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Reflexión 1.

Jesús es un inocente que fue condenado a muerte, a una muerte que estaba destinada
para los más grandes criminales. Fue humillado y abandonado. JESÚS ESTA SOLO.
¿Cuántas veces hemos dejado solo a Jesús? Lo abandonamos cada vez que nos
sentimos con el derecho de juzgar al otro sin buscar la verdad y la justicia, cuando no
buscamos a Dios para pedir perdón. También lo negamos cuando lo excluimos de
nuestra vida, cuando ponemos nuestro ‘Yo’ superior, antes que el bien de los demás.
Jesús carga la cruz de quienes sufren hoy, los que no se sienten aceptados, los
maltratados, los que tiene carencias, los que están solos.
El hijo de Dios se encuentra entre nosotros, lo encontramos en el rostro del
desahuciado, en la enfermedad que oprime nuestros cuerpos, en la debilidad de
aquellos que sufren limitaciones físicas y dependen de los demás para seguir adelante.
Jesús nos acompaña en nuestra realidad como personas.
Ayudemos a Jesús a levantar la Cruz. porque el Señor nos llama a seguirlo para ir a su
encuentro. Abraza tu cruz. TODOS TENEMOS UNA, a veces más liviana…a veces más
pesada. Abracémosla junto Jesús…ofrezcamos también nuestros dolores …
ABRACEMOS A CRISTO MISMO.
Reflexión 2
Hoy es el día más duro de la historia. Hoy, ante el silencio reinante, contemplamos la
cruz, en su desnudez. Hoy no vemos a Jesús de Nazareth clavado en la cruz, hoy
vemos a la humanidad clavada en ese madero milenario. Después de lo que estamos
viviendo, de tanto sufrimiento, de tanto exterminio, nos damos cuenta de que, siguiendo
el camino que estamos transitando, sólo nos cabe la cruz.
¿Cómo podemos vencerlas? ¿Por qué tenemos que hacer que la vida de las otras
personas sean cruces insoportables y nada llevaderas? Jesús, en esta noche santa,
nos da una pista: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Jesús nos enseña la
importancia de CONFIAR, a pesar de los pesares, porque no perdamos de vista que la
cruz jamás puede ser la última parada. Tiene que haber algo más.
Ese algo más comienza desde la misma cruz. Cuando dirigimos nuestra mirada a la
cruz donde Jesús estuvo clavado, contemplamos el signo del amor, del amor infinito de
Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De dicha cruz brota la
misericordia, la bondad de Dios que abraza, a través de su hijo, al mundo entero.
Sólo así, de esta forma, por medio de la cruz, dice Francisco, “ha sido derrotada la
muerte, se nos ha dado la vida, devuelto la esperanza. La cruz de Jesús es nuestra
única esperanza verdadera. Por eso la Iglesia ‘exalta’ la Santa Cruz y también por eso
nosotros, los cristianos, bendecimos con el signo de la cruz”.
La noticia realmente impactante es que las personas, todas y cada una, caeremos,
tendremos la sensación de que nos hundimos y que no hay ni salida ni marcha atrás.
Que la vida no es fácil, que existen errores que parecen que sean incombustibles en
nuestras entrañas más profundas de nuestro ser. Pero Jesús, no lo olvides, murió por
TÍ, porque te quiere más de lo que tú te puedes imaginar, más de lo que te quieres a tí
mismo, a ti misma.
Este es el legado de la cruz. Ante una noche infame y de oscuridad absoluta, donde
parece que el odio y la violencia han tomado la delantera, se hace presente la
humildad, la oración, la sencillez y el poder del silencio.
Deberíamos analizar y asumir, aunque nos parezca ilógico, cómo afronta Jesús la vida
y su muerte, la valentía en decir YO SOY, antes de ser detenido, compadeciéndose de
todo un pueblo maleable a la manipulación y el engaño; aquel que lo recibió con
palmas el domingo, lo lleva directo al patíbulo con su omisión constante eligiendo a
Barrabás.
Así somos, y la historia nos muestra que somos bastante insistentes en dicha dirección.
Que la cruz nos ayude a cambiar el sino de los tiempos, de los otros y del nuestro, que
acojamos y que no juzguemos. Si lo conseguimos nuestras cruces serán más ligeras.
Para ello, eso sí, sólo se requiere que seamos menos del mundo y más del Dios de
Jesús crucificado.
Viernes Santo: parar, meditar, rezar.

¿Por qué no aprovechar una hermosa tradición de la Iglesia iniciada en el siglo XVII por
un jesuita de Perú? Considerar, uno a uno, los momentos en que, según los
Evangelios, Jesús pronunció sus últimas siete palabras mientras estaba en la cruz.

Meditarlas llevando en la oración a quienes, en tantos países del mundo actual, sufren
la injusticia, la sed, el aislamiento.
1. A Dios: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”
2. Al “buen ladrón”: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.”
3. A María, su madre, “Mujer, ahí tienes a tu hijo” ... y a Juan, “Ahí tienes a tu
madre.”
4. A Dios, su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
5. A todos: “Tengo sed.”
6. Al mundo: “Todo está cumplido.”
7. A Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”

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