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El

Perdón Bíblico
Edición Abril 2014

32
Antes sed benignos unos con otros,
misericordiosos, perdonándoos unos a otros,
como Dios también os perdonó
a vosotros en Cristo.
Ef. 4:32
Predicación dominical del pastor
Eduardo Luévano Chavarría
Edición abril del 2014

Contenido

Abreviaturas:
P.B. ​Perdón Bíblico
p. ​perdón
A.T. ​Antiguo Testamento
N.T. ​Nuevo Testamento

Introducción ​ ​ ​4

Capítulo 1: La amargura ​ ​ ​6
Definición ​ ​6
Quién es culpable. Quitar la amargura. El que ayuda.
Solución divina para no amargarse ​7
Ya estoy amargado ​ ​8
La amargura es un pecado. Perdonar al ofensor.

Capitulo 2: El perdón bíblico ​ ​13


Definición ​ ​ ​13
Lo que distingue el perón bíblico del humano ​13
El perdón humano pasa por alto la ofensa.
El perón bíblico necesita tres partes. El método divino del perdón.
El depositario ​14
Perdonar como Dios perdona ​15
Así perdona Dios. La justicia divina.
Comprendiendo el perdón bíblico ​19
La naturaleza divina es perdonar.
Dios perdona completamente. El perdón es gratis.
Dios nunca deja de perdonar.
Aprendiendo a perdonar ​20
Consciente de mi pecado. Reconociendo mi maldad.
Respondiendo perdón bíblico ​24
Perdonar como lo hace Dios. Perdonar de corazón.
Rehusando a perdonar ​26
Es difícil perdonar. Si no perdono cometo pecado.
Si no perdono muestro ingratitud. Si no perdono no soy perdonado.

Capitulo 3: La reconciliación ​ ​ ​29


Más allá de la paz. Eliminando obstáculos. Transformando
heridas en cicatrices. Un proceso largo y costoso. Hacer mi parte.
Amigos de nuevo. Ya no me afecta recordar.
Arrepentirse es cambiar. ​32
Cambiar de actitud. Responsabilizarse. Reconstruye la confianza.
Causa tristeza. Un corazón quebrantado. Elimina todo.
No me arrepentimiento.
Confesar es reconocer ​35
Confesión de pecados. Confesión a los que ofendimos
No tengo deseo de perdonar ​35
No puedo perdonar. Debo sentirme perdonado.
El poder para el perdón. La sangre clama por justicia.

Capítulo 4: Aprendiendo a amar al prójimo ​ ​42


La perspectiva divina ​42
El no amar a los demás. No juzgar. Debo reconciliarme
Hay esperanza ​43
Dios me capacita

Capitulo 5: Conclusiones ​ ​44


​Introducción

soportándoos unos a otros,


y perdonándoos unos a otros
si alguno tuviere queja contra otro.
De la manera que Cristo os perdonó,
así también hacedlo vosotros.
Col. 3:13

El perdonar es sin duda, una de las cosas más difíciles de lograr en esta vida, a su
alrededor se han creado divisiones y malestar irreparables entre los seres humanos. Y a
pesar de esto, el perdonar es la experiencia más gratificante que llena de paz y compasión
al que se arriesga a dispensar las ofensas. Perdonar no es olvidar, ni negar las cosas
dolorosas ocurridas, sino que es, esa poderosa “afirmación” salida de la voluntad, de que
las cosas malas no arruinarán nuestro presente (no más daño y destrucción), aun cuando
hayan arruinado nuestro pasado.
El P.B. es la “respuesta espiritual” de un creyente a la injusticia que otra persona ha
cometido contra uno. El perdonar permite al creyente “liberarse” de todo lo soportado
para seguir viviendo en paz. Así como sucede con la temporada invernal, nos acordamos
del frío del invierno, pero ya no temblamos porque ha llegado la primavera. El P.B.
genera un cambio substancial en el corazón (paz). La meta es ponerle fin a ese ciclo del
dolor por nuestro propio bien y por el bien de los que viven con nosotros (no más dolor).
De hecho el p. es un regalo, que debemos “obsequiar” muy a menudo a los que amamos
entrañablemente y también a los que despreciamos con todas nuestras ganas, meta a la
cual nos invita a alcanzar ¾el Sr. Jesús¾ «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los
que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os
persiguen» (Mt. 5:44-46).
Es prudente aclarar que el perdonar “no borra lo malo” que se ha hecho, ni le quita la
responsabilidad al ofensor por el daño cometido, ni tampoco le niega el derecho a la
persona que ha sido ofendida el que se haga justicia. A pesar de esto, para un creyente
debe quedar muy claro que la justicia será impartida únicamente por la mano de Dios,
¾dice Pablo¾ «No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la
ira de Dios…» (Ro. 12:19).
No podemos pasar por alto que el perdonar es un “proceso complejo y disciplinado”, que
sólo el afectado tiene que superar (es individual). Paradójicamente, al ofrecer nuestro p. al
ofensor, encontramos por la gracia divina el poder para “sanarnos”. Es decir, al ofrecer el
p. al ofensor, los afectados también reciben la paz.
Existen dos tipos de p. ¾el divino y el humano¾. El humano tiene como modelo al p.
divino, pero el p. humano se encuentra pervertido por causa del “pecado”, por lo tanto,
debemos considerar al p. humano plagado de errores evidentes cuando lo comparamos
con el P.B.
La amargura

Quítense de vosotros toda amargura,


enojo, ira, gritería y maledicencia,
y toda malicia.
Ef. 4:31

Cuando no perdonamos, por lo general se produce un “alejamiento” con la persona que


nos ofendió, pero además, al quedar una ofensa pendiente de solucionar genera
“amargura” (respuesta pecaminosa a la ofensa o a una situación adversa e injusta). La
amargura es un ¾pecado¾, y uno de los más fáciles de justificar y a la vez, el más
difícil de diagnosticar, porque es lógico disculparlo ante los hombres y ante Dios.
También, es uno de los pecados más comunes, peligrosos, perjudiciales y quizá, sea el
pecado más contagioso.

DEFINICIÓN
En el griego del N.T. la amargura viene de una palabra que significa “punzar”. En cuanto
a su raíz hebrea, tiene la idea de algo “pesado”. El uso en el griego clásico revela el
concepto de algo “fuerte”. La amargura, entonces, “Es algo fuerte y pesado que punza
hasta lo más profundo del corazón, provocando aflicción y disgusto”.
La amargura no tiene lugar instantáneamente cuando alguien ofende; sino que es una
reacción a la ofensa (reacción pecaminosa opuesta al P.B.) o a una situación difícil y
como regla general es injusta. No importa si la ofensa fue intencional o no, si el ofendido
no arregla la situación con Dios, la amargura le inducirá a imaginar más ofensas de la
misma persona. Entonces, la amargura es una manera de responder; que a la larga puede
convertirse en una norma de vida, es decir, “amargarme siempre cuando me ofenden”.
Los compañeros de la amargura son la autocompasión, los sentimientos heridos, el enojo,
el resentimiento, el rencor, la venganza, la envidia, la calumnia, los chismes, la paranoia,
las maquinaciones vanas y el cinismo. La amargura es resultado de los sentimientos
negativos más profundos del alma, y la razón por la que es tan difícil de desarraigar es
triple:
1. Quién es culpable.
El ofendido considera que la ofensa es culpa de otra persona. Y muchas veces es cierto y
razona así: “él o ella, debe venir a pedirme disculpas y arrepentirse ante Dios, pues yo soy
la víctima”. Ahora bien, el cristiano generalmente se siente culpable ante Dios cuando
comete un pecado, sin embargo, no se siente culpable de pecado por amargarse cuando
alguien le ofende. Pues la percepción de ser víctima borra cualquier sentimiento de culpa,
es decir, el sentimiento de víctima es más grande que el sentimiento de culpa. Por lo tanto,
el pecado de amargura es muy fácil de justificar, pero recordemos que la amargura sigue
siendo un pecado contra Dios.

2. Quitar la amargura.
Casi nadie ayuda a quitar la amargura. Por el contrario, los amigos más íntimos afirman:
“Tú tienes derecho… mira lo que te ha hecho, etc.", lo cual convence aun más de que se
está actuando correctamente al amargarse uno.
3. El que ayuda.
El que ayuda a quitar la amargura es considerado falto de compasión. Si alguien cobra
suficiente valor como para decir: “Amigo, estás amargado; eso es pecado contra Dios y
debes arrepentirte”. Da la impresión de que al consejero le falta compasión (recuerda, que
el ofendido piensa que es víctima). Me pasó recientemente en un diálogo con una mujer
que nunca se ha podido recuperar de un gran daño cometido por su padre. Ella lleva más
de treinta años cultivando una amargura que hoy ha florecido en todo un huerto. Cuando
compasivamente (Gá. 6:1) le mencioné que era hora de perdonar y olvidar lo que queda
atrás (Fil. 3:13), me acusó de no tener compasión. Peor todavía, más tarde descubrí que
se quejó con otras personas, diciendo que como consejero carecía de simpatía y
compasión. Hasta es posible perder la amistad de la persona amargada por haberle
aconsejado que quite la amargura de su vida (Ef. 4:31).

SOLUCIÓN DIVINA PARA NO AMARGARSE


Hace tiempo una mujer de cuarenta y tres años vino a consejería. Hacía veintitrés años
que estaba en tratamiento médico y siquiátrico por su depresión. Es una triste historia que
cada vez escuchamos con más frecuencia. El padre de esta mujer se había aprovechado de
ella desde los cinco hasta los catorce años de edad. Tiempo después ella recibió al Sr.
Jesús como su Salvador, lo cual trajo alivio al comienzo, pero meses después volvió a
caer en un estado depresivo, esto demuestra que la salvación la liberó del pecado de
amargura pero, ella tomó ¾la decisión de volver a sufrir¾. Vino a verme como un
último recurso, “desempacamos” el problema y descubrimos varios asuntos a solucionar,
entre ellos como era lógico, un profundo resentimiento hacia su padre.
¿Cuál fue la ayuda para esta pobre mujer y para los miles que cuentan con experiencias

similares? Si hasta el momento no has tenido que luchar con la amargura, tarde o
temprano te acontecerá algo que te enfrentará cara a cara con la tentación de guardar
rencor, de vengarte, de pasar chismes, de formar alianzas, de justificar tu actitud porque
tienes razón, etc. Como cristianos debemos estar preparados espiritualmente, pero ¿Cómo
hacerlo? Esta es la solución divina para no amargarse: ¾establecer la santidad como
meta en la vida¾. Como en todos los casos de pecado, más vale “prevenir” que tener
que tratar con las consecuencias devastadoras que el pecado siempre deja como herencia.
El escritor de Hebreos, dentro del contexto de la raíz de amargura, exhorta: «Seguid la
paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (12:14).
La mejor manera de prevenir la amargura es buscar la paz y la santidad, es decir, “asumir
un compromiso con Dios para ser santo pase lo que pase”.
Cuando sobrevienen situaciones que lastiman los sentimientos, producen rencor y demás
actitudes que forman el círculo íntimo de la amargura, debemos decir: “He hecho un
pacto con Dios a fin de ser santo, como él es santo (Lv. 11:45, Mt. 5:48) a pesar de que la
otra persona tenga la culpa, entregaré la situación en las manos de Dios, y perdonaré al
ofensor y buscaré la paz”. ¡Esto es santidad!
Notemos la diferencia entre la actitud de David y la de su ejército, cuando volvieron de
una batalla a su ciudad: «Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de
apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma, cada uno por sus hijos y
por sus hijas; mas David se fortaleció en Jehová su Dios» (1S. 30:6). Aclaro, en ningún
momento es la intención “minimizar” el daño causado por una ofensa o por el ultraje que
experimentó David y su gente, sino que la intención es “magnificar” la gracia de Dios
para consolar y ayudar a perdonar.

YA ESTOY AMARGADO
1. La amargura es un pecado.
¿Qué tengo que hacer si ya estoy amargado? Ver la amargura como un pecado contra
Dios. Si se vemos la amargura solamente como algo personal contra quien me engañó, me
lastimó, me perjudicó con chismes o lo que fuere; sería fácil justificar mi rencor, alegando
que tengo razón, pues la otra persona me hizo daño. Porque no hay nada más difícil de
solucionar en esta vida, que una persona amargada que “tiene razón para estarlo” (Lv.
19:17-18, Ef. 4:31, Col. 3:8, 2Ti. 2:23, He. 12:15).
Cuando se experimenta amargura en el corazón; junto con David hay que confesar a Dios:
«contra ti, contra ti solo he pecado» (Sal. 51:4). En el momento en que se percibe (a
pesar de las circunstancias adversas) que la amargura es un pecado contra Dios, debe
confesarse (1Jn. 1:9, Sal. 32:1–5; 51, Pr. 28:13) y la sangre de Cristo lavará de todo
pecado (1Jn. 1:7). ¾ Pablo instruye¾ «quítense de vosotros toda amargura» (Ef. 4:31).
Notemos, la Biblia no otorga a nadie el derecho de amargarse, aunque tenga razón para
ello.
Vayamos al A.T. para entender el contexto de la raíz de amargura en Dt. 29:18, donde el
pecado principal es la idola​tría. Eso es precisamente lo que pasa en el caso de la
amargura, en vez de postrarnos ante Dios “buscando” la solución divina, uno se postra
ante sus propios recursos y su propia venganza. El ídolo en este caso es el propio
¾yo¾.
2. Perdonar al ofensor.
En el mismo contexto donde Pablo exhorta a librarnos de toda amargura, explica cómo
hacerlo: «…perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en
Cristo» (Pr. 17:9, 19:11, Mt. 18:21–22, Lc. 17:4, Ef. 4:31–32, Col. 3:13, 1P. 4:8).

