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Unidad 3

1. Estado Nacional y Provincias


El deslinde del ámbito de actuación del Gobierno Federal y los gobiernos de provincia ha sido efectuado por la
Constitución partiendo de la realidad histórica del proceso de construcción del Estado Federal Argentino. En efecto,
las provincias concurrieron como Estados ya constituidos, a formalizar su unión y crear un gobierno central mediante
la Constitución, para lo cual se desprendieron de un conjunto de poderes que les eran propios, para confiar su
ejercicio a ese gobierno central que creaban. De allí que los poderes de las provincias son la regla y los poderes
del Gobierno federal son la excepción.

Eso es lo que surge claramente de la regla básica de reparto de competencias que establece la Constitución
Nacional en su art.121 cuando dice que “Las provincias conservan todo el poder no delegado por esta Constitución al
Gobierno Federal, y el que expresamente se hayan reservado al tiempo de su incorporación”

Con el Gobierno Federal ocurre todo lo contrario porque, siendo éste una creación artificial de las provincias, sus
atribuciones tienen carácter de excepción y son sólo las que éstas le han delegado mediante la Constitución.

En términos generales podemos decir que la Constitución Argentina, mientras ha reservado para las provincias la
regulación del “orden de intereses que nace de la vida interna de cada una”, ha delegado en el Gobierno Central la
potestad de regular lo que hace a la “vida de relación entre éstas”.

En consecuencia, podemos distinguir entre:

a. Competencias delegadas en el Gobierno Federal: son todas las atribuciones conferidas por la Constitución a
sus órganos de gobierno, en especial las atribuciones del Congreso Nacional (art.75 CN), las atribuciones del
Poder Ejecutivo Nacional (art.99 CN) y las del Poder Judicial de la Nación (arts.116 y 117 CN), además de
otras atribuciones que, dispersas en el texto de la Constitución han sido confiadas al Gobierno Federal.
Entre ellas podemos mencionar:
 Relativas al manejo de las relaciones exteriores (arts.75 inc.15, 22, 24, 25, 26; art.99 inc.7, 11, etc.).
 De carácter militar (art.75 inc.16, 27, 28; art.99 inc.7, 12, 13, 14, 15, etc.).
 En materia aduanera y de navegación (art.75 inc. 1, 10).
 Referidos al comercio, comunicaciones y transportes internacional e interprovincial (arts. 75 inc. 13 y 14).
 En materia de relaciones interprovinciales (arts. 75 inc.15; arts. 116, 117 y 127).
 Relativas a la política monetaria y de crédito público (art. 75 inc.4, 6, 7, 11, 19, etc.).
 Poderes de excepción (arts. 6, 23, 75 inc.29 y 31, art.99 inc.16 y 20).
 Potestades de legislación en materia de Derecho Común, es decir Civil, Comercial, Penal, de Minería, del
Trabajo y Seguridad Social (art. 75 inc.12). La reforma de 1860 introdujo en este inciso que tales códigos
no alteran las jurisdicciones locales, con lo que la aplicación judicial de los mismos va a corresponder a
los tribunales provinciales o federales según las reglas de competencia en razón de la persona y del
lugar, a diferencia de lo que ocurre con otras leyes del Congreso que, al ser aplicables a un caso
determinado hacen que el mismo caiga bajo la jurisdicción del Poder Judicial de la Nación en razón de la
materia (art.116 CN).
 Facultad para legislar sobre nacionalidad (art.75 inc.12).
 Poderes implícitos del Congreso, entendiéndose por tales aquellos que constituyen medios necesarios o
convenientes para ejercer poderes conferidos en forma expresa (art.75 inc.32).
b. Competencias conservadas por las provincias: Son todas las demás atribuciones propias del gobierno de una
comunidad, excluidas las que fueron delegadas. Algunas tienen mención expresa en el texto de la
Constitución Nacional pertenecientes a las provincias (Ej: dictar sus propias Constituciones, arts.5 y 123 CN)
y otras, al no estar previstas entre los poderes delegados (excepción), quedan comprendidas en la regla, esto
es el ámbito de atribuciones de las provincias (Ej: dictar la legislación procesal aplicable a los tribunales
provinciales).
En general, podemos decir que queda comprendida entre los poderes conservados por las provincias, la
potestad de dictar todas las normas de derecho público interno, es decir las que regulan la organización y
funcionamiento de sus instituciones públicas (Ej leyes electorales, leyes orgánicas de los entes estatales,
régimen de sus empleados públicos, régimen de contrataciones y obras públicas de la provincia, régimen de
expropiación provincial, reglamentación de las garantías constitucionales locales, etc.) y las que reglamentan
el ejercicio de los derechos (poder de policía) en materias no delegadas al Gobierno Federal.
c. Competencias concurrentes: Son aquellas atribuciones que aparecen confiadas por la Constitución, tanto al
Gobierno Federal como a las provincias y por tanto, en principio, pueden ser ejercidas indistintamente por
uno u otras, salvo que surja incompatibilidad en el ejercicio por parte de ambos niveles de gobierno, supuesto
en el cual prevalecerá la atribución en lo relativo a las políticas de desarrollo económico y social, a la cultura,
a la salud, etc. (concordancia entre art.75 inc.18 CN y art.125 CN); en materia ambiental (art.41 CN);
protección de los pueblos indígenas (art.75 inc.17 CN); creación de impuestos internos indirectos (art.75 inc.2
CN); etc.
d. Competencias compartidas: son aquellos que sólo pueden ser ejercidos conjuntamente por el Gobierno
Federal y una o más provincias. Así el establecimiento de la capital federal en una ciudad que integra el
territorio de una provincia (art.3 CN), la creación de una nueva provincia en territorio de otra u otras, la cesión
de territorio de una provincia a otra o la fusión de dos o más provincias (art.13 CN), dictar la ley de
coparticipación federal (art.75 inc.2 CN) o cualquier otra ley convenio (Ej sobre procedimientos judiciales
interprovinciales, sobre tránsito interjurisdiccional, etc.).
e. Competencias prohibidas:
 Al gobierno federal: son aquellas exclusivas de las provincias, como las enumeradas en el artículo 5
de la Constitución Nacional.
 A las provincias: son aquellas exclusivas expresamente del gobierno federal.
f. Competencias supletorias: las provincias sólo pueden legislar en el caso de que el Estado federal no haga
uso de sus competencias exclusivas. De modo que una vez que el Estado federal lo haya hecho, las
provincias ya no podrán hacerlo en el futuro y cesará la vigencia de lo hecho en el pasado. El único supuesto
expreso en la Constitución es el caso de la legislación común (códigos de fondo) mientras no sea dictada por
el Congreso (art. 126, CN).

2. Tratados Interprovinciales
El artículo 125, párrafo 1 CN dispone que “Las provincias pueden celebrar tratados parciales para fines de
administración de justicia, de intereses económicos y trabajos de utilidad común, con conocimiento del Congreso
Federal”, y el artículo 126, parte 2 CN prohíbe a las provincias celebrar “tratados parciales de carácter político". Por
su parte, el nuevo artículo 124, párrafo 1 CN al establecer la posibilidad de crear “regiones para el desarrollo
económico y social y establecer órganos con facultades para el cumplimiento de sus fines", habilita la firma de
tratados en esta materia específica.

La expresión “tratados parciales" implica una limitación a la capacidad provincial en la medida en que las provincias
no pueden regular en común materias de contenido político. El “conocimiento del Congreso” que exige la Constitución
(reiterado para los acuerdos internacionales y de regionalización por el art. 124, párr. 1, CN) no implica
“consentimiento” (art. I, Sec. 10.3, Constitución de los EE. UU.) ni “aprobación” (art. 104, anteproyecto de Alberdi).
Esa participación federal no es constitutiva, aunque admite que el Congreso pueda desaprobar su realización.

Algunas constituciones locales determinan los órganos locales habilitados para celebrar estos “tratados", indicando
algunas quién debe comunicar el acuerdo al Congreso para que ejerza su potestad de control. Otras provincias optan
por añadir o especificar las materias sujetas a convenios: por ejemplo, en materia cultural, educacional, económica y
de administración de justicia (San Juan de 1986: art. 189.9) o servicios públicos (Santiago del Estero: art. 141.5;
Formosa de 1991: art. 138.1).

El rango de los acuerdos interjurisdiccionales es obviamente subfederal (art. 31, CN), y dentro del derecho local, con
cierta anticipación en relación a nuestra jurisprudencia federal, ciertas constituciones locales aclaraban que estos
acuerdos tienen prioridad sobre las leyes locales.

ARTÍCULO 124 CN
Convenios internacionales
Aunque la política exterior es competencia del gobierno federal por delegación constitucional y no puede ser
compartida por las provincias, es preciso advertir acerca de la posibilidad de que las mismas celebren acuerdos
internacionales con ciertas limitaciones a partir de la previsión incorporada por la reforma de 1994 en el artículo 124,
primer párrafo CN.

Dicha norma aclara y sincera una potestad que venían ejerciendo las provincias durante parte del siglo XX (a partir
de la década de los 70) cuando comenzaron, a propósito de las crisis de las economías regionales, a realizar ciertos
acuerdos con Estados vecinos o con organismos internacionales en materia financiera con control del gobierno
federal. Nuestra Constitución histórica parecía prohibirlos al proscribir los tratados políticos y habilitar solamente
ciertos tratados interprovinciales. Empero, autorizaba a las provincias a importar capitales extranjeros (ex art. 107
CN). Parte de la doctrina avaló esa por entonces incipiente práctica: “el dinamismo de la vida internacional, la
interdependencia creciente y, sobre todo, la integración fronteriza, han suscitado ya una cierta participación de las
provincias” en el ámbito internacional, sin que por eso usurpen facultades del gobierno federal; a condición, claro
está, de que en la promoción de sus intereses locales “no comprometan negociaciones que hacen a las relaciones
específicamente internacionales” (Frías, 1).

