(Francia, 1783-1842) Novelista y ensayista francés que figura entre los grandes maestros de la novela analítica. Marie Henri Beyle que éra su verdadero nombre nació en Grenoble, el 23 de enero de 1783, hijo de un abogado. Fue educado primero por un sacerdote jesuita y más tarde estudió en la École Centrale laica de Grenoble. Escapó de las limitaciones de la educación provinciana viajando a París, y a los 17 años ingresó en el ejército de Napoleón Bonaparte. Stendhal disfrutó de la vida social de los militares en Milán, pero en 1802 abandonó el ejército y llevó una vida bohemia en París. En 1806 se quedó sin dinero y volvió al ejército, donde desempeñó diversas misiones diplomáticas y participó en la fracasada campaña rusa de 1812. En 1814, tras la caída de Napoleón, Sthendal viajó a Italia, donde a lo largo de siete años escribió el tratado de crítica de arte Historia de la pintura en Italia (1817) y un libro de recuerdos personales y estudios académicos titulado Roma, Nápoles y Florencia en 1817 (1817). Esta última fue su primera obra publicada bajo el seudónimo de Stendhal. Acusado por el gobierno austriaco, que entonces gobernaba en el norte de Italia, de apoyar al movimiento de independencia italiano, Stendhal fue expulsado de Italia en 1821. Regresó a Francia cuando cesó la persecución de los defensores de Napoleón y se estableció en París para dedicarse a leer, llenar numerosos cuadernos de notas y escribir. Llevó una vida social e intelectual muy activa, frecuentando diversos salones literarios en los que destacó por su habilidad en el arte de la conversación. Un año más tarde terminó su famoso Sobre el amor (1822, tenía 39 años), un tratado semiautobiográfico sobre la naturaleza del amor, inspirado en una de las muchas mujeres a las que el autor amó a lo largo de su vida. En esta obra exponía sus opiniones vanguardistas sobre el matrimonio, el papel de la mujer, la moral y la política. En 1830, a la llegada al trono de Luis Felipe de Orleans, Stendhal fue nombrado cónsul de Francia en la localidad italiana de Trieste. En 1831 fue destinado a una ciudad más pequeña, Civitavecchia, cerca de Roma, donde escribió sus dos principales novelas. El rojo y el negro (1830) analiza la sociedad contemporánea a través de la mirada de Julien Sorel, un ambicioso joven de provincias que se abre camino en la vida primero como soldado y más tarde como sacerdote. La cartuja de Parma (1839) narra las vicisitudes de Fabrizio del Dongo, un joven noble que se ve envuelto en las intrigas políticas del ducado de Parma. En ambas novelas Stendhal exalta la fuerza, la pasión y la espontaneidad. Sus héroes se descubren a sí mismos a medida que avanzan por la vida en pos de sus ambiciones. Stendhal permaneció en Civitavecchia hasta que murió de un ataque al corazón el 23 de marzo de 1842. Su apego al individualismo es la causa por la que generalmente se incluye a Stendhal entre los escritores románticos. Sin embargo, el extremado rigor crítico con que analiza la psicología humana lo hace destacar como uno de los primeros escritores realistas del siglo XIX. Uno de sus principales logros fue la creación de un nuevo modelo de héroe. Tanto Julien como Fabrizio son personajes aislados psicológicamente, alejados de la sociedad y enfrentados a las imposiciones e ideales de ésta. Con frecuencia se dice que ambos personajes son retratos parciales del propio Stendhal. Stendhal. Del amor (Alianza Editorial)
Fragmentos del prólogo de Consuelo Berges:
Teoría de la cristalización, que explica el amor como una operación psíquica eminentemente subjetiva: el enamorado proyecta sobre el objeto amado una creciente suma de perfecciones deslumbrantes que cubren y magnifican su verdadero ser. El suceso amoroso es, pues, una especie de alucinación, una enfermedad, una especie de locura. Nuestra imaginación va descubriendo perfecciones en la persona de la cual hemos comenzado a enamorarnos.
