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Introducción
Hace más de cien años, el caudillo e intelectual liberal, Rafael Uribe Uribe,
escribió, al comienzo de su valiente libro De cómo el liberalismo político
colombiano no es pecado, un diagnóstico de nuestra realidad política que no
ha perdido un ápice de su perturbadora vigencia:
La sola enunciación del tema que habrá de ser materia de este trabajo (la
demostración de que el liberalismo no es pecado) podría hacer sonreír en
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otro país que no fuese Colombia, pero aquí sabemos que no se trata de
una disertación teórica sino de la cosa más seria del mundo, directamente
conexionada con la vida real, inquieta, dolorosa y miserable que se hace
llevar a una gran parte de la población de nuestro país.
Puedo añadir que, aunque sólo la muerte pone definitivo límite a esta
miseria, la persona supersticiosa no se atreve a huir a este refugio, sino
que sigue prolongando una existencia miserable, con el vano temor de
ofender a su hacedor utilizando la facultad de la que ese ser benéfico la ha
dotado. Este cruel enemigo nos arrebata los regalos de Dios y de la
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naturaleza y, a pesar de que un solo paso nos sacaría de las regiones del
dolor y el pesar, sus amenazas nos siguen encadenando y nos convierten
en un odioso ser que la propia superstición contribuye a hacer miserable
(Hume, 2011, p. 502).
Es curioso que el ejercicio del libre albedrío, del que dios dotó a las personas,
no se pueda hacer efectivo en el momento más definitivo de la existencia
humana cuando se padece une enfermedad incurable y dolorosa. El suicidio es
una ofensa a dios porque el tránsito a la otra vida solo lo decide él.
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1. La defensa liberal de la eutanasia
Hay varias distinciones que hay que hacer entre eutanasia voluntaria, no-
voluntaria e involuntaria, y entre eutanasia activa y pasiva. La eutanasia
voluntaria es aquella que se realiza a petición del interesado y la no voluntaria
es aquella en la que los pacientes son completamente dependientes, por
deterioro o disminución irreversible de las facultades y, por tanto, no pueden
expresar su voluntad ni es posible conocerla. Por lo tanto, otros deciden por
ellos. La eutanasia activa se define como: X realiza una acción que por sí
misma resulta en la muerte de Y. La eutanasia pasiva: X permite que Y muera.
X suspende el tratamiento que permite salvar vidas o retira el tratamiento que
evita la muerte.
¿En qué consiste una defensa liberal de la eutanasia? Tal como lo expresa
Carlos Gaviria, vivimos en un Estado pluralista que se funda en el respeto a la
dignidad humana y que “confiere a todas las personas el derecho al libre
desarrollo de su personalidad, sin más limitaciones que las que imponen los
derechos de los demás y el orden jurídico” (Gaviria, 2001, p. 2). Igualmente,
“La persona es reconocida por la norma de normas como sujeto moral
autónomo, lo que significa que es ella la que ha de elegir los principios y
valores morales que deben regir su conducta. El Estado, entonces, la asume
como capaz de decidir sobre lo bueno y lo malo, sin que puedan los órganos
de poder, legítimamente, sustituirla en esa radical decisión” (Gaviria, 2001, p.
2). Por eso el pluralismo es un corolario obligado de todo lo anterior:
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Finalmente, Carlos Gaviria afirma que el Código Penal colombiano, no
tipifica como delito la tentativa de suicidio. Por lo cual, sin médico ayuda a un
paciente a morir, no comete ninguna falta punible.
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impidan la mutua interferencia para la persecución de tales planes de vida,
sino que, incluso, la faciliten.1
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Kant afirma que “...la autonomía es el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda
naturaleza racional (Kant, 2002, p. 125).”
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El respeto por la dignidad de las personas se halla consagrada en la tercera formulación del imperativo
categórico de Kant: “Pues los seres racionales están todos bajo la ley de que cada cual no debe tratarse a sí
mismo y a los demás nunca simplemente como medio, sino siempre al mismo tiempo como un fin en sí
mismo (Kant, 2002, p. 122).