A nivel de las constituciones locales ya se admitía esta posibilidad en algunas provincias limítrofes con Estados
vecinos: ya en 1957 la Constitución del Chaco incluía a sujetos del derecho internacional al referirse a la capacidad
provincial de celebrar acuerdos (art. 137.10); asimismo, luego, varias constituciones del ciclo reformista iniciado con
la vuelta a la democracia lo incluyeron expresamente: en 1986: Jujuy (art. 3.5) y La Rioja (art. 16; reiterado en la
Const. de 1998: art. 102, inc. 12); en 1987: Córdoba (art. 16); en 1988: Río Negro (art. 12), y en 1991: Formosa (art.
6.8) y Tierra del Fuego (art. 5.5); por último, luego de la reforma nacional, en 1994 también lo hicieron Chubut (art.
14.5) y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (arts. 80.2, 80.8, y 104.1).

A nivel infraconstitucional, la ley de facto 19.328/71 autorizó los convenios de Estados provinciales con “organismos e
instituciones de crédito públicos o privados, domiciliados en el extranjero” (llamados genéricamente “convenios de
financiación externa”) cuando “se comprometa de alguna forma el tesoro nacional”, bajo la condición de que sean
“dirigidos” o “aprobados” por el entonces Ministerio de Hacienda y Finanzas. Este régimen fue reiterado por el decreto
3532/75 que lo extendió a todo “tipo de erogaciones o de compromisos que impliquen el uso de divisas”. Ante estos
abundantes antecedentes, la reforma de 1994 legitima a través de la Constitución federal que las provincias y la
Ciudad de Buenos Aires desplieguen actividad en el ámbito internacional, de la mano de los tiempos aperturistas que
propugnan que entidades miembros del Estado federal accedan de manera directa al mercado internacional (ej. el
financiero). Claro que no se llega a admitir su plena personalidad jurídica internacional por las limitaciones que
establece. Por ello también el artículo 124, párrafo 1 CN utiliza correctamente la expresión “convenios
internacionales” para distinguirlos de los tratados internacionales (pues éstos son actos complejos federales) y de los
“tratados parciales” del artículo 125. No se distingue el sujeto de derecho internacional, pudiendo ser tanto un Estado
extranjero como un organismo internacional.

Recaudos sustanciales: a) “no sean incompatibles con la política exterior de la Nación", b) “no afecten las facultades
delegadas al Gobierno federal”, y c) “o el crédito público de la Nación". Ello se justifica plenamente puesto que
además de la delegación competencial en materia de relaciones exteriores, el artículo 75, inciso 4° CN establece
como facultad delegada al Congreso Nacional la de “Contraer empréstitos sobre el crédito de la Nación". De este
modo, el eje de estos recaudos de fondo es el enunciado en b), ya que a) y c) son supuestos concretos de facultades
que las provincias ya delegaron al gobierno federal. De esta manera, sumado a lo dispuesto por el artículo 31 CN, el
rango normativo que ocupan siempre es subfederal. Dentro del derecho local, debiera aplicarse mutatis mutandis la
regla adoptada desde el caso “Ekmekjian” de 1992 y constitucionalizada en el artículo 75, inciso 22, párrafo 1 in fine.
Es decir, el orden sería: constitución local, convenio internacional y, por último, legislación local.

Recaudo formal: se reitera la tradicional fórmula utilizada para los tratados parciales internos (“con conocimiento del
Congreso Nacional”).

Regiones
La reforma de 1994 avanzó sobre la propuesta de regionalización del país como forma de corregir las disparidades
territoriales mediante nuevas formas de injerencias estatales de neto corte descentralizador: como facultad del
Congreso (art. 75, inc. 19, párr. 2 CN), o desde abajo, por parte de las provincias (art. 124, párr. 1 CN), mediante la
potestad concertada de crear regiones “para el desarrollo económico y social”. Aunque en ambos casos se
institucionaliza el concepto de “región”, la idea fuerza de la Constitución es que sean las propias provincias las que
dispongan su regionalización a través de acuerdos interprovinciales y no que ello sea impuesto por el gobierno
central, como ocurriera incipientemente durante el gobierno de facto iniciado en 1966 (ej. ley de facto 16.964 y dec.
1907/67). Sin embargo, la propia reforma de 1994 previo que el Congreso pueda dictar las bases de la
regionalización a partir de las “políticas diferenciadas que tiendan a equilibrar el desigual desarrollo relativo de
provincias y regiones” (art. 75, inc. 19, párr. 2 CN), para que dentro de dichos lineamientos las provincias puedan
llevar a cabo los acuerdos de regionalización.

Implica la reunión de dos o más provincias a partir de transferencias parciales de competencias propias de ellas en
favor de nuevos órganos supraprovinciales. En cierta forma, es una repercusión interna del fenómeno de la
integración externa.

La cláusula del artículo 124 CN regula conjuntamente la temática regional y su reconocida capacidad internacional.
También aquí se deben respetar los tres límites sustanciales ya comentados que hacen pie en que no se afecten las
facultades delegadas y el recaudo formal de dar “conocimiento” al Congreso (esto también surge del art. 125, primera
parte CN para los tratados interprovinciales).

Se establece la importante posibilidad de que las provincias (la Ciudad de Buenos Aires también) establezcan
“órganos” regionales “con facultades para el cumplimiento de sus fines", es decir, que podrán recibir de las provincias
intervinientes potestades legislativas, administrativas y jurisdiccionales, siempre de orden local, en estricta relación
con la gestión de desarrollo regional para la cual fueron creados. De esta manera, se permite la formación de nuevos
espacios (la región) determinados por razones geográficas, sociales, medioambientales, económicas o culturales
donde rija una instancia diferente a la nacional, la provincial y la municipal.
3. La garantía federal a las provincias
Bajo esta denominación, en nuestro Estado federal, se conoce a la seguridad brindada por el poder central a las
provincias de que aquél respetará su autonomía e integridad territorial, en la medida que éstas cumplan los requisitos
establecidos por la Constitución.

La garantía deviene del hecho de que la unión de diversos Estados para componer una sola Nación importó, para las
provincias, el desprendimiento de atribuciones que en un principio le eran propias y fueron transferidas al gobierno
central. Como contrapartida, los Estados miembros tienen derecho a reclamar seguridades para el goce y ejercicio de
sus instituciones.

El precepto que consagra la garantía federal es el artículo 5.

Art.5 CN
“Cada provincia dictará para sí una Constitución bajo el sistema representativo republicano, de acuerdo con los
principios, declaraciones y garantías de la Constitución Nacional; y que asegure su administración de justicia, su
régimen municipal, y la educación primaria. Bajo de estas condiciones el Gobierno federal, garante a cada provincia
el goce y ejercicio de sus instituciones”.

La exigencia se compadece con la imperiosa necesidad de un mínimo de homogeneidad institucional en la


federación. Resultaría inconcebible que algún Estado miembro no estableciera la división de poderes, destinara sus
cargos públicos para perpetuar de por vida a quienes accedan a los mismos, estableciera prerrogativas en favor de
uno y en perjuicio de otros, negara la posibilidad de que el pueblo elija a sus mandatarios o, consagrara la
irresponsabilidad de sus funcionarios, etc.

Principios, declaraciones, y garantías

Los principios constitucionales se refieren a los valores éticos, sociales, legales e ideológicos consagrados en la
constitución de una nación, a partir de los cuales se deriva todo el ordenamiento jurídico. Pueden ser llamados
también como principios fundamentales. Estos principios funcionan como las directrices esenciales de todo el sistema
de orden sociopolítico de una nación y tienen fuerza vinculante. Por lo tanto, cada una de las leyes, reglamentos y
normas que se redactan en una determinada sociedad, tienen que contener o respetar estos principios, garantes del
pacto social entre los ciudadanos y el Estado.

Un añoso concepto identifica a las declaraciones como enunciados solemnes que comprometen a la nación en su
conjunto con respecto a las demás de la tierra, a la nación como organización política y a las autoridades que en
general ha instituido. En esta categoría ingresa, por ejemplo, la forma de gobierno.

A su tiempo, las garantías emergen como medios para hacer valer los derechos, proponiendo a la real vigencia de
ellos. Por ejemplo, el hábeas corpus, hábeas data, acción de amparo, etc.

La primera parte de la Constitución (arts.1 y 43) está dedicada a reglar Declaraciones, Derechos y Garantías. Luego,
por imperio del art.5, las provincias no pueden desconocer tales regulaciones dogmáticas, sin perjuicio de ampliarla o
mejorar tales principios, declaraciones y garantías.

Administración de justicia

Desde que las provincias deben dictar una Constitución con sujeción al sistema republicano, ello importa la división
de poderes y la correlativa existencia de un Poder Judicial. No podía ser de otro modo, ya que uno de los propósitos
del constituyente según el Preámbulo fue el de afianzar la justicia y tal afianzamiento solo es realizable en la medida
en que existan órganos habilitados con competencia específica para dictarla.

Los jueces de provincia son independientes de la justicia federal y sus decisiones finales susceptibles de recurso ante
la Corte cuando medie arbitrariedad o inconstitucionalidad.

Autonomía municipal

la reforma constitucional de 1994 ha definido que el “régimen municipal“ es el de la autonomía, con la consiguiente
potestad para las provincias de “reglar su alcance y contenido en el orden institucional, político, administrativo,
económico y financiero” (art.123 CN).

La autonomía municipal es la facultad que tiene las comunas para gobernarse a sí mismas, darse su propia carta
orgánica, elegir autoridades, recaudar sus recursos y disponer de ellos.

Por su valor didáctico nos permitimos transcribir las notas esenciales que conforme a lo sentenciado por la Corte en
“Rivademar” deben tener los municipios. Ellos son:

a) Origen constitucional por oposición a los entres autárquicos que son creados por la ley;
b) Base sociológica representada por los vecinos que no existe en la autarquía;
c) Imposibilidad de supresión de los municipios, cuya existencia está garantizada por la Constitución, frente al
carácter contingente de los entes autárquicos;
d) Las ordenanzas municipales constituyen legislación local, mientras que las normas de las entidades
autárquicas son resoluciones administrativas;
e) Los municipios son personas de derecho público y carácter necesario, rasgo que no tienen los entes
autárquicos;
f) Las normas municipales alcanzan a todos los habitantes de su ámbito de competencia en función del
territorio, mientras que las de los entes autárquicos sólo alcanza a las personas vinculadas al ente;
g) Los municipios pueden crear entes autárquicos dentro de su organización, mientras que esto no se explica
en una entidad meramente autárquica;
h) Las autoridades municipales son elegidas por elección popular, mecanismo que no explica en los entes
autárquicos.

