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SI LA MUERTE ME SORPRENDIERA.

“AL MORIR, SE DEJA DE MORIR, PORQUE LA MUERTE LIBERA Y ES UN


SALTO A LA VIDA”

Si la muerte me sorprendiera, le diría: muerte, ve y da una vuelta mientras


escribo unas palabras; cuenta con que voy a dedicarte algunas, es más, ya
lo estoy haciendo, porque tú eres la protagonista, curioso, ¿verdad?
Muerte, tú nos circundas todo el tiempo y eres quizás de todas, la que
menos nos preocupa, siendo tú, la que nos puedes quitar todo, porque,
¿de qué sirve todo si no estás vivo? A mí por ejemplo pareces tenerme sin
cuidado; desde que murió mamá me di cuenta que tú, muerte, conduces a
la libertad, eso sentí que le sucedió a mamá, se liberó del dolor, de la
angustia, del sufrimiento y ahora pienso que está en un mejor lugar, no sé
si dormida o despierta, pero no tengo duda que se trata de un plácido,
sereno y hermoso lugar. La muerte de mamá me afectó, fue un momento
duro, sí, muy duro, días de llanto, de desasosiego, pero paradójicamente
también de paz, de tranquilidad, porque, como ya lo mencioné, sé que
está descansando, libre de dolor y sufrimiento. ¿La amo?, si, la amo, ¿la
extraño?, si, la extraño, no imaginas cuanta muerte, y debiera estar
molesto contigo por habérsela llevado, pero no, ella merecía descansar.
Finalmente pienso que tú no me la quitaste, simplemente la llevaste a
otro lugar, a un lugar fantástico, lo sé, y desde allí conversamos en
silencio, en el lenguaje de Dios, con el cual nos permite estar por encima
de ti, muerte; ahora comparto con ella en mis sueños. La vida para mí, al
igual que tú, muerte, parece no tener trascendencia, pero no es así. No
obstante, como están las cosas, el mundo convertido en una torre de
babel, en ocasiones llego a pensar que la vida es un accidente, un triste
accidente de la naturaleza, porque resulta decepcionante para mí, darle la
trascendencia que merece, a una vida que, entre millones de seres, lo
único que parece, es sumar a la desdicha del universo, o por lo menos de
nuestro planeta, y a la desilusión de Dios. Uno podría preguntarse ¿qué
significado puede tener la vida de un ser humano, en medio de un
universo que ni siquiera parce percatarse de nuestra existencia? Un punto
que se mueve en un ínfimo lugar de un diminuto punto en el espacio,
porque eso es la tierra, un ínfimo punto que gira alrededor de una estrella,
que es apenas perceptible en un brazo de la vía láctea, la galaxia en la cual
se encuentra, la cual además resulta ser un grano de arena, entre las
innumerables galaxias que habitan el universo. Vivimos esperanzados en
una vida más allá de ti, muerte, pensando en un Dios todo poderoso que
nos hizo como la más perfecta y predilecta de sus creaciones. Nuestra
perfección le ha costado la vida a muchas especies y tiene en vía de
extinción a otras tantas. El planeta está a punto de colapsar gracias a
nuestra perfección. Como lo plasmó un pichón de publicista en una
muestra de su trabajo: si los animales creyeran en Dios, el hombre sería el
demonio. Nada más cierto: con lo que somos, o más bien, con lo que
hacemos y como somos, pudiéramos pensar que fuimos a lo mejor la
creación de Satanás para destruir la obra de Dios, y no es blasfemia,
porque he dicho: pudiéramos pensar. Así las cosas, el enemigo no sería
solo el demonio, el enemigo también sería el hombre como instrumento
del mal, que, con su comportamiento le hace apología a la maldad.

Vista desde un bosque de grandes árboles, en donde se respira el aire


fresco y se vive la paz de un mundo en equilibrio, al que llamamos:
salvaje, las ciudades de los humanos, son lo más parecido al infierno.

