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1.4.

2 La Gracia de Dios

1.4.2.1 ¿Qué es la gracia?

Etimológicamente el término “gracia” proviene de:

χάρις [cháris] favor, agradecimiento, benevolencia, beneficio. […] Los términos de la raíz griega χαρ
[char] indican lo que produce agrado. […] la cháris expresa una actitud de los dioses como de los
hombres […] El sustantivo derivado chárisma, don, regalo de la gracia (únicamente usado de
parte de Dios para con los hombres) en la literatura precristiana se halla sólo en variantes
textuales en cada uno de los siguientes pasajes de los LXX: Eclo 7,33; 38,30 y Sal 30/31,22. En
la literatura profana de después del cristianismo aparecen en Aleifrón (s. II) con el significado de
don concedido por benevolencia. […] En Hechos, gracia es aquella fuerza que sale de Dios o del
Cristo exaltado y que acompaña la actividad de los apóstoles posibilitando el éxito de la misión
(Hch 6,8; 11,23) […] En Rom v. 24 dice: “todos… son justificados gratis […] sin merecerlo […]
Gracia es aquí el indulto del juez divino, que concede a los pecadores la justicia lograda por
Cristo1.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice:

La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de
Dios, hijos adoptivos, participes de la naturaleza divina, de la vida eterna. La gracia es una
participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el
bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo 2.

José Luis Illanes expresa que:

La palabra gracia significa en los textos bíblicos, de una parte, amor, benevolencia: hallar gracia delante
de Dios, ser amados por Dios. Pero indica también, y en dependencia de lo anterior, el don o el
conjunto de dones que, junto con su amor, otorga Dios y que, recibidos por los hombres, lo
enaltecen y perfeccionan hasta hacerles posible responder al amor divino3.

Se entiende por tanto que la gracia es un don sobrenatural de Dios, que reciben los
hombres, para ser capaces de participar de la vida divina. Al ser un don
sobrenatural, este facilita al hombre el conseguir la vida sobrenatural, es decir la
vida eterna, la vida de santidad.

1
Cfr. H. ESSER, “Gracia”, en Diccionario teológico del Nuevo Testamento II, p 336 – 340.
2
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1996-1997.
3
Ídem.
Esta gracia que proviene de Dios, nos la otorga Cristo 4 generosamente, por medio del
Espíritu Santo que llega al alma y la sana del pecado llevándola así a la
santificación5. “Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo
viejo, todo es nuevo. Todo provino de Dios, que nos reconcilió consigo por
Cristo6.

Esta vida sobrenatural alcanzada por los méritos de Cristo, tiene su raíz principal en la
gracia santificante “que da una verdadera y real participación de la naturaleza
misma de Dios”7

1.4.2.2 La gracia Santificante

La Gracia santificante es un don sobrenatural que comunica al alma humana la vida


sobrenatural. Hace al hombre más justos, más santos, hijo de Dios, hermano de
Cristo. Reside en él de forma permanente, siempre y cuando no haya faltado a
Dios con un pecado mortal8. Esta gracia la concede Dios por medio de los
méritos de Jesucristo su Hijo unigénito9, y ayuda al hombre a asemejarse a Él.

La gracia santificante es un don divino, una cualidad sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma que
nos da una participación física y formal de la misma naturaleza divina haciéndonos semejantes a
Él en su propia razón de deidad” es una definición detallada desde un punto de vista teológico10.

Esta gracia tiene su punto de partida desde el bautismo, mediante el cual quedamos
libres del pecado original. Por esta, el hombre es morada de la santísima
Trinidad11, que se fortalece en la medida en que amemos a Cristo, cumplamos su
mandamiento de amar al Padre y al prójimo. Es también, templo del Espíritu

4
Cfr. Jn 1,16.: De su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia.
5
Cfr. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1999.
6
Cfr. 2 Cor 5,17-18.
7
A. ROYO MARÍN, Ser o no ser santo… Esta en la cuestión, p. 42.
8
La Iglesia, desde hace siglos, constantemente habla de pecado mortal y pecado venial. Pero esta
distinción y estos términos se esclarecen sobre todo en el Nuevo Testamento, […] el pecado mortal tiene
como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado
consentimiento. Cfr. JUAN PABLO II, Exhort. Ap. Post-Sinodal Reconciliatio et paenitentia (2 de
diciembre de 1984) n. 17, en la Santa Sede, disponible en:
http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_exhortations/documents/hf_jp-
ii_exh_02121984_reconciliatio-et-paenitentia.html, (consultado el: 15 de marzo de 2021).
9
Cfr. Ef 4,7.: A cada uno de nosotros, sin embargo, ha sido dada la gracia en la medida en que Cristo
quiere otorgar sus dones.
10
JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Post-Sinodal Reconciliatio et paenitentia (2 de diciembre de 1984), n. 7.
11
Cfr. Jn 14,23-29; 17,21-23.
Santo12. Él habita en nosotros, y esto, por obra del amor de Dios. De manera que
sin ella le es al hombre imposible ser merecedor de la eternidad.

La gracia, borra todos los pecados mortales y la pena por los actos cometidos, librando al hombre de la
condena eterna. Es así que es heredero del cielo. Por su parte, quienes hayan cometido actos
injustos, contrarios a la voluntad de Dios, no pueden ser merecedores del Reino de los cielos, así
lo expresa San Pablo dirigiéndose a la comunidad de Corinto: “¿Es que no sabéis que los injustos
no heredarán el Reino de Dios? No os engañéis […] no heredarán el Reino de Dios”13.

Pero habiendo recibido por medio del bautismo el perdón de las faltas cometidas
anteriormente, se verán justificados: “Si esto erais algunos. Pero habéis sido
lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de
Jesucristo el Señor y en el Espíritu de nuestro Dios” 14. La justificación no es el
resultado de los esfuerzos humanos, sino fruto del amor que Cristo tiene por la
humanidad, y por el deseo de que participen de su divinidad:

Su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento del
que nos ha llamado por su propia gloria y potestad: Con ello nos ha regalado los preciosos y más
grandes bienes prometidos, para que por estos lleguéis a ser partícipes de la naturaleza
divina...15.

Estos bienes prometidos como auxilios necesarios en orden a la salvación de hombre se


dan de manera primaria en los sacramentos, y las gracias actuales. Los
sacramentos obran con eficacia solo en los cristianos, es decir, en aquellos que
han recibido el bautismo; las gracias actuales por su parte obran en todo hombre
sin distinción.