En correspondencia con ello, la autonomía municipal consagrada por la Constitución Nacional a partir de la reforma
de 1994, comprende estos aspectos:

1) Institucional: facultad de dictarse su propia carta orgánica mediante una convención convocada al efecto.
Dicha ley debe ajustarse a los principios que contenga la Constitución Provincial;
2) Política: asegurar el gobierno representativo propio;
3) Administrativo: libre organización de sus servicios públicos o gestión;
4) Económico-financiera: definir su propio sistema rentístico, cobrar impuestos, contraer empréstitos,
administrar su presupuesto; es decir, robustecer sus fuentes de recursos y percepción e inversión de ellos sin
contralor de otro poder político.

El temperamento que ha prevalecido en la interpretación del artículo 123, alimenta la idea de que el grado de
autonomía de los municipios es definido por cada Estado provincial, en cuanto la disposición habilita a ellos a reglar
su alcance y contenido.

Algunos doctrinarios, como Antonio María Hernández, hablan de que esa autonomía municipal puede ser plena o
semiplena: plena, cuando comprende los cuatro aspectos que integran la autonomía (institucional, político,
administrativo y financiero), y semiplena o relativa (cuando alcanza a los aspectos político, administrativo y
financiero).

4. Efectivización de la garantía del Art.5 CN


Intervención federal: concepto

Es la facultad extraordinaria del gobierno federal destinada a hacer efectiva las seguridades ofrecidas a las provincias
en cuanto al goce y ejercicio de sus instituciones. El instituto se halla contenido en los artículos 5, 6, 75 inc.31 y 99
inc.20.

La intervención aparece como parte necesaria de todo convenio federativo, ya que los Estados miembros al crear la
federación transfirieron muchos de sus medios de coerción al gobierno central, razón por la cual requieren
contraprestación institucional para los casos en que sus gobiernos no puedan mantener la paz o preservar sus
instituciones.

La Intervención Federal a las Provincias. Causas y caracteres de la Intervención Federal a


las Provincias. Tipos de Intervención
Art. 6 CN

“El gobierno federal interviene el territorio de las provincias para garantir la forma republicana de gobierno o repeler
invasiones exteriores y a requisición de las autoridades constituidas, para sostenerlas o restablecerlas, si hubiesen
sido depuestas por la sedición o la invasión de otra provincia”.

Tipos de intervención

En orden a lo dispuesto por los artículos 5 y 6, podemos clasificar a las intervenciones, según su causa, según su
objeto y según el grado de iniciativa que para su ejercicio tenga el gobierno federal.

La distinción permite un exacto correlato entre las causas que motivan la intervención y el propósito que define su
instrumentación, pues a cada causa corresponde una finalidad específica.

Por ejemplo, si el motivo del remedio federal es la subversión de la forma republicana, el objetivo de la intervención
será el de su restablecimiento, si la causa es la inobservancia del artículo 5, la intervención apuntará a su estricto
acatamiento.
Según la causa que las autoriza:

a) Incumplimiento de algunas de las condiciones establecidas en el art.5;


b) Subversión de la forma republicana de gobierno;
c) Invasión exterior;
d) Sedición;
e) Invasión de otra provincia.

Según el objeto que se proponen:

a) Hacer observar las prescripciones del artículo 5.


b) Garantir la forma republicana;
c) Repeler una invasión extranjera;
d) Sostener o restablecer a las autoridades provinciales depuestas.

Según el grado de iniciativa del gobierno federal:

a) Intervención por propia determinación del gobierno central, en los supuestos de incumplimiento del artículo 5,
subversión de la forma republicana o invasión exterior;
b) Intervención a requisición expresa o tácita de las autoridades provinciales constituidas, en los casos de
sedición o invasión de otra provincia.

La intervención según sus causas

Los acontecimientos productores de una intervención son el incumplimiento del artículo 5, subversión de la forma
republicana de gobierno, invasión exterior, sedición e invasión de otra provincia.

Incumplimiento de las condiciones establecidas en el artículo 5

Al ejercer poder constituyente de segundo grado las provincias, según el artículo 5, están obligadas a observar las
prescripciones que el Estado federal le impone en tal precepto. Si un Estado miembro infringiera la norma, al no
asegurar su administración de justicia, la autonomía municipal, educación primaria, etc., se hallaría incurso en esta
causal.

Subversión de la forma republicana

Históricamente ésta ha sido la herramienta causal preferida del poder central para intervenir provincias. Contribuye a
ello la amplitud e indeterminación del concepto y la inoculable conexión que una decisión de ese tipo guarda con el
mundo político.

En orden a lo indeterminado del concepto, tomando distancias de las patologías institucionales que en materia de
intervenciones abundan, sugerimos como guía orientadora a los supuestos que autorizarían el extremo remedio.
Tales directrices son congruentes con la ausencia de algunos de los principios que disciplinan una república, a saber:
soberanía popular, división de poderes, periodicidad en el ejercicio de la función pública, publicidad de los actos de
gobierno, responsabilidad de los funcionarios públicos e igualdad ante la ley.

Comprendidos en el concepto aparecen también los conflictos de poderes locales, el vacío de poder en un Estado y
las situaciones creadas por el terrorismo en las provincias que han sido fuente frecuente de intervención.

Incluso, amparado en la noción de subversión de la forma republicana, en 1962 alumbró la modalidad de la


intervención preventiva o anticipada. En esta ocasión —a través de decreto presidencial— se dispuso el remedio
federal para las provincias de Buenos Aires, Río Negro, Chaco, Santiago del Estero y Tucumán. El efecto de tan
original figura importó la caducidad de las autoridades que ejercían los tres poderes y sus municipalidades, amén de
evitar la asunción de quienes en legítimas elecciones fueron consagrados.

En la praxis política la causal también funcionó como recurso “in extremis” para que el oficialismo central resolviera
conflictos partidarios sustituyendo a los gobernadores y funcionarios desavenidos que en muchos casos pertenecían
al mismo partido que gobernaba en el orden federal.

Invasión exterior

Cuando la causa es la invasión exterior se da la particularidad de que entre los remedios que la Constitución exhibe
para la defensa y seguridad del Estado, están previstos la intervención federal y el estado de sitio.

El ejercicio de ambos institutos, que tienen en común su excepcionalidad y transitoriedad, conducen a interrogarnos
si en un territorio invadido pueden usarse simultáneamente ambos remedios.
Los textos constitucionales indican que para intervenir una provincia al gobierno federal le basta el dato objetivo de la
incursión foránea (art.6). En cambio para la procedencia del estado de sitio es menester, amén de la invasión, el
peligro que su existencia genera a la Constitución y las autoridades creadas por ella (art.23).

En consecuencia, satisfechos los recaudos exigidos, puede darse el caso de que tan extremas medidas afectan en
simultáneo a un territorio invadido.

Sedición

En sentido lado sedición es la reunión de personas que se atribuye los derechos del pueblo y peticiona a su nombre
(art.22). Con mayor restricción el vocablo define al levantamiento que depone o amenaza deponer a las autoridades
provinciales.

Objetivamente, el derrocamiento de una autoridad es circunstancia de fácil comprobación. La dificultad puede devenir
cuando se trata de juzgar la entidad de un movimiento que amenaza con deponer. Tal es una cuestión de hecho cuya
apreciación incumbe a los poderes políticos por excelencia, quienes para formarse un adecuado juicio de la situación
reinante deberán computar la inminencia y actualidad de la amenaza.

Como la sedición es situación que puede alimentar un estado de conmoción interior, extremo exigido por el artículo
23 para la declaración del estado de sitio, también puede darse el caso que convivan ambos remedios.

Invasión de otra provincia

Finalmente, la invasión de otra provincia es también causa de intervención federal. Ninguna provincia, dice el artículo
127, puede declarar o hacer la guerra a otra provincia. Sus quejas deben ser sometidas a la Corte Suprema de
Justicia y son dirimidas por ella. Sus hostilidades de hecho son actos de guerra civil, calificados de sedición o
asonada, que el Gobierno federal debe sofocar y reprimir conforme a la ley.

En rigor de la verdad no era necesario que el artículo 6 prescribiera que la invasión de una provincia a otra facultaba
a la invadida a requerir la intervención. Como el artículo 109 califica a esos actos de sedición, bastaba con reputar
como causa del remedio federal a cualquier sedición.

Ésta fue previsión compatible con los tiempos en que se dictó el documento constitucional en 1853-1860. La realidad
de los tiempos y, sobre todo la ausencia de este tipo de episodios, le quitan actualidad a la hipótesis.

La intervención según su objeto

Definido el objeto constitucional productor de la intervención (causa) emerge como necesaria consecuencia el
propósito que animará la instrumentación de tan extremo remedio (objeto).

De allí que el norte de una intervención puede ser dado:

Para hacer observar el artículo 5

En el artículo 5 el constituyente estableció las condiciones mínimas que un Estado miembro debe observar cuando
dicta su Constitución, con miras a efectivizar el goce y el ejercicio de sus instituciones.

Se sigue de ello que la inobservancia de alguno de los supuestos que condicionan al poder constituyente local es
hecho infractorio que autoriza la intervención de esa provincia, con miras a mantener la homogeneidad de las formas
que definen la federación.

En orden al significado que la defensa de tales valores comporta, en estos casos se prescinde de la voluntad del
Estado a intervenir.

Para garantir la forma republicana de gobierno

Desde una perspectiva historicista podemos encontrar en el precepto una suerte de valla o precaución a las
mudanzas monárquicas o aristocráticas que en el siglo XIX amenazaban a las nacientes repúblicas. Más,
actualizando la voluntad de los fundadores, hallamos hoy en la prescripción a un valioso remedio para impedir
proyectos autocráticos que puedan impulsarse por uno o más miembros de la federación.

