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Sinopsis

Kyle Spencer es el rey de la música country.


Ella es la chica de la ciudad, enviada para convencerlo de que vuelva a los
escenarios..

Piper Egan consiguió el trabajo de sus sueños nada más salir de la


universidad: trabajar en Empire Records. Pero en lugar de descubrir
nuevos talentos y cambiar vidas, como ella esperaba, se pasa el tiempo
tomando notas en reuniones y atendiendo a famosos malcriados. Cuando
por fin se le presenta la oportunidad de cambiar esa situación, debería
estar encantada.

Por desgracia, el ascenso de Piper tiene que ver con el encantador vaquero
que lleva años intentando evitar. Y volar al medio de la nada, Texas, en un
intento desesperado por hablar con el rey de la música country para que
vuelva a los escenarios.

Es un viaje de trabajo sin límites. Piper está decidida a regresar a Nueva


York con un contrato firmado en la mano, cueste lo que cueste. Pero ese
plan se complica cuando la recibe un ceño fruncido en lugar de la sonrisa
característica de Kyle. Se convierte en un reto cuando vislumbra al
hombre auténtico que hay debajo de la superestrella. Se vuelve imposible
cuando se entera de la razón por la que se alejó de los focos.

Cuando se da cuenta de que su único plan debería haber sido proteger su


corazón.
Índice
Prólogo Capítulo 19

Capítulo 1 Capítulo 20

Capítulo 2 Capítulo 21

Capítulo 3 Capítulo 22

Capítulo 4 Capítulo 23

Capítulo 5 Capítulo 24

Capítulo 6 Capítulo 25

Capítulo 7 Capítulo 26

Capítulo 8 Capítulo 27

Capítulo 9 Capítulo 28

Capítulo 10 Capítulo 29

Capítulo 11 Capítulo 30

Capítulo 12 Capítulo 31

Capítulo 13 Capítulo 32

Capítulo 14 Capítulo 33

Capítulo 15 Capítulo 34

Capítulo 16 Capítulo 35

Capítulo 17 Capítulo 36

Capítulo 18 Epílogo
Si no te gusta el camino que recorres, empieza a pavimentar otro.

DOLLY PARTON
Nota de la autora
King of Country es una novela independiente. Sin embargo, en ella
aparecen personajes secundarios de una de mis novelas anteriores, Six
Summers To Fall. Si quieres conocer la historia de Drew y Harper, he
incluido el primer capítulo al final de este libro.

¡Feliz lectura!

Charlotte
Prólogo
Kyle
En cuanto la veo, dejo de caminar.

Lleva un vestido negro con un fajín oscuro a juego, el cabello rojo


recogido hacia atrás y algunos rizos sueltos. Un atuendo de negocios
adecuado, combinado con botas de lluvia azul claro.

Miro más allá de ella, por las ventanas que ocupan casi toda la pared del
fondo de la pequeña cocina.

No hay ni una sola nube en el cielo. Es una mañana soleada.

Una sonrisa se dibuja en mis labios cuando la veo juguetear con la


cafetera, frunciendo el ceño todo el tiempo, como si la máquina la
hubiera insultado personalmente en algún momento. Después de exhalar
un suspiro exasperado, vierte un chorro de líquido marrón oscuro en una
taza y devuelve la cafetera a su sitio con un ruido seco.

De repente, se gira y me mira.

―Mierda. ―Se lleva una mano al pecho mientras el café se desliza


precariamente hacia el borde de la taza que sujeta con la otra mano. Sus
ojos se abren de par en par, mostrando un tono azul que sorprende sobre
su piel pálida, su vestido negro y su cabello brillante―. ¡Di algo antes de
que te acerques sigilosamente a alguien!

Antes de que pueda decidir cómo -o si- responder, se pone en marcha de


nuevo, se acerca a la nevera y toma un cartón de crema.
Me meto las manos en los bolsillos de los pantalones y sigo observando
desde mi sitio en la puerta. Cada movimiento es divertido. Se le escapa la
lengua por una comisura de los labios mientras echa la leche. Sus cejas se
fruncen cuando examina el contenido de la nevera antes de volver a dejar
el cartón en la estantería. A continuación, cierra la puerta del frigorífico.
Hay poesía y caos en cada movimiento que hace que es difícil apartar la
mirada.

O puede que sólo tenga jet-lag. Hace nueve horas estaba en Vancouver.

Sus ojos se cierran cuando toma un sorbo de café, el movimiento de su


garganta al tragar es hipnotizante. Suspira y se gira para volver a
mirarme.

Parpadea rápidamente, como si no se hubiera dado cuenta de que yo


todavía estaba aquí.

―¿Primer día?

Levanto una ceja, pensando que está bromeando.

Mi carrera ha ido mucho más allá de lo que prometí cuando firmé un


contrato en este edificio. En la mayoría de los casos, se me considera un
nombre conocido, pero no voy por ahí esperando que todas las personas
con las que me cruzo sepan quién soy.

¿Pero aquí, en mi discográfica? Sí, esperaba que me reconocieran.

Suspira cuando no respondo.

―Probablemente buscas a Katie. Es la jefa de RRHH. Ve por el pasillo,


gira a la izquierda y luego...

―¡Piper! ―llama una voz femenina.

―¿Qué? ―pregunta la pelirroja, mirando más allá de mí.

Sigo su mirada, mirando por encima de un hombro a la mujer morena


que ha aparecido. Ella se detiene cuando me enfoca, sus labios se separan
ligeramente. Y veo lo que estaba buscando: reconocimiento.
―Kyle. Encantada de conocerte. Soy Harper Williams.

Le doy la mano.

―Encantado de conocerte, Harper.

Sin permiso, mis ojos rebotan hacia la pelirroja.

Piper.

El nombre le queda bien, de una manera que nunca he sentido que


ninguno de los míos lo haya hecho. En realidad no soy Kyle Spencer, el de
las listas de éxitos y el rompecorazones. Pero tampoco soy Miles Spencer
de Oak Grove, Texas.

Estoy atascado como un híbrido de esas dos versiones de mí mismo,


cambiando entre ellas según dónde esté y con quién hable. Mabel es la
única que me llama Miles. En todos los demás sitios, soy Kyle o Spencer.

Harper señala la cocina con la cabeza.

―Sírvanse lo que quieran. También tenemos refrescos preparados en


la sala de conferencias.

Asiento con la cabeza, sin revelar cómo me molesta el trato especial.


Prefiero tomar cosas de la cocina, como todo el mundo.

―Estupendo. Gracias.

Harper sonríe, asiente con la cabeza y le dice algo a Piper que se parece
un poco a Sé amable antes de continuar por el pasillo hacia la sala de
conferencias central.

Debería seguirla. Ir a buscar algo de comer a la mesa que han preparado


especialmente para mí.

En lugar de eso, me adentro en la cocina.

―¿Está bueno el café?

Piper se encoge de hombros.

―Depende de lo que consideres bueno.


Siento una estúpida emoción al ver cómo su mirada se detiene en mí
mientras sigue sorbiendo de su taza. La atención de extraños no es nada
nuevo. Pero mi respuesta es inédita.

Sigo la misma rutina que acabo de verle hacer: sirvo café en una taza
limpia y añado un chorrito de crema de la nevera.

―¿Y esas botas de lluvia? ―pregunto, expresando por fin la pregunta


que me ronda la cabeza desde que la vi por primera vez aquí.

―¿Perdona?

Miro hacia ella y luego, deliberadamente, hacia el calzado que ha


elegido.

―No está lloviendo. Ni siquiera parece que vaya a llover. Entonces... ¿a


qué vienen esas botas?

Piper bebe más café, obviamente deliberando si va a molestarse en


responder a mi pregunta. Ni siquiera estoy seguro de por qué he decidido
preguntárselo; ella puede llevar los zapatos que quiera. Pero, por alguna
razón, estoy seguro de que me molestará... nunca se sabe.

Una mujer rubia y menuda entra en la cocina antes de que Piper se


decida a contestar. Le sonríe y se sonroja al verme.

Más reconocimiento.

No sé por qué de repente llevo la cuenta de todas las personas que me


reconocen.

Excepto... que me molesta. Que ella no lo haya hecho.

―Hola. ―La voz de la rubia tiene el tono entrecortado y asombrado que


ya he oído muchas veces.

Aunque no estoy seguro de acostumbrarme a él. Es difícil no oírlo como


el pesado peso de las expectativas. No preocuparme de si alguna vez
estaré a la altura del ideal.
Me gano la vida cantando sobre un escenario. Y aunque me encanta y
me siento afortunado de poder hacerlo, nunca he entendido la
importancia que se le da. La mayor parte del tiempo, todavía me siento
como un niño, buscando un escape de la mano de mierda que la vida me
repartió.

Por la forma en que Piper tuerce los labios, no soy el único que piensa
que estoy sobrevalorado.

―Hola. ―Sonrío en un intento de tranquilizar a la rubia, y tiene el


efecto contrario.

Sus mejillas se encienden, algo que no habría imaginado posible. Se


tambalea un poco sobre unos tacones que aún la sitúan por debajo de mi
altura.

La mujer rompe el contacto visual y mira a Piper en vez de a mí.

―Hola. ¿Qué tal el concierto de anoche?

―Increíble ―exhala Piper en un tono entusiasta que transforma


totalmente su voz―. Su bajista habitual estaba enfermo, así que hicieron
que alguien de los teloneros tocara el violín. Cambió su sonido por
completo. Más Ghostland que Afternoon Daydream.

―Genial ―dice la rubia, insegura de que ese sea el adjetivo adecuado.

Piper pone los ojos en blanco.

―¡Mia! Dijiste que escucharías la lista de reproducción.

―Lo intenté, en el gimnasio. Pero no puedo escuchar música triste, del


tipo mirando por la ventana la lluvia en la cinta de correr. Me altera el
ritmo.

Ambas mujeres parecen haber olvidado que estoy en la habitación con


ellas, lo que no ocurría desde hace tiempo. Quizá por eso sigo aquí de pie
como un idiota, viéndolas discutir como hermanas.
Hasta que una fuerte exclamación de―: ¡Ahí está mi superestrella!
―llena la cocina.

Me sobresalto ante el sonido inesperado y me giro hacia la voz familiar.


Carl Bergman, el jefe de Empire Records. El tipo que quieres tener a tu
lado si quieres triunfar en la música. El hombre colecciona talentos como
trofeos.

Me mira como si le hubiera alegrado el año sólo por estar en el edificio.


Le hago ganar mucho dinero, y a veces parece que sólo soy eso: una
mercancía.

―Carl, me alegro de verte. ―Nos damos la mano, y su brillante sonrisa


se ensancha de algún modo.

―Has montado un espectáculo increíble ―me felicita Carl.

Me fuerzo a sonreír, sin que se note el cansancio. Llevo cuatro meses de


gira de diez meses por ciudades de Estados Unidos y Canadá. Según mi
representante, las entradas se agotaron en dieciséis minutos.

―No quiero decepcionar a nadie.

Carl se ríe.

―Podrías estar en el escenario un par de horas, con un sombrero de


vaquero y una guitarra en la mano, y todos los asistentes dirían que su
dinero ha merecido la pena.

Yo también me río, porque no sé qué responder a eso.

Los aficionados vienen con críticas. He visto y oído muchos


comentarios que sugieren que mi éxito tiene todo que ver con mi aspecto
sobre el escenario y nada que ver con lo que canto. Y, sí, me pagan a pesar
de todo. Me pagan mucho. Podría jubilarme mañana y mis bisnietos
estarían preparados para toda la vida.

Me está haciendo un cumplido, creo, pero también es un poco


insultante.
―¿Estás listo para empezar? ―pregunta Carl.

Miro mi taza casi vacía.

―Sí, solo necesito un poco más de café. Ha sido una noche larga.

Carl me da una palmada en el hombro.

―Lo entiendo perfectamente. Tómate tu tiempo. Ven a la sala de


conferencias cuando estés listo y empezaremos.

―Lo haré.

Se dirige al pasillo mientras yo vuelvo hacia la cafetera.

No debería tomar cafeína. Mi plan para después de esta reunión es


volver al hotel y echarme una siesta para compensar haber estado
despierto casi toda la noche.

Pero no me apetece salir de esta cocina. Todavía no.

―Nos vemos en la comida, Piper.

―Nos vemos ―responde ella.

La rubia -Mia- me saluda con la mano y se marcha a toda prisa.

Espero que Piper la siga. Pero se acerca a mí.

―Muévete ―me dice. Todo el entusiasmo que sentía al hablar con Mia
ha desaparecido de su voz, que vuelve a ser inexpresiva.

La miro fijamente, sin comprender.

―¿Qué?

―Linda ha hecho el café esta mañana. Y la quiero a muerte, pero es una


barista horrible. Si quieres una taza decente, muévete.

Me deslizo hacia la derecha, viéndola tirar el resto de la cafetera al


fregadero y enjuagarla.

―No te gusto.

Es una afirmación, no una pregunta.


Porque estoy seguro de que no, y hay algo refrescante -y molesto- en
ello. Me intriga, sobre todo porque estoy acostumbrado a caer bien.
Dejando a un lado lo de ser una celebridad, estoy acostumbrado a ser el
tipo despreocupado que se lleva bien con todo el mundo. Una vez que
crecí y me superé, me di cuenta de que era más fácil ir en el barco que
balancearlo.

―No soy fan de la música country. ―Piper me mira―. No te ofendas.

Teniendo en cuenta que a mis fans les gusta llamarme King of Country,
ambos sabemos que es bastante ofensivo. Pero en lugar de irritarme, me
divierte más su tibio intento de suavizar el insulto.

Cruzo los brazos, ignorando la forma en que la encimera de granito se


clava en la base de mi columna vertebral al apoyar más peso sobre ella. Y
el hecho de que estoy haciendo esperar a todo mi equipo -además de al
hombre más poderoso de la música- para poder defender ante una
desconocida el género con el que crecí.

―¿Cuál es tu problema?

Arruga la nariz mientras mide los posos del café.

―¿Con la música country? Sobre todo, la falta de variedad. Todas las


canciones hablan de corazones rotos, camionetas o botellas de cerveza.

―El mayor éxito de Ghostland es sobre una botella de whisky, y parecía


que habías escuchado su música.

La mano de Piper se detiene. Apenas, pero lo suficiente para decirme


que no esperaba esa respuesta. Que supuso que yo no sabía quién era el
grupo, igual que Mia.

Y experimento una inesperada y abrumadora emoción de satisfacción


al saber que la he sorprendido.

―No tienen acento ―me dice.

Esta vez no me molesto en disimular mi sorpresa.


―¿Acento?

―Sí. ―Piper respira hondo―. Hola a todos. Parece un día precioso.

Su acento de "música country" es exagerado y adornado. Y nada


parecido a como suena mi voz. Al menos, no lo creo.

Me mira, su voz vuelve a la normalidad.

―Ese tipo de cosas.

Levanto una ceja en respuesta.

―Un 'día precioso' y, sin embargo, llevas botas de lluvia.

Piper pone los ojos en blanco mientras pulsa un botón de la cafetera.

―¿No tienen botas de lluvia en Texas? Pareces extrañamente


interesado.

Estoy extrañamente interesado. Pero no en sus botas de lluvia.

Igual que me afecta extrañamente que sepa de dónde soy.

―Así que, recapitulando, ¿no te gusto por mi acento y el material poco


original de mi género?

La mejilla de Piper se mueve con lo que es casi una sonrisa, y eso se


siente como una victoria en sí misma. La cafetera se enciende, el aroma
del café recién hecho aromatiza el aire cargado que nos separa.

―Más o menos.

Se aparta de la encimera y toma su taza.

Me doy cuenta de que se va.

―No puedo hacer nada con mi acento. ―Todo mi equipo me dice que le
dé importancia a mi acento porque a las mujeres les encanta.
Definitivamente no le voy a decir eso a Piper―. Pero escribiré una
canción que no tenga nada que ver con cerveza o camiones o desamor,
sólo para ti.
Piper se burla. Fuerte.

Su incredulidad es más vigorizante que cualquier forma de cafeína. Por


primera vez en mucho tiempo, siento que tengo algo que demostrar -algo
que quiero demostrar- a esta pelirroja que lleva calzado inapropiado y
hace juicios precipitados.

―¿No crees que pueda?

―No me importa si puedes. Llévate el número de Cowboynova a otra


parte porque no me interesa.

Sonrío y ella me fulmina con la mirada.

―Gracias por el café.

Piper sale de la cocina sin decir nada más.

Me detengo y pido un bloc de notas y un bolígrafo de camino a la sala de


conferencias. Mi jefe, Brayden, es quien dirige estas reuniones.
Simplemente asiento con la cabeza en ellas.

Y tengo que escribir una canción.


Uno
Piper
―¿No es divertido? ―pregunta Serena.

Las luces parpadeantes iluminan su expresión animada, sus ojos


enmarcados en negro abiertos de par en par y ansiosos mientras observa
la conmoción que nos rodea.

El entusiasmo es todo lo contrario de lo que siento en este momento.


Me apetece desconectar del resto del mundo, perderme en esa sensación
indescriptible de escuchar una canción favorita por primera vez.

En lugar de eso, estoy tomando un cóctel de veinte dólares y


escuchando una balada pop que salió hace cinco años.

Apenas oigo la pregunta de Serena por encima del constante sonido del
bajo que sale de los altavoces, y bebo un poco más de mi cóctel en cuanto
me doy cuenta. El sabor dulce y ligeramente ácido del margarita de
melocotón inunda mi boca, seguido por el cálido ardor del alcohol.

Intento canalizar parte del entusiasmo de Serena en mi respuesta


gritada.

―Qué divertido.

Mi voz suena demasiado plana para ser convincente, pero la música


está lo bastante alta y Serena está lo bastante achispada como para que no
importe.
Estamos celebrando que nuestra tercera compañera de piso, Lauren, ha
recibido un ascenso importante en la empresa de marketing para la que
trabaja.

Celebrando sin Lauren, que desapareció para bailar con un chico alto y
rubio unos cinco minutos después de que llegáramos. De nosotras tres,
ella es el imán de los hombres.

Serena mantiene una de esas raras relaciones a distancia que parecen


sólidas como una roca, con un brillante diamante en la mano izquierda
que centellea bajo las luces parpadeantes.

Y yo estoy en un paréntesis de citas, después de una serie de intentos


cada vez más decepcionantes de salir con chicos responsables, empleados,
bien vestidos y, en última instancia, aburridos. Esos tres requisitos,
además de no ser músico, han sido mi pauta desde que encontré a mi novio
de la universidad en la cama con la compañera de banda del que me había
dicho que no me preocupara. Él y yo conectamos a través de la música. Lo
mismo con él y ella.

Después de que Harper, mi mejor amiga del trabajo, encontrara su


"felices para siempre", me sentí momentáneamente inspirada para buscar
el mío. Desafortunadamente, no hacen hombres como Drew Halifax a
granel. Esa inspiración se agotó rápido.

Así que me estoy centrando en el trabajo, con la esperanza de que ir más


allá en mi función actual pueda significar una oportunidad de hacer algo
más que atender las demandas de los artistas. Ahora que Harper trabaja a
distancia desde Washington y Mia se ha trasladado al departamento de
marketing, me tomo muchas menos pausas para tomar café o almuerzos
largos.

Sin embargo, ya sé que mi productividad mañana no será grande.


Anoche íbamos a celebrar el ascenso de Lauren, pero a Serena la llamaron
del trabajo en el último minuto. Además de trabajar de camarera, tiene
que hacer horas intempestivas en sus prácticas para poder empezar a
pagar los préstamos de la facultad de Derecho. Ahora que el verano -
también conocido como temporada turística- está en pleno apogeo, el
restaurante en el que trabaja está continuamente falto de personal.

Doy otro largo sorbo a mi bebida, lamentando que el vaso esté casi
medio vacío. Soy demasiado mayor para llegar al trabajo con resaca y sin
dormir. Además, es difícil justificar el precio.

Serena se acerca para que pueda oírla mejor por encima de la música
alta. Esta cabina era la única que estaba vacía cuando llegamos, e
inmediatamente descubrí por qué: hay un altavoz situado justo encima.

―¿Todavía estás triste por haberte perdido el concierto?

―No ―miento.

Abogué por ir a ver a una banda en Brooklyn esta noche en lugar de


venir a este club. Pero es la noche de Lauren y quería celebrarlo sin tipos
que piensan que la higiene básica es opcional. Sus palabras, no las mías.
Lauren creció con dinero y gana mucho, así que no estoy segura de que
sepa que artista muerto de hambre no es sólo un dicho. Que hacer carrera
haciendo lo que te gusta es la excepción, no la regla.

Otro gran sorbo, y mi bebida está a más de la mitad.

―No es que hubiera podido firmarlos de todos modos.

―¡Ves! ―Serena oye lo que dije con intención de que sea un murmullo y
me da una palmada entusiasta en la rodilla desnuda―. Fue lo mejor.

―Mm-hmm. ―Miro hacia abajo en mi vaso, girando alrededor del


hielo y la pulgada de líquido.

Cuando me ofrecieron un puesto a tiempo completo en Empire Records


nada más salir de la universidad, estaba en la luna. No me importó que
me asignaran a Desarrollo de Artistas, para dar forma y guiar las carreras
de los artistas que ya habían firmado con la discográfica en lugar de
descubrir nuevos talentos en Artistas y Repertorio, o A&R. Estaba
encantada de tener un pie en Empire Records. Estaba encantada de tener
un pie en la puerta, de recibir un sueldo por cualquier cosa relacionada
con la música. Y buscar grupos desconocidos era un pasatiempo
divertido, aunque careciera de poder para ofrecerles un contrato
discográfico.

