Está en la página 1de 546

La traducción de este libro es un proyecto de Erotic By PornLove.

No es, ni pretende ser o sustituir al original y no tiene ninguna relación


con la editorial oficial, por lo que puede contener errores.

El presente libro llega a ti gracias al esfuerzo desinteresado de


lectores como tú, quienes han traducido este libro para que puedas
disfrutar de él, por ende, no subas capturas de pantalla a las redes
sociales. Te animamos a apoyar al autor@ comprando su libro cuanto
esté disponible en tu país si tienes la posibilidad. Recuerda que puedes
ayudarnos difundiendo nuestro trabajo con discreción para que podamos
seguir trayéndoles más libros

Ningún colaborador: Traductor, Corrector, Recopilador, Diseñador,


ha recibido retribución alguna por su trabajo. Ningún miembro de este
grupo recibe compensación por estas producciones y se prohíbe
estrictamente a todo usuario el uso de dichas producciones con fines
lucrativos.

Erotic By PornLove realiza estas traducciones, porque


determinados libros no salen en español y quiere incentivar a los lectores
a leer libros que las editoriales no han publicado. Aun así, impulsa a
dichos lectores a adquirir los libros una vez que las editoriales los han
publicado. En ningún momento se intenta entorpecer el trabajo de la
editorial, sino que el trabajo se realiza de fans a fans, pura y
exclusivamente por amor a la lectura.

¡NO COMPARTAS ESTE MATERIAL EN REDES SOCIALES!

NO MODIFIQUES EL FORMATO NI EL TÍTULO EN


ESPAÑOL.

POR FAVOR, RESPETA NUESTRO TRABAJO Y CUÍDANOS


ASÍ PODREMOS HACERTE LLEGAR MUCHOS MÁS.

¡A DISFRUTAR DE LA LECTURA!
Erotic By PornLove al traducir ambientamos la historia
dependiendo del país donde se desarrolla, por eso el
vocabulario y expresiones léxicas cambian y se adaptan.
LAYLA FROST
Mis pastelitos... Gracias por estar en las buenas y las malas
este último año a través de todo el caos y las cagadas. Aprecio su
paciencia, comprensión y ánimo más de lo que nunca sabrán. L@s
adoro a tod@s y estoy agradecida por todos y cada uno de ustedes.

Brynne Asher y Sarah Curtis, me mantienen en mi sano


juicio. Bueno, no nos dejemos llevar. Me mantienen cuerda. Gracias
por ser las mejores amigas que una mujer puede pedir y por estar
ahí para mí, siempre, pero especialmente este año. Por más años,
más alcohol y más dulces secretos...

Lindsay, ¡gracias por estar siempre ahí para mí! Eres un


tesoro y tengo mucha suerte de tenerte como amiga.

Dark Water Covers... Cada vez que pienso que no puedes


superar una portada anterior, lo haces. Gracias por la portada
perfecta de Maximo. Me encanta.

Todos los demás autores, blogueros, Bookstagrammers y


lectores de mi vida... No podría hacer nada sin todos ustedes. La
paciencia, el apoyo, la comprensión y el AMOR que muestra esta
comunidad es un recordatorio constante que el mundo no es un
completo basurero. Les agradezco todo lo que hacen.

Y M, este año ha sido el más bajo de los bajos y el más alto de


los altos. A pesar de todo, has estado ahí. Mi roca. Mi mejor amiga.
Mi todo. Te amo un montón.
Gracias por las locas hormonas del embarazo que han hecho
posible este libro. Aún no has nacido y ya te debo una. También te
amo. He pasado años esperándote, y solo sé que vas a merecer cada
segundo.
¿POR DÓNDE EMPIEZO?
OH. SÍ.
ÉRASE UNA VEZ.
¿No es así como empiezan todos los buenos cuentos de hadas?

Y Maximo y yo, definitivamente somos un cuento de hadas.

No de esos donde los problemas de la vida se resuelven con una


sonrisa y una canción. Somos de la vieja escuela. Los cuentos
retorcidos llenos de asesinatos, violencia y comienzos trágicos.

De acuerdo, quizá no somos un cuento de hadas tradicional.


Después de todo, Maximo es más villano que príncipe. Es
aterradoramente sexy. Endiabladamente encantador. Controlador,
posesivo y peligroso.

ESPECIALMENTE CUANDO SE TRATA DE MÍ.

SU PALOMITA.

Y que el cielo ayude a cualquiera que intente liberarme de mi jaula

dorada.

Advertencia: Recomendado para mayores de 18 años. Este romance


tiene lenguaje gráfico, sexo, violencia y un papi obsesionado con su
palomita. Si esto no suena como tu tipo de cuento de hadas, puede
que este no sea el libro para ti.
ACLARACIÓN DEL STAFF: ............................................. 4
LITTLE DOVE ............................................................. 5
DESDE EL CORAZÓN PERVERTIDO DE LA AUTORA ................ 6
DEDICADO AL BEBÉ SPRINKLE .........................................7
SINOPSIS ................................................................. 8
ÍNDICE..................................................................... 9
CAPÍTULO 1............................................................... 11
CAPÍTULO 2 ............................................................. 20
CAPÍTULO 3 ............................................................. 32
CAPÍTULO 4 ............................................................. 43
CAPÍTULO 5 ............................................................. 55
CAPÍTULO 6 ............................................................. 72
CAPÍTULO 7 ............................................................. 85
CAPÍTULO 8 ........................................................... 100
CAPÍTULO 9 ............................................................ 111
CAPÍTULO 10 ........................................................... 121
CAPÍTULO 11 ........................................................... 133
CAPÍTULO 12 ........................................................... 148
CAPÍTULO 13 ........................................................... 156
CAPÍTULO 14 ........................................................... 169
CAPÍTULO 15 ........................................................... 195
CAPÍTULO 16 .......................................................... 206
CAPÍTULO 17 .......................................................... 220
CAPÍTULO 18 .......................................................... 238
CAPÍTULO 19 .......................................................... 253
CAPÍTULO 20 ......................................................... 277
CAPÍTULO 21 .......................................................... 285
CAPÍTULO 22.......................................................... 299
CAPÍTULO 23 ........................................................... 317
CAPÍTULO 24.......................................................... 344
CAPÍTULO 25.......................................................... 368
CAPÍTULO 26.......................................................... 386
CAPÍTULO 27 .......................................................... 397
CAPÍTULO 28........................................................... 416
CAPÍTULO 29.......................................................... 424
CAPÍTULO 30 ......................................................... 430
CAPÍTULO 31 .......................................................... 445
CAPÍTULO 32 .......................................................... 452
CAPÍTULO 33 .......................................................... 462
CAPÍTULO 34 .......................................................... 475
CAPÍTULO 35 .......................................................... 485
CAPÍTULO 36.......................................................... 499
CAPÍTULO 37 .......................................................... 507
CAPÍTULO 38 ........................................................... 515
EPÍLOGO ............................................................... 527
LAYLA FROST ......................................................... 546
JULIET

—Entra.

—¿Qué? —pregunto, dando rápidos pasos para mantener el


ritmo mientras mi padre me agarra por los hombros y me impulsa
hacia atrás. Tropiezo y estoy a punto de caer, pero él no se detiene.

Abriendo de golpe la pequeña puerta de la despensa, me


empuja dentro.

—No salgas, sin importar lo que escuches. ¿Entendido?

No tengo ni idea de lo que está pasando, pero sé que no debo


cuestionar a Shamus McMillon, especialmente cuando está en este
estado.

Su canoso cabello rojo está revuelto y sus ojos desorbitados


no dejan de desviarse hacia los lados. Cada aliento que exhala en
mi dirección huele a Whisky barato y a un barril de cerveza
Guinness.

Así que en lugar de decir las cincuenta mil millones de


preguntas que bailan en mi lengua, digo:

—Está bien.

—Lo digo en serio, Jule-bug. No abras la puerta hasta que yo


lo diga. —Él escanea mi rostro, con expresión tensa y ansiosa. Con
un suspiro, cierra la puerta, dejándome en la oscuridad con galletas
rancias, comida enlatada y probablemente un ratón o dos.
Acababa de llegar a casa de hacer recados y la compra cuando
papá levanto el culo del sofá para asaltar la comida. Sus ojos se
dirigieron hacia la ventana delantera antes de dejar caer el tarro de
mantequilla de maní al suelo para empujarme dentro de la
despensa.

No tengo ni idea que vio que lo asustó. Vivimos al final de un


largo camino de tierra detrás del gimnasio de papá y las únicas
visitas que recibimos son las de sus amigos.

Si alguien debe estar asustado por eso, soy yo. Sus amigos
son unos imbéciles que me dan escalofríos.

Sea lo que sea, espero que sea rápido. He derrochado en


helado, y Las Vegas no parece entender que febrero es invierno. Mi
delicioso cookies and Cream probablemente se esté derritiendo ahora
mismo.

Tal vez es el domicilio de la cena y no tengo que cocinar por una


vez. O tal vez son las pocas personas que me agradan del gimnasio
trayendo pastel para acompañar mi helado. Tal vez, solo tal vez, mi
padre en realidad no olvidó mi decimoséptimo cumpleaños e intenta
sorprenderme.

Y tal vez encuentre un arco iris en la caja de Lucky Charms


rancios y me monte en él hasta una olla de oro.

Sé que no debo soñar con fantasías. No es la primera vez que


mi padre se olvida de mi cumpleaños. El hecho que sea el día de
San Valentín debería eliminar las conjeturas, pero aun así tendría
que importarle lo suficiente como para acordarse.

Él nunca se acuerda.

Golpean la puerta principal, antes de abrirse con tanta fuerza


que choca con la pared.

—¡Chicos! —saluda papá, su voz viajando fácilmente a través


de las paredes delgadas como el papel—. ¿Qué los trae a mi castillo?

Apenas puedo contener un bufido.

Si esto es un castillo, es propiedad del rey de la hamburguesa.


Y su reina del lácteo.

Este es su humilde castillo blanco.

Tengo mucha hambre.

—Si quieres contratarme —dice papá—, tienes que llamar a


mi chica. Ella programa mis peleas.

Pongo los ojos en blanco. Él siempre dice eso, como si tuviera


una gran agente o representante programando sus peleas.

Yo soy su chica. Solo yo y un calendario de escritorio hecho


jirones en la trastienda del gimnasio de entrenamiento de su
propiedad.

—Hoy hemos tenido una reunión. —Retumba una profunda,


tranquila, fría y serena voz.

Mientras, mi padre suena nervioso, agitado y forzado.

—¡Oh! ¿Era hoy? Se me debió haber escapado de la mente.


¿Qué necesitas?

—Una dura derrota el sábado —dice, quienquiera que sea.

Espera. Pensé que él había ganado.

Él no dijo mucho al respecto, pero tampoco se emborrachó, o


peor, como siempre hace después de una derrota.

—Sí, ese estup… niño —dice, dándose cuenta antes de usar


el insulto—, tiene un gancho de derecha infernal.

Hay mucho que despreciar de Shamus McMillon, y su racismo


casual ocupa un lugar destacado en la lista.

—Eso es gracioso —dice el hombre misterioso en un tono que


deja claro que no hay nada gracioso en ello—, porque hablé con el
entrenador de José. Dijo que su gancho de derecha es débil. No solo
eso, sino que mete su pie izquierdo. Todo el mundo lo sabe. Está
tratando de quitarle el hábito.
—Debo haberlo perdido. Me estoy haciendo viejo, no tan
agudo como solía ser.

—¿Es así?

—Sí, de hecho, he estado barajando la idea de colgar los


guantes y centrarme en entrenar a los jóvenes del gimnasio.

Eso es nuevo para mí.

Papá suelta una risita.

—Pero si estás interesado en programar mi gran pelea final,


Max, yo...

—Maximo. —Retumba la voz.

—¿Eh?

—Me llamo Maximo. No Max.

El nombre no me suena familiar. Sabiendo con quién se asocia


mi padre, puedo imaginarme al aspirante a machote con barriga y
cara grasienta creyéndose uno de los Rat Pack.

Solo espero que, sea quien sea Maximo, se dé prisa en decir


lo que tiene que decir. Tengo que comer, y después de estar en
movimiento todo el día, mis pies me están matando.

—Bien, correcto, Maximo —dice papá—. Te voy a dar el


número de mi chica, y ella te puede ayudar.

Como si mi papá no hubiese hablado, Maximo continua:

—Después de hablar con el entrenador de José, fui a ver a


otra persona.

—¿A quién?

—Carmichael. Él tenía mucho que decir sobre ti, Shamus.

—¿Sí? —Un tono de nerviosismo cubre la voz de papá—.


Somos viejos amigos. Hace tiempo que no lo veo. Probablemente
hace un año más o menos.
Eso es mentira. Mugsy Carmichael es uno de los aspirantes a
gángster con los que a papá le gusta correr. Él viene al gimnasio
todo el tiempo y me da escalofríos. Justo estuvo allí a principios de
esta semana.

—¿Sabes lo que odio, Ash? —pregunta el hombre, Maximo.

—¿Qué, jefe? —responde una nueva voz.

—A los mentirosos. Jodidamente los odio.

Algo golpea contra la pared, haciéndome saltar.

—Tomaste la derrota —dice Maximo, con un volumen bajo,


aunque bien podría estar gritando. Hay un bajo retumbante que
casi puedo sentir.

—Yo nunca... —empieza papá, pero por el sonido de la carne


chocando contra la carne, la banda sonora de mi vida, alguien le da
un puñetazo antes que él pueda terminar.

—No vuelvas a mentirme —dice Maximo—. Tú aceptaste la


derrota después de apostar por José.

Mi padre es muchas cosas. Un borracho. Un jugador. Un


racista. Un padre de mierda.

Y un codicioso.

Sin embargo, nunca pensé que fuera un tramposo. Su


nombre, el título y la reputación en el mundo del boxeo son las
cosas más importantes que él tiene. Las valora por encima de todo,
incluida su única hija.

—Tu pérdida le costó a la gente una tonelada de dinero,


Shamus. Gente que no está feliz. Gente que está acusándome de
llevar a cabo peleas deshonestas. No me gustan los mentirosos ni
los tramposos, y estoy seguro que no me gusta que me acusen de
ninguno.

—Yo no me vendí —afirma papá.

Pero es mentira.
Y el sonido de los puñetazos significa que ellos lo saben.

Extiendo la mano y agarro el pomo de la puerta antes de


dudar.

No es la primera vez que alguien viene a darle una paliza a


papá. Tiene sus enemigos: En el mundo de las peleas, en los
casinos, en todo Estados Unidos.

No me sorprendería que las hermanas de la Madre María de


Nueva York escupieran al oír su nombre.

Al menos, quienquiera que esté allí afuera, ha venido a ver a


papá directamente en vez de maltratarme en su lugar. No sería la
primera vez que sucediera, tampoco.

Papá es un boxeador profesional. Puede cuidarse solo. No hay


nada que yo pueda hacer excepto ponerme en peligro por nada.

Dejo caer mi mano del pomo.

—¡Puedo arreglarlo! —grita papá, y la conmoción se calma.

—Creo que estás subestimando lo cabreada que está la gente.


Quieren que les devuelvas el dinero.

—Solo necesito un poco de tiempo, pero pagaré. —El pánico


de papá va en aumento, y no trata de ocultarlo—. Encontraré una
manera. Venderé el gimnasio. Haré algo.

Oh, papá. ¿En qué te has metido esta vez?

—Enfréntame a uno de tus nuevos chicos —suplica papá— y


haré lo que sea. Ganar o perder la pelea, lo que quieras. Lo haré
creíble para que nadie lo sepa.

—¿Me está tomando el pelo? —ruge Maximo, el sonido


retumbando en mis oídos—. ¿Qué parte de 'Odio a los mentirosos'
él no entiende?

—Ni idea, jefe —dice, quienquiera que sea.

—Acabemos con esto de una vez.


—Wow, amigos. Max... quiero decir, Maximo, hombre, señor.
Por favor. —Papá baja la voz hasta que tengo que presionar mi
oído contra la pared compartida para escucharlo—. El gimnasio, el
auto, todo. Puedes quedártelo. Tómalo.

—No quiero tu mierda, Shamus. Es tan inútil como tú.

—Vamos, hombre, en serio, lo entiendo. Lo jodí. Encontraré


la forma de pagar y luego me retiraré. Me mantendré alejado de la
mesa. Pero si me matas, no tendrás el dinero. Los muertos no
pueden pagar.

¿Matar?

¿Acaba de decir matar?

Abro la puerta de golpe y me lanzo a nuestra pequeña cocina.


Me vuelvo hacia la entrada de la sala de estar justo cuando un
estruendo llena la pequeña casa. Me llena la cabeza. Rebota,
dejando un zumbido en mis oídos.

Pero apenas noto el eco que deja tras de sí.

Porque mi atención, toda mi atención, está puesta en mi


padre.

Mi padre muerto, con un agujero en la cabeza y los sesos


salpicados en nuestro sofá de mierda.

Nunca voy a quitar esa mancha.

Creí decir mis palabras en mi cabeza, pero debo de haberlas


pronunciado en voz alta porque todos los ojos se disparan hacia mí.

Bueno, todos menos los de papá.

El vómito se aloja en mi garganta.

—Mierda —dice un hombre de pelo negro.

El hombre a su izquierda levanta su arma y me apunta.

Justo.
Hacia.

Mí.

No tengo adónde ir. No hay forma de pasar entre tres matones


y un hombre monstruoso. La vieja puerta trasera detrás de mí ya
no se abre. Si me lanzo por el pasillo, podría ser capaz de romper
una de las ventanas pintadas, pero es más probable que me
disparen por la espalda.

Si me muero, huir no será lo último que haga en esta tierra.

Atrapada como un ratón indefenso, rodeada de feroces


depredadores, me quedo donde estoy. Enderezo mi columna
vertebral y levanto la barbilla.

Espero la muerte.

—Espera —dice el hombre de cabello negro, empujando el


brazo del otro hacia abajo. Me estudia con ojos oscuros, pasándose
una mano tatuada por el cabello y luego por la mandíbula. Parece
haber llegado a una conclusión, y asiente una vez con la cabeza—.
Ella viene con nosotros.

Oh, no.

En ese momento, me doy la vuelta y corro.

Hay destinos peores que la muerte.

Y si eso es a lo que me enfrento, tomaré un tiro por la espalda


en su lugar.

Los tomo por sorpresa y gano algo de distancia, pero mis


cortas piernas no son rivales para las mucho más largas de los
matones.

Unos gruesos brazos me rodean la cintura y me agito. Grito,


muerdo, pateo, golpeo y araño.

Lucharé.

Moriré.
Pero nunca me iré con ellos.

—Maldición —dice el hombre, apretándome como si yo fuera


el conejo Lennie que acaricia con demasiada fuerza.

Lo sorprendo con una afortunada patada en el trasero. Su


agarre se afloja lo suficiente para que me suelte y le dé un puñetazo
en la garganta.

Empiezo a girarme para enfrentarme a lo que tengo detrás,


pero antes que lo haga, todo cambia. El mundo se pone de lado.

Y luego se vuelve negro.


MAXIMO

—¿Qué vamos a hacer con ella?

Esa es la pregunta del millón.

Miro por el retrovisor, aunque no puedo ver a la chica


inconsciente que yace en el asiento trasero de mi Navigator.

La hija de Shamus.

La última vez que se había retrasado en el pago de su deuda


de juego, él le había echado la culpa a ser un padre soltero sin otra
familia que lo ayudara. Supuse que era otra de sus mentiras de
mierda.

Me equivoque.

Ella es una cosa pequeña y bonita. Y con pelotas. Puede que


haya aprendido su lucha de Shamus, pero sus bolas de bronce
seguro como el infierno no vienen del cobarde.

Me concentro en la carretera justo a tiempo para esquivar a


un imbécil borracho que cree que cruzar la calle es una opción
inteligente.

Ash le saca el dedo medio al tipo.

—Por eso conduzco yo.

—No, tú conduces para que yo pueda trabajar.


—Además, tener a tu impresionante guardaespaldas te hace
parecer un VIP.

Levanto una ceja.

—Yo no necesito ayuda con eso.

—Cierto —concuerda—. Cuéntame el plan.

Lo haría, pero no tengo ninguno. Ninguna idea. Ninguna


maldita pista.

Y yo soy un hombre que planea meticulosamente todo.

La muerte de Shamus.

Empacando lo suficiente de sus cosas para que parezca que


ha huido de sus problemas.

Incluso el lugar exacto donde voy a enterrar su cuerpo para


que nadie lo encuentre.

He dado cuenta de todo menos de la chica. Ella ha sido un


giro que no había previsto.

—No podemos dejarla exactamente a un lado de la carretera


—dice Ash—. Nos ha visto y ha oído tu nombre.

Eso era cierto. Tenía amigos en el cuerpo, pero solo podían


hacer una cosa. Especialmente si iba a los medios. Les encantaba
una chica guapa y rota. Y la hija de Shamus -con sus enormes ojos
verdes, su espolvoreado de pecas y su largo pelo castaño fresa- sería
un cebo de audiencia.

Además, si la abandonamos, se las vería sola con los lobos.

—Demasiado joven para dejarla por su cuenta. —Me paso una


mano por el cabello—. Dudo que ese bastardo tuviera ahorros.
Estaría jodida incluso sin gente que fuera a cobrar las deudas de
Shamus.

Y vendrían. Alegremente. Codiciosamente. Ansiosos por tomar


su libra de carne de la bonita, y rota chica.
Sé demasiado bien lo que es sufrir por los pecados del padre.
No la voy a dejar lidiar con el desastre de Shamus.

—Así que te la quedas —supone Ash, sin preguntas ni juicios


en su tono.

—Sí, me la quedo.

JULIET
Podría dormir por veinte horas.

Todavía medio dormida, mantengo los ojos cerrados mientras


me estiro y ruedo antes de esconderme entre las almohadas y las
mantas. Debo estar aún más agotada que de costumbre, porque en
lugar de una almohada plana con su funda raída y un colchón lleno
de bultos con los muelles rotos, me siento como si estuviera
durmiendo en las nubes. Limpia, fresca y exuberante.

Y eso es lo que me despierta. Porque nada en mi vida es


limpio, fresco ni exuberante.

Mi mente se catapulta a la conciencia, los recuerdos pasan


por mi cerebro como escenas de una película de terror.

Mi padre está muerto.

Disparado.

Asesinado.

Me han secuestrado. ¿Y drogado?

Este pensamiento me pone alerta. Aún tengo la ropa puesta y


no siento nada fuera de lugar. Ningún dolor que lleve esto de una
pesadilla al infierno en la tierra.

Salto de la cama y apenas puedo ver la habitación mientras


busco una salida. Encuentro tres puertas, intento la más cercana,
pero conduce a un cuarto de baño. La segunda puerta es un
vestidor.
Veamos qué hay detrás de la puerta número tres.

Giro frenéticamente el picaporte de la última, pero en lugar de


un pasillo, lleva a otra habitación. Hay otra puerta en el lado
opuesto, corro hacia ella y tiro de la manilla.

No se mueve.

El pánico se apodera de mí y golpeo con el puño una y otra


vez.

—¡Déjenme salir! ¡Déjenme salir de aquí!

No viene nadie.

Presiono mi oído contra la gruesa madera, esperando oír voces


o movimiento, pero todo está en silencio.

De acuerdo.

Bien, necesito un plan.

Primero, necesito un arma. Luego una salida. Luego sacaré


mi culo de aquí. Luego...

Bueno, ya lo resolveré.

Me giro para registrar el dormitorio más a fondo.

Oh, Toto, ya no estamos en Kansas.

No hay lugar como el hogar... Y éste definitivamente no es un


lugar como mí hogar.

Mi habitación real tiene el tamaño de un armario, y de uno


muy pequeño. Apenas cabe mi cama doble, y tengo que guardar mi
cómoda rota en el baño. Las paredes son de amarillo descolorido,
manchadas y probablemente llenas de plomo. Y la alfombra es de
color óxido: desgastada, rasposa y manchada. El tema decorativo
común en toda la casa.

Donde estoy ahora, es exactamente lo contrario a todo eso.


La habitación es enorme. Más grande que nuestra sala de
estar y nuestra cocina juntos. Las paredes son de un bonito color
gris-azul, sin decoloración o manchas a la vista. La cama blanca,
de cuatro postes, es de gran tamaño y cubierta con almohadas
esponjosas y un edredón de felpa del mismo color que las paredes.

También hay un armario blanco, dos mesas de noche y un


banco largo delante de la cama que hace juego con el resto.

Los muebles de mi casa nunca han hecho juego, ni siquiera


dos piezas, y mucho menos una habitación entera. Todo es de
segunda mano o incluso más baratos.

Compruebo el armario y los cajones de las mesas de noche,


pero están vacíos. Luego, busco en el baño esperando encontrar
una maquinilla de afeitar, un spray químico o incluso un
destornillador, pero no hay nada.

Intento levantar la ventana esmerilada, pero no se mueve, y


no porque estuviera sellada con pintura.

Maldición.

Volviendo al dormitorio, decido probar con la ventana que está


detrás de la cama. Me pongo de pie sobre sobre el mullido colchón,
aparto las cortinas azul pálido lo mejor que puedo, ya que el
cabecero me estorba.

El patio vallado -si es que puede llamarse así- se extiende a lo


lejos y está lleno de más plantas de las que jamás he visto en Las
Vegas, exceptuando algunos de los jardines de los casinos. Están
sanas y vibrantes, algo difícil de conseguir con este calor seco. A un
lado, entre toda la vegetación, puedo ver parte de una piscina. Más
allá de la alta valla de madera, hay hermosos árboles y montañas
lejanas, que forman un precioso telón de fondo para el pintoresco
paisaje.

Parece sacado de una revista.

En realidad, parece un complejo de lujo.

Estoy en un hotel. Tiene sentido.


Más o menos.

Aparte de por qué estoy aquí, tiene sentido.

Pruebo estas ventanas y no me sorprende que estén cerradas


con seguro. Podría romper una, pero herirme con el cristal me haría
más vulnerable. Sin mencionar que estoy en el segundo piso. Si
saltara, me rompería un hueso o algo peor.

Vuelvo a la sala de estar y examino cada centímetro como si


mi vida dependiera de ello, porque estoy bastante segura que así
es. Esta habitación es del mismo tamaño que el dormitorio, aunque
está menos decorado. Hay un sofá de felpa frente a un televisor
colgado en la pared con una larga mesa de centro colocada frente a
él. Pero eso es todo. No hay escritorio, ni silla, ni mini nevera, ni
bloc de papel con logo y bolígrafo. Ni siquiera un teléfono colgado
en la pared, como una reliquia habitual de todas las habitaciones
de hotel, o al menos de las habitaciones de motel en las que papá y
yo nos hemos alojado.

Siento una oleada de emociones que no quiero afrontar, así


que las reprimo.

Tengo que ser inteligente.

Por lo menos, Shamus me enseñó a cuidarme.

No hay ventanas y solo dos puertas: la del dormitorio y la que


está cerrada. Inspecciono la manilla cerrada en busca de un
discreto pestillo, pero no hay nada.

Las cerraduras de los hoteles están en el interior de la


habitación.

Toda la calma que había acumulado desaparece. El miedo se


apodera de mi corazón mientras grito:

—¡Suéltame! Por favor. —Toco la puerta, una y otra vez, hasta


que me duelen los nudillos, y entonces cambio a golpear
fuertemente la gruesa madera—. ¡Por favor, por favor, por favor!

Estoy a punto de darme por vencida para descansar los


nudillos, cuando lo oigo.
Pasos.

Me alejo corriendo de la puerta cuando el pomo empieza a


girar.

Así es como muero.

Soy la puta animadora de la película de terror de la vida,


gritando hacia una tumba prematura.

Deseando haber encontrado un arma, me preparo cuando se


abre la puerta.

Por suerte, no es el jefe ni uno de sus matones. En su lugar,


entra una mujer mayor con una bandeja. Mis ojos se mueven detrás
ella hacia la puerta, pero antes que pueda moverme, se cierra de
golpe.

Ella deja la bandeja en el suelo y sonríe.

—Chica guapa —dice con acento—. Come. Estás demasiado


delgada.

—No tengo hambre —miento.

Ella niega con la cabeza.

—A él no le gustan los mentirosos. No has comido desde que


llegaste ayer, debes estar hambrienta.

Me echo hacia atrás.

—¿Estoy aquí desde ayer?

Eso significa que en realidad hace dos días que no como


porque no había tomado nada antes de hacer mis recados el día
anterior.

—Sí, estabas cansada.

—Estaba drogada —siseo.

No hay conmoción en el rostro de la mujer. Ni confusión. Ni


negación.
Se limita a encogerse de hombros.

—Eso solo dura unas horas. Dormiste las otras dieciséis


porque estabas agotada.

¿Dieciséis horas?

—¿Qué hora es?

—Las diez. Me dijeron que no te despertara hasta mediodía,


pero los hombres dijeron que ya estabas despierta. —Señala la
comida—. Come.

—No tengo hambre. —El rugido de mi estómago contradice mi


repetida mentira.

—Él odia a los mentirosos —ella enfatiza, con una fuerte


advertencia en el tono. Se aligera cuando empieza a juguetear con
la cúpula de la bandeja—. La comida es buena. El señor Freddy solo
utiliza los mejores ingredientes. Mejor que residuos y comida
insípidas para microondas.

No quiero comer. Quiero ser terca, petulante y estar en


guardia. Pero la comida huele tan bien que mi determinación se
debilita rápidamente.

Sería estúpido no comer. No puedo escapar si estoy demasiado


débil. Necesito mi fuerza.

Acercándome nerviosamente como si fuera a pincharme en el


cuello con una aguja, pregunto:

—¿No está envenenado?

Ella me mira como si fuera idiota.

—Si el señor Freddy te oye preguntar eso, no va a cocinar para


ti de nuevo. Jamás.

—Entendido —murmuro.

Sentándome en el sofá, quito la cúpula de metal para revelar


una pila de comida. El plato grande está lleno de huevos, una
montaña de patatas fritas, tostadas y una pila de beicon.
Junto al plato hay un cuenco de fruta con pequeños
recipientes de mantequilla, mermelada, miel y una especie de crema
espesa. También hay pequeños vasos de zumo de naranja, zumo de
manzana y leche.

Es mucho más de lo que yo como en un día, y mucho menos


que en una comida.

Aun así, me falta una parte vital de mi ADN. Necesito un


impulso de cafeína si quiero encontrar una forma de escapar. Así
que pregunto tímidamente:

—¿Sería posible tomar café?

Por suerte, ella no me llama glotona ni me quita la bandeja.


Solo me dedica una sonrisa maternal, o lo que supongo que es una
sonrisa maternal, no tengo exactamente una referencia.

—No, el café es malo para las jovencitas.

Que se lo digan a la principal clientela de Starbucks: las chicas


de instituto que no pueden vivir sin su frappe o PSL 1 diario.

—Detendrá tu crecimiento —ella continúa.

Si claro, llevo dos años con una altura de 1.60 cm. Ya no crezco
más.

Guardando mis pensamientos para mí, empiezo a comer.

—¿Tienes alergias alimentarias? —pregunta.

—No, señora.

—Llámame señora Vera —me corrige.

—Juliet —digo, porque me parece lo correcto en este


momento. Ahora, deseo haber dado un nombre falso.

Esto se me da fatal.

1Pumpkin Spice Latte (PSL), es una mezcla perfecta de café y canela con suaves matices
a calabaza y nuez moscada, coronado con nata y `topping´ de pastel de calabaza.
—Bonito nombre para una chica bonita. ¿Hay alguna comida
que odies? —pregunta.

—La salchicha de desayuno, la calabaza y el atún. Ah, y el


orégano y el romero, pero eso es todo.

Ella levanta una ceja.

—¿Algunos que no te gusten?

Agarro un trozo de beicon perfectamente cocinado, crujiente


pero no demasiado. Es grueso, no el barato y delgado que
cocinamos en el microondas. Sacudo la cabeza.

—No, señora. No soy exigente.

Ella da un suave sonido de reconocimiento, pero por lo demás


me deja comer mientras se preocupa por enderezar los cojines y
limpiar las superficies que ya están inmaculadas.

Solo puedo comer una cuarta parte del delicioso desayuno


antes de llenarme.

Cuando la mujer, señora Vera, vuelve del dormitorio, mira mi


bandeja con desaprobación.

—Me comeré el resto en el almuerzo —digo automáticamente,


sin querer enfadar a nadie. Al darme cuenta que mi respuesta
parece como que seguiré aquí dentro de unas horas, mi tono se
vuelve esperanzador y despreocupado cuando añado—: Me lo
llevaré a casa.

Mi esperanza se desvanece rápidamente cuando la señora


Vera dice:

—No te irás.

—¿Por cuánto tiempo?

—Hasta que el señor Maximo diga que puedes.

Se supone que debo hacerme la lista, pero no puedo


contenerme y grito:
—¡Esto es secuestro!

Una vez más, se encoge de hombros como si no fuera gran


cosa que ella sea cómplice de secuestro y retención ilegal y lo que
sea.

—Gritaré hasta que alguien llame a la policía.

—Nadie lo hará.

La decepción se hunde como una roca en mi vientre.

—¿Los otros huéspedes del hotel?

—El señor Maximo es dueño de cuatro hoteles, pero éste no


es uno de ellos. —No hay ira, ridículo, o veneno en su voz. Es un
hecho—. Y nadie te ayudará.

¿Él es dueño de hoteles?

¿Y este no es uno?

Entonces, ¿dónde diablos estoy?

Abriendo un cajón de la mesita de noche, ella agarra un


mando a distancia y enciende la tele antes de dármelo.

—Volveré con tu comida dentro de unas horas.

—¡Espera! —Me levanto—. ¿Qué se supone que tengo que


hacer?

Ella ladea su cabeza hacia el televisor.

—Hay cientos de canales, seguro que encuentras algo que ver.

Cuando ella se acerca a la puerta, me preparo para salir


corriendo, pero cuando la abre, dos matones están ahí.

Puede que sea capaz de derribarla a ella, pero no tengo


ninguna posibilidad contra ellos.

Me estremezco cuando la puerta se cierra, miro la habitación


y me fijo en los cajones que no había visto en mi primera inspección.
Saco los tres cajones por completo, dándoles la vuelta como
si estuviera en una habitación de escape y tuviera que buscar
pistas. Lo cual no está muy lejos de la realidad. Solo que, en lugar
de luchar contra el reloj, estoy luchando por mi vida. Entro en la
habitación y reviso el armario y las mesitas de noche, palpando por
detrás y por debajo de los cajones.

Vacías.

Mierda.

Estoy realmente atrapada.

Conservando mi energía para estar lista para cuando se


presente la oportunidad, vuelvo a la sala de estar, agarro el mando
a distancia y paso los canales.

Cientos y cientos de canales.


JULIET

—¿Él ha dicho cuando puedo irme?

No digo su nombre. Nunca lo hago.

Dos días completos.

He estado aquí dos largos y aburridos días. Puede no parecer


mucho tiempo, pero cuando se está cautivo y esperando a que tu
destino sea revelado, es una eternidad.

En mi vida real, trabajaba en el gimnasio. Mantenía la casa


en funcionamiento. Hacía tareas, recados, y luego trabajaba en el
gimnasio un poco más.

No veía la tele durante horas. No dormía la siesta. No comía


enormes comidas gourmet tres veces al día.

Ellos están jugando conmigo, lo sé. Me arrullan con una falsa


sensación de seguridad, con la relajación y la belleza antes de tirar
de la alfombra debajo de mí.

¿Qué otra explicación hay?

Cada vez que la veo, le pregunto si él ha dicho cuándo puedo


irme. Cada vez, la respuesta es la misma.

—No —dice simplemente la señora Vera.

Maldita sea.
Sopesando mis palabras por miedo a perder el poco
entretenimiento que tengo, le pregunto:

—¿Puedo tener algo más que hacer? Algunos libros o revistas.

—Preguntaré.

—¿Dijo si podía tener ropa de verdad?

El día anterior, cuando me trajo el desayuno, también me dejó


artículos de aseo y ropa nueva. Por desgracia, eran unos pantalones
de pijama demasiado grandes y una camiseta que me queda como
un vestido.

Por muy cómodos que sean, es imposible que pueda correr


con ellos.

Y necesito poder correr.

—Sí —dice.

Eso ya es algo.

—Ahora come. —Ella quita la cúpula de mi bandeja de


desayuno.

No son mis sobras. Nunca lo son, no importa cuántas veces


insista en comerlas.

En su lugar, hay una rebanada de pan grueso cubierto de


aguacate machacado y un huevo cocido con hierbas frescas. Como
siempre, hay un gran cuenco de ensalada de fruta fresca, pero solo
un vaso de zumo de naranja.

Alguien presta atención a lo que como y a la cantidad.

Me siento y empiezo a comer la fruta. La Sra. Vera niega con


la cabeza, murmurando que yo estoy demasiado delgada, pero me
deja en paz mientras se dedica a su tarea diaria de limpiar lo que
ya está limpio.

Oigo murmullos en el dormitorio y pongo los ojos en blanco.


Al igual que el día anterior, ordené la cama solo para que ella la
deshaga y vuelva a hacerla.
Sin embargo, a diferencia del día anterior, alguien toca a la
puerta.

Mi corazón se acelera mientras me levanto, preguntándome


quién está aquí, qué quiere y, sobre todo, si por fin podre irme.

La señora Vera entra corriendo al abrirse la puerta, pero solo


es el matón que siempre me ignora.

Por lo que he visto, hay una rotación de tres guardias


diferentes.

El tipo de cabello castaño en la puerta es más pequeño que


los otros dos, pero sigue siendo un matón. Él nunca mira hacia a
mí, lo cual me parece bien.

El cabezón grande y corpulento de cabello oscuro siempre me


mira como si quisiera partirme como una ramita.

El último parece más simpático: un matón apuesto con una


sonrisa con hoyuelos. Es alto, tatuado y voluminoso... con el cabello
rapado y barba rubia. No me mira mucho, pero al menos sonríe
cuando lo hace. Es mucho mejor que una mirada asesina.

Luego, por supuesto, está él, pero no lo he visto desde la


primera noche. Tiene el cabello negro rapado a los lados y más largo
en la parte superior, desaliñado, con un montón de tatuajes y ojos
negros malvados.

Ojos de monstruo.

—Oh, bien. —La señora Vera extiende las manos y agarra las
bolsas que tardíamente me doy cuenta que él tenía.

El matón ignorante no me dirige la palabra ni la mirada antes


de marcharse, sorpresa, sorpresa.

La señora Vera se retira a la habitación con las bolsas. A pesar


de mi curiosidad por saber qué contienen, me resisto
obstinadamente a preguntar. Vuelvo a sentarme, corto y como unos
bocados de la deliciosa tostada de aguacate, pero me he llenado de
fruta.
Cuando la señora Vera Vuelve a entrar, no hace ningún
comentario sobre mis sobras mientras recoge mi bandeja.

—Hay jabones nuevos en el baño y ropa limpia en la cama.

—Gracias. —Me comporto lo mejor que puedo y no muerdo la


mano que me da de comer.

Al menos, no todavía.

Cuando ella se va, entro en el dormitorio para ver qué me han


dejado. Efectivamente, la cama ha sido rehecha, cada línea y
pliegue precisos. Un par de leggins grises, una camiseta blanca,
ropa interior lisa y un brasier están puestas aquí.

Cuando pedí ropa, supuse que me darían... no sé, algo


parecido a un mono de prisión o un traje de segunda mano. No
esperaba nada bonito ni suave.

Al entrar en el cuarto de baño, veo que la estantería


empotrada está llena. Me han traído jabón, shampoo y
acondicionador, cepillo de dientes y pasta dentífrica la mañana
anterior, pero aún hay más, además baño de burbujas, lavado de
cara y un exfoliante de cuerpo.

Tengo la tentación de sumergirme en la bañera, pero prefiero


darme una ducha rápida. Me seco, me lavo los dientes, me visto y
espero.

Tengo un plan.

Por suerte, mi almuerzo de unas horas más tarde incluye la


habitual botella de agua. A pesar de los nervios y la expectación que
me oprimen el estómago, me obligo a comer toda la comida, pero
guardo la botella a mi lado para que Vera no se la lleve. Espero otra
hora tensa antes de ponerme los zapatos gastados.

Estoy alimentada e hidratada.

Estoy descansada.

Estoy vestida con ropa que me permite moverme.


Es la hora.

La oscuridad de la noche podría ser más fácil para ocultarse,


pero también significa que tendría que navegar en dicha oscuridad.

El día es mi mejor opción.

Me dirijo hacia la puerta principal y llamo con fuerza:

—¡Necesito ayuda! Me duele mucho mi estómago. Creo que


algo va mal. —Al no obtener respuesta, añado un sollozo medio
forzado—. Por favor, ayuda.

La puerta chasquea antes de abrirse. Agradezco a mis


estrellas de la suerte que es el matón que me ignora y no el
desagradable.

—¿Qué te pasa?

—Mi estómago —gimo.

Él da un paso hacia adentro.

Y yo tomo mi apertura, literalmente. Como uno de los


boxeadores de papá, me agacho y zigzagueo, esquivando al hombre.
Salgo por la puerta antes de cerrarla con él en el interior.

La habitación está al final de un pasillo, por lo que solo queda


una dirección. Corro, pasando puerta tras puerta hasta que doblo
una esquina y las veo.

Escaleras.

Casi me caigo por la resbaladiza madera al saltarme escalones


en mi prisa. Al llegar al vestíbulo, no soy cuidadosa, ni voy despacio,
ni compruebo lo que me rodea y no me importa. Mis ojos están
puestos en el premio: la puerta principal.

La abro de un tirón, salgo del porche y me dirijo hacia la


carretera.

Al igual que el patio trasero, hay una valla alta que rodea
completamente la enorme propiedad. Una verja de hierro bloquea
la entrada del sinuoso camino. Sabiendo que será más fácil de
escalar que la valla, corro hacia ella.

Después de echar un vistazo rápido para confirmar que no


hay ningún botón secreto para abrir fácilmente la verja, tiro el agua
al otro lado y meto los pies entre los barrotes para trepar por el
traqueteante metal. Las lanzas decorativas de la parte superior me
rozan el vientre y las piernas, pero no me importa.

Ya casi soy libre.

Al aterrizar en el otro lado, agarro la botella de agua y


aprovecho un momento para mirar a mi alrededor.

Nada.

Solo un terreno extenso sin edificios ni casas hacia los que


pueda correr o esconderme. La carretera está vacía; ni siquiera se
oye el sonido lejano del tráfico.

Elijo una dirección y salgo a toda velocidad, moviendo las


piernas hasta que me duelen. Las rocas se clavan en mis suelas, y
mis desgastadas zapatillas de lona ofrecen poca amortiguación.

Pero no me detengo.

Corro hasta que me arden los pulmones y la vista se me hace


un túnel. Solo ante la amenaza de desmayarme, cambio a una
caminata rápida.

El tramo de desierto vacío es mucho más grande de lo que


había previsto. No hay senderos marcados ni gente. Sigo
caminando, esperando ver edificios o una carretera en el horizonte,
pero cada paso me adentra más en la nada.

Sin ruidos de nadie siguiéndome, porque no hay forma que


esos grandotes puedan estar en silencio, aminoro aún más el paso.
Incluso con mi ritmo reducido, el sol que me golpea me hace sudar
a chorros. Me detengo a descansar a la sombra de una roca, pero
me preocupa que mi olor atraiga a los bichos.

O algo peor.
A medida que pasa el tiempo, mi inquietud aumenta. Miro por
encima del hombro, pero no hay rastro de la casa ni de la carretera.

Delante de mí, a los lados, atrás: desierto.

Debería haber ido por la carretera.

Pero no hay vuelta atrás

MAXIMO
Inclinándome hacia atrás en mi silla, miro fijamente al
hombre sentado al otro lado de mi escritorio.

Mugsy Carmichael.

O Ronald Carmichael, según su partida de nacimiento y su


licencia.

Estúpido cambio de nombre para un hombre estúpido.

Cuanto más tiempo permanecemos sentados en silencio, más


sudor gotea por su gorda papada y más se agota mi limitada
paciencia.

Tengo cuatro complejos que dirigir: Moonlight, Sunrise, Star


y Nebula. Tengo reuniones, correos electrónicos y un montón de
dolores de cabeza relacionados con la gestión de esos cuatro
complejos. Y tengo que vigilar a una palomita.

Mi mirada se desvía hacia los monitores de seguridad que


cuelgan en la pared detrás de él justo cuando encuentra sus pelotas
y habla:

—Después que hablamos, Shamus McMillon, eh, desapareció.

—Okay. —Ni mi cara ni mi voz delatan nada. Y él está


buscando confirmación que las dos cosas están conectadas. La
confirmación de que yo lo mate.

—Su hijita también ha desaparecido.


De nuevo, no revelo nada.

—Okay.

Mugsy se pasa la mano por el cabello teñido de negro con


partes grises que hacen poco para cubrir su creciente calva.

—Sé que Shamus jodió todo. Él te jodió…

—¿Él lo hizo?

—Bien, nosotros. Le ayudé, pero solo porque estaba a punto


de perderlo todo. Se había metido en problemas...

—Me importa una mierda los problemas que tenía. Me


importa una mierda ser jodido por un tramposo y un mentiroso.

—Dije que te lo compensaría. Soy tus ojos y oídos. Tendrás la


primera llamada sobre nuevos luchadores. Cualquier otra cosa que
quieras, lo haré. —Inhala profundamente, armándose de valor.

Qué marica.

—Juliet —empieza, diciendo lo único que me interesa.

Me hago el tonto.

—¿Quién?

—La niña de Shamus. Es una niña dulce. Una buena niña.

Ella es pequeñita, pero está lejos de ser la niña de secundaria


con coleta que Mugsy está tratando de describir.

—¿Qué pasa con ella?

Mugsy parece nervioso, y yo empiezo a pensar que tendré que


desinfectar la silla cuando se vaya. O tal vez simplemente tirarla.
Dudo que el hedor a sudor desaparezca.

—Ella no tiene nada que ver con Shamus. No merece ser


castigada.

—¿Qué estás insinuando? —digo mordazmente.


—Nada, nada. Solo digo que ella también ha desaparecido.

—Si ella tiene algún sentido en su cabeza, se fue tan lejos de


la mierda de Shamus como pudo.

Él duda, pareciendo estar en guerra consigo mismo.

—Ella no tiene otra familia. Eran solo ella y Shamus. Solo


tiene diecisiete años.

Eso ya lo sé. Cole está averiguando todo lo que hay que saber
sobre Juliet, pero ha sido un goteo lento. Shamus no mantuvo
registros meticulosos. Ni certificado de nacimiento, ni registros
escolares, ni siquiera una maldita declaración de renta.

Solo he accedido a la solicitud de reunirme con Mugsy por si


tiene algo útil que decir por una vez en su patética vida.

Debería haberlo sabido mejor.

Me levanto tan rápido que mi silla choca con la pared detrás


de mí, y coloco las palmas de las manos sobre el escritorio.

—No sé con quién mierda crees que estás hablando, pero yo


reconsideraría tu insinuación.

—No, no. No hay ninguna insinuación. —Se retracta—. Solo


estoy planteando mi preocupación para que estés atento por si
alguien la ha visto.

Mentiroso.

Aun mirándole fijamente, mi voz es uniforme:

—Si alguna vez me vuelves a traicionar, te lo haré pagar. Me


importa una mierda lo noble que creas que es tu razonamiento, te
haré desear la muerte.

—No volverá a pasar.

Mi celular suena, pero no miro mientras le doy ignorar.

—Y si alguna vez vienes a mi oficina e insinúas una


acusación, te cortaré la lengua y te la daré de comer. ¿Está claro?
Antes que pueda responder, Ash mete la cabeza en mi
despacho.

—Contesta tu teléfono.

Mientras él habla, empieza a sonar de nuevo.

Lo agarro, veo que es Cole y conecto la llamada.

—¿Sí?

—Ella se ha escapado.

Mis tripas se agitan.

—¿Qué has dicho?

—Salió corriendo, las cámaras la mostraron dirigiéndose al


Este.

Mantengo la calma, pero a duras penas. Quiero meter mi


teléfono en la garganta de Mugsy para matar dos dolores en mi culo
a la vez.

—Luego te llamo. —Le presto atención a Mugsy, necesito que


se vaya—. ¿Estamos claro?

—Claro. —Se atraganta.

—Lárgate de mi despacho.

Se levanta de un salto y, efectivamente, una mancha de sudor


está pegada a la silla.

Marco está esperando para escoltar a nuestro invitado no


deseado fuera.

Ash entra.

—Yo iré...

Pero ya me he levantado y estoy agarrando mis cosas.

Ash y yo salimos de mi oficina mientras Marco y Carmichael


suben al ascensor público. Escaneo mi dedo pulgar por el privado.
Una vez dentro, vuelvo a llamar a Cole.

—¿Cómo demonios ella se escapó?

—Ella estaba gritando que le dolía el estómago y dijo que


necesitaba ayuda.

—¿Y por eso abriste la puerta y la dejaste ir? —gruño.

—No, fui a ver cómo estaba y... Marco tenía razón, es rápida.
Ella me esquivó y me encerró. Tuve que llamar a Freddy para que
me dejara salir.

—Maldita sea.

Que Juliet haya pateado el culo de Marco en su casa y luego


no solo esquivara a Cole, sino que lo haya encerrado en la
habitación es divertido. O lo sería, si la preocupación no estuviera
pesando en mis entrañas.

Debería estar preocupado por mí, ya que ella podría añadirme


al secuestro y asesinato.

Pero mi única preocupación es Juliet.

Mi casa está aislada, rodeada de nada en kilómetros. Yendo a


la izquierda ella tendrá algo de sombra de rocas, arbustos o árboles
de Joshua, pero no hay senderos o caminos marcados para guiarla.
Sin embargo, hay coyotes, serpientes de cascabel, y el escorpión
ocasional.

—Voy para allá. Empieza a buscar —le digo antes de colgar.

Sabía que su actuación de ratón tímido era solo eso: una


actuación. He estado esperando que intentara escapar o vengarse.

Pero su sincronización y su sentido de la autopreservación


son una mierda.

Si yo no hubiera salido de la casa.

Si no hubiera apagado los monitores para lidiar con ese imbécil.

Si no me la hubiera llevado en primer lugar.


JULIET

¿En qué estaba pensando?

No tengo ni idea de la hora, pero es tarde.

Y oscuro.

Y frío.

Y aterrador como la mierda.

La parcela de desierto no es una parcela. Tampoco es una


franja. Es interminable: solo desierto seguido de más desierto
rodeado de más desierto.

Me duelen hasta los huesos, mucho más que el cansancio y


el dolor que jamás he experimentado. Cada paso forzado se siente
interminable. A pesar que he aprovechado de cada atisbo de sombra
que he encontrado, mi piel está tensa y dolorosamente quemada
por el sol. Y tengo sed. Mucha sed.

Quiero volver.

Pero sigo avanzando porque tengo que encontrarme con la


civilización eventualmente.

Eso espero.

Incapaz de ver a dónde voy, mi pie se engancha en una roca


dentada. Caigo hacia adelante, pero mi zapato se atasca, haciendo
que mi tobillo se tuerza dolorosamente mientras caigo.
—Mierda —siseo, con lágrimas de dolor y frustración
quemándome los ojos—. Ay, ay, ay.

Mi zapatilla se rompe y un dolor insoportable desgarra mi


tobillo, haciéndome preguntar si me lo rompí.

Con ayuda de una roca, me levanto, pero en cuanto apoyo el


peso en el pie, el dolor me sube por la pierna y cede.

Tirada en el suelo, la enormidad de lo mal que me he jodido


se hunde en mí. Estoy sola. Sin teléfono. Sin armas. Sin comida.
Aunque bebí un sorbo de mi agua, hace tiempo que se acabó.

Y nadie me buscará porque no tengo a nadie.

El monstruo y sus matones probablemente saben que estoy


perdida y muerta, solucionando su problema sin que tengan que
mover un dedo... o un arma.

Estoy atrapada sola en medio del desierto con bichos,


animales salvajes, y Dios sabe qué más.

Al cabo de unos minutos, descubro qué hay más. Porque


mientras estoy sentada, algo se mueve sobre mi pie.

No, no se mueve.

Se desliza.

Lentamente.

A propósito.

Y sigilosamente.

Ni siquiera me doy cuenta que me ha rodeado hasta que es


demasiado tarde: hasta que estoy rodeada por su larga longitud.

Congelada, mi aliento se queda atrapado en mis pulmones


mientras aprieto la mandíbula para evitar chillar.

Incluso, si estuviera ilesa, es poco probable que pudiera


escapar antes que la serpiente me atacara. Estar herida
prácticamente es un fracaso. ¿Cómo podre correr si ni siquiera
puedo estar de pie?

No puedo.

Lenta y cautelosa, busco detrás de mí la roca dentada que me


metió en este lío. Una vez que la agarro, busco la punta más afilada.
Me esfuerzo por ver en la oscuridad, y cuando estoy bastante segura
que veo la cabeza, golpeo la roca hacia abajo.

La serpiente suelta un horrible y doloroso silbido y yo suelto


un grito sollozante antes de golpearla de nuevo. Y otra vez. A pesar
que me duele el corazón, golpeo con la roca una última vez,
asegurándome que está muerta.

Dejo caer la roca y me alejo rápidamente antes que los


carroñeros vengan por ambos. Una vez que me escabullo lo
suficiente como para poner algo de distancia entre mi víctima
reptiliana y yo, controlo mis emociones y me devano los sesos
buscando un plan.

No puedo sentarme a esperar. No vendrá ningún rescate. Una


hora de descanso no hará ninguna diferencia en mi tobillo, pero
aumentará mis posibilidades que otro depredador me descubra.

Y, esta vez, podría no tener tanta suerte.

Eso me deja una opción.

Tengo que arrastrarme.

Moviéndome lentamente, ignoro la arena gruesa clavándose


en mis palmas, los bichos atacando implacablemente, y el dolor en
mi tobillo. No estoy haciendo buen tiempo, pero me estoy moviendo,
y eso es lo que importa.

Siempre empujando.

Siempre luchando.

Siempre tratando de sobrevivir.

Estoy tan cansada de esto.


¿Por qué huyo?

Perdida, asustada y adolorida, un sollozo me desgarra


mientras el remordimiento me araña el pecho.

Dejé atrás una habitación preciosa, tres comidas deliciosas al


día, y cero responsabilidades... ¿para qué? ¿Para valerme por mí
misma como siempre he hecho? Para, ¿Apenas sobrevivir?

Porque como no estoy aquí por elección, ¿ser una indigente es


mejor?

Sacudiendo la cabeza, me recuerdo a mí misma que no sé lo


que ellos planeaban hacerme. Podrían ser traficantes o proxenetas,
una industria enorme en Las Vegas. No sé por qué me dieron de
comer y me instalaron en una bonita habitación, pero quién sabe
cómo trabajan los monstruos.

Y él es un monstruo. Un asesino.

No importa que Shamus fuese un imbécil que había sido


horrible conmigo.

No importa que él hubiera merecido algo peor que una muerte


rápida.

Todo lo que importa es que Maximo es capaz de asesinar, y


eso significa que yo necesito escapar.

¿Verdad?

Solo hago una corta distancia sobre mis manos y rodillas


antes que un calambre me apriete el estómago, robándome el
aliento y la capacidad de moverme. Ruedo hasta sentarme sobre mi
culo, manteniendo un ojo en mi entorno.

Voy a morir aquí.

Sola.

Siempre sola.

Una vez que mi calambre disminuye, empiezo a arrastrarme


de nuevo.
Pero no hacia adelante.

No, me arrastro en la dirección que vengo. Hacia donde quiero


estar. Por lo que sé, me voy de lado, dirigiéndome más lejos en el
desierto, pero no me importa.

Mis brazos tiemblan por el esfuerzo de soportar mi peso. Mis


cortes están cubiertos de arena, quemando y desgarrando las ya
dolorosas heridas. La piel está cubierta de picaduras de insectos.
Me duelen los costados, las rodillas parecen que fueran a hacerse
añicos y mi estómago apretado gruñe constantemente.

Mataría por una de las bandejas del señor Freddy ahora


mismo.

Usando la imagen de una tortilla esponjosa y café para


impulsarme, empiezo a gatear más rápido hasta que llego a la
pequeña parcela de árboles de Joshua en la que había descansado
antes.

Voy por el buen camino. Tal vez realmente voy a sobrevivir a la


noche.

Mi avance se ve interrumpido de repente cuando mi rodilla se


estrella contra algo afilado. Me atraviesa la piel ya en carne viva,
clavándose tan profundamente que parece incrustado en el hueso.

—Mierda —siseo. Lucho por ser fuerte, pero cada vez que
pongo peso sobre ella, el dolor aumenta. Me siento sobre el culo y
me subo los leggins llenos de barro. Sin luz para ver, me paso la
mano por la rodilla, pero no hay nada. Eso no significa que no haya
nada bajo la superficie.

No puedo andar.

No puedo arrastrarme.

No puedo hacer nada.

Solo un pequeño respiro. Luego encontraré la manera de seguir.


Me arrastraré si tengo que hacerlo.
Abrazándome las piernas dobladas, apoyo la mejilla en la
rodilla no lesionada. Le doy a mis ojos vigilantes un descanso,
permitiéndoles cerrarse mientras inhalo profundamente.

Y como estoy tan quieta, lo oigo.

Un rugido.

Se desvanece, pero no está en silencio mucho tiempo.

El chasquido de una rama.

El susurro de la maleza.

Algo está aquí.

Se me cae el estómago y me quedo paralizada, aterrorizada


por la indecisión. ¿Me arrastro? ¿Intento correr, lesionándome aún
más el tobillo y haciendo mucho ruido que los alertaría? ¿O me
quedo quieta, dejando que cualquier depredador rastree mi olor y
acabe conmigo?

No sé qué, pero tengo que intentar algo. Cualquier cosa.

Con las manos en el suelo, me esfuerzo por ponerme de pie,


pero ni siquiera tengo la oportunidad de probar mi tobillo lesionado
porque mis piernas se rinden.

Apenas puedo contener un grito de dolor.

Los sonidos se hacen más cercanos y mis ojos buscan al


depredador.

Sorpresa y alivio me inundan cuando veo una tenue luz justo


antes que se despejen las sombras.

Maximo.

—Viniste —me obligo a decir a través del nudo en la garganta.

—Jesús, palomita —susurra Maximo bruscamente,


acercándose a toda prisa. Su pantalones caros y camiseta blanca
aun prístina, como si la suciedad no se atreviera a tocarlo. Solo sus
zapatos de vestir muestran signos de su viaje: el brillante cuero
negro arañado y cubierto de arena. Se agacha frente a mí y me
aparta el cabello sucio del rostro. Sus ojos moviéndose entre
estudiarme y escudriñar nuestro entorno—. ¿Te has hecho daño?

Le señalo mi pie.

—Me he torcido el tobillo.

—Déjame ver. —Agarrándome la pantorrilla, empieza a


enderezarme la pierna, pero el dolor me sube por el músculo y
retrocedo—. Juliet.

No sabía siquiera que él supiera mi nombre.

Ante su tono firme, me muerdo el labio y dejo que me extienda


la pierna y toque suavemente la articulación hinchada. Su
expresión sombría es atronadora, pero su voz es suave cuando me
responde:

—¿Qué te has hecho?

—Lo siento —digo por reflejo.

Se levanta y me da la linterna. Espero a que me levante de un


jalón, pero en su lugar, me levanta en sus brazos.

Como no quiero que él se tropiece al levantarme, por no hablar


de que estoy sucia y huelo mal, insisto:

—Puedo caminar.

Creo.

Él no responde verbalmente, solo me lanza una mirada rápida


antes que su mirada vuelva a donde está pisando.

—De verdad, solo necesito un poco de ayuda. —Intento de


nuevo.

—No.

—Pero...
—Juliet. —Su tono está lleno de advertencia nuevamente,
como si esta fuera la única forma en que puede decir mi nombre.

Me muerdo la lengua todo lo que puedo antes de murmurar:

—Debería haber ido por la carretera.

Maximo se detiene, y me preocupa que me tire al suelo y ya


que él es mucho más alto que yo, está no sería una caída corta. En
cambio, asegura su agarre en mí y me mira con desprecio.

—Esa ruta es más dura. Habrías caminado kilómetros sin


árboles ni rocas que te dieran sombra. No habrías llegado lejos
antes de desmayarte por insolación. —Él me ajusta en sus brazos
mientras comienza a caminar de nuevo—. O algo peor.

—Oh.

Él emite un gruñido sin compromiso.

Tras unos minutos más de tenso silencio, llegamos a un


todoterreno esperando por nosotros. Él me deja en el suelo, agarra
la mochila y me da dos sándwiches y una botella de agua.

—Come.

No tiene que decírmelo dos veces. Muerdo el sándwich de PB


& J como si fuera lo mejor que he probado en mi vida porque, en
este momento, lo es. Me como los dos y me tomo la gloriosa agua
en cuestión de minutos.

Me duele el estómago por comer tan rápido, pero eso es mejor


a que me duela por hambre o miedo.

Cuando termino, él agarra mi basura y la mete en la mochila.

—¿Qué hora es? —le pregunto.

—Casi medianoche.

Dios, qué estúpida soy.


Me he perdido, quemado por el sol, herido hasta el punto de
incapacitarme dos veces, y me he visto obligada a matar a una
serpiente.

Y solo ha pasado medio día.

¿Qué habría pasado si él no hubiera venido? ¿Habría


sobrevivido al día siguiente? ¿Habría sobrevivido incluso a la
noche?

Pero no tendré que averiguarlo porque Maximo vino por mí


cuando, cuando podría haberme dejado morir fácilmente.

Incapaz de ahogar mi gratitud, suelto:

—Gracias por buscarme.

—Juliet.

—Pensé... yo solo... estaba...

—Cállate.

—Me callo —susurro, antes que cambie de opinión y me


abandone.

Maximo sube detrás de mí antes que el todoterreno ruja a la


vida. Un faro ilumina el camino, pero él parece saber por dónde va,
su velocidad devora la distancia hasta que su casa finalmente
aparece a la vista. Él se detiene junto a la verja y apaga el motor
antes de levantarse, sacar su celular del su bolsillo, y tocar la
pantalla varias veces.

—Llámalos, ya la tengo. —Salto cuando su mano se posa en


mi cabeza, pero él se limita a acariciarme el cabello distraídamente
mientras mira hacia la casa—. Sí. Agarra el auto, nos vemos en la
calle.

¿El auto?

Claro que no me van a dejar volver a la casa.

Por supuesto que no.


He sido testigo de su crimen y luego prisionera. Intentar
escapar les demostró que yo soy un cabo suelto que necesita ser
cortado antes que cuente todo. Tal vez, él me rescato solo para
asegurarse que muera.

El miedo que había desaparecido tras mi rescate vuelve


multiplicado por cien.

No me molesto en discutir cuando él me baja del todoterreno.


No hago las miles de preguntas que se arremolinan en mi cabeza.
No expreso mis temores.

Porque nada de eso importa.

Perdida en mis pensamientos, permanezco en silencio


mientras un todoterreno sale de la calzada y se detiene frente a
nosotros. Un apuesto matón se baja, con los ojos clavados en
nosotros. Espero a que me fulmine con la mirada, pero no lo hace.
En todo caso, parece feliz de verme. Él abre la puerta trasera y
Maximo me acomoda en el asiento.

Cuando la puerta se cierra, me abrocho el cinturón por


instinto.

En lugar de conducir o sentarse en el asiento del pasajero,


Maximo abre la otra puerta trasera y se sube, moviéndose hasta
situarse en el centro. Se acerca a mí, me desabrocha el cinturón y
me sienta en su regazo.

Tal vez esto será como las viejas películas de gángsters donde
me lanza de un auto en movimiento.

¿Qué tan bien puedo encogerme y rodar?

El guapo matón se sube y empieza a conducir.

—¿Está todo listo? —le pregunta Maximo.

—Todo listo y esperando.

Separándome del terror y el dolor, miro por la ventana.


No hay nada a la vista. Tal como había dicho Maximo, esta
ruta es desierto por millas y millas sin casas, edificios, rocas, o
incluso matorrales alrededor.

Como si leyera mis pensamientos, susurra:

—Te lo dije.

Asiento con la cabeza, porque no encuentro las palabras.

Cuanto más avanzamos, más se apodera de mí el pánico. En


lugar de suplicar inútilmente, decido aprovechar el tiempo para
maldecir al cabrón de mi padre. Si él no hubiera mentido, engañado
y mentido más, nada de esto habría pasado. Yo estaría durmiendo
en mi cama de mierda, en mi casa de mierda, en mi vida de mierda.

No habría estado a salvo, nunca lo estuve, pero estaba


acostumbrada. Defenderme de imbéciles, borrachos y trepadores es
más fácil que enfrentarse a los elementos, bichos y serpientes.

—¿Estás bien? —pregunta Maximo, tocando con su mano mi


frente—. Estás temblando.

Es por la rabia, pero no lo comparto.

—Estoy bien.

Él encuentra su mirada con los ojos del conductor en el espejo


retrovisor.

El matón levanta la barbilla.

—Podría ir mucho más rápido si la bajaras para que se


abroche el cinturón.

—No. —Es todo lo que dice Maximo, y el matón no discute.

Si hubiera sido una chica diferente que hubiera vivido una


vida diferente, podría haberme creído su preocupación. Y esa
preocupación me hubiera dado esperanza. Pero sé que no es así.

La esperanza es una palabra vacía en el camino hacia la


decepción.
Agotada, mental y físicamente, quiero recostar mi cabeza,
pero no puedo. El dolor me facilita estar alerta mientras
permanezco sentada en el silencioso auto. Mirándome las manos en
el regazo, me hundo aún más en mí misma mientras aprovecho el
tiempo para construir mis muros contra lo que sea que va a venir.

Si estoy a punto de morir, lo haré con mi orgullo; es lo único


que tengo a mi nombre.

Si él está a punto de devolverme al agujero de mierda que es


mi vida, me las arreglaré.

Siempre lo he hecho.

Al cabo de un rato, el auto gira y vuelve a girar. Disminuye la


velocidad, pero es solo cuando se detiene es que yo levanto la vista.

Pero ¿qué demonios...?


JULIET

Un hospital.

Él no me traería a un hospital si fuera a matarme. Eso sería


como hacerle la manicura a alguien antes de cortarle los dedos, una
pérdida de tiempo.

Mis ojos se desvían del letrero de Urgencias hacia Maximo.

Su cara no delata nada mientras sale del auto antes de volver


a ajustarme en sus brazos y llevarme a la abarrotada sala de espera.
En lugar de hacer la larga cola, se detiene un momento.

Un hombre atraviesa las puertas dobles situadas a nuestra


derecha.

—Señor Black.

Maximo camina hacia a él.

—Doctor Pierce.

Maximo Black.

Me pregunto si ése es su verdadero nombre o un alias.

El doctor hace un gesto.

—Por aquí.

Lo seguimos a través de las puertas dobles, por un pasillo


sinuoso, y dentro de una habitación privada en lugar de una cabina
con cortinas. Maximo finalmente me coloca en la camilla, pero se
queda cerca.

Debe estar asegurándose que no le diga al doctor que me


secuestraron.

Yo no lo haría. Por un lado, ellos claramente se conocen.


Incluso si dijera la verdad, el doctor podría no creerme. Solo
enojaría más a Maximo por nada. Estoy bastante segura que él no
va a matarme, pero no quiero tentar a la suerte.

Además, si el doctor se pone de mi lado, llamaría a la policía.


Tengo diecisiete años. No tengo familia. Involucrar a las autoridades
es un billete de ida a la casa de acogida.

Prefiero arriesgarme sola.

—¿Qué pasó? —pregunta el médico.

—Tuve la brillante idea de explorar por mi cuenta. Me perdí y


tropecé con una roca. —Me subo los leggins para mostrar mis
rodillas magulladas.

—Por Dios, paloma —espeta Maximo, horrorizado.

Él tiene motivos para estarlo. Mis piernas tienen un aspecto


horrible, especialmente mi rodilla que está hinchada, roja y caliente
al tacto.

—Después que me lastimé el tobillo, traté de arrastrarme y


me apuñalé la rodilla con algo.

El médico abre un cajón y saca una fea bata.

—Desvístete hasta la ropa interior y ponte esto. Esperaremos


afuera.

—No voy a dejarla —dice Maximo, con la mirada fija en mis


maltrechas piernas.

—Sr. Black —dice el doctor señalando.

Vacilante, toco el brazo de Maximo, sus ojos disparándose


hacia los míos.
—Por favor.

Él se pasa la mano por el cabello antes de asentir.

—Voy a volver a entrar.

El desafío en sus ojos oscuros reta a cualquiera a discutir,


pero yo no voy a hacerlo. No sé por qué le importa. No sé por qué
actúa tan amable. Sin embargo, sí creo que perdí la cabeza en el
desierto.

Porque después del día que he tenido, la compañía de un


monstruo me resulta reconfortante.

Ellos salen de la habitación y me apresuro a quitarme la ropa


sucia. Me pongo la bata delgada y rasposa y vuelvo a sentarme en
la camilla.

Un momento después se abre la puerta y entran los dos


hombres. El médico saca varias cosas de los armarios y las coloca
en una bandeja metálica. Se coloca un par de guantes y me dedica
una sonrisa tranquilizadora.

—Tenemos que limpiarte para una radiografía.

Mierda. Solo quiero comer y dormir, y no necesariamente en ese


orden. Voy a estar aquí una eternidad.

Mi padre se rompió un dedo durante un partido el año pasado


y tardó horas en hacerse las radiografías y más horas en obtener
los resultados y en ponerle una férula. Fue en otro hospital, pero
todos estaban saturados por la noche.

Las lesiones de los borrachos son tan habituales en Las Vegas


como las coristas y Barry Manilow.

Todos los pensamientos del tiempo vuelan a mi cabeza


cuando el médico comienza vigorosamente a frotar mi pierna.

—¡Ay! —digo con un grito ahogado.

—Pierce —gruñe Maximo, con la misma advertencia en el tono


que usó antes conmigo.
Al menos no soy la única que le irrita.

El médico se queda inmóvil, pero yo niego con la cabeza.

—Estoy bien. Es solo que no esperaba que doliera tanto.

—Haré un pedido de analgésicos en cuanto termine. ¿Eres


alérgica a algo?

Niego con la cabeza.

Cuando vuelve a limpiar la suciedad seca, me siento lo más


quieta posible, ahogando las lágrimas y las súplicas para que pare.
El único movimiento es el rápido subir y bajar de mi pecho.

—Paloma —susurra Maximo, tranquilizándome y


acariciándome la parte superior de la cabeza. Quiero inclinarme
hacia su tacto, pero no puedo.

No debo.

Mis músculos están tan tensos que me duelen los huesos,


pero permanezco callada y estoica mientras el jabón hace arder mis
heridas y el restregado me deja la piel en carne viva.

Se sienten como cien horas cuando el médico finalmente se


sienta y examina mi piel enrojecida.

—Es lo mejor que podemos hacer. Traeré un transporte para


llevarte a rayos X.

El médico se marcha y cierra la puerta tras de sí.

Maximo viene y se para frente a mí, sus manos agarran el


borde de la camilla mientras se inclina para que estemos cara a
cara.

Evitando su mirada, miro a un lado. Hay un punto tatuado


que le sube por el cuello, pero no sé qué es.

—Mírame —me ordena, haciendo que mi mirada pase de su


tinta misteriosa a sus ojos—. ¿Estás bien?

—Estoy bien —digo automáticamente.


—Juliet.

—De verdad, estoy bien. Puedes irte.

Sus ojos oscuros se entrecierran y me echo hacia atrás en la


camilla. Añade una mandíbula apretada a su mirada, pero antes
que él pueda hablar, una mujer vestida de verde empuja una silla
de ruedas.

Sus ojos se agrandan al ver a Maximo y tarda un momento en


centrarse en mí.

—Soy Mia, de transportes, vengo para llevarte a rayos X.


¿Lista, dulzura?

—¿Ya? —pregunto.

—El doctor Pierce lo ordenó —responde con una sonrisa,


aunque puedo ver sorpresa y confusión en su expresión.

Maximo no parece compartir nuestra confusión. Él me levanta


antes que pueda bajarme, y me deja en la silla de ruedas.

—Podía con los tres escalones —digo.

Él no responde verbalmente, solo me dirige otra mirada. Ese


parece ser su movimiento cuando considera que algo no merece una
respuesta.

Mia se mueve para empujar la silla de ruedas, pero Maximo


llega primero. Ella no se molesta en discutir, ahorrándose
inteligentemente la mirada, y lo guía a través de los pasillos,
pasando su placa periódicamente para desbloquear puertas y
llamar al ascensor de transporte.

Cuando llegamos a la planta baja, Mia señala un lugar contra


la pared.

—Parquea la silla ahí. Enseguida estarán con ella, así que, si


quieres tomar un aperitivo o un café, ahora es un buen momento.
—Su sonrisa cambia de profesional a algo que deja claro que él es
el aperitivo que ella quiere comer—. Puedo indicarte dónde está la
cafetería.
Maximo no la mira.

—Esperaré.

Ante su frialdad, ella vuelve a ser profesional.

—De acuerdo, buena suerte.

Mientras se aleja, Maximo me pregunta:

—¿Te duele algo?

—No, estoy bien.

—Tienes el ceño fruncido.

¿Lo tengo?

—Haré que Pierce te traiga los analgésicos ahora.

Agarrando su brazo, niego con la cabeza.

—Estoy bien. De verdad.

—Solo comiste esos sándwiches, ¿tienes hambre?

—¿Puedo tomar un café? —pregunto, desesperada por la


amarga bondad y la necesaria sacudida de cafeína después de un
día tan duro.

—Uno pequeño.

Ahora mismo absorbería un filtro de café usado, así que


cualquier cosa es buena.

—¿Azúcar y crema? —Ante mi asentimiento, él dice—: Ahora


vuelvo.

Después de una rápida pero incómoda radiografía, entro en el


pasillo para encontrar a Maximo esperando con una pequeña taza
de café en la mano. La intento agarrar en cuanto está a mi alcance,
pero él la aparta. Cuando vuelvo a agarrarla, Maximo se la acerca
a la cabeza. Como él es más de medio metro más alto que yo y estoy
sentada, bien podría estar en la luna.
—Por favor. —Intento, porque estoy dispuesta a suplicar.

La sostiene durante un largo rato antes de entregármela


finalmente.

Sonrío mientras el aroma amargo llena mi nariz.

—Oh sí, eso es lo bueno.

La misma mujer del transporte se acerca, usando la voz


condescendiente y el nombre de nuevo.

—¿Lista, dulzura?

Sí, zorra.

—Sí, cariño. —Puede que no diga lo que quiero, pero tampoco


soy capaz de morderme completamente la lengua.

Mia da una sonrisa apretada antes de mirar fijamente delante


de ella.

Mierda, sé que no debo ser mal educada.

Miro a Maximo, esperando que no esté enfadado o


avergonzado, pero una sonrisa apenas disimulada curva sus labios.
Me mira a los ojos y me guiña antes de mirar al frente.

Para ser un monstruo, eso es sexy.

Espera, ¿qué?

Cállate. Estás delirando.

Cuando volvemos a la habitación, el Dr. Pierce y una


enfermera ya están esperándonos. Maximo me levanta sobre la
camilla y la enfermera agarra mi café y lo pone en el mostrador
antes de darme un vasito de papel con pastillas y un vaso de agua.

—Para el dolor.

—Gracias. —Me trago las pastillas y el agua con gratitud. Si


no pudiera tener mi café hirviendo, el agua fría y refrescante sería
lo mejor siguiente.
La enfermera abre un paquete y un hisopo estéril, lo moja en
la sustancia viscosa y se lo pasa al médico. Él lo restriega por una
fea herida en la canilla.

—Mierda —siseo. La quemadura no se disipa, crece y crece.


Se extiende por mi piel como lava. El calor es tan fuerte que espero
ver mi piel burbujeando o derritiéndose.

Se me salen las lágrimas y estiro la mano para agarrarme a


algo y no darle un puñetazo al médico.

No me doy cuenta que agarro el antebrazo de Maximo hasta


que él me aparta los dedos antes que mis uñas perforen sus
tatuajes. Tengo demasiado dolor como para sentir vergüenza o
disculparme, pero suelto mi agarre mortal. Antes que pueda sacar
mi mano de la suya, él ajusta su agarre. Sus dedos tatuados se
entrelazan con los míos, dándome un apretón tranquilizador.

Y yo aprieto la suya como el demonio.

Estaba empezando a preocuparme por si me desmayaba,


cuando el doctor por fin se echa hacia atrás.

He sobrevivido. Hemos terminado.

—Tienes algunos cortes feos en la espalda —dice, rompiendo


mi burbuja.

Estúpido crop top.

Si me dolieron las canillas, la piel fina y sensible de la espalda


me está matando. Gritaría, pero no tengo aire en los pulmones para
expulsarlo.

Afortunadamente, la tortura solo dura un minuto antes que


el Dr. Pierce se aleje.

—¿Hemos terminado? —Miro a Maximo mientras las lágrimas


se deslizan por mis mejillas y le pregunto—: ¿Ya puedo irme a casa?

Pero Maximo no tiene tiempo de responder antes que un


movimiento robe mi atención.
Mi pecho se aprieta cuando veo al Dr. Pierce levantar un par
de pinzas gigantes de la bandeja.

—Tengo que revisarte la rodilla.

Mi mano se dispara para agarrar la de Maximo, mi cuerpo


entero se tensa mientras veo al médico ajustar una luz
alumbrándome. Las pinzas tocan la herida enrojecida y mis
hombros se hunden aliviados.

Esto no está tan mal. Definitivamente no es tan malo como la


pomada.

Pero entonces empieza a moverlas. Estoy segura que la mitad


de las pinzas afiladas están atravesando mi pierna. Apuñalando.
Calibrando. Escarbando.

Bajo los ojos para asegurarme que él doctor no está


despegando el músculo del hueso, pero al ver la carne abierta -mi
carne abierta- la cabeza me da vueltas y las manchas flotan en mi
visión en túnel.

Crecí en gimnasios de boxeo de todo el país. He visto cejas,


mejillas y labios rasgados, e incluso los he remendado.

Pero nunca fue más fácil de ver.

Debo parecer tan nauseabunda como me siento porque


Maximo pone su mano en la parte posterior de mi cabeza y empuja
mi cara a su lado para que no pueda ver nada.

Pasan un millón de años -o tal vez unos minutos- hasta que


el dolor finalmente se calma.

Empujando contra el fuerte agarre de Maximo, veo como el


Doctor Pierce levanta las pinzas. Un trozo de madera está
aprisionado en el extremo.

—¿Eso estaba en mi pierna? —resuello, mareándome de


nuevo.

Suena un pitido, pero mi mirada horrorizada está clavada en


la madera.
—Justo a tiempo, ya están los resultados de la radiografía. —
El Dr. Pierce teclea algo en una computadora sujetada a la pared.
Un archivo médico se carga, y mis ojos se posan en mi nombre en
la parte superior de la pantalla.

Paloma Black.

Ja. Tal vez ahora que estoy por mi cuenta, voy a cambiar mi
nombre.

Seré alguien más que un inútil McMillon.

Con otros pocos clics, aparecen imágenes borrosas en blanco


y negro. Las estudio, como si tuviera alguna idea de lo que estoy
viendo.

—Buenas noticias —dice el médico, resolviéndome el


misterio—. Tienes un esguince de grado dos, pero no rotura. Tus
rodillas están bien.

—¿Qué tengo que hacer para el tobillo? —pregunto, sabiendo


demasiado sobre envolver lesiones.

—Te pondremos una férula. Mantente en reposo tanto como


sea posible por las próximas dos semanas, por lo menos. —Él
presiona unos botones—. Voy a imprimir el alta con más
instrucciones, cosas para tener en cuenta, y el nombre de una
loción para tus quemaduras.

—Gracias —digo sinceramente. A pesar que me ha causado


un dolor insano, habría sido un millón de veces peor si hubiera
dejado los cortes sin tratar.

Especialmente el tronco de árbol en mi rodilla.

El médico me estrecha la mano antes de estrechar la de


Maximo.

—Confío en que compraras una camilla en la recaudación de


fondos del hospital el mes que viene.

—Siempre lo hago —dice Maximo, sin molestarse por la


extorsión apenas velada.
Mierda, esto probablemente ha costado una fortuna y mi
seguro apenas cubre una vitamina de los Picapiedra y una oración.

No sería la primera factura en ir a cobros, y sé que no será la


última.

Cuando el médico y la enfermera se van, no hablo y Maximo


tampoco. Mis pensamientos están en lo que está por venir.

Claramente, él no va a matarme. Supongo que me dejará en


casa, probablemente después de amenazarme para que guarde
silencio.

Tal vez esto me hace una persona de mierda o una hija de


mierda, o ambas cosas, pero no voy a ir a la policía. Es dudoso que
les importe la muerte de Shamus. No merece la pena acabar en una
casa de acogida. O peor, que piensen que soy responsable de su
muerte.

Una rápida entrevista con algunos de sus amigos mostraría


que yo tenía muchos motivos.

Mi plan es volver a mi casa, concentrarme en cómo sobrevivir,


y fingir que los últimos días nunca han pasado.

La enfermera vuelve con la férula y me enseña a colocármela


en el pie, aunque yo ya lo sé. Ella le entrega a Maximo mis papeles
de alta y prescripción antes de recapitular las órdenes del médico.

Cuando ella termina su perorata, los analgésicos ya están


haciendo efecto en mi cerebro.

Esas pastillas no son Motrin...

Mi cabeza es un globo flotante y estoy exhausta.

¿Las luces de aquí siempre han sido tan brillantes y molestas?

¿Y Maximo siempre ha sido tan caliente?

No. Definitivamente no.

Son las drogas.


Los monstruos no son ardientes.

Necesito salir de aquí. Estoy bastante segura que mi cabeza de


globo puede simplemente hacerme flotar.

Sin esperar ayuda, me levanto y me tambaleo, tanto por las


medicinas como por mi pie.

Maximo parece dispuesto a estrangularme.

—Cuidado.

—Estoy bien —digo por milésima vez el día de hoy. Tanto así,
que la palabra ya ni siquiera suena real—. Bien, bien, bien.

—Te dejaré llevarla a casa. Contacta con nosotros si hay algún


problema. —Ella me mira—. Que te mejores, Paloma.

No me gusta que me llame así. No me gusta su voz.

Pero es mejor a que me llame dulzura, así que no me quejo.

—Gracias.

—Déjame ver si puedo encontrar algo de ropa limpia para que


te pongas —dice, mientras se dirige a la puerta.

—Estamos cubiertos —le dice Maximo a ella.

Mis ojos se fijan en mi ropa maltrecha y hago una mueca.


Prefiero quedarme con la bata de hospital con el culo abierto que
intentar volver a ponerme aquel desastre.

Cuando ella abre la puerta, un guapo matón está de pie en el


pasillo. Él le lanza una bolsa a Maximo y se va igual de rápido.

Maximo saca un par de pantalones de pijama y una camiseta


gris.

Gracias a Dios.

Él arranca las etiquetas de la camiseta y me la da antes de


darse la vuelta.
Me quito la bata rasposa antes de ponerme la camiseta
supersuave.

—Pantalones, por favor.

—Siéntate —me ordena.

Cierto. Me costaría ponérmelos cuando ni siquiera puedo estar


de pie.

Me acomodo sobre la camilla. Maximo da un paso cerca, pero


se detiene de repente. Me entrega los pantalones antes de volver a
darme la espalda.

Una vez que tengo los pantalones puestos, me levanto para


subirlos completamente. Intento dar un paso hacia la silla de
ruedas, ya que no soy una total tonta irresponsable, pero Maximo
me levanta.

—Puedo caminar.

—Y mira adónde te ha llevado.

—Bien, puedo ir en la silla de ruedas.

—O puedes callarte y dejar que te cargue.

Entrecierro los ojos, pero me callo. Si él quiere perder su


tiempo y energía llevándome a cuestas, eso es cosa suya.

Golpea la rasposa tela de la silla de ruedas contra mi espalda.

Cuando salimos, el matón está esperándonos en la


camioneta. Al igual que en el viaje de venida, Maximo se sube y me
acomoda en su regazo antes de entregarle las recetas médicas al
matón.

—Consigue estas medicinas.

—Yo puedo hacerlo —argumento.

—Ash lo tiene controlado.


—Hay una farmacia en mi calle. Las traeré mañana cuando
vaya de compras.

—¿Tu calle?

Asiento con la cabeza entre bostezos, el cansancio y los


analgésicos haciendo doble juego en mi cerebro.

—No me tiraste del auto. O me llevaste a algún lugar para


matarme.

—¿Pensaste que iba a matarte?

—Uh, sí —digo, el dah sin decir, pero muy implícito—. Pero


no lo hiciste, así que eso significa que me vas a dejar en casa.

Su cuerpo se tensa.

—No vas a volver allí.

—Vivo allí.

—Ya no.

—¿Qué quieres decir? Es todo lo que tengo.

—Ya no —repite.

Intento seguir el hilo de la conversación, pero no tiene sentido


en mi niebla medicada.

—La cuestión es que me has salvado la vida. No iré a la policía.


Estamos en paz. Puedes dejarme donde quieras.

Su voz es firme y enojada:

—No voy a dejarte en ningún sitio.

—No puedo solamente quedarme.

—Eso es exactamente lo que vas a hacer.

—¿Por qué?
—Porque tienes diecisiete años, y no voy a dejarte en ese
vertedero para que seas una indigente en unos días.

—¿Indigente?

—Esa pocilga está embargada.

El familiar estrés del dinero se asienta en mi pecho, pero


respiro como siempre lo hago. No es algo nuevo. He manejado esta
ansiedad desde que tenía diez años y comprendí por primera vez lo
jodidos que estábamos.

—Ya se me ocurrirá algo.

Siempre lo hago.

Siempre salgo adelante. Siempre hago que funcione. Siempre


sobrevivo.

—No voy a tener esta maldita discusión. No vas a vivir sola en


ese tugurio. Estarías muerta por la mañana —dice, sacudiendo la
cabeza—. Dios, yo le ofrezco el paraíso y ella quiere el infierno.

Estoy a punto de preguntarle por qué le importa cuando me


doy cuenta.

Él se siente culpable.

Yo no seré un caso de caridad. No quiero su lástima. Pero él


no se ofrece por la bondad de su corazón. Se ofrece para limpiar su
conciencia.

Si me quedo un poco más, tendré tiempo para pensar mi


próximo paso y su culpa será aliviada.

Es un ganar-ganar.

—Tal vez durante unos días. —Acepto tras un momento de


reflexión. Si las cosas se van cuesta abajo, cruzaré ese puente
cuando tenga que hacerlo.

—¿Escuchaste eso, Ash? Ella tolerará el paraíso durante unos


días.
Todo me sobrepasa y no puedo mantener la cabeza en alto.
Caigo en su hombro mientras suelto una suave carcajada. Al menos
creo que lo hago.

En realidad, no estoy segura.

MAXIMO
Jesús, ella es terca.

Y un peso muerto.

Me encojo ante la frase. Juliet pensó que íbamos hacia su


muerte. Y aun así se quedó sentada, callada y valiente.

Esto me hace preguntar sobre lo que ella ha tenido que vivir


para hacerla crecer tan fuerte. O tal vez, lo que ha vivido que hace
que la muerte no parezca tan mala.