Testimonio de un creyente:
En junio de 1972 por vez primera en mi vida tuve que enfrentarme con la amargura. Dos
ladrones entraron en la oficina de mi padre y lo mataron a sangre fría, robándole menos
de cincuenta dólares. Ni siquiera tuve el consuelo de poder decir: “bueno, papá está con el
Señor”, porque a pesar de ser una excelente persona, mi padre no tenía tiempo para Dios.
¿Cuáles eran mis opciones: hundirme en la amargura, buscar venganza, culpar a Dios?
¡No! Yo hice un compromiso con Dios de buscar la santidad en todo... La respuesta
inmediata era perdonar a los criminales y dejar la situación en manos de Dios y de las
autoridades civiles; o amargarme. Tuve ¿Tristeza? Sí. ¿Lágrimas? Muchas. ¿Dificultades
después? En cantidad. ¿Consecuencias? Por supuesto. ¿Fue injusto? Indiscutiblemente.
¿Hubo otras personas amargadas? Toda mi familia. ¿Viví o vivo con raíz de amargura en
mi corazón? Por la gracia de Dios, ¡No! ¿Por qué? Por lo siguiente:
• El p. quita el resentimiento. Uno de los muchos beneficios de no guardar rencor es
poder tomar decisiones con cordura y no hacerle caso al corazón ofendido (Lv.
19:18, Pr. 14:17, 19:11, 1Co. 13:5).
• El p. no es tolerar. A la persona ni al pecado. El p. no es fingir que la maldad no
existe, ni es intentar el pasarla por alto. Tolerar es “consentir, aguantar; no
prohibir”, y esto lejos está de ser el P.B. Permitir es pasivo mientras perdonar es
activo. Cuando la Biblia habla de p., en el idioma griego se descubre que esta
palabra literalmente significa “mandarlo afuera”. En otras palabras, activamente
se envía el rencor “afuera”, o poner toda ansiedad sobre Dios (1P. 5:7).
• El p. no es olvidar. Porque olvidar es prácticamente imposible. El resentimiento
tiene una memoria como de una grabadora, y aún mejor, porque la grabadora
repite lo que fue dicho, mientras que el resentimiento hace que con cada recuerdo
se vuelva más profundo (la amargura es como una herida infectada). La única
manera de apagar la grabadora es perdonar. Después de una conferencia, una
dama me preguntó: “Si el incidente vuelve a mi mente una y otra vez, ¿quiere
decir que no he perdonado?” Mi respuesta tomaba en cuenta tres factores:
a. Es posible que no había perdonado. Recordemos «engañoso es el
corazón más que todas las cosas, y perverso…» (Jer. 17:9). El ser
humano hace cualquier cosa para mitigar la vergüenza, y es lógico que
permanezcan los fuertes sentimientos negativos asociados con una
ofensa. Volvamos al caso de la mujer que durante veintitrés años había
estado en tratamiento siquiátrico a causa del abuso de su padre.
Después de hablar sobre los “beneficios” que el p. produciría (no
sentir aflicción, rencor y amargura), le expliqué que de acuerdo a Mr.
11:25 (notar cuando se ora, es un momento ideal para perdonar), ella
tenía que perdonar a su padre. Su respuesta inmediata fue: ¡Ya lo he
hecho! Pero era obvio que ella estaba llena de amargura y rencor. Mi
siguiente pregunta fue: ¿Cómo lo hizo? Su contestación ilustra otra
manera en que el ser humano evita asumir la responsabilidad ante el
Señor. Me dijo: “Muchas veces he pedido al Sr. Jesús que perdone a
mi padre”. La mujer aún no entendía lo que Dios esperaba con
respecto al p. O tal vez fuera su manera de no cumplir con una tarea
difícil (perdonar es muy difícil para la carne). Con paciencia volví a
explicarle las cosas, y finalmente ella inclinó la cabeza y empezó a
orar perdonando a su padre. Pronto vi lágrimas en sus ojos (es
responsabilidad del creyente perdonar ofensas, porque el p. es un acto
de amor). Al día siguiente regresó para otra consulta y se la veía con
esperanza, con alivio y como una nueva persona. La conclusión es que
no había perdonado, aunque ella dijera que sí…
b. Hay quienes desean que recordemos incidentes dolorosos del pasado. En
primer lugar está Satanás, que trabaja día y noche para dividir a los
hermanos en Cristo (Ap. 12:10 (acusa); 1Ti. 5:14 (maldice, ofende,
critica). En segundo lugar, la vieja naturaleza saca a relucir el pasado
(Ef. 4:22). Los mexicanos empleamos la frase: “la cruda” al referirnos
a los efectos de la borrachera al día siguiente. En cierto modo es
posible tener una “cruda espiritual” que precisa tiempo hasta no
molestar más (recordar es normal; pero que moleste y duela es lo
anormal). Me refiero a ciertos hábitos, maneras de pensar que son
difíciles de romper (He. 12:1). Si uno en verdad ha perdonado, cada
vez que el incidente viene a la memoria, en forma inmediata hay que
recordarse a sí mismo, que la cuestión está en las manos de Dios y que
es un asunto terminado que sólo forma parte de un mal recuerdo.
c. Finalmente existe otra persona o grupo que no quiere que tú olvides el
incidente. Aquellos que fueron contagiados por la amargura, a quienes
tú mismo infectaste y como resultado tomaron sobre sí la ofensa. Por
lo general, para ellos es más difícil perdonar, porque recibieron la
ofensa indirectamente. Por lo tanto, no te sorprendas cuando tus
amigos a quienes tú contagiaste de amargura, se enojen contigo cuando
por la gracia de Dios, has perdonado al ofensor y estás “libre” de dicha
amargura (el secreto para perdonar es aplicar la gracia divina). Se
perdona por gracia…
• El p. no absuelve al ofensor. De la pena correspondiente a su pecado. El castigo está
en las manos de Dios, o quizá de la ley humana. El salmista nos asegura: «Jehová
es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia» (Sal. 103:6,
Pr. 20:22, Ro. 12:19).
• El p. no es un recibo. Que se da después que el ofensor haya pagado. Si no
perdonamos hasta que la otra persona lo merezca, quiere decir, que estamos
guardando rencor.
• El p. no conocido por el ofensor. El p. no necesariamente tiene que ser un hecho
conocido por el ofensor. En muchos casos el ofensor ha muerto, pero el rencor
continúa en el corazón de la persona herida. Recuerdo el caso de una señora que
con lágrimas admitió que su esposo había desaparecido con otra mujer de la
iglesia. Durante la conversación me confesó: “Lo he perdonado, hay y habrá
muchas lágrimas, dolor y tristeza, pero me rehúso terminantemente a llegar al fin
de mi vida como una vieja amargada”. El hombre consiguió el divorcio y se casó
legalmente con la otra mujer. Por su parte, esta señora vive con sus tres
muchachos y sirve a Dios con todo su corazón; sus hijos aman al Señor y oran
para que su padre un día regrese al camino de Dios. Tener que perdonar un gran
mal o una ofensa mientras el ofensor no lo merezca, representa una excelente
oportunidad para entender mejor cómo Cristo pudo perdonarnos a nosotros (Ro.
5:8, Ef. 4:32).
• El p. es de inmediato. Una vez me picó una araña durante la noche, y tuve una
reacción alérgica que duró casi medio año. Ahora bien, si hubiera podido sacar el
veneno antes de que se extendiera por el cuerpo, hubiera quedado una pequeña
cicatriz nada más, pero no una reacción tan aguda. Algo semejante sucede con el
p., hay que perdonar inmediatamente antes de que “la picadura empiece a

hincharse”. Perdonar es sacar el veneno del alma.


• El p. es continuo. La Biblia indica que debemos perdonar continuamente (Mt.
18:21-22). En otras palabras, perdonar hasta que se convierta en una norma de
vida. Uno de los casos más difíciles es cuando la ofensa es continua como en el
caso de esposo o esposa, patrón o empleado, padre o hijo, etc. Es entonces cuando
el consejo del Señor a Pedro de perdonar setenta veces siete es aun más aplicable
(Mt. 18:21-22). El amor es infinito; y el perdonar es un acto de amor.
• El p. marca un punto final. Perdonar significa olvidar sin que me afecte. No hablo
de amnesia espiritual, sino de sanar la herida (Job 23:2), es normal recordar,
desde luego “sin que me afecte”. Es probable que la persona recuerde el asunto, o
que alguien le haga recordar o que Satanás venga con sus artimañas trayéndolo a
la memoria. Pero una vez que se ha perdonado “sí” es posible olvidar, o recordar
sin que afecte.
Perdonar es la única manera de arreglar el pasado. No podemos alterar los hechos
ni cambiar lo ya ocurrido, pero si podemos olvidar, porque el verdadero p. ofrece
esa posibilidad. Una vez que se perdonó, olvidar significa: “rehusarse a sacar a
relucir el incidente ante las otras partes involucradas o cualquier otra persona”.
Rehusarse a sacarlo ante uno mismo, rehusarse a usar el incidente en contra de la
otra persona. Recordemos que el olvido es un acto de la voluntad humana movida
por el Espíritu Santo. La meta es sustituir con otra cosa el recuerdo del pasado,
pues de lo contrario no será posible olvidar. ¾Pablo explica una manera de
hacerlo¾ «Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed,
dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.
No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal» (Ro. 12:20-21). ¾El
Sr. Jesús amplía el concepto¾ «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que
os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y
os persiguen» (Mt. 5:44).
• El p. vela por los demás. El escritor de Hebreos exhorta a todos los creyentes a que
sean guardianes de los hermanos. El versículo que advierte sobre la raíz de
amargura comienza así: «Mirad bien» (He. 12:15). En el idioma griego es la
palabra “episkopéo”, de donde procede los términos obispo, supervisar y
cuidarse. Esto implica que en el momento en que uno detecta que se ha sembrado
una semilla de amargura en el corazón de un hermano en Cristo, la
responsabilidad es ir con un espíritu de mansedumbre (Gá. 6:1) y hacer todo lo
posible para quitar esa semilla antes que germine (Fil. 3:13).Para esto, se requiere
un compromiso profundo con Dios a fin de no caer en la trampa de la amargura,
sin embargo, Cristo da los recursos para vivir libre del pecado más contagioso, “la
amargura”. Fin del testimonio.
No olvidar que cuando la amargura ha echado raíces en el corazón entonces, estamos ante
¾un pecado directamente contra Dios¾, lo cual provocará dos cosas: ineficacia en la
vida espiritual y no seremos beneficiados con la ayuda divina, ¾dice en Hebreos 12¾
«Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna
raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados» (v.15). El mayor
problema que enfrenta el creyente no es el físico, ni el financiero, ni el personal; sino que
su mayor problema a enfrentar es el ¾espiritual¾, somos altamente carnales, ¾dice
Pedro¾ «Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los
deseos carnales que batallan contra el alma» (1P. 2:11). Pedro pide que no seamos
pecaminosos porque domina la mente (Ef. 2:3), e impide obedecer a Dios (Ro. 8:7), y
agradar a Dios (Ro. 8:8). Sabemos que en lo carnal no está el bien (Ro. 7:18, Ga. 5:19-
21). La vida cristiana está basada en el poder del Espíritu Santo (Ga. 5:16 y 25) que
manifiesta el bien (Ga. 5:22-23). Si comprendiéramos “bien esto”, pasaríamos mucho
tiempo en oración pidiéndole a Dios que nos ayude a vivir la verdadera espiritualidad para
tener victoria sobre los deseos carnales (Ga. 5:24, Ro. 6:6), donde a menudo olvidamos
que nuestra lucha es con fuerzas espirituales de maldad (Ef. 6:12). Por lo tanto, debemos
pasar más tiempo orando para tener victoria espiritual, porque estamos siendo agredidos
constantemente por los incrédulos, por Satanás y por la maldad de nuestro corazón (Ef.
6:12, Jer. 17:9, 2Ti. 3:1-5). también debemos saber que sin la ayuda del Espíritu Santo
estará sufriendo nuestra espiritualidad (Ef. 4:30).
Hay más consecuencias que no se perciben al momento de no perdonar, veamos dos muy
grandes: que generaremos “aflicción y disgusto” al corazón; y la más grave, que “la paz y
la misericordia” de Dios no la “experimentaremos”. En realidad es un costo muy elevado
el afectar nuestra espiritualidad por no perdonar una ofensa, valdría la pena que pensemos
detenidamente por lo menos en estas tres consecuencias: (1) No voy a recibir la gracia de
Dios. (2) Mi crecimiento espiritual será afectado (si no hay vida espiritual, permanece la
vida carnal). (3) Contagiaré a los demás con mi sufrimiento y tristeza (2Co. 2:5-7).
Bueno, la pregunta que ya nos estamos haciendo es: ¿Por qué no perdonamos las ofensas?
Porque el pecado ha afectado fuertemente a nuestro carácter (lo ha dañado). A
continuación veamos algunas razones a manera de introducción ya que más adelante las
veremos a mayor profundidad: (1) Porque hay mucho orgullo en nuestro interior. A
menudo pensamos: “¿Por qué me he de humillar al perdonar?” (2) Por querer primero
castigar al que me ofendió y entonces, quizá perdone. (3) Porque espero un castigo
ejemplar al que se meta conmigo. (4) Porque el problema es de aquel que me ofendió, yo
no tengo ningún problema…
En todas las razones antes descritas hay un “pecado personal” de por medio, que impide
que perdonemos. De hecho, deberíamos preguntarle a Dios: ¿Qué pecado es el que me
impide perdonar a esta persona? (Job 13:23, Sal. 139:23). Dios nos manda que
perdonemos: “Así que, arrepentíos y convertíos, (¿para qué?) para que sean borrados
vuestros pecados; (y qué gano con esto) para que vengan de la presencia del Señor
tiempos de refrigerio” (Hch. 3:19). El perdonar trae el alivio en cualquier apuro,
incomodidad y pena, valdría la pena que reflexionemos en estos beneficios que estamos
dejando de alcanzar. Recordemos que en la ineficacia espiritual no hay gracia divina (sino
contaminación, aflicción y disgusto), no hay paz, ni misericordia y no hay alivio.

El perdón bíblico

Antes sed benignos unos con otros,


misericordiosos, perdonándoos unos a otros,
como Dios también os perdonó
a vosotros en Cristo.
Ef. 4:32

DEFINICIÓN
El p. viene de la palabra “aphiemi” y significa “despedir o apartar”. Este es el significado
fundamental del p. a través de las Escrituras: el “separar el pecado del pecador”. La
“base” para perdonar cualquier ofensa se encuentra en el “sacrificio perfecto” de
Jesucristo al morir en la cruz. Todo el p., tanto divino como humano tiene como base este
sacrificio del Sr. Jesús. Leamos su fundamento en los siguientes pasajes: «¨Yo, yo soy el
que borro tus rebeliones por amor de mi mismo, y no me acordaré de tus
pecados.¨Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para
remisión de los pecados» (Is. 43:25, Mt. 26:28).

LO QUE DISTINGUE EL PERDÓN BÍBLICO DEL HUMANO

1. El perdón humano pasa por alto la ofensa.


Es decir, la ignora; y por eso es tan difícil que otorguemos el p. En la práctica ocurre
cuando la ofensa pasa desapercibida o existen circunstancias adicionales de unión y de
amistad entre el ofensor y el ofendido, de lo contrario es muy difícil perdonar cualquier
agravio.
Por el contrario, el P.B. necesita ¾satisfacción total¾ para ser perdonada la ofensa (Is.
53:10-11), gracias a Dios, el único remedio para este P.B. ya ha sido arreglado por el Sr.
Jesús en la cruz del Calvario, otorgando el p. total al que lo acepte (Jn. 3:16, Ef. 2:1, Ap.
3:20). Y dado el caso de que una persona rehusare recibir el p. de Dios, la Escritura indica
que morirá con las consecuencias de sus pecados (Jn. 8:24).
2. El perdón bíblico necesita tres partes.
El “ofendido” (Dios), el “ofensor” (pecador) y el “depositario” del pecado (Jesucristo en
la cruz). Creo que alguna vez pensamos la mayoría, que sólo dos eran necesarios, bueno
esto distingue el p. humano del divino, que cuando se ofende a una persona en realidad se
está ofendiendo también a Dios. Y en este caso él perdonará la ofensa cuando vea que la
muerte de su Hijo Jesús es aceptada por el ofensor. Y en contraste, el p. humano se
concede cuando se “pasa por alto el pecado” lo cual causó la ofensa.
3. El método divino del perdón.
Dios castiga, redime y olvida el pecado en base al sacrificio perfecto de su Hijo
Jesucristo, esto es lo que llamamos expiación.

EL DEPOSITARIO
Lo que Dios hizo con los pecados fue quitarlos de las personas y “depositarlos” en
Jesucristo su Hijo, donde fueron: (1) “redimidos” (Ef. 1:7). (2) El “castigo” (Is. 53:5-6 y
11) y la “justicia” (2Co. 5:21) lo sufrió el Sr. Jesús y de esta manera el pecador (3) queda
“libre” de las consecuencias del pecado (Col.2:13-14), de la “culpa” (Sal.32:1-2) y del
“castigo” (Ro.8:1 y 3). Esto quiere decir que Dios permitió que su Hijo Jesucristo sufriera
la muerte que todos los pecadores deberían haber cumplido.
Dios cumple su justicia una sola vez (Dios se cobró todo el pecado en Jesús su Hijo), por
eso es que olvida el pecado y no inculpa más al pecador (He. 7:27, 1P. 3:18, Mr. 10:45,
14:24, Is. 53:10, He. 9:28, 10:10). Por lo tanto, confirmamos que Dios ¾castiga, redime
y olvida¾ (Jer. 31:34) el pecado en base al sacrificio perfecto de su Hijo Jesucristo (He.
9:22).
Notemos que el p. y el pecado están íntimamente relacionados, porque si no hay pecado
no hay motivo para perdonar y viceversa. El hecho de perdonar no es algo “sin
importancia” como muchos a veces lo tratan, el p. es un acto inspirado por Dios (Dn. 9:9)
y cada creyente debe tomar el p. tan serio como Dios lo considera; tanto si está del lado
ofensor o del lado del ofendido. Repito, ¾cuando se perdona es porque hay pecado de
por medio¾ (Mt. 6:12, 1Jn. 3:4). La ofensa es pecado, tanto para el que la infringe como
para el que la recibe, porque al sentirse ofendido surgen sentimientos de odio, coraje,
injusticia y venganza…
Tenemos que considerar que el pecado no es sólo infringir la ley de Dios, sino que es
rechazar la voluntad de Dios, y esta rebeldía nos llevará a vivir a espaldas del Padre
celestial, lo cual inevitablemente traerá sus respectivas consecuencias (Pr. 28:13). Para
comprender mejor lo que es el pecado, diremos que es “esa disposición mental que nos
lleva a hacer nuestra propia voluntad en oposición a la de Dios”. Recordemos que la carne
está en contra del espíritu.
Ahora bien, es importante hacer la distinción entre pecado y trasgresión, siendo esta
última la infracción de un mandamiento conocido, como fue el caso de Adán ¾explica
Pablo¾ «No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no
pecaron a la manera de la trasgresión de Adán…» (Ro. 5:14), el Sr. Jesús fue sacrificado
precisamente por nuestras trasgresiones: «el cual fue entregado por nuestras
transgresiones, y resucitado para nuestra justificación» (Ro. 4:25) El salmista invita a
todo creyente a confesar cada transgresión: «Mi pecado te declaré, y no encubrí mi
iniquidad. Dije: confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi
pecado» (Sal. 32:5).
En el caso de Adán se le dio un mandamiento concreto, el cual desobedeció. Y en el
tiempo trascurrido de Adán hasta Moisés, no les fue dada ninguna ley concreta, por ello
no había trasgresión: «Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay
trasgresión» (Ro. 4:15), pero si había pecado y esto fue lo que provocó el diluvio (Gn.
6:5).

