EL TEMA DE LA “GRACIA” EN TRENTO 1. Lutero: totalidad de la gracia, nulidad humana 1.1 Factores previos La reacción típicamente agustiniana de Lutero contra el optimismo “pelagiano” de Guillermo de Ockham (1280-1349) y Gabriel Biel (1410-1495), para quienes el hombre, aún dañado por el pecado original, puede cumplir con sus solas fuerzas el bien moral, evitar el pecado mortal y observar toda la ley de Dios. Su continuidad con el pensamiento nominalista sobre el de potentia absoluta y el de potentia ordinata de Dios. La experiencia personal de Lutero. Experimenta el “descubrimiento de la misericordia” gracias a la lectura de Romanos 1,17 que lo llevó a la concepción de la fe fiducial como radical confianza al Dios que gratuitamente perdona los pecados y hace justos a los injustos. 1.2 La doctrina luterana Después del pecado original el hombre está intrínsecamente corrupto al punto de no tener un libre arbitrio para actuar con respecto a su fin último. La justificación implica dos fases complementarias: a) la primera consiste en el perdón de los pecados, no es nunca intrínseca sino sólo extrínseca y es llamada justificación forense, porque es como si Dios fuese un juez que declara inocente a uno que en realidad es culpable; b) la justificación implica la verdadera donación del Espíritu Santo al hombre. si la nueva situación del hombre justificado por la fe en Cristo no es una justicia solo forense sino también presencia del Espíritu. La justificación es puro don de Dios. Lo que cuenta es la experiencia personal de ser salvado por Crito. 2. Trento: la disposición para recibir el don Para responder a la doctrina luterana, no sólo al tema de la gracia, se convocó el Concilio de Trento por Pablo III, bajo las instancias de Carlos V, del 13 de diciembre de 1545 al 4 de diciembre de 1563. Trento afronta el tema específico de la gracia en el contexto de la justificación con un documento orgánico titulado De Justificatione (DS 1520-1583). 2.1 La primera justificación La primera justificación se expone desde de dos puntos de vista. El primero es del presupuesto global de la justificación en la economía divina respecto a la humanidad pecadora. El segundo es el de la realización existencial de la justificación, considerada a partir del caso normativo de los adultos candidatos al bautismo. 2.1.1 Presupuesto fundamental: la economía de la salvación El cap. 1 nos habla de la impotencia de la naturaleza y de la ley para justificar a los hombres. El primer presupuesto de la justificación es la situación pecadora de la humanidad, recapitulada en dos afirmaciones que evocan en Rom 1-2: Todos los hombres se encuentran en una capacidad radical de liberarse de la esclavitud del pecado. Sin embargo, la humanidad pecadora conserva una capacidad radical de ser liberada, pues el libre albedrío del hombre no ha quedado extinguido sino solamente inclinado. El cap. 2 nos habla de la economía y el misterio de la venida de Cristo. No hay salvación posible para el hombre más que por la iniciativa gratuita de Dios para con él. Esta benevolencia es obra del “Padre de la misericordia” que declaró y prometió el envío de su Hijo. La venida de Cristo concierne a judíos y paganos. Se pasa con toda naturalidad a la idea de redención a la de justificación. La salvación no es sólo liberar del pecado, sino que encierra además el don positivo de la filiación divina. El cap. 3 hace referencia a los que son justificados por Cristo. Cristo murió por todos. Sin embargo, sólo se benefician aquellos a los que se comunica el mérito de su Pasión. Lo mismo que se da una solidaridad en la justicia de Adán y cada uno de los hombres por el simple hecho de nacer, también hay que establecer una solidaridad nueva en la justicia con Cristo mediante un “renacer”. La justificación es una transferencia de la herencia, como paso de las tinieblas del pecado al Reino del Hijo. El cap. 4 nos da un esbozo de una descripción de la justificación del pecador y su modo de realizarse en el estado de gracia. La justificación es una transposición de la herencia de Adán a la herencia de la Gracia de Cristo, que le confiere la adopción final. La realización de esta transposición exige el bautismo, o al menos el deseo de recibirlo. Al mencionarse el bautismo se expresa así la dimensión eclesial, comunitaria y sacramental de la justificación. 