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Esta parábola se encuentra únicamente en el Evangelio de Mateo y se

trata del dueño de una viña que contrata a unos jornaleros en


diferentes momentos del día.

Los que fueron contratados a las seis de la mañana trabajan todo el


día y los que fueron contratados a las cinco de la tarde solamente
trabajan una hora. Sin embargo, el dueño de la viña les paga a todos
el salario del día completo (un denario). Él se asegura de que todos
sepan que están recibiendo el mismo pago a pesar de que trabajaran
durante una cantidad de horas diferente. No es sorprendente que
aquellos que fueron contratados primero se quejen de que trabajaron
más y no ganaron más dinero que los que comenzaron a trabajar
tarde.

A diferencia de la parábola del sembrador (Mt 13:3–9; 18–23), Jesús


no proporciona una interpretación específica, por lo cual, los eruditos
han hecho muchas interpretaciones. Ya que el pueblo en la historia se
compone de trabajadores y administradores, algunos aseguran que se
trata del trabajo.

Y es que, en nuestra sociedad, la lucha por la justicia social, por los


salarios dignos, por la posibilidad misma de un empleo, tiene tanta
fuerza que es fácil que nos despistemos al escuchar esta parábola.

Parece que presenta a Dios como un patrono, un empresario


caprichoso que responde a las críticas de los sindicalistas con un «yo
hago lo que me da la gana».

No es eso. Muchas parábolas usan la misma técnica que esta para


conducir a sus lectores hacia una reflexión que tiene poco que ver con
las apariencias. Al principio se describen las contrataciones tal como
sucedían en la realidad cotidiana; al final, en cambio, la actitud extraña
y provocativa del dueño exige que pasemos a comprender el relato
desde otra óptica, desde la óptica de Dios.

«El Reino de los cielos se parece a…» algo muy raro, algo que no se
da en nuestro mundo, a la generosidad infinita de Dios que no se para
a medirnos ni a pesarnos para regalarnos su amor. Y es que a Dios no
le van las matemáticas, y nos pide que nosotros también dejemos de

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contar y compararnos con tanta precisión; nos pide que nos
dediquemos a trabajar en su viña con espíritu esponjado y generoso.
Todos somos llamados, todos sin excepción, porque no es lo
importante la cantidad de trabajo, el número de horas, sino la
posibilidad misma de trabajar, de vivir, totalmente entregado a Dios.

La auténtica recompensa no es el dinero, el jornal; el verdadero don


de Dios es poder seguirlo, poder estar trabajando para él, sirviéndole
al servir a los hermanos.

Los primeros jornaleros han tenido la enorme ventaja de haber


conocido antes a Dios, de poder dirigir su vida por un camino de
plenitud, de autenticidad, de alegría.

Los demás han tenido que esperar, han estado ociosos en la plaza o
vagabundeando con su vida a cuestas hasta encontrarse con el Señor
de la vida.

Ahora, tal vez la parábola no trata realmente acerca del trabajo. Como
contexto, encontramos los ejemplos sorprendentes de Jesús sobre
aquellos que pertenecen al reino de Dios: por ejemplo, los niños (Mt
19:14), que legalmente ni siquiera son dueños de sí mismos. Él aclara
que el reino no les pertenece a los ricos o al menos no a muchos de
ellos (Mt 19:23–26), sino que les pertenece a aquellos que lo siguen,
en particular si sufren pérdidas por esa causa. “Muchos primeros serán
últimos, y los últimos, primeros” (Mt 19:30). Inmediatamente después
de esta parábola encontramos otro final con las mismas palabras: “los
últimos serán primeros, y los primeros, últimos” (Mt 20:16). Esto indica
que la historia es una continuación de la discusión acerca de aquellos
a quienes les pertenece el reino. La entrada al reino de Dios no se
gana por nuestro trabajo o acción, sino por la generosidad de
Dios.

Como la parábola comienza diciendo que el reino de los cielos es


semejante a un hombre…, entonces sabemos que la misma tiene
como propósito dar un ejemplo de la naturaleza de este reino que
Jesús viene anunciando desde 1:17. La viña, como sabemos, era un
símbolo para hablar de Israel como nación gobernada por Dios.

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Vemos como el dueño de la viña argumentó que el tenía derecho de
hacer lo que quisiera con su dinero. Él les llamó la atención al hecho
de que no debían tener envidia de su generosidad hacia quienes
trabajaron solo brevemente.
La envidia es, sin duda, el más venenoso de los pecados mortales. No
solo los envidiosos detestan a los otros por lo que tienen, sino que se
detestan a sí mismos por no tenerlo. Somos todos trabajadores en la
viña del Señor. Todos podemos confiar que Él no solo será justo,
sino también generoso con nosotros.

