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Domingo 6º del Tiempo Ordinario

Todos somos Comunidad

Cuando nos reunimos para la eucaristía, lo hacemos porque


somos comunidad. ¿Hasta qué punto somos comunidad, aun
estando aquí juntos en torno a Cristo? Quizás falten aquí
hermanos, porque no se sienten aceptados. Quizás son
demasiado pobres para lucir bonita indumentaria, o temen que
los menospreciemos por su incapacidad o deficiencia social o
mental, o incluso física. ¿Por qué nuestra comunidad no se abre
suficientemente para integrarlos y para liberarlos de sus temores
y soledad? ¿Estamos dispuestos a reintegrarlos a la comunidad,
como hoy nos enseña Jesús con su palabra y con su ejemplo?
DESARROLLO DE LA CELEBRACIÓN

Decimos: ✠ En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Sírveme de defensa, Dios mío, de roca y fortaleza salvadoras. Tú eres mi


baluarte y mi refugio, por tu nombre condúceme y guíame.

GLORIA

Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te
glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre
todopoderoso. Señor, Hijo único, Jesucristo, Señor Dios, Cordero de Dios,
Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás
sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque sólo tú eres
Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la
gloria de Dios Padre. Amén.

ORACIÓN

Oremos: Señor Dios, que prometiste poner tu morada en los


corazones rectos y sinceros, concédenos, por tu gracia, vivir de tal
manera que te dignes habitar en nosotros. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Liturgia de la Palabra
PRIMERA LECTURA

Lectura del primer libro de Levítico (13, 1-2. 44-46)


El Señor dijo a Moisés y a Aarón: “Cuando alguno tenga en su carne una o
varias manchas escamosas o una mancha blanca y brillante, síntomas de la
lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o ante cualquiera de sus hijos
sacerdotes. Se trata de un leproso, y el sacerdote lo declarará impuro. El
que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá la ropa descosida, la
cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ‘¡Estoy contaminado!
¡Soy impuro!’ Mientras le dure la lepra, seguirá impuro y vivirá solo, fuera
del campamento”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL del salmo 31


R./ Perdona, Señor, nuestros pecados.

Dichoso aquel que ha sido absuelto


de su culpa y su pecado.
Dichoso aquel en el que Dios
no encuentra ni delito ni engaño.
R./ Perdona, Señor, nuestros pecados.

Ante el Señor reconocí mi culpa,


no oculté mi pecado.
Te confesé, Señor, mi gran delito
y tú me has perdonado.
R./ Perdona, Señor, nuestros pecados.

Alégrense con el Señor y


regocíjense los justos todos,
y todos los hombres de corazón
sincero canten de gozo.
R./ Perdona, Señor, nuestros pecados.
SEGUNDA LECTURA

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios


10, 31-11,1

Hermanos: Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra
cosa, háganlo todo para gloria de Dios. No den motivo de escándalo ni a los
judíos, ni a los paganos, ni a la comunidad cristiana. Por mi parte, yo
procuro dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés, sino eI de
los demás, para que se salven. Sean, pues, imitadores míos, como yo lo soy
de Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO

R/. Aleluya, aleluya. Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha


visitado a su pueblo. R/. Aleluya, aleluya.

EVANGELIO

† Del santo Evangelio según san Marcos 1, 40-45


A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de
rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de
él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: Sana!”
Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio. Al despedirlo,
Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para
que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu
purificación lo prescrito por Moisés”. Pero aquel hombre comenzó
a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar
abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares
solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión sobre el Evangelio.

Comenzamos en la primera lectura del Levítico con las normas que Moisés
dio al pueblo judío sobre la lepra. Hemos de pensar que eran normas que
abarcaban a muchas otras enfermedades de la piel, que nosotros
consideramos como habituales, por ejemplo, la psoriasis. Son normas muy
duras: “El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera
desgreñada, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!”. Mientras
le dure la afección, seguirá siendo impuro. Es impuro y vivirá solo.” Nos
podemos imaginar que terrible era la vida para una persona leprosa, fuera
de las ciudades, con la ropa rota, en soledad, sin poder trabajar, lejos de la
familia, pero sobre todo rechazada por todos.  Realmente los leprosos eran
"muertos vivientes", privados de toda vida de familia, de trabajo y de
religión.
En el Evangelio un leproso se acerca a Jesús y le dice puesto de rodillas: “Si
tú quieres, puedes curarme.” Cuánta esperanza y la fe puesta en Jesús, para
poder sanarse y liberarse de esa vida tan terrible. Jesús no sólo le responde
diciendo: “¡Sí, quiero, sana!” Hace algo más sorprendente ¡Lo toca! Con un
solo gesto, rompe todas las normas del judaísmo y rompe una barrera que
aislaba al enfermo. Tocar al leproso significa, amarlo, liberarlo, decirle que a
Dios no le importaba mancharse. En ese contacto, entre la mano de Jesús y
el leproso, cae toda barrera entre Dios y la impureza humana, para
demostrar que Dios es más fuerte que cualquier mal, incluso del más
contagioso y horrible.