Los sacramentos son causas productoras de gracia santificante, sendero seguro para
alcanzar la santidad. Cristo mismo los instituyó, Al ser la fuente de toda gracia,
solo Él era el único capaz de instaurarlos, Él confiere su gracia a los sacramentos
y se los ha entregado así a la Iglesia, la cual, por su parte ha proclamado y
conservado esta enseñanza como dogma de fe, de manera que ella no tiene la
potestad, ni para eliminarlos, mucho menos instituir nuevos sacramentos. La
Iglesia es solo portadora de estos medios salvíficos.16
12
Cfr. 1 Cor 3,16-17.
13
Cfr. 1 Cor 6,9-10.
14
Cfr. 1 Cor 6,11.
15
1 Pe 1, 3-4.
16
Cfr. A. ROYO MARÍN, Teología de la salvación, BAC, Madrid, 19974, p. 31.
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre los sacramentos lo siguiente:

Los sacramentos de la Nueva Ley fueron instaurados por Cristo y son siete, a saber, Bautismo,
Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden Sacerdotal y Matrimonio.
Los siete sacramentos corresponden a todas las etapas y todos los momentos importantes de la
vida del cristiano: dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los
cristianos. Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida natural y las etapas de la
vida espiritual17.

El Santo Bautismo es el fundamento de toda vida cristiana, el pórtico de la vida espiritual y la puerta que
abre el acceso a los otros sacramentos18.

La Confirmación es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal. En efecto a los bautizados el


sacramento de la confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con la
fortaleza del Espíritu Santo19.

La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del
sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la
Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio del
Señor20.

Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los
pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que
ofendieron con sus pecados. Ella mueve a la conversión con su amor, su ejemplo y sus
oraciones21.

Con la sagrada Unción de los Enfermos y con la oración de los Presbíteros, toda la Iglesia entera
encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve.
Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del
Pueblo de Dios22.

El sacramento del Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles
sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el sacramento del
ministerio apostólico. Comprende tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado 23.

17
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1210
18
Ibid., n. 1213.
19
Ibid., n. 1285.
20
Ibid., n. 1322.
21
Ibid., n. 1422.
22
Ibid., n. 1499.
23
Ibid., n. 1536.
La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida,
ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de
la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de Sacramento entre bautizados 24.

Cristo los instituyó precisamente para infundirnos la gracia que nos santifica, aquella
gracia divina que nos lleva a gozar de la gloria a la que Dios nos ha destinado
desde la creación del mundo.

Cristo no los instituyó únicamente para unos pocos predilectos o iniciados, sino para que se aprovechen
de ellos todos los hombres del mundo. […] A nadie se excluye y a todos se llama y convida a
tomar parte en el divino banquete de los santos sacramentos. […] De manera que nadie
absolutamente queda excluido de la participación en estos divinos misterios, que santifican al
hombre y le preparan maravillosamente para la vida eterna25.

Es por ello que se debe tener en gran estima la gracia santificante de Dios, el hombre
debe conservarla con cuidado, y en el caso de haberla perdido por el pecado,
buscar recobrarla. Es su deber acrecentarla siempre y propagarla. Es un gran
tesoro que Dios ha otorgado al hombre, pues no hay cosa alguna en el mundo
que pueda llevar al hombre a la plena comunión con Dios, no existe cosa alguna
en la tierra que le pueda conceder su santificación, más que solo su gracia. Por
tanto, de nada le sirve al hombre aferrarse a las cosas terrenas, pues ninguna de
ellas le asegura la eternidad: “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero
si pierde su vida?”.26

Conservar estas gracias no es un emprendimiento imposible, el hombre debe tan solo


apartarse de las seducciones del pecado. Debe responder libremente al amor que
Dios le ha tenido27, estrechando cada vez más su relación de amistad,
recurriendo a la oración para no caer en la tentación.28

Aunque a simple vista la ausencia de la gracia santificante no pareciera afectar en algo


la integridad de la persona, y todo pudiera parecer normal, quien pierda este don

24
Ibid., n. 1601.
25
A. ROYO MARÍN, Teología de la salvación, p. 32.
26
Mt 16,26.
27
Cfr. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 2002.
28
Cfr. Mt 26,41.
gratuito que Dios tiene para con todos por medio del pecado grave o mortal 29, no
puede llegar a trascender, no puede llegar a compartir la felicidad eterna.

1.4.2.2.1 Concepto de pecado desde el Catecismo de la Iglesia Católica

La enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica nos puede ayudar a comprender la


realidad del pecado mortal:

Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: es pecado mortal lo que tiene como objeto
una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado
consentimiento.

La materia grave es precisada por los diez mandamientos según la respuesta de Jesús al joven Rico: No
mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a ti
padre y a tu madre (Mc 10,19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es
más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia
ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un extraño.

El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone conocimiento del carácter
pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento
suficiente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia afecta y el endurecimiento
del corazón (cfr. Mc 3,5-6; Lc. 16,19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario
del pecado.

El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana como lo es también el amor. Entraña la
pérdida de la caridad y la privación de la gracias santificante, es decir del estado de gracia. Si no
es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y
la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para
siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave,
el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios30.

Para recobrar la gracia santificante, como ya lo mencionó el texto citado anteriormente,


es necesario el arrepentimiento y el perdón de Dios, la contrición de nuestros
pecados. La contrición no es solamente el dolor de haber ofendido a Dios, es,
asimismo, el firme propósito de no ofender más a Dios en lo venidero. Debe el
hombre, por tanto, confesar sacramentalmente sus pecados de forma íntegra para
recobrar así la gracia santificante.

29
El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de
Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.
Cfr. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1855.
30
Ibid., n. 1857-1859; 1861.
Al recibir la gracia en el bautismo, la recibe en forma de germen o de semilla, por tanto,
debemos hacer que esta crezca y se desarrolle, “hasta alcanzar su plenitud según
la medida de su donación, que es Cristo (Rom 12,3; 1 Cor 12,11)”31.

El fruto del crecimiento en gracia es el crecimiento en la misma imagen de Dios que impulsa la vez a ser
“perfecto como el Padre celestial es perfecto” (Cfr. Mt 5,48), es decir – ese es el sentido
inmediato del texto –, a amar con la hondura con que Dios ama. […} De ahí que el dinamismo
de la imagen de Dios tenga como punto final de referencia el momento en que la totalidad de la
humanidad redimida haya sido elevada a la plenitud de la comunión con el Dios Trino y, unida
con Dios se experimente unida también entre sí por lazos de un mutuo conocimiento y amor,
reflejado, en su diversidad y trabazón, la infinita riqueza del vivir divino32.