El dueño de la viña, en su misericordia, les pagó a todos la misma


suma. ¿Acaso hay momentos en que egoístamente me considero más
digno que otros?

Si es así, entonces, esta parábola permanecerá siempre como un


tropiezo, si nuestros corazones no están junto al corazón de Jesús.
Una interpretación común ve una injusticia y hasta ahí llega. Seguirá
siendo una historia irritante, si no podemos vislumbrar algo de la
generosidad de Dios y de su compasión desbordante.

Cuando contemplamos nuestra vida y vemos lo bueno, debemos


inclinarnos y agradecer. Pero, cuando ponemos nuestra atención en lo
que tienen los otros, nos podemos distraer y apartar del camino.

Ahora, aquí tenemos un símbolo del reino de los cielos. Si el dueño


necesita obreros para trabajar en su viña significa que el reino es algo
que se construye en cooperación con Dios, no algo que Dios realiza
por sí solo.

Este trabajo es remunerado pero esta remuneración no depende de


los méritos personales de los obreros sino de la generosidad del
propietario. Podríamos decir que la entrada al reino, el momento
de la retribución, del pago, no depende de las obras de la persona
sino de la gracia de Dios. Si nos sorprende la acción del propietario
aquí deberíamos ver que algo similar sucede en Mateo 25:31-46, en
donde los que heredan el reino son aquellos que se compadecieron de
los afligidos y desposeídos de la sociedad.

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La generosidad de Dios nos llama a ser generosos también. Todo
juicio que está basado en la posición social, nacionalidad, ingreso o
educación, es demasiado estrecho y expulsa a Dios.

Imaginemos la alegría y aprecio que experimentaron los que llegaron


tarde a trabajar.
Una vez que entendemos que la parábola se trata de la generosidad
de Dios en el reino de los cielos, aún nos podemos seguir preguntando
cómo aplica en el trabajo.

Si usted está recibiendo un sueldo justo, el consejo que surge es que


usted debe estar contento con su salario. Si otro trabajador recibe un
beneficio inesperado, ¿no sería mejor alegrarse en vez de refunfuñar?

Pero también existe una aplicación más amplia. El dueño en la


parábola les paga a todos los trabajadores lo suficiente para sustentar
a sus familias. La situación social en la época de Jesús era que
muchos pequeños agricultores eran expulsados de sus tierras por
causa de las deudas que debían adquirir para pagar los impuestos
romanos.

Esto incumplía el mandato del Dios de Israel de que la tierra no se le


podía quitar a las personas que la trabajaban (Lv 25:8–13), pero por
supuesto, esto no les importaba a los romanos. Por consiguiente,
grandes grupos de hombres desempleados se reunían cada mañana,
esperando que los contrataran por el día. Eran los trabajadores
desplazados, desempleados y subempleados de la época.

Los que siguen esperando a las cinco de la tarde tienen poca


oportunidad de ganar lo suficiente para comprar el alimento de día
para sus familias, pero, de todas formas, el dueño de la viña les paga
incluso a ellos el salario del día completo.

Si el dueño de la viña representa a Dios, este es un mensaje poderoso


de que, en el reino de Dios, los trabajadores desplazados y
desempleados pueden encontrar un trabajo que cubra sus
necesidades y las necesidades de los que dependen de ellos. Ya
hemos visto a Jesús diciendo que “el obrero es digno de su alimento”
(Mt 10:10). Esto no significa necesariamente que los empleadores

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terrenales tienen la responsabilidad de satisfacer todas las
necesidades de sus empleados.

Los empleadores terrenales no son Dios. Más bien, la parábola es un


mensaje de esperanza para todos los que luchan por encontrar un
empleo adecuado. En el reino de Dios, todos encontraremos un
trabajo que satisfará nuestras necesidades.

Finalmente vemos como por medio de esta parábola el Señor enseño


que el asunto de las recompensas está bajo el control soberano de
Dios, que es el dueño de la Viña. Él es a quien todos rendiremos
cuentas. Muchos de los que ahora tienen posiciones prominentes se
encontrarán un día con que habrán sido degradados. Y muchos que
frecuentemente se encuentran al final de la escala social se
encontraran en los mejores lugares.

¡Ojalá todos nos encontrásemos de verdad con el llamado urgente de


Dios a hacer de su viña, que es este mundo, el planeta de solidaridad,
de amor, de fraternidad que él soñó, y sigue soñando, para sus hijos
amados!

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