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Perdón Bíblico
Edición Abril 2014
32
Antes sed benignos unos con otros,
misericordiosos, perdonándoos unos a otros,
como Dios también os perdonó
a vosotros en Cristo.
Ef. 4:32
Predicación dominical del pastor
Eduardo Luévano Chavarría
Edición abril del 2014
Contenido
Abreviaturas:
P.B. Perdón Bíblico
p. perdón
A.T. Antiguo Testamento
N.T. Nuevo Testamento
Introducción 4
Capítulo 1: La amargura 6
Definición 6
Quién es culpable. Quitar la amargura. El que ayuda.
Solución divina para no amargarse 7
Ya estoy amargado 8
La amargura es un pecado. Perdonar al ofensor.
El perdonar es sin duda, una de las cosas más difíciles de lograr en esta vida, a su
alrededor se han creado divisiones y malestar irreparables entre los seres humanos. Y a
pesar de esto, el perdonar es la experiencia más gratificante que llena de paz y compasión
al que se arriesga a dispensar las ofensas. Perdonar no es olvidar, ni negar las cosas
dolorosas ocurridas, sino que es, esa poderosa “afirmación” salida de la voluntad, de que
las cosas malas no arruinarán nuestro presente (no más daño y destrucción), aun cuando
hayan arruinado nuestro pasado.
El P.B. es la “respuesta espiritual” de un creyente a la injusticia que otra persona ha
cometido contra uno. El perdonar permite al creyente “liberarse” de todo lo soportado
para seguir viviendo en paz. Así como sucede con la temporada invernal, nos acordamos
del frío del invierno, pero ya no temblamos porque ha llegado la primavera. El P.B.
genera un cambio substancial en el corazón (paz). La meta es ponerle fin a ese ciclo del
dolor por nuestro propio bien y por el bien de los que viven con nosotros (no más dolor).
De hecho el p. es un regalo, que debemos “obsequiar” muy a menudo a los que amamos
entrañablemente y también a los que despreciamos con todas nuestras ganas, meta a la
cual nos invita a alcanzar ¾el Sr. Jesús¾ «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los
que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os
persiguen» (Mt. 5:44-46).
Es prudente aclarar que el perdonar “no borra lo malo” que se ha hecho, ni le quita la
responsabilidad al ofensor por el daño cometido, ni tampoco le niega el derecho a la
persona que ha sido ofendida el que se haga justicia. A pesar de esto, para un creyente
debe quedar muy claro que la justicia será impartida únicamente por la mano de Dios,
¾dice Pablo¾ «No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la
ira de Dios…» (Ro. 12:19).
No podemos pasar por alto que el perdonar es un “proceso complejo y disciplinado”, que
sólo el afectado tiene que superar (es individual). Paradójicamente, al ofrecer nuestro p. al
ofensor, encontramos por la gracia divina el poder para “sanarnos”. Es decir, al ofrecer el
p. al ofensor, los afectados también reciben la paz.
Existen dos tipos de p. ¾el divino y el humano¾. El humano tiene como modelo al p.
divino, pero el p. humano se encuentra pervertido por causa del “pecado”, por lo tanto,
debemos considerar al p. humano plagado de errores evidentes cuando lo comparamos
con el P.B.
La amargura
DEFINICIÓN
En el griego del N.T. la amargura viene de una palabra que significa “punzar”. En cuanto
a su raíz hebrea, tiene la idea de algo “pesado”. El uso en el griego clásico revela el
concepto de algo “fuerte”. La amargura, entonces, “Es algo fuerte y pesado que punza
hasta lo más profundo del corazón, provocando aflicción y disgusto”.
La amargura no tiene lugar instantáneamente cuando alguien ofende; sino que es una
reacción a la ofensa (reacción pecaminosa opuesta al P.B.) o a una situación difícil y
como regla general es injusta. No importa si la ofensa fue intencional o no, si el ofendido
no arregla la situación con Dios, la amargura le inducirá a imaginar más ofensas de la
misma persona. Entonces, la amargura es una manera de responder; que a la larga puede
convertirse en una norma de vida, es decir, “amargarme siempre cuando me ofenden”.
Los compañeros de la amargura son la autocompasión, los sentimientos heridos, el enojo,
el resentimiento, el rencor, la venganza, la envidia, la calumnia, los chismes, la paranoia,
las maquinaciones vanas y el cinismo. La amargura es resultado de los sentimientos
negativos más profundos del alma, y la razón por la que es tan difícil de desarraigar es
triple:
1. Quién es culpable.
El ofendido considera que la ofensa es culpa de otra persona. Y muchas veces es cierto y
razona así: “él o ella, debe venir a pedirme disculpas y arrepentirse ante Dios, pues yo soy
la víctima”. Ahora bien, el cristiano generalmente se siente culpable ante Dios cuando
comete un pecado, sin embargo, no se siente culpable de pecado por amargarse cuando
alguien le ofende. Pues la percepción de ser víctima borra cualquier sentimiento de culpa,
es decir, el sentimiento de víctima es más grande que el sentimiento de culpa. Por lo tanto,
el pecado de amargura es muy fácil de justificar, pero recordemos que la amargura sigue
siendo un pecado contra Dios.
2. Quitar la amargura.
Casi nadie ayuda a quitar la amargura. Por el contrario, los amigos más íntimos afirman:
“Tú tienes derecho… mira lo que te ha hecho, etc.", lo cual convence aun más de que se
está actuando correctamente al amargarse uno.
3. El que ayuda.
El que ayuda a quitar la amargura es considerado falto de compasión. Si alguien cobra
suficiente valor como para decir: “Amigo, estás amargado; eso es pecado contra Dios y
debes arrepentirte”. Da la impresión de que al consejero le falta compasión (recuerda, que
el ofendido piensa que es víctima). Me pasó recientemente en un diálogo con una mujer
que nunca se ha podido recuperar de un gran daño cometido por su padre. Ella lleva más
de treinta años cultivando una amargura que hoy ha florecido en todo un huerto. Cuando
compasivamente (Gá. 6:1) le mencioné que era hora de perdonar y olvidar lo que queda
atrás (Fil. 3:13), me acusó de no tener compasión. Peor todavía, más tarde descubrí que
se quejó con otras personas, diciendo que como consejero carecía de simpatía y
compasión. Hasta es posible perder la amistad de la persona amargada por haberle
aconsejado que quite la amargura de su vida (Ef. 4:31).
similares? Si hasta el momento no has tenido que luchar con la amargura, tarde o
temprano te acontecerá algo que te enfrentará cara a cara con la tentación de guardar
rencor, de vengarte, de pasar chismes, de formar alianzas, de justificar tu actitud porque
tienes razón, etc. Como cristianos debemos estar preparados espiritualmente, pero ¿Cómo
hacerlo? Esta es la solución divina para no amargarse: ¾establecer la santidad como
meta en la vida¾. Como en todos los casos de pecado, más vale “prevenir” que tener
que tratar con las consecuencias devastadoras que el pecado siempre deja como herencia.
El escritor de Hebreos, dentro del contexto de la raíz de amargura, exhorta: «Seguid la
paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (12:14).
La mejor manera de prevenir la amargura es buscar la paz y la santidad, es decir, “asumir
un compromiso con Dios para ser santo pase lo que pase”.
Cuando sobrevienen situaciones que lastiman los sentimientos, producen rencor y demás
actitudes que forman el círculo íntimo de la amargura, debemos decir: “He hecho un
pacto con Dios a fin de ser santo, como él es santo (Lv. 11:45, Mt. 5:48) a pesar de que la
otra persona tenga la culpa, entregaré la situación en las manos de Dios, y perdonaré al
ofensor y buscaré la paz”. ¡Esto es santidad!
