Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
¡A DISFRUTAR DE LA LECTURA!
Erotic By PornLove al traducir ambientamos la historia
dependiendo del país donde se desarrolla, por eso el
vocabulario y expresiones léxicas cambian y se adaptan.
LAYLA FROST
Mis pastelitos... Gracias por estar en las buenas y las malas
este último año a través de todo el caos y las cagadas. Aprecio su
paciencia, comprensión y ánimo más de lo que nunca sabrán. L@s
adoro a tod@s y estoy agradecida por todos y cada uno de ustedes.
SU PALOMITA.
dorada.
—Entra.
—Está bien.
Si alguien debe estar asustado por eso, soy yo. Sus amigos
son unos imbéciles que me dan escalofríos.
Él nunca se acuerda.
—¿Es así?
—¿Eh?
—¿A quién?
Y un codicioso.
Pero es mentira.
Y el sonido de los puñetazos significa que ellos lo saben.
¿Matar?
Justo.
Hacia.
Mí.
Espero la muerte.
Oh, no.
Lucharé.
Moriré.
Pero nunca me iré con ellos.
La hija de Shamus.
Me equivoque.
La muerte de Shamus.
—Sí, me la quedo.
JULIET
Podría dormir por veinte horas.
Disparado.
Asesinado.
No se mueve.
No viene nadie.
De acuerdo.
Bueno, ya lo resolveré.
Maldición.
¿Dieciséis horas?
—Entendido —murmuro.
Si claro, llevo dos años con una altura de 1.60 cm. Ya no crezco
más.
—No, señora.
Esto se me da fatal.
1Pumpkin Spice Latte (PSL), es una mezcla perfecta de café y canela con suaves matices
a calabaza y nuez moscada, coronado con nata y `topping´ de pastel de calabaza.
—Bonito nombre para una chica bonita. ¿Hay alguna comida
que odies? —pregunta.
—No te irás.
—Nadie lo hará.
¿Y este no es uno?
Vacías.
Mierda.
Maldita sea.
Sopesando mis palabras por miedo a perder el poco
entretenimiento que tengo, le pregunto:
—Preguntaré.
—Sí —dice.
Eso ya es algo.
Ojos de monstruo.
—Oh, bien. —La señora Vera extiende las manos y agarra las
bolsas que tardíamente me doy cuenta que él tenía.
Al menos, no todavía.
Tengo un plan.
Estoy descansada.
—¿Qué te pasa?
Escaleras.
Al igual que el patio trasero, hay una valla alta que rodea
completamente la enorme propiedad. Una verja de hierro bloquea
la entrada del sinuoso camino. Sabiendo que será más fácil de
escalar que la valla, corro hacia ella.
Nada.
Pero no me detengo.
O algo peor.
A medida que pasa el tiempo, mi inquietud aumenta. Miro por
encima del hombro, pero no hay rastro de la casa ni de la carretera.
MAXIMO
Inclinándome hacia atrás en mi silla, miro fijamente al
hombre sentado al otro lado de mi escritorio.
Mugsy Carmichael.
—Okay.
—¿Él lo hizo?
Qué marica.
Me hago el tonto.
—¿Quién?
Eso ya lo sé. Cole está averiguando todo lo que hay que saber
sobre Juliet, pero ha sido un goteo lento. Shamus no mantuvo
registros meticulosos. Ni certificado de nacimiento, ni registros
escolares, ni siquiera una maldita declaración de renta.
Mentiroso.
—Contesta tu teléfono.
—¿Sí?
—Ella se ha escapado.
—Lárgate de mi despacho.
Ash entra.
—Yo iré...
—No, fui a ver cómo estaba y... Marco tenía razón, es rápida.
Ella me esquivó y me encerró. Tuve que llamar a Freddy para que
me dejara salir.
—Maldita sea.
Y oscuro.
Y frío.
Quiero volver.
Eso espero.
No, no se mueve.
Se desliza.
Lentamente.
A propósito.
Y sigilosamente.
No puedo.
Siempre empujando.
Siempre luchando.
Y él es un monstruo. Un asesino.
¿Verdad?
Sola.
Siempre sola.
—Mierda —siseo. Lucho por ser fuerte, pero cada vez que
pongo peso sobre ella, el dolor aumenta. Me siento sobre el culo y
me subo los leggins llenos de barro. Sin luz para ver, me paso la
mano por la rodilla, pero no hay nada. Eso no significa que no haya
nada bajo la superficie.
No puedo andar.
No puedo arrastrarme.
Un rugido.
El susurro de la maleza.
Maximo.
Le señalo mi pie.
—Puedo caminar.
Creo.
—No.
—Pero...
—Juliet. —Su tono está lleno de advertencia nuevamente,
como si esta fuera la única forma en que puede decir mi nombre.
—Oh.
—Come.
—Casi medianoche.
—Juliet.
—Cállate.
¿El auto?
Tal vez esto será como las viejas películas de gángsters donde
me lanza de un auto en movimiento.
—Te lo dije.
—Estoy bien.
Siempre lo he hecho.
Un hospital.
—Señor Black.
—Doctor Pierce.
Maximo Black.
—Por aquí.
No debo.
—¿Ya? —pregunto.
—Esperaré.
¿Lo tengo?
—Uno pequeño.
—¿Lista, dulzura?
Sí, zorra.
Espera, ¿qué?
—Para el dolor.
Paloma Black.
Ja. Tal vez ahora que estoy por mi cuenta, voy a cambiar mi
nombre.
—Cuidado.
—Estoy bien —digo por milésima vez el día de hoy. Tanto así,
que la palabra ya ni siquiera suena real—. Bien, bien, bien.
—Gracias.
Gracias a Dios.
—Puedo caminar.
—¿Tu calle?
Su cuerpo se tensa.
—Vivo allí.
—Ya no.
—Ya no —repite.
—¿Por qué?
—Porque tienes diecisiete años, y no voy a dejarte en ese
vertedero para que seas una indigente en unos días.
—¿Indigente?
Siempre lo hago.
Él se siente culpable.
Es un ganar-ganar.
MAXIMO
Jesús, ella es terca.
Y un peso muerto.
No la bajo.
Pensando que ella está dormida, la reajusto cuando
murmura:
—Ash.
—¿Sí?
Bastardo.
JULIET
Duele.
No, alguien.
—Ha sido fácil —dice—. Pensé que tendría que decirte que
había café para sacarte de la cama.
Casi ahogándome por la emoción, me limpio la boca.
—¿Hay café?
¿Ducha y café?
¿Por qué los hombres en los que confiamos para que cuiden de
nosotras, aunque de formas muy diferentes, nos fallan tan
miserablemente?
—¿Y la amenaza?
Malditos sean.
Pero tengo la mala suerte que la única vez que quiero ver tele,
el cable no funciona. Paso de un canal borroso tras otro, pero solo
tengo acceso a unos cuantos canales de mierda sobre programas de
entrevistas o falsos dramas judiciales. Me acomodo a esperar por
“El Precio Justo”.