Ahora es mucho menos emocionante. No hay emoción cuando pienso


en ir a trabajar mañana por la mañana, sobre todo porque soy la única del
apartamento que tendrá que madrugar. Los turnos de Serena en el
restaurante no empiezan hasta las cinco de la tarde, y el trabajo de Lauren
es medio remoto, así que los lunes trabaja desde nuestro apartamento.
Ambas están ansiosas por tener una noche salvaje, algo con lo que
normalmente estaría totalmente de acuerdo. Excepto que tengo que
tomar notas mientras un grupo de rock alternativo se queja de sus cifras
de ventas mañana por la mañana cuando en realidad sólo quiero decirles
que la única razón por la que han sacado un álbum es por sus payasadas
en un reality show de televisión, y no porque tengan talento de verdad.
Una forma desagradable de empezar la semana laboral en las mejores
circunstancias, por no hablar de la resaca y el agotamiento.

Mis dedos frotan la condensación acumulada en mi vaso por puro


aburrimiento.

Todo en esta noche parece predecible.

Todo el mundo a mi alrededor parece estar pasándoselo como nunca, o


al menos actuando de forma muy convincente.

―Voy al baño ―anuncia Serena―. Vigila mi bebida.

―De acuerdo ―respondo, mientras veo cómo se levanta y desaparece


rápidamente entre la multitud.

Una brisa fresca sopla desde la rejilla de ventilación situada junto a


nuestra mesa, la fría temperatura es una alternativa bienvenida al calor
que persiste fuera a pesar de la desaparición del sol hace horas.

La música cambia a una canción de una de las estrellas emergentes de


Empire, Jason Martin. Estuve en una reunión con él hace unos seis
meses. Temperamental, impulsivo y engreído, pero al menos tiene
talento para respaldar su arrogancia. Y gran parte de su marca es su
historia: creció rodeado de pobreza y delincuencia, pero superó esa
adversidad para perseguir el éxito.

Me hace sentir un poco tonta por haber renunciado a mis propias


aspiraciones tan fácilmente como lo hice. Dejé que algunos "no" me
empujaran por un camino diferente, convenciéndome de que no estaba
destinado a ser. En parte porque no sentía que tuviera nada importante
que decir. Me atraen los artistas como Jason, cuyas luchas resuenan en su
música. Estaría actuando si cantara una de sus canciones. No siento que
tenga nada especial que compartir ahora más que a los veintidós años.

Pero a veces -especialmente en momentos como ahora, cuando me


cuestiono otras opciones- me permito fantasear sobre cómo sería eso, ser
el talento en lugar de la máquina entre bastidores.

Cuando amas algo, tienes la necesidad de estar lo más cerca posible de


ello.

Y también hay miedo a estropearlo, para uno mismo y para los demás.

Bebo otro sorbo y apuro el resto de la bebida. Saco el móvil para mirar
las redes sociales.

Un mensaje de texto de mi madre aparece en la parte superior de la


pantalla, recordándome nuestra cena familiar mensual del viernes por la
noche. Le doy un like al mensaje, acostumbrada a recibir noticias suyas a
horas intempestivas. Normalmente soy yo quien duerme, no ella.

Mi madre es policía. Mi padre también. Y mis cuatro hermanos.

Uno de ellos siempre está trabajando, y a menudo es en turno de noche.

Soy el bebé de la familia.

La sorpresa inesperada.
El accidente, aunque todos se cuidan expresándolo de otra manera. Mi
llegada por sorpresa retrasó el divorcio de mis padres unos años, pero no
de forma permanente.

Soy... diferente. No sólo la única hija. Soy la Egan cautivada por la


música y el arte y la creatividad en lugar de la dedicación al servicio
público.

Mi madre y mi padre no nos empujaron a ninguno de nosotros a elegir


su carrera. Noah, mi hermano mayor, decidió que sería policía en el Día
de la Profesión en tercer curso y nunca cambió de opinión.

Y un hermano habría estado bien. Es comprensible. Muchos niños


eligen la misma profesión que sus padres.

¿Pero todos mis hermanos? Ha dificultado las citas, con los pocos
chicos que han llegado a la fase de conocer a la familia. Entre otras cosas.

Lauren reaparece, llevando de la mano al chico rubio que se le acercó


cuando llegamos.

―¿Dónde está Serena? ―pregunta Lauren, deslizándose en la cabina.

―En el baño ―respondo.

Su acompañante parece bastante amable, y me dedica una pequeña


sonrisa cuando se sienta junto a Lauren antes de sacar su teléfono del
bolsillo. Un hombre moreno está justo detrás de él, ocupando el sitio
vacío de Serena a mi otro lado y llevando consigo el empalagoso aroma de
su colonia especiada. Ignorando el olor abrumador, puedo admitir que es
guapo. Va bien afeitado y lleva un traje ajustado a su estatura.

Apostaría mi cuenta bancaria a que trabaja en finanzas.

Si sales un par de veces por Nueva York, podrás distinguir su contoneo


a pocas manzanas de distancia. Una tarea fácil, ya que he vivido aquí toda
mi vida.

―Encantado de conocerte, Red.


Arqueo una ceja y paso un dedo por el borde de mi vaso vacío.

―¿Red?

―Sí, ya sabes. ―Inclina su vaso de whisky o bourbon hacia mi cabeza.


El líquido ámbar se desliza precariamente cerca del borde, lo que sugiere
que no es su primera copa.

―¿Saber qué?

Pone los ojos en blanco, como si la conversación que ha iniciado fuera


una pérdida de tiempo.

―¿No es obvio?

―¿Qué no es obvio?

Su expresión se vuelve confusa, parece inseguro de si le estoy tomando


el pelo o no.

Lo estoy haciendo.

Cualquier atracción huye cuando me doy cuenta de que no se da cuenta.

Ya trato con suficientes egos inflados en el trabajo. No tengo ningún


interés en pasar voluntariamente mi tiempo libre cerca de uno,
especialmente como parte de algún acto mal ejecutado para ligar con
mujeres.

Desvío la mirada hacia mi triste y derretido hielo, muy tentada de


romper mi regla de una sola copa y pedir un cóctel fresco.

―¿No eres pelirroja de verdad?

Lauren resopla a mi izquierda. Lamentablemente, hemos salido juntas


suficientes veces como para que haya oído alguna versión de esa pregunta
dirigida a mí muchas veces antes. ¿Y qué si menos del uno por ciento de la
población tiene los ojos azules y el cabello rojo? Prefiero hablar del tiempo
que de mi color natural de cabello.
Levanto la vista y me encuentro de frente con su mirada de
superioridad.

Sonrío y él me devuelve la sonrisa.

Anzuelo.

Me inclino hacia delante para que sus ojos se fijen en mi escote.

Línea.

―¿Sabes lo que no soy? ―Pregunto, dulce como el azúcar.

―¿Qué? ―dice, petulante.

Hundido.

―Alguien interesada.

El rubio suelta una carcajada. O los dos hombres no son amigos o él


cambia de bando con facilidad. No es un rasgo atractivo para mí, pero sé
que Lauren puede arreglárselas sola.

Mi inoportuno admirador se toma el desaire mejor de lo que esperaba:


una burla y un movimiento de cabeza son su única reacción antes de
centrar su mirada en la multitud que baila a unos metros de distancia. Un
minuto más tarde, se levanta y se acerca a un par de mujeres que se
revuelven el cabello y se ríen en respuesta a cualquier frase que suelte.

Lauren y el rubio susurran entre ellos. No hay rastro de Serena.

Me desplomo en el asiento, miro al frente y no veo nada.

Tengo suerte, me recuerdo. Esto es todo lo que quería, trabajar en la


música y vivir en mi ciudad natal. Con grandes amigos y un apartamento
increíble, sobre todo para los estándares de Nueva York.

Un trabajo de ensueño. Una ciudad de ensueño. Una vida de ensueño.

Pero ahora no me siento muy afortunada.

Más bien... vacía.


Dos
Piper
La llamada a la puerta de mi despacho me hace dar un salto. Levanto la
vista y mi ritmo cardíaco disminuye cuando veo la cara familiar de Linda
al otro lado del cristal. Estaba demasiado ocupada transcribiendo notas
garabateadas de la reunión de esta mañana para darme cuenta de que
había aparecido.

Le hago señas para que entre y noto de inmediato la ausencia de su


habitual sonrisa alegre. Linda se encarga de la recepción, saluda a todo el
mundo cuando llega y supervisa todo lo que ocurre en la oficina. Todos
los viernes trae galletas de chocolate y es una de mis personas favoritas
del planeta.

Además, rara vez abandona su puesto en la recepción. Creo que sólo ha


visitado mi oficina dos veces en el tiempo que llevo trabajando aquí.

―Hola, Piper.

―Buenos días ―saludo, apartando el bloc de notas―. ¿Qué pasa?

―Carl quiere verte en su despacho. Ahora mismo.

Empujo la silla hacia atrás y me pongo de pie, repasando


inmediatamente una lista mental de posibles razones por las que el jefe de
la discográfica solicita verme.

Me quedo en blanco, con una excepción.

―¿Me van a despedir?


Mis músculos se relajan un poco cuando Linda niega con la cabeza.

―No.

―Entonces, ¿se trata de la maqueta que alguien le pasó por debajo de la


puerta? Porque eso no era...

Linda vuelve a sacudir la cabeza, el movimiento impaciente es tan


distinto de su típica actitud relajada que no puedo evitar la oleada de
inquietud que reaparece.

―Vamos. Eva ha dicho que ahora.

Automáticamente, me quito la cómoda sudadera que llevo -la oficina


ronda los sesenta grados todo el verano- y la cambio por la americana azul
marino que cuelga del respaldo de la silla. Me la pongo por encima de la
camiseta de tirantes de seda y sigo a Linda por el pasillo hasta el despacho
de la esquina más grande.

Mi mente se acelera al doble de la velocidad a la que caminamos.

Hoy ha sido un lunes normal, aunque un poco resacoso porque he


acabado pidiendo otra copa.

Anoche fue la última vez que salgo en una noche de trabajo.


Prácticamente puedo oír a mi madre canturreando irresponsable en mi
cabeza.

Pero no llegué tarde al trabajo. Apenas hablé durante la reunión con la


banda de alt rock. Desde entonces, lo único que he hecho ha sido
mecanografiar mis notas para hacerlas circular internamente. Nada de lo
de esta mañana debería haber llamado la atención del jefe de la
discográfica.

Linda me deja en el pequeño vestíbulo situado a la salida del despacho


de Carl. Está decorado con dos sofás y una mesa de café tallada a mano
que probablemente costó más que mi alquiler mensual.
Eva, la ayudante de Carl, se levanta de su puesto justo debajo de la placa
grabada con su importante cargo. Me saluda con una sonrisa educada y
práctica mientras sale de detrás de su escritorio.

En los pocos años que llevo trabajando aquí, sólo hemos coincidido un
puñado de veces, ya que la mayoría de mis responsabilidades están muy
por debajo del nivel salarial de Carl y el trabajo de Eva es hacerle sombra.
Las únicas veces que hemos estado en la misma sala han sido en
reuniones importantes con artistas importantes, y yo simplemente estaba
allí para tomar notas o rellenar vasos de agua.

Cuando entro en su amplio despacho, Carl Bergman está al teléfono.

Miro a Eva para que me indique cómo proceder, pero ya está cerrando
la puerta tras de mí.

Unos pasos vacilantes y silenciosos me adentran en el enorme espacio


que ofrece una vista privilegiada del famoso horizonte de Nueva York.

Edificios que despiertan sueños y ven fracasos.

A mí me parece mi hogar.

Carl me llama la atención y me señala una de las dos sillas inclinadas


hacia su escritorio. Mis pasos lentos se aceleran y me apresuro a obedecer
sus instrucciones silenciosas.

Una vez sentada, meto las palmas de las manos bajo los muslos,
deseando que no me sudaran tanto.

En los casi cuatro años que llevo trabajando en Empire Records, nunca
me habían citado en el despacho de Carl. A pesar de que Linda me asegura
que no es para despedirme, me preocupa que siga siendo una posibilidad.

―Así es ―dice Carl―. No, no creo que podamos hacerlo.

Mi mirada se desvía mientras él sigue hablando por teléfono,


admirando algo más que el tamaño del despacho.
Esta es una sala en la que se toman decisiones importantes, en la que se
salvan o se hunden carreras. La música es una industria despiadada y
voluble, siempre en movimiento, y la relevancia continua es rara.

Las paredes de esta sala están decoradas con portadas de discos


enmarcadas de los pocos artistas que han conseguido construir legados
duraderos. Cuyos fans acuden disco tras disco, independientemente de
quién sea el nuevo y reluciente creador de tendencias del momento.

Esa devoción inquebrantable siempre me ha intrigado. La gente se


compromete con la música de un artista como no lo haría con una
relación o una carrera. Es una constante en sus vidas, cambie lo que
cambie.

Mis primeros recuerdos son de mis padres bailando en la cocina al


ritmo de Etta James. Mi madre escuchaba esas mismas canciones en mi
último año de instituto, más de una década después de que se divorciaran.

Carl cuelga el teléfono con un suspiro y un fuerte click. Vuelvo a


centrarme en él y lo veo sacudir un analgésico del frasco que tiene sobre
la mesa, metérselo en la boca y tragarlo con un sorbo de agua.

―¿Te traigo algo? ―pregunta, señalando con la cabeza la elegante mini


nevera llena de latas de agua mineral y refrescos. Encima hay una cesta
llena de bolsas de patatas fritas.

―No ―me apresuro a decir―. Estoy bien. Gracias.

Carl asiente y se reclina en la silla. El cuero cruje cuando cruza las


manos bajo la barbilla y me estudia.

―¿Llevas aquí cinco años, Piper?

―Casi cuatro técnicamente, a tiempo completo. Empecé como becaria


de verano en la universidad.

―Ah, es verdad ―dice Carl, aunque apostaría la mísera suma de mi


cuenta de ahorros a que no tenía ni idea de mi historial laboral hasta
ahora―. ¿Y has sido feliz trabajando aquí?
Me remuevo torpemente en el asiento. Me aclaro la garganta. Me
pregunto si alguien ha presentado una queja a Recursos Humanos y ha
utilizado mi nombre como broma.

―¿Sí? ―Suena como una pregunta, pero Carl no parece darse cuenta.

Está concentrado en algo más allá de mí, y resisto el impulso de


girarme y mirar también.

Al final suspira y vuelve a centrarse en mí.

―Tenemos un artista que se niega a firmar un nuevo contrato.

Sólo mis rápidos parpadeos delatan mi sorpresa.

Por regla general, la música es una industria en la que la gente lucha


por entrar, no una de la que deciden marcharse después de pasar el corte.

―Dejarlo marchar no es una opción. ―Carl se inclina hacia delante,


con una expresión sorprendentemente seria. Estoy acostumbrado a verlo
profesional y distante, no desesperado―. Ha hecho ganar más dinero a
esta discográfica que la mayoría de nuestros artistas juntos.

Reprimo un suspiro.

Por supuesto, todo se reduce a dinero. Muchos días tengo la sensación


de ser la único empleada a la que le importa más la música que sale al
mercado que los ingresos. Carl es un hombre de negocios, y su negocio es
la música.

Entiendo cómo funciona el mundo. Ojalá funcionara de otra manera.

Y aunque no soy abogada, he asistido a suficientes reuniones sobre


contratos para saber que no es una situación común.

―¿Puede irse?

Carl exhala molesto, dando la respuesta antes de hablar.

―Sí. Su contrato está fuera de los periodos de opción, y ha cumplido


con los álbumes. Se suponía que íbamos a empezar las negociaciones hace
un par de meses, y su equipo nos aplazó. Estaba de gira, así que a nadie del
departamento legal se le ocurrió nada. ―Me pregunto si habrán
despedido a alguien por ese descuido―. Desde hace dos días, no tiene
ninguna obligación con esta discográfica.

―¿Está buscando en otra parte? ―Sigo sin tener ni idea de por qué
estoy aquí o de quién estamos hablando, así que no sé qué más decir.

Empire Records está considerada una de las discográficas más grandes


y exitosas del país, pero hay otras destacadas, y no es inaudito que los
artistas se muevan de un lado a otro.

―Es un talento único en una generación ―responde Carl―. Perder a


Kyle Spencer no es una opción.

No hay duda de la nota de pánico en su voz. Y me molesta mucho


pensar en los miles de músicos de esta ciudad que rezan por una gran
oportunidad.

Kyle Spencer tuvo su oportunidad. Una década de ellas.

Si quiere hacerse a un lado, con gusto organizaré una fiesta de


jubilación.

De repente siento un naufragio en el estómago, como la sensación de


caída en picado de un ascensor, al darme cuenta de que, sea cual sea la
razón por la que estoy aquí, tiene que ver con Kyle Spencer.

Por la determinación en la cara de Carl, no dejará que Kyle se vaya.

Lo que significa...

―Necesito que vayas a Texas y lo hagas cambiar de opinión.

Mi expresión es demasiado sorprendida para cambiar. Me quedo


helada, segura de no haberle oído bien.

―Sé que es una petición poco ortodoxa. Recibirás una generosa


compensación, además de todos los gastos de viaje y alojamiento.

Sigo sin moverme. Sigo sin decir nada.


―Has sido parte del equipo de Kyle aquí durante los últimos años.
Nadie más está disponible para recoger e irse con tan poca antelación.

Trago saliva, pero es lo máximo que logro moverme. No soy nadie aquí,
es lo que realmente está diciendo. Una asistente glorificada, que
interviene donde y cuando se me necesita.

Hay un atisbo de emoción en la cara de Carl cuando se echa hacia atrás


en la silla, pero desaparece antes de que pueda decir si es diversión,
enfado o algo totalmente distinto.

―Cuando vuelvas, te transferiré de Desarrollo de Artistas a A&R.


Dependerás directamente de Fiona Wild, a la que ayudarás a buscar y
fichar nuevos talentos.

¿Mi primer pensamiento? Linda.

Ella le dijo a Carl exactamente qué ofrecer.

Aunque estaría bien tener más dinero -Nueva York es un lugar


ridículamente caro para vivir, y todavía estoy pagando los préstamos de
estudios-, esta es la oportunidad de hacer algo más que buscar artistas en
mi tiempo libre. Es la oportunidad de decidir qué nombres figurarán en
estas paredes en el futuro. De sentir que estoy marcando la diferencia. La
seguridad de haber elegido el camino correcto.

Pero será a expensas de pasar más tiempo con el nombre que ya está
expuesto.

Y no estoy segura de si es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer.

Mis interacciones con Kyle Spencer siempre han sido memorables, y no


sé muy bien por qué.

Algo en él... se atasca. Irrita. Es demasiado informal. Demasiado


confiado.

Demasiado...

Estoy sola en esa evaluación. Todos los demás están felices de adularlo.
Las últimas veces que Kyle vino a la oficina, me propuse mantener las
distancias lo más posible. Algo de lo que ahora me arrepiento porque creo
que Kyle se ha dado cuenta. Nuestro último encuentro fue especialmente
incómodo. Escuchó lo que se suponía que era una conversación privada
con Harper y luego se fue a comer con la mitad de la oficina después de
que yo fingiera una emergencia para librarme de ir.

En este preciso momento, no se me ocurre otra cosa que volar a Texas y


pedirle un favor a Kyle Spencer.

Carl me mira expectante.

―Um… ―Trago saliva de nuevo, con un sudor fresco punzándome las


palmas de las manos―. ¿Puedo pensarlo?

―Por supuesto ―responde Carl. Pero las dos palabras resuenan con
decepción.

Nunca me ha hecho una pregunta. Nunca lo planteó como una


posibilidad. Así que me asalta el temor repentino de que mi vacilación me
envíe directamente al principio de la lista de mierda de Carl o, peor aún,
que me despida.

Pero no soy lo bastante valiente para preguntarle si la negativa tendrá


consecuencias.

El teléfono de su mesa empieza a sonar con fuerza.

Carl lo mira y suspira.

―Tengo que atender.

Me levanto inmediatamente, aprovechando la oportunidad para


marcharme.

No sé qué decir. ¿Gracias por la oportunidad? ¿Perdón por no decir que sí?
¿Cuánto tiempo tengo para decidirme?

―Piensa rápido, Piper ―dice Carl, y levanta el teléfono.


Asiento rápidamente, pero Carl ya está al teléfono, así que no estoy
segura de que lo vea.

Luego, salgo corriendo del despacho mucho más rápido de lo que entré.
Tres
Piper
En cuanto se abre la puerta amarilla, me encuentro con un pecho
desnudo.

―Pipsqueak. Qué sorpresa.

―La sorpresa es mutua ―refunfuño, saliendo del porche y entrando en


la entrada felizmente fresca―. Sé que eres demasiado tacaño para tener
tu propia casa. ¿Pero ahora tampoco puedes permitirte ropa?

Seth cierra la puerta detrás de mí.

―¡Mamá! ¡Tu hija menos favorita está aquí!

Pongo los ojos en blanco mientras cuelgo mi bolso en el único cubículo


vacío.

―¿Dónde está?

―Arriba. Creo que está doblando la ropa.

―¿La tuya?

―Eso espero. Me he quedado sin camisas limpias.

Me burlo mientras me quito los tacones y tiro del elástico para liberar
mis rizos. Además de ser la única hija, soy la única de mis hermanos que
ha heredado el cabello rojo. Seth, como todos mis hermanos, tiene el
cabello castaño liso.

Tendrías que entrecerrar los ojos para pensar que somos parientes.
Vuelvo a respirar hondo, saboreando el aire acondicionado y la
comodidad de estar en la casa de mi infancia. Es la misma nostalgia que
cuando te pones una sudadera desgastada: familiar y reconfortante. Toda
la casa huele a madera vieja y al limpiador de lavanda que mi madre usa
para todo. Y... a humo.

Huelo el aire.

―¿Huele como si algo se estuviera quemando?

Seth palidece.

―Ah, mierda ―murmura, y echa a correr por el pasillo.