1.3.2.3 La Gracia Actual

La gracia santificante, actúa en torno al “ser”, hace ser al hombre, verdadero hijo de
Dios, templo del Espíritu Santo, e inhabita en él, la Santísima Trinidad, todo esto
se le ha sido dado como don inmerecido. La gracia santificante es estática,
permanece en nosotros, permitiéndonos alcanzar la vida eterna, pero el hecho de
haberla recibido, no le asegura que ya este salvado. La gracia santificante, que se
da de manera primordial en los sacramentos, no basta para asegurar al hombre la
salvación.

Ahora bien: la infinita misericordia de Dios no puede permitir que toda esa inmensa muchedumbre de
seres humanos (aquellos que no han recibido el bautismo) se pierda para siempre por no haber
podido recibir los santos sacramentos, que son el medio oficial y externo con que Dios confiere a
los hombres la gracia santificante. Ya se comprende que al margen de ellos Dios dispondrá de
procedimientos suficientes para facilitar la salvación a todos los hombres de buena voluntad (Lc
2,14), o sea, a todas las almas rectas y sinceras que estén de buena fe en el paganismo o herejía.
Tal es el papel de las llaman gracias actuales…33.

Las gracias actuales, como su nombre lo expresa son un don temporal que lo otorga
Dios; es una ayuda que brinda al hombre, para que sea capaz de obrar acorde al
bien para el cual han sido destinados, tiene como objetivo, por tanto, iluminar el
intelecto, mover la voluntad del hombre para llevarlo a actuar de forma correcta
en cada una de sus acciones34.
31
A. ROYO MARÍN, Ser o no ser santo… Esta en la cuestión, p. 46.
32
J. L. ILLANES, Tratado de teología espiritual, p. 121-122.
33
A. ROYO MARÍN, Teología de la salvación, BAC, Madrid, 19974, p. 33.
34
Para vivir rectamente, necesita [el] auxilio de la gracia de Dios. Y lo necesita por dos razones. La
primera, de orden general; es que […] ninguna cosa creada puede producir acto alguno a no ser en virtud
Es un auxilio sobrenatural interior y transitorio con el cual Dios ilumina nuestro entendimiento y nuestra
voluntad para realizar actos sobrenaturales procedentes de las virtudes infusas o de los dones del
Espíritu Santo. Son, […], no solamente necesarias, sino absolutamente indispensables para
nuestra vida cristiana35.

Tal como lo define el teólogo moralista dominico Antonio Royo Marín, la gracia actual
es un auxilio sobrenatural, que permite al hombre realizar actos sobrenaturales.
El hombre puede obra actos buenos o malos, pero solo en el orden natural. Con
el auxilio de la gracia actual, proveniente de Dios, le mueve hacia el bien, eleva
sus acciones al orden sobrenatural, haciéndolas trascendentes al orden
puramente natural.

Así como para las obras naturales se requiere el auxilio o concurso natural de Dios, por el cual nuestras
facultades son movidas y ayudadas para realizar sus actos –ya que el hombre, como causa
segunda que es, no puede ponerse en marcha sin previa moción de la Causa primera–, de igual
modo para realizar actos sobrenaturales se requiere cierto auxilio o moción sobrenatural, que se
llama precisamente gracia actual36.

A diferencia de la gracia santificante, que informa accidentalmente la substancia del


alma y permanece en ella de manera permanente, fija e inmóvil, la gracia actual
es un auxilio sobrenatural y transitorio que desaparece en el mismo momento en
que Dios deja de comunicársela. Su intervención en la persona se realiza de dos
modos: de manera inmediata y mediatamente.

De manera inmediata, la gracia actúa de dos formas, la primera: iluminando el


entendimiento de la persona para que pueda ver y discernir el obrar conveniente
en orden al bien, a la salvación y santificación misma de si.

de la moción divina. La segunda es una razón específica, basada en la condición presente de la naturaleza
humana. Porque si bien esta naturaleza ha sido restaurada por la gracia en cuanto a la mente, aún queda en
nosotros la corrupción y la infección de la carne, la cual “sirve a la ley del pecado”, según se dice en
Rom. 7,25. Queda además cierta oscuridad de ignorancia en el entendimiento, debido a la cual “no
sabemos lo que nos conviene pedir”, como dice san Pablo en Rom. 8,26. Pues por la complejidad de los
acontecimientos y por la imperfección del conocimiento que tenemos de nosotros mismos, no podemos
saber plenamente que es lo que nos conviene, y así se dice en Sab. 9,14: “Los pensamientos de los
hombres son indecisos y nuestra previsiones inciertas”. Por eso tenemos necesidad de que nos dirija y nos
proteja Dios, que lo conoce y lo puede todo. Cfr. S ANTO TOMAS DE AQUINO, Summa Theologicae, I-II, q.
109, a.9; CH. A. BERNARD, Teología Espiritual, Sígueme, Salamanca, 2007, p. 427-428.
35
A. ROYO MARÍN, Ser o no ser santo… Esta en la cuestión, p. 46; A. ROYO MARÍN, Teología de la
salvación, p. 33.
36
Ibid., p.34.
Así al pagano o infiel le abre los ojos del alma para que perciba la verdad de la religión cristiana; al
pecador, para que advierta la malicia de su pecado, y al justo, para que conozca la belleza de la
virtud37.

San Pablo tenía conciencia de esta moción divina en orden a la iluminación del
entendimiento es por ello que en la segunda carta a los Corintios dice que Dios:
“hizo brillar la luz en nuestros corazones, para que irradie el conocimiento de la
gloria de Dios que está en el rostro de Cristo” 38, luego cuando escribe a la
comunidad de Éfeso, en su acción de gracias pide a Dios que les “conceda el
Espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle; iluminando los ojos de
vuestro corazón, para que sepan cual es la esperanza a la que les llama, cuales,
las riquezas de gloria dejadas en su herencia a los santos y cuál es la suprema
grandeza de su poder en favor de nosotros…”39.

La segunda forma en que obra la gracia actual, es de manera inmediata. Se la entiende


como la ayuda a la voluntad del hombre, otorgándole el deseo de querer hacer el
bien. Al iluminar a la inteligencia para poder ver lo que nos conviene para la
santificación, la gracia mueve a la voluntad a colaborar en aquella moción
divina.