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El segundo principio, el de dignidad personal, establece que las personas no
pueden ser utilizadas como objetos o como meros instrumentos para la
satisfacción de los deseos de otra persona. Cuando alguien mata a otro para
conseguir alguna cosa, simplemente lo está utilizando como un medio para
sus fines. En realidad, ese individuo no importa como persona, importa sólo
como una cosa más que sirve para conseguir otra cosa.
Como lo deja en claro Carlos Gaviria, un liberal reconoce que hay diferentes
maneras de vivir la vida. Por ejemplo, una persona creyente en Dios puede
tener un estilo de vida tan respetable como una persona que no crea en él.
Ambas son opciones igualmente válidas. Lo que sí es claro para un liberal
como él es que la ética no depende de la religión. Pues la multitud de
creencias religiosas carecen de una prueba sólida que establezca quién tiene la
razón en materia religiosa. ¿Tiene la razón un cristiano o un musulmán? No es
posible establecerlo a ciencia cierta. Por lo tanto, debemos ser tolerantes en
materia de religión y aceptar que bajo un Estado liberal las leyes deben valer
tanto para los creyentes como para los no creyentes. Dicho de otra manera, el
Estado debe ser neutral en materia de religión. Si no lo fuera, estaría violando
la igualdad de los seres humanos y discriminándolos en razón de sus creencias
religiosas. Se supone que en un Estado liberal cabemos todos.
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con el artículo 11 superior que dispone en forma perentoria: El derecho a la
vida es inviolable” (Gaviria, 2001, p. 4).
Pero ¿qué pasa con los que sostiene la tesis de que la vida es sagrada? Si para
los creyentes vivir es una obligación absoluta, tal creencia es legítima y la
conducta correspondiente con ella también, es decir, no acabar con su vida,
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las personas, eso no quiere decir que la eutanasia sea éticamente incorrecta.
Simplemente quiere decir que desde el punto de vista del creyente la eutanasia
estaría mal, pero desde otro punto de vista, un punto de vista no religioso,
puede que la eutanasia sea aceptable moralmente. La persona religiosa vivirá
de acuerdo a sus creencias y nadie podrá imponerle que acepte y practique la
eutanasia. Otra persona aceptará que la eutanasia es una forma válida de
terminar con su vida y su sufrimiento. Ambos son modos de vida igualmente
válidos. En democracia, el pluralismo es ley.
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sentimientos de los posibles involucrados. En este sentido la ética se define
como una lucha en contra de nuestras inclinaciones e intereses y, por ello,
actuar por deber supone siempre un acto de represión o constricción de
nuestros impulsos que casi, por definición, Kant considera como signos claro
de un egoísmo inmoral. Pero quizás el ejemplo más claro del rigorismo
kantiano se da en el caso del suicidio. Según Kant,
...conservar la vida propia supone un deber y además cada cual posee una
inmediata inclinación hacia ello. Pero por esa causa, el angustioso desvelo
que tal cosa suele comportar para la mayoría de los hombres no posee
ningún valor intrínseco y su máxima carece de contenido moral alguno.
Preservan su vida conforme al deber, más no por deber. Por el contrario,
cuando los infortunios y una pesadumbre desesperanzada han hecho
desaparecer por entero el gusto a la vida, si el desdichado desea la muerte,
más indignado con su destino que pusilánime y abatido, pero conserva su
vida sin amarla no por inclinación o por miedo, sino por deber, entonces
alberga su máxima un contenido moral (Kant, 2002, p. 70).
Del anterior texto parece seguirse que vivir la vida si ella es placentera y
agradable carece de valor moral. Pero cuando la vida es una pesada carga,
según Kant, cuando la vida es sufrimiento, es cuando vivirla tiene un
verdadero contenido y valor morales. La obligación tiene que ser penosa si es
que quiere ser una obligación moral. Esta apología del sufrimiento no es muy
distinta a la hecha por las éticas religiosas. En Las lecciones de ética Kant
afirma, al ocuparse del problema del suicidio, pese a que según él lo hace sin
tener en cuenta a la religión, que “Dios es nuestro propietario” y sugiere que:
“Quien llegue tan lejos para considerarse dueño de su propia vida, también se
creerá dueño de la vida de la vida ajena, abriendo así las puertas a todos los
vicios (Kant, 1998, p. 194).”