También, el objeto de una intervención dispuesta para garantir la forma republicana tiene que ver con el
mantenimiento de las similitudes institucionales mínimas de la federación y, en orden a la importancia de su
propósito, es que puede el gobierno federal intervenir por propia iniciativa.

Para repeler una invasión exterior


Cuando una intervención se ejecuta para repeler una invasión exterior nos encontramos con un propósito mucho más
importante que en los restantes casos. Es que el ataque de otro país importa realidad bélica que lesiona la soberanía
del Estado federal y, accesoriamente, la integridad institucional de la provincia que es teatro de operaciones.

Frente a la agresión externa la intervención es herramienta destinada a conjurar la invasión, preservando la vida y
restantes derechos de los habitantes de la nación. Como es deber esencial del Estado el autopreservarse, también
en este supuesto el gobierno central adopta la decisión de motu proprio.

Para sostener o restablecer autoridades depuestas

Se trata del caso en que las legítimas autoridades provinciales son depuestas o amenazadas de serlo a raíz de
sedición o invasión de otra provincia.

Para cumplir el cometido constitucional el remedio federal debe reconstruir los espacios de poder alterados
reponiendo en su ejercicio a los titulares depuestos o brindando garantías para la permanencia de los amenazados.
Sostener o restablecer, es en esencia la obligación del gobierno federal que incumple ese mandato cuando merced a
artificios de hecho confirma la obra de los sediciosos. Así, como dato patológico se puede memorar la intervención a
Córdoba en el año 1974, generada en un movimiento sedicioso que depuso al gobernador y al presidente de la
Legislatura, la que fue validada por el gobierno federal que intervino la provincia designando un comisionado que no
repuso a los depuestos.

La intervención según el grado de iniciativa del gobierno federal

Se distingue aquí dos situaciones, según el gobierno federal proceda de oficio o se exija, indispensablemente, el
requerimiento de la provincia para ser intervenida.

Intervención de oficio

También llamada por derecho propio. Comprende intervenciones causadas por inobservancia del art.5, alteración de
la forma republicana e invasiones exteriores. Justificada es la determinación constitucional pues frente a hechos tan
graves que ponen en peligro instituciones fundamentales o lesionan la soberanía, el gobierno central debe actuar en
forma expedita y sin traba alguna.

Intervención a requerimiento

En cambio, cuando la causa de la intervención es de corte doméstico, como la sedición o invasión de otra provincia y
la finalidad de ella consiste en sostener o restablecer a las autoridades depuestas o amenazadas de serlo, resulta
imprescindible el requerimiento de la provincia que va a ser intervenida.

La requisición es el acto por el cual un Estado provincial solicita al gobierno central declare intervenido su territorio.

Dicha solicitud debe ser formulada por las autoridades constituidas, entendiéndose que revisten tal calidad aquellas
que accedieron al ejercicio del poder a través de los mecanismos establecidos por la normativa vigente.

Entonces, se hallan habilitadas a requerir la intervención el gobernador de una provincia (Poder Ejecutivo), la
Legislatura (Poder Legislativo) y el Superior Tribunal de Justicia o Corte Suprema Provincial (Poder Judicial). Esta
competencia se hace extensiva a una Convención Constituyente que eventualmente se hallare en funcionamiento.

Cuando el órgano que solicita la intervención es colegiado resultará indispensable que la expresión de voluntad
intervencionista haya contado, al menos, con el apoyo de la mayoría absoluta del total de sus miembros, reflejando
con ese quantum el vasto sentir de la necesidad de la medida impetrada.

Solamente podrá prescindirse de la requisición frente al supuesto de que las personas habilitadas a requerir se
encuentran imposibilitadas de hacerlo. Lo contrario importaría una cerrada hermenéutica en favor de la impunidad de
los facciosos quienes para garantir el éxito de su asonada se contentarían con privar de libertad a las autoridades
depuestas.

Clases de Intervención Federal

Del artículo 6 CN surgen dos grandes tipos de intervención federal: según se requiera o no el pedido de las
autoridades provinciales, siguiendo a Quiroga Lavie también se clasifican de acuerdo con los efectos que produce;
así, la intervención puede ser protectora o renovadora.

Intervención federal protectora: se distingue de la renovadora ya que aquí no se trata de cambiar o sustituir a las
autoridades legítimas de la entidad autónoma, sino de apoyarlas, ampararlas, defenderlas con distintos alcances que
permiten agruparla en tres sub clases: colaboradora, conservadora y restauradora.

Intervención federal colaboradora: está dirigida a permitir y facilitar que las autoridades locales puedan cumplir
alguna o algunas de sus obligaciones constitucionales prescriptas en el artículo 5 CN, (((en este supuesto el
incumplimiento constitucional no debe ser imputable a las autoridades locales; en caso contrario, estaríamos en
presencia de la denominada intervención renovadora. A tenor de la letra del artículo 6 CN no es necesario el
requerimiento provincial.)))

Intervención federal conservadora: sólo puede ser dispuesta a requerimiento de las autoridades locales en los
casos de sedición o invasión de otra provincia inminentes, aun no producidos. Cuando el peligro de invasión
proviniese del exterior, no será necesario el pedido local. En estas circunstancias, el sentido protector es
eminentemente preventivo, pues se hace con el fin de que los gobiernos locales puedan continuar en ejercicio.

Intervención federal restauradora: está dirigida a restablecer en sus cargos a las autoridades provinciales, cuando
las mismas hubieran sido depuestas por la sedición o por invasión de otra provincia o del exterior.

Salvo la última causal, no puede ser ejercida por propia iniciativa del gobierno federal, quien está impedido de
disponerla motu proprio. Para el caso extremo de que las autoridades locales estuvieran en la imposibilidad de hacer
el requerimiento, éste debe presumirse.

Intervención federal renovadora: se distingue de la protectora por estar dirigida a sustituir o desplazar a las
autoridades provinciales que hubieran producido o facilitado la subversión de la forma republicana en el gobierno.

En la historia argentina, este supuesto extremo ha sido una herramienta de avasallamiento del federalismo, en
especial por parte del Poder Ejecutivo Nacional, quien por simple decreto removía a las autoridades electas de las
provincias y aun a las judiciales, reemplazándolas por verdaderos delegados personales.

En todos los casos, este tipo de intervención federal es un acto discrecional del gobierno federal que no precisa del
requerimiento provincial para ser llevado a cabo.

No puede considerarse válida en ningún caso la intervención renovadora con carácter preventivo. Así, el decreto
2546/62, que dispuso la intervención de varias provincias afectando las autoridades elegidas popularmente pero que
aún no habían asumido, es de una inconstitucionalidad flagrante.

Art. 3”. - El Gobierno federal sólo podrá intervenir las provincias o la Ciudad de Buenos Aires cuando exista violación
de la forma republicana de gobierno para repeler los efectos de una sedición; para proteger la integridad territorial ya
sea por una invasión extranjera o por invasión de una provincia a otra y para sostener o restablecer las autoridades
locales legítimamente constituidas.

Art. 4”. - A los efectos de la presente ley se entenderá que se ha alterado la forma republicana de gobierno cuando:

1. Se alteraren o suprimieren el goce y ejercicio de las declaraciones, derechos y garantías establecidos en la


Constitución Nacional;

2. Las autoridades locales hubieran violado la soberanía popular, el origen representativo del gobierno, la
periodicidad de sus mandatos, la responsabilidad en el ejercicio de sus funciones o la publicidad de los actos de
gobierno, la división de poderes, la independencia del Poder Judicial, la prestación del servicio de justicia;

3. Se alterare o suprimiere la autonomía municipal;

4. No estuviere asegurada la educación primaria;

5. Se alterare o impidiere el normal funcionamiento del Poder Legislativo;

6. Las autoridades locales incumplieren leyes nacionales o decisiones de la Justicia federal que tuvieren carácter de
cosa juzgada, y se encontrasen agotadas las instancias correspondientes. En este supuesto la intervención se
dispondrá al solo efecto del cumplimiento de la ley o resolución respectiva.

Autoridad que lo declara


Al precisar que la competencia para intervenir una provincia es congresional (art.75 inc.31) la reforma constitucional
de 1994 aspiró a poner fin a una inveterada práctica que a despecho de claros principios constitucionales confirió tal
potestad al Ejecutivo.

Esa desacertada modalidad, que a la hora de las estadísticas computa casi dos terceras partes de las intervenciones
por la exclusiva determinación presidencial, estuvo amparada por un silencio normativo y la interesada creencia de
que intervenir es un acto eminentemente administrativo.

La nueva regulación comprende la hipótesis de receso congresional, única oportunidad en la que —a título
excepcional— esa potestad podrá ser ejercitada por el Ejecutivo, quien tras ejecutoriar el acto de convocar al
Congreso para que apruebe o rechace la intervención decretada (arts.99 inc.20 y 75 inc.31).

De manera que si el Ejecutivo se excede en el uso de tal atribución, el Congreso está en condiciones de rechazar la
intervención adoptada. Tal rechazo importará retrotraer la situación institucional a la existencia en el momento en que
el Ejecutivo dispuso la intervención y si ella comportó sustitución de autoridades, la misma importará la reasunción de
los poderes intervenidos por sus respectivos titulares.

A su tiempo, los actos administrativos, los decretos leyes y las normas dictadas por el interventor durante el período
de sus funciones, se presumen legítimos. Como regla, tienen validez durante esa transitoriedad. Por su parte, los
derechos subjetivos nacidos al amparo de los decretos, reglamentos o normas análogas dictadas durante el período
de intervención, mantienen su efecto.

Finalmente, es menester precisar que aún cuando la normativa del artículo 75 inc. 31 establece que corresponde al
Congreso disponer la intervención, como consecuencia de la forma en que se expresa la voluntad del órgano
congresional (arts.77 a 84), participa de ella en calidad de colegislador del Poder Ejecutivo.