Es también un compromiso para Jesús porque desde ese instante


Jesús también quedaba impuro bajo la ley sagrada de la pureza. Y
esto tendrá una consecuencia para Jesús: “Jesús ya no podía
entrar abiertamente en la ciudad; sino que se quedaba fuera, en
lugares solitarios.” Jesús asume para sí la marginación del leproso
y ya no puede entrar en la ciudad. Sin embargo, la multitud no
deja de buscarlo, las normas se van rompiendo por la actitud de
Jesús y el testimonio del leproso. Todos van viendo en Jesús, al
Salvador, el que puede sanar y liberar.

Este evangelio de Jesús es provocador, porque nos lleva a preguntarnos


sobre como tratamos a los que sufren, a los que están marginados, a los
enfermos y a los pobres. ¿Somos capaces de tocarlos? ¿Es decir, de llegar a
su vida y su corazón? ¿Mis gestos muestran la misericordia y la compasión
al otro? En estos tiempos de pandemia, en los que estamos separados,
aislados, sin poder tocarnos. ¿Cómo expreso mi cercanía con los que
sufren?

Terminamos con una experiencia de S. Francisco de Asís, que él narra en su


testamento: “El Señor me dijo que comenzase a hacer penitencia de la
siguiente forma. Cuando era pecador, me parecía demasiado amargo ver a
los leprosos; y el Señor mismo me condujo entre ellos y practiqué con ellos
misericordia. Y lo que antes me parecía amargo se transformó en
dulzura de cuerpo y alma.” En aquellos leprosos que Francisco encontró
cuando aún era pecador, estaba Jesús. Y cuando Francisco se acercó a uno
de ellos y, venciendo su propia repulsión, lo abrazó, Jesús lo curó de su
lepra, es decir, de su orgullo, y lo convirtió al amor de Dios. 

Profesión de fe

Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.


Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido
por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y
sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó entre los
muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios
Padre, Todopoderoso. Desde allí vendrá a juzgar a vivos y a
muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la
comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección
de la carne y la vida eterna. Amén.

ORACIÓN DE LOS FIELES

Hermanos, sabiendo que Dios es nuestro refugio y salvación, acudamos a Él


con confianza y digámosle: R./ Muéstranos tu gloria y tu compasión.

 Para que la gloria de Dios y la salvación de todos los hombres sea el


móvil del vivir y actuar de la Iglesia y de los cristianos. Oremos. R./
Muéstranos tu gloria y tu compasión.

 Para que termine la división que existe entre los cristianos, y el deseo
de unidad de Jesús sea pronto una realidad. Oremos. R./ Muéstranos
tu gloria y tu compasión.

 Para que el Señor aleje de las comunidades cristianas el espíritu


triunfalista y las haga servidoras humildes de la paz, la justicia y el
amor. Oremos. R./ Muéstranos tu gloria y tu compasión.

 Para que a los enfermos que son marginados y juzgados, no les falte
ayuda, y para que encuentren en sus hermanos la cercanía de Dios
que los ama como son. Oremos. R./ Muéstranos tu gloria y tu
compasión.

 Para que el Señor convierta el corazón de los que viven en


pecado, los atraiga por su amor y los consuele con su
misericordia. Oremos. R./ Muéstranos tu gloria y tu compasión.

 Para que esta celebración avive en nosotros el espíritu de


gratitud a Dios que nos salva y que no deja de bendecirnos, de
curarnos y de darnos su paz. Oremos. R./ Muéstranos tu gloria
y tu compasión.

(Intenciones libres)

Celebrante: Gracias, Padre, por tender tu mano poderosa sobre nuestras


enfermedades y miserias; recibe cuanto con humildad te hemos suplicado y
haz que, como el leproso del Evangelio, proclamemos todo el bien que
viene de Ti. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Con Jesús nuestro Señor, oremos al Padre de todos, que hace brillar el sol
por igual sobre los buenos y sobre los débiles. R/ Padre nuestro

Oración de Comunión espiritual:

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento


del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo sacramentalmente, ven al menos
espiritualmente a mi corazón. Y como si ya estuvieras conmigo, te abrazo y
me uno contigo. Quédate conmigo y no permitas que me separe de Ti. R.
Amén.

Oración final

Hermanos: ¡Qué super-feliz sería nuestra comunidad si


pudiéramos aceptarnos plenamente unos a otros justamente tal
como somos: sin condenar, sin juzgar, envidiar, ni mirar con malos
ojos, sin menospreciar a nadie, sin intentar crear a los otros a
nuestra imagen y semejanza… Más bien, edifiquémonos unos a
otros a imagen y semejanza de Cristo; y que la compasión y la
misericordia permanezca viva en nuestras comunidades. Para que
podamos hacerlo así, que la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y
permanezca para siempre. R. Amén.

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