Lo sigo descalza, deteniéndome para pasar los dedos por los


pasamanos, como si estuviera tocando un arpa. Y para mirar la foto de
familia que hay en la pared de enfrente de la escalera. Fue tomada en el
último evento para el que nos vestimos de gala: mi graduación
universitaria. Yo estoy justo en el centro, con el cabello alborotado por el
birrete y el vestido negro que probablemente esté guardado en alguna
caja del desván.

La foto fue tomada justo antes de que mi madre me dijera que estaba
orgullosa de mí por haberme graduado y rezara para que encontrara
trabajo. Expresaba lo que seguramente pensaba toda mi familia. Siempre
me han apoyado con cautela, como si estuvieran esperando
colectivamente a que mi incursión en la voluble industria conocida como
música se convirtiera en un callejón sin salida y encontrara una carrera
mejor. Nunca me desaniman, pero tampoco me animan.

Cuando entro en la cocina, Seth está sacudiendo tocino de una sartén


sobre una toalla de papel. El olor me hace arrugar la nariz. Parece bien
hecho, pero no completamente carbonizado.

Seth no duda en darle un mordisco.

―¿Eso es lo que vas a cenar? ―pregunto, sacando uno de los taburetes


de la isla y sentándome en él.
―Acabo de levantarme. A punto de ir a trabajar. Así que... sí.

―¿Está Alex?

―No. Trabajando horas extras.

―¿Otra vez?

―Mm-hmm. ―Seth está más concentrado en su bacon que en nuestra


conversación. Se acaba otro trozo antes de mirarme―. No todos
trabajamos de nueve a cinco, ¿sabes?

―Lo sé.

Ninguno de los miembros de mi familia trabaja de nueve a cinco, y por


eso vine hasta Brooklyn después de salir por segunda vez de la oficina de
Carl. Coordinar los horarios de todos es una tarea hercúlea, y como mi
horario se considera el menos imprevisible, mi asistencia a las reuniones
familiares siempre se da por descontada.

―Estará en la cena del viernes por la noche.

Hago una mueca.

―Bueno, yo...

―Hola, cariño. ―Mi madre entra en la cocina con un montón de paños


de cocina bajo el brazo. El aroma de la lavanda se escapa tras ella―. No
sabía que ibas a venir hoy.

―Hola, mamá. ―La miro mientras guarda las toallas en el cajón junto
al fregadero, mordiéndome el interior de la mejilla todo el rato.

A pesar de las mejores intenciones, ha habido cenas en las que faltaba


uno de los dos. Pero nunca he sido yo. Y siempre ha sido por alguna
emergencia importante que estoy seguro que mi viaje a Texas no
calificará como tal.

Termina de guardar las toallas y se vuelve hacia mí, alisándose el


cabello con una mano aunque no sea necesario. Los mechones son del
mismo tono que los míos, y compartimos también la misma textura
medio ondulada, medio rizada. Su cabello siempre está recogido en un
moño, mientras que el mío vuelve a su estado salvaje la mayoría de las
veces.

―¿Quieres beber algo? ―pregunta mi madre.

Miro por reflejo la cafetera blanca que hay en la encimera. Empecé a


tomar café mucho antes de lo que debería, gracias a mis padres y luego a
mis hermanos. Mantener el extraño horario de un policía de una gran
ciudad requería un suministro inagotable de cafeína, así que la cafetera
siempre estaba llena hasta la mitad con una infusión extra fuerte. Me
convertí en una especie de snob del café, además de crear una adicción.

―Estoy bien, gracias. ―Me espera una larga noche de equipaje, pero ya
estoy muy nerviosa―. Sólo vine a decirte… ―Exhalo―. No podré ir a la
cena familiar del viernes.

El cambio de relajado a serio es instantáneo.

―¿Qué? Sabes lo importante que es para tu padre y para mí que os


reunamos a todos al menos una vez al mes, Piper.

No es la primera vez que me pregunto si esa expectativa es la culpable


del limbo en el que han estado los últimos veintitantos años. Mis padres
tienen una relación muy sana o muy poco sana. Cuando se divorciaron, mi
padre se mudó. Pero siguieron coparentales como si nada hubiera
cambiado. Las fiestas de cumpleaños, los acontecimientos deportivos, las
graduaciones, las vacaciones, los días festivos, todo lo pasaban juntos,
como si la unidad familiar siguiera intacta.

De niña, lo agradecía. De adolescente, no entendía por qué se habían


molestado en divorciarse. De adulta, he aceptado que la tradición de las
cenas mensuales es una forma consciente de mantener unida a nuestra
familia y aprecio ese esfuerzo. Pero sigo preguntándome si evitar
reconocer su divorcio cambió las cosas.

―Tengo que hacer un viaje de trabajo ―le digo―. Es posible que vuelva
el viernes, pero probablemente no.
―¿Un viaje de trabajo? ¿Adónde?

―Uh, Texas. Para repasar unas cosas del contrato.

Una sonora carcajada viene de la dirección de la estufa.

―¿Te vas a Texas?

Miro a Seth con el ceño fruncido.

―Sí. ¿Qué tiene de malo Texas?

―Texas no tiene nada de malo ―responde―. Es que me cuesta


imaginarte allí.

―Dallas es una ciudad importante. También Austin.

―¿Y a cuál vas a ir?

―No lo sé... todavía. ―Se supone que Linda me enviará los detalles del
viaje esta noche. Espero que Kyle viva en Austin, pero cualquiera de las
dos ciudades estaría bien.

Seth levanta una ceja antes de volver a su tocino.

―Nunca has viajado por tu trabajo ―dice mi madre.

Respiro hondo antes de mirarla.

―Lo sé. Pero el jefe de la discográfica me pidió que fuera y acepté.


―Después de entrar en pánico y deliberar durante treinta minutos en el
baño...― Es importante.

No menciono mi posible ascenso.

Mi madre suspira y asiente.

―De acuerdo.

Puede que nos parezcamos, pero nuestras personalidades son muy


diferentes.

Quizá sea un efecto secundario de su carrera, pero en casa mi madre


evita los conflictos a toda costa.
Puedo sentir su decepción en el aire cuando salgo veinte minutos más
tarde. Alimenta mis propias dudas y me pregunto en qué demonios me he
metido.
Cuatro
Kyle
El sudor rueda por mi espalda en ríos perezosos mientras el sol de Texas
golpea sin piedad. Giro el martillo y lanzo otra teja al suelo. Luego otra. Y
otra más. Y otra más. Es un trabajo interminable y agotador, que es de lo
que se trata. La madera envejecida es quebradiza, y la mayoría de las tejas
se astillan por la mitad fácilmente con cada sacudida del acero curvado.

Dos filas después, oigo el inconfundible ruido de los pasos de John.


Tuvo un grave accidente de auto en el instituto y sus lesiones lo afectaron
para siempre.

―Teléfono para ti.

Suspiro a pesar de que los músculos de mis brazos piden a gritos un


descanso y mi piel está cubierta de sudor.

―¿Puedes tomar el mensaje?

―Es Brayden. Dice que lleva toda la mañana intentando localizarte. Y


que es urgente.

Vuelvo a exhalar y me levanto el ala del sombrero para pasarme una


mano por la frente húmeda. Por lo que sé, mi jefe aún no se ha
encontrado con una situación que no considere urgente.

―Bien. Ahora mismo voy.

Unos pasos lentos se alejan.


Limpio las últimas tejas de esta fila y me enderezo, con la espalda rígida
protestando cada movimiento. Mañana me dolerá.

Unos pasos cuidadosos me devuelven al borde del tejado. Me detengo


un momento para ver los progresos que he hecho esta mañana. Tres
horas de trabajo, y decir que he despejado una cuarta parte del tejado
sería generoso. A este ritmo, tendré suerte si lo termino en una semana.

Bajo la escalera y rodeo la granja, me quito la camisa de la barandilla


del porche y me la paso por la cara. Las anchas ramas del roble centenario
plantado años antes de que yo naciera proporcionan una agradable
sombra y reducen la temperatura del aire unos cuantos grados.

Las tres escaleras gimen cuando las subo: otra reparación que hay que
hacer. Lo mismo ocurre con las chirriantes bisagras que protestan contra
la apertura y cierre de la puerta mosquitera.

Dentro hace más fresco, pero no mucho. Los acondicionadores de aire


están instalados en los dormitorios de arriba, algo de aire frío baja
durante el día, pero no lo suficiente para vencer el calor por completo.

Me quito con cuidado las botas polvorientas antes de adentrarme en el


salón.

El teléfono fijo está escondido en un rincón, junto al desgastado sillón


que probablemente sea tan antiguo como las tejas que he pasado toda la
mañana partiendo.

Me quito el sombrero y me paso una mano por el cabello sudoroso,


haciendo una mueca al ver el pegote que me queda en la palma.

Descuelgo el auricular.

―Hola, Brayden.

―¡Kyle! ¿Cómo estás?

―Genial ―tarareo―. Ocupado.

―Bien, bien.
Hay una pausa, y mi aprensión crece.

Brayden suele ser un tipo de los que no se andan con vueltas, es más de
arrancar la tirita. Si está dudando, es porque está a punto de decir algo
que sabe que no quiero oír.

―¿De qué se trata? ―Pregunto, impaciente.

Mi jefe se aclara la garganta.

―He llamado a tu móvil.

―No funciona. Estaba trabajando fuera. ¿Qué pasa?

Brayden suspira.

―Empire enviará a alguien mañana por la mañana.

Tarda unos segundos en asimilarlo. Cuando lo hace...

―Tienes que estar bromeando.

―Eres una gran pérdida para ellos, Kyle. Harán lo que sea para hacerte
cambiar de opinión.

―Nada me hará cambiar de opinión. Ya te lo dije.

―Y te lo transmití. Pero también te dije que te lo pondrían difícil.


Tómalo como un cumplido. La mayoría de los cantantes están
persiguiendo sellos, buscando un contrato discográfico. Tú tienes a la
mayor discográfica del país persiguiéndote, rogándote.

―No pueden perseguirme aquí. Esto es propiedad privada.

―Si quieres que intervengan los abogados, podemos hacerlo. Pero


quedará mal. Empire construyó tu carrera. Y llamará la atención. Una
vez que otros sellos se enteren de la situación... te acosarán también.

―Los rechazaré también.

Brayden exhala.
―Tienes veintiocho años, Kyle. Entiendo que tu vida ha sido un ir, ir, ir
durante más de una década. Te has ganado un descanso, nadie lo
discutiría. Baja el ritmo. Da un paso atrás. Pero piénsalo bien antes de
lanzar una cerilla encendida y quemar todos los malditos puentes. Un día
podrías mirar atrás y arrepentirte.

No digo nada.

Otro suspiro.

―De acuerdo. Me pondré en contacto con tu equipo legal. Y volaré a


primera hora para lidiar con quien sea que envíe Empire.

Más conmoción. Más circo.

―Está bien. Yo me encargaré.

―Kyle...

―Dije que yo me encargaré.

―Está bien. ―Una pausa, y sé que no podrá resistirse a decirme qué


hacer―. Deja que hagan su propuesta. Diles que lo pensarás. Y aún
podemos compartir...

Mi mano se tensa alrededor del auricular.

―No.

―Carl siempre te ha dado un trato especial. Estoy seguro de que


podría...

―He dicho que no, Brayden. Le hago ganar el doble de dinero que a los
demás. Eso no es trato especial; es lógico. Una vez que se acabe el dinero,
pasará lo mismo con el trato especial. Además, no es nada que él necesite
saber.

―Bien. Me pondré en contacto pronto.

―De acuerdo. ―Cuelgo el teléfono con más fuerza de la necesaria y sigo


hacia la cocina.
Mabel está de pie en la isla, cortando fresas. Es todo lo que crece en el
huerto trasero que John cultivó para ella. Todo lo que produce la granja,
aparte de la leche de las vacas.

―¿Todo bien? ―me pregunta, estudiándome con demasiada atención.

Mi tía dice poco. Se pierde menos aún.

―Bien. ―Me acerco al armario y saco un vaso. Lo lleno con agua del
grifo mientras miro por la ventana que hay sobre el lavabo, hacia el largo
tramo de tierra que sirve de entrada―. Mi discográfica va a enviar a
alguien mañana para convencerme de que firme otro contrato.

Apenas puedo distinguir el zumbido de Mabel sobre el constante


rebanar de su cuchillo. Esa fue su misma respuesta cuando le anuncié que
había dejado la música.

Una aceptación silenciosa que no revela absolutamente nada.

John tampoco se inmutó.

Y es una de las razones por las que nunca me importó la estricta


estructura que sé que otros artistas consideran sofocante. Mabel y John
son lo más parecido a modelos de conducta fiables que tengo, y me
dejaron tomar mis propias decisiones. Después de años sin tener ninguna
orientación en mis decisiones, las opiniones múltiples eran bienvenidas.
También lo fue que un equipo de personas me dijera dónde tenía que
estar y qué tenía que hacer cada minuto de cada día. Contar con un
horario fijo fue un alivio.

Ahora vuelvo a tomar decisiones sin tener en cuenta ninguna


aportación externa.

Es estimulante.

También es solitario. Sobre todo porque, esta vez, tengo que


mantenerme firme frente a los empujones en dirección contraria.
Trago un poco de agua, sintiendo cómo baja por mi garganta en un
chorro fresco. No hace nada por el sudor que cubre mi piel. Ni el enfado
que hierve a fuego lento en mis venas.

―Cal Hastings hizo el tejado de los Thompson el año pasado.

Escurro el resto del vaso, lo lavo y lo pongo a secar en la rejilla. Estoy


acostumbrado a los saltos de conversación de Mabel. Una vez que ha
agotado lo poco que tiene que decir sobre un tema, pasa al siguiente.

―Está yendo bien.

Mabel tararea de nuevo, y oigo su incredulidad tan clara como el día. El


raro desacuerdo me irrita más que su apatía habitual.

―Me cansé de tirar dinero a los problemas. Me estoy ocupando yo


mismo de las cosas.

―No fue tu culpa, Miles.

Exactamente lo que dijo cuando llegué a casa. Suena tan absurdo ahora
como entonces.

Me aclaro la garganta y me alejo del mostrador, irritado e


irracionalmente molesto.

―No vendré a cenar. Me voy a casa de Hudson.

―De acuerdo. ―La suave respuesta de Mabel suena detrás de mí


mientras salgo de nuevo al calor.

Tomo asiento en lo alto de las escaleras para volver a ponerme las


botas, observando a John mientras juguetea con algo dentro del capó
abierto de su camioneta.

Una vez puestas las botas, me levanto y me acerco a él.

―¿Le pasa algo al camión?

―Sólo estoy cambiando el aceite. Mabel y yo nos vamos el sábado


temprano a ver a Dolores, Jim y Cecilia, ¿recuerdas?
―Sí ―digo.

Es mentira.

Estar de vuelta aquí ha sido una lucha, y mi atención se ha disparado


como resultado.

Hay tanto que hacer que no sé por dónde empezar. Esa indecisión ha
terminado con las cosas deslizándose a través de las grietas,
evidentemente.

―¿Necesitas ayuda? ―Pregunto, indecisa sobre cuál quiero que sea la


respuesta.

Un resoplido resuena bajo el capó.

―El granizo puede caer en cualquier momento.

Suspiro y miro por encima del hombro hacia el tejado medio derruido.

―Cierto.

Despejar tres cuartas partes de un lado del tejado me lleva el resto del
día. Es más de lo que esperaba. Pero no hay sensación de logro una vez
que más de la tela asfáltica gris queda expuesta, el material rasgado y
desgastado en tantos lugares que sé que esa capa también tendrá que ser
reemplazada.

Para cuando me ducho, me cambio y estoy rodando por el sinuoso


camino de entrada en mi camioneta, sólo quedan unas pocas vetas de
color en el horizonte que se oscurece constantemente, parte del calor de
hoy disipándose finalmente con el sol que se hunde.
Podría conducir hasta la granja de los Montgomery con los ojos
vendados. Hudson Montgomery es mi mejor amigo desde que empezamos
juntos la guardería en la escuela primaria Oak Grove hace veintitrés años.
Hice este viaje en bicicleta hasta el día en que obtuve el carné de conducir
y las llaves de la camioneta oxidada que conduzco ahora.

La radio antigua de la camioneta sólo tiene tiempo de tocar una


canción de John Denver antes de que yo esté subiendo por el camino
pavimentado, la primera señal de que todo en esta propiedad es más
bonito que el rancho que acabo de dejar.

Me provocaba un complejo de inferioridad cuando era más joven.

Incluso ahora, hay un eco persistente de la misma.

Cuando estoy en Oak Grove, nada de lo que he logrado fuera de este


pueblo parece importar mucho. No importa cuánto dinero he ganado o
qué premios he ganado.

Me encanta y me molesta que me despojen de mis inseguridades y


remordimientos.

Redescubrir quién soy por debajo de la fama y la fortuna.

Hudson y Tommy están junto a la parrilla cuando llego, cada uno con
una cerveza en la mano y una expresión de satisfacción.

La nube oscura que se cernía sobre mí se disipa un poco cuando veo a


Hudson voltear las hamburguesas y luego golpear el hombro de Tommy.
Estos chicos me han visto pasar por muchas cosas. Sus vidas -permanecer
en esta ciudad, cuidar de la familia- son como habría sido la mía si nunca
me hubiera convertido en Kyle Spencer. La nostalgia es agridulce.

―¡Spencer! Ya era hora. ―Hudson me señala con la espátula mientras


me acerco a la parrilla humeante, con el olor y el chisporroteo de la carne
cocinándose flotando hacia mí en la ligera brisa que se ha levantado.

―Lo siento. Me he entretenido ―digo, dándoles la mano a los dos.

Inmediatamente, me siento más ligero. Más suelto.


La puerta mosquitera que da al patio se abre y Morgan Townsend sale.
Su brillante sonrisa es tan alegre como todas las veces que he estado cerca
de ella, lo cual no es mucho.

Hudson empezó a salir con ella hace tres años, poco después de que se
mudara a Oak Grove para enseñar en el instituto. Teniendo en cuenta la
poca atención que Hudson presta a la mayoría de las cosas, ninguno de
nosotros esperaba que su relación llegara a ninguna parte. Pero aún
parecen sólidos. Hace unos seis meses, ella se mudó a esta casa, que
Hudson construyó en el extremo este del terreno de sus padres. Su
presencia es obvia en la hilera de arándanos recién plantados a lo largo
del patio. Y en la tabla de embutidos colocada en el centro de la mesa de
cristal del patio. La última vez que estuve aquí para cenar, comimos pizza
fría recién sacada de la caja.

―Hola, Kyle. ―Nuestra falta de familiaridad es obvia en la forma en


que Morgan se dirige a mí.

Todos mis amigos de la infancia crecieron llamándome por mi apellido,


y se mantuvo durante mi ascenso a la fama. Adecuado, teniendo en
cuenta que nunca nadie sugirió cambiar Spencer.

―Hola, Morgan. Me alegro de verte.

―Sí, a ti también ―responde, colocándose un mechón de cabello suelto


detrás de una oreja―. Ha pasado un tiempo. No desde...

Mi sonrisa se congela y hay un silencio incómodo antes de que me


recupere.

Las mejillas de Morgan se enrojecen y sus ojos se desvían rápidamente


hacia Hudson.

―No pretendía...

―Ha pasado tiempo ―digo―. Me alegro de estar en casa.

Morgan asiente rápidamente.

―¿Puedo ofrecerte algo de beber?


―Tomaré un refresco. Gracias.

Otra inclinación de cabeza, y luego desaparece en la casa. La puerta


mosquitera se cierra con un suave silbido, sugiriendo que debería seguir
los consejos de construcción de Hudson. Él mismo construyó gran parte
de la casa.

―Tienes un aspecto horrible ―comenta Tommy, hundiéndose en otra


de las sillas cuando me siento a la mesa.

Suelto una carcajada y me paso una mano por el cabello húmedo. Esto
es mi casa, tanto como las escaleras chirriantes y los campos abiertos del
rancho. Recibir mierda de mis amigos en lugar de consejos de gente a
sueldo.

―Un día largo. Estoy cambiando el tejado ―le digo, y le lanzo una
sonrisa de agradecimiento a Morgan cuando reaparece y me pasa una
cola fría antes de tomar asiento.

Abro la lata y doy un largo trago, sin perderme la mirada que


intercambian Hudson y Tommy.

Sé que están preocupados por mí. Francamente, serían unos amigos


terribles si no estuvieran al menos un poco preocupados.

Pero también sé que hago lo que debo. Tal vez sea una retorcida forma
de penitencia. Tal vez me estoy castigando por los años en los que podría
haber hecho más y decidí no hacerlo.

Sea lo que sea, es la única forma que conozco de manejar las cosas.
Utilicé la música para escapar de esta ciudad, así que quizá sea justo que
vuelva aquí para poner fin a ese capítulo.

―¿Tal vez llamar a un profesional, hombre? ―dice ―. Cal Hastings


hizo...

―Yo me encargo del maldito techo, ¿de acuerdo?


Más de dos décadas de amistad, y Tommy sabe cuándo no presionarme.
Se echa hacia atrás, levantando ambas manos en un gesto de
aquiescencia.

―De acuerdo.

Exhalo, odiando cómo mi larga mecha se ha reducido a nada


últimamente.

Me duelen los músculos de tanto rasgar tejas, pero siento un zumbido


implacable bajo la piel. Un zumbido irritado que me mantiene irritable
cuando debería estar relajado y agotado. Mi gira más reciente terminó
hace tres semanas y duró casi un año. La mayor parte de ese tiempo
estuvo programada al minuto. Sesiones de fotos, entrevistas, pruebas de
sonido, actuaciones. Era como un tornado a mi alrededor que se ha
disipado de repente, dejándome solo. Estoy en el silencio después de una
tormenta, aliviado pero también acostumbrado al caos.

―Lo siento. Yo...

Tommy sacude la cabeza.

―No te disculpes, Spencer. Me pasaré este fin de semana. A ver qué


puedo ayudarte a joder.