—De parte del jefe. —Es todo lo que dice antes de marcharse.
Un iPad.
Él me regaló un iPad.
Ella le da un vistazo.
—Gracias.
Maldita sea.
Romero.
De hecho, más.
De acuerdo.
¿Disculpa aceptada?
¿Huelo mal?
Es pollo al romero.
De todas las veces que me ofrecí a comer mis sobras, ahora que
finalmente me toma la palabra, es con el maldito pollo al romero.
No puedo hacerlo.
Me están castigando.
No hay respuesta.
Nada.
Estoy sola.
No debería quebrarme.
MAXIMO
Maldita sea, necesito dormir.
Se equivocó.
—¿Qué pasa?
—¿Qué sucedió?
Él se pone de pie.
Él normalmente lo hace.
Ella se quiebra.
No a la casa. No aquí.
A mí.
Y a Juliet.
JULIET
Picazón, almohada plana, dolor de cuello, posición encogida en
una cama llena de bultos.
He vuelto a casa.
Y entonces me caigo.
—Auch —resuello. Sentándome, me froto los ojos para ver que
no estoy en casa, o en lo que solía ser mi casa. Estoy en el suelo de
la sala de estar.
Vaya mierda.
Él no se mueve.
Whisky.
Él está borracho.
Intento bajar las piernas, pero él baja un brazo de mi espalda
para sujetarme el muslo y mantenerlo en su sitio. Me lleva al
dormitorio y me deja en la cama para volver a la sala. Él vuelve un
momento después, dejando el scooter al alcance y tirando la manta
sobre la cama.
Es solo Maximo.
Y mi cuerpo gana.
Quitándome las sábanas, mi mano baja por mis pantalones
para ahuecarme entre mis piernas. Pongo en blanco mis
pensamientos mientras toco mi clítoris con círculos apresurados,
pero no funciona como de costumbre.
Sus joggers.
MAXIMO
Jadeando, mi labio se curva con disgusto.
O más estúpido.
JULIET
Me despierto lentamente, sintiéndome descansada y no tan
adolorida como antes.
Ni romero.
Sin orégano.
Un café grande.
¿TV?
Antes que pueda hablar, ella se va.
No me puedo decidir entre ver la tele o leer, así que opto por
hacer las dos cosas. Escojo una película a la que no tengo que
prestar mucha atención, y abro iBooks antes que casi se me caiga
mi precioso
No me lo puedo creer.
Cientos.
—¡Gracias!
—¿Por qué?
Su sonrisa traviesa.
—¿Qué sabes?
Ella suspira.
2 Las siglas BLT hace referencia a “Bacon, Lettuce and Tomatoe” un sándwich hecho
con tocino, lechuga y tomate.
—Modales.
Dentro de la caja.
Dentro de la caja.
Allí.
Maximo.
—Un tutor.
Mierda.
Espera, ¿qué?
Cállate, cerebro.
Una navaja.
—Lista.
—Protector solar.
—Buena idea.
Intrigante.
¿Verdad?
Esa es la...
No.
—Síp.
4 YMCA son las siglas en inglés de Young Men's Christian Association (Asociación
Cristiana de Jóvenes).
Y, al contrario que en la mayoría de los cuentos de hadas, no
habrá felices para siempre.
Esta no es mi vida.
Y terminará.
Todo termina.
Temporal.
MAXIMO
—Ella es brillante.
—Soy consciente.
Ya que fui yo quien cargó su iPad con los libros más aburridos
que pude encontrar, incluyendo varios sobre el tema, no me
sorprende.
Me impaciento y le digo:
—¿Qué?
—Enséñale entonces.
El bastardo.
Yo: Sí.
Yo: Te lo agradezco.
JULIET
—¿Qué es esto?
—Un computador.
Él se encoge de hombros.
—Fuiste tú quien preguntó.
—Entendido.
Me quedo boquiabierta.
—¿Qué? ¿Cómo?
Nooo, mi precioso.
Levanto el iPad.
Pero, me equivoco.
Ohhhhkay entonces.
Pero Freddy tiene unos veinte años -quizá un poco más- y está
muy tatuado. Se parece a los chefs de los programas de Food
Network.
—¿Algo más?
—Solo el chocolate.
—Oye, dije que ella podía arrasar. —Su acento es más grueso
en su enojo.
—Devuélveme la cecina.
—Eso es mucho.
—Me encanta.
Su pecho se hincha.
Como parece que esto es una cosa de una sola vez, rara como
una luna azul, considero mis opciones cuidadosamente antes de
decidir.
Oh, mierda.
No, ahora no.
Sacudo la cabeza.
Sí, no va a pasar.
—¿Quién es?
—Sí.
—¿Dónde están?
—Puedo manejarlo.
—¿Dónde?
MAXIMO
Cuando entro a la casa, veo brevemente la espalda de Juliet
mientras sube las escaleras corriendo.
Freddy.
Voy a la cocina y encuentro a Freddy echando ingredientes en
la batidora. Ash está apoyado en la encimera a su lado, con los
brazos y los tobillos cruzados.
Miro mi reloj.
—¿Qué momento?
Mierda.
—Yo lo haré.
Me quedo en silencio.
No me lo esperaba.
—¿Por qué?
—Porque no.
—Gracias.
—Gracias.
Jesús.
Estoy aburrida.
Sigue lloviendo.
Maldita sea.
Cole abre.
—¿Qué pasa?
—Estoy aburrida.
Él medio sonríe.
—¿Qué quieres?
Sorprendentemente, no lo hago.
—¿Eh?
—A él ni siquiera le gusta que tomes cafeína. Si te diera licor,
me dispararía en las rótulas. —Se inclina y extiende la pierna—. Y
me gustan mis rótulas.
Él se encoge de hombros.
—¡Hora de nadar!
—Ábrela tú.
—Ábrela tú —repite.
Él levanta la barbilla.
—No la cagues.
MAXIMO
Tres semanas después.
—Sí, señor.
Cole: ¿Qué?
—Adelante.
Su disgusto es evidente.
Incluso después de estar allí tanto tiempo como lo ha hecho,
todavía está nerviosa. Ella camina sobre cáscaras de huevo. Lo peor
de todo, hay momentos en los que ella se prepara para ser golpeada.
Como si tuviera experiencia en eso.
—Está bien.
Él sacude la cabeza.
—Averígualo y consígueselo.
JULIET
Una semana después.
—Mañana.
—Bien —digo.
—Yo también tengo que irme. —Hace una pausa para darme
un apretón en el hombro—. Buen trabajo otra vez, Juliet —dice,
antes de seguir a Freddy por la puerta.
Dejándome.
Con Maximo.
—Gracias.
—Voy a empezar...
Santa.
Mierda.
Un mes después.
Sin restricciones.