Fragmentos del prólogo de Stendhal:
El libro que sigue explica sencillamente, razonablemente, matemáticamente, por decirlo así, los diversos sentimientos que se suceden unos a otros y cuyo conjunto se llama la pasión del amor. Para seguir con interés un examen filosófico de este sentimiento, necesita el lector algo más que inteligencia: es absolutamente indispensable que haya visto el amor.
Capítulo 1. (Páginas 97/98)
Intento entender esta pasión cuyas fases sinceras son siempre bellas. Hay cuatro amores diferentes: 1º El amor pasión: El de la monja portuguesa, el de Eloísa por Abelardo, el del capitán De Vesel, el del gendarme de Cento. 2º El amor placer: El que reinaba en París hacia 1760 y se halla en las memorias y novelas de esa época, en Crébillon, Lanzun, Duclos, Marmontel, Chamfort, madame d’Epinay. En este cuadro, todo, hasta las sombras, debe ser color de rosa, no debe entrar en él, con ningún pretexto, nada desagradable so pena de carecer de mundo, de buen tono, de delicadeza. Un hombre de alta estirpe conoce de antemano todos los procedimientos que debe emplear y hallar en las diversas fases de este amor; no habiendo nada en él de pasión y de espontaneidad hay a veces más delicadeza que en el amor verdadero, porque en él interviene siempre mucha la inteligencia. Mientras que el amor pasión nos arrastra por encima de todos nuestros intereses, el amor placer sabe siempre conformarse a ellos. Verdad es que, si a este pobre amor se le quita la vanidad, queda muy poca cosa. 3º El amor físico: Yendo de caza hallar una hermosa fresca campesina que huye por el bosque. Todo el mundo conoce el amor fundado en esta clase de placeres. 4ª El amor vanidad. La inmensa mayoría de los hombres, sobre todo en Francia, desea y tiene una mujer de moda, como se posee un hermoso caballo, como una cosa necesaria al lujo del mancebo. A veces participa el amor físico, pero ni siquiera siempre.
Capítulo 2. Del nacimiento del amor (Páginas 100 a 103)
He aquí lo que pasa en el alma: 1º La admiración 2º El admirador se dice: ¡Qué placer darle y recibir besos! 3º La esperanza. Se estudian las perfecciones; éste es el momento, para el mayor placer físico posible, en que una mujer debiera entregarse. 4º Ha nacido el amor. Amar es sentir placer en ver, tocar, sentir con todos lo sentidos y lo más cerca posible de un objeto amado y que nos ama. 5º Comienza la primera cristalización Si se deja a la cabeza de un amante trabajar durante veinticuatro horas, resultará lo siguiente: En las minas de sal de Salzburgo, se arroja a las profundidades abandonadas de la mina una rama de árbol despojada de sus hojas por el invierno; si se saca al cabo de dos o tres meses, está cubierta de cristales brillantes; las ramillas más diminutas, no más gruesas que las patas de un pajarillo, aparecen guarnecidas de infinitos diamantes, trémulos y deslumbradores; imposible reconocer la rama primitiva. Lo que yo llamo cristalización es la operación del espíritu que en todo suceso y en toda circunstancia descubre perfecciones en el sujeto amado. Un hombre apasionado ve en la mujer amada todas las perfecciones; sin embargo la atención puede estar distraída aun, pues el alma se cansa de todo lo uniforme, incluso de la felicidad perfecta. He aquí lo que viene a fijar la atención: 6º Nace la duda. El amante llega a dudar de la felicidad que se prometía, y se torna severo sobre los motivos de esperanza que había creído ver. Intenta desquitarse con los otros placeres de la vida y los encuentra nulos. Le sobrecoge el temor de una terrible desgracia, y se concentra en una profunda atención. 7º Segunda cristalización Entonces comienza la segunda cristalización, y los diamantes que ésta produce son confirmaciones de esta idea: Me ama. Y la cristalización se orienta a descubrir nuevos encantos. Después se apoderan del amante la duda y el mirar extraviado y le hacen detenerse sobresaltado. El pecho se olvida de respirar, y el enamorado se dice: “Pero ¿me ama?” En medio de estas alternativas desgarradoras y deliciosas, el pobre amante siente vivamente. Precisamente la evidencia de esta verdad, este caminar al borde de un horrendo precipicio mientras se toca con la mano la ventura perfecta, es lo que da tanta superioridad a la segunda cristalización sobre la primera.