Así, excita el corazón del pagano o infiel el deseo de buscar la verdad, a la vez que le da fuerzas para
abrazar la religión cristiana, despreciando los halagos perniciosos del mundo y de la carne; al
pecador le solicita e impulsa a apartarse de sus iniquidades, volviéndose a Dios por el
arrepentimiento y la penitencia; y al justo le mueve de mil maneras a santificarse cada vez más,
por eso dice la escritura que “nadie puede venir a mi (Cristo) si el Padre, que me ha enviado, no
le atrae” (Jn 6,44); “que Dios es el que obra en nosotros el querer y el obrar según su
beneplácito” (Flp 2,13); y que “ni el que planta es algo no el que riega, sino Dios, que da el
incremento” (1 Cor 3,7)40.

De manera mediata, la gracia actual obra mediante los sentidos externos e internos en el
intelecto y voluntad del hombre, y de manera similar a la forma inmediata, ésta
se realiza de dos maneras:

a) De forma interna. Obra en por medio de las facultades sensitivas del hombre, es decir
por sus emociones, pensamientos, sentimientos, en su imaginación, memoria
37
Ibid., p. 35.
38
2 Cor 4,6.
39
Ef 1,17-19.
40
Ídem.
etc., moviéndole al bien sobrenatural o a su vez impidiendo que desde ellos
surjan, movimientos desordenados, tentaciones y ocasiones de pecado.

De esta forma, se modera la mala inclinación de la concupiscencia y se le ofrecen al alma espirituales


consolaciones en lugar de las terrenas y pecaminosas41.

b) De manera externa. Para comunicar esta gracia, Dios se vale de distintos medios que
pueden llevar al hombre a la práctica del bien. Dios se puede valer de un libro
que esté leyendo, de la película o serie que este viendo, puede Dios actuar
mediante el consejo de un buen amigo, o el sermón del sacerdote en la santa
misa, puede valerse incluso de buenas o malas noticias que se puedan recibir en
el día. Tan solo hace falta reconocer que en cada acción que se realiza, puede Él
manifestarse, con los medios y gracias necesarias.

En el relato de los Hechos de los Apóstoles encontramos que:

El Señor había abierto su corazón (el de Lidia) para entender a las cosas que Pablo decías (Hch 16,14), y
que el Señor envió a San Pablo a los gentiles para que les abra los ojos, se conviertan de las
tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban la remisión de los pecados y la herencia
entre los débiles santificados por la fe en mí (Hch 26,18)42.

Se puede afirmar, por tanto, que la gracia actual se la requiere muchas veces para poder
obrar en orden a la realización de acciones saludables, santificantes. Esta postura
ha sido proclamada por la escuela tomista, pues ésta exige la iniciativa divina de
las gracias actuales para poder obrar conforme a la salvación. Para que la
persona permanezca en un estado de justicia y santidad, se necesitará de la
acción de la gracia actual y con ella pueda realizar actos sobrenaturales que lo
llevan a la comunión con la divinidad.

Esta teoría se la puede reafirmar si se tiene presente el pasaje bíblico de Juan 15,5 en el
cual Cristo nos dice que: “sin mí, no pueden hacer nada”. De manera que la
gracia actual es indispensable para la salvación al igual que la gracia
santificante.

41
Ídem.
42
Ibid., p. 36.
Si bien todos los teólogos están de acuerdo en decir que esa gracia actual que el justo necesita para hacer
le bien se la pone la divina providencia constantemente a su disposición, de manera semejante a
como en el orden natural pone a disposición de todo el aire que necesitamos para respirar43.

Dios siempre ha dado al hombre los medios necesarios, las gracias suficientes:
sacramentos, gracias actuales, dones, carismas, para que pueda así vencer a las
tentaciones. Y precisamente, es por esto que, siendo consciente el hombre de las
innumerables gracias que ha recibido de Dios, debe corresponder a ellas
manteniéndose firme en su actuar conforme a Dios y a los demás. Así lo dijo san
Pablo: “os exhorto a no recibir en vano la gracias de Dios”44, invitando a dar
gracias a Dios porque: “nos ha escogido desde el principio para la salvación
mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad”45.

1.5 El Espíritu y el bautismo, fundamento de la santidad

La mención del Espíritu Santo se la encuentra desde las primeras líneas de las Sagradas
Escrituras, aunque no se afirma la existencia de una figura corporal como tal, él
ha estado presente desde siempre. “En el principio Creó Dios el cielo y la tierra.
La tierra era caos y vacío, la tiniebla cubría la faz del abismo y el Espíritu de
Dios se cernía sobre la superficie de las aguas”46, dice el relato bíblico,
mencionando directamente el Espíritu de Dios.

EL termino Espíritu, proviene del hebreo “ruah”, en griego se expresa como “pneuma”
y en latín como “spiritus”. Del hebreo también puede ser traducido como:
“viento”, “respiro”, “fuerza”, “vida”, y “soplo”. Notando así que el término
“ruah” no se limita a un marco religioso, sino que lo enmarca dentro del estudio
del cosmos, de la física, pero sobre todo de la teología. El termino ruah ha sido
utilizado también por las diversas culturas dándole nombres diferentes: es “Ki”
para los pueblos de Asía nororiental, “qi” para los chinos, “mana” para los
melanesios47.

43
Ibid., p. 45.
44
2 Cor 6,1.
45
2 Ts 2,13
46
Gn 1,1-2.
47
Los melanesios son los nativos de las islas Salomón, situadas en el Pacífico sur. Estas islas tienen
ciertas peculiaridades, como por ejemplo su extraordinaria diversidad lingüística, sin embargo, ninguna es
tan llamativa como el contraste entre pelo y piel que presentan muchos de sus habilidades: de piel oscura,
tal y como podemos encontrar en muchas zonas de África, lucen sobre sus cabezas unas ensortijadas
melenas rubias, como podemos encontrar en muchas zonas del norte europeo.
Todas esas significaciones se pueden condensar en una sola, pues todas hacen referencia
a un mismo significado, que “ruah” es la fuerza omnipotente, originaria,
misteriosa, divina, imprevisible, numinosa, en la que se asienta toda la realidad
existente, en el contexto bíblico, es la potente energía de Dios, es su fuerza
creadora.

Esta fuerza creadora que empieza a actuar desde los orígenes del mundo hace que todo
adquiera una forma determinada, pues, como lo detalla el autor sagrado:
“Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo, aún no había en la tierra ningún
arbusto silvestre…, el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, insufló en
sus narices aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser vivo”48.

La acción del Espíritu Santo tiene especial mención dentro del camino de santidad de
toda la Iglesia pues existe una estrecha relación entre la Iglesia, el Espíritu Santo
y la vocación y aspiración que tenemos hacia la santidad.