A partir de lo anterior es claro que Kant parece negar la misma autonomía que
con tanto ahínco parece defender en otros lados: no podemos decidir
autónomamente si deseamos vivir o no, pues después de todo, y por razones
religiosas, no es posible respetar la libre decisión de las personas. En este
sentido la posición de Kant se opondría dogmáticamente y, por razones
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motivadas por la religión, a la eutanasia voluntaria. Como afirma Esperanza
Guisan, la noción kantiana de deber
...supone uno de los lastres más pesados de la herencia pietista que Kant
sublimó y racionalizó, convirtiendo al Dios cristiano en razón pura
práctica no contaminada por las inclinaciones humanas, según la
traducción filosófica kantiana del concepto de purificación del pecado de
origen dentro de la tradición y la ortodoxia cristiana (Guisán, 1993, p.
34).
Por otra parte, la misma noción kantiana de bien moral está copiada de los
ideales prácticos del cristianismo, lo que implica una serie de inconvenientes
para la construcción de un principio de imparcialidad dentro de su propuesta
ética.
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La tesis que Hume pretende sostener en su ensayo “Sobre el Suicidio” (1757)
es clara y constituye indudablemente el punto de partida de las discusiones
contemporáneas sobre la eutanasia voluntaria: los hombres tienen derecho a
acabar con su vida cuando consideran desde un punto de vista racional que
dicha vida no les proporcionará más que sufrimiento. En este caso la muerte
no supone un mal para que el muere, sino un bien. En contra de esta
afirmación se han sostenido tradicionalmente tres objeciones: el suicidio y por
extensión, la eutanasia voluntaria, que en esencia y como hemos señalado ya,
podría ser considerada un suicidio asistido, es un crimen porque (1) atenta
contra la voluntad de Dios, que es quien nos ha creado (argumento kantiano de
raíces tomistas), (2) atenta contra el resto de los seres humanos o el interés
público (argumento social), o, finalmente, (3) atenta contra el interés del
propio individuo (argumento paternalista jurídico-moral).
Como en otras muchas ocasiones, David Hume adopta ante estas objeciones
una técnica de reducción al absurdo. Supongamos que todo está gobernado por
leyes naturales dictadas por la Providencia divina; supongamos, pues, que
Dios existe, que nos ha creado y que es dueño de nuestra vida. De esto se
seguiría que:
…ya que las vidas de los hombres son siempre dependientes de las leyes
generales de la materia y el movimiento, ¿es la disposición dela propia
vida criminal porque en todos los casos resulta criminal incumplir estas
leyes o estorbar su operación? Pero esto parece absurdo… (…) Para
destruir la evidencia de esta conclusión, debemos mostrar una razón por
la que este caso particular sea una excepción. ¿Es porque la vida humana
resulta de tanta importancia que constituye una presunción para la
prudencia humana disponer de ella? Pero la vida de un hombre no es de
mayor importancia para el universo que la de una ostra. Y si fuera de tan
gran importancia, el orden de la naturaleza humana la ha sometido de
hecho a la prudencia humana y nos ha sometido a la necesidad, en cada
incidente, de tomar una determinación respecto de ella (Hume, 2011, p.
497).
Por otra parte, podríamos sostener que, puesto que no es legítima ninguna
intromisión en el curso y funcionamiento de las leyes de la naturaleza,
tampoco deberíamos por tanto interferir en ellas cuando nuestra vida corre
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peligro en circunstancias normales, es decir, atentaríamos de la misma forma
contra ellas al abandonar la vida que si nos apartáramos de la trayectoria de
una piedra porque amenaza con golpearnos la cabeza y salváramos con ello
nuestra vida. Como dice brillantemente Hume:
La clave para resolver la discusión entre los dos puntos de vista aquí
enfrentados, el teísta y el ateo, está en el supuesto oculto de la doctrina de la
santidad de la vida humana. Mientras que Kant, por ejemplo, se haya aferrado
a dicho supuesto, Hume acude a una tradición de pensamiento precristiana
que, por tanto, concibe el respeto por la vida en términos diferentes.