Sin regulaciones.
Mal.
—Encárgate.
—¿Qué más?
Frunzo el ceño.
Confío en él, pero sigue sin gustarme la idea que ella pase
tiempo con él. Y con su acento. En su cocina.
Está mal sentir celos, pero está ahí como un puñetazo en las
tripas.
Maldito Cristo.
JULIET
Tres semanas después.
Lo logré.
Aún lo mismo.
Me gradué.
—¡He aprobado!
—¿Incluso matemáticas?
—¡Incluso matemáticas!
Puede que sea porque nunca antes había oído esas palabras.
—Oye, todo esto ha sido cosa tuya. Estabas tan decidida que
lo habrías hecho conmigo o sin mí.
—¿Y bien?
—Díselo.
—¿Todo?
No me importa.
Me suelta y se aparta.
—Gracias.
Y es peor.
—Maldición. ¿Donde?
Me encojo de hombros.
—¿Necesitas tela?
Sacudo la cabeza.
Nunca lo intenta.
Él sacude la cabeza.
—Nada.
Pero yo no me fio.
Se pone de pie.
—En ello.
JULIET
Una semana después.
Y funciona.
Más o menos.
Lo hice de verdad.
Llamo a la puerta.
Algo mágico.
No importa.
¿No?
Mucha tela.
Es bastante.
Demasiado.
Demasiado perfecto.
De ninguna manera esto es para mí.
De ninguna manera.
La esperanza.
Incluso sin la nota o el lazo, las palomas dejan claro que esta
habitación está destinada a ser mía.
Tomo la tarjeta.
No.
Temporal.
Como yo.
Mis movimientos.
Mi respiración.
Mis pensamientos.
Estoy segura que así es como el buen arte debe hacer sentir
a la gente.
Apartando los ojos del lienzo, miro por la puerta abierta hacia
la cerrada de enfrente.
Todo.
—Gracias. Me encanta.
Por lo que sé, estoy hablando a una habitación vacía, pero eso
está bien.
Muchos vídeos.
JULIET
—¡Feliz cumpleaños!
—Siéntate y come.
Yo, por otro lado, soy una nube sombría que llueve sobre mi
propio desfile.
Un adulto.
Es hora de irse.
—¿Cuál es el, eh, plan? —le pregunto.
MAXIMO
Dirigiéndome para hablar con Freddy, me detengo cuando
Juliet sale de la cocina, con su cabello en una coleta alta y su
cuerpo apenas cubierto por un bikini blanco. No se percata de mi
presencia mientras se gira hacia la puerta trasera, dejándome ver
sus redondeadas nalgas.
Me excita.
¿De miedo?
Sé lo que es.
—No me mientas.
Ella asiente.
—¿Está muerto?
—Lo estará.
—Cuida tus palabras, Juliet. Esto no tiene nada que ver con
disfunción y todo que ver con dejar que alguien cuide de ti por una
vez. Y por la forma en que te late el pulso, lo sabes.
No puedo contenerme.
Ni siquiera lo intento.
Pero no lo hago.
Hice lo honorable.
Esperé a su cumpleaños.
He sido paciente.
Y ya he terminado.
JULIET
Un papi.
Él me besó.
Un maldito papi.
Él jodidamente me besó.
Necesitada.
O eso creí.
Me alivia ver que, como dijo Maximo, no tiene nada que ver
con nada repugnante. Terapeutas y expertos están de acuerdo en
que se trata de la dinámica de poder en la que un miembro de la
pareja manda y el otro es sumiso, con énfasis en el cuidado y la
crianza.
No me aporta nada.
—¿Para qué?
Es bonito.
—¿Hasta qué?
—Sí, pero solo unos pocos vivieron para contarlo. —Me guiña
un ojo, pero no está bromeando.
—Chica guapa.
—¿Qué pasa?
Maximo.
Sentado a la cabecera de la mesa con un traje negro y una
camisa blanca con el botón superior desabrochado, parece un
ambicioso hombre de negocios a punto de conquistar el mundo.
En mí.
—Estás preciosa.
—De acuerdo.
—¿Perdón?
—La señora Vera me trajo una tela muy suave con la que
quiero hacer fundas de almohada. También tengo un patrón de
vestido, pero creo que quiero intentar hacer una falda y un top. Será
fácil siempre y cuando no vuelva a estropear el elástico. Tengo en
mente un color muy bonito.
—¿Eso es todo?
—¿Qué?
—Malcriada.
—Come.
Me encojo de hombros.
—Ya vuelvo.
—¿Así cómo?
—Como si les estuvieras advirtiendo.
Él levanta un hombro.
—Normalmente lo hago.
—Pide un deseo.
—Me has hecho pastel funfetti. —Le sonrío—. Pensé que era
un insulto a los pasteles.
—Lo es. Pero esta la hice desde cero, así que no está tan mal.
Supongo.
—No.
Raro.
—Sí lo es.
—Porque puedo.
—Juliet.
—Exacto.
—¿Esto forma parte de todo tu... asunto? —pregunto
impulsivamente antes de desear rebobinar y comerme mis
palabras.
Él me da la mirada.
—No.
—Anotado.
Él me estudia detenidamente.
—Sí.
Eso está muy bien, pero no significa que no haya una docena
de otras mujeres leales a él mientras alterna entre ellas.
Trago saliva.
—Y tú eres...
Su mandíbula se aprieta.
—No te mudarás.
—¿Y?
—Ya van dos veces que insinúas que tengo que comprarlo. Yo
no pago por un coño, y seguro que no eres una puta. Sea cual sea
la noción estúpida que te hayas metido en la cabeza, sácala de ahí.
Ahora.
Me concentro en mi plato.
—¿Y eso vale todo esto? —pregunto, sin entender cómo cuidar
de mí es beneficioso para él.
Inclinándose hacia atrás, él se frota la mandíbula, su pulgar
barriendo a través de su labio inferior.
—¿Traje de esclavitud?
—Excepto eso.
Y estoy decepcionada.
—Mírame —ordena.
Aun así, hago lo que me dice y me alivia ver que una sonrisa
de satisfacción curva sus labios.
—Parece abrupto.
—No lo es.
—El gris.
—Treinta y tres.
Es más o menos lo que me imaginaba, pero no deja de ser
sorprendente.
—¿Y tu padre?
—Ahora.
A él.
—Vete a la cama.
—Juliet.
No puedo hacerlo.
Estoy loca.
¿Cierto?
Pero no lo hago.
Y tampoco mi cuerpo.
MAXIMO
No es la primera vez que me arrepiento de haber hecho que
Ash desconectara la cámara de la habitación de Juliet.
—Adelante —digo.
—Juliet.
—¿Qué necesitas?
—Te dije...
Su piel enrojecida.
Mi polla palpita.
—Tú.
—No pude.
—Por favor.
Jodidamente perfecta.
—¿Qué necesitas?
—Correrme.