Y me hace parecer no tan malo.

Porque ella no me odia. Me fije en eso, esperando el odio


cargado en su mirada. Esperaba que gritara o me apuñalara con un
depresor lingual roto. Pero no lo hizo. Me sonrió. Me buscó cuando
estaba sufriendo.

Ella me quería allí.

Ash frena de repente, y yo aseguro mi agarre en ella más


fuerte. Debí haberla sentado para que estuviera abrochada.

Debería haberla bajado para que pudiera dormir


cómodamente.

Debería haberla bajado porque soy un hombre de treinta y


dos años que no tiene nada que hacer con una niña de diecisiete
años en su regazo.

No la bajo.
Pensando que ella está dormida, la reajusto cuando
murmura:

—Ash.

Sus ojos sorprendidos se dirigen al espejo retrovisor.

—¿Sí?

—Te llamas Ash.

—Sí —dice él, divertido.

—Es mejor nombre que matón guapo.

Ash empieza a reírse antes de contenerse y disimularlo con


una tos, pero puedo ver su sonrisa arrogante en el espejo.

¿Ella cree que él es guapo?

—No estás de servicio en la puerta —le digo, cabreado e


irritado por razones en las que no quiero pensar.

—Lo que usted diga, jefe —murmura Ash, sin siquiera


intentar ocultar esa risita.

Bastardo.
JULIET

Duele.

Cada centímetro de mi cuerpo está dolorido, arde y palpita.


Me doy la vuelta en la cama, deseando dormir más, pero algo me
despierta.

No, alguien.

—Buenos días. —El saludo acentuado de la señora Vera


empuja a través de mi confuso cerebro.

—Estoy durmiendo —gimo.

Ella acciona un interruptor y la cortina se abre, dejando


entrar todo tipo de estúpida luz.

Vuelvo a gemir y hundo la cabeza bajo la almohada.

—Necesitas tu medicina y tu crema —insiste, quitándome la


esponjosa nube de manta—. Luego, necesitas comer.

Las medicinas y la crema suenan fatal. ¿Pero la comida? Por


eso vale la pena despertarse.

Me siento y veo un vaso de agua, pastillas, y la pomada


alineados en la mesa de noche. Estoy a punto de tragarme los
medicamentos cuando ella sonríe.

—Ha sido fácil —dice—. Pensé que tendría que decirte que
había café para sacarte de la cama.
Casi ahogándome por la emoción, me limpio la boca.

—¿Hay café?

—Una taza pequeña. —Hace un gesto de desaprobación—.


Demasiado joven, pero el señor Maximo dijo que te lo debía.

Mi café de ayer. Lo había olvidado.

¿En quién me he convertido?

Tomo la pomada, pero la señora Vera niega con la cabeza.

—Dúchate primero. Con cuidado.

¿Ducha y café?

Claro que sí.

Me quito la férula y estoy a punto de usar la pared para entrar


en el baño, pero la señora Vera rueda algo. Se parece a un scooter,
solo con la parte plana más arriba.

—Pon la rodilla aquí.

Me pongo de pie y apoyo la canilla en la almohadilla, con el


pie colgando hacia atrás. Dirigiendo con el mango, soy capaz de
rodar fácilmente hacía del baño. Tengo la tentación de remojarme
los músculos en la bañera con sales, pero todo ha sido reacomodado
y no me apetece buscar.

Además, el café me está esperando y no voy a perdérmelo otra


vez.

Dejo que el agua caliente golpee mi piel mientras me lavo el


cabello con shampoo hasta que mi cabeza está en carne viva. Me
aplico acondicionador y lavo mi cuerpo lo mejor que puedo sin
irritar los rasguños.

Cuando salgo de la ducha, me seco el cuerpo, me unto la cara


y los brazos con aloe calmante antes de abrir la puerta y ver la ropa
tendida sobre la cama para mí.
Me pongo la camiseta grande y los joggers de gran tamaño,
agradeciendo que no son ajustados. Me subo el pantalón por una
pierna y me pongo la tobillera cuando vuelve a entrar la señora
Vera.

Me subo la otra pierna del pantalón por encima de la rodilla y


me unto la pomada en las canillas y las rodillas. Me inclino hacia
adelante e intento llegar a los puntos sensibles de la espalda, pero
estoy segura que estoy desinfectando la camisa.

—Deja que lo haga yo —me dice la señora Vera, quitándome


el tubo. Ella es gentil y rápida al tratar los rasguños.

Me pregunto si Maximo la culpa a ella por mi huida, y un


sentimiento de culpa me inunda con fuerza.

—No te metiste en problemas, ¿verdad? —pregunto, aunque


no estoy segura de querer la respuesta.

—Necesitas comer. —Creo que ella está desestimando mi


pregunta entrometida pero entonces añade—: Y te contaré una
historia.

Usando el scooter, llego a la sala de estar y me tumbo en el


sofá. No me molesto en levantar la cúpula metálica y me centro en
el café. Es uno pequeño, pero mejor que nada. Añado un poco de
azúcar y crema antes de agarrar la taza caliente mientras me siento
a saborear la delicia.

La señora Vera no se sienta y revolotea por la habitación para


limpiar el polvo mientras habla:

—Había un hombre muy malo y sinvergüenza. Trabajaba para


personas muy malas y hacía cosas malas.

¿Está hablando de Maximo?

—Una de esas cosas malas que hizo fue venir a Estados


Unidos para tratar de difundir el poder de su jefe. Cuando lo
atraparon, y sucedió rápido porque no era un hombre inteligente,
huyó a casa, llevando el peligro a su esposa. Una esposa a la que
engañó golpeó y fue cruel.
Definitivamente no es Maximo.

Pero pobre señora Vera.

¿Por qué los hombres en los que confiamos para que cuiden de
nosotras, aunque de formas muy diferentes, nos fallan tan
miserablemente?

—El hombre al que había intentado arruinar vino y mató al


malvado, pero no mató a su mujer. Sabiendo que era víctima de la
crueldad de su marido, le ofreció una elección y una amenaza. Ella
podía quedarse allí o podía venir a trabajar para él.

—¿Y la amenaza?

—Que si alguna vez lo traicionaba o pensaba en vengar la


muerte de su marido, él la mataría sin dudarlo.

—Pero nunca lo hizo.

No es una pregunta, pero aun así la señora Vera deja caer la


fachada y contesta:

—Nunca. Él me ofreció bondad en lugar de crueldad. Un


trabajo. —Me dirige una mirada aguda—. Un hogar en vez de un
cuchitril. Vida en lugar de dolor y luchas.

Mensaje, no tan sutil, recibido.

—Para responder a tu pregunta anterior, él no me castigó por


tus acciones. El hecho que estés aquí es una prueba que el señor
Maximo es un hombre justo que no cree en castigar a la gente por
los errores de los demás. —Hace una pausa, observando la hermosa
habitación antes de continuar—: Y huir fue un error. Uno que
espero no vuelvas a cometer, dulce niña. Porque además de ser
justo, el señor Maximo no es tonto. Y la próxima vez no serás tan
increíblemente afortunada como lo has sido.

Amenaza, no tan sutil, recibida, también.

—Ahora come —me ordena—. Ahora vuelvo.


Mientras la señora Vera se marcha, retiro la cúpula y hago
una mueca.

Empanadillas de salchicha y claras de huevo.

Supongo que alguien decidió que necesito estar extra saludable


mientras me curo.

Malditos sean.

Bebo mi café y como mi pequeño tazón de bayas antes de


atragantarme con los huevos y la salchicha. Cuando termino de
comer todo lo que puedo, me escabullo en el baño para quitarme el
sabor a salvia de la boca. Y luego me ruedo en mi scooter alrededor
porque estoy aburrida.

Cuando las piernas me duelen demasiado para seguir, vuelvo


al sofá a ver la tele.

Pero tengo la mala suerte que la única vez que quiero ver tele,
el cable no funciona. Paso de un canal borroso tras otro, pero solo
tengo acceso a unos cuantos canales de mierda sobre programas de
entrevistas o falsos dramas judiciales. Me acomodo a esperar por
“El Precio Justo”.

Quizá dormite un poco.

Siento como si me estuviese quedando dormida cuando la


señora Vera regresa con un matón. Por desgracia, no es el tipo
guapo. Extra desafortunadamente, es el tipo que suele ignorarme,
pero ahora ha adoptado la mirada fija.
Al parecer, me guarda rencor por haberlo encerrado en una
habitación.

Estoy a punto de disculparme, pero me muerdo la lengua y le


devuelvo la mirada.

Ahora ya sabe lo que se siente.

Él recoge mi vieja bandeja y se va mientras la señora Vera deja


la nueva.

—Acabo de desayunar. —Señalo.

—Hace cuatro horas.

Vale, hice algo más que dormitar.

La señora Vera se va antes que pueda mencionarle que el


cable no funciona.

Bueno, ya preguntaré en la cena.

Como mi desayuno fue poco apetitoso, mi estómago


refunfuña, feliz de volver a comer. Retiro la cúpula y mi estómago
vacío se hunde. Un pan blanco grueso con lechuga, tomate, queso
y -qué asco- ensalada de atún.

Huele como a marea baja en un día caluroso y se me revuelve


el estómago.

Aguantando la respiración, raspo todo el atún que puedo


antes de añadir la pequeña porción de patatas fritas al sándwich.
Me cuesta toda mi terquedad, pero lo consigo sin perder mi
almuerzo y mi desayuno.

El bol de bayas es aún más pequeño que el de esta mañana,


pero saboreo cada delicioso bocado.

Cuando termino de comer, alguien toca la puerta y se abre. El


hombre que ahora me ignora entra por la bandeja y tira algo al sofá
a mi lado.

—¿Qué es esto? —pregunto, sin apartar mis ojos de él.


No creo que él me ataque, pero no estoy segura. No confío en
nadie, pero especialmente en la gente a la que he hecho enfadar.

—De parte del jefe. —Es todo lo que dice antes de marcharse.

Cuando la puerta se cierra, miro la caja que tengo al lado. Un


hermoso lazo iridiscente está encima del bonito papel de regalo gris.
Agarro el lazo y me lo pongo en la cabeza antes de desenvolver el
papel. Me tardo un momento en darme cuenta de lo que estoy
viendo.

Un iPad.

Él me regaló un iPad.

Levanto la tapa de la caja y me encuentro con una Tablet


brillante y elegante. Es muy bonita. No estoy segura si la tecnología
tiene que ser bonita, pero esta lo es. Mi experiencia con los aparatos
es limitada. Mi antiguo móvil había sido un ladrillo lento. El
computador del gimnasio estaba un paso por encima de una
máquina que funcionaba como un hámster.

El iPad es lo contrario de ambos.

Con cuidado de no dejarlo caer, lo saco de la caja y veo una


nota debajo.

Un regalo de cumpleaños tardío

¿Cómo supo de mi cumpleaños?

Pulso el botón de encendido y veo que ya está configurado y


listo para usar.

Por curiosidad, intento descargar Facebook, pero descubro


que, junto con todas las demás aplicaciones, está bloqueada. La
mayor parte de Internet es inaccesible, pero puedo visitar algunos
sitios. Busco Google y escribo Maximo Black y descubro que está
completamente restringido. Ni páginas web, ni imágenes, ni
noticias.
Ninguna sorpresa.

Valía la pena intentarlo.

Voy a la aplicación de la librería, pero no puedo descargar


nada, ni siquiera los gratuitos. Cuando registro en iBooks, ya hay
algunos libros de misterios y no ficción histórica descargados.

Desde que las bibliotecas eran gratuitas, los libros habían


sido una de las pocas fuentes de entretenimiento a las que había
tenido acceso, viviéramos donde viviéramos. Yo prefiero biografías
de asesinos en serie o crímenes reales, con la fantasía ocasional
lanzada, pero tiempos desesperados requiere medidas
desesperadas.

Apago la telenovela que apenas sigo, abro uno de los libros y


me acomodo. No me importa que la Tablet esté más restringida que
el portátil de un niño de trece años. No me importa que la selección
de libros sea pésima. Es un iPad y es mío.

Las yemas de mis dedos recorren unos surcos en la parte


trasera y le doy la vuelta para ver un grabado.

Feliz cumpleaños, palomita.

Me pregunto si él sabe de los pocos regalos que he recibido en


mi vida... y que este es, con diferencia, el mejor.

—¿Sabe qué pasa con la tele? —le pregunto a la señora Vera


cuando regresa con la cena.
Termino una de las novelas de misterio, a pesar que es
aburrida, interminable y tan predecible que había adivinado
correctamente el cliché del villano en el segundo capítulo.

Mi cerebro necesita un descanso.

—¿Qué le pasa? —pregunta.

—No funciona ninguno de los canales.

Ella le da un vistazo.

—Le preguntaré a uno de los hombres.

—Gracias.

Ella deja la bandeja.

—Es hora de la medicina y la crema.

Maldita sea.

—De acuerdo —murmuro.

Uso mi scooter y voy tras ella hacia el dormitorio. Igual que


en la mañana, tomo la píldora y curo mis piernas antes que ella me
ayude a llegar a la espalda.

—Gracias —le digo cuando termina.

Ella me dedica una de sus sonrisas maternales.

—Ve a lavarte las manos y luego come.

No discuto porque mi sándwich de pescado desmontado había


dejado mucho que desear.

Cuando vuelvo a la sala, la señora Vera ya se ha ido. La


soledad se arremolina a mi alrededor.

Una sensación familiar.

Suspirando, ojeo los tres canales que funcionan. En dos de


ellos transmiten las noticias, y en el otro una comedia sindicada de
hace una década. Dejando este último canal, levanto la cúpula para
revelar un enorme pedazo de pollo asado. Ni siquiera me importa
que esté acompañado de unas cuantas zanahorias asadas y una
tonelada de asquerosas rodajas de calabaza amarilla. El pollo es
enorme y sería más que suficiente por sí solo.

Cortando un trozo grande, lo pincho con el tenedor y me meto


todo el trozo en la boca.

Y luego lo escupo en una servilleta.

Romero.

El olor que no pude localizar es el de mi hierba némesis. Mi


boca sabe cómo si me hubiera besado con un árbol de Navidad.

Le quito la piel y agarro la carne. El sabor sigue ahí pero no


tan fuerte. Me como las zanahorias antes de probar un trozo de
calabaza por desesperación. La textura y el sabor son tan
desagradables como los recordaba.

De hecho, más.

No hay fruta, solo un vaso de leche que trago para quitarme


el sabor a pino.

La señora Vera no debe haberle dicho al Sr. Freddy lo que yo


odio.

Espero que él siga prestando atención a lo que he dejado.

Así como en el almuerzo, llaman a la puerta antes que el tipo


que ahora me mira mal entre a la sala. Él se queda en silencio
mientras recoge la bandeja.

—Mmmm, Hey... —comienzo a decir, queriendo pedir algo


más de comer cuando sus furiosos ojos me apuntan, sin embargo,
cambio de opinión. Poniendo mis rodillas en mi pecho como un
escudo, envuelvo mis brazos alrededor de mis piernas y tartamudeo
una disculpa—: Lo siento, olvida lo que he dicho.

Su expresión se endurece de miedo, pero su tono es amable


cuando pregunta:
—¿Qué necesitas?

—Nada. —Él me fulmina con la mirada y me arrincono, lo que


hace que frunza más el ceño. Como no parece dispuesto a irse hasta
que yo hable, le digo:

—Yo, eh, quería decir que lo siento por lo de ayer. No volverá


a ocurrir.

Su expresión permanece tensa, pero levanta la barbilla y se


va.

De acuerdo.

¿Disculpa aceptada?

A la mañana siguiente, no es la señora Vera quien me


despierta. Es el matón de antes y aparece incluso más temprano
que la señora Vera.

Estoy de mal humor por despertar tan temprano después de


haber dado vueltas la noche anterior.

Estoy aún más gruñona cuando llego a la sala de estar y veo


que no hay café en mi bandeja.

Y me disgusto mucho más al ver que mi desayuno es una


frittata rellena de calabaza, champiñones y salchicha picada.

Como alrededor de la calabaza, pero está cortada en pequeños


pedazos, infiltrándose en cada maldito bocado. El resto de la frittata
es una obra de arte deliciosa, por lo que la inclusión de la calabaza
es aún más exasperante.
Odio al señor Freddy.

A pesar que empecé a leer durante el desayuno, solo llevo un


puñado de capítulos de un aburrido libro sobre civilizaciones
antiguas cuando el matón trae mi almuerzo.

Desesperada por la interacción humana, dejo mi iPad para


saludarlo, pero él deja la bandeja sobre la mesa y vuelve a salir
como si la habitación estuviera ardiendo en llamas.

¿Huelo mal?

Al pensar en olores desagradables, inhalo y mis hombros se


hunden en alivio cuando no percibo un mal olor a atún bajo la
cúpula. Con entusiasmo retiro la cúpula para ver otro sándwich.
No estoy segura de lo que es, pero no es atún, así que es un paso
en la dirección correcta.

Le doy un mordisco tentativo antes de hacer una mueca.

Es pollo al romero.

De todas las veces que me ofrecí a comer mis sobras, ahora que
finalmente me toma la palabra, es con el maldito pollo al romero.

Abro el sándwich, dispuesta a comer la lechuga, el tomate y


el queso de nuevo, pero no hay nada más que la horrible ensalada
de pollo al romero.

Poniéndolo a un lado, agarro la cuchara pequeña de la media


naranja que está en un cuenco pequeño.

¿Quién le da a alguien media naranja y una cuchara rara?


Saco un trozo y lo meto en la boca, solo para darme cuenta
rápidamente que no es una naranja en absoluto. Es un pomelo
amargo, ácido y asqueroso.

Estúpido pomelo, aprovechándose del buen nombre de una


fruta para engañar a la gente haciéndole creer que también es
delicioso.

Renunciando a comer el almuerzo, agarro el iPad para leer el


estúpido libro.

No hay mucho en Mesopotamia que una chica pueda manejar


antes que desee haber sido aniquilada por los conquistadores.
JULIET

No puedo hacerlo.

Simplemente no puedo comer esta maldita cosa.

Miro fijamente a mi cena, un triple revoltillo de rebanadas de


cerdo cubierto de salvia en salsa de romero con calabaza salteada.
He vivido a base de comidas pequeñas y cutres durante años.
Debería ser capaz de aguantarme y tragarme esta comida
asquerosa, pero no puedo hacerlo de nuevo. Simplemente no
puedo.

Durante una semana entera, todas mis comidas han


consistido exclusivamente en alimentos que detesto: bocadillos de
atún, pollo al romero, cerdo a la salvia, tortillas rellenas con
salchicha y cubiertas de orégano, guarniciones de calabaza y
asqueroso pomelo, algo que no sabía que no me gustaba, pero que
odio mucho.

Me están castigando.

Lo sospeché después de un par de días, porque, en realidad,


¿cuáles son las posibilidades que sigan sirviéndome mis alimentos
más odiados? Pero parece egoísta que las comidas se planifiquen
en torno a meterse conmigo.

Luego se hizo obvio que no es una coincidencia.

Es una tortura planeada y precisa.


Porque no termina en la comida. El televisor ya no funciona,
mi iPad ha desaparecido, y yo no he sido capaz de preguntarle a la
señora Vera porque ella ha desaparecido también. Mi ropa volvió a
ser de gran tamaño y mis cosas de baño han sido limpiadas y
reemplazadas por el mismo material barato que había usado en
casa.

Tengo hambre de algo que realmente sepa bien.

Estoy agotada porque los matones me despiertan con el sol


todos los días.

Me estoy volviendo loca por estar encerrada en la habitación


sin televisión ni libros.

Y como la señora Vera ha sido sustituida por matones


silenciosos, me siento sola. Desgarradoramente sola.

Así que enloquezco.

Me acerco a la puerta y la aporreo. Cuando nadie viene, grito:

—¡No voy a comer esto!

No hay respuesta.

—¡Tengo hambre! —Lo intento, esperando que alguien se


apiade de mí y de mi incapacidad de obligarme a tragar la salvia y
calabaza.

Pero aún nada.

—¡Los odio muchísimo a todos! Solo denme una maldita


tostada. De hecho, solo denme pan. ¡No me importa, imbéciles!

Nada.

Estoy sola.

Siempre estoy sola.

Atrapada y asfixiada, las cuatro paredes en las que he estado


aislada parecen como si se estuvieran cerrando. Un sollozo ahogado
me desgarra y maldigo mi debilidad. Debería ser más fuerte.
Debería ser capaz de resistir.

No debería quebrarme.

Pero eso es exactamente lo que hago.

MAXIMO
Maldita sea, necesito dormir.

Pasé la noche en Moonlight, alineando todo para una


inminente Pelea Pay-Per-View. Uno de los boxeadores del evento
principal estaba siendo una diva y un dolor en el culo.

Una vez que lo tuve bajo control y estaba a punto de irme, la


seguridad de Star llamó para informar de un posible avistamiento
de Viktor Dobrow.

Dobrow era el dueño de un club de mierda que aspiraba al


poder en Las Vegas. Dado que también era estúpido y un hombre
de negocios de mierda, trabajó para lograr ese objetivo siendo
usurero, proxeneta y traficante. Intentó varias veces de
convencerme para que permitiera que sus drogas y mujeres se
distribuyeran en mis casinos. Siendo rechazado cada vez, dejó de
preguntar y trató de ejecutar esa mierda a mis espaldas. Como nada
pasa en mis propiedades sin mi conocimiento, no pasó mucho
tiempo antes que lo atrapara.

Él pensó que, al ver mi parte, lo reconsideraría.

Se equivocó.

Además de un brazo roto y la cara destrozada, Dobrow fue


expulsado de mis resorts y peleas.

Conduje hasta Star para registrar el lugar yo mismo, pero


había sido una pérdida de tiempo. Si él estuvo allí, hacía tiempo
que se había ido para cuando yo llegué.
Subo las escaleras y me paso la palma de la mano por la cara.
Si fuese inteligente, me mantendría alejado de mi oficina e iría
directamente a mi habitación a dormir.

Sin embargo, no soy inteligente. No cuando se trata de ella.

Me doy la vuelta por el pasillo para ver a alguien sentado en


el suelo, mirando su celular.

—Solo soy yo, jefe —susurra Cole.

Él no estaría sentado frente a la puerta de Juliet a menos que


algo estuviera mal.

Lo juro por Cristo, si ella trató de escapar de nuevo, voy a atarla


a la maldita cama.

Ignorando la respuesta de mi cuerpo a ese pensamiento


inapropiado, pregunto:

—¿Qué pasa?

—Ella ha tenido una noche dura. Pensé en quedarme cerca


por si necesita algo.

—¿Qué sucedió?

Él se pone de pie.

—Ella no está muy contenta con tus hazañas.

—Tampoco lo están Vera o Freddy.

A Vera no le gusta que no la dejen ver a Juliet. A Freddy le


disgusta cocinar la misma mierda todos los días, sobre todo cuando
gran parte de ella se queda sin tocar. Él es un chef cuyo ego depende
de que a la gente le gusten sus platos. Normalmente lo hacen, por
lo que las comidas en su mayoría sin tocar son un golpe al que no
está acostumbrado.

Cole niega con la cabeza.

—Quiero decir, ella realmente no está contenta.


—Bien. —A decir verdad, no estoy seguro de cuánto tiempo
podré seguir así. Hay una buena probabilidad que yo me quiebre
antes que la paloma testaruda y valiente lo haga.

—Mira las imágenes de seguridad. —Estirándose, él empieza


a subir las escaleras—. Voy a dormir en la casa de la piscina.

Él normalmente lo hace.

En lugar de dormir lo que necesito, voy a mi oficina y me


siento, agarrando el mando a distancia.

Los monitores de seguridad cuelgan de la pared frente a mi


escritorio en todas mis oficinas incluida mi casa. Puedo cambiar
entre mis casinos, las oficinas traseras, y fuera de mi casa.

Y en la sala y el dormitorio de Juliet.

No he encendido la cámara del dormitorio. No es que sea un


santo. A menos que alguien estuviese conmigo, su sala de estar está
siempre en la pantalla principal. Observarla se ha convertido en
una obsesión enfermiza.

Enciendo la cámara para verla durmiendo en su sofá con la


luz encendida y sin manta.

Me levanto y bajo a su habitación. Abro la puerta y la cierro


silenciosamente para no despertarla. Ella no parece cómoda y tengo
la tentación de llevarla a la cama, pero no lo hago. Moviendo la mesa
de café, agarro su manta y la arropo.

Luego apago las luces y me largo.

De vuelta a mi despacho, agarro un vaso y una botella de


Johnnie Walker Blue. Bebo mientras las imágenes de la noche se
repiten lentamente.

Cuando ella se mueve de dormir en el sofá a la puerta, le doy


al play.

Como dijo Cole, ella no está contenta. Sonreiría cuando nos


llama imbéciles si no fuera por la emoción de sus palabras.
Ella me está matando.

Estoy a punto de despertarla y darle de comer lo que quiera


cuando sucede.

Ella se quiebra.

—Lo siento, ¿okay? —Su llanto se hace más fuerte—. Siento


haber huido. Siento no haber apreciado lo que tenía antes. —Su
frente golpea la puerta con un ruido sordo—. ¡Intenté volver! Intenté
arrastrarme de regreso hacía ti.

Intentó arrastrarse de regreso hacía mí.

No a la casa. No aquí.

A mí.

Mierda, eso va directo a mi polla.

Debería irme a dormir. Al menos debería apagar la cámara.

No hago ninguna de las dos cosas.

En su lugar, me doy una ducha rápida y me cambio de ropa


antes de volver a mi oficina y mi Whisky.

Y a Juliet.

JULIET
Picazón, almohada plana, dolor de cuello, posición encogida en
una cama llena de bultos.

He vuelto a casa.

Todavía casi dormida, me estiro y ruedo.

Y entonces me caigo.
—Auch —resuello. Sentándome, me froto los ojos para ver que
no estoy en casa, o en lo que solía ser mi casa. Estoy en el suelo de
la sala de estar.

Por suerte, uno de los matones o la señora Vera movió la mesa


y me cubrió con la manta acolchada que me ofrece un poco de
amortiguación. De lo contrario, probablemente me habría golpeado
la cabeza o me habría hecho más daño del que ya me hice.

Por lo que el dolor me irradia desde el hueso de la cadera.

Muevo mi mano alrededor para buscar mi scooter en la


oscuridad, pero no lo encuentro

Vaya mierda.

Antes que pueda tirarme de nuevo en el sofá, la puerta se abre


y la luz se filtra desde el pasillo.

Espero a que sea uno de los matones, pero no es así. En su


lugar, Maximo está de pie en la puerta abierta. Usando solo un par
de joggers bajos y sin camiseta, mostrando sus locos músculos.
Culpablemente, mis ojos se desvían de sus abdominales a su
cabello revuelto. Me pregunto si lo desperté con mi caída, lo que
también me hace preguntar cuan cerca está su habitación para que
pueda oírme. Con la luz detrás de él, no puedo distinguir los detalles
de su expresión, así que no sé si está enfadado por haber sido
molestado.

—Me caí del sofá mientras dormía —digo débilmente cuando


el silencio se extiende. Miro a mi alrededor antes de señalar donde
se encuentra mi scooter—. ¿Puedes pasarme eso?

Él no se mueve.

—No importa —murmuro—. Ya me las arreglaré.

Voy a subirme de nuevo al sofá para dormir allí toda la noche.


No es tan cómodo como la cama, sobre todo sin almohada, pero es
mejor que el suelo.

Cuando me muevo, él por fin camina hacia mí, pero se detiene


a centímetros de distancia.
Me fijo en su torso y en sus tatuajes. Sus brazos son una
mezcla de diseños, pero el lado izquierdo de su torso es todo Vegas,
el cartel, las fichas. Su parte superior del pecho y parte de su
hombro están cubiertos con un rey, el del juego de las cartas de
póker. Un pico en la corona del rey se extiende sobre el cuello de
Maximo.

Esperando que la escasa luz oculte mi inspección de sus


tatuajes y sus músculos, inclino mi cabeza hacia atrás para mirar
su rostro ensombrecido.

—Puedes volver a la cama. —Intento, sin estar segura que él


esté realmente despierto. De niña era sonámbula, un efecto
secundario del estrés. Poniéndome de rodillas, estoy a punto de
tirarme en el sofá cuando su mano me acaricia la cabeza, sus dedos
peinándome el cabello.

La respiración se me agolpa en los pulmones ante este


inesperado y suave contacto. No estoy segura de lo que está
pasando, pero quiero que continúe. Aunque tenga el corazón
acelerado y me suden las palmas de las manos, me quedo lo más
quieta posible para no romper el hechizo.

Su mano desaparece igual de rápido, pero antes que pueda


lamentar la pérdida, él se inclina para alzarme. Solo que en lugar
de acunarme como lo hizo antes, estamos frente a frente. Él da un
paso y mis piernas automáticamente se colocan alrededor de su
cintura y mis manos se aferran a sus hombros.

Él se queda inmóvil e inhala profundamente, dejándolo


escapar rápidamente.

Whisky.

Con mi rostro cerca del suyo, puedo oler el rastro de licor en


su aliento. No es del barato que solía oler a menudo, pero aun así
lo reconozco. Lo reconocí.

No me extraña que esté tan raro.

Él está borracho.
Intento bajar las piernas, pero él baja un brazo de mi espalda
para sujetarme el muslo y mantenerlo en su sitio. Me lleva al
dormitorio y me deja en la cama para volver a la sala. Él vuelve un
momento después, dejando el scooter al alcance y tirando la manta
sobre la cama.

Y luego se va, sin decir una sola palabra en todo momento.

Sin duda está borracho.

Estar borracho explica su rareza. Sin embargo, no explica la


reacción de mi cuerpo hacia él. Hacia su cuerpo. A su tacto. Mi
corazón aún esta acelerado en el pecho, y mis piernas se mueven
inquietas, queriendo aliviar un dolor que no debería sentir. Podría
echarle la culpa a mi soledad o a que estoy demasiado cansada para
usar mi cerebro. Pero es mucho más que eso.

Son los sentimientos que él evoca. La atracción. Su toque


tierno.

Es solo Maximo.

Y esta es la prueba de que he perdido la cabeza.

La vida tiene suficientes decepciones, y yo no soy una gran


fans de crearme fantasías en la cabeza.

Y no soy Bella teniendo el síndrome de Estocolmo por una


bestia.

Porque, claro, Maximo -con sus tatuajes, sus músculos


pélvicos y sus melancólicos ojos oscuros- es el hombre más guapo
que he visto en mi vida, pero eso no importa. Las apariencias no lo
son todo. Él es un hombre malo.

Y eso es lo que me mantengo repitiendo una y otra vez


mientras la tensión de mi vientre se tensa como un resorte. Lo
ignoro e intento dormir, pero sigo dando vueltas en la cama como
si estuviera de nuevo en mi pequeña cama con incómodas sábanas
raídas. Mi mente lucha contra mi cuerpo.

Y mi cuerpo gana.
Quitándome las sábanas, mi mano baja por mis pantalones
para ahuecarme entre mis piernas. Pongo en blanco mis
pensamientos mientras toco mi clítoris con círculos apresurados,
pero no funciona como de costumbre.

Intento acariciarme los senos, pero incluso necesitada y al


borde del precipicio, no es suficiente para sumergirme.

Pasado el punto de no retorno, la desesperación se apodera


de mí y dejo que la fantasía contra la que he estado luchando se
apodere de mí. Imagino a Maximo en la cama conmigo, guiando mi
toque antes de sustituir mi mano por la suya tatuada. Imagino la
perfección de su cuerpo alto y musculoso mientras recorro con mis
dedos la profunda V que he visto por encima de la cintura de sus
joggers.

Sus joggers.

Son exactamente iguales a los que yo tenía puesto hace unos


días.

Estoy usando su ropa.

Me estoy tocando mientras llevo puesta su ropa.

Algo de esto funciona en mí en un gran sentido. Me corro con


fuerza, esperando no hacer ningún ruido, pero demasiado perdida
para preocuparme. Mi cuerpo se estremece mientras me froto a
través de un orgasmo y en un segundo, mi fantasía florece al
imaginar su cuerpo cubriendo el mío.

Podría llegar a los tres, pero al salir del borde, la vergüenza


sustituye a la excitación.

Me acabo de correr pensando en Maximo.

Eso fue tan caliente.

Quiero decir, estúpido. Eso fue tan estúpido.

Saliendo de la cama, voy al baño y me limpio, evitando mi


reflejo en el espejo.
Soy una pervertida.

Una pervertida feliz y satisfecha.

MAXIMO
Jadeando, mi labio se curva con disgusto.

Soy un puto enfermo.

Después de ducharme, vuelvo a mi oficina para beberme mi


inquieta energía. El whisky había permanecido casi intacto, y en su
lugar había observado a Juliet. Menos mal que lo había hecho,
porque después que ella se cayera del sofá no tengo duda que
habría intentado caminar y se habría hecho más daño.

Después de llevarla a la cama, encendí la cámara de su


habitación por primera vez. Podría decir que me estaba asegurando
que se encontraba bien, pero yo no miento, ni siquiera a mí mismo.
Quería meterme en esa maldita cama con ella para poder contar
hasta la última peca sexy de su cuerpo. Y como eso no era una
opción, me conformé con mirar.

Cuando ella dio vueltas en la cama, estuve a punto de


ofrecerle comida, asumiendo que el hambre la mantenía despierta.
Estaba seguro que no esperaba ver su mano deslizarse por sus
pantalones, mis pantalones. Mi polla se había puesto dura como
una roca mientras la veía tocarse.

Ni una sola vez, ni por un maldito segundo, pensé en apagar


la cámara.

Estaba demasiado ocupado sujetándome la cintura del


pantalón con una mano para poder acariciarme la polla con la otra.

Demasiado ocupado fantaseando con que ella pensaba en mí


de la misma manera que yo pensaba en ella.

Demasiado ocupado cediendo a la necesidad enfermiza que


parece crecer con cada día que pasa.
Demasiado ocupado corriéndome más fuerte que nunca.

Agarro un puñado de pañuelos, me limpio el semen de mi


estómago y pecho, y los tiro a la basura. Luego agarro mi whisky y
dreno el vaso antes de servirme otro.

Puede que no me sintiera culpable durante el acto, pero ahora


sí que me siento culpable.

Mantengo la cámara encendida mientras ella va al baño. Una


vez que regresa a la cama, la apago y agarro mi móvil, entrando a
mis mensajes con Ash.

Yo: Desconecta la cámara del dormitorio mañana.

Cambio a los mensajes con Freddy.

Yo: Menú normal para J mañana.

Pienso un momento antes de añadir un pedido más.

Yo: Y una taza grande de tu buen café.

Hablaré con Vera por la mañana ya que ella no revisa su


teléfono.

Apartando mi celular, regreso al whisky hasta que estoy


demasiado borracho como para hacer algo estúpido.

O más estúpido.

JULIET
Me despierto lentamente, sintiéndome descansada y no tan
adolorida como antes.

¿Qué hora es?

Los hombres me levantan temprano todos los días, pero tengo


la clara sensación que es tarde.
Después de quitarme la tobillera, estiro el pie. Una sacudida
de dolor me sube por la pantorrilla, así que voy a lo seguro y utilizo
el scooter para ir al baño. Cuando me ducho y vuelvo a la
habitación, hay ropa nueva esperándome en la cama.

Leggins negros, una camiseta holgada gris y ropa interior con


un brasier a juego diferentes a los básicos de algodón que me
habían dado antes.

¿Esto es solo otra capa de crueldad destinada a construir mis


esperanzas antes de hacerlas añicos?

Me apresuro a vestirme, aunque se me encienden las mejillas


al darme cuenta de lo mucho que extraño sus joggers. Cuando entro
en la sala de estar, el desayuno ya está en la mesa, con dos cúpulas
en la bandeja. Pero eso no es la parte más emocionante.

La señora Vera lo es.

—Has vuelto. —Sonrío, la felicidad fluyendo a través de mí.

—Hola, niña linda —saluda—. Siéntate.

Lo hago inmediatamente, no queriendo darle ninguna razón


para irse. Ella me da agua y mis antibióticos antes de inspeccionar
mis rasguños. Todos están curados o cubiertos de costras, así que
no hace falta la pomada.

Cuando ella termina de examinarme, se dirige hacia la puerta.


Abro la boca, dispuesta a rogarle para que se quede, pero se limita
a agarrar sus artículos de limpieza.

—Come —ordena, mientras empieza a quitar el polvo.


Normalmente es una tarea sin sentido, pero desde que ella no venía,
de hecho, ahora hay un poco de acumulación.

No mucho, pero algo.

Haciendo lo que ella me dice, compruebo las dos bandejas


abovedadas. Levantando una revelo huevos Benedict en un
panecillo inglés con deliciosas papas fritas de acompañante con
aspecto casero.
Nada de salvia.

Ni romero.

Sin orégano.

Estoy casi nerviosa de quitar la otra cúpula, como si hubiera


una nota anunciando que la comida es falsa o envenenada. Pero
cuando me asomo tentativamente debajo, veo un gran tazón de
ensalada de fruta fresca y café.

Un café grande.

El delicioso aroma fluye libremente con la pesada barrera


apartada.

Levanto la vista y le sonrío a la señora Vera.

—Esto luce increíble.

—No te tomes solo ese café, tienes que comer. Estás


demasiado delgada. —Ella vuelve a sacar algo de su bolso y me
dedica una pequeña sonrisa mientras tira mi iPad en el sofá—. ¿Por
qué no lees?

Mi corazón se acelera al ver de nuevo a mi brillante tesoro. Por


muy emocionada que esté de tenerlo de vuelta, poder mantener una
conversación es aún mejor.

—¿Cómo estás? —le pregunto.

Mientras limpia, la señora Vera habla de recados y de un buen


libro que está leyendo. Yo escucho encantada y empiezo a comer,
acabando casi todo el plato entero. No desperdicio ni una gota de
café. Lo saboreo mientras como y luego me recuesto con la taza bajo
la nariz.

La señora Vera sale del dormitorio y recoge mi bandeja casi


vacía. Cuando está casi en la puerta, me dice por encima del
hombro:

—Relájate. Lee. Incluso ve algo de TV.

¿TV?
Antes que pueda hablar, ella se va.

Ya tengo a la señora Vera, mi iPad, comida deliciosa y un café


aún mejor. ¿Tendré la suerte de recuperar también la televisión?

Conteniendo la respiración, pulso el botón de encendido del


control remoto. Cuando el televisor se enciende, suelto un pequeño
"Yay".

No solo tengo televisión, sino también todos los canales.

No me puedo decidir entre ver la tele o leer, así que opto por
hacer las dos cosas. Escojo una película a la que no tengo que
prestar mucha atención, y abro iBooks antes que casi se me caiga
mi precioso

No me lo puedo creer.

En lugar de aburridos misterios y aburridas obras de no


ficción, hay cientos de opciones descargadas.

Cientos.

Novela juvenil distópica. Biografías. Las que parecen libros


escolares. Asesinos en serie, romances, paranormal, fantasía, y
todo lo que hay entre medio.

Esta vez, mi yay no es suave. Es fuerte. Y al tiempo grito:

—¡Gracias!

No estoy segura de si alguien puede oírme, pero lo digo de


todos modos.

Y luego me acurruco en el sofá con una buena taza de café y


un buen libro.
JULIET

—¿Crees que podría hacer trucos con esto? —Aunque ya no


necesito mi scooter, me muevo en círculos alrededor del sofá—. Tal
vez un salto loco o algunas rampas. ¡Oh! Ya sé, podría intentar
abrirme paso en el scooter por el aro de fuego.

—¿Aro de fuego? —pregunta la señora Vera, dejando mi


bandeja del almuerzo.

Durante una semana gloriosa, he devorado comida increíble.


Devastadoramente, el café fue un placer de una sola vez, pero el
almuerzo comenzó incluyendo una mini lata de Coca-Cola Light. El
café es mi primer amor, pero la Coca-Cola Light le sigue de cerca.

Me he bañado con bombas, sales, aceites y cualquier otra


fragancia afrutada que estuviera en mi baño. He visto películas y
leído libros.

A pesar de lo increíble que había sido -especialmente


comparado con mi vida real o una lenta muerte en el sol del
desierto- estoy empezando a volverme loca otra vez. Una loca más
feliz que la última vez, pero aun así…

—Siéntate y come —dice la señora Vera.

—Lo haré. Solo tengo que terminar mis vueltas. Estoy


entrenando para los Juegos de Scooter X y desde que mi tobillo está
mejor, mi tiempo es limitado.

Ella pone los ojos en blanco.


—Hoy tu almuerzo también tiene tiempo limitado.

—¿Por qué?

—Porque el señor Freddy te hizo un BLT2 sándwich y sopa, y


si no te lo comes, lo haré yo. —Casi la creo hasta que veo su sonrisa.

Se me da bien leer a la gente. Papá me enseñó todo sobre


señales y pistas, y me volví buena para captarlos y evitar que me
regañaran.

La señora Vera tiene uno grande.

Su sonrisa traviesa.

Entrecierro los ojos.

—¿Qué sabes?

—Nada. Ahora come.

—Comeré cuando me digas lo que sabes.

Ella suspira.

—Bien. Muérete de hambre. La sopa de brócoli y queso del


señor Freddy es mi favorita.

—Olvídalo —digo, moviéndome tan rápido que casi golpeo la


mesa. Me siento y quito la cúpula.

Mierda, podría jurar que mi cumpleaños fue hace un par de


semanas, pero tal vez es hoy.

Agarrando el sándwich de pan blanco suave, muerdo el


salado, picante, fresco BLT y gimo.

—A veces lo básico es lo mejor.

Me mira mal por hablar con la boca llena.

2 Las siglas BLT hace referencia a “Bacon, Lettuce and Tomatoe” un sándwich hecho
con tocino, lechuga y tomate.
—Modales.

—Sí, señora —digo, extendiendo mis meñiques.

—Hoy estás muy tonta —dice, pero no estoy segura de que lo


diga como un cumplido.

—Estoy de buen humor —digo. Probablemente mejor de lo que


tengo derecho de estar, considerando todas las cosas.

La oscuridad entra, amenazando con robarme el apetito y el


buen humor.

Dentro de la caja.

Dentro de la caja.

Allí.

Bastante loca, estoy muy segura que la señora Vera lee mi


batalla interna porque saca la artillería pesada para distraerme.

—Hay un visitante que viene mañana por la mañana.

Maximo.

No lo he visto desde que me llevó a la cama. Lo que


probablemente es lo mejor porque dudo que pueda enfrentarlo. Me
prometí a mí misma nunca pensar en él cuando me tocara de
nuevo. Eso está mal, es estúpido y más que un poco sórdido.

Pero aun así lo hice.

—¿Quién es? —le pregunto.

—Un tutor.

Mierda.

Mierda. Mierda. Mierda.

Ellos los saben.

Un pozo en mi vientre crece, incluso cuando un zumbido de


excitación zumba a través de mí.
—¿Por qué? —pregunto, haciéndome la tonta.

—Él va a ver en qué áreas necesitas ayuda para poder


graduarte.

Todas las áreas.

La vergüenza quema mis mejillas. No quiero que nadie sepa lo


atrasada que estoy.

No quiero que sepan que abandoné la secundaria a mitad del


décimo grado antes que el imbécil de mi padre decidiera que la
escuela no era una prioridad.

Sin apetito, casi me atraganto con el bocado de sándwich que


de repente me parece un trozo de asfalto.

—Te lo agradezco, pero ya me he graduado.

Los ojos de la señora Vera brillan de ira, y su carácter afable


y maternal desaparece. O tal vez se vuelve más maternal porque
parece dispuesta a castigarme.

—Escúchame. El señor Maximo odia a los mentirosos.


Aprende esta lección y apréndela rápido. Apréndela hasta que esté
tan arraigada en tu cabeza como tu propio nombre. Él no tolerará
a los mentirosos. Jamás. ¿Entiendes?

Asiento porque, ¿qué hay que malinterpretar?

—La educación es importante —continúa—. Un don


inestimable por el que otros mueren.

Armándome de valor, pregunto:

—¿Él sabe que abandoné los estudios?

—Sabe que fuiste… —Ella levanta las manos para hacer


comillas —educada en casa.

—Eso es realmente vergonzoso —murmuro.


—No, vergonzoso sería tener esta oportunidad y luego
rechazarla por un estúpido orgullo. Los hombres tiran sus vidas por
la borda por orgullo. Las mujeres somos más inteligentes.

Ella tiene razón.

Me concentro en la emoción que fluye a través de mí, lo que


me permite atenuar algo de vergüenza. Siempre me había dicho que
volvería para conseguir mi GED3. Conseguir un tutor significa que
no tendré que esperar.

Mi estómago se afloja lo suficiente para que pueda comer una


cucharada de la sopa increíblemente cremosa. Luego otra. Y un
montón más hasta que el cuenco está vacío.

Solo hasta que estoy llena de comida, la señora Vera vuelve a


hablar con una expresión sombría:

—El señor Maximo confía en ti para que trabajes con el tutor


en el comedor.

—No haré ninguna tontería. —Juro con sinceridad.

No me interesa una muerte dolorosa bajo la luz abrasadora del


sol.

Ella asiente con la cabeza.

—El tutor le debe al señor Maximo una gran suma de dinero.


Él ha aceptado trabajar contigo para saldar esas deudas. Él no va
a rescatarte. Él no va a ir a la policía. Él sabe que no estás aquí por
elección, y no le importa. Se preocupa por sí mismo y por seguir
vivo.

Pero ahora estoy aquí por elección.

Espera, ¿qué?

Cállate, cerebro.

3El GED (General Educational Development Test) es técnicamente un examen (más


concretamente, una serie de exámenes) diseñado para demostrar que una persona tiene
conocimientos académicos de nivel de secundaria.
Guardándome ese pensamiento demencial para mí, repito:

—No haré ninguna estupidez.

—Si, por alguna razón, intenta ayudarte, se las verá con él y


también contigo, dulce niña. La semana pasada parecerán unas
vacaciones en comparación.

Con esa ominosa advertencia, ella agarra mi bandeja y se va.

La señora Vera solo se va media hora antes de volver, con una


bolsa de lona.

—¿Qué hay? —pregunto, sorprendida de verla tan pronto.


Normalmente ella viene a la hora de comer.

—Dije que tenías planes esta tarde. —Ella mete la mano en la


bolsa y me da algo.

Miro hacia abajo para ver lo que agarré.

Una navaja.

Bueno, hace tiempo que no puedo afeitarme, pero no creo que


me lleve toda la tarde.

Ella saca algo más.

Un bonito traje de baño de dos piezas color malva.

—¿Puedo salir? —le pregunto—. ¿Puedo ir a nadar?

Ella asiente y me da el traje, además de un par de chanclas y


un abrigo.
—Ve a cambiarte.

No hace falta que me lo diga dos veces.

Corro al baño y me desnudo. Sentada a un lado de la bañera,


me afeito las piernas lo más rápido que puedo sin cortarme y
desangrarme justo cuando estoy a punto de saborear la libertad.
Me pongo la parte de abajo y me paso los dedos por el borde
ondeado. El top tiene el mismo detalle en el escote cuadrado.

Habría salido en ropa interior o en una bolsa de basura si eso


significaba nadar, pero aun así es agradable llevar algo tan bonito.

Me pongo pareo y las chanclas; literalmente corriendo a la


sala de estar.

—Lista.

Ella me hace un gesto para que me dé la vuelta.

—Protector solar.

—Buena idea.

Mi dolorosa quemadura de sol de mi fallida fuga no es una


experiencia que esté ansiosa de repetir. Ni tampoco el picor y la
asquerosa descamación que siguieron.

La señora Vera me frota la espalda con la loción de coco antes


de darme el frasco para que haga el resto. Estoy terminando de
convertirme en una piña colada humana cuando el matón que ya
no me ignora -o Cole, el nombre que aprendí- abre la puerta.

Él se detiene a mirarme y comienza a sonreírme a medias, así


que asumo que me ha perdonado por el fiasco de la habitación.
Incluso el matón mirón -o Marco- se había acostumbrado a
ignorarme.

Progresos por todos lados.

Ya que Cole cambió su traje por pantalones y una camiseta,


no me sorprende cuando nos sigue a la señora Vera y a mí.
La única vez que estuve en el pasillo, había estado drogada,
dopada con analgésicos o corriendo por mi vida. Como ahora estoy
despierta y no huyo a toda velocidad, mis ojos se mueven alrededor,
tratando de ver todo a la vez.

Hay hermosas obras de arte y fotografías de Las Vegas en las


paredes gris claro. La alfombra de felpa es blanca y está
sorprendentemente impecable.

Y hay puertas. Doce puertas.

¿Quién tiene doce puertas solo en el piso de arriba?

Dos de ellas tienen cerraduras extrañas que parecen sacadas


de una película de espías.

Intrigante.

Miro por encima del hombro y veo que mi habitación también


tiene una.

¿Hay más gente retenida aquí?

No, habría escuchado.

¿Verdad?

Después de bajar las escaleras, giramos hacia la parte trasera


de la casa, pasando por la sala, el comedor, otro salón y algunas
puertas cerradas. Me quedo boquiabierta al ver el tamaño del lugar.

¿Quién vive así?

Es masculino y, aunque lujoso, hace hincapié en la


comodidad y la frescura. Me recuerda a las casas en los viejos
episodios de MTV Cribs que fueron engalanados y actualizados con
todas las características disponibles.

La señora Vera abre la puerta corredera de cristal de la parte


trasera de la casa y el calor seco me golpea como una pared.

Incluso después de vivir en Las Vegas durante un par de años,


no estoy acostumbrada al clima. Pasé la mayor parte de mi vida en
lugares donde las ventiscas en marzo son comunes, por lo que
nadar con este calor es extraño.

Glorioso, pero extraño.

Salgo y me protejo los ojos del sol cegador mientras arqueo mi


cuello para ver la casa.

No, no es una casa. Es una mansión. No. Es lo que sea más


grande que una mansión. No tengo ni idea de cuántas habitaciones
hay, pero son un montón de ventanas tintadas. Una parece ser de
piso a techo y es del ancho de otras tres ventanas juntas.

Me pregunto qué habrá ahí dentro.

Girando hacia el césped, la excitación me recorre como si me


hubiera tomado cuatro tazas de café. Quiero tocar y oler todas las
plantas. Quiero recostarme en una de las sillas acolchadas y tomar
el sol. Pero, sobre todo, quiero zambullirme en las preciosas aguas
azules y nadar hasta quedar arrugada.

Mientras sigo a la señora Vera y a Cole hasta el patio, me doy


cuenta qué lo que puedo ver desde mi ventana es una fracción muy
pequeña de la forma inusual de la piscina. Es enorme. Incluso tiene
una amplia cascada en un montículo de roca apilada.

Me quito las chanclas y el pareo y lo coloco en una tumbona


antes de caminar por la cubierta de piedra, ocasionalmente
sumergiendo los dedos en el agua tibia. Cuando llego al otro
extremo, hay una jardinera rectangular de rocas que separa la
piscina de un jacuzzi. Me acerco un poco más y me doy cuenta que
la jardinera es en realidad una hoguera a la que se puede acceder
desde cualquier lado.

Esto es una locura.

En serio, ¿quién demonios vive así?

El camino de piedra continua a un pequeño edificio que tiene


el mismo esquema de color y estilo de la casa.

—¿Qué es eso? —le pregunto a la señora Vera.


—La casa de la piscina.

Esa es la...

No.

Una casa de la piscina es del tamaño de un cobertizo. Esto es


un condominio que costaría unos pocos grandes al mes.

—¿Sabes nadar? —pregunta la señora Vera, sentada en un


sofá del patio bajo la sombra de un voladizo.

—Síp.

Cuando vivíamos en Nueva York, mis abuelos me habían


llevado a la YMCA4 todo el tiempo.

—Entonces diviértete. —Ella saca un sombrero de su bolsa de


trucos de Mary Poppins y se lo coloca antes de sacar un libro con
un hombre sin camisa y con una falda escocesa en la portada.

Saltando a la piscina, nado varias vueltas hasta que me arden


los pulmones y me duelen los brazos. Floto un rato antes de ir a ver
la cascada. Cuando atravieso la cascada, espero toparme con la
pared de la piscina, pero en su lugar hay una pequeña alcoba. Me
adentro más antes de golpearme la rodilla contra el banco de piedra
sumergido que rodea el espacio.

Sentada, estiro las piernas y disfruto del fresco rocío que


desprende la cascada.

Un poquito mejor que la piscina del centro, con sus colchonetas


llenas de hongos, niños molestos y viejos con vestidos de baño.

Al volver a la piscina, me siento como una sirena en una


laguna. Es un país de fantasía sacado de un cuento de hadas épico,
pero no puedo quitarme la sensación que la historia terminará
pronto.

4 YMCA son las siglas en inglés de Young Men's Christian Association (Asociación
Cristiana de Jóvenes).
Y, al contrario que en la mayoría de los cuentos de hadas, no
habrá felices para siempre.

Uso esto para mantener mis muros arriba.

Esta no es mi vida.

Esto es un respiro del infierno.

Y terminará.

Todo termina.

Hasta que lo haga, sin embargo, saborearé el paraíso por lo


que es.

Temporal.
MAXIMO

—Ella es brillante.

Miro al hombre sentado frente a mi escritorio que me hace


perder el tiempo diciéndome cosas que ya sé.

—Soy consciente.

Peter Reed dirige uno de los mejores colegios privados del


país. También tiene una afición por las cartas de alto riesgo, el licor
de alta gama, y las prostitutas de clase alta. Y utiliza el dinero de la
escuela para financiar su hábito. Normalmente recupera el dinero
que presta antes que alguien se dé cuenta que no está, pero una
racha de mala suerte lo tiene sobre su cabeza con la escuela y
conmigo. Por suerte para él, es útil.

No sé cómo él explica lo del nuevo estudio en línea, y no me


importa. Ese es su problema.

Peter hojea un cuaderno en cuero.

—No es de extrañar que esté atrasada con tanta frecuencia


que se ha mudado. Faltó mucho a la escuela antes de irse
oficialmente a mitad del décimo grado.

Eso no es nuevo para mí.

Según el archivo que Cole había encontrado, el departamento


de educación de Texas hizo un esfuerzo a medias cuando ella
empezó a faltar a clase más a menudo, pero después de un corto
tiempo, su caso había caído a través de las grietas.
—¿Ella dijo por qué? —pregunto, algo que ninguna
investigación de Cole pudo encontrar.

—No parecía querer hablar de ello.

—¿Qué más? —pregunto.

—Para las cuatro asignaturas básicas, combiné trozos de


exámenes de clasificación que van desde el octavo al duodécimo
grado para que yo pudiera tener una idea de donde ella se
encuentra. La buena noticia es que no sacó tan malos resultados
como esperaba. Mundo e historia de los Estados Unidos estuvo
fuerte. —Baja las cejas—. Lo hizo excepcionalmente en
civilizaciones antiguas, lo que fue sorprendente.

Ya que fui yo quien cargó su iPad con los libros más aburridos
que pude encontrar, incluyendo varios sobre el tema, no me
sorprende.

—Sus notas en inglés se salen de lo normal. Ella podría pasar


ambos cursos hoy con facilidad. De hecho, probablemente
aprobaría algunos cursos universitarios. Su comprensión es genial,
sus habilidades de escritura no están afinadas, pero son buenas, y
como dije, ella es brillante. Ella puede reconstruir lo que no sabe.

—¿Y en ciencias y matemáticas?

—En ciencias, ella pudo usar el sentido común para


resolverlo, le fue bien. Los temas de Ciencias de la Tierra los hizo
bien ya que terminó noveno, pero Química y Biología no son tan
fuertes. Hay muchos conocimientos que solo puede darse por la
investigación, los experimentos y la memorización. Si ella pasó,
sería apenas. Pero eso es un gran "si". —Sus ojos se desvían hacia
Marco, que está junto a la puerta, y luego a mí. Él juguetea con
unos papeles y se aclara la garganta.

Me impaciento y le digo:

—¿Qué?

—Va muy retrasada en matemáticas. No puede usar el sentido


común y conocimiento acumulado para resolver problemas. Todo
se basa en fórmulas. Rígido. Si no conoces las operaciones, es
imposible. Las lecciones en línea ayudarán, pero no serán
suficientes.

—Enséñale entonces.

Él se aclara la garganta nuevamente:

—Puedo encargarme de ponerla al día en las ciencias, pero las


matemáticas tampoco son mi fuerte.

Eso no es sorprendente dada la frecuencia con la que pierde en


las mesas.

—Puedo recomendar algunos tutores, algunos que creo que


se podrían comprar. Pero no tengo la capacidad de enseñarle lo que
necesita.

—Lo tengo controlado —digo con un suspiro.

—Ella necesita aprobar la asignatura para graduarse.

—Lo hará. ¿Eso es todo?

Él se coloca de pie y me tiende un papel.

—Esta es una lista de los suministros que ella necesitara.

Lo dejo a un lado y asiento con la cabeza.

—Empezaré a enviarle recursos en línea y lecciones en vídeo


cuando llegue a mi oficina. Y volveré el sábado por la mañana para
trabajar con ella.

Mientras él se va, agarro el móvil.

Yo: ¿Qué te parecería un ascenso?

Ash: El único puesto por encima del mío es el tuyo, y no podrías


pagarme lo suficiente para asumir ese dolor de cabeza. Entonces,
¿cuál es el ascenso?

Yo: Tutor de matemáticas.


Ash tiene un don para los números. El suyo no es tan
avanzado como el de Rain Man, pero si él fuera un jugador, le
prohibiría la entrada a mis casinos.

Si alguien puede poner al día a Juliet, ese es Ash.

El bastardo.

Ash: ¿Eso significa que ya no tengo prohibido estar cerca de


ella?

Me paso la mano por la cara, sabiendo lo que se avecina.

Yo: Sí.

Ash: Bien. Hace tiempo que nadie me llama matón guapo.

Antes que pueda responder, ya sea para decirle que esta


muerto o despedido, me vuelve a mandar un mensaje.

Ash: Empezaré mañana después del desayuno y trabajaré con


ella todas las mañanas, a menos que tengamos algo entre manos.

Yo: Te lo agradezco.

Ash: Oye, el ascenso incluye un gran aumento de sueldo que


tengo que ganarme.

Niego con la cabeza, pero no discuto. Si él la coloca al día, le


pagaré una tonelada de mierda además de la ya generosa tonelada
de mierda que gana.

Yo: Está atrasada.

Ash: No por mucho tiempo.

Ash: Ahora discúlpame mientras voy a mear en la tumba sin


nombre de Shamus, el imbécil.

Cada vez que pienso en que descubrimos todas las formas en


las que el pedazo de mierda de su padre le había jodido la vida,
aparece otra cosa para demostrar la escoria que había sido.
Adivinando dónde está ella después de un día tan largo, pulso
el botón para abrir las persianas antes de girar la silla para mirar
del suelo al techo por la ventana.

Todas las ventanas de la casa están recubiertas de un tinte


oscuro. Lo que protege contra el calor y los daños del sol y permite
privacidad. También significa que puedo observar a Juliet sin que
ella lo sepa, una creciente obsesión mía.

Tal como lo supuse, ella está flotando en la piscina. Si no


tuviese que comer y dormir, estoy seguro que pasaría todo el día
allí.

La observo por un largo tiempo, más del que debería, ya que


tendría que haber vuelto al trabajo. Mucho después, francamente
se vuelve espeluznante.

Y mucho después, mi cuerpo reacciona de una manera que


definitivamente no debería.

Disgustado conmigo mismo, me doy la vuelta y cierro las


persianas.

Pero eso no borra las imágenes de mi cabeza.

JULIET
—¿Qué es esto?

Ash saca la silla del comedor junto a la mía y se sienta. Sus


cejas se bajan cuando dice lentamente:

—Un computador.

Pongo los ojos en blanco.

—No soy tan pobre, he visto un computador antes.

Por supuesto, no uno tan elegante y bonito.

Él se encoge de hombros.
—Fuiste tú quien preguntó.

—Me refería para qué es.

—Para tu trabajo escolar.

—El señor Reed dijo que podía ejecutar los programas en el


iPad.

—Y Maximo dijo que esto sería mejor. —Ash lo abre—. Es un


Mac, así que está sincronizado con tu iPad. Si terminas haciendo
algo del trabajo allí, se transferirá aquí.

—Genial. —Arrastro mi dedo por el touchpad, pero no tengo


ni idea qué pulsar. Todo es diferente en comparación con un PC,
especialmente en comparación con el antiguo al que estaba
acostumbrada.

Ash lo gira hacia él, hace clic en algunas cosas y luego lo


vuelve a girar.

—Este es el sitio al que se añadirá tu trabajo. Todo se puede


hacer en línea y enviar.

—Entendido.

—Cualquier otra duda, pregúntale a Cole. Él es el informático.


Yo te puedo mostrar cómo revisar tu correo electrónico, leer las
noticias, y ver... —Sus palabras se cortan abruptamente.

—¿Netflix? —digo, aunque ambos sabemos que no es eso lo


que estaba a punto de decir.

—Sí. Netflix. —Cierra el computador y lo empuja al otro lado


de la mesa. Lo sustituye por algo mucho menos emocionante.

Una carpeta llena de hojas de matemáticas.

—Esto podría ser latín —murmuro.

Él me da una calculadora gráfica.

—Por eso estoy aquí.


Levanto una ceja.

—¿Me vas a enseñar cómo encajan las letras en las


matemáticas?

—Sí. —Sonríe satisfecho—. Oye, no te sorprendas tanto. Soy


más que mi cara guapa de matón.

Me quedo boquiabierta.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Los analgésicos hacen que la gente diga cosas locas, pero


ciertas. —Él golpea un lápiz en la hoja de trabajo—. Ahora
muéstrame lo que puedes hacer para saber por dónde empezar.

Luego, en el comedor de una mansión que pertenece a un


hombre poderoso y mortal, un matón me enseña matemáticas
mejor de lo que ningún profesor hubiera podido.

Y no fue una tortura.

¡BIP! ¡BIP! ¡BIP!

Lanzo un manotazo para darle al botón de posponer de la


alarma y oigo cómo se cae al suelo.

Me sobresalto, levanto la cabeza de la cama y veo mi iPad


sonando en el suelo.

Nooo, mi precioso.

En mi afán por agarrarlo, caigo de la cama con un fuerte


golpe.
La puerta de la sala suena de golpe antes que se abra la de
mi dormitorio.

Marco, con la pistola desenfundada y alerta, escudriña la


habitación en busca de cualquier ruin enemigo que causara
semejante alboroto.

Mis mejillas se enrojecen y me levanto de un salto.

—Yo, eh, me caí de la cama.

Sus ojos se entrecierran en sospecha mientras desliza el arma


en una funda oculta debajo de su chaqueta. Se acerca furioso y
mete la cabeza en el baño antes de mirar detrás de la cortina.

—¿Qué intentabas hacer?

Levanto el iPad.

—Agarrar esto del suelo sin levantar mi culo perezoso de la


cama.

Él mira a la cama alta y luego a mí, que no soy alta.

—Tus pies ni siquiera tocarían el suelo, y mucho menos tus


brazos.

—Por eso me caí.

Sonriendo, él sacude la cabeza y mira el reloj.

—¿Por qué te has levantado tan temprano?

—Quería entrar en rutina con las cosas de la escuela.

Por alguna razón, espero a que me llame nerd y tal vez me dé


un remolino en el inodoro. No tengo casillero, pero probablemente
podría meterme en el armario en su lugar. Él parece de ese tipo.

Pero, me equivoco.

—Le diré a la señora Vera que empiece a traerte el desayuno


más temprano —dice—. No puedes concentrarte con el estómago
vacío.
Aturdida por su consideración, no respondo mientras sale de
la habitación.

Ohhhhkay entonces.

Definitivamente mejor que él mirándome feo.

Dejo el iPad en la cama y voy a ducharme y a prepararme para


el día. Cuando abro el armario para agarrar mi ropa, veo que mis
leggins y las camisetas siguen allí.

Pero también hay pijamas, bañadores, brasiers, ropa interior


y calcetines nuevos.

Siguiendo una corazonada, reviso el armario, antes vacío, y


encuentro tops, algunos jeans y pantalones cortos.

Por un instante, me parece demasiado. Como si estuviera mal


aceptarlos. Pero la ropa es una necesidad, y como Maximo es quien
insistió en que me quedara, le corresponde a él proporcionármelas.
Además, por muy cómodos que sean los leggins, es bueno tener un
poco de variedad.

Después de ponerme un par de vaqueros y una camiseta, me


doy la vuelta para salir cuando mis ojos se posan en el suelo bajo
la ropa.

Apretadas contra la pared, hay un par de sandalias brillantes,


un par de zapatillas grises y blancas y, mis favoritas, unas
zapatillas de lona grises.

Él confía en mi con unos zapatos.

Zapatos con los que podría correr.

No lo haré, pero podría.

Aunque solo voy a estar en el salón, me pongo las zapatillas


de lona, sin sorprenderme que me queden perfectamente.

Algo en el hecho de vestirme con ropa de verdad me hace feliz.


Me siento normal.
No estoy segura de si eso es bueno, pero en este momento no
me importa.
JULIET

—Necesito una merienda.

Ash golpea el papel.

—Tienes que resolver la X.

No me siento muy bien. Estoy agotada, eh, y seriamente


hambrienta a pesar del panecillo y la fruta que había desayunado.

—Que mi ex puede resolver sus propios problemas. Necesito


una merienda —repito.

Sacudiendo su cabeza, se levanta.

—Vamos a ver qué ha escondido Freddy.

Lo sigo ansiosamente por el pasillo y a través de una puerta,


estúpidamente emocionada por ver la cocina.

Mi entusiasmo está justificado.

La cocina parece sacada de un restaurante. Hay


electrodomésticos de gran tamaño, brillantes superficies brillantes
y montones de ollas, sartenes y otros utensilios de diferentes
tamaños. El sitio es excesivo para el puñado de personas que suele
haber.

Al doblar una esquina vemos a un hombre removiendo algo


en una olla.
—Hey, Freddy —dice Ash—. Hemos venido por algo para
picar.

El hombre se gira y hace una doble toma cuando me ve, y


probablemente yo también.

Esperaba que el señor Freddy se pareciera al Chef Boyardee o


al chef francés de La Sirenita, con bigote fino y todo.

Pero Freddy tiene unos veinte años -quizá un poco más- y está
muy tatuado. Se parece a los chefs de los programas de Food
Network.

Él se recupera rápidamente, removiendo con una mano


mientras señala una puerta detrás de él. Su acento está teñido con
un toque de francés y algo más cuando dice:

—Ella puede asaltar.

Bueno, acerté en lo del francés.

Habiendo probado la increíble comida que ha salido de esta


cocina, me anticipo los bocadillos de todas las variedades: saladas,
dulces, ácidas y picantes. Pero cuando Ash enciende la luz de la
despensa, está vacía, como si hubiese pasado un apocalipsis y las
estanterías hubieran sido arrasadas.

—A Maximo no le gustan los aperitivos —explica Ash.

Teniendo en cuenta su físico cortado y musculoso, no es de


extrañar.

—¿Hay chocolate? —le pregunto.

—En la caja de cereales de salvado —grita Freddy desde la


estufa.

Ash saca una barra de caramelo envuelta en papel de


aluminio púrpura brillante y me la lanza. Intento leer la marca, pero
está en otro idioma.

—Maldito escurridizo. —Ash asoma la cabeza fuera—. ¿Qué


más has estado escondiendo?
—Cheetos en la jarra de proteína en polvo. Starburst en la
caja de pasta integral. Y cecina en las hojuelas de maíz.

—¿Qué hay en esta caja grande de anchoas? —Ash la agarra


y abre la solapa—. En realidad, son anchoas. ¿Quién mierda
necesita tantas anchoas?

—Aderezo César —dice Freddy.

—¿Algo más?

—Solo el chocolate.

Él agarra la cecina para sí antes de salir. Lo sigo, mi nariz


enloquecida por el olor a ajo.

Espero que sea la cena.

Freddy aún sigue removiendo.

Ash espera hasta cruzar la cocina antes de decir:

—Gracias por la cecina.

—Oye, dije que ella podía arrasar. —Su acento es más grueso
en su enojo.

—Devuélveme la cecina.

—Ven por ella. —Ash se burla.

Freddy parece disgustado, sus ojos se mueven entre la olla en


la estufa y la cecina.

—No puedo dejar el risotto. Hay que removerlo


constantemente.

—¿Es la cena? —le pregunto, con tono esperanzado.

Aparte de ver las fallas de los chefs en Chopped cuando lo


intentaron, no tengo ni idea de lo que es el risotto. Pero huele tan
bien que estoy segura que me encantará.

—No, este es un lote de prueba de una nueva receta.


—Freddy desarrolla recetas para los restaurantes de lujo en
las propiedades del jefe —comparte Ash.

Por lo poco que la señora Vera y Ash han compartido, Maximo


posee cuatro hoteles y casinos. No tengo ni idea de cuáles son y la
búsqueda en Google en mi MacBook ha sido tan infructuosa como
la de mi iPad.

—Creí que él era... —Como no sé la frase correcta, digo—: ¿El


chef de la casa?

—Lo soy —dice Freddy—. Desarrollo. Cocino. Entreno. Pico y


corto incluso en juliana.

—Eso es mucho.

—Me gusta dar de comer a la gente. —Él da unos golpecitos


con la cuchara en la olla—. Si esto está bueno, lo serviré para el
almuerzo.

Sonrío y mi estómago gruñe antes de retorcerse.

Tengo más hambre de lo que pensaba.

Freddy parece complacido con mi reacción.

—¿Te gusta mi comida?

Estoy a punto de echarle mierda sobre las pesadillas de


romero, pero eso sería injusto. Seguramente seguía órdenes.

Me quedo con la honestidad, rozando el fanatismo entusiasta


por la comida.

—Me encanta.

Su pecho se hincha.

—Bien. ¿Hay algo que te gustaría que hiciera esta semana?

—Creí que no aceptabas pedidos —refunfuña Ash


hoscamente.
—No lo hago por los cabrones que me roban la cecina. —
Inclina la cabeza hacia mí—. Pero si ella aprecia la comida que hago
con mis propias manos hábiles, ella puede elegir lo que quiera.

Ash se cruza de brazos.

—Yo aprecio tu comida.

—Sumergiste una exquisita chuleta marmolada,


perfectamente añejada en seco, en salsa de carne de A.1.

—Le tenía ganas. —Ash regresa como una tormenta a la


despensa y reaparece con unos Cheetos, poniéndose a una gran
distancia de Freddy para que no pueda alcanzarlo sin abandonar
su risotto—. Si no aceptas mis peticiones, me llevo tus Cheetos.

—Idiota. —La expresión tensa de Freddy se suaviza mientras


vuelve su vista hacia mí—. ¿Qué te gustaría?

Como parece que esto es una cosa de una sola vez, rara como
una luna azul, considero mis opciones cuidadosamente antes de
decidir.

—Me encantarían unos macarrones con queso.

—Hecho —dice Freddy, asintiendo con firmeza.

Mi estómago hace otro gruñido y voltereta de anticipación.

—¿Lista para volver al excitante mundo de las variables? —


me pregunta Ash.

—Tú y yo tenemos ideas muy diferentes de lo que es excitante


—murmuro. Empiezo a seguirlo antes de volverme hacia Freddy—:
Gracias por el chocolate.

—Viene directamente de Bélgica. Si te gusta, traeré más.

Se me hace agua la boca mientras vuelvo a la mesa con Ash.


Me siento y estoy a punto de romper el empaque cuando mi
estómago se retuerce. Solo que esa vez es seguido de un apretón
que me roba el aliento.

Oh, mierda.
No, ahora no.

Al quedarme en casa, todos los días han empezado a


confundirse. Había perdido la cuenta.

—¿Qué te pasa? —Ash pregunta, sus bocadillos olvidados


mientras se pone alerta.

Me levanto de un salto antes que las cosas se pongan


realmente embarazosas muy rápido. El movimiento veloz hace que
otro calambre apriete mi estómago como una prensa.

Me rodeo con los brazos y parpadeo para que no se me salgan


las lágrimas.

—Juliet. —Ash se levanta y me sujeta de los hombros,


aterrado—. ¿Te encuentras mal? ¿Te duele algo?

Sí, mi útero se está amotinando y destrozando la guardería que


ha estado haciendo mes.

Sacudo la cabeza.

—Necesito a la señora Vera.

—Puedo ayudar, solo dime qué te pasa.

Sí, no va a pasar.

La situación se está deteriorando rápidamente, y mi pánico


entra en sobremarcha. Probablemente parezco como que mi cabeza
va a empezar a girar como la chica de El Exorcista.

—Envía a la señora Vera a mi habitación.

Él debe de darse cuenta porque sus ojos se abren de par en


par.

—Ohhh, entiendo. Ella subirá enseguida. —Moviéndose


rápido, se dirige a través de una de las puertas misteriosas.

Muevo mi culo tan rápido como puedo mientras mantengo mis


muslos apretados, caminando como un pingüino.
Estamos en niveles críticos de oh-mierda. Código rojo.

Maldito código rojo.

Ya no me contoneo, salgo corriendo y no paro hasta que estoy


en el baño.

Desnudándome, mis estúpidas lágrimas hormonales


aumentan irracionalmente cuando mis bonitas pantis de lunares
están estropeadas. A mis leggins no les va mucho mejor.

Abro la ducha al máximo antes de meterme bajo los chorros


hirvientes.

Es una sensación maravillosa.

Se me aflojan los músculos al girar la espalda hacia el chorro.


Apoyo la frente en la pared y respiro lenta y profundamente.

Recién empiezo a relajarme cuando alguien llama a la puerta.


La tensión vuelva a apretar mi cuerpo mientras me abrazo.

—¿Quién es?

—La señora Vera. ¿Puedo pasar?

—Sí —digo, ya que el cristal es esmerilado y ella no puede ver


nada.

La puerta del baño se abre y se cierra.

—El señor Ash dijo que me necesitabas. ¿Es ese momento?

—Sí.

—Hay suministros en el segundo cajón debajo del lavabo.

—¿Ya hay suministros?

—Por supuesto. Somos mujeres. Las mujeres sangran. Los


hombres morirían desde su primer calambre.

Me rio a través de un sollozo cargado de emoción.


—Quédate en la ducha todo el tiempo que necesites. ¿Dónde
está tu ropa?

—Yo me encargo de ella —insisto—. He estado lavando la ropa


desde antes que fuera lo suficientemente alta para alcanzar los
botones.

—¿Dónde están?

—Puedo manejarlo.

—¿Dónde?

—En el cesto. Pero puedo lavarla —repito.

—Relájate, dulce niña.

La puerta se abre y vuelve a cerrarse cuando la señora Vera


me deja en la ducha.

Bajo la ducha, me siento y rodeo mis piernas flexionadas con


los brazos, dejando que el agua golpee mi espalda hasta que la
tensión desaparece.

Debería haber agarrado la barra de chocolate.

MAXIMO
Cuando entro a la casa, veo brevemente la espalda de Juliet
mientras sube las escaleras corriendo.

¿Pero qué demonios?

Al pasar por el comedor, veo el MacBook de Juliet aún abierto,


con papeles y una calculadora a su lado. Junto a sus cosas del
colegio, hay aperitivos y chocolate.

Freddy.
Voy a la cocina y encuentro a Freddy echando ingredientes en
la batidora. Ash está apoyado en la encimera a su lado, con los
brazos y los tobillos cruzados.

—¿Qué demonios ha pasado? —pregunto.

—Viste a Juliet. —Supone Ash—. Ella está bien jefe, es solo


ese momento.

Miro mi reloj.

—¿Qué momento?

—Ella es una mujer. —Freddy alza sus cejas—. Ese momento.

Mierda.

Soy un idiota. En mi defensa, nunca antes viví con una mujer,


sin contar mi mamá. Pero no en mi defensa, soy un maldito idiota
para no tomar en consideración algo que le pasa a casi la mitad de
la población mensualmente.

—Mis hermanas lo llamaron la semana del tiburón —dice


Ash—. Cuatro hermanas mayores, todas sincronizadas. Fue fácil
averiguar por qué Juliet estaba enfadada y necesitaba a la señora
Vera. —Él le dirige a Freddy una mirada mordaz—. No es de
extrañar que ella estuviera sosteniendo esa barra de chocolate como
si fuera su verdadero amor.

—Iré a la tienda. ¿Qué necesita ella? —pregunto, sintiéndome


fuera de mi elemento.

—La señora Vera estaba preparada.

—Y yo le estoy haciendo macarrones con queso. —Freddy


señala a la batidora—. Y, pastel de chocolate con trozos de chocolate
y glaseado de queso crema. Si los carbohidratos y chocolate no
ayudan, nada lo hará.

Como no hay nada que pueda hacer, y estoy fuera de mi


elemento y soy inútil, dos sentimientos con los que no estoy
familiarizado.
—Avísame si algo cambia. —Retrocedo por la casa, agarrando
el chocolate sin abrir, de camino a mi oficina. Apenas me siento
cuando alguien llama a la puerta—. Adelante.

Vera abre la puerta.

—Juliet no se encuentra bien.

—Ash me lo dijo. ¿Necesita algo?

—Está en la ducha ahora. Voy a llevarle algunos


medicamentos y una compresa caliente cuando termine la ducha.

—Yo lo haré.

Ella ladea la cabeza y creo que está preparando su argumento.

—Parece ser de los fuertes, dolorosos. Ella debería tomar la


píldora, eso ayuda. Sería inteligente empezar antes que la necesite
más adelante. Llama a tu amigo médico para que se la recete. —
Luego, sin darme la oportunidad de procesar lo que ha dicho, o la
fuerte implicación de sus palabras, ella se gira aún hablando
mientras se va—: Dejaré las provisiones delante de su puerta.

Me quedo en silencio.

No me lo esperaba.

Después de unos minutos, me levanto y me dirijo a mi


habitación para agarrar una de mis sudaderas y una camiseta. Al
recordar lo que ella había hecho, lo que la había visto hacer la
última vez que se puso mi ropa, mi cuerpo reacciona. Meto mi polla
en la cintura de mis pantalones, la longitud dura estirándose hasta
mi estómago. El corte de la tela ni el ángulo incómodo hacen nada
para disminuir mi erección, pero al menos está oculta.

Llevo la ropa a su habitación y recojo los artículos que ella


espera antes de abrir la puerta.

La Palomita ni siquiera levanta la cabeza cuando entro. Sus


ojos me siguen cuando me acerco a donde está acurrucada en el
sofá, pero se queda en su bola.
—Te he traído agua, analgésicos, una compresa caliente y una
muda de ropa.

Sus ojos se posan en la tela amontonada.

—No puedo ponerme eso.

—¿Por qué?

—Porque no.

Miro sus pantalones ajustados y su top.

—Esto te apretará menos.

Ella abre la boca y la cierra. Sus párpados también se cierran


y sus mejillas se sonrojan.

—Me importa una mierda si las manchas. Son cosas que


pasan. —Sus ojos se abren, pero sigo adelante—: Y Vera puede
limpiar cualquier cosa.

Y ella tiene experiencia con las manchas de sangre.

Una pequeña lágrima escapa de su ojo. Se la limpia mientras


se incorpora y agarra la ropa.

—Gracias.

La comodidad suelta debe ser necesaria porque no espera a


que me vaya antes de encerrarse en su dormitorio. Ella regresa un
minuto después, vistiendo mi ropa. Le quedan enormes, pero de eso
se trata.

Espero a que se tome los analgésicos antes de pasarle la


almohadilla térmica y conectarla.

Ella se lo aprieta contra el estómago y se acurruca a su


alrededor.

—Gracias.

Meto la mano en mi bolsillo y saco el chocolate belga de


Freddy.
Sus bonitos ojos verdes se vuelven enormes y se lame los
labios.

Jesús.

Antes que mi tenue control se quiebre, le doy el chocolate y


me largo de aquí.

Tengo que mantenerme alejado de ella.


JULIET

Tres semanas después.

Estoy aburrida.

Más que aburrida.

Tan aburrida que voluntariamente adelanto mis tareas


escolares. Sentada en la cama con el computador, hojeo las tareas
que me quedan y suspiro cuando me doy cuenta que no puedo
hacer nada más. Lo cierro, me pongo de rodillas y aparto la cortina
para mirar por la ventana.

Sigue lloviendo.

Maldita sea.

Entro en la sala y llamo a la puerta.

Cole abre.

—¿Qué pasa?

—Estoy aburrida.

—¿Quieres que Ash te dé más matemáticas?

—Dios, noooo —digo dramáticamente—. Dije que estoy


aburrida no que quiero aburrirme tanto hasta morir.

Él medio sonríe.
—¿Qué quieres?

—Hacer algo. Me siento inquieta.

—Sigue lloviendo. —Sujetando la puerta con su cuerpo,


señala hacia afuera—. ¿Quieres dar una vuelta por la casa?

Sorprendentemente, no lo hago.

A excepción de algunas zonas prohibidas, ya he recorrido la


casa un montón de veces. Preciosa habitación tras preciosa
habitación fue emocionante las primeras veces, pero el atractivo se
desvaneció rápidamente.

Prefiero mi zona al resto de la casa. Es la primera vez en mi


vida que tengo mi propio espacio, aunque sea temporalmente.

A veces, a altas horas de la noche, cuando los oscuros


pensamientos se apoderan de mi cerebro, me pregunto si ellos ya
no me mantienen encerrada.

O si me lo estoy haciendo a mí misma.

—¿Me enseñas las habitaciones prohibidas? —pregunto,


aunque ya sé la respuesta.

—No. ¿Quieres usar el gimnasio?

—Qué asco, definitivamente no.

Él se ríe entre dientes.

—¿La sala multimedia?

Niego con la cabeza y señalo con mi pulgar sobre mi hombro.

—Tengo películas aquí.

—Sí, pero no la pantalla grande con sillones reclinables y


palomitas.

—Sigue sin ser lo bastante atractivo.

—Tienes que darme un poco más para seguir.


—Quiero... no sé. Dibujar. Tejer. Trabajar con arcilla. Diablos,
intentaría macramé y ni siquiera sé lo que es. Solo quiero hacer
algo.

Él no se burla de mí ni pone los ojos en blanco porque le estoy


pidiendo, a un tipo rudo, que me consiga material de manualidades.

—Veré lo que puedo hacer.

La puerta se cierra y, como en tiempos desesperados hay que


tomar medidas desesperadas, agarro mi iPad y juego algunos de los
juegos de matemáticas que el señor Reed me recomendó.

Nada sobre las matemáticas es divertido, pero al menos, por


un rato, me quita de la cabeza mi aburrimiento.

O, como unos quince minutos.

Cambio al iBooks, pero nada me atrae, así que enciendo la


televisión y cambio de canal.

Cuando estoy sentada en el sofá con las piernas en el respaldo


y la cabeza colgando boca abajo del cojín, la puerta se abre de
nuevo.

—Estás muy aburrida —dice Cole, poniendo dos bolsas de


plástico cargadas contra la pared.

En mi emoción, me siento tan rápido que la cabeza me da


vueltas.

—Solo lo hago por el dulce, dulce dolor de cabeza.

—Hombre, si crees que eso es un subidón, espera a probar el


tequila.

—¿Es una oferta de un chupito o de diez? Con extra de limón


y sal, por favor —bromeo.

—No, gracias, hoy no me apetece un disparo.

—¿Eh?
—A él ni siquiera le gusta que tomes cafeína. Si te diera licor,
me dispararía en las rótulas. —Se inclina y extiende la pierna—. Y
me gustan mis rótulas.

—Creí que la señora Vera era la que me limitaba la cafeína.

Cole no solo no responde, sino que evita mirarme.

Ah, como en los viejos tiempos.

Tengo la sensación que compartir cualquier información es


un gran no-no. Compadeciéndome de él y no queriendo volver a ser
ignorada, lo dejo pasar.

—De todas formas creo que soy más de piña colada.

Él sigue sin hablar, pero me dedica una media sonrisa.


Sujetando la puerta con un pie, busca más bolsas en el pasillo.

¿Ellos no pueden hacer nada a medias?

Meto mi mano en las compras.

—Solo quería una cosa de hilo o unos lápices de colores o algo


así. No necesitaba todo esto.

Él se encoge de hombros.

—Ahora tienes opciones. Grita si necesitas algo más.

¿Qué más podría necesitar?

Cuando se va, saco todo y lo alineo, esperando que la


inspiración me llegue. Hay una docena de ovillos de lana de
diferentes texturas y colores, agujas de tejer y algunos ganchitos de
varios tamaños, además de un par de libros de colorear para
adultos con lápices de colores y bolígrafos de gel.

Agarro el hilo de color más brillante y dos de las agujas antes


de cargar un tutorial para principiantes en YouTube. Descubro lo
divertido que es crear.

También descubro lo increíble, horrible, y horrorosamente


inexperta que soy.
Pero sigue siendo divertido.

Dos semanas después.

Ataviada con un bonito bikini rosa, mis chanclas, un montón


de crema solar, y un sombrero flexible, me pongo la mochila en el
hombro.

Ya que finalmente se me fue el periodo, es hora de ir a la


piscina. Para ser justos, gracias a la recomendación de la señora
Vera, empecé a tomar la píldora, y ha sido lo mejor o quizás lo
menos malo que me ha pasado nunca. Sin embargo, pasé casi una
semana en el sofá con la almohadilla térmica.

Estoy dispuesta a nadar hasta que me duelan los músculos


antes de sentarme en el jacuzzi hasta convertirme en una sustancia
viscosa.

Toco mi puerta y retrocedo.

—¿Sí? —Marco dice desde el pasillo.

—¡Hora de nadar!

—Okay —dice, pero la puerta permanece cerrada.

Espero un par de segundos más antes de preguntar:

—¿Puedes abrir la puerta?

—Ábrela tú.

Mierda, ¿qué hice para molestarlo?


Puede que Marco no sea tan amistoso como Cole o Ash, pero
hace tiempo que no es un idiota conmigo.

—Por favor, ¿puedes abrir la puerta? —Lo intento.

—Ábrela tú —repite.

—Solo intento ir a nadar.

—Juliet. —Y entonces lo oigo: un atisbo de diversión—. Ábrela


tú misma.

Mi corazón se acelera, martillando en mi pecho.

Ya no tengo los hombres que me seguían como guardias de


prisión. Ni siquiera los que se quedaban frente a mi puerta. Estoy
por mi cuenta, libre de ir a cualquier parte, excepto a las
habitaciones prohibidas. Pero con el fin de tomar ventaja de esta
libertad, primero necesito que me dejen salir.

Desbloquear permanentemente mi puerta es importante.

La respiración se me congela en los pulmones cuando agarro


el picaporte. Se me escapa un chirrido extraño cuando tiro
fácilmente de la puerta y se abre.

Marco está de pie delante de mí puerta.

—Has tardado bastante.

—¿Ya está sin seguro?

Él levanta la barbilla.

—¿A partir de ahora? —le pregunto.

—No la cagues.

Lo observo irrumpir por el pasillo, poner el pulgar en una


cerradura, y entrar en una habitación.

Él es todo ladrido y… vale, probablemente también todo


mordisco. Pero ya no va dirigido a mí, así que da igual.
Me acomodo la mochila en mi brazo y salgo como un rayo
hacia la piscina y el jacuzzi.

Cuando vuelvo a mi habitación sin seguro, estoy hecha un


asco.

MAXIMO
Tres semanas después.

—Limpien esta área.

—Sí, señor.