El Espíritu Santo, tercera Persona de la Santísima Trinidad, le fue concedido a la Iglesia


como:

El primer don de toda existencia cristiana. No es uno de los muchos dones, sino el Don fundamental. El
Espíritu Santo es el don que Jesús había prometido enviarnos. Sin el Espíritu no hay relación con
Cristo y con el Padre49.

San Pablo al escribir a los Efesios, dirá que Cristo amó a la Iglesia como a su esposa, y
se entregó por ella para santificarla 50, y “la unió, así como su propio cuerpo y la
enriqueció con el don del Espíritu Santo para la gloria de Dios” 51, así unidos a
Cristo compartimos su misma santidad, la cual se manifiesta “en los frutos de la
gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles”52. Ésta es la principal acción
del Espíritu Santo en la Iglesia, ser fuente de toda su santidad.

San Juan Pablo II resume en gran manera la obra santificadora del Espíritu Santo desde
los inicios de la Iglesia, de manera eminente en María Santísima, y dice:

48
Gn 2,4-5. 7.
49
FRANCISCO, Audiencia General (miércoles 17 de marzo de 2021), en la Santa Sede, disponible en:
https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/
papafrancesco_20210317_udienza-generale.html, (consultado el: 30 de abril de 2021).
50
Cfr. Ef 5,25-26.
51
Cfr. Const. Dogm. Lumen Gentium, n. 39.
52
Ídem.
La santidad en la Iglesia como lo hemos venido manifestando tiene su inicio en Jesucristo, Hijo de Dios
que se hizo hombre por obra del Espíritu Santo y nació de la Santísima Virgen María. La
santidad de Jesús en su misma concepción y en su nacimiento por obra del Espíritu Santo está en
profunda comunión con la santidad de aquella que Dios eligió para ser su Madre. […] Es la
primera y más alta realización de santidad en la Iglesia, por obra del Espíritu Santo que es santo
y Santificador. La santidad de María está totalmente ordenada a la santidad suprema de la
humanidad de Cristo, que el Espíritu Santo consagra y colma de gracia desde su comienzo en la
tierra hasta la conclusión gloriosa de su vida, cuando Jesús se manifiesta “constituido Hijo de
Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos” (Rm
1,4)53.

La santidad que resplandeció sobre María, que le comunicó el Espíritu Santo, en el día
de Pentecostés, resplandeció sobre todos los Apóstoles que se encontraban en el
cenáculo, quedando todos “llenos del Espíritu Santo”54. De esta manera le fue
concedida a la Iglesia el Don del Espíritu Santo, para poder recibirlo y dejar que
actúe en todo hombre.

San Pedro, el príncipe de los Apóstoles en el discurso que, dirigido luego de haber
recibido el Espíritu Santo en el cenáculo, para que recibamos nosotros también
al Espíritu Santo, nos dice que debemos convertirnos “y que cada uno de
vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros
pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo”55.

Aquel día comenzó la historia de la santidad cristiana, a la que están llamados tanto los judíos como los
paganos, ya que, como escribe San Pablo, “por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en
un mismo Espíritu” (Ef 2,18). […] Todos están llamados a ser “conciudadanos de los santos y
familiares de Dios, Edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra
angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien tratada se eleva hasta formar un templo
santo en el Señor (…) hasta ser morada de Dios en el Espíritu” (Ef 2,19-22). Este concepto del
templo aparece con frecuencia en San Pablo; en otro texto pregunta: “¿No sabéis que sois
santuarios de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16). Y también: “¿O
no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?” (1 Cor 6,19). Es evidente que en el
contexto de las cartas a los Corintios y a los Efesios el templo no es sólo un espacio
arquitectónico. Es la Imagen representativa de la santidad obrada por el Espíritu Santo en los
hombres que viven en Cristo, unidos a la Iglesia y la Iglesia en el “espacio” de esta santidad 56.
53
JUAN PABLO II, Audiencia General (miércoles 12 de diciembre de 1990) n. 2, en la Santa Sede,
disponible en: http://www.vatican.va/content/john-paulii/es/audiences/1990/documents/hf_jpii_aud_
19901212.html, (consultado el: 30 de abril de 2021).
54
Hch 2,4.
55
Hch 2,38.
56
JUAN PABLO II, Audiencia General (miércoles 12 de diciembre de 1990), n. 3.
Todos están llamados a ser partícipes de la santidad de Jesucristo que la comunica el
Espíritu Santo, la cual se da de diversas maneras, especialmente de las dos
formas anteriormente mencionadas: en la gracia santificante (sacramentos, dones
y carismas) de los cuales Él es fuente y de las gracias actuales que nos asisten
parala santificación.

Es necesario ser conscientes de las gracias que actúan en cada hombre para que así,
mientras peregrina en este mundo hacia nuestro encuentro pleno con Dios, en la
eternidad, nos dejemos guiar por el Espíritu, que ilumina nuestro
intelecto57,guiándonos por sus sendas, para que nuestro obrar sea correcto y
evitemos toda acción mala que lo entristece58.

Muchos y muy diversos son los caminos que conducen a la santidad, pero no olvidemos
que es el mismo Espíritu el que obra, para que la podamos alcanzar.

Las sendas son muchas, y es grande también la variedad de los santos en la Iglesia. “Una estrella difiere
de otra en resplandor” (1 Cor 15,41). Pero “hay un solo Espíritu”, que con su propio modo y
estilo divino realiza en cada uno la santidad59.

Es el Espíritu Santo, primer don que Dios concedió a la humanidad por medio de
Jesucristo, el que abre nuestro corazón a la presencia de Dios.

Todo el trabajo espiritual dentro de nosotros hacia Dios lo hace el Espíritu Santo, este don. Trabaja en
nosotros para llevar adelante nuestra vida cristiana hacia el Padre, con Jesús […] Él es quien nos
transforma en lo profundo y nos hace experimentar la alegría conmovedora de ser amados por
Dios como verdaderos hijos60.