—Pídemelo.
Maldita sea.
—Sí.
Me detengo.
—Mucho mejor.
—¿Qué me dices?
—Gracias, papi.
Sin saber lo fuerte que lo digo, ella suelta una suave carcajada
que se convierte en un bostezo.
—Buenas noches.
—A mi habitación.
A partir de ahora.
—¿Baño?
Esperándome.
Casi.
—¿Debería parar?
—No, no, no, definitivamente no.
—Yo tampoco.
Te necesito aquí.
—De acuerdo.
—Juliet.
—Juliet.
—¿Hmm?
—Las seis.
—¿De la mañana?
—De acuerdo.
Tardo un par de minutos en asimilar sus palabras en mi
agotada mente. Abro los ojos de golpe y me incorporo como un rayo,
pero él ya no está.
Un chupetón.
—¿Qué pasa?
—O en tu habitación.
Aún, al menos.
Me sobresalto de nuevo.
—Ve a descansar.
—Estoy bien.
—¿Hola?
—Juliet.
—Maximo.
Sí.
Espera, ¿qué?
No, definitivamente sí, tal vez ciertamente quiera considerar
que eso suceda.
—Ash es un soplón.
Huh.
—Ahora.
—¿Quieres un sándwich?
—Puedo buscarlo.
—Entendido.
—La siesta.
—¿Es una norma que tengas que ser mandón para trabajar
para Maximo?
—Juliet.
Él lo sabe.
Definitivamente lo sabe.
Sacudo la cabeza.
Asiento.
Y de respirar.
Madre mía.
Demasiado.
Pecaminoso.
—¿Qué?
—Si sintiera que tengo que hacer algo, tu dulce trasero saldría
por la puerta. Hago las cosas porque quiero. Porque quiero cuidarte.
Mimarte. No tengo que hacerlo, si no que quiero hacerlo. Lo que no
quiero es una discusión cada vez que te doy algo. Tienes que
aprender a dejar que yo cuide de ti.
No hasta Maximo.
—De acuerdo.
—¿No?
¡Sí!
—Ya lo verás.
Y luego él se va.
Vacío.
Aburrido.
—¿Necesitas algo?
—No, yo...
Es...
Una locura.
Caos.
Salvaje.
Él ni siquiera la mira.
—Dos aguas.
—Gracias —susurro.
—Black.
Eso es raro.
Y es feo.
—Estoy de acuerdo.
La Muerte va a matarlo.
Mierda, lo va a matar.
Y eso es todo.
Segundo asalto.
Y nadie murió.
—Sí, lo hiciste.
—Tomo nota.
—Ya saben qué hora es, amigos. Espero que hayan apostado
su dinero porque podrían irse con montones y montones de él.
Black Resorts.
No es arrogante.
No es agresivo.
—¿Sí?
Es un deporte.
Cada vez que pienso que uno de ellos tiene la ventaja, el otro
lucha por recuperarla.
No un poco.
O ligeramente.
O semi.
—Mira la pelea.
No lo hago.
—Relájate.
—Lo estoy.
No lo estoy.
—No me mientas.
—No miento.
Lo estoy haciendo.
Maximo se queda callado, y yo también. Me obligo a mirar la
pelea porque no tengo ni idea de cuándo podré ver otra, y mucho
menos una tan buena.
Y Kid se ríe.
Sí.
No.
¿Tal vez?
Sorprendida, le pregunto:
—¿Sobre qué?
—¿Qué?
¿Ya?
Es un imbécil.
JULIET
—¿Qué?
—Vete al infierno.
Me cruzo de brazos.
—¿Por qué unos cuantos combates de boxeo me harían
cambiar de opinión?
Pero no puedo.
—La noche que nos conocimos, dejaste muy claro quién eres
y lo que haces. Pero yo sigo aquí. Contigo. Gracias a ti.
Y estoy mojada.
Él ha estado preocupado.
No quiere perderme.
—Desvísteme.
—Todo, palomita.
Madre mía.
Y algo más.
Mierda.
Mierda.
Me está matando.
Devorarme.
Es demasiado.
Demasiado intenso.
—¿Quién soy?
—¿Qué necesitas?
No quiero que haya una barrera que nos separe, pero tampoco
quiero ser estúpida.
Centímetro a centímetro.
¿Un año?
Solo a mí.
Bajándose, Maximo apoya uno de sus antebrazos en la cama,
cerca de mi cabeza. Con el otro me sujeta la cadera mientras se
abalanza sobre mí. Su cuerpo roza el mío con cada embestida, su
polla golpea tan fuerte que saldría disparada de la cama si no me
estuviera sujetado. Él me rodea. Toca cada centímetro de mí. Me
abruma, pero en la mejor manera posible.
—Juliet.
—¿Hmm?
—Estarás aquí todas las noches. Tu ropa y todas tus cosas
serán trasladadas.
—De acuerdo.
No le comparto eso.
Y entonces me desmayo.
MAXIMO
—Gracias a ti por quererme.
Mi chica rota.
Y eso incluye mover los hilos para manipular a Juliet sin que
ella se dé cuenta.
Tuve sexo.
Con Maximo.
¿Qué demonios?
Pero servirá.
—¿Estás bien?
—Muy bien.
—¿Dolorida?
Él levanta la barbilla.
Él sonríe satisfecho.
Nada.
Sí, eso no es un desequilibrio en absoluto.
—¿Almuerzo?
Estoy feliz.
Me equivoque.
Dos.
MAXIMO
Caminando por el aislado edificio, mi expectación crece a cada
paso que doy.
Él hirió a Juliet.
Va a ser un desastre.
Él no se merece eso.
—Mierda.
—No sé qué...
—Shamus McMillon.
No lo dudo.
—Absolutamente.
—¿Por qué cada imbécil piensa que quiero esa basura en mis
complejos?
—Ellos lo entendieron.
No me molesto en discutir.
Tiene razón en ambas cosas.
JULIET
Cuando cierro la puerta, me pregunto qué es lo peor que
podría pasar.
Frunciendo el ceño.
Oh, no.
—¿No me acuerdo?
¿Azote?
Me encojo de hombros.
—Supéralo.
Él no…
—Vamos, palomita.
Trago saliva.
—¿Adónde?
—A nuestra habitación.
Él en realidad no va a...
¿Verdad?
Sí, es imposible.
—Bien.
—Juliet.
—¿Por qué?
Probablemente.
¿Quizás?
Con fuerza.
—¡Ay!
El escozor irradia y aumenta cuando su mano aterriza de
nuevo.
¿Y si se deja llevar?
Maximo se ríe.
—¿Cómo te sientes?
Me muero de hambre.
Exhausta.
Y, sorprendentemente, caliente.
—Mmhmm.
—De acuerdo.
—¿Otra regla?
—Sí.
Mucho.
No importa.
No importa.
—¿Se lo dijiste?
Mierda.
—Sí.