Somos hijos de Dios por linaje, pero no por redención, somos renegados,
lo cual nos hace proclives a ser presa fácil de Lucifer, a convertirnos en la
encarnación de Satanás. Nosotros no hacemos el amor, fornicamos,
asesinamos, hurtamos, mentimos, traicionamos. Matamos animales
indefensos en la práctica del deporte de la cacería, mutilamos a nuestras
mascotas para que se vean bonitas, encerramos aves y peces para
relajarnos viendo sus colores y movimientos, disfrutamos su danza
macabra en la búsqueda de una salida a su hábitat natural, nos divertimos
viendo martirizar a los toros en lo que llamamos la fiesta brava, nos
resulta placentero ver como se matan los gallos a picotazos, pagamos para
ver como dos hombres desesperados y acosados por el hambre y la
miseria, en un ring de boxeo, se golpean de manera inmisericorde para
competir por una bolsa de dinero, que le permitirá al ganador huir de la
pobreza sin importar muchas veces, si el que cae en la lona muere o
queda lisiado por el resto de su vida; comemos más de lo que necesita
nuestro cuerpo, aun sabiendo que eso es gula, y lo disfrutamos. Nos
gozamos la vida con el morbo; si los periódicos y los noticieros en
televisión no mostraran episodios sangrientos, de desolación y
destrucción, casi a nadie le interesarían. De hecho, entre las más grandes
producciones cinematográficas, están las que muestran grandes tragedias.
Por eso la muerte no debería preocuparme, porque al morir, cualquiera
podría pensar que la tierra no pierde nada y yo de nada me pierdo. No sé
cómo podemos pretender llegar a donde un Dios bondadoso, cuando todo
lo que hacemos es el mal. Es tan cierto, que expresamos pena por los más
necesitados, pero qué hacemos para mejorar las condiciones de los
demás, nada, o casi nada, siempre tendremos una excusa para evitar
actuar. Nos basamos en la estadística y decimos que más del 80% de la
riqueza se concentra en el 2% de la población del mundo, y eso qué, de
todas maneras mirando hacia abajo, es decir, el 20% de la riqueza, la cual
se distribuye en el 78% de la población, siendo unos más acomodados que
otros, nadie o casi nadie renuncia a su riqueza para solventar al 20% de la
población que vive en condiciones de miseria, que padece hambre y no
tiene agua potable, no, para nosotros es más fácil dejar que el mundo
continúe en su inercia, acomodándonos en el lugar que podamos,
justificándonos de una u otra forma, para evitar el peso de la culpa;
finalmente, el problema siempre será de otro.

A Jesús, lo condenaron, lo mancillaron, lo humillaron, lo descarnaron y lo


crucificaron los romanos a solitud de los sacerdotes del Sanedrín; esa es la
historia que nos contaron, pero no, no, eso no es del todo cierto, esa es la
versión más cómoda, la que nos libera de toda responsabilidad; la verdad
es que a Él le hicimos eso, todos nosotros, toda la humanidad, los que
vivieron los acontecimientos acaecidos en Jerusalén el día de su juicio, de
su pasión y muerte, unos, los que actuaron, quienes le juzgaron,
torturaron y asesinaron, otros, que estando presentes callaron para
proteger sus vidas de la manera más cobarde, y todos nosotros, que
continuamos condenándolo, mancillándolo, humillándolo, lacerándolo,
descarnándolo y crucificándolo, con nuestra apostasía, con nuestra falsa
fe, cuando miramos con indiferencia al desvalido, cuando albergamos
sentimientos de ira contra nuestro hermano, cuando agredimos al vecino,
cuando renegamos de Dios en los momentos de angustia, de enfermedad,
olvidando que debemos gloriarnos en la debilidad porque es allí donde
Dios nos fortalece (2 Corintios 12: 7 al 10). Y con todo ello, todos tratamos
de lavarnos las manos al igual que Pilatos; dice la historia que, ante Poncio
Pilatos, prefecto (gobernador) de la provincia de Judea, fueron
presentados dos hombres, Jesús de Nazaret y Barrabás, para que uno de
los dos fuera puesto en libertad en la fiesta de la pascua judía, conforme a
una tradición romana. Al examinar la palabra Barrabás, esta tiene su
origen en el antiguo Arameo: “bar abbá” y significa “hijo del padre”, lo
cual hace pensar, que en realidad los judíos que se congregaron allí, el día
de la pascua, pedían que liberaran a Jesús, pero la historia romana de
manera conveniente creo este siniestro personaje zelote, para de esa
manera responsabilizar a los judíos de la muerte de Jesús y adoptar el
cristianismo como la religión oficial del imperio sin la culpa que pudiera
corresponderles, porque grandísima sería la carga para Roma, si habiendo
ellos tenido que ver con la muerte del Maestro, se considerasen los
guardianes de la casa de Cristo. Lo más conveniente es decir que no
fueron los romanos y si los judíos que no son cristianos, cuando en
realidad a Cristo lo matamos y lo seguimos matando, especialmente, los
cristianos.