El Espíritu nos permite experimentar el amor de Dios como verdaderos hijos de Dios,
mediante la acción de los sacramentos, de manera especial por medio del
bautismo, porque como lo expresa San Juan Pablo II El Espíritu Santo “es fuente
y principio de la vida sacramental, mediante el cual, la Iglesia toma fuerza de
Cristo, participa de su santidad, se alimenta de su gracia, crece y avanza en su
peregrinar hacia la eternidad”61
57
Cfr. Jn 14,26; 1 Jn 2,27.
58
Cfr. Ef 4,30.
59
Ibid., n.7.
60
FRANCISCO, Audiencia General (miércoles 17 de marzo de 2021).
61
JUAN PABLO II; Audiencia General (miércoles 30 de enero de 1991) n.1, en la Santa Sede, disponible
en: http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1991/documents/hf_jpii_aud_19910130.h
tml, (consultado el: 3 de marzo de 2021).
El Espíritu Santo está en el origen de la encarnación del Verbo, es la fuente de viva de todos los
sacramentos instituidos por Cristo y que la Iglesia administra. Precisamente a través de los
sacramentos, él da a los hombres la “nueva vida”, asociándonos así a la Iglesia como
cooperadora en esta acción salvífica. […] Podemos remitir siempre a la formula sencilla y
precisa del antiguo catecismo, según el cual “los sacramentos son los medios de gracia,
instituidos por Jesucristo para salvarnos”, y repetir una vez más que el Espíritu Santo es el autor,
el difusor y casi el soplo de la gracia de Cristo en nosotros62.

Cuanto más deje el hombre actuar a Cristo, es como será completamente justificados,
por la gracia que el Espíritu Santo se le comunica mediante los sacramentos. La
puerta para ser partícipe de toda la vida sacramental es el bautismo, por el cual
Cristo nos transforma a su imagen, y somos participes de su pascua. San Pablo
expresó este misterio en su carta a los Romanos diciendo:

¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados para unirnos en su
muerte? Pues fuimos sepultados juntamente con él mediante el bautismo para unirnos a su
muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos para la gloria de Dios
Padre, así también nosotros caminemos en una nueva vida. […] Y si hemos muerto con Cristo,
creemos que también viviremos con él, porque sabemos que Cristo, resucitado de entre los
muertos, ya no muere más63.

Esta vida nueva a la que somos llamados por el bautismo es un “nacimiento de agua y
de Espíritu Santo”64. Ya Juan Bautista había anunciado este bautismo del cual
Cristo es el que lo administra, “él es el que bautiza con Espíritu Santo” 65. San
Pablo habla también en sus cartas de “un baño de regeneración y renovación del
Espíritu Santo”66 y recuerda a los bautizados “habéis sido lavados, habéis sido
santificados, habéis sido justificados en el nombre de Jesucristo y en el Espíritu
de nuestro Dios”67. El Bautismo es fuente de nuestra santificación.

En la doctrina de Pablo, al igual que en el evangelio de Juan, el Espíritu Santo y el nombre de Jesucristo
están asociados en el anuncio, en la administración y en el reclamo del bautismo como fuente de
la santificación y de la salvación, es decir, de la nueva vida de la que habla Jesús con
Nicodemo68.

62
Ibid., n. 2.
63
Rm 6,3-4. 8-9.
64
Cfr. Jn 3,5.
65
Jn 1,33.
66
Tt 3,5-6
67
1 Cor 6,11.
68
JUAN PABLO II; Audiencia General (miércoles 30 de enero de 1991), n. 3.
El Papa Francisco nos ha dicho que, en virtud del Espíritu Santo, el bautismo sumerge
en la muerte y resurrección del Señor; es por tanto un renacimiento, porque el
agua del bautismo no es un agua cualquiera, sino un agua en la que se ha
invocado el Espíritu Santo que da la vida, y una vida sobrenatural, vida divina,
vida trinitaria.69

Es el agua del bautismo la que pone fin al pecado original de hombre, el cual, liberado
de todas esas ataduras, puede acercarse a Dios como criatura nueva 70, sin macha,
siendo hijos adoptivos71, participes de su naturaleza divina72, coherederos con
Cristo73, y templos del Espíritu Santo74, de modo que la misma agua que ha
puesto fin al pecado, diera origen a la santidad porque “esta es la voluntad de
Dios, nuestra santificación”75.

1.6 La llamada universal a la santidad desde Lumen Gentium

La gracia que se recibe en el bautismo debe ser considerada como el punto de partida de
toda nuestra vida espiritual, como semilla de vida nueva a la que nos llama
Cristo, vida en el Espíritu Santo, vida de santidad. Al ser como una semilla, el
hombre habiéndola recibido, está llamado a que esta semilla crezca, en lo más
profundo de nuestro ser y así pueda dar fruto abundante. El crecimiento de la
semilla puede entenderse a partir de la semejanza que tiene con Cristo, de la
manera en que se identifique con Cristo, que lo llegue a conocerlo y
conociéndolo, seguirlo e imitarlo en todo.

El grupo católico “kairoi” de España, interpreta una canción, que muy probablemente la
hemos escuchado incluso hasta cantado con mucho fervor76, de la cual se extrae

69
Cfr., FRANCISCO, Audiencia General (miércoles 11 de abril de 2018), en la Santa Sede, disponible
en:http://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2018/documents/
papa.francesco_20180411udienza-generale.html, (consultado el: 3 de marzo de 2021).
70
Cfr. 2 Cor 5,17.
71
Cfr. Ga 4,5-7.
72
Cfr. 2 Pe 1,4.
73
Cfr. Rm 8,17.
74
Cfr. 1 Co 6,19.
75
Cfr. Ts 4,3.
76
Para aquellos que aún no la han escuchado o habiéndola escuchado la quisieran volver a escuchar, la
podemos encontrar en la plataforma digital “YouTube”, los datos de la canción están en la siguiente nota
de pie de página.
de la letra del coro una gran verdad, y dice: “Es imposible conocerte y no
amarte, es imposible amarte y no seguirte”77.

Esta es una verdad fundamental para quienes han conocido a Cristo y lo han aceptado
mediante el bautismo, porque es imposible habiéndolo conocido, no seguirlo y
siguiéndolo, no amándolo. Un ejemplo claro lo encontramos en el relato de la
vocación de los primeros discípulos que nos narra el evangelista Juan:

Estaban allí Juan y dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo:

- Este es el Cordero de Dios.

Los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les
preguntó:

- ¿Qué buscan?

Ellos dijeron:

- Rabbí - que significa “Maestro” -, ¿dónde vive?

Les respondió:

- Vengan o lo verán.

Fueron y vieron donde vivía y se quedaron con él…78.

Los discípulos de Juan luego de haber escuchado que Jesús era el Cordero de Dios lo
dejaron y se fueron con Jesús, a conocer donde vivía y se quedaron con él. A la
lógica humana puede parecer un absurdo que habiendo conocido muy poco, casi
nada, los discípulos vayan tras de él y peor aún que se hayan quedado con él.
Pero solo eso bastó para dejarse seducir por el Señor, solo eso les bastó para
quedarse con él.

