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Carlos Gaviria y su defensa liberal de la eutanasia

Jorge Sierra Ph.D.


Docente-investigador
Universidad Autónoma de Colombia
Facultad de Ciencias Humanas
Carrera de filosofía
jorgemill65@yahoo.com

Preguntado Diógenes por sus amigos, en medio de su


enfermedad, que qué se haría con él después de su
muerte, respondió: Pues arrojadme a los campos.
«¡Cómo! —respondieron éstos— ¿A las aves y las
fieras?». No, colocad junto a mí una porra para
defenderme. «¿Para qué? —dijeron ellos—. No estarás
consciente ni podrás hacer uso de ella». Entonces, si las
fieras me devorasen —gritó Diógenes— ¿creéis que lo
notaría? (Hume, 2011, p. 464.).

La mera terminación de la existencia no es un mal para


nadie; la idea solo es temible a través de la ilusión de la
imaginación, que hace que uno se conciba a sí mismo
como si estuviera vivo cuando se considera muerto. Lo
que es odioso en la muerte no es la muerte misma, sino el
acto de morir y sus lúgubres circunstancias; cosas todas
ellas por las que también debe pasar el que cree en la
inmortalidad (Mill, 2014, p. 123 ).

Introducción
Hace más de cien años, el caudillo e intelectual liberal, Rafael Uribe Uribe,
escribió, al comienzo de su valiente libro De cómo el liberalismo político
colombiano no es pecado, un diagnóstico de nuestra realidad política que no
ha perdido un ápice de su perturbadora vigencia:
La sola enunciación del tema que habrá de ser materia de este trabajo (la
demostración de que el liberalismo no es pecado) podría hacer sonreír en

1
otro país que no fuese Colombia, pero aquí sabemos que no se trata de
una disertación teórica sino de la cosa más seria del mundo, directamente
conexionada con la vida real, inquieta, dolorosa y miserable que se hace
llevar a una gran parte de la población de nuestro país.

Y es que si interpretamos las últimas frases del texto como refiriéndose a


quienes, en épocas más recientes, se les hace llevar una vida “inquieta,
dolorosa y miserable”, esto es, a los que padecen alguna enfermedad terminal
incurable sin opción de acceso a la eutanasia, entonces quizá la cuestión de la
que se ocupó Carlos Gaviria (la demostración de que la eutanasia no es
pecado) y su enorme aporte al mundo, tal vez ya no podría hacer sonreír en
otro país que no fuese Colombia: la descriminalización de la eutanasia activa
voluntaria en fallo pronunciado por la Corte Constitucional el 20 de mayo de
1997.

Si bien la cuestión de que la eutanasia es pecado sigue condicionando de


manera negativa muchas de las discusiones en el mundo sobre su legalización,
Colombia hace parte de un pequeño grupo de países tales como Bélgica,
Suiza, Holanda, Japón, y Luxemburgo, así como la provincia canadiense de
Quebec y los estados de Oregón, Montana y Washington, en Estados Unidos,
en los que tal opción de muerte digna y sin dolor está a disposición de los
ciudadanos. Es evidente que este es un logro liberal significativo en un país
desconcertantemente conservador, donde la violencia ha estado fomentada por
la Iglesia durante más de un siglo. Lo paradójico del tema es que quienes se
indignan por la legalización de la eutanasia no consideran que la vida humana
es intrínsecamente valiosa, sino que su prohibición de quitarla se debe a que
dios lo prohíbe porque es él quien puede legítimamente quitarla. Pero la
sacralidad de la vida implica, para muchos pacientes terminales, un deber
oneroso de ser un mártir sin poder elegir no serlo. Por razones estrictamente
teológicas, la miseria del sufrimiento humano no se debe evitar. Como muy lo
expresa Hume:

Puedo añadir que, aunque sólo la muerte pone definitivo límite a esta
miseria, la persona supersticiosa no se atreve a huir a este refugio, sino
que sigue prolongando una existencia miserable, con el vano temor de
ofender a su hacedor utilizando la facultad de la que ese ser benéfico la ha
dotado. Este cruel enemigo nos arrebata los regalos de Dios y de la

2
naturaleza y, a pesar de que un solo paso nos sacaría de las regiones del
dolor y el pesar, sus amenazas nos siguen encadenando y nos convierten
en un odioso ser que la propia superstición contribuye a hacer miserable
(Hume, 2011, p. 502).