Caminando lentamente por la cocina en el buffet de Moonlight,


reviso cada rincón y grieta. A mis chefs y al personal no les importa
la inspección del departamento de salud, pero detestan la mía. Soy
un culo duro cuando se trata de la limpieza, el orden y la imagen.

Saliendo del restaurante, sé que las otras cocinas estarán


impecables en el momento en que llegue a ellas. A quien golpee de
primero le avisará al resto. Me importa un bledo mientras el trabajo
esté hecho.

—Maximo. —Serrano trota para alcanzarme—. ¿Qué tan malo


fue?

—Algo de desorden y derrames. Nada mal.

—¿Pusiste el temor de Dios en ellos de todos modos?

—No, les puse el miedo en mí.

Él se ríe entre dientes.

—¿Cómo van las cosas para el viernes?

—Georgie dice que todo va sobre ruedas —digo, refiriéndome


al Director del Torneo de Star—. Las habitaciones están listas, las
mesas se montarán el jueves por la noche, la cocina y los pedidos
del bar se han ajustado para la afluencia. La inscripción ya está
llena.

Los torneos de póquer suelen ser fáciles. Unas cuantas peleas


pendencieras, unas cuantas acusaciones de trampas, y unos pocos
peces gordos de pueblo que piensan que ellos merecen el
tratamiento VIP. Aparte de eso, la gente juega a las cartas, recogen
sus ganancias, y luego saltan a las mesas y las ranuras por la
diversión del juego más que por la competición.

Mi celular vibra en mi bolsillo. Lo saco para ver un mensaje


de Cole.

Cole: Ella quiere un teclado. Uno musical, no de computador,


así que no soy de ayuda.

No puedo contener la pequeña sonrisa que se dibuja en mis


labios.

A Juliet le gusta crear.

Ella hace el ganchillo, pero mal, según los hombres. Su tejido


fue mucho peor. Los libros para colorear tuvieron un éxito leve,
aunque el listón es bajo.

A pesar de su falta de habilidad, ella se divierte. Lo que


significa que le daré lo que quiera.

Yo: Entonces cómprale uno.

Cole: Teniendo en cuenta su historial, me estoy volviendo del


tipo que se engancha a sus auriculares. Porque si ella es mala
tecleando alguna mierda de los Backstreet Boys, estoy fuera de
guardia.

Yo: A menos que ella viaje en el tiempo a finales de los noventa,


creo que estás a salvo.

Cole: ¿Qué?

Yo: Los Backstreet Boys están en las emisoras de los viejos


ahora.
Cole: Mierda.

Me guardo el celular en el bolsillo y me giro hacia Serrano.

—Llámame si surge algo, si no, nos vemos este fin de semana.

Camino por los otros restaurantes y el patio de comidas de


Moonlight. Y tal y como supuse, todos están impecables.

Una semana después.

Al ver que llaman a mi puerta, grito:

—Adelante.

Marco abre la puerta y entra.

—El teclado no es lo suyo, jefe.

No me sorprende. Mientras que ella había utilizado los


materiales de arte durante horas, el teclado no lo tocó ni desde el
primer día.

—¿Ella quiere clases? —le pregunto.

Él niega con la cabeza.

—Al parecer, escuchar música es más divertido que intentar


hacerla. Le preocupa enfadarte, así que dijo que iba a trabajar en
ello.

Su disgusto es evidente.
Incluso después de estar allí tanto tiempo como lo ha hecho,
todavía está nerviosa. Ella camina sobre cáscaras de huevo. Lo peor
de todo, hay momentos en los que ella se prepara para ser golpeada.
Como si tuviera experiencia en eso.

Y yo apuesto que la culpa es de su padre de mierda.

Hace tiempo dejé de preguntarme por qué Juliet no me odia


por matarlo. Cuanto más aprendo sobre su vida antes de mí, más
sentido tiene. Un día, cuando ella confíe en mí, la obligare a
contármelo todo.

Y entonces desenterraré al bastardo y encontraré la forma de


matarlo de nuevo.

—Dile que podemos devolverlo. No hay daño, no hay falta —


le digo.

—Está bien.

—¿Ha dicho qué es lo siguiente que quiere?

Él sacude la cabeza.

—Tengo la sensación que ella piensa que ya ha presionado lo


suficiente.

—Averígualo y consígueselo.

—Está bien —repite, saliendo de la habitación.

Dulce palomita, todavía tan jodidamente rota.

JULIET
Una semana después.

—Por una B. —Ash levanta su bebida de Coca-Cola Light que


es mayormente helado de vainilla con solo unas gotas de Coca-Cola
Light.
Sentada en la encimera de la cocina, levanto mi bebida que es
mayormente Coca-Cola Light y helado.

—¡Por acabar con las proporciones!

Vera y Freddy añaden las suyas, chocando los vasos.

—Unidades de medida y fracciones será mejor de todos modos


—dice Ash, conteniendo una sonrisa que sus hoyuelos le
traicionan—. Empezaremos mañana.

Echo la cabeza hacia atrás.

—¿Por qué? Déjame disfrutar de mi regalo y fingir que hemos


acabado con las matemáticas para siempre.

—Solo piensa —dice Freddy, tomándose rápido su bebida en


lugar de saborearla como yo—, Una vez que aprendas eso, sabrás
cómo duplicar y triplicar ingredientes para hornear galletas
conmigo.

Pocas cosas pueden entusiasmarme con las matemáticas,


pero las galletas lo consiguen. Especialmente si son galletas de
azúcar cubiertas de chispitas.

Mi mirada se dirige hacia Ash.

—¿Quieres hacerlo cuando acabemos? Quizá podamos


terminar toda la sección en una tarde.

—Mañana.

—Bien —digo.

La conversación pasa de las matemáticas al tema mucho más


emocionante de las galletas favoritas. No hablo mientras me
sumerjo en la felicidad que me rodea.

Vera, Ash y Freddy tienen vidas ocupadas. Tienen mejores


cosas que hacer que quedarse en la cocina, bebiendo Coca-Cola
Light conmigo.

Pero ellos se toman el tiempo de hacerlo de todos modos. Se


dan cuenta de mi duro trabajo y celebran mis logros, aunque solo
sea una notable B. Nunca tuve esto antes, y me hace sentir como
si el café caliente de Freddy estuviera en mis venas, calentándome
de adentro hacia afuera.

La conversación se corta cuando la puerta de la cocina se abre


de repente.

Con su característico traje y expresión fría, Maximo se dirige


a la nevera y agarra una botella de agua antes de apoyar la cadera
en la encimera cerca de donde estoy sentada.

No esperaba verlo. De hecho, rara vez le veo. Si no está en el


trabajo, está encerrado en la oficina de la casa.

Pero en su cercanía, la vergüenza y la excitación florecen a


través de mí en igual medida.

—¿Cuál es su galleta favorita, jefe? —pregunta Ash.

Supongo que él dirá que ninguna, ya que no le gustan mucho


los aperitivos, pero tras un largo momento, dice:

—Con chispas de chocolate, pero solo del tipo masticable.

—Un clásico. Aunque delgadas y crujientes es superior. —


Freddy coloca su taza vacía en el fregadero y mira el reloj—. Tengo
que correr. Estoy entrenando a los cocineros para que no estropeen
mi hermosa receta de risotto.

Ash raspa lo último de su helado antes de poner su taza en el


fregadero.

—Yo también tengo que irme. —Hace una pausa para darme
un apretón en el hombro—. Buen trabajo otra vez, Juliet —dice,
antes de seguir a Freddy por la puerta.

Incluso la señora Vera está repentinamente empeñada en


escapar, dejando su apenas tocada bebida.

—Esa ropa no se va a doblar sola.

Oh no, me pregunto si ellos están en problemas.


Estoy segura que Maximo les paga mucho por hacer su
trabajo, no por beber conmigo. Tal vez él está enojado porque ellos
estaban sentados en el reloj.

Pero cuando echo un vistazo al perfil de la señora Vera, no es


miedo o nerviosismo en su rostro. Es su sonrisa socarrona.

¿A qué viene eso?

Antes que pueda preguntar, ella sale corriendo como si la


seguridad del mundo dependiera de que doblara la ropa en este
mismo instante.

Dejándome.

Con Maximo.

Sola en una cocina gigante que de repente parece del tamaño


de un armario de escobas.

Antes que pueda escapar, Maximo me pregunta:

—¿Te gusta el vestido?

Olvidando de repente lo que llevo puesto, miro el vestido


informal de patinadora. Me lo habían dejado en la cama unos días
antes con una nota de Maximo felicitándome por el sobresaliente
que había sacado en el examen de Geografía. Uno de mis puntos
fuertes por haberme mudado tanto.

No es la primera vez que me sorprenden con un regalo por


una buena nota. Al igual que en la celebración de la carroza, no son
los objetos en sí, sino la idea que hay detrás de ellos, lo que significa
tanto para mí.

—Me encanta —le digo—, pero no tienes que…

—Di gracias, Juliet.

Ante su tono, mi cuerpo se tensa de una manera no


desagradable y un temblor me recorre la espalda. Las manos se me
ponen tan húmedas que temo que la bebida se me escape de las
manos. Hago lo que me ordena, con voz ligera y más suave de lo
que pretendo:

—Gracias.

Él no responde mientras me mira con una expresión ilegible.

La habitación ya no se siente como un cuarto de escobas. Es


incluso más pequeña. Y alguien ha succionado todo el aire de aquí.
No queda nada. Es por eso por lo que de repente me siento mareada
y sin aliento.

Necesito salir de aquí antes que Máximo oiga lo


vergonzosamente fuerte que late mi corazón.

O antes que sus ojos demasiado agudos se den cuenta del


efecto que tiene sobre mí.

Agarrando mi taza, empiezo a deslizarme fuera del mostrador.

—Voy a empezar...

Su mano tatuada baja sobre mi muslo desnudo, sus dedos


curvándose para mantenerme en mi sitio y enviarme un torrente de
emoción inapropiada a través de mí.

Mis ojos, muy abiertos, se clavan en los suyos, oscuros y


árticos.

—Quédate y termínate el helado —me ordena, tranquilo,


sereno e inconsciente del alboroto que ha provocado en mí—. Te lo
has ganado.

Su agarre se aprieta con fuerza antes de quitarme la mano y


marcharse.

Santa.

Mierda.

Tengo trabajo que hacer, pero no estoy segura de poder


caminar con mis piernas de gelatina o concentrarme en otra cosa
que no sea la sensación fantasma de su mano sobre mí.
Quedándome donde estoy, agarro el libro de recetas
manuscrito de Freddy y hojeo la sección de repostería.

Y entonces, por razones que no quiero reconocer, busco sobre


las galletas con chispas de chocolate comestible.
MAXIMO

Un mes después.

Caminando por la arena improvisada y vacía, vuelvo a


comprobar que todo esté en su sitio.

Va a ser una noche salvaje.

Si el boxeo en Moonlight saca a relucir el lado más primitivo


de todos, los combates que planeo en la bodega sacarán a relucir
sus instintos más bajos.

Sin restricciones.

Sin restricciones de apuestas.

Sin regulaciones.

Los dos primeros combates son amateurs. Les daré a mis


invitados un vistazo de los luchadores prometedores. Los que están
desesperados por un patrocinador para conseguir aparecer en el
mapa.

Y los hijos de puta ricos que llenan los asientos desesperados


por vivir a través de ellos.

El evento es exclusivo. Nadie puede entrar sin invitación.


Cada invitado tiene que ser investigado. La seguridad es estricta e
infranqueable.
Esa sensación de VIP, el saber que son un tener y no un no
tener, se suma a la noche. Al igual que un entorno poco ideal, sucio
y crudo.

Mal.

La ilegalidad es el subidón que necesitan los cabrones para


volver a sentir algo.

Comprobando el otro lado, Serrano se reúne conmigo en el


centro. Él da un silbido bajo.

—Esto va a ser una máquina de hacer dinero. Ortiz dijo que


uno de los invitados ya ha dejado un par de cientos de los grandes
en las mesas de blackjack.

—Bien. Esperemos que le quede suficiente para perder aquí


también.

La pesada puerta se abre, y mi mano va a mi Glock hasta que


veo que es Ash.

—Uno de tus VIPs en Nebula quiere una reunión contigo —


me dice.

—Encárgate.

Porque estoy malditamente seguro que no quiero.

—Lo intenté, pero insiste en hablar con el gran jefe.

Me paso la mano por la cara.

Todas mis propiedades son de alto nivel, pero Nebula es mi


complejo de lujo. Es lo mejor de lo mejor, por eso cuesta una puta
mierda alojarse en una habitación básica. Una noche en una de las
suites o áticos cuesta mucho más de lo que la mayoría de la gente
puede ganar durante un par de meses.

La mayoría de mis invitados están felices de hacer sus propios


problemas, pero siempre hay uno que quiere sentirse como el
último VIP.

—¿Dijo lo que quería? —pregunto.


—No, lo que significa que el Sr. Dicky-doo probablemente
quiere coño, polla, drogas, o las tres cosas a la vez.

—¿Sr. Dicky-doo? —Serrano pregunta estúpidamente.

—Es cuando su estómago sobresale más que su polla.

—Joder —murmuro, sacudiendo la cabeza.

Ash sonríe satisfecho, pero se trata de algo más que de


ponerme los pelos de punta.

Casi no quiero preguntar.

—¿Qué más?

—Ella quiere aprender a cocinar con Freddy —comparte, sin


tener que decir a quién se refiere.

La misma ella que no me he permitido ver, al menos en


persona. No desde que metí la pata envolviendo mi mano alrededor
de su muslo, sintiendo por fin su suave piel.

—Haré que venga otro chef —digo.

—Ya lo intenté. Quiere cocinar con Freddy.

Frunzo el ceño.

Entre sus habilidades en la cocina y su acento, Freddy tiene


a las mujeres lanzándose hacia él. Podría conseguir aún más, si él
estuviese inclinado, pero su pasión es la comida.

Confío en él, pero sigue sin gustarme la idea que ella pase
tiempo con él. Y con su acento. En su cocina.

Especialmente cuando sé lo fácil que es perder el control allí


con ella.

Está mal sentir celos, pero está ahí como un puñetazo en las
tripas.

—Bien —grito—. Dile que mantenga sus malditas manos


quietas.
—Ya lo he hecho.

—¿Entonces por qué estás aquí?

Su sonrisa se convierte en una sonrisa de comemierda.

—¿Y perderme ver tus bragas retorcidas por ello?

—Estás despedido —le digo, aunque no parece inmutarse.

—Vale la pena. —Dirigiéndose hacia la puerta, dice por


encima de su hombro—: No te olvides de tratar con el Sr. Dicky-
doo. Te enviaré el número de su habitación.

Maldito Cristo.

Necesito unas vacaciones en una isla sin servicio celular y un


suministro de Whisky.

Y una bonita paloma.

JULIET
Tres semanas después.

Lo logré.

Me quedo mirando la pantalla, parpadeando rápidamente


para ver si cambia. Cuando todo sigue igual, me froto los ojos.

Aún lo mismo.

Ni siquiera pellizcándome cambia algo.

Me gradué.

No me gradué en el área gris o simbólicamente.

Realmente me gradué de la Academia Melbrook.


El señor Reed pudo haber arreglado la logística entre
bastidores, pero yo me gané los créditos trabajando de mañana,
tarde y noche. Y todo mi estudio me preparó para los finales.

He estado acechando las calificaciones en línea, y finalmente


se publicaron.

—¿Y bien? —pregunta Ash desde la puerta.

Planee ponerle cara triste y fingir que había reprobado. Pero


ahora que llega el momento de ejecutar mi broma, estoy demasiado
emocionada.

Saltando de mi asiento, giro el computador hacia él para que


mire.

—¡He aprobado!

—¿Incluso matemáticas?

La nota me quedo con un setenta y seis, pero no importa, un


aprobado es un aprobado.

Una enorme sonrisa me parte la cara, haciendo que me


duelan las mejillas.

—¡Incluso matemáticas!

Ash se acerca y me abraza como un oso.

—Estoy orgulloso de ti.

Puede que sea porque nunca antes había oído esas palabras.

Tal vez porque estoy muy feliz.

Tal vez porque no puedo recordar la última vez que alguien


me había abrazado.

O tal vez es solo porque Ash trabajó duro para encontrar un


método de enseñanza que hiciera clic en mi cerebro y luego se había
roto el culo para asegurarse que yo pudiera aprobar.
Cualquiera que sea la razón, las lágrimas corren por mi rostro
mientras me ahogo con las palabras.

—Gracias por ayudarme.

Él se aparta para agarrarme por los hombros.

—Oye, todo esto ha sido cosa tuya. Estabas tan decidida que
lo habrías hecho conmigo o sin mí.

Me rio y me sorbo la nariz, secándome las mejillas con el dorso


de la mano.

Se oye un carraspeo detrás de él y deja caer las manos como


si mis hombros le quemaran.

Cuando Ash se aparta, veo a Maximo de pie al otro lado de la


mesa, con los brazos cruzados sobre su ancho pecho.

—¿Y bien?

Como no contesto, Ash me da un codazo.

—Díselo.

—He aprobado —digo, sonriendo a pesar de sentirme


completamente intimidada por Maximo y sus melancólicos ojos
negros.

—¿Todo?

—Todo. El señor Reed dijo que oficialmente he cumplido los


criterios para graduarme.

—Reed mantiene sus rodillas entonces —dice Maximo, como


si eso fuera un comentario normal.

Al recordar todo lo que él ha hecho por mí, desde


extorsión…ar, utilizando la deuda del señor Reed, comprar mis
suministros, convencer a Ash para que me ayudara, hago algo
estúpido.

Rodeando la mesa, me meto en su espacio y lo rodeo con mis


brazos. Lo abrazo.
Su cuerpo está rígido y sus brazos aún cruzados.

No me importa.

En este momento, el abrazo es para el abrazador, no para el


abrazado.

Él descruza sus brazos y los baja para agarrarme por la


cintura. Pienso que él va a empujarme, pero sus palmas se deslizan
hacia mi espalda y me devuelve el abrazo.

—Estoy orgulloso de ti, palomita.

Que Ash me abrace y me diga que está orgulloso significa


mucho.

Que Maximo me abrace y me diga que está orgulloso significa


el mundo.

Me suelta y se aparta.

—¿Quieres subir al escenario? Lo arreglaré con Reed.

Tuve que ir físicamente a la Academia Melbrook para tomar


los exámenes finales. Los chicos se habían quedado boquiabiertos
y susurrado, y el abrumador olor a spray corporal Axe me había
dado dolor de cabeza.

No tengo ningún interés en caminar por el escenario con gente


que no conozco delante de un público de extraños.

—No —digo—, estoy bien.

—Aun así, lo celebrarás —afirma, sonando más como una


amenaza que como un plan.

—Voy a pedirle a Freddy que me enseñe su receta de


macarrones con queso y luego le rogaré que me haga una tarta
funfetti.

Freddy dijo que eso es una abominación contra su


ascendencia francesa, pero me he graduado. Eso tiene que contar
para algo, ¿no?
—Lo hará —dice Maximo, su tono de nuevo haciendo que las
palabras suenen como una amenaza. Él le da su atención a Ash—.
¿Listo?

Ash asiente, pero me lanza otra sonrisa.

—Felicidades de nuevo, Juliet.

—Gracias.

Los miro marcharse antes de dejarme caer en la silla.

Bueno, mierda. ¿Y ahora qué hago?


JULIET

Cuatro meses después.

Bueno, maldita sea, esto apesta.

Después de ducharme, entro en el armario para vestirme y me


encuentro con un par de prendas nuevas. No es la primera vez, pero
nunca deja de sorprenderme.

Uno de los conjuntos es un mameluco gris que me pruebo


inmediatamente, pero la talla no me queda bien. Yo soy demasiado
menuda y todo me queda mal.

Frunzo el ceño y me miro en el espejo para ver si es tan malo


como pienso.

Y es peor.

Parezco una niña con la ropa de su hermana mayor.

En realidad, gracias a la extraña forma en el trasero, parezco


un bebe con un pañal lleno.

Tal vez pueda pedir que lo arreglen.

O tal vez yo pueda alterarlo...

No tengo ni idea de si podré hacerlo. Ha pasado un tiempo


desde que cosí algo, y eso que solo hice pequeños remiendos.

Pero también hace tiempo que no pruebo un nuevo hobby. Me


estoy poniendo un poco inquieta.
Después de enterarme que me gradúe, busqué algunas
universidades. No sé cómo funciona la logística, ya que soy una
menor sin dinero, pero no me importa. Ya es demasiado tarde para
solicitar plaza para el semestre de otoño. Así que sin escuela en la
que concentrarme, me muevo por una variedad de pasatiempos que
nunca tuve tiempo o dinero para probar.

Le di otra oportunidad al teclado, esta vez con clases de un


paciente profesor de música. No tomó mucho darme cuenta que la
falta de instrucción no era el problema.

No por una milla de mal ritmo.

Prácticamente me esposé con el hilo cuando intenté tejer.

El ganchillo fue mejor, pero no mucho. Incluso yendo


despacio con una guía en vídeo, mi bufanda era menos escarpada
y más nudos y enredos formando un rectángulo abstracto.

Freddy me enseñó a cocinar y a hornear algunas cosas


básicas, entre ellas galletas de chocolate.

Es hora de probar algo nuevo.

Después de ponerme ropa, que de hecho me queda bien, me


dirijo al vestíbulo.

Estoy bastante segura que Maximo está en la casa, pero no


voy a verlo. Por extraño que sea, él ya financia todos mis asuntos,
por lo que no me siento cómoda pidiendo nada más. Es más fácil
fingir que las cosas aparecen por arte de magia.

Como si tuviera deseos ilimitados de un genio.

Bajando las escaleras, busco a uno de los hombres o a la


señora Vera, pero no tengo suerte. La cocina también está vacía, y
me robo un par de Starbursts5 para mis problemas. Estoy a punto
de irme cuando entra Marco.

Él parece culpable hasta que entrecierra los ojos.

5 Starbursts(originalmente conocido como Opal Fruits) es una marca de caramelos masticables


cúbicos con sabor a fruta
—¿Qué haces aquí?

Escondo los caramelos en mi espalda mientras le respondo:

—¿Tú qué haces?

—Solo buscando a Freddy. —Él levanta una olla grande como


si estuviera casualmente revisándola.

—Freddy movió las Oreo.

—Maldición. ¿Donde?

Me encojo de hombros.

—¿Qué has agarrado?

—Starbursts. En el bote de harina.

—Gracias. —Él agarra un puñado mucho más grande y se los


guarda en el bolsillo—. ¿Qué estás tramando?

—¿Puedes traerme una aguja e hilo?

Sus ojos se ponen alerta y me escanea como si estuviera


buscando una herida.

Me pregunto si él es un ex militar, un comando o algo así.

Pongo los ojos en blanco.

—No estoy buscando hacer puntadas de campo de batalla. En


realidad, quiero coser.

—¿Necesitas tela?

Sacudo la cabeza.

—Solo hilo gris.

—Entendido. —Él agarra otro puñado de Starbursts y revisa


un pote antes de irse.

Y yo subo a mi habitación a planear mi nuevo pasatiempo.


MAXIMO
—¿Qué está haciendo ella?

Juliet está sentada en el suelo, con el cuerpo encorvado, pero


no puedo ver lo que mantiene su atención.

Ash no necesita echar un vistazo a la pantalla para saberlo.

—Ella está alterando uno de sus trajes.

—Puedo pedirle a mi sastre que lo haga.

—Marco ya se ofreció cuando dejó los suministros y vio en lo


que estaba trabajando. Dijo que quería hacerlo ella misma.

Ya que apenas se ha movido en horas, ella está bastante


decidida.

—¿Por qué te lo dijo Marco? —le pregunto.

—Para avisarme que ella estaba armada con unas tijeras de


tela afiladísimas.

No estoy preocupado, y no solo porque no estoy en casa para


que me apuñale.

Ella ha tenido innumerables oportunidades para irse. No está


encerrada en su habitación, y la puerta principal está desprotegida.
Diablos, ella tiene acceso a los cuchillos de Freddy y podría usarlos
para pedir un auto que la ayude a escapar.

Nunca lo intenta.

A mi palomita le gusta su jaula dorada.

Aparto la mirada y paso a un tema mucho menos tentador.

—¿Algún nuevo avistamiento de Dobrow?

Él sacude la cabeza.
—Nada.

Ha habido un puñado de avistamientos sospechosos, pero


podrían ser casos de identidad equivocada, los aspirantes a villanos
Bond son una docena en Las Vegas.

Pero yo no me fio.

Mis ojos vuelven a los monitores sobre el hombro de Ash.

—Haz que Cole ejecute una comprobación óptica de los


sistemas de seguridad como precaución.

Se pone de pie.

—En ello.

Cuando se va, me recuesto en la silla y me paso la palma de


la mano por la cara. No puedo quitarme la sensación que la mierda
está a punto de torcerse.

Y mi instinto nunca se equivoca.

JULIET
Una semana después.

Sujetando la tela, inspecciono mi trabajo.

Después de ajustar los tirantes del mameluco para que no se


caiga, veo un montón de tutoriales antes de convertir los pantalones
cortos en una falda.

Y funciona.

Más o menos.

Mis puntadas están mal, mi dobladillo no es del todo


uniforme, y hay una buena posibilidad que ninguna de las costuras
se mantenga.
Pero mientras no mire demasiado cerca y apenas me mueva,
esto funciona.

Corro al armario, me pongo el ahora vestido y doy una vuelta


frente al espejo.

Lo hice de verdad.

Me calzo unas sandalias de cuña y voy en busca de la señora


Vera. No tengo que ir muy lejos, ya que sale de una de las
habitaciones cuando me acerco.

Al verme, ella se detiene y se aprieta las manos contra el


pecho.

—¡Qué bonito! Es mucho más bonito como vestido.

—Yo también lo creo.

Estuve trabajando en el proyecto, arreglando y volviendo a


arreglar hasta que mi espalda se entumeció y mis dedos agujerados
más que un cojín de alfileres.

Y me encantó cada frustrante segundo.

Terminar fue agridulce porque aún no tengo otro proyecto.


Miré toda mi ropa, pero, a menos que altere mis camisetas en crop
tops o extienda mis crop tops en camisetas, no hay nada que pueda
hacer.

—¿Me puedes dar tela normal para experimentar? —


pregunto.

—Haz una lista e iremos mañana.

Asiento, aunque no tengo ni idea de lo que voy a hacer, y


mucho menos lo que necesito para hacerlo.

Solo hay una forma de averiguarlo.

Volviendo a mi habitación, agarro un cuaderno, un bolígrafo


y mi MacBook. Luego, con mi bonito vestido, me siento en el suelo
e investigo toda la tarde, durante la cena y hasta que me quedo
dormida en la mesita.
NAVIDAD

Llamo a la puerta.

Ni siquiera llames a la puerta. Solo di “Feliz Navidad” y luego


ve a comer el desayuno. Nada del otro mundo.

Caminando por el pasillo, me quedo mirando la puerta


cerrada de la oficina. Mis pasos se ralentizan a medida que me
acerco.

La señora Vera y los hombres se han ido. Probablemente él


también se haya ido.

Utilizando esa endeble excusa para acobardarme, paso


deprisa y bajo las escaleras.

Es la mañana de Navidad y en toda la mansión no hay nadie


cerca, lo que lo hace inquietantemente tranquilo.

No tiene tanto encanto como el original.

Voy a la cocina, abro la nevera y encuentro comidas para


calentar apiladas para mí. Agarro los dos etiquetados para la
mañana de Navidad y los abro, prácticamente babeando al ver la
ensalada de frutas y la cacerola de desayuno.

Meto la cacerola en el microondas y me doy la vuelta para


agarrar un tenedor cuando mis ojos se posan en algo.

Algo mágico.

Algo con mi nombre, literalmente.


Un verdadero milagro de Navidad.

Freddy ya estaba en mi lista de agradables desde que


prometió enseñarme a hacer beignets cuando volviera de visitar a
su familia en Nueva Orleans.

El hecho que me dejara un alijo de café lo pone en mi lista de


súper agradables.

Sigo sus instrucciones escritas para prepararlo usando la


cafetera.

Un Mr. Coffee habría bastado.

Cuando termino, le doy un sorbo.

No importa.

Este es el néctar de los dioses y Mr. Coffee es un pecado contra


el café.

No me molesto en comer en la mesa grande porque estoy sola.


Me siento en el mostrador y como, disfrutando de la deliciosa
comida y amando el café.

Para algunos, esta probablemente sería una forma de mierda


de pasar la mañana de Navidad. Pero para mí, es la mejor Navidad
que he tenido nunca.

Tengo comida que no es una cena de pavo congelado.

Nadie está borracho.

No hay ninguna camarera de cóctel al azar cocinándome


huevos caducados porque se siente mal que coma cereales secos en
una casa sin adornos ni regalos.

En lugar de eso, estoy caliente, alimentada y con cafeína.

Y, sobre todo, estoy en paz.

Un poco espeluznante en todo su vacío expansivo, pero aun


así, es mejor que un borracho gritón o peor.
Llena y feliz, subo las escaleras. Intento decidir si quiero
echarme una siesta o ver una de las cincuenta mil millones de
películas navideñas de la tele cuando me doy cuenta de algo.

Una de las puertas normalmente cerradas está entreabierta.

Antes no estaba abierta.

¿No?

No estoy segura. Mi atención estuvo centrada en la oficina de


Maximo, que está frente a la puerta entreabierta. Es muy posible
que no lo viera.

Disminuyo la velocidad para echar un vistazo.

Probablemente solo sea un almacén.

O otra aburrida habitación de invitados.

O guarda secretos del gobierno, rehenes y a Jimmy Hoffa.

Pero cuando echo un vistazo dentro, no veo nada de eso.

Veo algo aún más increíble.

Segura que es una alucinación, empujo la puerta hasta


abrirla del todo y me quedo mirando.

En el centro de la habitación hay un escritorio en forma de L


con una máquina de coser encima. Dos maniquíes de torso sin
cabeza están colocados a su lado. La pared está forrada con
estantes llenos de todo tipo de bits, chucherías y rollos de tela.

Mucha tela.

Es bastante.

Demasiado.

Más de lo que pedí.

Es hermoso, increíble y perfecto.

Demasiado perfecto.
De ninguna manera esto es para mí.

De ninguna manera.

Mi clase de juguetes eran de una familia que eligió un nombre


de un árbol de caridad.

Mi clase de regalos eran baratas de limosnas de la iglesia.

Mi clase era un padre que empeñaba todos los regalos


donados porque se sentía con suerte y decía que ganaría lo
suficiente para comprar mejores regalos.

Mi clase era un padre que nunca reemplazó ninguno de los


regalos empeñados, y mucho menos con otros mejores.

Mi clase era una pobre basura que no tuvo una vida


espectacular, ni siquiera temporalmente.

No sé para quién es esto, pero no es para mí.

Incluso mientras las negaciones corren por mi mente


pesimista, algo más florece en mi corazón.

La esperanza.

Esa estúpida emoción que creía ser demasiado inteligente


para sentir, crece a medida que asimilo los detalles. El enorme lazo
verde y rojo pegado a la parte superior de la máquina de coser, el
pantalón corto de dormir de algodón que he estado cosiendo a mano
está colocado sobre el escritorio. La tarjeta con el familiar garabato
masculino.

Y los lienzos en la pared.

Hay cuadros de distintos tamaños colgados por la habitación.


Son simplistas, solo una paloma blanca con un fondo gris, pero ese
minimalismo es lo que los hace impresionantes.

Incluso sin la nota o el lazo, las palomas dejan claro que esta
habitación está destinada a ser mía.

Como si estuviera armada con trampas explosivas y yo fuera


un intruso, doy un tentativo paso dentro. Luego otro. Y otro más.
Una vez que llego al escritorio, mi corazón late tan fuerte, que me
sorprende que no se salga de mi esternón. Paso las yemas de los
dedos por la máquina, que tiene tantos botones y ajustes que no
puedo imaginar todo lo que es capaz de hacer.

Tomo la tarjeta.

Feliz Navidad, palomita.

En realidad, es para mí.

No.

No, no, no.

Por mucho que amo la habitación, y me encanta cada aspecto


de ella, no puedo usarla.

Me quedé para aliviar su culpa.

Acepté su ayuda para conseguir mi diploma porque no soy tan


estúpida como para rechazar una oportunidad inestimable.

Acepté la ropa porque es una necesidad. Además, el costo de


todo ello es probablemente menor que el pago de uno de sus autos.

Incluso el material de los pasatiempos que he estado pidiendo


son baratos e intrascendentes.

Temporal.

Como yo.

Un taller de costura no es algo que pueda llevar conmigo


cuando cumpla dieciocho años.

Y si me permito usarlo, si me enamoro de esto, ¿cómo se


supone que volveré a coser a mano?

¿Cómo voy a volver a coser a mano?

Me giro para salir de la habitación y me quedo paralizada.

Mis movimientos.
Mi respiración.

Mis pensamientos.

Colgado en la pared opuesta a la máquina de coser está el


lienzo más grande.

Una paloma en una intrincada jaula.

En blanco y negro, los barrotes brillantes de la jaula


ornamentada y la brillante paloma contrastan con el fondo oscuro.
Es precioso, cada sombra y la luz se combinan a la perfección.

Su belleza me revuelve las entrañas por razones que no puedo


comprender, y mucho menos explicar.

Estoy segura que así es como el buen arte debe hacer sentir
a la gente.

Apartando los ojos del lienzo, miro por la puerta abierta hacia
la cerrada de enfrente.

Él tiene que devolverlo todo.

Todo.

Excepto tal vez esta pintura. Me quedaré con ésta.

Enderezo mi columna y marcho por el pasillo, ensayando


cómo rechazar sus atentos regalos sin parecer desagradecida.

Pero cuando llego a la puerta, no es mi puño el que la golpea.


Es mi frente la que cae con un suave golpe.

Porque en este breve retraso, pienso en lo mucho que me han


apoyado: Con mis tareas escolares, con mi lectura o la natación;
con mis menos que intentos de pasatiempos y con la costura.

Puede que haya comenzado como una manera de matar el


tiempo y alterar un mameluco, pero se ha convertido en algo que
amo.

Y alguien se ha dado cuenta de eso.


Ahogada por la emoción, mis crudas palabras no insisten en
que él lo regrese todo. Expresan la profunda y sincera gratitud que
me embarga.

—Gracias. Me encanta.

Por lo que sé, estoy hablando a una habitación vacía, pero eso
está bien.

Digo lo que necesito.

Me doy la vuelta y me dirijo a mi habitación y a mi iPad.

Si quiero aprender a usar la máquina de coser antes de mi


cumpleaños, tendré que ver vídeos.

Pienso en todos los interruptores, botones y ajustes que vi.

Muchos vídeos.
JULIET

—¡Feliz cumpleaños!

No hay nada feliz en ninguno de mis cumpleaños, pero


especialmente no en este. Quiero volver a meterme en la cama,
taparme con las sábanas y fingir que el día -y todo el mundo
exterior- no existen.

Cuando me levanto, la señora Vera me espera en el salón con


el desayuno y un abrazo de cumpleaños.

—Gracias —digo, forzando una sonrisa que no siento.

Ella señala el sofá, con un pequeño brinco al moverse.

—Siéntate y come.

Ella parece extra animada.

Yo, por otro lado, soy una nube sombría que llueve sobre mi
propio desfile.

El temido día ha llegado.

Tengo dieciocho años.

Un adulto.

Capaz de vivir por mi cuenta, hacer mi propio camino, todo el


jazz.

Es hora de irse.
—¿Cuál es el, eh, plan? —le pregunto.

Ella señala la comida.

—Come. Está un poco frío, pero Cole ya ha ajustado la


temperatura de la piscina para que puedas nadar.

Sonrío, y solo es un poco forzada.

Por supuesto, no me van a echar en mi cumpleaños.

Tendré que volver a preguntar más tarde, porque necesito


tiempo para planificar y hacer las maletas. Por el momento,
saborearé con avidez mi último día en el paraíso.

Al levantar la cúpula de la bandeja, el olor a condimento cajún


y jalapeños quema mi nariz y me hace agua la boca. Junto con la
tortilla picante, hay una tostada, un bol de rodajas de fresa y
plátano, y café.

Una taza grande de café.

Todos mis favoritos.

Feliz cumpleaños para mí.

MAXIMO
Dirigiéndome para hablar con Freddy, me detengo cuando
Juliet sale de la cocina, con su cabello en una coleta alta y su
cuerpo apenas cubierto por un bikini blanco. No se percata de mi
presencia mientras se gira hacia la puerta trasera, dejándome ver
sus redondeadas nalgas.

Como esto significa que Freddy ha tenido la misma vista,


aprieto la mandíbula.

—¿Te diviertes, palomita?

Ella se da la vuelta y su grito de sorpresa va directo a mi polla.


Al igual que su respiración:
—Maximo.

Dios, lo que daría por oírla decir mi nombre así estando


enterrado dentro de ella.

—¿Te diviertes? —repito.

Ella asiente con la cabeza, y esa maldita coleta se balancea.

—Bien. —Estoy a punto de darme la vuelta cuando mi mirada


se fija en algo.

Cuando acorto la distancia, Juliet retrocede hasta quedar


pegada a la pared, sus ojos verdes fijos en mí como una bonita
cierva mirando a un lobo. Eso no me desanima.

Me excita.

Solo me detengo cuando estoy lo suficientemente cerca como


para contar las pecas salpicadas en su nariz. Lentamente, paso mi
dedo doblado por su costado, su piel tan condenadamente suave.

Cuando llego al dobladillo de la braguita de su bikini, su


respiración se entrecorta.

¿De miedo?

¿O algo muy diferente?

Recorro con el pulgar la fina y arrugada cicatriz que tiene


sobre el hueso de la cadera.

Sé lo que es.

Ya tengo bastantes de estas.

Las he dado aún más.

Aun así, rujo:

—¿Dónde te has hecho esta cicatriz, palomita?

Ella traga saliva con dificultad y su voz se quiebra cuando


miente:
—No me acuerdo.

—No me mientas.

Ella duda antes de admitir:

—Mi padre debía dinero. Vinieron por mí como advertencia


para él.

—¿A quién le debía?

—A todo el mundo —dice con una pequeña risa sardónica—.


Pero en este caso fueron los Sullivan.

Los Sullivan son prestamistas de poca monta y grandes


traficantes de armas.

—¿Patrick Sullivan no boxeaba con Shamus?

Ella asiente.

—Por eso me dejaron ir fácilmente.

¿Ella cree que eso es salirse con la suya?

—¿Patrick lo hizo? —le pregunto.

—No, uno de sus matones.

—¿Está muerto?

Si el pedazo de mierda de su padre se hubiera preocupado por


algo más que él mismo y sus vicios, habría matado al bastardo
responsable de una manera que dejara claro que Juliet estaba fuera
de los límites.

Sus bonitos ojos se abren de par en par ante mi pregunta.

—No que yo sepa.

—Lo estará.

Ella sacude la cabeza, pero no es una objeción a la violencia.

—No vale la pena el dolor de cabeza.


¿Hasta qué punto la jodió Shamus para que piense que ella no
vale la pena?

La agarro de la cadera y me inclino para poner mis ojos a la


altura de los suyos. Cuando ella intenta apartar la mirada, le
ordeno:

—Mírame. —Una vez que tengo sus ojos de nuevo, hablo


despacio y claro para que no haya malentendidos—: Nadie te hará
daño. Si lo hacen, me aseguraré que pasen el poco tiempo que les
queda en la tierra lamentándolo. No será un dolor de cabeza.
Disfrutaré dejando claro lo que le pasa a cualquiera lo
suficientemente estúpido como para tocarte.

—Esta conversación es una locura —ella susurra.

—No, lo que es una locura es que pienses que un cuchillo en


las tripas no vale la pena para tomar represalias.

—Papá dijo que significaría una guerra con ellos.

—Entonces empezaré una puta guerra porque seguro que tú


lo vales. Tú necesitas a alguien que cuide de ti.

Su columna se endereza mientras levanta esa barbilla


obstinada que tiene.

—Puedo cuidar de mí misma. Siempre lo he hecho.

—Y ese es exactamente el puto problema. —Mis planes para


calmarla se tiran por la maldita ventana. Al ver el dolor residual, la
traición y la tristeza que ensombrecen sus ojos, murmuro—:
Mierda, tu necesitas un papi urgentemente.

Juliet se burla, poniendo los ojos en blanco.

—No, gracias. Tuve un padre y me causó más que suficientes


problemas.

—No dije un papá. He dicho un papi.

Sus ojos se agrandan y sus labios se entreabren. Con su


pecho subiendo y bajando, ella sacude la cabeza.
—Sé que Shamus me jodió, pero no tengo problemas
parentales. No estoy tan dañada y disf...

—Cuida tus palabras, Juliet. Esto no tiene nada que ver con
disfunción y todo que ver con dejar que alguien cuide de ti por una
vez. Y por la forma en que te late el pulso, lo sabes.

—No estoy interesada en ese tipo de cosas —afirma, a pesar


que la reacción de su cuerpo contradice sus palabras.

—No me mientas. Y lo que es más importante, no te mientas


a ti misma.

No puedo contenerme.

Ni siquiera lo intento.

Cedo ante la retorcida necesidad que me ha perseguido


durante todo un puto año, y aprieto mi boca contra la suya, llena
de mentiras, en un beso fuerte.

Ella sabe a sol y a Coca-Cola light, y quiero hundir mi lengua


y memorizar su sabor.

Pero no lo hago.

Me aparto y doy un paso atrás.

—Hablaremos más tarde.

Aturdida, ella asiente antes de salir corriendo por la puerta


trasera.

Hice lo honorable.

Esperé a su cumpleaños.

He sido paciente.

Y ya he terminado.

JULIET
Un papi.

Él me besó.

Un maldito papi.

¿Qué significa eso?

Él jodidamente me besó.

¿Qué significó eso?

Mis pensamientos dan vueltas mientras estoy sentada en el


jacuzzi. Mis músculos están tan tensos, que es un milagro que mis
huesos no se conviertan en polvo. Estoy tan tensa, confundida,
sorprendida y...

Necesitada.

Estoy necesitada e inquieta y del tipo de calor que no tiene


nada que ver con la temperatura del agua y todo que ver con el
zumbido entre mis piernas.

Dios, para haber sido un beso tan rápido, fue increíble.


Intenso. Controlador. Tan dominante como su personalidad.

No puedo negar que deseo a Maximo. Desde la primera noche


que pensé en él mientras me tocaba, se convirtió en una fantasía
secreta.

Una fantasía inalcanzable.

O eso creí.

Pero gracias a su brusco cambio, pasar de evitarme a


besarme, no estoy tan segura que sea tan frío e inalcanzable como
creía. En adición a su comentario sobre papi, ya ni siquiera estoy
segura de cuál sea el camino a seguir.

Renunciando a relajarme, me salgo del jacuzzi y me envuelvo


en una toalla.

Maximo dijo que hablaríamos más, y antes de que eso ocurra,


necesito ordenar mis pensamientos acelerados.
Y eso significa que tengo que investigar un poco.

Me siento aliviada de no toparme con él mientras corro a mi


habitación porque no hay forma de ocultar lo afectada que estoy
por nuestra conversación o su beso.

Agarrando mi MacBook, empiezo a buscar en Google lo más


importante.

¿Fetiches de papi es igual a problemas paternales?

Me alivia ver que, como dijo Maximo, no tiene nada que ver
con nada repugnante. Terapeutas y expertos están de acuerdo en
que se trata de la dinámica de poder en la que un miembro de la
pareja manda y el otro es sumiso, con énfasis en el cuidado y la
crianza.

No estoy segura de todo esto, pero me alivia que no sea


indicativo de algún deseo secreto que me hubiera hecho vomitar
todo lo que he comido en mi vida.

Amplio mi búsqueda, dejo de lado los artículos eróticos y me


centro en los blogs de la vida real.

Todos son asquerosos.

No me aporta nada.

Esto está mal.

Así es como debería sentirme.

Porque, en realidad, hay muchas cosas que me atraen.

Esta búsqueda hace tanto por mí, que no puedo dejar de


mover y apretar mis muslos.

E incluso si mi cerebro está tratando de decirme que esto está


mal, la idea que Maximo me cuide como describen los blogs me
llena de una sensación de... justicia.

No es que me gusten todas las cosas que la gente describe. Sé


que odiaría cualquier forma de humillación. Intercambiar
compañeros o compartir, me hace sentir enferma y cabreada. Y no
juzgo, pero el juego de edades definitivamente no es para mí.

Después de un rato, mi cabeza nada con la información, y me


siento incluso más confusa que cuando empecé a investigar.

¿Maximo quiere ser un "sugar daddy"? ¿A él le gustan los


juegos de edades? ¿Quiere intercambiar a su pareja o verla con
otros? ¿Él es un dominante que le gusta la "escena" ocasional?
Habían un par de chicos en el gimnasio cuyas chicas les llamaban
papi, y esos tipos eran imbéciles egoístas que se acostaban con
cualquier cosa que respirara. Tal vez a Maximo solo le gusta que lo
llamen papi y no hay nada más. No estoy segura que eso me afecte
en algo, pero probablemente podría decirlo por él.

Eso, por supuesto, si decido hacerlo.

No es un fetiche único, y hay muchas variables y variaciones.


No puedo decidir si me interesa algo hasta que descubra qué le
interesa a él.

Alguien llama a la puerta y cierro el portátil como si estuviera


mirando algo sucio.

Lo cual así ha sido.

La señora Vera abre la puerta y dice:

—Aún llevas puesto el traje de baño. Ve a prepararte.

—¿Para qué?

—Ve a ducharte. —Me da empujoncitos—. Date prisa.

—Vale, vale —digo, corriendo al baño para ducharme.

De pie bajo el chorro caliente, con mis pensamientos en lo que


leí, en Maximo y su beso, quiero tocarme. Pero puedo oír pasos
afuera de la puerta, y eso actúa como un cubo de agua helada.

Una vez duchada y seca, me pongo un albornoz y abro la


puerta para ver a la señora Vera que me espera con un secador y
un cepillo redondo. Ella me hace entrar en el cuarto de baño y me
sienta en el retrete cerrado antes de ir a mi cabello. Se siente como
que mi cabello va a tener algo de altura de los ochenta, pero cuando
me deja mirar, veo que solo hay un poco de volumen en mis
mechones normalmente lisos.

Es bonito.

—Maquíllate. —Señala mi escondite—. Solo tienes quince


minutos.

—¿Hasta qué?

—Tu cena de cumpleaños.

—¿No voy a comer aquí arriba? Freddy dijo que estaba


haciendo algo especial.

—No, esta noche comes abajo. —Ella me apresura de nuevo—


. Maquillaje.

—¿Alguien te ha dicho que eres mandona?

—Sí, pero solo unos pocos vivieron para contarlo. —Me guiña
un ojo, pero no está bromeando.

Por precaución, me levanto de un salto y hago lo que me dice.

Cuando camino a mi dormitorio, la señora Vera no está aquí,


pero hay una bolsa de ropa y una caja de zapatos.

Ya que me voy pronto, un último regalo no me viene nada mal,


¿no? Quién sabe cuánto tiempo pasará hasta que vuelva a recibir
uno.

Abro la bolsa y veo un precioso vestidito negro. Un lado tiene


manga larga, pero el otro está completamente desnudo. Después de
ponerme las bragas, me coloco el vestido por encima de la cabeza y
tiro suavemente de él para colocarlo en su sitio.

Agarro los zapatos de tacón plateados de la caja y me los


pongo antes de caminar al espejo de mi armario.

Oh, tengo que aprender a coserlo porque quiero uno de cada


color.
Es exagerado para una cena en el comedor, pero no me
importa. Me encanta.

—¡Se acabó el tiempo! —La señora Vera llama desde la sala


de estar.

—¡Ya voy! —Abro la puerta y me apresuro a salir.

La señora Vera da un pequeño grito ahogado.

—Chica guapa.

—Gracias. Me encanta cómo me has peinado.

—Por supuesto. Soy muy buena. —Ella esponja su cabello


corto para enfatizar—. Ahora ve.

Las horas en la piscina me dieron tanta hambre, que casi me


lo pierdo.

Palabras de ella, no mías.

La miro con escepticismo.

—¿Qué pasa?

—Nada. Vete antes que llegues tarde.

—¿Por qué importaría eso?

—Porque si llegas tarde, Freddy se va a comer tus macarrones


con queso.

—¿Freddy me hizo macarrones con queso?

—Sí, ahora vete.

Puede que no confíe en ella, pero la mención de los


macarrones con queso es suficiente para poner un poco de fuego en
mis pasos mientras corro escaleras abajo.

Cuando entro en el comedor, todo el fuego se mueve a un


lugar muy diferente, y me detengo.

Maximo.
Sentado a la cabecera de la mesa con un traje negro y una
camisa blanca con el botón superior desabrochado, parece un
ambicioso hombre de negocios a punto de conquistar el mundo.

Y toda esa arrogante autoridad está concentrada en una cosa.

En mí.

Levantándose, se acerca y me pone la palma de la mano en la


espalda antes de besarme la mejilla.

—Estás preciosa.

—Gracias —le digo a la fuerza.

Él me presiona suavemente la espalda, me guía hasta la mesa


y saca la silla a la derecha de la suya.

¿Por qué él está aquí?

No hay forma en que pueda comer con él.

Ni siquiera puedo mirarlo sin pensar en... todo.

En serio, ¿por qué está aquí?

—Relájate —dice, leyendo fácilmente mi enloquecimiento—.


Esto es solo una cena. Nada más.

Sigo pensando que no seré capaz de digerir nada de comida,


pero mis hombros se bajan ligeramente mientras exhalo:

—De acuerdo.

Freddy sale de la cocina con dos cuencos poco profundos. Su


acento es exageradamente marcado cuando anuncia:

—Dos ensaladas. —Antes de desaparecer.

En silencio, pico mi ensalada, sobre todo los arándanos y el


queso feta. Debería decir algo, lo que sea, pero mi cerebro está en
blanco.

—Dime qué estás haciendo.


Mi mirada se dirige a la de Maximo.

—¿Perdón?

—Tu costura. Terminaste la blusa para Vera. ¿Cuál es tu


nuevo proyecto?

Mis cejas se elevan en sorpresa de que él sepa lo de la blusa,


pero me apresuro a contestar ya que tengo la sensación que él es
un hombre al que no le gusta repetirse.

—Estoy probando otra vez los pantalones cortos de dormir. La


última vez me equivoqué con el elástico y los agujeros de las piernas
eran de diferente tamaño.

—¿Estás teniendo mejor suerte esta vez?

—Hasta ahora. Aprendí un nuevo truco de medición que es


más preciso.

—¿Qué otros planes tienes en tu lista?

Antes que pueda responder, Freddy entra con dos platos.


Mientras los deja en la mesa, él hace su discurso acentuado:

—Macarrones con langosta y queso con mantequilla, pan


rallado francés, queso de cabra al limón y reducción de jerez.
Además, judías verdes asadas que nadie va a comer, pero que
necesitaba ser incluido para el color. Buen provecho. —Me mira y
añade—: Pero deja espacio para el postre.

Por lo general, eso no es un problema, pero como se me cae la


baba en mi plato, no estoy segura de poder evitar comerme mi
ración y la de Maximo.

Agarrando mi tenedor, pincho unos fideos cavatappi cuando


lo que realmente quiero es metérmelo todo directamente en la boca.

—¿Tu lista? —me pregunta Maximo.

—La señora Vera me trajo una tela muy suave con la que
quiero hacer fundas de almohada. También tengo un patrón de
vestido, pero creo que quiero intentar hacer una falda y un top. Será
fácil siempre y cuando no vuelva a estropear el elástico. Tengo en
mente un color muy bonito.

Estás divagando. A él no le importa esto.

—Y debe ser bonito —termino torpemente.

—¿Eso es todo?

—¿Qué?

—Has estado trabajando en esa habitación desde que te


levantas hasta la cena, ¿y solo tienes dos cosas en tu lista?

—Bueno, no, pero...

—Si te hago una pregunta, Juliet, es porque quiero una


respuesta. Y espero obtener una. —Agarra su agua y bebe, su
garganta trabajando de una manera que distrae y es extrañamente
sexy—. Ahora, ¿qué más tienes planeado? —Ante mi duda, su tono
se llena de advertencia—: Juliet.

—Solo estoy tratando de poner mis pensamientos en orden.


Puff.

Sus ojos oscuros se entrecierran mientras murmura:

—Malcriada.

La forma en que lo dice me hace apretar los muslos.

Bebo otro trago antes de contestar:

—Solo he estado cosiendo con patrones, pero cuando mejore,


quiero intentar diseñar mis propios artículos. Probablemente pase
un tiempo antes que llegue a esa etapa, pero sería divertido.

Mientras comemos, Maximo hace más preguntas,


animándome a entrar en detalles sobre cosas que yo sé le importan
un bledo. Aun así, hablo y hablo y hablo compartiendo alegremente
las ideas que flotan constantemente en mi cabeza. No sé lo que dice
de mi vida que alguien se interese por mí sea tan inusual, pero lo
es.
Una vez que estoy peligrosamente cerca de estar demasiado
llena para cualquier majestuoso postre que Freddy ha preparado,
aparto mi plato.

Maximo ya ha terminado su cena, incluidas las judías verdes.


Él señala la pila sin tocar en mi plato.

—Come.

—Estoy reservando espacio para el postre.

—No puedes cenar solo macarrones con queso.

—También comí ensalada.

—Tenías arándanos y queso feta.

Me encojo de hombros.

—Sigue siendo sano.

Él aprieta la mandíbula y se pasa una mano tatuada por ella,


pero no dice nada.

Pasan unos minutos de silencio cargado antes que Freddy


venga a recoger los platos.

—Te has superado —le digo.

Se le hincha el pecho ante el cumplido.

—Solo espera, chéri —me dice guiñándome un ojo.

—Freddy —dice Maximo.

Pero él no parece inmutarse.

—Ya vuelvo.

Cuando Freddy se va con nuestros platos, me muevo en mi


asiento enfrentando a Maximo.

—¿Siempre dices los nombres de la gente así?

—¿Así cómo?
—Como si les estuvieras advirtiendo.

Él levanta un hombro.

—Normalmente lo hago.

—Creo que empezaré a decir tu nombre así.

—Eso me gustaría oírlo.

No tengo la oportunidad de intentarlo antes que Freddy entre


con platos limpios, tenedores y un gran cuchillo. Se va de nuevo,
antes de regresar con un pastel cargado con tantas chispitas que
no puedo ver el glaseado debajo de ellas. Él coloca la torre de pastel
delante de mí y enciende las altas velas rosas.

—Pide un deseo.

No me molesto en pedir un deseo, pero las soplo para que


podamos apresurarnos a lo bueno.

Freddy rebana la belleza, poniendo una porción fuerte en mi


plato. Al igual que el exterior, el interior está lleno de tantas chispas,
casi no hay nada blanco.

—Me has hecho pastel funfetti. —Le sonrío—. Pensé que era
un insulto a los pasteles.

—Lo es. Pero esta la hice desde cero, así que no está tan mal.
Supongo.

Agarro mi tenedor y le doy un gran mordisco antes de notar


que Freddy se ha ido y Maximo no está comiendo. Tragando saliva,
pregunto:

—¿No te gusta el pastel?

—No.

—Es una locura. ¿A quién no le gusta el pastel?

Sonríe con satisfacción.

—No me gustan la mayoría de los postres.


Él no merienda. No le gustan la mayoría de los dulces. Se come
sus judías verdes.

Raro.

Freddy vuelve para dejarle una taza de café negro a Maximo.

—¿Puedo tomar una? —le pregunto a Freddy, pero es Maximo


quien contesta.

—Es demasiado tarde para que tomes cafeína.

Pensé que Freddy se encogería de hombros o pondría los ojos


en blanco, pero no parece sorprendido por la negativa de Maximo.

—No es tan tarde —argumento, mientras Freddy se marcha.

—Sí lo es.

—¿Entonces por qué tú lo tomas?

Toma un trago, como para restregármelo por la cara.

—Porque puedo.

Le fulmino con la mirada.

—Son pasadas las siete. —Él me da una mirada mordaz—.


¿Qué pasaría si bebes café tan tarde?

—Nada —le miento.

—Juliet.

—Maximo. —Lo miro de vuelta con la misma advertencia


dramática.

Él no parece divertido mientras me mira fijamente.

—No podría dormir —admito a regañadientes.

Maximo sonríe, su estúpida cara de guapo luciendo aún más


guapo.

—Exacto.
—¿Esto forma parte de todo tu... asunto? —pregunto
impulsivamente antes de desear rebobinar y comerme mis
palabras.

—Sí —dice simplemente.

Y aunque me arrepiento de haber sacado el tema


incómodamente, me encuentro decepcionada que él no se extienda.

Agarro el increíble pastel que le gana a cualquier mezcla de


caja, pero mi mente está en lo que he leído en internet.

Las preguntas rebotan en mi cabeza y se arremolinan en mi


lengua hasta que no puedo contenerlas.

—Entonces, tu asunto... —Ante su ceja fruncida, rectifico—.


Él asunto del papi.

—¿Qué pasa con eso?

—¿Es solo un apelativo con el que te gusta que te llamen?

Él me da la mirada.

—No.

Espero a que se explique, pero tampoco lo hace esta vez.

Hay un destello de anticipación y placer en sus ojos oscuros


y tengo la sensación que disfruta obligándome a expresar mis
preguntas.

Como tengo demasiada curiosidad para echarme atrás, eso es


exactamente lo que hago.

—¿Es como un acuerdo de sugar daddy?

—No necesito pagar por una cita.

Eso significa que es la perversión real, pero ¿qué tan extremo


lo toma?

Paso a mis preguntas decisivas:


—¿Te gustan los juegos de edades?

Él se congela con la taza en la boca.

—¿Qué sabes del juego de edades, palomita?

—Investigué un poco —admito.

Se le encienden los ojos, pero niega con la cabeza.

—No, yo no juego por edades. Conozco gente que lo hace, pero


no es para mí.

—¿Y las cosas de humillación?

—No es mi preferencia personal, pero soy flexible. ¿Es algo


que te gustaría?

Niego rápidamente con la cabeza.

—Ni siquiera puedo ver torpezas en la tele. Me da vergüenza


ajena.

—Anotado.

Tal vez no debí haber admitido eso.

—¿Pero te gusta decirle a tu pareja lo que tiene que hacer? —


le pregunto.

Él me estudia detenidamente.

—Sí.

Pienso en lo que he leído, tanto en Internet como en la ficción.

—¿Por qué te gusta?

—¿Me estás preguntando si algo ha marcado mis


preferencias? —Cuando asiento, el continúa—: No. No hay una
historia trágica. Ningún razonamiento extravagante. Me gusta el
control en todas las áreas de mi vida. Es lo que siempre he preferido
y lo que siempre he sido. Tan simple como eso.

Nada de esto parece simple.


—¿Hay reglas y un contrato? —pregunto.

—Hay reglas, pero no me gusta perder el tiempo y la energía


elaborando un contrato de mierda que no vale ni el papel en el que
está impreso. Nos comunicaríamos como en cualquier otra relación.

Volteo el tenedor de un lado a otro, presionando las puntas


sobre las migas del pastel mientras calmo mis nervios.

—¿Compartes o prestas a tu...?

—Joder, no. —Los ojos de Maximo arden mientras me clava


una mirada intensa—. Si eres mía, eres mía.

Eso está muy bien, pero no significa que no haya una docena
de otras mujeres leales a él mientras alterna entre ellas.

Trago saliva.

—Y tú eres...

—Cada puta parte mía es tuya.

Tengo que forzarme a respirar entre el martilleo de mi pecho


y el de mi clítoris.

Maximo debe malinterpretar la tensión que ha infundido mi


cuerpo porque su expresión se suaviza.

—Podemos terminar esta conversación en otro momento.


Cómete el pastel y relájate.

Asiento con la cabeza, pero no como, mis pensamientos están


demasiado ocupados. Al cabo de un minuto pregunto:

—¿Es solo en el dormitorio? ¿Escenas o lo que sea?

—No. No es un juego por diversión. Es veinticuatro horas al


día. Si estás de acuerdo, será tu vida hasta que decidas que ya no
quieres que lo sea.

—¿Cómo funcionaría eso una vez que me mude?

Su mandíbula se aprieta.
—No te mudarás.

—No puedo quedarme aquí.

—¿Por qué diablos no?

—Porque tengo dieciocho años.

—¿Y?

—Y soy lo suficientemente mayor para estar por mi cuenta.


Conseguir un trabajo. Todo eso. No puedo simplemente quedarme
aquí y... ¿qué? ¿Ser tu puta?

Golpeando una palma hacia abajo en la mesa, él levanta dos


dedos tatuados de la otra mano.

—Ya van dos veces que insinúas que tengo que comprarlo. Yo
no pago por un coño, y seguro que no eres una puta. Sea cual sea
la noción estúpida que te hayas metido en la cabeza, sácala de ahí.
Ahora.

Sus palabras ayudan a borrar la vergüenza que he estado


supurando. La vocecita en mi cabeza que me dice que estoy
equivocada al estar intrigada por lo que él ofrece. Que soy una puta
por desearlo.

Me concentro en mi plato.

—Es que no entiendo esto.

—Mírame. —Una vez que lo hago, él pregunta—: ¿Qué parte?

—¿Qué haría yo?

—Harías lo que yo te dijera. Más allá de eso, nada. Leer. Coser.


Haz lo que quieras.

—¿Qué consigues tú con ello?

—¿Aparte de ti? Puedo cuidar de ti.

—¿Y eso vale todo esto? —pregunto, sin entender cómo cuidar
de mí es beneficioso para él.
Inclinándose hacia atrás, él se frota la mandíbula, su pulgar
barriendo a través de su labio inferior.

—Oh, palomita, vale la pena con creces.

Si fuese posible tener un orgasmo espontáneo, estoy segura


que lo tendría.

Tratando de mantener el rumbo de la conversación, pregunto:

—Las cosas que me dirás que haga... ¿son inusuales? ¿Tienes


algún fetiche?

—Por Dios Santo —murmura, pero no suena insultado, así


que eso es bueno —No, Juliet. No voy a pedirte que te vistas con un
traje de esclavitud y me des una paliza... ni nada de eso.

—¿Traje de esclavitud?

—No importa. Lo que estoy diciendo es que, considerando


todas las cosas, mis gustos son bastante mansos.

—Excepto que a ti te gusta tener el control absoluto de todo


—digo sin gracia.

Pero Maximo no se lo toma a broma y se limita a levantar la


barbilla en señal de acuerdo.

—Excepto eso.

Me alegro que no le guste nada raro, pero aún no estoy segura


de poder hacer lo básico. Nunca he tenido sexo. Podría ser horrible
en eso.

Es muy posible que él se juegue el todo por el todo para ganar


un bote de cinco centavos.

Inhalando profundamente, suelto en un susurro apresurado:

—Nunca he tenido sexo ni he hecho casi nada.

Al oír su silenciosa maldición, se me forma un nudo en el


estómago.
Él va a cambiar de opinión.

Y estoy decepcionada.

¿Por qué estoy tan decepcionada?

—Mírame —ordena.

¿Y cuál es su obsesión con el contacto visual?

Aun así, hago lo que me dice y me alivia ver que una sonrisa
de satisfacción curva sus labios.

—Te enseñaré lo que me gusta. —Su sonrisa se convierte en


una mueca lobuna—. Y lo que es más importante, te enseñaré lo
que te gusta a ti.

Definitivamente, orgasmo espontáneo.

Ante mi silencio, me pregunta:

—¿Qué más te confunde?

—Parece abrupto.

—No lo es.

—No sabemos nada el uno del otro. —Señalo.

—¿Qué te gustaría saber?

Me lo pienso un momento antes de empezar por lo básico:

—¿Cuál es tu color favorito?

Sus labios se inclinan.

—El gris.

Tiene sentido, ya que parece que vive allí.

—¿Cuántos años tienes?

—Treinta y tres.
Es más o menos lo que me imaginaba, pero no deja de ser
sorprendente.

—Eres joven para tener complejos turísticos y —Señalo a mi


alrededor—, todo esto.

—Heredé tres de mis cuatro propiedades, aunque he


trabajado duro para construirlas y hacerlas mías. —Hace un gesto
similar alrededor—. Y les va bien.

Eso es quedarse corto.

—¿Está tu familia por aquí?

No puedo imaginar las cenas familiares sucediendo mientras


he estado encerrada arriba, pero no tengo ni idea.

—No. Soy hijo único y mi madre falleció hace siete años.

—¿Y tu padre?

—Murió cuando yo tenía diecinueve años. —Bebe otro trago


de su café antes de dejarlo—. Ya hemos hablado bastante por esta
noche. Vete a dormir.

Como quiero seguir investigando, no discuto.

Cuando me levanto, él me ordena:

—Dame un beso de buenas noches, paloma.

Dudo, no porque no quiera, sino porque me ha tomado


desprevenida.

Él aparta la silla de la mesa y su aire de autoridad llena la


habitación hasta que siento que no puedo respirar.

O como si lo estuviera respirando a él.

—Ahora.

Me sobresalto y me acerco hasta situarme entre sus piernas


abiertas. Inclinándome, acerco mi boca a la suya. Cuando su
lengua acaricia mis labios, los separo e involuntariamente gimo con
su sabor.

Y entonces el beso se vuelve salvaje.

Clavando sus dedos a los lados de mi cabello, Maximo me


agarra la cabeza con ambas manos. Sujeta mi boca contra la suya
mientras se levanta tan rápido que su silla cae con estrépito. Me
hace retroceder hasta que la mesa se clava en mis muslos, él devora
mi boca. Su beso sabe a café negro y a algo aún mejor.

A él.

Me suelta la cabeza para agarrarme por las caderas y subirme


al borde de la mesa. Sus manos bajan hasta mis muslos,
separándolos antes de rozar sus palmas hacia arriba.

Quiero que él continúe. Quiero que me toque. Lo quiero todo.

Pero Maximo tiene más control que yo. Él separa su boca de


la mía y se aparta, su mirada fija en mis labios entreabiertos.

—Vete a la cama.

Bajándome de la mesa, me acomodo el vestido y camino con


las piernas temblorosas.

Estoy en el umbral cuando él me llama:

—Juliet.

Miro por encima de mi hombro desnudo y veo que él está


sentado, despreocupado y frío como si no acabara de sacudir mi
mundo con un solo beso.

—No se trata de elegir entre la falta de vivienda y yo. Si no


quieres esto… —Hace un gesto entre nosotros—. Puedes quedarte
aquí, igual que estabas antes de hoy. Si quieres mudarte, te
conseguiré un lugar seguro y te ayudaré. Puedes llevarte tus cosas,
sin condiciones.
De nuevo, no dice nada bueno de mi vida que su amabilidad
me sorprenda. También me hace estremecer y sospechar al mismo
tiempo.

—¿Por qué harías eso? —le pregunto.

—Porque me gustas. —Incluso a la distancia, puedo sentir el


calor de su mirada—. Y necesitas a alguien que cuide de ti por una
vez.

Mis emociones y pensamientos están tan confusos que ni


siquiera sé qué decir, así que guardo silencio.

—Feliz cumpleaños, palomita.

—Gracias —susurro, antes de salir corriendo de aquí.


JULIET

No puedo hacerlo.

Estoy loca.

Todo el asunto está mal.

¿Cierto?

Me quito los tacones y me paseo por la habitación.

No debería estar considerándolo. Él me ofrece dos salidas


fáciles y generosas. Debería estar decidiéndome entre ellas.

Pero no lo hago.

Porque lo quiero a él y a lo que me ofrece. Simplemente no


estoy segura de ser lo suficientemente valiente para aceptar.

Voy al salón de estar, agarro mi MacBook y la llevo a mi cama.


Abro el navegador y busco qué es un traje de esclavitud.

Luego me echo a reír antes de salir rápidamente de la pestaña.

Bueno, menos mal que a él no le va eso.

Cambio a la pestaña que había estado leyendo antes cuando


la señora Vera entró y me interrumpió. Esta página es informativa,
habla de la dinámica de poder de la relación y lo que cada persona
obtiene de ella.
Por muy útil que sea, no son más que palabras. No me dicen
cómo me sentiré. Si lo disfrutaré o lo odiaré. Podría pensar que algo
suena muy bien en teoría, pero odiarlo en la práctica.

O podría asumir que lo odiaría y terminar perdiéndome de


algo increíble.

Cierro el MacBook y me ducho antes de ponerme una


camiseta de tirantes y unos pantaloncitos de dormir. Me meto en la
cama y cierro los ojos, pero mi mente no se apaga.

Y tampoco mi cuerpo.

Estoy acalorada e inquieta. Meto mi mano en los


pantaloncitos y ni siquiera intento mantener mis pensamientos en
blanco. Están llenos de Maximo y su beso. La forma en que me ha
tocado. La forma en que me ha movido. La forma en que sus ojos
brillaban de deseo.

Y la forma en que me ha dado órdenes.

Aunque estoy empapada y desesperada por liberarme, no


puedo encontrarlo.

Pero sé quién puede.

MAXIMO
No es la primera vez que me arrepiento de haber hecho que
Ash desconectara la cámara de la habitación de Juliet.

Para cuando enciendo la cámara del salón, ella ya está en su


dormitorio. Pienso que tal vez está dormida, pero poco después ella
sale furiosa para agarrar su MacBook de la mesita antes de volver
a encerrarse.

Quiero ver lo que está buscando.

Quiero ver cómo responde a ello.


Quiero saber qué hace que sus labios se entreabran, sus
muslos se aprieten y su pulso se desboque.

O si le hace hacer algo más que eso. Si su mano se mete bajo


su vestido para poder correrse.

Si ella fuera mía, también controlaría eso.

Gimiendo, apago los monitores antes de agarrar una botella


de Whisky y servirme un vaso mientras repito aquel maldito beso
en mi mente.

Cuando le dije que me besara, quería ver si lo haría. Tenía


intención que fuera uno pequeño. Una probadita.

Pero entonces soltó ese gemido suave y sexy, y perdí la cabeza.

Me alejo de mi escritorio para ir a la cama.

O, mejor dicho, a acariciarme la polla mientras me imagino a


Juliet.

Estoy a punto de levantarme cuando llaman a la puerta.

¿Qué estará tramando mi palomita?

—Adelante —digo.

Pero la puerta permanece cerrada.

—Abre la puerta, Juliet. —Espero unos segundos antes


añadir—: O, lo hare yo.

La puerta se abre de golpe y Juliet se detiene en el umbral.


Ella se ducho y cambió a una camiseta sin mangas y un par de
pantalones cortos. Su cabello húmedo se lo recogió en una coleta
alta.

Contrasta mucho con la ropa de la cena, pero es igual de sexy.

—¿Qué necesitas? —le pregunto.

—Solo vine a decir que me gustaría tomar un café por la


mañana. Vale, adiós.
Se da la vuelta, pero se detiene cuando le digo:

—Juliet.

—Maximo —murmura en tono burlón, sin girarse.

Oh, esto va a ser divertido.

Me pongo de pie y camino hacia ella.

—¿Qué necesitas?

—Te dije...

—Una mentira. Y ya sabes lo que pienso de las mentiras. No


voy a pedírtelo otra vez.

Ella se gira para mirarme, y entonces lo veo.

Su piel enrojecida.

Los trozos que se soltaron de su coleta.

Sus ojos desenfocados y ardientes.

Mi polla palpita.

—¿Te estabas tocando tu bonito coño, palomita?

Sus ojos se agrandan como platos, pero me sorprende que no


intenta negarlo y se limita a asentir.

—¿Por lo que estabas leyendo?

Por suerte, no me pregunta cómo sé que ha estado leyendo.


En lugar de eso niega con la cabeza.

—¿En que estabas pensando?

Ella recorre su lengua por su labio inferior antes de susurrar:

—Tú.

Mierda, ella me está matando.


—¿Te corriste? —le pregunto, mi voz gutural.

Moviendo las piernas, parece desesperada y salvaje.

—No pude.

—¿Estás aquí para pedirle a tu papi qué te haga correrte?

Un volcán de necesidad estalla en sus ojos mientras asiente


al instante.

—Por favor.

Tomándola por la nuca y agarrándola por la cadera, la beso


con fuerza mientras nos guío a mi escritorio. La subo al borde y
separo sus muslos para colocarme entre ellos.

Mi mano se mete por debajo de su camiseta y le recorro el


costado, deteniéndome con el pulgar curvado justo debajo de su
teta sin sujetador.

Juliet gime y trata de moverse para que yo la toque, pero bajo


mi mano. Cuando vuelvo a subirla, ella vuelve a hacerlo, así que la
bajo más.

La siguiente vez que mi mano sube, ella se queda quieta.

Jodidamente perfecta.

Estiro el pulgar hacia arriba para acariciar su duro pezón. Su


gemido va directo a mi polla.

Quiero arrodillarme y comérmela hasta que se corra en mi


boca. Hasta que ella sea lo único que pruebe el resto de mi maldita
vida. Pero sé que, si hago eso, si pruebo esa dulzura, no podré evitar
follármela.

Sentir su orgasmo en mis dedos tendrá que ser suficiente.

Moviendo mi mano entre sus muslos, engancho un dedo en la


tela y la aparto, mi polla doliendo cuando me doy cuenta que no
lleva bragas.

Apartando mi boca me inclino hacia atrás para mirar.


Juliet trata de cerrar sus muslos, pero muevo mi mano de su
teta para mantener sus piernas abiertas.

—No vuelvas a esconderte de mí. Planeo pasar horas y horas


mirando este coño. Enséñamelo.

Ella traga con fuerza, su pulso enloquecido y sus piernas


temblando, pero después de unos momentos, las abre.

Y me da una vista del cielo que es aún más perfecto de lo que


había imaginado.

Y lo he imaginado mucho más a menudo de lo que debería.

—Tan jodidamente bonita —gimo. Pasando mi pulgar por su


humedad, me detengo en su clítoris.

Juliet balancea las caderas, pero mi agarre en su muslo se


hace más fuerte.

—Por favor —susurra, con voz dolorida.

—¿Qué necesitas?

—Correrme.

—Pídemelo.

—¿Me harás correrme?

Oír su dulce voz preguntando eso, hace que el semen gotee de


mi polla, pero no le doy lo que quiere.

No hasta que me lo pida correctamente.

Cuando no me muevo, ella parece tan frustrada, creo que


podría llorar o empezar a dar puñetazos.

Apiadándome de ella, le doy una pista.

—¿Quién soy ahora para ti, paloma?

Lo que quiero, debió encajar porque Juliet no lo duda.

Me mira a los ojos y me suplica:


—Por favor, haz que me corra, papi.

Maldita sea.

He pasado incontables noches con mi puño alrededor de mi


polla, imaginándola, pidiéndome eso. La realidad es mucho mejor
que cualquier fantasía.

Respirando hondo para controlarme, me concentro en


recompensarla. Rodeo su clítoris con el pulgar. Moviendo la otra
mano desde su muslo, introduzco mi dedo corazón en su apretado
agujero.

—Esto es mío ahora —gruño, observando cómo mis manos la


penetran—. No te corres a menos que yo lo diga. No juegues contigo
misma sin mí. Si quieres correrte, te daré lo que necesitas.
¿Entiendes, Juliet? —Cuando ella asiente, le digo—: Necesito oírlo.

—Sí.

Me detengo.

—Sí, papi —se corrige.

Mi pulgar acaricia su clítoris con más fuerza. Más rápido.

Apoyándose en los brazos, Juliet deja caer su cabeza hacia


atrás.

—No me quites los ojos de encima —le ordeno.

Ella hace lo que le digo, me mira aturdida mientras mueve las


caderas. Sus paredes palpitando alrededor de la punta de mi dedo.

Sus silenciosos gemidos se convierten en gemidos sensuales.


Ella grita, arqueando el cuello y tensando el cuerpo.

Pero no me quita los ojos de encima mientras se corre por mis


caricias.

Aliviando la presión, le doy lo justo para que se suba a la ola,


pero no suficiente para abrumarla. Cuando termina, retiro el dedo.

Con los hombros caídos, su rostro está relajado, y saciado.


Y feliz.

—¿Estás mejor? —le pregunto, acercándola.

—Mucho mejor.

—¿Qué me dices?

Una pequeña sonrisa curva sus jodidos labios mientras


parpadea mirándome.

—Gracias, papi.

Inclino la cabeza para besarla y murmuro:

—Ya soy adicto a que me llames así. Eres una obsesión.

Sin saber lo fuerte que lo digo, ella suelta una suave carcajada
que se convierte en un bostezo.

—Necesitas dormir. —Suelto mi agarre y doy un paso atrás.

Juliet se levanta y me dedica una pequeña sonrisa.

—Buenas noches.

Ella se dirige a la puerta, pero chilla cuando la levanto, sus


piernas automáticamente alrededor de mi cintura.

—¿Adónde crees que vas?

Ella frunce el ceño.

—A mi habitación.

—No. —Agarrando su culo, la llevo por el pasillo y abro mi


puerta antes de encender la luz—. Te quiero aquí conmigo.

A partir de ahora.

Sorprendentemente, no discute mientras mira a su alrededor.

—¿Baño?

Señalo una puerta.


—¿Necesitas algo de tu habitación?

Ella niega con la cabeza.

Después que ella se encierra en el baño, me desnudo hasta


quitarme mi bóxer. Ella sale un minuto después y se detiene al
verme.

Aunque tengo la tentación de burlarme de ella por mirarme,


guardo silencio y voy a cepillarme los dientes y a orinar. Después
de lavarme las manos, abro la puerta para ver a Juliet sentada con
su mirada dirigida hacia mí.

Esperándome.

Por fin en mi cama.

¿Ahora quién te mira, imbécil?

Apago la luz y me meto en la cama. Juliet está tiesa como una


tabla a mi lado. Irradia tanta tensión que casi la dejo ir a su
habitación.

Casi.

Reacomodándonos para que ella este de lado con mi cuerpo


curvado alrededor del suyo, doblo mi brazo para acunar su teta. Su
aguda inhalación hace que mi polla se sacuda. Le paso el otro brazo
por encima y deslizo mi mano por sus pantaloncitos, jugando con
mi dedo corazón a lo largo de su raja.

—¿Qué haces? —me pregunta, mientras mueve sus caderas.

—Te ayudo a relajarte. —Le acaricio el pezón y le beso el


cuello, mordiéndole lo suficientemente fuerte como para hacerla
gritar y mojarse más.

—Esto no me relaja. —Suspira.

Golpeo su clítoris con la palma de la mano, moviéndola de un


lado a otro lo mejor que puedo en los estrechos límites antes de
congelarme de repente.

—¿Debería parar?
—No, no, no, definitivamente no.

Mis labios y mi lengua recorren su cuello antes de volver a


morderla.

—Entonces silencio. —Empiezo a mover la mano mientras


juego con su pezón, su respiración esta entrecortada—. Deja que
me ocupe de ti.

Su asentimiento se interrumpe cuando arquea el cuello y su


cuerpo se tensa entre mis brazos. Ella chilla y trata de apartar la
pelvis, pero la inmovilizo, masturbándola más fuerte hasta que
estoy seguro que me lo da todo.

Retiro la mano de su teta y la apoyo en la base de su garganta


y mantengo la otra en sus pantaloncitos, acariciándola.

A pesar de mi actitud posesiva, ella está relajada y tranquila.


Creí que ella estaba dormida hasta que susurra:

—Nunca he dormido en la misma cama con nadie.

—Yo tampoco.

—¿No? Pero tú...

—Y luego me he ido. Me gusta mi espacio cuando duermo.

—¿Pero me quieres aquí?

Te necesito aquí.

—Sí —digo en su lugar.

Ella se queda callada de nuevo antes de empujar su culo


contra mi erección. Oigo su inhalación temblorosa y me preparo
para lo que sea que me va a decir.

—Podría tocarte —susurra.

Ningún tipo de preparación podría haberme preparado para


esto.
—Lo juro por Dios, Juliet, si sigues diciendo cosas como esa,
no voy a ser capaz de evitar follarte.

—De acuerdo.

—Juliet.

—Maximo. —Ella se burla.

—Te voy a dar unos azotes en el culo.

—No sé si me gustaría eso. —Hay un atisbo de sonrisa en su


voz mientras ella continúa—: Pero creo que estoy dispuesta a
intentarlo.

—Me estás matando —gimo—. Duérmete.

—Está bien. —Ella da un suspiro dramático, pero en cuestión


de minutos, su cuerpo se relaja y su respiración se ralentiza.

Mi polla y yo tardamos mucho más en tranquilizarnos.


JULIET

—Juliet.

Abro los ojos y los cierro cuando Maximo enciende la lámpara.

—¿Hmm?

—Tengo que irme.

Parpadeo rápidamente y lo miro.

Él esta duchado y vestido con un traje gris oscuro y una


camisa azul marino, desabrochada en el cuello.

—¿Tú usas corbata? —le pregunto.

—No, si puedo evitarlo. ¿Me has oído?

—Te vas, entendido. ¿Qué hora es?

—Las seis.

—¿De la mañana?

—Sí. Vuelve a dormir. Quiero que hoy te lo tomes con calma.

—Vale —digo, cerrando los ojos para ponerme a ello.

—Estaré en casa después de comer. —Soy vagamente


consciente que la luz se apaga—. Hablaremos entonces.

—De acuerdo.
Tardo un par de minutos en asimilar sus palabras en mi
agotada mente. Abro los ojos de golpe y me incorporo como un rayo,
pero él ya no está.

No me digas que me relaje y luego que ya hablaremos. ¡No


puedo hacer las dos cosas!

Me echo hacia atrás y me tapo con las sábanas.

No tengo ni idea qué tenemos que hablar. Creí que ya


habíamos dicho todo lo que había que decir la noche anterior.
Hablamos en la cena, tomé una decisión y acudí a él a pesar de
estar aterrorizada.

¿Qué más hay que decir?

Quizá él cambió de opinión.

Desecho la idea de inmediato. O lo intento. Porque una vez


que entra en mi cerebro, echa raíces, llenándome de pánico e
inquietud.

No quiero que cambie de opinión. La noche anterior fue


increíble gracias a sus hábiles manos, pero fue algo más que el
alivio alucinante que me proporcionó. Él sabía lo que necesitaba y
me cuidó sin esperar reciprocidad. Luego me abrazó fuerte hasta
que caí en el mejor sueño de mi vida. Él fue paciente, tierno, rudo,
exigente y perfecto.

Y de repente volvió a ser frío.

Mi mente sigue repitiendo sus palabras hasta que entiendo


que dormir es una causa perdida. Tengo la tentación de usar la
increíble ducha que vi la noche anterior. La habitación de azulejos
azules tiene un lavabo doble, una bañera del tamaño de un jacuzzi,
y una ducha que es tan grande, que tiene múltiples cabezas y parte
de la pared fue cortada para hacer un banco.

Pero cuanto más tiempo paso en su habitación, más


probabilidades hay que alguien descubra que he estado haciendo
como Ricitos de Oro durmiendo en la cama de otro.
Abro la puerta y asomo la cabeza para asegurarme que no hay
moros en la costa. Me voy corriendo a mi habitación, me ducho y
empiezo a lavarme los dientes antes de limpiar el vapor del espejo.
Me veo reflejada y me quedo boquiabierta, mi cepillo de dientes
cayendo al lavabo con un ruido metálico.

Un chupetón.

Maximo me ha hecho un chupetón.

No uno fuerte, pero se ven unas marcas leves.

¿Quién hace eso?

¿Y por qué esto es tan ardiente?

Me estoy volviendo loca.

Al menos tengo un nuevo proyecto... Voy a tener que convertir


mis tops a cuello alto para poder esconder estas marcas.

Termino de arreglarme y me dirijo al armario para ponerme


unos jeans negros rotos y una camiseta recortada llena de roturas
y agujeros. Me encanta el aspecto tan desaliñado y que se me vea
el sujetador por debajo.

Olvídate del cuello alto, voy a intentar imitar este top.

La emoción se apodera de mí cuando voy a mi cuarto de


costura y me pongo a trabajar en una versión negra.

Todo es mejor en negro.


Horas después, casi dormida en mi escritorio, compruebo mis
progresos. Necesito investigar cómo evitar que las rasgaduras
crezcan o que el hilo se desenrolle, pero la parte de arriba va mejor
de lo previsto.

Introduzco la tela en la máquina para coser dos veces el


escote.

La puerta se abre y levanto los ojos, pero es Ash y no Maximo.

Al ver su expresión de preocupación, pregunto:

—¿Qué pasa?

—Cuidado con los dedos. —Apago la máquina, y él me


pregunta—: ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—No lo sé. Desde las seis y media o así. ¿Por qué?

—Pensábamos que seguías durmiendo. Fui a despertarte y no


estabas.

Y no estuve allí en toda la noche.

Pero luego continúa:

—O en tu habitación.

Espera, ¿sabe que dormí con Maximo?

Bueno, sabe que dormí en su habitación, no el otro tipo de


"dormí con".

Aún, al menos.

—Juliet —dice, no pareciendo contento.

Me sobresalto de nuevo.

—Perdona, ¿decías algo?

—Te has saltado el desayuno y el almuerzo, y pareces


agotada. —Sacude la cabeza—. No deberías estar aquí cuando estás
tan cansada, acabarás cosiéndote los dedos. Vete a dormir la siesta.
—Estoy bien —digo, aunque estoy agotada. Miro la hora en
mi iPad—. Maximo dijo que estaría en casa después del almuerzo.

—Por eso venía a buscarte. Quería que te dijera que está


retrasado y no volverá hasta más tarde.

Mierda. He estado haciendo la cuenta atrás hasta que


pudiéramos hablar.

—Oh, vale —digo—. Seguiré trabajando entonces.

—Ve a descansar.

Mis ojos se entrecierran.

—Estoy bien.

Ash saca su teléfono del bolsillo y teclea algo. Suena medio


minuto después y me lo pasa.

Miro la pantalla y veo quién es.

—¿Me has delatado? —le pregunto.

—Sí, ahora contesta o se enojara.

Acepto la llamada y acerco el teléfono a mi oreja.

—¿Hola?

—¿Estás despierta desde que me fui y te has saltado el


desayuno y la comida? —dice Maximo a modo de saludo.

—Hola a ti también. ¿Qué tal el día?

—Juliet.

—Maximo.

—Cristo, ¿quieres que te azote el culo hasta que no puedas


sentarte?

Sí.

Espera, ¿qué?
No, definitivamente sí, tal vez ciertamente quiera considerar
que eso suceda.

—Estoy bien —digo.

—Ash dice que no lo estás.

—Ash es un soplón.

—Haré que el soplón te lleve un sándwich y luego tienes que


descansar.

La preocupación en su voz es tranquilizadora, pero no es


suficiente.

—No podía dormir porque dijiste que hablaríamos más tarde.

—Mierda —murmura—. Quise decir que hablaremos para ver


cómo te sientes después de anoche. Si quieres cambiar de opinión.

—Pensé que habías cambiado de opinión —susurro,


sorprendida por lo que me hace sentir.

—Nunca —dice de una manera intensa que me asusta, pero


sobre todo me hace mojarme.

—No me diste un beso de despedida. —Recordando que no


estoy sola, mis ojos se dirigen a Ash, pero no parece sorprendido en
lo más mínimo.

Huh.

—Te estaba dando espacio por si te arrepentías, eso es todo.


Ve a dormir. Vamos a una pelea esta noche, y será tarde.

Aunque me he convertido en una persona hogareña a la que


le gusta la seguridad de su pequeño mundo, he salido de casa. Pero
los recados son muy diferentes a salir con Maximo.

