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No más lágrimas...

- Reflexión Setiembre 2009

Apocalipsis 21:4

“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni


habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.”

¿Lloraremos o no en el cielo? Es claro que Dios secará nuestras lágrimas,


pero es claro también que no tendremos más llanto ni sufriremos, ni
tendremos dolor ni apremio. La ansiedad, las preocupaciones que nos
quitaban el sueño habrán desaparecido.
En el cielo no tendremos el persistente recuerdo de sufrimiento
experimentado en la tierra, de los conflictos y ofensas vividos, de los
fracasos y las malas decisiones a lo largo de nuestra vida. No será un lugar
de remordimiento.
Quizás lloraremos por otros motivos. Quizás lo hagamos al tener la
capacidad de ver y comprender lo que estaba oculto a nuestros ojos: los
modos y los costos que Dios empleó y pagó para conquistar nuestra
estancia celestial; cuántos y cuáles ángeles fueron comisionados para
ayudarnos y librarnos; cuán terrible batalla tuvieron que enfrentar por
nosotros; cuán terrible había sido nuestro enemigo, cuán amenazados
estábamos.
Quizás lloraremos al ver con claridad el rostro de Jesús; la final
comprensión de su amor nos abrumará y nos quitará el aliento. Es probable
que lloremos al comprender nuestra valía como criaturas de Dios.
Lloraremos al conocer que Dios, efectivamente nos ama de manera
personal, especial e individual a cada uno.
Lloraremos al conocer nuestro verdadero nombre elegido por Dios, grabado
en una piedrecilla, escogido con infinita ternura; lloraremos al escuchar por
primera vez de labios de Dios, aquel nombre en un tono vibrante,
retumbante y a la vez cálido; sabremos que se refiere a nosotros.
Lloraremos quizás al escuchar la voz de Dios, tantas veces imaginada,
tantas veces, añorada. Lloraremos porque si llegamos al cielo,
integraremos un excelso y multitudinario coro que alabará al Rey; y él será
capaz de identificar nuestra voz entre millares y millares.
Lloraremos porque sabremos cómo fuimos escogidos; cuán importante
somos para nuestro Salvador; el saber que éramos su gozo puesto delante
de él, aquello que lo llenó de valor para enfrentar la cruz será demasiado
para mantener rostros impávidos.
Lloraremos cuando comprendamos lo que significaba “gloria de Dios”; al
ver lo que se refería la Palabra para describirla, lloraremos y moveremos
nuestras cabezas al reconocer cuán diferente era de nuestra imaginación e
interpretación.
Lloraremos al ver cómo con tan sólo el anuncio de su aparición, el séquito
de millares de ángeles, caen rendidos a sus pies y recordaremos cuán difícil
nos era obedecer sus mandatos más explícitos.
Aún así, Dios, conociendo nuestra final comprensión, comprenderá ese
nuevo sentimiento que experimentaremos y desatará el nudo de nuestra
garganta. Con un guiño de ojo y una sonrisa, nos acercará a él y con el
amor con que siempre nos amó, entonces nos consolará.

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