Nos congregamos en iglesias en donde muchos de los jerarcas viven en la


opulencia, visten prendas confeccionadas por los grandes magnates de la
industria de la confección, comen manjares y ostentan un poder
supuestamente divino, iglesias en las que sus jerarcas día a día se
enriquecen con la fe de los incautos, con la promesa de una vida más allá
de la muerte, en un lugar paradisiaco llamado cielo, en donde se invita a
los feligreses a vivir una vida de sumisión y sencillez, es decir, opuesta a la
que muchos de sus sacerdotes y pastores viven, en las que se pregona el
amor cuando promueven la exclusión e incluso consideran diabólica y
enfermiza la práctica de comunidades que no se ajustan a sus paradigmas,
iglesias que se acusan unas a otras, se persiguen unas a otras, se maldicen
unas a otras, cuando el mensaje de Jesús es simple: servir, dar,
comprender, socorrer, aliviar, reconocer, perdonar; en una palabra: amar;
su mensaje lo resume en estas palabras: “Los phariseos, informados de
que Jesús había tapado la boca a los saduceos, se mancomunaron, y uno
de ellos, doctor de la Ley, le preguntó para tentarle: Maestro, ¿cuál es el
mandamiento principal de la Ley? Respondiole Jesús: Amarás al Señor
Dios tuyo de corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el
máximo y primer mandamiento. El segundo es semejante a este, y es:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos será
cifrada toda la Ley y los profetas”. Jesús nos invita a amarnos, a que cada
uno sea uno en el otro, como es Él en cada uno de nosotros. El amor no
divide, une; quien divide, va en contra del amor.

En la fe en Cristo, no se trata de tomar partido ni de armar rencillas en su


nombre, sino de amarlo de corazón, con toda el alma y con toda la mente,
y al abrirse a Él, escuchar con atención lo que el Apóstol Pablo dijo a los
colosenses: “Ya, pues, que habéis recibido por Señor a Jesucristo, seguid
sus pasos, unidos a él como a vuestra raíz, y edificados sobre él como
sobre vuestro fundamento, y confirmados en la fe, que se os ha enseñado,
creciendo más y más en ella con acciones de gracia. Estad sobre aviso para
que nadie os seduzca por medio de una filosofía inútil, y falaz, y con vanas
sutilezas, fundadas sobre la tradición de los hombres, conforme a las
máximas del mundo, y no conforme á la doctrina de Jesucristo." (Epístola
del Apóstol Pablo a lo Colosenses, 2:8-9).

Dios es bondadoso, no pueden ser de Dios esos pensamientos cargados de


envidia, egoísmo, resentimiento, no, cualquiera que piense de esa forma:
excluyendo, odiando, maldiciendo, renegando, ostentando, dividiendo, no
está poseído por el Espíritu Santo, sino por satanás, el enemigo del amor,
el enemigo de Dios.

