde vivir, pues les negamos un pan porque creemos que deben estar
trabajando igual que nosotros y nos hacemos los indiferentes, pues no tienen la fortuna de
tener un empleo, en las filas de las EPS esperando para ser atendidos en sus dolencias,
que reflejan la burocracia de una sociedad que les importa el tener y no la calidad de vida
de sus ciudadanos, donde es más importante llevar la mascota al veterinario que al
hermano que está enfermo y se pudre en la calle, en los desempleados que en muchas
ocasiones por el afán de tener y de recortar gastos las empresas no contratamos; los
explotados laboralmente donde la persona vale por su capacidad de trabajo y no por ser
persona, y otro sin número de crucificados que no alcanzo a enunciar pero que usted y yo
sabemos que también reflejan el rostro de Dios y no los queremos ver.

¿Necesitamos más crucificados para ver el rostro de Dios? que nos clama a cada instante
por un acto de justicia y de verdadera caridad cristiana O ¿vamos a esperar a que muera
el crucificado para reconocer que verdaderamente esos hermanos nuestros son hijos de

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Dios? Si bien el texto sagrado del antiguo testamento nos dice que nadie ha visto cara a
cara a Dios, Jesús nos dice quién es Dios, Dios es esa persona que está a tu lado y que tú
y yo como buenos creyentes estamos invitados a transparentar, ese rostro de Dios
misericordioso que acoge a todos sin reparos, y también nos invita a dejarnos amar por Él
a sentirnos amados por Dios. “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis
hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí.”, nos dice el evangelista Mateo (25,
40).

Y Jesucristo Nuestro Señor, cerca ya de la hora nona, lanzó este grito desgarrador: «Dios
mío. Dios mío, por qué me has abandonado». Expresión que señala el momento culminante
del martirio de Nuestro Señor en la cruz y que señala también uno de los momentos más
inescrutables del misterio de nuestra redención. Grito que es la espera del hijo, la hija, el
padre, la madre, la esposa, el esposo, el vecino, la vecina, la viuda, el huérfano o de tantas
personas que nos encontramos en nuestro caminar diario, por un gesto de amabilidad, un
saludo, un plato de comida, una palabra de aliento o simplemente de escucha que pueda
transparentar el amor de Dios y que Dios está al lado de quien sufre para aliviar sus
sufrimientos y liberarlo de ellos.

Cuanta!!! Es la angustia de Jesús sentirse abandonado por su padre, pero cuanto más es
la misericordia y bondad del padre que lo glorifica como señor de todo y de todos, cuan es
el grito de personas sin justicia, que se sienten abandonados en su cuerpo y en su alma y
sin quien escuche su clamor, esperando una tregua en un sinfín de sucesos que reflejan la
indolencia de un mundo egoísta y apático ante el sufrimiento. ¿Qué puede hacer usted o
que puedo hacer yo? Es la pregunta que debemos hacernos. Para dar respuesta a esta
pregunta tomare la respuesta o solución que da Santo Tomas de Aquino al sentido de esta
cuarta palabra en su obra la suma teológica, como todos sabemos, que Nuestro Señor
Jesucristo quiso salir, voluntariamente, fiador y responsable ante su Padre por todos los
pecados del mundo. El fiador, cuando da su firma como garantía de una persona de quien
sale responsable no debe nada a nadie. Pero si aquel a quien respalda con su firma resulta
insolvente, tiene que pagar la deuda ajena. Tiene que pagarla él, porque ha salido fiador,
ha dado su firma. Este es el caso de Jesús, nosotros salimos insolventes para pagar la
deuda y más que para pagar la deuda, salimos insolventes para vivir el amor de Dios entre
nosotros, pues ¿cuál es el principal pecado? No es acaso ¿nuestra falta de amor a Dios y
al prójimo? O bueno podemos amar a Dios y odiamos al prójimo haciéndonos mentirosos
pues el texto sagrado nos dice (1 Juan 4, 20) “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a
su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no
puede amar a Dios a quien no ha visto” por eso el amor es el primero y principal de los
mandamientos y que en definitiva es por lo que seremos juzgados, por nuestra capacidad
de amar y no es precisamente a Dios sino al que está a tu lado.

Somos insolventes. No podemos rescatarnos a nosotros mismos de las garras de este


desamor que nos está acabado, nos preocupamos más por si una persona de una
tendencia o gusto sexual de x o y preferencia, adopta un niño o no, pero no nos
preocúpanos si estos niños se mueren de hambre en la calle o si son explotados
sexualmente o laboralmente, nos preocupamos demasiado por mantener nuestras normas
morales pero no en vivir la caridad y el amor por el otro, nos interesa más el juzgar que el
obrar, es más fácil vivir desde las leyes que nos dan seguridad, que romperlas para ayudar
al prójimo. Pero Nuestro Señor Jesucristo, al juntar bajo una sola personalidad divina las
dos naturalezas, divina y humana, en cuanto hombre puede representarnos a todos
nosotros, y en cuanto Dios sus actos tienen un valor infinito, salió voluntariamente como
fiador de nosotros a pagar una deuda que no es de él, una deuda que es fruto de nuestro

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egoísmo, de nuestra falta de amor y de sentirnos hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
¿Cuantos de estamos dispuestos a pagar una deuda ajena? ¿Cuantos estamos dispuestos
a ayudar a cargar las cruces de los demás? O más bien estamos dispuestos es a liberarnos
de nuestras cruces para ponérsela a otros.

Cuan es el amor de Dios en la persona de Jesús por la humanidad, que se ofreció como
víctima por nuestro rescate, para enseñarnos lo que es el amor y como deberíamos vivir en
este mundo, o no ¿fue suficiente sus milagros, la multiplicación de los panes y un sinfín de
milagros y obras que reflejan el amor verdadero por la humanidad?, pero parece en muchas
ocasiones que no es suficiente, que aún seguimos cargando con nuestro desamor, nos
interesa más un animal abandonado que una persona abandonada, nos mueve más afiches
de animales maltratados que las noticias de mujeres y hombres que mueren de hambre,
que son desplazados, que son violentados en sus cuerpos y mentes, nuestro corazón es
un corazón de piedra, si bien estamos llamados a proteger todo lo que es la creación,
debemos empezar por nosotros mismos primero. La verdad no creo en un amor que no
permita amarnos primero entre nosotros como personas. Es hora de priorizar, a qué tipo de
Dios queremos seguir, que Dios es el que trasparentamos, un Dios excluyente, moralista y
retrogrado que juzga en vez de amar o un Dios hipócrita que se muestra ante los demás de
una forma y en nuestro interior de otra manera. Nos interesa más juzgar de acuerdo a
nuestra moral, principios religiosos y sociales que dar una oportunidad y amar sin reparos.

"Eli Eli lama azavtani [‫ ] ֲעז ְַב ָּתנִ י לָּ ָּמה אֵ ִלי אֵ ִלי‬Dios mío, Dios mío porque me has abandonado”
son las palabras del pobre que como Jesús, se siente por un momento abandonado y
abatido ante una sociedad insolidaria y cruel, donde las personas mueren haciendo una fila
buscando atención en salud, donde no se tiene acceso a una educación digna y
competente, donde mueren mujeres, hombres y niños de hambre y sed, porque los que
teniendo y pudiendo hacer que las cosas cambien, no lo hacen, porque aún no reconocen
ni reconocemos en el otro, el rostro de Jesús crucificado.

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