Resumiendo, le corresponde al Congreso disponer la intervención federal a una provincia y a la Ciudad de Buenos
Aires (art. 75, inc. 31, párr. La CN), sin importar la causal que la motive ni ser necesario el requerimiento provincial.

Sólo en caso de receso, el Poder Ejecutivo la decreta, con la importante exigencia de que debe convocar
simultáneamente al Congreso para su tratamiento (art. 99, inc. 20 CN), y sujeto a que éste la apruebe o rechace (art.
75, inc. 31, párr. 2o CN).

Órganos provinciales a intervenir. Designación del interventor Federal


Designación del interventor. Facultades

Dictada la ley que dispone intervenir una provincia corresponde nombrar al comisionado federal que oficiará de
interventor.

Nada dice la Constitución sobre qué requisitos debe satisfacer el funcionario, cuál es el órgano que lo designa y qué
facultades tiene para cumplir su cometido.

La praxis política, con buen tino, hace recaer la facultad de designación en el Poder Ejecutivo. Esa modalidad atiende
al hecho de que el funcionario que inviste la calidad de comisionado federal es un representante directo de tal poder,
entre cuyas competencias se encuentra la de tener a su cargo la administración general del país (art.99 inc.1). Otro
sector de la doctrina deriva la competencia de la potestad presidencial para nombrar a los empleados a cuyo
nombramiento no está reglado de otra forma por la Constitución (art.99 inc.7).

La ininterrumpida práctica ha hecho que la intervención sea unipersonal, pero nada obsta que, si así lo decide el
Ejecutivo, la misma esté a cargo de más de una persona.

Para cumplir su cometido el interventor debe obrar con sujeción a la ley que dispuso la intervención haciendo
prevalecer sus contenidos frente a eventuales instrucciones contradictorias que pueda darle el presidente. Cualquiera
sea la extensión de sus facultades ellas son ejercidas en nombre y por autoridad del gobierno federal, respondiendo
ante la justicia federal por todos los actos que sea consecuencia de su función.

La regla admite excepción en el supuesto que tales actos de la intervención sean los ordinarios de la administración
provincial, es decir aquellos que constituyen el giro normal y común para el funcionamiento del Estado. Entonces la
responsabilidad es juzgada por la justicia del Estado intervenido.

Cuando la intervención alcanza al Ejecutivo, el interventor sustituye al gobernador y amén de las facultades que
emanan de su calidad de comisionado federal, puede ejercer las competencias que la Constitución local confiere al
Poder Ejecutivo local.

Si se interviene el Legislativo el interventor reemplaza a la Legislatura y podrá dictar decretos leyes.

De intervenirse el Poder Judicial el comisionado sólo tendrá potestad para cesantear jueces, designando en su
reemplazo nuevos magistrados que duran en la función el tiempo que permanece la intervención. Pero el funcionario
federal, en ningún caso podrá cumplir funciones judiciales.

Si la intervención alcanza a los tres poderes ello no implica que tal extensión comporte la necesaria intervención de
los municipios, a menos que los hechos determinantes de la medida hayan tenido que ver con la situación
institucional de las comunas.

Art. 13”. - Las facultades del interventor serán las necesarias para revertir las causas que dieran origen a la
intervención.

En ningún caso los actos de administración podrán exceder los previstos en la Constitución provincial o de la ciudad
de Buenos Aires, ni podrá facultárselo para disponer de los bienes provinciales o de la Ciudad de Buenos Aires.

Art. 14”. - Durante el tiempo que dure la intervención federal tendrán plena vigencias en el territorio afectado los
derechos y garantías reconocidos por la Constitución Nacional y por la Constitución y leyes locales.
Art. 15’. - El interventor federal tendrá las siguientes obligaciones:

1. Respetar la Constitución y las leyes, tanto de la Nación como de la respectiva provincia o la de la Ciudad de
Buenos Aires;

2. Asegurar la continuidad de los servicios públicos;

3. Recaudar impuestos;

4. Todas las que expresamente se establezcan en la ley que declaró la intervención.

Art. 16.- El interventor federal tendrá expresamente prohibido:

1. Ejercer funciones judiciales o arrogarse el conocimiento de causas pendientes o restablecer las fenecidas;

2. Crear nuevos impuestos, tasas o contribuciones;

3. Otorgar concesiones de servicios públicos;

4. Autorizar pagos de la administración que no estuvieren aprobados por el último presupuesto de la provincia. Si así
lo hiciere, será personalmente responsable;

5. Celebrar contratos o reconocer deudas de cualquier tipo que no fueren imprescindibles para su inmediata gestión
administrativa;

6. Expropiar bienes;

7. Indultar o conmutar penas.

¿La intervención importa necesariamente sustitución de los gobernantes provinciales?

La doctrina discurre acerca del hecho de que la intervención importe necesariamente sustitución de la autoridad local.
A propósito de ello, vale recordar que la Constitución autoriza intervenir al gobierno federal dejando librado a su
arbitrio acordar a la medida la mecánica que juzga como idónea para realizar el fin propuesto.

Esto supone que la expresión “interviene en el territorio” no implica que como consecuencia de la intervención deba
operarse —necesariamente— el cese de la autoridad local. Se posibilitaría así una acción tuitiva y no coercitiva que
pueda ayudar a resolver la dificultad existente sin necesidad de reemplazar a legítimas autoridades.

En los primeros años de vida institucional tan atinada práctica resultó frecuente. Sagués recuerda, entre otros, los
casos de Jujuy, en 1877; San Juan, 1868; La Rioja, 1878; Buenos Aires, 1880.

Control judicial sobre la intervención federal

La Corte sentó la doctrina negativa del control judicial por entender que el acto de intervención es una cuestión
política ajena a la competencia de los jueces y, por ende, no justiciable (para su estudio en particular véase la
temática mencionada en subprincipio de control).

A nuestro entender, los poderes políticos -el Congreso y el presidente, en su caso- son los únicos habilitados para
verificar, en los hechos, si se dan las condiciones extremas que justifican la intervención federal. Tal atribución es
discrecional porque no está normada (ni puede estarlo); son los poderes políticos los que declaran que los hechos
han sucedido y su contraprueba no les compete a los jueces. Pero si los poderes políticos declaran que han sucedido
hechos que nada tienen que ver con la subversión de la forma republicana o con una invasión desde el extranjero,
entonces la cuestión se toma de derecho. Ella está normada en la Constitución y le corresponde al Poder Judicial
conocer en el caso.

Alcance de la intervención federal

La ley o decreto que la disponga debe señalar si comprende a todos los poderes provinciales o alguno de ellos. Debe
indicar expresamente las causas que la motivan, los fines que se buscan con la medida, el plazo de duración de la
misma y los poderes del interventor.

Dentro del marco declarativo, le corresponde al presidente nombrar y remover a la persona del interventor (art. 99,
inc. 7o, parte 2a CN), y darle instrucciones.

Art. 9”. - El plazo de la intervención federal no deberá exceder de 6 (seis) meses , dentro del cual deberán
adoptarse todas las medidas necesarias para la restauración del orden institucional afectado. Aunque no se hubiere
vencido el término por el cual fue declarada, la misma cesará si desaparecieran los motivos en que se fundó.
Art. 11”. - Declarada la intervención federal, el Poder Ejecutivo nacional deberá designar, en el plazo de 10 (diez)
días, la o las personas que ejercerán las funciones encomendadas para restablecer el orden institucional. El o
los interventores ejercerán sus funciones con sujeción a las disposiciones legales.

Responsabilidad del interventor federal


El interventor responde sólo ante el gobierno federal que lo designó y sus actos no están sujetos ni a la
responsabilidad ni a las acciones que las leyes locales establecen respecto de sus gobernantes.

Si incurre en responsabilidad civil o penal en cumplimiento de sus funciones, conocerá la justicia federal, de lo
contrario, debe intervenir la justicia local.

Art. 18”. - Todos los actos del interventor que motiven responsabilidades de carácter civil o criminal, serán juzgados
por la Justicia federal con jurisdicción en la provincia intervenida.

Efectos de la intervención sobre los derechos y garantías

Mantendrán su plena vigencia en el territorio intervenido durante todo el período de duración de la medida de
excepción, ya sea que se trate de derechos y garantías consagrados en la Ley Fundamental federal o en las
constituciones locales (de las provincias o Ciudad de Buenos Aires, según el caso).

5. Impuestos Directos e Indirectos


Un tema que es particularmente delicado en toda relación humana y no hace excepción a esa regla la relación
federal, es el relativo a la distribución de los recursos y gastos entre los sujetos que se vinculan; en nuestro caso
entre el Gobierno Federal, las provincias y la Ciudad de Buenos Aires.

El constituyente de 1853 diseñó un delicado equilibrio para la república presidencialista federal, en el que las fuertes
atribuciones que se lo otorgaban al presidente para asegurar la unidad de la federación, resultaban moderadas entre
otras cosas, por la limitación que se estableció a la potestad tributaria del Gobierno Central.

El criterio básico de distribución de potestades tributarias de la Constitución histórica es que al Gobierno Federal le
correspondían esencialmente los impuestos aduaneros <<y sólo excepcionalmente los impuestos internos (utilizando
este término en sentido amplio incluyendo tanto los directos como los indirectos) cuando razones de tal naturaleza lo
exigieran>>. Se concibió un gobierno central con recursos limitados para hacer frente a unas pocas pero
trascendentales funciones y gobiernos provinciales con una potestad tributaria amplia, que les permitiera hacer frente
a todos los gastos que implica el amplio e ilimitado ámbito de atribuciones conservadas por ellas.