Es curioso que el ejercicio del libre albedrío, del que dios dotó a las personas,
no se pueda hacer efectivo en el momento más definitivo de la existencia
humana cuando se padece une enfermedad incurable y dolorosa. El suicidio es
una ofensa a dios porque el tránsito a la otra vida solo lo decide él.

Me interesa analizar los argumentos en los que se basa Carlos Gaviria en su


defensa liberal de la eutanasia, así como sus réplicas a algunos contra-
argumentos a los que se enfrenta dicha defensa. Y como no hay mejor
homenaje para un pensador que discutir el alcance y limitaciones de sus
argumentos, mostraré la necesidad que tiene el defensor liberal de la eutanasia
de enfrentar el argumento kantiano en contra del suicidio y, por ende, de la
eutanasia, y el modo de refutarlo. Finalmente, complementaré la defensa de la
eutanasia de Carlos Gaviria, mostrando, de la mano de Hume, los argumentos
que un creyente religioso puede desarrollar, desde su perspectiva, para
demostrar que la eutanasia no es pecado, sino una práctica coherente con su
doctrina. Si bien, Carlos Gaviria tiene en cuenta una versión de la
justificación teológica de la eutanasia, esta no tiene el alcance de la de Hume.
Con todo lo anterior, espero hacer evidente que la concepción de Carlos
Gaviria acerca del sentido de la filosofía es una noción que entiende el
trabajo filosófico como una terapia encargada de liberar y curar a los seres
humanos de sus dos más profundos miedos que hacen que sus vidas estén
llenas de dolor: el miedo a la muerte y el miedo a los dioses. Hay que
expulsar de la mente de los hombres el temor a la nada infinita y a los dioses
vengativos, caprichosos e imprevisibles, al igual que lo intentaron hacer
Epicuro, Lucrecio y Hume, escépticos todos en materia religiosa al igual que
Carlos Gaviria. Probablemente su defensa del liberalismo político es una
manera indirecta de crear un mundo anticlerical y agnóstico a través de un
argumento expresado del siguiente modo: esta argumento no dice: dado que
parece no haber dioses, probablemente no hay necesidad de mantener
sacerdotes. Sino: dado que el parecer no hay necesidad de mantener
sacerdotes, entonces probablemente no hay dioses.

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1. La defensa liberal de la eutanasia

Hay varias distinciones que hay que hacer entre eutanasia voluntaria, no-
voluntaria e involuntaria, y entre eutanasia activa y pasiva. La eutanasia
voluntaria es aquella que se realiza a petición del interesado y la no voluntaria
es aquella en la que los pacientes son completamente dependientes, por
deterioro o disminución irreversible de las facultades y, por tanto, no pueden
expresar su voluntad ni es posible conocerla. Por lo tanto, otros deciden por
ellos. La eutanasia activa se define como: X realiza una acción que por sí
misma resulta en la muerte de Y. La eutanasia pasiva: X permite que Y muera.
X suspende el tratamiento que permite salvar vidas o retira el tratamiento que
evita la muerte.

¿En qué consiste una defensa liberal de la eutanasia? Tal como lo expresa
Carlos Gaviria, vivimos en un Estado pluralista que se funda en el respeto a la
dignidad humana y que “confiere a todas las personas el derecho al libre
desarrollo de su personalidad, sin más limitaciones que las que imponen los
derechos de los demás y el orden jurídico” (Gaviria, 2001, p. 2). Igualmente,
“La persona es reconocida por la norma de normas como sujeto moral
autónomo, lo que significa que es ella la que ha de elegir los principios y
valores morales que deben regir su conducta. El Estado, entonces, la asume
como capaz de decidir sobre lo bueno y lo malo, sin que puedan los órganos
de poder, legítimamente, sustituirla en esa radical decisión” (Gaviria, 2001, p.
2). Por eso el pluralismo es un corolario obligado de todo lo anterior:

Porque no se reconoce una sola sino múltiples perspectivas desde las


cuales puede examinarse el problema de lo bueno. Este implica, claro
está, el trazarse caminos, proponerse metas, decidir qué sentido ha de
dársele a la vida, pues considerar que ésta ya lo tiene, conferido por un
Ser superior o por la Naturaleza, es apenas una de las opciones posibles.
Puede entonces la persona juzgar que la vida es un bien sagrado,
acogiéndose a una moral religiosa (posible también de más de una
interpretación), considerarla un bien valioso (pero no sagrado), bajo
determinadas circunstancias, o inclusive no valorarla como un bien
(Gaviria, 2001, p. 2).