Capítulo 3. De la esperanza (Páginas 103/104)
Basta un grado muy pequeño de esperanza para provocar el nacimiento del amor. Aunque al cabo de dos o tres días, pueda fallar la esperanza, no por eso el amor ha dejado de nacer. Lo que asegura la duración del amor es la segunda cristalización, durante la cual se ve a cada instante que se trata de ser amado o de morir.
Capítulo 8. (Páginas 112/113)
La diferencia entre el nacimiento del amor en uno y en otro sexo debe provenir de la naturaleza de la esperanza, que no es la misma. El uno ataca y la otra se defiende; el uno solicita y la otra niega; el uno es atrevido y la otra es tímida. En el hombre, la esperanza depende simplemente de los actos de la mujer amada, nada más fácil de interpretar. En las mujeres, la esperanza tiene que fundarse en consideraciones morales muy difíciles de apreciar exactamente. La mayor parte de los hombres solicita una prueba de mayor que para ellos disipa toda duda; las mujeres no tienen la fortuna de disponer de una prueba semejante; se da en la vida la desgracia de que lo que constituye la seguridad y la dicha de uno de los amantes representa el peligro y casi la humillación del otro. En amor, los hombres corren el riesgo del tormento secreto del alma, mientras que las mujeres se exponen a las burlas en público; son más tímidas, y por otra parte, la opinión es mucho más para ellas, pues les es indispensable la buena reputación. Capítulo 10. (Página 116) Se advierte por qué en el nacimiento del amor es necesaria la belleza: porque es necesario que no se interponga el obstáculo de la fealdad. Después el enamorado llega a encontrar hermosa a su amada tal como es, sin pensar en la verdadera belleza.
Capítulo 11. (Página 118)
La cristalización de la amante de un hombre, o su BELLEZA, no es otra cosa que el conjunto de TODAS LAS SATISFACCIONES de todos los deseos que el enamorado ha podido crear sucesivamente respecto de ella.
Capítulo 15. (Página 123/124)
En medio de la pasión más violenta y más contrariada, gozamos momentos en los que, de pronto, creemos que ya no amamos. Es como un manantial de agua dulce en medio del mar. Ya no sentimos casi ningún deleite en pensar en la mujer amada y, aunque nos abrumen sus rigores, nos sentimos casi más desgraciados de no poder interesarnos ya por nada en la vida. El vacío más triste y más desalentado sucede a un estado sin duda más inquieto y torturante, pero que presenta la naturaleza toda bajo un aspecto nuevo, apasionado, interesante
Capítulo 24 (Página 141)
Desde el primer momento, la idea del final de la visita está demasiado presente para que se pueda gozar de ésta. El enamorado habla mucho y sin escuchar; a veces dice lo contrario de lo que piensa. Se embarca en razonamientos que tiene que cortar en seco cuando cae en la cuenta de su ridiculez. Es tan violento el esfuerzo, que determina un aspecto de frialdad. El amor queda oculto por su propio exceso.
Capítulo 26. Del pudor (página 147)
Es tal la fuerza del pudor, que una mujer enamorada llega a descubrirse, ante su amante, antes por los actos que por las palabras.