Le reconocen como el Rabbí, como Maestro, y le siguen porque solo él puede satisfacer
y responder a sus deseos, sus propósitos, sus inquietudes. Ellos escuchaban su
doctrina, aunque a veces no la comprendían 79, y aunque tuvieran que preguntarle

77
KAIROI [católico: ¡vive tu fe¡], Me has seducido Señor (31 de enero de 2012), [archivo de video],
disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=rrx T8_YQZL4, (consultado el: 03 de marzo de 2021).
78
Jn 1,35-29.
79
Cfr. Mc 4, 13.
que significaba cuanto les había compartido80. Ellos aceptaban su disciplina,
guardaban todas sus enseñanzas. Pero Jesús demuestra ser un maestro muy
diferente a los de su tiempo, porque en aquel entonces eran los discípulos los que
elegían a su maestro, pero ellos no lo escogieron, sino que fue Jesús quien
“llamo a los que él quiso”81, de manera que, en otro pasaje de la Escritura, les
recordará que ellos no le han escogido, sino que fue Él quien los llamó82.

Él los llamó en lo cotidiano de su vida, vida de pescadores, cobradores de impuestos


etc., y ellos lo escuchan en las situaciones ordinarias; unos mientras estaban
pescando (Simón Pedro y su hermano Andrés; Santiago y Juan)83, otros en su
trabajo civil (Mateo)84. Su llamada es gratuita, no exigen méritos previos, no
llama a personas preparadas, ni a sabios ni a entendidos, llamó a los que Él
quiso.

Los llamó para que estuvieran con Él 85, no los llama solo para que cumplan una tarea,
sino para que se relacionen con Él, los llama a vivir con Él y como Él,
compartiendo todo con Él, en la intimidad, siguiéndolo a todas partes, haciendo
de la misión de Cristo, su propio estilo de vida, configurándose cada vez más
planamente con él.

Esta llamada a seguirlo, me la hace a mí, te la hace a ti, nos llama a nosotros ahora, en
medio de nuestra realidad, en nuestras cosas ordinarias, nos llama a que le
sigamos y que hagamos de su estilo vida, nuestro propio estilo vida, nos llama
para que compartamos con Él, sus mismos sentimientos, configurándonos
plenamente con Él, de manera que podamos llegar a esa plena conciencia de que
mis actos son los de Cristo, y poder decir como san Pablo. “Ya no soy yo quien
vive, sino que es Cristo quien vive en mí”86.

Asumiendo todo de Cristo, el hombre se une más plenamente con Dios, porque está
llamado a la unión con Dios. Mientras más semejante sea a Cristo en todo, más
unido estará con Dios. Ser semejantes a Él es el compromiso de los que han

80
Cfr. Lc 8, 9.
81
Mc 3,13.
82
Cfr. Jn 15, 16.
83
Cfr. Lc 5,1-11; Jn 1,40.
84
Cfr. Mt 9,9.
85
Cfr. Mc 3,14.
86
Ga 2,20.
decidido seguir a Jesús, es nuestro compromiso, por nuestro bautismo. Todos
están llamados a ser “Alter Christus” otro Cristo, “Ipse Christi”, el mismo Cristo
en este mundo, pero esto dependerá de la cercanía que tenga, con Él, de cuan
unido permanezca a Él, por el amor, ya que “Dios es amor, y el que permanece
en el amor, permanece en Dios y Dios en Él”87.

Todos, desde lo ordinario, lo cotidiano de la vida, están llamados a compartir con Cristo
su misma gloria, su misma divinidad, su misma santidad, todo, por el gran amor
con que él nos ama. Es por ello que, después de su muerte y resurrección, antes
de subir al Padre nos prometía la venida del Paráclito, así:

[…] envió el Espíritu Santo, para que nos moviera interiormente, para que amemos a Dios con todo el
Corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (cfr. Mc 12,30) y para que
nos amenos los unos a los otros como Cristo mismo nos amó (cfr. Jn 13,34; 15,12). Los
seguidores de Cristo, llamados por Dios no en virtud de sus méritos, sino por el designio y gracia
de Él, y justificados en Jesús el Señor, en la fe del bautismo hemos sido hechos hijos de Dios y
partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo santos…88.

Todos en la Iglesia están llamados a participar de la santidad de Cristo, por los méritos
del bautismo, así nos lo da a conocer la Constitución Dogmática Lumen
Gentium, documento elaborado en el Concilio Vaticano II en su capítulo V, por
el cual ese entiende además que la santidad es la vocación fundamental de todos
los miembros de la Iglesia.

Esto constituye una gran novedad. Ciertamente nunca en la historia de la Iglesia se ha afirmado
tajantemente que hay personas que no pueden llegar a santos, (…) las explicaciones que se han
dado durante muchos años eran de tal tenor que esa verdad quedaba con frecuencia oculta, hasta
el punto de que la declaración conciliar se puede calificar de “acontecimiento prodigioso en la
historia de la Iglesia89.

Sobre la doctrina de la Const. Dogm. Lumen Gentium, al hablar de la santidad, se puede


notar tres razones principales por las que se puede considerar que esta es una
vocación universal, estas son:

87
1 Jn 4,16b.
88
Cfr. Lumen Gentium, n. 40.
89
J. L. ILLANES, Llamada universal a la santidad, Mundo Cristiano, Madrid, 1968, p. 7-8.
1.- La exigencia de nuestro propio bautismo, por el cual hemos sido revestidos de la gracia santificante de
Dios, la cual estamos llamados a hacer crecer y desarrollar hasta la plena perfección que se dará
en la eternidad.

2.- El cumplimiento del mandato del amor que Jesús, que nos exige “amar a Dios con toda el alma, con
todas nuestras fuerzas, con todo nuestro ser” y “amar al prójimo como a nosotros mismos”, ya
que el pleno cumplimiento del amor, el perfeccionamiento en la caridad es lo que constituye la
santidad o perfección cristiana.

3.- La invitación misma de Cristo, a buscar nuestra propia perfección, teniendo como modelo al Padre:
“Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”, de manera que, parafraseándola un
poco, podemos decir sin caer en error que podemos ser santos, así como Dios mismo es santo, y
que, por medio de su Hijo Jesucristo, nos ha hecho capaces de poder alcanzarla 90.

Por medio de Jesucristo que ha insertado a la humanidad en la vida divina por el


bautismo, todos podemos ser santos, está totalmente a nuestro alcance. No es
para nosotros algo imposible, Cristo nos lo hizo posible, por su gracia
santificadora.