Notemos la diferencia entre la actitud de David y la de su ejército, cuando volvieron de
una batalla a su ciudad: «Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de
apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma, cada uno por sus hijos y
por sus hijas; mas David se fortaleció en Jehová su Dios» (1S. 30:6). Aclaro, en ningún
momento es la intención “minimizar” el daño causado por una ofensa o por el ultraje que
experimentó David y su gente, sino que la intención es “magnificar” la gracia de Dios
para consolar y ayudar a perdonar.
YA ESTOY AMARGADO
1. La amargura es un pecado.
¿Qué tengo que hacer si ya estoy amargado? Ver la amargura como un pecado contra
Dios. Si se vemos la amargura solamente como algo personal contra quien me engañó, me
lastimó, me perjudicó con chismes o lo que fuere; sería fácil justificar mi rencor, alegando
que tengo razón, pues la otra persona me hizo daño. Porque no hay nada más difícil de
solucionar en esta vida, que una persona amargada que “tiene razón para estarlo” (Lv.
19:17-18, Ef. 4:31, Col. 3:8, 2Ti. 2:23, He. 12:15).
Cuando se experimenta amargura en el corazón; junto con David hay que confesar a Dios:
«contra ti, contra ti solo he pecado» (Sal. 51:4). En el momento en que se percibe (a
pesar de las circunstancias adversas) que la amargura es un pecado contra Dios, debe
confesarse (1Jn. 1:9, Sal. 32:1–5; 51, Pr. 28:13) y la sangre de Cristo lavará de todo
pecado (1Jn. 1:7). ¾ Pablo instruye¾ «quítense de vosotros toda amargura» (Ef. 4:31).
Notemos, la Biblia no otorga a nadie el derecho de amargarse, aunque tenga razón para
ello.
Vayamos al A.T. para entender el contexto de la raíz de amargura en Dt. 29:18, donde el
pecado principal es la idolatría. Eso es precisamente lo que pasa en el caso de la
amargura, en vez de postrarnos ante Dios “buscando” la solución divina, uno se postra
ante sus propios recursos y su propia venganza. El ídolo en este caso es el propio
¾yo¾.
2. Perdonar al ofensor.
En el mismo contexto donde Pablo exhorta a librarnos de toda amargura, explica cómo
hacerlo: «…perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en
Cristo» (Pr. 17:9, 19:11, Mt. 18:21–22, Lc. 17:4, Ef. 4:31–32, Col. 3:13, 1P. 4:8).
Testimonio de un creyente:
En junio de 1972 por vez primera en mi vida tuve que enfrentarme con la amargura. Dos
ladrones entraron en la oficina de mi padre y lo mataron a sangre fría, robándole menos
de cincuenta dólares. Ni siquiera tuve el consuelo de poder decir: “bueno, papá está con el
Señor”, porque a pesar de ser una excelente persona, mi padre no tenía tiempo para Dios.
¿Cuáles eran mis opciones: hundirme en la amargura, buscar venganza, culpar a Dios?
¡No! Yo hice un compromiso con Dios de buscar la santidad en todo... La respuesta
inmediata era perdonar a los criminales y dejar la situación en manos de Dios y de las
autoridades civiles; o amargarme. Tuve ¿Tristeza? Sí. ¿Lágrimas? Muchas. ¿Dificultades
después? En cantidad. ¿Consecuencias? Por supuesto. ¿Fue injusto? Indiscutiblemente.
¿Hubo otras personas amargadas? Toda mi familia. ¿Viví o vivo con raíz de amargura en
mi corazón? Por la gracia de Dios, ¡No! ¿Por qué? Por lo siguiente:
• El p. quita el resentimiento. Uno de los muchos beneficios de no guardar rencor es
poder tomar decisiones con cordura y no hacerle caso al corazón ofendido (Lv.
19:18, Pr. 14:17, 19:11, 1Co. 13:5).
• El p. no es tolerar. A la persona ni al pecado. El p. no es fingir que la maldad no
existe, ni es intentar el pasarla por alto. Tolerar es “consentir, aguantar; no
prohibir”, y esto lejos está de ser el P.B. Permitir es pasivo mientras perdonar es
activo. Cuando la Biblia habla de p., en el idioma griego se descubre que esta
palabra literalmente significa “mandarlo afuera”. En otras palabras, activamente
se envía el rencor “afuera”, o poner toda ansiedad sobre Dios (1P. 5:7).
• El p. no es olvidar. Porque olvidar es prácticamente imposible. El resentimiento
tiene una memoria como de una grabadora, y aún mejor, porque la grabadora
repite lo que fue dicho, mientras que el resentimiento hace que con cada recuerdo
se vuelva más profundo (la amargura es como una herida infectada). La única
manera de apagar la grabadora es perdonar. Después de una conferencia, una
dama me preguntó: “Si el incidente vuelve a mi mente una y otra vez, ¿quiere
decir que no he perdonado?” Mi respuesta tomaba en cuenta tres factores:
a. Es posible que no había perdonado. Recordemos «engañoso es el
corazón más que todas las cosas, y perverso…» (Jer. 17:9). El ser
humano hace cualquier cosa para mitigar la vergüenza, y es lógico que
permanezcan los fuertes sentimientos negativos asociados con una
ofensa. Volvamos al caso de la mujer que durante veintitrés años había
estado en tratamiento siquiátrico a causa del abuso de su padre.
Después de hablar sobre los “beneficios” que el p. produciría (no
sentir aflicción, rencor y amargura), le expliqué que de acuerdo a Mr.
11:25 (notar cuando se ora, es un momento ideal para perdonar), ella
tenía que perdonar a su padre. Su respuesta inmediata fue: ¡Ya lo he
hecho! Pero era obvio que ella estaba llena de amargura y rencor. Mi
siguiente pregunta fue: ¿Cómo lo hizo? Su contestación ilustra otra
manera en que el ser humano evita asumir la responsabilidad ante el
Señor. Me dijo: “Muchas veces he pedido al Sr. Jesús que perdone a
mi padre”. La mujer aún no entendía lo que Dios esperaba con
respecto al p. O tal vez fuera su manera de no cumplir con una tarea
difícil (perdonar es muy difícil para la carne). Con paciencia volví a
explicarle las cosas, y finalmente ella inclinó la cabeza y empezó a
orar perdonando a su padre. Pronto vi lágrimas en sus ojos (es
responsabilidad del creyente perdonar ofensas, porque el p. es un acto
de amor). Al día siguiente regresó para otra consulta y se la veía con
esperanza, con alivio y como una nueva persona. La conclusión es que
no había perdonado, aunque ella dijera que sí…
b. Hay quienes desean que recordemos incidentes dolorosos del pasado. En
primer lugar está Satanás, que trabaja día y noche para dividir a los
hermanos en Cristo (Ap. 12:10 (acusa); 1Ti. 5:14 (maldice, ofende,
critica). En segundo lugar, la vieja naturaleza saca a relucir el pasado
(Ef. 4:22). Los mexicanos empleamos la frase: “la cruda” al referirnos
a los efectos de la borrachera al día siguiente. En cierto modo es
posible tener una “cruda espiritual” que precisa tiempo hasta no
molestar más (recordar es normal; pero que moleste y duela es lo
anormal). Me refiero a ciertos hábitos, maneras de pensar que son
difíciles de romper (He. 12:1). Si uno en verdad ha perdonado, cada
vez que el incidente viene a la memoria, en forma inmediata hay que
recordarse a sí mismo, que la cuestión está en las manos de Dios y que
es un asunto terminado que sólo forma parte de un mal recuerdo.
c. Finalmente existe otra persona o grupo que no quiere que tú olvides el
incidente. Aquellos que fueron contagiados por la amargura, a quienes
tú mismo infectaste y como resultado tomaron sobre sí la ofensa. Por
lo general, para ellos es más difícil perdonar, porque recibieron la
ofensa indirectamente. Por lo tanto, no te sorprendas cuando tus
amigos a quienes tú contagiaste de amargura, se enojen contigo cuando
por la gracia de Dios, has perdonado al ofensor y estás “libre” de dicha
amargura (el secreto para perdonar es aplicar la gracia divina). Se
perdona por gracia…
• El p. no absuelve al ofensor. De la pena correspondiente a su pecado. El castigo está
en las manos de Dios, o quizá de la ley humana. El salmista nos asegura: «Jehová
es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia» (Sal. 103:6,
Pr. 20:22, Ro. 12:19).