Pero las limitaciones constitucionales al poder de imposición del gobierno federal fueron diluyéndose en un proceso
histórico en el que, a partir de 1890, cada vez que una crisis económico-financiera ponía en dificultades al Gobierno
Central, éste echaba manos de los recursos que la Constitución le autorizaba a usar de manera excepcional y por
tiempo limitado, pero los hacía suyos en forma definitiva y permanente. De tal manera se desnaturalizó el sistema
constitucional, con la usurpación permanente de recursos provinciales por parte del Gobierno Central, y finalmente
las provincias terminaron convalidando ese traspaso de potestades al margen de la Constitución, con tal de que el
Gobierno Central les diera alguna participación en lo que recaudaba por esos impuestos, con lo que se dio origen al
régimen de coparticipación federal. Tal era la distancia entre lo que disponía la norma constitucional y lo que se hacía
efectivamente en materia de distribución de recursos fiscales, que Pedro J. Frías le llamaba el <<modus vivendi
impositivo que por cuarenta años empobreció a las provincias>>.

Facultades de Nación y de Provincias. Art. 75 inc. 1 CN


La reforma de 1994 tomó aquel modus vivendi como un hecho dado y consolidado y procuró mejorar desde allí la
situación de las provincias.

Por un lado mantuvo como criterio de reparto de potestades la distinción entre impuestos externos e internos. Los
primeros, a los que el art.75 inc.1 denomina “derechos de importación y exportación” e incluyen lo que hoy se
denomina “retenciones” siguen asignados de manera exclusiva al Gobierno Central. Los segundos, que son los que
gravan hechos imponibles que acontecen íntegramente dentro del territorio nacional, son distribuidos por el art.75
inc.2 CN entre el Gobierno Central y las provincias y Ciudad de Buenos Aíres tomando como base la distinción de
impuestos directos e indirectos.

Se les llama directos a aquellos impuestos que gravan directamente la riqueza, la propiedad o la renta (Ej. Impuesto
inmobiliario, a las ganancias, al patrimonio, etc.) Por el contrario los llamados impuestos indirectos son los que
gravan hechos que constituyen exteriorizaciones indirectas de riqueza como, por ejemplo, el consumo (el legislador
presume que quien más consume es el que tiene más capacidad económica). El impuesto indirecto más importante y
difundido es el impuesto al valor agregado (IVA).

La Constitución, a partir de la reforma de 1994, dispone que los impuestos internos indirectos son concurrentes, es
decir que pueden crearlos indistintamente el Gobierno Central, las provincias o la Ciudad de Buenos Aires. En cuanto
a los impuestos directos se mantiene el texto histórico, del que se deriva que es un poder conservado por las
provincias (también CABA) el de crearlos y recaudarlos, aunque excepcionalmente cuando “la defensa, seguridad
común y bien general del Estado lo exijan” puede hacerlo el Congreso Nacional, pero “por tiempo limitado”.

No podemos dejar de mencionar que a pesar de esas restricciones que impone la Constitución, el Impuesto a las
Ganancias, que es un impuesto directo creado por el Congreso Nacional en uso de esa facultad excepcional, fue
establecido en el año 1932 y por prórrogas sucesivas al cabo de más de ochenta años todavía mantiene su vigencia
“provisoria”.

Otro aspecto del modus vivendi impositivo que ha sido convalidado por la reforma de 1994 es el referido a la
coparticipación federal. Eso significa dejar de lado el sistema del texto histórico que separaba las fuentes de recursos
tributarios (impuestos externos para la Nación e impuestos internos para las provincias), por otro sistema en el que
hay un conjunto de recursos tributarios que son comunes y, por tanto se unifica su legislación y su recaudación (el
Gobierno Federal legisla, recauda y reparte con las provincias y Ciudad de Buenos Aires).

Distribución de potestades tributarias entre el gobierno federal, las provincias y la Ciudad de Buenos
Aires.
Impuestos EXTERNOS (aduaneros) Impuestos INTERNOS
Exclusivos del Gobierno Federal (art.75 inc.1 CN) y Directos: Exclusivos de las provincias y Ciudad de Bs.
prohibidos a las provincias y Ciudad de Bs. As. (arts. 9 a As., salvo que el Gobierno Federal haga uso, por
12 y 126 CN). tiempo determinado, de la facultad excepcional del
art.75 inc.2, primer párrafo (necesidades de defensa,
seguridad común y bien general del Estado).
Indirectos: concurrentes entre Gobierno Federal,
provincias y Ciudad de Bs. As.

Ley de Coparticipación. Cámara de origen. Quórum. Criterios a tener en cuenta para su


dictado
El art.75 inc.2 CN no reguló de manera operativa el régimen de coparticipación, sino que lo difirió a un futuro acuerdo
entre el Gobierno Federa y los demás sujetos federales, que debió haberse perfeccionado antes de finalizar el año
1996 (CN: cláusula transitoria sexta).

Sin embargo, a casi veinte años del vencimiento del plazo fijado por la Constitución, el acuerdo que nos ocupa
todavía no se ha concretado. Como consecuencia de ello, el reparto de la renta federal se sigue haciendo hasta hoy
por la aplicación de un viejo acuerdo de coparticipación anterior a la reforma, que no se ajusta a la Constitución y
cuyo plazo de vigencia se ha vencido hace muchísimo tiempo.

Por tanto, nos habremos de circunscribir al estudio de las bases constitucionales del régimen cuya regulación, al
haber quedado diferida a un futuro acuerdo interjurisdiccional, es uno de los denominados “poderes compartidos”.

En primer término hay que señalar que los sujetos entre quienes debe celebrarse el acuerdo son todos sujetos de la
relación federal, es decir el Gobierno federal, todas las provincias y la Ciudad de Buenos Aires, aunque no aparezca
mencionada explícitamente en el segundo párrafo de la norma que se refiere a los “acuerdos previos”. Es que, si del
párrafo tercero surge claramente que este acuerdo interjurisdiccional habrá de producir efectos jurídicos con respecto
a la Ciudad de Buenos Aires, no es posible pensar que ella no ha de ser parte del acuerdo. Nadie puede quedar
obligado por un contrato del que no ha sido parte.

El acuerdo de coparticipación ha de asumir la forma de “ley convenio”, es decir que el Gobierno Federal emite su
voluntad dictando una ley que establece la regulación del régimen e invita a las provincias a adherir. Pero el
constituyente se ha ocupado de establecer un procedimiento especial para la celebración de este acuerdo, que
consta de tres etapas claramente diferenciadas:

a) Acuerdos previos: El segundo párrafo del art.75 inc.2 hace referencia a estos “acuerdos previos” que
constituyen el primer paso hacia el establecimiento del nuevo régimen. Ya hemos dicho que pese a la
omisión del texto, deben intervenir aquí no sólo el Gobierno Federal y todas las provincias, sino también la
Ciudad de Buenos Aires. Estos acuerdos previos deben fijar, al menos con carácter general, cuáles habrán
de ser los contenidos de la “ley convenio”, con lo que se procura evitar que -como ha ocurrido aquí- el
convenio de coparticipación sea una suerte de “contrato de adhesión” en el que una parte, con clara
superioridad sobre las otras, predetermina de antemano en forma unilateral las condiciones del contrato y las
restantes se limitan a prestar su conformidad, sin que exista una verdadera negociación.
b) Ley del Congreso de la Nación: Al Congreso Nacional le corresponde volcar los contenidos de los acuerdos
previos en una ley formal que, además, tiene dos particularidades en cuanto a su trámite de sanción: el
Senado debe obligatoriamente actuar como cámara de origen y en ambas cámaras requiere una mayoría
agravada (mayoría absoluta del total de miembros).
c) Aprobación por las provincias: Una vez sancionada de ley del Congreso Nacional, ésta necesita ser aprobada
por leyes de las legislaturas de todas las provincias.

Lo dicho pone claramente de manifiesto que la naturaleza jurídica del instrumento que, según la previsión
constitucional debe dar origen al régimen de coparticipación, es claramente contractual. Por eso se ha dicho que
“tiene alma de contrato y cuerpo de ley”. Este carácter de acuerdo interjurisdiccional se desprende de la
denominación “ley-convenio” que le da la norma, como así también cuando ésta prevé como base los “acuerdos
previos”, cuando requiere la aprobación de las provincias (y de la Ciudad de Buenos Aires podemos añadir) y cuando
dispone que “no podrá ser modificada unilateralmente, ni reglamentada”.

Impuestos coparticipables. Asignaciones específicas. Art. 75 inc. 2. Análisis de su


contenido.
La finalidad del acuerdo de coparticipación es repartir recursos tributarios entre los sujetos de la relación federal, por
eso el primer paso consiste en determinar qué es lo que se va a repartir, o sea cuáles son los que quedan
comprendidos en la “masa coparticipable”. En este aspecto el art. 75 inc. 2 CN establece una regla: integran dicha
masa todos los impuestos internos (directos e indirectos) creados por el Congreso Nacional (queda entonces
excluidos los impuestos externos, que pertenecen en forma exclusiva a la Nación y los impuestos internos creados
por cada legislatura de provincia). Ahora bien, como excepción, el inc.3 de este artículo autoriza al Congreso a
sustraer de la masa coparticipable algunos impuestos para darles una “asignación específica”; esta decisión por ser
de carácter excepcional sólo puede regir “por tiempo determinado” y además, necesita mayoría agravada (art.75
inc.3).

Pero aunque el art.75 inc.2 no ha dispuesto cómo se va a repartir, ya que es precisamente esa la decisión sustancial
que ha quedado diferida para el futuro acuerdo de coparticipación, sí ha establecido las siguientes pautas
constitucionales sobre su contenido:

La distribución de recursos debe hacerse en relación directa con las competencias, servicios y funciones a cargo de
cada nivel de gobierno.

Deben utilizarse criterios de reparto objetivos (número de habitantes, densidad de población, brecha de desarrollo,
etc.) y no subjetivos (asignación de porcentajes fijos a cada sujeto de la relación federal).

Debe responder a criterios de equidad y solidaridad como consecuencia del principio de solidaridad federal.

Finalmente se dispone que la ley-convenio debe crear el único organismo interjurisdiccional con jerarquía
constitucional denominado “organismo fiscal federal”. Este tendrá como función ejercer “el control y fiscalización” de
todo el régimen de coparticipación para garantizar que se cumpla con el mandato constitucional. Aquí se advierte una
solución novedosa en cuanto al principio de participación federal, porque la Constitución exige que tengan
representación en este organismo todas las provincias y la Ciudad de Buenos Aires para que todos los sujetos de la
relación federal controlen la compatibilidad con las exigencias constitucionales, no sólo las normas que se dicten,
sino también de su ejecución.