Especialmente ir a una pelea con Maximo.

La emoción se apodera de mí. No quiero quedarme dormida


durante la acción, así que cedo.
—Ok, comeré y luego descansaré.

—Ahora.

—Lo haré, lo haré. Dios.

—Voy a enrojecer ese dulce culo.

—Promesas, promesas —suelto antes de colgar.

Me voy a arrepentir de eso.

Cuando le devuelvo el celular a Ash, él me pregunta:

—¿Quieres un sándwich?

Se me revuelve el estómago de pensarlo.

—Puedo buscarlo.

Me lanza una mirada que no es tan poderosa como la de


Maximo, pero todavía es bastante eficaz.

—De pavo, por favor.

—Entendido.

Termino lo que estaba haciendo mientras él busca el


sándwich. Cuando vuelve, me mira con desaprobación, pero no dice
nada.

Sin embargo, se queda de pie mientras yo como. En cuanto


termino el último bocado, él inclina la cabeza hacia la puerta.

—La siesta.

—¿Es una norma que tengas que ser mandón para trabajar
para Maximo?

—¿Trabajar para él? No. ¿Trabajar estrechamente con él? Sí.


Ahora vete.

Suspiro, y mi dramatismo habría sido más eficaz si no se me


hubiera escapado un enorme bostezo.
Estoy al final del pasillo cuando Ash llama:

—Juliet.

Mirando por encima de mi hombro, le veo abrir la habitación


de Maximo.

Él lo sabe.

Definitivamente lo sabe.

¿Lo sabe todo el mundo?

Como no tiene sentido negarlo, por no mencionar que la cama


de Maximo huele a él y eso suena celestial, me doy la vuelta y entro.

Una vez que la puerta se cierra, me quito el jean y me recuesto


en la cama, sin esperar dormir.

Me desmayo en pocos minutos.

Este es el mejor sueño.

Que jamás he tenido.

Labios, dientes y una lengua recorren mi nuca. Inclino la


cabeza, o al menos eso creo, para tener mejor acceso.

Si estoy soñando, solo puede ser una persona.

—Maximo —gimo suavemente.


Una mano se introduce debajo de mí, cubriéndome por
encima de la ropa interior. La dureza presiona contra mi culo, y me
arqueo hacia él.

—¿Estás despierta? —me susurra al oído.

Sacudo la cabeza.

—No, esto es definitivamente un sueño porque en el sueño tú


tienes un irreal, masivo... —Justo a tiempo, mi cerebro sale de su
niebla antes que termine mi divagación somnolienta.

—¿Masivo qué? —pregunta, divertido en su tono arrogante.

—Ego —termino—. Un ego masivo e irreal.

Él me voltea boca arriba. Mi risa sorprendida muere cuando


sus caderas caen entre mis piernas abiertas, su polla presionando
contra mí.

Las mangas de su camisa están arremangadas, mientras los


músculos de sus antebrazos tatuados mantienen su peso sobre mí.

—Te prometo que mi ego es muy real y tan enorme en la vida


real como en tus sueños. —Él sonríe, pero sus ojos están llenos de
un infierno, no de humor—. Pero me gusta que sueñes conmigo.

Me encojo de hombros lo mejor que puedo.

—Sueños, pesadillas. De tin marín de don pingue.

—Malcriada. —Él baja la cabeza para besarme. Por desgracia,


es solo uno rápido—. ¿Dormiste bien?

Asiento.

—¿Qué hora es?

—Casi las cuatro.

—¿De la tarde? —Intento apartarme para sentarme, pero él


me agarra de la cadera. El movimiento lo presiona más contra mí y
me olvido de levantarme.
Y de pensar.

Y de respirar.

Y básicamente de cualquier otra cosa que no sea lo bien que


él se siente.

Los ojos oscuros de Maximo recorren mi rostro.

—¿Estás bien después de lo de anoche? —Asiento con la


cabeza y él insiste—. Necesito oír las palabras.

—Estoy bien. —Dudo, el corazón latiéndome con fuerza


cuando añado—: Papi.

Su gemido retumba contra mí y se deja caer para tomar mi


boca en un beso que no es rápido. Él se toma su tiempo,
saboreándome lentamente hasta que balanceo mis caderas,
necesitada de más.

Separándose de mí, apoya su frente en la mía.

—Dios, me vuelves loco.

Puede que no sea un cumplido florido, pero sí efectivo.

Él levanta la cabeza y su mirada se posa en la sonrisa que no


puedo ocultar. Moviéndose de repente, se levanta de la cama. Estoy
a punto de preguntarle qué le pasa cuando dice:

—Si me quedo en la cama contigo sonriendo con esa puta


sonrisa, no iremos a ninguna parte.

Suena bien para mí.

Me siento y creo que es mejor guardarme este pensamiento


para mí.

—Vamos a cenar antes de la pelea. Ve a prepararte. —Maximo


me mira como si fuera la cosa más interesante que ha visto.
Dándole la espalda, me pongo el jean. Antes que pueda darme la
vuelta, sus brazos rodean mi cintura y me atrae hacia él.
Él no habla mientras me abraza, así que yo tampoco. Me
recuesto en él y absorbo su calor.

Cuando se separa lentamente, engancha un dedo en la


trabilla de mi cinturón y me gira hacia la puerta. Su palma me da
una fuerte bofetada en el culo.

—¡Ay! —grito, frotándome el escozor que en realidad no es tan


fuerte.

—Promesas, promesas, ¿recuerdas? —Su mano vuelve a


conectar—. Nos vamos en una hora.

—Ya voy, ya voy.

Él da un paso más cerca, y me echo a reír, apresurándome


fuera del rango de los azotes y salgo corriendo por la puerta.

Como el día anterior, me esperan una bolsa de ropa y una


caja de zapatos.

A diferencia de ayer, una caja negra rectangular con un bonito


lazo plateado está junto a todo.

Incapaz de luchar contra mi curiosidad, me apresuro para


abrirlo.

Madre mía.

Demasiado.

Esto es definitivamente demasiado.

La caja forrada de terciopelo contiene una delicada pulsera de


tenis hecha de diamantes ovalados. Temerosa incluso de respirar
sobre ella, cierro la tapa y la coloco cuidadosamente en su sitio
antes de abrir la funda. Plateado con un toque de brillo, el vestido
es de manga larga, con un cierre falso y un cinturón que se anuda
a la cintura.

Parece el albornoz más elegante del mundo.

La caja de zapatos contiene un par de tacones abiertos con


una fina correa en el tobillo.
Aunque me encanta, es demasiado. No necesito ropa ni joyas
ni regalos.

Lo único que quiero es a él.

Dejo todo en su sitio y me apresuro a domar mi melena y


maquillarme antes de vestirme.

Por suerte, el vestido no parece un albornoz una vez puesto.


Es corto, divertido y sexy, sobre todo cuando camino y la tela se
separa para mostrar más muslos.

Me pongo los zapatos, agarro la caja y voy a buscar a Maximo.


Cuando me dirijo al pasillo, él sale de su oficina.

Se duchó y se puso un traje negro con camisa de vestir negra,


y el efecto de toda esa oscuridad es impresionante y me empapa las
bragas.

Él tiene un aspecto siniestro y malvado.

Pecaminoso.

Se pasa la mano tatuada por la mandíbula y el pulgar por el


labio inferior, sus ojos ardiendo mientras recorre mi cuerpo.

—Jodida perfección. ¿Te gusta tu regalo de San Valentín?

Bajo mis cejas.

—¿Qué?

Como un tigre acechando a una gacela, se acerca y me quita


la caja. Saca la pulsera y se mete el estuche vacío bajo el brazo
antes de agarrarme la muñeca y colocármela.

—Pensaba dártelo anoche después de cenar, pero entonces tú


—dice mirándome—, me distrajiste. Hoy me viene mejor. Seguro
que no es divertido compartir tu cumpleaños con un día festivo.

No le digo que mi padre rara vez se acordaba de mi


cumpleaños, y mucho menos del día de San Valentín. Desde luego,
tampoco lo he celebrado nunca.
—¿Te gusta? —vuelve a preguntar.

—Es bonito, pero la ropa y esto... es demasiado. No tienes


que…

—Si sintiera que tengo que hacer algo, tu dulce trasero saldría
por la puerta. Hago las cosas porque quiero. Porque quiero cuidarte.
Mimarte. No tengo que hacerlo, si no que quiero hacerlo. Lo que no
quiero es una discusión cada vez que te doy algo. Tienes que
aprender a dejar que yo cuide de ti.

Es más fácil decirlo que hacerlo.

Llevo cuidando de mí misma desde que tengo uso de razón.


Nunca aprendí a dejar que alguien más lo hiciera porque nunca
tuve a alguien que lo intentara.

No hasta Maximo.

Dejando de lado la incomodidad que me produce lo


desconocido, sonrío.

—Me encanta. Gracias.

—De nada. —Su mirada se dirige a mi cuello, centrándose en


la marca de su mordisco. El leve rugido de su voz me hace temblar
cuando murmura—: No lo había visto hasta ahora.

Me preocupa que se sienta culpable por morderme tan fuerte,


pero cuando me arrincona contra la pared, es evidente que esa no
es su reacción al ver su marca en mí. Su erección me presiona el
vientre mientras deja caer el joyero vacío. Creo que va a besarme,
pero en lugar de eso murmura a regañadientes:

—Tenemos que irnos.

—De acuerdo.

Por un instante, él parece inquieto mientras me estudia. Abre


su boca antes de volver a cerrarla, sus labios formando una fina
línea. Se aparta, me agarra de la mano y nos dirige en silencio a su
camioneta.
Me agarra con fuerza durante todo el trayecto.
JULIET

Saliendo del vehículo, miro el edificio sin ventanas frente al


que ha estacionado Maximo.

—Creí que íbamos a una de tus propiedades.

Él no ha dicho mucho, yo solo lo supongo.

—Y así es. —Tomando mi mano, comienza a caminar hacia


las puertas.

—¿Este es uno de tus casinos?

Había recogido a papá de una variedad de casinos no


tradicionales, incluyendo el aeropuerto, gasolineras, e incluso una
vieja iglesia que se había convertido en un club de striptease y
casino. Esto ni siquiera está en el top diez de los montajes más
extraños que he visto, pero aun así, me sorprende.

Él se hecha a reír y sus pasos se detienen tan repentinamente,


que casi pierdo el equilibrio. Me agarra de la cintura para
estabilizarme.

—Este no es uno de mis casinos. El almacén es mío.

—Bueno, ¿y cómo voy a saberlo?

—¿Parezco el tipo de hombre que dirige un casino en un


almacén?

No, pareces el tipo de hombre que dirige todo el maldito mundo.


Levanto un hombro.

—¿No?

—¿Es una pregunta o una respuesta?

—¿Una respuesta? —Ante sus ojos entrecerrados, levanto las


manos—. No sé cómo sería ese tipo de hombre.

Agarrándome la mano de nuevo, Maximo comienza a caminar.

—Jesús, te voy a llevar a mis verdaderos complejos lo antes


posible para que no pienses tan mal de mí.

¡Sí!

Mirando el lote vacío y el ambiente de película de terror, no


puedo evitar preguntar:

—¿Por qué tienes peleas aquí?

Nos detenemos frente a unas puertas dobles de metal. La


tenue luz del techo juega con la oscuridad, añadiendo sombras a la
mandíbula definida y pómulos de Maximo. Tiene un aspecto
amenazador y ardiente. Hay algo ilegible en su expresión mientras
me rodea el cuello con la mano, su pulgar acariciando la marca del
mordisco.

—Ya lo verás.

Con esa ominosa respuesta, me suelta para tocar con el


pulgar un teclado similar a los de casa. Se oye un pitido y un clic
antes que la puerta se abra, haciéndome un gesto para que entre
primero.

Puede que el lugar no parezca un estadio desde afuera, pero


por dentro sí.

Y uno muy bonito.

Filas de sillas plegables acolchadas vacías rodean el ring en el


centro de la enorme sala. Del alto techo cuelgan altavoces y luces,
barras surtidas alineadas en las paredes, y un marcador en blanco
es suspendido sobre el ring.
Con una mano en la parte baja de mi espalda, Maximo me
guía por el borde de la sala y por un largo pasillo. Él coloca el pulgar
en otra cerradura y se abre la puerta de una oficina.

Él agarra un mando a distancia del escritorio y enciende un


pequeño televisor.

—Quédate aquí mientras lo compruebo todo.

—Puedo ayudar —me ofrezco, sin querer perderme ni un


momento de la emoción. Hay muchas cosas que odio de mi infancia,
pero el boxeo no es una de ellas. Es emocionante, primitivo y
hermoso de una manera violenta.

—Tal vez la próxima vez. Marco estará en la puerta.

Y luego él se va.

Escudriño la oficina, pero solo tiene paredes de hormigón


beige, dos puertas, un escritorio de metal y unos cuantos
archivadores metálicos. Probando uno de los cajones, se abre
ruidosamente.

Vacío.

Aburrido.

Abro una puerta y encuentro un baño diminuto en mal


estado. Lo utilizo de todos modos, frotándome las manos como un
cirujano cuando termino. Me dejo caer en la silla del escritorio y doy
unas cuantas vueltas antes de recostarme para ver la televisión.

Después de cuarenta y cinco minutos, o una comedia y media


en tiempo de televisión, se oye un alboroto en el pasillo.

Debe de estar llegando gente.

Abro la puerta para comprobarlo, pero la única vista que


obtengo es la ancha espalda de Marco.

Él me mira por encima de su hombro.

—¿Necesitas algo?
—No, yo...

—Entonces cierra la puerta.

Pongo los ojos en blanco y digo:

—Solo quería ver.

—Cierra la puerta, Juliet.

—Bien. —Como no puedo ver nada más allá de la puerta


humana que es Marco, cierro la de verdad. Me subo al escritorio y
ojeo las estaciones, cada vez más envidiosa de la gente que está en
la arena.

El aire siempre está cargado antes de un combate: sed de


sangre y la violencia, la adrenalina, el salvajismo. No se compara
con nada.

En lugar de experimentar esas sensaciones, me quedo


atascada experimentando el ruido que viene de la televisión de
mierda.

Después de otra comedia, la puerta se abre, y el bajo


estruendo del caos cada vez más fuerte. Maximo está en la puerta,
con una expresión en blanco.

Apago el televisor y me acerco, sus ojos agudos siguen todos


mis movimientos. Cuando estoy a su alcance, él me pasa una mano
por detrás del cuello y tira de mí contra su pecho. Baja la cabeza y
sus labios se presionan contra los míos en un beso contundente.

Hay una desesperación que quizá no entiendo, pero que me


gusta. Y mucho. Su beso no es tan frío y distante como antes. Es
ardiente y fervoroso.

Al separarse, me agarra de la mano, pero no habla, mientras


salimos de la habitación, no es que yo hubiera sido capaz de oírlo
de todos modos. Las conversaciones y las risas viajan por el pasillo
en un rugido constante. Como no hay vítores ni el sonido de carne
siendo golpeado mezclados con el ruido, sé que las peleas no han
empezado.
Cuando llegamos a la zona principal, mis pasos vacilan antes
de detenerse por completo.

Es...

Una locura.

Caos.

Salvaje.

Hay hermosas mujeres en varias etapas de desnudez colgando


de hombres. Camareras vestidas con minivestidos navegando a
través de la aglomeración con una facilidad práctica. El fuerte hedor
a licor y puros flota en el aire, mezclándose con la salvaje
adrenalina, un cóctel para la depravación.

Al darse cuenta que me detengo, Maximo también se detiene,


sus ojos en mí al tiempo que un músculo de su mandíbula se
tuerce. Después de un largo momento, él tira de mi mano mientras
continua por el pasillo.

Mientras avanzamos, echo un vistazo a la gente que habla,


bebe y fuma. Nadie está vestido de manera informal. Todos tienen
trajes impecables y vestidos sexys, y el olor a dinero llena el aire
con la misma fuerza que el tabaco.

Cuando veo a un hombre mayor calvo, manoseando


abiertamente el pecho de una pelirroja, me concentro en mis pies.

Maximo se detiene en la primera fila. Claramente para los


VIPs, las sillas son extra acolchadas y hay mesitas entre ellas.

Él se sienta en la silla del pasillo y yo empiezo a apretarme


contra él cuando tira de mí hacia su regazo. Acomodándome en su
muslo con mis piernas entre las suyas abiertas, él me rodea con un
brazo.

Sorprendida por el íntimo abrazo, mis ojos se disparan hacia


los suyos, pero su mirada pétrea está dirigida a todos los demás.

Él es un rey y desafía a cualquiera que le dispute el trono.


Tan pronto como nos acomodamos, aparece a nuestro lado
una guapa camarera rubia.

—¿Su whisky de siempre, señor Black?

Él ni siquiera la mira.

—Dos aguas.

—Si señor. —Ella se aleja a toda velocidad, ignorando a


cualquiera que intente hacerle señas. Me enderezo en su regazo,
con la columna rígida y las manos entrelazadas para no moverme.

Nunca des más de lo que quieres que sepan.

Bueno, definitivamente no quiero que esta guarida de leones


olfatee mi incomodidad, porque se abalanzarán sobre la muestra de
debilidad.

Un movimiento al otro lado del pasillo capta mi atención, y


veo como una mujer se inclina hacia adelante y se levanta la falda
corta para exponer su culo. El hombre que está delante de ella le
pasa la mano por la parte superior de su culo. Solo cuando él se
inclina hacia adelante me doy cuenta que extiende una línea de
cocaína en ella. Él la inhala alegremente antes de pasar la lengua
por los residuos. Él le abofetea en el culo y ella se yergue, se
acomoda el vestido y se marcha.

Cuando tengo un vistazo de su rostro y no con la coca metida


en el culo de alguien, lo reconozco, aunque tardo un momento en
saber de dónde. Él es un político. No sé de qué tipo, pero he visto
su cara pegada en vallas publicitarias y los anuncios electorales que
se repiten a cada rato.

Desplazo mi mirada lejos de él y soy cuidadosa de no dejarla


fija en un lugar demasiado tiempo. Rodeada de drogas, alcohol,
mujeres hermosas y hombres ricos en busca de emociones, apuesto
a que aquí hay muchas más cosas que no quiero ver.

La camarera regresa y deja las botellas de agua en la mesita


de al lado. Ella no espera reconocimiento antes de ir a servirle a
otra persona.
Maximo agarra una botella y me suelta el tiempo suficiente
para abrir la tapa y dármela. Tomo un sorbo, pero el agua fría me
pesa en el estómago. Él vuelve a agarrarla y la deja a su lado.

—Gracias —susurro.

Solo se limita a levantar la barbilla.

No pasa mucho tiempo antes que empiecen a llenarse los


asientos.

Una pareja se detiene frente a nosotros. Los ojos sorprendidos


del hombre se posan brevemente en mí antes de centrarse en
Maximo y le extiende la mano.

—Black.

—Adams. —Sin soltarme, Maximo usa su mano libre para


estrecharla antes de hacer las presentaciones—. Juliet, estos son
Tony y Ella Adams.

Ella me sonríe, ofreciéndome un pequeño saludo.

—Me encanta tu vestido, Juliet.

—Gracias, a mí también me encanta el tuyo. —Es sexy y rojo,


con una raja en el muslo a lo Jessica Rabbit.

—Es divertido arreglarse de vez en cuando. —Ella toma el


asiento dos y Tony toma el del otro lado, dejando una silla vacía
entre nosotros. Me siento aliviada de no tener que hacer o escuchar
conversaciones triviales toda la noche.

Todas las conversaciones se calman cuando la habitación se


vuelve eléctrica.

Como todos los demás, siento la morbosa expectación de lo


que está por venir. Se me acelera el corazón y toma todo en mi para
calmarlo.

Un hombre de cabello claro sube al ring con un micrófono en


la mano mientras camina alrededor.
—Damas y caballeros, las apuestas para el primer combate
están oficialmente cerradas. Pueden apostar en los otros dos hasta
diez minutos antes que empiecen, así que si tienen suerte, levanten
el culo y apuesten. ¡Va a ser una noche infernal!

La música sale a todo volumen a través de los altavoces


cuando un desfile de personas llega por el pasillo junto a nosotros.
En medio de ellos hay un boxeador en un pantalón verde, pero no
hay ningún emblema del patrocinador unido a ellos.

Eso es raro.

Él sube al ring con parte de su equipo, el resto se coloca fuera


de su esquina.

La música cambia de repente, los bajos retumbantes sacuden


el suelo. Sale otro desfile de gente y otro luchador sin emblemas de
patrocinadores en pantalón azul rodea el ring hacia su rincón. A
diferencia de su oponente, él sube solo mientras su gente corre para
prepararlo todo.

La música se corta y el maestro de ceremonias presenta a los


boxeadores. El de los pantalones cortos verdes es El Rey. El de azul
es el Dios de la Muerte.

Mi dinero va para el azul, y no solo porque su nombre es


mejor. Él puede ser más pequeño, pero más grande no siempre es
una ventaja.

Una campana suena y comienza la pelea.

Y es feo.

No estoy segura de por qué el árbitro está allí, porque no está


llamando a una sola cosa. King lucha sucio, propinando golpe tras
golpe. El Dios de la Muerte es rápido con un esquive y un jab,
aunque todavía tiene que conectar con un buen gancho.

Cuando termina el asalto, inclino mi cabeza hacia la oreja de


Maximo:

—¿A quién debemos apoyar?


—No importa con éste. ¿Quién te gusta?

—El Dios De La Muerte.

—El Rey es favorito para ganar.

—Y él lo sabe. Es demasiado engreído. La Muerte tiene


hambre.

Él baja la cabeza para que sus labios rocen el lóbulo de mi


oreja:

—Estoy de acuerdo.

Un escalofrío me recorre la espalda y la piel se me pone de


gallina. Como él sigue rodeándome con el brazo, dudo que no lo
note.

Él nunca se pierde nada.

Suena la campana y me muevo para mirar hacia el frente en


lugar de hacia los lados.

La Muerte recibe un par de golpes en los riñones antes de que


El Rey suelte los guantes. Son solo unos centímetros. Solo unos
segundos.

Pero es la apertura que La Muerte ha estado esperando. Con


la energía que ha estado conservando, va hacia El Rey hasta ponerlo
contra las cuerdas.

El árbitro está cerca pero no saca a La Muerte. No fuerza el


nocaut. Ni siquiera trata de hacerlo retroceder.

La Muerte va a matarlo.

Mierda, lo va a matar.

Mis ojos frenéticos se vuelven hacia Maximo, pero él se limita


a mirar al frente como un robot. La única reacción que da a la
salvajada que se desarrolla, es su agarre apretando para que no
pueda moverme.
A mi alrededor, la depravación fluye libremente y el
derramamiento de sangre no tiene freno. Está claro que las reglas
son diferentes aquí.

Porque no hay ninguna.

Como si fuera un choque de trenes en cámara lenta, no puedo


apartar la vista de la devastación. Veo como La Muerte lanza un
derechazo, torciendo su pelvis para que toda su fuerza se concentre
en ello.

El Rey se estrella contra la lona, sin intentar siquiera frenar


su caída.

Como un peso muerto.

La respiración se me congela en los pulmones y escapa


cuando El Rey levanta su guante lo suficiente para golpear.

Y eso es todo.

Segundo asalto.

Victoria por sumisión.

Y nadie murió.

Con los hombros caídos, agarro el agua y me bebo la mitad de


un trago. Mi ritmo cardíaco disminuye a la velocidad del colibrí,
aunque todavía estoy empapada en adrenalina y alivio.

No es la primera vez que veo una pelea sin cuartel. Crecí


rodeada de violencia, y no siempre como espectador. Esto corre por
mis venas como la sangre.

Gente rica apostando en peleas a muerte me ha empujado


más allá de mi umbral de violencia, pero mientras todos salgan del
ring respirando, yo estoy bien.

Hay prisa por preparar el siguiente combate.

Me vuelvo para hablar con Maximo, solo para encontrarme


con que él ya me está mirando. Cuando no habla, yo me jacto:
—Yo lo predije.

Sus labios apenas se mueven, pero los atrapo.

—Estuve de acuerdo contigo.

—Sí, pero yo lo dije primero.

Baja su cabeza para besarme antes de volver a centrar su


atención en los preparativos.

—Sí, lo hiciste.

El segundo combate es más largo, llegando a la quinta ronda


antes de terminar en un emocionante nocaut. Y, una vez más, es
feo, pero nadie muere.

Durante el último descanso, el maestro de ceremonias


promociona el combate final. Sus esfuerzos funcionan y más
asistentes van a hacer sus apuestas antes que sea demasiado tarde.

—Ese hombre se merece un gran bono y un buen aumento —


murmuro más para mí que para Maximo.

Aun así, él levanta la barbilla.

—Tomo nota.

Cualquier otro comentario que hubiera podido hacer muere


en un fuego lujurioso cuando Maximo apoya su mano en mi muslo.
Hay algo en el contraste de su gran mano tatuada rodeando mi piel
pálida que envía una sacudida de necesidad. Como si supiera el
efecto que causa, las yemas de sus dedos me acarician la cara
interna del muslo.

Inclino la cabeza para mirarlo, pero su expresión está en


blanco, sus ojos duros y alertas. En una habitación llena de gente
poderosa, deja claro que él está al mando. Que él tiene las cartas y
que no dudará en acabar con alguien. Y lo disfrutaría.

Me asusta cómo alguien puede parecer tan frío y despiadado,


pero no puedo negar que también es locamente ardiente.

Siempre y cuando no esté dirigido a mí.


El maestro de ceremonias sube los escalones y se balancea
bajo las cuerdas.

—Ya saben qué hora es, amigos. Espero que hayan apostado
su dinero porque podrían irse con montones y montones de él.

El frenesí crece, la energía de todos se alimenta mutuamente.


Siempre es así en las noches de pelea, especialmente antes del
evento principal. Con la adición de los otros vicios, todo se
magnifica diez veces.

La música empieza a sonar fuerte y retumbante. El primer


boxeador sube al ring y rodea la lona, golpeándose el pecho con el
guante unas cuantas veces. La cintura de sus pantalones rojos y
naranjas exhibe logotipos de patrocinadores, pero no puedo ver
cuáles son.

La canción se desvanece, una nueva comienza lenta y baja


antes de crecer más fuerte a medida que aumentan los graves y el
ritmo. El otro boxeador entra con su equipo a su alrededor. No tengo
que esforzarme para ver si tiene patrocinadores porque se detiene
junto a nosotros, lo que me permite ver el logotipo de sus
pantalones cortos negros.

Black Resorts.

Él extiende el guante y Maximo le da un golpe con el puño.


Cuando el boxeador lo baja hacia mi mano, yo hago lo mismo.

Volviendo a concentrarse en el ring que tiene delante, estira


su cuello. Y entonces sonríe.

No es arrogante.

No es agresivo.

Es el tipo de sonrisa que indica que está deseando dar


puñetazos.

Mientras él sube, el maestro de ceremonias termina las


presentaciones y los resúmenes de los patrocinadores.

El naranja es Alek "The Finisher" Findlay.


El negro es Mateo "Kid Wonder" Torres.

Oh, ambos buenos apodos.

Aunque Kid Wonder es mejor por un pelo.

Me siento en el regazo de Maximo y espero a que me dé su


oreja. Cuando no lo hace, le acaricio la mejilla e inclino su cabeza.

—Supongo que no tengo que preguntar a quién vamos a


animar. Lo habría elegido de todos modos.

—¿Sí?

Le suelto la mejilla y asiento.

—Él no solo quiere la victoria, a él le gusta la lucha. Eso marca


la diferencia.

No sé por qué, pero al oír mis palabras, Maximo me agarra mi


cabeza y me besa. Las yemas de sus dedos se clavan en mi rostro
para profundizar el beso.

Él mete la lengua para saborear, tomar y devorar.

Y, como si no hubiera nadie más en el mundo que nosotros


dos, lo dejo que lo haga.

Yo no me doy cuenta que suena la campana, pero él debe de


hacerlo porque aparta la boca justo cuando empieza el combate.

Respirando entrecortadamente, me concentro en el combate


y no en Maximo, su beso y la forma en que mi cuerpo reacciona
ante él.

Vale, divido mi atención entre Maximo y el combate porque


ambos son absorbentes.

Algunas personas piensan que el boxeo es una barbaridad.


Un deporte falso para cabezas musculosas y maniquíes con
esteroides cuyo único talento es dar puñetazos.

Pero se equivocan. Tal vez no acerca de ser bárbaro, pero si


sobre no involucrar habilidades.
Cada combate es como un baile. Un boxeador tiene que saber
cuándo dirigir y cuándo seguir. Tienen que ser ligeros, ágiles,
agresivos, pasivos, fuertes, rápidos y en sintonía consigo mismo y
con su oponente.

Es un deporte.

Y, cuando se hace bien, es un arte.

¿La forma en que luchan Finisher y Kid Wonder?

Es una obra maestra.

Parejos, ninguno deja que el otro maneje el espectáculo por


mucho tiempo. Ellos pueden esperar su momento, pero luego
toman cualquier apertura para ir a la ofensiva.

Cada vez que pienso que uno de ellos tiene la ventaja, el otro
lucha por recuperarla.

Echaba de menos esta emoción.

Volviéndome, le sonrío a Maximo.

—Qué buena pelea.

Antes que pueda girarme, él me agarra de la nuca y me acerca


de modo que sus labios están en mi oreja:

—Me alegro que pienses así.

Al rozar sus labios, se me pone la piel de gallina. Antes que


pueda hacer algo estúpido, como rogarle que pasee sus labios por
otras zonas de mi cuerpo, me giro para mirar hacia delante, pero
mi culo se desliza desde su muslo hasta su regazo.

Oh, Dios mío.

Maximo está duro.

No un poco.

O ligeramente.
O semi.

Largo y grueso, se extiende por su otro muslo.

Puede que no sea la primera vez que lo siento presionado


contra mi culo, pero es la primera vez en público. Intento moverme
hacia su muslo, pero sus manos me agarran de las caderas,
manteniéndome en mi sitio.

Estar sentada en su muslo ya ha sido bastante íntimo, pero


con mi culo firmemente apoyado en su erección, soy muy
consciente de las pocas capas que nos separan.

Ni siquiera tendríamos que quitárnoslas. Solo sería bajarse la


cremallera y poner mis bragas a un lado y listo.

Antes de perder la cabeza y hacer alguna locura, intento de


nuevo volver a su muslo.

Maximo envuelve sus brazos alrededor de mi cintura,


presionando mi espalda contra su frente. Su voz retumba justo en
mi oído cuando ordena:

—Mira la pelea.

—Lo estoy haciendo.

No lo hago.

—Relájate.

—Lo estoy.

No lo estoy.

Él muerde el lugar que ya tiene su marca.

—No me mientas.

—No miento.

Lo estoy haciendo.
Maximo se queda callado, y yo también. Me obligo a mirar la
pelea porque no tengo ni idea de cuándo podré ver otra, y mucho
menos una tan buena.

Kid conecta un gancho de derecha asesino a la mandíbula de


Finisher. Él toma la ventaja, entrando fuerte y aterrizando golpe
tras golpe. Su técnica es perfecta, cada golpe aterrizando en un
lugar diferente, por lo que es difícil de bloquear para Finisher,
mientras inflige daño a un área extendida al tiempo.

La multitud se vuelve loca, cada vez más fuerte con cada


espectáculo de desenfrenada brutalidad. Como en los dos combates
anteriores, el árbitro está allí, pero no interfiere. Ni siquiera cuando
Finisher está siendo sostenido por las cuerdas en lugar de sus
propios pies.

Mis manos se aferran a los antebrazos de Maximo mientras


miro fijamente los guantes de Finisher.

Vamos, hombre, ríndete. Kid no va a parar.

¡Ríndete, ríndete, ríndete!

Me inclino hacia adelante, insegura de si él está consciente y


es capaz de rendirse.

El puño de Kid conecta con el ojo de Finisher, desgarrando un


corte hasta que la sangre salpica por la cara y el pecho de Kid.

Y Kid se ríe.

Una risa retorcida, cruel y alegre.

Un escalofrío recorre mi columna ante el sonido.

No creo ser la única que se da cuenta de lo loco que está él,


porque Finisher finalmente se rinde.

Casi todo el mundo estalla en aplausos, aunque hay algunas


quejas airadas de los que perdieron grandes apuestas.

Aplaudo hasta que me arden las manos, mis ánimos se


interrumpen de repente cuando Maximo me abraza por las caderas
y aprieta mi culo contra él, levantando las caderas para presionar
más fuerte.

—¿Lista para irnos, paloma?

Sí.

No.

¿Tal vez?

Usando su agarre para levantarme, me mantiene cerca así


que cuando se pone de pie, mi espalda se presiona contra su frente.
Su brazo rodea mi pecho, manteniéndome pegada a él mientras
esperamos.

Kid se catapulta desde la cuerda superior como si se hubiera


unido a la WWE6 antes de correr alrededor. Estrecha la mano de
Maximo antes de golpearme suavemente la nariz.

—Gracias por la buena suerte, muñeca.

Lo felicitaría, pero Maximo habla primero:

—Me pondré en contacto mañana.

—Genial. —Con el pavoneo de un ganador, se dirige hacia el


largo pasillo, deteniéndose ocasionalmente cuando alguien llama su
atención.

Especialmente, si ese alguien es una mujer.

Maximo suelta su agarre en mí y me agarra de la mano. No se


detiene para hablar con nadie mientras caminamos, solo levanta la
barbilla brevemente en reconocimiento. Cuando llegamos a la
multitud formada a la salida, guardias de seguridad que no había
notado forman un camino para nosotros.

Al menos el estadio es seguro en su anarquía.

6 WWE (a efectos legales, World Wrestling Entertainment, Inc.) es una empresa


estadounidense de medios y entretenimiento, integrada principalmente por el área de
la lucha libre profesional.
Desbloqueando su camioneta, Maximo abre mi puerta, pero
no me mira a los ojos ni una sola vez. Él se sube, arranca el auto y
empieza a conducir.

Pensé que su humor retraído se debía a que estaba


preocupado asegurándose que la noche transcurriera sin
problemas. Hasta donde puedo decir, lo ha hecho, sin embargo, él
todavía está nervioso.

Dándole espacio, miro por la ventanilla mientras recorremos


el largo trayecto en un silencio incómodo.

Solo cuando estamos en casa y en el vestíbulo, él por fin


rompe el silencio.

—¿Ya has cambiado de opinión?

Sorprendida, le pregunto:

—¿Sobre qué?

—Sobre esto. Lo nuestro.

—¿Qué?

Él habla despacio, pronunciando cada palabra:

—¿Ya. Has. Cambiado. De Opinión. Sobre. Nosotros?

¿Ya?

¿Está tratando de asustarme?

Es un imbécil.
JULIET

La rabia crece en mí y me esfuerzo por contenerla. No quiero


mostrarle como me afecta. No voy a alimentar su irreal y masivo ego
dejándole ver lo destrozada que estoy. No me mostrare patética y
débil rogándole que se quede conmigo.

—¿Es eso lo que quieres? —le pregunto.

Es su turno de estar confundido. O hacerse el tonto, no estoy


segura de cuál.

—¿Qué?

—¿Me llevaste ahí para asustarme? —El control sobre mi


temperamento se me escapa y tiemblo de ira—. ¿Esperabas que
saliera corriendo porque no tenías las pelotas...

—Ten cuidado, Juliet.

—Vete al infierno.

Sus ojos se entrecierran.

—He estado ahí toda la noche, preocupándome de que


cambiaras de opinión cuando vieras lo que hago.

Eso roba algo de fuego de mi vientre, pero me aferro a él. La


ira es más fácil que la tristeza. Es mucho más segura que la
esperanza.

Me cruzo de brazos.
—¿Por qué unos cuantos combates de boxeo me harían
cambiar de opinión?

—No eran peleas normales —señala.

—Puff. He visto cosas peores.

El músculo de su mandíbula hace un tic.

—Todo el montaje es ilegal.

—De nuevo, he visto cosas peores.

Él levanta la mano para contar, levantando un dedo tatuado


después de cada punto.

—Reglas mínimas. Drogas. Mujeres.

Levanto la mano y cuento de regreso.

—He. Visto. Cosas. Peores.

—Cristo, ¿qué clase de vida has tenido? —murmura, su


propio fuego ardiendo en sus ojos.

—Ninguna buena. No hasta ti.

Las palabras salen antes que pueda pensar. Vulnerables y


crudas, quiero inhalarlas de vuelta. Necesito conservar mi orgullo,
es lo único que tengo.

El cuerpo de Maximo se tensa, su rostro tan espantosamente


inexpresivo que mi cerebro me grita que aparte la mirada. Que
huya.

Pero no puedo.

Él empieza a hablar, con voz uniforme y fría:

—Las peleas no son lo peor que hago.

—Actúas como si fuera la primera vez que te veo hacer algo


ilegal. ¿Estás olvidando cómo nos conocimos?
—Quiero asegurarme que sepas que eso no fue solo un parche
de una vida santa.

Odio pensar en esa noche. Me pone en un lugar oscuro, pero


no por la razón que debería. He encerrado el recuerdo en lo más
profundo, y prefiero que nunca vea la luz del día.

Pero me obligo a hablar de ello por primera vez:

—La noche que nos conocimos, dejaste muy claro quién eres
y lo que haces. Pero yo sigo aquí. Contigo. Gracias a ti.

Sus ojos oscuros brillan mientras se pasa la mano por la


mandíbula. Su pulgar arrastrándose por el labio inferior, su voz es
grave con una advertencia:

—Asegúrate de lo que dices, palomita. Te controlaré.


Completamente. Cada maldito aspecto de tu vida. Seguirás mis
reglas. Cuando las rompas, te castigaré hasta que me odies y luego
te follaré hasta que no lo hagas. —Mientras él acecha hacia mí, me
mantengo firme. Esto hace que sus labios se tuerzan en algo entre
una sonrisa y una mueca—. Demasiado terca para tu propio bien.

Se me acelera el corazón, tan fuerte que debe resonar a


nuestro alrededor. Mi estómago es un nudo apretado, mis
pensamientos se aceleran, y mi sangre se precipita en mis oídos.

Y estoy mojada.

Tan increíble y estúpidamente mojada.

Agarrándome la cintura con una mano, él clava la otra en mi


cabello, retorciendo los mechones mientras lo envuelve en su puño.
Tira de mi cabeza hacia atrás, haciendo que mi cuero cabelludo
arda.

—Cuidaré de ti hasta que estés tan envuelta y adicta a mí


como yo lo soy a ti.

Sin vacilar. Sin bracear. Sin pensamientos ni preocupaciones


ni orgullo. Automática y honestamente, susurro:

—Ya lo soy, papi.


La frialdad con la que se había comportado todo el día
desaparece. Como si le hubieran arrancado la máscara: la lujuria,
la felicidad y el alivio fluyen libres de cargas por su rostro.

Él ha estado preocupado.

Esa era la desesperación en su beso. La distancia que había


puesto entre nosotros.

Tenía miedo que me fuera.

No quiere perderme.

Su boca se estrella contra la mía, su lengua no se burla de


mis labios abriéndolos. Entra a la fuerza, tomando lo que quiere. Lo
que es suyo. Lo que yo le he dado voluntariamente.

Cuando me suelta el cabello para palmearme el culo y


levantarme, envuelvo mis piernas alrededor de él. Aparta sus labios
como si doliera físicamente, y gimo, estirándome para recuperarlos.

—No voy a arriesgarme a caer por los malditos escalones y


hacerte daño —explica, empezando a subirlos.

Como su boca no es una opción, beso, lamo y mordisqueo su


garganta y su mandíbula.

—Joder, vas a hacer que me corra en los pantalones.

Hay algo tan embriagador en saber el efecto que tengo en un


hombre tan controlado como Máximo, que un escalofrío me recorre,
y muerdo más fuerte, haciéndolo gemir.

Apresurándose, me lleva a su habitación, abriendo la puerta


y dejando que se cierre de golpe mientras me baja. Mis pies apenas
tocan el suelo cuando me besa, con sus grandes manos ahuecando
los lados de mi cabeza.

Es posesivo, dominante e intenso.

Igual que Maximo.

Al terminar el beso, se aparta un paso para desatarme el


cinturón. Las yemas de sus dedos me acarician los muslos mientras
me recoge la falda y levanta el vestido por encima de mi cabeza,
dejándome en sujetador, bragas y tacones. Su mirada abrasadora
empieza en mis pies y va subiendo lentamente, como si intentara
memorizar cada peca, hendidura y curva de mi cuerpo.

Se quita la chaqueta y la deja caer al suelo junto con mi


vestido. Él se quita los zapatos antes de ordenar:

—Desvísteme.

Dudo, insegura que mis temblorosos dedos puedan


desabrochar un solo botón, y mucho menos la línea de ellos.

—Una vez que te tenga desnuda, no tendré paciencia para


desnudarme. Así que a menos que quieras que te folle mientras
estoy completamente vestido, te sugiero que me desnudes. Ahora,
Juliet.

Me gusta la imagen que él crea, y el remolino de necesidad


que genera, pero quiero verlo y sentirlo entero.

Mis dedos temblorosos se las arreglan para desabrochar los


botones antes de quitarle la camisa de sus anchos hombros.

Dios, él es hermoso. Cada línea de corte. Cresta abultada.


Salpicaduras de color. Incluso las marcas que estropean su piel, las
cicatrices fruncidas y los tajos descoloridos, se suman a su
perfección.

Le desabrocho el cinturón y los pantalones, dejándolos caer


antes de mirarle.

—Todo, palomita.

Con alegría, le bajo el bóxer negro. Sus cincelados músculos


pélvicos conducen a un vello oscuro pulcramente recortado y una
polla dura como el resto de él.

Madre mía.

Maximo tira la tela a un lado antes de añadir sus calcetines


al montón, pero yo no puedo apartar los ojos de su intimidante e
impresionante erección.
Esto explica por qué es tan arrogante. Tiene suficiente para
respaldarlo.

Y algo más.

Energía Total De Gran Polla.

Después de quitarme el sujetador, Maximo se arrodilla frente


a mí para desabrochar las delicadas correas de mis zapatos. Salgo
de ellos antes que él enganche sus pulgares en los laterales de mis
bragas y las deslice lentamente por mis piernas.

—Dios, eres perfecta —murmura, antes de inclinarse para


besarme la sensible piel del ombligo.

Pero un besito no es suficiente.

Bajando más, él separa mis piernas y aprieta su boca contra


mí. Su lengua se desliza para saborearme y su gemido me hace
vibrar.

Mierda.

Mierda.

Me agarro a su cabeza, en parte para no caerme, pero sobre


todo para mantener su boca en mí.

Cuando se aparta, quiero tirar de él y exigirle que termine lo


que ha empezado. Pero al ver el fuego en sus ojos encapuchados,
sé que esto es solo el principio.

Y que lo mejor está por llegar.

De pie, me besa de nuevo, con mi sabor en su lengua. Él me


hace retroceder, pero mis pasos, pequeños y arrastrados, deben de
tomar demasiado tiempo, porque me levanta. Cuando mi espalda
golpea el colchón, Maximo cubre mi cuerpo con el suyo. Sus brazos
lo sostienen y sus abdominales se presionan entre mis muslos
abiertos.

Su boca se separa de la mía para acariciarme el cuello, sus


labios besándome suavemente antes de morderme lo bastante
fuerte para hacerme gritar. Lo bastante fuerte como para
humedecerme más.

Lo bastante fuerte como para dejar su marca.

Siguiendo hacia abajo, lame, besa, chupa y pellizca mis


pechos, su hábil boca toca todo menos mi pezón. Cada vez que me
arqueo y me muevo, exigiendo en silencio lo que necesito, él se aleja
y vuelve a empezar el proceso.

Me está matando.

Finalmente, la punta de su lengua se arremolina alrededor del


pico endurecido. Mi respiración se entrecorta y me agarro a las
sábanas para no moverme, pero él no me da más. El leve roce de su
lengua es más tormento que alivio.

No, yo voy a matarlo.

No me doy cuenta que pronuncio las palabras en voz alta


hasta que Maximo replica:

—Si así me voy de este mundo, palomita, sería la muerte


perfecta.

Cualquier réplica que pudiera hacer se pierde y lo olvido


cuando me chupa el pezón. Sus dientes rozan la piel sensible
mientras se aleja lentamente antes de succionarlo con más fuerza,
haciéndolo girar en su lengua.

Ningún tipo de control puede evitar que mis caderas se rocen


contra él. No me importa estar empapada. No me importa estar
frotando toda esa humedad sobre él.

Ni siquiera me importa que él pueda sentirlo.

Todo lo que importa es aliviar el dolor que crece en mi vientre.

—Jesús —dice Maximo, moviéndose de repente. Me preparo,


preocupada por haber hecho algo mal, pero él solo se mueve hacia
abajo en la cama por lo que su cabeza está entre mis piernas. No se
burla como hizo con mis pechos. Sus pulgares separan mis labios
inferiores y mete la lengua. Profunda y áspera, gime como si fuera
él quien recibe placer después de ser atormentado.

Me tiemblan las piernas, intentando cerrarse. No estoy segura


de sí es para alejarme de la intensidad o para mantenerlo a él en el
lugar.

Sus manos se mueven para agarrar el interior de mis muslos,


manteniéndome abierta para que pueda comerme.

Devorarme.

En sintonía conmigo y con mi cuerpo, él sabe exactamente


cómo aumentar la tensión mientras me mantiene al borde de un
abismo cada vez más alto.

Nunca he experimentado un placer tan maravillosamente


frustrante.

Deslizando una mano por mi muslo, introduce un dedo y


luego otro, estirándome. Con su boca y su mano trabajando en mí
al unísono, mi orgasmo golpea de repente, lanzándome sobre el
borde que he estado persiguiendo.

El pulso me late en la base de la garganta.

Mis pensamientos se nublan.

Se me cierran los ojos.

Y exploto, deshaciéndome por completo.

Maximo continua su ritmo ferviente mientras saca todo de mí


y luego exige más. Mi orgasmo se desvanece solo para empezar a
construirse de nuevo antes de incluso recuperar el aliento.

Es demasiado.

Demasiado intenso.

Pero mientras le retuerzo el cabello, mi mano pasa


bruscamente de apartarlo a aferrarlo más cerca.
Porque la sensación de sobreestimulación se desvanece,
dejando en su lugar a la necesidad.

—Maximo... —Empiezo, mi palabra se convierte en un grito


agudo cuando me muerde el clítoris y me mete los dedos.

Levanta su cabeza para mirarme.

—¿Quién soy?

—Papi —corrijo—. Necesito...

Sus dedos entran y salen, su pulgar acariciando mi clítoris.

—¿Qué necesitas?

—Más —le suplico, sin sentido e inquieta y un millón de otras


cosas más de las que estoy, pero demasiado excitada para pensar
en ello—. Necesito más. A ti.

—Estás tan jodidamente apretada. Tengo que prepararte para


que me recibas.

—Si estuviera más preparada, inundaría Las Vegas.

—Dios. Jesucristo, realmente me estás matando. —Sacando


sus dedos de mí, él se sube por mi cuerpo para buscar en mi rostro.

Si busca dudas o reticencia, no las encontrara. Yo lo deseo.


Con todas mis fuerzas. Nunca he estado tan segura de nada en toda
mi vida.

Maximo se arrodilla entre mis muslos, sus piernas abiertas


empujando las mías.

Empuña su polla, alineando la cabeza con mi coño.

No quiero que haya una barrera que nos separe, pero tampoco
quiero ser estúpida.

—¿Te has hecho la prueba? —digo abruptamente.

Maximo se queda helado ante mi pregunta.


—Nunca arriesgaría tu seguridad, Juliet. Nunca he estado con
nadie sin protección, y no he estado con nadie desde la última vez
que me hice la prueba.

—Tomo la píldora —digo, queriendo abrazar a la señora Vera


por eso—. Y, tú ya sabes, no he tenido... Así que yo también estoy
bien.

—¿Quieres que use un condón de todos modos?

Niego con la cabeza.

—Quiero sentirlo todo.

—No digas mierdas como esa cuando ya estoy trabajando en


no correrme. —Él vuelve a posicionarse nuevamente. Con una
última mirada escrutadora, baja sus ojos para observar embelesado
como se presiona hacia dentro lentamente.

Centímetro a centímetro.

A pesar de lo preparada que estoy, me arde a medida que me


estira. Estoy tan llena que creo voy a estallar. Siseo ante la extraña
intrusión.

Pero quiero más. Mas de él. Todo él.

Levanto las caderas, empujándolo más adentro y gritando.

—Debería calentarte el culo por eso. —Sus músculos están


tensos, su respiración corta y áspera—. Pero eso implicaría salir del
cielo, así que tendrá que esperar. —Sujetándome por las caderas,
empuja hacia dentro y se mete de lleno.

Permanece así durante largos momentos que parecen largas


horas. Mi cuerpo se ajusta lo mejor que puede teniendo en cuenta
su tamaño, y la necesidad inquieta se multiplica por un millón.

Muevo las caderas, pero él las aprieta, sujetándome a la cama


para que no pueda moverme.

—Tienes que darme un segundo —dice bruscamente, con


expresión de dolor mientras cierra los ojos—. Te dije que ha pasado
un tiempo, y tu coño perfecto está apretándome como un maldito
torniquete, no quiero correrme en menos de dos bombeos.

—¿Cuánto tiempo? —pregunto, antes de desear ahogarme


con la estúpida pregunta.

O, dependiendo de su respuesta, ahogar a Maximo.

Abriendo sus párpados, me mira fijamente. La mirada de sus


melancólicos ojos ardientes se retuerce en lo más profundo de mi
ser, incrustándose en mi alma hasta que sé que no la olvidaré el
resto de mi vida. Podré estar en mi lecho de muerte, a la edad de
cien años, y aun así recordaré cómo me está mirando.

—Un año, palomita.

¿Un año?

Mierda, un año es mucho tiempo.

También es exactamente el tiempo que he estado aquí.

No puede ser una coincidencia.

Levanto las cejas, pero antes que pueda responder, finalmente


él se mueve. Movimientos largos y lentos, sacando su polla antes de
volver a introducirla.

El pánico se apodera de mí al darme cuenta que no sé qué


hacer. ¿Me muevo? ¿Qué se supone que debo hacer con las manos?
¿Él espera que me doble, me retuerza y lance mis piernas sobre la
cabeza como un artista del Cirque du Soleil? ¿Él está aburrido o
decepcionado?

Mi enloquecimiento, y todos los demás pensamientos se


esfuman de mi cabeza a medida que su ritmo aumenta. Su
expresión se llena de crudo deseo al ver cómo lo recibo, su agarre
en mis caderas más profundo.

Esto es todo lo que quiere.

Solo a mí.
Bajándose, Maximo apoya uno de sus antebrazos en la cama,
cerca de mi cabeza. Con el otro me sujeta la cadera mientras se
abalanza sobre mí. Su cuerpo roza el mío con cada embestida, su
polla golpea tan fuerte que saldría disparada de la cama si no me
estuviera sujetado. Él me rodea. Toca cada centímetro de mí. Me
abruma, pero en la mejor manera posible.

Todo lo que veo es a Maximo.

Todo lo que siento es a Maximo.

Todo lo que necesito en este momento es a Maximo.

No tengo que perseguir el borde. Soy lanzada fuera de él,


sumergiéndome en pura dicha que recorre mis venas como lava
fundida y una cargada corriente eléctrica.

Me obligo a abrir los párpados para encontrarme con los


intensos ojos de Maximo clavados en mí. Son salvajes.
Desquiciados. Llenos de tanto deseo, que no puedo creer que estén
dirigidos a mí.

Bajando la cabeza cerca de mi oído, su respiración es áspera


a medida que su ritmo se ralentiza, pero su fuerza aumenta. Con
unas cuantas embestidas brutales más, se corre con un gemido.

Aquel gemido áspero e increíblemente sexy también se


incrusta en mi memoria.

Sin aliento y agotada, mis pensamientos son fugaces,


rebotando de todo a nada. Al sentir que la polla de Maximo se
desliza fuera, soy capaz de agarrar un pensamiento.

Quiero hacerlo otra vez.

Él se levanta y se dirige al baño. Dando un lánguido


estiramiento, me coloco de pie y empiezo a recoger mi ropa.

—¿Qué mierda estás haciendo?

Me sobresalto al notar la rabia en su tranquila voz, pero a la


vez estruendosa.
—Eh, ¿Voy a mi habitación?

—Esta es tu habitación ahora. —Me fulmina con la mirada—


. Ahora lleva tu culo de vuelta a la cama porque vas a estar bastante
dolorida sin que yo te lo ponga rojo.

No puedo discutir con eso.

Y tampoco quiero hacerlo.

Cuando volvemos a la cama, me doy cuenta tarde del paño


húmedo que Maximo sostiene. Cuando él intenta limpiarme entre
las piernas, trato de hacerlo yo misma, pero su mirada se
intensifica.

—Yo cuido de ti, paloma. Ya conoces las reglas. Abre las


piernas para papi.

Ya me he corrido tan fuerte que no estoy segura que mi cuerpo


pueda aguantar más, pero una oleada de excitación se dispara a
través de mí de todos modos. Hago lo que me ordena y soy
recompensada por su sonrisa perversa. Cuando termina, se sienta.

—¿Qué necesitas de tu habitación?

—Puedo buscarlo. —Cuando su única respuesta es la mirada,


le digo:

—Mi cepillo de dientes y el lavado de cara.

Una vez que terminamos nuestras cosas nocturnas, volvemos


a meternos en la cama. Mi espalda apenas toca el colchón cuando
él me coloca de lado y envuelve su cuerpo alrededor del mío.

Me siento cálida, segura y contenida, tres cosas en las que no


tengo mucha experiencia.

—Juliet.

Al oír el tono de voz, mis ojos cansados se abren de golpe y


me pongo alerta.

—¿Hmm?
—Estarás aquí todas las noches. Tu ropa y todas tus cosas
serán trasladadas.

—Tengo un montón de cosas —digo, como si él no fuera el que


ha comprado todo.

—Tengo un montón de espacio.

Espero que mi voz sea despreocupada y fría, y no el excitado


chillido que sale.

—De acuerdo.

—Y si alguna vez tratas de irte después del sexo, lo tomaré


como que no te he follado lo suficiente. Me aseguraré de rectificar
eso hasta que ni siquiera puedas pensar en ponerte de pie. Eso, o
te ataré a la cama.

Cualquiera de las dos me parece bien.

No le comparto eso.

—De acuerdo —repito.

Como la noche anterior, su mano se mueve hacia mi garganta


y la otra ahueca mi tierno coño. El abrazo es cálido y extrañamente
reconfortante.

—No eres una puta que se va justo después. Y tú coño no es


lo único que quiero ni lo único que me gusta.

—Ni siquiera me conoces —digo entre bostezos.

—Sé más de lo que crees. —Me muerde el cuello—. Puede que


te conozca mejor de lo que te conoces a ti misma.

Me pesan los ojos y oscilo entre la conciencia y el sueño.

—Gracias por entregarte a mi —él susurra.

—Gracias a ti por quererme —le susurro de vuelta.

Y entonces me desmayo.
MAXIMO
—Gracias a ti por quererme.

Que me jodan, su dulce voz susurrando esas palabras rebotan


alrededor de mi cerebro como una bala en mi cráneo.

Excepto que sus palabras hacen más daño.

Mi chica rota.

Ella pensó que no la quería. Que había cambiado de opinión,


lo que también significaría que había perdido la maldita cabeza.

La llevé a la pelea sin advertencia ni explicaciones para que


no tuviera tiempo de formarse muros, expectativas o justificaciones.
Necesitaba que fuera jodidamente claro con quién estaba aceptando
estar. A quién se estaba entregando. Yo soy un imbécil despiadado
que no duda en hacer lo que es necesario o lo que yo quiero.

Y eso incluye mover los hilos para manipular a Juliet sin que
ella se dé cuenta.

Mi obsesión ha ido en aumento durante un año, un año en


que no debí mirarla y mucho menos pensar en las cosas que hice.
Un año que pasé planeando y tramando, cada acción y respuesta
meticulosa.

Un año esperando por ella.

Con su cuerpo apretado contra el mío, su coño en mi mano y


su corazón latiendo bajo mi otra palma, sé dos cosas hasta la
médula.

Ha merecido la pena cada segundo.

Y que nunca la dejaré ir.


JULIET

Al despertarme a la mañana siguiente, sé que estoy sola


porque Maximo no está pegado a mi espalda como lo estuvo toda la
noche. Me giro y me estiro. Y sonrío al sentir un dolor sordo entre
los muslos.

Tuve sexo.

Con Maximo.

Y fue mejor que mis fantasías, lo cual ya es mucho decir.

Estoy deseando volver a hacerlo.

Me levanto de la cama con un gesto de dolor.

Vale, estoy deseando tomarme una pastilla para el dolor y


volver a hacerlo.

Atravieso la habitación, voy al baño y me lavo las manos


cuando levanto la vista.

¿Qué demonios?

Me inclino hacia adelante para inspeccionar los mordiscos de


amor en el espejo. Mordiscos, en plural. Dos más marcan mi cuello
y un chupetón oscuro está en mi pecho.

Esto es ridículo e inmaduro y posesivo y... ¿A quién quiero


engañar?

Me gusta tanto como a él.


Termino de lavarme antes de cepillarme los dientes. No quiero
ponerme vestido, así que asalto su armario y me pongo un par de
joggers y una camiseta.

Como en los viejos tiempos.

Al abrir la puerta, no me molesto con mi rutina de sigilo ya


que todo el mundo lo sabe. Me dirijo a mi sala de costura, pero
desacelero cuando veo la puerta de la oficina de Maximo abierta.
Desafortunadamente, él está al teléfono, así que continuo por el
pasillo.

Sentada en mi escritorio, me siento inspirada. agarro un bloc


de papel y lápices de colores y cierro los ojos, visualizando lo que
quiero.

Y luego lo dibujo. Mal.

Pero servirá.

Estoy ordenando mis telas cuando se abre la puerta.

Maximo se detiene en la puerta. Una pequeña y cálida sonrisa


se dibuja en su boca mientras mira lo que llevo puesto. Se acerca,
me atrae hacia él y me besa tan fuerte que es un milagro que
nuestros labios no se fundan. Él se aparta, pero mantiene su cara
cerca mientras estudia la mía.

—¿Estás bien?

—Muy bien.

—¿Dolorida?

—Sí. —Espero que me entienda cuando añado—: Pero no


demasiado dolorida.

Su gemido muestra que entiende lo que estoy diciendo. Pensé


que conseguiría su boca de nuevo, pero en vez de eso me da una
expresión severa.

—Si trabajo desde casa, espero que vengas a besarme cuando


te despiertes.
—Estabas hablando por teléfono —le digo.

—Me importa una mierda. Siempre puedes interrumpirme.


Me hubiera gustado durante esa llamada.

Notando las líneas en su frente y la forma en que su


mandíbula se aprieta, pregunto:

—¿Va todo bien?

—Solo las tonterías de siempre. Por eso podría haber usado


tu dulce boca como distracción.

—Si quieres volver y fingir que estás en una llamada, podemos


hacerlo de nuevo.

Él parece realmente decepcionado cuando niega con la


cabeza.

—Estaba esperando a que te despertaras para ver cómo


estabas, pero tengo que ir a una reunión en Sunrise.

—¿Ese es uno de tus casinos? —Me alegro de recibir esta


información.

Él levanta la barbilla.

—Sunrise, Moonlight, Star y Nebula.

Se me cae la mandíbula al suelo.

—No sabía que fueran tuyos. Nunca he estado en uno de ellos,


pero siempre están en las listas de los mejores lugares para alojarse
fuera de Strip.

Él sonríe satisfecho.

—Me alegro que mi equipo de relaciones públicas se gane el


sueldo.

Maximo posee cuatro centros turísticos muy populares y yo


poseo...

Nada.
Sí, eso no es un desequilibrio en absoluto.

Maximo me agarra por los lados de la cabeza de forma


posesiva.

—Voy a enviar a alguien con el almuerzo.

—¿Almuerzo?

—Es casi mediodía.

—No sabía que era tan tarde.

—Estabas exhausta. Ni siquiera te estremeciste cuando te


besé antes, cuando me levante esta mañana. —Su sonrisa es
arrogante y malvada y llena de satisfacción masculina.

Él me besó antes de levantarse de la cama.

Una cama que compartimos.

Y ahora se queda para asegurarse que yo estoy bien.

Sus ojos se entrecierran.

—¿Segura que estás bien?

Estoy mejor que bien.

Estoy feliz.

—Estoy segura, papi —digo al instante.

Cuando hablamos por primera vez, me imaginé que el nombre


era solo para él y que no haría mucho por mí.

Me equivoque.

Llamarlo papi hace mucho por mí.

Cuanto más lo digo, más me gusta. Todavía estoy un poco


nerviosa y muy torpe, pero me sentiré más cómoda.

Especialmente si decirlo significa ver la mirada ardiente,


lujuriosa y cálidamente afectiva que me está dando.
Me besa de nuevo antes de dirigirse a la puerta. Se detiene
cuando alcanza el umbral y me mira por encima del hombro.

—Asegúrate de comer, Juliet. Y mantén esta puerta abierta a


partir de ahora.

Antes que pueda preguntar por qué, él se va.

Me encojo de hombros y vuelvo a buscar la tela.

Unos minutos después, Marco entra trayendo un servicio de


bandejas lleno. Hay un sándwich de jamón, una ensalada pequeña,
un bol de fruta y dos Coca-Colas light.

Dos.

Parece que es mi día de suerte por varias razones.

—Gracias —digo, abriendo uno de estos chicos malos.

Miro la cara de Marco con cuidado, en busca de cualquier


signo de que me está juzgando o disgustado o cualquiera de las
otras cosas malas que me preocupa que la gente sienta.

Él parece estoico y aburrido, como siempre.

—Grita si necesitas algo. —Cuando sale de la habitación,


empieza a cerrar la puerta detrás de él antes de detenerse y abrirla
completamente.

Al parecer, Maximo compartió su nueva política de puertas.

Corriendo a mi habitación, agarro mi iPad y los auriculares


antes de volver a mi sándwich. Mientras me lo como, abro Google y
hago una búsqueda.

Nebula, Vegas, NV.

Como es de esperar, la pantalla se carga para decirme que me


ponga en contacto con el administrador de la red. Estoy bastante
segura que Cole maneja toda la tecnología en la casa, y no le voy a
pedir que me ayude a espiar a su jefe.
Salgo del navegador y pongo música mientras termino de
comer. Una vez que termino, extiendo la tela que elegí y empiezo a
medirla. Tardo mucho más de lo habitual porque no dejo de mirar
hacia la puerta abierta.

No hay nadie, pero me preocupa que alguien pase justo


cuando yo cometa un error garrafal. O mientras bailo y pierdo la
sincronización labial, algo que hago a menudo.

Con un suspiro, cierro la puerta.

Él ni siquiera está en casa.

¿Qué es lo peor que podría pasar?

MAXIMO
Caminando por el aislado edificio, mi expectación crece a cada
paso que doy.

Normalmente, cuando alguien se cruza conmigo, lo llevo al


sótano de Moonlight. Pero Jack Murphy no me ha traicionado.

Él hirió a Juliet.

Lo que significa que no necesito una habitación segura con


una salida privada a un vehículo esperando. Necesito las
herramientas industriales, el sistema de limpieza, y la unidad de
eliminación de una antigua planta procesadora de carne.

Va a ser un desastre.

Y no puedo jodidamente esperar.

Abro otra puerta lentamente para que cruja y rechine; entro


y dejo que el portazo resuene en la habitación. Ash está sentado en
silencio en una silla, pero mi mirada se dirige hacia donde Jack
Murphy cuelga de un gancho para carne, su pálido torso desnudo.
—¿Quién está ahí? —Sus palabras son arrastradas por los
efectos residuales de las drogas de Ash. Él mueve la cabeza de un
lado a otro como si pudiera ver más allá de la venda.

Levantando mi barbilla hacia Ash, me apoyo en la pared y


saco mi teléfono. Me desplazo a través de mensajes de correo
electrónico y mi calendario, pacientemente esperando que las
drogas estén fuera del organismo de Murphy. De lo contrario,
disminuirían el dolor.

Él no se merece eso.

Además, la anticipación es la mitad de la diversión.

Cada vez que Murphy vuelve a caer en el estupor, Ash o yo


hacemos ruido para hacerlo estallar de nuevo. Pasa otra hora antes
que su voz sea normal, sin rastro de alteración. Completamente
alerta, sus movimientos se vuelven frenéticos para escapar de las
ataduras.

No lo conseguirá: Ash es un experto.

Tampoco sucederá porque él tendría mucho dolor.

—Jack Murphy —digo, guardándome el teléfono en el


bolsillo—. Malviviente, escoria a sueldo, compinche. —Miro a Ash—
. ¿Estoy olvidándome de algo?

—Géminis —añade—. Ah, y golpeador de mujeres -profesional


y personalmente.

—¿Qué mierda es esto, una versión mejorada de This Is Your


Life? —Murphy grazna—. Desátame o si no...

Le quito la venda de los ojos y la amenaza que está a punto


de soltar muere abruptamente cuando me ve.

—Mierda.

Ante su pánico, muevo mis labios, pero no hablo.

Cuanto más se prolonga el silencio, más aumenta la tensión


en la habitación, y más se agita Murphy.
—¿Por qué demonios estoy aquí?

—¿Te gusta pegarles a las mujeres, Murphy?

—No sé qué...

—¿Eres demasiado cobarde para enfrentarte a los hombres,


así que vas tras sus hijas?

—Vete a la mierda, imbécil.

Rodeando su cuerpo colgado, me pongo los guantes y un


delantal antes de agarrar un cuchillo pequeño del juego que cuelga
de la pared. Hay otros más grandes que harían el trabajo más
rápido.

Pero quiero tomarme mi tiempo.

Le paso la hoja por el costado, lo bastante fuerte para que


note el filo, pero no lo suficiente como para perforar la piel.

—¿Les excita a ti y a tu pequeña polla apuñalarlas porque no


puedes entrar en ellas de otra manera?

—No tenemos nada contra ti, Black —grita, con el cuerpo


tenso y la respiración entrecortada para que la hoja no corte.

Manteniendo la hoja presionada, lo rodeo para poder verle la


cara. Su mandíbula está tensa, la furia luchando con el miedo.

—Pero yo tengo un puto problema contigo —digo, con un tono


frío e impasible. Mi expresión es estoica mientras lo apuñalo, justo
por encima de la cadera.

Justo donde él apuñaló a Juliet.

—¡Maldita sea! ¿Qué mierda pasa? ¡Maldición!

—¿Te parece que te estoy dejando ir fácilmente?

—¿De qué estás hablando? —Su cuerpo tiembla mientras


lucha por quedarse quieto para no empeorar el dolor.

Él no tiene que preocuparse, yo me encargaré de eso por él.


Deslizando el cuchillo libremente, presiono la punta en el
mismo lugar sobre su otra cadera.

—Shamus McMillon.

Él sacude la cabeza rápidamente, con la confusión marcando


sus rasgos.

—Cortamos lazos con Shamus hace más de un año. Antes que


se largara. No tenemos ni idea de dónde está. Si te debe dinero,
prueba con Carmichael, eran muy unidos.

—¿Pero te debía a ti?

—A los Sullivan. Pero saldó su última deuda un par de


semanas antes que se largara.

Entierro la hoja lo suficientemente fuerte como para perforar


la piel lentamente centímetro a centímetro.

—Mierda, mierda, mierda. —él recita, con los ojos aturdidos


por el dolor.

—Shamus debía. Shamus. Y aun así le clavaste el cuchillo a


su hija. —Entierro la hoja hasta la empuñadura—. ¿No pudiste con
un viejo así que fuiste tras una adolescente?

—¿Qué tiene que ver ella contigo? —pregunta antes de


esbozar una débil sonrisa—. ¿Te estás tirando a la zorra frígida?
Estoy seguro que esa puta estirada y apenas legal vale mucho, pero
¿merece la pena ir contra los Sullivan?

No lo dudo.

—Absolutamente.

—¿Vas a dejarme en el bar como advertencia? ¿Una


declaración de guerra? —Hay algo más que un atisbo de esperanza
en su pálido rostro, y, joder, me encanta aplastarlo.

—No. Voy a matarte. Lentamente. Dolorosamente. Solo quería


asegurarme que te fueras al infierno sabiendo por qué.

—Los Sullivan vendrán por ti.


Sonrío satisfecho.

—¿Quién crees que nos dijo dónde encontrarte?

Estaba preparado para ir a la guerra, pero cuando fui a su


bar, Patrick entregó con entusiasmo a Jack Murphy. A diferencia
de sus bebidas aguadas, Jack estuvo emparejado con un tipo
diferente de coca, y estuvo metiéndose en su suministro. Estaban
felices que su dolor de cabeza desapareciera.

Y yo estaba feliz de complacerlos.

La boca de Murphy se abre y se cierra -traición y rabia-


mezcladas con dolor en su expresión antes de volverse frenética. Él
intenta echar a su jefe bajo el bus.

—Patrick fue quien me envió tras ella.

Patrick dijo que había enviado a Murphy a darle a Juliet un


mensaje verbal para que se lo pasara a Shamus. Él quería que
Shamus supiera que podía llegar a ella, pero juró que había sido
una amenaza vacía.

El cuchillo de Murphy había llegado después que Juliet lo


rechazara en voz alta, insultante y en una forma vergonzosa.

Esa es mi chica con pelotas.

Antes de salir del bar, les dejé claro a Patrick y a sus


hermanos que Juliet esta fuera de los límites. Si tener el culo de
Juliet en mi regazo en la pelea no había difundido ese mensaje, la
bocaza de Patrick Sullivan lo hará.

—Puedo conseguirte información —intenta diciendo


Murphy—. Una entrada con los Sullivan. Préstamos, drogas,
ejecutores.

Vuelvo a mirar a Ash.

—¿Por qué cada imbécil piensa que quiero esa basura en mis
complejos?

Ash mira a Murphy con el ceño fruncido.


—¿Y por qué demonios está intentando subcontratar mi
trabajo? —Él se burla—. Estoy aquí sentado leyendo rumores de
comercio de la NFL y él está colgando del techo. Dime quién es el
mejor ejecutor.

Terminando con la charla, corto el tatuaje de mierda de Clip-


Art que cubre el abdomen de Murphy. Me muevo a su espalda,
tallando cuidadosamente antes de agarrar el contenedor de sal
detrás de mí. Tomando un puñado, lo presiono contra las heridas
sangrientas que forman una paloma abstracta.

No es perfecto, ya que mi lienzo se mea encima y se ahoga con


su propio vómito, pero yo sé lo que se supone debe ser.

Corto metódicamente, lo apuñalo y esculpo. Le doy


descansos, asegurándome que no se desmaye por el dolor o se
desangre, solo para empezar de nuevo.

Después de lo que probablemente le parece una eternidad a


Jack Murphy, termino.

Entierro mi cuchillo profundamente en su costado, justo en


el lugar donde él había apuñalado a Juliet. Lo retuerzo y lo dejo allí
mientras da su último suspiro.

—La idea del vertedero no es mala —dice Ash mientras se


levanta—. Asegúrate que los Sullivan reciban tu mensaje.

Es tentador, pero no vale la pena. Para los Sullivan, la


conexión con mis casinos vale mucho más que la vida de Murphy.
No se arriesgarán a cortarla para vengar a un cabrón que ellos
también quieren muerto.

Me quito los guantes ensangrentados y el delantal.

—Ellos lo entendieron.

—Desechado será —dice Ash mientras da vueltas para tener


su primera vista de la espalda de Murphy. Se ríe, sacudiendo la
cabeza—. ¿Una paloma? Dios, estás enfermo. Y es mucho decir.

No me molesto en discutir.
Tiene razón en ambas cosas.

JULIET
Cuando cierro la puerta, me pregunto qué es lo peor que
podría pasar.

Horas más tarde -no estoy segura de cuántas porque perdí


estúpidamente la noción del tiempo- lo sé.

Porque Maximo me mira desde la puerta.

Frunciendo el ceño.

Me quito los auriculares para oírle preguntar:

—¿Qué te he dicho de esta puerta, Juliet?

Oh, no.

Encogiéndome de hombros, intento evadirme, pero me sale


como una pregunta:

—¿No me acuerdo?

—¿En serio? Porque parece que sí. Lo que significa que


además de azotar tu culo por desobedecer, me veré obligado a
azotarlo de nuevo por mentir.

¿Azote?

Sí, por favor.

Quiero decir, de ninguna manera.

—¿Por qué la cerraste?

Me encojo de hombros.

—Me sentía rara con ella abierta.

Su cuerpo se pone rígido.


—¿Por qué?

—Me sentía cohibida.

Baja un poco los hombros, pero sigue sin parecer contento.

—Supéralo.

Él no…

—¿Me acabas de decir que lo supere?

—Si —dice simplemente.

Cruzo mis brazos sobre mi pecho y le frunzo el ceño.

—No puedes decirme como sentir.

—Eso es exactamente a lo que accediste cuando viniste a mi


oficina. Es lo que accediste nuevamente cuando te entregaste a mí.

No pensé que Maximo se daría cuenta que la puerta estaba


cerrada y definitivamente no pensé que fuese una ofensa azotada.

Pero la dureza de sus ojos me dice que estoy equivocada.

—Vamos, palomita.

Trago saliva.

—¿Adónde?

—A nuestra habitación.

Mi estómago se desmayaría al oírle decir "nuestra habitación"


si no fuese por el inminente castigo.

Cuando no me muevo, él ladea la cabeza, pensativo por un


momento.

—Siempre podría inclinarte sobre el escritorio y hacerlo aquí.

Él en realidad no va a...

¿Verdad?
Sí, es imposible.

Solo está tratando de asustarme.

—No volveré a cerrar —prometo.

—Bien.

El alivio y una sorprendente oleada de decepción se enfrentan


en mi interior. No quiero sentir dolor, pero al mismo tiempo, me
intriga ser azotada.

Puede que incluso lo esté deseando.

Me han concedido el indulto, así que ¿por qué pienso en pedir


mi castigo?

Claramente he perdido la cabeza.

—¿Aquí o en nuestra habitación? —pregunta Maximo,


haciéndome dar cuenta que mi dilema interior es por nada. No me
estoy salvando en absoluto.

Mis cejas se alzan cuando mi alivio y decepción se convierten


rápidamente en miedo y excitación.

—Dije que no lo volveré a hacer.

—Lo cual está bien. Pero te dije que mantuvieras la puerta


abierta. No me hiciste caso. Te has ganado estas consecuencias.
Ahora, te lo preguntaré por última vez. ¿Aquí o en nuestra
habitación?

—Qué tal si yo me quedo aquí y tú vas...

—Juliet.

—Nuestra habitación funciona.

Al igual que a mí, a él parece gustarle el sonido de esto.

Es eso, o yo le hice desarrollar un tic que inclina sus labios.


Agarrándome de la mano, él me saca de la habitación, sin
inmutarse por mis pasos lentos. Nos encierra en la habitación y se
sienta en el banco frente a su cama.

—Bájate el pantalón y las bragas.

No hago lo que me ordena y en su lugar intento regatear:

—¿Qué tal si simplemente olvidamos lo que ha pasado y


empezamos de cero? Hacer borrón y cuenta nueva.

Él me estudia, con una mirada demasiado atenta y aguda.

—¿No quieres esto?

No estoy segura de sí "esto" se refiere al castigo o a toda la


dinámica.

En cualquier caso, mi respuesta es la misma.

—Sí quiero. Solo estoy nerviosa. Todo esto es territorio


desconocido para mí. —Inhalo antes de admitir suavemente—: Y me
siento mal por quererlo.

—¿Por qué?

—Porque no es... típico.

—A la mierda lo típico. A la mierda lo normal. A la mierda lo


que digan los demás. La única persona que puede decirte lo que
tienes que hacer soy yo. Y he dicho pantalones y bragas abajo.

Sus palabras acallan la molesta voz de la duda en mi cabeza.


En realidad, sus palabras ponen una almohada sobre la cara de la
duda y la ahoga.

Porque él tiene razón. No importa lo que piensen los demás.


Todo lo que importa es lo que nosotros queremos. Y, a pesar que no
estoy segura que voy a disfrutarlo, yo quiero intentarlo.

Como no llevo bragas puestas, me quito los joggers de un


empujón.
La mirada de Maximo sigue la tela, antes de volver a subir. Al
verme desnuda, dice:

—No habría sido capaz de salir si hubiera sabido que estabas


desnuda bajo mis pantalones. —Él extiende la mano—. Ven aquí.

Me recorre un escalofrío de lujuria, miedo y anticipación.

¿Qué demonios estoy haciendo?

Pero mientras lo pienso, mis pies me llevan hacia él. Mi cuerpo


está rígido, pero él me dobla fácilmente sobre su rodilla.

La gran palma de la mano de Maximo me acaricia suavemente


el culo. Se siente bien, y no soy la única que lo piensa. Su polla se
pone dura debajo de mí, empujando contra mi vientre.

Levanto la cabeza para mirar por encima del hombro, pero él


coloca su mano en mi espalda, manteniéndome en mi sitio.

—Voy a ser suave por tu primera vez y solo te daré cinco


azotes por cerrar la puerta —dice.

Cinco. Cinco no es tan malo.

Probablemente.

¿Quizás?

—Y luego diez por mentir —continúa.

—¿Quince? ¡Eso no es suave!

—Puedo hacer que sean veinte, si lo prefieres.

Me muerdo el labio para no quejarme más, antes de empeorar


las cosas.

—Joder, me encanta este culo. —Me pierdo en sus caricias


tranquilizadoras justo antes que su palma baje.

Con fuerza.

—¡Ay!
El escozor irradia y aumenta cuando su mano aterriza de
nuevo.

Él no se inmuta por mis gritos de dolor. No, él los disfruta. Su


polla sacudiéndose con cada uno.

No intento contener mis sollozos. Es imposible. Cada vez que


su palma conecta, el escozor y el ardor crecen, sobre todo cuando
toca un punto ya caliente. Pierdo la cuenta de cuántos azotes ha
asestado y me entra el pánico.

¿Y si él también pierde la cuenta?

¿Y si se deja llevar?

¡Nunca podré volver a sentarme!

Pero con una última bofetada, Maximo se detiene. Él me


acomoda de modo que quedo sentada en su regazo, y siseo al sentir
la aspereza de sus pantalones contra mi culo en carne viva.

Y mi culo no es lo único que está en carne viva. Mis emociones


están desolladas y cualquier dique que contenía mis lágrimas se
rompe. No estoy segura de la última vez que realmente chillé, pero
de repente, no puedo detenerme.

Necesitando estar más cerca, me siento a horcajadas sobre


Maximo para enterrar mi rostro en su pecho, enormes sollozos
sacudiendo mi cuerpo. Cuanto más intento ahogarlos, peor se
vuelven.

Él me frota la espalda con ternura y susurra:

—Lo has hecho bien, palomita. Muy bien.

Es una estupidez que me elogien por mi habilidad de recibir


una palmada en mi culo, pero eso no impide que me sienta
orgullosa. Sus palabras me calientan casi tanto como su mano me
ha calentado el culo.

Controlando mis lágrimas con solo unos pocos hipos


restantes, susurro:
—No volveré a romper las reglas.

Maximo se ríe.

—De algún modo no me lo creo. —Él me agarra la cabeza y


me inclina hacia atrás para poder estudiarme. Después del dolor
que disfrutó infligiendo, es inesperado ver una preocupación tan
profunda.

—¿Cómo te sientes?

Es una buena pregunta.

Me muero de hambre.

Exhausta.

Y, sorprendentemente, caliente.

Aún más sorprendente, sin embargo, es la sensación de paz


que se ha instalado en mi alma. Yo estoy contenta, el llanto
catártico ha lavado años de sequía emocional.

—Estoy bien —le digo con sinceridad.

—Necesito más que eso.

—Me dolió más de lo que esperaba, pero al mismo tiempo, no


fue tan malo como pensé que sería. —Me dejo caer hacia delante,
apoyando mi frente en su pecho—. Eso no tiene sentido.

—Lo tiene. —Su mano frota mi espalda, sobre mis mejillas


acaloradas, terminando entre mis muslos. Él desliza un dedo por la
excitación que se acumula allí. Me pongo rígida, pero él solo me
rodea la cintura con el otro brazo—. Shh. Déjame cuidarte.

Desde atrás, dos de sus dedos bombean dentro de mí hasta


que me balanceo contra él. Follándome con sus dedos.

Estoy cerca, pero necesito más.

Deslizando sus dedos, usa la humedad que los cubre para


rodear mi clítoris. No pasa mucho tiempo antes que el placer me
recorra, no anulando el dolor, sino mezclándose con él. Como las
dos caras de una moneda, una no puede existir sin la otra.

Me corro con fuerza hasta que quedo laxa y me apoyo en él


para mantenerme erguida.

—¿Mejor? —pregunta Maximo.

—Mmhmm.

Sentándome en el banco, él agarra los joggers del suelo y se


agacha, deslizándolos por mis piernas. Se pone de pie y me levanta
antes de asegurar los pantalones de gran tamaño alrededor de mis
caderas.

—Vamos a darte de comer.

—De acuerdo.

—Eres complaciente después de correrte. Tendré que


recordarlo.

Eso podría ser malo.

Muy, muy bueno, pero luego malo.

Bajando las escaleras, la cena ya está en la mesa. Mi


estómago gruñe ante el olor. Empiezo a sacar mi silla, pero Maximo
me agarra primero, tirando de mí hacia su regazo.

—¿Qué haces? —le pregunto.

Me rodea con un brazo y utiliza el otro para agarrar el tenedor.

—Me gustas en mi regazo.

—¿Otra regla?

—Sí.

Agarro mi tenedor y me quedo congelada.


Mi cubierto ya estaba delante de mí. No en la otra silla, sino
justo al lado de la de Maximo. Como si Freddy supiera que me
sentaría en el regazo de Maximo.

¿Cuántas veces ha pasado esto?

Los celos se hinchan en mi estómago, los hilos negros tejiendo


a través de mí, sus raíces arraigándose. No importa cuánto trate de
sacudirme los pensamientos, se profundizan.

No tengo ni idea de cuántas parejas ha tenido o de cuántas


otras palomitas ha sido su papi. No quiero saberlo. Pero la idea que
ha sido una ocurrencia como para que Freddy supiera cambiar la
configuración, me molesta.

Mucho.

No importa.

No importa.

No seas estúpida y dramática.

Él no ha estado con nadie durante un año. Lo que pasó antes


de mí no importa.

—¿Qué pasa? —Por supuesto que él nota que mi cuerpo se


pone tenso.

Forzándome a aflojar, agarro el tenedor y pincho la ensalada.

—Nada, ¿por qué?

—Ya sabes lo que pienso de las mentiras. ¿Necesitas otros


diez?

—No, desde luego que no.

Me rodea el cuello con la mano y me inclina la cabeza,


obligándome a mirarlo a los ojos.

—Entonces, ¿qué pasa?


Busco una excusa. Cualquier cosa. Literalmente, cualquier
razón medio plausible funcionaría.

Pero no encuentro nada.

—Te he hecho una pregunta y espero una respuesta.

Incapaz de mirarle a los ojos, me centro en un lado cuando


murmuro:

—Mi cubierto ya estaba aquí.

—¿Y? Juliet, te dije que las cosas se harían a mi manera. No


voy a preguntar a menos que sea algo importante e incluso
entonces, es probable que no lo haga.

—No me refería a eso. —Celosa y frustrada conmigo misma


por estar celosa, le explico—: Freddy sabía que tenía que poner mi
plato aquí.

—Sí, porque yo se lo dije.

—¿Se lo dijiste?

—Sabía que habías cerrado la puerta, lo que significa que


sabía que la cena se retrasaría. Le dije que llegaríamos media hora
tarde y cómo poner la mesa. ¿Qué tiene eso que ver con qué estás
enfadada?

—Pensé que... —Vuelvo a desviar la mirada mientras me


apresuro a decir—: pensé que la había puesto así porque era tu
rutina habitual.

Sus cejas se bajan antes de que la comprensión lo golpee.

Y cuando su estúpida boca sexy se curva en una estúpida


sonrisa sexy, quiero golpearlo también.

—Estabas celosa —afirma.

Abro la boca para negarlo, pero entonces capto el brillo


expectante de sus ojos.

Él quiere que mienta porque quiere castigarme.


Aprieto los labios.

—Las mentiras por omisión siguen siendo mentiras, Juliet.

—No has hecho ninguna pregunta —señalo.

—Cierto. ¿Estabas celosa?

Mierda.

—Sí.

Pero él no lo deja así.

—¿Por qué?

—Porque no me gusta la idea que esto haya sucedido con


otras mujeres tan frecuentemente, Freddy sabiendo qué hacer. —A
pesar que no he comido el bocado en mi tenedor, apuñalo más
lechuga solo por una excusa para apuñalar algo.

—Me gustas celosa.

Mi mirada sorprendida se dispara hacia él para ver si está


siendo sarcástico.

—¿En serio?

Él levanta la barbilla.

—Es bueno para mi irreal y enorme ego saber que eres tan
posesiva conmigo como yo lo soy contigo.

—¿Te pones celoso?

No sé por qué me sorprende tanto. Tal vez porque él es


normalmente tan tranquilo y sereno hasta el punto de ser
frígidamente distante. O porque puede conquistar a la mujer que
quiera con un dedo hábil y una sonrisa de sus labios pecaminosos.
En realidad, ni siquiera haría falta tanto.

O porque él es todo lo que es y yo solo soy... bueno, yo.

Su pulgar roza mi mandíbula.


—De todos los que tienen la suerte de mirarte.

Los hilos de celos en mi estómago se convierten en bondad


derretida ante sus dulces palabras.

Pero él no ha terminado.

—Te dije que nunca había dormido en la misma cama con una
mujer, lo cual es fácil porque nunca he traído mujeres aquí. Ni para
cenar o cualquier otra cosa. ¿Entendido?

Asiento.

—Bien. Aunque me gustan tus celos, no me gusta que te


enfades. Habla conmigo. No dejes que la mierda se encone.

Después de un momento, pregunto:

—¿Ya sabías que había cerrado la puerta? —Cuando él


levanta la barbilla, le pregunto—: ¿Cómo?

—Marco.

Esa rata.

Él suelta su mano de mi cuello y agarra su tenedor. Tocando


mi plato, ordena:

—Come.

Por fin me como la ensalada que he estado asesinando. Tras


unos minutos de silencio, abro la boca para preguntarle por su día.

Eso es lo que pretendo preguntarle.

Pero lo que sale disparado es:

—¿También llamaste palomita a otras mujeres?

No tengo tiempo de arrepentirme porque su paciente


respuesta es instantánea.

—Jamás. Ni siquiera paloma. Eso es todo tuyo.


La última tensión sale de mi cuerpo. Pasado o no, yo quiero
ser su única paloma.

Espero que mi voz sea despreocupada y súper casual cuando


digo:

—Cool.

Hecho.

Siento y oigo su risita.

—Eres jodidamente linda.

Vale, quizás no lo logré.

Oh, bien.
MAXIMO

Hoy va a ser un buen día.

Después de haber azotado el culo de Juliet la semana


anterior, me imaginé que ella metería una cuña debajo de la puerta
para asegurarse que no se cerrara ni un centímetro. Estaba abierta
cuando entré a probarle la boca y decirle que los hombres y yo nos
íbamos hasta tarde.