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Finalmente, Carlos Gaviria afirma que el Código Penal colombiano, no
tipifica como delito la tentativa de suicidio. Por lo cual, sin médico ayuda a un
paciente a morir, no comete ninguna falta punible.

Antes de entrar a analizar en detalle lo dicho hasta aquí, es importante definir


más detalladamente qué se entiende por eutanasia: en la actualidad se entiende
generalmente por “eutanasia” la procura de una buena muerte, en el que una
persona, A, pone fin a la vida de otra persona, B, por el bien de ésta. Así pues,
los rasgos básicos del fenómeno de la eutanasia son:

1. Producir de una manera deliberada la muerte, suave y no dolorosa, de una


persona.
2. Hacerlo por el interés de esa misma persona.

Un empleo riguroso de esta definición restrictiva debería impedir muchas


discusiones que no se relacionan en nada con la eutanasia (peligro nazi,
asesinato de enfermos y de ancianos, selección eugenésica, etc…). Una vez
aclarado que la eutanasia en sentido estricto y genérico es el acto de ayuda a la
muerte de un paciente que sufre de un modo irremediable y que lo desea y que
lo reclama de modo explícito a partir de un análisis racional de su estado de
salud, y que no está en capacidad de morir por sí mismo, requiriendo de este
modo y para tal fin de ayuda. En relación con la eutanasia voluntaria, es
evidente que existe un vínculo directo, o casi una equivalencia, entre la
eutanasia voluntaria y el suicidio asistido, en el que una persona ayuda a morir
a otra que no puede hacerlo por sí misma

Tenemos entonces que la defensa de la eutanasia, según Carlos Gaviria, se


hace dentro del marco de una ética liberal, la cual se configura a partir de 2
principios fundamentales:

Principio de autonomía personal


Este principio establece que: Siendo valiosa la libre elección individual de una
pluralidad de planes de vida, el Estado y los demás individuos no deben
intervenir en esa elección, limitándose a diseñar instituciones que no sólo

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impidan la mutua interferencia para la persecución de tales planes de vida,
sino que, incluso, la faciliten.1

Principio de dignidad personal.


Este principio afirma que: siendo valiosa la humanidad en la propia persona o
en la persona de cualquier otro, no debe tratársela nunca como un medio sino
como un fin en sí misma y no debe imponérsele contra su voluntad sacrificios
o privaciones que no redunden en su propio beneficio.2

¿Cuál es el alcance y significado de estos dos principios? El principio de


autonomía deja en claro dos cosas fundamentales. La primera tiene que ver
con el aspecto sagrado que tiene la libertad o autonomía de las personas. Pues
¿qué es aquello que nos define como personas y por tanto, hace que
merezcamos algún tipo de respeto? Sencillamente nuestra libertad. Un objeto
cualquiera no merece nuestro respeto por que no es algo que pueda actuar
libremente. Las personas son seres que pueden tomar decisiones libremente y
este hecho hace que debamos respetar esas decisiones porque eso es lo que
ellas quieren hacer. Una decisión es valiosa porque es mi decisión y merece
respeto. Si decido por otra persona estaré violando su autonomía. Si elijo que
otra persona muera, estaré irrespetando su libre decisión de continuar con
vida. En síntesis, para actuar correctamente con los demás hay que aprender a
respetar sus decisiones y la manera como ellos deciden vivir su vida. En este
sentido, hay muchas formas de vivir la vida, dependiendo todas de la libre
elección de las personas. El segundo punto que establece el principio de
autonomía tiene que ver con el rechazo del paternalismo, es decir, la
interferencia del Estado y los demás individuos en mis decisiones autónomas.
El Estado debe garantizarme que ni él ni nadie más me impongan un estilo de
vida que yo no quiera. Es más, debe garantizarme los medios para que yo viva
como quiera, claro está, siempre y cuando eso no perjudique a otros.

1
Kant afirma que “...la autonomía es el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda
naturaleza racional (Kant, 2002, p. 125).”
2
El respeto por la dignidad de las personas se halla consagrada en la tercera formulación del imperativo
categórico de Kant: “Pues los seres racionales están todos bajo la ley de que cada cual no debe tratarse a sí
mismo y a los demás nunca simplemente como medio, sino siempre al mismo tiempo como un fin en sí
mismo (Kant, 2002, p. 122).