RÉGIMEN DE COPARTICIPACIÓN
Acuerdo entre el Gobierno Federal y los demás sujetos federales en virtud del cual el primero legisla y recauda
impuestos internos (directos e indirectos) y reparte la recaudación.
Sujetos de la coparticipación: Gobierno Federal, provincias y Ciudad de Buenos Aires
Procedimiento para formalizar el acuerdo (ley convenio):
1. Acuerdos previos entre los sujetos federales.
2. Proyecto de ley que ingresa por el Senado y requiere mayoría absoluta del total de miembros de cada
Cámara.
3. Aprobación posterior por ley de cada provincia.
Tributos comprendidos en el régimen o “masa coparticipable” (qué repartir):
Regla: Todos los impuestos internos (directos e indirectos) creados por el Congreso Nacional.
Pautas constitucionales sobre el contenido del acuerdo (cómo repartir)
1. Relación directa con las competencias, servicios y funciones a cargo de c/u.
2. Criterios objetivos de reparto.
3. Equidad y solidaridad.

6. El gobierno Federal. La división clásica de poderes. La reformulación de


funciones del Estado. a) Decisión, b) Ejecución, c) Control.
A partir de Montesquieu no puede hablarse de república si no hay una clara división del poder político, esto es que
las funciones del poder se hallen divididas y asignadas a distintos órganos que se controlan recíprocamente. Se trata
de una técnica para limitar el poder (objetivo prioritario del constitucionalismo de los siglos XVIII y XIX) con el objeto
de garantizar la libertad. Un sistema de gobierno que concentra las tres funciones en un solo gobernante lleva
necesariamente al despotismo, decía; por eso hay que desgajarlas y asignar cada una de ellas a un órgano distinto
para que el poder limite al poder y pueda crearse así un equilibrio que asegure la libertad y la paz.

Buteler dice que la denominación puede inducir a un error sino se tiene en cuenta que, en realidad, el poder del
Estado es uno solo. No hay tres poderes, sino en tres funciones que ejerce el poder del Estado: a) la función
legislativa, que consiste en dictar nomas de carácter general y abstractas; b) la función administrativa y de ejecución
de las leyes y c) la función judicial que consiste en aplicar las leyes para resolver conflictos en casos concretos. En
los regímenes republicanos liberales cada una de esas funciones es asignada a un órgano del poder que las
constituciones normalmente denominan Poder Legislativo, Poder Ejecutivo y Poder Judicial.

Desde la misma sistematización del texto constitucional el constituyente argentino ha adoptado el principio divisorio
como base fundamental de la organización política. Ha definido los órganos del poder (arts.44, 87 y 108 CN), ha
regulado su organización, composición, forma de elección de sus miembros, duración de los mandatos y
funcionamiento y ha determinado sus respectivas atribuciones (art.75 para el Poder Legislativo, art.99 para el Poder
Ejecutivo y arts. 116 y 117 para el Poder Judicial).

Para garantizar este principio, la Constitución ha establecido en forma expresa en el art. 72 la incompatibilidad de los
legisladores para recibir empleo o comisión del Poder Ejecutivo sin previo consentimiento de la Cámara y en el art.
109 la terminante prohibición al presidente de la Nación de “ejercer funciones judiciales, arrogarse el conocimiento de
causas pendientes y restablecer las fenecidas”.

Sin embargo, no debe pensarse que el principio divisorio importa la separación tajante del poder en tres
compartimentos estancos e incomunicados.

En este orden de ideas, debemos tener en cuenta que, por una parte, la asignación de atribuciones entre los órganos
o poderes no siempre coincide con un estricto criterio funcional de clasificación de aquéllas. O, dicho en otros
términos, aun cuando la determinación de competencias sea lo más precisa posible, siempre encontraremos
hipótesis en las que un poder ejerce funciones que son por naturaleza ajenas a su función específica.

Por otra parte, para que el principio cumpla efectivamente su finalidad de garantizar la libertad, no basta la mera
separación de los órganos sino, principalmente, establecer entre éstos concretas relaciones de control recíproco, a fin
de hacer realidad el objetivo de que el poder controle al poder.

Finalmente, si no perdemos de vista el principio fundamental de unidad del poder del Estado y su finalidad única que
es el bien común, llegamos a la conclusión de que junto al principio divisorio y sin menoscabo de éste, debe existir
una colaboración de poderes, para que toda la acción del Estado -a través de sus tres órganos- esté orientada al
cumplimiento de su fin.

a) Asignación de funciones no específicas a los poderes del Estado

El principio de división de poderes no puede llevar a una estricta asignación de atribuciones entre los órganos o
poderes en razón de la naturaleza de la función. La aplicación del principio a la concreta estructura de un sistema de
gobierno reclama a veces, para mantener la armonía y equilibrio entre éstos y su respectiva independencia, que se
asignen al Poder Legislativo y al Judicial funciones administrativas, a éste último y al Ejecutivo funciones de
naturaleza legislativa y aunque el Legislativo y el Ejecutivo ejerzan ciertas funciones de naturaleza jurisdiccional.

En este sentido ha resuelto la Corte Suprema de Justicia de la Nación que: “Es sabido que la doctrina de la división
de los poderes o de la separación de las funciones no implica que cada uno de los órganos del poder pueda ejecutar
únicamente actividades materialmente administrativas, legislativas o judiciales. Es que esas actividades son
consecuencia del ejercicio mismo del poder, que nuestro sistema legal le reconoce a los tres órganos en sus
determinados ámbitos de competencia”.

 El Poder Ejecutivo tiene asignadas, además de sus funciones específicas, otras de naturaleza legislativa,
esto es dictar normas de carácter general y abstracto, obligatorias para todos: Por ejemplo:
 El art.99 inc.2 CN le reconoce la potestad reglamentaria, que ejerce por sí o a través del jefe de
gabinete en ciertos casos (art.100 inc.2).
 También participa en la formación de las leyes (art.99 inc.3 CN), mediante la facultad de iniciativa
(art.77 CN), la de promulgación (art.78 CN) y la de veto (art. 83 CN).
 En situaciones excepcionales puede dictar normas con carácter de ley al dictar decretos de
necesidad y urgencia (art.99 inc.3) y reglamentos delegados (art.76).
 También le reconoce la Constitución Nacional al presidente facultades de aplicar la ley a casos concretos lo
que, en esencia, importa ejercer funciones de tipo jurisdiccional. Si bien en todos estos casos se trata de
decisiones en el ámbito estrictamente administrativo y tendrán siempre una instancia de control judicial
posterior, la naturaleza de la función que en esos casos desarrolla el presidente responde a los caracteres
propios de la función judicial.
 En su carácter de jefe supremo de la administración (art.99 inc.1) ejercerá la potestad disciplinaria
que lo llevará a aplicar la ley en casos concretos, resolviendo si se ha configurado o no una infracción
y aplicando, en su caso, la sanción prevista en la norma.
 En ese mismo carácter deberá resolver los recursos administrativos que se plantean contra
decisiones suyas o de los funcionarios que dependen de él.
 Puede indultar y conmutar penas (art.99 inc.5).
 Sin lugar a dudas la Constitución les asigna funciones administrativas, propias en principio del Ejecutivo, al
Poder Legislativo y al Poder Judicial; aunque en lo que respecta a este último, desde la reforma de 1994
algunas de esas funciones ya no serán ejercidas por la Corte Suprema de Justicia sino por el Consejo de la
Magistratura. Todo lo relativo al personal de cada uno de los poderes y su funcionamiento administrativo
(suministro de bienes y servicios, obras, contrataciones en general, etcétera) es de resorte exclusivo de cada
poder (arts.66 primera parte, 75 inc.32, 113 y 114 CN) y ello genera una actividad administrativa idéntica a la
que desarrolla el Ejecutivo en cumplimiento de sus funciones específicas.
 El Poder Judicial, por su parte, tiene también atribuciones de naturaleza legislativa, en tanto la Corte
Suprema y el Consejo de la Magistratura están facultados, en ejercicio de la función de superintendencia, a
dictar reglamentos (art.113 y 114 inc.6 CN).
 El Poder Legislativo, a su vez, tiene asignadas atribuciones que son esencialmente iguales a las que
constituyen la función judicial, aunque circunscriptas al ámbito de la responsabilidad política de los miembros
de los otros poderes y de sus propios miembros.
 El Senado actúa como Tribunal de Juicio Político para juzgar la conducta del presidente, del
vicepresidente, del jefe de gabinete, de los ministros del Poder Ejecutivo y de los magistrados de la
Corte Suprema (art.59 CN), cuando éstos han sido acusados por la Cámara de Diputados (art.53
CN).
 Cada Cámara actúa como juez cuando resuelve si corresponde corregir o excluir de su seno a
cualquiera de sus miembros por desorden de conducta (art.66 parte 1 CN) o cuando ejerce su
potestad disciplinaria sobre terceros, por hechos cometidos en el recinto o fuera de él que afecten los
privilegios parlamentarios (cuestiones de privilegio).
 También cuando hace de “juez de la elección, derechos y títulos de sus miembros en cuanto a su
validez” (art.64 CN).