—¿Por qué?
—¿En serio?
Él levanta la barbilla.
—Es bueno para mi irreal y enorme ego saber que eres tan
posesiva conmigo como yo lo soy contigo.
Pero él no ha terminado.
—Te dije que nunca había dormido en la misma cama con una
mujer, lo cual es fácil porque nunca he traído mujeres aquí. Ni para
cenar o cualquier otra cosa. ¿Entendido?
Asiento.
—Marco.
Esa rata.
—Come.
—Cool.
Hecho.
Oh, bien.
MAXIMO
—Yo la cerré.
—¿Por qué?
—Pensaste mal.
—Ahora lo sé.
—Vamos, Juliet.
Dios, es graciosa.
—Nuestra habitación.
O tal vez ella quiere recibir el castigo tan mal como yo quiero
dárselo.
—Porque yo lo digo.
Así de simple.
Hay otras órdenes que ella tendrá que seguir sin explicación,
pero la regla de la puerta es una que puedo aclarar.
—Este lugar está cerrado como Fort Knox. Cole instaló ese
botón del pánico en la pared, literalmente, a un pie de mi escritorio.
—¡Esto duele!
Feliz.
La siento y le digo:
—Y me has castigado.
—No.
Ya estoy muerto.
Ha habido una equivocación y he sido enviado al cielo con este
ángel.
Mía.
—¿Una semana?
—Juliet.
—¿Hmm? —murmura.
—Divertidísimo.
—Normalmente no.
—Juliet.
—Mocosa.
—Bésame, Juliet.
Pecaminoso.
Ahumado.
Oscuro.
—¿Sí?
Modo papi.
—Pero no quiero que nadie más vea cómo asoman tus bonitas
tetas por esos agujeros. Ponte un sujetador.
—Entendido.
—A la mierda mi llamada.
Realmente espero que la haya silenciado.
—Juliet.
Es un espacio abierto.
¡Un guiño!
Pero es mío.
—Sí.
—¿Suficiente?
—Gracias.
—Hace tan buen tiempo que creo que me voy a quedar afuera
leyendo. —Miro su camisa y pantalones de vestir negros. A pesar
que solo estamos bajo treinta grados, él tiene que estar tostándose
al sol—. Pero tú no tienes por qué quedarte fuera.
—Ve a leer.
—Juliet.
Me lo pongo en la oreja.
—¿Hola?
—Bien, funciona.
—¿Qué funciona?
—Es tuyo.
—¿Qué?
Ojeo la pantalla.
—¿Quién es ese?
Okkkaayyyy.
Yo: Gracias.
Miro por encima del hombro y veo que Ash sigue con la cara
hundida en su teléfono.
Ultimate Power.
—Unas cuantas.
Yo y mi gran bocota.
—¿Todo bien?
—Mis abogados notificaron al boxeador que se fugó con una
demanda por incumplimiento de contrato. Llamó para disculparse,
tratando de volver a entrar. No iba a suceder, pero habríamos
considerado retirar la demanda. Por desgracia para él su
representante se puso al teléfono y amenazó a Serrano.
Pobre tipo.
Qué asco.
—¿Preparada?
—Sí.
—El postre.
—Entonces, hagámoslo.
—Ya verás.
—Solo cámbiate.
Ups.
Casi.
Demasiado hambrientos.
Bien, todas las fases son mis favoritas. Planeé un buen día.
Él apaga la llama.
—No puedo recordar la última vez que comí estos —dice él.
—Lo sé.
—Miré y esperé.
—¿Por qué?
El bastardo.
—Quiero tocarte.
—¿Qué?
Es bueno.
Muy bueno.
Pero quiero más.
Espero a que me diga qué hacer, como siempre hace, pero solo
se limita a apoyarse en sus manos, observándome atentamente.
—¿Está Cole...?
Uf.
Tentativamente, cedo al impulso de acariciar con mi lengua a
lo largo de la vena. El gemido de Maximo me anima y paso la lengua
por la cabeza. Me meto en la boca todo lo que puedo antes de volver
a deslizarme hacia arriba. Repito el proceso, yendo un poco más
lejos cada vez. Mi ritmo es entrecortado y mi posición incómoda,
pero lo estoy disfrutando.
De estar afuera.
De todo.
Me duele.
Él me folla la cara.
—Pizza.
Me echo a reír.
-Papi.
—Palomita.
—Mmhmm.
—No, no ronco.
—¿Qué?
—¿Yo? ¿Nosotros?
—Mucho.
—Habrá que esperar mucho.
Ups.
Y mierda.
—Entendido.
—No quiero.
Él sonríe.
Y es hermoso.
—Ash te llevará más tarde. Haré que Vera te prepare una
bolsa, así que asegúrate de hacerle saber lo que quieres. ¿Alguno
de tus vestidos está listo?
Sacudo la cabeza.
—Pero tengo...
—Enviaré algo.
—Papi.
—Cuidar de mí.
—Eso te gusta.
Me gusta.
Y mucho.
MAXIMO
—Dilo otra vez.
Viktor Dobrow.
—Él me pagó.
Y en El Sótano.
Maldito idiota.
—¿Listo?
Bastardo cruel.
—¿Qué estás haciendo? —Tommy se mueve mientras le
sueltan el cinturón, el pánico ensanchando sus ojos—. Aléjate de
mí, monstruo.
Levanto la barbilla.
Su labio se curva.
—Creo que esa habitación ha visto más orina que los retretes
de este lugar. ¿Por qué el primer instinto de todo el mundo es
mearse encima cuando están a punto de morir?
No todo el mundo.
Cole sonríe.
Miro mi reloj.
JULIET
Santa mierda.
—Nada.
—¿Necesito mi maleta?
Santo cielo.
—Eres de Maximo.
Mi corazón se estruja al oír eso.
O lo intento.
Pero no tanto como el hombre que está de pie junto a ella, con
las manos en los bolsillos y sus ojos melancólicos clavados en mí.
Al darme cuenta que él no está solo, miro al pequeño grupo
de gente. Detrás de él, Marco parece aburrido, como siempre. Cole
toca un iPad antes de pasárselo a otro hombre.
Ups.
Justo aquí.
En su trabajo.
—No creí que quisieras que te llamara así cuando hay otras
personas alrededor.
Oh, mierda.
—Solo agua para mí, por favor —digo con una sonrisa que
espero sea tranquilizadora.
—Club soda con lima, por favor —dice Maximo, sin levantar
la vista de su menú.
—¿No hay un dicho sobre atrapar más moscas con miel que
con vinagre? —le pregunto.
A Maximo no se le escapa.
—A veces.
Sí.
Maximo.
Desnudo.
Mandoneándome y cuidándome.
—¿Señor Black?
—¿Sí?
—Laurent.
Qué anticlimático.
—Es un apellido.
—¿De acuerdo?
—Odia a su familia.
Olvídalo.