PERDONAR COMO DIOS PERDONA

1. Así perdona Dios.


La característica distintiva de un discípulo del Sr. Jesucristo es la práctica del “amor
divino”, y una manifestación al amar según la Biblia a otros es el ¾perdón fiel y
constante¾ de las ofensas (1Jn. 4:9-10, Ro. 5:8). De lo anterior, aprendemos que el
perdonar manifiesta lo “agradecidos” que estamos con el Padre celestial por habernos
perdonado la vida. También aprendemos que el p. de Dios “está a la disposición” del
ofensor, siempre y cuando acepte la muerte y la resurrección de su Hijo Jesucristo: «Antes
sed benignos unos con otros, (haciendo qué cosa) misericordiosos, perdonándoos unos a
otros, como Dios también os perdonó a vosotros ¾en¾ Cristo» (Ef. 4:32).
¿De qué manera los creyentes tenemos que perdonar las ofensas? Del mismo modo como
Dios nos perdonó en Cristo. La forma es idéntica, todo creyente perdonará cualquier
ofensa, porque Cristo ya resolvió toda consecuencia del pecado en la cruz. Esta es la base
del p.; perdonar “en” Cristo.
Ahora te pregunto: ¿Dios ya perdonó tus pecados? ¡Sí! al pedir p. a Dios y aceptar el
sacrificio de su Hijo en la cruz recibimos el p. de todos nuestros pecados (Is. 53:5-6, Jn.
3:18, Hch. 10:43), de igual manera Dios nos manda perdonar las ofensas en base a cómo
recibimos el p. de Dios, y haciendo esto, el creyente estará manifestando su amor por el
prójimo. Insisto, si ya te perdonó Dios tus pecados, escucha muy atentamente porque
estás obligado sin excusa alguna a “perdonar” las ofensas (Mt. 6:12). Perdonar “en”
Cristo es la clave.
Algo sumamente importante de mencionar, es cuando perdonemos, debe ser
independientemente de la gravedad de la ofensa: «soportándoos unos a otros, y
perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo
os perdonó, así también hacedlo vosotros» (Col. 3:13). Este mandamiento incluye por
ejemplo, el asesinato, la violación y el adulterio. Difícil ¿no? Por eso es “en” Cristo, es
decir, en el poder del Espíritu Santo (Ro. 8:9 y 13).
¿Por qué debemos perdonar en estos casos tan ofensivos? Porque Dios nos perdonó la
vida… y nuestras ofensas eran tan graves delante de la santidad de Dios, que sólo
merecíamos sufrir el castigo eterno en el lago de fuego (Ez. 18:20, Ro. 6:23, 5:12, Stg.
1:15). Por lo cual, siguiendo Dios su naturaleza y su integridad nos pide que hagamos lo
mismo que él hizo por nosotros, cuando lo ofendimos al pecar. Y en el supuesto caso de
que no hubiéramos recibido el p. divino, entonces, no tendríamos que perdonar, pero
como ahora disfrutamos del P.B. y con ello disfrutaremos la salvación; todo redimido
tiene una gran responsabilidad solidaria con Dios: el perdonar ofensas como a nosotros se
nos perdonó la vida, leamos: «mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás;
porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Gn. 2:17, Jn. 11:25).
Ahora creo que comprendemos un poco más, que el P.B. “rebosa de gracia” abundante y
“misericordia” que indulta al culpable. Insisto, que este p. no necesariamente libera al
ofensor de las “consecuencias” de su maldad, sin embargo, si nos da completa exención
de la culpa del delito cometido.
Para que el creyente pueda practicar el P.B. con eficacia, debe “entender”, pero sobre todo
“aceptar” el p. gratuito de Dios, una vez logrado esto, es voluntad de Dios que “sigamos
su ejemplo” en otorgar el p. a los demás. Pon mucha atención, con esta máxima: “Si ya
aceptaste y entendiste el P.B., entonces, seguir el ejemplo de Dios será el siguiente paso”.
Esta idea está en perfecta armonía con lo que dice la Escritura en pasajes como los
siguientes: (2S. 12:13-14, Sal. 103:10-14, Lc. 23:39-43, Ro. 5:8 y 8:1, Ef. 4:32, Col. 3:12-
14 y 25).
El ser humano no tiene nada en sí mismo que lo recomiende ante Dios, y él por su parte
no nos acepta por alguna bondad que hayamos hecho o por alguna buena obra que
podamos hacer de vez en cuando; sino que nos acepta por su “justicia divina”. Y, ¿Por qué
lo hace? Porque ya fue juzgado y castigado en su Hijo Jesucristo el pecado de todo el
mundo (Is.53:6,1P.2:24). Por lo cual, el P.B. no es algo que se “gana”, sino algo que se
“recibe”, incluso, no se compra: porque es “gratuito”. De esa misma manera debemos
perdonar a todo aquel que nos ofenda (Ef. 4:32, Col. 3:13).
2. La justicia divina.
El pecado debe ser juzgado y castigado, y sólo cuando el creyente se acerca a Dios
habiendo aceptado que la sangre que derramó su Hijo Jesucristo en la cruz fue para
perdonar los pecados, entonces, la justicia de Dios está en condiciones propicias para
perdonar los pecados, ya que sin este acto de fe en la muerte de su Hijo Jesucristo Dios no
perdona, ¾dice Hebreos 9¾ «Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin
derramamiento de sangre no se hace remisión» (He. 9:22). El pago de nuestro rescate
del infierno, fue realizado con la única e irrepetible sangre de Jesús el Hijo de Dios.
Analicemos con mayor detalle la frase: «Y casi todo es purificado, según la ley, con
sangre». En el A.T. hay excepciones a situaciones que se purifican sin sangre,
principalmente aquellos que no podían comprar un animal para el sacrificio por su
situación económica precaria (Ex. 19:10, Lv. 15:5, 16:26 y 28, Lv. 14:49-52, 5:11-13,
Nm. 31:22-24). Fin del análisis.
Ahora bien, conforme a Jn. 3:16 la salvación se obtiene en base al amor de Dios;
conforme a Ef. 2:8 la salvación se recibe por la gracia de Dios y conforme a Ro. 1:17 la
salvación es el resultado de la justicia de Dios. Podemos decir que ni el amor y ni la
gracia están relacionados con las exigencias de la Ley de Dios, pues el Señor no está
obligado a amarnos, si él quiere, puede amarnos; si no quiere, puede olvidarse de
nosotros. Y de forma similar tampoco Dios está legalmente obligado a mostrarnos su
gracia.
La justicia por el contrario, está íntimamente relacionada con las demandas de la ley de
Dios, ya que todo aquel que cumple con los requisitos para obtener la salvación de
acuerdo con su Ley, está en todo su derecho a “reclamar” la salvación, por ejemplo: si tú
cumpliste con todos los requisitos de asistencia, puntualidad, buena conducta, tareas,
trabajos y aprobaste todas las asignaturas; tienes el derecho a recibir tu certificado de la
primaria, aunque al director no le guste. Y escrito está en la Biblia que Dios es justo para
perdonar, por lo que, su justicia le “ata” para que perdone las ofensas de los hombres.
Acto que por supuesto se debe a que Jesucristo murió en la cruz del Calvario purgando
con ello cada pecado cometido por la humanidad (2Co. 5:15). Ante tal situación Dios está
legalmente atado para salvar a quien lo solicite. Esto confirma ¾lo justo que es el
Señor¾ «si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1Jn. 1:9).
Ahora, es muy oportuno que comprendamos el significado de confesar: “es reconocer
ante Dios que estamos mal y queremos ser limpiados”. Pero lo más importante de
confesar es que “debemos comprometemos” delante de Dios a no hacer lo malo. La
confesión de la que habla el apóstol Juan es la consecuencia de ver nuestros pecados a la
luz de la santidad de Dios y no al comparar nuestros actos morales con los de otras
personas. Esto implica que no debemos tomar el P.B. a manera de talismán y seguir día
tras día pecando, pensando erróneamente que nos protege la sangre preciosa de Jesucristo.
Actuar de esta manera equivale a tratar la confesión como una fórmula matemática: pecar
primero y hacer una confesión “rutinaria” después, el hacerlo así no es algo que se pueda
contar como confesar a Dios, sino más bien es engañar, ¾dice Pablo¾ «No os engañéis;
Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará»
(Gá. 6:7).
De todo lo anteriormente expuesto, podemos llegar a una conclusión parcial: Dios no
otorga el p. basándose en si quiere hacerlo o no; aunque es misericordioso y quiere
perdonar, él “no” perdonará sin el derramamiento de la sangre preciosa de su Hijo
Jesucristo. Aunque no lo puedas entender, Dios no otorga el p. de los pecados en base a
sus emociones, sino que “siempre” perdonará los pecados cuando la persona acepta la
sangre derramada de Jesucristo como si fuera la suya (Lv. 17:11, Is. 53:5-6 y 11).
Analicemos con mayor detalle la frase: «por su llaga fuimos curados». Pedro refiere que
gracias a la muerte en la cruz del Sr. Jesús, los creyentes tenemos vida eterna por la
justicia divina (1P. 2:24). Le toca a Pablo explicar y resumir el significado de la justicia:
como la nueva vida espiritual (Ro. 6:2-11). De hecho, la muerte del Sr. Jesús, si cura una
enfermedad muy especial; aquella que causa la muerte espiritual llamada: “infelicidad”
provocada por cometer pecado (Ef. 1:7, He. 9:22). En el Edén se les prohibió a Adán y
Eva comer del fruto de un árbol; el desafío consistía en obedecer, esto aseguraba el
paraíso para Adán y sus herederos para siempre. Especulando un poco quizá Dios le dice:
“obedece Adán, bajo pena de perder toda la felicidad que disfrutas en el paraíso”, además
diría Dios: “Sabes Adán, ahora dependes de tu buena conducta y estás puesto en el
paraíso a prueba; se obediente, de lo contrario; serás tan miserable que tu vida
experimentará la desdicha, estarás abatido, sin valor ni fuerza, con ambición y
mezquindad serán tus deseos, te convertirás en un perverso y canalla por obtener lo que
en el paraíso es gratis”.
El freno para abstenerse, era en los deseos pecaminosos de su corazón y en los
pensamientos pecaminosos de su mente; dos grandes fuentes del pecado. Es decir, Dios
les había prohibido su apetito a los deleites de su corazón, así como a su curiosidad
ambiciosa de saber (el bien y el mal). Dios quería que Adán y Eva gobernarán su alma y
Dios a su vez, gobernara el alma de ellos. El Creador buscaba y busca gobernar tu alma.
Acto seguido después de su desobediencia, experimentaron las consecuencias por
desobedecer, pero la más terrible de todas ellas es la falta de comunión con Dios, ¾dice
Juan¾ «lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros
tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y
con su Hijo Jesucristo» (1Jn. 1:3). Ahora bien, hablando de la sanidad física, Dios la ha
prometido para la época de la glorificación (1Co. 15:26, Ap. 21:4). Fin del análisis.
Dios no sólo perdona los pecados, sino que los olvida completamente (Jer. 31:31-34, He.
8:12). Ahora bien, él puede olvidar nuestros pecados, “no porque los pasa por alto”, ni
porque “haga un esfuerzo por no recordarlos”; sino que lo hace en base a la sangre de
Jesucristo que ha borrado nuestras trasgresiones y ha lavado por completo nuestros
pecados (Ex. 12:7 y 13, Is. 44:22, He. 1:3, 1Jn. 1:7, Ap. 1:5).
¿Tú crees esto? Fíjate bien, no estoy diciendo si lo entiendes, sino que, si lo crees; porque
si lo crees con toda sinceridad y lo aceptas por sobre todas las cosas, ¡Muy bien! porque
de ahora en adelante “estás obligado a”:
1. Vivir feliz y sin ninguna culpa porque tus pecados han sido perdonados (Sal. 32:1-
2).
2. Vivir agradecido porque aunque te quedes sin trabajo, aunque te roben las cosas
más valiosas, aunque se mueran tus seres más queridos, tú estarás donde Cristo
esté por toda la eternidad (Jn. 14:3).
3. Vivir agradecido porque ya estamos aceptados en el Cielo (Jn. 14:2, Ap. 3:5).

¿Por qué los creyentes gozan de estos privilegios? (1) Porque el Sr. Jesús derramó su
sangre preciosa y satisfizo lo que requería la ley de Dios (Is. 53:11, Mt. 26:28). (2) Porque
la sangre del Sr. Jesús tiene un gran valor para Dios, ya que es la única que puede
perdonar completamente los pecados, ¾ dice Pedro¾ «Sabiendo que fuisteis rescatados
de vuestra vana manera de vivir… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero
sin mancha y sin contaminación» (1P. 1:18-19). (3)Porque la sangre de Jesucristo es la
9
única que puede justificar los pecados y reconciliarnos con Dios, ¾dice Pablo¾ « Pues
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mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque
si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más,
estando reconciliados, seremos salvos por su vida» (Ro. 5:9-10).
Según estos textos bíblicos, cómo recibimos el p. de los pecados. ¿Fue porque orábamos
con mucho fervor, o porque leíamos la Biblia de principio a fin, o porque asistíamos a la
iglesia? Se debió acaso a nuestros méritos ¾no, y mil veces no¾. ¿Entonces en base a
qué fueron perdonados nuestros pecados? La única base para otorgar el P.B. es el
derramamiento de la sangre preciosa de Jesucristo que nos ha reconciliado con Dios,
¾dice Pablo¾ «Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no
tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados…» (2Co. 5:19).