Nuestra irracionalidad es tan grande y estamos tan mal, que vivimos


convencidos que somos racionales a pesar de toda esta devastación que
hemos llevado a cabo en el planeta, de lo cual, además somos
conscientes. Es más, consideramos a los demás animales como inferiores
precisamente en razón a su irracionalidad. No he visto al primer animal, ni
al más tenebroso de los depredadores engullirse a otro animal
simplemente por el placer de comer, no, ellos lo hacen para alimentarse.
Si bien es cierto que entre los animales prevalecen los más fuertes y estos
en ocasiones someten a los débiles para quedarse con el territorio, los
alimentos y las hembras, lo hacen con un claro sentido de la proporción,
toman lo necesario para asegurar su supervivencia y su herencia genética.
La ley del más fuerte en los humanos, está asociada no a la supervivencia
ni a la prevalencia de su herencia genética, sino al orgullo, a la arrogancia,
la soberbia, la avaricia y la opulencia. Con lo que acumulan los humanos
más fuertes, podría alimentarse incluso a toda la especie humana y salvar
al mundo entero de la enfermedad, de la miseria, pero no, eso a ellos no
los conmueve, lo importante es acumular más y más, por eso crean
ejércitos, armas, fortalezas, grandes templos cargados de suntuosidades,
para proteger su poder y su riqueza, sin pensar que con el costo de las
armas, de sus guerras y de todos sus suntuosos y ostentosos bienes y
monumentos, podrían garantizar la paz y solventar a la especie.

Muy a pesar de todo esto, sé que existe la bondad, la misericordia, el


amor, el respeto; pero me pregunto, ¿existirán en las dosis necesarias
para salvar al hombre? Siendo Dios tan bondadoso, parecería no quedarle
opción para proteger la vida de las plantas y los animales, que curar al
planeta de esa enfermedad, de ese cáncer, de esa podredumbre en que se
ha convertido el hombre. ¿Es posible qué no sea demasiado tarde y que
para Dios no quede otra opción que enfrentarse a una nueva Sodoma?

¿Acaso somos el ángel caído, o nos convertimos en presa fácil del ángel
caído y traicionamos a Dios?

Aun en aquel tiempo, en el cual Dios destruyó a Sodoma con fuego y con
azufre para extirpar el pecado (Génesis 19: 1-38), salvó a Lot y a su familia;
estamos a tiempo de entender, que, como la creación predilecta de Dios
debemos ser instrumentos de Él para preservar y engrandecer toda su
obra, si no nos es posible salvarnos todos, por lo menos conformemos la
familia de Lot, no siendo muchos, con la misericordia de Dios sé que se
podría rescatar a nuestra especie. Partamos por comprender que siendo
creaturas tan ínfimas en el universo, habitando en un punto imperceptible
que gira alrededor de una estrella que se pierde en un brazo de la
inmensidad de la Vía Láctea, la cual es apenas un punto entre miles de
millones de puntos en el vasto universo, ese universo tan infinitamente
grande, cabe en nuestra mente y viajamos a través de él con el
pensamiento, es más, nuestros viajes se producen en fracciones de
segundo y podemos ir a los lugares más recónditos y apartados de esa
inmensidad llamada universo, a lugares inimaginables. También viajamos
con el pensamiento a través del tiempo, desplazándonos a nuestro antojo
hacia adelante o hacia atrás, recreamos eventos pasados e imaginamos los
futuros. Nos ha sido dado el poder de imaginar incluso las partículas
cuánticas, de ver sin haber estado allí, la superficie de Venus. Que
grandeza, que maravilla, somos algo así como semidioses que no hemos
comprendido el Génesis, que no hemos dimensionado que, al haber sido
creados a imagen y semejanza de Dios, nos fue dada la potestad de ser
semejantes a Dios.

Destruyamos a Sodoma y construyamos la nueva Jerusalén, destruyamos


la casa de Satanás y construyamos una casa a Dios, para que habite en
ella. Estamos a tiempo.

Pero parece que todo está dicho y realizado, Jesús lo profetizó al decir:
“¡Jerusalén! ¡Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los que a ti
son enviados, ¿cuántas veces quise recoger a tus hijos, como la gallina
recoge a sus pollitos bajo las alas, y tú no lo has querido? He aquí que
vuestra casa va a quedar desierta. Y así os digo: en breve ya no me veréis
más, hasta tanto que reconociéndome por Mesías digáis: Bendito sea el
que viene en nombre del Señor” (Mt. 23: 37).

No obstante, somos apostatas, decimos creer en Jesucristo, pero no le


seguimos como Él lo señaló al responder a Tomás, quien le preguntó
“Señor, no sabemos a dónde vas: pues ¿cómo podemos saber el camino?
Respóndele Jesús: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al
Padre, sino por mí” (Juan 14: 5, 6). Sabemos cuál es el camino de la
salvación y no lo tomamos, somos renuentes a Dios, preferimos continuar
en nuestra apostasía.