—Más rápido, palomita.
Tan cerca.
—No.
Es perfecto.
Para desnudarme.
—¿Solo a veces?
—Todo el tiempo.
—Tuya.
Su toque es adictivo.
Holaaa.
No es un hombre paciente.
—Avísame.
—Agotada.
—¿De la buena?
—Sí.
—Volveré.
—Estaré aquí.
—Y gracias a Dios por eso —murmura, antes de salir de la
habitación.
Oh.
Cierto.
No estoy segura.
—Desayuna.
Mi favorito.
Él no levanta la vista.
—¿Quieres ir a nadar?
—Tal vez.
Una piscina.
En el balcón.
—Uhhh... ¿A Arcade?
—No.
—No.
—¿Irías de compras?
—Pregúntale a Maximo.
—¿Cuántas personas más tienen acceso a este ascensor?
—Pregúntale a Maximo.
Sonríe satisfecho.
—No.
—Me sorprende.
Me parece justo.
—¿Listo?
—No lo has visto todo. —Marco me lleva a través de una
entrada que abre a otra habitación minimalista. Solo que esta tiene
algo mucho más interesante en los estantes blancos.
Zapatos.
Los bolsos no son lo mío, y hace un año habría jurado que los
zapatos tampoco. Pero eso fue antes de saber lo que se siente llevar
un par de tacones o la comodidad de los zapatos con soporte.
Una vez que termino, salimos y pasamos por alto una tienda
de ropa masculina, maletas y artículos de viaje, y una tienda entera
dedicada al vidrio soplado.
Esta última es preciosa, pero me preocupa tropezarme y
tirarlo todo por tierra como fichas de dominó.
—Para ti.
—¿Hola?
Chivato.
Me llama la atención un movimiento y miro hacia una gran
mesa de gente levantándose, otros se apresuran a ocupar su lugar.
En medio del caos juro ver al amigo de mi padre, bueno, antiguo
amigo de Mugsy Carmichael.
No es él.
Lo sé.
—Dije que tengo algo planeado para más tarde esta noche, así
que no te canses. —Se oyen voces apagadas en el fondo—. Me tengo
que ir. Te echo de menos, palomita.
Una provocación.
Me pongo un par de botines grises y espero que lo que Maximo
tenga planeado, no implique caminar mucho. De lo contrario, hay
una buena oportunidad que mis pies y yo muramos.
Me encojo de hombros.
—Vamos a averiguarlo.
Nunca crudo.
Chang'e -llamado así por la diosa china de la luna, por
supuesto- es un restaurante panasiático con un amplio menú de
fusión y dim sum. Contrariamente a mi suposición que este lugar
sería informal, es increíblemente moderno y de lujo. Yo estoy muy
mal vestida, aunque nadie lo dirá, porque estoy con Maximo.
—¿A quién?
—¿Cómo?
—¿Amigo?
No, la última vez había sido el hombre que esta de pie junto a
mí, con su mano en la parte baja de mi espalda. El hombre cuyas
manos han estado en cada otra parte de mi cuerpo. En cuya cama
duermo. Cuyos brazos me rodean cada noche, en su abrazo
posesivo e íntimo.
Tira.
Tira.
Tira.
—¿Eh?
Espera, ¿qué?
—De acuerdo, pero para ser justos, creo que Shamus debía
dinero a la mitad de la población de EE. UU.
Eso hace que se ablande un poco mientras me mira.
—¿Tanto?
—Espera.
—Dale un minuto.
—Mmmm...
—Vámonos.
—Ahora, Juliet.
Empapada.
—Juliet —advierte.
Perfecto.
—Yay.
—¿Eso es bueno?
Definitivamente contraproducente.
Santa mierda.
Él de hecho lo hizo.
Definitivamente divertido.
Estoy segura que le queda mucho trabajo por hacer, pero aun
así es una putada que se acabe.
Perdida en mis pensamientos, no pienso nada girando en
nosotros hasta que el auto se detiene. Un valet parking me abre la
puerta en un instante.
Mis cejas bajan mientras miro a Maximo, pero todo lo que veo
es su espalda mientras sale del auto.
—Gracias.
—¿Dónde estamos?
—Cosmopolitan.
—¿Por qué?
—Por diversión.
Él es tan considerado.
Eso no ayuda.
Pero no me importa.
Me suelta la coleta.
—Por favor, déjeme saber si hay algo que pueda hacer para
que su estancia sea perfecta.
Él me mira divertido.
—Lo dudo.
Santo
Cielo.
Esto es irreal.
—Estoy segura que puedo encontrar algo que hacer —le digo
con tono inexpresivo.
—Bien.
Ooookay entonces.
Lo beso.
—Por suerte.
—Mocosa.
Por desgracia.
Eggslut.
—Cosmopolitan está cerca del centro del Strip, así que elige
en qué dirección quieres ir —dice Maximo.
—Por aquí.
—¿Tiendas en Crystals?
—Aún mejor.
—Definitivamente.
Tal vez.
Temporal.
La secundo.
—Gracias.
—¿Podemos ir a verlo?
—Cambiaremos eso.
Ya lo estamos haciendo.
—Todo.
Pero lo hace.
Tomo un trago y le pregunto:
Él se encoge de hombros.
—Y servilletas.
La comida.
—No lo creo.
—Hora de irse.
Maldición.
Doble maldición.
Maximo rara vez me dice que no, así que me siento mal por
enfadarme por ello. Ha sido un día largo, sobre todo para él, que se
levantó a las cinco como usualmente hace. Eso no me impide
ralentizar mis pasos como un niño petulante que se detiene a la
hora de acostarse.
—Juliet.
—Lo estamos.
Se me cae el estómago.
—¿Qué?
—¿Qué? —repito.
Miro hacia donde sé que está Ash, pero apenas si puedo verlo.
Y al parecer es mutuo.
—De acuerdo.
—Solo un minuto.
—Un minuto.
Maximo no se queja.
Star es más pequeño que Moonlight, pero igual de hermoso.
Tan ardiente.
—¿Todo bien?
Asiento.
—Está en mi bolso.
—Más tarde.
—Yay.
—Cristo, eres linda.
—Múltiple.
Wow.
Estoy aburrida.
No entiendo el atractivo.
—Vámonos.
Anticlimático.
—¿Por qué?
—Soy codicioso. Me gusta tenerte toda para mí. Para que solo
te vea yo.
Pero me encanta.
—No, están mirando porque verte con esa maldita falda hace
que un hombre desee poder cogerte y meterse en ese dulce coño. —
Como si sus propias le cabrearan, sus ojos se vuelven fríos mientras
escanea la habitación.
El fuego.
Yay.
He creado un monstruo.
—¿Sí?
—¿Listo, jefe?
—Entendido, jefe.
—¿Qué es eso?
—Sabelotodo.
Guacala.
No, gracias.
Él sonríe satisfecho.
—¡Ash!