Por desgracia para ella, mi mente estuvo en su dulce boca y


me fui de la casa sin mi celular. Pasé por la casa entre las reuniones
para encontrar su puerta cerrada.

Apuesto que ella la cerró tan pronto como mi coche despejó el


camino de entrada.

Abro la puerta, pero ella no se da cuenta, con sus audífonos


puestos y la música tan alta que puedo oírla. Ella trabaja al lado
del escritorio en forma de L, con la cabeza inclinada sobre la tela
mientras coloca los alfileres en su sitio.

Me apoyo en el marco de la puerta y me cruzo de brazos para


estudiar su perfil.

Maldita sea, ella es preciosa. Su coleta alta se balancea


mientras murmura junto a la canción. Una pequeña sonrisa curva
sus labios.

Al cabo de un minuto, ella finalmente mira hacia mí antes de


hacer un doble chequeo. Mi ya gruesa polla se endurece
rápidamente cuando su expresión se transforma de sorpresa a
miedo y a pánico.

—¿Qué haces aquí? —ella grita. Le hago señas hacia la oreja


y se quita los auriculares antes de repetir en voz baja—: ¿Qué haces
aquí?

—La pregunta más importante es por qué estaba cerrada la


puerta.

La chica de las pelotas no intenta mentir ni alegar que no se


había dado cuenta.

—Yo la cerré.

—¿Por qué?

—La señora Vera está fuera durante la semana, y tu dijiste


que los hombres se iban contigo. No pensé que importara ya que la
casa está vacía.

—Pensaste mal.

Su cara se pone en el más bonito puchero mientras murmura:

—Ahora lo sé.

—Vamos, Juliet.

—¿No tienes una reunión? No quiero entretenerte. Podemos


anotar esto para una fecha posterior.

—¿Y cuándo sería eso?

—¿Treinta y uno de febrero?

Dios, es graciosa.

Incluso con toda la mierda por la que Juliet ha pasado en su


vida, sigue siendo suave. Todavía feliz. Ella podría haberse vuelto
amargada y hastiada, pero no lo hizo. Sigue siendo dulce.
Lástima que eso no me hace indulgente. Todo lo contrario.
Hace que mi necesidad de controlarla y mantenerla sea aún más
fuerte.

—¿Aquí o en nuestra habitación?

Ella suspira, con los hombros caídos.

—Nuestra habitación.

Dramática como está actuando, no opone mucha resistencia


mientras me sigue hasta el pasillo.

Si no la conociera mejor, pensaría que mi palomita está


sacudiendo su jaula para ver si puede salirse con la suya ...

O tal vez ella quiere recibir el castigo tan mal como yo quiero
dárselo.

Cuando entramos en la habitación, sus pasos se ralentizan.


Ella envuelve sus brazos alrededor de sí misma.

—No entiendo por qué importa que la puerta esté cerrada.

—Porque yo lo digo.

—Sí, pero ¿por qué?

No estoy acostumbrado a dar explicaciones. Yo digo algo y se


hace.

Así de simple.

Pero tratar a Juliet con esas mismas expectativas ha sido un


paso en falso. Ella no está acostumbrada, y hasta que no tenga su
confianza, no obedecerá ciegamente.

Hay otras órdenes que ella tendrá que seguir sin explicación,
pero la regla de la puerta es una que puedo aclarar.

Enroscando mi mano alrededor de su cuello, uso mi pulgar


para inclinar su mandíbula hacia arriba.
—La quiero abierta para que cuando esté sentado en mi
escritorio pueda verte.

—Pero ni siquiera estabas en casa —señala.

—Y mira cuánto has tardado en darte cuenta que estaba ahí.


—Mi mandíbula está apretada—. Fue peligroso.

—Este lugar está cerrado como Fort Knox. Cole instaló ese
botón del pánico en la pared, literalmente, a un pie de mi escritorio.

—Si tienes la puerta cerrada, ¿cómo sabrías que necesitas


presionarlo hasta que sea demasiado tarde? Y ya que estamos, no
usar auriculares cuando estás sola en casa. Lo sumo a las normas.

Sorprendentemente, ella sonríe y se acerca.

—La única persona que me persigue es un papi grande y


enfadado que quiere azotarme el culo.

Joder, ella quiere matarme.

Agarrando su firme culo, aprieto su cuerpo contra el mío.

—La puerta permanece abierta y nada de auriculares cuando


me vaya. ¿Entendido?

Ella asiente, y sus ojos se desvían a un lado para centrarse en


el banco.

—Ya que no sabía por qué querías...

—Buen intento, Juliet. —La suelto y me siento en el banco—.


Bájate los pantalones y las bragas, pero mantenlas alrededor de tus
tobillos. —Una vez que lo hace, la coloco sobre mis piernas—. Diez
hoy.

—¿Diez? Solo fueron cinco...

—Puedo hacer que sean treinta. —Froto la palma de mi mano


sobre la curva de su culo, haciendo una pausa y comenzando de
nuevo para poder oír su respiración. Justo cuando ella empieza a
relajarse, levanto la mano y la llevo al centro de la nalga, el agudo
sonido rompiendo el tranquilo silencio.
—¡Aww! —grita tratando de incorporarse.

Colocando una mano entre sus hombros, la mantengo quieta


mientras mi palma conecta de nuevo, apuntando al mismo lugar.

Ella vuelve a gritar.

—¡Esto duele!

—De eso se trata. —Esparzo los siete siguientes antes que el


último aterrice en el mismo lugar que los dos primeros.

Cuando termino, su pálida piel está roja. Mi mano va entre


sus muslos para encontrarla tan mojada como el día anterior, si no
más.

Le paso dos dedos por su coño antes de metérselos de golpe.


Follándola con los dedos, muevo mi otra mano de entre sus
hombros hasta su cabello, agarro su coleta y giro su cabeza para
poder verla.

Parpadeando con lágrimas en los ojos, la cara sonrojada y


húmeda, Juliet nunca ha estado más hermosa. Porque está
tranquila.

Feliz.

Ella está hecha para lo que le doy, y yo soy el bastardo con


suerte que consigue mostrárselo.

Juliet emite un murmullo de protesta cuando libero mis dedos


y la siento erguida. A diferencia del día anterior, cuando jugué con
ella en el banco, me levanto y la llevo a la cama.

Porque su castigo no ha terminado.

La siento y le digo:

—Túmbate, junta los pies y baja las rodillas.

Después de unos segundos de vacilación, hace lo que le


ordeno, abriéndose para mí.
Me desabrocho el cinturón y los pantalones, empujándolos y
bajándome el bóxer lo suficiente para liberarme. Empuño mi polla
y la acaricio lentamente.

Los ojos de Juliet se calientan, su lengua rosada sale para


humedecer sus labios fóllables.

Tengo la tentación de usar esos labios, pero si me envuelvo en


ellos querré tomarme mi tiempo.

Empiezo a ir más rápido y su mano se mueve entre sus


piernas.

—No —le digo.

La frustración tensa sus facciones.

—¿Por qué no puedo tocar?

—Porque has infringido las normas.

—Y me has castigado.

—Y ahora estoy acabando tu castigo.

Mis intenciones se hacen realidad y su mirada se entrecierra.

—¿No me vas a dejar correrme?

—No.

—Eso es… ¡eso es una tortura!

—Créeme palomita, mirar ese coño y no follarlo es una tortura


para mí también.

—Entonces fóllame. —Cuando eso no funciona, ella saca sus


grandes armas. Unos ojos verdes grandes me miran y una pequeña
y sexi sonrisa curva sus labios mientras susurra—: Por favor, papi.
Te necesito.

Jesucristo, ella no está para matarme.

Ya estoy muerto.
Ha habido una equivocación y he sido enviado al cielo con este
ángel.

Y mataré a cualquier hijo de perra que intente alejarla de mí.

—Súbete la camiseta y libera tus tetas. Luego usa tus dedos


para sostener los labios abiertos de tu coño. No toques más que eso,
o te vendaré para que no puedas mirar.

Ella sigue mis indicaciones al instante. Mi mirada alterna


entre su coño abierto, sus tetas y su cara. La suya se queda clavada
en mi puño mientras froto mi polla arriba y abajo, más rápido,
apretando más fuerte.

La presión aumenta antes de que el primer chorro de semen


caiga sobre su coño abierto. Apunto el puño justo a tiempo para
que el resto caiga sobre sus tetas y su vientre.

Apoyo los puños en la cama, a ambos lados de ella, y agacho


la cabeza para recuperar el aliento mientras miro mi semen
salpicado sobre su suave piel.

Mía.

Incorporándome antes que mi determinación flaquee, me


guardo la polla aún dura y me vuelvo a poner los pantalones y el
cinturón.

—¿De verdad no vas a hacer que me corra? —pregunta Juliet.

—No. —Agarrándola de las muñecas, tiro de ella para que se


siente antes de ajustarle el sujetador y la camiseta en su lugar.

Pellizcando la tela de su top, ella la aparta de donde se aferra


a la pegajosidad.

—Tengo que ir a ducharme.

—No —repito. Con una última insinuación de mi dedo a través


de su hendidura, le subo las bragas y los pantalones por las
piernas, y me detengo para ayudarla a levantarse antes de
deslizarlos por su culo en carne viva.
—No puedo estar así todo el día.

—Lo harás. Sin ducharte. Nada de limpiártelo. —Agarro su


barbilla y la inclino hacia arriba—. Y nada de jugar. Lo sabré si lo
haces. Si sigues las reglas, te comeré el coño cuando llegue a casa.
Si no lo haces, no te dejaré correrte durante una semana.

El pánico llena su expresión y su voz:

—¿Una semana?

—O más. —Bajo mi boca hasta la suya y la beso con fuerza


para saborearla. Me obligo a terminar el beso y a apartarme—.
Tengo que irme.

Ella parece disgustada y aturdida.

—¿De verdad te vas?

—Tengo que hacerlo, ya llego tarde. —Salgo al pasillo antes


de girarme—: Recuerda las reglas.

—Lo sé, lo sé.

—Juliet.

—Maximo —se burla.

Tan distraído por esa boca inteligente, casi me voy sin mi


teléfono otra vez.
JULIET

Ahora vivo aquí.

No en esta casa, si no que en esta ducha.

Sabía que la ducha de la habitación de Maximo, nuestra


habitación, sería agradable, pero no que sería tan gloriosa que no
quiero salir.

Tiene una cascada que cae sobre mi cabeza y múltiples


cabezales de ducha que dan un masaje de agua al golpear mi cuerpo
en diferentes puntos.

Y como estoy dolorida, lo necesito.

Maximo no llegó a casa la noche anterior hasta mucho


después que me fui a la cama. Como seguí sus reglas, me despertó
con su boca entre mis piernas. Después de correrme con su lengua
y sus dedos, me dobló las rodillas y me folló en un ángulo
alucinante mientras miraba nuestra conexión.

Fue intenso y caliente y me dejó sensible en lugares que no


sabía que existían.

Cuando mi estómago ruge demasiado fuerte para ser


ignorado, cierro el grifo del agua. Me seco y voy a asaltar los joggers
de Maximo.

Pero cuando abro el armario, no solo está lleno de sus cosas.

En la mitad derecha también están mis pijamas.


¿Eh?

Agachándome, pruebo los cajones del fondo, y todos sus bóxer


y calcetines están a la izquierda. Los de la derecha están vacíos.

En una corazonada, me pongo de pie y voy al vestidor,


encendiendo la luz al entrar.

La ropa de Maximo está perfectamente colgada a la izquierda.


Sus zapatos, cinturones y relojes están colocados en ese lado de la
isla.

Al igual que en el armario, mi ropa está a la derecha. Mis


zapatos y escasos accesorios están puestos en este lado de la isla.

Hay algo al ver mi ropa con la de Maximo que me asusta un


poco, pero me hace mucho más feliz.

No solo duermo aquí con él.

Vivo con él.

Agarro el crop negro rasgado que me hice, y me lo pongo sin


sujetador ya que no los encuentro. Por la misma razón, me pongo
mis propios joggers. Sin preocuparme por los calcetines ni los
zapatos, salgo de la habitación y me dirijo a la oficina de Maximo.

A pesar que él trabaja desde casa, lleva pantalones negros y


una camisa gris oscuro remangada. Su hombro sostiene el teléfono
con la oreja mientras teclea en su computador.

Al verme observándolo, una sonrisa curva sus labios. Se


aparta del escritorio y yo me acerco a él, dejando que me siente en
su regazo mientras habla con alguien sobre pedidos, vendedores o
algo así. No estoy siguiendo la conversación de negocios para
empezar, pero una vez que su mano se desliza bajo mi camiseta, mi
atención se desvanece aún más.

Me toca el pecho desnudo antes de quedarse inmóvil. Su


brazo se tensa por reflejo, al igual que el resto de su cuerpo.

—¿Qué has dicho? —pregunta, pellizcándome el pezón antes


de tocarme el pecho.
No debo de ser la única a la que le cuesta concentrarse.

Él espera tres segundos antes de decir:

—No importa, hablaremos de esto más tarde. —Termina la


llamada y tira el teléfono en el escritorio antes de rodear mi cintura
con el otro brazo y moverme para que mi espalda quede al ras de
su frente. Mete la mano bajo mi camiseta para tocarme el otro pecho
y agacha su cabeza para mordisquearme el cuello.

—¿No te dan de comer lo suficiente? —pregunto, con la voz


entrecortada.

—¿Hmm? —murmura.

—Parecías un poco hambriento por teléfono, colgando así.


Ahora me estás mordiendo. ¿Le pido a Freddy que te haga una
tortilla?

—Me gusta verte marcada como mía —dice, sus palabras


posesivas haciéndome arder en deseo, humedecerme y feliz.
Soltando su apretado agarre sobre mi pecho, me agarra entre los
muslos—. Y lo único que quiero comer está aquí mismo, palomita.
—Me acaricia un momento a través de la tela—. Si no llevas
sujetador, ¿significa que no llevas bragas?

—No pude encontrarlos —murmuro.

Se me pone la piel de gallina cuando sus labios rozan


ligeramente mi cuello.

—Marco lo movió todo ayer mientras tú trabajabas. No quería


que él las tocara.

Eso está bien, yo tampoco quiero que Marco las toque.

—Pensé que lo habías enviado para asegurarte que sigo las


reglas, no para ser un hombre de mudanza.

—Eso también. —Él afloja su agarre y me mueve para poder


ver mi rostro—. ¿Estás enfadada?
—¿Me dejarías mover las cosas de regreso si lo estuviera? —
le respondo.

—No. Te quiero en mi cama. En mi espacio.

—Me gusta estar en tu cama y en tu espacio. Además, tiene


más sentido tener mis cosas allí, así no tengo que correr desnuda
por el pasillo después de ducharme por la mañana.

—Siempre puedes correr desnuda por aquí. —Él ladea la


cabeza y se frota la mandíbula pensativo—. En realidad, esa podría
ser una nueva regla. Haría las videoconferencias más interesantes.
—A pesar que él es quien dice la broma, su mandíbula se aprieta—
. Olvídalo.

No puedo contener la risa, aunque no me esfuerzo demasiado.

—¿Te parece gracioso?

—Divertidísimo.

Maximo me mueve hacia arriba para que mi culo esté sobre


su polla, y mi risa se corta al sentirlo duro debajo de mí.

Creo que nunca me acostumbraré a la forma en que él siente.


O a su aspecto. O a cómo me desea.

—Me vuelves loco, paloma.

—Ese sentimiento es muy mutuo.

Su sonrisa es ternura y pecado a partes iguales.

Dios, ¿cómo es que esta es mi vida ahora?

Evitando la mirada, porque algunas cosas son demasiado


hermosas para mirarlas por mucho tiempo, veo que su teléfono se
ilumina con un montón de notificaciones.

—¿Qué hay en la agenda de hoy?

—Tengo otra reunión telefónica en… —Mira su reloj —cinco


minutos. Y luego tengo que ir a Nebula y Star.
—¿Alguna vez te tomas el día libre?

—Normalmente no.

—¿Los demás dueños de casinos trabajan tanto como tú?

—No, la mayoría delega y cobra del trabajo duro de otras


personas. Yo soy demasiado controlador para eso.

—¿Tú? ¿Controlador? Nuncaaaa.

Él me lanza la mirada y la voz:

—Juliet.

—Maximo —le respondo, imitando su voz grave.

—Mocosa.

—Fanático del control.

Su sonrisa pecaminosa y siniestra regresa, haciendo que un


temblor me recorra la espalda. Debería de ser miedo, pero es de una
abrumadora cantidad de lujuria.

—Puedo reprogramar mis reuniones y quedarme aquí para


demostrarte cuan fanático del control puedo ser.

Salto de su regazo y retrocedo fuera de su alcance.

—No, no. No me gustaría entrometerme en tu trabajo.

Pero incluso mientras lo digo, la humedad se acumula entre


mis muslos. La espiral de necesidad que él libero anoche con su
lengua y su polla se tensa dentro de mí.

—Bésame, Juliet.

Me inclino y acerco mis labios a los suyos, metiendo la lengua


para absorber el sabor del café negro amargo y de Maximo.

Pecaminoso.

Ahumado.
Oscuro.

Y tan malditamente ardiente.

Me pongo de pie cuando su teléfono empieza a vibrar


ruidosamente sobre el escritorio.

—Jesús, alguien quiere morir —dice, agarrándolo.

Me apresuro para abrir la puerta, no queriendo oír cómo le


riñe a alguien.

—Black —responde—. Sí. Sí. Un momento. Juliet.

Me detengo en el pasillo y me giro para mirarlo.

—¿Sí?

—Como una camisa. ¿Una de las tuyas?

Asiento con la cabeza.

—Parece que una de las tiendas de Crystals venderá un


montón de mierda. Estoy impresionado, paloma. —Su expresión se
endurece, y aunque solo han pasado unos días, sé lo que se
avecina.

Modo papi.

—Pero no quiero que nadie más vea cómo asoman tus bonitas
tetas por esos agujeros. Ponte un sujetador.

—Entendido.

—Freddy te llevará el desayuno a la sala de costura. Estaré en


casa para la cena. Y me tomaré libre el día de mañana. Cualquier
cosa que quieras hacer, la haremos.

Sonrío, y sus ojos bajan para centrarse en mi boca.

Él se sienta hacia adelante como si fuera a levantarse.

—Tú llamada. —Le recuerdo.

—A la mierda mi llamada.
Realmente espero que la haya silenciado.

—No tengo tiempo para enrollarme. Tengo que llevar mis


sujetadores y bragas a nuestra habitación.

Es su turno de sonreír y el mío de mirar fijamente.

—Juliet.

—Cierto. —Voy por el pasillo hacia la habitación que había


sido mía durante todo un año entero.

Considerando cómo llegué a vivir aquí, es una locura que éste


termine siendo el primer lugar donde me siento segura. He sido
capaz de dormir sin preocuparme de que Shamus me sacara de la
cama, cabreado, borracho y violento. O que uno de sus amigos
borrachos se escabullera dentro. O que los cables defectuosos
provocaran un incendio, alguien entrara, o cualquiera de los otros
factores de estrés que me mantenían despierta por la noche.

Pero por mucho que me guste tener mi propio espacio,


compartir el de Maximo es mucho mejor. Duermo profundamente
porque sé que estoy aún más segura en sus brazos.

Después de ponerme un sostén, tomo el resto de mi ropa


interior y trajes de baño antes de llevarlos por el pasillo.

Vuelco la carga en el suelo delante del armario antes de


clasificarlos y guardarlo todo. Cuando termino, me dirijo a mi
cuarto de costura, siguiendo el aroma a café que flota en el aire. Me
siento y agarro la taza grande de la bandeja, girando la silla hacia
adelante para poder sorber mi café y planear mi proyecto.

Y entonces casi se me cae el líquido hirviendo.

Ese astuto bastardo.

Ese solapado y torpe bastardo.

Dejo la taza antes de hacerme daño a mí misma o a él, y me


muevo hacia la puerta.
O tal vez solo es un camino porque no hay ninguna maldita
puerta.

Es un espacio abierto.

Cruzando el pasillo, estoy lista para exigirle que la devuelva


cuando me doy cuenta que él sigue al teléfono.

Maximo está recostado en su silla, con las piernas levantadas


sobre el escritorio y el celular pegado a la oreja. Pero me mira
mientras se pasa el pulgar por el labio inferior.

Un labio se curva en una mueca de satisfacción.

Y entonces el engreído hijo de puta me guiña un ojo.

¡Un guiño!

Es increíblemente excitante y podría servir de porno para


mujeres de todo el mundo.

Pero es mío.

Sin dejar traslucir que no estoy realmente enfadada, lo miro


durante unos instantes antes de volver al otro lado del pasillo, a mi
café y a mi cuarto de costura sin puerta.

—Arrggg. —Mi frustración crece mientras agarro las tijeras.

Teniendo en cuenta que solo llevo cosiendo unos meses, lo


estoy haciendo bien. No porque tenga talento o habilidad sin
esfuerzo. Sino porque trabajo en ello durante horas y horas todos
los días. E incluso cuando en realidad no estoy cosiendo veo videos
sobre costura.
Pero mientras miro el dobladillo torcido del vestido que
intento hacer, me obligo a admitir que he mordido más de lo que
puedo masticar.

Después de arrancar el hilo, tiro la tela a un lado y me voy a


nuestra habitación.

Solo hay una cosa que puede ayudarme a relajarme ahora


mismo.

Pero él se ha ido, así que me conformaré con un baño.

Me desnudo y me unto protector solar antes de ponerme mi


traje de baño, mi salida de baño y mis chanclas. Agarro el iPad y
salgo.

Después de dejar mis cosas en la mesa, me quito las chanclas


y salida de baño antes de sumergirme en el agua caliente. Nado un
par de vueltas antes de llegar a ver a Ash sentado en el sofá del
patio.

—Hola —le digo.

—¿Te has puesto crema solar?

—Sí.

—¿Suficiente?

—Podría deslizarme hasta aquí panza abajo como un


pingüino, estoy tan engrasada.

Él me dedica una sonrisa con hoyuelos.

—Tengo una Coca cola ligth y agua para ti.

—Gracias.

Nado un rato más, con la mente ocupada en el dobladillo


mientras el agua trabaja mis músculos tensos.

Cuando me empiezan a doler los brazos, salgo de la piscina


para beberme mi Coca-Cola dietética antes que se caliente.
—¿Vas a entrar? —pregunta Ash.

—Hace tan buen tiempo que creo que me voy a quedar afuera
leyendo. —Miro su camisa y pantalones de vestir negros. A pesar
que solo estamos bajo treinta grados, él tiene que estar tostándose
al sol—. Pero tú no tienes por qué quedarte fuera.

Él me dirige su versión de la mirada.

Pongo los ojos en blanco.

—No sé si lo sabes, pero llevo quedándome sola en casa desde


los cuatro años.

Claramente esto es un error, porque su expresión se


endurece.

Hace tiempo que perdoné a Ash por apuntarme con una


pistola. En primer lugar, no era como si fuera la primera vez que
alguien me apuntaba con un arma. Al menos él no me había
apuntado a la cabeza, eso duele mucho más de lo que la gente cree.

Aparte de eso, él no ha hecho nada que me haga sentir


insegura desde entonces. Él ni siquiera me ha levantado la voz, ni
siquiera cuando trabajamos en matemáticas, y estoy segura que
esa experiencia le hizo desear una muerte lenta en el desierto.

Pero la ira que endurece sus ojos y aprieta su mandíbula me


recuerda que él no es solo Ash con la vibra fría y la sonrisa con
hoyuelos.

Inconscientemente, doy un paso atrás.

Baja sus ojos para contemplar mi movimiento, y aprieta la


mandíbula con más fuerza incluso mientras sus ojos se suavizan.

—No estoy enfadado contigo, Juliet.

—¿Pero estás enfadado?

—Pero no contigo. Y aunque lo estuviera, no tienes por qué


tenerme miedo.
—Lo sé —digo honestamente, y no solo porque estoy bastante
segura que Maximo le rompería las rótulas si me levantara la voz—
. Solo es instinto.

De nuevo, esto no parece ser lo correcto, pero Ash fija su


expresión.

—Ve a leer.

Asiento, agarrando mi iPad y mi Coca-Cola Light. Me acerco a


una de las tumbonas, miro hacia atrás y veo a Ash tecleando algo
en su teléfono, con una mirada furiosa.

Me estiro y abro uno de los romances de highlanders que la


señora Vera me recomendó.

Me meto tanto en el mundo de los guerreros gruñones,


castillos de piedra, y sexis faldas escocesas que no me doy cuenta
que alguien se acerca hasta que dicen:

—Juliet.

Doy un respingo y casi se me cae el iPad. Levanto la mano


para tapar el sol y miro a Cole.

—Llamada para ti —dice, entregándome un móvil.

Me lo pongo en la oreja.

—¿Hola?

—Bien, funciona.

A la voz profunda de Maximo, mi cuerpo se calienta de una


manera que no tiene nada que ver con el sol.

—¿Qué funciona?

Sin responder a mi pregunta, él dice:

—Lo siento, palomita, surgió algo y no podré ir a cenar.

Intento que no se me note la decepción, pero estoy segura que


no lo conseguí.
—Está bien.

—Joder, no lo está, pero lo estará en cuanto llegue a casa


contigo. Aguanta. —Sus palabras son amortiguadas mientras habla
con otra persona antes de volver a mi—. Tengo que irme.

Cuando el teléfono suena para indicar que la llamada ha


terminado, se lo doy a Cole.

—Es tuyo.

—¿Qué?

Darme un teléfono es otra muestra de confianza. Maximo


quiere mi confianza, y me está dando lo mismo a mí.

Él se desabrocha la chaqueta y se agacha junto a la tumbona.


Desliza la pantalla ennegrecida. Disparando rápidamente palabras
mientras pasa por las aplicaciones, me hace un recorrido.

—Navegador. Tienda de aplicaciones. Libros. Música.


YouTube. Textos. Está sincronizado con tu MacBook y tu iPad, así
que tus ajustes, libros, música, todo se transfiere. Desliza el dedo
desde abajo para desbloquearlo y listo.

Solo asimilo el diez por ciento de lo que dice, mi mirada pasa


de él al nuevo teléfono.

Mi antiguo móvil no podía ejecutar juegos, aplicaciones o


cualquier otra cosa. Funcionaba con tarjetas de prepago, así que la
mayoría de las veces solo lo llevaba en caso que necesitara llamar
al 911, lo único que podía hacer gratis.

El teléfono en mis manos es la antítesis de eso.

Una cosa me llama más la atención.

—¿Puedo enviar mensajes de texto?

Él levanta la barbilla y toca el icono del globo sonoro. Carga


un nuevo mensaje, empieza a escribir Maximo antes de seleccionar
su número.

—Tan fácil como esto.


Esto podría ser divertido.

—¿Alguna otra pregunta? —pregunta.

Ojeo la pantalla.

—¿Cómo llego a los contactos?

Explicarme tecnología es probablemente tan frustrante para


Cole como explicarme matemáticas fue para Ash. Pero, al igual que
Ash, él se muestra tranquilo y paciente mientras toca la pantalla
unas cuantas veces y me lleva a la lista de contactos.

Maximo, Ash, Cole, Marco y Freddy están en la lista, junto


con alguien llamado Miles.

—¿Quién es ese?

—El jefe de seguridad de Black Resorts. Si no puedes ponerte


en contacto con uno de nosotros en una emergencia, llámalo a él.

Okkkaayyyy.

Esperemos que eso nunca suceda.

—¿No hay número para la señora Vera? —le pregunto.

—Ella odia la tecnología. Ni siquiera se actualiza a un Kindle.


Hazme saber si tienes cualquier problema. —Él se va para hablar
con Ash antes de entrar en la casa de la piscina.

¿Por qué siempre se queda en la casa de la piscina?

Vuelvo a los mensajes de texto y escribo el nombre de Maximo.

Yo: Gracias.

No espero un mensaje de respuesta, pero me llega al instante.

Maximo: Fue egoísta por mi parte. Ahora puedo enviarte


mensajes cuando estoy atrapado en estas aburridas reuniones de
mierda. ¿Qué haces?
Sonrío, el aleteo de vértigo instalándose en mi vientre como
mariposas haciendo una fiesta.

Yo: Leyendo junto a la piscina.

Maximo: Mándame una foto.

Miro por encima del hombro y veo que Ash sigue con la cara
hundida en su teléfono.

Sintiéndome incómoda, abro la cámara y la pongo de frente.


Muevo mi brazo alrededor hasta encontrar un buen ángulo y tomo
un millón de fotos antes de conseguir una enviable.

Mi teléfono vibra un minuto después.

Maximo: Cristo, eres preciosa.

Envalentonada por sus palabras, vuelvo a subir la cámara y


saco una foto apuntando hacia abajo de mi cuerpo. Y luego hago
veinte más hasta que consigo una buena.

Conteniendo la respiración, la envío antes de perder los


nervios.

La respuesta llega en cuestión de segundos.

Maximo: Maldición, ¿estás intentando que vuelva a casa?

Maximo: ¿O solo intentas que me corra?

Sí, tenía razón.

Esto podría ser divertido.


JULIET

—¿Esto es lo que quieres hacer? —Maximo pregunta, sus


labios inclinados a un lado mientras me mira.

Agarrando los caramelos que robé del escondite de Freddy,


asiento con la cabeza.

Cuando busque ideas para nuestro día juntos, la mayoría de


las cosas que aparecían estaban orientadas a los turistas, a la fiesta
o eran muy caras, o las tres cosas a la vez.

Ir al cine es la mejor opción, pero parece estúpido cuando


Maximo tiene una sala multimedia con sillones reclinables, un gran
proyector y una máquina de palomitas.

Sin mencionar que tengo la sensación que rara vez él sale y


hace un montón de nada. Antes de llegar aquí, yo tampoco. Siempre
tuve más tareas y recados que una persona puede hacer en un día.
Un año de ser una persona hogareña -por la fuerza y luego por
elección- me ha enseñado lo necesario que es el ocasional de vez en
cuando.

—Primera fase —digo—. Bueno, supongo que esto se convirtió


en la fase tres.

La fase uno fue Maximo despertándome con su boca. Debió


haber estado trabajando en mi por un rato porque cuando me
desperté, yo ya estaba al borde.
Después de correrme, me llevó a la ducha donde se tomó su
tiempo lavándome el cuerpo y el cabello antes de hacerme correr de
nuevo, esta vez con sus dedos.

La segunda fase había sido el desayuno en la cama, donde


Maximo escuchó mis frustraciones. Yo le escuche mientras me
contaba lo del boxeador que abandonó un combate con menos de
dos semanas de antelación porque pensaba que merecía más
dinero. Ni Maximo ni su coordinador de combates estaban de
acuerdo.

Cuando terminamos de desayunar, Maximo se había puesto


una camiseta y sus joggers grises, y yo…

Bueno, yo babee por todas partes.

Pero una vez que encontré mi cerebro de nuevo, me lancé por


los pantalones cortos que había hecho y el top rasgado comprado
en la tienda. Entonces, para su confusión y diversión, arrastré a
Maximo a la sala de multimedia.

Agarrando el mando a distancia mientras se mueve, él se


dirige a la parte delantera y central reclinable. No intento sentarme
en otra silla. Me deshago de mi paquete de golosinas en la mesita
junto a nosotros antes de aterrizar en su regazo. Sé que es el
movimiento correcto cuando me rodea con los brazos y me acerca.

Él enciende el televisor, pulsa un montón de botones para


cargar una lista de películas, y me da el mando a distancia.

—Elige la que quieras.

Ultimate Power.

Echo un vistazo antes de elegir Thor.

Las películas de acción no suelen ser mi género preferido, pero


un Hemsworth hace que una chica haga locuras.

—¿Has visto alguna de las películas de Marvel? —él pregunta.

—Pequeñas escenas en la tele, pero nunca una entera.


—Entonces no podemos empezar por aquí.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Los universos cinematográficos están hechos para verse en


orden. —Agarra el mando a distancia y vuelve a la C—. Tenemos
que empezar por el Capitán América.

Un Hemsworth puede hacer que una chica haga locuras, pero


Chris Evans les hace hacer locuras mientras las anima y fomenta
su individualidad.

—¿Has visto estas películas? —pregunto mientras se carga.

—Unas cuantas.

—Probablemente es difícil ver toda una serie de películas


cuando nunca te tomas un día libre —bromeo.

Como si hubiera enviado un mensaje al universo, suena su


teléfono.

Yo y mi gran bocota.

—Mierda, tengo que contestar. —Su expresión es suave y de


disculpa mientras pausa la película.

—Oye, fui yo quien lo maldijo.

Me levanto, pero él me retiene mientras saca su teléfono del


bolsillo.

—¿Sí? —Quienquiera que sea habla por un momento antes


que Maximo suelte una risa áspera—. De eso se trataba. —Guarda
silencio un instante—. ¿Miles está en ello? Bien. Consigue su
imagen alrededor. No quiero sus culos en mi propiedad, o será peor.
Sí. Llama si la mierda se tuerce.

Cuando termina la llamada y pone su teléfono cerca de los


aperitivos, mi curiosidad saca lo mejor de mí.

—¿Todo bien?
—Mis abogados notificaron al boxeador que se fugó con una
demanda por incumplimiento de contrato. Llamó para disculparse,
tratando de volver a entrar. No iba a suceder, pero habríamos
considerado retirar la demanda. Por desgracia para él su
representante se puso al teléfono y amenazó a Serrano.

—Debería despedir a su representante.

—Su representante es su padre.

—Esa es una receta para el desastre.

—Ahora, como su padre cree que es un hombre hecho y


derecho con conexiones, quiere exigir, pero nadie lo contratará.

Sé muy bien lo que es ser castigado por la bocaza de mi padre.

Pobre tipo.

Como si leyera mis pensamientos, Maximo añade:

—La manzana podrida no cae lejos del árbol. Costa es un


primo donna que se cree el Mayweather italiano.

—¿Por qué lo fichaste entonces?

—Porque puede que no sea bueno como Money Mayweather,


pero sigue siendo bueno. —Su sonrisa es cruel y fría—. Y ahora
tendrá la suerte de trabajar como instructor en un gimnasio de
kickboxing.

Qué asco.

Maximo presiona sus labios contra mi frente antes de


acomodarme contra él. Levanta el mando.

—¿Preparada?

—Sí.

Y si es mala, estoy lo suficientemente cómoda para tomar una


siesta.
CAPITÁN AMÉRICA no es mala.

Tampoco Capitana Marvel.

Y definitivamente tampoco Iron Man.

Me gusta el buen tipo de Chris Evans, súper soldado, pero me


encantó el sarcasmo y autoconfianza de RDJ.

Al parecer, yo tengo un tipo.

—Iron Man 2 es la siguiente —dice Maximo.

Miro por la ventana y veo que el sol empieza a ponerse.

Pulso el botón para poner la silla en posición vertical, me


levanto y me sacudo las migas.

—Es hora de la fase cuatro.

Maximo se levanta y me atrae hacia él.

—¿Y qué es eso?

—El postre.

Su mirada se dirige a las cajas de dulces vacías apiladas en


la mesa antes de volver a mí.

—Esos eran aperitivos. —Los descarto—. Este es el postre


oficial.

—¿No se supone que la cena es lo primero?


—Sí, pero entonces podríamos arruinar nuestro apetito para
el postre. —Ante su expresión poco convencida, me cruzo de
brazos—. Oye, dijiste que podía planear el día. Si quieres ser un
adulto sano con una dieta adecuada, hazlo en tu tiempo libre.

Él sonríe y señala la puerta.

—Entonces, hagámoslo.

Le agarro de la mano y tiro de él hacia las escaleras.

—Primero tenemos que cambiarnos.

—¿El postre es una ocasión formal?

Mirando por encima de mi hombro para ver sus cejas


fruncidas, me rio.

—Ya verás.

Cuando subimos a nuestra habitación, le suelto la mano y me


dirijo al armario. Abro el cajón que guarda mis trajes de baño y saco
mi favorito. El top gris oscuro tiene tirantes finos y una parte
delantera envolvente. La panti es pequeña y blanca, con un
estampado de plumas gris oscuro. Estoy segura que se supone que
son hojas de palma, pero para mí parecen más como plumas.

—¿Tu idea de postre es nadar? —pregunta Maximo.

—Solo cámbiate.

Para que ninguno de los dos tenga la tentación de saltar sobre


el otro mientras estamos desnudos, me encierro en el baño antes
de desnudarme. Me cambio y me recojo el cabello en una coleta
antes de abrir la puerta.

Tenía buenas intenciones con cambiarme en el baño, pero ha


habido un error de cálculo vital en mi plan.

Maximo sigue estando muy guapo con su bañador negro que


le cuelga de las caderas, y yo sigo teniendo muchas ganas de saltar
sobre él.
—Si sigues mirándome así, Juliet, voy a estar listo para comer
algo aún más dulce que el postre.

Al darme cuenta que mis ojos apuntan a la profunda


hendidura de sus músculos pélvicos, los dirijo a su cara.

Ups.

Pero en realidad tampoco.

Antes de cambiar de idea y quitarme el traje, me dirijo a la


puerta. No tengo que comprobar si Maximo me sigue. Puedo
sentirlo. Siento sus ojos clavados en mí.

Cuando llegamos abajo, me giro hacia Maximo.

—¿Puedes encender el fuego?

Él levanta la barbilla y se dirige afuera.

Me detengo en la cocina para agarrar los pinchos y


malvaviscos que Freddy guardó para mí. Cuando salgo, el patio
parece una pequeña isla paradisíaca. Luces invisibles iluminan
tenuemente el camino hacia la piscina azul resplandeciente. Un
fuego arde en el centro del pozo rectangular y su reflejo baila en el
agua.

Pero la parte más paradisíaca del paraíso es Maximo en el


jacuzzi. Con sus musculosos y tatuados brazos estirados a lo largo
del borde, casi parece relajado.

Casi.

Pero sus ojos están demasiado alertas. Demasiado vigilantes.

Demasiado hambrientos.

El fuego parpadea a su derecha, proyectando sombras que


juegan con sus rasgos angulosos.

Diabólicamente guapo y pecaminosamente malvado.

La fase cuatro es definitivamente mi favorita.


Uh, fase uno y luego fase cuatro.

Espera, la fase dos y tres también fueron...

Bien, todas las fases son mis favoritas. Planeé un buen día.

Los ojos de Maximo se ablandan y se iluminan con diversión


cuando ve mis suministros.

—¿Asar malvaviscos es la fase cuatro?

—Técnicamente la fase cuatro es simplemente relajarse con el


fuego. —Pongo un malvavisco en un pincho y se lo doy—. Estos son
un extra.

Preparo los míos, dejo la bolsa a mi alcance y agarro la mano


que me ofrece Maximo mientras me meto en el agua. Los chorros
silenciosos están bajos, la espuma y las burbujas calmantes. Es el
complemento perfecto para el fuego.

No es la primera vez que uso el jacuzzi, pero es la primera vez


que lo uso por la noche con la hoguera. También es la primera vez
que lo estoy usando con alguien.

Maximo me acomoda en su regazo antes de poner su


malvavisco en el fuego.

Dentro del fuego.

Como una especie de monstruo.

—Vas a… —empiezo a decir antes que su postre se convierta


en una antorcha—, quemarlo.

Él apaga la llama.

—Así es como me gusta.

Y luego se come el desastre carbonizado.

Otra vez, como una especie de monstruo de malvavisco.

—Estás loco. —Posicionando el mío perfectamente a un lado,


giro el palo como si estuviera asando un cerdo en un asador. Tengo
cuidado de no acercarlo demasiado, a diferencia de la persona loca
que agarra otro malvavisco, lo clava en su palo, y luego lo mete en
la llama. De nuevo, sopla su mini antorcha y se lo come.

Espero a que el mío esté en su punto antes de retirarlo del


fuego. Con cuidado de no quemarme, lo saco y me lo meto en la
boca. El exterior está perfectamente dorado con un toque de
masticabilidad y el interior es una maravilla líquida.

Su brazo me rodea la cintura y apoya la barbilla en mi


hombro.

Sin soltarme, echo la mano hacia atrás a ciegas hasta que


siento la bolsa. Saco un malvavisco, lo pongo en el palo y empiezo
de nuevo el proceso.

Una vez hecho, me desplazo sobre su regazo y le ofrezco mi


hermosa creación.

Después de un par de mordiscos, él asiente.

—Tienes razón, tu método es mejor.

—Claro que lo es. ¿Quién en su sano juicio se comería un


malvavisco quemado?

—Nunca he sido paciente.

—¿Qué? Estoy sorprendida.

Él me pellizca el culo bajo el agua.

—¡Hey! —Sacudo mi cabeza—. He compartido mi precioso


malvavisco contigo.

Agarrando cuatro nuevos malvaviscos pongo dos en cada


palo. Esta vez él sigue mi experta técnica de cocción lenta.

—No puedo recordar la última vez que comí estos —dice él.

—¿No vienes todas las noches a tostar malvaviscos? Estoy


sorprendida otra vez, con todo tu tiempo libre y tu amor por la
comida basura.
Él vuelve a pellizcarme el culo, y yo lo fulmino con la mirada,
pero no puedo sostenerla por mucho.

Acomodándome contra él, como mis malvaviscos que se han


derretido en un mega malvavisco antes de compartir:

—He pasado mucho tiempo aquí fuera.

—Lo sé.

¿Por qué no me sorprende?

Maximo parece conocer todos los movimientos de todos en el


universo.

Tomando mi palo vacío, lo pongo en la repisa detrás de


nosotros junto con el suyo.

—Hey... —empiezo a decir antes que una de sus manos se


meta entre mis piernas.

No importa, esto es mejor que los malvaviscos.

Su otra mano empuja mi top para acariciar mis pezones ya


duros. En voz baja y ronca, me habla al oído:

—Incluso cuando no debía, me sentaba en mi despacho. —Él


levanta la mano del agua para señalar la enorme ventana que
pertenece a su despacho—. Y te observaba. —Dejando caer su
mano, la mete en el panti y me acaricia con el dedo—. Verte nadar.
Verte leer. Verte flotar como si no te importara nada en el mundo.

Gracias a ti, no lo hacía.

Su dedo se desliza dentro de mí mientras usa su agarre para


apretar mi culo contra su erección.

—Miré y esperé.

Tragando con fuerza, mi palabra sale como un gemido:

—¿Por qué?

—Por ti. Para cuando pudiera tenerte.


Usando el talón de su palma para frotar mi clítoris, me
muerde el cuello, chupando la carne tierna con tanta fuerza que sé
que dejará un chupetón. Me pasa la lengua por el cuello y sus labios
rozan mi oreja mientras susurra:

—Y al igual que tus malvaviscos, por tu dulzura valió la pena


ser paciente.

Si su mano ya no me estuviera enviándome al borde del


abismo, sus palabras lo hacen.

Mi cuerpo se tensa, mis pensamientos se vuelven confusos


mientras todo se desvanece.

Todo vuelve a la normalidad cuando la mano de Maximo se


detiene. Empieza a acariciarme de nuevo, acercándome al abismo y
luego deteniéndose.

Él está intentando matarme.

El bastardo.

Estoy tan excitada, que estoy a punto de explotar por una


fuerte ráfaga de viento y suelto:

—Quiero tocarte.

Es su turno de ponerse tenso.

—¿Qué?

—¿Puedo tocarte, papi?

—Eso es algo para lo que nunca tienes que pedir permiso,


Juliet. Tócame cuando quieras.

Me pongo a horcajadas sobre él y atraigo su boca hacia la mía.


Paso mis dedos por su cabello húmedo. Muevo mis caderas contra
él.

Es bueno.

Muy bueno.
Pero quiero más.

Rompiendo la conexión, le doy pequeños besos a lo largo de


su mandíbula.

—Quiero saborearte como tú me saboreas.

—Dios. —Al oír su dura maldición, me aparto, preocupada por


haber metido la pata. Pero Maximo agarra cada lado de mi cabeza
de forma posesiva y me mira la boca con un calor que rivaliza con
el fuego. Tras un largo momento, sus manos caen en mis caderas y
me levanta para ponerme de pie. Se inclina hacia adelante para
morderme el pezón a través del traje antes de sentarse en la repisa.
Él me coloca de rodillas entre sus piernas abiertas.

Un chorro golpea mis muslos, calmando mis nervios a flor de


piel. En todos nuestros encuentros, nunca le he chupado la polla.
Apenas si tengo la oportunidad de tocarlo antes que él se haga
cargo.

Tal vez será horrible.

—Sácame la polla —ordena Maximo, echándose hacia atrás.

Como su impresionante longitud ya está erecta y sobresale de


su cintura, tiro de la tela hasta el fondo para liberarlo. Realmente
es tan hermoso como el resto de él. Una vena recorre su grosor, y
realmente quiero lamerlo.

Espero a que me diga qué hacer, como siempre hace, pero solo
se limita a apoyarse en sus manos, observándome atentamente.

La única vez que quiero que me diga qué hacer, se calla.

Mis ojos se posan en la casa de la piscina y un pensamiento


se me ocurre demasiado tarde.

—¿Está Cole...?

—En su propia casa.

Uf.
Tentativamente, cedo al impulso de acariciar con mi lengua a
lo largo de la vena. El gemido de Maximo me anima y paso la lengua
por la cabeza. Me meto en la boca todo lo que puedo antes de volver
a deslizarme hacia arriba. Repito el proceso, yendo un poco más
lejos cada vez. Mi ritmo es entrecortado y mi posición incómoda,
pero lo estoy disfrutando.

Más importante aún, Maximo está disfrutando si sus


gruñidos, gemidos, y los elogios susurrados ásperamente son algo
a tener en cuenta.

Sé que su paciencia y su control se están agotando cuando él


empieza a mover las caderas. Y sé que se ha acabado cuando
envuelve mi coleta alrededor de su mano y toma el control por
completo.

Usando su agarre, me mueve como quiere. Más rápido de lo


que yo podría. Más profundo de lo que yo iría.

Después de un minuto, me reduce a un ritmo pausado.

—Deja caer el culo a tus talones.

Me siento hacia atrás, pero mantengo mi torso hacia adelante


para no perder su polla.

—Mi chica codiciosa —gime, haciendo que mi coño palpite,


contrayéndose alrededor de nada y tan codicioso como mi boca—.
Separa las rodillas.

Cuando lo hago, el torrente de agua que ha estado golpeando


mis piernas se dispara entre ellas. Me acerco hasta que el chorro
apunta a mi clítoris.

Extendiendo la mano para abrir el discreto panel de control,


Maximo ajusta los diales hasta que la presión aumenta.

Oh, Dios. Demasiado.

Maximo mueve mi cabeza de nuevo, metiendo su polla hasta


el fondo hasta que tengo que luchar para relajar mi garganta.

Dios mío. No es suficiente.


No creo que pueda correrme con el agua golpeándome el
clítoris, sin importar cuan fuerte sea la presión. Pero junto con la
obscena calentura de Maximo llenando mi boca, no pasa mucho
tiempo antes que me tambalee en el borde.

La picardía de lo que estoy haciendo.

De lo que él está haciendo.

De estar afuera.

De todo.

Trabajamos juntos, arrastrando cada pedacito de placer de mí


hasta que estoy en carne viva. La embestida del agua es demasiado
intensa en mi hipersensible cuerpo.

Me duele.

Junto las rodillas, pero Maximo me tira del cabello y me dice:

—No cierres las putas piernas.

Se me llenan los ojos de lágrimas y uso toda mi fuerza de


voluntad para abrirlas.

—Mierda. Sí. Esa es mi buena chica. —Sus ojos se


encapuchan mientras suelta mi cabello y me agarra por los lados
de mi cabeza. Usando ambas manos para mantenerme en el lugar,
él empuja en mi boca.

Él me folla la cara.

Implacable, brutal y desquiciado.

El poder que viene de hacerle perder su control


cuidadosamente mantenido es adictivo. Creo que nunca tendré
suficiente de este éxtasis ni de él.

Tan rápido, que no lo esperaba, el dolor sobre estimulado


entre mis piernas se convierte en una explosión. Las líneas entre el
dolor y el placer se desdibujan mientras otro orgasmo me desgarra.
—Cierra las piernas y dame tus ojos —ordena Maximo una
vez que termino.

Los párpados, que no sabía que estaban cerrados, se abren


de golpe y me muevo para proteger mi sensible clítoris. Su mirada
salvaje se desenfoca incluso mientras mantiene contacto visual.

La intensa intimidad es tan aterradora como cautivadora, y


no puedo apartar la mirada. Ni siquiera puedo parpadear.

Y me alegro de no hacerlo, porque puedo ver cómo Maximo se


sale de mi boca y se empuña la polla. En unas pocas sacudidas
rápidas, su profundo gemido suena a nuestro alrededor mientras
su semen sale disparado, aterrizando en mis labios y pecho antes
de gotear entre nosotros.

Jadeando como si hubiera corrido una maratón en menos de


una hora, los ojos de Maximo recorren mi rostro.

—Quiero hacerte una foto ahora mismo y colgarla en todas las


superficies de mi casa. —Hace una pausa antes de añadir—: Las
que nadie pueda ver.

Me siento aliviada que él no tenga su teléfono porque no dudo


que lo haría. Sin embargo, el sentimiento es dulce. Obsceno, pero
dulce.

Abriendo el panel de control, Maximo apaga el jacuzzi y el


fuego antes de ponerse de pie y ofrecerme su mano.

Salgo y me agacho para agarrar los malvaviscos y los palitos.

Nunca volveré a ver el jacuzzi igual.

Después de devolver las provisiones a la cocina, sigo a Maximo


hasta el dormitorio.

Se quita el bañador y me regala una hermosa vista que quiero


fotografiar y exhibir donde solo yo pueda ver. Maximo se pone sus
joggers, sin camiseta.

—¿Qué has planeado para cenar, paloma?


Tardo un momento en hacer funcionar mi cerebro.

—Pizza.

—Así que hoy no vas a comer nada nutritivo —conjetura.

—Oye, nuestros sándwiches tenían lechuga.

Él arquea una ceja, pero no discute más.

—¿Qué quieres en la pizza?

No soy la única que es más agradable después de correrse.

Me lo guardo para el futuro.

Educando mi expresión y mi tono para ser indiferente, digo:

—Extra de piña y anchoas.

Bien, este también es un momento que desearía poder capturar


y guardar para siempre.

Un asco horrorizado tuerce sus facciones mientras él hace


una mueca.

—Pediré dos diferentes.

Me echo a reír.

—Es broma. Pepperoni con queso extra. Como, una tonelada


de queso extra.

—Les diré esas palabras exactas. —Palmeando la parte


posterior de mi cabeza, me jala hacia él y aprieta sus labios contra
los míos, claramente sin importarle lo que se secó allí. Rompe el
beso y da órdenes.

—Ve a cambiarte y asearte mientras pido la pizza, y reúnete


conmigo abajo. Veremos la siguiente película mientras comemos.

Lo veo marcharse, con su musculosa espalda.

Quizá pueda convencerlo que se tome más días libres.


Me aseguraré de pedírselo después de hacer que se corra.

¿Por qué me sorprende?

De pie en la puerta del cuarto de costura, miro la nueva y


reluciente Serger al lado de mi máquina de coser. Es grande,
intimidante e increíble.

Al darme la vuelta, veo que la puerta de la oficina de Maximo


está cerrada, lo que significa que se ha ido. Por supuesto.

Me acerco y agarro la nota de la máquina.

Vera dijo que esto te ayudaría con tu problema del dobladillo.

-Papi.

Dios. Él es irreal. Él prestó atención, descubrió lo que


necesitaba, y luego lo hizo realidad.

Nunca me acostumbraré a esto.

Sacando mi celular, escribo algunos mensajes de texto


diferentes diciéndole a Maximo que no tiene que seguir
comprándome cosas. Que no necesito nada. Que con que me
escuche mientras me desahogo ha sido suficiente.

Lo borro todo antes de decidirme por algo más sencillo.

Yo: Gracias, papi.

Su mensaje de respuesta llega en cuestión de segundos,


afirmando que he tomado la decisión correcta.
Maximo: Esa es mi buena chica.

Estoy tan jodida.


JULIET

—Palomita.

—No hay paloma aquí. —Me refugio en las almohadas para


ocultar mis ojos de la lámpara de noche—. Solo un mapache.

—Necesito que despiertes un minuto, luego puedes volver a


dormir.

Entrecerrando un ojo -que es lo mejor que puedo hacer- miro


a Maximo.

No importa si él se queda locamente despierto hasta muy


tarde o si solo trabaja desde casa, Maximo siempre está despierto,
duchado y vestido a una hora intempestiva, como una especie de
bicho raro.

Pero él es un bicho raro al que echo de menos.

Han pasado casi dos semanas desde su día libre conmigo, y


apenas si lo he visto. Cada día, él ya se ha ido para cuando me
despierto y llega a casa después de haberme ido a dormir.

—¿Estás despierta como para escuchar? —retumba, con una


divertida ternura enhebrando su tono.

—Mmhmm.

—Lo haré rápido antes que empieces a roncar otra vez.

Eso es suficiente para que ambos párpados se abran.


—Yo no ronco.

—Como una sirena de niebla.

—No, no ronco.

—Como un bosque de leñadores serrando madera.

—¿No tenías algo importante que decirme? —gruño.

—Vas a venir a la pelea esta noche.

Me levanto de golpe, casi golpeando su mandíbula con mi


cabeza.

—¿Qué?

—Y te quedas el fin de semana conmigo en Moonlight.

—¿Yo? ¿Nosotros?

Me muero por visitar sus hoteles. Cualquiera de ellos. Todos.


No me importa, solo quiero ver. Pero me guardé ese deseo para mí.
Parte de ello es porque entiendo lo ocupado que está. Él no tiene
tiempo para entretenerme o ser un guía turístico, y probablemente
se sentiría obligado a hacer ambas cosas.

Pero, sobre todo, me preocupaba que dijera que no. Llevarme


a la pelea donde todo el mundo había estado envuelto en su propia
depravación era una cosa. Pero llevarme a su lugar de trabajo es
muy diferente. Aunque lógicamente entendería si no quisiera que
su vida personal se aireara en el trabajo, sabría que me sentiría
como su sucio secreto si me rechazaba. Eso me habría dolido.

Y ese dolor se habría enconado. Habría sido más fácil ni


siquiera sacarlo de ahí.

No puedo ser rechazada si nunca se lo pido.

Sus labios se inclinan.

—Supongo que te gusta la idea.

—Mucho.
—Habrá que esperar mucho.

—Está bien. Estoy emocionada por ver finalmente uno de tus


complejos.

Sus ojos se entrecierran.

Ups.

Y mierda.

—¿Lo has estado deseando? —Ante mi falta de respuesta, él


levanta la barbilla.

—Lo has estado queriendo. ¿Por qué no me lo dijiste?

Al no compartir la razón principal, le doy una verdad más


pequeña.

—Sé que estás muy ocupado, y no quería estorbar.

—Nunca serías un estorbo. Una distracción, joder, sí, pero


una que quiero. No sabía que querías venir. Nunca dijiste nada, así
que pensé... —Sus ojos se vuelven suaves mientras me acaricia el
cabello y termina—: Pensé que los casinos serían difíciles para ti
debido a Shamus.

—El juego de azar probablemente esté arruinado para mí —


concuerdo—, pero hay algo más que solo eso, ¿verdad?

—Cierto. —Sus labios se inclinan antes de ponerse serio—. Si


quieres algo, tienes que decírmelo. A veces la respuesta será no,
pero decirme lo que quieres es una regla. ¿Entendido?

—Entendido.

—Apuesto a que no quieres despertarte y venir conmigo


ahora.

—No quiero.

Él sonríe.

Y es hermoso.
—Ash te llevará más tarde. Haré que Vera te prepare una
bolsa, así que asegúrate de hacerle saber lo que quieres. ¿Alguno
de tus vestidos está listo?

Ojalá. Tal vez entonces no querría poner mi cabeza a través de


la bonita lona de paloma.

Sacudo la cabeza.

—Pero tengo...

—Enviaré algo.

—Maximo, tengo... —Empiezo antes que sus ojos se


entrecierren.

—¿Quién soy? —me dice.

—Papi.

—¿Y qué mierda le gusta hacer a papi?

—Cuidar de mí.

—Entonces deja de intentar quitármelo, o no voy a ser feliz. Y


tampoco tu culo rojo y ardiente.

Debido a que él ha estado fuera tanto tiempo y por lo tanto


incapaz de azotar mi culo, su amenaza me hace sentir un
sorprendente deseo.

Y no debo de disimularlo muy bien, porque la expresión de


Maximo cambia de acaloradamente severa a simplemente
acalorada.

—Eso te gusta.

Me gusta.

Y mucho.

—No la parte de tu ser infeliz —aclaro.


—Tomo nota. —Acariciándome el cabello, baja la voz—: No he
estado haciendo un buen trabajo cuidando de ti. Lo arreglaré.

Eres la única persona que ha cuidado de mí.

Abro la boca para decirle eso, pero se levanta y apaga la luz.

—Vuelve a dormir. —Su ruda orden se suaviza con su dulce


y persistente beso—. Nos vemos luego.

La excitación y la anticipación bullen en mí, y no creo que sea


capaz de dormir.

Pero lo hago inmediatamente, probablemente antes que él


baje las escaleras.

MAXIMO
—Dilo otra vez.

En la habitación oscura y húmeda, muy por debajo de


Moonlight, el hijo de puta escurridizo atado a una silla escupe la
boca llena de sangre antes de repetir:

—Viktor Dobrow me pagó para merodear por tus complejos.

Viktor Dobrow.

Propietario de un club, traficante de drogas y mujeres, y un


dolor en mi puto culo.

—¿Por qué? —le pregunto.

—No lo dijo, y no soy tan estúpido como para cuestionar una


orden.

—¿Pero eres tan estúpido como para venir aquí?

—Él me pagó.

Eso es todo lo que obtendremos de Tommy Janson porque eso


es todo lo que él sabe. Es exactamente el tipo de idiota que seguiría
ciegamente cualquier orden que le den, especialmente si se
beneficia sin tener que hacer ningún trabajo real.

Incluso si esas órdenes lo ponen en mi radar.

Y en El Sótano.

A menos que la cosa se ponga muy fea, como con Murphy, El


Sótano es donde traemos a la gente. Gente que me debe algo. Gente
que me traiciona. Gente que me jode.

Y, a mis ojos, Tommy Janson es culpable de las tres cosas.

Ash está con Marco, esperando mi orden.

Moviendo mi cabeza hacia Tommy, digo:

—Arrojen su cuerpo fuera de uno de los clubes de Dobrow.

—¿Qué? —chilla Janson—. No, hombre, de ninguna manera.


No voy a caer por solo vigilar tu casa. No vi una mierda para
informar. No hice problemas.

—Cristo, odio a los mentirosos. Te pillaron con la mano en el


bolso de una mujer.

—Sí, pero no te robé nada.

—Robas en mi propiedad, haces que mis invitados se sientan


inseguros. Eso me cuesta dinero.

Maldito idiota.

—Trabajaré para ti, hombre. Ni siquiera tendrás que pagarme.


Le diré a Dobrow lo que quieras, y te informaré. Haré preguntas.
Seré tus ojos y tus oídos.

Tengo ojos y oídos por toda la ciudad, desde funcionarios de


alto nivel a golpeadores de cartas, coristas, y un muy adulto Buzz
Lightyear que trabaja en la Strip, posando con una variedad de
otros juguetes. Hay cosas que aprender de todo el mundo, pero por
lo general los que son despedidos y desatendidos cosechan la
información más útil.
Es fácil escuchar cosas cuando la gente se olvida que existen.

Pero los tratos solo funcionan cuando confío en la persona. Y


no confió en Tommy ni con un tenedor.

—Quiero saber cuándo esté hecho —le digo a Marco.

—¡Espera! Vamos, podemos resolver esto. Yo puedo hacer


algo. Tengo buenas conexiones. Puedo conseguir cualquier cosa
que tus clientes necesiten, lo juro.

Eso no es una sorpresa. La amarillenta y serosidad de su piel


pastosa hace claro que sabe de drogas.

No me gusta esa mierda en mis casinos, y estoy seguro que


no voy a suministrarla. Incluso en las arenas improvisadas, se
permite coca, hierba y algunos alucinógenos, pero cualquier otra
cosa es confiscada por la seguridad y tirado. No pasa mucho tiempo
antes que la gente deje de intentar colarla dentro.

Ash saca su pequeño estuche negro, lo abre y saca una


jeringuilla. Le echa un vistazo antes de guardarla y agarrar otra.

—¿Listo?

—Odio esta parte. —Suspira Marco, acercándose a Tommy.

—Vale, hicieron su punto. ¿Está bien? Entendido. No voy a


volver a Dobrow en absoluto. No volveré a ponerme en contacto
contigo. Nunca me volverás a ver, lo juro. —El sonido de algo
goteando en el suelo llega segundos antes que el olor a amoníaco
llene el pequeño espacio.

Marco hace una mueca.

—Maldita sea, por una vez no puede alguien mantener su


orina donde debe estar.

—Mira qué naranja es. —Ash sacude la cabeza—. Jesús, bebe


un vaso de agua de vez en cuando. —Sonríe satisfecho,
desabrochando el cinturón de Tommy—. Oh espera.

Bastardo cruel.
—¿Qué estás haciendo? —Tommy se mueve mientras le
sueltan el cinturón, el pánico ensanchando sus ojos—. Aléjate de
mí, monstruo.

—Créeme, si me columpiara de esa manera, tendría


estándares más altos.

Después que Marco sube las mangas de la camisa mugrienta


de Tommy hacia arriba, exponiendo la plétora de costras, cicatrices
y marcas, Ash aprieta el cinturón alrededor del brazo de Tommy.

Él tiene que saber que no solo le estamos dando un subidón


gratis, pero eso no le impide mirar la aguja como... bueno, como un
yonqui consiguiendo su próxima dosis. Sus movimientos y
protestas son a medias, y no le cuesta mucho esfuerzo a Marco
someterlo el tiempo suficiente para que Ash lo inyecte.

Abro la puerta detrás de mí y salgo al pasillo antes que el olor


a orina se impregne en mi ropa y no solo en mis fosas nasales.

—¿Ya está? —pregunta Cole.

Levanto la barbilla.

—Marco y tú se pueden encargar del vertedero mientras Ash


va por Juliet.

Cole interferirá las cámaras de seguridad baratas de Dobrow


para que ellos puedan arrojar el cuerpo fuera de cualquiera de sus
clubes que esté más desierto.

Menos unos puñetazos en la boca de Janson, no hay signos


de lucha. El hábil trabajo de Ash con la cuerda no dejará moretones
ni abrasiones, Tommy no se resistió, y usó su propio cinturón.

En lo que a cualquiera concierne, es una sobredosis.

Pero Dobrow lo sabrá.

—¿Le sacaste algo útil? —Cole pregunta.

—No, a menos que consideres útil que se mee encima —digo.

Su labio se curva.
—Creo que esa habitación ha visto más orina que los retretes
de este lugar. ¿Por qué el primer instinto de todo el mundo es
mearse encima cuando están a punto de morir?

No todo el mundo.

Dos veces Juliet pensó que se enfrentaba a la muerte, y dos


veces se enfrentó con fuerza.

—Cuando muera —él continua—, será con una hermosa


mujer cabalgando mi polla y otra cabalgándome la cara. Y, a
diferencia de ese diplomático de Nebula con fetiche de la lluvia
dorada, no habrá orina de por medio.

Poco me revuelve el estómago, pero el recuerdo de cómo el


diplomático dejó esa habitación lo hace.

—Maldición, no vuelvas a mencionarme esa mierda. Tuve que


tirar toda la cama y contratar a uno de los equipos que se ocupan
de las escenas de crimen para limpiar ese lugar.

Cole sonríe.

—¿Te ha dicho Serrano que el diplomático está intentando


conseguir entradas para la pelea Angelo-Novak del mes que viene?
Quiere soltar un dineral en apuestas y una suite.

—Me importa una mierda cuánto quiera gastarse, a menos


que esté dispuesto a dormir en una habitación cubierta de plástico,
no es bienvenido.

—Mejor dile eso a Serrano.

Miro mi reloj.

Tengo un montón de preparativos y fuegos inevitables que


apagar para el evento de esta noche. detenerme para tratar con
Janson me ha retrasado, así que necesito ponerme al día
rápidamente si quiero tener tiempo para cenar con Juliet.

No tengo tiempo para discutir con Serrano.


Pero tampoco tengo el estómago para enfrentarme de nuevo a
una habitación dorada destrozada.

Frotándome la palma de la mano por la cara, suspiro.

—Hablaré con él.

—Buena suerte. Ya sabes cómo es él con el dinero.

Sí, le gusta y no es grande en el rechazo de personas


dispuestas a desprenderse de ello. Él organizaría una pelea entre
ardillas si pudiera hacer que la gente apostara.

Presionando con el pulgar el panel del ascensor, las puertas


se abren y entro. Sube rápidamente antes de abrirse en la planta
baja.

Salgo hacia la arena para ver qué un nuevo infierno me


espera.

Y a discutir con Serrano sobre un diplomático cabreado.

JULIET
Santa mierda.

Sabía que los casinos de Maximo eran hermosos. También


sabía que serían mejores de lo que esperaba, porque así es todo lo
relacionado con Maximo.

Pero no tenía idea de Moonlight sería tan absolutamente


impresionante y solo he visto el exterior.

Situado no muy lejos del Strip, la curvatura y las puntas del


edificio principal se asemejan a las fases de la luna. Hay otro edificio
más alto, que supongo que es el hotel.

Tengo la nariz prácticamente pegada a la ventanilla mientras


nos acercamos.

—Se va a cabrear —murmura Ash.


—¿Qué?

—Nada.

Luchando contra el impulso de moverme nerviosamente,


coloco mis manos en mi regazo antes de mover inmediatamente la
derecha para que mi pulsera no se enganche en el encaje de mi
minivestido magenta.

¿Es esto lo que le preocupa a la otra mitad?

¿Arruinando sus hermosas ropas con sus igualmente


hermosas joyas?

Ash evita la entrada principal y se detiene en un pequeño


camino que no he notado a través de la vegetación. Bajando la
ventanilla, él marca un número en el teclado, la barrera se abre y
nos conduce por el camino que bordea un estanque.

En el centro hay una fuente coronada por una hermosa


escultura de una mujer con un vestido vaporoso. Aunque es sólida,
la forma en que el vestido está parece moverse con la brisa. Sostiene
un arco con la flecha tensada, una mezcla de feminidad y
bravuconería.

—¿De quién es esa estatua? —pregunto.

—De Artemisa. Es la diosa griega de la caza y la luna.

Continuando por la carretera, pasamos por debajo del paso


elevado donde una fila de autos, limusinas y taxis parados. Ash se
detiene en un lugar escondido cerca de los vehículos de seguridad
antes de apagar el motor y bajarse.

Abro la puerta y salgo.

—¿Necesito mi maleta?

—Yo subiré la maleta a la habitación.

No discuto porque probablemente me caería tratando de


cargar esa cosa. La idea de Vera de una maleta de fin de semana
difiere mucho de la mía.
Mientras caminamos, él saca su teléfono y teclea algo.

—El jefe está cerca de las tiendas.

—Como no tengo ni idea de dónde está, guíame.

Las puertas eléctricas se abren, doy un paso adelante y me


quedo boquiabierta peor que una turista viendo una fila de coristas
por primera vez.

Santo cielo.

El exterior es impresionante, pero no es nada comparado con


el interior. El techo del atrio de cristal redondeado está cubierto de
cientos de miles de centelleo que lo hacen parecer el cielo nocturno.
Hay un arco de hierro forjado con una media luna iluminada.

Ash lo señala, moviendo la mano con la curva.

—Cada hora se mueve un punto a la siguiente fase.

—Es tan bonito.

Una multitud de personas posan frente a la enorme pared de


celosía en el centro de la sala. Más hierro retorcido deletrea
Moonlight en un tipo de letra caprichoso, el nombre rodeado de
vibrantes enredaderas verdes y hermosas flores blancas que se
entrelazan a través de la celosía.

—Flores de luna —dice Ash.

Encontraron un tema y se ciñeron a él, eso está claro.

Todo encaja, hasta el más mínimo detalle. Incluso las


baldosas bajo mis pies son de un suave azul negruzco con el
ocasional diseño plateado de una luna antigua estampado en uno.

Echo un vistazo a los guardias de seguridad, los empleados y


los carteles que dejan claro que no se permite la entrada a menores
de veintiún años en la sala de juego.

—Uh. —Detengo a Ash y susurro—: ¿Me dejarán entrar?

—Eres de Maximo.
Mi corazón se estruja al oír eso.

Empiezo a caminar, y me esfuerzo por mantener la expresión


de culpa fuera de mí mientras me muevo con confianza.

O lo intento.

Pero mi preocupación es en vano, porque nadie me dirige la


mirada. Algunas personas levantan la barbilla a Ash, pero por lo
demás no nos miran.

Bueno, al menos no oficialmente.

Ash no es ignorado por las mujeres que nos cruzamos, la


mayoría de las cuales se mueven para caminar más cerca de él.

Sorprendentemente, él solo les dedica la misma mirada


superficial que a todos los demás.

Manteniéndonos en el perímetro, rodeamos una sala repleta


de máquinas tragamonedas de todos los temas y estilos. Las luces
parpadean, la música y los sonidos suenan alto, y la gente vitorea
o gime.

Es una sobreestimulación sensorial multiplicada por veinte.

Giramos hacia otra zona y seguimos recto por el centro,


pasando por juegos de mesa de diferentes tipos y límites. Aparto la
vista de las mesas de blackjack y póquer, con el estómago revuelto
por los recuerdos que ojalá pudiera borrar de mi cerebro.

Parece que recorremos todo el casino cuando por fin salimos


a un pasillo separado. Giramos y continuamos, pasando tienda tras
tienda. Miro hacia el segundo nivel que nos cubre, pero no puedo
ver nada de lo que hay.

Cuando llegamos al final del pasillo, éste se abre a un atrio


más pequeño y parecido al principal. En el centro, otra estatua de
Artemisa -asumiendo que es ella- se sitúa orgullosa sobre una
fuente en cascada. Es hermosa.

Pero no tanto como el hombre que está de pie junto a ella, con
las manos en los bolsillos y sus ojos melancólicos clavados en mí.
Al darme cuenta que él no está solo, miro al pequeño grupo
de gente. Detrás de él, Marco parece aburrido, como siempre. Cole
toca un iPad antes de pasárselo a otro hombre.

Mi mirada se posa en el hombre que habla con Maximo, y


aunque me resulta familiar, no puedo identificarlo. Él sigue
hablando a pesar que no tiene toda la atención de Maximo.

Disminuyo la velocidad de mis pasos, no queriendo


interrumpir.

Es un paso en falso, porque Maximo sacude la cabeza y me


apunta con un dedo.

Ups.

Acelero el paso y mis tacones chasquean en la baldosa.

En cuanto estoy a su alcance, me atrae hacia él y me besa.

Justo aquí.

En su trabajo.

Con gente alrededor.

Mientras una de esas personas habla.

Y no es un beso rápido. O incluso uno más afectuoso de boca


cercana.

Es un beso, con lenguas danzantes y dientes mordisqueantes.


De los que me curvan los dedos de los pies y me roba el aliento.

Apartándose lo justo para mirarme a los ojos, Maximo dice:

—Estás preciosa, paloma.

—Gracias por el bonito vestido, P-Maximo. —Me apresuro a


corregir.

Al oír el nombre, su actitud cambia. Su mandíbula se aprieta


y sus ojos se vuelven fríos. Su tono mantiene la misma frialdad,
severo y en modo papá.
—¿Quién soy yo, Juliet?

Mi mirada se desvía hacia un lado, aunque no puedo ver nada


más que a él.

Me agarra de la barbilla y me obliga a volver a mirarlo.

—Te he hecho una pregunta, sabes que espero una respuesta.

En contraste con la suya, mi voz es apenas más que un


susurro:

—No creí que quisieras que te llamara así cuando hay otras
personas alrededor.

—Me importa una mierda quién esté cerca. ¿Quién soy,


Juliet?

—Papi —me fuerzo a decir.

—Hablaremos de esto más tarde.

Oh, mierda.

Estoy segura que hablar es sinónimo de azotar.

Manteniendo un brazo posesivo alrededor mío, Maximo me


gira para mirar a los otros. Señala al hombre que se parece a Derek
Morgan de Criminal Minds.

—Este es Miles, jefe de seguridad.

—Tengo tu número —digo antes de arrojarme directamente a


la basura, al menos en mi mente. En la vida real, balbuceo una
explicación—. En mi teléfono. En caso de emergencia.

Puedo sentir la risita silenciosa de Maximo.

Bien, él está divertido, no horrorizado.

Los labios de Miles se inclinan.

Bien, él también está divertido, no planeando una orden de


alejamiento.
Me ofrece su mano.

—Yo también tengo tu número. Es bueno ponerle una cara,


Juliet.

Maximo continúa las presentaciones, señalando al hombre


que vagamente reconozco.

—Este es Serrano. No tienes su número.

Nunca voy a olvidar esto.

Serrano me abraza inesperadamente durante dos segundos y


medio antes que Maximo me jale contra él y me rodee el pecho con
el brazo. Serrano no se inmuta y sonríe.

—Tengo entendido que eres a quien debo agradecer por mi


aumento de sueldo y mi prima.

Las piezas encajan y me doy cuenta de dónde lo reconozco. Él


fue el maestro de ceremonias en el almacén, y yo había hecho un
comentario desechable sobre cómo se merecía más dinero por
animar a la multitud.

No tenía ni idea que Maximo lo haría.

—Has hecho un buen trabajo haciendo apuestas de última


hora —le digo.

Serrano rechaza mis elogios y niega con la cabeza.

—Esos gilipollas ricos son demasiado felices tirando su


dinero. —Él se acerca más y baja la voz—: Pero si quieres decirle a
Maximo que me merezco una semana más de vacaciones y un auto
de empresa, eso funcionaría.

—Tienes un auto de la empresa —dice Maximo.

—Tiene casi dos años. Prácticamente un auto de los


Picapiedra. —Me lanza un guiño antes de ponerse serio mientras
presta atención a Maximo—. ¿Algo más que necesites?

—No, deberíamos estar listos. Llama si hay algún problema.


—Siempre hay problemas.

—Llama para los grandes. —Maximo se vuelve hacia Ash—:


¿Todo bien?

Ash levanta la barbilla.

—Un día tranquilo. ¿Recibiste mi mensaje?

—Haré planes —dice ambiguamente antes de comprobar su


reloj—. Ve a comer y nos reuniremos en Supermoon dentro de dos
horas.

Con sus órdenes, Ash, Marco y Cole se marchan hacia la


derecha, Miles se va a la izquierda, y Serrano baja por donde yo he
venido.

Dándome la vuelta para enfrentarlo, Maximo me recoge el


cabello detrás de la oreja.

—Estoy tan tentado de llevarte a la habitación, azotarte el culo


hasta que no puedas sentarte, y luego follarte hasta que ninguno
de los dos pueda moverse.

Tengo razón, hablar es el código para azotar.

—Pero tenemos que comer. El resto esperará hasta más tarde.


—Él me estudia durante un momento mientras me pasa los dedos
por el cuello—. Me alegro que te guste la idea, también.

No me molesto en negarlo. Porque, aunque juro que el dolor


suena horrendo, la espiral de necesidad que me aprieta el vientre
dice lo contrario.

—He reservado en el restaurante francés, pero podemos


cambiar a asiático o…

—El francés está bien —respondo al instante, con la mente en


el pan.

Poniendo la palma de su mano en mi espalda baja, Maximo


me dirige a un ascensor de cristal. Subimos hasta el segundo piso
y salimos.
Al igual que la planta baja, el largo camino está bordeado de
tiendas y puestos de bebidas. Seguimos avanzando hasta llegar a
unas puertas grabadas. Maximo abre una, sosteniéndola para que
yo entre primero.

El interior del restaurante es muy diferente del exterior, con


paredes de ladrillo, vigas de madera a la vista, mesas a juego y sillas
rojas. Solo algunas lunas sutiles y detalles de hierro forjado enlazan
con el tema Moonlight.

Me recuerda a un bistró francés, o a lo que la televisión y las


películas representan.

Pasando por alto la larga cola de gente esperando, nos


acercamos al anfitrión.

—Señor Black —saluda una mujer con un elegante traje, ya


preparada con dos menús en la mano—. Por aquí.

La seguimos hasta una mesa pegada a la ventana. La vista da


a un patio lleno de palmeras y luces parpadeantes. Una vez
sentados, nos da los menús con el nombre de Parisian Crescent.

—Liz vendrá enseguida.

Ella no bromea, porque en cuando se aleja, la camarera ocupa


su lugar.

Con los ojos muy abiertos y aterrorizada, le tiembla la voz:

—Buenas noches, soy Liz. ¿Puedo iniciar ofreciéndoles algo de


beber?

—Solo agua para mí, por favor —digo con una sonrisa que
espero sea tranquilizadora.

—Club soda con lima, por favor —dice Maximo, sin levantar
la vista de su menú.

Ella asiente y sale corriendo como si alguien le hubiera


prendido fuego en el culo.
La miro irse, sorprendida que no siguiera por la puerta para
alejarse de Maximo.

—¿Siempre inspiras terror?

—Si me salgo con la mía.

Lo que significa que sí, porque él siempre se sale con la suya.

—¿No hay un dicho sobre atrapar más moscas con miel que
con vinagre? —le pregunto.

—No quiero cazar moscas. Quiero empleados competentes


que hagan la mierda a mi manera. Llámame cabrón, gilipollas o
incluso… —Sus labios se inclinan —maniático del control. Su terror
significa que he dejado claras las expectativas y las consecuencias.

Pensando en la consecuencia que me espera más tarde, me


muevo en mi silla.

A Maximo no se le escapa.

—¿Te inspiro terror, palomita?

Tragando saliva, admito:

—A veces.

—Chica lista —dice, con los ojos encapuchados mientras se


pasa el pulgar por el labio inferior.

Empiezo a reconocer que este es su gesto.

Y me dice que tiene pensamientos muy traviesos.

Antes que pueda preguntarle cuáles son, Liz se acerca con


nuestras bebidas.

—¿Han decidido lo que desean?

Sí.

Maximo.

Desnudo.
Mandoneándome y cuidándome.

Tomando mi silencio como indecisión, ella señala un elemento


en el menú que yo ni siquiera he mirado.

—Chef Frédéric quiere que le diga que él piensa que le pueden


gustar los gnocchi gratinados.

—Uh, de acuerdo, lo tomaré entonces —acepto, aunque no


tengo ni idea qué son los gnocchi gratinados o lo que sea que ha
dicho.

—¿Señor Black?

—Bistec, término medio, ensalada con aderezo de la casa en


lugar de papas frites.

Estoy bastante segura que frites son papas fritas.

¿Quién elige una ensalada cuando puede comer papas fritas?

Por lo menos, ambas.

—Voy a poner esto —dice Liz, tomando los menús antes de


salir corriendo como si el hombre del saco y todos sus ex la
persiguieran.

—Una pregunta rápida —digo antes de rectificar—, dos, en


realidad.

—¿Sí?

—¿Qué es gnocchi gra… lo que sea?

—Son macarrones con queso al horno, pero hechos con


gnocchi.

Oh. Eso suena delicioso y exactamente como algo que yo


pediría. Lo que me lleva a mi siguiente pregunta...

—¿Quién es el Chef Frédéric?

—Freddy. Si él no está trabajando en la casa o desarrollando


nuevas recetas, hace turnos en los restaurantes.
Freddy y Ash ya me lo habían dicho, pero yo no había atado
cabos. Freddy es un apodo de Frédéric.

Se me ocurre una idea.

—Ya que asumo que él no es Freddy Frédéric, ¿cuál es su


nombre de pila?

Inclinándose, Maximo baja la voz:

—No lo llames así o no volverá a hacerte tarta funfetti.

Hago el ademán de cruzarme el corazón, porque esa es una


consecuencia que no podría manejar.

—¿Es Milford? ¿Mervin? ¿Wilbur?

—Laurent.

Qué anticlimático.

Mis labios se vuelven hacia abajo.

—Pensé que sería algo inusual. ¿Por qué no le gusta?

—Es un apellido.

—¿De acuerdo?

—Odia a su familia.

—Con eso basta —murmuro.

Entre la señora Vera, Freddy, y ahora yo, parece que Maximo


colecciona callejeros.

Tal vez él es más blando de lo que parece.

Vuelvo a pensar en mis inminentes consecuencias.

Olvídalo.
—Más rápido, palomita.

Girando mis caderas, me muevo arriba y abajo de su longitud.

Me gusta la forma en que Maximo me mira siempre.

Pero me encanta la forma en que me mira mientras monto su


polla.

Tan cerca.

Solo tengo que encontrar el punto.

—Más rápido —repite.

—No.

—No puedes decirle que no a papi —gruñe Maximo justo antes


que nos voltee. De golpe, da en el punto que necesito.

Es perfecto.

Toda la noche lo ha sido.

La cena fue deliciosa.

Cuando llegamos a la Arena Supermoon, Maximo me


mantuvo con él mientras comprobaba todo. Una vez que se aseguró
que no habían contratiempos de última hora, nos llevó a los
asientos de primera fila, acomodándome de nuevo en su regazo.

Según él, no le gustó que me sentara tan lejos durante la cena.

Según yo, estaba de acuerdo.


Mientras observábamos, su expresión dura había sido
imponente e intimidante para todos los demás. Pero yo había
sacado su lado dulce. Sus chistes divertidos susurrados en mi oído.
Sus mordiscos burlones en mi cuello.

Las peleas pueden no haber sido tan emocionantemente


viciosas como el almacén, pero el resto lo compensaba con creces.

Una vez que el último combate terminó por TKO, Maximo me


había apresurado a su ascensor privado, impaciente por tenerme a
solas.

Para levantarme en sus brazos y robarme la boca durante el


trayecto.

Para llevarme a su Penthouse.

Para desnudarme.

Para inclinarme sobre la cama y azotarme el culo.

Para dejarme cabalgar su perfecta polla hasta que ambos nos


volviéramos locos.

Cabalgarlo estuvo bien.

Pero que ponga toda su fuerza en cada embestida, llenándome


implacablemente una y otra vez es mucho mejor.

Mi coño se tensa, los impulsos de placer recorren hasta la


última terminación nerviosa de mi cuerpo.

Y entonces él reduce la velocidad, robándomelo todo.

Soltando un gemido de necesidad, lo rodeo con las piernas y


clavo los talones, instándolo a ir más rápido.

No lo hace, por supuesto.

—¿Quién soy yo? —gruñe, con los músculos tensos mientras


se contiene y continua el tormento.

Largos golpes hacia fuera, suaves empujones hacia dentro.


Intento mover las caderas, pero su ritmo se ralentiza aún más.

—Mi papi —me apresuro a decir.

—¿Solo cuando estamos en casa?

—En todas partes.

—¿Solo a veces?

—Todo el tiempo.

—Recuérdalo, Juliet. Recuerda quién cuida de ti. Quién sabe


lo que te gusta. Lo que necesitas. —Sus caderas se muelen contra
mí, y estoy tan llena. Estirada. Empalada por su polla hasta que
siento que me parte en dos.

Y estoy feliz de romperme si eso significa que la espiral de


necesidad también se romperá.

Maximo acelera, su mano se mete entre nosotros para que su


pulgar pueda acariciarme el clítoris.

—Me importa una mierda quién esté cerca. Quiero que la


gente sepa lo cabrón afortunado que soy por tenerte. Quiero que
sepan que eres mía y que yo soy tu papi. ¿Entendido?

Incapaz de hablar, asiento frenéticamente para que no se


detenga.

Pero él no acepta mi respuesta no verbal. Él alivia la presión


sobre mi clítoris.

—¿De quién eres?

—Tuya.

Vuelve a presionar mientras frota en círculos.

—Dilo otra vez.

Mi cuello se arquea, mi orgasmo rondando el borde, tan cerca


de estrellarse sobre mí. De ahogarme. Forzando las palabras
mientras puedo, digo:
—Soy tuya.

—Joder. Sí —gruñe Maximo mientras pierde el control,


follándome más fuerte que nunca, lo que ya es mucho decir.

Mi orgasmo me desgarra, destripándome por dentro. No me


rompo. Me quiebro en mil pedazos, y Maximo es todo lo que me
mantiene unida.

Echando la cabeza hacia atrás, Maximo gime, áspero y bajo,


mientras se corre, llenándome. Sus embestidas se ralentizan antes
de clavarse hasta el fondo.

Inclinándose hacia adelante, me da la mayor parte de su peso


mientras me lame y mordisquea el cuello, la clavícula y los pechos.

—Podría pasarme el resto de mi vida enterrado en este coño y


no sería suficiente.

Su toque es adictivo.

Pero las palabras obscenamente dulces que pronuncia con su


lengua de plata son las más peligrosas.

Antes que pueda responder -no es que piense hacerlo- se


aparta de mí.

—Ve y alístate para dormir, Juliet.

Mi cuerpo agotado y yo no tenemos interés en discutir, así que


me bajo de la cama y abro mi maleta.

Holaaa.

Justo encima, hay un body gris de encaje pecaminosamente


decadente que nunca he visto antes. No hay forma que Maximo lo
supiera, de lo contrario me habría dicho que me lo pusiera antes de
arrancármelo inmediatamente.

No es un hombre paciente.

Esto explica la sonrisa traviesa de la señora Vera.

Es una gran acompañante.


Ya que ponerse la lencería después del sexo es como pedir la
cena después que ya se está lleno, lo dejo a un lado y agarro mis
artículos de tocador antes de ir al baño.

Cuando regreso, Maximo está hablando por teléfono. Me mira,


alerta y furioso, aunque esa parte no parece dirigida a mí.

—Avísame.

—¿Todo bien? —le pregunto, cuando termina la llamada.

—Solo un poco de mierda después de la pelea. Son cosas que


pasan. —Se va al baño, regresando un par de minutos después
oliendo a menta y a él. En lugar de meterse en la cama conmigo, se
queda de pie junto a ella—. ¿Cansada?

Me estiro como una estrella de mar.

—Agotada.

—¿De la buena?

—De la mejor manera. —Bostezando, murmuro—: Supongo


que hay una razón por la que no estas en la cama conmigo.

—Necesito hacer unas llamadas en la sala de estar.

—¿Puedo quedarme aquí a dormir?

—Sí.

—¿Entrarás y me harás la cucharita?

—Tan pronto como sea posible.

—Entonces disfruta de tus llamadas.

Se inclina para tomar mi boca, y Dios, su beso tiene el poder


de despertarme más rápido que un triple trago de expresso.

Antes que las cosas se pongan realmente bien, él se aparta.

—Volveré.

—Estaré aquí.
—Y gracias a Dios por eso —murmura, antes de salir de la
habitación.

Pecaminosamente encantador con una lengua de plata.

Estoy en muchos peligros.


JULIET

¿Por qué estoy tan adolorida?

Oh.

Cierto.

Tengo que dejar de romper las reglas.

O tal vez romperlas más.

No estoy segura.

Dolorida pero contenta, dejo caer la cabeza contra la pared de


la ducha y dejo que los chorros golpeen mis músculos.

Se siente bien, pero la ducha de la casa es mejor.

Cuando termino y me visto, empiezo a recogerme el cabello en


un moño desordenado cuando veo mi reflejo.

Primero, veo la pequeña sonrisa que parece inclinar


permanentemente mis labios.