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El segundo principio, el de dignidad personal, establece que las personas no
pueden ser utilizadas como objetos o como meros instrumentos para la
satisfacción de los deseos de otra persona. Cuando alguien mata a otro para
conseguir alguna cosa, simplemente lo está utilizando como un medio para
sus fines. En realidad, ese individuo no importa como persona, importa sólo
como una cosa más que sirve para conseguir otra cosa.

Como lo deja en claro Carlos Gaviria, un liberal reconoce que hay diferentes
maneras de vivir la vida. Por ejemplo, una persona creyente en Dios puede
tener un estilo de vida tan respetable como una persona que no crea en él.
Ambas son opciones igualmente válidas. Lo que sí es claro para un liberal
como él es que la ética no depende de la religión. Pues la multitud de
creencias religiosas carecen de una prueba sólida que establezca quién tiene la
razón en materia religiosa. ¿Tiene la razón un cristiano o un musulmán? No es
posible establecerlo a ciencia cierta. Por lo tanto, debemos ser tolerantes en
materia de religión y aceptar que bajo un Estado liberal las leyes deben valer
tanto para los creyentes como para los no creyentes. Dicho de otra manera, el
Estado debe ser neutral en materia de religión. Si no lo fuera, estaría violando
la igualdad de los seres humanos y discriminándolos en razón de sus creencias
religiosas. Se supone que en un Estado liberal cabemos todos.

En consecuencia, la eutanasia no irrespeta la autonomía de las personas, dado


que fomenta la libre elección de terminar con la vida por razones médicas
válidas. Justamente no aplicar la eutanasia viola de manera grave la autonomía
de las personas al no respetar lo valioso de esa decisión que reside
precisamente en que es valiosa porque es libremente elegida. La eutanasia
tampoco irrespeta el principio de dignidad personal porque a nadie se le
irrespeta su dignidad por el hecho de que libremente ha decido terminar con su
propia vida. Como veremos después, Kant tendrá una opinión diferente y
considerará que si hay irrespeto al principio de dignidad personal. De ahí la
importancia de refutar esa posición.

2.1. Críticas a la justificación liberal de la eutanasia


Según Carlos Gaviria, “Se ha argüido, en contra del fallo que despenalizó la
eutanasia activa bajo estrictas y precisas condiciones, que pugna abiertamente

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con el artículo 11 superior que dispone en forma perentoria: El derecho a la
vida es inviolable” (Gaviria, 2001, p. 4).

La respuesta de Carlo Gaviria a esta objeción consiste en señalar que lo propio


de un derecho es, además de poder exigirlo, poder renunciar a él. “Porque es
evidente que si la vida es un derecho, nadie puede privarme de él
legítimamente contra mi voluntad, pero yo puedo libremente elegir entre la
vida y la muerte, del mismo modo que optar por quedarme quieto es una
manera de ejercitar mi libertad de movimiento (Gaviria, 2001, p. 4). ” Por lo
tanto, se puede renunciar al derecho a la vida. En este punto de la discusión,
Carlos Gaviria deja en claro que lo que es un crimen es obligar alguien a vivir
cuando no quiere hacerlo: “Si arrebatar la vida contra la voluntad de su
“dueño” es un crimen atroz, de la misma índole es la imposición del deber de
vivir a quien tiene buenas razones para no desear más hacerlo (Gaviria, 2001,
p. 4).”

Pero ¿qué pasa con los que sostiene la tesis de que la vida es sagrada? Si para
los creyentes vivir es una obligación absoluta, tal creencia es legítima y la
conducta correspondiente con ella también, es decir, no acabar con su vida,

Pero esa no es una razón para que el Estado se las imponga


coercitivamente a quienes no la profesan. Es decir, lo que cada persona
puede hacer es reclamar del Estado un ámbito de libertad que le permita
vivir su vida moral plena, pero no exigirle que imponga a todos como
deber jurídico lo que ella vive como obligación moral (Gaviria, 2001, p.
4).