Pongo los ojos en blanco, pero la sonrisa aparece con facilidad.

No es forzada, como tantas otras últimamente.

―¿Cómo están Mabel y John? ―pregunta Hudson, ocupando la silla


junto a Morgan.

Morgan le sonríe y eso me distrae un momento.

Es tan obvio, tan diferente de cómo estoy acostumbrado a ver muestras


de afecto. Mis tíos tienen una relación estable, pero nunca los he visto
tomados de la mano. Son personas reservadas que huyen de los líos.

Y mi vida amorosa últimamente ha sido una cadena de encuentros


cortos y sin sentido. Eso es probablemente cierto de mi vida amorosa, y
punto. Ver a uno de mis mejores amigos en una relación madura y
comprometida me resulta tan extraño como le debe parecer a él mi fama.

―Uh, están bien ―respondo―. Se dirigen al norte pronto.

―Ah, claro. ¿Van a visitar a Cecilia y su familia?

―Sí.

―¿Van a montar una fiesta? ―Tommy se burla.

―Nah. ―Sonrío al recordarlo.

El primer año de instituto fue la primera vez que Mabel y John fueron a
California a visitar a sus buenos amigos y a su ahijada. Y como yo era un
diablillo, lo aproveché al máximo. Después de mi éxito con la música, esa
fiesta es probablemente por lo que soy más conocido en esta ciudad.

―Lástima que el jefe Twain tenga mala memoria ―dice Hudson,


tomando un sorbo de cerveza y luego sonriendo en dirección a Tommy―.
Debe hacer que el trabajo sea un poco incómodo.

―¿Trabajo? ―Yo también miro a Tommy.

―Sí. ―Se frota la nuca―. La empresa consiguió un contrato para


renovar los sistemas de la ciudad. Incluido el departamento de policía.
Como soy de aquí, estoy supervisando el proyecto.

―Eso es genial, hombre.

―Sí. Gracias.

Nunca he tenido del todo claro en qué consiste el trabajo de Tommy.


Trabaja a distancia para una gran empresa tecnológica con sede en
Phoenix. Y en vez de mudarse a Arizona o a una ciudad más grande, se ha
quedado en Oak Grove.

Al igual que Hudson.


Y como Danny DeLuca, el cuarto miembro de nuestro pequeño equipo,
que aparece unos minutos más tarde, cargado con un six-pack y luciendo
una amplia sonrisa.

Danny nos disuadió de todas nuestras ideas más locas en el instituto,


aunque cuando miro atrás y veo cómo pasamos aquellos años, el listón
estaba bastante bajo para empezar. Ahora es el abogado del pueblo,
sustituyendo a su padre después de que Danny padre tuviera un problema
de salud hace unos años.

Más y más gente sigue la llegada de Danny hasta que el patio se asemeja
a una reunión de Oak Grove High. Gente a la que sólo he visto de pasada,
si acaso, durante mis breves y esporádicas visitas a este lugar en los
últimos diez años.

Hudson presentó esta noche como un lugar de reunión informal, pero


no me sorprende que se haya convertido en una reunión gigantesca. Lo
mejor y lo peor de vivir en una ciudad pequeña es la falta total de límites.

Respondo a un sinfín de preguntas sobre mi última gira y cómo les va a


Mabel y John. Nadie menciona a mi madre. Pero mucha gente hace
predicciones sobre lo pronto que saldrá mi próximo disco o cuándo
empezará mi próxima gira.

Me siento como un fraude, ofreciendo diferentes versiones de las


mismas vagas respuestas. Me doy cuenta de que aquí todo el mundo ve la
glamurosa fachada de mi vida y no el agotamiento que hay bajo la
brillante superficie. Puede que no tenga que preocuparme por el dinero y
que el personal se ocupe de las tareas diarias del rancho, pero he
trabajado duro para conseguir ese privilegio. Saber que decenas de miles
de personas han pagado mucho dinero por verte actuar conlleva una
inmensa presión. Sobre todo después de cambiar de hotel en mitad de la
noche porque los fans cerraron la calle o de despertarse al amanecer para
hacer un programa de radio.
Pero esa realidad no es nada que pueda describir ante las expresiones de
asombro e impresión que me dirigen.

Soy la excepción en Oak Grove, el tipo que se fue y lo hizo de forma


espectacular. Mi carrera podría haberse esfumado fácilmente. No hay
garantías en nada, pero eso es doblemente cierto en la música. A menudo,
cuanto más brillas, más rápido te desvaneces. Yo sabía que tenía suerte,
así que nunca me quejé.

Tengo la sensación de haber hablado con cada una de las cuarenta


personas que hay en el patio cuando entro para ir al baño.

Hay unos cuantos niños dibujando en el patio con tiza, lo cual es


extraño. No estoy ni cerca del punto de mi vida en el que procrear se me
haya ocurrido como una posibilidad positiva. Es extraño que la gente de
mi edad, la gente con la que crecí, lo haya hecho. Me hace sentir como un
extraño de otra manera. La misma rareza de ver a Hudson con Morgan
antes, como si me hubiera quedado atrás sin darme cuenta. Me he saltado
un paso sin darme cuenta.

Voy al baño y acabo en la cocina. Las hamburguesas sobrantes ya están


guardadas y los platos recogidos.

Mi cabeza está en la nevera mientras tomo un agua cuando oigo la voz


de Hudson.

―Lo siento, hombre.

Agarro la botella de plástico y me giro, cerrando la puerta con el pie.

―No te disculpes.

―Se suponía que era pequeña. Sólo lo mencioné para...

Sacudo la cabeza mientras giro la tapa para abrirla.

―No pasa nada.

―Todos están orgullosos de ti, superestrella.

Doy un largo sorbo.


Sé que la gente está orgullosa de mí. Y es asfixiante, fingir que mi vida
es perfecta.

―¿Te va bien? ―pregunta Hudson―. ¿De verdad?

Trago saliva y asiento.

―De verdad. Me siento bien en casa.

―¿Tienes idea de cuánto tiempo te quedarás?

La culpa se expande en mi pecho mientras niego con la cabeza.

No es mentira, pero tampoco es verdad. Pero necesito averiguar qué


estoy haciendo antes de invitar opiniones. Ya hay demasiada gente que
opina lo suficiente sobre mis decisiones.

―¿Hasta el final del verano?

Miro a Hudson.

―¿Por qué?

Echa un vistazo a la cocina vacía y vuelve a mirarme.

―Estoy planeando pedirle matrimonio a Morgan.

―Vaya. Eso es... vaya. Es increíble, hombre.

Estoy sorprendido y no disimulo muy bien.

Hudson inclina la cabeza para estudiarme.

―¿Tú crees?

―Sí, lo creo. Ella parece genial.

Tengo que decir que parece porque apenas conozco a la mujer a la que
mi mejor amigo planea pedirle matrimonio.

Hudson exhala. Asiente.

―Quiero hacerlo antes de que empiecen las clases y ella vuelva al


trabajo. Estaba pensando en organizar una fiesta de fin de verano. Hacerlo
entonces.
Asiento con la cabeza, como si tuviera alguna idea de lo que es una
buena propuesta. Hace años que no llego a una tercera cita con una chica,
y mucho menos contemplo un futuro.

―Me parece bien.

―¿Y tú?

Debería haberlo visto venir, y estoy tentado de salir de la cocina sin


contestar.

―No me voy a declarar a nadie este verano, no.

Se burla y se apoya en la encimera.

―¿Has salido con alguien desde Sutton Everett?

―Sí. Y ya te lo he dicho, eso lo arregló mi discográfica. Salir con


alguien no es mi prioridad ahora mismo. Por no hablar de... incómodo.

Incómodo en las mejores circunstancias, y ser una celebridad no es eso.


O las mujeres me quieren por mi fama y dinero o se asustan por ello.
Situación de perder-perder.

―Desde que has vuelto, apenas has salido del rancho.

―Ha pasado una semana. Y los edificios están básicamente cayendo,


Hud. Tengo las manos llenas. Literalmente.

―Contrata a alguien entonces. No es que no tengas dinero para


hacerlo.

Exhalo, sin saber cómo explicar que esa es parte de la razón por la que
estoy decidido a hacerlo yo mismo.

―Quiero hacerlo.

Hudson se encoge de hombros, su expresión hace obvio que piensa que


estoy siendo terca sin razón, pero no quiere discutir al respecto.

―Morgan dijo que este año hay una nueva profesora en el instituto.
Vayamos a Wagon Wheel con ella este fin de semana. Una cita doble.
―Tal vez.

Otro suspiro ante mi falta de compromiso, pero no insiste.

―¿Vas a tocar en la feria este año?

―Sí. ―Me da pavor, pero actuaré.

Lo único que he hecho desde que volví a Oak Grove es cortar heno,
limpiar trastos y arreglar la granja.

Y evitar llamadas.

Lo que me recuerda...

―Voy a salir. Tengo un lío con el que lidiar por la mañana.

―¿El tejado?

Suspiro.

―Sí. Entre otras cosas.


Cinco
Piper
Bienvenido a Oak Grove, Texas.

El nudo de duda en mi estómago se aprieta en cuanto veo el inocuo


cartel azul y blanco, decorado con una sola estrella. Dos vuelos, cuarenta
minutos en auto y ya casi estoy allí.

Pero no hay señales del alivio que suele acompañar a la finalización con
éxito de una tarea o a la llegada sana y salva a un destino.

Estoy preocupada. Estresada. Fuera de mi elemento en todos los


sentidos.

Todo se ha movido a velocidad de vértigo desde que accedí a la petición


de Carl. Ir a casa de mi madre, empaquetar la mayor parte de mi vestuario
para evitar tomar decisiones, despedirme de Lauren y Serena, y luego
dirigirme al aeropuerto esta mañana temprano. Tratando de no dudar
todo el tiempo.

Esta es mi oportunidad de tener la carrera que quiero, y puedo sufrir


una tarea desagradable para conseguirlo.

Al menos, eso es lo que me he dicho todo el día.

Serena y Lauren se emocionaron cuando les dije que me iba de viaje de


trabajo. Lauren me dijo que cargara un día de spa a la firma. Serena me
abrazó y me dijo que volara con cuidado, pero estoy segura de que se
alegraba internamente de tener el baño para ella sola. Compartimos uno
mientras que el de Lauren está conectado a su dormitorio.
El auto sigue avanzando más allá de todo signo de civilización. Miro
preocupada el GPS y luego vuelvo a la carretera. Freno de golpe cuando
me doy cuenta de que estoy a punto de chocar por detrás con un tractor.
La botella de agua de la aerolínea que llevo entre los muslos sale volando
hacia delante y su contenido me empapa las piernas y el reposapiés.

Maldita sea.

Aprieto los dientes mientras el agua gotea por mis pantorrillas


desnudas, tomo la siguiente a la izquierda que me indica el alegre
navegador y sigo recto.

El paisaje sigue siendo el mismo: campos abiertos y cielos despejados.

Tanta llanura.

Mucho azul en lo alto.

Y entonces me indican que gire a la derecha, que supuestamente me


llevará a mi destino, y el aire acondicionado que sale de las rejillas de
ventilación no es suficiente para contrarrestar la humedad que se
acumula en las palmas de mis manos.

No hay ciudad. Ni barrio. No hay gente.

Quizá debería haber conducido primero hasta el hotel.

Linda me lo ha preparado todo: los vuelos, el auto de alquiler, el hostal


en el que me alojaré.

Pensé que ir directamente a la fuente era mejor que retrasar lo


inevitable, pero ahora también estoy reconsiderando esa decisión.

Una bola de pánico se expande en mi pecho mientras subo por un


camino de tierra hacia un grupo de edificios dispersos.

Creo que debería haber dicho que no. Estar sentada en mi despacho
suena mejor que esto. Puedo seguir pasando CDs de maquetas por debajo
de las puertas. Seguir encontrando bandas poco conocidas en bares con
suelos pegajosos y esperar que alguien con el poder de dárselo les dé una
gran oportunidad.

Pero es demasiado tarde.

Estoy aquí, el largo camino de entrada que termina frente a una casa de
dos pisos.

Estoy comprometida.

Y me niego a echarme atrás.

Todo está destartalado. El patio central es una gran mancha de tierra,


con algunos montones de hierba crecidos que sobresalen en puntos
aleatorios. Sigo las huellas que ya han quedado impresas en la tierra y me
detengo junto a una camioneta roja oxidada.

Joder, joder, joder.

El sistema de navegación me informa alegremente de que he llegado a


mi destino.

Respiro hondo y abro la puerta del auto. Unas últimas gotas de agua me
resbalan por los tobillos, pero al menos no me he empapado el vestido.

La humedad me golpea primero, espesa y pegajosa. Le sigue de cerca el


olor de los animales y el heno, y por debajo, el aroma maduro del
estiércol. Inhalo profundamente, por reflejo, e inmediatamente me
transporto a otro lugar y a otro tiempo.

Un portazo me distrae. Me giro hacia la casa, algo extraño se me atasca


en la garganta cuando Kyle Spencer aparece en el porche.

Ha pasado casi un año desde la última vez que lo vi, justo antes de que
partiera en su última gira. Y fue en circunstancias muy distintas, en una
oficina con mucha gente alrededor. Teléfonos sonando y dedos tecleando.

No este pesado silencio tan opresivo como el calor de Texas.

Espero.
Una sonrisa. Un reconocimiento.

Kyle Spencer siempre ha sido rápido en ambas cosas. He visto sus


vídeos complaciendo pacientemente a sus fans, riendo y bromeando en
cada interacción. Desde el punto de vista de las relaciones públicas, es un
cliente de ensueño.

Me irritaba ver ese encanto, estaba segura de que debía de ser una
actuación.

Pero fui testigo de ello en persona, durante cuatro años de reuniones en


las que se mostró atento y complaciente. Esa afabilidad también me
molestaba, por razones que aún no entiendo.

Así que esto me parece un karma retorcido, verlo apoyado en el


pasamanos del porche, con una expresión seria y molesta.

Resulta irónico que la única vez que parece estar de mal humor se dirija
exclusivamente a mí. No me satisface pensar que tal vez yo tenía razón y
que el buen chico era una farsa.

El miedo se cristaliza y me invade.

Todos mis pensamientos esperanzadores en el avión -una conversación


rápida y estaré de vuelta en casa con mi nuevo e importante trabajo- se
esfuman en la nube de polvo que levantó mi auto de alquiler.

La dura expresión de Kyle deja claro que mi presencia no es bienvenida.


Mucho más firme y furioso que el recibimiento que esperaba.

En el peor de los casos, pensé que se burlaría de nuestros encuentros


pasados. Se burlaría de la vez que me oyó rogarle a Harper que le diera
detalles sobre su novio de hockey. No que me mirara como si lo hubiera
ofendido personalmente al rodar por su entrada.

Trago saliva mientras me acerco al porche, el calor y los nervios me


hacen sudar a mares. Mis talones se hunden en la tierra expuesta. El aire
ondulante parece espesarse y cada vez es más difícil que entre en mis
pulmones. El polvo me cubre el cabello, la ropa y la lengua, dejando un
desagradable sabor a tiza.

Kyle no se mueve ni reacciona mientras atravieso el patio, que es en su


mayor parte tierra, con una postura tensa e inflexible. Su boca es una
línea tersa, y el ala desgastada de un sombrero de vaquero le hace sombra
a los ojos. La forma distintiva debería hacerlo ver absurdo. La única vez
que he visto a alguien llevar un sombrero de ala tan ancha fue en
Halloween. Pero, de alguna manera, parece cualquier cosa menos
absurdo, combinado con unos vaqueros sucios y una camiseta que creo
que originalmente era blanca. Su aspecto es rudo y masculino, nada que
ver con las otras veces que nos hemos visto en persona.

A tres metros del porche, hablo.

―Hola, Kyle. Soy...

Me interrumpe con un cortante―: Sé quién eres.

De acuerdo entonces.

No hay ninguna grieta en su expresión estoica. Ningún


reconocimiento. Y ni rastro del tipo despreocupado y sonriente que se
presentó en la oficina de la discográfica en Nueva York.

Carl dijo que se negaba a volver a firmar, supongo. Cometí el confiado


error de pensar que el que yo no quisiera estar aquí no equivaldría a que él
no me quisiera aquí.

Es un músico con ego. Estoy aquí para acariciarlo. Pensé que eso sería
un punto a mi favor, no en mi contra.

Me aclaro la garganta, tanto porque estar de pie y mirándonos en


silencio es incómodo como porque todavía estoy sufriendo por la
inhalación de polvo.

Antes de que pueda pronunciar una sola palabra, me dice―: Ya he


tomado una decisión. Esto es una pérdida de tiempo para mí y para ti.

Abro la boca para hablar, aunque no tengo ni idea de lo que voy a decir.
Kyle no tiene el ceño fruncido, así que dudo que mencionar que está en
juego un ascenso le haga firmar un nuevo contrato. No hay nada en ello
para él, y estoy segura de que no podría importarle menos cómo me
beneficiará a mí. La dura línea de su mandíbula no sugiere que acepte un
discurso de venta sobre la cantidad de dinero que está dejando escapar.

Más allá de esos dos ángulos, no sé qué decir en respuesta a su


declaración.

Tres palabras. Es todo lo que he dicho, y siento que ya he fracasado.

La puerta mosquitera vuelve a abrirse y una mujer de mediana edad


sale al porche para situarse junto a Kyle. Lleva el cabello largo y castaño
recogido en una trenza sobre un hombro, con mechones grises. Nos mira
a Kyle y a mí, pero su rostro curtido no revela nada.

Su mirada se posa en mí y se detiene. Resisto el fuerte impulso de


moverme ante su intensa atención cuando su mirada se centra en el
vestido tipo funda que parecía bonito y profesional en el espejo esta
mañana temprano. Lleva unos vaqueros desgastados y una camiseta
oversize que se traga su menuda figura con un delantal manchado de rojo
por encima.

¿Su madre? Tiene más o menos la edad adecuada.

―¿Eres de la discográfica? ―pregunta la mujer.

Tropiezo con un montón de hierba al dar un paso adelante, tomando la


pregunta como la bienvenida más cálida que recibiré.

―¡Sí! ¡Soy Piper! ―Mi voz sale demasiado alta y alegre. Hago una
mueca de dolor, el sonido chirría contra mis propios oídos.

El fracaso no es una opción. No he tomado dos vuelos para dar media


vuelta y volver directamente a Nueva York. Puede que esté sudorosa y
polvorienta y no sea bienvenida, pero no me rindo.

Kyle se burla, y es la primera vez que agradezco la humedad que flota en


el aire desde que salgo de la berlina con aire acondicionado.
Mi piel está demasiado sonrojada para mostrar vergüenza.

Soy la menor de cinco hermanos. No me avergüenzo fácilmente.

Y si me hubieran preguntado hasta ahora, nunca habría nombrado a


Kyle Spencer como una persona con la que me sentiría intimidada.
Siempre me ha irritado con su encanto sin esfuerzo y su evidente
afabilidad. Verlo con este humor agrio y ceñudo -que demuestra que es
humano, como el resto de nosotros- es desagradable. Prefiero
considerarlo unidimensional, como las portadas de sus discos.

Creo que estoy mirando fijamente y no sé cómo dejar de hacerlo. Aún


me cuesta conciliar al hombre despreocupado y bien afeitado que he
conocido antes con esta versión ceñuda y ceñuda.

―¡KYLE! ―brama una voz profunda a la izquierda.

Entrecierro los ojos en esa dirección y calculo que procede de la enorme


estructura con tejado a dos aguas que supongo que es un granero. Es
difícil distinguir algo más que la forma general mientras el sol me quema
los ojos. Parece que se trata de una granja, no sólo de una gran parcela de
tierra.

La llamada consigue lo que mi llegada no pudo. Kyle abandona su


imponente posición en el porche, baja los escalones y se detiene a unos
metros de mí.

Mis músculos se crispan por la necesidad de alejarme y dejar más


espacio entre nosotros. Sigue amenazante, incluso con menos ventaja de
altura.

―Deberías irte.

El calificativo no llega a su tono. Las dos palabras suenan mucho más


como una sola: vete.

Levanto la barbilla, adivinando dónde están sus ojos bajo el ala


sombreada de su gran sombrero.

―Deberías firmar el nuevo contrato.


Kyle se burla, un sonido grave e irritado que me hace maldecir a Carl en
mi cabeza. Porque la mandíbula apretada de Kyle sugiere que Carl sabía
que me estaba enviando a una misión imposible. Y lo único peor que
haber venido hasta aquí es hacerlo y fracasar.

Se marcha sin decir una palabra más, dejándome sumida en el enfado y


la rabia. Respiro hondo y trato de ignorar todos los puntos en los que el
sudor se acumula bajo mi vestido, reajustándome a la incómoda realidad
de que fui una tonta al no considerar que Kyle podía reaccionar así.
Estaba tan metida en lo que este viaje significaría para mí que nunca me
preparé para esta posibilidad.

Vuelvo a respirar hondo y sonrío a la mujer que está en el porche.

―Encantada de conocerla.

Me doy la vuelta, caminando hacia el sedán aparcado.

―¿Te rindes?

Me quedo quieta, sorprendida, y me doy la vuelta. Su expresión no ha


cambiado, y esa mirada escrutadora tampoco.

―Tengo un hotel en la ciudad. Volveré mañana. ―No es que eso vaya a


cambiar mucho las cosas.

Pesimista. También realista. No me rendiré. No lo haré, no hasta que


Carl me lo diga. Pero definitivamente tampoco me siento bien sobre mis
probabilidades de éxito.

Kyle se ha ido, pero aún siento el peso de su desaprobación en el aire


húmedo.

―No hay hoteles en la ciudad ―me dice la mujer.

Saco el móvil del bolsillo y busco en mi correo electrónico.

―¿Lone Star Bed and Breakfast?

Resopla.
―Está a cuarenta minutos de aquí.

Fantástico. Me espera más de una hora de viaje cada día que pase aquí.