• El p. no es un recibo. Que se da después que el ofensor haya pagado. Si no
perdonamos hasta que la otra persona lo merezca, quiere decir, que estamos
guardando rencor.
• El p. no conocido por el ofensor. El p. no necesariamente tiene que ser un hecho
conocido por el ofensor. En muchos casos el ofensor ha muerto, pero el rencor
continúa en el corazón de la persona herida. Recuerdo el caso de una señora que
con lágrimas admitió que su esposo había desaparecido con otra mujer de la
iglesia. Durante la conversación me confesó: “Lo he perdonado, hay y habrá
muchas lágrimas, dolor y tristeza, pero me rehúso terminantemente a llegar al fin
de mi vida como una vieja amargada”. El hombre consiguió el divorcio y se casó
legalmente con la otra mujer. Por su parte, esta señora vive con sus tres
muchachos y sirve a Dios con todo su corazón; sus hijos aman al Señor y oran
para que su padre un día regrese al camino de Dios. Tener que perdonar un gran
mal o una ofensa mientras el ofensor no lo merezca, representa una excelente
oportunidad para entender mejor cómo Cristo pudo perdonarnos a nosotros (Ro.
5:8, Ef. 4:32).
• El p. es de inmediato. Una vez me picó una araña durante la noche, y tuve una
reacción alérgica que duró casi medio año. Ahora bien, si hubiera podido sacar el
veneno antes de que se extendiera por el cuerpo, hubiera quedado una pequeña
cicatriz nada más, pero no una reacción tan aguda. Algo semejante sucede con el
p., hay que perdonar inmediatamente antes de que “la picadura empiece a
El perdón bíblico
DEFINICIÓN
El p. viene de la palabra “aphiemi” y significa “despedir o apartar”. Este es el significado
fundamental del p. a través de las Escrituras: el “separar el pecado del pecador”. La
“base” para perdonar cualquier ofensa se encuentra en el “sacrificio perfecto” de
Jesucristo al morir en la cruz. Todo el p., tanto divino como humano tiene como base este
sacrificio del Sr. Jesús. Leamos su fundamento en los siguientes pasajes: «¨Yo, yo soy el
que borro tus rebeliones por amor de mi mismo, y no me acordaré de tus
pecados.¨Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para
remisión de los pecados» (Is. 43:25, Mt. 26:28).
EL DEPOSITARIO
Lo que Dios hizo con los pecados fue quitarlos de las personas y “depositarlos” en
Jesucristo su Hijo, donde fueron: (1) “redimidos” (Ef. 1:7). (2) El “castigo” (Is. 53:5-6 y
11) y la “justicia” (2Co. 5:21) lo sufrió el Sr. Jesús y de esta manera el pecador (3) queda
“libre” de las consecuencias del pecado (Col.2:13-14), de la “culpa” (Sal.32:1-2) y del
“castigo” (Ro.8:1 y 3). Esto quiere decir que Dios permitió que su Hijo Jesucristo sufriera
la muerte que todos los pecadores deberían haber cumplido.
Dios cumple su justicia una sola vez (Dios se cobró todo el pecado en Jesús su Hijo), por
eso es que olvida el pecado y no inculpa más al pecador (He. 7:27, 1P. 3:18, Mr. 10:45,
14:24, Is. 53:10, He. 9:28, 10:10). Por lo tanto, confirmamos que Dios ¾castiga, redime
y olvida¾ (Jer. 31:34) el pecado en base al sacrificio perfecto de su Hijo Jesucristo (He.
9:22).
Notemos que el p. y el pecado están íntimamente relacionados, porque si no hay pecado
no hay motivo para perdonar y viceversa. El hecho de perdonar no es algo “sin
importancia” como muchos a veces lo tratan, el p. es un acto inspirado por Dios (Dn. 9:9)
y cada creyente debe tomar el p. tan serio como Dios lo considera; tanto si está del lado
ofensor o del lado del ofendido. Repito, ¾cuando se perdona es porque hay pecado de
por medio¾ (Mt. 6:12, 1Jn. 3:4). La ofensa es pecado, tanto para el que la infringe como
para el que la recibe, porque al sentirse ofendido surgen sentimientos de odio, coraje,
injusticia y venganza…
Tenemos que considerar que el pecado no es sólo infringir la ley de Dios, sino que es
rechazar la voluntad de Dios, y esta rebeldía nos llevará a vivir a espaldas del Padre
celestial, lo cual inevitablemente traerá sus respectivas consecuencias (Pr. 28:13). Para
comprender mejor lo que es el pecado, diremos que es “esa disposición mental que nos
lleva a hacer nuestra propia voluntad en oposición a la de Dios”. Recordemos que la carne
está en contra del espíritu.
Ahora bien, es importante hacer la distinción entre pecado y trasgresión, siendo esta
última la infracción de un mandamiento conocido, como fue el caso de Adán ¾explica
Pablo¾ «No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no
pecaron a la manera de la trasgresión de Adán…» (Ro. 5:14), el Sr. Jesús fue sacrificado
precisamente por nuestras trasgresiones: «el cual fue entregado por nuestras
transgresiones, y resucitado para nuestra justificación» (Ro. 4:25) El salmista invita a
todo creyente a confesar cada transgresión: «Mi pecado te declaré, y no encubrí mi
iniquidad. Dije: confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi
pecado» (Sal. 32:5).
En el caso de Adán se le dio un mandamiento concreto, el cual desobedeció. Y en el
tiempo trascurrido de Adán hasta Moisés, no les fue dada ninguna ley concreta, por ello
no había trasgresión: «Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay
trasgresión» (Ro. 4:15), pero si había pecado y esto fue lo que provocó el diluvio (Gn.
6:5).
¿Por qué los creyentes gozan de estos privilegios? (1) Porque el Sr. Jesús derramó su
sangre preciosa y satisfizo lo que requería la ley de Dios (Is. 53:11, Mt. 26:28). (2) Porque
la sangre del Sr. Jesús tiene un gran valor para Dios, ya que es la única que puede
perdonar completamente los pecados, ¾ dice Pedro¾ «Sabiendo que fuisteis rescatados
de vuestra vana manera de vivir… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero
sin mancha y sin contaminación» (1P. 1:18-19). (3)Porque la sangre de Jesucristo es la
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única que puede justificar los pecados y reconciliarnos con Dios, ¾dice Pablo¾ « Pues
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mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque
si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más,
estando reconciliados, seremos salvos por su vida» (Ro. 5:9-10).
Según estos textos bíblicos, cómo recibimos el p. de los pecados. ¿Fue porque orábamos
con mucho fervor, o porque leíamos la Biblia de principio a fin, o porque asistíamos a la
iglesia? Se debió acaso a nuestros méritos ¾no, y mil veces no¾. ¿Entonces en base a
qué fueron perdonados nuestros pecados? La única base para otorgar el P.B. es el
derramamiento de la sangre preciosa de Jesucristo que nos ha reconciliado con Dios,
¾dice Pablo¾ «Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no
tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados…» (2Co. 5:19).
