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A veces me pregunto si debería envidiarlos.

A veces me pregunto cómo son capaces de algo así: de sentir ese


odio. Cómo pueden estar tan seguros. Porque quienes odian deben sentir eso: seguridad. De lo contrario, no
hablarían así, no harían tanto daño, no matarían de esa manera. De lo contrario, no podrían humillar, despreciar
ni atacar a otros de ese modo. Tienen que estar seguros. No albergar la más mínima duda. Si se duda del odio,
no es posible odiar. Si dudaran, no podrían estar tan furiosos. Odiar requiere de una certeza absoluta. El más
mínimo «tal vez» sería molesto. Cualquier «puede que» socavaría el odio y consumiría una energía que lo que
pretende es, precisamente, ser canalizada (Carolin Emcke).

Nosotros, en aquella colonia, nos apropiamos de las más espectaculares y las más obvias entre las características de nue
blanco, que eran, por supuesto, las peores. Aun conservando la identidad de nuestra raza, nos adherimos rápidament
características cuyo soporte era más gratificante, y menos dificultoso su mantenimiento. En consecuencia, no éramo
pero sí presuntuosos, no éramos aristócratas pero sí teníamos conciencia de clase; creíamos que autoridad equivalía a c
nuestros inferiores y que educación significaba ir a la escuela. Confundíamos la violencia con la pasión, la indolencia co
asimilábamos la imprudencia a la libertad. Criábamos a nuestros hijos y cultivábamos nuestras propiedades; dejábamos q
crecieran y las propiedades prosperasen. Nuestra virilidad la determinaban las adquisiciones; nuestra feminidad, las re
(Toni Morrison).

No podemos concebir deseo alguno que no tenga referencia a la sociedad. La soledad completa es posiblemente
el mayor castigo que podamos sufrir. Todo placer languidece cuando no se disfruta en compañía, y todo dolor
se hace más cruel e insoportable. El alma o principio vivificante de de todas las pasiones es la simpatía.;
cualquier otra pasión por la que podamos ser movidos [...] está animada por la simpatía y no tendría fuerza
alguna si hiciéramos entera abstracción de los pensamientos y sentimientos de otras personas. Aunque todos los
poderes y elementos de la naturaleza conspiren para servir y obedecer a un hombre; aunque el sol salga y se
ponga según su voluntad, el mar y los ríos se agiten cuando él desee, y la tierra produzca espontáneamente todo
cuanto le pueda ser provechoso o agradable, ese hombre seguirá siendo miserable hasta que se le proporcione al
fin otra persona a quien hacer partícipe de su alegría, y de cuyo aprecio y amistad pueda disfrutar (Hume).

La naturaleza parece (cuanto más nos miramos en ella), formada por antipatías: sin algo que odiar, perdemos la
primavera del pensamiento y la acción. La vida sería una piscina estancada, si no fuera perturbada por los
intereses discordantes y las pasiones desordenadas de los hombres. La raya blanca en nuestras propias fortunas
se aclara (o simplemente se hace visible haciendo a su alrededor lo más oscuro posible) de modo que se forma,
en la pintura, un arco iris en una nube. ¿Es orgullo? ¿Es envidia? ¿Es la fuerza del contraste? ¿Es la debilidad o
la malicia? Pero así es, hay una afinidad secreta, un anhelo del mal en la mente humana, y que toma un matiz
perverso, una suerte de placer, de travesura, ya que es una fuente inagotable de satisfacción. Bien pronto se hace
insípido, quiere variedad y al espíritu. El dolor es un sabor agridulce. El amor se convierte, con un poco de
indulgencia, en indiferencia o disgusto: sólo el odio es inmortal. ¿No vemos este principio de trabajo en todas
partes? hay entre los animales tormento y preocupación sin misericordia: los niños matan moscas por deporte:
cada cual lee sobre accidentes y delitos en un periódico como la crema de una broma: un pueblo entero se va a
incendiar y el espectador de ninguna manera se alegra de ver extinguido el fuego. Es mejor que lo sea, pero
disminuye el interés y nuestros sentimientos son de participar con nuestras pasiones más que con nuestras ideas.
Los hombres se reúnen en multitudes, con entusiasmo ardiente, para presenciar una tragedia, pero si hubo una
ejecución más adelante,en la siguiente calle, el teatro quedará vacío (W. Hazlitt).

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