La crítica más generalizad a la eutanasia supone un marco de referencia


religioso, la bien conocida doctrina de la santidad de la vida, propia del teísmo
y esto es problemático, pues por definición la religión no puede ser discutida
ni probada racionalmente, como sostiene al agnóstico Gaviria. En una
democracia liberal las opiniones de los no creyentes deben ser tomadas en
cuenta, por lo que es necesario buscar un terreno neutral para la discusión. Las
personas con creencias religiosas son también parte de una sociedad liberal,
pero ellas no pueden imponer sus creencias subjetivas a las demás personas.
Por el hecho de que la eutanasia vaya en contra de las creencias religiosas de

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las personas, eso no quiere decir que la eutanasia sea éticamente incorrecta.
Simplemente quiere decir que desde el punto de vista del creyente la eutanasia
estaría mal, pero desde otro punto de vista, un punto de vista no religioso,
puede que la eutanasia sea aceptable moralmente. La persona religiosa vivirá
de acuerdo a sus creencias y nadie podrá imponerle que acepte y practique la
eutanasia. Otra persona aceptará que la eutanasia es una forma válida de
terminar con su vida y su sufrimiento. Ambos son modos de vida igualmente
válidos. En democracia, el pluralismo es ley.

Finalmente, Carlos Gaviria se ocupa de justificar el carácter activo de la


eutanasia y la inconveniencia de que sea pasiva. Para ello recurre a la
distinción entre actos y omisiones. Se supone que matar es peor que dejar
morir. Pero tal postura es falsa porque quien deja morir quiere que el paciente
muera, lo mismo que el que lo mata directamente, pero a diferencia del dejar
morir, la eutanasia activa no prolonga de manera innecesaria y dolorosa la
vida. En este sentido, afirma: “Porque si soy más responsable del resultado de
mis actos que del de mis omisiones, podría invertirse el razonamiento: ¿no es
acaso mejor encaminar deliberadamente mi acción a extinguir un sufrimiento
no querido por quien lo padece…? (Gaviria, 2001, p. 6).”

2.2. La crítica Kantiana al suicidio


Una de las críticas más contundentes a la ética kantiana es la que afirma que
en ella es imposible decidir, entre normas conflictivas, cuál sería la norma
válida que se debería aplicar para solucionar cierto dilema moral. El ejemplo
clásico es el caso de si estamos o no obligados a mentir para salvar la vida de
alguien. Desde el punto de vista kantiano, siempre estamos obligados a no
mentir. En este sentido, no sería moralmente correcto salvar la vida de alguien
si ello implica mentir. Obviamente estamos obligados a ayudar a los demás,
pero sin violar ninguna norma. Entonces ¿qué debemos hacer? Si seguimos a
Kant, simplemente no podemos decidirlo. Esto ilustra bien lo que quiero
mostrar. La noción kantiana de obligación supone que es posible determinar,
independientemente de las consecuencias, qué acciones son buenas. Esto es, la
validez de la moral es a priori, lo cual supone dejar de lado los intereses de las
personas afectadas por las acciones de los agentes morales. Cumplir con un
deber es respetar una ley y para ello es preciso dejar de lado los intereses y

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sentimientos de los posibles involucrados. En este sentido la ética se define
como una lucha en contra de nuestras inclinaciones e intereses y, por ello,
actuar por deber supone siempre un acto de represión o constricción de
nuestros impulsos que casi, por definición, Kant considera como signos claro
de un egoísmo inmoral. Pero quizás el ejemplo más claro del rigorismo
kantiano se da en el caso del suicidio. Según Kant,

...conservar la vida propia supone un deber y además cada cual posee una
inmediata inclinación hacia ello. Pero por esa causa, el angustioso desvelo
que tal cosa suele comportar para la mayoría de los hombres no posee
ningún valor intrínseco y su máxima carece de contenido moral alguno.
Preservan su vida conforme al deber, más no por deber. Por el contrario,
cuando los infortunios y una pesadumbre desesperanzada han hecho
desaparecer por entero el gusto a la vida, si el desdichado desea la muerte,
más indignado con su destino que pusilánime y abatido, pero conserva su
vida sin amarla no por inclinación o por miedo, sino por deber, entonces
alberga su máxima un contenido moral (Kant, 2002, p. 70).

Del anterior texto parece seguirse que vivir la vida si ella es placentera y
agradable carece de valor moral. Pero cuando la vida es una pesada carga,
según Kant, cuando la vida es sufrimiento, es cuando vivirla tiene un
verdadero contenido y valor morales. La obligación tiene que ser penosa si es
que quiere ser una obligación moral. Esta apología del sufrimiento no es muy
distinta a la hecha por las éticas religiosas. En Las lecciones de ética Kant
afirma, al ocuparse del problema del suicidio, pese a que según él lo hace sin
tener en cuenta a la religión, que “Dios es nuestro propietario” y sugiere que:
“Quien llegue tan lejos para considerarse dueño de su propia vida, también se
creerá dueño de la vida de la vida ajena, abriendo así las puertas a todos los
vicios (Kant, 1998, p. 194).”