De gran utilidad será no olvidar la conducta de este fariseo, porque es posible que
contemos con una apariencia adecuada de religión y no saber nada del evangelio de
Cristo; también podemos venerar el cristianismo y estar totalmente ciegos acerca de sus
doctrinas cardinales; podemos poner mucha atención en la forma de conducirnos con
cortesía y civilidad en la iglesia, y detestar con aversión terrible la justificación por la fe,
y la salvación por la gracia. Por eso es necesario preguntarnos: ¿Sentimos afecto
verdadero hacia Jesús? Además, podemos decir las mismas palabras del apóstol Pedro:
«Señor, tú sabes todo; tú sabes que te amo» (Jn. 21:15-17). ¿Hemos abrazado
cordialmente el evangelio? ¿Deseamos entrar al cielo junto con los mayores pecadores, y
queremos cifrar todas nuestras esperanzas en la gracia gratuita? Estas son preguntas que
debemos considerar muy seriamente. Si no podemos contestarlas satisfactoriamente,
entonces, no somos mejores en nada que Simón el fariseo; y nuestro Señor podría
declarar: «una cosa tengo que decirte».
Este pasaje también nos enseña que el “amor y la gratitud”, son dos de las actitudes que
se deben ofrecer fielmente a Cristo. La mujer que alude este episodio, tributó mucho más
honor a nuestro Señor que el que le había tributado el fariseo: «Y estando detrás a sus
pies comenzó llorando a regar con lágrimas sus pies y los limpiaba con los cabellos de su
cabeza; y besaba sus pies y los ungía con el ungüento» (v. 38). Ningunas pruebas más
fuertes de reverencia y respeto podía haber dado esta mujer, y el móvil de tales
demostraciones era el amor que sentía por el Sr. Jesucristo. Amaba al Señor y creía que
nada que hiciera por él seria bastante. Se sentía en sumo grado agradecida al Señor, y
creía que ninguna demostración de gratitud que le hiciese sería demasiado costosa. Servir
correctamente a Cristo es la necesidad universal de todas las iglesias locales. Este es un
punto en que todas están acordes, todas desean ver entre los cristianos mayor número de
buenas obras, mayor abnegación, más obediencia en la práctica a los mandamientos de
Cristo. Más qué cosa producirá tales resultados. Mientras no exista más amor sincero
hacia Cristo, nadie le servirá más. El temor al castigo, la esperanza de recibir la
recompensa y la conciencia del deber, estos son estímulos útiles para inclinar a los
hombres a la santidad, pero son débiles e ineficaces mientras que el hombre no ame
profundamente a Cristo (Jn. 14:21, 23 y 24). ¿Sabías que amas a Cristo cuando perdonas
las ofensas, sin importar lo grande que sean? Albergar este móvil poderoso en tu corazón,
te llevará a ver la manifestación de Dios en tu vida.
No olvidemos esto jamás; por mucho que el mundo se burle del “amor”, y por falso y
mentido que este sentimiento sea algunas veces, todavía queda en pié la gran verdad de
que el amor es la potencia motriz de nuestras acciones. Una advertencia es oportuna: “Si
no hemos dedicado nuestro corazón a amar a Cristo, nuestras manos saquearan lo que les
pertenece a otros”. Sin embargo, el trabajador que ama será siempre el que hace más en la
viña del Señor (Gn. 39:2-3).
Observemos por último en este pasaje, que “la convicción” de que nuestros pecados han
sido perdonados, es la “fuente” principal de donde mana nuestro amor hacia Cristo. Ésta,
sin duda fue la lección que nuestro Señor se propuso grabar en el ánimo de aquel fariseo
cuando le contó la historia de los dos deudores: “Uno debía a su acreedor quinientos
denarios, y el otro cincuenta. Ninguno de los dos tenia “con que pagar”, y a ambos
perdonó la deuda”. Inmediatamente después siguió la pregunta importante: ¿Cuál de los
dos le amará más? He aquí la verdadera razón, dijo el Señor a Simón, del amor profundo
que esta penitenta ha manifestado. Sus abundantes lágrimas, su tierno afecto, su
veneración pública, la acción de ungir los pies del Señor, todo tuvo origen en una misma
causa: se le había perdonado mucho, por lo tanto amaba mucho (al Señor por perdonar su
pecado). Su amor fue el resultado del p., no la causa; la consecuencia, no la condición; el
resultado, no el motivo; el fruto, no la raíz.
El fariseo intrigado quería saber: ¿Por qué manifestó tanto amor esta mujer? La razón la
ofrece la narración: era porque sabía que se le había perdonado mucho. Y por otro lado,
¿Por qué el fariseo había mostrado tan poco amor a su convidado? Por la sencilla razón de
que no se sentía obligado hacia él; no tenía la convicción de haber recibido el p. y no se
sentía deudor de Cristo. Debe ser un anhelo de todo creyente el que viva siempre en la
memoria y penetre profundamente en el corazón, el principio que nuestro Señor declara:
“el amor y el p. van juntos” y además, es una de las grandes piedras angulares del
evangelio. Pero también es una de las llaves maestras que abren las puertas de las
bendiciones del reino de Dios. Uno de los medios para hacer piadosos a los hombres es
enseñar y predicar la concesión de un p. gratuito y completo por mediación de Cristo. De
hecho, el secreto de nuestra paz consiste en “saber y aceptar” o (“ser y me siento”) que
Cristo ha perdonado todos nuestros pecados. Y el estar en paz con Dios es la única planta
que producirá el fruto de la santidad, y el p. ha de preceder a la santificación, por lo que
nada duradero haremos mientras no estemos reconciliados con Dios (Ro. 5:10).
Este es el primer paso en la vida espiritual, trabajamos porque tenemos vida, no con el fin
de obtenerla. Nuestras mejores obras antes de estar justificados no son otra cosa que
pecados con ropajes espléndidos (Is. 64:6). Debemos vivir por fe en el Hijo de Dios, y
entonces, caminaremos en sus sendas (Sal. 17:5). El corazón que ha experimentado el
amor de Dios, es el que realmente ama a Cristo y se esfuerza en darle loor y gloria.
También aprendemos en este pasaje que para Dios, tan graves son los pecados de omisión
como los de comisión. La reprensión del Señor a Simón apunta a un aspecto crucial: la
esencia del pecado no está únicamente en el mal que se le hace al prójimo, sino en el bien
que se deja de hacer a Dios al “dejar de darle la honra y adoración” que él merece (Ro.
1:21).
Por tanto, el perdonar ofensas requiere primero que estemos conscientes que nosotros
somos tan pecadores como el que nos ofendió. Segundo, esto arrojará luz en los oscuros
rincones de nuestra conducta para “descubrir” la sutileza del pecado que mora en
nosotros, por ejemplo: el egoísmo en nuestras motivaciones, la soberbia, el orgullo, el
laberinto de las pasiones, el potencial violento, la vanidad y una larga lista de obras de la
carne que se ponen al descubierto cuando se mira en el espejo de la Palabra de Dios (Stg.
1:23-25). El ser humano tiene la vista muy fina para ver la paja del ojo ajeno, pero sufre
de “miopía” a la hora de descubrir las propias faltas (Mt. 7:1, Ro. 2:1-5, Stg. 4:12).
Terminemos este pasaje con profundo reconocimiento de la admirable misericordia y
compasión de nuestro Sr. Jesucristo con los mayores pecadores. Veamos la bondad del
Señor hacia la mujer que ungió sus pies como una invitación a todos los seres humanos,
sin importar la maldad que haya en ellos, sino que sirva de ejemplo para que se acerquen
a él y obtengan el p. de sus malas actitudes. Jesús nunca olvidará estas palabras: «Al que
viene a mí, de ningún modo rechazaré» (Jn. 6:37). Nadie debe perder la esperanza de ser
salvo si acude ante Dios reconociendo que ha pecado y quiere ser limpiado (2S. 24:10, Pr.