COMPRENDIENDO EL PERDÓN BÍBLICO


1. La naturaleza divina es perdonar.
(Neh. 9:16-17, Sal. 86:5, Is. 43:22-25). Veamos con más detalle lo que encierra el P.B.:
• Toda maldad.Toda la maldad puede ser perdonada por Dios (Ex. 34:6-7, Sal. 103:3 y
10-12). Hay una sola excepción al p.; la blasfemia en contra del Espíritu Santo,
que consiste en atribuir las obras de Dios a Satanás (Mt. 12:22-32, Mr. 3:20-30).
Otros estudiosos afirman que el Sr. Jesús tenía en mente la función del Espíritu
Santo en cuanto a convencer de pecado (Jn. 16:8-11), porque cuando se blasfema
contra el Espíritu Santo se rechaza la única provisión de Dios para convencer al
individuo de que ha cometido pecado, lo cual a su vez evitará experimentar el
arrepentimiento delante de Dios. Por estas razones cuando se blasfema contra el
Sr. Jesús aún el Espíritu Santo puede convencer de pecado; pero si se blasfema
contra el Espíritu de Dios, no queda más esperanza y el Espíritu se retirará (Mr.
3:29, 1Jn. 5:16).
• Toda iniquidad. Que es la falta de integridad, honestidad y justicia.
• Toda trasgresión. Que es infringir un mandato conocido como el de Adán y Eva.
Complemento a la trasgresión está el pecado, que es en términos prácticos el no
alcanzar la medida de la perfección de Dios, y en términos teológicos es el tener
una actitud de rebeldía y egoísmo contra él.
• Toda enemistad. Dios está dispuesto a perdonar aún siendo el hombre su enemigo
(Ro. 5:10) e incluso, antes de que el hombre pida el P.B. (Sal. 86:5, Ro. 5:8).
• Toda jactancia. Dios perdona porque es misericordioso y por el beneficio de su
gracia; y no porque hagamos méritos o merezcamos o hayamos ganado su p. (Ro.
5:6-8, Ef. 2:4-7, Col. 2:13-14).
2. Dios perdona completamente.
(Sal. 103:10-12, Jer. 50:20, Ro. 5:16-21, 8:1, 33-34, 1Jn. 1:9). La plenitud del P.B. se
revela por las siguientes declaraciones:
• Dios transforma. Cuando Dios perdona cambia el estado caído y transforma a las
personas en santos. Es decir, Dios establece una nueva relación con él, y anula el
juicio de condena que pesaba sobre el creyente (Jn. 1:12, 3:3, 5, 7).
• Dios borra las culpas. Dios purga todo tipo de maldad cuando reconocemos y
confesamos nuestros pecados (1Jn. 1:9).
• Dios cubre el pecado. Dios no nos trata conforme a la sentencia dictada sobre
nuestro pecado (Sal.103:10); sino que cubre o paga la consecuencia de nuestro
pecado (Sal.32:1) y lo borra (Sal. 51:9, Is. 43:25, 44:22).
• Dios paga la deuda. Dios no aplica la culpa (condena) de nuestro pecado a ninguna
cuenta, pues ha sido saldada por el mismo en Cristo (Sal. 32:2, Ro. 3:24-25, 4:8,
8:1, 2Co. 5:19).
• Dios elimina el pecado. Dios al perdonar elimina por completo el pecado (Sal.
103:12, Is. 38:17, Mi. 7:19), y promete que nunca más se acordará de los pecados
(He. 10:14-18).
3. El perdón es gratis.
El P.B. no nos cuesta nada (Ef. 2:8-9), aunque en rigor a él si le costó la vida de su Hijo
(Is. 53:4-12, Jn. 3:16, Hch. 20:28, Ro. 5:8, 2Co. 5:21, 1P. 1:17-19).
4. Dios nunca deja de perdonar.
Él nunca se niega a conceder el p. cuando los pecados (de cualquier tipo) son confesados
y se aparta de lo malo (Pr. 28:13, Lc. 15:32, Jn. 8.11, 5:14). Gracias a la sangre derramada
del Sr. Jesús y a la justicia de Dios es que fuimos perdonados totalmente; por lo cual
estamos obligados a perdonar las ofensas como también nos perdonó Dios a nosotros en
Cristo.
APRENDIENDO A PERDONAR
Un antiguo proverbio latino dice: “Errar es humano, perdonar es divino”. Esto es
correcto, porque el p. tiene un -origen divino- (Dn.9:9, Sal.86:5, 130:4, Is.55:7). El
aprendizaje del p. se fundamenta en dos grandes realidades cuya ausencia va a dificultar
mucho el p. genuino, a saber:
1. Consciente de mí pecado.
Debo estar consciente que frecuentemente cometo pecado (1Jn.1:8, Sal.14:3, Ec.7:20). El
tomar conciencia de las propias faltas es el requisito inicial para perdonar. De hecho, si no
somos capaces de ver primero la viga en nuestro propio ojo, aunque vemos la basurita en
el ajeno, difícilmente llegaremos a perdonar al prójimo.
Este fue el método que siguió el Sr. Jesús en la casa de Simón el fariseo (Lc. 7:36-50).
Simón, veía con nitidez los pecados de aquella mujer de dudosa actividad, pero estaba
ciego ante sus propias faltas. Debemos considerar que quien no quiere perdonar es porque
entre otras cosas, supone que no tiene pecados, y llega a pensar: “Yo no hago eso, por lo
que, soy mejor que tú, y no tengo porqué perdonar cosas tan malas”. Cuestión que nos
lleva a reflexionar que el pecado no es chico ni grande, sino que cualquier pecado
condena a la muerte espiritual. Por esta causa el Sr. Jesús murió por todo tipo de pecado,
desde el mayor hasta el más pequeño según lo considera el hombre.
Dado que Simón juzgaba aquella mujer postrada a los pies del Sr. Jesús (v. 39) y no tenía
en cuenta que él también era presa de sus propias fallas, el Rabí Jesús expone ante los
presentes sus fallas: “no me diste agua para mis pies... no me diste beso... no ungiste mi
cabeza con aceite” (v. 38). Es interesante observar que estos pecados eran de omisión,
pues el Sr. Jesús no le recrimina ningún mal que había cometido, sino que el reclamo era
el bien que había dejado de hacer Simón (Gn. 18:4, Sal. 23:5). Si ponemos atención,
Simón le había brindado al Sr. Jesús únicamente las cortesías mínimas, sin darle las
atenciones debidas a un huésped de honor. Esta interesante narración se encuentra
únicamente en el evangelio de Lucas, por lo que si queremos ver toda la belleza del
episodio, debemos leer Mt. 11:28 para descubrir el admirable hecho de que la mujer a la
que hace mención en este lugar, debió probablemente su conversión a las bien conocidas
palabras: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré
descansar”. Esta admirable invitación fue lo que hizo sentir esa paz en la mujer por lo
cual se mostró tan agradecida con él. Es importante resaltar que un “amplio y generoso
ofrecimiento de p.” es generalmente el medio que Dios elige para atraer a los más grandes
pecadores al arrepentimiento. Pregunta: ¿No te gustaría hacer lo mismo? Ya que esto trae
dividendos de arrepentimiento. Qué contestarías a esta nueva pregunta: ¿Invariablemente
ofreces un p. generoso cuando te ofenden?
Continuando con este pasaje, podemos observar que cualquier hombre puede manifestar
algún respeto externo hacia Cristo, y sin embargo, no convertirse en creyente de él. El
fariseo a quien se refiere este pasaje es un ejemplo de esta verdad, él manifestó hacia
nuestro Sr. Jesucristo mucho más respeto del que otros le habían brindado, incluso le rogó
que fuera a comer con él, sin embargo, se mostró enteramente ignorante de la naturaleza
del evangelio que predicaba el Señor. Por otro lado, su corazón altivo se rebeló
secretamente a la vista de una pobre y contrita pecadora, a quien con el asombro de la
audiencia, se le permitía ungir los pies del Maestro. No debemos pasar por alto que hasta
la hospitalidad que manifestó Simón, parece haber sido fría y ruin, ya que el Señor le
reclama: “No me diste agua para mis pies; no me diste beso; no ungiste mi cabeza con
aceite”. Esta actitud habla de escases de buen trato; pues había cortesía exterior, pero no
amor en lo profundo de su corazón. De esto aprendemos una vez más, que para perdonar
las ofensas se necesita también experimentar el “amor divino por el pecador”.

De gran utilidad será no olvidar la conducta de este fariseo, porque es posible que
contemos con una apariencia adecuada de religión y no saber nada del evangelio de
Cristo; también podemos venerar el cristianismo y estar totalmente ciegos acerca de sus
doctrinas cardinales; podemos poner mucha atención en la forma de conducirnos con
cortesía y civilidad en la iglesia, y detestar con aversión terrible la justificación por la fe,
y la salvación por la gracia. Por eso es necesario preguntarnos: ¿Sentimos afecto
verdadero hacia Jesús? Además, podemos decir las mismas palabras del apóstol Pedro:
«Señor, tú sabes todo; tú sabes que te amo» (Jn. 21:15-17). ¿Hemos abrazado
cordialmente el evangelio? ¿Deseamos entrar al cielo junto con los mayores pecadores, y
queremos cifrar todas nuestras esperanzas en la gracia gratuita? Estas son preguntas que
debemos considerar muy seriamente. Si no podemos contestarlas satisfactoriamente,
entonces, no somos mejores en nada que Simón el fariseo; y nuestro Señor podría
declarar: «una cosa tengo que decirte».
Este pasaje también nos enseña que el “amor y la gratitud”, son dos de las actitudes que
se deben ofrecer fielmente a Cristo. La mujer que alude este episodio, tributó mucho más
honor a nuestro Señor que el que le había tributado el fariseo: «Y estando detrás a sus
pies comenzó llorando a regar con lágrimas sus pies y los limpiaba con los cabellos de su
cabeza; y besaba sus pies y los ungía con el ungüento» (v. 38). Ningunas pruebas más
fuertes de reverencia y respeto podía haber dado esta mujer, y el móvil de tales
demostraciones era el amor que sentía por el Sr. Jesucristo. Amaba al Señor y creía que
nada que hiciera por él seria bastante. Se sentía en sumo grado agradecida al Señor, y
creía que ninguna demostración de gratitud que le hiciese sería demasiado costosa. Servir
correctamente a Cristo es la necesidad universal de todas las iglesias locales. Este es un
punto en que todas están acordes, todas desean ver entre los cristianos mayor número de
buenas obras, mayor abnegación, más obediencia en la práctica a los mandamientos de
Cristo. Más qué cosa producirá tales resultados. Mientras no exista más amor sincero
hacia Cristo, nadie le servirá más. El temor al castigo, la esperanza de recibir la
recompensa y la conciencia del deber, estos son estímulos útiles para inclinar a los
hombres a la santidad, pero son débiles e ineficaces mientras que el hombre no ame
profundamente a Cristo (Jn. 14:21, 23 y 24). ¿Sabías que amas a Cristo cuando perdonas
las ofensas, sin importar lo grande que sean? Albergar este móvil poderoso en tu corazón,
te llevará a ver la manifestación de Dios en tu vida.
No olvidemos esto jamás; por mucho que el mundo se burle del “amor”, y por falso y
mentido que este sentimiento sea algunas veces, todavía queda en pié la gran verdad de
que el amor es la potencia motriz de nuestras acciones. Una advertencia es oportuna: “Si
no hemos dedicado nuestro corazón a amar a Cristo, nuestras manos saquearan lo que les
pertenece a otros”. Sin embargo, el trabajador que ama será siempre el que hace más en la
viña del Señor (Gn. 39:2-3).
Observemos por último en este pasaje, que “la convicción” de que nuestros pecados han
sido perdonados, es la “fuente” principal de donde mana nuestro amor hacia Cristo. Ésta,
sin duda fue la lección que nuestro Señor se propuso grabar en el ánimo de aquel fariseo
cuando le contó la historia de los dos deudores: “Uno debía a su acreedor quinientos
denarios, y el otro cincuenta. Ninguno de los dos tenia “con que pagar”, y a ambos
perdonó la deuda”. Inmediatamente después siguió la pregunta importante: ¿Cuál de los
dos le amará más? He aquí la verdadera razón, dijo el Señor a Simón, del amor profundo
que esta penitenta ha manifestado. Sus abundantes lágrimas, su tierno afecto, su
veneración pública, la acción de ungir los pies del Señor, todo tuvo origen en una misma
causa: se le había perdonado mucho, por lo tanto amaba mucho (al Señor por perdonar su
pecado). Su amor fue el resultado del p., no la causa; la consecuencia, no la condición; el
resultado, no el motivo; el fruto, no la raíz.
El fariseo intrigado quería saber: ¿Por qué manifestó tanto amor esta mujer? La razón la
ofrece la narración: era porque sabía que se le había perdonado mucho. Y por otro lado,
¿Por qué el fariseo había mostrado tan poco amor a su convidado? Por la sencilla razón de
que no se sentía obligado hacia él; no tenía la convicción de haber recibido el p. y no se
sentía deudor de Cristo. Debe ser un anhelo de todo creyente el que viva siempre en la
memoria y penetre profundamente en el corazón, el principio que nuestro Señor declara:
“el amor y el p. van juntos” y además, es una de las grandes piedras angulares del
evangelio. Pero también es una de las llaves maestras que abren las puertas de las
bendiciones del reino de Dios. Uno de los medios para hacer piadosos a los hombres es
enseñar y predicar la concesión de un p. gratuito y completo por mediación de Cristo. De
hecho, el secreto de nuestra paz consiste en “saber y aceptar” o (“ser y me siento”) que
Cristo ha perdonado todos nuestros pecados. Y el estar en paz con Dios es la única planta
que producirá el fruto de la santidad, y el p. ha de preceder a la santificación, por lo que
nada duradero haremos mientras no estemos reconciliados con Dios (Ro. 5:10).
Este es el primer paso en la vida espiritual, trabajamos porque tenemos vida, no con el fin
de obtenerla. Nuestras mejores obras antes de estar justificados no son otra cosa que
pecados con ropajes espléndidos (Is. 64:6). Debemos vivir por fe en el Hijo de Dios, y
entonces, caminaremos en sus sendas (Sal. 17:5). El corazón que ha experimentado el
amor de Dios, es el que realmente ama a Cristo y se esfuerza en darle loor y gloria.
También aprendemos en este pasaje que para Dios, tan graves son los pecados de omisión
como los de comisión. La reprensión del Señor a Simón apunta a un aspecto crucial: la
esencia del pecado no está únicamente en el mal que se le hace al prójimo, sino en el bien
que se deja de hacer a Dios al “dejar de darle la honra y adoración” que él merece (Ro.
1:21).
Por tanto, el perdonar ofensas requiere primero que estemos conscientes que nosotros
somos tan pecadores como el que nos ofendió. Segundo, esto arrojará luz en los oscuros
rincones de nuestra conducta para “descubrir” la sutileza del pecado que mora en
nosotros, por ejemplo: el egoísmo en nuestras motivaciones, la soberbia, el orgullo, el
laberinto de las pasiones, el potencial violento, la vanidad y una larga lista de obras de la
carne que se ponen al descubierto cuando se mira en el espejo de la Palabra de Dios (Stg.
1:23-25). El ser humano tiene la vista muy fina para ver la paja del ojo ajeno, pero sufre
de “miopía” a la hora de descubrir las propias faltas (Mt. 7:1, Ro. 2:1-5, Stg. 4:12).
Terminemos este pasaje con profundo reconocimiento de la admirable misericordia y
compasión de nuestro Sr. Jesucristo con los mayores pecadores. Veamos la bondad del
Señor hacia la mujer que ungió sus pies como una invitación a todos los seres humanos,
sin importar la maldad que haya en ellos, sino que sirva de ejemplo para que se acerquen
a él y obtengan el p. de sus malas actitudes. Jesús nunca olvidará estas palabras: «Al que
viene a mí, de ningún modo rechazaré» (Jn. 6:37). Nadie debe perder la esperanza de ser
salvo si acude ante Dios reconociendo que ha pecado y quiere ser limpiado (2S. 24:10, Pr.
28:13).
Ahora preguntémonos: ¿Qué estamos haciendo con la nueva vida que Cristo nos ha dado?
Y ¿Qué prueba de amor estamos dando al Señor que nos amó y murió por nuestros
pecados? Estas son preguntas que un día tendremos que responder delante Dios, sólo que
en esa futura ocasión, serán preguntas de lo que debimos hacer en este mundo. Si no
podemos responderlas satisfactoriamente, tenemos razón para dudar de la realidad de
nuestro p. El hombre cuyos pecados han sido realmente lavados demuestra siempre con
sus obras que ama al salvador que lo redimió (Jn. 14:21 y 23).
2. Reconociendo mi maldad.
Debo ser capaz de reconocer mi pecado y mi maldad. La incapacidad para reconocer el
pecado propio es un gran obstáculo para perdonar a los demás, puesto que, el no
reconocer que también cometo pecados me lleva a experimentar la soberbia (Sal. 31:18,
Pr. 8:13, 11:2, 16:18, Is. 2:11) “La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae
de donde subió”. “El soberbio es como el gallo que creía que el sol había salido para que
oírle cantar”. Lo cual implica que una persona ensoberbecida trata a los demás con tanta
severidad como es indulgente consigo misma. Este fue el problema de Simón en
particular y de los fariseos en general, por ello el Sr. Jesús, en otra ocasión tuvo que
avergonzarles con aquel desafío: “el que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en
arrojar la piedra contra ella” (Jn. 8:7). ¡Reconozcan su maldad también!
Por el contrario, reconocer las propias faltas nos coloca en una actitud de humildad y nos
hace sentir humillados delante de Dios, pero incluso también nos debería llevar a
exclamar la misma petición del Padre nuestro: «perdónanos nuestras deudas (ofensas)
como nosotros perdonamos a nuestros deudores (ofensores) » (Mt. 6:12). La correcta
actitud de un creyente ante el error cometido, debe ser la de suplicar por la compasión, y
preguntarse: ¿Qué puedo hacer para ayudar, cómo puedo anular las consecuencias de mi
error? Y no debemos descansar hasta que pensemos correctamente: “sé que he estropeado
las cosas; pero la vida no se ha terminado, hay otra oportunidad de parte de Dios”. Por
ejemplo, La mujer adultera, el Sr. Jesús le da otra oportunidad para que cambie su estilo
de vida y le dice con mucho tacto y sabiduría: “vete y no peques más”. Cuestión que nos
conduce a reflexionar, que el Maestro no le estaba pidiendo a esa mujer que dejara pasar
unos días hasta que las cosas se calmaran, o que se aplacaran las aguas, sino que en
realidad le estaba pidiendo un cambio radical de estilo de vida pues le dice: “no peques
más”. Esta frase involucra el que abandone la forma de ganarse la vida, ya que es a todas
luces reprobada por la ley de Dios (Ex. 20:14, 1Ts. 4:3).
Así mismo debemos reconocer que cuando nos ofenden, por lo general queremos
“condenar”, cosa que no comparte el Sr. Jesús, ya que nos enseña que la respuesta
espiritual para cuando nos ofenden es que debemos “perdonar” (Lc. 17:4). Esta
recomendación del Rabí Jesús es porque hay beneficios, tanto para el ofendido como para
el ofensor, porque todo aquel que perdona las ofensas invita al que ofendió a cambiar su
mala actitud, por ejemplo, nuevamente el caso de esta mujer adultera, el Sr. Jesús al
decirle: “vete y no peques más”, la está invitando al desafío de una vida sin pecado. Es
todo un reto cambiar de una vida de pecado a una vida en santidad. Todo esto viene a
demostrar que si nos han ofendido grandemente y nosotros respondemos con un “p.
generoso”; invitas a reflexionar al ofensor y quizá cambie su actitud, ya sea en el presente
o para situaciones futuras (Mt. 18:15 Los metales se funden con las brasas, así el corazón
se ablanda con la bondad Ro.12:20). Por lo tanto, podemos decir que cuando
reconocemos que somos pecadores igual que aquel que nos ofendió, sucede algo
maravilloso: amamos con mayor intensidad a Dios porque nos perdonó nuestros pecados
y perdonaremos al que nos ofendió.