Por otra parte, la negación del derecho a la propia muerte, cuando el derecho a
la vida se convierte en un deber incondicionado remite a la cuestión de la
supererogación, ante la cual, como ya es tradicional en la ética
contemporánea, sólo se puede afirmar que podemos exigir al ser humano que
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sea eso, un ser humano, dentro de lo cual se incluye el ser bueno o virtuoso,
pero no el ser un santo ni un héroe. Las defensas teológicas contra el suicidio
y la eutanasia se convierten, en las manos de Hume, en razones a favor de él.
Con respecto al daño (...) que una persona puede causar a la sociedad, sin
violar ningún deber preciso hacia el público ni perjudicar específicamente
a ningún otro individuo más que a sí mismo, la sociedad puede y debe
soportar este inconveniente por amor de ese bien superior que es la
libertad humana (Mill, 1980, p. 97).
Conclusión
Como hemos visto, la defensa liberal de la eutanasia de Carlos Gaviria es
sólida. Lo que he intentado plantear como complemento a su argumentación
con relación a la objeción kantiana al suicidio y los argumentos ateo-
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teológicos de Hume a favor del suicidio son desarrollos de su defensa. Como
sugerí al comienzo, para Carlos Gaviria hay un sentido de la actividad
filosófica que la vincula con servir como terapia contra el miedo a los dioses y
a la nada infinita que nos aguarda tras la muerte. La cuestión de la eutanasia
plantea inevitablemente la pregunta por el sentido de la vida y una respuesta a
tal enigma en términos agnósticos por parte de Gaviria nos permite recordar
que el valor supremo es la libertad por encima de la vida. Por eso, como
Hume, Carlos Gaviria nos invita a que: “Intentemos aquí que los humanos
recuperen su nativa libertad, examinando todos los argumentos que
comúnmente se presentan contra el suicidio, y mostrando que ese acto, según
los sentimientos de los filósofos de la Antigüedad, puede estar libre de toda
imputación de culpa y de reproche (Hume, 2011, p.495).”
Pero tal vez, la frase que me gustaría adivinar que una vez leyó, esbozando
una sonrisa, sea la de Plinio citada por Hume (2011, p. 502): “La facultad de
cometer suicidio la considera Plinio una ventaja que los humanos poseen
incluso sobre la deidad. Dios no puede darse muerte aunque quiera (que es el
mayor don que concedió al hombre ante tantas calamidades de la vida).”
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plantea una utopía falible que puede no darse, por ejemplo, “que en un país
donde tanta gente muere contra su voluntad, haya un espacio para que muera
libremente quien decide hacerlo (Gaviria, 2001, p. 6).” Pero tal quizá sus
palabras más relevadoras son estas que escribió en un artículo y que se aplican
impecablemente a él mismo:
Bibliografía
Gaitán, C. (2016). Carlos Gaviria, un obstinado utópico, El Heraldo, 15 de
mayo.
Gaviria, C. (2001). La Eutanasia. Fundamentos Ético-Jurídicos para
despenalizar el homicidio piadoso-consentido, Revista Consigna,# 468, pp. 1-
6.
Guisán, E. (1993). Ética sin religión, Madrid: Alianza.
Hume, D. (2011). Ensayos morales, políticos y literarios. Madrid: Trotta.
Kant, I. (2002). Fundamentación para una metafísica de las costumbres,
Madrid: Alianza.
Kant, I. (1988). Las lecciones de ética, Barcelona: Crítica.
Mill, J. S. (1980). Sobre la libertad. El utilitarismo, Barcelona: Orbis.
Mill, J. S. (2014). Tres ensayos sobre la religión, Madrid: Trotta.
Villacañas, J. (2002). Kant, en: Historia de la ética, Barcelona, Crítica, vol.
II.
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