28:13).
Ahora preguntémonos: ¿Qué estamos haciendo con la nueva vida que Cristo nos ha dado?
Y ¿Qué prueba de amor estamos dando al Señor que nos amó y murió por nuestros
pecados? Estas son preguntas que un día tendremos que responder delante Dios, sólo que
en esa futura ocasión, serán preguntas de lo que debimos hacer en este mundo. Si no
podemos responderlas satisfactoriamente, tenemos razón para dudar de la realidad de
nuestro p. El hombre cuyos pecados han sido realmente lavados demuestra siempre con
sus obras que ama al salvador que lo redimió (Jn. 14:21 y 23).
2. Reconociendo mi maldad.
Debo ser capaz de reconocer mi pecado y mi maldad. La incapacidad para reconocer el
pecado propio es un gran obstáculo para perdonar a los demás, puesto que, el no
reconocer que también cometo pecados me lleva a experimentar la soberbia (Sal. 31:18,
Pr. 8:13, 11:2, 16:18, Is. 2:11) “La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae
de donde subió”. “El soberbio es como el gallo que creía que el sol había salido para que
oírle cantar”. Lo cual implica que una persona ensoberbecida trata a los demás con tanta
severidad como es indulgente consigo misma. Este fue el problema de Simón en
particular y de los fariseos en general, por ello el Sr. Jesús, en otra ocasión tuvo que
avergonzarles con aquel desafío: “el que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en
arrojar la piedra contra ella” (Jn. 8:7). ¡Reconozcan su maldad también!
Por el contrario, reconocer las propias faltas nos coloca en una actitud de humildad y nos
hace sentir humillados delante de Dios, pero incluso también nos debería llevar a
exclamar la misma petición del Padre nuestro: «perdónanos nuestras deudas (ofensas)
como nosotros perdonamos a nuestros deudores (ofensores) » (Mt. 6:12). La correcta
actitud de un creyente ante el error cometido, debe ser la de suplicar por la compasión, y
preguntarse: ¿Qué puedo hacer para ayudar, cómo puedo anular las consecuencias de mi
error? Y no debemos descansar hasta que pensemos correctamente: “sé que he estropeado
las cosas; pero la vida no se ha terminado, hay otra oportunidad de parte de Dios”. Por
ejemplo, La mujer adultera, el Sr. Jesús le da otra oportunidad para que cambie su estilo
de vida y le dice con mucho tacto y sabiduría: “vete y no peques más”. Cuestión que nos
conduce a reflexionar, que el Maestro no le estaba pidiendo a esa mujer que dejara pasar
unos días hasta que las cosas se calmaran, o que se aplacaran las aguas, sino que en
realidad le estaba pidiendo un cambio radical de estilo de vida pues le dice: “no peques
más”. Esta frase involucra el que abandone la forma de ganarse la vida, ya que es a todas
luces reprobada por la ley de Dios (Ex. 20:14, 1Ts. 4:3).
Así mismo debemos reconocer que cuando nos ofenden, por lo general queremos
“condenar”, cosa que no comparte el Sr. Jesús, ya que nos enseña que la respuesta
espiritual para cuando nos ofenden es que debemos “perdonar” (Lc. 17:4). Esta
recomendación del Rabí Jesús es porque hay beneficios, tanto para el ofendido como para
el ofensor, porque todo aquel que perdona las ofensas invita al que ofendió a cambiar su
mala actitud, por ejemplo, nuevamente el caso de esta mujer adultera, el Sr. Jesús al
decirle: “vete y no peques más”, la está invitando al desafío de una vida sin pecado. Es
todo un reto cambiar de una vida de pecado a una vida en santidad. Todo esto viene a
demostrar que si nos han ofendido grandemente y nosotros respondemos con un “p.
generoso”; invitas a reflexionar al ofensor y quizá cambie su actitud, ya sea en el presente
o para situaciones futuras (Mt. 18:15 Los metales se funden con las brasas, así el corazón
se ablanda con la bondad Ro.12:20). Por lo tanto, podemos decir que cuando
reconocemos que somos pecadores igual que aquel que nos ofendió, sucede algo
maravilloso: amamos con mayor intensidad a Dios porque nos perdonó nuestros pecados
y perdonaremos al que nos ofendió.
pecado sin importar que tan severo o devastador pueda parecernos (¨Mt.7:2 El
juicio severo o la falta de perdón se volverá contra nosotros el día que el Señor
juzgará los secretos íntimos de cada uno. ¨Stg.2:13 El creyente que muestra
misericordia evidencia que él recibió misericordia de Dios, perdonar es una
muestra de misericordia. ¨1Jn.3:10 La justicia es santidad, y el amor es caridad, y
la caridad es la perfección de la justicia la perdonar).
• Debemos perdonar todo. La Biblia nos señala que no se perdona por categorías ni
por daño infringido; sino que debemos perdonar todo, no en partes (Mt. 5:23-24
reconciliarse con el perdón).
• Debemos perdonar porque Dios me perdonó. Debemos perdonar en función a la
gracia recibida de Dios, no en función de los méritos que haga la persona que nos
ofendió. Si Dios por gracia me perdonó; yo también debo perdonar por la misma
gracia de Dios (Ef. 4:32).
• Debemos perdonar y esperar una relación renovada. Debemos esperar una relación
rejuvenecida con aquel que hemos perdonado, sin embargo, es preciso poner de
manifiesto que quizá la confianza no será total, pero el trato, la amistad y la
comunicación deberá ser restaurada (¨1Co. 6:6-7 todo creyente debe liberarse de
actitudes mezquinas, pues es mejor soportar que cometer un agravio 1P.2:20.
¨Sal.133:1). Ahora bien, generalmente salimos perjudicados en algo cuando nos
ofenden, así como el Sr. Jesús sufrió nuestros dolores y fue azotado, herido,
afligido por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados (Is. 53:3-5). Desde
luego la actitud correcta no es buscar el vengarnos, sino “que hablando de
venganza le corresponde aplicarla a Dios y nuestra actitud como ofendidos debe
ser de buena voluntad y desprendimiento de nuestros derechos (Pr. 20:22, Mt.
5:39-40 debemos quitarnos el deseo de defendernos y vengarnos por cualquier
agravio que nos hagan, en su lugar, hay que entregarlo a Dios para seguir siendo
feliz 1P.3:14-15, 4:14).
• El p. es costoso. Hay que reconocer que puede ser costoso para el creyente cuando
concede el p. (¨2Co. 4:17 La ofensa puede ser muy grande, y uno la puede
convertir en insignificante, es decir, no hacerle caso, no tomar en cuenta, no
pierdas la paz de Dios, además puede ser doloroso por un momento y uno la
puede convertir en algo pasajero o breve, entre mayor sea el sufrimiento, mayor
será la gloria eterna Pr.3:13-26 . ¨1P. 2:19-21 el creyente está llamado a soportar
trato injusto, pero si entiende y acepta esto con fe en el cuidado de Dios, podrá
abstenerse de reaccionar con enojo, venganza y descontento Mt.5:11-12, Fil.1:29.
¨1P.4:16 y 19 lo que cueste el perdón, que sea para la gloria de Dios).