RESPONDIENDO AL PERDÓN BÍBLICO


1. Perdonar como lo hace Dios. Con su gracia, su misericordia y su amor divino.
Debemos perdonar como Dios nos perdonó (Ef. 4:32, Col. 3:13 es un mandato). Veamos
con más detalle lo que significa perdonar:
• Debemos perdonar cuando nos confiesan su pecado. Debemos conceder el p. de
todo corazón cuando alguien nos confiese su ofensa. Dicho de otro modo, cuando
alguien pide o necesita el p. con sinceridad, nunca debemos negárselo (Lc. 17:3-4
Siempre perdona, ilimitadamente).
• Debemos perdonar lo grande como lo pequeño. Debemos perdonar cualquier tipo de

pecado sin importar que tan severo o devastador pueda parecernos (¨Mt.7:2 El
juicio severo o la falta de perdón se volverá contra nosotros el día que el Señor
juzgará los secretos íntimos de cada uno. ¨Stg.2:13 El creyente que muestra
misericordia evidencia que él recibió misericordia de Dios, perdonar es una
muestra de misericordia. ¨1Jn.3:10 La justicia es santidad, y el amor es caridad, y
la caridad es la perfección de la justicia la perdonar).
• Debemos perdonar todo. La Biblia nos señala que no se perdona por categorías ni
por daño infringido; sino que debemos perdonar todo, no en partes (Mt. 5:23-24
reconciliarse con el perdón).
• Debemos perdonar porque Dios me perdonó. Debemos perdonar en función a la
gracia recibida de Dios, no en función de los méritos que haga la persona que nos
ofendió. Si Dios por gracia me perdonó; yo también debo perdonar por la misma
gracia de Dios (Ef. 4:32).
• Debemos perdonar y esperar una relación renovada. Debemos esperar una relación
rejuvenecida con aquel que hemos perdonado, sin embargo, es preciso poner de
manifiesto que quizá la confianza no será total, pero el trato, la amistad y la
comunicación deberá ser restaurada (¨1Co. 6:6-7 todo creyente debe liberarse de
actitudes mezquinas, pues es mejor soportar que cometer un agravio 1P.2:20.
¨Sal.133:1). Ahora bien, generalmente salimos perjudicados en algo cuando nos
ofenden, así como el Sr. Jesús sufrió nuestros dolores y fue azotado, herido,
afligido por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados (Is. 53:3-5). Desde
luego la actitud correcta no es buscar el vengarnos, sino “que hablando de
venganza le corresponde aplicarla a Dios y nuestra actitud como ofendidos debe
ser de buena voluntad y desprendimiento de nuestros derechos (Pr. 20:22, Mt.
5:39-40 debemos quitarnos el deseo de defendernos y vengarnos por cualquier
agravio que nos hagan, en su lugar, hay que entregarlo a Dios para seguir siendo
feliz 1P.3:14-15, 4:14).
• El p. es costoso. Hay que reconocer que puede ser costoso para el creyente cuando
concede el p. (¨2Co. 4:17 La ofensa puede ser muy grande, y uno la puede
convertir en insignificante, es decir, no hacerle caso, no tomar en cuenta, no
pierdas la paz de Dios, además puede ser doloroso por un momento y uno la
puede convertir en algo pasajero o breve, entre mayor sea el sufrimiento, mayor
será la gloria eterna Pr.3:13-26 . ¨1P. 2:19-21 el creyente está llamado a soportar
trato injusto, pero si entiende y acepta esto con fe en el cuidado de Dios, podrá
abstenerse de reaccionar con enojo, venganza y descontento Mt.5:11-12, Fil.1:29.
¨1P.4:16 y 19 lo que cueste el perdón, que sea para la gloria de Dios).
• Debemos perdonar sin rencor odio, resentimiento y aborrecimiento. Debemos
perdonar completamente y no recordarle a la otra persona su pecado de una
manera acusativa (no echar en cara, recriminar, hacer sentir mal, no cobrarme su
ofensa a cada rato, no acusar ni reñir). Lo cual implica que quizás no sea
apropiado liberar al ofensor de todas las consecuencias de su ofensa (como son
sus obligaciones, responsabilidades, reglas, límites, castigos, sanciones o
penitencias). Ahora bien, la única razón para recordarle a alguien sus pecados es
cuando buscamos a toda costa su restauración (¨Is.35:3-4 para producir ánimo y
consuelo. ¨Ro. 14:1 no para pelear, ni juzgar, echar en cara, ni criticar, sino
ayudar. ¨15:1 sino para perdonar). O para propósitos de enseñanza, y aun

entonces tenemos que hacerlo en un espíritu de bondad (Col. 3:23).


2. Perdonar de corazón.
El P.B. cuando lo hemos entendido correctamente, debe llevarnos a perdonar a los demás
aun antes de que nos pidan ser perdonados, debe ser automático después de la ofensa (Mr.
11:25-26 el perdón de los pecados para obtener la salvación una vez otorgado, ¡Nunca se
pierde! Lo que indica este pasaje es la disciplina que Dios imparte al que no perdona las
ofensas de los demás, nunca que Dios perdona y luego se arrepiente y te quita el perdón,
esto es completamente erróneo Hch.10:43, 26:18, Ef.1:7, Is.43:25, 1:18, Jer.31:34,
He.8:12). Los versículos del evangelista Marcos nos enseñan tres cosas: (1) Un lugar
idóneo para perdonar es en tu tiempo devocional. (2) Un momento idóneo para perdonar
es cuando estamos en intimidad con Dios en oración (Mt. 6:6). (3) Perdonar las ofensas o
habrá disciplina.
No podemos pasar por alto que el P.B. es incondicional, no se gana, no se merece y no se
debe negociar: sino que es una orden de Dios directa a los creyentes ya perdonados (pues
se perdona con la gracia, la misericordia y el amor recibido de Dios, nunca en nuestras
fuerzas y capacidades Ef.4:32, Col.3:13, 2Co.2:7): petición que no debe confundirnos,
pues no debemos condicionar el p. a que el ofensor se comprometa a “no lo volverlo a
hacer”. Debemos ofrecer el p., ya sea que la persona lo pida o no (Mt. 5:23-26).
Cuando alguien dice: “te perdono si...” esto no es el P.B.; es una negociación, y hasta
podría considerarse como un chantaje. El ejemplo por excelencia lo encontramos cuando
el Sr. Jesús sufría en la cruz sus últimos momentos de vida y a pesar de esto dijo: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). El amor del Sr. Jesús fue la
motivación para que tomara tal iniciativa, no esperó a que el hombre primero estuviera
limpio de pecados, sino que el Cordero de Dios le suplicó al Padre que perdonara a esos
hombres, sin que por ello mediara condición alguna, es más, mencionó que la ignorancia
era suficiente razón para perdonarles.
No debemos pensar que el P.B. minimiza la ofensa (el perdón no hace chiquita la ofensa,
ni quita las consecuencias adversas, lo que sí hace es perdonar la ofensa o el daño
causado, lo cual permite renovar el buen trato, la amistad y la comunicación, no interfiere
con las responsabilidades, reglas y límites que se tengan que cumplir. El perdonar no
elimina obligaciones, deberes, compromisos y abstenciones. El perdonar restaura la
enemistad; no solapa la inmadurez, la insensatez, la imprudencia y la irresponsabilidad),
lo que sí debemos saber es que desvalorizamos el p. cuando alguien nos ofrece sus
disculpas y erróneamente le decimos: “No es gran cosa, esta bien, en realidad no me
molestó”. Si realmente necesita nuestro p., entonces, no debemos restarle importancia a lo
sucedido. Recordemos que cuando se perdona es porque hay pecado de por medio, y para
esto el Sr. Jesús murió (1Co. 15:3).

REHUSANDO A PERDONAR
1. Es difícil perdonar.
Ciertamente el p. no es algo que resulte natural a las criaturas caídas. Por lo general, nos
dejamos llevar demasiado por los sentimientos y exclamamos: “es que todavía me
¡duele!” (El dolor es competencia del corazón, no del razonamiento y la voluntad. Yo
decido con el pensamiento perdonar, a pesar de que tengo sentimientos de venganza o
deseo desquitarme. Yo decido perdonar independientemente de la gravedad de la ofensa,
recordemos que el perdón espiritual es una decisión voluntaria y sobre todo racional que
consiste en poner a un lado la ofensa y desear únicamente lo mejor para el ofensor) Los
que se dan el lujo de albergar sentimientos de amargura, encontrarán que el p. no germina

con facilidad. En lugar del p., la raíz que brota es una influencia que corrompe el alma, y
esta mala actitud no sólo daña a la persona amargada, sino también a muchos otros, como
lo declara el autor de la epístola a los Hebreos: «Mirad bien, no sea que alguno deje de
alcanzar la gracia de Dios (se perdona con la gracia divina); que brotando alguna raíz de
amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados» (He. 12:15).
La mayor de las veces el p. se ve frustrado por las emociones negativas que causan el
resentimiento y la ira no apagada. Algunos piensan erróneamente: “que no pueden
perdonar si no sienten ganas de perdonar”. Pero resulta que el P.B. no es un sentimiento:
“Es la manera espiritual de responder a la ofensa”. Dicho de otro modo: “Es el acto
voluntario, deliberado y racional en poner a un lado la ofensa”. Notemos que en estos
conceptos no intervienen los sentimientos sino la razón: “¿Quieres ser feliz un instante?:
¡véngate! ¿Quieres ser feliz para siempre?: ¡perdona!” “El corazón tiene razones que la
razón no entiende”. Si amas con el amor de Dios, perdonas; pero si no amas, tratas de
olvidar, esto es usar la razón.
Los que se dejan conducir por la pasión, sin duda van a encontrar bastante difícil el
perdonar, ya que el P.B. implica una decisión deliberada y racional que va en contra de
los “sentimientos”. Las emociones amargas dicen que se permanezca en la ofensa. En
contraste, el perdón del -espíritu- es una “decisión” voluntaria y racional que consiste
en poner a un lado la ofensa y desear únicamente lo mejor para el ofensor. De lo
anterior concluimos que la manera carnal para perdonar incluye los sentimientos, las
emociones, los resentimientos, la amargura, la pasión, el empecinarse, la ira y la
venganza, todo esto indudablemente se opondrá a ofrecer sinceramente el P.B. Estos
sentimientos son en realidad un obstáculo enorme para perdonar.
Tratando de interpretar aquel que involucra los sentimientos al perdonar diría: “Pero yo
no puedo hacer eso, yo trato de poner la ofensa a un lado, pero dondequiera que vaya,
algo me lo recuerda y termino pensando en eso y poniéndome de mal humor otra vez”.
Tales pensamientos en lugar de ayudar, constituyen tentaciones a pecar. Empecinarse en
no perdonar una ofensa no es un pecado menor que la lujuria o la codicia, o cualquier otro
pecado del corazón. Por lo tanto, es necesario tomar la decisión y apartarnos de esta clase
de pensamientos incorrectos. En lugar de ello, debemos cubrir deliberadamente la ofensa
con el amor de Dios y negarnos a sucumbir a pensamientos de ira y venganza, a pesar de
contar con ellos (¨1P.4:8 cubrir multitud de pecados es no permitir al corazón que guarde
rencor, odio y resentimientos. ¨Pr. 10:12. ¨1Co. 1:3-7).
Analicemos más en detalle lo que significa la palabra amor para Pedro: El término
“ektenés” que usa el discípulo para la palabra “amor” significa: (1) extenso y consistente.
(2) Que se estira como el corredor que está a punto de llegar a la meta, es como el
músculo que está tenso por el esfuerzo intenso y sostenido. Esta clase de amor es muy
vigoroso, a tal grado que ama lo desamado, que ama a pesar del insulto y de la injuria; es
un amor divino que nunca falla. La palabra “cubrir” de la frase: «porque el amor cubrirá
multitud de pecados»; debemos entenderla de modo tal, que no condena severamente ni
expone las faltas, sino que antes, con paciencia llevemos las cargas de los otros,
perdonando y olvidando las ofensas (¨Jn.13:4 la carne busca venganza, el amor busca
perdonar. ¨Gá. 6:12). Nuevamente, el que no reconoce su propio pecado está
manifestando la soberbia y así tratará con severidad al pecador. Y es que el verdadero
amor produce paciencia: ya que es mucho más fácil tener paciencia con nuestros hijos que
con los de los extraños. Fin del análisis.
Continuemos con nuestro estudio:

Aquellos que se arriesgan a perdonar las ofensas aún cuando es muy difícil,
invariablemente descubren que después surgen las emociones correctas que llevan
inclusive a: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a
los que os maldicen, y orad por los que os calumnian» (Lc. 6:27-28). Todas estas
acciones que este versículo indica son actos voluntarios, deliberados y racionales; nunca
son reflejos emocionales. Si obedecemos las exhortaciones de estos versículos, al final,
los sentimientos de ira, darán paso a la mansedumbre, la frustración, será aventajada por
la paz y la ansiedad, sucumbirá a la calma (Ro. 5:3-5). Recordemos el perdonar trae la paz
al corazón.
Cuando perdonamos se levantan muchas cargas (Pr. 17:9, 10:12, 1P. 4:8). Conceder el p.
aquella persona que se arrepiente por su falta, equivale a levantar la carga de culpa que
había sobre ella. En razón a lo anterior podemos aprender que el p. unilateral e
incondicional, no sólo libera a la persona que ofendió, sino que también la persona que
perdona la ofensa disfrutará de mayores misericordias de Dios, precisamente por su
generoso p. a lo cual el Padre celestial promete derramar en el regazo una: «medida
buena… porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir» (Lc. 6:38).
2. Si no perdono cometo pecado.
Dios ha mandado a los redimidos a los cuales ya se les perdonó sus pecados, que
perdonen las ofensas de los demás (Ef. 4:32), por lo tanto, todo aquel que niega el p. será
tomado como una rebeldía a la voluntad de Dios (Stg. 4:17). Pecar no es solamente
cometer malas acciones, sino también dejar de hacer lo que Dios quiere que hagas
Lc.12:47, Jn.15:22, 1S.12:23 la omisión de un bien es tan pecado como la comisión de un
mal.
3. Si no perdono muestro ingratitud.
Cuando el creyente rehúsa a perdonar a los demás, lo que realmente manifiesta es
deslealtad, infidelidad, olvido y desagradecimiento hacia Dios. Esto es así, porque lo
primero que hizo el Padre al salvarnos, fue perdonar nuestros pecados, ya que nuestra
condición era la de un reo destinado a la muerte, y él se mostró misericordioso al
quitarnos la carga del pecado, leamos con atención Mt. 18:21-35 y luego comparemos la
orden que nos da a los perdonados en Ef. 4:32.
Dios nos condiciona a que perdonemos, para ser perdonado por él (Mt. 6:14), el punto
importante que quizá no vemos, es que se nos perdonó una deuda que no podríamos haber
pagado jamás, de hecho, nuestros pecados causaron la muerte del Hijo de Dios; en
términos absolutos diríamos que la condena del pecado que se extiende sobre la
humanidad entera, ha sido solucionada totalmente con el sacrificio del Sr. Jesús en la
cruz. Por tal motivo es que debemos perdonar a los demás de la misma manera como Dios
no ha perdonado a nosotros. Esta orden es a su vez una condición, ya que implica que si
no obedecemos no podemos esperar a ser tratados con misericordia. Se oyó decir a un
hombre: “Nunca he perdonado nada a nadie. Uno que lo escuchó replicó: entonces, mi
amigo, espero que nunca hayas pecado contra Dios”. Es obvia la razón: “porque nunca
serás perdonado”.
4. Si no perdono no soy perdonado.
Esta verdad es muy importante repetirla una vez más, cuando declinamos en perdonar a
los demás, el Padre retiene el p. de nuestras trasgresiones cotidianas (Mt. 6:14-15, Mr.
11:25-26). La cuestión es que definitivamente si hay represalias ante tal desacato a su
mandato, ya que el p. es un asunto de alta prioridad, dado que fue el motivo por el cual el
Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn. 1:14, Mt. 5:23-24).
La reconciliación