Esta observación la olvido rápidamente al ver los mordiscos


de amor que desfiguran mi piel. No son sutiles, pero son
innegablemente ardientes.

¿Cuál es la obsesión de ese hombre por marcarme?

Me dejo el cabello suelto para ocultar las marcas y entro en el


salón del penthouse, donde me espera Marco.
Sentado en una silla con una taza de café, apenas levanta la
mirada de su teléfono mientras señala la barra de la cocina.

—Desayuna.

Me acerco y veo un bol de yogur con fruta y granola.

Mi favorito.

Sentada en un taburete, le doy la espalda a la cocina mientras


sostengo el bol y como. Reviso todo, ya que no lo vi la noche
anterior. Es elegante, con el tema del color, el hierro forjado y los
detalles de espejos.

—¿Qué son esas dos puertas? —le pregunto a Marco.

Él no levanta la vista.

—El segundo dormitorio y el baño.

Él tiene el rango emocional de una papa.

Dejo el tazón vacío, me levanto y...

Solo me quedo aquí.

Sé que quiero salir. Explorar. Ver algo. Hacer algo.

Solo que no tengo ni idea qué es ese algo.

Después de unos momentos, Marco finalmente me mira.

—¿Quieres ir a nadar?

Parece anticlimático hacer algo que puedo hacer en casa, pero


me encanta nadar.

—Tal vez.

—La piscina de abajo tiene un río lento alrededor. O puedes


usar la del balcón.

Creo que él está bromeando, pero ya debería saber que Marco


no bromea. O ríe. Ni siente emociones humanas.
—¿Hay una piscina ahí afuera?

Él mueve la cabeza hacia las ventanas del suelo al techo.

Me acerco a las puertas correderas de cristal, me asomo y veo


un pequeño balcón con dos tumbonas y una piscina infinita.

Una piscina.

Hasta arriba, mil millones de pisos en el aire.

En el balcón.

Es aterrador. También es hermoso, pero no hay manera en el


infierno que ponga un pie allí cuando el diseño hace que parezca
como si fuera a caer en picada a mi muerte en cualquier momento.

—Prefiero no morir hoy —murmuro, retrocediendo mientras


mi corazón se acelera y mis palmas se ponen húmedas.

—Entonces, ¿qué quieres hacer?

Pienso en lo que vi la noche anterior en el atrio.

—Uhhh... ¿A Arcade?

—Lo que quieras.

—¿O podemos quedarnos aquí y ver películas?

—Lo que quieras.

—¡Oh! Podríamos conseguir esos grandes vasos giratorios con


las bebidas mezcladas. —Ante la mirada de Marco, añado—: La mía
sin alcohol, por supuesto.

—Lo que tú quieras.

—¿Eso es todo lo que puedes decir? —le pregunto a Marco.

—No.

Gruño mi frustración, y es pequeña, pero los labios de Marco


se inclinan hacia arriba. Solo un indicio.
Tal vez le ocasioné un tic.

—¿Podemos caminar por el Strip? —pregunto.

—No.

Mis ojos se entrecierran.

—Dijiste que lo que yo quisiera.

—El jefe te quiere en la propiedad, así que lo que quieras que


te mantenga aquí.

—¿Eso significa que las putas, la coca y la ruleta siguen sobre


la mesa?

Marco ríe entre dientes, y no estoy segura de haberlo oído


antes.

—No. —Él agarra su teléfono y escribe mientras habla—: Está


arcade, los bolos, las tiendas…

—¿Irías de compras?

—Si quieres ir de compras, iremos de compras —dice sin una


mueca o pizca de temor.

Hacer de niñero debe de ser un asco. ¿Qué clase de tipo duro


quiere seguir a una mujer todo el día?

—Siempre puedo ir por mi cuenta... —Empiezo antes de


captar su mirada—. Olvídalo.

Al igual que su jefe, Marco es demasiado observador y las


piezas encajan.

—¿Te preocupa que me aburra?

—Tal vez —murmuro—. Me siento mal porque alguien


siempre se ve obligado a cuidarme en vez de crear un caos.

—No estamos obligados. Maximo nos lo pidió, estuvimos de


acuerdo. Podríamos haber dicho que no.
Eso es sorprendente. Yo asumí que era una orden.

A Maximo se le da bien darlas.

—Y no sé cómo crees que es nuestra vida diaria —continua—


, pero Ash está llevando a Maximo por toda la ciudad. Cole se está
golpeando la cabeza contra una pared, intentando supervisar la
instalación de un nuevo sistema de reservas en Star. Eso no es caos.

—Parece que tienes la mejor misión —admito, porque


cualquier cosa es mejor que el tráfico de Las Vegas o la frustración
tecnológica.

—Así es. Pero Juliet, soy guardaespaldas. Mi trabajo es vigilar,


no entretener. Me lo tomo en serio. Me lo tomo aún más en serio
porque: uno, me agradas, y dos, eres importante para Maximo. Y
que él me confíe tu cuidado significa que me comería una bala antes
de traicionar esa confianza.

Es lo más que le he oído decir de una sola vez, y lo hizo valer.


Sus palabras se arremolinan a mi alrededor como una cálida
sensación de seguridad que rara vez he sentido en mi vida.

—Ahora te lo preguntaré otra vez —continua—, ¿qué quieres


hacer?

—Pasear y ver el lugar.

Hace un gesto con la cabeza hacia la habitación.

—Ponte unos zapatos y vámonos.

Me apresuro para entrar en la habitación, busco mis zapatos


grises en el bolso y me los pongo. Salgo y me encuentro a Marco
terminando una llamada. Se toma otro minuto para teclear algo en
su teléfono antes de abrir el ascensor.

Una vez dentro, le pregunto:

—¿Puedes añadir la huella de mi pulgar al escáner o tengo


que ser James Bond?

—Pregúntale a Maximo.
—¿Cuántas personas más tienen acceso a este ascensor?

—Pregúntale a Maximo.

—¿Te han dicho alguna vez que hablas demasiado?

Sonríe satisfecho.

—No.

—Me sorprende.

Cuando el ascensor se abre en la planta principal, sigo a


Marco porque mi sentido de la orientación no funciona. Al igual que
la falta de relojes, el diseño confuso es sin duda para mantener a la
gente en el casino y el gasto en efectivo. Caminamos por una ruta
diferente a la que Ash y yo habíamos seguido, pero aun así
terminamos en el atrio.

Miro a mi alrededor, pero ninguna de las tiendas me resulta


familiar.

—Espera, este es un lugar diferente al de ayer.

—Pensé que podríamos empezar en un extremo y atravesar el


lugar. —Él se vuelve hacia la primera tienda.

Me apresuro para entrar en la tienda minimalista. Hay


estantes mostrando bolsos y otros accesorios, pero no mucho más.

—No pensaba entrar —le susurro.

—¿Cómo más vas a ver el lugar?

Me parece justo.

No hago contacto visual con ninguno de los silenciosos


asociados. Espero que ellos conozcan a Marco y no estén a punto
de llamar a la seguridad por nosotros. Dado que la tienda no es
grande y las bolsas parecen todas iguales después de las primeras,
no pasa mucho tiempo antes que termine de recorrer.

—¿Listo?
—No lo has visto todo. —Marco me lleva a través de una
entrada que abre a otra habitación minimalista. Solo que esta tiene
algo mucho más interesante en los estantes blancos.

Zapatos.

Los bolsos no son lo mío, y hace un año habría jurado que los
zapatos tampoco. Pero eso fue antes de saber lo que se siente llevar
un par de tacones o la comodidad de los zapatos con soporte.

Algunos de los zapatos expuestos son tan feos, que no puedo


imaginar que alguien los compre. Hay otros que son tan hermosos,
que no puedo imaginar lo caros que son.

Miro con nostalgia un par de tacones negros sexys y atrevidos


con tiras tachonadas. Me aparto de ellos y Marco me sigue más allá
de los socios, aún silenciosos.

No está sucediendo el momento de Pretty Woman.

La siguiente tienda está llena de vitrinas de relojes. Los relojes


me gustan menos que los bolsos, así que tampoco pasamos mucho
tiempo aquí.

Gastamos aún menos en la perfumería que me da un dolor de


cabeza instantáneo y en el convenient mart con bebidas
embotelladas y chocolatinas demasiado caras.

Compenso el poco tiempo que paso en las otras tiendas


cuando entro en una boutique de vestidos. Algunos son llamativos
o formales. Otros son claramente destinados a una boda en Las
Vegas. Pero mezclado en algunas piezas magníficas que van desde
un bonito vestido de verano a un sexy vestido de cóctel, incluyendo
mi vestido de encaje magenta de la noche anterior.

Esto explica por qué él me envía la ropa tan rápido.

Me tomo mi tiempo, con el cerebro enloquecido por la


inspiración que espero recordar.

Una vez que termino, salimos y pasamos por alto una tienda
de ropa masculina, maletas y artículos de viaje, y una tienda entera
dedicada al vidrio soplado.
Esta última es preciosa, pero me preocupa tropezarme y
tirarlo todo por tierra como fichas de dominó.

Damos la vuelta al atrio antes que Marco anuncie que es hora


de almorzar. Vamos a comer comida mexicana -un buen taco es un
buen taco-, nos sentamos en el comedor lleno de gente y comemos.

Tengo la boca llena de queso cuando Marco me pasa su


celular y este empieza a sonar.

—Para ti.

Tragando saliva, le doy a aceptar y me lo pongo en la oreja.

—¿Hola?

—Te he mandado un mensaje de texto, Juliet.

Ante la firmeza del tono de Maximo, me entran mariposas en


el vientre y mi clítoris palpita.

Mierda. Todavía no me acostumbro a volver a llevar un


teléfono encima.

—Olvidé mi teléfono en la habitación —admito.

—A partir de ahora lo llevarás siempre encima. ¿Entendido?

—Sí, papi —digo con solo un momento de vacilación. Mi


mirada se desvía hacia Marco, pero su expresión no revela nada.

El tono de Maximo se suaviza:

—¿Has tenido un buen día?

—Sí, ha sido divertido.

—Volveré para la cena. Planea lo que quieras. —Puedo oír la


sonrisa en su voz cuando añade—: Nada de putas, cocaína o ruleta.

Mis ojos en Marco se estrechan hasta convertirse en una


mirada fulminante.

Chivato.
Me llama la atención un movimiento y miro hacia una gran
mesa de gente levantándose, otros se apresuran a ocupar su lugar.
En medio del caos juro ver al amigo de mi padre, bueno, antiguo
amigo de Mugsy Carmichael.

Atrapada entre querer esconderme por si es él y querer


confirmar que no lo es, me congelo. Se me hace un nudo en la
garganta y la sangre se me agolpa en los oídos ante la idea de
explicar por qué estoy aquí.

No es él.

Solo es otro aspirante a gángster. Las Vegas está llena de ellos.

Puede que él pasara más tiempo en casinos que una monja


en la iglesia, pero es poco probable que Mugsy Carmichael esté en
Moonlight. Es aún más improbable que esté en la zona de comidas
y no aparcado en una mesa de póquer hasta que se quede sin
dinero.

Lo sé.

Pero eso no impide que mi mente presa del pánico se acelere.

Manteniendo la cabeza inclinada hacia otro lado, pero los ojos


alerta, busco al hombre. Pero sea quien sea, lo he perdido entre la
multitud.

—Juliet, ¿estás ahí? —pregunta Maximo.

—Perdona, creo que se ha entrecortado la llamada.

—Dije que tengo algo planeado para más tarde esta noche, así
que no te canses. —Se oyen voces apagadas en el fondo—. Me tengo
que ir. Te echo de menos, palomita.

Él cuelga, pero me quedo con el teléfono pegado a la oreja


durante unos largos momentos.

Maximo me echa de menos.


Para ser justos, él nunca ocultó lo feliz que estaba de volver a
casa conmigo. Él mostró cómo se sentía con sus dulces besos y
toques frenéticos.

Pero es la primera vez que dice esas palabras.

Y, Dios, han sonado tan bien.

Peligro, peligro, peligro.

Tal vez debí haber tomado la siesta.

Después del almuerzo, cambiamos de camino para que Marco


pueda enseñarme más del resort -menos el área que dice que está
fuera de los límites-. El recorrido termina con el mejor helado de mi
vida antes que Marco me deje de nuevo en la habitación para
alistarme.

Mirando la cama con nostalgia, me obligo a retocarme el


maquillaje y mi desodorante. Me recojo el cabello en la coleta alta
que a Maximo le encanta, a pesar que mostrará las marcas de mi
cuello.

O quizá porque las mostrará.

Me desnudo antes de ponerme el body gris. El tejido mínimo


es suave, al igual que el encaje. Da la ilusión de un corsé sin la
reorganización de los órganos y la falta de respiración. Me coloco
un jean ajustado oscuro que me queda como una segunda piel y un
jersey holgado que cae por un hombro, dejando entrever el tirante
de la lencería.

Una provocación.
Me pongo un par de botines grises y espero que lo que Maximo
tenga planeado, no implique caminar mucho. De lo contrario, hay
una buena oportunidad que mis pies y yo muramos.

Agarrando el celular de la mesa de noche, voy al salón a


esperar.

Tengo tres mensajes de espera de Maximo.

Maximo: Sigo pensando en lo ardiente que te veías


montándome anoche, palomita. Me cuesta concentrarme en otra
cosa.

Maximo: Espero que te estés divirtiendo, pero siendo una


buena chica.

Este mensaje me provoca un cosquilleo.

Maximo: Juliet, un teléfono es inútil si no lo llevas contigo.


¿Y si hubiera una emergencia?

Este me produce otro tipo de cosquilleo.

Maximo no parece feliz. Y cuando Maximo es infeliz, eso lo


pone cachondo.

Me retuerzo tanto por la sensación fantasma de un culo


ardiendo como por la fuerte dosis de lujuria que me recorre.

Se oyen unos cuantos pitidos antes que se abra el ascensor.


Maximo sale de ahí como un modelo en una pasarela. Incluso
después de un largo día fuera, su traje está impecable y perfecto,
como si no se atreviera a arrugarse.

Acechándome, él es un cazador y yo su presa.

Una presa muy dispuesta.

Agarrándome la cabeza, él toma mi boca con una


desesperación que dice que han pasado siglos desde la última vez
que estuvimos juntos y no horas. Su lengua me invade y él ladea la
cabeza para profundizar el beso.

Cuando se aparta, yo respiro agitadamente y le pregunto:


—¿Por qué ha sido esto?

—Te dije que te extrañé. Me gustó saber que estabas aquí.

No puedo contener la sonrisa, aunque lo intento con todas


mis fuerzas.

—Yo también te extrañé.

Sus ojos se posan en mi boca.

—Dios, me vuelves loco.

Las palabras en sí pueden no sonar bien, pero la forma


intensa en que las dice lo hace.

Él afloja su agarre, se aparta y se quita la chaqueta antes de


remangarse la camisa.

—¿Has decidido la cena?

—¿El restaurante asiático tiene sushi?

—Sí. ¿Te gusta el sushi?

Me encojo de hombros.

—No tengo ni idea, nunca lo he probado.

—Vamos a averiguarlo.

Resulta que sí me gusta el sushi. Pero no el crudo.

Nunca crudo.
Chang'e -llamado así por la diosa china de la luna, por
supuesto- es un restaurante panasiático con un amplio menú de
fusión y dim sum. Contrariamente a mi suposición que este lugar
sería informal, es increíblemente moderno y de lujo. Yo estoy muy
mal vestida, aunque nadie lo dirá, porque estoy con Maximo.

Maximo ordena un surtido de comida deliciosa en su mayoría:


los rollitos de primavera crudos son casi tan asquerosos como el
sushi crudo.

Es obvio que no seguiré una dieta de comida cruda en el


futuro.

—¿Cuál es el plan? —pregunto, cuando terminamos de


comer.

—Ya lo verás. —Maximo mira su reloj antes de levantarse y


dejar caer un fajo de billetes sobre la mesa.

Salimos del restaurante y cruzamos la planta principal.


Cuando llegamos a la zona de juegos de mesa, mi atención se
detiene en alguien caminando a una de las mesas, con un montón
de fichas en la mano. Él se sienta y las coloca frente a él.

Mis pasos se ralentizan y Maximo inclina la cabeza para


mirarme.

—Conozco a ese tipo —susurro.

—¿A quién?

Muevo la cabeza sutilmente en la dirección.

—Camisa gris, calvo.

—¿Cómo?

—Vino a visitar a Shamus unas cuantas veces.

—¿Amigo?

—No, a menos que patearle el culo sea una nueva forma de


expresar amistad. De ser así, Shamus era el hombre más popular
del mundo.
Recuerdo salir de la trastienda del gimnasio y oír gritos de
dolor. Aunque esa era la banda sonora habitual en el gimnasio de
entrenamiento, aquella vez había sido diferente. El hombre había
sido enviado para entregar un mensaje con sus puños.

No fue la última vez que alguien se presentó con un método


de mensajería similar.

No, la última vez había sido el hombre que esta de pie junto a
mí, con su mano en la parte baja de mi espalda. El hombre cuyas
manos han estado en cada otra parte de mi cuerpo. En cuya cama
duermo. Cuyos brazos me rodean cada noche, en su abrazo
posesivo e íntimo.

Un repentino sentimiento de culpa me araña. Desgarrando la


felicidad que he construido, amenazando con deshacer todo como
un hilo suelto.

Tira.

Tira.

Tira.

Lágrimas de sorpresa arden detrás de mis párpados, e inhalo


profundamente, manteniéndolas a raya. Empujando todo hacia
abajo.

—Juliet —dice Maximo, haciéndome sobresaltar.

—¿Eh?

Sus ojos están llenos de preocupación.

—¿Dónde has ido, paloma?

—Perdona, ¿qué has dicho?

Al captar mi falta de respuesta, el músculo de su mandíbula


da un respingo, pero no me presiona.

—Te he preguntado si estás segura que es él.

Asiento con la cabeza.


Él me guía a través de la habitación, con un paso más rápido
que antes. Se detiene cerca de un supervisor del casino el tiempo
suficiente para decir:

—Camisa gris, cabeza calva, Omaha límite bajo. Si se levanta


antes que Miles o Ash lleguen, que lo sigan.

Espera, ¿qué?

Como sinceramente dudo que Maximo esté vengando la paliza


de Shamus, no tengo ni idea de por qué está haciendo un gran
problema de una cosa pequeña. A menos que reconociera al tipo,
también. Conociendo la compañía que Shamus había mantenido,
no me sorprendería que el hombre estuviera en su lista de mierda.

El supervisor del casino levanta la barbilla apenas


perceptiblemente antes de reanudar sus rondas como si nada.

Espero a que estemos caminando antes de preguntar:

—¿Por qué estás mandando a seguridad sobre él?

Maximo no contesta mientras saca su celular, toca la pantalla


varias veces y se lo pone en la oreja. Quienquiera que sea debe
contestar porque repite la descripción antes de añadir:

—Trabajaba para alguien a quien McMillon debía. Vigílalo

Una vez que cuelga, repito:

—¿Por qué le mandas seguridad?

—Para asegurarme que solo está aquí para perder su dinero.


—Él me rodea con un brazo y me aprieta, aunque permanece
sombrío.

—Es solo una coincidencia.

No es lo correcto de decir porque sus ojos se vuelven más fríos.

—No me gustan las coincidencias.

—De acuerdo, pero para ser justos, creo que Shamus debía
dinero a la mitad de la población de EE. UU.
Eso hace que se ablande un poco mientras me mira.

—¿Tanto?

Ladeo la cabeza y finjo pensar antes de rectificar:

—A la mitad del continente de los estados unidos.

Sus labios se inclinan y la tensión desaparece cuando nos


detenemos.

Aparto mi atención de su expresión demasiado sexy para ver


que estamos en la entrada a la zona que Marco había dicho que
estaba prohibida.

Antes, las puertas estaban abiertas, y había tanta gente por


aquí que no había podido ver lo que hay. En este momento, las
puertas están cerradas con una cuerda de terciopelo
asegurándolas, así que todavía no puedo ver lo que está allí. Los
carteles indican que está cerrado por la noche.

Por supuesto, nada de eso se aplica a Maximo, y desengancha


la cuerda y marca un código para desbloquear la pesada puerta.

Él mantiene la puerta abierta para que yo pueda entrar,


vuelve a asegurar la cuerda y deja que la pesada puerta se cierre de
golpe, resonando en el silencioso vestíbulo.

Las paredes están decoradas con hermosas fotografías y obras


de arte; esculturas y adornos florales en medio del camino. El tema,
por supuesto, es la luna, pero también la luz. Ráfagas de luz llenan
lienzos oscuros, sencillos pero impresionantes.

Aunque es un lugar precioso, me sorprende lo concurrido que


había estado antes. El público típico de Las Vegas no me parece
aficionado al arte.

Maximo me agarra de la mano, entrelazando sus dedos con


los míos mientras mantiene mi ritmo, sin apresurar mi lentísimo
paseo.
Una vez que llegamos al final del pasillo y las puertas allí,
Maximo marca un código. Las seis puertas se abren y entramos en
una habitación iluminada.

El techo abovedado es negro aterciopelado, pero no hay luces


parpadeantes. Hay bancos negros a juego colocados en filas, pero
eso es todo.

—Siéntate —dice Maximo—. Tercera fila, a la derecha del


pasillo.

Voy donde me indica y me siento en el banco acolchado. Si no


hay nada más, mis pies se alegran de descansar.

Una música clásica baja llena la sala mientras las luces se


atenúan. Maximo se sienta a mi lado justo cuando se apagan,
dejándonos en la más absoluta oscuridad.

—Espera.

A pesar de su advertencia, grito cuando el respaldo del banco


se reclina lentamente.

Maximo ni siquiera intenta contener la risa. Envolviendo su


brazo alrededor de mis hombros, acurrucando mi cuerpo en el suyo
para que yo apoye mi cabeza en su pecho.

—Si esto es una zona de siesta, este complejo realmente lo


tiene todo.

—Dale un minuto.

—Un minuto podría ser todo lo que necesito para dormirme.

Antes que pueda descansar mis ojos, la música se hace más


fuerte y las luces parpadean mientras un espectáculo de luz láser
se proyecta en el techo. La música pasa a Fly Me to the Moon de
Sinatra, y yo estoy completamente en trance. Los láseres con forma
de luna y sistema solar se mueven y cambian al ritmo de la letra.

La música se mezcla desde los clásicos hasta el rock clásico.


Reconozco Bad Moon Rising de CCR desde los primeros acordes.
Cuando vivíamos en Nueva York, a Shamus le encantaba el
rock clásico. Él escuchaba a Springsteen hasta que yo deseé haber
nacido para correr. No fue hasta que nos mudamos a Las Vegas que
había cambiado a la Rat Pack para encajar con sus amigos
aspirantes a mafiosos.

Una vez que el volumen se desvanece, el banco lentamente


vuelve a la normalidad y las luces se encienden lentamente.

—¿Qué te ha parecido? —pregunta Maximo, con sus labios


contra mi cabeza.

—¿Podemos verlo otra vez?

—Dame un segundo. —Se levanta y vuelve al panel de control


en la pared. Sin tocarlo, él saca su teléfono y teclea algo antes de
decirme—: El amigo de Shamus perdió su dinero y se fue.

Estoy segura que ha sido una coincidencia, pero me


tranquiliza tener la confirmación, sobre todo después del incierto
avistamiento de Mugsy.

Maximo se guarda el celular en el bolsillo y pulsa un par de


botones del panel de control. Al cabo de unos segundos, las luces
se apagan y empieza a sonar música clásica. Él se sienta y nos sitúa
justo antes que el banco vuelva a bajar.

El canto de Sinatra flota en el aire y los láseres empiezan a


bailar. Me fijo en más detalles que había pasado por alto la primera
vez.

Tan absorta en lo que estoy viendo, no me lo pienso dos veces


cuando la mano de Maximo pasa de mi culo a frotarme la espalda
bajo el suéter. Él se congela, su voz áspera cuando retumba:

—¿Qué llevas debajo de esto, paloma?

—Mmmm...

Su mano recorre la tela de encaje antes de apartarme de él y


levantarse. No puedo ver lo que hace en la oscuridad, y mi corazón
se acelera con una anticipación nerviosa.
Unos instantes después, el espectáculo y la música se
interrumpen bruscamente y las luces se encienden. Maximo abre
la puerta y me mira expectante.

—Vámonos.

No me muevo. Me quedo mirándolo mientras se pasa una


mano tatuada por la mandíbula antes de barrer su labio inferior
con el pulgar.

—Ahora, Juliet.

Al oír ese tono, me levanto de un salto. Eso no me impide


murmurar:

—Ya voy, ya voy. Dios.

—Solo porque no te follaría aquí no quiere decir que no te


pueda doblar sobre un banco y azotar tu dulce culo.

—¿No me follarás aquí? —No es que espere que lo haga, pero


él parece decidido a no hacerlo.

—No con las cámaras.

—¿Pero me azotarías el culo aun cuando los de seguridad


pudieran ver?

—Sé dónde están las cámaras. Te bloquearía el cuerpo y te


dejaría el jean puesto —dice, como si eso lo hiciera mejor.

La verdad es que sí, lo hace.

Contemplo lanzarle más actitud para ver cómo va.

Y Maximo debe saber que estoy pensando en ello porque la


lujuria brilla en sus ojos mientras se ajusta el bulto de sus
pantalones, intentando ocultar su erección.

Buena suerte con eso.

—No me mires así, o no seré responsable de mis actos.

La forma en que me mira.


La forma en que se ve tan guapo y salvaje.

La amenaza, la promesa, en sus palabras...

Todo funciona para mí. Mis pezones están dolorosamente


duros, mi cuerpo está sonrojado y necesitado, y yo estoy mojada.

Empapada.

—Tienes cinco segundos para venir aquí —continúa—, o te


follaré en un banco, malditas sean las cámaras.

Me apresuro, permaneciendo en silencio mientras nos


dirigimos por el largo pasillo de arte y de vuelta a la zona principal.
Una vez que los ruidos del casino nos rodean, no puedo resistirme
a atormentarlo de la misma forma en que sus obscenamente dulces
palabras me atormentan. Mantengo la mirada dirigida al frente y le
digo:

—Creo que quiero probar montarte la cara.

El normalmente imperturbable Maximo se detiene de repente


en medio de la pasarela y casi provoca una colisión.

—Juliet —advierte.

—Dijiste que la comunicación es importante, papi. Así que


estoy comunicando mi deseo de montar tu cara.

—Cristo. —Me da una versión diferente de la mirada. Una que


advierte que me castigará de la mejor manera.

Empezamos a caminar de nuevo, moviéndonos a través de las


multitudes listas para un sábado salvaje. Nuestros pasos se ven
obligados a ralentizarse cuando una multitud de gente se agolpa
con sus fajas de fiesta, brillantes diademas de plástico y grandes
bebidas mezcladas.

Perfecto.

Aprovechando la pausa, inclino la cabeza para mirarlo.

—Creo que quiero probar a chupártela mientras te cabalgo la


cara. ¿Crees que funcionaría o soy demasiado pequeña?
—Me importa una mierda lo que tenga que hacer, haré que
funcione.

Bueno, esto está resultando espectacularmente


contraproducente.

Creo que estoy más excitada que él.

Me quedo callada mientras nos movemos entre los fiesteros.


Una vez que estamos en una zona menos densa, le pregunto:

—¿Crees que hay un límite en cuanto puede mojarse una


mujer antes de correr el riesgo de deshidratarse? Porque si lo hay,
estoy probablemente acercándome a ese punto.

—Jesús, Juliet. Tú y tu sucia boca se están buscando


problemas.

—Yay.

Es gracioso que, con todo lo demás que he dicho, mi pequeño


yay es lo que le hace estallar.

Agarrando mi mano, la velocidad de sus zancadas aumenta


hasta que estoy prácticamente trotando para mantener el ritmo.
Como un corredor con los ojos puestos en la zona de anotación, él
maniobra con pericia entre la multitud, sin aminorar hasta que
llegamos a su ascensor.

Lo abre con la huella del pulgar, me mete dentro y pulsa el


botón del penthouse. Antes que se cierre la puerta, estoy en sus
brazos, con la espalda contra la pared y su boca en la mía.

Envuelvo mis brazos alrededor de sus hombros y mis piernas


alrededor de su cintura, tomando todo lo que me da.

El ascensor, benditamente rápido, suena y Maximo me lleva


al dormitorio antes de dejarme en el suelo. A duras penas bajo mis
pies cuando él tira de mi suéter por encima de mi cabeza. Su mirada
recorre el encaje y la cinta que cubren mi torso.

—Dios, Juliet, si hubiera sabido que llevabas esto, no


habríamos salido de la maldita habitación.
—Sorpresa. —Respiro.

—Estás llena de ellas.

—¿Eso es bueno?

Su sonrisa pecaminosa es suficiente para robarme el aliento


y enviarme peligrosamente cerca de la combustión.

—Lo puto mejor.

Definitivamente contraproducente.

—Quítate los pantalones y los zapatos, Juliet.

Sé que una vez que me desnude, Maximo me tocará. Y una


vez que lo haga no tendré el autocontrol para provocarlo más
tiempo. Es mi última oportunidad, y la voy a aprovechar.

Pateando mis zapatos, mis movimientos son lentos mientras


me desabrocho y bajo la cremallera de mi jeans.

Maximo se cruza de brazos, pero no dice nada.

Meneando mis caderas -tanto por el atractivo como porque los


jeans son realmente ajustados- me lo bajo por el culo hasta los
muslos. Me giro, dándole la espalda mientras me doblo por la
cintura para empujar más el jeans por las piernas.

Esto es lo más lejos que consigo ir.

Maximo viene detrás de mí, arrastrándome hacia delante


hasta que me inclino sobre la cama. Sujetando la fina tela que cubre
mi coño, él me pasa un dedo por mi hendidura. Aunque es a mí a
quien su hábil dedo provoca, es él quien gime de placer frustrado.

Hay un crujido de telas antes que la cabeza de su polla se


presione en mí. Incapaz de abrir las piernas con los jeans alrededor
de las rodillas, todo está más apretado y lo siento más enorme de
lo que ya es.

Rozando ese glorioso límite entre la tortura y el éxtasis.


Cuando se desliza fuera, intento aferrarlo a mí, sin querer que
se detenga. Sus manos me agarran por las caderas y me levanta
para arrodillarme en el borde de la cama. Él me quita el jeans antes
de presionar una palma de la mano entre mis omóplatos.

—Retrocede un poco. Levanta el culo. Esa es mi buena chica.

Con mi torso en el colchón y mi culo inclinado, la altura se


alinea justo para que me la meta de golpe. La fuerza me sacude las
rodillas, pero Maximo me recoloca y vuelve a penetrarme.

Levantándome lo justo para mirar por encima de mi hombro,


una nueva oleada de excitación me recorre de arriba a abajo, casi
enviándome al borde.

Santa mierda.

Él de hecho lo hizo.

Justo como había amenazado la primera noche juntos, me


está follando completamente vestido, sus pantalones bajados lo
suficiente para liberarse.

La imagen es un millón de veces mejor de lo que había sido


en mi cabeza.

—¿Te has divertido, palomita? —Maximo pregunta cuando


terminamos y en cama por el resto de la noche.

¿Sexo increíble y dos orgasmos?

Definitivamente divertido.

—Sí. Siempre me divierto cuando hacemos esto.


Maximo se ríe, y como su cuerpo está acurrucado a mi
alrededor, lo oigo y lo siento.

—Me refería a este fin de semana.

—Oh. Sí, eso también estuvo bien, supongo.

Su brazo me rodea con fuerza y su voz suena divertida.

—Me alegro que te pareciera lo suficientemente bien mi


complejo.

Dichos orgasmos, junto con el largo día lleno de mil millones


de pasos, me alcanzan. Mis ojos están cerrados, mi cuerpo relajado,
y estoy saciada y feliz.

Y por eso divago estúpidamente.

—Solía envidiar tanto a los turistas de aquí. Ellos siempre se


divertían tanto. Diversión sin preocupaciones. Nunca fui al Strip
para hacer turismo o ver los espectáculos o comer. La única vez que
fui, fue para recoger a Shamus porque estaba demasiado borracho
o jodido para conducir. Eso no fue divertido. Hoy sí.

—Juliet —él murmura, apretando su agarre.

—No pasa nada. —Me retuerzo contra él y suspiro


profundamente.

Él no insiste en la conversación y se lo agradezco. Lo dejo ir


todo mientras me duermo.
JULIET

A pesar de todos sus vicios y pecados, Las Vegas es realmente


hermosa.

La grandiosidad del Strip me recuerda a Times Square en


Nueva York. Como la mayoría de los residentes de Nueva York, rara
vez fuimos a Times Square o cualquiera de los lugares de interés
turísticos. Pero mis abuelos me llevaron una vez a montar a la gran
rueda que había dentro del antiguo Toys R' Us, y me había
asombrado de la grandeza de todo.

Luces brillantes, edificios enormes y más gente de la que


parece posible es una descripción adecuada del Strip y Times
Square.

Mientras Maximo se detiene en un semáforo en rojo en Las


Vegas Boulevard, observo a la gente en los andenes. Algunos posan
para hacerse fotos, otros se apresuran de un casino a otro.

Mientras miro por la ventanilla, siento una punzada de


envidia, pero mucho menor de lo habitual. Más bien, mi mal humor
se debe a que nuestro fin de semana ha terminado. Esperaba que
pasáramos el domingo en Moonlight, pero ni siquiera nos quedamos
a desayunar. En vez de eso, salí después de arreglarme y me
encontré con la maleta hecha y a Maximo esperándome con un
panecillo y café para llevar.

Estoy segura que le queda mucho trabajo por hacer, pero aun
así es una putada que se acabe.
Perdida en mis pensamientos, no pienso nada girando en
nosotros hasta que el auto se detiene. Un valet parking me abre la
puerta en un instante.

Mis cejas bajan mientras miro a Maximo, pero todo lo que veo
es su espalda mientras sale del auto.

—Señora —me dice el valet parking cuando no me muevo.

Confundida, salgo y murmuro:

—Gracias.

Maximo abre el maletero y saca dos pequeñas bolsas de viaje.


Un trabajador diferente uniformado las recoge y se apresura para
entrar, sin preguntar siquiera dónde tienen que ir.

Una vez que Maximo vuelve a mi lado, no aparto mi vista del


imponente edificio de cristal.

—¿Dónde estamos?

—Cosmopolitan.

—¿Por qué?

—Me he tomado hoy y mañana libres. Pensé que podríamos


pasar la noche aquí.

Le miro con los ojos muy abiertos.

—¿Qué? ¿Por qué?

Él extiende su mano para enroscar el extremo de mi coleta y


me tira contra él.

—Por diversión.

Se me derriten las entrañas y se me estruja el corazón.

Él es tan considerado.

Como si mis venas estuvieran llenas de champán, la emoción


burbujea, dejándome ligera y feliz.
—¿Qué vamos a hacer?

—Lo que tú quieras.

Eso no ayuda.

Leyendo correctamente mis pensamientos, Maximo tira de mi


coleta para que mi cuello se incline hacia atrás.

—Mientras pase el día contigo y la noche termine contigo


cabalgando mi cara, me importa un bledo lo que hagamos.

Hay gente alrededor.

Lo suficientemente cerca como para oír sus palabras


obscenamente dulces.

Pero no me importa.

No me importa nada más que el calor de su tierna mirada,


nuestro inminente día juntos, y terminar la noche cabalgando sobre
su cara.

Más allá de eso, es diversión sin preocupaciones.

Me suelta la coleta.

—Vayamos primero a la habitación.

Al entrar en el hermoso edificio, me quedo atónita por su


elegante ornamentación. Enormes arañas de cristal cubren un bar
y un salón. La gente posa para tomarse fotos delante de ellos y de
un tacón gigante.

Maximo y yo caminamos por el vestíbulo hasta donde nos


espera un conserje.

—Señor Black. —El hombre sonríe, cálido y profesional,


extendiendo su mano para estrechar la de Maximo y luego la mía—
. Estamos encantados que usted y su invitada se queden con
nosotros esta noche. ¿Le apetece una visita guiada o le acompaño
a su habitación?

—Estamos listos, gracias.


El hombre le entrega una tarjeta llave.

—Por favor, déjeme saber si hay algo que pueda hacer para
que su estancia sea perfecta.

Tras darle las gracias, Maximo me guía hasta un ascensor.


Una vez dentro, le pregunto:

—¿Crees que van a enviar espías a seguirnos para asegurarse


que no estás aquí para robarles sus procedimientos y empleados?

Él me mira divertido.

—Lo dudo.

—Maldita sea. El espionaje hotelero estaba en mi lista de


tareas para hoy.

Él se ríe, tirando de mí para que mi espalda esté en su pecho


antes de envolver sus brazos alrededor de mi cintura.

—Veré lo que puedo arreglar.

Una vez que llegamos a nuestro piso, caminamos hacia una


puerta al final del pasillo. Él la desbloquea y la abre para mí.

Santo

Cielo.

Esto es irreal.

—¿Cómo reservaste esto en el último minuto? —le pregunto,


haciendo un giro lento para observar todo. Una hamaca cuelga
delante de la fila de ventanas del suelo al techo. Hay una terraza
afuera, y la vista es tan hermosa como aterradora.

—Solo con invitación. —Los labios de Maximo se inclinan—.


Y tengo una conexión.

Por supuesto que la tiene.


En mis pantalones cortos y camiseta ajustada, me siento
como un pez fuera del agua, y ni siquiera uno de esos bonitos peces
de neón. Yo soy un pez guppy, o un pez globo.

Sin embargo, no dejo que me moleste -bueno, no mucho-


porque Maximo está aún peor vestido con sus joggers grises y su
camiseta negra. Mal vestido, pero ardiente.

Todo el mundo sabe que el chándal gris es el equivalente a la


lencería masculina.

Su teléfono suena y mira la pantalla.

—Mierda, tengo que atender esta llamada.

—Estoy segura que puedo encontrar algo que hacer —le digo
con tono inexpresivo.

Él toca la pantalla y se lleva el móvil a la oreja.

—Black. —Sale a la terraza y cierra la puerta tras de sí.

Dejada a mi suerte, exploro el lugar.

Incluso después de estar un año en casa de Maximo, mi


cerebro no puede comprender el lujo y la opulencia de cómo vive la
otra mitad. Con tanto que hacer en Las Vegas, la mayoría de la
gente solo utiliza su habitación como un lugar para dormir. Sin
embargo, la suite tiene un mini spa, una sala de cine, y más espacio
de lo que podría posiblemente ser utilizado. Es incomprensible
gastar una fortuna no tan pequeña en una habitación con
comodidades inútiles que probablemente no se utilizaran. Y si se
utilizan, ¿cuál es el punto de visitar Las Vegas solo para permanecer
en el interior?

Vuelvo a la sala de estar y miro la fruta fresca que hay en el


cuenco de la isla de la cocina.

Apuesto a que ese plátano cuesta cuarenta dólares.

Junto a ello hay una botella de champán con hielo y un bol


más pequeño de fresas.
El champán cuesta seiscientos dólares, por lo menos.

Y cinco por las fresas.

La puerta se abre y Maximo entra. Hay más tensión en su


cuerpo, su cara tensa mientras frunce el ceño.

—¿Todo bien? —le pregunto.

—Bien.

Ooookay entonces.

No me sorprende su respuesta desdeñosa ya que nunca habla


de trabajo. Y no lo culpo por no querer hablar de ello durante su
escaso tiempo libre. Así que hago algo que no implica palabras.

Lo beso.

Y después de un largo y congelado momento, él me devuelve


el beso. Y entonces toma el control, agarrando mi cola de caballo
para inclinar mi cabeza para que pueda lanzar su lengua en mi
boca.

Un minuto después, se separa y apoya su frente en la mía.

—¿Cómo sabías que necesitaba esto?

—Por suerte.

Baja su cabeza hacia mi cuello y lo acaricia con la lengua.

—Perfecta. —Él me muerde tan fuerte que me hace gritar, una


oleada de humedad se acumula entre mis muslos—. ¿Seguro que
quieres salir?

—No, esto funciona. Esto es definitivamente mejor.

Si Maximo es una de las características de la habitación,


puedo entender por qué la gente elegiría quedarse dentro.

Pero él no es para nadie más. En este momento, él es solo mío.

—Vámonos antes que cambie de opinión —dice, soltándome.


—Bien —digo, con un largo y dramático suspiro.

—Mocosa.

—Fanático del control.

Maximo me da una palmada en el culo, pero es más un juego


que un castigo.

Por desgracia.

Él abre la cremallera de su bolso y saca una gorra de béisbol,


deslizándola hacia atrás. Ante mi mirada boquiabierta, me guiña
un ojo.

—Tengo que ir de incógnito para el espionaje del hotel.

Si cree que pasa desapercibido, está muy equivocado.

Bajamos por el ascensor, saliendo en un piso diferente al que


habíamos subido. El pasillo está lleno de arte y estatuas. Una en
particular llama mi atención, y cuanto más la miro más extraña me
parece.

—Me gustó el arte de Moonlight —empiezo, luchando contra


una sonrisa—, pero no tienes una estatua de un hombre-perro
desnudo y un hombre-conejo desnudo montado en un burro.

—Jesús, eso es una locura.

—Increíblemente increíble. A diferencia de tu falta de erotismo


híbrido animal-humano. —Me acerco para inspeccionarlo,
sorprendida por el nivel de detalle anatómico—. Debió hacer frío ese
día.

La rica risa de Maximo suena a mi alrededor, y pierdo el


control sobre la mía.

—Si ya has terminado de contemplar las estatuas —dice—,


hay más cosas que ver.

—No creo que nada pueda superar esto, pero bueno.

Caminamos un poco antes de corregirme.


Me detengo delante de un restaurante y señalo el nombre.

Eggslut.

—Empiezo a pensar que este casino lo dirige un pervertido. —


Ladeo mi cabeza—. Y ahora no sé si tengo hambre o estoy excitada.

—Podemos volver a la habitación para que pueda ocuparme


de las dos cosas —Maximo ofrece, su tono juguetón mientras que
la mirada en sus ojos es cualquier cosa menos eso.

Oh, este va a ser un día divertido.

Me inclino hacia él y sonrío.

—Más tarde, papi.

—¿Por qué tengo la sensación que vas a ganarte un culo rojo


antes de montarme la cara?

—Porque tengo mucha suerte. —Suelto sin pensar.

Maximo no responde verbalmente, pero pone una mirada


tierna en su cara que duele maravillosamente.

—¿Listo? —pregunto, cuando ya no puedo soportar más la


intensidad.

Él responde a mi pregunta con una propia:

—¿De verdad tienes hambre?

—No, estoy bien.

Manteniendo un brazo posesivo alrededor de mí, Maximo me


da un recorrido por el edificio. Hay demasiado que ver para perder
el tiempo mirando escaparates, pero entro en una tienda de gafas y
me compro un par de plateadas para mí y unas negras para
Maximo.

Cuando salimos, agradezco la compra impulsiva porque el sol


es cegador. Me bajo las gafas de sol para taparme los ojos mientras
Maximo se pone las suyas.
¿Cómo es que cada vez él se vuelve más ardiente?

Esto tiene que ser algún tipo de brujería.

—Cosmopolitan está cerca del centro del Strip, así que elige
en qué dirección quieres ir —dice Maximo.

Miro a un lado y luego al otro antes de ver lo que quiero.

—Por aquí.

—¿Tiendas en Crystals?

Como estoy bastante segura que ellos comprueban el crédito


solo por entrar, niego con la cabeza.

—Aún mejor.

Caminamos un rato antes de llegar por fin a New York-New


York.

—¿Quieres chocolate? —pregunta Maximo, mirando la


señalización de la tienda Hershey's situada en el complejo.

—No. —Hago una pausa antes de rectificar—: Bueno, sí. Pero


también quiero montar en la montaña rusa y luego comerme un
perrito caliente neoyorquino.

—No te gustan las alturas. —Señala.

—Por eso quiero montar primero y luego comer.

Mi estómago ya está revuelto con una mezcla de emoción,


adrenalina, y horror que me deja mareada.

A pesar que la fila para la montaña rusa se alarga


eternamente, Maximo envía un mensaje de texto y luego estamos
en la siguiente atracción. Elijo asientos seguros en el medio, pero
no hay seguridad en una montaña rusa adosada al exterior de un
edificio. Por suerte, Maximo sacrifica su mano para que yo pueda
agarrarme a muerte.

—¿Quieres repetirlo con las gafas de realidad virtual? —me


pregunta cuando nos bajamos.
Se me revuelve el estómago.

—No, con una vez es suficiente. Solo quería decir que lo he


montado.

Él me tira de la coleta, pero hay preocupación en sus ojos.

—¿Todavía quieres ese perro caliente?

—Definitivamente.

Tal vez.

Caminar por los pasillos sinuosos de New York-New York es


como entrar en un viejo barrio de Nueva York. Incluso hay una
tienda de delicatessen que es casi idéntica a la que hay en la calle
de casa de mis abuelos.

Los olores que salen de los restaurantes me hacen agua la


boca. Me quedo con mi elección original de un perro caliente y
Maximo agarra una pizza de pepperoni que está buena, pero no
como la de Nueva York.

—¿Se parece a la de verdad? —pregunta Maximo mientras


tiramos la basura y paseamos por el resto del falso barrio.

—Recuerdo que era más grande —bromeo—. Pero más o


menos.

Nací en Nueva York y me mudé a la ciudad cuando era


pequeña. Una gran parte de mi vida la pasé allá, pero nunca me
sentí neoyorquina.

Nunca me he sentido más que un nómada.

Temporal.

Eso no ha cambiado, pero al menos ahora siento algo de


estabilidad por primera vez.

—Hazte una foto conmigo —digo de repente, queriendo un


recuerdo más allá del dolor de barriga que ya está desapareciendo.
Sorprendentemente, Maximo no lo duda. Él saca su móvil,
pone la cámara y se lo pasa a una transeúnte de mediana edad para
que nos tome una foto delante de una falsa escalinata.

—Precioso —dice la mujer, con un deje de desmayo en la voz—


. Ahora una con ustedes besándose.

Antes que pueda reírme o decir algo, Maximo me agarra la


cabeza con sus posesivas manos y me besa.

Puede que sea rápido, pero es intenso.

Y no soy la única que lo piensa, basándome en el jadeante


"Wow" de la mujer.

La secundo.

Maximo recupera el móvil de las manos de la mujer que esta


con los ojos muy abiertos y se lo guarda en el bolsillo.

—Gracias.

Ella me lanza una sonrisa socarrona.

—Chica con suerte. Diviértanse, chicos.

Mientras caminamos por el concurrido casino, veo una


pantalla que anuncia su espectáculo del Cirque du Soleil con
nuevos actos traviesos.

—¿Podemos ir a verlo?

—No. —Él me rodea los hombros con un brazo y apoya su


mano sobre mi pecho, sus dedos acariciando la piel sensible—. Pero
podemos ir a casa y crear nuestra propia versión.

De todos modos, eso suena muchísimo mejor.

Después de una parada en la tienda de Hershey's para


comprar una fresa cubierta de chocolate, nos vamos.

—Solía pensar que el Strip eran solo un par de manzanas de


hoteles abarrotados —digo, mientras devoro mi golosina.
—¿Qué pensaste cuando lo viste por primera vez?

—Lo odié. —Me encojo de hombros—. Ninguna de mis


experiencias aquí ha sido buena.

—Cambiaremos eso.

Ya lo estamos haciendo.

Maximo me limpia una mancha de chocolate del labio inferior.

—¿Qué quieres ver después?

Me tomo un momento antes de darle la única respuesta que


tengo:

—Todo.

Y eso hacemos. Bien, puede que todo no sea literalmente,


porque hay no mucho que podemos hacer en un día. Pero hacemos
mucho, incluyendo ver el arrecife de tiburones en el Mandalay Bay
y conseguir un primer plano y aterradora visita a los flamencos,
cisnes enfurecidos y tortugas del Flamingo.

Cuando llega la hora de cenar, nos detenemos a comer en el


paseo marítimo de The Linq. Doblo mi consumo de perritos
calientes, esta vez con papas fritas.

—¿Te estás divirtiendo? —Maximo pregunta, justo cuando me


meto mi perrito californiano en la boca.

Masticando la deliciosa y semi saludable bondad, asiento


enfáticamente. Trago saliva y me limpio la cara antes de decir:

—Menos los cisnes. —Doy una exagerada sacudida—. Pensé


que serían elegantes y graciosos, no imbéciles agresivos.

—Son violentos para proteger a su pareja. —Sus labios se


curvan hacia un lado—. Yo me identifico.

Su admisión que debería ser violento para mí no debería


hacerme feliz.

Pero lo hace.
Tomo un trago y le pregunto:

—¿Y tú? ¿Te diviertes?

Levantando la barbilla, admite:

—Más de lo que esperaba. He vivido aquí toda mi vida, pero


nunca me molesté en hacer turismo.

—¿Ni siquiera cuando eras niño?

Intento imaginármelo de niño, pero es imposible. Todo lo que


veo es un mini adulto sombrío o un adolescente melancólico y algo
me dice que no estoy muy lejos.

Él se encoge de hombros.

—No eres la única que odiabas el Strip.

—¿Por qué? —pregunto, queriendo saber más sobre él.

—Es una larga historia —evade, y no le insisto.

A veces -probablemente la mayoría de las veces- el pasado


pertenece al pasado. Dios sabe que no quiero ahondar en mi
historia.

Tomo otro bocado, la mitad de los ingredientes se derraman


por el otro lado del pan.

—Voy agarrar un tenedor —dice Maximo, ya de pie.

—Y servilletas.

Y tal vez un babero.

Veo a Maximo moverse entre la multitud, sin importar que él


no esté en una de sus propiedades. La gente sigue respondiendo a
su aire de autoridad, su tamaño y la peligrosa vibra que emana de
él. Podría prescindir de la forma en que algunas mujeres se detienen
a mirar, pero ya que él no las mira a ellas, no me importa.

Él es ardiente. Sería imposible no darse cuenta.


Agarrando una papa frita, me paro en seco y me quedo helada.
Se me eriza el vello de la nuca y un escalofrío me recorre la espalda.
No puedo quitarme la sensación que me observan.

Inadvertidamente, miro por encima del hombro, pero nada


llama mi atención.

He tenido esta sensación durante todo el día. El hecho que


Maximo sea el rey del mundo atrae mucho la atención. Al igual que
su frecuente PDA7, que va más allá del afecto y roza en lo obsceno.

Probablemente hacemos un buen espectáculo para que nos


miren.

La sensación se desvanece y otra exploración de la zona


confirma que no pasa nada, así que vuelvo a lo que importa.

La comida.

Después de cenar -y de una parada rápida para comprar un


cupcake cubierto de chispitas- Maximo pregunta:

—Ahora que te has enfrentado a la montaña rusa, ¿vamos a


subir a la High Roller?

Las delicias que había devorado se revuelven como cemento


en mi estómago ante la idea de subirme a la rueda gigante.

Al leer mi expresión, él se ríe.

—No lo creo.

Él me rodea con un brazo mientras seguimos caminando calle


abajo para montar en las góndolas antes de visitar Bauman Rare
Books. Apenas respiro mientras ojeo las estanterías de libros
antiguos, increíblemente caros.

Cuando finalmente me arrastro lejos de los tesoros,


retrocedemos por el Strip.

7PDA es una abreviación de public display of affection (Demostracion de


afecto en público.
Con la puesta de sol, la vida nocturna cobra vida y transforma
Las Vegas de familiar a la Ciudad del Pecado. El aire caliente está
conectado con la emoción y depravación. La gente está lista para la
fiesta mientras salta de un complejo a otro.

Al entrar, susurro un "Guau" lleno de asombro.

Flores de cristal cuelgan boca abajo del techo, un estallido de


colores luz y belleza.

El caballo de cristal y los jardines florales son preciosos, pero


la fuente de chocolate más alta del mundo es la estrella. Por
desgracia, está detrás de un cristal, si no, me habría zambullido
con la boca abierta.

Maximo mira el reloj.

—Hora de irse.

Maldición.

Caminando fuera, mi decepción crece cuando veo que las


fuentes todavía no están activas.

Me detengo en el borde abarrotado del andén.

—¿Podemos quedarnos un poco más?

—No. —Es todo lo que dice antes de agarrarme de la mano y


volver a caminar.

Doble maldición.

Maximo rara vez me dice que no, así que me siento mal por
enfadarme por ello. Ha sido un día largo, sobre todo para él, que se
levantó a las cinco como usualmente hace. Eso no me impide
ralentizar mis pasos como un niño petulante que se detiene a la
hora de acostarse.

Por supuesto, él se da cuenta.

—Juliet.

—Maximo —me burlo.


—Tienes suerte que no te arrastre a nuestra habitación,
mocosa.

Un escalofrío me recorre, pero me concentro en sus palabras


y no en la amenaza.

—Creí que era allí adonde íbamos.

Él no responde verbalmente, pero con su cara de perfil, puedo


ver el más mínimo indicio de una sonrisa. En la acera, nos hace
girar en dirección opuesta a nuestro hotel y continuamos
caminando hasta que llegamos a un guardia de seguridad apoyado
en una barrera de hormigón.

—Black —dice el hombre, apartándose para que Maximo y yo


podamos ocupar su lugar.

Maximo le estrecha la mano.

—Dile a tu jefe que estoy en deuda con él.

—Sabía que dirías eso y me ha dicho que están a mano.

Mientras el hombre se aleja, Maximo se coloca detrás de mí,


sus brazos a ambos lados de mi cuerpo, aprisionándome. Bajando
la cabeza, su voz baja retumba en mi oído:

—¿Qué es lo que más te gustó de lo que hicimos?

—Todavía no lo hemos hecho.

—¿Crees que las fuentes serán tus favoritas?

—No, creo que montar en tu cara lo será.

—Cristo, debería haberte arrastrado a la habitación. A


cualquier puta habitación. —Presionando más cerca, envuelve un
brazo alrededor de mi pecho, su mano casualmente descansando
contra mi seno.

Me inclino hacia él, suspirando feliz.


Toda la bondad derretida que fluye a través de mí como la
fuente de chocolate caliente se desvanece cuando vuelve la
sensación de ser observada.

—¿Qué pasa? —Maximo pregunta, todo rastro de calor en su


voz reemplazado por la alerta.

Inclino la cabeza para no tener que gritar:

—Me siento como si nos estuvieran observando.

—Lo estamos.

Se me cae el estómago.

—¿Qué?

—Marco estaba de guardia antes. Ash está ahora.

—¿Qué? —repito.

Bajando su cabeza junto a la mía, Maximo se toma un


momento antes de señalar hacia donde Ash está de pie junto a la
barandilla cerca de unos árboles.

—¿Nos han estado siguiendo todo el día? —Niego con la


cabeza—. ¿Cómo no me di cuenta?

—Porque son buenos en su trabajo.

—¿Por qué nos han estado siguiendo? —Pienso en el trabajo


de Maximo, tanto el legal como el ilegal. Mientras la preocupación
me oprime el corazón y los pulmones, dificultándome la respiración,
me giro y le agarro de la camisa—. ¿Tienes enemigos?

—Todo buen empresario los tiene. Pero nada que me ponga a


mí o más importante, a ti, en peligro. Solo hacen su trabajo.

Supongo que ser guardaespaldas es más fácil si estás cerca


del cuerpo que estás protegiendo.

Miro hacia donde sé que está Ash, pero apenas si puedo verlo.

—¿Ellos siempre te siguen?


—A menos que esté en casa o en una de mis propiedades. Pero
les dije que mantuvieran su distancia hoy. —Él me gira para mirarlo
de frente, envolviéndome en su agarre de nuevo—. Te quería para
mí.

Estoy en muchos problemas.

El primer chorro de agua sale disparado de la fuente.


Coordinado con la música, el espectáculo es increíble y hermoso.

Pero tal como lo predije, montar la cara de Maximo es mi parte


favorita del mejor día de mi vida.
JULIET

—Tú vienes a Star conmigo ahora.

Me sobresalto al oír la voz de Maximo cuando salgo del baño


sin más que una toalla. No esperaba que estuviera en casa, y mucho
menos en nuestra habitación.

Pasé un glorioso fin de semana con él en Moonlight y en el


Strip antes que la agenda de Maximo se volviera loca otra vez.
Durante casi tres semanas, él ha estado muy ocupado
preparándose para un gran torneo de póquer. La mayoría de los
días, solo lo veo cuando me despierta con su lengua, sus dedos o
su polla, pero hay noches que ni siquiera hace eso.

Es una mierda, y lo echo de menos.

Y al parecer es mutuo.

La excitación se dispara a través de mí. Ya habíamos planeado


para que fuera al comienzo del torneo, pero pasar todo el día es aún
mejor.

—De acuerdo.

—Vera te hará la maleta, pasaremos el fin de semana.

—De acuerdo —repito.

Él se acerca a mí, como un elegante depredador ante la


ansiosa presa.
—¿Así de fácil? —Sin darme la oportunidad de responder, me
agarra la cabeza y la inclina. La lujuria y algo más brillan en su
mirada mientras murmura—: Siempre así de fácil.

Que me llame fácil podría ser un insulto, pero como me lo dijo


con el mismo tono elogioso que usa cuando me llama su niña
buena, lo tomo como un cumplido.

Los ojos de Maximo se posan en mi boca.

—Quiero esos labios alrededor de mi polla.

—De acuerdo —le digo al instante porque realmente siempre


soy fácil con él.

—No hay tiempo —continua, aunque no hace ningún


movimiento para apartarse.

Aprovechando su cercanía, le desabrocho el cinturón y el


pantalón.

—Solo un minuto.

El fuego en él crece a un infierno furioso mientras me ve caer


de rodillas. Su voz es cruda y áspera cuando cede:

—Un minuto.

Libero su polla, que ya está dura, y lamo toda su longitud


antes de metérmelo tan profundo como puedo.

Duramos más de un minuto.

Maximo no se queja.
Star es más pequeño que Moonlight, pero igual de hermoso.

En realidad, puede que sea más bonita, con sus remolinos de


azulejos negros y azules y sus detalles plateados y brillantes.

Al igual que Moonlight, Star tiene un tema y se ciñe a él. El


vestíbulo está lleno de flores de estrellas. Estrellas fugaces
proyectadas se deslizan por el techo negro. Puntos y franjas
plateadas lo cubren todo, desde las paredes hasta las sillas de la
sala de juegos.

Hay un gigantesco mural azul y morado de una hermosa


mujer hecho de estrellas.

—¿Quién es? —pregunto, hipnotizada. Me recuerda a una


ilusión óptica, y cuanto más lo miro, más me convence.

—Asteria, diosa de las estrellas.

Debería haberlo adivinado.

Mientras recorremos la ya abarrotada planta principal, mis


ojos lo observan todo. Enfoco en Maximo para encontrarlo
mirándome.

—¿Qué? —pregunto, con el rostro enrojecida.

Él se detiene de repente y me atrae hacia él, sin importarle


que estemos en público. La PDA nunca ha sido un problema para
él.

—Me gusta ver tu reacción. Ash dijo que me la perdí en


Moonlight. —Me estudia como si pudiera leer todos mis
pensamientos y secretos—. Me alegro de no habérmelo perdido esta
vez.

Mi corazón se estruja, toda su intensidad dirigida a mí es


abrumadora y estimulante.

Un zumbido corta la espesura.

—Mierda, tengo que atender esto. —Maximo suelta su mano


para sacar su celular—. Black. —Él guarda silencio un minuto
antes de decir—: No, quiero el que yo elegí. —Pasan otros latidos
mientras se frota con una mano tatuada la mandíbula apretada.

Es inapropiado echarle un vistazo mientras está enojado, pero


lo hago de todas formas.

Tan ardiente.

—Envíalo por email. —Él cuelga y me presta atención—. No


puedes mirarme así cuando estoy al teléfono. Cristo, solo tú puedes
ponérmela dura mientras estoy lidiando con mierda.

Dios, sus palabras obscenamente dulces son tan buenas para


mi ego, pero tan peligrosas para mi corazón.

Guardando bien ese pensamiento, pregunto:

—¿Todo bien?

—La misma mierda, un día diferente. —Descarta—. Tengo que


ir a mi oficina y ocuparme de ello. ¿Tú o Vera metieron el iPad en la
maleta?

Asiento.

—Está en mi bolso.

—Haré que Marco lo lleve a mi despacho. —Sus pulgares


vuelan por la pantalla de su celular antes de guardárselo en el
bolsillo y rodearme con un brazo. Me conduce a un pasillo con un
letrero negro y plateado de Black Resorts. Hay una fila de
ascensores y luego uno con la huella del pulgar.

—¿Puedes añadir mi huella dactilar? —pregunto, mientras la


puerta se abre y entramos. Nunca llegué a preguntárselo en
Moonlight, sobre todo porque cada vez que estábamos en el
ascensor, mi boca estaba ocupada.

Sus labios se inclinan mientras pulsa un botón.

—Más tarde.

—Yay.
—Cristo, eres linda.

Me gusta cuando me llama palomita en primer lugar y mocosa


en segundo. Llamarme linda en su tono tierno y divertido está en
tercer lugar.

Las puertas se abren un momento después y entramos en una


lujosa sala de espera de cristal y hierro forjado. Hay sillas vacías en
la pared frente a la fila de ascensores. Una barra de cromo y hierro
sostiene una cafetera y suministros que estoy deseando utilizar.

Maximo me agarra de la mano y camina, señalando las cosas


a su paso.

—Cuarto de baño. El despacho de Cole. El de Ash, aunque


ninguno de los dos los usa más que para jugar al Madden. Sala de
conferencias. —Él desbloquea y abre la última puerta.

Enorme, intimidante, y parece simplemente caro e


infinitamente ¿poderoso?

Sip, definitivamente es la oficina de Maximo.

Junto con el típico escritorio con sillas delante, hay un sofá y


una mesa de café, una mesa de juntas con sillas, un bar igual al
del vestíbulo -aunque en el suyo no hay café, sino alcohol- y una
pared de monitores como en casa. La amplia ventana detrás de su
escritorio ostenta una hermosa vista.

Puedo imaginármelo recostado en su silla, agarrando un vaso


de whisky mientras mira melancólico a lo lejos.

Un rey supervisando su reino.

Vuelvo a mirar a mi alrededor antes que se me ocurra algo.

—¿No tienen una recepcionista?

—Múltiple.

Me asomo y miro fijamente a la sala de espera vacía. Bajando


mi voz con dramática preocupación, pregunto:

—¿Puedes verlas ahora mismo? ¿Te hablan?


—Mocosa. —Retrocediendo desde la oficina, me engancha por
la cintura, llevándome con él. Entramos en el ascensor, y pulsa un
botón cuatro pisos hacia abajo.

Cuando se abren las puertas, aparece otro vestíbulo muy


amplio. Un largo mostrador de recepción ocupa toda la pared
opuesta, y al menos hay cinco personas sentadas tras él, aunque
puede que haya más que no pueda ver. En la pared cuelga una
enorme versión del letrero en negro y plateado de Black Resorts.

Los ojos se vuelven hacia nosotros y se detienen cuando ven


a Maximo. Se vuelven obsesivos cuando ven que él no está solo.
Pero él no reconoce a nadie, me agarra de la mano y sale. Señala el
mostrador.

—Recepcionistas. —Nos dirige hacia un largo pasillo—.


Despachos y salas de conferencias. —Volvemos a abrir el ascensor,
entramos y señala hacia arriba—. Tres plantas más de
recepcionistas, oficinas y salas de conferencias.

Wow.

Lógicamente, sé que ni siquiera Maximo podría dirigir él solo


todo un resort, pero es sorprendente lo extensa que es la parte
comercial.

—¿Por qué no tienes ninguna en tu piso? —le pregunto.

—Me gusta mi privacidad.

Sabiendo incluso un poco acerca de algunos de sus negocios,


tiene sentido.

Él abre de nuevo su despacho y se hace a un lado para que


yo entre. Mi iPad está en la mesita, junto con una bolsa de papel y
un gran vaso desechable que estoy rezando para que esté lleno de
café hasta el borde.

Antes que pueda investigar, Maximo me gira hacia él.

—Si te aburres, puedes ir a pasear con Marco o quedarte en


nuestra habitación de arriba.
—Estaré bien.

¿Quién puede aburrirse con un café y un buen libro?

Moviéndose hacia atrás del escritorio, se quita la chaqueta y


la cuelga en una percha. Se arremanga la camisa para mostrar sus
antebrazos tatuados antes de sentarse en su escritorio.

Permítanme que lo revise.

¿Quién puede aburrirse cuando tiene café, un buen libro y un


hombre increíblemente sexy al que mirar?

Estoy aburrida.

Leer en la oficina fue divertido.

Aunque me siento un poco acosadora, observar a la gente en


la pared de monitores también fue divertido.

Hacer el tonto con frecuencia fue superdivertido.

Pero ver a la gente jugar al póquer no fue divertido.

No entiendo el atractivo.

Definitivamente no entiendo por qué se van a la quiebra, se


meten en profundo con prestamistas, o pierden sus casas por ello.

Está claro que lo divertido es jugar, pero sigue pareciéndome


tedioso. Al menos la ruleta tiene una gran rueda. El Craps tiene
dados. Las tragamonedas tienen luces parpadeantes, ruidos y
juegos de bonificación. Esas parecen más entretenidas que mirar
las cartas.
De pie a un lado de la larga sala, Maximo habla con Georgie,
la mujer que dirige los torneos. Intento ver si ocurre algo interesante
en las mesas.

Sorprendentemente, ya no duele mirarlos. La culpa no me


ahoga. No siento nada.

Excepto el mencionado aburrimiento, claro.

Pensé que estaba haciendo un buen trabajo ocultándolo, pero


Maximo envuelve su brazo alrededor de mí y me acurruca contra él,
con la frente pegada a su costado.

—Solo unos minutos más e iremos a comer.

—Tómate tu tiempo, estoy bien —digo medio cohibida porque


estuve lista para irme cinco minutos después de llegar.

Sus ojos se entrecierran y su mano baja hasta mi culo.


Cuando vuelve Georgie, me agarra la mejilla con tanta fuerza que
tengo que ahogar un grito.

Después de otros diez minutos, Georgie se va para hacer su


recorrido y Maximo se vuelve hacia mí.

—Vámonos.

—Espera, se acaba de poner emocionante —digo, mirando a


la mesa donde dos personas han apostado todas sus pilas de fichas
fuertes.

Dan la vuelta a sus cartas, pero no puedo ver lo que tienen.


Después que el crupier añade el giro a la fila de cartas, es obvio que
uno de los hombres ha perdido por sus maldiciones y su ceño
fruncido. Él tiene más fichas que su oponente, así que no queda
fuera, aunque su pila se reduce significativamente.

Anticlimático.

—Creo que prefería cuando estabas encerrada en casa —dice


Maximo, apretándome más contra él.

—¿Por qué?
—Soy codicioso. Me gusta tenerte toda para mí. Para que solo
te vea yo.

Claro, es un cavernícola nivel posesivo. Y, sí, él es exagerado.


Loco. Directamente disfuncional.

Pero me encanta.

—Si alguien me está mirando… —Le pongo la mano en el


pecho—. probablemente tenga algo que ver con que me toques el
culo como si fuera una pelota de baloncesto.

—No, están mirando porque verte con esa maldita falda hace
que un hombre desee poder cogerte y meterse en ese dulce coño. —
Como si sus propias le cabrearan, sus ojos se vuelven fríos mientras
escanea la habitación.

La antipatía en su mirada oscura debería asustarme.

Y lo hace, pero en el buen sentido. Me gusta la sensación. El


poder. El peligro.

El fuego.

Así que juego con ello.

Estiro la pierna y me subo un poco la falda.

—Esta ni siquiera es tan corta como la que empaqué para


mañana.

—Juliet —me advierte.

—Ni siquiera estoy segura que esa cubra la parte inferior de


mi culo.

—Ese culo va a estar ardiendo y rojo si sigues así.

Inclino la cabeza como si estuviera pensando, pero es solo


para darle un claro vistazo de la mordedura de amor que dejo en mi
cuello y para llamar la atención a mi cola de caballo, dos cosas que
lo vuelven loco.
—Y ahora que lo pienso, podría ser demasiado apretado para
llevar bragas.

—Espero que te estés divirtiendo, Juliet, porque ahora estoy


reemplazando toda tu ropa con mis sudaderas y camisetas para que
nadie vea lo que es mío.

Me estoy divirtiendo. Muchísimo.

Inclinándome hacia él, le susurro:

—Sabes que eres el único que me ha visto, papi.

Su agarre en mi culo se aprieta, y no hay retención de mi


gemido.

—Y soy el único que te va a ver. —Su voz es grave y áspera—


. Este es mi culo. Mi dulce coño. Mi palomita.

Peligro, peligro, peligro.

No puedo soportarlo cuando dice cosas así.

Ignorando la forma en que mi corazón se hincha ante sus


palabras, le doy una inocente sonrisa.

—De todas formas, la falda cubre más que el traje de baño


que traje. Esa cosa es básicamente cuerdas con pequeños retazos
de tela.

Esta es la gota que llena el vaso.

Agarrándome de la mano, Maximo sale furioso de la


habitación. Prácticamente tengo que trotar para seguir sus largas
zancadas. No puedo ver su expresión, pero basado en su paso y la
rigidez de su musculoso cuerpo, no está contento.

Lo que significa que estoy a punto de ser castigada.

Yay.

No disminuye la velocidad hasta que llegamos al ascensor, las


puertas apenas se cierran detrás de nosotros cuando me pone
contra la pared.
Me encanta el fuego.
JULIET

He creado un monstruo.

No, eso no es verdad.

Él siempre ha sido un monstruo.

Pero ahora él es mi monstruo.

Sentado en su despacho al día siguiente, Maximo me acomoda


en su regazo. Él me aprieta contra su erección. Tocándome a través
de mi short, me pone al borde antes de anunciar:

—Tengo que irme.

—Pero papi —jadeo, ya enloquecida y a punto de estallar.

Él me ha estado tentando todo el maldito día. Llamándome a


su escritorio, poniéndome necesitada y luego enviándome de vuelta
al sofá.

E incluso sabiendo lo que se avecina -o lo que no se avecina,


en mi caso- acudo a él cuando me llama. Lo dejo tocarme.

Dejaría que me follara si lo intentara, pero, maldita sea,


nunca lo hace. A él solo le gusta azotarme hasta el frenesí y dejarme
sufrir.

—Solo tardaré un par de horas, paloma —dice Maximo, sus


labios y dientes rozando mi cuello—. Puedes pedirle a Ash que te
lleve a ver las tiendas.
Sí, un gran no a eso. Aprendí después del fin de semana en
Moonlight que ir a las tiendas no es mirar estantes. Llegué a casa
con bolsas y cajas de los artículos que había mirado con anhelo,
incluidos los tacones con tachuelas.

—Ya veremos —digo, suponiendo que Ash es tan observador


como Marco.

Agarrándome de las caderas, Maximo aprieta mi culo contra


su polla una vez más antes de levantarme para ponerme de pie.

Me siento en el borde de su escritorio y miro el portarretrato


doble que tiene junto a su monitor, sonriendo ante las fotos de
nosotros en New York-New York. Las quiero para mis propios
recuerdos, pero Maximo imprimió suficientes copias para tener un
juego en cada uno de sus escritorios. La de nosotros besándonos
no parece apropiada para el trabajo, pero él es el jefe. ¿Qué va a
hacer, despedirse a sí mismo?

Él se pone de pie y veo cómo se desenrolla las mangas y se


abotona los puños antes de ponerse su chaqueta.

Es como un striptease a la inversa, pero no por ello menos


sexy.

—Hagas lo que hagas, asegúrate de estar vestida y lista a las


cinco —me ordena de una manera autoritaria que me hace mojar—
. Pasaremos por el torneo y luego a cenar.

—De acuerdo —digo, aunque la parte del torneo suena poco


emocionante.

Llaman a la puerta y Maximo dice:

—¿Sí?

Cole la abre y me dedica una pequeña sonrisa antes de


preguntar:

—¿Listo, jefe?

Maximo levanta la barbilla, apaga su pared de monitores de


seguridad acosadores, y se guarda el teléfono.
—Haz lo que quieras, pero quédate con Ash.

Me levanto e imito su gesto.

—Entendido, jefe.

Él niega con la cabeza, pero puedo ver la diversión curvando


su labio antes de verle la espalda mientras sale por la puerta.

Una vez que él se va, Ash se acerca a la puerta.

—¿Cuál es el plan? ¿De compras? ¿Nadar? —Sus hoyuelos


aparecen incluso mientras contiene una sonrisa—. ¿Cine en 4D?
¿Almuerzo?

—¿Qué es eso?

—¿Almuerzo? Es una comida que tomas entre el desayuno y...

Pongo los ojos en blanco.

—La parte del cine en 4D.

—Es como un cine, pero en 4D.

—Sabelotodo.

—Maximo dijo que no pudo enseñártelo ayer, pero pensó que


te gustaría.

No estoy segura de lo que es un cine 4D, pero es uno más que


el 3D así que tiene que ser bueno.
El cine 4D es mucho mejor que el 3D. El cortometraje
inmersivo hace a los espectadores sentir como si estuvieran
montados en una montaña rusa a través del sistema solar. Las
sillas se mueven y vibran; ráfagas de aire frío y caliente caen
alrededor. Llueven burbujas y salpicaduras de agua.

Y, lo mejor de todo, mis pies permanecen firmes en el suelo.

Es mi tipo de montaña rusa.

Tanto, que arrastré a Ash varias veces seguidas.

Cuando terminamos, caminamos por la sala de juegos hacia


los restaurantes.

—Moonlight tiene el espectáculo de láser y aquí está lo del 4D.


¿Qué trucos hay en sus otros casinos?

—Sunrise tiene una torre de caída de doscientos pies.

¿Doscientos pies? ¿En el aire?

Guacala.

No, gracias.

Él sonríe satisfecho.

—No me imaginé que eso estaría en lo alto de tu lista para


probar.

—Nop, definitivamente no. ¿Y Nebula?

—El truco de Nebula es que es tan caro como...

—¡Eh, imbécil, mira por dónde vas! —grita alguien delante de


nosotros.

—¿Con quién mierda te crees que estás hablando? —replica


otro tipo.

Ash no interviene ni se detiene para llamar a seguridad.


Poniendo una mano entre mis hombros, se mantiene cerca y
aumenta su ritmo para alejarnos de la pelea en ciernes.
Pero sucede rápido, de la calma al caos en menos de un
segundo. Los dos hombres se lanzan el uno contra el otro.
Agarrándose, ellos se golpean antes de chocar con nosotros.
Cayendo en un cumulo, sus cuerpos luchando aterrizan sobre Ash.

Me caigo sobre mi culo y golpeo mi cabeza contra la pared.


Cierro los ojos contra la ráfaga de dolor, pero los abro de golpe
cuando alguien me agarra del brazo y tira de mí. Espero que sea un
guardia de seguridad o Ash, pero es la cara sonrojada y sudorosa
de Mugsy Carmichael.

—Vamos, Juliet —dice, con sus ojos frenéticos mirando a mi


alrededor mientras me levanta.

Con las campanas de alarma sonando en mi cabeza, trato de


liberar mi brazo, pero su agarre se hace más fuerte.

—¡Ash!

Cubriéndome la boca con una palma húmeda y con olor a


cigarro rancio, Mugsy nos arrastra hacia adelante y me utiliza para
empujar y abrir una oscura salida de emergencia. Trato de alcanzar
la alarma, pero no suena nada.

Nada, excepto las campanas de alarma de mi cabeza que se


convierten en sirenas de catástrofe.

Intento agarrarme al marco de la puerta, pero me empuja


afuera tan fuerte que caigo al suelo. Ignorando el ardor de las
rozaduras frescas en mis rodillas y palmas de las manos, me levanto
para correr. Antes que pueda dar un solo paso, él está en mi
espacio.

Me agarra por los brazos y me dedica una sonrisa socarrona,


pero la frustración tensa los rasgos de Mugsy.

—He venido a rescatarte. Después de ver a Maximo


arrastrándote ayer, marcada y manejada como un pedazo de
propiedad, supe que tenía que sacarte de aquí antes que sea
demasiado tarde. Yo cuidaré de ti.

¿Ellos?
La forma en que habla y la mirada maníaca de sus ojos hacen
que el terror me invada por dentro.

—¡Suéltame! —grito.

Sorprendentemente, él me escucha y suelta uno de mis


brazos. Giro sobre mí misma, pero su agarre en mi otro brazo se
mantiene firme, apretando hasta que estoy segura que dejara
moretones.

Se me sube la bilis a la garganta cuando baja la mano para


tocarme el culo, pero solo me saca el móvil del bolsillo trasero y lo
tira contra el edificio.

Mierda, mierda, mierda.

Ahora Cole no puede rastrearme.

Incluso mientras lucho contra él, Mugsy empieza a


arrastrarnos por el pasillo antes de girar a un estrecho sendero que
discurre entre dos partes del edificio. Pierdo de vista la puerta. No
puedo ver ninguna puerta. Pero lo que puedo ver es un auto
estacionado al final.

Oh, diablos, no.

El miedo me aprieta el pecho y respiro entrecortadamente.

Sé inteligente. Calma. No es la primera vez que alguien viene


por mí.

Frenéticamente escudriño la zona, no hay nadie más


alrededor.

Dudo que alguien dentro pueda oírme gritar, un pensamiento


escalofriante.

Como es poco probable que venga alguien a rescatarme, eso


significa una cosa.

Depende de mí salvarme.

No soy lo suficientemente fuerte como para desafiar a Mugsy


en una pelea, pero podría sin esfuerzo correr más rápido que él si
solo aflojara su agarre. Correr más rápido que una bala no sería tan
fácil, pero es un riesgo que estoy dispuesta a correr.

Como tirar de mi brazo no funciona, opto por la simpatía.

—Me haces daño.

Debería saber que él no es capaz de sentir preocupación por


nadie más él mismo. Apretando más fuerte, su tono se vuelve serio:

—Maximo Black mató a tu padre, Juliet. Tienes que venir


conmigo antes que te haga lo mismo a ti.

Y ahí es cuando, a pesar de mis mejores intenciones de jugar


inteligentemente, la cago.

Porque lo olvido.

Me olvido de actuar sorprendida. Angustiada. Enfadada.


Vengativa. Ni siquiera se me ha ocurrido fingir que me importa una
mierda enterarme del asesinato de mi padre.

Shamus estaría orgulloso, por fin estoy actuando como él.

Mugsy se da cuenta de mi falta de reacción y entrecierra los


ojos. Cualquier atisbo de falsa preocupación desaparece en un abrir
y cerrar de ojos.

—Pensamos que Black te estaba forzando. Que te mentía.


Pero sabías que él mato a Shamus, ¿verdad? Y aun así te
prostituiste con él. Traicionaste a tu padre para poder vivir en esa
gran mansión y sentirte como alguien en el Strip.

Esos ojos que sentí sobre mí en el Strip.

No eran solo los de Marco y Ash.

Mugsy hace una mueca de disgusto.

—¿Qué clase de hija le haría eso a su padre? Gracias a Dios


que Shamus murió antes de descubrir que su Jule-bug es una puta
y una rata.
Sus palabras me golpean como una bala de cañón en las
tripas, quitándome el aliento mientras derriban el muro que
construí alrededor de mi culpa. Me inunda, amenazando con
desgarrarme y derribarme.

Me contengo porque si me lleva al final del pasillo, la mierda


irá de mal en peor. Lo sé hasta la médula.

—Ven conmigo, arreglaremos esto. —Su voz es paciente y


firme, como un padre que trata con el hijo que se porta mal—. Estás
perdida. Confundida. No traicionarías así a tu propio padre.

—Tienes que dejarme ir o Maximo te matará —miento.

Porque no importa lo que él haga, Maximo va a matarlo.

—Estoy tratando de salvarte —miente de vuelta—. Él te está


entrenando para poder venderte al mejor postor o ponerte a trabajar
como una de sus putas en las peleas. Es su modus operandi. Le
gusta domar chicas ingenuas antes de enviarlas para hacer dinero.

Maximo no haría eso.

¿No es cierto?

No respondo más allá de intentar apartarme.

Agarrándome la cara, Mugsy aprieta mis mejillas hasta que


rozan dolorosamente contra mis dientes.

—¿Te creías especial, Juliet? Tú no significas nada para él


más allá del sexo y el dinero. —Sacude la cabeza con lástima—. Es
un multimillonario que ha salido con actrices, con modelos,
socialités. ¿Por qué querría a una basura blanca don nadie cuando
podría tener a cualquiera en el mundo?

De nuevo, sus palabras apuntan a un punto de debilidad, y


dan en el blanco.

Golpean duro.

¿Por qué me elegiría a mí? Tener sexo conmigo, claro, lo


entendía. Pero más allá de lo físico, ¿por qué Maximo con toda su
belleza, poder y dinero, ¿querría estar con una basura? Esa
pregunta ha estado acechando los bordes de mi mente, invadiendo
al azar una y otra vez. Mis inseguridades son un hilo suelto y esa
pregunta tira de ellas, dejándome deshilachada. Como si pudiera
deshacerme.

Como si yo fuera temporal.

¿Soy solo la última de una larga lista de chicas apenas legales


y vírgenes?

¿Me va a dejar de lado cuando llegue la siguiente? ¿O querrá


que yo sea una de las chicas en las peleas, con los políticos
esnifando cocaína de mis pechos y los peces gordos metiéndome
mano?

Quiero jurar que él no lo haría, pero toda una vida de traición


y dolor me ha enseñado a no confiar nunca en nadie.

Y eso incluye sin duda a los gánsteres babosos y turbios como


Mugsy. Intento una vez más liberar mi brazo de su agarre, pero éste
es férreo. Así que grito tan fuerte como puedo.

—¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude!

—Cierra la puta boca, zorra. —Me sacude tan fuerte, que creo
que mi cuello puede romperse.

Me escapé de Marco esa primera noche. Esquivé a Cole y lo


encerré en una habitación.

No seré derribada por Mugsy Carmichael.

Golpeando, grito con fuerza.

¡Golpe!

Un dolor ardiente me recorre la mejilla donde él me ha


golpeado.

Su cara esta roja como un tomate cuando vuelve a hacerlo.


Me acerca violentamente con una mano, y utiliza la otra para
golpearme por tercera vez. Su estúpido y llamativo anillo se clava
en mi labio, desgarrándolo.

No sé qué me sucede, pero cuando el sabor metálico y las


gotas de sangre caliente resbalan por mi barbilla, sonrío.

No, yo me rio.

—Él te va a cazar —digo con naturalidad—. Nunca se


detendrá. Y cuando te atrape, se asegurará que tu muerte sea lenta
y dolorosa.

A Mugsy se le va el color de la cara, pero hincha el pecho y


balbucea:

—No será capaz de llegar a mí. Pero mientras lo intenta, ellos


te usaran como la puta que eres. Él ni siquiera te querrá cuando
ellos terminen contigo. —Su inmensa sudoración se convierte en
una cascada por su gorda cara mientras saca una pistola—. Por
respeto a tu padre, dije que conseguiría que vinieras por tu cuenta,
pero eres tan codiciosa y hambrienta de dinero como el resto. Debí
haber dejado que ellos te usaran.

Cuando Maximo termine con él, deseará haberlo hecho.

Clavándome la pistola en el costado, Mugsy sonríe triunfante.


Él empieza a caminar, claramente esperando que lo siga.

No lo hago.

Por alguna razón, alguien me quiere. Quienquiera que sea


probablemente me quiere viva.

Lo que significa que Mugsy no va a dispararme. ¿Y si lo hace?


Bueno, la muerte es mejor que ser usada.

Descubriendo su juego, grito. Pateo. Balanceo mis brazos al


estilo molino de viento, con la esperanza de conectar.

Hago tanto ruido que alguien tiene que oírme.


Mugsy me agarra la cola de caballo con su palma sudorosa,
tirando con fuerza suficiente para hacer que mis ojos lloren, pero
sigo adelante.

Incluso cuando me abofetea.

Incluso cuando me golpea en el ojo con la culata de su pistola.

Incluso cuando lanza amenazas repugnantes que causan que


la bilis se suba desde mi estómago revuelto hasta alojarse en mi
garganta.

No voy a ser una víctima. Moriré antes que eso ocurra.

Y me llevaré a este imbécil conmigo.

Haciendo acopio de toda la voluntad, energía y furia que


tengo, dejo de luchar. Me paralizo. A través de ojos borrosos, ya
hinchados, veo el cuerpo de Mugsy relajarse por el cansancio y la
victoria. Pensando que ha ganado, él baja la guardia.

Y es entonces cuando ataco.

Lanzo mi peso hacia él, agarrándolo por sorpresa y


haciéndonos caer a los dos en la acera. Su cabeza se golpea contra
el implacable concreto, y pierde el arma y esta se desliza por el
camino.

Él trata de rodar, pero entre su propia gordura y yo, es una


tortuga atascada en su espalda.

—¡Mierda! ¡Suéltame, maldito!

Mis puños llueven. Mis uñas se clavan.

Nunca volveré a ser una víctima.

No soy una niña pequeña que recibe bofetadas. No soy


pequeña e indefensa contra puñetazos entrenados.

No voy a recibir un cuchillo por ese bastardo.

Yo decido quién me toca. Yo decido mi vida.


No una víctima.

No una víctima.

—¡Ya no soy tu maldita víctima, papá! —grito, sangre y saliva


salpicando.

—Estás jodidamente loca, zorra —me grita Shamus.

Pero él no es Shamus, por supuesto.

Shamus está muerto.

Maximo lo mató.

Al igual como va a matar a Mugsy.

Mugsy me empuja y yo ruedo hacia un lado. Me preparo para


una oleada de patadas o para que me tire del cabello, pero él
resuella mientras lucha por ponerse de pie.

Soy más rápida en encontrar mi equilibrio. Con él boca abajo,


yo podría ser la que le diera la embestida de patadas. Por mucho
que quiera, tengo una oportunidad, y la voy a aprovechar.

La venganza y la violencia pueden esperar.

Corro tan rápido como puedo hacia la puerta. Tiro y tiro pero
está cerrada.

Mierda.

Mierda

Mierda, mierda, mierda.

Tal vez puedo pasar a Mugsy.

Tal vez el auto al final del camino es una coincidencia.

O tal vez me atraparan, me arrastraran, me usaran y


escupirán como una nada sin valor.

No puedo permitir que eso ocurra.


Golpeo la puerta con los puños ensangrentados, deseando
que me oigan por encima del caos de las máquinas, las fichas y las
conversaciones.

Después de un momento que parece una eternidad, la puerta


se abre hacia mí, casi derribándome.

Alguien me agarra de los brazos y abro la boca. Mi grito muere


en mi garganta y el alivio me inunda cuando veo la mirada
horrorizada de Ash escudriñando mi maltrecho rostro.

—Maldición.

—Estoy bien —le ofrezco, sabiendo que probablemente me veo


peor de lo que me siento.

Lo cual no es difícil, en realidad, porque no siento nada.

Estoy física y mentalmente entumecida.

Sacando un walkie-talkie de su bolsillo dice:

—La tengo. Pasillo B-9. Registren el camino trasero y el


callejón de entregas. —Su mirada vuelve a mí—. ¿Quién?

—Mugsy Carmichael —digo sin dudarlo.

Él hizo su cama. Ahora puede pudrirse en ella.

Ash nos mete dentro, cerrando la puerta y bloqueándome con


su cuerpo. Estoy a punto de pedirle que me saque de aquí cuando
lo siento.

