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2. EL MODELO DE LA IMPRESIÓN
3. EL MODELO DE LA COMPRENSIÓN
Es indudable como hemos visto ya, que el que aprende debe satisfacer cierta
condición que se encuentra más allá del ser simplemente informado, con el
fin de ganar el derecho de su certeza sobre el asunto de que se trate. Pero
concebir esta condición en términos de una inspección intelectual de la
realidad, no coincide, en mi opinión, con lo que de hecho se da. Es admisible
sólo si nos restringiéramos a los casos sencillos de verdades accesibles a la
observación o a la introspección. Pero tan pronto como intentamos
caracterizar el conocimiento de proposiciones que normalmente se
presentan en las cuestiones prácticas, en ciencias, en política, historia o
derecho, nos damos cuenta de que el concepto de visión de la realidad es
insosteniblemente simple.
4. EL MODELO DE LA REGLA
Más aún, en tanto que los modelos anteriores, como hemos visto, son típica y
estrechamente cognoscitivos en su enfoque, el modelo de la regla da entrada
también a la conducta, que queda concebida, en grandes líneas, como
incluyendo procesos de juicio y reflexión. La enseñanza, sugiere este modelo,
no puede reducirse a la transferencia de información ni al desarrollo de la
comprensión, sino que debe también inculcar el juicio y la conducta basados
en principios, promover la constitución del carácter autónomo y racional que
subyace a las empresas científicas, la moralidad y la cultura. En todo esto no
debe procederse mecánicamente, desde luego.
El saber histórico está sujeto a una interpretación análoga, ya que más allá de
las exigencias formales de razón —en el sentido de coherencia— existe una
tradición concreta de técnica y metodología que define el procedimiento del
historiador y su evaluación de razones en pro o en contra de juicios históricos
particulares. Y, en efecto, enseñar la racionalidad en el campo de la historia,
es también introducir al estudiante en la tradición viviente del saber histórico.
Esto mismo vale respecto de otros campos: el derecho, la filosofía y la política
de la sociedad democrática. Lo fundamental es que la racionalidad no puede
pensarse, sencillamente, como idea general y abstracta. Está integrada en
tradiciones múltiples en evolución, cuya condición básica es que las
cuestiones se resuelvan mediante la referencia a razones, ellas mismas
definidas por principios que se consideran imparciales y universales. Estas
tradiciones, en mi opinión, deberían proporcionar un importante asidero a la
enseñanza.
5. CONCLUSION
Ya dije que pienso que cada uno de los modelos que hemos considerado
contiene algo de importancia. El modelo de la impresión refleja, como señalé,
el crecimiento acumulativo del conocimiento, en el sentido público de la
palabra. Es indudable que nuestros esfuerzos educacionales deben tender a
preservar y extender este crecimiento. Pero no podemos hacerlo
almacenándolo progresivamente en el alumno. Lo preservamos, como
subraya el modelo de la comprensión, sólo si conseguimos transmitir la
chispa de vida que alimenta su crecimiento, promover la comprensión que es
producto de los esfuerzos de cada individuo que aprende por encontrar, en
sus propios términos, el sentido del conocimiento público, y de enfrentarlo
con la realidad. Finalmente, como sugiere el modelo de la regla, esta
confrontación implica reflexión y juicio, y de aquí que presuponga principios
generales e imparciales que rijan la evaluación de las razones que se dan
sobre todo asunto. Sin estos principios rectores, se derr umba la concepción
misma de reflexión racional, y pierden además su significado los conceptos de
conducta racional y moral. Nuestra enseñanza necesita, entonces, iniciar a los
alumnos en estos principios que reconocemos como fundamentales,
generales e imparciales, en los distintos ámbitos del pensamiento y la acción.