Capítulo 31. Extracto del diario de Salviati (páginas 164/ 170)
“Desesperado por el infortunio a que el amor me reduce, maldigo mi existencia. No tengo ánimo para nada. El tiempo es sombrío, llueve, un frío tardío ha venido a entristecer de nuevo la naturaleza que, después de un largo invierno, se asomaba a la primavera.” Un sombrero de raso blanco un poco parecido al de madame… visto de lejos de la calle, le paraba el latir del corazón y le obligaba a apoyarse en la pared. Hasta en sus más tristes momentos, el gozo de encontrarla le daba siempre unas horas de embriaguez superiores a la influencia de todas las desdichas y de todos los razonamientos.
Capítulo 32. De la intimidad. (Páginas 171/173)
En el amor pasión, la intimidad no es tanto la felicidad completa como el último paso para llegar a ella. Mas ¿cómo describir la felicidad, si no deja recuerdos? Creo que todo el arte de amar se reduce a decir exactamente lo que dicta el grado de embriaguez del momento; es decir, en otras palabras, a escuchar a nuestra alma. No crean que esto es tan fácil; un hombre verdaderamente enamorado, cuando su amiga le dice cosas que le hacen dichoso se queda sin fuerzas para hablar. Pierde así los actos que sus palabras hubieran provocado, y más vale callarse que decir a destiempo cosas demasiado tiernas; lo que hace diez segundos era oportuno, en este momento ya no lo es y resulta una torpeza.
Capítulo 33 (Página 176)
Siempre una pequeña duda que calmar: He aquí la sed de todos los momentos, he aquí la vida del amor afortunado. Como el temor no le abandona nunca, sus placeres no pueden aburrir jamás.
Capítulo 34. De las confidencias. (Página 177).
No hay en el mundo insolencia más rápidamente castigada que la que nos hace confiar a un amigo íntimo un amor pasión. Sabe, si lo que decimos es cierto, que tenemos placeres mil veces superiores a los suyos. Entre las mujeres es mucho peor aún, porque la fortuna de su vida consiste en inspirar una pasión y porque la propia confidente ha exhibido también por lo general las gracias de su persona a las miradas del amante.
Capítulo 36. Continuación sobre los celos. (Páginas 185/186)
En el largo tiempo que hemos vivido cerca de ella, seguramente habremos descubierto cuál es la mujer de la ciudad o de la sociedad de quien está celosa y a la que teme más. Cotejemos a esta mujer, pero, lejos de exhibir nuestro cortejo, procuremos ocultarlo y procurémoslo de buena fe; encomendémonos a los ojos del odio para verlo y sentirlo todo. Para juzgar el amor de la amada, recuérdese: 1º Que cuanto más placer físico entra en la base de un amor, más expuesto está el amor a la inconstancia y, sobre todo, a la infidelidad. 2º El amor de dos personas que se aman no es casi nunca igual. El amor pasión tiene sus fases, durante las cuales, y sucesivamente, uno de los dos ama más. Cualquiera que sea el amor sentido por uno de los amantes, desde el momento en que está celoso exige que el otro cumpla las condiciones del amor pasión; la vanidad simula en él todas las necesidades de un corazón transido.
Capítulo 38. Del puntillo de amor propio. (Página 193)
En el amor placer triunfa el puntillo (amor propio exagerado) y dirige su destino. Esta es la mejor experiencia para diferenciar el amor placer del amor pasión.
Capítulo 41. De las naciones en relación con el amor. (Página 209)
El amor es una flor deliciosa, pero que hay que tener el valor de ir a cortarla en los bordes de un horrible precipicio. Además del ridículo, el amor ve siempre junto a sí a la desesperación de ser abandonado por la criatura amada, y no quede más que un dead blanck para todo el resto de la vida.
Fragmentos diversos (Páginas 301/ 303)
4. Una señal de que acaba de nacer el amor es que todos lo placeres y todas las penas que pueden producir todas las demás pasiones y todas las demás necesidades del hombre dejan inmediatamente de afectarle. 11. Nada tan interesante como la pasión, porque en ella todo es imprevisto, y el agente es víctima. Nada tan pedestre como el amor placer, en el que todo es cálculo, como en todos los negocios prosaicos de la vida.