Fuerzo una sonrisa, negándome a mostrar malestar. Algo me dice que


no es de las que miman.

―Será mejor que me vaya.

―Puedes quedarte en la casa de huéspedes.

―¿Casa de huéspedes?

Todo lo que veo son graneros, una casa y algunos cobertizos. Nada que
se parezca a un alojamiento para visitantes.

―Miles es testarudo. No llegarás lejos si no haces la caminata. Pero


tienes que patear al caballo para que sepa que vas en serio.

Me hago sombra en los ojos con una mano, sintiendo que el sudor se me
acumula en la frente y tratando de encontrarle sentido a la metáfora
mezclada.

―¿Miles?

―No sabes mucho de mi sobrino.

No es una pregunta. Y es imposible saber por su tono si eso es bueno o


malo. Pero es un rayo de luz en un misterio que necesito resolver si tengo
alguna posibilidad de hacer de este viaje un éxito.

―¿Eres su tía? ¿Vive aquí toda la familia?

No hay respuesta a mis preguntas.

―Soy Mabel. La cena es a las seis, si te quedas.

Y se va, cerrando la puerta con un sonoro portazo.

Miro a mi alrededor y suspiro, deliberando sobre qué hacer a


continuación.
Debería irme. Confío en que Linda haya encontrado el mejor sitio
posible para mí y, aparte del viaje, estar lejos de aquí no es precisamente
una desventaja. Una ducha fría y el servicio de habitaciones suenan como
el mejor final para lo que ha sido un largo día.

Pero... tengo la persistente certeza de que Mabel tiene razón. Que no


conseguiré nada con Kyle desde la comodidad del Lone Star Bed and
Breakfast. Será mucho más difícil ignorarme si acampo en su jardín que si
duermo a cuarenta minutos de distancia.

Suelto otra larga exhalación, sabiendo lo que voy a hacer y deseando


haber elegido la otra opción.

Descargo las dos maletas sobrecargadas del auto y camino hacia la


dependencia más cercana, con la correa del bolso clavada en la clavícula y
las maletas golpeándome las espinillas cada dos pasos. El revestimiento
horizontal blanco hace juego con la granja, y la pintura amarilla de la
puerta está desconchada en la mayoría de los sitios. Dejo caer el equipaje y
pruebo el tirador, sin sorprenderme de que se abra con facilidad. Me
sorprende el interior.

Es un estudio de música. Insonorizado. Equipamiento de última


generación. Avanzo unos pasos y podría estar en Nueva York, en una
sesión de grabación.

El aire es mucho más fresco aquí. No está a la temperatura de


congelador que me apetece, pero es obvio que hay algún tipo de control
climático instalado para proteger el equipo.

Me acerco a los armarios que cubren una pared y abro la puerta de


madera.

Premios.

Fila tras fila de brillantes megáfonos. Trofeos que los artistas pasan
años-vidas persiguiendo, escondidos como si fueran algo de lo que
avergonzarse.
No encaja con nada de lo que sé de Kyle. Es el típico artista, feliz de
mostrar sus logros. Fuerte y orgulloso cada vez que está en el escenario.

―Um, ¿hola?

Giro para mirar a la figura que está en la puerta. Es alto y me observa


con expresión inquisitiva. Atrapado en algún lugar entre el final de la
infancia y el comienzo de la madurez. Supongo que está en el instituto,
quizá en la universidad.

Me aclaro la garganta.

―Hola.

Su expresión de confusión se acentúa.

―¿Se supone que debería estar aquí?

―Busco la casa de huéspedes.

Se ríe.

―¿Qué casa de huéspedes?

Intento ignorar la ansiedad que me invade.

―Mabel me envió por aquí.

La confusión se disipa un poco, como las nubes que se abren para


revelar el cielo.

―Bueno, está el viejo barracón, pero hace siglos que nadie se aloja allí.

Hace siglos que nadie se aloja allí.

Sea cual sea la bonificación que reciba de la marca a cambio de este


viaje, no será suficiente.

Pego una sonrisa en mi cara y asiento con la cabeza.

―Debe de ser eso a lo que se refería. ¿Puedes enseñarme dónde está?

Se pasa una mano por la frente quemada por el sol, con expresión
preocupada.
―Debería llamar a Spencer y ver...

Tardo un minuto en darme cuenta de que se refiere a Kyle. Ya que nadie


lo ha llamado Kyle desde que llegué aquí.

―¡No! ―Rápidamente modero mi tono ya que sueno ridículamente


desesperada. Pero me imagino que mis probabilidades de quedarme en
este rancho son mucho mayores si Kyle descubre que me quedo aquí
después de haber desempacado e instalado. Confío en que sea menos cruel
de lo que sugería su expresión de desprecio―. No quiero molestarlo con
esto. Mabel me dio indicaciones. Es que... se me da mal orientarme.

Contengo la respiración, esperando que mencionar a Mabel de nuevo


ayude en mi caso.

Y lo hace.

―Sí, está bien. Por aquí.

Me apresuro a seguirlo antes de que cambie de opinión.

―¿Cuánto hace que trabajas aquí?

Me dirige una expresión extraña.

―Un tiempo. ¿De qué conoces a Spencer?

Decido que entablar una conversación puede no haber sido la decisión


más inteligente. Todavía hay una nota de desconfianza en su voz que la
mención de Mabel no ha borrado del todo. Soy un extraño, y algo me dice
que eso importa aquí de una manera que nunca he encontrado en el crisol
de culturas que es Nueva York.

―Música. ―Decido ser breve. Y honesta―. Soy Piper.

―Soy Jamie. ―Jamie ladea la cabeza mientras me estudia―. ¿Escribes


con Spencer?

Es nuevo para mí que Kyle haya colaborado con otros artistas. Siempre
ha actuado en solitario. Una atracción por sí mismo. Por otra parte, todo
lo que realmente sé sobre el tipo es lo que se ha tratado en las reuniones a
las que he asistido.

―Uh, no. Trabajo para su discográfica.

Jamie gruñe, sin dar ninguna indicación de cómo se siente ante esa
respuesta.

Sus pasos se aceleran cuando nos acercamos a lo que parece otro


cobertizo. Es un poco más grande que el estudio reconvertido que
acabamos de dejar, con un arbusto crecido plantado justo al lado de la
puerta principal. Lo pasamos y Jamie abre la puerta, haciéndome un
gesto para que entre primero.

―Gracias.

El aire del interior es húmedo y tranquilo. Las dos paredes albergan


literas, y justo delante hay un pequeño cuarto de baño que está unido al
resto del espacio. Un tapiz tejido está escondido a un lado,
presumiblemente como una barrera improvisada entre el baño y las
camas. No hay nada nuevo ni lujoso. Pero está limpio. Mejor de lo que me
imaginaba, basándome en el comentario de Jamie de que nadie se ha
alojado allí en años.

Jamie acciona un interruptor que hace que el ventilador de techo


zumbido a la vida.

―Abre todas las ventanas ―aconseja―. Va a refrescar por la noche. Un


poco.

Trago saliva y asiento con la cabeza, con otra gota de sudor


recorriéndome la espalda.

―Creo que Linnia guardaba todas las toallas y sábanas en ese arcón.
―Señala con la cabeza un rectángulo de madera en la base de las camas de
la izquierda.

―¿Linnia?

―Era el ama de llaves.


―¿Pero ya no?

Estoy siendo entrometida. También estoy desesperada, necesitando


cualquier información posible sobre lo que me he encontrado. Las
películas y los libros siempre sugieren que la gente de pueblo es
charlatana, pero aquí todos hablan como si les cobraran por palabra.

―No. ―Jamie da un paso atrás―. Si necesitas algo más, Mabel debería


poder ayudarte. Tengo que irme.

―De acuerdo. Gracias.

Asiente y desaparece fuera, dejándome de pie en el centro de la


habitación.

Dejo mi bolso en una de las camas, mi primera prioridad es quitarme el


vestido. Decido ducharme primero, aliviada de que las cañerías
funcionen bien.

Una vez vestida con ropa más informal, llamo y cancelo mi reserva en
el Lone Star Bed and Breakfast. Me preocupa que, si no lo hago, tenga
demasiada tentación de ir a buscar el aire acondicionado. Preparo una de
las literas inferiores con ropa de cama del baúl de cedro y saco mi portátil,
usando el hotspot de mi teléfono para consultar el correo electrónico.

A las seis en punto, me dirijo hacia la granja.

Kyle está en el porche, en una postura casi idéntica a la que adoptó


antes, con los brazos cruzados y expresión contrariada. También se ha
duchado y lleva el cabello despeinado. En lugar de vaqueros y botas de
trabajo, lleva pantalones cortos de baloncesto de malla y los pies
descalzos.

Me esfuerzo por no vacilar e intento no pensar en lo diferente que


parezco de todas las veces que me ha visto. Es difícil no sentirme cohibida
con el cabello húmedo y la cara sin maquillaje. Llevo la camiseta y los
pantalones cortos vaqueros que me puse después de ducharme, que no se
parecen en nada al atuendo que suelo llevar para cualquier cosa
relacionada con el trabajo.

―Te he dicho que te vayas.

Esta vez no me detengo al pie de la escalera. Subo directamente al


porche para que estemos al mismo nivel. Sigue siendo más alto que yo,
molesto.

―No, dijiste que debía irme.

―¿Cuál es la diferencia?

Exhalo.

―Mira, Kyle...

―Necesito ayuda en la cocina ―dice la voz de Mabel, que atraviesa


fácilmente la puerta mosquitera.

Kyle enarca una ceja. No sé si es un desafío o si está esperando a que


termine la frase.

Acepto la oferta, ya que ayudar a Mabel suena mucho mejor que rogarle
a Kyle que me deje quedarme.

No se lo voy a poner fácil. Si quiere que me vaya, tendrá que obligarme.

El interior de la granja no es lo que esperaba. Es abierto y despejado,


una alfombra tejida muy gastada cubre la mayor parte del suelo de
madera. Un sofá desparejado y un par de sillones ocupan la mayor parte
del espacio, con una mesa de madera y cuatro sillas escondidas en el
rincón más alejado. Una escalera conduce al piso de arriba, y la cocina se
ve a través de la abertura junto a la mesa.

Me dirijo a la cocina, donde corto pepinos para la ensalada y conozco a


John, el marido de Mabel. Me ofrece una sonrisa amable, pero no mucha
conversación.

Kyle es una presencia silenciosa y hosca en el fondo, su atención me


quema la nuca.
Una vez que toda la comida está lista, todos se dirigen a la mesa que
ocupa casi toda la longitud de la pared de la cocina. La superficie de
madera está desportillada y llena de cicatrices debido al uso.

―No en la cena ―dice Mabel, golpeando el ala del sombrero de John.

Con un gruñido, él se lo quita, mostrando una cabeza llena de cabello


que es más sal que pimienta. Tiene las cejas arrugadas por años de
entrecerrar los ojos al sol. Camina con una ligera cojera y da pasos lentos
cuando se reúne con nosotros en la mesa.

Tomo mi vaso de agua y bebo un largo trago, dolorosamente consciente


de que soy la forastera aquí. Mi trabajo nunca me había obligado a cenar
con desconocidos, y no me habría importado que así fuera.

Los utensilios raspan los platos mientras todos se sirven. La comida


huele deliciosa. Pero el hambre se convierte en pavor cuando miro las
costillas empapadas de salsa barbacoa. Ya soy una invitada desagradable y
estoy segura de que esto no ayudará.

Mabel sigue mi mirada.

―Son de ternera. De nuestras propias vacas.

Me fuerzo a sonreír.

―Qué bien.

Kyle se centra ahora en mí, con una expresión mucho más desagradable
que la de Mabel. John está masticando maíz, imperturbable.

―¿No tienes hambre? ―Kyle toma una costilla, me mira mientras la


salsa le cubre los dedos.

Sacudo la cabeza, tentada de beber más agua pero también negándome


a mostrar debilidad.

―No como carne.

―No comes carne.


Su tono plano e incrédulo me saca de quicio.

―¿Nunca has oído hablar de ser vegetariano?

―He oído hablar de ello. Sólo que nunca he conocido a uno.

No sé si bromea o no. No estoy segura de si esta versión agria de Kyle


sabe lo que es una broma.

―Bueno, ahora sí.

Su mirada permanece fija en mí.

―Comemos mucha carne por aquí.

―Me las arreglaré. ―Me inclino hacia adelante, usando las pinzas para
transferir algunas verduras y una mazorca de maíz a mi plato.

La burla incrédula de Kyle es el último sonido que hace durante el resto


de la cena.
Seis
Kyle
Miro fijamente al techo del dormitorio de mi infancia, escuchando el
bajo zumbido del aire acondicionado. La unidad de ventana es una mejora
con respecto a los veranos de mi infancia. De niño solía saltar al estanque
del campo oeste antes de cenar y luego dormir directamente frente al
ventilador.

Mabel y John nunca actualizaron los años que estuve fuera, pero sólo
duré dos días de vuelta en Oak Grove antes de conducir a la ciudad y
recoger tres aparatos de aire acondicionado. Hacen un trabajo decente
enfriando los dormitorios.

Pero no estoy seguro de que haya ventiladores en el viejo barracón.


Cuando era más joven, dormía allí con amigos, pero de eso hace ya más de
una década.

Creo que Linnia solía limpiar allí además de en la casa principal, pero
no estoy seguro de eso. Mabel ni siquiera me dijo que el ama de llaves que
había contratado uno de mis ayudantes se había mudado a su ciudad natal
hasta que yo volví. Ella y John siempre se resistieron a cualquier ayuda
que les ofreciera. Aunque habría insistido, de haber sabido el estado en
que se encontraba la propiedad.

Y ahora, estoy tumbado en la cama, luchando con la culpa porque Piper


Egan decidió aparecer en mi rancho y es más testaruda de lo que
esperaba.
Supuse que se asustaría fácilmente. Que echaría un vistazo a los
deteriorados alrededores y se largaría a Nueva York. Pensé que al menos
se iría a dormir a un hotel. Pero no lo hizo. Piper le dio las gracias a Mabel
por la cena -más bien por las verduras que había mordisqueado- y luego
se dirigió de nuevo al poco lujoso alojamiento del prado sur. Ni siquiera
me ofrecí a acompañarla de vuelta, por lo que la dura mirada de Mabel me
juzgó hasta que yo también me levanté de la mesa.

El problema es que no quiero que se quede.

Si Carl Bergman me hubiera consultado para enviar a alguien aquí,


cosa que obviamente no hizo, Piper habría sido mi última opción.

Siempre me ha intrigado algo de ella, quizá el evidente desdén que


siente hacia mí. Aquel momento en que la vi por primera vez de pie con
sus botas de lluvia azules en un día soleado se me ha quedado grabado,
como sabía que ocurriría.

Y ahora está aquí, haciendo un lío de lo que se suponía que iba a ser una
salida fácil.

Haciéndome sentir mal por transmitir que no es bienvenida cuando eso


es exactamente lo que es.

Añadiendo más estrés a lo que se suponía que iba a ser un reinicio y, en


cambio, no ha sido más que un dolor de cabeza.

Irritado, me quito la sábana de encima y salgo de la cama. Me pongo los


pantalones cortos que llevaba antes, ya que Mabel es una insomne con
tendencia a vagabundear cuando no puede dormir.

No se avergonzará de verme en calzoncillos, pero yo me sentiré


incómodo. Es un incómodo recordatorio de que soy un multimillonario
de veintiocho años que vive con un matrimonio de cincuenta y pocos. Me
sorprende que Piper no haya hecho ningún comentario sarcástico sobre
esta extraña dinámica. Estoy seguro de que la única razón por la que no lo
mencionó es que espera que yo acepte firmar si ella es amable conmigo.
Ver cómo se esforzaba por hacer comentarios amables durante la cena fue
el mejor entretenimiento que he tenido en meses.

Las tablas del suelo crujen cuando salgo de mi habitación y camino por
el pasillo inclinado que conduce a las escaleras. A pesar de sus muchos
problemas, esta casa tiene un carácter que ha faltado en todos los lugares
en los que he vivido desde que dejé Oak Grove. He pasado la mayor parte
de ese tiempo en hoteles de lujo o en lujosas casas de alquiler llenas de
cristal, cromo y mármol.

Nada suave ni acogedor.

Nada con recuerdos, buenos o malos.

A mitad de la escalera, oigo cerrarse un armario en la cocina.

Exhalo, contento de haberme puesto pantalones cortos y


preparándome para al menos un comentario sobre Piper. Tengo la
impresión de que Mabel desaprueba mi decisión -no tanto por dejar la
música country, sino más bien el por qué-, pero sólo hay una forma de que
Piper haya acabado quedándose en la litera. La interferencia de Mabel
dice mucho más que cualquier otra cosa que haya dicho sobre mi decisión
de abandonar mi carrera.

Pero cuando llego al final de la escalera y doblo la esquina, no hay


rastro de mi tía.

Piper es la que está de pie en la cocina. Se gira al oír mis pasos, con el
plato que acaba de sacar del armario pegado al pecho.

―Joder ―respira―. Me has asustado.

Inmediatamente siento un déjà vu, como la primera vez que la vi en


otra cocina. Dudo que ese momento se le haya quedado grabado en la
cabeza como a mí.

―Te sobresaltas con facilidad ―observo.

Piper pone los ojos en blanco, gira y abre otro armario, poniéndose de
puntillas para mirar dentro.
Es una vista increíble. Lleva unos pantalones cortos de algodón y una
camiseta de tirantes. No hacen juego, lo que me hace sonreír sin motivo
alguno, salvo que es extrañamente entrañable.

La diversión se desvanece cuando el espacio entre el dobladillo de su


camiseta y la parte superior de sus pantalones cortos crece, revelando
más piel suave y pálida.

Con un suspiro, Piper vuelve a su altura original. Rápidamente dirijo


mi mirada hacia arriba justo cuando se da la vuelta.

La vista es igual de buena -o mala- desde delante. No lleva sujetador, lo


que se hace muy evidente cuando deja el plato en la encimera y cruza los
brazos sobre el pecho, tensando la fina tela.

Por desgracia, ya soy consciente de que Piper me atrae. Eso y la


expresión irritada que me dirige son las dos cosas que no han cambiado
desde la última vez que nos enfrentamos cerca de una nevera.

―¿Qué haces? ―le pregunto, pasando junto a ella y acercándome a la


estantería donde se guardan los vasos para tomar uno.

Piper suspira y admite―: Tengo hambre.

―¿Las verduras llenan menos de lo que pensabas?

No puedo ver su mirada, pero puedo sentirla. La punzada de


culpabilidad en mis entrañas es igualmente incómoda.

Odio ser este tipo. Odio contribuir a la negatividad cuando ya está tan
extendida en el mundo.

―No importa. Me vuelvo a la cama. ―Se gira hacia la puerta principal.

―Espera ―digo, incluso mientras me pregunto qué demonios estoy


haciendo.

Hacer que Piper no se sienta bienvenida es necesario.

Cuanto antes se vaya, mejor. No es una invitada para ser atendida.


Pero ella en mi casa, hambrienta, no me sienta bien.

Abro la puerta de la nevera y echo un vistazo al contenido.

―Comes queso, ¿verdad?

―¿Por qué no me sorprende que no sepas la diferencia entre ser vegano


y...?

―Era una pregunta de sí o no, Piper.

Cuando miro por encima del hombro, está junto a la cocina, enrollando
un rizo en un dedo.

Suspira.

―Sí. Como queso.

―Genial. ―Tomo un bloque de queso cheddar del cajón y un bote de


mayonesa de la puerta, y cierro la nevera con el pie.

―¿Qué haces?

No le contesto y me dirijo a la cocina. Piper da un paso a la derecha,


apartándose de mi camino mientras tomo una sartén y enciendo el
quemador. Se muerde el labio inferior mientras me ve untar dos
rebanadas de pan con mayonesa y luego doblar dos gruesas lonchas de
queso entre ellas.

―¿Está bien la mantequilla?

Piper pone los ojos en blanco, lo que yo interpreto como un sí. Pongo
un buen trozo en la sartén, espero a que chisporrotee y añado el
sándwich.

―¿De dónde viene tu aversión a la carne? ―le pregunto.

Se queda callada el tiempo suficiente para que decida no contestar. La


mantequilla silba en la sartén mientras el pan se fríe, el único sonido en la
silenciosa cocina. Tomo una espátula del cajón y le doy la vuelta al
bocadillo, llenando la habitación de chisporroteos frescos.
―Cuando tenía siete años, pasé una semana en un campamento de
verano al norte del estado. Tenían un montón de animales de granja,
incluida una camada de cerditos de pocas semanas. Al enano le puse
Wilbur, por un libro que me leyó mi madre. Lloré cuando mis padres me
recogieron porque no quería dejarlo. Me prometieron que podría volver
el próximo verano y verlo.

Ya sé adónde va esta historia. Sé lo que les pasa a la mayoría de los


cerditos.

Piper exhala.

―Cada vez que comía carne, me imaginaba que era Wilbur. Así que
empecé a negarme a comerla. Mis padres pensaron que se me pasaría,
pero puedo ser algo terca. Muy pronto, toda mi familia era vegetariana.
―Sonríe, y es cariñosa―. Al menos durante un tiempo. Después de que
mis padres se divorciaran, mis hermanos iban mucho a cenar a casa de mi
padre.

―¿Tus padres están divorciados? ―La pregunta sale sin que me decida
conscientemente a hacerla, un reflejo de curiosidad.

Se mira las manos, entrelazando los dedos.

―Sí.

Su voz es grave, un tono que no le había oído antes. Una vulnerabilidad


y una suavidad que son nuevas para mí.

Y desearía nunca haberla vislumbrado porque está haciendo todo esto


aún más difícil.

―¿No te burlarás de mí? ¿Decir que ese es el círculo de la vida?

―No. ―Extiendo una mano para tomar el plato.