Como la calma que precede a un aguacero, la habitación se


vuelve eléctrica y salvaje.

Mis ojos se disparan hacia el final del pasillo justo cuando


Maximo entra furioso. Hay frialdad, calma, e inexpresividad en su
cara. Es una furia inconfesable. Atronadora.

No es un aguacero.

Es un huracán, dispuesto a destrozarlo todo a su paso.


Me quedo mirando, cautivada por cómo un hombre puede
llenar una habitación entera con su furia y malicia. Y él me devuelve
la mirada, como si nada más en la habitación, en el universo,
existiera excepto yo.

A medida que se acerca, me doy cuenta que no es solo la ira


lo que ensombrece su expresión.

Es desesperación.

Pánico.

Angustia.

Miedo.

Desenfrenada y cruda, su mirada oscura baja por mí,


observando cada rasguño, cada corte, cada mancha de sangre y
suciedad.

—Palomita —susurra Maximo con brusquedad, como si las


palabras salieran forzadas a través de la grava y el cristal.

Él me levanta en sus brazos, y me aferro a las solapas de su


chaqueta enterrando mi cara en su pecho. Quiero derrumbarme,
pero las lágrimas no salen.

—Carmichael —dice Ash.

Maximo no habla. Él solo se limita a abrazarme con fuerza


mientras empieza a caminar. Al cabo de un minuto, oigo el tintineo
del ascensor antes que entremos y los ruidos del casino
desaparezcan. Incluso cuando estamos solos, no aflojo mi agarre
mortal sobre él.

No hago más que temblar.

El ascensor se detiene y Maximo nos saca. Solo entonces lo


suelto, pero él no hace lo mismo. Me agarra la nuca y me estrecha
contra él. Sus labios presionan la parte superior de mi cabeza, y
nos quedamos así durante largos momentos en silencio.

Los dos solos.


Pero no en nuestro espacio.

Yo quiero nuestro espacio.

—Quiero irme a casa —digo, con las palabras amortiguadas


contra su pecho.

—Pronto.

El ascensor suena y vuelve a abrirse. Inclino la cabeza lo


suficiente para ver salir a Marco. No creo que él pueda ver muchos
de los daños, pero la rabia en sus ojos me dice que estoy
equivocada.

Él se va a la cocina y prepara una bolsa de hielo, envolviéndola


en una toalla antes de dársela a Maximo.

Maximo me acomoda en su agarre y la aprieta suavemente


contra mi cara.

—Trae a Pierce aquí.

—No necesito a un doctor —digo, pero debería ahorrarme el


esfuerzo ya que ellos me ignoran.

—Ash ya lo llamó —dice Marco.

—Haz que la seguridad revise todo el complejo. Cada maldita


esquina. Que Miles y Cole revisen las cámaras de hoy.

—Ayer también —digo.

Ambos pares de ojos furiosos se disparan hacia mí.

—¿Qué pasó ayer? —pregunta Maximo. Su voz es baja y


calmada, pero hay un filo en el borde, como si le hubiera ocultado
algo.

No soy yo quien tiene secretos.

—Él dijo que ayer te vieron arrastrarme por el casino. Ellos


pensaron que estabas enfadado conmigo.

—¿Él dijo quiénes eran ellos?


Niego con la cabeza.

Me sienta suavemente en la isla de la cocina. Enroscando sus


manos alrededor del borde y se inclina para que estemos
mirándonos a los ojos.

—Necesito que me digas todo Juliet. ¿Puedes hacer eso?

Asiento con la cabeza.

—Esa es mi chica.

Me encanta oír a Maximo decir eso, pero en este momento, las


palabras están huecas.

Vacías.

O tal vez sea solo yo.

¿Cómo me dejé meter tan adentro?

¿Cómo dejé que traspasara todos mis muros?

¿Cómo pude ser tan jodidamente estúpida?

Dejar entrar a la gente solo lleva al dolor y a la decepción.

Necesito espacio del hombre al que felizmente he dejado que


se apodere de todos los aspectos de mi vida. Cuanto antes hable,
más rápido conseguiré la distancia que necesito.

Empezando por la pelea de borrachos, hago lo que puedo para


contar todo lo que pasó.

Bueno, casi todo.

No les cuento lo que Mugsy dijo sobre mí traicionando a mi


padre. Tampoco comparto su afirmación que Maximo me está
entrenando. Usándome. Rompiéndome como si yo fuera otra chica
ingenua que no significa nada.

Que no soy nada.


No me atrevo a decírselo porque no quiero saber la verdad.
Quiero enterrar la cabeza en la arena un poco más.

Aunque no diga las palabras en voz alta, están ahí, un


constante eco atrapado en un loop de tiempo en mi cabeza.

Niña nada.

Puta Jule-bug.

Rata Jule-bug.

Temporal.

Mientras describo mi contraataque y placaje a Mugsy,


Maximo debe de darse cuenta que la sangre en mis manos no es
solo mía. Se aparta para agarrar una toalla húmeda con jabón.
Cuando me la pasa por la piel en carne viva, siseo ante la textura
áspera y el ardor.

Su fuerza disminuye, pero no se detiene.

—Tengo que quitarte la sangre de ese hijo de puta. —Mezclado


con la ira, hay un brillo de orgullo en los ojos de Maximo—. Valiente.
Mi chica con pelotas.

¿Soy su chica?

Las lágrimas me queman los ojos, aunque no tengan nada que


ver con el dolor de mis manos. El corazón me duele más que
cualquiera de mis heridas.

Máximo limpia el resto de la suciedad y la sangre con el mismo


tierno cuidado. Una vez que termina, me envuelvo en mis brazos,
deslizándome hacia atrás, más lejos en la isla.

Y él se da cuenta.

Por supuesto.

La preocupación frunce sus cejas mientras me estudia.


Cuando habla, su tono es firme y exigente:

—¿Eso es todo, Juliet?


Tengo que contener las palabras porque quiero obedecer a mi
papi. Ser su niña buena. Confiar en él.

Justo como él me ha entrenado a hacer.

—Eso es todo —miento.

Sus ojos se entrecierran, pero antes que pueda hablar, el


ascensor suena y se abre y aparecen Ash y el Dr. Pierce.

El doctor baja, pero Ash se queda dentro. Le ofrezco una


sonrisa, pero en lugar de recibir su sonrisa con hoyuelos, me doy
cuenta que se estremece antes que las puertas se cierren.

Debo de estar peor de lo que creo.

El Dr. Pierce y Maximo se ocupan de mí, limpiando los cortes


más a fondo y untándome pomada. Afortunadamente no hay nada
roto, que requiera de puntos, o que necesite un hospital.

Tal como dije.

Cuando terminan, el doctor Pierce me examina.

—La buena noticia es que parece peor de lo que es.

—Eso no es decir mucho porque se ve como el infierno —


Maximo retumba antes de captar mi ceño fruncido. Él se acerca
para acariciar mi cabello hacia atrás, y yo no me inclino hacia su
toque como suelo hacer.

Me pongo rígida.

Su mandíbula se tensa, un músculo salta, pero el doctor


Pierce capta su atención y le da una breve lista de cosas que debe
vigilar antes de marcharse.

Maximo me acerca a él y me levanta, volviéndose hacia Marco.

—Dame un minuto.

Él me lleva al dormitorio, me tumba en la cama y rebusca en


mi maleta y luego en la suya. Vuelve a colocarse frente a mí y me
agarra el dobladillo de la blusa.
Intento apartarme.

—Puedo hacerlo.

Él no responde verbalmente, pero me da la mirada.

Dejo de luchar, sabiendo que él no cederá. Es más fácil acabar


de una vez.

O eso creo.

Porque Maximo el Mandón es bastante difícil de resistir.


Cuando es gentil y atento, tratándome como si fuera preciosa, es
casi imposible.

Cuando me pongo mis pantalones cortos de algodón y una de


sus camisetas, me lleva al salón. Acomodándome en el sofá con una
manta innecesaria, dice:

—Voy a hablar con Marco y luego nos iremos a casa.

Pero no es mi casa. Es su casa.

Igual que mi maleta no es mía. Mi ropa no es mía.

Nada es mío.

Yo no soy nada.

El pozo en mi estómago crece a medida que la verdad se


asienta.

Es el principio del fin.


MAXIMO

—Ella me mintió.

—¿Sobre?

Me paso la mano por el cabello mientras paseo por el balcón.

—Algo más pasó con ese hijo de puta.

—Casi la secuestran —dice Marco—. Está cagada de miedo,


maltratada y dolorida. Es lógico que esté asustada.

—Esto es culpa mía. —La culpa me hiere como cuchillos en


las entrañas—. Me detuve a ver el torneo sin ella porque ayer estaba
aburrida. Si hubiera ido directamente a ella, ese bastardo no habría
sido capaz de conseguir sus putas manos sobre ella.

—Esto no es...

—Se supone que debo cuidar de ella. Se supone que debo


mantenerla a salvo. Pero alguien vino por mi mujer en mi propiedad.
Y casi se la lleva.

—Jefe, contrólalo —advierte Marco—. Si entras ahí


pareciendo listo para asesinar a alguien, vas a asustarla más. Esto
no es sobre ti. No se trata de tu culpa o de la culpa de Ash o incluso
de Carmichael ahora mismo. Se trata de ella.

Mierda, él tiene razón. Estoy siendo un imbécil, haciéndolo


sobre mí mientras ella está sentada sola.
Arrastrando la palma de la mano por la cara, dejo a un lado
mi enfado para centrarme.

—Averigua qué captaron en las grabaciones de seguridad.

—Miles lo está revisando. Dijo que los borrachos afirmaron


que les pagaron para montar una escena y meterse con Ash como
una broma, pero ninguno puede describir al tipo más allá del fajo
de billetes que les dio.

Idiotas.

—Pregunta por ahí a ver a quién ha estado comprando


Carmichael —digo.

—Ash ya está cazando. Dudo que duerma hasta que termine.

—¿Tan malo es?

Marco se encoge de hombros.

—Ya sabes cómo es él.

Lo sé.

Maldición.

Tendré que lidiar con eso, pero nada de lo que le diga


significará una mierda hasta que encontremos a Carmichael. Eso
puede esperar.

Juliet no puede.

—Asegúrate que no pierda la cabeza cuando lo encuentre —le


digo.

Si no lo controlamos, es probable que Ash acabe con


Carmichael. Necesito información primero. Luego quiero que su
sangre manche mis manos.

Marco levanta la barbilla.

—¿Dónde lo quieres cuando lo encontremos?


—Planta de carne.

Al oír eso, él me dedica una rara sonrisa.

—A no ser que sea por esto, estaré ilocalizable durante la


próxima semana —digo—. No me importa una mierda si los edificios
se están quemando, alguien más puede tratar con ello.

—Entendido, jefe.

Abro la puerta para volver con Juliet.

Todavía acurrucada en el sofá y mirando al frente, ella parece


pequeña. Asustada. No se mueve hasta que Marco entra detrás de
mí y cierra la puerta.

Sus ojos, muy abiertos, me miran antes de seguir a Marco


mientras camina hacia el ascensor. Cuando él se va, ella baja la
mirada a sus manos.

Por Dios.

Voy a matar a ese hijo de puta.

Acercándome, me agacho frente a ella.

—¿Lista para ir a casa?

Ella duda, y joder si eso no me destripa. Después de unos


momentos, finalmente asiente.

La levanto y sus piernas se enroscan automáticamente


alrededor de mi cintura. Ella intenta soltarlas, pero bajo una de mis
manos a su muslo, manteniéndola en su sitio.

Cuando entramos en el ascensor, ella dice:

—Puedo estar de pie.

—Ya lo sé.

—También puedo caminar.

—Eso también lo sé.


—Pues bájame —ordena.

—No.

Me siento aliviado al oír que vuelve la actitud y el fuego.

—No puedes simplemente decir que no.

—Puedo y lo hice.

—Fanático del control —murmura, aunque sus labios se


inclinan hacia arriba.

—Mocosa.

Cualquier atisbo de ligereza que ella tenía, desaparece en un


instante. Ella bien podría ser una de las estatuas de abajo con lo
rígida que se pone.

—Bájame, por favor —intenta.

—No.

Apartando sus ojos apagados, su voz es igual de carente de


emoción.

—Me lastima las rodillas.

No le creo, pero no me arriesgare. La bajo a sus pies, y ella


inmediatamente da un par de pequeños pasos de distancia.

Si su vacilación me destripa, el poner distancia entre


nosotros, maldita sea, me mata.

Quiero atraerla hacia mí para asegurarnos a los dos que ella


está a salvo y conmigo. Pero no lo hago porque, en este momento,
no la tengo. Ella está a un millón de kilómetros de distancia.

No hablamos en el camino a casa. Juliet se queda pegada a


su puerta, tan lejos de mí como puede estar sin salir del auto. Sus
pies están apoyados en el asiento, y sus brazos abrazando sus
piernas dobladas.

Dios, mi palomita parece perdida.


Cuando llegamos a casa, ella se baja antes que estacione la
camioneta. La sigo por el camino y abro la puerta. Para cuando
apago la alarma, ella se encuentra en lo alto de la escalera.

La sigo de nuevo.

Ella me tiene tan atrapado, tan obsesionado, tan adicto, que


la seguiría a cualquier parte.

Giro por el pasillo y, como es de esperar, ella está en su cuarto


de costura. Pero en lugar de sentarse en su escritorio, está de pie
mirando fijamente a la gran pintura de paloma.

—Tienes que descansar —le digo.

Sorprendentemente, no discute.

—¿Puedo hacerlo junto a la piscina?

Asiento con la cabeza.

Ella se acerca, mirando hacia los lados mientras espera a que


me aparte de la puerta para poder pasar. Extiendo la mano y le toco
la coleta suelta.

Y ella se estremece.

Malditamente se estremece.

Pongo en blanco mi expresión, incluso cuando todo dentro de


mí está siendo viscerado.

Ya sea directamente o por orden, tengo mucha sangre en las


manos. He golpeado. He matado. He torturado.

Pero nada de lo que he hecho se acerca a lo que le haré a


Mugsy Carmichael una vez que lo encontremos.

Por más que quiero tomarla en mis brazos, me hago a un lado.

—Ve a cambiarte.

Sin decir una palabra, ella va hacia nuestra habitación.


Y al verla irse, mi instinto me dice que la estoy cagando al
darle espacio.

En lugar de seguirla, voy a buscar a Vera. Cuando la


encuentro en la lavandería, le pregunto:

—¿Te gustaría tener una semana libre?

Se le ilumina el rostro, pero no es por sí misma.

—¿Te vas a tomar tiempo libre?

—La semana.

—Bien. La necesitas. —Señala hacia arriba—. Ella también.

Aún más después de lo que pasó hoy.

No comparto esto porque si Vera se entera, no hay manera


que deje a Juliet.

—¿Cuándo? —pregunta ella.

—Ahora mismo.

Los ojos de Vera se abren de par en par antes de estrecharse


con desconfianza.

—¿Por qué tan pronto?

—Necesito algo de tiempo con Juliet —digo, lo cual no es


mentira—. Te conseguiré una habitación en Nebula, todo a mi
cuenta.

Sus ojos se vuelven enormes.

—No, eso es...

—Te estoy dando esto. Ve a casa y empaca. Estará listo


cuando llegues.

Captando mi despido, Vera suspira.


—Amor joven. —Dirigiéndose a la puerta agarra su bolso del
gancho antes de girarse—. Disfruta de tu semana. Relájate por una
vez.

Lo haré.

Tan pronto como descubra lo que ha alejado a Juliet.

JULIET
Eso fue muy fácil.

Protegiéndome los ojos con la mano, levanto la vista y veo a


Maximo de pie a mi lado con sus gafas de aviador, su bañador bajo
y nada más.

—¿No vas a volver al trabajo? —le pregunto. Cuando salí y él


no estaba por ninguna parte, supuse que se había ido a su oficina.

—No. —Él me da una Coca-Cola Light y algunos analgésicos,


esperando a que me los tome antes de ordenar—: Date la vuelta.

Mi mente podrá ser un lío de confusión conflictiva, pero mi


cuerpo no tiene el mismo problema. Se calienta ante su petición.

—¿Qué?

Él me tiende un bote de crema solar.

Ah. Sí, claro.

Me doy la vuelta y cierro los ojos mientras él se agacha para


aplicarme la loción en la espalda y la nuca, masajeándola. Sus
dedos hábiles bajan, acercándose a mi culo.

Se me corta la respiración, la expectación se apodera de mí.


Se me escapa un suspiro de decepción cuando él se levanta,
llevándose consigo sus caricias.

No, esto es bueno. Si él me toca, perderé la cabeza, y las cosas


se pondrán aún más desastrosas.
Esto es bueno.

¿Entonces por qué duele tanto?

Sin mediar palabra, él se da la vuelta y se dirige a la cubierta.


Sentado en el sofá del patio, estira un brazo sobre el respaldo y mira
su teléfono.

Al apartar mi atención de él, me pongo boca arriba, pero sin


mi iPad para leer, estoy aburrida e inquieta. Dudo que el agua
clorada me siente bien en la cara, así que la natación está
descartada.

Pero flotar no.

Voy a la casa de la piscina, agarro un flotador y lo arrastro al


agua. Una vez situada con mi Coca-Cola light, flotando a la sombra
del toldo, espero a que mi mente y mi cuerpo se relajen.

Pero no es así.

Porque incluso en la apacible tranquilidad, mis pensamientos


rugen.

¡Puta!

¡Rata!

¡Nada!
MAXIMO

Tres días.

Tres larguísimos días.

Y con cada día que pasa, Juliet se aleja más, hundiéndose en


sí misma.

No tengo ni idea de qué hacer.

Quiero obligarla a decirme lo que piensa. Quiero que ella no


se tense y se estremezca cada vez que la toco.

Quiero que me sonría.

Sentado en mi despacho con la puerta abierta, no miro


ninguno de los correos electrónicos que me esperan. No reviso mis
mensajes, salvo los informes de los hombres, todos sin noticias.

En cambio, mis ojos y mi mente están en Juliet mientras


trabaja al otro lado del pasillo.

Ella necesita tiempo. Lo entiendo. Pero en lugar de mejorar,


las cosas están empeorando.

Algo tiene que cambiar.

Como si la hubiese convocado con mis pensamientos, Juliet


se levanta y viene hasta mi puerta. Vestida con unos pantalones
cortos y una camiseta que le cuelga del hombro, es tan hermosa
que duele mirarla. Lleva el cabello recogido en un moño
desordenado, no se lo había hecho desde aquel día. Mis marcas han
desaparecido por completo de su cuello. Los moretones de ese
bastardo están ahí, pero desapareciendo.

Su cuerpo se está curando, pero la mirada perdida de sus ojos


verdes dice que su mente está muy atrás.

Cuando ella no entra, le ordeno:

—Ven aquí, palomita.

No lo hace.

Juliet se queda dónde está y endereza la columna, levantando


la barbilla.

Y luego me desgarra cuando, en tono despreocupado, suelta


una bomba:

—Quiero mudarme.

JULIET
Mi corazón está atascado en mi garganta, ahogándome
mientras martilla. No quiero mirar a Maximo, pero no puedo apartar
los ojos de su rostro inexpresivo.

—Repite eso —él ordena, inmóvil.

Inhalando hondo, repito las palabras que apenas he podido


pronunciar la primera vez:

—Quiero mudarme.

Maximo se levanta tan rápido que su silla se estrella contra la


ventana, golpeando con tanta fuerza que me sorprende que no se
haga añicos. A pesar de lo rápido que se ha levantado su
acercamiento es lento. Merodeando. Acechando.

Cazando.
Toma toda mi fuerza de voluntad no huir como una gacela
corriendo infructuosamente de un león.

—Debo de haberte oído mal —retumba Maximo, forzando la


compostura en su tono bajo y aterrador.

—Me mudo —digo, más firme y definitiva, aunque siento de


todo menos eso.

—No.

Sabía que no sería fácil, las rupturas normales rara vez lo son,
y Maximo y yo estamos lejos de ser normales. Pero preveía algo más
que un simple no.

—No puedes simplemente decir que no —digo.

—Ya hemos pasado por esto, Juliet. Puedo y lo hago.

—Bueno... no acepto tu no.

—Y yo no acepto tu asínica idea de mudarte.

—No es asínica.

—Lo es.

Me cruzo de brazos, cada vez más irritada.

—Piensa lo que quieras, pero eso no cambia...

—Lo cambia.

—Me mudo...

—No te mudas. —Vuelve a interrumpirme.

Dejo escapar un resoplido frustrado porque estoy empezando


a enojarme de verdad, así que le espeto:

—Ya no puedes decirme lo que tengo que hacer.

—Soy tu papi, palomita. Eso es exactamente lo que tengo que


hacer.
—No, no lo eres. Nunca lo fuiste. Todo esto es estúpido y un
error y ¡lo odio!

Maximo echa la cabeza hacia atrás como si lo hubiera


abofeteado.

Aunque intento decirme a mí misma que mi arrebato está


justificado, la culpa me corre. No quiero hacerle daño. No quiero
mentirle. Pero él lo está haciendo mucho más difícil de lo que tiene
que ser.

No puedo soportarlo. Tengo que salir de aquí antes de hacer


algo estúpido.

Girándome, no doy ni dos pasos cuando él me agarra del


brazo y me hace girar de regreso. En un parpadeo, me tiene en su
oficina con la puerta cerrada a patadas y yo presionada contra ella.
Con los antebrazos apoyados en la madera, me enjaula.

—No me mientas, Juliet. Y no te mientas a ti misma. Te gusta


esto tanto como a mí. Te excita, tu precioso coñito siempre tan
empapado. —Incluso con el control que tiene sobre su ira, hay
desesperación sin límites saturando su voz—. Lo necesitas. Me
necesitas.

Dios, esto duele.

Quiero inclinarme hacia su cuerpo. Inclinar mi cabeza hacia


atrás para que pueda tomar mi boca. O inclinarme hacia un lado
para que pueda marcarme el cuello. Y por el más breve de los
segundos, olvido por qué es una mala idea.

Pero luego lo recuerdo.

Puta.

Rata.

Nada.

Entrenando.

Usando.
¡Mentira!

—No me encanta —miento fríamente—. Y no lo necesito, ni a


ti. Ahora atrás.

—No —Maximo grita, su propio tono glacial.

—¿Por qué?

—¿Por qué quieres irte?

—Tengo mis razones.

Suelta una carcajada áspera y sin humor.

—Esto tengo que oírlo.

—No.

—No puedes simplemente decir que no —dice, devolviéndome


mis palabras.

—Si tú puedes hacerlo, yo también. —Estamos hablando en


círculos, cada uno envolviéndome más alrededor del cuello hasta
que apenas puedo respirar. Intento moverme a un lado, pero él no
se mueve—. ¿Qué más da? Hemos terminado.

—Estamos lejos de terminar.

—Lo estamos.

—¿Por qué?

—Porque dije...

—¿Por qué?

—Lo digo yo...

—¿Por qué? —ruge, sus palmas golpeando la puerta junto a


mi cabeza.

—¡Porque no me quieres! —rujo de vuelta, perdiendo los


estribos y, con él, mi filtro—. Conozco tu modus operandi. Lo sé
todo. Ahora suéltame.
Sin inmutarse por mi ira, su tono es inquietantemente
tranquilo:

—¿Cuál es exactamente mi modus operandi?

—Atrapando a chicas ingenuas y entrenándolas para trabajar


en las peleas. —digo, demasiado cabreada y dolida para pensar.

He visto a Maximo frío. Caliente. Aterrador. Aterradoramente


caliente. Lo he visto cerrado, y lo he visto totalmente abierto y a
gusto.

Pero nunca, en todo el tiempo que lo he conocido, lo he visto


tan enfurecido. Su cuerpo prácticamente vibra con él, sus ojos
entrecerrados llenos de tanto odio que me desgarra.

—¿Ese hijo de puta te dijo eso?

—Sí, pero...

—¿Y le creíste?

No.

Sí.

Algo así.

—Sí, le creíste. —Su mandíbula se aprieta mientras frota su


mano sobre ella—. Está bien porque tiene razón... te he estado
entrenando.
JULIET

Es verdad.

Ante su contundente confirmación, el aire sale de mis


pulmones como si me hubieran golpeado. Mi corazón se rompe en
mil pedazos mientras la pequeña pizca de esperanza a la que me he
aferrado es violentamente desgarrada.

Mirando hacia un lado, lucho por mantener la compostura


hasta que me quede sola. Solo entonces me dejaré destrozar
violentamente.

Maximo se mueve, y creo que me va a dejar escapar con la


cola metida entre las piernas. Pero él me agarra del pelo y me obliga
a echar la cabeza hacia atrás para que mis ojos se encuentren con
los suyos.

—Te he estado entrenando para que folles mi polla como a mí


me gusta. Para que la chupes hasta la garganta y sigas haciéndolo,
aunque te de náuseas. Para seguir mis reglas, para escucharme,
para finalmente confiar en mí. Te he estado entrenando para que
seas mía. De nadie más. —Sacude la cabeza, frunciendo el ceño—.
Quiero matar a cada bastardo que te mire. ¿Crees que dejaría que
otro te toque? ¿Tocar lo que es mío? —Su tono es agudo, su borde
letal—. ¿Quieres saber lo que le pasa a alguien que te toca, ¿Juliet?

Niego con la cabeza, sin saber lo que dirá, pero segura que mi
respuesta es no.

—Es una lástima. Me he estado conteniendo, con cuidado de


no asustarte. Claramente ese fue el movimiento equivocado porque
permitió que ese hijo de puta se metiera en tu cabeza. Ese es el
error de papi y no volverá a ocurrir. A partir de ahora, tendrás todo
de mí porque estoy seguro que me darás todo de ti.

Si esto ha sido él conteniéndose, ¿qué es desenfrenarse?

La atención de Maximo cae en mi costado mientras me sube


la camiseta. Lentamente pasa un dedo por la cicatriz sobre mi
cadera. Una sonrisa cruel curva sus labios antes de levantar la
cabeza para dirigirme esa sonrisa.

—Te dije que él estaría muerto.

Respiro entrecortadamente.

Él me lo dijo, pero no le creí.

Cuando supe que no debía subestimar a Maximo, su


amenaza, los Sullivan y su matón habían sido olvidados.

—No se lo puse fácil. Me tomé mi tiempo. Hice que le doliera.


Y cuando enterré mi cuchillo por última vez… —Él roza con su
nudillo la cicatriz, como había hecho la primera vez que la vio—.
Fue justo aquí.

Me estudia, esperando mi respuesta.

Si fuera una buena persona, gritaría.

Huiría de él.

Llamaría a la policía.

Pero no soy una buena persona. Porque en lugar de llorar una


vida perdida o horrorizarme ante la crueldad, me invade la calidez.
Maximo me defendió cuando nadie en mi vida lo había hecho. Él
estuvo dispuesto a ir a la guerra por mí. Me ha cuidado.

Por eso, en vez de hacer lo que debería hacer, susurro:

—Gracias.

Hay un destello de algo en su oscura mirada antes de


presionarme:
—¿Gracias a quién?

Pero no le doy lo que quiere.

Maximo no parece enfadado por mi silencio. No, él sonríe de


nuevo, amenazador y malvado.

Agarrándome por las caderas, nos desplaza por la habitación


hasta su escritorio. Él me gira, me inclina sobre el escritorio y me
mantiene quieta con una mano entre mis hombros. Los papeles y
el teclado caen al piso, pero él no se da cuenta o no le importa.

Me baja el short y las bragas hasta los muslos, separándome


los pies para que la tela se mantenga tensa, clavándose.

Mi cerebro por fin se da cuenta e intento ponerme de pie, pero


él me sujeta con firmeza.

—Maximo...

—Sabía que aún no confiabas en mí, Juliet. Sabía que te


estabas conteniendo. Pero no pensé que confiaras tan poco en mí
como para creerle al maldito Mugsy Carmichael antes que a mí. —
Su palma aterriza con una bofetada punzante en mi culo—.
Arreglaremos eso.

Mi aullido se convierte en un grito cuando dos más aterrizan


en el mismo lugar.

Una sola palabra.

Una sola sílaba.

Sé que eso es todo lo que necesito decir, y él se detendrá al


instante.

Sin embargo, no la digo. Ni siquiera pienso en ello.

—¿Qué te dijo Carmichael? —pregunta, como si esto fuera


una conversación normal y no me estuviera azotando el culo.

Abro la boca para mentir, pero es la verdad la que se derrama


entre mis gritos de dolor:
—Que me estabas entrenando para venderme al mejor postor.

—No vendo coños como un maldito subastador. ¿Qué otra


cosa?

—O hacerme una de tus putas en tus peleas.

—Yo no tengo putas.

—Bien, tus chicas que están ahí porque esos hombres tienen
personalidades ganadoras.

—Actitud, Juliet —advierte, una palmada dura aterrizando en


la parte superior de mi muslo—. Las chicas vienen de servicios de
acompañantes. Las dejo trabajar en las peleas. Esa es la extensión
de mi papel.

—¿Cómo voy a saber lo que haces? —digo a través del dolor—


. Nunca me hablas de tu trabajo.

—Eso es porque cuando estoy contigo, no quiero pensar en


esas tonterías. Quiero saborear egoístamente la paz y la distracción
que me ofreces. Pero si te hace sentir excluida, entonces ese es otro
de los errores de papi. —Un golpe llega al otro muslo—. ¿Qué más?

—Que traicioné a mi padre estando contigo. Que soy una puta


y una rata. —La familiar culpa se instala en mi pecho,
dificultándome la respiración—. Él preguntó qué clase de hija le
haría eso a su padre.

—La clase con un padre de mierda que no merecía lealtad.

—Ni siquiera lloré —admito mientras su palma atrapa el


glúteo superior, la bofetada resuena a nuestro alrededor—. Lloré
por la serpiente que maté en el desierto, pero no por mi propio
padre.

—Él tampoco se merecía tus lágrimas.

—Nunca me sentí culpable por estar contigo. Me sentí


culpable por no sentirme culpable.
—No deberías sentirte culpable, punto. —Otras dos
bofetadas—. ¿Qué más?

—Que soy codiciosa y hambrienta de dinero.

—Estás lejos de cualquiera de las dos cosas. De hecho, eres


un grano en el culo cuando se trata de aceptar regalos sin
discusión. ¿Qué más?

—Que esto es solo es sexo.

—Si todo lo que quisiera fuera este coño perfecto, no odiaría


nuestro tiempo separado. No reorganizaría mi horario para trabajar
desde casa o llevarte a la oficina conmigo. Eres inteligente, lista,
creativa, terca, decidida, leal y un sinfín de otras cosas que me
obsesionan. —Su mano se conecta dos veces, calentando mi culo
como sus palabras calientan mi interior—. ¿Qué más?

En lo que queda, el calor que ha creado es reemplazado por


fragmentos de hielo que dejan mis entrañas congeladas y
rebanadas.

Trago saliva, incapaz de forzar las palabras. No quiero


decírselo. No quiero atraer su atención si aún no se ha dado cuenta
por sí mismo.

No quiero encender un foco cegador sobre la verdad.

Ante mi vacilación, su mano baja tres veces sobre el mismo


punto.

—¿Qué más?

—Nada —miento.

Mal movimiento.

La siguiente aterriza en mi coño, haciendo que las lágrimas


ardan en mis ojos, aunque siguen sin caer. Él vuelve a azotarme y
me ordena:

—No vuelvas a mentirme, Juliet.


Tres bofetadas penetrantes más conectadas, y es todo lo que
puedo soportar. Como si una maldita presa en mi mente fuera
demolida, las palabras fluyen en una prisa desenfrenada:

—Me preguntó por qué alguien como tú me querría. No soy


especial. Solo soy basura de alcantarilla. Temporal. —Finalmente,
las lágrimas se derraman libres, y una vez que empiezan, no paran.
Mi voz se llena de tanta tristeza, que no lo puede soportar y se
quiebra cuando admito—: No soy nada.

Su mano descarga una serie de bofetadas rápidas, calor y


hormigueo extendiéndose por mi piel.

Y yo sollozo.

Todo lo que he guardado en mi interior sale con mis lágrimas.


Todos los miedos e inseguridades. La culpa. El autodesprecio.

Mugsy plantó semillas de duda. Gracias a mis inseguridades,


esas semillas crecieron y se extendieron como enredaderas
serpenteantes para apoderarse de todo.

Con su castigo, Maximo limpia el desorden que había echado


raíces en mi cabeza. Mis pensamientos se desenredan y desintegran
mientras mi mente queda felizmente en blanco. La tensión
desaparece de mi cuerpo y me hundo en el escritorio.

—Esa es mi chica —dice, su mano se conecta en un duro golpe


que me calma como una suave caricia—. Sácalo todo.

Sus palabras ofrecen absolución y su dolor ofrece paz.

Quiero las dos cosas.

Los necesito.

—Le creí —susurro en una exhalación estremecedora—. Creí


que no me querías. Que te ibas con otra persona. Alguien mejor. —
No puedo evitar que la acusación salga de mi tono cuando digo—:
No me has tocado. Ni siquiera para abrazarme por la noche.

Tres días.
Tres días cerca de él, pero tan lejos. Sin tocarme. Apenas
besándome. Apenas hablándome.

Los celos se retorcían en mis entrañas cada vez que lo veía al


teléfono. Las palabras de Mugsy resonaban en mi cabeza, y me
preguntaba si Maximo estaba hablando con mi sustituta.

Una nueva palomita.

—Jesús, papi la jodió. —La palma de la mano de Maximo roza


mi culo dolorido—. Pensé que necesitabas espacio, pero dártelo
alimentó sus mentiras de mierda. —Me aprieta una mejilla, el
escozor aumenta hasta que se derraman más lágrimas—. No
volverá a ocurrir. Sin espacio. Sin tiempo. Sin indulgencia. Ninguna
contención.

Eso debería ser aterrador, pero en su lugar, envía una oleada


de alivio y alegría a través de mí. Me importa una mierda si me hace
necesitada o codependiente. Lo quiero. Lo quiero todo.

Todo de él.

Al soltarme, Maximo pasa la mano por debajo de mí para


acariciarme el coño. Él curva su cuerpo sobre el mío y me rodea la
garganta con la otra mano. Su polla dura presiona mi piel
inflamada, haciéndola arder. Haciéndome arder.

—Y si crees que no me envolvía a tu alrededor así cada noche


después que te durmieras, estás loca. No puedo dormir sin ti en mis
brazos.

Dios, he sido tan estúpida.

Manteniendo su posesivo agarre sobre mí, Maximo nos


endereza para ponernos de pie con mi espalda pegada con su frente.
Me quita el short y las bragas antes de girarnos hacia la pared de
monitores en blanco.

—Te he observado. Todo el maldito tiempo.

Se me acelera el pulso y mi cerebro sufre un cortocircuito.

¿Está diciendo...?
A pesar que debe sentir mi pulso palpitante, él continúa, sin
retener nada, como lo prometió.

—Hay una cámara en tu sala de estar. Tenía una en tu


habitación hasta que tuve la fuerza de voluntad para mantenerla
apagada. —Apretando sus labios y dientes contra mi cuello en una
provocación demasiado ligera, él levanta la cabeza hacia mi oído
para susurrarme—: ¿Quieres saber cuándo fue eso?

No.

Necesito saberlo.

—La hice desconectar la mañana después de verte deslizar la


mano entre las piernas. ¿Verte tocarte mientras llevabas una de mis
sudaderas? Me hizo correrme más fuerte que nunca. ¿En qué
estabas pensando?

Si yo llevaba su sudadera en ese momento, entonces era la


primera vez que pensaba en él mientras me tocaba. La noche que
me llevó desde el sofá a mi cama.

Lamiéndome los labios repentinamente secos, miento:

—No me acuerdo.

Sus dedos tatuados alrededor de mi garganta dan un pequeño


apretón.

—Ya has mentido lo suficiente, Juliet. ¿Quieres más castigo?

Un gemido sale a la fuerza. Ver nuestro reflejo en los


monitores en blanco es casi tan estimulante como sentir su mano
alrededor de mi garganta.

—¿En qué estabas pensando? —repite.

—En ti —admito con un suave suspiro.

Él gime en aprobación y desliza un dedo por mi humedad.

—Bien. Porque cada vez que me acariciaba la polla, pensaba


en ti.
La excitación me recorre y ladeo las caderas, deseando que
me toque más, pero sus dedos solo se burlan.

—Nunca pienses —continua él—, ni por un maldito segundo,


que no te deseo. Siempre te he deseado, incluso cuando no debía.
Todo de ti. Todo. Cada pedazo de ti.

Como solo Maximo puede, me abruma con su tamaño, su


tacto, sus palabras obscenamente dulces.

No puedo aguantar más.

—Maximo...

—Calla. Tuviste tu tiempo para hablar, ahora es tiempo de


escuchar. —Volviéndome de cara hacia él, me agarra la cabeza con
ambas manos, inclinándola hacia atrás—. He estado obsesionado
contigo desde que te vi en aquel vertedero. Cuanto más tiempo
pasaba contigo, o mirándote, más crecía esa obsesión. Más te
necesitaba. Nunca podría tener algo mejor que tú porque no hay
nada mejor.

Es demasiado. Más de lo que mi cerebro, mi cuerpo y mi


corazón pueden soportar.

—Maximo...

—He dicho que te calles. ¿Sabes por qué empecé a llamarte


palomita?

Sacudo la cabeza.

Su polla se sacude contra mi estómago.

—Porque sabía que iba a mantenerte en mi jaula. Incluso


entonces, sabía que nunca te dejaría marchar.

Y entonces toma mi boca, su beso es tan hambriento como el


mío. Su lengua se introduce, exigente, codiciosa y caliente.

Levantándome, él rompe el beso y empieza a caminar. Incapaz


de mantener mi boca fuera de él, beso y mordisqueo su mandíbula.
Cuando muerdo su cuello, queriendo marcarlo como él me marca a
mí, se queda inmóvil. Me pregunto si me follará en el suelo del
pasillo, pero tras una breve pausa, sus largas zancadas se aceleran.

Mi culo apenas golpea la cama con un dolor punzante cuando


me quita la camiseta y el sujetador. Me pongo de rodillas, pero no
tengo tiempo de desnudarlo. Él se me adelanta, tirando su ropa
para que caiga junto a la mía antes de tumbarme sobre mi espalda.
Su cuerpo cubre el mío, sus caderas entre mis muslos abiertos y su
polla dura apretada contra mí.

Pero él no me penetra. Su dura polla se desliza a lo largo de


mi hendidura. Frotando mi clítoris, atormentándome hasta que no
tengo más remedio que suplicar.

—Por favor —le suplico.

—¿Quién soy?

Esta vez no dudo.

—Mi papi.

Sus ojos se cierran, su placer más que puramente sexual. Es


importante para él. Yo soy importante para él.

—Otra vez.

Inclinándome hacia él, le toco la mejilla, la mandíbula


cubierta de rastrojos, hasta la corona puntiaguda que tiene tatuada
en el cuello.

—Eres mi papi.

De un solo empujón, me llena hasta la empuñadura y me roba


el aliento.

—¿De quién es este coño?

—Tuyo.

—¿De quién eres tú?

De nuevo, mi respuesta es inmediata porque, disfuncional o


no, es la verdad:
—Tuya, papi.

Sus movimientos son frenéticos y desquiciados, sus ojos


desorbitados ante mis palabras. Con cada potente y salvaje
embestida, la tensión bajo mi vientre aumenta. Él me empuja más
cerca del borde hasta que cada terminación nerviosa de mi cuerpo
está hipersensible y abrumada.

Y entonces se detiene.

Su gruesa polla enterrada hasta el fondo es casi suficiente


para lanzarme al éxtasis de todos modos.

Casi, pero no del todo.

Inquieta y necesitada, sacudo las caderas con desenfreno,


feliz de follarme en su cuerpo.

Su peso me presiona, clavándome en el colchón para que no


pueda mover esos escasos centímetros.

La voz de Maximo es áspera y dura cuando ordena:

—Dime que te encanta.

Dios.

Al mirarlo, su rostro está lejos de ser inexpresivo o frío, veo la


sinceridad. El dolor. Mis palabras anteriores estaban destinadas a
ser destructivas, y habían logrado su objetivo.

—Me encanta. Nunca lo he odiado.

Su mano se mueve de la cama a la base de mi garganta, sus


dedos se enroscan alrededor de mi cuello. Aunque su tacto es ligero
como una pluma, el agarre es controladoramente embriagante y yo
quiero más.

—Dime que lo necesitas.

—Ya ves lo que me han hecho tres días sin esto. Soy un
desastre. Lo necesito.
Él comienza a moverse de nuevo, aunque no estoy segura de
si él es consciente que lo está haciendo.

—Dime que me necesitas.

A todos los efectos, yo he estado sola desde que tengo


memoria. Shamus me enseñó desde pequeña y a menudo a no
depender de los demás. A no confiar en ellos.

A no necesitar a nadie.

Y viví según eso durante mucho tiempo. Hasta que Maximo


me mostró lo que es ser cuidado.

—Te necesito —le digo, esperando que entienda lo difícil que


es para mí hacerme vulnerable voluntariamente—. Más de lo que
nunca he necesitado a nadie o a nada.

Sé que lo entenderá.

Él acerca su cuerpo al mío y me besa, largo, ardiente y feroz.


Su pelvis roza mi clítoris mientras me penetra. Cuando ambos
estamos sin aliento, aparta la boca y me inclina la cabeza para
morderme el cuello.

—Más fuerte —le pido, deseando que me devuelva los


mordiscos de amor.

Los echo de menos.

Maximo gime contra mí antes de morder más fuerte y chupar


la piel sensible hasta que jadeo. Levantándose, lleva la mano a mi
garganta, con el pulgar acariciando el punto.

Tan cerca.

—Nadie te aparta de mí, palomita —gruñe Maximo—. Nadie


abre tu jaula.

Dios, tan cerca.

—Ni siquiera tú. —Sus embestidas se vuelven viciosas,


haciendo que mis ojos se desenfoquen y mis pensamientos sean
confusos—. Yo decido cuándo termina esto.
Mis párpados se cierran, y mi cuello se arquea.

—Y nunca se acabará. Nunca te dejaré marchar porque te


amo, Juliet. Hasta el día de mi muerte.

¿Qué?

¿De verdad él...?

Por más que intento luchar contra las olas, pierdo mis
pensamientos, mi aliento, mi mente. Mi orgasmo me desgarra,
destrozándome hasta que no creo poder volver a recomponerme.

Pero uno no es suficiente.

Maximo mueve su mano de mi garganta para meterse entre


nosotros, su pulgar acariciando mi clítoris como a mí me gusta. Un
orgasmo desemboca directamente en el siguiente, su pulgar y polla
trabajando juntos para sacármelo todo.

Cuando le doy todo lo que tengo físicamente, vuelve a subir la


mano para agarrarme la barbilla antes de exigirme más.

Todo de mí.

—Dime que me amas.

No estoy segura de haber sentido nunca amor familiar o


platónico. Ciertamente nunca he estado enamorada.

No hasta Maximo.

Por eso estoy tan petrificada. Porque si Maximo me miente,


engaña o me decepciona como todos los demás, no será una
decepción molesta. Me destruiría. Me destrozaría.

Admitir que lo amo le dará toda mi confianza. No habrá


muros, ni distancia, ni contención.

Justo como él quiere.

Como ambos necesitamos.

—Te amo.
Cerrando los párpados, echa su cabeza hacia atrás, dejando
al descubierto su fuerte cuello. Sus hombros están apretados y
tensos por el esfuerzo mientras embiste dentro de mi una y otra vez.
Áspero y crudo, él grita:

—Otra vez.

—Te amo, papi.

Su suave gemido hace que me den escalofríos. Él continúa


clavándose en mí mientras se corre.

Una vez que termina, me da su peso, enterrando su cabeza en


el lado de mi cuello mientras recuperamos el aliento.

Cuando intenta separarse, lo rodeo con mis extremidades y le


susurro:

—Solo un minuto más, por favor.

—Todo el tiempo que quieras —susurra él, con sus labios


acariciando mi cuello—. Para siempre.

Rodeada de él, mis pensamientos serpenteaban por todas


partes.

Tal vez debería molestarme el hecho que me observara.

Tal vez debería horrorizarme que él asesinara al matón de los


Sullivan.

Tal vez debería asustarme por sus declaraciones posesivas.

Y tal vez es una señal de lo jodida y disfuncional que es que


nada de eso me moleste.

En absoluto.

De hecho, me gusta.

No necesito un príncipe encantador a mi lado. Necesito un


villano a mi espalda. Necesito a alguien que me quiera con una
seguridad obsesiva. Alguien que no tenga miedo de ensuciarse las
manos porque sabe de primera mano que el mundo está lejos de
ser un cuento de hadas.

Necesito a Maximo.

Mi silencio debe de alargarse demasiado para mi villano


porque se levanta para mirarme. Tiene el ceño fruncido y los
músculos tensos, como si esperara que me retractara.

—¿Estamos bien?

Sonriendo, le paso las yemas de los dedos por sus mejillas


rastrojadas.

—Perfecto.

El alivio fluye sin trabas antes que me bese.

Cuando se aparta, me acaricia el cabello y me estudia,


incluidas las ojeras.

—Necesitas descansar.

Él se hace a un lado y trata de atraerme hacia sí, pero yo sigo


el impulso, empujándolo sobre su espalda antes de sentarme a
horcajadas con mi culo sobre sus abdominales.

Él enarca una ceja y una sonrisa divertida se dibuja en sus


labios.

Inspiro profundamente. Mis hombros están ligeros, el pecho


suelto y puedo respirar con facilidad.

Maximo me ha dado esto.

Así que quiero darle algo a cambio.

Más de mí.
JULIET

—Mi madre era bailarina en un club de striptease en Buffalo.

Los ojos de Maximo se desorbitan ante mi repentina


confesión, pero no habla.

—Mi padre la conoció cuando fue a celebrar una victoria.


Después de un fin de semana juntos, la convenció para que se fuera
a vivir con él. Usó su encanto y sus grandes palabras, y ella se lo
creyó. Probablemente pensó que el próximo Ali o Holyfield la
rescataría del parque de caravanas. En lugar de eso, acabó
embarazada de un hombre que tenía problemas de ira, juego,
alcohol e infidelidad.

Ella pensó que iba a tener un príncipe, pero terminó con el


villano. Al menos yo siempre he sabido con quién estoy.

—Nueve meses después, nací el día de San Valentín. Y en el


presagio más obvio de cómo acabaría su historia de amor, mi madre
me puso Juliet porque pensaba que Romeo y Juliet era romántico.
—Me encojo de hombros—. Creo que nunca leyó el libro.

—Sigue siendo un nombre bonito —dice—. ¿Qué pasó con


ella?

—Se fue tres meses después que yo naciera. Tener un bebé


no ablandó a Shamus. No lo frenó. Seguía bebiendo, peleándose y
follando mientras mi madre estaba atrapada en un pequeño
apartamento sin dinero, amigos ni familia, aparte de un recién
nacido llorando. Alegando que tenía que hacer la compra, me dejó
con una vecina y nunca volvió.
—¿Estás segura que se fue por su cuenta?

Sé lo que me esta preguntando. Antes de ser lo bastante


mayor para saberlo, había construido la fantasía que Shamus la
había obligado a marcharse y ella me buscaba. O que él o alguien
a quien le debía la había matado. Era un pensamiento horripilante
para una niña, pero era mejor a que mi madre me abandonara.

—Estoy segura —digo—. La encontré en Internet cuando tenía


doce años y cometí el error de acercarme.

—¿Fue malo?

—Peor. No me preguntó cómo estaba. No me preguntó si


estaba a salvo aunque sabía muy bien cómo era Shamus. Solo me
dio excusas sobre que era demasiado joven para quedarse en casa
con una bebé gritando. Luego me dijo que no volviera a contactar
con ella porque tenía un nuevo novio y había mentido sobre su edad
y no quería que él lo supiera. Y luego me bloqueó.

Sus palmas se deslizan por mis costados.

—Cristo, lo siento.

—No te preocupes. La busqué un par de años después porque


esperaba que el tiempo cambiara las cosas. Lo hizo, pero no en el
buen sentido. Había acumulado arrestos por conducir ebria, robo,
ese tipo de cosas. Tuve suerte. Ir con ella habría sido saltar de la
sartén al fuego.

Maximo se sienta y me rodea con sus brazos. Disfruto


ávidamente de su comodidad y sus atenciones antes de reclinarme.

Tomando otra de esas respiraciones tranquilas, descargo el


último peso de mi alma y comparto algo que nunca había dicho en
voz alta. Algo que apenas me había permitido pensar.

—Me alegré que lo mataras.

Una oleada de emociones recorre su atractivo rostro. Abre la


boca, pero se la tapo con la punta de los dedos.

Necesito sacarlo todo. Dejarlo ir.


—Que Shamus estuviera muerto significaba que no tendría
que estar en guardia contra sus puños, los cuchillos de sus
enemigos, sus amigos metiéndose en mi habitación, los cobradores
o cualquiera de las otras mierdas con las que tuve que lidiar por su
culpa. Cuando me trajiste aquí, fue la primera vez en toda mi vida
que pude dormir toda la noche. Que podía relajarme. Que no
miraba por encima del hombro. —Las lágrimas empañan mi visión,
deslizándose lentamente—. Fue la primera vez que me sentí segura
y como si tuviera un hogar.

Incluso con el odio ardiendo en su mirada, su tacto es suave


cuando me acaricia la mejilla y me seca las lágrimas.

—Gracias por darme eso —susurro a través del nudo en la


garganta.

Cuando dejo caer mi mejilla sobre su pecho, me envuelve


fuertemente en sus brazos y aprieta sus labios contra mi frente.

—Siempre te lo daré todo, Juliet.

—Solo te amo a ti.

—Siempre te doy eso, también.

Me siento emocionalmente agotada, he compartido todo lo que


hay que compartir. Es su turno.

—Háblame de tu familia.

No pienso que realmente lo hara, pero con solo una breve


vacilación, Maximo dice:

—Mi viejo era muy parecido al tuyo. Ambicioso. Siempre en


busca de más. Cegado por ello. Nunca apreció lo que tenía. —Me da
un fuerte apretón—. Y lo perdió todo.

—¿Cómo?

—¿Recuerdas que te dije que heredé tres de mis casinos? —


Ante mi asentimiento, continúa—: Mi bisabuelo construyó
Moonlight y Star. Mi abuelo Sal tomó el relevo y añadió Sunrise.
Cuando murió, no se los dejó a mi padre. Me los dejó a mí.
—¿Por qué?

—Porque mi padre se vendía a la primera oferta decente. Era


un cabrón con derechos que no tenía ningún interés en trabajar,
mientras que yo había estado aprendiendo el negocio desde que era
un niño. El abuelo Sal sabía que moriría antes de dejar el legado de
nuestra familia. Por desgracia, fue él quien murió cuando yo tenía
dieciséis años, así que mi padre se hizo con el control temporal de
todos modos.

Maximo tiene una mirada lejana en los ojos, las sombras de


fantasmas que lo persiguen.

—Podemos hablar de otra cosa. —Me muevo para bajarme de


él, pero no llego muy lejos.

Sus palmas se deslizan hasta mis pechos, y las sombras de


sus ojos se convierten en otro tipo de oscuridad.

—Tener estas tetas perfectas aquí me distrae mucho. —Me


pellizca los pezones, apretándolos hasta el punto del placer y dolor.

Cuando los suelta, me muevo rápido, rodando antes que


pueda agarrarme de nuevo. Un momento de pánico ensanchan sus
ojos, haciendo que mi corazón palpite de culpa y arrepentimiento.
Pero no corro. Tomo su camiseta del suelo y me la pongo antes de
volver a sentarme a horcajadas sobre él.

Se pasa el pulgar por el labio inferior.

—Que lleves mi camiseta no me ayuda a concentrarme.

A su decir, tenía que saber...

—¿En qué estás pensando?

Sus labios se curvan en una sonrisa caliente y lobuna.

—Que puedo sentir mi semen mezclado con tu dulzura


goteando de ti.
Me recorre un temblor. Me había hecho correrme tan fuerte
que era imposible que mi cuerpo aguantara más. Pero me
encontraba dispuesta a soportar el dolor.

Hay una razón por la que me puse la camiseta, y sin embargo,


no recuerdo por qué...

Oh. Cierto.

—¿Ahora quién está distrayendo? —pregunto.

—Sigues siendo tú.

Entiendo que no quiera hablar de su drama familiar, pero aun


así quiero saber de él.

—Cuéntame más.

Me aparta el pelo de la cara, posa la mirada en mi moño


desordenado y aprieta la mandíbula.

—Primero hazte una coleta —me responde, como si


estuviéramos en una extraña negociación.

—¿Eso es todo? Y yo que pensaba que eras un gran hombre


de negocios. Habría negociado por más.

—En ese caso...

—No, demasiado tarde. —Me deshago el moño y me sacudo el


pelo antes de recogérmelo en una coleta alta.

—Eres un puto sueño húmedo —murmura, como si hubiera


hecho un striptease en vez de un cambio de peinado.

—Si sigues así, seré yo la del ego irreal y descomunal.

—Bien. —Sus dedos juegan distraídamente con mi cabello.

—Un trato es un trato —le digo cuando se queda callado—.


Cuéntame más.

—Fanática del control —bromea, tirándome suavemente del


pelo. Inhalando, retoma su historia—. Mi padre no podía superar el
insulto de no heredar Black Resorts. Sal dejó a mis padres una
cantidad increíble de dinero, pero él quería el poder. En lugar de
dejar que el experimentado equipo de Sal dirigiera las cosas, tomó
el mando.

—Que no acabó bien. —Supongo.

—No tenía ni idea de lo que hacía. Y como aprender hubiera


sido demasiado difícil, amenazó, chantajeó y traicionó. Se metió en
problemas y casi lo pierde todo. Y luego murió, solo y despreciado.

Mis ojos se abren de par en par.

—Tú no...

—¿Matar a mi viejo? No. —Me mira fijamente, sin


disculparse—. Pero iba a hacerlo, Juliet. Iba hacerlo pagar por cada
puñetazo, cuchillo y bala que recibí gracias a sus idioteces. Y luego
iba a meterle una bala entre los ojos. Pero había una larga fila de
gente delante de mí y uno de ellos llegó a él primero.

—¿Recibiste puñetazos, cuchilladas y balazos? —Mi ira e


indignación aumentan mientras me inclino hacia atrás y escudriño
su torso bellamente marcado.

Mis ojos vuelven a los suyos cuando siento su risa silenciosa.


Se convierte en carcajada cuando lo fulmino con la mirada.

—Cristo, eres perfecta —dice, divertido ante mi rabia—. Acabo


de admitir que planeé matar a mi viejo, y tú te preocupas por mis
viejas heridas.

—¿De qué otra cosa podría preocuparme? —pregunto,


mientras mi estómago gruñe ruidosamente.

Es su turno de mirar, con cara de disgusto.

—No has estado comiendo lo suficiente.

Apenas había comido en tres días por culpa de mi estómago


revuelto, así que tiene razón. Me bajo de él, pero no dejo de hablar:
—Dijiste que tu padre murió cuando tenías diecinueve años.
¿Has estado dirigiendo los complejos desde entonces?

—Extraoficialmente. El testamento de Sal estipulaba la


universidad y la edad porque sabía que yo intentaría ponerme a
trabajar enseguida y no quería que me perdiera. Cuando murió mi
padre, mamá se convirtió en la fideicomisaria legal, aunque solo de
nombre. Empecé a llevar los negocios y a limpiar su desastre
mientras obtenía mi título.

No me molesto en preguntarle cómo había limpiado el


desastre porque estoy segura que no quiero esos detalles.

En lugar de eso, muevo la cabeza hacia la puerta.

—Dame de comer, papi.

De pie, con el cuerpo marcado, musculoso y duro, se frota el


labio inferior con el pulgar.

—Y cuando termine, vas a cabalgar mi cara y alimentarme.

Mis pezones se tensan y una nueva oleada de excitación me


recorre.

—Trato hecho.

Maximo se pone unos bóxer y vamos juntos asaltar la cocina.


Y después de darme de comer, llegamos hasta el salón antes que su
espalda esté en el suelo y yo cabalgando en su cara.

Porque un trato es un trato.


MAXIMO

—¿Cómo desapareció ese hijo de puta? —grito al teléfono.

—Siempre está sudando —susurra Juliet desde su lugar en


mi regazo—. Probablemente lo hace resbaladizo.

Cristo.

Solo ella puede hacerme sonreír cuando estoy enojado.

—Nadie de su antiguo equipo lo ha visto —dice Ash—. La


mitad de la gente con la que hemos hablado cree que huyó con
Shamus para librarse de pagar sus deudas. La otra mitad cree que
Shamus está muerto y que quien se llevó a Carmichael también.

—Todavía no —murmuro, con la mirada clavada en Juliet


para ver si reacciona en caso que pueda oírlo.

No hay ninguna.

Mi chica es buena.

No, está contenta.

Por fin me ha dado su confianza y, con ella, su sumisión.

Y, maldición, es incluso mejor de lo que había pensado que


sería.

Cada vez que me da más de ese peso que siempre había


cargado sobre sus hombros, más feliz se pone. Sonríe más. Ríe más.
Me toca más.
Sus muros no han caído. Han desaparecido.

Había pasado los tres primeros días en casa en el infierno,


sabiendo que ella se alejaba. Pero los tres siguientes no han sido
más que el paraíso.

Pensando en lo que Ash ha dicho, bajo las cejas.

—Shamus ha estado... fuera más de un año. ¿No han visto a


Carmichael desde entonces?

—No.

Las Vegas no es una gran ciudad. Haría falta trabajo para


desaparecer. Conexiones.

—Sigue preguntando. Alguien tiene que saber a quién se la


está chupando el cabrón.

—Sigue el rastro de sudor —susurra Juliet, haciéndome


sonreír de nuevo cuando quiero hacer un agujero en la maldita
pared.

—Suena bien —dice Ash.

—Ella lo está.

Baja la voz para que ella no pueda oírlo:

—Supongo que significa que el invitado no ha llegado.

Mis ojos se quedan en Juliet, de nuevo atentos a una reacción


que no llega.

—No.

Hay una pizca de ligereza en su tono:

—Buena suerte.

Voy a necesitarla.

—¿Nada? —pregunta Juliet cuando me desconecto.

—No.
—Maldita sea. —Ladea la cabeza—. Tú, uh, manejaste al
matón de Sullivan. ¿Crees que ellos...?

—No. Les estaba haciendo un lío, les pareció bien que lo


limpiara.

—Entonces vuelvo a la nada. Tal vez quien sea se rinda.

Es dudoso, pero el hecho que no esté asustadísima demuestra


que confía en que yo cuidare de ella.

Que es exactamente lo que estoy haciendo.

Aunque la haga perder la cabeza.

Agarro sus caderas para detener cualquier intento de fuga.

—Necesito que te prepares. Viene alguien.

—¿Quién?

—¿Recuerdas haber conocido a Ella Adams y a su marido en


la pelea del almacén?

Se toma un segundo.

—¿Los que se sentaron a nuestro lado?

—Sí. Ella es psiquiatra.

Todo el cuerpo de Juliet se pone tan rígido que temo que se


rompa en mis brazos. Sus ojos se llenan de dolor, apagando la luz
que me ilumina desde hace tres días.

Su voz es suave, herida y fría:

—Crees que hay algo malo en mí.

—Nunca. —Acariciando su cara, la hago mirarme a los ojos—


. No hay nada malo en ti. Eres perfecta.

—¿Entonces por qué quieres que hable con una psiquiatra?

—Has pasado por mucha mierda. Más de lo que nunca


deberías haber tenido que lidiar.
—Estoy bien.

—No lo dudo. Pero no sería un buen papi si no me asegurara


de eso.

Se queda callada un momento mientras reflexiona. Tras


tomar una decisión, asiente lentamente.

—No sé si estaré lo suficientemente cómoda para hablar, pero


me reuniré con ella.

—Gracias.

Se aparta de mi regazo.

—Pero me debes sushi para la cena.

Sonrío.

—Lo que quieras.

—Debería haber aguantado más —murmura.

—¿Y si preparo para ir a una pelea esta noche?

La emoción ilumina su rostro.

—¿El almacén?

—Moonlight.

Su entusiasmo disminuye un poco.

—Mejor que nada.

Prefiere las peleas de almacén.

Mi chica está sedienta de sangre.

Crear a Juliet es lo único bueno que Shamus McMillon había


hecho en su lamentable excusa de vida, y eso ha jugado a mi favor.
Quién soy yo y lo que hago no es un ajuste para ella. Está
acostumbrada a la violencia y a la anarquía. Y como no está dirigida
a ella, piensa que es una buena vida.
Sale al pasillo y se detiene un momento junto a la puerta antes
de mirar hacia atrás.

—No le contaré cómo nos conocimos ni nada de tu trabajo —


dice, demostrando una vez más que es perfecta para mí—. ¿Pero
debo actuar como si tuviéramos una relación típica?

—Nunca. —Todavía parece insegura, así que le digo—: Ella y


Tony tienen una relación similar, solo que más casual.

Juliet se esfuerza por ocultar su sonrisa.

—Así que él no es un maniático del control, lo entiendo.

—Juliet...

—Maximo —se burla, mientras sale a toda prisa de la


habitación.

Tiempo limitado o no, estoy a punto de ir por ella cuando


suena mi teléfono.

Maldita sea.

JULIET
INCÓMODO.

Qué incómodo.

Sentada en el centro del sofá, miro a través de la mesa de café


hacia donde Ella Adams está sentada en un sillón. A diferencia de
cuando la había visto en la pelea, no va engalanada con un vestido
a lo Jessica Rabbit. En su lugar, lleva unos simples jeans y una
blusa sin mangas, con un aspecto elegante y profesional.

La observo con envidia mientras da un trago a su café helado


gigante.

Debería haber aguantado para comer sushi y tomar un café


por la tarde.
Lo deja sobre la mesa antes de sonreírme.

—Incómodo, ¿verdad?

No puedo evitar sonreír.

—Ajá.

—Lo entiendo. Y como Maximo es como Tony pero elevado a


un millón, apuesto a que te soltó esto en el último minuto y no te
dio opción.

—Otra vez a la derecha.

—Me lo imaginaba. —Cruzando las piernas, parece


totalmente tranquila mientras que yo estoy tensa, con las piernas
dobladas hacia el pecho—. Tal vez ayude si te cuento un poco sobre
mí primero.

—De acuerdo. —No estoy segura que nada fuera a ayudar,


pero no puede empeorar.

—Soy psiquiatra desde hace siete años. Cuando no trabajo,


me gusta cocinar, trabajar en el jardín y perseguir a mis dos hijos.
Tony y yo llevamos casados once años, pero soy su sumisa desde
hace trece. Lo descubrí a él y al BDSM cuando estaba. —Levanta la
mano con el índice y el pulgar casi tocándose—. A punto de dejar la
carrera de medicina.

Su mención casual de ser sumisa es sorprendente. Habla de


ello como si fuera algo más de ella, no algo que ocultar o de lo que
avergonzarse.

—¿Por qué casi lo dejas? —pregunto.

—Tony bromea diciendo que no soy de tipo A, sino de tipo A+,


porque un sobresaliente no es suficiente. Y como la perfección es
imposible en la facultad de medicina, me sentía fracasada y
abrumada. Necesitaba una válvula de escape, y la encontré en Tony
y el BDSM. —Toma su café pero me mira con el ceño fruncido—.
Seguro que no tengo que decirte lo liberador que es entregar tus
preocupaciones y tu estrés a alguien en quien confías para que se
ocupe de ellos.
Incluso después que Maximo se convirtiera en mi papi, me
había reprimido mucho. No fue hasta después de nuestra ruptura
que me permití confiar de verdad en él.

Y tal como dice Ella, fue liberador.

—Estoy empezando a aprenderlo —admito.

—Bien. Tener a alguien a tu lado en quien puedas confiar es


importante para tu bienestar.

—¿Tú y Tony son así todo el tiempo? —pregunto, tanto porque


quiero alejar la conversación de mí como porque es agradable
hablar con alguien que entienda.

Los blogs y los sitios web solo pueden llegar hasta cierto
punto.

—Lo somos y no lo somos. —Ante mi mirada confusa, me


explica—: Cuando empezamos a vernos, si no estaba en clase o
estudiando, hacía lo que él decía. —Esboza una pequeña sonrisa—
. Ahora, entre el trabajo y los niños, no siempre tenemos tiempo
para meternos de lleno en nuestros papeles como antes. Pero él
sigue siendo mi Dom y yo sigo siendo su sumisa.

Como todas las relaciones, el BDSM tenía muchas variantes.


Por lo que he leído en Internet, parece que la mayoría de las
relaciones duraderas son similares a la de Ella y Tony.

—¿Y tú y Maximo? ¿Son así todo el tiempo? —pregunta.

Maldita sea.

Como ha sido tan comunicativa, me siento mal por no


contestar.

—Sí.

—¿Qué te parece? —Ante mi duda, levanta las manos—. Lo


sé, la típica pregunta de psiquiatra.

Sonriendo, me lo pienso un momento. ¿Preferiría que solo


desempeñáramos papeles de vez en cuando? ¿Sería mejor que
hubiera más flexibilidad? ¿Sería más feliz si nuestra dinámica fuera
informal?

No.

En realidad, no.

Estamos en esto juntos, y no puedo imaginarnos de otra


manera.

Así que comparto un poco.

—Sorprendentemente, me encanta.

Me estudia atentamente.

—¿Por qué sorprendentemente?

Me encojo de hombros, deseando haber elegido mis palabras


con más cuidado.

—Supuse que no haría nada por mí. Que solo era algo suyo
que podía complacer.

—¿No lo es?

Sacudiendo la cabeza, admito:

—Creo que yo lo necesito más que él.

—¿Cómo es eso?

—Necesito que me cuiden y me tranquilicen. —Lo dejo así


porque no quiero hablar de por qué lo necesito tanto. Los años de
abandono, maltrato y soledad me han dejado inseguridades y dudas
que solo se calman con el amor obsesivo de Maximo.

Por suerte, parece darse cuenta que he terminado y no


empuja.

Pasamos un rato hablando de mi costura y de su jardinería.


Cuando terminamos, la incomodidad ha desaparecido y es como
una visita con una nueva amiga.
Cuando nos ponemos de pie, se acerca.

—Me gustaría volver a visitarte, si les parece bien a ti y a


Maximo.

—Sí, de acuerdo —digo, no tan terriblemente en contra de la


idea como pensaba que estaría.

—Me pondré en contacto con Maximo para programarlo —


dice, quitándome la responsabilidad de encima.

Y luego se marcha.

Eso no fue tortura.

Al subir las escaleras, me detengo en la puerta del despacho


de Maximo.

Levanta la vista, con la preocupación grabada en su atractivo


rostro.

—¿Todo listo?

—Por hoy.

Parte de la preocupación se alivia, pero no toda.

—¿Vas a volver a hablar con ella?

Me encojo de hombros.

—Depende de si cumples tu parte del trato.

Sonríe, y Dios, todavía no puedo creer que sea mío.

—Ya he hecho la reserva.

—Yay.

—Ven aquí —me ordena, apartándose del escritorio. Cuando


estoy a su alcance, me sube a su regazo, me toma la barbilla y me
echa la cabeza hacia atrás—. ¿Estás bien?

—Sí. Ella es simpática, así que no estuvo tan mal.


—Bien.

Estuvo bien. No estoy segura de si alguna vez me sentiré lo


suficientemente cómoda como para compartirlo, pero me
tranquiliza saber que tengo la opción de hacerlo.

Me besa rápidamente y me sostiene la cara.

—¿Te sientes cómoda quedándote el fin de semana en


Moonlight?

Por eso aún parece preocupado.

Después de lo que había pasado en Star, Maximo piensa que


no me sentiré segura. Pero sé que lo estoy.

—Estoy bien.

—¿Segura? —Ante mi enfático asentimiento, me dedica una


sonrisa que hace temblar mi cuerpo incluso antes de decir—: Esa
es mi chica. Vera ya te ha hecho la maleta. Ve a cambiarte para la
cena.

No tiene que decírmelo dos veces.


JULIET

—¿Segura que estarás bien?

Al día siguiente, de pie en el salón del ático, miro por encima


del hombro hacia donde están Marco y Dan, uno de los guardias de
seguridad de Moonlight.

—Sí, creo que estoy cubierta.

Incluso cuando lo tranquilizo, Maximo parece indeciso.

—¿Por qué no vienes conmigo?

Tras una llamada de su agente inmobiliario, Maximo le había


comunicado que iba a ampliar Black Resorts con un nuevo casino.
Por desgracia, aún no ha encontrado el terreno adecuado, una de
las frustraciones habituales con las que había estado lidiando.

El agente inmobiliario había encontrado un puñado de


posibles ubicaciones, y por mucho que me guste pasar tiempo con
Maximo, sentarme en el auto caliente y recorrer solares vacíos deja
mucho que desear. Más que eso, sin embargo, es importante para
los dos ver que estaré a salvo sola.

Bueno, más o menos sola con un guardaespaldas, un guardia


de seguridad y, sin duda, alguien más vigilando por las cámaras.

—Estoy bien aquí, lo prometo. Voy a sentarme en la piscina y


leer. Tal vez dar una vuelta o cincuenta alrededor del río.

Maximo se pone la chaqueta antes de acercarme.


—Solo tardaré un par de horas.

—Lo sé.

—Puedo volver enseguida si hay algún problema.

—Lo sé.

—Lleva el teléfono siempre encima.

—Lo sé. —Ante sus ojos entrecerrados, sonrío y pongo las


palmas de las manos en su pecho—. Estaré bien.

—Lo sé —dice, robándome la frase. Baja la cabeza y me besa


como si no hubiera nadie en la habitación—. Pórtate bien.

—Nunca.

Sonríe y me suelta.

—Te amo.

—Yo también te amo.

Lo veo entrar en el ascensor antes de darme la vuelta.

—Se ha ido. Hagamos una fiesta. Prostitutas, cocaína, todo.

Los ojos de Dan se vuelven cómicamente enormes, pero Marco


ni siquiera pestañea mientras dice:

—Ve a cambiarte.

Suspiro.

—Aguafiestas.

Pero hago lo que me dice, me quito el vestido de verano y me


pongo mi traje de baño favorito con estampado de plumas, mis
gafas de aviador y unas chanclas. Tomo mi iPad y me dirijo a la
puerta antes de dar marcha atrás para tomar mi teléfono nuevo:
Mugsy había destrozado el viejo.

Preparados, bajamos en ascensor a la planta principal y


salimos a la piscina.
Marco me guía hasta una zona acordonada en la que hay una
tumbona, una sombrilla gigante y una mesita. Pongo los ojos en
blanco, pero la verdad es que agradezco el aislamiento.

Estoy bien.

Estoy a salvo.

Pero sigo con los nervios de punta.

En cuanto me siento y me acomodo, suena mi teléfono:

Papi: Asegurándome que tienes tu teléfono.

Yo: Has cambiado tu nombre de contacto.

Papi: Sí.

Niego con la cabeza, pero lo hago sonriendo.

Papi: Y ahora estoy decepcionado que lo tengas porque quería


una excusa para azotar tu culo rebelde esta noche.

Yo: Dame tiempo, la tarde es joven.

Inhalando profundamente, contengo la respiración mientras


tecleo rápidamente un mensaje.

Algo que quiero preguntar.

Algo que me muero por probar.

Algo que me aterroriza tanto como me emociona, un tema


común en todo lo relacionado con Maximo.

Cuando mis pulmones empiezan a arder, exhalo mientras mi


dedo se cierne sobre el botón de enviar.

Y entonces lo pulso.

Yo: Entonces, ¿quizás después que mi culo esté en carne viva,


quieras follármelo?

Papi: Cristo.
Papi: Jesucristo, Juliet, no digas mierda como esa cuando no
estoy allí contigo.

Papi: Casi me corro en mis pantalones con solo leer eso.

Sonrío, me encanta tener ese tipo de poder.

Yo: Solo era una idea.

Papi: Ahora es una promesa.

Papi: ¿Estás en la piscina?

Yo: Sí.

Papi: Envíame una foto.

Yo: ¿No tienes trabajo que hacer?

Papi: Y va a ser frustrante, así que ver a mi palomita sexy


como la mierda y pensar en follar su culito apretado lo hará mejor.

Bueno, ¿cómo puedo discutir eso?

Para pasar desapercibida, hago una foto rápida. Luego otra


docena rápida porque sigo haciendo una cara estúpida. Finalmente
consigo una decente y la envío justo cuando una sombra desciende
sobre mí.

Me sobresalto, tanto por la vergüenza como por el susto.


Cuando levanto la vista, Marco está allí, tendiéndome una de esas
copas altas y retorcidas. Si está juzgando mis escasas habilidades
para una selfie, no da ninguna señal.

De esa o cualquier otra emoción humana.

—¿Es ron? —pregunto, mientras tomaba la copa.

—No.

—Ah. Vodka entonces.

Sacude la cabeza y se da la vuelta para tomar asiento frente


a mí, al lado de Dan.
Mi teléfono vibra.

Papi: Cristo, ¿cómo he tenido tanta suerte?

Yo: Me hago la misma pregunta todos los días. Sobre todo


después de correrme en tu lengua.

Papi: Joder, estás tratando de matarme hoy.

Me acomodo para leer otra de las recomendaciones de


Highlander de la señora Vera entre beber mi piña colada virgen,
enviar mensajes sucios a Maximo y darme chapuzones en la piscina
para refrescarme del calor y los mensajes.

Un par de horas más tarde, estoy en mi quinta rotación


alrededor del río lento cuando Marco llama:

—Hora de irse, Juliet.

Maldita sea.

Cuando llego al punto de salida, levanto el culo de la cámara


de aire y salgo de la piscina.

Marco está esperando con una toalla.

—Te envió un mensaje.

Volvemos a mi tumbona y tomo mi teléfono.

Papi: Voy a estar un poco más de lo previsto. ¿Te ha guardado


Vera un vestido?

Yo: Solo el que llevaba puesto.

El vestido de flores es una de mis creaciones y la pieza de la


que me siento más orgullosa. Los tirantes finos y la abertura alta
son perfectos para el calor de Las Vegas. Tiene una abertura justo
debajo del pecho que había tardado una eternidad en hacer, pero
había merecido la pena.

Es bonito, pero informal.


Papi: Ve a lo de Hilda por uno nuevo. Estamos celebrando
esta noche.

Yo: ¿Has encontrado un lugar?

Papi: He encontrado un lugar.

Yo: ¡Sí!

No es mi empresa, pero siento una oleada de orgullo y


emoción.

—Al parecer, nos vamos de compras —le digo a Marco.

Es su habitual yo robótico ante la noticia.

Dan, sin embargo, tiene la cara llena de espanto, como si


estuviera en medio de flashbacks traumáticos que implican
interminables horas en el centro comercial con una novia.

Me habría reído de no ser por la mirada que le lanza Marco.

Uh-oh.

Subo a la habitación, me ducho y me preparo antes de volver


a ponerme el vestido de verano de antes. Subimos en ascensor
hasta la planta principal y me dirijo a la tienda.

La mujer que está detrás de la caja sonríe cuando entramos.

—Hola. Bienvenidos a Hilda. Díganme si puedo ayudarles a


encontrar algo.

Muy diferente a la última vez que me ignoraron.

—Gracias —digo.

En pocos minutos encuentro exactamente lo que quiero. Gris


oscuro y sin tirantes, es sencillo pero sexy.

—Los vestuarios están justo ahí. Grita si necesitas otra talla.

—Gracias. —Entro en un compartimento y me lo pruebo para


comprobar que es perfecto. Probablemente le subiré el dobladillo
unos centímetros cuando llegue a casa, pero no es culpa del vestido
que tenga las piernas cortas.

Se oye un suave golpe antes que la vendedora pregunte:

—¿Qué número de zapato eres?

—Siete.

—De acuerdo, espera. Tengo un par de zapatos que serán


perfectos.

Vuelve un minuto después y desliza la caja por debajo de la


puerta. Como había dicho, los zapatos gris son perfectos.

Me vuelvo a poner la ropa y abro la puerta para encontrarme


a Marco esperándome.

—Todo listo.

Levanta la barbilla y se lleva mis compras al frente.

Cuando la mujer me llama, se fija en mi vestido.

—Me encanta tu vestido. ¿Dónde lo compraste?

—Uhh, yo lo hice.

—¿De verdad? ¿Qué diseño usaste?

—Son mis diseños —murmuro, preguntándome si se está


burlando de mí.

Recuerdo cómo algunas de las chicas malas del colegio solían


agasajar a sus víctimas con cumplidos que en realidad eran
insultos apenas velados.

Y, aunque soy yo la que está siendo prejuiciosa, la pintoresca


morena tiene pinta de poder ser la reina mala.

—Es impresionante. —Señala la tienda—. La mayoría de lo


que vendemos es en consignación de diseñadores. Si te interesa, me
encantaría poner a la venta ese vestido. No puedo garantizar que se
venda, así que puede que no ganes dinero, pero apuesto a que sí.
Es perfecto para esta época del año.

Me invade una emoción atónita, aunque no puedo creer lo que


estoy oyendo.

Mi vestido.

Mi vestido favorito en el que trabajé y me obsesioné durante


semanas estará a la venta.

En una tienda.

Una tienda en el complejo de Maximo.

La misma tienda a la que me dijo que viniera.

Mi corazón pasa de la aceleración a la congelación y se me cae


el estómago.

Oh.

Duh.

—No, gracias —me obligo a decir, con la decepción


ahogándome.

Me dedica una sonrisa amable.

—No te preocupes.

Marco me toma la compra mientras yo me quejo en silencio.


Una vez que tiene mi bolsa, me pregunta:

—¿Quieres ir a algún otro sitio?

Niego con la cabeza, cada vez más enfadada.

Permanezco ensimismada en mis pensamientos mientras


regresamos al ático. Aunque me había cambiado de ropa, ya no
tengo ganas de salir. Me quedo en el dormitorio, paseándome
mientras mis pensamientos se agitan y mi ira se consume.
Se oyen voces apagadas en el salón antes que la puerta se
abra y Maximo llene el espacio. Sus ojos arden mientras escruta mi
cuerpo.

—Cristo.

Abro la boca para saludar, pero no es eso lo que sale a la


fuerza.

—¿Por qué harías eso?

—¿Hacer qué?

—¿Sabes qué?

Sus ojos se entrecierran.

—Actitud, Juliet.

—No —le respondo—. Estoy acostumbrada a que seas


solapado y manipulador. La mayoría de las veces, incluso me gusta
porque estoy jodida. Pero nunca has sido malo. Esto ha sido
mezquino.

—Vigila cómo hablas de ti misma. —Cruza los brazos sobre


su ancho pecho—. Entonces empieza desde el principio porque no
tengo ni puta idea de lo que estás hablando.

Lo estudio, buscando señales que esté mintiendo, pero todo


lo que veo es confusión mezclada con ira.

Uh-oh.

—Hilda quiere llevar uno de mis vestidos en consignación —


comparto, todavía observando de cerca.

Hay una pizca de sorpresa y más que un poco de orgullo.

—Es increíble.

Sigo sin creerle.


—La última vez que estuvimos allí, nadie me dijo una palabra.
Pero hoy, ¿simplemente se puso charlatana y se ofreció a poner en
venta el vestido?

—La última vez, se dijo a la gente que te dejara en paz para


que pudieras comprar en paz.

¿Esto no fue obra suya?

—Estaba allí con Marco. A lo mejor ha sumado dos más dos y


se ha dado cuenta de quién soy —digo, mientras lucho por reprimir
mi creciente esperanza.

Maximo niega con la cabeza.

—Marco hace de guardia y guía turístico de VIPs en ocasiones.


Nadie se lo pensaría.

No puedo contenerme. La excitación que había sentido antes


burbujea por mis venas, pero va acompañada de una sensación de
pánico. Por lo que sé, he desperdiciado una oportunidad única al
rechazarla.

Por no mencionar que Maximo parece dispuesto a arrodillarse


ante mí, con planes de cena o sin ellos.

Mierda.

Metí la pata.

—¿Realmente no tuviste nada que ver con esto? —lo


compruebo.

—No, no tenía por qué. Si quieres seguir cosiendo para


divertirte, está bien. Te mereces divertirte. Pero si decides ir más
allá, sé que podrías hacerlo sin mi ayuda. —Me dedica una sonrisa
arrogante—. Y tengo razón.

—A menos que la haya cagado —susurro.

Maximo se acerca, con amenaza y ternura en su mirada.

—Tienes que trabajar en tu confianza, Juliet.


No me cabe duda que parte de eso consistiría en darme azotes
hasta que suplicara y luego follarme hasta que me deshiciera.

Y yo quiero eso.

Entonces no está bien.

—Más tarde —digo, acortando la distancia entre nosotros.


Agarro su mano mientras me muevo y voy hacia el ascensor—.
Tengo que ir a hablar con esa mujer antes de la cena.

—Esto no ha terminado —retumba, mientras descendemos.

Sucia anticipación mezclada con mi excitación.

—Espero que no.

Nos bajamos en la planta principal y continúo como una


mujer en una misión, esquivando y sorteando a la gente. Cuando
llegamos a Hilda, escudriño el escaparate, pero la mujer ya no está.

—Maldita sea —susurro.

—Haré que Cole localice su número. —Ante mi mirada


insegura, me aprieta el hombro—. A veces las conexiones son
buenas.

—Sí, de acuerdo.

Estoy a punto de darme la vuelta cuando ella sale por detrás


y se detiene. Una sonrisa se dibuja en su rostro mientras me
observa. Luego se congela y se queda boquiabierta al ver con quién
estoy.

De acuerdo, de ninguna manera fingió eso.

—Hola. Hola. Señor. Señora —balbucea, nerviosa.

—¿Sigue en pie la oferta de consignar mi vestido? —pregunto.

—Sí, por supuesto. Por supuesto.

Probablemente más ahora.


—Entonces me encantaría hacerlo.

—Esperaba que cambiaras de opinión. —Se acerca al


mostrador, toma una tarjeta de visita y me la da—. Las piezas que
tenemos en diferentes tamaños se venden mejor. Cuanto antes me
las hagas llegar, mejor. Si tienes alguna duda, llámame cuando
quieras.

Tomo la tarjeta y sonrío.

—Gracias.

—De nada. Estoy deseando verlos.

Maximo toma la tarjeta y se la mete en el bolsillo antes de


tomarme la mano.

—Disfruta de la velada, Hilda.

—Usted también, señor Black.

Hilda.

Esta es su tienda.

Y quiere vender mi vestido en ella.

Una vez más, ¿cómo es ésta mi vida ahora?

Maximo y yo permanecemos en silencio mientras


retrocedemos hasta el ascensor. Una vez dentro, pulsa el botón para
llevarnos al garaje antes de empujarme hacia él.

Me pasa el pelo por encima del hombro y me mira.

—Tenías razón.

—¿Sobre qué?

Una sonrisa malvada curva sus labios, y me preparo incluso


antes que diga:

—Te di tiempo, y te ganaste calentar ese culo después de todo.

Oh, no.
Pero también...

¡Sí!
JULIET

—¿Dónde estamos? —pregunto, mirando por la ventana.

Cuando salimos de Moonlight, Maximo me lleva al enorme


terreno por el que había hecho una oferta. Como había ofrecido
mucho más de lo que pedían -y pagaría en efectivo sin más
condiciones que un cierre rápido-, le habían contestado en una
hora.

El terreno es suyo.

Cuando terminamos de visitar el lugar, vamos a cenar. A


pesar de lo deliciosa que había estado, no había comido mucho.
Tengo el estómago revuelto por la expectación, la emoción y los
nervios.

Creí que volvíamos a Moonlight, pero no reconozco la zona.

—Nebula —dice.

Me doy la vuelta para mirarlo.

—¿En serio?

Levanta la barbilla, da una vuelta y sigue el camino hasta


aparcar cerca de la entrada principal.

Al dar la vuelta, me abre la puerta y me ayuda a salir, sin


soltarme la mano mientras caminamos por el vestíbulo.

Moonlight y Star son impresionantes, pero Nebula es superior


con diferencia. Está a la altura de su caro y lujoso bombo. Oscuro,
con salpicaduras de colores brillantes, estrellas resplandecientes y
remolinos de humo, es como la sección VIP del espacio exterior. Hay
estatuas, murales y espejos colgantes.

Me habría encantado ver más, pero solo puedo echar un


vistazo superficial mientras Maximo prácticamente me arrastra.
Recorremos la planta de juego ovalada y giramos por un pasillo de
Black Resorts antes de llegar al ascensor.

Una vez dentro, me levanta y me abraza a él, de espaldas a la


pared.

—¿Alguna vez dejaré de ser tan malditamente adicto a ti? —


Maximo gruñe contra mi cuello antes de morder y chupar mi piel
sensible.

—Espero que no. —Respiro, haciéndolo gemir.

El ascensor se abre y me lleva a una suite impresionante, que,


de nuevo, apenas puedo ver de camino al dormitorio.

—¿Por qué me has traído aquí si no me vas a dejar ver nada?


—bromeo, mientras me baja para ponerme de pie.

Pero no hay humor en su mirada. Solo hay fuego, lujuria y


deseo. Necesidad.

—Porque no hay nadie debajo de nosotros en tres pisos. —Su


mano me agarra el culo, su dureza apretada contra mi vientre.

No da más detalles, pero entiendo lo que quiere decir alto y


claro.

¿Cómo de malo va a ser esto?

¿O tal vez qué tan bueno?

Maximo se toma su tiempo para desnudarme, sus dedos,


labios y lengua tocando y acariciando mi piel. Cuando estoy frente
a él completamente desnuda, ordena:

—Desvísteme, palomita.
Obedezco encantada, aunque no me tomo mi tiempo. Lo
desnudo con avidez como si fuera el regalo que he deseado toda mi
vida.

—Me encanta cómo me miras. —Me come la boca y nos hace


retroceder hasta que mis piernas chocan contra la cama. Aparta la
boca y me sube sobre ella, desplazándonos hacia el centro antes de
colocarme sobre las manos y las rodillas.

Expuesta, vulnerable y al límite, los nervios se apoderan de


mí. Empiezo a cerrar las piernas, pero su mano baja en una
bofetada punzante y me quedo inmóvil.

Otras nueve me salpican las mejillas y los muslos. El calor y


el dolor se extienden por mi cuerpo, envolviéndome para aflojar los
músculos y despejarme la cabeza. Mi pecho cae sobre el colchón y
mi culo se inclina hacia arriba.

En su mano.

En el dolor.

—Tan perfecta —alaba, dando una última nalgada fuerte. Y


entonces su boca está sobre mí. Su lengua se introduce en mi coño,
devorándome. Gimiendo como si estuviera en el cielo, me lame,
chupa y acaricia, llevándome al borde del orgasmo antes de
retirarse.

Más. Y más. Y otra vez.

Azotarme el culo había sido un castigo.

Pero acercarme tanto al orgasmo y no dejar que me corra es


una tortura.

Su lengua se eleva para arremolinarse alrededor de mi


apretado agujero y mi cuerpo se tensa.

—Relájate —murmura contra mí.

—Para ti es fácil decirlo.

—Juliet.
—Pero...

—Silencio.

Oír eso hace que mi coño se apriete alrededor de la nada, vacío


y privado.

Reanuda los lametones y su hábil lengua me lleva


rápidamente más allá del punto de vergüenza. Su grueso dedo me
presiona el culo, pero se limita a burlarse de mí antes de sustituirlo
por su lengua.