• Debemos perdonar sin rencor odio, resentimiento y aborrecimiento. Debemos
perdonar completamente y no recordarle a la otra persona su pecado de una
manera acusativa (no echar en cara, recriminar, hacer sentir mal, no cobrarme su
ofensa a cada rato, no acusar ni reñir). Lo cual implica que quizás no sea
apropiado liberar al ofensor de todas las consecuencias de su ofensa (como son
sus obligaciones, responsabilidades, reglas, límites, castigos, sanciones o
penitencias). Ahora bien, la única razón para recordarle a alguien sus pecados es
cuando buscamos a toda costa su restauración (¨Is.35:3-4 para producir ánimo y
consuelo. ¨Ro. 14:1 no para pelear, ni juzgar, echar en cara, ni criticar, sino
ayudar. ¨15:1 sino para perdonar). O para propósitos de enseñanza, y aun
REHUSANDO A PERDONAR
1. Es difícil perdonar.
Ciertamente el p. no es algo que resulte natural a las criaturas caídas. Por lo general, nos
dejamos llevar demasiado por los sentimientos y exclamamos: “es que todavía me
¡duele!” (El dolor es competencia del corazón, no del razonamiento y la voluntad. Yo
decido con el pensamiento perdonar, a pesar de que tengo sentimientos de venganza o
deseo desquitarme. Yo decido perdonar independientemente de la gravedad de la ofensa,
recordemos que el perdón espiritual es una decisión voluntaria y sobre todo racional que
consiste en poner a un lado la ofensa y desear únicamente lo mejor para el ofensor) Los
que se dan el lujo de albergar sentimientos de amargura, encontrarán que el p. no germina
con facilidad. En lugar del p., la raíz que brota es una influencia que corrompe el alma, y
esta mala actitud no sólo daña a la persona amargada, sino también a muchos otros, como
lo declara el autor de la epístola a los Hebreos: «Mirad bien, no sea que alguno deje de
alcanzar la gracia de Dios (se perdona con la gracia divina); que brotando alguna raíz de
amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados» (He. 12:15).
La mayor de las veces el p. se ve frustrado por las emociones negativas que causan el
resentimiento y la ira no apagada. Algunos piensan erróneamente: “que no pueden
perdonar si no sienten ganas de perdonar”. Pero resulta que el P.B. no es un sentimiento:
“Es la manera espiritual de responder a la ofensa”. Dicho de otro modo: “Es el acto
voluntario, deliberado y racional en poner a un lado la ofensa”. Notemos que en estos
conceptos no intervienen los sentimientos sino la razón: “¿Quieres ser feliz un instante?:
¡véngate! ¿Quieres ser feliz para siempre?: ¡perdona!” “El corazón tiene razones que la
razón no entiende”. Si amas con el amor de Dios, perdonas; pero si no amas, tratas de
olvidar, esto es usar la razón.
Los que se dejan conducir por la pasión, sin duda van a encontrar bastante difícil el
perdonar, ya que el P.B. implica una decisión deliberada y racional que va en contra de
los “sentimientos”. Las emociones amargas dicen que se permanezca en la ofensa. En
contraste, el perdón del -espíritu- es una “decisión” voluntaria y racional que consiste
en poner a un lado la ofensa y desear únicamente lo mejor para el ofensor. De lo
anterior concluimos que la manera carnal para perdonar incluye los sentimientos, las
emociones, los resentimientos, la amargura, la pasión, el empecinarse, la ira y la
venganza, todo esto indudablemente se opondrá a ofrecer sinceramente el P.B. Estos
sentimientos son en realidad un obstáculo enorme para perdonar.
Tratando de interpretar aquel que involucra los sentimientos al perdonar diría: “Pero yo
no puedo hacer eso, yo trato de poner la ofensa a un lado, pero dondequiera que vaya,
algo me lo recuerda y termino pensando en eso y poniéndome de mal humor otra vez”.
Tales pensamientos en lugar de ayudar, constituyen tentaciones a pecar. Empecinarse en
no perdonar una ofensa no es un pecado menor que la lujuria o la codicia, o cualquier otro
pecado del corazón. Por lo tanto, es necesario tomar la decisión y apartarnos de esta clase
de pensamientos incorrectos. En lugar de ello, debemos cubrir deliberadamente la ofensa
con el amor de Dios y negarnos a sucumbir a pensamientos de ira y venganza, a pesar de
contar con ellos (¨1P.4:8 cubrir multitud de pecados es no permitir al corazón que guarde
rencor, odio y resentimientos. ¨Pr. 10:12. ¨1Co. 1:3-7).
Analicemos más en detalle lo que significa la palabra amor para Pedro: El término
“ektenés” que usa el discípulo para la palabra “amor” significa: (1) extenso y consistente.
(2) Que se estira como el corredor que está a punto de llegar a la meta, es como el
músculo que está tenso por el esfuerzo intenso y sostenido. Esta clase de amor es muy
vigoroso, a tal grado que ama lo desamado, que ama a pesar del insulto y de la injuria; es
un amor divino que nunca falla. La palabra “cubrir” de la frase: «porque el amor cubrirá
multitud de pecados»; debemos entenderla de modo tal, que no condena severamente ni
expone las faltas, sino que antes, con paciencia llevemos las cargas de los otros,
perdonando y olvidando las ofensas (¨Jn.13:4 la carne busca venganza, el amor busca
perdonar. ¨Gá. 6:12). Nuevamente, el que no reconoce su propio pecado está
manifestando la soberbia y así tratará con severidad al pecador. Y es que el verdadero
amor produce paciencia: ya que es mucho más fácil tener paciencia con nuestros hijos que
con los de los extraños. Fin del análisis.
Continuemos con nuestro estudio:
Aquellos que se arriesgan a perdonar las ofensas aún cuando es muy difícil,
invariablemente descubren que después surgen las emociones correctas que llevan
inclusive a: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a
los que os maldicen, y orad por los que os calumnian» (Lc. 6:27-28). Todas estas
acciones que este versículo indica son actos voluntarios, deliberados y racionales; nunca
son reflejos emocionales. Si obedecemos las exhortaciones de estos versículos, al final,
los sentimientos de ira, darán paso a la mansedumbre, la frustración, será aventajada por
la paz y la ansiedad, sucumbirá a la calma (Ro. 5:3-5). Recordemos el perdonar trae la paz
al corazón.
Cuando perdonamos se levantan muchas cargas (Pr. 17:9, 10:12, 1P. 4:8). Conceder el p.
aquella persona que se arrepiente por su falta, equivale a levantar la carga de culpa que
había sobre ella. En razón a lo anterior podemos aprender que el p. unilateral e
incondicional, no sólo libera a la persona que ofendió, sino que también la persona que
perdona la ofensa disfrutará de mayores misericordias de Dios, precisamente por su
generoso p. a lo cual el Padre celestial promete derramar en el regazo una: «medida
buena… porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir» (Lc. 6:38).
2. Si no perdono cometo pecado.
Dios ha mandado a los redimidos a los cuales ya se les perdonó sus pecados, que
perdonen las ofensas de los demás (Ef. 4:32), por lo tanto, todo aquel que niega el p. será
tomado como una rebeldía a la voluntad de Dios (Stg. 4:17). Pecar no es solamente
cometer malas acciones, sino también dejar de hacer lo que Dios quiere que hagas
Lc.12:47, Jn.15:22, 1S.12:23 la omisión de un bien es tan pecado como la comisión de un
mal.
3. Si no perdono muestro ingratitud.
Cuando el creyente rehúsa a perdonar a los demás, lo que realmente manifiesta es
deslealtad, infidelidad, olvido y desagradecimiento hacia Dios. Esto es así, porque lo
primero que hizo el Padre al salvarnos, fue perdonar nuestros pecados, ya que nuestra
condición era la de un reo destinado a la muerte, y él se mostró misericordioso al
quitarnos la carga del pecado, leamos con atención Mt. 18:21-35 y luego comparemos la
orden que nos da a los perdonados en Ef. 4:32.