Piper me lo entrega en silencio. Le pongo el sándwich crujiente y se lo


devuelvo.
―Gracias. ―Su tono sigue siendo suave―. Miles ―añade, el tono que
retuerce mi nombre de nacimiento suena mucho más parecido a la forma
en que me habla normalmente.

―Mabel derramó más que la ubicación de la litera, ¿eh?

No es propio de ella, y se me revuelve el estómago al pensar en las


posibles razones de su inusual charlatanería.

―Podrías aprender algunas lecciones de hospitalidad de Mabel ―me


dice Piper―. Al menos ella me ofreció un lugar donde quedarme.

Ha apoyado los codos en el borde del mostrador, inhalando su


sándwich a un ritmo impresionante. Sería una pose infantil entrañable, si
no fuera por la forma en que su camisa se abre hacia delante. Desvío
rápidamente la mirada antes de que me descubra.

Lo que le dije a Hudson anoche iba en serio. Las citas ocupan un lugar
secundario en mi lista de prioridades, por debajo de averiguar qué
demonios hacer con el resto de mi vida. El encanto de las mujeres
interesadas en mí exclusivamente por mi voz o mi dinero o mi aspecto
físico desapareció hace mucho tiempo. Así que hace tiempo que no tengo
sexo, y me acuerdo de cuánto tiempo hace exactamente cuando Piper saca
la lengua para atrapar unas migas que se le han quedado pegadas al labio
inferior.

―Yo te hice la cena ―le recuerdo, intentando mantener nuestra


conversación para distraerme de su proximidad.

―También lo hizo Mabel ―responde Piper, tomando otro bocado.

―Te hice una cena vegetariana.

―Mabel no sabía que yo era vegetariana.

Sacudo la cabeza, pero como que quiero sonreír. Esta chica. Nunca me
cede un ápice.

Como si pensara lo mismo, me regala un centímetro.


―Está bueno ―me dice. A regañadientes, pero no deja de ser un
cumplido.

Asiento con la cabeza.

―Bien.

―Gracias ―añade. Aún más a regañadientes.

Pero de nuevo, las palabras están ahí. Y son genuinas.

―De nada.

―¿Por qué te has cambiado el nombre?

Me sorprende que pregunte, pero lo disimulo encogiéndome de


hombros.

―Me lo sugirió el publicista que contrató mi representante. Por aquel


entonces, estaba encantado de hacer lo que hiciera falta.

Más que encantado, estaba ansioso. Emocionado por dejar atrás a Miles
Spencer. Y ahora... como que lo extraño. Me pregunto cómo sería su vida.
Si todavía tendría una madre.

―¿No estás feliz ahora?

Es esencialmente una pregunta retórica, considerando por qué está


aquí.

Dejé de saltar a través de aros cuando se trataba de mi carrera hace


mucho tiempo. Ahora, no estoy dispuesto a hacer ni siquiera el mínimo.

He terminado.

Y cuanto antes lo acepte Piper, más fáciles serán nuestras vidas.

―No. ―Inyecto a mi voz una inyección de acero, recordándome a mí


mismo -y a ella- que no somos amigos disfrutando de una charla
nocturna―. No lo soy.

Ella está aquí por su trabajo.


Yo estoy aquí por mi familia, para averiguar en quién me habría
convertido si nunca hubiera aceptado el reto de Hudson y hubiera
cantado en la feria el último año.

―Hay más comida en la nevera. Sírvete lo que quieras.

Me enderezo y me alejo del mostrador.

La mirada de Piper se desliza sobre mi pecho desnudo. No parece que


me esté observando, sino que siente curiosidad. Como si fuera una
científica recabando información sobre una especie recién descubierta. O
como si buscara algo.

Sin preguntar, estoy seguro de que intenta averiguar por qué he


terminado con la música. También sé que no obtendrá la respuesta de mí.

―Buenas noches.

Estoy a medio camino de las escaleras cuando vuelve a hablar.

―¿Kyle?

Me quedo quieto en cuanto dice mi nombre, habiéndolo esperado de


alguna manera.

―¿Sí? ―Miro hacia atrás y la encuentro en la misma posición, apoyada


en la encimera.

Su plato vacío se sienta junto a su mano izquierda, las pocas migas un


recordatorio de que soy más débil de lo que quiero ser.

―No me voy ―dice, con el mismo tono duro que acabo de emplear
reflejado en mí.

Trago saliva.

―No voy a cambiar de opinión.

―¿Por qué, Kyle? Te lo están ofreciendo todo...


―No te debo ninguna explicación, Piper. Es mi vida. Mi carrera. Mi
decisión. No voy a echarte. Entiendo que este es tu trabajo, por muy
jodido que sea. Y sé que es la única razón por la que estás aquí...

―¿Qué significa eso? ―Esta vez, me interrumpe.

―¿Has visitado Texas antes? ¿Pasaste algún tiempo en un rancho?


¿Planeaste dormir en una cabaña?

Se queda callada.

―Sólo estás aquí porque no tenías otra opción. Estoy seguro de que, si
hubieras podido, le habrías pasado este viaje a otra persona, igual que
hiciste con el almuerzo. Pero te ahorraré algo de tiempo. No voy a
cambiar de opinión. Te digo que es imposible. Quédate o vete, no me
importa. No cambiará nada.

Piper se cruza de brazos, el brillo desafiante que ha aparecido al menos


una vez cada vez que he estado cerca de ella apareciendo una vez más.

―Ya veremos.

Sacudo la cabeza y me doy la vuelta, subiendo las escaleras.

Odio que la letra de "Blue Rain Boots1" me ronde por la cabeza durante
toda la subida.

1
Botas de lluvia azules
Siete
Piper
HARPER: ¿Está s en Texas? ¡¿Con KYLE SPENCER?!
PIPER: No quiero hablar de eso.
HARPER: Va tan bien, ¿eh?
PIPER: No me va nada bien.
PIPER: Es un vaquero testarudo que vive en medio de la nada.
PIPER: Por no hablar de un multimillonario que no tiene aire acondicionado.
HARPER: Aposté 100 dó lares a que le harías firmar un nuevo contrato. No
me defraudes.
PIPER: Entonces, las dos estamos jodidas.
PIPER: ¿Qué posibilidades tengo?
HARPER: No quieres saberlo.
PIPER: Son un asco.
HARPER: ¿Ahora eres del Sur?
PIPER: ¡ADIÓ S!

Despertarse en la litera es raro. Si tuviera aire acondicionado, sería


tolerable.

Pero no lo tiene. Así que apenas dormí, dando vueltas en el pequeño


colchón demasiado blando hasta que hubo suficiente luz en el cielo para
que fuera obvio que era por la mañana y que el sol me mantendría
despierta aunque el calor no lo hiciera.
Justo después de que terminara la reunión mensual de la Costa Este, de
la que me había excusado por estar aquí, Harper me envió un mensaje de
texto confirmando que el molino de cotilleos de la oficina se está agitando
y que, por desgracia, estoy incluida en el último lote de noticias.

Kyle Spencer siempre ha sido un tema popular en Empire a pesar de


que rara vez ha hecho algo de interés periodístico.

¿Se niega a firmar un nuevo contrato? Eso es noticia.

¿Yo aquí para convencerlo de que firme un nuevo contrato? También es


noticia.

Especialmente para colegas como Harper, que es una amiga y también


consciente del hecho de que Kyle Spencer es el último músico cuya
carrera ayudaría voluntariamente. Mis sentimientos por él y por el
género conocido como música country -los fans de Kyle se refieren a él
como King of Country, así que los dos son prácticamente uno y lo mismo-
son bien conocidos en la oficina. Una fuente de diversión y
entretenimiento la mayoría de las veces.

Nunca esperé que Kyle mencionara que se había dado cuenta de eso casi
un año después de la última vez que nos vimos.

Mi trabajo es simplemente un pequeño engranaje en la enorme


máquina conocida como la carrera de Kyle Spencer. Si hubiera dejado la
discográfica en cualquier momento en los últimos años, él habría seguido
trabajando sin mí. Excepto que ahora, de repente, yo soy el engranaje.
Que la carrera de Kyle Spencer siga existiendo o no parece depender
únicamente de mí, y es una responsabilidad que realmente no quiero.

Peor es darse cuenta de que Kyle sabe que yo tampoco la quiero. Y


llegados a este punto, sé que no me creerá si afirmo lo contrario o si actúo
como si de la noche a la mañana me hubiera convertido en una fanática
de las canciones en las que aparecen botellas de cerveza y camionetas.

La sinceridad es mi mejor política si quiero que confíe en mí.


Toco la pantalla del teléfono y paso de la conversación con Harper al
hilo de texto con mi madre.

Le envié un mensaje después de aterrizar en Texas para comunicarle


que había llegado bien. Envío una vaga respuesta a la pregunta de cómo
ha sido el viaje hasta ahora, sin querer entrar en cómo estoy persiguiendo
a una cantante por el campo. Seguro que le parecería ridículo.

Y eso es probablemente lo que pensaría la mayoría de la gente.

Es ciertamente como Kyle se siente, y no lo culpo en absoluto.

Es una invasión masiva de su privacidad. Pero fue muy ingenuo por su


parte si realmente pensó que podía desaparecer en la oscuridad sin que
nadie hiciera preguntas. Dejando a un lado la evidente inversión de
Empire, Kyle tiene fama de interactuar y comprometerse con sus
numerosos seguidores. A pesar de que yo no veo el atractivo, no puedo
negar que hay una base masiva de fans que se sentirán devastados si Kyle
realmente se va.

Revisé todas sus cuentas en las redes sociales antes de salir de Nueva
York. No hay anuncios, no hay pausas en la publicación. Kyle,
obviamente, tiene un equipo que ejecuta todo eso para él. Más miembros
de la máquina. Y ese equipo o no está al tanto de sus planes para dejar la
música o está optando por no anunciarlos.

Me quedo mirando el móvil un minuto más antes de tirarlo sobre la


cama. Si fuera más valiente o más estúpida, no estoy segura de cuál de las
dos cosas, llamaría a Carl Bergman ahora mismo y le preguntaría en qué
demonios estaba pensando al enviarme aquí. Preguntarle por qué
informó a toda la maldita oficina de que estoy aquí y por qué esta
mañana.

Sólo era cuestión de tiempo que se notara mi ausencia y se extendieran


los cotilleos, pero esperaba que fuera más de un día. Sobre todo ahora que
sé lo difícil que es esta misión.
Nadie en la oficina que haya visto a Kyle entrar en una reunión, con una
sonrisa relajada y un traje sin corbata, creería que el tipo que me recibió
ayer existe. Estoy segura de que las escasas probabilidades de que Harper
me informe dicen más de mi actitud que de la conocida afabilidad de Kyle.

«No voy a cambiar de opinión».

Esas palabras resuenan ominosamente en mi cabeza mientras me visto


con el mismo atuendo de anoche y salgo de la litera. Me enfrento a una
batalla cuesta arriba, tan empinada que ni siquiera veo la cima. Pero no
tengo más remedio que luchar hasta conseguirlo o fracasar.

Espero que sea lo primero, por improbable que parezca.

En lugar de dirigirme directamente a la casa, me dirijo hacia la valla


más cercana. Un caballo marrón claro está parado a unos metros de
distancia, con la espalda inclinada y la cola agitándose perezosamente.
Chasqueo la lengua y no reacciona. El caballo sigue pastando. Me apoyo
en la áspera madera y oteo el horizonte.

Este lugar es enorme.

Estoy acostumbrada a caminar por calles abarrotadas de rascacielos.


Me sorprende mirar hacia delante y no ver más que tierra que se extiende
ininterrumpidamente, recta y llana.

Me alejo de la valla y descubro que mi camisa se ha enganchado en un


clavo. El algodón de una de las pocas camisetas que he metido en la
maleta muestra un pequeño desgarrón. Maldigo en voz baja mientras
vuelvo por donde he venido. La mayor parte de lo que he metido en la
maleta era ropa de trabajo -trajes, americanas y vestidos- que aquí será
totalmente inútil. Pensé que daría una mejor impresión presentándome
en casa de Kyle -su casa de verdad, antes de darme cuenta de que vivía en
un rancho- vestida con ropa profesional. Ahora me doy cuenta de que
sólo exageraría lo fuera de lugar que estoy. Mi zona de confort quedó atrás
en Nueva York.
Hay camiones y gente cerca del edificio más grande, que parece un
granero al aire libre, así que me alejo un poco. Prefiero no cruzarme con
nadie y tener que explicar qué hago aquí.

Me detengo de nuevo en el estudio de grabación. Está silencioso y vacío,


como ayer. Pero su existencia es la señal más prometedora que he visto
hasta ahora. Su construcción es reciente y su equipamiento caro.

Teniendo en cuenta el resto del rancho, Kyle no gasta dinero en


exceso... o en absoluto. Si invirtió en este espacio, planeaba usarlo. Sólo
tengo que averiguar qué le hizo cambiar de opinión para poder cambiarla.

El gruñido de mi estómago me empuja hacia la casa principal, en busca


del desayuno.

Mabel grita en voz baja―: Pasa ―después de que llamo a la puerta


mosquitera.

No hay rastro de Kyle ni de John en la cocina.

―Buenos días ―la saludo, mientras entrelazo los dedos con ansiedad al
acercarme a la encimera, donde está cortando fresas. Hay un montón
impresionante de ellas en un cuenco junto a su codo.

―Buenos días ―repite Mabel, que apenas levanta la vista antes de


seguir picando―. ¿Quieres desayunar?

Asiento con la cabeza, sabiendo que, de lo contrario, mi estómago


ruidoso responderá por mí. El sándwich que me hizo Kyle me ayudó, pero
en general, tengo una gran deficiencia de alimentos.

―El desayuno sería genial.

―Hay cereales en el armario y café en la cafetera. Y sírvete unas fresas.


―Sigue picando.

―Gracias.
Ya me he dado cuenta de que a Mabel no le gustan las charlas triviales.
Y se lo agradezco ahora mismo porque no tengo ni idea de lo que le diría si
me preguntara cómo he dormido.

Tal vez las ojeras sean respuesta suficiente.

Esta mañana no me he maquillado y quiero reírme de cómo he metido


en la maleta el secador y la plancha. La sola idea de usar un aparato que
produce calor me hace estremecer.

Me sirvo un bol de cereales y me sirvo una taza de café, añadiendo leche


a ambos. Normalmente uso leche de avena para el café, pero no me
molesto en preguntarle a Mabel si tiene.

Parece quererme aquí, o al menos no le molesta que esté, y no quiero


arriesgar mi buena voluntad. Mabel debe saber por qué Kyle ha decidido
dejar la música. El hecho de que lo sepa y me anime a quedarme me da
más esperanzas que cualquier otra cosa que haya ocurrido hasta ahora.

Como deprisa y lavo a mano el cuenco y la taza con la esponja que hay
junto al fregadero. No hay rastro de lavavajillas, pero los demás
electrodomésticos parecen bastante nuevos.

Ese es otro misterio: el estado de la propiedad. ¿Kyle creció aquí? ¿Está


de visita? ¿Planea quedarse aquí? Todas preguntas que no me atrevo a
hacer, ya que las respuestas no son de mi incumbencia y estoy seguro de
que Mabel no tendrá reparos en decírmelo.

―¿Sabes dónde está Kyle? ―Vergonzosamente, tartamudeo con la


pregunta. Parezco una adolescente hablando con la madre de su amor, no
la mujer de negocios fuerte que intento proyectar.

―No ―es la escueta respuesta de Mabel.

―Antes ha habido mucho jaleo junto al granero.

Ella asiente.

―Miles contrató personal. Se encargan de las operaciones lecheras.


John tiene dificultades para moverse. Debe ser demasiado para él.
―¿Cuántas vacas tienen? ―Pregunto, esperando que la frase le haga
aclarar quién es el dueño del rancho.

―Unas mil. ―Mabel se muestra tan evasiva como yo curiosa.

―Eso es mucho.

―Las operaciones más grandes de los alrededores ―es la única


respuesta, acompañada del ruido sordo y constante del cuchillo al caer.

Comienza un golpeteo más fuerte en el tejado, tan rítmico como el tajo


del cuchillo de Mabel. La miro en busca de orientación, sin saber qué está
pasando.

Mabel frunce las cejas y aprieta las comisuras de los labios en señal de
desaprobación. Pero sigue cortando, ignorando el preocupante sonido.

Continúa durante otro minuto sin dar señales de cesar.

―¿Le pasa algo al tejado? ―pregunto finalmente.

―Que Dios nos ayude si graniza ―murmura Mabel tan bajo que apenas
capto las palabras. Luego me mira―. La pena nunca se ve igual dos veces.

Niego con la cabeza, sin saber qué responder.

Anoche, cuando no podía dormir, pensé en cuál podría ser el origen de


la certeza tras las firmes palabras de Kyle en la cocina. Consideré de todo,
desde una demanda de paternidad hasta el agotamiento. Los años en la
industria musical me han enseñado que la fama tiene muchos efectos
secundarios desafortunados. No hace falta experimentarlos
personalmente para comprender que tener tu vida a la vista del público
tiene sus trampas.

La tragedia no se me pasó por la cabeza.

Por un lado, supuse que me habría enterado. Que si Kyle hubiera


sufrido una pérdida, habría aparecido en los titulares.

Y no creo que sea una persona antipática -no como carne por culpa de
un cerdo que conocí durante una semana-, así que no estoy segura de por
qué mi tendencia es no conceder nunca a Kyle el beneficio de la duda. A
juzgar y suponer primero siempre que él está involucrado.

Tal vez porque siempre ha actuado como el tipo de persona que el


destino parece favorecer.

Tal vez porque logró fácilmente lo que he visto luchar a tantos otros.

Sea cual sea el motivo, siento una extraña punzada de arrepentimiento


en lo que respecta a Kyle. Como si no me sintiera ya lo suficientemente
incómoda por estar aquí, resulta que estoy importunando a alguien
mientras está de duelo. Eso es... horrible.

Ha pasado demasiado tiempo para que pueda responder al comentario


de Mabel. Aún no sé qué decir. ¿Ella también está afligida?

―¿Puedo ayudar en algo? ―pregunto, pensando que al menos puedo


ser útil.

Mabel levanta la mirada, sus ojos agudos y evaluadores.

―¿Has hecho mermelada antes?

Niego con la cabeza.

―Pero aprendo rápido.

―Toma el azúcar del armario. Y lava tres limones.

Me apresuro a seguir las instrucciones de Mabel, dándole vueltas a sus


palabras en mi cabeza mientras cojo el bote de gránulos blancos y enjuago
los cítricos amarillos.

«La pena nunca se ve igual dos veces».

Lloré el final de tener unos padres felizmente casados.

Lamenté no llegar a ser música.

Lloré a Wilbur, el dulce cerdo con una vida corta.

Pero nunca experimenté la enorme pérdida a la que parece aludir


Mabel. Y eso explica muchas cosas: los cambios evidentes entre el Kyle
con el que había interactuado antes y el hombre amargado que estaba en
el porche ayer por la tarde.

Lo que no hace es ayudarme en mi situación actual.

Tengo aún menos idea de cómo convencer a Kyle para que vuelva a la
música que hace cinco minutos.

―Añade tres tazas ―dice Mabel, golpeando la sartén con una cuchara
de madera.

Mido el azúcar, alisando con cuidado la parte superior para añadir la


cantidad exacta. Sigo el resto de sus instrucciones con la misma
exactitud, aliviada de poder concentrarme en una tarea concreta en lugar
de en las muchas preguntas que dan vueltas en mi cabeza.

Una vez añadidos todos los ingredientes a la olla, Mabel me indica que
siga removiendo. La veo lavar una colección de tarros de cristal y luego
sumergirlos en agua hirviendo, uno a uno.

―No lo sabía ―digo, sin dejar de remover.

Por alguna razón, es importante para mí que Mabel lo sepa. Es una


extraña que conocí ayer. Pero me importa que posiblemente piense que
soy una trajeada sin corazón que está aquí para sacarle más dinero a su
sobrino en un momento doloroso.

Mabel no pregunta qué quiero decir. Dice―: Lo sé ―en un tono serio.

Y volvemos a hacer mermelada de fresa.


Ocho
Kyle
―Hay una mujer alojada en la litera.

Mi siguiente golpe de martillo no da en el poste.

Me aclaro la garganta, conectando con el clavo en el siguiente intento.

―Sí, lo sé.

―Está buena.

Sacudo la cabeza y vuelvo a golpear.

―Jamie...

Sonríe lo suficiente como para que lo vea de reojo, aunque intento


concentrarme en la tarea que tengo entre manos.

―No me digas que no te has dado cuenta. Es difícil no ver ese cabello.

―Sujeta la maldita tabla. Ya casi terminamos.

―Sí, señor.

Jamie no dice nada más, pero puedo sentir su atención en mí mientras


clavo otro clavo y luego sacudo la tabla, comprobando que está bien sujeta
al poste de la valla. Se mantiene firme, así que le hago un gesto a Jamie
para que levante el siguiente trozo de madera.

Lo hace con facilidad y mis músculos doloridos me hacen sentir como


un anciano mientras la clavo en su sitio.
Puede que esté en buena forma gracias a la rutina de pesas y cardio que
me ha preparado un entrenador privado, pero eso no me ayuda con el
trabajo manual. Ya estoy dolorido por el herpes zóster, lo que no ayuda.
Tampoco el sol abrasador.

―Está aquí por su trabajo. Trabaja para mi sello discográfico. ―Me


detengo antes de que se me escape.

Aparte de Brayden y el resto de mi equipo directivo, Mabel y John son


las dos únicas personas a las que les he dicho que pienso dejar la música.

―Ajá. ¿Está soltera?

Demasiado para disuadir a Jamie. Decido que es mejor cambiar de


tema que contestar, sobre todo porque la sincera sería no lo sé.

―¿Has terminado ya de rellenar los agujeros?

―Sí. ―Jamie echa un vistazo a su reloj―. Probablemente debería irme.


Tengo entrenamiento dentro de una hora.