Si es posible,
en cuanto dependa de vosotros,
estad en paz con todos los hombres.
Ro. 12:18

En el camino que lleva a la reconciliación hay un paso fundamental: el p. Éste es el sello


que rubrica el final de una disputa y además constituye el ingrediente más distintivo del
cristiano al enfrentar cualquier conflicto (Lc. 17:3-4).
El p. está en el corazón mismo del Evangelio (Lc. 23:34). Todo el mensaje cristiano gira
alrededor del P.B. a través del sacrificio del Sr. Jesús en la cruz (el meollo, centro, núcleo
y fundamento para lograr la salvación es morir, para el perdón de pecados Ef.1:7) (Ro.
5:8), y uno de sus objetivos es mover a sus hijos a ofrecer y en su caso, a suplicar el p.
cuando es necesario. Obedecer o fallar en este punto viene a ser un examen básico de la
madurez cristiana (1P.1:14-15 obedece, santidad y perdona). Cuestión que nos conduce a
preguntarnos: ¿qué tan maduro soy? La Palabra de Dios sigue enseñándonos más sobre
este tema:
1. Más allá de la paz.
Y es que la paz no siempre es posible obtenerla, a pesar de la mejor disposición que uno
pueda tener, ya que hay ocasiones donde no se logra restaurar una relación rota por la
ofensa. Pablo ya lo deja entrever en su exhortación a la paz: «Si es posible, en cuanto
dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres» (Ro. 12:18). Esta propuesta
paulista es para lograr la paz pero, cuando las circunstancias no lo permiten el p. sigue
siendo la prioridad; no la paz.
Pablo, hombre curtido en mil conflictos, inicia este versículo con dos advertencias
previas: «si es posible, y en cuanto dependa de vosotros». Estas dos pequeñas frases le
dan un toque de realismo al p., además nos liberan de expectativas exageradas de que
todo, absolutamente todo será perfecto en el p.
La paz no siempre es posible alcanzarla, sencillamente porque es cosa de ¾dos¾, no
depende de una sola parte (actitudes y reacciones de los demás). La paz es una condición
de doble vía, también está condicionada en cuanto a que depende en parte de las actitudes
y respuestas del ofendido y ofensor o el amigo y el enemigo.
El creyente debe estar dispuesto en todo tiempo para “construir puentes pacíficos”
(Construir puentes pacíficos es la responsabilidad de todo creyente ofendido y consiste en
que el creyente ofendido tenga el deseo genuino de estar en paz con todos los hombres, en
especial con quien nos ofendió, dañó, maltrató y afectó. O con quien nos odian y
lastiman, para ello hay que abandonar, quitar, eliminar todo resentimiento y amargura, y
entonces perdonar de corazón y por completo Sal.34:14, Ef.4:31, He.12:15, Col.3:5) con
aquellos que le odian y lastiman, incluso con los más malvados y los que menos merecen
recibir el p. (Mt.5:44, Ro.12:17, 21,1Ts.5:15, 1P. 2:15, 3:9). Lo que Dios espera es que el
creyente intente, tome la iniciativa y haga todo lo posible para «estar en paz con todos los
hombres» (Mt.5:39-42 renuncia a tus preferencias para lograr la paz). De lo anterior
podemos concluir que al perdonar no siempre se obtiene la paz, ya que no depende de
nuestras propias manos el lograrlo, sino que dependemos de la otra parte, y lo más
probable es que el ofensor no quiera mantener las cosas en paz.
En sus últimos momentos de vida sobre la cruz el Sr. Jesús dijo: «Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen». El ejemplo del Señor es bien elocuente, en ningún
momento él regateó esfuerzos para estar “en paz” con sus contemporáneos, a los que amó
hasta el momento mismo de su muerte. Sin embargo, a pesar de su carácter santo e
irreprochable, vivió rodeado de enemigos que, en última instancia, le llevaron a la cruz.
Recordemos que el Señor no logró la paz en sus enemigos, pues el judío de esa época no
estaba dispuesto a hacer las paces con el Hijo de Dios, pero el crucificado sí buscaba la
paz con ellos.
¿Cómo se explica esta paradoja? No podemos acercarnos al tema de la reconciliación
olvidando la realidad del pecado. Vivimos en un mundo donde el diablo tiene como una
de sus metas: dividir, separar y alzar muros entre las personas. Por esta razón, habrá
ocasiones en que todos los esfuerzos por lograr la paz serán baldíos pero, serán “bien
vistos” por Dios (¨Sal.34:14, Ro.14:19 busaca la paz, la edificación mutua, construye,
levanta y fabrica la paz. ¨2Co.13:11 vive la paz. ¨Ef. 4:3 guarda la paz. ¨He.12:14 sigue
la paz).
El p., sin embargo, no necesita de la paz para ser de gran beneficio. El ejemplo del Señor,
de nuevo, marca la pauta. Clavado ya en la cruz, ridiculizado y torturado por sus
enemigos a los que había intentado amar, cerca ya de la agonía, pronuncia unas
memorables palabras que contienen, en forma de síntesis; el meollo del Evangelio:
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc. 23:34). ¡Perdona! Es la
propuesta, y no busques la paz en el p. para entonces, ofrecer tu p. Aunque la
reconciliación no sea posible en algunos casos, siempre hay algo que el cristiano puede y
debe hacer: “perdonar” (¨Mt.6:12 esta es una fantástica decisión: “es bueno perdonar y
seguir adelante”. ¨Col.3:13) y “reconciliarse” (2Co.5:18-19).
2. Eliminemos obstáculos.
Perdonar a los demás de una manera bíblica o mejor dicho: espiritual, implica reconocer
que también hemos pecado y que deseamos recibir la misericordia y el P.B. Ahora,
sabemos que pedir p. es vital para reconciliarse, pues éste lleva a la restauración de la
relación afectada. Para que se lleve a cabo la completa restauración, tenemos que dar
pasos bíblicos específicos de acción, esta es la enseñanza de la Palabra de Dios en:
¨Mt.5:23-24, “18:21-35” reconcíliate, arregla, olvida y perdona. ¨Ro.12:18 estar en paz.
¨14:19 sigue la paz. 2Co.5:17-19 reconcíliate, arregla, olvida y perdona. ¨Ef. 4:32, Col.
3:12-14 ¡perdona! ¨Stg.5:16 confiesa tu ofensa, 1Jn.1:9. Veamos en detalle estos pasos:
3. Transformando heridas en cicatrices.
Perdonar implica “eliminar” todos los sentimientos y pensamientos negativos hacia la otra
persona (¨Is.55:7 deja el pecado. ¨Fil.4:7vendra la paz de Dios). Por ejemplo el
resentimiento, el odio y el deseo de venganza deben desaparecer con el p. sincero. En este
sentido, perdonar es un proceso similar a la curación de una herida: al principio, está
abierta, sangra fácilmente y duele. Pero, una vez que se ha convertido en cicatriz, ya no
duele ni sangra. El p. es transformar heridas abiertas en cicatrices cerradas (Job 5:18, Sal.
147:3, Jer. 33:6 tu perdonas y Dios promete sanidad o cicatrizar una herida por la ofensa).
Recordemos que el p. sana vidas quebrantadas.
4. Es un proceso largo y costoso.
La disposición a perdonar puede y debe ser “inmediata”; ésta es la voluntad de Dios (Ef.
4:32 y Col. 3:13). Pero llegar a completar el proceso “emocional y moral” del p., “suele
llevar su tiempo”. Hay un camino por recorrer desde el momento en que se decide
perdonar hasta que se hace efectivo, así como el hornear un pan y comerlo, lleva tiempo.
Ahora, recordemos el caso de José el soñador en el A.T. él perdonó a sus hermanos (Gn.
45 y 50), pero no antes de pasar por un dilatado proceso (seguramente meses) en el cual
tuvo que luchar contra sus propias reacciones. La cuestión es que: “debemos estar
decididos a perdonar desde el principio, aunque la curación de las heridas requiera más
tiempo” (Sal.105:4, 1P.5:7).
5. Hacer mi parte.
El p. muy frecuentemente suele ser unilateral, es decir ¾se puede y se debe¾ perdonar,
aunque la otra persona se muestre reacia a ser perdonada. El p. se lleva a cabo en la
intimidad del corazón, en secreto y sin que la otra parte lo sepa (AQUÍ ME QUE) . Este
fue el caso de Esteban cuando, a punto de morir exclamó: «Señor, no les tomes en cuenta
este pecado» (Hch. 7:60). A pesar de la furia y maldad que se volcaba contra Esteban, su
reacción fue de p. hacía los que le estaban apedreando. Sin duda alguna, debemos estar
dispuestos a perdonar aunque no se nos pida, incluso al extremo caso, cuando siguen
ofendiéndonos. Esto es así porque el perdonar sana nuestras heridas, nos beneficia,
ganamos con ello paz y dejamos de sufrir, y por si esto fuera poco, volvemos al camino
de la felicidad al obedecer a Dios.
6. Amigos de nuevo.
La prioridad del p. no es que las partes enfrentadas vuelvan a ser amigas, ¡es lo ideal!;
pero la prioridad es que “eliminen el veneno” que se ha formado en el corazón (Mt.
15:18). Lamentablemente hay ocasiones en que es imposible volver al mismo tipo de
relación después de una ofensa grave.
Así ocurre, por ejemplo, en algunos casos de divorcio. Dios no pide un ejercicio de
masoquismo restaurando relaciones imposibles. La reconciliación es un resultado
“deseable”, pero no siempre se alcanza. Lo que la Biblia si pide del creyente es: amar al
ofensor con el amor “sobrenatural” que es fruto del Espíritu (Ga. 5:22-23); el amor ágape
o sacrificado (Ro. 5:5). Alguien dijo que “el p. es la mejor manera de librarse de los
enemigos”. Esta es exactamente la idea de Ro. 12:20-21. La frase “Ascuas de fuego, era
una costumbre egipcia de aquel que quería mostrar arrepentimiento, dolor o pena:
colocaba un sartén con carbones encendidos sobre su cabeza. Esto supuestamente,
representaba el dolor de su vergüenza y culpa”. Aquí el punto a resaltar es: cuando
amamos a nuestro enemigo y procuramos con sinceridad proveer para sus necesidades, es
posible que logremos con esto, que se sienta avergonzado por su odio hacia nosotros.
7. Ya no me afecta recordar.
La mente humana es como un álbum de recuerdos que permanecen para siempre. No
debemos esperar que el p. borre estas memorias, esto sería absurdo. Cuando realmente
perdonamos, el recuerdo de una experiencia dolorosa sigue ahí en la mente, lo que si debe
ser una meta: es que ya no debe evocar sentimientos negativos ni de odio, por ejemplo,
cuando la novia te cortó o el marido infiel.
La idea de la cicatriz ayuda a que entendamos mejor la función del P.B., pues toda cicatriz
es el recuerdo de un trauma pasado; “queda ahí para siempre”, pero ya no duele, ni
sangra, ni se infecta; ya que la herida está cerrada. Por lo tanto, es importante recordar:
“No siempre se pueden borrar los recuerdos de la mente”. Una pregunta absurda surge:
¿Tú crees que Dios te va a quitar la capacidad de recordar, aunque se la pidas en oración?
“Dios te hará experimentar amnesia” ¿Crees que él te lo va a conceder? Claro que no. Lo
que sí hará Dios es ayudarte a quitar el veneno de esos recuerdos. En realidad, recordar
puede ser positivo, porque evita repetir los mismos errores y fallas. Alguien dijo,
refiriéndose al holocausto judío perpetrado por los nazis: “Que recordar es la mejor
vacuna para no repetir los errores”.
El problema con la frase: “yo perdono, pero no olvido”, frecuente en labios de algunas
personas, es porque siguen albergando deseos de venganza y resentimiento en su corazón
(Ro. 12:19). Estas personas no experimentan un simple recuerdo; sino que es el recuerdo
“más” su correspondiente dosis de veneno. Esta actitud o reacción es a todas luces
¾pecado¾.
Dios es el único que puede perdonar y al mismo tiempo olvidar: «Yo, yo soy el que borro
tus rebeliones... y no me acordaré de tus pecados» (Is. 43:25). Para imitar este P.B. con
su correspondiente olvido, hay que estar unido al Señor y recibir de él: su poder, su
gracia y su amor para esta tarea ardua y difícil, pero con muchas posibilidades de éxito
(Jn. 15:5, Ro. 5:5, 2Ti. 1:7, He. 4:16).