Dios nos condiciona a que perdonemos, para ser perdonado por él (Mt. 6:14), el punto
importante que quizá no vemos, es que se nos perdonó una deuda que no podríamos haber
pagado jamás, de hecho, nuestros pecados causaron la muerte del Hijo de Dios; en
términos absolutos diríamos que la condena del pecado que se extiende sobre la
humanidad entera, ha sido solucionada totalmente con el sacrificio del Sr. Jesús en la
cruz. Por tal motivo es que debemos perdonar a los demás de la misma manera como Dios
no ha perdonado a nosotros. Esta orden es a su vez una condición, ya que implica que si
no obedecemos no podemos esperar a ser tratados con misericordia. Se oyó decir a un
hombre: “Nunca he perdonado nada a nadie. Uno que lo escuchó replicó: entonces, mi
amigo, espero que nunca hayas pecado contra Dios”. Es obvia la razón: “porque nunca
serás perdonado”.
4. Si no perdono no soy perdonado.
Esta verdad es muy importante repetirla una vez más, cuando declinamos en perdonar a
los demás, el Padre retiene el p. de nuestras trasgresiones cotidianas (Mt. 6:14-15, Mr.
11:25-26). La cuestión es que definitivamente si hay represalias ante tal desacato a su
mandato, ya que el p. es un asunto de alta prioridad, dado que fue el motivo por el cual el
Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn. 1:14, Mt. 5:23-24).
La reconciliación
Si es posible,
en cuanto dependa de vosotros,
estad en paz con todos los hombres.
Ro. 12:18
ARREPENTIRSE ES CAMBIAR
El arrepentimiento es cambiar el enfoque de “agradarme” a mí mismo por agradar a Dios,
el cual es seguido por el cambio respectivo de conducta. Obsérvenos con detenimiento
estos cambios de actitud:
1. Cambiar de actitud.
El arrepentimiento bíblico “produce” un cambio radical; de la desobediencia al
comportamiento obediente a la Escritura (Sal. 51:12-13, Mt. 3:8, Hch. 26:20).
Analicemos más en detalle lo que significa arrepentimiento. Juan el bautista inicia su
ministerio con el mensaje: “arrepiéntanse” (Mt. 3:2), lo mismo que el Sr. Jesús (Mt. 4:17).
La característica del arrepentimiento bíblico es el “cambio radical” al abandonar el
pecado, lo cual implica que en lugar de pecar, manifestaremos frutos de rectitud (2Co.
7:8-11). Esta carta de Pablo produjo tristeza en los creyentes de Corinto, con el fin de
provocar el arrepentimiento y luego el que obedecieran, restaurando con esto la relación
con Dios. La Escritura nos enseña que el arrepentimiento es producido básicamente por
dos medios: el Espíritu Santo o por la tristeza del hombre. Uno produce el abandonar el
pecado, el otro produce remordimiento por haber sido sorprendido en una falta;
despertando sentimientos de culpa, vergüenza, depresión y en algunos hasta el deseo de
morir (Mt. 27:3-5).
Por otro lado, el arrepentimiento producido por el Espíritu Santo lleva al creyente a
“cambiar actitudes” por frutos de rectitud, por ejemplo: en cuanto a solicitud, es esa
disposición a buscar la justicia y lo correcto. En cuanto a defensa, no se defiende uno sino
que reconoce su pecado. En cuanto a indignación, es el desagrado por haber ofendido a
Dios y a sus hijos. En cuanto al temor, es ese freno para no pecar por respeto a Dios. En
cuanto a ardiente afecto, es ese deseo ferviente de restaurar cuanto antes la relación con
Dios. En cuanto a celo, es ese amor exagerado hacia Dios al grado de aborrecer todo lo
que nos separe de él. En cuanto a vindicación, es la convicción de pecado a tal grado que
estamos dispuestos a todo por quedar limpios otra vez. En cuanto a limpios en el asunto,
es acercarnos de nuevo a la santidad (2Co. 7:11). Fin del análisis.
Continuemos con nuestro estudio:
El p. no significa que la relación continúa sin ningún cambio. La Biblia enseña tres cosas
que son esenciales para continuar una relación que ha sido rota: arrepentimiento,
restitución y reconstrucción de la confianza. El ofensor debe estar genuinamente
arrepentido y verdaderamente triste acerca de lo que hizo, y no sólo decir un rápido “lo
siento”, se debe decir verdaderamente de corazón y con significado: “lo siento, yo estaba
equivocado, por favor, perdóname y me encargaré de recobrar tu confianza con mi
cambio”.
2. Responsabilizarse.
El arrepentimiento bíblico reconoce el pecado y se responsabiliza personalmente por él
(Sal. 51:1-6, 1Jn. 1:8-10). Ocasionalmente el p. debe venir acompañado con algún tipo de
restitución material, por ejemplo, si alguien va a tu casa y la incendia, no es suficiente con
decir “ups lo siento”, de alguna manera se debe asumir el costo de haber destruido la casa.
De la misma forma el arrepentimiento debe restituir el daño, quizá la manera más
aceptada y gratificante sea restituir la confianza.
3. Reconstruye la confianza.
Cuando se trata de reconstruir la confianza, suele tomar un largo tiempo. El p. genuino
como ya lo vimos debe ser “instantáneo”, pero la confianza es algo que sólo se
reconstruye con el “tiempo y con las acciones”, es decir, se debe volver a ganar con el
testimonio de vida.
El p. no es olvidar lo que ha pasado, nuevamente reflexionemos con la consabida frase:
“perdona y olvida”. Hay un problema con esto, es realmente difícil olvidar una herida
causada en nuestro corazón, fenómeno similar a cuando nos sometemos a un régimen de
dieta: todo el tiempo estamos pensado en comida. Una forma eficaz para olvidar, es
concentrarnos en otras cosas, por ejemplo: “debo perdonar al que me ofendió con el amor
divino, ya que todo lo puede, todo lo sufre y todo lo soporta” (1Co. 13:7).
4. Causa tristeza.
Uno de sus objetivos es el provocar tristeza por los pecados cometidos en contra de Dios
y de otros (Sal. 38:1-18, 2Co. 7:9-10).
5. Un corazón quebrantado.
Es una característica inconfundible de aquel creyente que se arrepiente, el experimentar
un corazón quebrantado y contrito (Sal. 51:16-17, Stg. 4:8-10).
Analicemos más a detalle el Sal. 51:16-17. En este salmo David llora, no sólo por recibir
el p. de Dios, sino por recibir la pureza; y esto no sólo para ser considerado como
inocente, sino para ser aceptado; y no sólo para ser consolado, sino para estar limpio de
pecado. Este salmo nos sugiere que esta actitud genuina de quebranto y contrición, hizo
que Dios perdonará el adulterio de David con Betsabé y el asesinato de su esposo Urias.
Es importante recordar, que en cualquier ofensa o pecado ante todo “Dios es el ofendido”.
El espíritu quebrantado y el corazón contrito, valen más que todas las ofrendas y ritos
ofrecidos a Dios, y es que nunca se ha complacido Dios mediante acciones externas por
muy buenas que estas sean: «y el amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento,
con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a mí mismo, es más
que todos los holocaustos y sacrificios» (Mr. 12:33). Si leemos con atención la Escritura,
encontraremos varios sacrificios en el N.T. que son del agrado de Dios: «y de hacer el
bien y la ayuda mutua» (He. 13:16). Otro sacrificio: «Así que, hermanos, os ruego por las
misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo (no muerto),
santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (así se le adora a Dios según el
N.T.) (Ro. 12:1).