Al igual que los tribunales de justicia, en todos estos casos las cámaras deben proceder respetando la
garantía del debido proceso y el derecho de defensa (art.18 CN).

b) Sistema de pesos y contrapesos (relaciones de control recíproco)

Para que pueda ser realidad aquello de que el poder controla al poder, deben establecerse entre los distintos órganos
que lo ejercen, adecuados mecanismos de control, de manera tal que, mediante un sistema de pesos y contrapesos
entre los tres poderes, pueda lograrse un equilibrio entre éstos. La Constitución ha establecido estos mecanismos,
algunos de los cuales enumeramos a continuación:

Podríamos decir que el Poder Legislativo es el poder de control por excelencia, aunque no con exclusividad. En los
casos siguientes el Poder Legislativo controla al Poder Ejecutivo:

 Ejerce el control patrimonial, económico y financiero con el apoyo de la Auditoría General de la Nación (art.85
CN) y aprueba el presupuesto y la cuenta de inversión, que no es otra cosa que la rendición de cuenta anual (art.
75 inc.8 CN).
 Ejerce el control político mediante sus atribuciones de requerir informes e interpelar a los ministros y al jefe de
gabinete (arts. 71 y 100 inc.11 CN); de formar comisiones de investigación; al recibir del jefe de gabinete el
informe periódico sobre la marcha del gobierno (art.101) y de éste y los demás ministros la memoria (art.104 CN)
y lleva a cabo el juicio político (arts.53, 59, 60 y 101 CN).
 Autoriza al presidente a realizar algunos actos como declarar la guerra (art.99 inc.15) o ausentarse del territorio
de la Nación (art.99 inc.18);

También controla al Poder Judicial, a cuyo fin tiene las siguientes atribuciones:

 La de crear y suprimir tribunales inferiores a la Suprema Corte de Justicia (arts.75 inc.20 y 108 CN).
 La de fijar el número de miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
 La de dictar la legislación procesal para los tribunales nacionales y federales (art.75 incs.30 y 32) que
comprende la de fijar las “reglas y excepciones” para el ejercicio de la competencia apelada de la Corte
Suprema (art.117 CN).
 A través del Senado prestar acuerdo para la designación de los miembros de la Corte y demás tribunales
inferiores (art.99 inc.4 CN).
 Intervenir en el juicio político de los miembros de la Corte Suprema (arts. 53 y 59 CN).

El Poder Ejecutivo, por su parte, también controla a los otros poderes. Así por ejemplo, en relación al Congreso, el
presidente tiene la atribución de convocarlo a sesiones extraordinarias y prorrogar las ordinarias (arts. 63 y 99 inc.9
CN) y las facultades co-legislativas (reglamentación, iniciativa, promulgación y veto y facultades legislativas
extraordinarias -arts.99 inc. 3 y 76-.)

Respecto del Poder Judicial, el Ejecutivo tiene la importante atribución de designar con acuerdo del Senado a los
miembros de la Corte Suprema y jueces inferiores (art.99 inc.4).

Finalmente, el Poder Judicial, tiene la atribución de revisar, cada vez que la cuestión se plantee en una causa, la
legalidad de los actos del Poder Ejecutivo, y también la constitucionalidad de las leyes del Congreso, mientras que
las decisiones firmes del Poder Judicial no pueden ser revisadas por autoridad alguna, ya que pasan a ser cosa
juzgada.

c) Coordinación y cooperación de poderes

El poder del Estado es uno y que es uno también su fin: el bien común. En consecuencia, resulta imprescindible la
coordinación y cooperación entre los órganos que ejercen las distintas funciones, a fin de asegurar la consecución del
único fin.

Joaquín V. González menciona las siguientes como reglas fundamentales sobre la armonía de los poderes:

1) Cada poder es supremo en su jurisdicción y solamente subordinado a los otros dos en cuanto esté
establecido por la Constitución, por las leyes o por la naturaleza de los actos.
2) Cada poder es auxiliar y ejecutor de los otros dos en cuanto él no tiene jurisdicción exclusiva o suprema.
3) Los tres poderes, distintos, separados y soberanos en sus respectivas esferas de acción, son coordinados,
armónicos, combinados y uniformes en la acción general que constituye el gobierno de la Nación.

El obrar coordinado y la cooperación recíproca entre los poderes del Estado es la regla general a la que deben éstos
ajustar su actuación, aun en hipótesis no previstas expresamente en el texto constitucional, siempre que signifique
una delegación de atribuciones de uno a otro poder no autorizada constitucionalmente. Pero hay casos en los que la
Constitución Nacional dispone expresamente que deben obrar así. Por ejemplo: la apertura de las sesiones
extraordinarias del Congreso por el presidente, oportunidad en que debe emitir su mensaje (art.99 inc.8), las
designaciones de magistrados, oficiales superiores de las Fuerzas Armadas, ministros plenipotenciarios y
encargados de negocios por el presidente que requieren el previo acuerdo del Senado (art.99 incs.4, 7 y 13) al igual
que la declaración por el presidente del Estado de Sitio por ataque exterior (art.99 inc.16).

La reforma de 1994 ha procurado establecer un sistema de relación más dinámico entre los poderes Ejecutivos y
Legislativo, a través de la figura del jefe de gabinete quien tiene, entre sus funciones principales, la de desempeñarse
como nexo de comunicación entre ambos, por lo que:

1) Interviene siempre que el presidente ejerza atribuciones vinculadas con la función legislativa, por ejemplo en
la iniciativa legislativa (art.100 inc.6 y 9 CN); en el veto y promulgación parcial (art.100 inc.13) y cuando el
presidente ejerza excepcionalmente la función legislativa por delegación del Congreso (art.100 inc.12) o por
razones de “necesidad y urgencia” (art.100 inc.13).
2) En general, debe refrendar los actos del presidente que se refieran al Poder Legislativo, tales como la
prórroga de sesiones o convocatoria a sesiones extraordinarias (art.100 inc.8); contestar los pedidos de
informe efectuados por las cámaras (art.100 inc.11).
3) Debe concurrir a las sesiones legislativas cuando lo considere conveniente (art.100 inc.9) y obligatoriamente
“al menos una vez por mes, alternativamente a cada una de las Cámaras, para informar de la marcha del
gobierno” (art.101).

Su insuficiencia actual
Desvirtuación de la República

El principio de división de poderes, concebido por la ciencia política y el constitucionalismo de la modernidad como el
elemento clase del régimen republicano, a parece en nuestros días “en crisis, porque hay una tendencia natural a
desequilibrar un poco la división y equilibrio de poderes en favor del Ejecutivo”, el principio en cuestión se nos
muestra hoy “totalmente amenguado, esfumado”.

Lo cierto es que en todo el mundo, los ejecutivos, que desde los comienzos del constitucionalismo tuvieron alguna
primacía en el ejercicio del poder (quizás por ser de alguna manera los continuadores de la figura del monarca),
resultan hoy robustecidos notablemente en virtud de un fenómeno que ha dado en llamarse liderazgo del Poder
Ejecutivo, en detrimento de los otros dos poderes del Estado.

Esta crisis del principio de división de poderes, generalizada en el mundo, no importa negación de la república en la
medida que, reconociendo que la función de gobierno del Estado está en manos preponderantemente del Poder
Ejecutivo, a ésta se oponen sólidas instituciones que asuman con responsabilidad y rigurosidad la función de control,
tanto en lo político (a cargo del Poder Legislativo) como en lo jurídico (a cargo del Poder Judicial). Si el
acrecentamiento de los poderes se corresponde con un equivalente fortalecimiento y rigurosidad en los controles, se
mantiene el equilibrio y, por ende, subsiste la república. Pero, si no sucede así, se quiebra el delicado equilibrio de
fuerzas y de poderes que supone la república y, por ende, se altera la totalidad del sistema. Roto el equilibrio no hay
más república, aunque pueda quedar alguna apariencia formal de ella.

Hay casos en los que, pese a la letra de las normas constitucionales y aún de sus leyes reglamentarias, los
caracteres de la república aparecen en los hechos tan desvirtuados que hay que reconocer que no queda de ella más
que una fachada, una estructura cuya finalidad es sólo dar una apariencia de república, al estilo de las que se montan
en la escenografía de un teatro para dar la sensación de que los actores están en la plaza de un pueblo, o en una
pradera.

Hay determinados datos que nos permiten verificar si nos hallamos frente a uno de estos supuestos de república
desvirtuada:

 Si los gobernantes tienden a buscar artilugios para eludir las limitaciones que establecen las normas
constitucionales para continuar en el ejercicio de sus cargos más allá del término de duración de sus mandatos
(reformas constitucionales ad hoc, interpretaciones retorcidas del texto constitucional, etc.).
 Si los gobernantes y funcionarios públicos que aparecen como probables autores de delitos que han causado
perjuicio al patrimonio estatal logran eludir o dilatar indefinidamente las acciones judiciales tendientes a descubrir
la verdad de los hechos y a aplicar, en su caso, las sanciones penales y lograr el resarcimiento pecuniario
correspondiente. La cuestión adquiere gravedad si ese objetivo se logra escudándose en prerrogativas o
privilegios propios del cargo que no son removidos por una mayoría parlamentaria complaciente; pero más aún
cuando se logra por la complacencia de los jueces que tienen a su cargo el juzgamiento.
 Si los ciudadanos hallan obstáculos o impedimentos para acceder a documentos públicos tales como leyes,
decretos reglamentaciones, contratos celebrados por el Estado con entes públicos o privados, nacionales o
extranjeros. Máxime si documentos de esta naturaleza son calificados abiertamente como “secretos”.
 Si la labor del Poder Legislativo consiste prioritariamente, más que en crear leyes, en aprobar los proyectos que
envía el Poder Ejecutivo con pocas o ninguna modificación.
 Si el Poder Legislativo no hace uso de las atribuciones de control que le da la Constitución por sobre el Poder
Ejecutivo.
 Si el Poder Judicial en vez de hacer respetar los límites constitucionales de las atribuciones de los otros poderes,
busca argumentos jurídicos para dar apariencia de legitimidad a los excesos y aún a verdaderas violaciones de la
Constitución.
 Si se busca y logra la subordinación de los jueces al poder político, sea mediante prebendas o por el miedo a
perder el cargo por un ejercicio abusivo y distorsionado de las facultades constitucionales de contralor sobre
ellos.
 Si en el fondo se sabe que el verdadero y único poder es el Ejecutivo y que, más allá de lo que digan las normas,
los otros órganos del Estado le están subordinados.

Lamentablemente en nuestro país, la realidad concreta y vigente de las instituciones nos muestra que, pese a la letra
de la Constitución, el equilibrio y armonía republicanos exhiben muchas de las falencias señaladas.

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