ARREPENTIRSE ES CAMBIAR
El arrepentimiento es cambiar el enfoque de “agradarme” a mí mismo por agradar a Dios,
el cual es seguido por el cambio respectivo de conducta. Obsérvenos con detenimiento
estos cambios de actitud:
1. Cambiar de actitud.
El arrepentimiento bíblico “produce” un cambio radical; de la desobediencia al
comportamiento obediente a la Escritura (Sal. 51:12-13, Mt. 3:8, Hch. 26:20).
Analicemos más en detalle lo que significa arrepentimiento. Juan el bautista inicia su
ministerio con el mensaje: “arrepiéntanse” (Mt. 3:2), lo mismo que el Sr. Jesús (Mt. 4:17).
La característica del arrepentimiento bíblico es el “cambio radical” al abandonar el
pecado, lo cual implica que en lugar de pecar, manifestaremos frutos de rectitud (2Co.
7:8-11). Esta carta de Pablo produjo tristeza en los creyentes de Corinto, con el fin de
provocar el arrepentimiento y luego el que obedecieran, restaurando con esto la relación
con Dios. La Escritura nos enseña que el arrepentimiento es producido básicamente por
dos medios: el Espíritu Santo o por la tristeza del hombre. Uno produce el abandonar el
pecado, el otro produce remordimiento por haber sido sorprendido en una falta;
despertando sentimientos de culpa, vergüenza, depresión y en algunos hasta el deseo de
morir (Mt. 27:3-5).
Por otro lado, el arrepentimiento producido por el Espíritu Santo lleva al creyente a
“cambiar actitudes” por frutos de rectitud, por ejemplo: en cuanto a solicitud, es esa
disposición a buscar la justicia y lo correcto. En cuanto a defensa, no se defiende uno sino
que reconoce su pecado. En cuanto a indignación, es el desagrado por haber ofendido a
Dios y a sus hijos. En cuanto al temor, es ese freno para no pecar por respeto a Dios. En
cuanto a ardiente afecto, es ese deseo ferviente de restaurar cuanto antes la relación con
Dios. En cuanto a celo, es ese amor exagerado hacia Dios al grado de aborrecer todo lo
que nos separe de él. En cuanto a vindicación, es la convicción de pecado a tal grado que
estamos dispuestos a todo por quedar limpios otra vez. En cuanto a limpios en el asunto,
es acercarnos de nuevo a la santidad (2Co. 7:11). Fin del análisis.
Continuemos con nuestro estudio:
El p. no significa que la relación continúa sin ningún cambio. La Biblia enseña tres cosas
que son esenciales para continuar una relación que ha sido rota: arrepentimiento,
restitución y reconstrucción de la confianza. El ofensor debe estar genuinamente
arrepentido y verdaderamente triste acerca de lo que hizo, y no sólo decir un rápido “lo
siento”, se debe decir verdaderamente de corazón y con significado: “lo siento, yo estaba
equivocado, por favor, perdóname y me encargaré de recobrar tu confianza con mi
cambio”.
2. Responsabilizarse.
El arrepentimiento bíblico reconoce el pecado y se responsabiliza personalmente por él
(Sal. 51:1-6, 1Jn. 1:8-10). Ocasionalmente el p. debe venir acompañado con algún tipo de
restitución material, por ejemplo, si alguien va a tu casa y la incendia, no es suficiente con
decir “ups lo siento”, de alguna manera se debe asumir el costo de haber destruido la casa.
De la misma forma el arrepentimiento debe restituir el daño, quizá la manera más
aceptada y gratificante sea restituir la confianza.
3. Reconstruye la confianza.
Cuando se trata de reconstruir la confianza, suele tomar un largo tiempo. El p. genuino
como ya lo vimos debe ser “instantáneo”, pero la confianza es algo que sólo se
reconstruye con el “tiempo y con las acciones”, es decir, se debe volver a ganar con el
testimonio de vida.
El p. no es olvidar lo que ha pasado, nuevamente reflexionemos con la consabida frase:
“perdona y olvida”. Hay un problema con esto, es realmente difícil olvidar una herida
causada en nuestro corazón, fenómeno similar a cuando nos sometemos a un régimen de
dieta: todo el tiempo estamos pensado en comida. Una forma eficaz para olvidar, es
concentrarnos en otras cosas, por ejemplo: “debo perdonar al que me ofendió con el amor
divino, ya que todo lo puede, todo lo sufre y todo lo soporta” (1Co. 13:7).
4. Causa tristeza.
Uno de sus objetivos es el provocar tristeza por los pecados cometidos en contra de Dios
y de otros (Sal. 38:1-18, 2Co. 7:9-10).
5. Un corazón quebrantado.
Es una característica inconfundible de aquel creyente que se arrepiente, el experimentar
un corazón quebrantado y contrito (Sal. 51:16-17, Stg. 4:8-10).
Analicemos más a detalle el Sal. 51:16-17. En este salmo David llora, no sólo por recibir
el p. de Dios, sino por recibir la pureza; y esto no sólo para ser considerado como
inocente, sino para ser aceptado; y no sólo para ser consolado, sino para estar limpio de
pecado. Este salmo nos sugiere que esta actitud genuina de quebranto y contrición, hizo
que Dios perdonará el adulterio de David con Betsabé y el asesinato de su esposo Urias.
Es importante recordar, que en cualquier ofensa o pecado ante todo “Dios es el ofendido”.
El espíritu quebrantado y el corazón contrito, valen más que todas las ofrendas y ritos
ofrecidos a Dios, y es que nunca se ha complacido Dios mediante acciones externas por
muy buenas que estas sean: «y el amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento,
con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a mí mismo, es más
que todos los holocaustos y sacrificios» (Mr. 12:33). Si leemos con atención la Escritura,
encontraremos varios sacrificios en el N.T. que son del agrado de Dios: «y de hacer el
bien y la ayuda mutua» (He. 13:16). Otro sacrificio: «Así que, hermanos, os ruego por las
misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo (no muerto),
santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (así se le adora a Dios según el
N.T.) (Ro. 12:1).
6. Elimina todo.
El arrepentimiento bíblico elimina todas las cosas materiales que nos recuerdan los
pecados pasados, ya que estas cosas a menudo son el origen de tentaciones para seguir
pecando (1R. 15:12, Jer. 4:1, Hch. 19:8-19). La enseñanza de estos pasajes es la siguiente:
debemos dejar o abandonar todo lo que sea tropiezo, como pueden ser: hábitos,
costumbres, actitudes, placeres, amistades y hasta cosas buenas como los recuerdos,
tengamos presente que lo importante al dejar estas ataduras, es que nos conducirán a
cambiar actitudes de pecado por buenas obras (Ef. 2:10).
7. No me arrepiento.
Recordemos que la orden de Dios es perdonar de la misma manera que nosotros fuimos
perdonados en base al sacrificio de Cristo. Esta idea está presente en nuestros versículos
clave (Ef. 4:32, Col. 3:13).
Algunos asumen la posición de que estos versos enseñan que el p. siempre debe
condicionarse. Su razonamiento erróneo es el siguiente: Si Dios perdona únicamente a los
que se arrepienten, entonces, nosotros deberíamos negar el p. a todos los que no se hayan
arrepentido. Sin embargo, suponer que el hecho de fijar condiciones sea un aspecto
esencial para perdonar como lo hizo Cristo, es no entender el p., porque el p. es una
decisión voluntaria y racional que no se condiciona nunca (Mt. 18:21-22). Cuando la
Biblia enseña que debemos perdonar de la manera que fuimos perdonados, quiere decir,
que debemos perdonar de “inmediato”, para detener un posible brote de amargura que con
el tiempo nos destruirá. Leamos con mucha atención lo que dicen exactamente los
versículos siguientes:
«Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos (notemos que no
hay condición) a nuestros deudores (...) Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os
perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres
sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mt. 6:12, 14-15).
«Porque juicio sin misericordia (compadecerse de la miseria del otro) se hará con aquel
que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio» (Stg. 2:13). El P.B.
nos lleva aprender lo que es la misericordia.
«Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón (el p.
es total, y debemos quitar todo obstáculo) cada uno a su hermano sus ofensas» (Mt.
18:35).
«Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis,
y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis
perdonados, dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en
vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir» (Lc.
6:36-38). Perdonar es un mandato para nuestro bien.
El énfasis bíblico es: “perdona con total desprendimiento, generosamente, de buen ánimo,
con ansiedad e inmediatez y de todo corazón”. Las Escrituras se enfocan en la actitud de
la persona que perdona, no en los términos y condiciones del p.

CONFESAR ES RECONOCER
Confesar es “reconocer ante Dios los pecados que hemos cometido en su contra y en la de
los demás, pero también incluye el hacer un compromiso para renunciar definitivamente a
esos pecados”. En otras palabras, confesar significa que adicionalmente a reconocer los
pecados, también reconozcamos que estamos mal y queremos ser limpiados, esto es
alcanzar la misericordia de Dios.
1. Confesión de pecados.
Ya lo dijimos anteriormente: “todo pecado es contra Dios”. Debemos confesar los
pecados directamente a Dios, sin olvidar todo mal pensamiento y toda emoción negativa,
así como toda palabra y acción incorrecta, ya que los pecados no confesados nos seguirán
hasta el tribunal de Cristo (Sal. 51:1-4, 1Jn. 1:9).
2. Confesión a los que ofendimos.
Debemos confesar nuestras ofensas (Stg. 5:16, Pr. 28:13). Para que la confesión sea
correcta hay que guardar ciertas reglas: (A) No acusemos, no juzguemos ni saquemos a
relucir las fallas del otro (Mt. 7:1-5, Ro. 2:1, 1Co. 13:5). Por ejemplo se debe decir:
“Perdóname, por favor, por haberte cerrado la puerta en la cara”. No debemos decir:
“Perdóname, por favor, por haberte cerrado la puerta en la cara cuando me dijiste
estúpido”. Esto suena a que fue ¡su culpa! (1P. 3:8-9). (B) No demos excusas. Por
ejemplo, digamos: “Perdóname, por favor, por usar un pésimo vocabulario y malas
palabras”. Y no digamos: “Perdóname, por favor, por usar un pésimos vocabulario,
porque hoy no es un buen día para mí”. En esta disculpa, no estamos reconociendo
nuestras faltas. Te recuerdo, que no hay justificación ni excusa para pecar en contra de
alguien, ni mucho menos el hacer que tropiece (Mt. 18:7, Ro. 14:13, 1Co. 10:13). (C) No
te detengas en simplemente expresar tus sentimientos diciendo: “Lo siento”. Sabías que
esta frase simplemente quiere decir: “me siento triste”; y no es una afirmación que
exprese un deseo legítimo de reconciliación. Cuando busquemos el p. debemos reconocer
nuestras fallas como cualquier pecador (Ef. 4:15). Por ejemplo podríamos decir: “Lo
siento; por favor, perdóname por haberte gritado, pues te ofendí fuertemente”. Llegamos a
esta conclusión una vez más: “el P.B. no debe incluir los sentimientos, las emociones y
los resentimientos; sino que debe ser una decisión voluntaria y racional para poner la
ofensa a un lado.

NO TENGO DESEO DE PERDONAR


¿Y qué hay cuando no siento el deseo de perdonar? Veamos cómo actuar en este caso que
además es tan común:
1. No puedo perdonar.
Aunque no “tengamos ganas” de perdonar, se puede y se tiene que obedecer la Escritura y
perdonar a los demás como Dios me ha perdonado a mí (Ef. 4:32, Col. 3:13). El P.B. es
costoso y a menudo difícil, pero es posible (2Co. 3:4-6, Fil. 2:12-13). Dios es el que hace
posible que perdonemos.
Ahora bien, no pensemos que el p. es “justo o equitativo”. El perdonar a los demás no
debe estar fundado en los sentimientos o en el concepto de equidad, sino que su base
invariablemente está en la misericordia que Dios nos ha dado (Ro. 5:8). El recibir el P.B.,
no fue porque nos ganamos este derecho; es más pensándolo bien, fue injusto y hasta
erróneo; porque hay maldad evidente en nuestros corazones y en nuestros pensamientos.
Sin embargo, nos perdonó el Altísimo por su justicia, ya que su Hijo murió para satisfacer
al Padre.
2. Debo sentirme perdonado.
Todos los hijos de Dios, debemos sentirnos completamente perdonados después de
confesar sinceramente nuestros pecados. La Palabra de Dios promete este p. (1Jn. 1:9,
Hch. 10:43, Is. 53:5-6). La promesa del P.B. sella el hecho de que hemos sido perdonados
totalmente, sin importar lo que “siento o deje de sentir”. Esto lo podemos entender por las
siguientes razones: (A) Como hijo de Dios, los pecados han sido perdonados y no
entorpecen mi actual posición delante del Señor (Ro. 8:31-34, 1Co. 6:9-11, Ef. 2:1-7). (B)
A pesar de cómo me sienta sobre los pecados perdonados debo proseguir y olvidar lo que
hay en el pasado (Fil. 3:12-14, 2Co. 5:17). Cuando habla Pablo de que “son hechas
nuevas”, lo nuevo son los atributos espirituales que recibimos en la conversión, por
ejemplo: (1) Nacimos de nuevo a la vida espiritual (Jn. 3:3, 1P. 1:23). (2) Recibimos la
vida eterna (Ef. 2:1-6). (3) Recibimos la salvación y nos quitó las consecuencias del
pecado (Ti. 3:5). (4) Recibimos la simiente de vida para ya no pecar de manera habitual y
permanente (1Jn. 3:9). (5) Recibimos la fe (1Jn. 5:4-5). (6) Recibimos la fuerza divina
para vencer los deseos pecaminosos (2Ti. 1:7). (7) Recibimos un corazón sensible a la
voluntad de Dios para cambiar nuestra conducta y el carácter pecaminoso (Ez. 36:26). (8)
Recibimos la naturaleza divina (2P. 1:4) que transforma nuestro ser moral y espiritual. (9)
Recibimos la justificación (1Co. 6:11), etcétera.
3. El poder para el perdón.
¿Cómo puede el que ha sido lastimado tan gravemente perdonar con desprendimiento y
rapidez? Aparte de la ayuda de Dios (su poder, su gracia y su amor), es casi imposible.
Nosotros tenemos la mente del Señor y a través de la Escritura sabemos qué piensa y qué
debemos hacer, además al contar con el Espíritu Santo, él nos capacita para llevar a cabo
su voluntad (1Co. 2:16) y nos da el poder para hacer lo que no podemos o consideramos
imposible. Es a través de su poder, su gracia y su amor que los cristianos somos capaces
de realizar actos sobrehumanos de p. (Zac. 4:6, Ro. 8:15, Hch. 1:8, 2Ti. 1:7).
Uno de los primeros ejemplos de este tipo de p. es el del apóstol Esteban, el primer mártir
de la iglesia (Hch. 6:8). Mientras estaba siendo apedreado con grandes rocas que
golpeaban su cuerpo, rompían sus huesos y le hacían sangrar hasta morir; en medio de esa
experiencia traumática halló la fortaleza para orar por sus asesinos: «Y puesto de rodillas,
clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto,
durmió» (Hch. 7:60). A pesar de la violencia de aquel momento, su muerte fue tan
pacífica que las Escrituras lo presentan como si se hubiera quedado tranquilamente
dormido. Dice Hechos 6:8 ¡Lleno de gracia y poder! Esta es la clave para poder perdonar
lo que es imposible para todo ser humano. La tendencia natural en tales circunstancias
sería orar pidiendo venganza.
Analicemos con más detalle el por qué Dios permite que sufran sus hijos. Hemos
escuchado alguna vez: ¿Por qué Dios permitió esto: si yo soy un hijo de Dios, estoy
bautizado, doy mi ofrenda sin excepción, leo la Biblia diariamente, me congrego los
domingos, asisto a la Cena del Señor, cada semana tomo un estudio de discipulado y trato
con todo mi corazón obedecer los mandatos, ordenanzas y estatutos de Dios? La respuesta
más honesta es ¾no sé con toda exactitud¾, sin embargo, a lo largo de la Escritura
vemos a infinidad de hijos de Dios siendo probados y afligidos, de los cuales podemos
ver los resultados de sus mortificaciones y observar los beneficios de ello y aprender el
porqué de estas adversidades.
Un buen ejemplo es Job, él es considerado por Dios como un hombre muy destacado,
1
donde difícilmente podremos disputar su puesto: « Hubo en tierra de Uz un varón
2
llamado Job; y era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal. Y
3
le nacieron siete hijos y tres hijas. Su hacienda era siete mil ovejas, tres mil camellos,
quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas, y muchísimos criados; y era aquel varón
más grande que todos los orientales» (Job 1:1-3).
Difícilmente podemos acercarnos a las cualidades de Job, dice Dios que era un hombre
perfecto, recto, temeroso y apartado del mal. Y a pesar de esto sufrió la muerte de sus
hijos, hijas, criados, sirvientes, ganado, cosechas y en cuanto a Job experimentó una sarna
maligna en todo el cuerpo, además tuvo que aceptar la crítica de sus tres amigos (Elifaz,
Bildad y Zofar). La idea de que somos hijos de Dios y súper-creyentes, no nos exime de
ser probados por el Todopoderoso, es más, es a sus hijos a quienes buscará el afligirlos
6
con diversos propósitos, ¾dice Hebreos 12¾ « Porque el Señor al que ama, disciplina,
7
y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a
8
hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin
disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos»
(He. 12:6-8). Aquí dice Dios que a sus hijos los disciplina y los pone a prueba (Sal.
89:30-34).
Los fines o propósitos por los cuales somos afligidos son diversos, por ejemplo; más fe,
más obediencia, más entrega, más testimonio de vida, más amor, más disciplina, más
dependencia de Dios, y digo más, ya que si no se cuenta con alguna de estas cualidades
espirituales, entonces, primero será la prioridad el producirlas en el creyente y después
más de lo que ya tiene. Esto nos conduce a preguntarnos: ¿Por qué más? Porque la
exigencia y el estándar de Dios es muy alto, ¾leamos Efesios 4¾ «hasta que todos
lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a
la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:13-15). Aquí nos dice que el
objetivo es que crezcamos y no nos quedemos como niños, en una palabra, nos quiere
más ¡maduros! Algo similar sucede con la escuela: ¿Por qué no se acaba el aprendizaje
con la primaria? Porque sigue la secundaria y la preparatoria y todo esto es previo a la
profesional y aun terminando ésta, sigue la maestría y el doctorado y después sigue un
constante esfuerzo por estar actualizado con lo último del conocimiento. La verdad es que
nunca se acaba el saber y el crecer, y Dios hizo al hombre para que creciera en Cristo.
6
Veamos ahora una razón del por qué Dios probó a este súper-creyente Job: « No otorgará
7
vida al impío, pero a los afligidos dará su derecho. No apartará de los justos sus ojos;
8
antes bien con los reyes los pondrá en trono para siempre, y serán exaltados. Y si
9
estuvieren prendidos en grillos, y aprisionados en las cuerdas de aflicción, El les dará a
10
conocer la obra de ellos, y que prevalecieron sus rebeliones. Despierta además el oído
de ellos para la corrección (Dios es el único que dará a conocer el por qué; y lo más
probable es que no te va a gustar ni vas a estar de acuerdo con la respuesta de Dios), Y
11
les dice que se conviertan de la iniquidad. Si oyeren, y le sirvieren (y cambian),
12
acabarán sus días en bienestar, y sus años en dicha. Pero si no oyeren, serán pasados a
13
espada, y perecerán sin sabiduría. Mas los hipócritas de corazón atesoran para sí la ira
(el que no entiende se enoja con Dios), y no clamarán cuando él los atare (no oran ni se
14
acercan a Dios para la ayuda oportuna). Fallecerá el alma de ellos en su juventud, y su
15
vida entre los sodomitas. Al pobre librará de su pobreza, y en la aflicción despertará su
16
oído (Dios hace que el creyente escuche y vea lo que Dios quiere que cambie). Asimismo
te apartará de la boca de la angustia a lugar espacioso, libre de todo apuro, y te
preparará mesa llena de grosura» (Job 36:6-16).
Vemos en estos versículos que Dios nos hace ver lo que verdaderamente somos, con el fin
de guiarnos a una adecuada corrección. En primer lugar vemos, que no tenemos que
estimar las cosas conforme a la apariencia exterior, sino escudriñar más a fondo y buscar
la causa que mueve a Dios a hacer lo que a primera vista nos parece extraño y
aparentemente muy malo. Leamos los siguientes versos que nos ubican en el tema:
«Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi
rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; (hay que hacer esto primero) entonces yo
oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra» (2Cr. 7:14).
También leamos: «y me buscaréis y me hallaréis, (¿por qué?) porque me buscaréis de
todo vuestro corazón» (Jer. 29:13).
Por último leamos: «Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver
si había algún entendido, que buscara a Dios» (Sal. 14:2).
Parece contrario a la razón que un buen hombre como Job sea perseguido así y que todos
lo atropellen; pero Dios sabe por qué lo hace, por eso tenemos que aprender a mirar hacia
el resultado, y no apresurarnos demasiado en pronunciar un veredicto, como aquellos que
juzgan descuidadamente: «No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo
juicio» (Jn. 7:24).
¿Cuál es el propósito de nuestras aflicciones? Por qué sufriremos aflicciones: «Estas
cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero
confiad, yo he vencido al mundo» (Jn. 16:33). Dios nos advierte que los creyentes