A partir de lo anterior es claro que Kant parece negar la misma autonomía que
con tanto ahínco parece defender en otros lados: no podemos decidir
autónomamente si deseamos vivir o no, pues después de todo, y por razones
religiosas, no es posible respetar la libre decisión de las personas. En este
sentido la posición de Kant se opondría dogmáticamente y, por razones

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motivadas por la religión, a la eutanasia voluntaria. Como afirma Esperanza
Guisan, la noción kantiana de deber

...supone uno de los lastres más pesados de la herencia pietista que Kant
sublimó y racionalizó, convirtiendo al Dios cristiano en razón pura
práctica no contaminada por las inclinaciones humanas, según la
traducción filosófica kantiana del concepto de purificación del pecado de
origen dentro de la tradición y la ortodoxia cristiana (Guisán, 1993, p.
34).

Por otra parte, la misma noción kantiana de bien moral está copiada de los
ideales prácticos del cristianismo, lo que implica una serie de inconvenientes
para la construcción de un principio de imparcialidad dentro de su propuesta
ética.

En ningún momento nos parece que el conocimiento práctico racional


común fuese para Kant el propio de los ideales griegos. En la
perspectiva de Kant, estos valores clásicos no serían racionales. Así ya
vemos que todo el argumento de Kant resultado sesgado culturalmente.
Para él, como perteneciente a la tradición cristiana, el bien absoluto es
una voluntad santa (...) De hecho la voluntad buena o santa es el
concepto mismo de Dios como bien absoluto y como ser moralmente
perfecto (Villacañas, 2002, p. 332).

En conclusión, es claro que la ética kantiana contiene elementos propios del


dogmatismo religioso de la ética teológica y su oposición al suicidio se basa
en la doctrina de la santidad de la vida humana, un precepto que no es
universalizable a partir del imperativo categórico. Y dado que la ética no
depende la religión, no es posible estar de acuerdo con Kant.

Pero pese a ello, Kant es indudablemente un pensador ilustrado y su filosofía


contiene aportes importantes para la construcción de una ética liberal, afín a
una justificación liberal de la eutanasia, a través de los mencionados principios
de autonomía y dignidad.

3. Hume y la justificación teológica del suicidio

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La tesis que Hume pretende sostener en su ensayo “Sobre el Suicidio” (1757)
es clara y constituye indudablemente el punto de partida de las discusiones
contemporáneas sobre la eutanasia voluntaria: los hombres tienen derecho a
acabar con su vida cuando consideran desde un punto de vista racional que
dicha vida no les proporcionará más que sufrimiento. En este caso la muerte
no supone un mal para que el muere, sino un bien. En contra de esta
afirmación se han sostenido tradicionalmente tres objeciones: el suicidio y por
extensión, la eutanasia voluntaria, que en esencia y como hemos señalado ya,
podría ser considerada un suicidio asistido, es un crimen porque (1) atenta
contra la voluntad de Dios, que es quien nos ha creado (argumento kantiano de
raíces tomistas), (2) atenta contra el resto de los seres humanos o el interés
público (argumento social), o, finalmente, (3) atenta contra el interés del
propio individuo (argumento paternalista jurídico-moral).

Como en otras muchas ocasiones, David Hume adopta ante estas objeciones
una técnica de reducción al absurdo. Supongamos que todo está gobernado por
leyes naturales dictadas por la Providencia divina; supongamos, pues, que
Dios existe, que nos ha creado y que es dueño de nuestra vida. De esto se
seguiría que:

…ya que las vidas de los hombres son siempre dependientes de las leyes
generales de la materia y el movimiento, ¿es la disposición dela propia
vida criminal porque en todos los casos resulta criminal incumplir estas
leyes o estorbar su operación? Pero esto parece absurdo… (…) Para
destruir la evidencia de esta conclusión, debemos mostrar una razón por
la que este caso particular sea una excepción. ¿Es porque la vida humana
resulta de tanta importancia que constituye una presunción para la
prudencia humana disponer de ella? Pero la vida de un hombre no es de
mayor importancia para el universo que la de una ostra. Y si fuera de tan
gran importancia, el orden de la naturaleza humana la ha sometido de
hecho a la prudencia humana y nos ha sometido a la necesidad, en cada
incidente, de tomar una determinación respecto de ella (Hume, 2011, p.
497).