2.1.2 Realización concreta: la preparación en los adultos El cap. 5 nos habla de la necesidad para los adultos de una preparación para la justificación y su origen. Se afirma que el principio de la justificación misma en los adultos ha de tomarse de la gracia preveniente de Dios por medio de Jesucristo. Esta gracia es a la vez una llamada y una ayuda: atrae e incita. Es de una gratuidad total porque se da sin ningún mérito previo. La cooperación de la libertad es posible y necesaria porque la gracia tiene la iniciativa. Por tanto, el hombre no puede permanecer inactivo, ya que ha de enfrentarse con la opción entre el rechazo o la aceptación. El cap. 6 considera el modo de preparación. Siendo la actividad libre del hombre necesaria para devenir de la justificación, el decreto se dedica a trazar la serie de actos sucesivos que supone este camino preparatorio. La gracia preveniente es el punto de partida y presupuesto para la secuencia de actos que se mencionan. Su sucesión se estructura mediante la tríada de la fe, la esperanza y la caridad. Se trata de actos de fe y de esperanza y de un comienzo de amor que responden a una gracia que sigue siendo aún exterior al ser del pecador. El primer acto es evidentemente la fe, respuesta a la predicación eclesial del Evangelio. El segundo acto, el del temor, es engendrado por el mismo acto de fe, ya que la fe en la palabra de Dios es la que revela el pecado. La esperanza no puede menos que abrirse al amor, cuyo germen lleva dentro de sí. 2.1.3 Su definición y sus causas El cap. 7 es considerado una obra maestra del Concilio, da primero la definición de la justificación a partir de sus efectos: éstos tienen una dimensión negativa, el perdón de los pecados y otra dimensión positiva, la santificación y la justificación. En la sistematización católica, la santificación pertenece al acto de la misma justificación, mientras que la tradición protestante distingue más radicalmente los dos aspectos. La causa final asocia la gloria de Dios con la Gloria de Cristo y la vida eterna. La causa eficiente es el Dios Trinitario. La causa instrumental es el bautismo. Finalmente, el texto considera el resultado de la justificación: el don infuso de la justicia tiene que manifestarse al exterior y traducirse en obras de caridad y de obediencia a los mandamientos. 2.2 Gratuidad de la justificación El cap. 8 se dedicará a responder la siguiente pregunta: ¿Cómo comprender que el pecador es justificado por la fe y gratuitamente? La Iglesia Católica comprende la expresión paulina, “el hombre es justificado por la fe” en el sentido de que la fe es por parte del hombre el comienzo de su salvación, su fundamento permanente y su raíz. Por la fe, el Concilio entiende el acto de fe y no la virtud infusa de la fe. El cap. 9 es contra la vana confianza de los herejes. En forma más polémica se dedica a rechazar las posiciones extremas. Hay dos afirmaciones principales. Nadie puede jactarse de estar justificado sobre la base de la “certeza de la fe” que pueda tener de ello: se alude aquí al propósito de reducir la justificación a la experiencia subjetiva que pueda tener de ello el creyente. No puede afirmarse que esta certeza subjetiva e indudable sea necesaria para la justificación misma: no hay una correlación entre necesaria entre la certeza del perdón de los pecados y ese perdón efectivo. 2.3 El justificado: su vida y su recuperación 2.3.1 la vida del hombre justificado El cap. 10 referente al incremento de la gracia recibida, comienza la segunda gran parte del decreto relativa la vida del hombre justificado. El don de la justicia debe desarrollar normalmente la cualidad de las disposiciones del justificado, así como su cooperación y permitir un progreso en la santificación, que para el concilio es lo mismo que un crecimiento en la justicia: se justifican más. Este camino de progreso en la justicia y la santidad y de la eliminación de la resistencia pecadora a la gracia corresponde al sentido católico del célebre adagio luterano: al mismo tiempo pecador y justo. El cap. 11 habla de la observancia de los mandamientos, su necesidad y su posibilidad. La observancia de los mandamientos es posible, al mismo tiempo que necesaria, al justificado, puesto que Dios no solamente no manda lo imposible, sino incluso da lo que ordena. Los capítulos 12 y 13 dirán que hay que guardarse de una presunción temeraria respecto a la predestinación y tratarán sobre el don de la perseverancia. 2.3.2 La recuperación del justificado El cap. 14 trata sobre los que ha caído y su recuperación. Los que han perdido la justificación por el pecado pueden recuperarla. Ahora es imposible un segundo bautismo, pero siempre cabe la posibilidad de una segunda penitencia. El cap. 15 subraya que todo pecado mortal hace perder la gracia, pero no la fe. El cap. 16 se referirá al fruto de la justificación, el mérito de las buenas obras: su naturaleza. El decreto desarrolla la comprensión católica del hombre justificado bajo el signo de la justitia Dei. El texto emplea como esquema de fondo los tres estados del hombre frente a la gracia: el infiel pecador que busca y llega a la justicia; el cristiano justificado que debe perseverar y crecer en la gracia; el justificado que recae y es nuevamente justificado.