¿Ellos?
La forma en que habla y la mirada maníaca de sus ojos hacen
que el terror me invada por dentro.
—¡Suéltame! —grito.
Depende de mí salvarme.
Porque lo olvido.
¿No es cierto?
Golpean duro.
—Cierra la puta boca, zorra. —Me sacude tan fuerte, que creo
que mi cuello puede romperse.
¡Golpe!
No, yo me rio.
No lo hago.
No una víctima.
Maximo lo mató.
Corro tan rápido como puedo hacia la puerta. Tiro y tiro pero
está cerrada.
Mierda.
Mierda
—Maldición.
No es un aguacero.
Es desesperación.
Pánico.
Angustia.
Miedo.
—Pronto.
—Esa es mi chica.
Vacías.
Niña nada.
Puta Jule-bug.
Rata Jule-bug.
Temporal.
¿Soy su chica?
Y él se da cuenta.
Por supuesto.
Me pongo rígida.
—Dame un minuto.
—Puedo hacerlo.
O eso creo.
Nada es mío.
Yo no soy nada.
—Ella me mintió.
—¿Sobre?
—Esto no es...
Idiotas.
Lo sé.
Maldición.
Juliet no puede.
—Entendido, jefe.
Por Dios.
—Ya lo sé.
—No.
—Puedo y lo hice.
—Mocosa.
—No.
La sigo de nuevo.
Sorprendentemente, no discute.
Y ella se estremece.
Malditamente se estremece.
—Ve a cambiarte.
—La semana.
—Ahora mismo.
Lo haré.
JULIET
Eso fue muy fácil.
—¿Qué?
Pero no es así.
¡Puta!
¡Rata!
¡Nada!
MAXIMO
Tres días.
No lo hace.
—Quiero mudarme.
JULIET
Mi corazón está atascado en mi garganta, ahogándome
mientras martilla. No quiero mirar a Maximo, pero no puedo apartar
los ojos de su rostro inexpresivo.
—Quiero mudarme.
Cazando.
Toma toda mi fuerza de voluntad no huir como una gacela
corriendo infructuosamente de un león.
—No.
Sabía que no sería fácil, las rupturas normales rara vez lo son,
y Maximo y yo estamos lejos de ser normales. Pero preveía algo más
que un simple no.
—No es asínica.
—Lo es.
—Lo cambia.
—Me mudo...
Puta.
Rata.
Nada.
Entrenando.
Usando.
¡Mentira!
—¿Por qué?
—No.
—Lo estamos.
—¿Por qué?
—Porque dije...
—¿Por qué?
—Sí, pero...
—¿Y le creíste?
No.
Sí.
Algo así.
Es verdad.
Niego con la cabeza, sin saber lo que dirá, pero segura que mi
respuesta es no.
Respiro entrecortadamente.
Huiría de él.
Llamaría a la policía.
—Gracias.
—Maximo...
—Bien, tus chicas que están ahí porque esos hombres tienen
personalidades ganadoras.
—¿Qué más?
—Nada —miento.
Mal movimiento.
Y yo sollozo.
Los necesito.
Tres días.
Tres días cerca de él, pero tan lejos. Sin tocarme. Apenas
besándome. Apenas hablándome.
Todo de él.
¿Está diciendo...?
A pesar que debe sentir mi pulso palpitante, él continúa, sin
retener nada, como lo prometió.
No.
Necesito saberlo.
—No me acuerdo.
—Maximo...
—Maximo...
Sacudo la cabeza.
—¿Quién soy?
—Mi papi.
—Otra vez.
—Eres mi papi.
—Tuyo.
Y entonces se detiene.
Dios.
—Ya ves lo que me han hecho tres días sin esto. Soy un
desastre. Lo necesito.
Él comienza a moverse de nuevo, aunque no estoy segura de
si él es consciente que lo está haciendo.
A no necesitar a nadie.
Sé que lo entenderá.
Tan cerca.
¿Qué?
Por más que intento luchar contra las olas, pierdo mis
pensamientos, mi aliento, mi mente. Mi orgasmo me desgarra,
destrozándome hasta que no creo poder volver a recomponerme.
Todo de mí.
No hasta Maximo.
—Te amo.
Cerrando los párpados, echa su cabeza hacia atrás, dejando
al descubierto su fuerte cuello. Sus hombros están apretados y
tensos por el esfuerzo mientras embiste dentro de mi una y otra vez.
Áspero y crudo, él grita:
—Otra vez.
En absoluto.
De hecho, me gusta.
Necesito a Maximo.
—¿Estamos bien?
—Perfecto.
—Necesitas descansar.
Más de mí.
JULIET
—¿Fue malo?
—Cristo, lo siento.
—Háblame de tu familia.
—¿Cómo?
Oh. Cierto.
—Cuéntame más.
—Tú no...
—Trato hecho.
Cristo.
No hay ninguna.
Mi chica es buena.
—No.
—Ella lo está.
—No.
—Buena suerte.
Voy a necesitarla.
—No.
—Maldita sea. —Ladea la cabeza—. Tú, uh, manejaste al
matón de Sullivan. ¿Crees que ellos...?
—¿Quién?
Se toma un segundo.
—Gracias.
Se aparta de mi regazo.
Sonrío.
—¿El almacén?
—Moonlight.
—Juliet...
Maldita sea.
JULIET
INCÓMODO.
Qué incómodo.
—Incómodo, ¿verdad?
—Ajá.
Los blogs y los sitios web solo pueden llegar hasta cierto
punto.
Maldita sea.
—Sí.
No.
En realidad, no.
—Sorprendentemente, me encanta.
Me estudia atentamente.
—Supuse que no haría nada por mí. Que solo era algo suyo
que podía complacer.
—¿No lo es?
—¿Cómo es eso?
Y luego se marcha.
—¿Todo listo?
—Por hoy.
Me encojo de hombros.
—Yay.
—Estoy bien.
—Lo sé.
—Lo sé.
—Nunca.
Sonríe y me suelta.
—Te amo.
—Ve a cambiarte.
Suspiro.
—Aguafiestas.
Estoy bien.
Estoy a salvo.
Papi: Sí.
Y entonces lo pulso.
Papi: Cristo.
Papi: Jesucristo, Juliet, no digas mierda como esa cuando no
estoy allí contigo.
Yo: Sí.
—No.
Maldita sea.
Yo: ¡Sí!
Uh-oh.
—Gracias —digo.
—Siete.
—Todo listo.
—Uhh, yo lo hice.
Mi vestido.
En una tienda.
Oh.
Duh.
—No te preocupes.
—Cristo.
—¿Hacer qué?
—¿Sabes qué?
—Actitud, Juliet.
Uh-oh.
—Es increíble.
Mierda.
Metí la pata.
Y yo quiero eso.
—Sí, de acuerdo.
—Gracias.
Hilda.
Esta es su tienda.
—Tenías razón.