Por otra parte, podríamos sostener que, puesto que no es legítima ninguna
intromisión en el curso y funcionamiento de las leyes de la naturaleza,
tampoco deberíamos por tanto interferir en ellas cuando nuestra vida corre

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peligro en circunstancias normales, es decir, atentaríamos de la misma forma
contra ellas al abandonar la vida que si nos apartáramos de la trayectoria de
una piedra porque amenaza con golpearnos la cabeza y salváramos con ello
nuestra vida. Como dice brillantemente Hume:

Si la disposición de la vida humana estuviera tan reservada como dominio


peculiar del todopoderoso que fuera una vulneración de su derecho por
parte de los hombres disponer de sus propias vidas, sería igualmente
criminal actuar a favor de la preservación de la vida como en aras de su
destrucción. Si me aparto de una piedra que cae sobre mi cabeza, estoy
alterando el curso de la naturaleza e invado el dominio especial del
todopoderoso, al prolongar mi vida más allá del período que, por las leyes
generales de la materia y el movimiento él me había asignado (Hume,
2011, p. 497).

La clave para resolver la discusión entre los dos puntos de vista aquí
enfrentados, el teísta y el ateo, está en el supuesto oculto de la doctrina de la
santidad de la vida humana. Mientras que Kant, por ejemplo, se haya aferrado
a dicho supuesto, Hume acude a una tradición de pensamiento precristiana
que, por tanto, concibe el respeto por la vida en términos diferentes.

El posible conflicto entre nuestra valoración positiva de la vida y la también


correlativa percepción de que algunas vidas no merecen ser vividas, tendría un
fácil solución si no fuera por algo que, como ya hemos precisado, se ha
señalado con radicalidad: la tradición judeocristiana de pensamiento moral ha
transformado la vida humana, que en la mayoría de culturas constituye un
valor aunque con límites, en algo “sagrado” y, aunque esto evidentemente ha
sido muy importante en un sentido para la constitución y desarrollo del
derecho humano a la vida, también en otro sentido ha contribuido a convertir
la vida en algo ajeno, extraño, heterónomo respecto al resto de los valores
humanos.

Por otra parte, la negación del derecho a la propia muerte, cuando el derecho a
la vida se convierte en un deber incondicionado remite a la cuestión de la
supererogación, ante la cual, como ya es tradicional en la ética
contemporánea, sólo se puede afirmar que podemos exigir al ser humano que

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sea eso, un ser humano, dentro de lo cual se incluye el ser bueno o virtuoso,
pero no el ser un santo ni un héroe. Las defensas teológicas contra el suicidio
y la eutanasia se convierten, en las manos de Hume, en razones a favor de él.

Quedan todavía por analizar otras dos líneas de argumentación contraria al


suicidio: el argumento social y el del paternalismo jurídico-moral. La segunda
parte de la argumentación de Hume va dirigida contra la clásica apelación al
interés público, social o colectivo como fundamento para la prohibición,
castigo o reprobación de la muerte voluntaria. Dice Hume a este respecto:

Un hombre que abandona la vida no daña a la sociedad. Sólo deja de


producir bien... Mas, concediendo que nuestras obligaciones de hacer
bien fueran perpetuas, ciertamente tienen algunos límites. No estoy
obligado a hacer un pequeño bien a la sociedad al precio de un gran mal
para mí. ¿Por qué debiera, entonces, prolongar una existencia miserable a
causa de alguna minúscula ventaja que el público pudiera, quizás, obtener
de mí (Hume, 2011, p. 500)?

El último argumento de Hume en favor del derecho al suicidio, o a la


eutanasia voluntaria, va en contra de la posición paternalista según la cual el
individuo no es el que mejor puede juzgar, por regla general, respecto de su
propio interés. Aquí Hume apela simplemente a la consideración de la libertad
del individuo como un bien básico. Su argumentación respecto del conflicto
entre diversos bienes humanos y la necesidad de equilibrio entre ellos, es
expresada por John Stuart Mill del siguiente modo.

Con respecto al daño (...) que una persona puede causar a la sociedad, sin
violar ningún deber preciso hacia el público ni perjudicar específicamente
a ningún otro individuo más que a sí mismo, la sociedad puede y debe
soportar este inconveniente por amor de ese bien superior que es la
libertad humana (Mill, 1980, p. 97).