Por eso en la Iglesia todos, ya pertenezcan a la Jerarquía, ya sean apacentados por ella, son llamados a la
santidad, según aquello del Apóstol: Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación (1
Ts 4,3; Cfr. Ef 1,4)91.

La posibilidad de poder llegar a ser santos, se la ve, quizá, como algo muy contrario a la
propia personalidad, como algo lejano a cada uno, se la ve inalcanzable o
solamente reservado para unos pocos elegidos por Dios.

Se cree que este compromiso de asemejarse cada vez más a Cristo y hacerlo presente a
Él en cada una de las acciones cotidianas, queda reservado solo para aquellos
que tiene ese instinto de santos o que tienen una vida muy correcta, por tanto, no
tiene relación la propia vida, que no siempre en muy santa, ni tan correcta como
para hacer mío este ideal que se nos propone.

Es muy normal pensar incluso que la santidad solo es posible para obispos, sacerdotes,
religiosos y religiosas y uno que otro monaguillo, es decir, para aquellas
personas que viven, a los ojos del mundo, como “marginados del mundo real,
lejos de la calle y de los problemas reales de la gente, por lo que entre imágenes

90
Cfr. A. ROYO MARÍN, Ser o no ser santo… Esta en la cuestión, p. 12.
91
Lumen Gentium, n. 39.
de yeso, cirios y templos cualquiera podría vivir como santo, pero allá en medio
de la masa otro gallo es el que canta”92.

Pero la verdad es que las cosas, no son como pensamos, la santidad no es algo
inalcanzable o reservaba para ese grupo selecto. La santidad es una llamada
hecha para nosotros, así lo dice el santo Padre Pablo VI en la audiencia general
del miércoles, 16 de marzo de 1966, que por la riqueza de su contenido que
resume de manera excelsa la doctrina contenida en el capítulo quinto de la
Const. Dogm. Lumen Gentium y lo hasta ahora compartido en estas páginas, la
compartiré casi en su totalidad a continuación:

¿Santidad para laicos? ¿es posible alguna vez? Quizá la santidad esté reservada para algunos, para los
muy devotos, muy celosos, muy buenos fieles. No: santidad, ¡ten cuidado! - ¡Se ofrece a todos!
Grandes y pequeños; hombres y mujeres; se propone como sea posible ¡de hecho como un deber!
Santidad, digamos con alegría y asombro, santidad para todos.

Tratemos de hacernos entender un poco por los niños que tenemos hoy ante nosotros. ¿Has sido
bautizado? Sí; y luego ustedes son cristianos. ¿Debe un cristiano ser un buen cristiano o un mal
cristiano? Es cierto: debe ser un buen cristiano. Un buen cristiano, ¿Hasta qué edad? ¿hasta diez
años? No siempre. ¿Incluso cuando se vuelve joven? Cuando vas soldado ¿Cuándo vas a
trabajar? Cuando te casas Sí; está vacío; un cristiano debe ser siempre un buen cristiano. ¿Puedes
ser infiel? No; ¡se llama “fiel”! ¿Puede ser mediocre, insignificante, vil? No, un cristiano debe
ser perfecto, sincero, fuerte, bueno, realmente bueno. Así debe ser. De lo contrario, sería como
decir: ¿un niño debe estar sano o enfermo? Saludable, ya sabes. ¿Débil o fuerte? Fuerte, ya
sabes. Bravo, ¿o ignorante y no sirve para nada? ¡buen chico! ¿Trabajador o holgazán?
¡Trabajador intensivo! ¿Honesto o deshonesto? ¡honesto! ¿Mentiroso o Sincero? Sincero, está
claro. Es decir, La vida, tanto natural como religiosa, debe ser plena y perfecta.

¿Y cómo se llama la vida perfecta de un cristiano? ¿Cómo se llama? ¡se llama Santidad! Todo cristiano
debe ser un verdadero cristiano, un cristiano perfecto, ¡así que todo cristiano debe ser un santo!

Pero entonces, preguntarás, ¿qué es esta santidad?

Queridos hijos: la respuesta es bastante difícil; pero quizás lo entiendas de inmediato: se necesitan dos
cosas para alcanzar la santidad: la gracias y la buena voluntad de Dios. ¿Tienes estas dos cosas?
¿Sí? ¡Entonces ustedes son santos!

Seamos claros: la santidad es única: consisten en estar unidos a Dios, vitalmente por la caridad; pero tiene
lugar en muchas formas diferentes y también en muchos tamaños diferentes. La bondad, es decir,
la santidad, de un niño es diferente de la bondad de una persona adulta; la bondad de un hombre
92
S. CAMPOS GARRIDO, Imposible no tropezar con Dios, p. 115.
es diferente a la de una mujer; la bondad de un soldado es diferente a la, por así decirlo, de un
enfermo o de un anciano. Cada condición de la vida tiene sus virtudes particulares. Cada
persona, podemos decir, tiene su propia manera de realizar la santidad, de acuerdo con sus
propias actitudes y deberes. Pero lo que debemos recordar es esto: cada uno de nosotros está
llamado a ser santo, es decir, a ser verdaderamente bueno, verdaderamente cristiano.

¿Es difícil? Si y no. Es difícil, sin confiamos solo en nuestra fuerza; es difícil si nos dejamos asustar por
los obstáculos que ciertamente encontramos, dentro y fuera de nosotros; es difícil si tomamos
nuestra vocación cristiana de mala gana: quien quiere ser medio cristiano siente doblemente el
peso de los compromisos cristianos.

Pero quien es valiente y confía en el Señor (es decir, quien ora, quien escucha la Palabra del Señor y se
mantiene en su gracia) encuentra la santidad fácil, de hecho, la encuentra hermosa, la encuentra
feliz. Solo los que son verdaderamente buenos, los santos, son felices.

Por eso, queridos hijos, les diremos: escuchen la gran llamada que la Iglesia del Concilio dirige a todos
los fieles: ustedes son santos; así que ¡sé santo! ¡Todos, siempre! ¡Es fácil! ¡Es agradable! ¡Es
obligatorio! ¡Es digno de los que quieran ser un verdadero hombre y un verdadero cristiano!93.

93
PABLO VI, Audiencia General (miércoles 16 de marzo de 1966), en la Santa sede, disponible en:
http://www.vatican.va/content/paul-vi/it/audiences/1966/documents/hf_p-vi_aud_19660316.html,
(consultado el: 20 de marzo de 2021).

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