6. Elimina todo.
El arrepentimiento bíblico elimina todas las cosas materiales que nos recuerdan los
pecados pasados, ya que estas cosas a menudo son el origen de tentaciones para seguir
pecando (1R. 15:12, Jer. 4:1, Hch. 19:8-19). La enseñanza de estos pasajes es la siguiente:
debemos dejar o abandonar todo lo que sea tropiezo, como pueden ser: hábitos,
costumbres, actitudes, placeres, amistades y hasta cosas buenas como los recuerdos,
tengamos presente que lo importante al dejar estas ataduras, es que nos conducirán a
cambiar actitudes de pecado por buenas obras (Ef. 2:10).
7. No me arrepiento.
Recordemos que la orden de Dios es perdonar de la misma manera que nosotros fuimos
perdonados en base al sacrificio de Cristo. Esta idea está presente en nuestros versículos
clave (Ef. 4:32, Col. 3:13).
Algunos asumen la posición de que estos versos enseñan que el p. siempre debe
condicionarse. Su razonamiento erróneo es el siguiente: Si Dios perdona únicamente a los
que se arrepienten, entonces, nosotros deberíamos negar el p. a todos los que no se hayan
arrepentido. Sin embargo, suponer que el hecho de fijar condiciones sea un aspecto
esencial para perdonar como lo hizo Cristo, es no entender el p., porque el p. es una
decisión voluntaria y racional que no se condiciona nunca (Mt. 18:21-22). Cuando la
Biblia enseña que debemos perdonar de la manera que fuimos perdonados, quiere decir,
que debemos perdonar de “inmediato”, para detener un posible brote de amargura que con
el tiempo nos destruirá. Leamos con mucha atención lo que dicen exactamente los
versículos siguientes:
«Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos (notemos que no
hay condición) a nuestros deudores (...) Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os
perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres
sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mt. 6:12, 14-15).
«Porque juicio sin misericordia (compadecerse de la miseria del otro) se hará con aquel
que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio» (Stg. 2:13). El P.B.
nos lleva aprender lo que es la misericordia.
«Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón (el p.
es total, y debemos quitar todo obstáculo) cada uno a su hermano sus ofensas» (Mt.
18:35).
«Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis,
y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis
perdonados, dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en
vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir» (Lc.
6:36-38). Perdonar es un mandato para nuestro bien.
El énfasis bíblico es: “perdona con total desprendimiento, generosamente, de buen ánimo,
con ansiedad e inmediatez y de todo corazón”. Las Escrituras se enfocan en la actitud de
la persona que perdona, no en los términos y condiciones del p.
CONFESAR ES RECONOCER
Confesar es “reconocer ante Dios los pecados que hemos cometido en su contra y en la de
los demás, pero también incluye el hacer un compromiso para renunciar definitivamente a
esos pecados”. En otras palabras, confesar significa que adicionalmente a reconocer los
pecados, también reconozcamos que estamos mal y queremos ser limpiados, esto es
alcanzar la misericordia de Dios.
1. Confesión de pecados.
Ya lo dijimos anteriormente: “todo pecado es contra Dios”. Debemos confesar los
pecados directamente a Dios, sin olvidar todo mal pensamiento y toda emoción negativa,
así como toda palabra y acción incorrecta, ya que los pecados no confesados nos seguirán
hasta el tribunal de Cristo (Sal. 51:1-4, 1Jn. 1:9).
2. Confesión a los que ofendimos.
Debemos confesar nuestras ofensas (Stg. 5:16, Pr. 28:13). Para que la confesión sea
correcta hay que guardar ciertas reglas: (A) No acusemos, no juzguemos ni saquemos a
relucir las fallas del otro (Mt. 7:1-5, Ro. 2:1, 1Co. 13:5). Por ejemplo se debe decir:
“Perdóname, por favor, por haberte cerrado la puerta en la cara”. No debemos decir:
“Perdóname, por favor, por haberte cerrado la puerta en la cara cuando me dijiste
estúpido”. Esto suena a que fue ¡su culpa! (1P. 3:8-9). (B) No demos excusas. Por
ejemplo, digamos: “Perdóname, por favor, por usar un pésimo vocabulario y malas
palabras”. Y no digamos: “Perdóname, por favor, por usar un pésimos vocabulario,
porque hoy no es un buen día para mí”. En esta disculpa, no estamos reconociendo
nuestras faltas. Te recuerdo, que no hay justificación ni excusa para pecar en contra de
alguien, ni mucho menos el hacer que tropiece (Mt. 18:7, Ro. 14:13, 1Co. 10:13). (C) No
te detengas en simplemente expresar tus sentimientos diciendo: “Lo siento”. Sabías que
esta frase simplemente quiere decir: “me siento triste”; y no es una afirmación que
exprese un deseo legítimo de reconciliación. Cuando busquemos el p. debemos reconocer
nuestras fallas como cualquier pecador (Ef. 4:15). Por ejemplo podríamos decir: “Lo
siento; por favor, perdóname por haberte gritado, pues te ofendí fuertemente”. Llegamos a
esta conclusión una vez más: “el P.B. no debe incluir los sentimientos, las emociones y
los resentimientos; sino que debe ser una decisión voluntaria y racional para poner la
ofensa a un lado.
El primer mandamiento y el más grande es: amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro
ser. El segundo es amar al prójimo como mí mismo. El primero puede parecer simple el
llevarlo a cabo, pero la realidad es que amar a Dios con tal intensidad está directamente
relacionado con amar a los demás de la manera bíblica (Mt. 22:37-40, Mr. 12:30-31, 1Jn.
2:10-11, 4:7-11, 20-21). Es muy importante aclarar que el amar a los demás y en especial
al que me ofendió grandemente, no es ¡besándole! Sino perdonándolo.
LA PERSPECTIVA DIVINA
2. No juzgar.
No juzgar a los que nos ofenden según nuestra normas de conducta, puntos de vista y
experiencias personales (Jn. 7:24, Lv. 19:15, Ro. 14:1-13, Stg. 4:11-12). Recordemos que
seremos juzgados de la misma manera en que juzguemos a los demás (Mt. 7:1-2, Lc.
6:36-38).
3. Debo reconciliarme.
Cuando estamos en nuestro tiempo devocional adorando al Señor, y en ese momento nos
acordamos que alguien (cónyuge, hermano, vecino, compañero de trabajo, etc.) tiene un
problema con nosotros, la Escritura es muy elocuente: debo abandonar la adoración e ir y
buscar la reconciliación, y después de esto, regresar a la adoración (Mt. 5:23-24).
Bíblicamente se nos ordena en el nombre del Sr. Jesucristo, eliminar las divisiones entre
los creyentes, pues nuestra unión entre los santos está basada en el ministerio del Espíritu
Santo, y en tener una misma forma de pensar y en un mismo propósito (Jn. 17:20-23,
1Co. 1:10, Fil. 2:1-2).
HAY ESPERANZA
1. Dios me capacita.
Dios nos capacita para que perdonemos (Ef. 4:32). Es tal la ayuda que recibimos de Dios
(su poder, su gracia y su amor) que inclusive podemos amar a los enemigos (Mt. 5:43-
48, Lc. 6:27-35). Esto es posible ya que, tanto el amar como el perdonar no dependen de
los sentimientos (1Co. 13:4-8, Col. 3:13-14); sino de un acto de la voluntad (Jn. 14:15,
2Co. 5:14-15, 1Jn. 3:18-24, 4:10-11, 21), y esto es a su vez se puede alcanzar porque Dios
nos amo y nos dio su amor divino (Ro. 5:5, 1Jn. 4:19).
Toda iglesia que no se ejercita en esta práctica del p., es una congregación fría e
indiferente a las necesidades del mundo y a la voluntad de Dios, es una iglesia que se
pudre por dentro ya que está contaminada por la amargura almacenada en el corazón de
sus fieles creyentes.
Conclusiones