sufrirán aflicciones, ¾leamos Filipenses 1¾ «Porque a vosotros os es concedido a


causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él» (29). Y,
¿Cuál es el propósito al sufrir? Uno de estos propósitos es para hacernos “sentir nuestros
pecados”. Como que esto no nos queda muy claro, lo que si nos queda muy claro en las
aflicciones es que son tediosas, y que cada uno de nosotros se enfurece tan pronto siente
el ardor de la vara en la mano de Dios, sin que podamos consolarnos a nosotros mismos
ni mantenernos en una actitud paciente.
Sentir nuestros pecados ¿cómo para qué? Cuando Dios permite que seamos atormentados,
incluso injustamente, aun entonces Dios está procurando nuestro bien; quiere hacernos
sentir nuestros pecados y mostrarnos lo que somos (esto es producir en el creyente la
bienaventuranza inicial: bienaventurados los pobres de espíritu). Porque en tiempos de
prosperidad estamos ciegos a esto; a menos que Dios nos lo muestre a través de las
aflicciones. El hombre es incapaz de sentir sus pecados a menos que sea llevado por la
fuerza a conocerlos. Por lo tanto, tenemos que sufrir pacientemente las aflicciones de
Dios, porque la aflicción es una buena maestra que nos lleva al arrepentimiento para que
nos confesemos delante de Dios y, experimentando el arrepentimiento aprendamos a odiar
a aquellos pecados en los que anteriormente nos bañábamos. Sólo cuando sentimos
nuestros pecados de tal manera que pedimos p., sabemos que hemos sido tocados por
Dios, entonces las aflicciones se vuelven una medicina saludable para nosotros, pues nos
libra de ellas y evitamos el caer de nuevo en el pecado.
Sería muy conveniente que no sigamos emitiendo juicios de descalificación, cuando
vemos que Dios manda semejantes pruebas al mundo, a su iglesia y a los creyentes, ni nos
sintamos ofendidos por ello como si Dios tuviera los ojos cerrados a la pena de las
personas. Porque él sabe bien lo que está haciendo y cuenta con infinita sabiduría, aunque
al principio no nos resulte obvia; pero al final seguramente veremos que él ha dispuesto
todas las cosas en buen orden y medida (Ro. 8:28). Y entre tanto, debemos aprender a no
estar demasiado apenados cuando somos afligidos, sabiendo que por este medio Dios
promueve nuestro bien.
También las aflicciones deben servir de llamada de atención a aquellos que las observan,
de modo que causen un acercamiento a Dios, de quienes han estado alejados de él. Fin del
análisis.
Continuemos con nuestro estudio:
De hecho, la muerte del profeta Zacarías en el A.T. plantea un interesante contraste con la
muerte de Esteban. Porque al igual que Esteban, Zacarías fue apedreado, pero notemos la
marcada diferencia en su oración de agonía: «…Así el rey Joas no se acordó de la
misericordia que Joiada padre de Zacarías había hecho con él, antes mató a su hijo,
quien dijo al morir: Jehová lo vea y lo demande» (2Cro. 24:21-22).
No podemos condenar a Zacarías por haber orado pidiendo venganza así: «Jehová lo vea
y lo demande». El profeta reconoció por supuesto, que la venganza pertenecía a Dios, y
con toda sabiduría dejó el asunto en manos de Dios. No podemos considerar como pecado
que Zacarías haya orado de esta manera, de hecho, en cierto sentido es legítimo, todos los
mártires tienen el derecho de pedir venganza en contra de sus perseguidores, Apocalipsis
6 nos da una mirada al otro lado de las cortinas en el drama celestial. Aquí nos enteramos
que el clamor perpetuo de los mártires de todas las épocas es: « ¿Hasta cuándo, Señor,
santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? »
(Ap. 6:10).
Ciertamente no hay ningún pecado en clamar por justicia de esa manera, porque Dios va a
vengar a su pueblo y cuando esto suceda nadie podrá quejarse de que sea injusto. Es más,
causará asombro por la paciencia de Dios al haber esperado tanto tiempo para administrar
la venganza (Dt. 32:43, Lc. 11:51, Ap. 19:2).
Pero ahora en el esplendor del nuevo pacto, mientras se demora la plenitud de la venganza
divina y el Evangelio está siendo proclamado al mundo, hay una causa más sublime que
la venganza por la cual debemos clamar: ¾perdón y reconciliación¾ por aquellos que
persiguen a los redimidos (Ro. 12:14, 1Co. 4:12-13, 1P. 3:9). Cuando un creyente sufre y
además de manera injusta, por boca del Sr. Jesús se nos dice cuál debe ser nuestra actitud:
«Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os
maldicen, y orad por los que os calumnian» (Lc. 6:27-28).
Cristo mismo dio el ejemplo a seguir, cuando al morir a manos de hombres malvados oró
pidiendo: ¾perdón ¾ por ellos. Obviamente, Esteban entendió el mensaje, pero, ¿y la
justicia qué? Es natural y aún acertado, desear ver servida la justicia y administrada la
venganza divina, sin embargo, todo cristiano debe tener una prioridad superior que la
venganza, ya que ésta es responsabilidad de Dios. Ahora bien, sabemos que la justicia
vendrá, pero mientras llega los pensamientos y las acciones deben ser encauzados a
manifestar la misericordia. Como creyentes, debemos obsesionarnos en “perdonar” y no
en aplicar la venganza (Ro. 12:19, He. 10:30, Pr. 3:3).
4. La sangre clama por justicia.
Hay una ilustración de esta frase en el libro a los Hebreos. El escritor de este libro hace
varias referencias de Abel, el segundo hijo de Adán que fue matado injustamente por su
propio hermano mayor. Abel está inscrito en la lista de Hebreos 11 como el primer
miembro del famoso “Salón de la fe”. En Hebreos se cuen​t​a esto de Abel: «Por la fe Abel
ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que
era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella» (He.
11:4).
La frase: «y muerto, aún habla por ella» nos es muy familiar. Pero ¿alguna vez has
pensado a qué se refiere? Es una alusión a Gn. 4:10, donde Dios le dijo a Caín: « ¿Qué
has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra». Aunque Abel
estaba muerto, todavía seguía hablando por medio de su sangre inocente que clamaba por
venganza. Por supuesto, estas son expresiones figurativas, la sangre de Abel no clamó
literalmente, pero la forma violenta e injusta de su muerte brutal, asesinado a manos de su
propio hermano malvado, gemía con justicia pidiendo ser vengada. Tenía que hacerse
justicia, porque se había cometido un crimen al que le correspondía un castigo severo. La
sangre de Abel derramada en la tierra, era un testimonio en contra de Caín. Es decir, en
términos metafóricos la sangre de Abel estaba demandando una retribución contra Caín.
Abel fue el primer mártir, y la sangre de cada persona que padece martirio se ha unido
desde entonces a ese clamor de justicia en contra de los perseguidores del pueblo de Dios.
En otras palabras, todos ellos siguen hablando aunque estén muertos. Son precisamente
los voceros de Ap. 6:10 los que están bajo el altar invocando a Dios para que se glorifique
en él, la ejecución de la justicia.
Pero He. 12:24 establece un contraste muy interesante. Aquí el escritor menciona la
sangre de Jesús, la cual «habla mejor que la de Abel». El significado es el siguiente:
mientras que la sangre de Abel y la sangre de otros mártires clama por venganza, la
sangre de Cristo ruega por misericordia (Ef. 1:7, 2:4, Sal. 86:5).
La sangre de Jesús derramada para expiar los pecados: reclama p. a favor de los
pecadores. Esta es una verdad asombrosa. La sangre de todos los mártires de todos los
tiempos clama por justicia, venganza y retribución, pero la sangre de Cristo “habla
mejor”.
De nuevo, no hay nada malo en desear la justicia, pues la justicia honra a Dios. Es
ciertamente legítimo querer ver ofensas enmendadas y malhechores recompensados por
su maldad, pero anhelar el p. es algo todavía mejor. Los cristianos debemos
caracterizarnos por un deseo de misericordia, compasión y p., aun en favor de nuestros
enemigos (1Co. 13:7).

Aprendiendo a amar al prójimo


Si alguno dice: Yo amo a Dios,


y aborrece a su hermano, es mentiroso…
1Jn. 4:20

El primer mandamiento y el más grande es: amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro
ser. El segundo es amar al prójimo como mí mismo. El primero puede parecer simple el
llevarlo a cabo, pero la realidad es que amar a Dios con tal intensidad está directamente
relacionado con amar a los demás de la manera bíblica (Mt. 22:37-40, Mr. 12:30-31, 1Jn.
2:10-11, 4:7-11, 20-21). Es muy importante aclarar que el amar a los demás y en especial
al que me ofendió grandemente, no es ¡besándole! Sino perdonándolo.

LA PERSPECTIVA DIVINA

1. El no amar a los demás.


Si no amamos a los demás, no amamos a Dios (1Jn. 4:20-21). Si no perdonamos a los
demás las ofensas, no seremos perdonados por Dios (Mt. 6:14-15, 18:21-35, Mr. 11:25-
26).
Analicemos con más detalle qué significa la frase: «tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas» (Mt. 6:14-15). ¿Acaso quiere decir que si no perdonamos, perdemos la
salvación? La salvación una vez otorgada nunca; repito, “nunca” se pierde (Jn. 1:12, 3:18,
5:24, 10:28, Ro. 8:1-2, 1Jn. 5:13).
El p. completo y la liberación del castigo eterno por pecar es concedido a los que están
unidos a Cristo por la redención (Jn. 5:24, Ro. 8:1, Ef. 1:7). Entonces, ¿Cuál es el
significado de que Dios no perdona nuestras ofensas? Quiere decir que Dios
“disciplinará” a sus hijos desobedientes (He. 12:5-7). Así lo explica Mt. 18:23-35 donde
disciplina al desobediente, nunca dice que es ejecutado (V. 34); desde luego, se habla en
este pasaje de “disciplina severa”, pero nunca de condena eterna.
Otra pregunta que nos hacemos frecuentemente es: ¿Cuánto dura la disciplina? En este
mismo pasaje nos explica que será: hasta que aprenda a perdonar a los demás sus ofensas
(V. 34).
El perdonar a los demás también demuestra la obediencia a la Palabra de Dios (Ef. 4:32,
Col. 3:13) y el amor por el Señor (Jn. 14:15, 1Jn. 5:3, 2Jn. 1:6). Cuando perdonamos a los
demás estamos expresando el agradecimiento a Dios por habernos perdonado de manera
gratuita a través del Sr. Jesucristo (Mt. 18:21-35).

2. No juzgar.
No juzgar a los que nos ofenden según nuestra normas de conducta, puntos de vista y
experiencias personales (Jn. 7:24, Lv. 19:15, Ro. 14:1-13, Stg. 4:11-12). Recordemos que
seremos juzgados de la misma manera en que juzguemos a los demás (Mt. 7:1-2, Lc.
6:36-38).
3. Debo reconciliarme.
Cuando estamos en nuestro tiempo devocional adorando al Señor, y en ese momento nos
acordamos que alguien (cónyuge, hermano, vecino, compañero de trabajo, etc.) tiene un
problema con nosotros, la Escritura es muy elocuente: debo abandonar la adoración e ir y
buscar la reconciliación, y después de esto, regresar a la adoración (Mt. 5:23-24).
Bíblicamente se nos ordena en el nombre del Sr. Jesucristo, eliminar las divisiones entre
los creyentes, pues nuestra unión entre los santos está basada en el ministerio del Espíritu
Santo, y en tener una misma forma de pensar y en un mismo propósito (Jn. 17:20-23,
1Co. 1:10, Fil. 2:1-2).

HAY ESPERANZA

1. Dios me capacita.
Dios nos capacita para que perdonemos (Ef. 4:32). Es tal la ayuda que recibimos de Dios
(su poder, su gracia y su amor) que inclusive podemos amar a los enemigos (Mt. 5:43-
48, Lc. 6:27-35). Esto es posible ya que, tanto el amar como el perdonar no dependen de
los sentimientos (1Co. 13:4-8, Col. 3:13-14); sino de un acto de la voluntad (Jn. 14:15,
2Co. 5:14-15, 1Jn. 3:18-24, 4:10-11, 21), y esto es a su vez se puede alcanzar porque Dios
nos amo y nos dio su amor divino (Ro. 5:5, 1Jn. 4:19).
Toda iglesia que no se ejercita en esta práctica del p., es una congregación fría e
indiferente a las necesidades del mundo y a la voluntad de Dios, es una iglesia que se
pudre por dentro ya que está contaminada por la amargura almacenada en el corazón de
sus fieles creyentes.

Conclusiones

Y perdónanos nuestras deudas,


como también nosotros perdonamos
a nuestros deudores
Mt. 6:12

1. El otorgar el p. es un acto voluntario, deliberado y racional con el fin de obedecer y


agradar a Dios. Este acto de p. debe ser para darle la gloria a Dios, si no es así, el
motivador será el diablo y éste buscará que la persona obtenga beneficios y ganancias
deshonestas en ello.
2. Aquel que pide p. sin la “conciencia” de la ofensa a Dios y al hermano, peca por no amar
a Dios primeramente y después por no amar a su prójimo como a sí mismo.
3. Aquel que no perdona y además, no se compromete con la vida del ofensor, no está
siguiendo el ejemplo de Cristo: «Haya pues, en vosotros este sentir que hubo también en
Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a
que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante
a los hombres» (Fil. 2:4-7). La enseñanza es que nosotros no somos lo importante, sino
que el prójimo es el primero, ya que el pensar así demuestra que nos interesa la vida de
ofensor.
4. Cuando los miembros de la iglesia practiquen el p., todos experimentarán que el amor en
realidad cubre multitud de pecados. Meditemos y practiquemos el siguiente texto
diariamente: «Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable
misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos
unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro» (Col.
3:12-13). Y, ¿qué ganamos con esto? Vivir en un estado continúo de bendición y de
felicidad.
5. Reflexionemos en estas últimas líneas:
• El camino para aprender a amar es “perdonando”, por lo tanto, quien desea crecer en el
amor será a través de ejercitar su capacidad de perdonar.
• Perdonar es también el camino hacia la liberación, ya que al hacerlo echa fuera de su
alma el rencor y la venganza que solamente lo envilece y lo consume.
• Perdonar a pesar de tener razón y mil justificaciones para no hacerlo, es humillarse ante
Dios, pero también es manifestar la grandeza de nuestro corazón redimido.
• Solamente el que ama con el amor divino puede decir: “te perdono”. Y esto es
únicamente gracias a que ha recibido de Dios su amor, su gracia y su poder.
• Perdonar es abandonar hoy mismo mis rencores, mi venganza que anhela ver al que me
ofendió de rodillas pidiendo clemencia. Perdonar es dejar hoy mismo ese fuego que
enciende mi cólera y abraza todo mi ser de rabia y de odio; y si no lo dejo hoy
mismo, seguirá pisoteado mi orgullo y seguiré lastimándome en lo más profundo de
mi alma sin esperanza alguna.
• Hoy mismo ¿Serás capaz de perdonar a quien te traicionó? ¿Serás capaz de demostrar
lo agradecido que estás con Dios; al perdonar tus ofensas? ¿Serás capaz hoy de llenar
tu alforja de misericordia, y salir al encuentro con lo único que puedes ofrecer: tu p.,
y continuar tu camino en paz al encuentro diario con Dios?
• Aprende hoy que la grandeza de Dios y la más sublime expresión de amor, es el
perdonar las ofensas. Dios te invita a que tú también experimentes esta virtud.
• Hoy comprométete delante de Dios a perdonar, y ha demostrarte a ti mismo que eres
capaz de amar y perdonar.
–Fin–

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