Levanto la barbilla hacia la entrada.

―Vete de aquí.

―¿Seguro? Puedo quedarme un poco más.

―Estoy seguro. Ya has hecho bastante. Céntrate en el fútbol y en tu


futuro.

Jamie pone los ojos en blanco, que es exactamente lo que yo habría


hecho a los diecisiete años.

―Puedo volver otra vez antes del entrenamiento de mañana. Para


ayudar con eso. ―Hace un gesto con la barbilla en dirección a la casa.

Sigo su mirada.

―¿Por qué nadie piensa que puedo encargarme del tejado?

―No lo sé. ¿Quizá porque nunca has vuelto a colocar tejas en un tejado?

―El tejado está bajo control ―le digo―. Ponte a practicar.


―Sí, señor. ―Jamie se burla de mí―. Nos vemos la semana que viene.

―¿La semana que viene? ¿Qué...? ―Me doy cuenta de la respuesta a mi


pregunta a mitad de camino―. La feria. Sí.

―Montaje obligatorio. ―Jamie hace una mueca―. Estoy deseando


verte actuar, hombre.

―Sí. ―Me aclaro la garganta, luego cuelgo el martillo en la valla para


poder empezar a limpiar―. Gracias.

Jamie sonríe antes de dirigirse a su camioneta, totalmente ajeno a mi


aprensión por el evento.

Marco los raíles que están podridos y que aún hay que cambiar, y luego
traslado los que ya nos hemos encargado a la creciente pila de chatarra
que hay detrás del cobertizo de ordeño, con la espalda y los hombros
protestando todo el rato.

Ferdinand está esperando junto a la valla cuando hago un último viaje


para recoger el martillo y los clavos. Me quito los guantes de trabajo de
cuero para frotarle la marca que tiene entre los ojos. Se inclina ante mis
caricias y resopla de agradecimiento. El viejo castrado ha vivido en este
rancho más tiempo que yo, disfrutando de una jubilación feliz que
incluye pastar todo el día.

Una última palmadita y me dirijo hacia la escalera apoyada en el lado


izquierdo de la casa.

Cuando subo al tejado, el sol ya brilla directamente sobre mi cabeza.


Empiezo donde lo dejé ayer, decidido a despejar el resto de la parte
delantera. Me meto en un ritmo de teja tras teja, fila tras fila, hasta que
suena mi teléfono en el bolsillo trasero.

Por una vez, me he acordado de cargarlo.

Lo saco y hago una mueca cuando veo el nombre en la pantalla.

―Hola, Brayden ―contesto.


―¡Kyle! ¿Qué tal?

Suspiro y me siento sobre fieltro rasgado, pasándome una mano por la


cara para despejarme el sudor acumulado.

―Han enviado a la maldita Piper Egan.

Una pausa.

―¿Debería saber quién es?

Me burlo, más molesto conmigo misma que con Brayden. Ha asistido a


todas las reuniones de Empire Records que he tenido. Sin embargo, no
tiene ni idea de quién es Piper mientras que no ha habido una sola visita
en la que no me haya percatado de su presencia.

―No.

―¿Qué ha dicho?

―Que está aquí para hacerme cambiar de opinión.

―¿Algo más?

―No hasta ahora.

―No hasta ahora... ¿ella sigue ahí?

―Sí. ―Pateo una teja perdida y la veo caer al suelo, donde yacen
docenas de otras.

―¿Se niega a irse?

―Más o menos. ―Dudo y exhalo―. En realidad, no. Le dije que no iba a


cambiar de opinión. Ella se quedó de todos modos.

Brayden exhala.

―De acuerdo. Tomaré un vuelo mañana a primera hora y...

―No, eso no es necesario. Un par de días aquí y seguro que se vuelve a


Nueva York.
Miro fijamente el reluciente sedán negro estacionado junto a mi
camioneta, deseando ser tan confiado como parezco. Hasta ahora, he
subestimado la terquedad de Piper.

―De acuerdo. Avísame si cambias de opinión. Ya estaba planeando ir a


la feria la semana que viene. Podría cambiar mi vuelo para llegar antes.

―Gracias, Brayden.

―Siempre. Hablaremos pronto, ¿de acuerdo?

―Sí. Suena bien.

Sigo mirando el sedán durante un minuto después de colgar. Luego


miro hacia el viejo barracón, su forma alargada distintiva desde este
punto de vista. No hay rastro del cabello rojo. Resoplo irritado y me
pongo en pie, obligándome a volver al trabajo.
Nueve
Piper
El segundo día que me despierto en el barracón no es tan duro como el
primero. Anoche estaba más fresco, o quizá estaba demasiado cansada
para preocuparme. En cualquier caso, he conseguido dormir más de unas
horas.

Me levanto de la cama y me estiro antes de ir al baño. El lavabo no tiene


encimera, así que he colocado todas las botellas en el suelo de baldosas.
Tengo que ponerme en cuclillas y luego de pie entre cada paso de mi
rutina matutina. Cuando termino, me arden los cuádriceps.

Me visto y salgo, entrecerrando los ojos ante el sol radiante. He hecho


la maleta demasiado deprisa para acordarme de lo esencial, como el
sombrero o las gafas de sol.

Tras un momento de deliberación, me dirijo hacia el edificio largo y


bajo que evité ayer. Me levanté una hora más tarde que ayer, así que el
personal que mencionó Mabel ya debe de haber ido y venido.

Un corral situado a la izquierda del establo contiene las primeras vacas


que veo desde que llegué. Hay fácilmente unas docenas de ellas,
moviendo las colas perezosamente para ahuyentar las moscas mientras
permanecen acurrucadas a la sombra proyectada por el enorme edificio.
Chasqueo la lengua y ninguna se mueve. Una me mira con desconfianza,
con la cabeza ligeramente inclinada.

Tras comprobar cuidadosamente que no hay clavos, me apoyo en la


valla y apoyo la barbilla en uno de los postes. Observo a los relajados
animales en silencio y tranquilidad, a la sombra de una temperatura
perfecta.

El zumbido de mi teléfono contra la cadera me sobresalta. Me


enderezo, lo saco del bolsillo y sonrío al ver el nombre en la pantalla.

―Hola, Alex.

―Hola, Pipsqueak.

He renunciado a pedirles a mis hermanos que no me llamen por mi


apodo de la infancia. En parte como psicología inversa: espero que se
aburran de él si actúo como si no me molestara. De momento, no ha
habido suerte. Viniendo de Alex, es lo menos irritante. Es el menor de mis
hermanos y con el que siempre he estado más unida.

―¿Mamá me dijo que decidiste faltar a la cena familiar para poder


visitar Texas?

Pongo los ojos en blanco.

―Es un viaje de trabajo, no unas vacaciones.

―Sí, me imaginaba que era algo así.

―Le dije a mamá que era un viaje de trabajo. Qué bien que no te lo
dijera.

Alex se ríe y suspira.

―Ya sabes cómo es con nuestras cenas.

―Lo sé, pero me saltaré una. No le dije que no volvería a aparecer.

Suspira.

―Ella cree que nos jodió al divorciarse de papá y arruinó nuestra


infancia. Y que estamos demasiado centrados en el trabajo, así que el
hecho de que faltaras a cenar por un viaje de trabajo probablemente no la
tranquilizó.

Me quedo momentáneamente atónita.


―¿Ella te dijo eso?

―No. La oí decir algo al respecto a sus amigas. Mamá creía que no


estaba en casa, pero en realidad estaba durmiendo arriba. O lo estaba
hasta que empezaron a gritar. ―Alex gime―. Realmente tengo que
conseguir mi propio lugar. Si no es toparme con las amigas achispadas de
mamá, es con Seth dejando su colada por toda la casa.

―¿Por qué no me lo dijiste antes?

―Hacía tiempo que no te veía. Quizá te habría dicho algo el viernes...


oh, espera, no estarás allí.

Pongo los ojos en blanco, y Alex se ríe como si pudiera sentirlo de


alguna manera.

―Estará bien, Pipsqueak. Todas sus amigas le dijeron que estaba


haciendo el ridículo. ¿Cuánto tiempo vas a estar en Texas?

Vuelvo a concentrarme en las vacas, ninguna de las cuales se ha movido


desde que respondí a la llamada de Alex. Un par giran las orejas, como si
estuvieran escuchando mi conversación.

―No... no lo sé exactamente todavía. Es algo abierto.

―Menudo viaje de trabajo.

―Sí, bueno, si sale bien, será algo grande. Conseguiré un ascenso


importante.

―¡Eso es increíble! ¡Felicidades!

Nunca he conocido a nadie que exprese sus emociones tan


abiertamente como Alex. Él es el sol en nuestra familia, en medio de un
montón de seriedad y grises. De todos mis hermanos, él fue el que más me
sorprendió que acabara en las fuerzas del orden.

―Aún no lo he conseguido, Alex.

―Conozco tu terquedad, hermanita. Lo conseguirás.


Sonrío y arranco una astilla de la barandilla superior de la valla.

―Ya basta de hablar de mí. ¿Cómo estás?

Se oye un crujido y me lo imagino recostado en su silla giratoria de la


estación.

―Eh. Bien. He estado trabajando muchas horas extras para ahorrar


algo más de dinero. Y me he apuntado a una liga de pickleball.

Me río.

―¿De verdad?

―Sí, de verdad. ¿Cuál es tu problema con el pickleball?

―Es que... pensaba que era para los mayores.

La profunda risita de Alex me hace sonreír.

―No lo es ―me dice―. Cuando vuelvas a Nueva York, jugaremos un


partido. A ver qué te parece entonces.

―De acuerdo, me parece bien.

―Lo siento, hermanita. Me tengo que ir. ―El tono de Alex se ha vuelto
de disculpa, pero es mejor que la única vez que recibió una llamada de
emergencia en el trabajo mientras estaba al teléfono conmigo.

Me dio un susto de muerte durante tres horas hasta que me llamó para
decirme que todo estaba bien. Aparte de sentirme a menudo como una
extraña en mi propia familia, esa ha sido siempre la peor parte: la
preocupación.

―De acuerdo. Cuídate.

―Siempre. Te amo, hermanita.

―Yo también te amo.

Me meto el móvil en el bolsillo y me doy la vuelta, con la mano volando


para apretarme el corazón acelerado.
―¡Mierda!

―¿Te has perdido? ―pregunta Kyle al acercarse.

Sus ojos se desvían hacia la multitud de ganado al otro lado de la valla,


ya no hacia mí, así que aprovecho para estudiarlo.

Tengo un tipo. O he tenido un tipo.

Tipos profesionales, pulidos, que visten polos y se especializan en


negocios. Que no saben hablar y les gusta jugar al golf los fines de semana.
Todo lo contrario del vaquero rudo y ceñudo que huele a jabón y a sol.

Al menos, pensaba que ese era mi tipo.

Porque de repente me doy cuenta de lo atractivo que es Kyle.

Me mira y levanta una ceja. Al principio, creo que me está llamando la


atención por fijarme en él. Luego, recuerdo que me hizo una pregunta.

―Sólo estoy mirando. ¿No está permitido? ―Mi tono es un poco


mordaz, sin querer, pero no consigo moderarlo. No es culpa suya que me
distraiga con él, pero culpo a Kyle de todos modos.

―¿Cambiaría algo si dijera que no?

Resoplo y miro hacia otro lado. Harta de mirar la dura línea de su


mandíbula y la salpicadura de barba que sugiere que no se ha molestado
en afeitarse esta mañana.

―¿Has dormido bien?

―¿Cambiaría algo si dijera que no? ―Respondo como un loro.

Silencio, durante el cual tengo que reprimir el fuerte impulso de


mirarle. Observo a las vacas y desearía poder reiniciar toda esta
conversación. Si dejara de sorprenderme, quizá estaría mejor preparada
para nuestras interacciones.

―¿Llamada del trabajo?

―No. Mi hermano.
No responde, y me pregunto si debería haber mentido.

―Sabes, la discográfica te ofrece...

Kyle se aleja, dejándome apoyada contra la valla. Lo sigo con la mirada,


molesta porque su grosería no me impide apreciar la amplitud de sus
hombros.

Con un suspiro, me doy la vuelta y me dirijo a la granja.

Mabel está en la cocina, igual que ayer por la mañana. En lugar de


fresas, está lavando un enorme cuenco de arándanos, que añade a otro
cuenco aún más grande.

―¡Buenos días! ―Le impongo un tono alegre que no siento.

Ella me dedica una pequeña sonrisa y asiente con la cabeza.

―Buenos días.

Miro el bol.

―¿Más mermelada?

―Magdalenas. Un vecino las trajo esta mañana. No estarán listas hasta


dentro de un rato.

Asiento con la cabeza y me sirvo un tazón de cereales. El café está más


flojo de lo que me gusta, así que añado menos leche que ayer.

Veo a Mabel llenar una bandeja de moldes de magdalenas mientras


desayuno. Busco un tema neutro que pueda ayudarme a idear un plan
mejor que el actual; espero que Kyle cambie de opinión por arte de magia.

v¿Hace mucho que vives aquí?

Ella asiente, concentrada en la masa.

―Treinta años.

―¿Y ha pertenecido a tu familia todo ese tiempo?

Otra inclinación de cabeza.


―Mi hermano fue el dueño durante más tiempo.

―¿El padre de Kyle?

Mabel duda antes de responder―: En cierto sentido, supongo.

Otro misterio, uno que sus labios fruncidos sugieren que no debería
intentar resolver.

Termino mis cereales y bebo un sorbo de café.

―¿Puedo ayudar con las magdalenas?

Me echa un vistazo, apreciativa.

―Ya están hechas. Voy fuera, si quieres ayudar.

Me inquieta la falta de más detalles, pero termino el café y lavo los


platos. Mabel me lleva fuera, al porche y bajo las escaleras. Un enorme
árbol da sombra a la mitad de la casa, sus anchas ramas se extienden
anchas y rectas. Justo al lado, hay un enorme montón de viejas tejas de
madera en las que no había reparado antes. Mabel también se fija en ellas.

―¿Una hoguera? ―pregunto.

Mabel niega con la cabeza y levanta la vista. Sigo su mirada hacia la


figura encorvada que empuja más tejas del tejado. Caen en rápida
sucesión, haciendo crecer aún más la pila. Entrecierro los ojos y desvío la
mirada cuando me doy cuenta de que estoy mirando a Kyle sin camiseta.

―Oh ―digo―. Es un gran proyecto.

Suelta un bufido que podría considerarse una carcajada y continúa por


el lateral de la granja hasta una zona de tierra despejada. Esta sección es
intencionada, no como las zonas desnudas del jardín delantero, donde
parece que la hierba se ha desgastado. Filas ordenadas de plantas verdes
se extienden unos 30 metros, salpicadas de manchas rojas. Resulta que la
enorme pila de fresas que convirtió en mermelada era sólo una pequeña
parte de su cosecha.

―Vaya. No sabía que algo pudiera crecer tan bien con este tiempo.
Mabel toma una cesta de mimbre que esperaba en el suelo y me la
entrega.

―Cualquier cosa puede crecer. Sólo hace falta un poco de paciencia.

Me sostiene la mirada, como si intentara transmitirme algo más que


consejos de jardinería.

En el poco tiempo que hace que conozco a la tía de Kyle, siento que la
mayoría de lo que dice tiene un significado oculto. Es un poco agotador
buscar el subtexto. O tal vez me estoy imaginando cosas.

―Y agua, ¿verdad?

Se le dibuja una sonrisa en la cara.

―Y agua.

Entonces, nos arrodillamos en el suelo seco y empezamos a recoger


fresas con la banda sonora de las tejas cayendo.
Diez
Kyle
Piper se sobresalta cuando entro en la cocina y me froto los ojos para
quitarme el sueño. Hago un mejor trabajo ocultando mi sorpresa por el
hecho de que ya esté despierta. Por no decir en mi cocina.

Veo cómo aprieta el tenedor con los dedos. Sus hombros se cuadran,
como si se preparara para una pelea.

Nada de su lenguaje corporal tiene sentido, teniendo en cuenta que


apenas hemos hablado desde que llegó. Ha hecho quién sabe qué los dos
últimos días, acompañando a Mabel o escondida en el barracón.

Es casi como si me estuviera evitando, lo cual es confuso, teniendo en


cuenta por qué está aquí. Probablemente no debería haberme ido ayer.
Debería haberla dejado hacer su discurso y luego marcharme. Pero estoy
demasiado cansado para preocuparme de cómo debería o no actuar con
Piper ahora mismo.

―Buenos días ―murmuro, dirigiéndome directamente a la máquina


de café. Me sorprende -y me alegra- descubrir que ya está llena.

―Buenos días. ―Piper se aclara la garganta―. Te has levantado


pronto.

―Me desperté cuando Mabel y John se fueron. Nunca volví a


dormirme. ―Tomo un sorbo de café, casi gimiendo en voz alta por la
riqueza revitalizante.

―¿Mabel y John... se fueron?


Asiento con la cabeza, bebiendo más del mejor café que he tomado en
años.

―¿Lo has preparado tú?

Piper ignora mi pregunta.

―¿Adónde se fueron?

―A California. Su ahijada vive en Orange County. Les gusta ir a


visitarla un par de veces al año.

―Vaya. ―Piper suena aturdida. Un poco perdida, como si le hubieran


quitado la alfombra de debajo―. Eso está muy lejos.

―Está más cerca que Nueva York.

Ella juega con su pila de huevos, moviéndolos de izquierda a derecha en


su plato.

―Nadie mencionó que se iban.

Piper murmura las palabras, pero aún así capto en ellas un atisbo de
dolor. Como si tuviera derecho a un itinerario cuando se trata de los
planes de los demás, pero fuera libre de presentarse, sin avisar, ella
misma. Si Brayden no se hubiera enterado de que Empire iba a enviar a
alguien aquí, me habría pillado totalmente desprevenida cuando llegó.

―Por eso John y yo estuvimos hablando del camión anoche ―le digo.

―No sabía que hablar de carburadores durante veinte minutos era el


equivalente texano de "nos vemos cuando volvamos" ―dice Piper con
acritud.

Me molesta tener que luchar contra el impulso de sonreír ante su


sarcasmo.

―Bueno... ahora, ya sabes.

Se come un plato de huevos. La preocupación no desaparece de su


expresión.
―No se despidieron.

―Tómatelo como un cumplido. Significa que Mabel cree que seguirás


aquí cuando vuelvan.

―¿Cómo puede ser eso un cumplido?

―Que eres lo suficientemente terca como para quedarte a pesar de que


te dije que te fueras.

Piper se burla.

Y tengo que luchar contra el fuerte impulso de hacer lo mismo porque


comparto su irritación. En parte por eso llevo despierto desde las cuatro
de la mañana, que es a la hora a la que se fueron John y Mabel.

Estamos en un punto muerto sin término medio. Ninguno de los dos


podemos conseguir lo que queremos.

Si Carl Bergman hubiera sido lo suficientemente valiente como para


aparecer aquí, no tendría ningún problema en mandarlo a paseo. Pero es
diferente con Piper. Decepcionarla es más un daño colateral de mi
carrera, y ya hay muchos.

Miro el reloj que hay sobre la estufa y me doy cuenta de que tengo que
ponerme en marcha.

Todo lo que John tiene que hacer es mirar a su alrededor, y los chicos
entran en acción. No soy una figura de autoridad. Me ven como a un
hermano mayor y no como a un jefe.

Me tomo el resto de la taza y saco de la nevera las magdalenas de


arándanos que Mabel hizo ayer.

―¿Quieres una? ―pregunto.

―Ya me he comido dos ―confiesa Piper, y luego le da un mordisco a los


huevos. Después de tragar, añade―: Gracias.

Asiento y me dirijo a la puerta. Su incertidumbre agrava la mía. Puedo


sentir literalmente cómo cambia la dinámica entre nosotros.
El amortiguador de Mabel y John ha desaparecido. Y aunque ninguno
de los dos es lo que yo llamaría demasiado comunicativo, ambos hablaron
con Piper mucho más que yo.

Desde su primera noche aquí, cuando la encontré en la cocina, apenas


hemos hablado.

Esperaba una estrategia en la cara, donde se negara a dejarme en paz


hasta que cediera en lo que ella estaba aquí.

La pasividad nunca me ha parecido el estilo de Piper, y odio haberme


tomado el tiempo de considerar cuál es su estilo. Odio que me pregunte
por qué me evita cuando deberían ser buenas noticias.

Doy vueltas, a centímetros de salir de la cocina, recordando por qué la


temprana partida de Mabel y John no me despertó tan temprano como lo
hubiera hecho.

―Otra cosa... no puedes quedarte más tiempo en la litera.

―¿Qué? ¿Por qué?

―Empezamos el segundo corte de heno esta mañana.

Hay una pausa.

Luego―: Sabes que no tengo ni idea de lo que eso significa.

―Tendremos otra cosecha para almacenar en el granero. Eso significa


que la basura que está actualmente en el pajar tiene que ser almacenada
en otro lugar para que quepan las balas. Y eso significa que, a menos que
quieras vivir con un par de rotocultivadores oxidados y cajas de tubos de
vacío del viejo equipo de ordeño, deberías encontrar otro sitio donde
dormir.

Ella exhala, larga e irritada.

―¿Cómo dónde, Kyle?

―¿Supongo que tienes una casa en Nueva York?


Piper resopla y se levanta, llevando su plato vacío al fregadero. Toma la
esponja y el jabón del armario de debajo, como si ya lo hubiera hecho mil
veces.

―Si me vas a echar, ¿por qué te has molestado en poner aire


acondicionado ahí fuera?

Exhalo, reprendiendo a la parte tonta de mí que pensaba que no sacaría


el tema.

―Solíamos almacenar el desbordamiento en otro lugar. Yo... olvidé que


tendría que ir en la litera.