¿Es a Jesucristo, engendrado en María, nacido por obra y gracia del


Espíritu Santo, a quien realmente creemos, o es al ángel caído quien se
manifiesta en imágenes y nos arrastra a reconocerlo como una deidad?

Bien dijo Jesús: “Y ¿cómo es posible que me recibáis y creáis, vosotros que
andáis mendigando alabanzas unos de otros: y no procuráis aquella gloria
que dé solo Dios procede? (Juan 5: 44).

Pensamos que basta con decir que creemos en Dios y por ende en
Jesucristo y el Espíritu Santo, que son uno solo; no, si creemos en Él, es a
Él y únicamente a Él a quien debemos adorar y es para su gloria que
debemos actuar. Estando en el desierto Jesús, se le presentó satanás y
para tentarlo “le mostró todos los reinos del mundo, y la gloria de ellos, y
le dijo: todas estas cosas te daré, si postrándote delante de mí me
adorares. Respondiole entonces Jesús: apártate de ahí, satanás: porque
está escrito: adorarás al Señor Dios tuyo, y a él solo servirás” (Mateo 4: 8-
10). Son nuestras acciones, que se constituyen en la verdadera oración,
con las cuales podemos dar testimonio de nuestra fe en el Señor, pues
imitarlo a Él, significa ser como Él y es así como podemos ser a su imagen
y semejanza; caso contrario, así sea bueno lo haya en nuestro corazón, si
lo que sale de nuestra boca y lo que hacen nuestras manos, no es de lo
que hay en nuestro corazón, no es el camino del Señor el escogido, el
camino de la salvación, sino el de la perdición, es la apostasía.

Jesús dijo: “Y el Padre que me ha enviado, Él mismo ha dado testimonio de


mí: vosotros empero no habéis oído jamás su voz, ni visto su semblante.
Ni tenéis impresa su palabra dentro de vosotros, pues no creéis a quien Él
ha enviado. Registrad las Escrituras, puesto que creéis hallar en ellas la
vida eterna: ellas son las que están dando testimonio de mí. Y con todo no
queréis venir a mí para alcanzar la vida” (Juan 5: 37, 40).

Recordemos y de manera insistente que Él dijo: “Yo soy el camino, y la


verdad, y la vida”

El ser humano no puede pretender tomar atajos, el camino es uno solo y


tiene nombre, tampoco puede pretender tomar el camino a su antojo,
unas veces sí y otras no. La presencia de Dios no es intermitente, no, Él es
soberano.

Si la muerte me sorprendiera, con tristeza diría: viví lo que pude y me fue


permitido e hice lo que quise mas no lo que debí hacer, pero por la
misericordia de Dios, habiéndome arrepentido le pediría al Señor mi
Salvador que perdonara todos mis pecados y sé que aun en el lecho de
muerte Él me escucharía.

Pero, si por la gracia de Dios, no me sorprende la muerte, le pido al Señor,


que guíe mis pasos para seguir la senda que Él trazó para nosotros, que no
me permita buscar atajos ni salirme del camino, que me alimente con su
palabra, que es la verdad y la fuente de la vida, para que mis acciones
sean de su agrado y para su gloria. Con humildad le pido además, que me
acepte en las filas de su ejército que al son de trompetas marcha hacia el
campo de batalla con la espada enfilada contra el mal, pues Jesús dijo:
“No penséis que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino
espada” (Mateo 10: 34), la espada del Señor es su palabra que al entrar en
el corazón del hombre, lo limpia, lo libera y lo enaltece, y unido a Él, cada
uno en Él y Él en cada uno, estando a su servicio, propaga la palabra para
que sean más los aliados del bien, solamente así, sumando y sumando al
bien, podremos salvarnos de nuestra miseria y perdición.

“Yo sé que mi Redentor vive” (Job. 19: 25).

Con el más profundo amor, a mi Señor Jesucristo,

EURÍPIDES.

Soldado de Jesucristo.

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