—¿Sobre qué?
Oh, no.
Pero también...
¡Sí!
JULIET
El terreno es suyo.
—Nebula —dice.
—¿En serio?
—Desvísteme, palomita.
Obedezco encantada, aunque no me tomo mi tiempo. Lo
desnudo con avidez como si fuera el regalo que he deseado toda mi
vida.
En su mano.
En el dolor.
—Juliet.
—Pero...
—Silencio.
—No te muevas.
—¿Por qué?
—Quiero intentarlo.
—¿Estás segura?
No.
—Sí.
Suelta una dura maldición, retira los dedos y me pone más
lubricante. Miro por encima del hombro y veo cómo cubre con
lubricante su larga erección.
Porque lo amo.
—Entendido, papi.
Me duele.
Es increíble.
Quiero más.
—Ni siquiera has entrado del todo —jadeo, con las palabras
entrecortadas.
—Siempre —corrige.
—¿Siempre?
—¿Cómo?
No es temporal.
Permanente.
Jesús.
—¿Carmichael?
—Tendría sentido.
Me froto la mandíbula.
—En ello.
—¿Tienes tu equipo?
—Siempre.
Levanto la barbilla.
Eso no es bueno.
—Prefiero no decirlo.
Mierda.
Mierda.
Tommy Janson.
—Puedo adivinarlo.
No se equivoca.
—Mi oficina...
—¿Maximo?
Otra vez.
—Jefe —responde.
Llamo a Cole.
—¿Dónde estás?
—En casa.
—¿Dónde?
—La planta.
La he cagado.
—Solo me aseguraba.
—¿Estás bien?
—No más salidas hoy. Marco llegará pronto. Vera siempre está
armada. Tú...
—¿Caliente ?
—Lo sé. Estoy preocupada por ti. —Su voz tiembla y sus
brazos me rodean la cintura con fuerza, haciéndome dolorosamente
consciente que solo nos separan una toalla y su fino bañador. Mi
polla se endurece y sus ojos se clavan en los míos—. ¿En serio?
¿Ahora mismo?
—¿Contigo? Siempre.
—Necesito vestirme.
—Está bien.
—¿Tienes tu Ruger?
—Ese es el plan.
Jesús.
—Pórtate bien.
—Ten cuidado.
—Mierda.
—¿El alquiler?
Gancho al riñón.
Pausa.
—¿Qué tienes?
—Me bloqueó.
—Ese coño.
Cole se ríe.
Le hago daño.
Miro a Ash.
Janson traga saliva con fuerza y aprieta los labios hasta que
la piel se le pone blanca.
Un momento después, Ash me entrega lo que le he pedido,
haciéndolos tintinear a propósito. Paso el áspero filo del cuchillo
por el costado de Janson, lo bastante fuerte como para cortar y
hacer que la sangre gotee. Lo retiro, observando cómo Janson se
desploma antes de arrastrar la hoja con más fuerza, abriéndole la
piel. Sus chillidos se hacen más fuertes cuando vuelvo a cortar,
dibujando una X.
—Dímelo.
—¿No me matarás?
—¿Por qué has venido hoy? —pregunto una vez que se calma.
—Es el más popular porque las chicas hacen algo más que
bailar —explica Janson—. Hace gran parte de su negocio en una
trastienda. La única puerta a la derecha.
Cole cierra su ordenador y retoma su equipo. Ash ya ha
guardado las herramientas y se dirige a la puerta, listo para salir.
—Mentí.
MAXIMO
—¿Cuál es el plan?
Ya es hora.
Iré atrás.
Se encoge de hombros.
No me preparé lo suficiente.
—Vístete.
Mierda.
—En ello.
—¿Adónde iría?
—No creo que sea así como dice el refrán —le digo a Ash.
—Estaba improvisando.
No discute.
—¿La planta?
Sacudo la cabeza.
Con ellos fuera del camino, Juliet estará a salvo. Sin mirar
por encima del hombro. Sin recordatorios de la mierda de su padre
o de su vida antes de mí.
Me ha dado su confianza.
Rio.
No hay ninguna.
Despacio.
Agonizante.
Sale y se acerca.
—Me lo imaginaba.
—Está hecho.
Una vez le dije a Juliet que valía la pena empezar una guerra
por ella, y lo dije en serio.
Acabo de terminarla.
Por eso mis palabras no son más que la verdad cuando digo:
Y se va corriendo de la habitación.
—Puedo hacerlo.
—Esa es mi niña buena.
—¿Qué ha pasado?
—¿Te dispararon?
—Rozado.
Antes que pueda dar una explicación, sus ojos llenos de rabia
se dirigen a los míos.
—¿Los mataste?
Quién es su papi.
Levanto la barbilla.
—Carmichael, también.
—Se acabó.
—Siempre me cuidas.
Cristo.
Jesucristo, me va a matar.
—Sí, así.
Y le encanta.
Apretando mi polla como un tornillo de banco, se corre con
fuerza. Cubriéndome con su dulzura mientras su coño goloso me
succiona más profundamente, provocando mi propia liberación
abrupta. Llenándola. Marcándola.
Es mía.
Es mía.
—Juliet.
Maldita sea.
—Ahora, Juliet.
—O puedes entrar.
Voces apagadas.
Y yo también.
—Fuera.
—Sabes...
—Ahora, Juliet.
—A casarme.
Eso es todo.
No pregunta.
No lo explica.
Así de sencillo.
—Será mejor que te des prisa o te casarás con esa toalla. Nos
vamos en una hora.
Casarse.
¿Quiere casarse?
¡Casarnos!
Solo emoción.
Bueno, confusión por el brusco ataque sorpresa y un poco de
conmoción, pero sobre todo emoción.
Con Maximo.
Ya es dueño de mi corazón.
—Jefe.
—Sí.
Es lo contrario de un problema.
—Ya lo estoy.
Obsesionado.
Pero yo también.
—Ya verás.
—Sí.
Estamos preciosos.
—Es perfecto.
MAXIMO
Dos años después
Ella no se mueve.
—¿Mis píldoras?
—Ahora, Juliet.
—¿Cómo va el vestido?
—¿Tiraste qué?
—Tus pastillas.
—¿Por qué?
—¿Bebés? ¿Plural?
—Yo... Es que...
—¿Es qué?
—La mejor.
Tiro de ella más cerca para que su culo esté firmemente sobre
mi erección.
—Trata de detenerme.
JULIET
Un año después
No.
—Sí.
—Maximo.
Y amor.
Tanto amor.
—Estaré cerca.
—Lo sé.
Y siempre lo necesitaré.
Esto es estúpido.
—¿Estás bien?
—Perfecta.
—Sí.
—¿Qué pasa?
Estoy feliz.
Segura.
Sin preocupaciones.
Permanente.
MAXIMO
Parado sobre la tumba de Shamus, miro hacia abajo y espero
que esté en el infierno mirándome.