—Por favor —suplico, con los músculos tan tensos que me


duele el cuerpo.

En lugar de darme la liberación que necesito, Maximo retira


su toque.

—No te muevas.

—¿Qué? —Cuando la cama se mueve, por reflejo me incorporo


para tirar de él y terminar lo que ha empezado.

Sus ojos desorbitados se disparan hacia mí.

—He dicho que no te muevas. No me hagas repetirlo otra vez,


Juliet.

Dejo caer la cara sobre el colchón y no pude ver lo que hace.


Se oye un murmullo antes que vuelva.

Sus dientes se hunden en la mejilla dolorida de mi culo,


haciéndome gritar.

—Cuando te digo algo, espero que me escuches.

La respuesta que tengo en la punta de la lengua desaparece


cuando la punta de su lengua se clava en mí. Trabaja mi clítoris, mi
coño y mi culo hasta que las lágrimas de desesperación me queman
los ojos.

Soy vagamente consciente que algo chasquea detrás de mí


antes que un lubricante frío y resbaladizo cubra mi agujero.
Cuando presiona su dedo contra mí, continua deslizándolo hacia
adentro. El dolor me corta la respiración. La plenitud. El
estiramiento.

—Respira —susurra, con la otra mano frotándome el clítoris


mientras mete y saca el dedo.

Para ti es fácil decirlo, quiero repetir, pero no puedo formar


palabras. Especialmente cuando añade un segundo dedo.

Si solo dos dedos me hacen sentir que me parto en dos, no sé


cómo voy a aguantar su polla.

Pero cuanto más tiempo me trabaja, más quiero averiguarlo.

—Te necesito —gimo.

—Esta noche solo jugamos —dice Maximo, con la voz tensa y


ronca por la excitación.

Puede que me aterrorice el dolor y que no esté segura de la


logística, pero eso no significa que no quiero hacerlo. O al menos
intentarlo.

—¿Por qué?

—Tengo que prepararte.

—Estoy lista. —Balanceo mis caderas hacia atrás—. Te


necesito.

—Todavía voy a follar este coño goloso.

—Quiero intentarlo.

Maximo duda durante un largo momento.

—¿Estás segura?

No.

—Sí.
Suelta una dura maldición, retira los dedos y me pone más
lubricante. Miro por encima del hombro y veo cómo cubre con
lubricante su larga erección.

Longitud que voy a tomar.

¿En qué estoy pensando al pedir esto?

Pero entonces me quedo mirando mientras se acaricia y


recuerdo.

Lo quiero de todas las maneras posibles. Quiero seguir


probando nuevas experiencias porque confío en él.

Porque lo amo.

Se pone de rodillas detrás de mí, con su gruesa cabeza


presionando mi apretado agujero.

—Dime cuándo parar, Juliet. No intentes tomarlo si te duele


demasiado. ¿Entendido?

—Entendido, papi.

Me penetra con suavidad y siento que me destroza por dentro.


Los músculos me arden y me escuecen con la intrusión, pero hay
una corriente de placer.

Muy por debajo de la corriente.

—Relájate, palomita —grita, sin parecer muy relajado.

Hago todo lo posible por inhalar profundamente, llenando mis


pulmones del aire que tanto necesito mientras obligo a mi cuerpo a
relajarse.

Maximo se acerca más.

—Dios. Tan jodidamente apretado.

Me folla con la punta, superficial y lentamente. Cada pocos


empujones, empuja más profundo. Bordea esa delgada línea que
separa el placer del dolor hasta que no sé distinguir cuál es cuál.
Apoyo la cara en la almohada y ahogo un gemido gutural. Me
arrebata la almohada.

—No hay nadie en los pisos de abajo. —Me recuerda—. Quiero


oírte gritar.

Cuando empuja con más fuerza, le doy lo que quiere porque


no hay forma que pueda contenerme. Mi gemido se mezcla con un
grito áspero, formando un sonido que ni siquiera sabía que podía
emitir.

Y a Maximo le encanta. Gimiendo, me rodea con el brazo para


jugar con mi clítoris, aumentando la confusa oleada de sensaciones
abrumadoras.

Me duele.

Es increíble.

Estoy tan llena.

Quiero más.

Estoy a punto de explotar.

Estoy segura que me matará.

A medida que sus movimientos se vuelven erráticos y


descontrolados, decido que la muerte por orgasmo merece la pena.
Necesito correrme más que mi próximo aliento.

Maximo debe de sentir la misma urgencia porque su velocidad


y la presión que ejerce sobre mi clítoris aumentan. Su voz es baja y
tensa:

—No voy a durar mucho más.

—Ni siquiera has entrado del todo —jadeo, con las palabras
entrecortadas.

—No importa. —Eso no le impide empujar más adentro—.


Cada centímetro de ti es mío ahora. Tu dulce coño, tu boca follable,
y este culo apretado.
Sus palabras lo logran. Un grito gutural brota de mí mientras
el placer, dolor más intenso y cegador desgarra todo mi cuerpo.
Destruyéndome. Eviscerándome.

Un orgasmo se convierte inmediatamente en otro mientras


sus gemidos se mezclan con los míos. Su semen me llena mientras
dice:

—Toda tú es... Mía.

Nos quedamos así encerrados durante un largo rato,


volviendo lentamente a la tierra mientras recuperamos el aliento.
Siseo un gemido y me estremezco cuando se sale. No recuesta su
peso como suele hacer, lo cual es bueno porque no estoy segura de
poder soportarlo. Cuando se baja de la cama, me desplomo en un
montón sin gracia.

Me siento drogada, o lo que yo supongo que es estar drogada.


Mi cabeza flota y está vacía. Mi cuerpo es hiperconsciente de todo
y, sin embargo, de nada. No puedo pensar, ni moverme, ni
funcionar. Simplemente estoy... allí. Feliz, en paz, despreocupada y
drogada.

Ni siquiera me sobresalto cuando de repente me veo en brazos


de Maximo, sin tener energía ni ganas de preguntarle adónde me
lleva. Un momento después, nos sumergimos en un baño caliente
antes que él me acomode en su regazo rodeándome con sus brazos.
Apoyando la mejilla en su pecho, saboreo la burbuja de serenidad
en la que floto.

El calor y el agua empapan mis tensos músculos, aliviando la


piel en carne viva y el profundo dolor que me habían producido su
palma y su polla. No sé cuánto tiempo ha pasado antes de
incorporarme y darme cuenta de varias cosas a la vez.

En primer lugar, me muero de hambre. Mi estómago gruñe


ruidosamente por carbohidratos y comida reconfortante.

A continuación, me siento completamente tranquila, en


cuerpo y alma. Es una tranquilidad total que nunca había
experimentado.
Por último, y posiblemente lo más sorprendente, Maximo está
duro. Larga y gruesa, su polla se extiende entre nosotros.

—¿Cómo estás duro otra vez? —pregunto.

—Siempre —corrige.

—¿Siempre?

—Nunca bajó del todo.

—¿Cómo?

Le habría preguntado en broma si esta tomando pastillitas


azules como Tic Tacs, pero conociendo a Maximo, se lo habría
tomado como un reto.

—Tenía mi polla metida en tu culo apretado —dice—. Hice que


te corrieras de maravilla. Y ahora te tengo desnuda en mis brazos,
feliz y tranquila. Confiada. —Su polla se sacude contra mí—. Me
has dado todo de ti.

No entiendo por qué mi confianza es tan importante para él.


Si ya obedezco, ¿qué más da que confíe en él?

Mucho, como se ha visto.

Lo siento cada día, hasta los huesos. La felicidad. La falta de


estrés y ansiedad. La estabilidad. Ya no me siento temporal.

Yo pertenezco. A él. En nuestra vida juntos.

Aparte de su amor, ese sentimiento de pertenencia es el mejor


regalo que me había hecho. Va más allá de lo que jamás había
imaginado que fuera posible.

—Gracias por querer todo de mí —susurro.

Sus brazos me rodean.

—Hasta el día de mi muerte.

No es temporal.
Permanente.

Hasta el día de mi muerte.


MAXIMO

—Tengo un problema, jefe.

Jesús.

Durante casi un mes, he trabajado todos los malditos días,


desde las primeras horas de la mañana hasta bien entrada la noche.
Me había llevado a Juliet al trabajo un puñado de veces, pero
necesito un día libre con ella. Como los preparativos para el nuevo
complejo no me lo permiten, me conformo con trabajar desde casa.

Por supuesto que algo lo jodería.

—¿Qué pasa? —le pregunto a Ash.

—Alguien está aquí.

Eso llama mi atención.

Nadie viene a casa sin invitación. Pocas personas saben


siquiera dónde vivo. La ruta es sinuosa y solitaria, nada en
kilómetros.

No es una casa con la que alguien tropieza por casualidad.

—¿Quién es? —Dejo el correo y el abre cartas, y pulso unas


teclas para cambiar de cámara de seguridad.

Un hombre se detiene ante la verja, junto a un elegante


deportivo rojo. Se apoya en él, esperando pacientemente.
—Ni idea y no me lo dijo —dice Ash—. Solo dijo que tenía algo
que podría gustarte.

No hay nada que quisiera que no tuviera ya. Excepto...

—¿Carmichael?

Ladea la cabeza un momento.

—Tendría sentido.

Ese bastardo caradura ha estado en el viento desde que fue


tras Juliet. Tiene que saber que está siendo perseguido, y no solo
por mí.

Ash y Marco habían estado buscando en silencio, vigilando


los casinos y clubes fuera del Strip. Cuando no hubo rastro de él,
hice saber en los círculos adecuados que estaba buscando.

Eso convirtió a Carmichael en una poderosa moneda de


cambio. Incluso sus amigos más cercanos se volverían contra él si
eso significaba que les debía un favor.

Muchos ojos lo buscan.

Solo que no sé si el hombre de mi entrada es uno de ellos.

Tomo mi celular y le envío a Cole el número de matrícula antes


de preguntarle a Ash:

—¿No te ha dicho nada?

—Dijo que solo hablaría contigo.

Me froto la mandíbula.

—Arregla una reunión en Moonlight mañana.

—Dijo aquí y solo aquí.

No me gusta que nadie me exija nada, y mucho menos un hijo


de puta desconocido que se ha presentado sin invitación. Pero me
pica la curiosidad. Quiero saber qué tiene que ofrecerme.
Más que eso, quiero saber de dónde demonios ha sacado mi
dirección.

—¿Juliet sigue viendo una película con Vera?

—Sí —dice Ash.

—Confisca el celular de nuestro invitado, las llaves, el reloj y


cualquier cosa que pueda ser usada como arma, incluyendo sus
malditos zapatos.

—En ello.

Estoy casi en la puerta cuando le pregunto:

—¿Tienes tu equipo?

Se da unos golpecitos en la chaqueta y sonríe con un deje de


expectación.

—Siempre.

Levanto la barbilla.

—Estate preparado. En el peor de los casos, él tomará una


siesta y tomaremos un día de excursión al Sótano.

La sonrisa de Ash se convierte en una mueca, el bastardo


enfermo.

—Siempre hay esperanza.

Se marcha, y me recuesto en mi silla para ver las cámaras,


cambiándolas para seguir su progreso hasta que están dentro.
Apago los monitores y consulto mis mensajes.

Es alquilado. Dame un poco, debería ser capaz de averiguar


quién lo alquiló.

Eso no es bueno.

Dejo el teléfono justo cuando Ash abre la puerta. Se hace a


un lado y deja entrar a nuestro misterioso invitado antes de salir y
cerrar tras de sí.
No reconozco al hombre, ni siquiera un atisbo de familiaridad.
Tiene más o menos mi edad, pero los años no han sido benévolos.
Tiene canas en el pelo castaño y la cara llena de cicatrices de una
vida dura. Su mirada se clava en un resplandor mientras
escudriñaba la habitación.

En palabras de Juliet, parece un "matón".

—Gracias por recibirme. —Su tono es cortante mientras me


ofrece la mano.

No la tomo, y él no parece sorprendido.

—No me dejaste muchas opciones.

A pesar de mi falta de invitación, toma asiento.

—Lo siento, pero pensamos que era mejor hablar en privado.

—¿Pensamos? ¿Tienes una rata en el bolsillo?

Sonríe con satisfacción.

—Mi compañero y yo.

Mentira. Es su jefe el que manda y él es un mensajero


disfrazado de alguien.

—¿Y quién es tu compañero? —le pregunto.

—Prefiero no decirlo.

Su jefe le dijo que no lo dijera.

Hablar en círculos y tonterías codificadas pierde su brillo


rápidamente.

—Dime por qué estás aquí.

A diferencia de mí, él no está molesto. Disfruta sintiéndose un


gran hombre.

—Tenemos algo que quieres.

—¿Y eso es?


—Localización de Mugsy Carmichael.

Puede ser un engaño. No he sido discreto al hacer saber que


quiero a Carmichael.

Sus ojos recorren la habitación antes de posarse de nuevo en


mí.

—Y te lo daremos, entregado con un lazo.

—¿A cambio de qué?

—Dando a nuestros boxeadores una oportunidad en tu


circuito. —Levanta una ceja, la implicación pesada—. Cualquiera
de los dos.

Venir a mi casa sin invitación y plantear exigencias es una


estupidez y una miopía.

Seguir eso con el conocimiento implícito de mi negocio es


estúpido y suicida.

Guarda silencio un momento, esperando una reacción. Al no


obtener ninguna, su mirada se endurece.

Como si le hubiera hecho daño.

—¿Cómo dijiste que te llamabas? —pregunto, aunque ambos


sabemos que no lo ha dicho.

No contesta, pero no es una evasiva estratégica. Su atención


está dirigida hacia la ventana.

Mierda.

Debería haberme asegurado que Juliet se quedara en la sala


de cine hasta que diéramos el visto bueno. Había supuesto que la
película duraría más, pero por su mirada, que pasó de curiosa a
embelesada, sé que está afuera.

Girando mi silla hacia un lado, veo a Juliet doblarse por la


cintura para dejar su iPad y su Coca-Cola light. Se quita los
pantalones cortos y se levanta lentamente la camiseta para mostrar
su hermoso cuerpo en un bikini blanco que apenas cubre nada.
Se sacude el pelo y se lo recoge antes de hacerse una coleta
alta.

Mi sueño húmedo era montar un espectáculo que se suponía


que era solo para mí.

Me giro hacia el hombre y carraspeo.

Tarda demasiado en apartar los ojos de ella. Cuando se


cruzan con los míos, son más calculadores y agudos de lo que yo
creía.

—Nuestra oferta es generosa. Tienes a Carmichael y tu


elección de boxeadores frescos. Son buenos. Rápidos, jóvenes y
ambiciosos. —Sonríe, pero no es una sonrisa amistosa—. Les
estamos haciendo dos favores.

Sus palabras son afables, pero su tono escupe fuego y


disgusto. Cuanto más tiempo pasa allí sentado, más le pesa el
resentimiento. Y más le cuesta ocultarlo.

Había enojado a mucha gente personalmente. Más aún por


efecto dominó. Es imposible llevar la cuenta de todos los que me
odian.

Pero este hombre es innegablemente uno de ellos.

Es evidente en sus ojos, su voz y su lenguaje corporal.

Simplemente no tengo ni idea de por qué, y él claramente no


va a decírmelo. No por qué me odia. Ni quién es.

Y no por qué está aquí en realidad.

Porque estoy dispuesto a apostar Nebula que el único boxeo


en el que participa es la variedad de cartas.

Estoy a punto de decir que es mentira cuando suena mi


teléfono.

—Tengo que tomar esto —digo antes de darle a aceptar—.


Black.
—El auto lo alquiló William Janson —dice Cole, con voz
tranquila.

¿Por qué me suena ese nombre?

Mierda.

Tommy Janson.

Había sido el mierdecilla al que atraparon robando en


Moonlight. El que había trabajado para Viktor Dobrow.

—¿Es lo mismo que la última vez, Sophia? —pregunto, sin


perder de vista a mi invitado.

Sus propios ojos están ocupados recorriendo mi despacho y


la ventana, buscando algo.

—Hermano —dice Cole.

—De acuerdo, ponlo en mi agenda. —Cuelgo y sonrío al


hombre que tengo enfrente. Al igual que la sonrisa que me había
lanzado, está lejos de ser amistosa.

Me pongo de pie rápidamente y Janson se sobresalta y se pone


tenso. Guardo el celular en el bolsillo, rodeo el escritorio y me siento
en el borde frente a él.

—Cuéntame más sobre los boxeadores.

Se relaja y se recuesta en la silla. Su expresión pasa del odio


a la victoria.

—Tendrás que verlo por ti mismo.

Incluso estando yo más cerca, no es lo bastante listo para


mantenerse en guardia. Su atención se desvía hacia Juliet por la
ventana, mirando boquiabierto mientras sus facciones se tensan.

—¿Tratando de averiguar cómo un bastardo como yo


consiguió a alguien así? —pregunto, mientras me inclino
despreocupadamente hacia atrás, reacomodando mis manos hasta
que siento lo que necesito bajo mi palma.
Señala a su alrededor, con la mandíbula apretada.

—Puedo adivinarlo.

—No, no es la piscina, la casa, la ropa o cualquiera de las


otras mierdas que mi dinero le compra. Ella es mía porque la
mantengo a salvo. Y no dejo que otros bastardos se la follen con los
ojos, Janson.

Levanta las cejas.

No podría haberlo planeado mejor aunque lo intentara.

Agarro el abrecartas y lo golpeo con rapidez, pero con


moderación, porque no quiero matarlo todavía. El afilado acero se
hunde en su objetivo y el globo ocular emite un repugnante chirrido
al brotar sangre y fluidos.

Su grito espeluznante es música para mis oídos.

Ash abre la puerta de golpe pero se queda en el umbral.

Janson retrocede bruscamente, arrastrando el acero


puntiagudo y chorreando más sangre.

—Podría matarte ahora mismo —digo con calma, agarrando


el mango—. Un par de centímetros más y esto estará enterrado en
tu cerebro.

Sus gritos de dolor no cesan, pero sí sus golpes.

—¿Trabajas para Dobrow como tu hermano? —Como no


contesta, retuerzo el abridor hasta que le entran arcadas—.
¿Trabajas para Dobrow?

—¡Sí! —Deslizo el acero, y sus manos cubren el ojo


masacrado—. Estás jodidamente loco.

No se equivoca.

Especialmente cuando se trata de Juliet.

Mi posesividad puede conmigo y no me lo pienso dos veces


antes de apuñalarlo en el otro ojo.
El imbécil debería habérselo esperado.

Protege siempre lo que es tuyo.

—¡Joder! —grita, antes de vomitarse encima.

—Al menos no es pis. —Señala Ash.

Janson se cubre la cara, con lágrimas ensangrentadas.

—¿Por qué te envió Dobrow?

La única respuesta que obtengo es otra arcada y más gritos.

—Usa su auto y llévalo a la planta —le digo a Ash.

Ash levanta la barbilla, su enfado es palpable.

A pesar que Juliet y yo insistimos en que no era culpa suya,


tiene mucha rabia contenida y culpa porque Carmichael llegara a
ella bajo su vigilancia.

Rabia y culpa que está a punto de ser transferida a este hijo


de puta.

Desaparece un momento y Ash vuelve con dos toallas. Me tira


una y empuja la otra contra la cara del hombre mientras lo levanta.

Me limpio la sangre de las manos, salgo con ellos de la


habitación y Vera me está esperando.

Sin inmutarse, me examina en busca de heridas, llegando a


la conclusión correcta que nada de la sangre es mía.

—El señor Ash dijo que me necesitaría.

Muevo la cabeza hacia la puerta abierta.

—Mi oficina...

—¿Maximo?

Mi mirada se dirige al pálido rostro de Juliet mientras


contempla la sangre.
Estoy jodido.

Otra vez.

—Cierra los ojos —grito, más duro de lo que pretendía.

Hace lo que le digo, pero pregunta:

—¿Estás bien? No es tuya... ¿verdad?

—Estoy bien. —Quiero tocarla, pero no con mis manos


cubiertas de sangre—. Mantenlos cerrados.

Vera mete la mano por detrás para cerrar la puerta de un


portazo mientras Ash tapa la boca de Janson y lo arrastra escaleras
abajo.

Salgo hacia nuestro dormitorio y me encierro en el cuarto de


baño. Después de enjuagarme las manos, saco el celular del bolsillo
y llamo a Marco.

—Jefe —responde.

—Te necesito en la casa.

—Estaré allí en veinte minutos.

Llamo a Cole.

—¿Qué pasa? —pregunta a modo de saludo, ya en alerta


puesto que no estaría llamando si no fuera importante.

—¿Dónde estás?

—En casa.

—Necesito tecnología y posiblemente un borrado de GPS.

—¿Dónde?

—La planta.

—Recogeré lo que necesito y estaré en diez minutos.


Dejo el teléfono en el suelo y abro la ducha al máximo antes
de meterme. El agua abrasadora se mezcla con la sangre roja y la
tiñe de rosa mientras me restrego.

Mis pensamientos cambian entre Janson, Dobrow y un pesar


desconocido. Apuñalar a Janson no ha sido un error. Hacerlo
mientras Juliet está en casa sí lo ha sido. Deje que mi
temperamento sacara lo mejor de mí.

La he cagado.

Mi trabajo es protegerla, y en lugar de eso la he traumatizado.

Cierro el grifo, me seco y me envuelvo la cintura con la toalla


antes de abrir la puerta.

Juliet se queda inmóvil cuando salgo. Baja la mirada para


inspeccionar mi torso desnudo en busca de heridas.

—Te dije que no era mi sangre.

—Solo me aseguraba.

La estrecho entre mis brazos y me alegro que no se resista.


Inhalo su aroma a sol mientras recorro con mis manos la suave piel
de su espalda.

—¿Estás bien?

—Un poco asustada —admite.

La culpa me golpea más fuerte en las entrañas.

Al verla, se apresura a explicarlo:

—No es eso. Solo estoy asustada porque pensé que estabas


herido. En realidad no vi nada. —Una sonrisa triste que hace
tiempo que no veía curva sus labios—. Aunque lo hubiera visto,
sabes que he visto cosas mucho peores en mi vida.

Debería desenterrar a Shamus de su tumba sin nombre y


dispararle de nuevo.

—Tengo que irme —digo.


—Me lo imaginaba.

—No más salidas hoy. Marco llegará pronto. Vera siempre está
armada. Tú...

—¿Vera está armada?

—Vivió una vida dura antes de venir aquí.

—Lo sé —dice Juliet—. No me había dado cuenta que era muy


agresiva. Me alegro de haber sido siempre educada.

Como de costumbre, Juliet consigue hacerme sonreír a pesar


de la tormenta de mierda que se avecina.

—¿Caliente ?

—Suena mal... como Vera, aparentemente.

—Por eso estarás a salvo.

Pero mi chica no necesita que la tranquilicen.

—Lo sé. Estoy preocupada por ti. —Su voz tiembla y sus
brazos me rodean la cintura con fuerza, haciéndome dolorosamente
consciente que solo nos separan una toalla y su fino bañador. Mi
polla se endurece y sus ojos se clavan en los míos—. ¿En serio?
¿Ahora mismo?

Le agarro la cabeza y se la echo hacia atrás.

—¿Contigo? Siempre.

—Estás loco. —Pero eso no impide que se apriete más contra


mí.

Por muy tentado que esté de hundirme en ella y follar mi ira,


no tengo tiempo.

—Necesito vestirme.

Abre la boca, pero la cierra.


—Voy a darme una ducha rápida antes que se desate más
infierno.

Después que ella se encierra en el baño, me pongo un traje y


enfundo mis Glocks antes de ir a mi despacho.

La sangre ya ha desaparecido de mi mesa y el aire desprende


un aroma a desinfectante. La alfombra está empapada de limpiador.

—¿Cómo está? —pregunta Vera, levantando la vista de su


bandeja de suministros. Toma un cepillo y lo cambia por otro más
grande.

—Está bien.

—Por supuesto. Somos mujeres. Las mujeres siempre somos


fuertes.

No puedo discutir con eso.

—¿Tienes tu Ruger?

Sonríe y se levanta el pantalón para mostrar la funda del


tobillo.

—Las mujeres también están siempre preparadas.

—Bien. Marco está en camino. Quiero a todo el mundo


encerrado hasta que vuelva.

Se acerca y me da unas palmaditas en la mejilla como solía


hacer mi madre, como si yo fuera un niño travieso y no un hombre
adulto con un asesinato en la cabeza.

—Cuídate. —Sus facciones se tensan y la crueldad se apodera


de mí—. Pero haz lo que tengas que hacer para asegurarte que
Juliet y tú siguen a salvo.

—Ese es el plan.

Se da la vuelta y se pone los guantes antes de agacharse para


limpiar la sangre de la alfombra, como si no fuera más que vino
derramado.
—Entonces, una vez que se haya asentado, puedes empezar
a hacer hermosos bebés.

Jesús.

Deja que Vera sea franca.

No es la primera vez que pienso poner a mi bebé en Juliet,


pero soy un cabrón egoísta. La quiero para mí solo por un tiempo
más.

Sacudiendo la cabeza, retrocedo hasta el dormitorio justo


cuando Juliet termina de vestirse.

Acorto la distancia que nos separa y le tomo la cabeza antes


de besarla con fuerza.

—Pórtate bien.

—Nunca. —Ante mi mirada, pone los ojos en blanco—. Bien.

Empiezo a alejarme, pero ella me agarra de las solapas, con


una preocupación evidente en su bonita cara.

—Ten cuidado.

—Nunca dejaría que nadie me alejara de ti.

Con un último beso, bajo las escaleras justo cuando Marco


llega.

—¿Qué ha pasado? —pregunta.

Recapitulo la visita de Janson-número-dos y la conexión con


Dobrow.

Con el ceño fruncido, Marco permanece en silencio mientras


hablo. Cuando termino, sacude la cabeza.

—Mierda.

Eso lo resume todo.


MAXIMO

Entrando en la planta, me dirijo directamente al cuerpo inerte


que cuelga de un gancho para carne con las muñecas atadas. Lo
rodeo lentamente. Lo han desnudado hasta la ropa interior para
comprobar si lleva cables, rastreadores o cualquier otra cosa que
pueda haber escondido.

No me sorprende que no haya nada. Dobrow no va a gastar


dinero en un costoso equipo de rastreo porque solo le importa él
mismo. Janson no es lo bastante listo como para tomar
precauciones: el cabrón había alquilado un auto con su propia
licencia para sentirse un pez gordo.

Ash ha vendado los ojos de Janson, pero no es por precaución.


Es para que no muera o se desmaye antes que sepamos lo que
necesitamos.

—Trabajas rápido —le digo.

La sonrisa de Ash está en desacuerdo con la rabia de su cara.

—No es trabajo cuando amas lo que haces.

Miro hacia donde Cole está sentado con su ordenador.

—¿El alquiler?

—Borrado y tirado. —Teclea antes de volver a hablar—:


William Janson. Treinta y cinco años. Nacido en Carson City.
Cumplió condena por posesión de drogas y armas ilegales, y luego
otra vez por robo y robo agravado. —Levanta la vista de la pantalla
y mira a Janson—. Eres un triunfador.

—¿Cómo sabes todo eso? —pregunta Janson, arrastrando las


palabras por el dolor y el choque de adrenalina.

—Soy así de bueno. —Cole hace una pausa antes de añadir—


: Además, los registros públicos son públicos, imbécil.

Vuelvo a rodear a Janson, haciendo mis pasos más fuertes a


propósito. Con cada pisada que suena a su alrededor, su cuerpo se
tensa mientras se prepara.

Finalmente, levanta la cabeza.

—Aunque tuviera algo que decir, me vas a matar. Así que


acaba de una vez.

—¿Qué tiene eso de divertido? —Me quito la chaqueta y la


cuelgo en el respaldo de una silla antes de remangarme.

Empiezo despacio, golpeo su torso.

Gancho al riñón.

Pausa.

Dos golpes rápidos en el pecho, dejándolo sin aliento.

Una pausa más larga.

Otros dos ganchos otra vez al riñón.

Hago ruido al retroceder, solo para que Ash intervenga


sigilosamente con un gancho sorpresa y un golpe seguido
rápidamente por un derechazo cruzado a la boca.

Janson babea sangre por la barbilla.

—Ni siquiera sé nada.

—Cristo, odio a los mentirosos.


Vuelvo con más golpes al cuerpo hasta que gime y se
balancea. Haciendo una pausa para que no se desmaye, tomo una
botella de agua y me apoyo en la mesa. Echo un vistazo a la pantalla
del ordenador de Cole.

—¿Qué tienes?

—Ha estado trabajando como portero en Ace in the Hole


durante los últimos tres años.

Ace in the Hole es uno de los clubes de striptease de Dobrow.

—Estuvo saliendo con una bailarina durante un tiempo,


pero... uf, mala suerte. Bunni está ahora con el camarero.

—¿Ella qué? —brama Janson. Su momento de indignación


debe de consumir toda su energía porque se desploma. Su peso tira
de sus brazos y hombros, haciendo el trabajo por nosotros.

—¿No la sigues en internet? —Cole pregunta

—Me bloqueó.

Silba por lo bajo.

—Ya veo por qué. Muchas fotos pornográficas de ella y su


nuevo hombre.

—Ese coño.

Cole se ríe.

—Gracioso porque según su post de Facebook, te atrapó en la


cama con otra de las bailarinas.

—Es diferente para los hombres —se burla.

—No lo es —le digo, aunque ya no le importa.

Como Janson ya no está a punto de desmayarse, Ash y yo


reanudamos el trabajo. Nos turnamos, esperando y golpeando.
Manipulando su mente tanto como su cuerpo.

Me tomo otro descanso. Bebo mi agua. Lo rodeo.


Juego con mi objetivo.

—Puedo seguir —le digo—. No durante horas ni días. Puedo


mantenerte aquí y vivo durante semanas. Huesos rotos curándose
dolorosamente mal. Las heridas se infectan hasta que tu carne se
pudre. Seguiré remendándote solo para volver a destrozarte.

Su cuerpo tiembla, su pulso se acelera visiblemente mientras


respira entrecortadamente. Le invade el terror.

Al abrir la boca, la saliva mezclada con sangre y vómito le


gotea por la barbilla.

—Hazlo —gime—. Mientras lo haces, Viktor utilizará a tu puta


durante semanas. Y luego la destrozará. La mutilará hasta que solo
quede un cascarón desfigurado. Te lo mereces por lo que le hiciste
a mi hermano.

Mi mano se cierne sobre la pistola, todo en mí grita que le


haga comerse una bala. Pero obtener respuestas es más
importante, así que no lo mato.

Le hago daño.

Pongo mis pulgares en sus ojos vendados y presiono. Sus


gritos resuenan a nuestro alrededor hasta ahogarse.

Aliviando la presión, pregunto:

—¿Qué tiene que ver Juliet con esto?

Solloza, con lágrimas ensangrentadas que se filtran a través


de las vendas.

Miro a Ash.

—Cuchillo de sierra y alicates de punta.

Muchos hombres pueden aguantar un puñetazo, sobre todo


si están acostumbrados. El verdadero dolor es otra cosa.

Janson traga saliva con fuerza y aprieta los labios hasta que
la piel se le pone blanca.
Un momento después, Ash me entrega lo que le he pedido,
haciéndolos tintinear a propósito. Paso el áspero filo del cuchillo
por el costado de Janson, lo bastante fuerte como para cortar y
hacer que la sangre gotee. Lo retiro, observando cómo Janson se
desploma antes de arrastrar la hoja con más fuerza, abriéndole la
piel. Sus chillidos se hacen más fuertes cuando vuelvo a cortar,
dibujando una X.

Empujando las pinzas frías contra los cortes, digo:

—Me pregunto cuánta piel puedo arrancarle del cuerpo antes


que se desmaye.

Pellizco la piel ensangrentada entre la punta de las pinzas y


empiezo a tirar.

—¡Espera! —Janson grita, casi hiperventilando. Inclina su


cuerpo lejos de mí—. Si te digo lo que sé, ¿me dejarás ir? Me mudaré
al otro lado del país. No volverás a verme. —Su bravuconería
anterior ha desaparecido mientras solloza, con voz gruesa y
quebrada—: Mi hermano era un imbécil. Viktor es un imbécil
codicioso. No quiero morir por ninguno de ellos.

—¿Me lo contarás todo?

—Todo. Pero no me mates. —Su cuerpo se agita, haciendo


sonar el gancho sobre su cabeza, lo que solo hace que tiemble
más—. No quiero morir —gime una y otra vez.

—Dímelo.

—¿No me matarás?

—No si me lo cuentas todo.

Su cabeza cae hacia adelante y su pecho se agita.

—Shamus le debía a Dobrow. Mucho más de lo que podía


pagar.

Un abismo me llena las tripas mientras el agua helada fluye


por mis venas.
—¿Y?

—Y dio a su hija como pago.

¿Por qué me sorprende? Incluso desde la tumba, le hace la vida


imposible a Juliet.

Debería haber traído a ese hijo de puta aquí en lugar de ir por


él con una bala rápida entre los ojos.

No es la primera vez que pienso en la suerte que ha tenido mi


palomita al dejarse ver aquel día.

Dios sabe a lo que se habría enfrentado si no me la hubiera


llevado.

—Pensamos que Shamus se la llevó para protegerla —


continúa Janson—. Cuando Viktor presionó a Mugsy Carmichael
para que los encontrara, Mugsy le dijo que sospechaba que tú
habías matado a Shamus.

Pienso en la visita de Carmichael a mi despacho. Había


actuado preocupado por Juliet, pero solo había querido
intercambiarla para salvar su propio culo.

—¿Qué más? —pregunto.

—Observamos y esperamos un tiempo antes que Viktor se


aburriera y siguiera adelante. Pero entonces se corrió la voz que sí
tenías a la chica, y volvió a interesarse. —Hace una pausa,
resollando—. Necesito agua.

Poniendo los ojos en blanco, Ash toma una botella y se la


vierte en la garganta como si lo estuviera ahogando.

Janson gira la cabeza y tose, lanzando saliva sanguinolenta


por todas partes.

—¿Por qué has venido hoy? —pregunto una vez que se calma.

—Para hacerte una oferta por Carmichael y fijar una reunión.


—Respira entrecortadamente—. Y para echar un vistazo a tu casa
para ver cómo entrar.
Juliet es inteligente. Dulce. Divertida. Es valiente, aventurera,
testaruda, creativa, ambiciosa y maravillosamente sumisa en su
jaula dorada.

Pero Viktor no sabe nada de eso.

—¿Por qué tanto esfuerzo por una sola mujer?

—Para vengarse de ti. Tienes poder. Influencia. Quería usar


eso para ampliar su alcance, pero en lugar de eso, le prohibiste la
entrada y otros le siguieron. Perdió contactos y dinero. Dos de sus
clubes quebraron. Te culpa a ti. Tú le quitaste. Él quiere quitarte a
ti.

La culpa pesa sobre mis hombros. Puede que su viejo fuera


quien le pusiera una diana en la espalda, pero arrastrar a Juliet a
mi vida la había hecho crecer.

—¿Algo más? —pregunto, luchando por contener mi rabia y


mi culpa.

—Eso es todo. Es todo lo que sé. —Inhala profundamente


antes de sacudir sus manos atadas—. Ahora déjame ir.

—¿Dónde está Dobrow ahora? —le pregunto a Cole.

Janson piensa que estoy hablando con él.

—No lo sé, probablemente en uno de sus clubes. Puedo darte


una lista.

Cole pulsa unos botones y gira el ordenador para que yo


pueda ver. Un mapa ocupa la pantalla, con una luz parpadeante.

—Estaba dando una vuelta por algunos de sus clubes antes,


pero ha estado aquí por un tiempo All or Nothing.

—¿Otro club de striptease? —adivino.

—Es el más popular porque las chicas hacen algo más que
bailar —explica Janson—. Hace gran parte de su negocio en una
trastienda. La única puerta a la derecha.
Cole cierra su ordenador y retoma su equipo. Ash ya ha
guardado las herramientas y se dirige a la puerta, listo para salir.

Janson debe darse cuenta que nos vamos porque su cabeza


se sacude a pesar que no puede ver.

—¡Espera! ¿Qué pasa conmigo? —Sacude el gancho, agitando


su cuerpo. Es inútil, nunca se liberará.

Incluso si lo hiciera, una vez que la puerta se cierre detrás de


nosotros, no habrá forma de abrirla. Estará atrapado.

Estoy a punto de salir cuando grita:

—¡Dijiste que me dejarías ir!.

Mirando por encima de mi hombro, mis labios se curvan en


una sonrisa cruel que él no puede ver.

—Mentí.
MAXIMO

Menudo hijo de puta.

Estacionado a la vuelta de la esquina de All or Nothing, siento


que necesito una ducha, y ni siquiera he puesto un pie dentro. Toda
la zona está en ruinas: bloques de edificios abandonados y basura.

—¿Estamos seguros que está ahí? —Ash pregunta.

—Que Cole no te oiga dudar de él o te explicará


minuciosamente el proceso de rastreo de celular hasta que se te
pongan los ojos vidriosos.

Hace una mueca.

—Olvida que te lo pregunte.

Tenemos los ojos puestos en la puerta principal y Cole está


estacionado atrás, vigilando esa salida y el rastreador en busca de
movimiento. A menos que hubiera un túnel oculto que no
conociéramos, Dobrow está dentro.

Ash tamborilea sobre el volante, ya conectado.

—¿Cuál es el plan?

Lo que yo quiero es entrar, vaciar mi arma en Dobrow e irme


a casa con Juliet. Desafortunadamente, el club está lleno y eso no
es una opción.
—Espera a que todos se vayan, toma a Dobrow, sal antes que
yo pueda tomar algo de aire. —Saco mi celular, envío un mensaje a
Marco.

Yo: ¿Todo bien?

Marco: Silencio. Vera engañó a Juliet para ver otra película


de chicas.

Yo: Llama si algo cambia.

Los autos tardan un puñado de horas en salir. Pasa otra hora


antes que salga el personal. El lugar está oscuro y silencioso.

Ya es hora.

Le envío un mensaje a Cole.

Yo: Me dirijo al frente.

Iré atrás.

—¿Listo? —le pregunto a Ash mientras me pongo los guantes.


Pero él ya se ha puesto los guantes y está saliendo.

Ash y yo nos pegamos a las sombras mientras nos dirigimos


a la puerta. Apunta su arma a la cerradura.

—¿La forzamos o disparamos?

Tiro de la manilla y la puerta se abre de golpe.

Se encoge de hombros.

—O hazlo de la forma aburrida, está bien.

Entramos en la sala principal del oscuro club, con el hedor a


sexo, olor corporal, perfume barato y alcohol saturándolo todo. Paso
por delante del gran escenario de espejos y atravieso la puerta
giratoria que da al largo vestíbulo. Cole ya está en posición en la
puerta abierta del otro extremo, con una mueca fija en el rostro.
Solo tengo que esperar un momento para averiguar por qué.
Los sonidos de piel chocando y gemidos falsos vienen detrás
de una puerta a la izquierda. No es de la que nos había hablado
Janson, pero tampoco suena como si Dobrow estuviera haciendo
negocios.

Ash hace la mímica de las arcadas.

Extiendo la mano, giro el picaporte y abro la puerta,


preparándome para el horror que me espera.

No me preparé lo suficiente.

En lugar de Dobrow, es un desnudo y sudoroso Carmichael


follando a una aburrida stripper por detrás. Su cuerpo se sacude
con cada empuje.

Esta vez cuando Ash lo amordaza, no es con mímica.

—¡Maximo! —Carmichael se detiene y se empuja hacia atrás,


mostrando todo en el proceso.

—Nunca digas mi nombre mientras estés desnudo. —Quiero


apartarme, pero no es estúpido, solo está marcado de por vida—.
Jesucristo, nunca me sacaré esta imagen de la cabeza.

La stripper se voltea y bosteza, con la mirada aturdida dirigida


hacia el escritorio. Tardo dos segundos y medio en darme cuenta
que está colocada como una cometa.

Cualquiera que se folle a Carmichael tendría que estarlo.

Ash vuelve al pasillo mientras acecho por el pequeño


dormitorio improvisado. Busco un arma en los pantalones de
Carmichael antes de arrojárselos junto con su camisa.

—Vístete.

Inestable y tembloroso, se esfuerza por ponérselos,


comenzando ya sus excusas.

—Puedo explicarlo. Es Viktor. Le debo...

—¿Dónde está? —le pregunto—. Su Escalade está aquí.


—Necesita frenos nuevos y reparaciones. Conduce un Benz.

—Las habitaciones están vacías —dice Ash—. Su celular se


está cargando en su despacho.

Mierda.

Cabe la posibilidad que el hecho que Janson no volviera


hubiera avisado a Dobrow. También existe la posibilidad que
mientras yo vigilaba su casa, Dobrow hiciera lo mismo con la mía.

El pánico se apodera de mí. Puede que mi casa sea Fort Knox,


con dos personas armadas y de guardia, pero las cosas pueden
pasar. Incluso con todas las precauciones, algo puede salir mal.

Saco mi celular, pero los bloqueadores de Cole significan que


no hay señal.

—Cole, comprueba con Marco —llamo, sabiendo que su


configuración podría eludirlos.

—En ello.

Volviendo a centrarme en Carmichael, pregunto:

—¿Adónde iría?

Sacude rápidamente la cabeza, parece a dos segundos de un


infarto.

—Recoge el efectivo de sus otros clubes al final de la noche,


pero no sé a dónde iría después. En realidad no somos amigos. Solo
me acerqué para mantener a Juliet a salvo. Quiere venderla.

—¿La misma Juliet que intentaste secuestrar? —Ash gruñe.

—Eso también era para protegerla. —Sus ojos se vuelven


hacia mí—. No sabía que ibas en serio con ella, pensé que era...

—He oído exactamente lo que pensabas. Ahora cierra la boca.

Si fuera listo, habría escuchado.


Pero nadie podría acusar a Mugsy Carmichael de ser
inteligente.

—Estaba equivocado, ahora lo veo. —Levanta las manos en


señal de rendición—. Pero mis intenciones eran buenas.

Ash se acerca, pero Carmichael me mira a mí y a la pistola


que tengo en la mano.

Otro error en su vida inútil.

—¿No sabes lo que dicen de las buenas intenciones? —Ash


saca una jeringuilla de su bolsillo—. Pavimentan la carretera al
infierno.

Carmichael finalmente mira a un lado, pero es demasiado


tarde. Ash le clava una aguja en el cuello y en cuestión de segundos
cae. Su cuerpo inconsciente cae como un saco de ladrillos
sudorosos sobre la stripper aún desnuda.

—No creo que sea así como dice el refrán —le digo a Ash.

—Estaba improvisando.

Miro a mi alrededor para averiguar cómo vamos a sacarlo de


aquí.

—¿No pudiste esperar hasta que lo lleváramos al auto?

—Me estaba molestando.

Incluso con guantes, toco lo menos posible la manta salpicada


de ADN y la extiendo por el suelo. Apenas la he colocado cuando la
stripper recupera algo de vida y empuja alegremente a Carmichael
de encima de ella.

En cuanto le quito el peso de encima, salta de la cama y la


apunto con mi arma. Ella no se da cuenta mientras salta hacia la
mesa, se toma un puñado de pastillas y se las bebe con un par de
tragos de una botella de vodka. Trastabillando, vuelve a la cama, se
tumba con una pierna colgando y se desmaya.
No le importa -y probablemente no recordará- que hemos
estado aquí.

Miro a Ash y levanto la manta.

—Toma una esquina.

Sacamos a Carmichael al pasillo justo cuando se oye un


portazo en la zona principal.

—Es el dos en nuestra venta de dos por uno —susurra Ash.

Un momento después, Dobrow grita:

—¡Janson se ha ido! Saca tu pequeña polla de esa puta y sal


de aquí. —La puerta giratoria se abre de golpe y sus ojos se abren
de par en par al ver dos pistolas apuntándole a la cabeza.

Eso es todo lo que conseguimos antes que se dé la vuelta y


huya.

Ash y yo lo seguimos mientras sale por la puerta y corre hacia


un auto. Disparo una vez, y la bala pasa zumbando junto a él y
destroza la ventanilla del conductor.

—¡Joder! —grita Dobrow, esquivando hacia la izquierda y


pasando a toda velocidad junto al club. Dobla la esquina antes de
lanzarse a un lado, al callejón entre dos edificios ruinosos y
abandonados.

Tengo que reconocerlo, para ser un cabrón gordo, es rápido.


Cada vez que pienso que tengo un tiro despejado, cambia de camino
o utiliza los contenedores y las pilas de basura como escudo. A
diferencia de las armas de las películas de acción, mis balas no son
infinitas y no las desperdicio. Dobrow no tiene la misma teoría, y
dispara ráfagas salvajes por encima del hombro que no dan ni cerca
de nosotros.

Gira bruscamente a la derecha y lo seguimos justo a tiempo


para verlo escalar y saltar una alta verja de madera por el callejón.

—¿Ha estado entrenando para las Olimpiadas? ¿Pista


universitaria? Mierda —jadea Ash.
Al subirme a la verja, no hay ni rastro de Dobrow. Estoy casi
encima cuando asoma la parte superior de su cuerpo por la esquina
y dispara rápidamente tres tiros.

Un dolor ardiente estalla en mi hombro, haciéndome perder


la sujeción de la verja y caer hacia delante hasta golpearme contra
el suelo.

—¡Joder! —Ash aterriza de pie a mi lado, con su arma


apuntando hacia el camino.

—Vete —le ordeno.

No discute.

De pie, me tomo unos segundos para llenar mis pulmones con


aire. Corro por una ruta diferente, llegando al final justo cuando
Dobrow gira en mi dirección.

Apunta hacia atrás mientras intenta disparar por encima del


hombro, pero lo único que hace el arma vacía es chasquear. Cuando
mira hacia adelante y me ve, sus ojos se abren de par en par y sus
pasos trastabillan. Recuperándose rápidamente, gira, solo para
encontrarse con Ash bloqueándole el paso. Da un paso atrás
arrastrando los pies hacia un estrecho callejón, pero antes que
pueda girar, la pistola de Cole se clava en su espalda.

Atrapado, Dobrow me mira con odio ardiendo en sus ojos.


Abre la boca para insultarme y soltar idioteces, pero no tiene
oportunidad. Una jeringuilla se clava en su cuello y cae de espaldas
en cuestión de segundos.

—Entre él y Carmichael, uno de nosotros se quedara sin


espalda —dice Ash, ya cargando con el peso muerto de Dobrow.

O pronto será peso muerto.

Lo arrastramos por el estrecho camino y lo tiramos en el


asiento trasero del auto de Cole. Él y Ash se ocupan del cuerpo de
Carmichael mientras yo tomo una botella de limpiador y un trapo
del maletero. Lo limpio todo, incluida mi sangre de la valla y el
suelo.
Es demasiado arriesgado: nadie investigará la desaparición de
Viktor Dobrow. Incluso si lo hicieran, la zona estaría cubierta de
tanto ADN que no habría forma de separarlo.

Vuelvo al auto, meto los productos en el maletero y lo cierro


de golpe.

Ash echa un vistazo a mi hombro, es solo un rasguño pero


arde como una puta.

—Tenemos que limpiar eso.

—Una vez que lleguemos.

Cole rodea el auto.

—¿La planta?

Sacudo la cabeza.

—Tengo una idea mejor.


MAXIMO

Parado en la obra vallada, miro a los hombres asegurados en


el interior del profundo pero estrecho foso. No sonrío.

Con ellos fuera del camino, Juliet estará a salvo. Sin mirar
por encima del hombro. Sin recordatorios de la mierda de su padre
o de su vida antes de mí.

Me ha dado su confianza.

Le estoy dando paz.

Por eso no sonrío.

Rio.

Rodeando el agujero, espero fuera de la vista.

Un monstruo invisible en la oscuridad.

Mi expectación aumenta cuando uno de ellos finalmente grita:

—¿Dónde estoy? —Tose y su voz ronca se hace más fuerte


cuando grita—: ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

—Cierra la puta boca —le espeta otra voz.

—¿Quién demonios eres tú?

—Alguien con un puto dolor de cabeza que no quiere


escucharte llorar como una putita.
Me acerco, aunque no se dan cuenta de mi presencia mientras
luchan contra sus ataduras, intentando liberarse.

Viktor Dobrow parece enojado.

Mugsy Carmichael parece dispuesto a mear.

Y William Janson mira... a la nada. No puede ver.

Sonriendo, pateo un poco de tierra, un indicio de lo que está


por venir. Dos de los tres hombres me miran por fin, y pateo otro
montón hacia ellos.

—No, no, no —balbucea Carmichael.

—¿Qué ha sido eso? ¿Qué está pasando? —grita Janson, con


el terror sacudiendo sus palabras.

Dobrow guarda silencio, pero su expresión pasa rápidamente


de la ira al pánico al darse cuenta de lo que está a punto de ocurrir.
Cuando por fin habla, su tono es grueso y serio, la voz de un hombre
desesperado:

—Puedo pagarte. Tengo familia que puede conseguirte


cualquier cosa. Lo que quieras. Pide un rescate. Valgo más para ti
vivo que muerto.

Que estupidez. Mientras esperamos, Cole hizo la investigación


electrónica y Ash había hablado con algunos contactos para que
pudiéramos prepararnos para posibles represalias.

No hay ninguna.

Los hombres de Dobrow ya se pelean por su trono de basura.


Su limitada familia ha cortado con él hace tiempo.

Nadie pagaría un céntimo por él. Aunque lo hicieran, ninguna


cantidad me haría plantearme mantenerlo con vida.

Había intentado joder mi negocio.

Solo por eso, morirá.

Había intentado llevarse a Juliet.


Por eso, tendrá una muerte dolorosa y aterradora.

—Voy a construir mi oficina en este lugar —comparto—.


Aumentaré mi imperio aquí. Haré miles de millones aquí. Viviré,
respiraré y follaré con Juliet sobre tu tumba. Y pronto, olvidaré que
alguno de ustedes existió.

Con la certeza de que he ganado de todas las formas posibles


consumiendo sus últimos pensamientos, tomo la manguera y
levanto la mano.

Los hombres gritan, sus caras enrojecidas mientras sus bocas


se mueven frenéticamente. Sus inútiles palabras se pierden en el
estruendo de la hormigonera. Y a medida que el hormigón húmedo
llena el agujero y sus pulmones, sus inútiles vidas también se
perderán pronto.

Despacio.

Agonizante.

Exactamente lo que se merecen.

Una vez cubiertos, levanto la mano y el flujo se detiene.

No hay más que un silencio satisfactorio.

Steve, el jefe de la empresa de construcción, pone en marcha


la excavadora y rellena el agujero con tierra hasta el final,
apisonándola y compactándola hasta que queda igual que el resto
de la zona.

Sale y se acerca.

—Estamos vertiendo cimientos esta mañana. Por la tarde,


esto estará cubierto.

—¿Te parece bien que me quede hasta entonces?

—Me lo imaginaba.

Le entrego un sobre lleno de mucho dinero.

—Gracias por venir antes. Te debo una.


—No, todavía te debo una.

Como lo había sacado de las garras de la mafia antes que


mataran a su mujer y a sus hijos, apuesto a que nunca sentirá que
su deuda ha sido saldada.

Guarda el sobre y su expresión solemne se transforma en una


sonrisa.

—Pero si te sientes generoso, he estado tratando de escapar


con María por un fin de semana en Nebula. Si quisieras mover
algunos hilos para liberar una habitación, no diría que no.

—Nombra el fin de semana.

—Seré un maldito héroe.

Dirigiéndome hacia donde Ash y Cole montan guardia en la


puerta, digo:

—Está hecho.

Ash exhala, liberando la rabia y la tensión de más de un mes


mientras su expresión se cubre de satisfacción.

Tal vez ahora pueda olvidarse de la culpa y seguir adelante.

Me dirijo al todoterreno y me quito la camisa sucia y


ensangrentada. La venda que Ash me ha puesto sigue limpia, así
que no me la cambio antes de ponerme la camisa limpia que guardo
para emergencias.

—¿Te vas a casa? —Ash pregunta.

—No hasta que el cemento esté colocado.

—Yo también esperaré.

—No, vete a casa. Tómate la semana libre. Disfruta de un


descanso antes que llegue la próxima tormenta de mierda.

—Solo quieres guardarte para ti los paseos en excavadora y


bulldozer —se queja Ash, pero ya se dirige al auto de Cole.
Volviendo al lugar de trabajo, tomo una taza de café de mierda
del remolque de la oficina.

Luego espero a que se vierta el cemento, lo que es casi tan


emocionante como ver secarse la pintura.

Mierda, estoy agotado.

Aquella tarde, al llegar a la entrada de mi casa, apago el motor


y salgo justo cuando se abre la puerta principal.

Juliet sale volando, corriendo a toda velocidad. Me preparo


cuando se lanza sobre mí. Me rodea el cuello con los brazos y me
estremezco al sentir la presión en el hombro.

Eso no me impide acariciar su dulce trasero y levantarla en


mis brazos.

—¿Dónde están tus zapatos?

—Estás en casa. —Respira en lugar de responder. Se inclina


hacia atrás para mirarme a los ojos—. ¿Va todo bien?

Una vez le dije a Juliet que valía la pena empezar una guerra
por ella, y lo dije en serio.

Pero no había empezado la guerra. Viktor Dobrow, Mugsy


Carmichael, y su propio padre de mierda lo habían hecho.

Acabo de terminarla.

Por eso mis palabras no son más que la verdad cuando digo:

—Todo está perfecto.

—Siempre lo está —susurra.

Mi mirada pasa de sus cansados ojos verdes a las ojeras.

—¿No has dormido, Juliet?

Su cuerpo tiembla ante mi tono.


—La verdad es que no. Sabes que no puedo dormir sin que mi
papi me abrace.

Tan malditamente perfecta.

Cuando la llevo dentro, Marco está esperando.

—¿Todo listo? —pregunta.

—Hecho. Los informaré más tarde. Tienen la semana libre.

—Entendido. —Cierra la puerta tras de sí.

—Caray, qué charlatán —murmura Juliet.

Estoy ansioso por llevarla arriba, a la ducha conmigo y luego


a la cama encima de mí. Por desgracia, apenas he dado un paso
cuando Vera llega de la sala de estar.

Abre la boca, pero yo hablo primero:

—Tienes la semana libre.

—Tomaré mis cosas. —Sonriendo, añade—: Y puedes empezar


con lo que hablamos.

Y se va corriendo de la habitación.

—¿Qué está tramando? —Los ojos entrecerrados de Juliet


siguen a Vera—. Tenía una sonrisa traviesa. Es lo que dijo.

—¿Cuál es mi secreto? —pregunto, evitando su pregunta.

Sus ojos se oscurecen.

—No lo digo porque entonces podrías parar, y me gusta verlo.

—A mí también me gusta mirar. —Apretando su culo hasta


que gime, mi voz es grave y áspera—: Ahora mismo, vamos a
ducharnos y luego me va a encantar verte montar la polla de papi.

Un temblor más fuerte la recorre.

—Puedo hacerlo.
—Esa es mi niña buena.

La llevo por las escaleras hacia el cuarto de baño. Mis dedos


la rozan y acarician mientras la desnudo. Distraído por la visión de
su cuerpo desnudo y desesperado por sentirlo contra mí, no lo
pienso antes de desabrocharme la camisa y quitármela.

Ante su grito ahogado, bajo la mirada hacia su ceño fruncido.


Su mirada se dirige al vendaje manchado de sangre de mi hombro.

—¿Qué ha pasado?

—Solo un rasguño —le digo, acercándola.

Sus grandes ojos verdes se clavan en los míos.

—¿Te dispararon?

—Rozado.

—¿Una bala? —El cuerpo de Juliet se tensa y la furia brota


de ella.

Cada uno tiene su límite. Por la forma en que me mira, me


pregunto si he encontrado el de Juliet.

Antes que pueda dar una explicación, sus ojos llenos de rabia
se dirigen a los míos.

—¿Los mataste?

Debería haber sabido que no debía dudar de ella.

Porque desde el principio, Juliet entendió quién era yo. Sabía


con qué monstruo se estaba involucrando. De quién se estaba
enamorando.

Quién es su papi.

Y nunca intentó cambiarme. Me ama exactamente como soy,


entregándome su cuerpo, su confianza y su corazón porque sabe
que mataría por protegerlos.
En este momento no es diferente. Mi chica no está enfadada
conmigo.

Quiere venganza por mí.

Levanto la barbilla.

—Carmichael, también.

Sus cejas se alzan cuando las piezas encajan.

—Espera, ¿Mugsy Carmichael estaba involucrado?


¿Averiguaste para quién trabajaba? ¿Y por qué trató de llevarme?

No le mentiré a Juliet, pero tampoco le diré toda la verdad.


Shamus ya había hecho suficiente daño. Saber que la había
vendido para saldar sus deudas la destruiría.

Asumo parte de la culpa, pero para protegerla, la asumiría


toda.

La agarro de la coleta y le inclino la cabeza hacia atrás para


que me mire a los ojos.

—Era parte de una venganza de mierda contra mí y te viste


arrastrada a ella. La cagué.

Cualquier dolor o enfado que tuviera habría estado justificado


por el blanco que yo he ayudado a poner en su espalda.

Pero cuando me mira, no hay más que gratitud, alivio y amor.

—No, la cagaron. Y ahora no tengo que volver a preocuparme


por el espeluznante Mugsy. —Como si decir las palabras en voz alta
hiciera que calaran, susurra—: Se acabó de verdad, ¿no?

—Se acabó.

Tras un largo momento, una lenta sonrisa se dibuja en su


rostro y la última pizca de tensión que arrastraba se disipa.

—Siempre me cuidas.

—Hasta el día de mi muerte.


Sus ojos se calientan mientras las yemas de sus dedos bailan
por mis abdominales.

—Quiero cuidar de ti.

—Entonces será mejor que nos duchemos rápido.

Me quito el resto de la ropa, abro el grifo y la meto bajo los


chorros. Me restriego la suciedad y la mugre antes de enjabonarla
burlonamente.

—Te necesito —murmura, aferrándose a mis brazos mientras


trabajo entre sus piernas.

Juliet es fuerte. Terca. Independiente. Después de estar sola


tanto tiempo, no necesita algo fácil.

Pero ella me necesita.

Y eso me vuelve loco.

Apagando el agua, nos seco rápidamente antes de levantarla.

La llevo a la cama, la dejo caer de espaldas sobre el colchón y


cubro su cuerpo con el mío. Su piel está caliente y sonrojada.
Suave. Jodidamente hermosa.

Justo lo que necesito después de lidiar con tanta mierda.

Necesitado de sentirla, empuño mi polla y la alineo con su


húmedo coño.

—Espera —me interrumpe justo cuando deslizo la punta en


el cielo. Poniendo su mano en mi hombro bueno, me empuja—.
Dijiste que querías verme montar tu polla.

Cristo.

Aprovecho para controlarme antes de correrme


vergonzosamente rápido y dejo que me ponga boca arriba. Tomo
una almohada y levanto la cabeza para poder verlo todo.

Juliet se sienta a horcajadas sobre mí, atormentándome con


su coño mientras se contonea para encontrar su posición. Se pone
de rodillas y me rodea con el puño antes de bajar para follarme la
polla.

Agonizantemente, tortuosamente, dolorosamente lento.

Cuando la lleno, echa la cabeza hacia atrás y suelta un


suspiro de lo más sexy. Sus movimientos son cautelosos e
inseguros hasta que encuentra su ritmo, balanceándose y
frotándose.

Jesucristo, me va a matar.

Mantengo la mirada fija en nuestra conexión mientras


observo cómo mi polla la dilata. Con los pulgares, separo sus labios
para poder ver más, mientras le acaricio el clítoris.

Se le corta la respiración y acelera el ritmo a medida que su


cautela se convierte en frenesí. Duro y rápido, me folla hasta que
su cuerpo se tensa y sus movimientos se vuelven vacilantes.

Tomo el mando, la agarro por las caderas y la subo antes de


volver a deslizarla hacia abajo.

—Más fuerte —me pide entre gemidos. Hago lo que me dice,


pero aún no es suficiente—. Más fuerte, papi, por favor.

Repito el movimiento, levantando las caderas mientras la


embisto.

La fuerza la hace gritar.

—Sí, así.

Le doy más. Todo lo que tengo. Sin contenerme. Sin dulzura.


Sin control.

Rudo, duro y salvaje, me la follo.

Juliet toma. Todo. Todo de mí. Exactamente como soy, como


lo doy, como lo necesito.

Y le encanta.
Apretando mi polla como un tornillo de banco, se corre con
fuerza. Cubriéndome con su dulzura mientras su coño goloso me
succiona más profundamente, provocando mi propia liberación
abrupta. Llenándola. Marcándola.

Es mía.

Es mía.

Tan jodidamente mía.

Inclinándose hacia adelante, sus labios rozan perezosamente


mi pecho hasta llegar a mi cuello.

Ella gime, haciendo saltar mi polla mientras gruño:

—Juliet.

—Maximo —se burla.

—Si no parecieras a punto de desmayarte, te daría unos


azotes en el culo.

—No estoy tan cansada —intenta, pero el bostezo que sigue la


contradice.

Poniéndonos de lado, la rodeo con mis manos antes de


acariciarle la garganta y el coño. Al sentir el apretón posesivo,
respira hondo y suelta un suspiro apacible.

—Te amo muchísimo —murmuro contra su cabeza, apretando


más mi abrazo.

—Yo también te amo, papi. —Como sigo sin relajarme, me


pregunta—: ¿Seguro que todo va bien?

Dobrow y Carmichael están muertos, y con ellos, la última de


las amenazas de su vida anterior a mí.

Está en mis brazos, relajada, sin muros ni guardia mental.


Cuerpo, corazón y alma, lo tengo todo de ella.

Por no mencionar que mi polla está cubierta de su crema y su


coño lleno de mi semen.
Por eso repito mi respuesta de antes:

—Todo está perfecto.

Con mi palomita, siempre es así.


JULIET

—Hora de salir, Juliet.

Maldita sea.

El clima está caliente, pero gracias al cielo nublado, la


temperatura de la piscina es perfecta. No estoy lista para salir.

—O podrías entrar. —Intento, jugando en el agua, solo con la


cabeza expuesta al calor.

Maximo se cruza de brazos.

—Ahora, Juliet.

Tal vez pueda quedarme un poco más...

Bajo el agua, tiro de los dos cordones que me sujetan el top.


Me pongo de pie para que pueda verme los pechos mientras le tiro
el trozo de tela y repito:

—O puedes entrar.

—Jesucristo —murmura, su polla endureciéndose para


empujar contra sus joggers.

No importa cuántas veces suceda, nunca me acostumbraré a


la forma en que Maximo me desea. Es un poder embriagador que
me hace audaz.

Me atrevo a quitarme el bikini y lo tiro con el top.


Ya está.

En un tiempo récord, Maximo se desnuda y salta a la piscina,


aterrizando cerca de mí. Me toca el culo y me mete fácilmente en el
agua. Lo rodeo con las piernas mientras empieza a caminar.

La decepción me invade a medida que nos acercamos a la


escalera.

Ah, bueno. Probablemente me gané un castigo para más tarde,


al menos.

Pero Maximo no va a la escalera. Nos lleva a través de la


cascada hasta la alcoba oculta. Me da la vuelta, me sienta en el
banco y me coloca de rodillas de espaldas a él.

—Esto va a ser duro y rápido porque no tenemos mucho


tiempo, así que juega con tu clítoris.

—De acuerdo, papi.

—Así me gusta —alaba, mientras me penetra.

Mi mano se mete entre mis piernas para hacer lo que él dijo,


la yema del dedo corazón frotando círculos apretados en mi clítoris.

Cada embestida despiadada me lleva más alto, forzando


gemidos que resuenan en el pequeño espacio. De repente, su mano
me tapa la boca, tomándome por sorpresa.

Pero entonces lo oigo.

Voces apagadas.

Es imposible que no se dieran cuenta de mi bañador o de la


ropa desechada de Maximo.

Mortificada, intento apartarme, pero Maximo no me deja.

Bajando su frente para cubrir mi espalda, su boca está en mi


oído:

—No te dije que te detuvieras.


Como su mano me impide hablar, sacudo la cabeza
frenéticamente.

—Juega con tu clítoris o me saldré de este dulce coño y me


meteré en tu culito. Te lo voy a follar tan fuerte que los vecinos oirán
tus gritos.

Por muy tentadora que sea la amenaza, sigo frotándome el


clítoris. Es perverso e incorrecto y tan condenadamente caliente.

Su ritmo se ralentiza, pero la potencia en cada embestida


sigue siendo brutal.

Se excita con este tormento depravado.

A pesar de nuestra compañía, mi cuerpo empieza a


hormiguear y un torrente de electricidad y lava corre por mis venas.

Y yo también.

Por suerte, las voces se desvanecen rápidamente porque no


estoy segura de cuánto tiempo más podría aguantar.

—¿Estás cerca? —pregunta Maximo, áspero y crudo mientras


sus embestidas me levantan de mis rodillas.

Asiento mientras mi dedo trabaja mi clítoris con frenéticas


caricias. Mi liberación golpea con fuerza, cayendo sobre mí como el
agua a nuestro alrededor. Incluso con su mano sobre mi boca, mis
gritos son fuertes.

—Gracias a Dios —gruñe, antes de correrse con un gemido


bajo.

Al oírlo y sentirlo, me invade otra oleada de placer.

En lugar de darme su peso o reacomodarnos para que pueda


abrazarme como suele hacer, Maximo retrocede.

—Jesús, me haces perder el control.

De todos los cumplidos de Maximo -dulces u obscenos-, ése


es el más profundo, porque no suele perder el control. Pero yo puedo
hacer que lo haga.
Me giro y le sonrío.

—No creas que puedes darme esa sonrisa sexy y te librarás —


dice, pero el único calor en su voz es de lujuria, no de ira—. Aún
voy a azotarte el culo por no hacerme caso, pero tendrá que esperar
porque llegamos tarde.

—¿Para qué? —pregunto, pero no responde.

Saliendo de la cascada, se detiene un momento antes de


volver.

—Vamos. —Cuando salgo nadando, me mira y ordena—:


Espera aquí.

Hago lo que me dice, disfrutando de la vista mientras sale


desnudo. Toma mi toalla de la tumbona y se seca mientras vuelve.

—Fuera.

Mi mirada se detiene en su cuerpo definido y tatuado.

—Sabes...

—Ahora, Juliet.

—Bien —digo, pero solo porque tengo curiosidad por saber a


dónde vamos. Subo la escalera y tomo la toalla, envolviéndome con
ella mientras Maximo se pone los joggers.

Repaso lo que sé de su agenda, pero no encuentro nada. No


hay eventos en los complejos. Ni peleas en los almacenes.

—¿A dónde vamos? —le pregunto, mientras se dirige a la


puerta.

—A casarme.

Eso es todo.

Eso es todo lo que dice.

No pregunta.
No lo explica.

Ni siquiera hace una pausa.

Así de sencillo.

—¿Qué? —grito, con el corazón helado antes de latir


frenéticamente en mi pecho mientras las mariposas crean un pozo
en mi vientre.

Llega a la puerta antes de darse la vuelta.

—Será mejor que te des prisa o te casarás con esa toalla. Nos
vamos en una hora.

—¿Qué? —repito, tanto por el bombazo como por la premura


de tiempo.

—Intento darte más tiempo. —Abre la puerta y la cierra tras


de sí.

Me quedo mirando, completamente atónita.

Casarse.

¿Quiere casarse?

¡Casarnos!

Recordando que el tiempo es limitado, corro tras él, pero no


está por ninguna parte. Agarro la toalla y corro escaleras arriba.

Cuando abro la puerta del dormitorio, aún no hay rastro de


Maximo. Sin embargo, hay un vestido y unos zapatos grises sobre
la cama. Puede que no sea el blanco tradicional, pero no hay duda
de lo que es.

Mierda, un vestido de novia.

Apresurándome a ducharme para quitarme el cloro, mis


pensamientos se agitan como locos, pero nada de eso es malo. Nada
de pánico. Ni terror. Ni el más mínimo atisbo de duda.

Solo emoción.
Bueno, confusión por el brusco ataque sorpresa y un poco de
conmoción, pero sobre todo emoción.

Después de ducharme, me peino. Como sé lo mucho que le


gusta mi coleta alta, me recojo la mayor parte del pelo, pero con
estilo, enrollando los mechones restantes alrededor del elástico y
colocando unas horquillas con gemas. Añado rizos sueltos en las
puntas y en los mechones que enmarcan mi cara.

Cuando termino de maquillarme, me apresuro para entrar en


el dormitorio. Me salto el sujetador y me pongo unas minúsculas
bragas de encaje antes de deslizarme con cuidado el vestido de
tirantes gruesos por la cabeza. Es discreto pero impresionante, con
una profunda V entre los pechos y una gran abertura en el muslo.
Sentada con cuidado, me calzo los tacones de tiras a juego y me
dirijo frente al espejo.

Llevo un vestido de novia.

Porque me voy a casar.

Con Maximo.

Pero no si no me doy prisa.

Tras unos rápidos retoques, salgo corriendo de la habitación.


Esperaba encontrar a Maximo en su despacho, pero está vacío. Al
igual que el resto de la sala.

Al acercarme a las escaleras, unas voces suben desde el


vestíbulo. Me agarro a la barandilla para no caer por los escalones
con las piernas temblorosas. Me siento agradecida cuando veo a
Maximo. Debe de haberse duchado en otro de los baños, porque
aún tiene el pelo húmedo. Lleva la combinación de traje y camisa
negros que tanto me gusta, pero con el sorprendente añadido de
una corbata gris que hace juego con mi vestido.

Cuando subo los ojos por su cuerpo hasta encontrarme con


los suyos, me quedo sin aliento. Hay tanta intensidad, fuego y amor
ardiendo sin freno en ellos. Me mira como si verme caminar fuera
lo más hipnotizante que hubiera visto jamás.
Se mueve, llega al pie de la escalera al mismo tiempo que yo
y me abraza. Tengo la clara impresión -por el deseo en sus ojos
melancólicos y su dureza apretada contra mi vientre- que le gusta
lo que ve.

—Te ves tan malditamente hermosa —susurra


bruscamente—. Y soy tan malditamente afortunado que seas mía.

Sus palabras dulcemente posesivas me estrujan el corazón.


No lucho por bloquearlas en un débil esfuerzo por proteger mi
corazón.

Ya es dueño de mi corazón.

Y sé que moriría para protegerlo por mí.

Antes que pueda hablar, dice:

—Tenemos que irnos.

Pero no me suelta ni se mueve.

Después de un largo momento, Ash se aclara la garganta:

—Jefe.

—De acuerdo. —Maximo me toma de la mano y se dirige al


Lincoln que nos espera. Una vez que estamos en el asiento trasero,
Ash empieza a conducir.

Incapaz de contenerme, le hago la pregunta que sigue


rebotando en mi cabeza y bailando en mi lengua.

—¿Nos vamos a casar de verdad?

—Sí —dice Maximo con sencillez.

—Como, ¿legalmente casados?

—Sí.

—Ni siquiera me has preguntado. —Señalo.


—Te dije que las cosas se harían a mi manera y que rara vez
te preguntaría, incluso para cosas importantes. ¿Es eso un
problema?

Me lo había dicho. Solo que no me había dado cuenta que se


aplicaría a los compromisos legales de por vida.

Su mirada se llena de preocupación mientras frunce el ceño.

—Te he hecho una pregunta, Juliet, y espero una respuesta.

¿Es un problema que Maximo Black quiera casarse conmigo?

Por supuesto que no.

Es lo contrario de un problema.

Sacudo la cabeza con fuerza y sonrío tanto que siento que se


me parten las mejillas.

—Estoy en estado de shock. Es muy repentino.

—No para mí. Llevo meses queriendo casarme contigo, pero


sabía que no estabas preparada. He sido paciente. He esperado. Y
he terminado. Te quiero atada a mí de todas las formas posibles,
envuelta como yo.

—Ya lo estoy.

—Y ahora será oficial. Serás completamente mía.

Sé lo que pensaría la gente si oyeran su forma de hablar.


Pensarían que está trastornado. Disfuncional.

Obsesionado.

Y tal vez lo está.

Pero yo también.

Porque sus palabras posesivas y controladoras no me


asustan. Me emocionan. Me envuelven como una manta de
seguridad, cálidas y reconfortantes. Fluyen por mis venas,
insuflándome vida y llenándome el corazón hasta que creo que
estallaré de felicidad.

Recorremos el resto del camino en un pesado silencio,


sumidos en nuestros propios pensamientos. Mi impaciencia y
excitación crecen a partes iguales con cada kilómetro que pasa.

Al cabo de un rato, reconozco uno de los edificios a lo lejos.

—¿Nos casaremos en Nebula? —pregunto.

—Sí. Nos quedaremos allí esta noche y tomaremos un vuelo


mañana por la tarde.

Nunca había volado. En todas nuestras mudanzas, habíamos


cargado nuestras escasas pertenencias en el auto y en un pequeño
remolque alquilado que llevábamos.

Aunque me aterrorizan las alturas, la idea de volar me resulta


emocionante.

Otra en una larga lista de nuevas experiencias gracias a


Maximo.

—¿Adónde vamos? —pregunto.

—Ya verás.

Mi curiosidad no puede quedarse ahí.

—¿Está en la costa oeste o en la costa este?

—No es en este país.

—¿Por esto me hiciste sacar el pasaporte? —le pregunto.


Había hecho que Marco me llevara antes de un viaje a la tienda de
telas, alegando que era para que pudiera viajar por negocios con él.

—Sí.

—Eso fue hace meses.

—Te dije que he esperado meses.


Antes que pueda responder, Maximo me desabrocha el
cinturón de seguridad y me empuja hacia la puerta que,
tardíamente me doy cuenta que, el aparca autos mantiene abierta.
Otro ocupa el lugar de Ash en el asiento del conductor.

Una vez fuera, Maximo me rodea los hombros con un brazo y


me guía a través del abarrotado edificio. Entramos en el ascensor y
nos veo por primera vez en el reflejo del acero reluciente. No es de
extrañar que la gente se hubiera quedado mirando.

Su traje le da un aspecto poderoso y dominante.

Estoy preciosa con mi vestido.

Estamos preciosos.

Como si fuéramos el uno para el otro.

El ascensor se abre y salimos a una sala abierta con luces


retorcidas colgando del techo y una larga barra a un lado. Ash sigue
avanzando hacia unas puertas dobles esmeriladas, pero Maximo se
detiene y me gira hacia él.

—Quería casarme contigo en una de mis propiedades. —Mira


a su alrededor—. Un lugar que veré a menudo.

—Es perfecto.

Me habría casado con él en cualquier capilla de Elvis, destino


efectista o esquina de la calle.

Sus ojos se clavan en los míos cuando por fin pregunta:

—¿Quieres casarte conmigo, palomita?

Mi respuesta es inmediata y sincera:

—Más que nada.

—Te controlaré, todos los aspectos de tu vida —advierte


Maximo, parecido a cuando nos habíamos convertido en nosotros—
. Siempre seré tu papi. Te diré lo que tienes que hacer y te castigaré.
Te amaré y trabajaré cada maldito día para que nunca te
arrepientas de haberte entregado a mí. Esta será tu vida a partir de
ahora. ¿Es eso lo que quieres?

—Hasta el día en que me muera —le digo, dándole las


palabras que él me da a menudo.

Mete la mano en su bolsillo y saca un anillo de compromiso


antes de ponérmelo en el dedo.

Es importante conmemorar nuestro compromiso de dos horas.

—¿Lista? —pregunta, aunque ya está caminando.

—Espera. —No me muevo, y Maximo se detiene, con la


preocupación evidente en su rostro tenso. Le desabrocho la corbata,
se la quito y la arrojo sobre una maceta—. No llevas corbata si
puedes evitarlo. —Le desabrocho el botón de arriba—. Perfecto.

Es un pequeño gesto, pero Maximo me besa como si fuera


enorme. Cuando se aparta, parece aún más impaciente mientras
me guía hacia las puertas dobles esmeriladas.

Se abren al acercarnos y pierdo el tenue control de mis


lágrimas.

El balcón esta repleto de hermosas flores y vegetación. Al igual


que el cielo nocturno, las luces parpadeantes forman un dosel sobre
nosotros. Con la puesta de sol de fondo, es mágico.

Un cuento de hadas con una princesa y su villano.

MAXIMO
Dos años después

—¿Dónde están mis píldoras?

Lucho por ocultar mi sonrisa mientras mi agotada esposa


entra corriendo en mi despacho. Lleva una cinta métrica suave
colgada del cuello, alfileres clavados en la blusa y varios lápices de
colores atascados en el pelo.

Nunca superaré lo condenadamente guapa que es.

—Ven aquí —le ordeno, evadiendo su pregunta. No porque no


quiera contestarle, simplemente disfruto jugando con mi palomita.

Ella no se mueve.

—¿Mis píldoras?

—Ahora, Juliet.

Al oír mi tono, se acerca corriendo y se sienta en mi regazo.

Empiezo a quitarle los lápices de colores del pelo.

—¿Cómo va el vestido?

—Bien. Por fin he encontrado la combinación de colores


perfecta para complementar el diseño y que no parezca un traje de
payaso o algo salido de un club de los ochenta.

—Sabía que lo resolverías. Siempre lo haces.

Aunque sus conjuntos fueran feos, habría comprado en


secreto hasta el último si eso significa que es feliz. Pero eso no ha
sido necesario. Ella ha hecho de Dove Couture un éxito por sí
misma.

Desde que consignó sus vestidos en Hilda, había recibido más


pedidos de los que podía aceptar. Habíamos derribado una de las
paredes para ampliar su espacio de trabajo en una habitación libre,
y no tardaríamos en tener que ampliarlo de nuevo. A la gente le
gustan sus diseños y su estilo cómodo. Encaja con la vida de Las
Vegas.

Le había dicho que podría poner su propia tienda en Black


Moon una vez que abriera, pero me había rechazado. No quería
estar tan sobrecargada que perdiera la disponibilidad para crear
por diversión cuando le llegara la inspiración.
Siempre la apoyaré, pero mentiría si dijera que no me alegra
que hubiera rechazado su propia tienda. Habría sido un
compromiso de tiempo intensivo, y yo soy un maldito egoísta. Me
gusta tener su tiempo y atención para mí.

Pero estoy dispuesto a compartirla.

—Las tiré —le digo, sacando los alfileres de coser y dejándolos


caer en el recipiente que guardo en mi escritorio para ese fin.

—¿Tiraste qué?

—Tus pastillas.

Baja las cejas y se inclina hacia atrás para mirarme.

—¿Por qué?

—Porque será difícil para mí poner a mi bebé en ti si las estás


tomando.

Separa los labios y se queda un momento en silencio.

—¿Quieres tener un bebé?

—Dos bebés. Quizá tres. —Quito la cinta métrica en último


lugar, pero la mantengo cerca por si quiero atarle las muñecas con
ella—. Veremos cómo va.

—¿Bebés? ¿Plural?

—¿Es eso un problema, Juliet?

Normalmente mi tono haría que sus ojos se oscurecieran, pero


en su lugar se llenan de pánico.

—Yo... Es que...

Suavizando mi expresión, le tomo la cabeza.

—¿Es qué?

Una lágrima recorre su mejilla seguida de otra. Y otra más.


—¿Y si soy una mala madre? Ninguno de mis padres fue un
buen ejemplo. —Se le atragantan las palabras cuando habla—: ¿Y
si jodo a nuestro hijo?

Cristo, me rompe el corazón.

Cada día que pasa, Juliet consigue librarse de los daños


causados por sus padres. En su mayor parte, vive libre de sus
recuerdos tóxicos.

O, como ella dice, vivir sin preocupaciones.

Pero de vez en cuando, sus fantasmas vienen a atormentarla.

—Tus padres fueron un buen ejemplo de lo que no querías


ser, y ya has demostrado que no eres ellos. Eres desinteresada,
cariñosa, paciente y todo lo que ellos nunca fueron. —No hay ni un
atisbo de duda en mi mente cuando digo—: Serás la mejor madre.

No habla, pero sus lágrimas se hacen más lentas.

Abro el cajón superior de mi escritorio, tomo su paquete


anticonceptivo y se lo entrego.

—Esperaremos hasta que estés lista, palomita. Y si nunca lo


estás, tampoco pasa nada. Pero no dejes que tus padres de mierda
te controlen.

Ella suelta una carcajada.

—Lo sé, ese es tu trabajo.

—Hasta el día que me muera —respondo sin humor.

Vuelve a callarse, volteando el paquete que tiene en la mano.

—¿De verdad crees que seré una buena madre?

—La mejor.

—¿Todavía tendríamos tiempo juntos?

—Me aseguraría de ello.


—¿Seguirás siendo mi papi incluso después de convertirte en
papi de un bebé tuyo?

Tiro de ella más cerca para que su culo esté firmemente sobre
mi erección.

—Trata de detenerme.

Sonríe y tira el paquete hacia la papelera.

No miro para ver si entró.

Estoy demasiado ocupado inclinando a mi palomita sobre mi


escritorio para poder atarla a mí de una nueva forma.

JULIET
Un año después

—¿Estás segura de esto?

No.

—Sí.

No quiero hacerlo, pero lo necesito.

Maximo me ayuda a bajar del todoterreno como si yo fuera de


cristal delicado y el mundo a mi alrededor estuviera hecho de
cuchillos letales. Incluso una vez de pie, no me suelta mientras
caminamos por un fino sendero entre los árboles.

El pavor me recorre como un lodo espeso, pero me obligo a


avanzar.

Se detiene en un pequeño claro.

—Aquí es. ¿Quieres que me quede?

—No, estoy bien.

Parece dudar si marcharse.


—Solo necesito un minuto a solas con él.

—Estaré cerca —cede Maximo—. Llámame si me necesitas. Y


ten cuidado con los escorpiones, insectos, cualquier animal. Incluso
los pájaros pueden...

—Papi —interrumpo, acercándome todo lo que puedo—. El


único depredador que quiere comerme eres tú.

—Cristo, no digas mierdas como esa, o tendremos una


repetición de mí follándote en la cuatrimoto hasta que rompamos el
eje.

—Ha sido divertido.

—Llevaría mucho más tiempo caminar a casa desde aquí.

—Aun así valdría la pena.

—Juliet —dice con una voz que me hace temblar.

Eso no me impide burlarme:

—Maximo.

—Te voy a dar unos azotes en el culo cuando lleguemos a


casa. —Sus palabras son duras, pero su expresión está llena de
calor, ternura y preocupación.

Y amor.

Tanto amor.

Me besa, suave y dulce.

—Estaré cerca.

—Lo sé.

Siempre está cerca cuando lo necesito.

Y siempre lo necesitaré.

Con un último escaneo sobre mí y de la zona, Maximo


retrocede por el estrecho sendero.
Espero hasta que no puedo oír sus pasos antes de mirar la
tierra frente a una gran roca.

—Hola, papá —digo, aunque el nombre se me hace raro en la


lengua.

Incluso cuando estaba vivo, nunca fue un padre para mí.


Cualquier buen recuerdo asociado a él está cubierto de asteriscos
porque también había algo malo unido a él.

Esto es estúpido.

Después de revisar el suelo en busca de bichos y hombres del


saco, me siento.

—Apuesto a que si el más allá es real y me estás mirando,


estás furioso, ¿eh? Tu Jule-bug casada con el hombre que te mató.
—Me froto la barriga—. Y teniendo a su bebé, también. Es un niño,
que nacerá dentro de dos meses. Me gusta el nombre Rhett. O
Rocco. No me decido. A Maximo no le importa, está encantado que
le dé un hijo.

Espero a que el fuego del infierno estalle frente a mí porque


Shamus había engatusado al diablo para que lo dejara volver y
convertir mi vida en un infierno por última vez.

No ocurre, por supuesto, así que sigo llevando la


conversación.

—Ella, la terapeuta que veo a veces, me sugirió que hablara


contigo. Me dijo que necesito un cierre. Creo que debo ventilar mis
quejas al universo para poder perdonarte y olvidarlo todo.

De nuevo, hago una pausa como si Shamus fuera a brotar de


la tierra y decirme que me lleve mis mierdas hippies a una comuna.

—Pero como eras un cobarde ambicioso, conocí a Maximo. —


Señalo—. Y él me salvó de cualquier pozo de mierda en el que me
hubieran enterrado gracias a ti. Ahora tengo una vida increíble. Un
marido perfecto. Buenos amigos. Un negocio. Tendré a un bebé
pronto. Y tengo amor. Tanto, que a veces siento que me va a estallar
el pecho de lo lleno que está.
En el momento perfecto, mi hijo se mueve.

—Por eso no estoy aquí para putearte —le digo a mi padre o


al universo o a quien sea—. Estoy aquí para darte las gracias. —
Usando la roca, me pongo de pie y miro hacia su tumba—. Tu
muerte fue lo único bueno que hiciste por mí porque me trajo a
Maximo. Así que, gracias.

Con eso, me alejo de la tumba de mi padre y sé que no volveré.

Recorro el delgado camino hasta el sendero donde me espera


Maximo. En cuanto me ve, se apresura a tomarme de la mano para
que no tropiece con una roca.

No sería la primera vez que lo hago.

La preocupación surca su mirada mientras observa mi rostro,


probablemente en busca de lágrimas o, más probablemente, de
rabia.

—¿Estás bien?

—Perfecta.

—¿Dijiste todo lo que necesitabas?

—Sí.

Ella tenía razón, sentí una sensación de cierre, aunque no


hubiera dicho lo que ella había sugerido.

A horcajadas sobre la moto, no me siento. En lugar de eso,


acerco a mi marido y lo beso.

—Te amo, papi.

—Yo también te amo, palomita.

Me siento y me desplazo para hacerle sitio. Como no se sube,


le pregunto:

—¿Qué pasa?

—Nada. Dame un segundo.


Le veo bajar por el camino del que yo acabo de salir.

A pesar de la curiosidad que siento por saber qué trama, me


quedo donde estoy. Me empapo de la belleza que me rodea y de la
belleza que es mi vida.

Estoy feliz.

Segura.

Sin preocupaciones.

Permanente.

MAXIMO
Parado sobre la tumba de Shamus, miro hacia abajo y espero
que esté en el infierno mirándome.

—La única cosa buena que hiciste en tu vida fue engendrar a


Juliet. Y la jodiste. La arruinaste. Pero la arreglé. Maté al imbécil
que la apuñaló. Maté a Carmichael y a Dobrow por intentar
robármela porque la usaste como pago. Yo cuido de ella. Y a cambio,
obtengo la perfección que es Juliet Black.

Me bajo los joggers, liberando mi polla.

Y luego orino en la tumba de Shamus McMillon, sonriendo


mientras veo cómo se impregna la tierra.

—Gané, hijo de puta.


De niña, Layla Frost solía esconderse bajo la manta con una
linterna para leer los libros de Sweet Valley High que le robaba a su
hermana mayor. No tardó mucho en leer Arlequines ocultos
durante las clases. Esto se convirtió en una bola de nieve que la
llevó a pasar la noche en vela tras la promesa de "solo un capítulo
más".

Su amor por la lectura, especialmente por el género


romántico, arraigó pronto y ha crecido inconmensurablemente
hasta que llegó el momento de escribir sus propias historias.

Cuando no está escribiendo, Layla Frost es una insomne con


un profundo amor por el café helado, las chucherías, las plantas y
sus gallinas. También es la madre más buena del mundo, pero sus
hijos creen que es divertida…

También podría gustarte