Conclusión
Como hemos visto, la defensa liberal de la eutanasia de Carlos Gaviria es
sólida. Lo que he intentado plantear como complemento a su argumentación
con relación a la objeción kantiana al suicidio y los argumentos ateo-

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teológicos de Hume a favor del suicidio son desarrollos de su defensa. Como
sugerí al comienzo, para Carlos Gaviria hay un sentido de la actividad
filosófica que la vincula con servir como terapia contra el miedo a los dioses y
a la nada infinita que nos aguarda tras la muerte. La cuestión de la eutanasia
plantea inevitablemente la pregunta por el sentido de la vida y una respuesta a
tal enigma en términos agnósticos por parte de Gaviria nos permite recordar
que el valor supremo es la libertad por encima de la vida. Por eso, como
Hume, Carlos Gaviria nos invita a que: “Intentemos aquí que los humanos
recuperen su nativa libertad, examinando todos los argumentos que
comúnmente se presentan contra el suicidio, y mostrando que ese acto, según
los sentimientos de los filósofos de la Antigüedad, puede estar libre de toda
imputación de culpa y de reproche (Hume, 2011, p.495).”

Esa sacralidad de la libertad humana es la que configura una vida dotada de


sentido y valor porque, de nuevo, Carlos Gaviria nos recuerda que una vida
sin libre desarrollo de la personalidad no es digna de ser vivida, como muy lo
expresó también Mill (1980, p. 103): “Con tal de que una persona posea una
razonable cantidad de sentido común y de experiencia, su propio modo de
arreglar su existencia es el mejor, no porque sea el mejor en sí, sino por ser el
suyo.”

Pero tal vez, la frase que me gustaría adivinar que una vez leyó, esbozando
una sonrisa, sea la de Plinio citada por Hume (2011, p. 502): “La facultad de
cometer suicidio la considera Plinio una ventaja que los humanos poseen
incluso sobre la deidad. Dios no puede darse muerte aunque quiera (que es el
mayor don que concedió al hombre ante tantas calamidades de la vida).”

La libertad humana de cometer suicidio, a través de la eutanasia, está por


encima de la voluntad y perfección de los dioses. Tal vez el miedo a los dioses
no sea más que miedo soterrado a la libertad.

El progreso moral al que ha contribuido Carlos Gaviria es enorme para este


país y para el mundo. Esperemos que las futuras generaciones lo sepan valorar
y entreguen a la siguiente generación un mundo con más libertades que las
logradas por él. Carlos Gaviria sabía que todo liberalismo por definición

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plantea una utopía falible que puede no darse, por ejemplo, “que en un país
donde tanta gente muere contra su voluntad, haya un espacio para que muera
libremente quien decide hacerlo (Gaviria, 2001, p. 6).” Pero tal quizá sus
palabras más relevadoras son estas que escribió en un artículo y que se aplican
impecablemente a él mismo:

Juzgar loco al hidalgo manchego es denostar la postulación de un mundo


impecable, aunque metafórico, el único donde la utopía que no tiene lugar
puede tenerlo. La ineptitud de los medios elegidos para llevar a cabo la
hazaña (un rocín extenuado, una lanza endeble y mohosa y un escudo
abollado), hacen más explícita aún la moraleja: el sueño de un mundo
justo y amable excluye las armas eficaces (citado en Gaitán, 2016).

Bibliografía
Gaitán, C. (2016). Carlos Gaviria, un obstinado utópico, El Heraldo, 15 de
mayo.
Gaviria, C. (2001). La Eutanasia. Fundamentos Ético-Jurídicos para
despenalizar el homicidio piadoso-consentido, Revista Consigna,# 468, pp. 1-
6.
Guisán, E. (1993). Ética sin religión, Madrid: Alianza.
Hume, D. (2011). Ensayos morales, políticos y literarios. Madrid: Trotta.
Kant, I. (2002). Fundamentación para una metafísica de las costumbres,
Madrid: Alianza.
Kant, I. (1988). Las lecciones de ética, Barcelona: Crítica.
Mill, J. S. (1980). Sobre la libertad. El utilitarismo, Barcelona: Orbis.
Mill, J. S. (2014). Tres ensayos sobre la religión, Madrid: Trotta.
Villacañas, J. (2002). Kant, en: Historia de la ética, Barcelona, Crítica, vol.
II.

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