No quiero explicarle que el viejo cobertizo de almacenamiento se


convirtió en un costoso estudio de grabación que no se utiliza, porque eso
me llevaría a hacer más preguntas que no quiero responder. Y
definitivamente no quiero hablar de la parada que hice de camino a casa
después de ir al vertedero a comprar otro aire acondicionado ni de los
veinte minutos que tardé en instalarlo cuando me aseguré de que ya
estaba aquí para cenar.

Piper abre un cajón y saca una toalla limpia para secarse la taza. Es
extraño verla tan cómoda en la casa de mi infancia. Sugiere una
familiaridad que en realidad no compartimos.

La he estado evitando. No esperaba que me lo pusiera tan fácil.

Y no sabía que estaría lavando platos en lugar de molestarme por


firmar un nuevo contrato.

Veo a Piper tomar la esponja para enjabonar el plato con movimientos


rápidos y desordenados, luchando conmigo misma. Invitarla a quedarse
es una mala idea por un montón de razones, sobre todo porque es lo
último que necesito. Pero sé que las palabras llegarán, incluso antes de
que salgan de mi boca.

―Hay un tercer dormitorio arriba.


Piper se da la vuelta, frustrando mi plan de salir corriendo y
clavándome una mirada incrédula.

―¿Me estás invitando a quedarme?

―Te dije que no te echaría.

Me estudia durante un minuto intenso e incómodo. Me quedo de pie y


absorbo su mirada porque no sé qué más hacer.

Estoy caminando por una línea muy fina. No quiero animarla ni darle
falsas esperanzas cuando sé que ya he tomado una decisión. Pero no voy a
ser un imbécil con ella. No es como me gusta manejar las cosas. Y
además... es ella, lo que marca más la diferencia de lo que me permito
considerar, y mucho menos admitir ante Piper.

―¿Adónde vas? ―pregunta finalmente.

―Acabo de decírtelo, hoy vamos a henificar.

―¿Vas a henificar?

Hay un tono de sorpresa en su voz que es honestamente ofensivo. ¿Qué


cree que he estado haciendo los dos últimos días mientras ella se quedaba
aquí o en la cabaña? ¿Relajarme?

―Sí. ―Mi respuesta es cortante―. Tenemos cuatrocientos acres para


cortar y embalar. Todos a cubierta.

Me voy antes de que pueda decir nada más, dejando escapar una larga
exhalación tan pronto como estoy en el porche delantero.

Todavía no hace tanto calor. Pero hay un susurro de calor en el aire que
sugiere que hoy será otro día abrasador. Me encantaría aplazar la siega,
pero el tiempo para la próxima semana parece dudoso. Si no cortamos
esta semana, es posible que pasen dos antes de que se sequen los campos.

El problema es que también tengo que trabajar en el techo. Lo poco que


queda de él va a resistir cualquier lluvia incluso peor de lo que lo harán
los campos.
Exhalo mientras camino hacia el grupo de chicos agrupados junto al
cobertizo de ordeño, moviendo la cabeza de un lado a otro en un esfuerzo
por aliviar la tensión acumulada en mis hombros.

Duncan, Luke, Kenny y Blake están apoyados en la valla o en el


parachoques del camión negro de Luke. Están charlando con sonrisas
fáciles y ojos soñolientos, listos para un largo día de trabajo. Con edades
comprendidas entre los diecisiete y los veintidós años, llevan ayudando
por aquí los veranos desde que empezaron el instituto, complementando
al personal a tiempo completo que contraté en cuanto pude
permitírmelo. El único que falta es Jamie, ya que está ocupado con
compromisos futbolísticos.

―Buenos días. ―Le paso a Luke el recipiente de magdalenas después de


tomar dos para mí.

Él sonríe y toma un par también.

―¿Los hizo Mabel?

Asiento con la boca llena de magdalenas.

―¡Genial! ―añade Kenny, ayudándose a sí mismo también.

―¿Mabel y John salieron bien esta mañana? ―pregunta Blake.

Mastico, trago y confirmo que sí.

Los demás hablan de la feria de verano, lo cual no me sorprende. La


principal atracción veraniega de Oak Grove se inaugura el miércoles y
dura hasta el domingo. Pero la noche de apertura es siempre la mayor
atracción. En parte por... mí.

Todos los años durante la última década, he actuado. Un par de años,


cuando estaba de gira, volé sólo unas horas para actuar. Ni siquiera llegué
al rancho.

Se espera que este año no sea diferente.


Y no lo será, desde fuera. Tengo toda la intención de subirme a ese
escenario y repasar mis mayores éxitos. Pero es la primera vez que actúo
desde que decidí apartarme de la música, y estoy más nervioso que la
primera vez que actué ante el público.

No sólo siento que llevo un secreto -no anunciar que ésta será mi última
actuación en directo-, sino que además tiene lugar en el escenario donde
empezó mi carrera. El único lugar donde mi madre me vio actuar. En el
evento que es el orgullo y la alegría de la ciudad a la que siempre he
llamado hogar.

Así que, sí, estoy ansioso al respecto.

―¿Quién es esa? ―dice Luke de repente.

Ninguno de los chicos está comiendo o hablando más. Todos miran


detrás de mí.

Giro lentamente, luchando con una creciente sensación de temor.

Piper se dirige hacia el cobertizo, con unos pantalones cortos vaqueros


que dejan ver sus largas piernas y una amplia sonrisa que definitivamente
no va dirigida a mí.

Suspiro y me doy la vuelta, esperando que siga caminando hacia el


barracón.

―Trabaja para mi discográfica.

Kenny silba largo y bajo, y lo fulmino con la mirada.

―¿Qué? Está buena.

―Básicamente me está acosando ―le digo.

Duro, pero técnicamente cierto. ¿Quién vuela cientos de kilómetros y


acampa en el jardín de alguien para trabajar?

―¿Fangirl? ―Duncan mueve las cejas.

Kenny pregunta si está soltera.


Luke se pregunta cuántos años tiene.

―Piper no es fan de la música country ―le respondo a Duncan, pero


ignoro a Kenny y Luke, ya que no me interesa seguir con este tema de
conversación. Además, no sé las respuestas a sus preguntas.

Hay un deje petulante en mi respuesta, que los chicos no captan porque


están demasiado ocupados mirando a la mujer en cuestión.

Pero yo lo noto y me molesta. Porque no debería importarme una


mierda si le gustan mis canciones o no.

―Hola, chicos.

Al parecer, ella no está caminando a la litera.

―Hola, Pi-per. ―Kenny habla antes de que yo tenga la oportunidad de


hacerlo, delatando que estábamos hablando de ella cuando eso no es nada
que quiera que sepa―. Soy Kenny.

Me esfuerzo por la fácil indiferencia de no importarme lo que haga


Piper mientras giro para mirarla.

―¿Qué estás haciendo? ―Le pregunto.

―Dijiste todos manos a la obra ―responde Piper, pero no me está


prestando atención.

Está estudiando el pasillo de hormigón de la nave de ordeño, justo


después de la puerta metálica. Luego levanta la vista hacia los
ventiladores que giran en lo alto con expresión curiosa.

Supongo que le resulta extraño. Manhattan no es un gran exportador


de productos lácteos.

―No me refería a tus manos.

Ahora Piper se centra en mí, entrecerrando la mirada como si la


hubiera ofendido.

A decir verdad, sólo estoy tratando de mantener el ritmo.


Es sábado. Ella tiene un auto aquí. Podría ir fácilmente a la ciudad a
pasar el día. Podría conseguir que Empire la llevara a Nueva York el fin de
semana.

En vez de eso, se ofrece voluntaria para ir a henificar cuando apostaría


que nunca se ha subido a un tractor en su vida.

―No tienes que ayudar en nada ―añado, intentando suavizar el golpe.

Y es verdad. Hay cinco tractores y cinco conductores. Sólo hace falta


una persona para cortar hilera tras hilera bajo un sol abrasador.

―Podría abrir las puertas ―sugiere Duncan.

Desvío la mirada hacia él.

Hay diez puertas. Se tarda unos quince segundos en saltar y abrir cada
una, otros quince en volver y cerrarla. Treinta segundos por puerta.
Trescientos segundos. Una gota de agua comparado con las horas que
llevará segar los campos.

Piper sonríe a Duncan.

Siento un estúpido espasmo en el pecho por la solitaria razón de que


nunca me ha sonreído así. No me ha sonreído en absoluto.

―Bien. ―Mi tono es brusco, y Luke se mete rápidamente la última


magdalena de arándanos en la boca―. ¿Todos recuerdan sus campos
asignados?

Las cabezas se mueven alrededor. Hicieron esta rutina en mayo bajo la


experimentada dirección de John. Pero lo peor que puede pasar es que
alguien siegue el campo de otro. Todos tienen que ser cortados de todos
modos.

―Genial.

Los chicos se dispersan, probablemente en respuesta a mi tono


cortante.

―Eres un jefe divertido ―comenta Piper.


Me rechinan las muelas.

―El tractor está por aquí, si querías ayudar en serio.

Me molesta que me siga hasta el muelle donde está aparcado el Kubota.


Pero también me sorprendo mirándola, observando el rancho mientras
caminamos hacia el granero. Me pregunto si le recuerda al campamento
al que fue. Me pregunto si volvió un tercer verano.

Pero no hago preguntas. Me concentro en tomar una lata de gasolina y


llenar el depósito del tractor. No hay nada peor que quedarse sin gasolina
en medio del campo.

Para mi sorpresa, Piper entabla conversación.

―Esta mañana dijiste que California está más cerca que Nueva York.

―Mira un mapa si no me crees.

Miro a tiempo para ver cómo pone los ojos en blanco.

―Empire Records tiene una oficina en Los Ángeles.

Hago un gesto de impaciencia con la mano izquierda antes de volver a


centrarme en el depósito de gasolina.

―¿Por qué tus reuniones eran siempre en Nueva York?

―Porque nunca venía de Texas y mi jefe vive en Nueva York. ¿Alguna


pregunta más?

Ni loco voy a revelar la razón principal, ya que tiene más que ver con
ella de lo que jamás admitiría.

Quise decir la última pregunta como retórica, pero Piper ignora mi


tono molesto.

―Sí. ¿Puedo usar tu sombrero?

Termino de echar gasolina y cierro el bidón. Me toma el sombrero del


asiento y pasa un dedo por el ala raída.

―No ―le respondo.


―¿Por qué? ―Frunce el ceño y vuelve a dejarlo―. No he traído
ninguno.

Me inclino hacia ella, tomo el sombrero del asiento y me lo pongo en la


cabeza. Estoy tentado de sonreír ante su mohín.

―Tienes la mala costumbre de hacer que tus problemas parezcan mis


problemas.

―Supongo que es un efecto secundario de ser una acosadora.

Me arrepiento al instante, al darme cuenta de que ha oído el


comentario.

―No te he llamado acosadora.

―Dijiste que te estaba acosando. ¿Cuál es la diferencia? ―Me devuelve


la pregunta y no tengo una buena respuesta.

Muerdo una disculpa y me acerco a la puerta para abrirla del todo.

―¿Segura que quieres venir?

Piper se recoge el cabello en un moño y asiente.

No pertenece aquí, en el húmedo y caluroso granero, lleno de


cachivaches, ni siquiera con sus pantalones cortos vaqueros y su
camiseta. Pero mi cuerpo reacciona de todos modos mientras me acerco
al tractor, con la conciencia de que ella es única zumbando por todo mi
cuerpo. Nadie ha captado mi atención tan completa y fácilmente como
Piper cada vez que está en el mismo espacio que yo.

―¿Necesitas un empujón? ―le pregunto.

Las ruedas suben casi hasta su hombro.

―No, ya lo tengo.

La observo. Se esfuerza.

Después de un par de minutos―: Bien. Dame un empujón.


Mi mano se posa en su muslo desnudo y se desliza alrededor de su
rodilla para ofrecerle apoyo.

Por desgracia, su reacción sólo me hace ser más consciente de la


temeraria energía que bulle entre nosotros. Una vez ella se ha
encaramado al tractor, yo también me subo, concentrándome en
acomodarme y encender el motor.

Me dirijo a los campos del sur, intentando relajarme.

No odio henificar. El olor a hierba, a sol y a aire fresco es un bálsamo


para el alma. A pesar de mis complicados sentimientos hacia este rancho,
amo la tierra.

―Entonces… ―Piper habla justo cuando veo la puerta que conduce al


primer pasto.

Inmediatamente siento un naufragio en el estómago, como si me


faltara un paso.

Debería haberlo visto venir a kilómetros de distancia. Me trae aquí,


solos y pegada a ella, y es entonces cuando empieza el acoso que he estado
esperando. No puedo irme ahora.

―¿Entonces qué? ―No me molesto en ocultar el filo de mi voz.

―Entonces... ¿este es tu rancho?

Alivio. Una cantidad ridícula.

―De acuerdo con la escritura. ―Nunca lo sentí como mío.

―¿Qué pasa con John y Mabel?

―¿Qué pasa con ellos?

―Son como copropietarios, o...

―Soy dueño de la tierra. Ellos viven aquí.

―Eso es... bonito ―dice Piper, y hay algo cercano a la admiración en su


voz. Y lo quiero de ella, pero no por esto.
Mabel y John se quedaron para cuidar a mi madre mientras yo estaba
de fiesta y actuando. Dejarlos vivir aquí sin pagar alquiler era lo menos
que podía hacer.

―Dos de mis hermanos viven con mi madre ―continúa―. Les ahorra


dinero en el alquiler, ya que todos trabajan horas locas.

―¿A qué se dedican tus hermanos?

―Son policías. ―Se aclara la garganta―. En realidad, toda mi familia


lo es.

La miro, sorprendido.

―¿Toda tu familia lo es?

―Síp. ―Hace sonar la P y sacude la cabeza―. Es... mucho. ¿Y tú?


¿Tienes hermanos?

Piper hace esa pregunta con expresión seria, lo que me indica que no ha
leído ninguno de los artículos sobre la niña que asistió a uno de mis
espectáculos. Hace años, y todavía se especula. Es un recordatorio de todo
aquello de lo que intento alejarme. Todo lo que ella está aquí para
empujarme de nuevo.

Piso el freno con fuerza porque ella me distrajo y conduje más cerca de
lo que quería.

―Puerta.

Piper resopla y se levanta, su pierna roza mi brazo. Aquí arriba no hay


espacio suficiente para mantener ningún tipo de distancia física, pero es
la primera vez que nos tocamos desde que salimos de la bahía. Mis dedos
se aprietan alrededor del volante hasta que todo el color huye de mis
nudillos.

―La próxima vez di que eres incapaz de mantener una conversación


agradable.
Exhalo y la veo bajar de un salto y caminar hacia la puerta con pasos
largos y furiosos. Ya se le ha caído casi todo el cabello del moño y le vuelan
los mechones rojos.

Mis ojos se fijan en su culo sin permiso, así que me paso una mano por
la cara para apartar la vista a la fuerza, ya que mis ojos parecen incapaces
de apartar la vista por sí solos.

La cadena choca contra el metal cuando ella la abre de un empujón.

Y es entonces cuando se me ocurre que tendré que agacharme y volver


a subirla.

Y que tendré que hacerlo en cada una de las puertas.

Conduzco a través de la apertura en la valla, manteniendo la mirada al


frente. Piper cierra la verja detrás del tractor. Exhalo y pongo la marcha
atrás.

Maldigo a Duncan en mi cabeza mientras me bajo del tractor. Ayuda,


una mierda. El poco tiempo que podría haber ahorrado con las puertas ya
ha sido devorado con esta parada.

Piper se balancea sobre la puerta con una agilidad impresionante. Si


estuviéramos en mejores términos, felicitaría su forma.

Pero no lo estamos, lo cual es obvio cuando ella se acerca y me dice―:


No necesito tu ayuda.

―Los dos sabemos que sí. ―Ella no es baja, pero el tractor es alto. Me
llevó el verano anterior a mi tercer año averiguar cómo subirme al
asiento sin problemas, y mido unos centímetros más de 1,80―. Así que
podemos quedarnos aquí discutiendo hasta que admitas que sí, o puedes
dejar que te ayude para no perder aún más tiempo.

Su mandíbula se aprieta tanto que parece dolorosa.

―De acuerdo.
Murmura algo en voz baja mientras me acerco para ayudarla a
levantarse. Lo único que capto es la palabra ascenso.

Entrecierro los ojos y hago una pausa.

―Por eso estás aquí. Te han ofrecido un ascenso.

Sabía que no era voluntario. Pero esto me escuece más. Saber que la
sobornaron para venir aquí.

Hay un destello de lo que parece vergüenza en la cara de Piper. Pero


entonces su barbilla se levanta desafiante. Me fulmina con la mirada.

―No todos ganamos lo suficiente para jubilarnos antes de los treinta.

―Si alguien me dejara jubilarme.

Sus ojos brillan y sólo puedo pensar en su azul brillante. Más claros y
brillantes que el fondo del cielo.

Hasta que empieza a hablar de nuevo.

―Escucha, Kyle. Me importa una mierda si te jubilas o no. Sucede que


trabajo para alguien que sí lo hace. Dices que has terminado. Está bien.
Estoy atrapada aquí hasta que el jefe del jefe de mi jefe lo resuelva. Así que
deja de actuar como si estuviera aquí como parte de una venganza
personal para arruinar tu vida.

Entonces, ella gira y comienza a alejarse.

―¿Adónde vas? ―La sigo.

Ni siquiera mira por encima del hombro.

―Tenías razón. No necesitas mi ayuda.

La miro trepar de nuevo por la valla. La observo hasta que su cabello es


sólo un punto rojo entre verde, marrón y azul, exhalo y pateo el
neumático.

Este camino lleva de vuelta al granero. No le pasará nada.


Y yo debería estar aliviado. Para empezar, no quería que viniera. Pero
en lugar de satisfacción, siento que debería haberme callado la boca y
haberla vuelto a subir al maldito tractor.
Once
Kyle
Hudson me llama mientras estoy limpiando el accesorio cortacésped
del tractor. Es una tarea desagradable, y ya estoy de un humor de mierda,
así que la abandono rápidamente y contesto.

―Hola, hombre. ―Disimulo mi enfado e imbuyo mi voz con toda la


alegría que puedo reunir porque lo último que necesito ahora mismo es
más preocupación bienintencionada por su parte.

―Hola. ¿Estás libre esta noche?

―¿Qué le parece a Morgan que me pidas una cita?

Se ríe entre dientes.

―Está totalmente de acuerdo. De hecho, está celosa.

―Eso no es un buen augurio para tu propuesta.

―Bueno, eres un rico y famoso cantante sex symbol. Es un poco difícil


competir, Spencer.

Hudson bromea mientras lo dice, pero yo capto el núcleo de verdad en


ello. Sé que tengo suerte de tener amigos leales que nunca han dicho una
palabra a la prensa, ni siquiera cuando los periódicos han escarbado en
mi entorno. Desde fuera, mi vida parece estupenda. El interior es otra
historia.

Por eso nunca me he quejado de mi carrera a ninguno de mis amigos.


Creen que todo son fiestas, mujeres y hoteles de cinco estrellas. Dejarles
creer eso es más fácil que admitir que la última década ha estado llena de
mucha soledad y agotamiento.

Hudson sigue hablando, ajeno a mis pensamientos.

―Morgan estará allí. Danny está planeando una reunión en Wagon


Wheel esta noche.

Me río, pasándome una mano por el cabello.

―Claro que sí.

―Natasha también estará allí.

―¿Quién es Natasha?

―Es la nueva profesora que mencioné. A Morgan le gusta mucho, y se


acaba de mudar aquí. No conoce a nadie.

―Será mejor que no sea una cita a ciegas.

―No lo es. Sólo un encuentro casual. Y si se llevan bien...

Suspiro.

―Ya te he dicho que no quiero salir con nadie.

―Sí, te he oído. Porque se vuelven locas por Kyle Spencer, ¿verdad?


Natasha es de Connecticut. No creo que escuchen mucha música country
allí. Probablemente ni siquiera sepa quién eres.

Resoplo, sacudiéndome un trozo de hierba de la rodilla.

―Entonces... ¿estarás allí?

―Sí, allí estaré.

Es la respuesta que espera. Y sentarse a su alrededor esta noche no


tiene ningún atractivo. Especialmente con Piper… mierda.

Me aclaro la garganta justo cuando Hudson está a punto de colgar.

―Puede que lleve a alguien.


Los cinco segundos de silencio son casi cómicos. Nunca he traído a una
mujer a Oak Grove conmigo. Lo que significa que la última vez que me
acompañó una chica en una salida con mis amigos fue cuando estábamos
todos en el instituto.

―Espera. ¿Qué? ¿Tienes novia desde hace cuarenta y ocho horas?

Pongo los ojos en blanco aunque él no pueda verme.

―No. Está aquí por asuntos de trabajo. Trabaja para mi discográfica.

―Nunca has traído a nadie que trabaje para ti.

―Ella no trabaja para mí. Ella sólo... lo que sea. Ella podría estar allí.

―De acuerdo… ―Todavía hay una nota de curiosidad en la voz de


Hudson, y desearía no haber mencionado nunca a Piper.

Lo más probable es que no quiera ir. Desde luego, yo no debería querer


que fuera.

Termino en el granero y entro. Es extraño entrar en una cocina vacía y


silenciosa. Mabel ya suele estar revolviendo ollas y sartenes.

Echo un vistazo al frigorífico, a los restos de lasaña que cenamos


anoche. Hay un segundo recipiente más pequeño para Piper sin carne
picada. Cierro la puerta de la nevera, suspiro y subo las escaleras.

Las escaleras crujen a cada paso, acentuando el silencio en la casa. Si el


auto de alquiler de Piper no siguiera estacionado enfrente, habría
supuesto que se había ido.

Odio haberlo buscado nada más volver del campo.

Mientras camino por el pasillo hacia la habitación de invitados que


solía pertenecer a mi madre, me pican los restos de hierba.

Mis pasos son pesados, y lo hago a propósito. Quiero que sepa que voy.

Llamo una vez y contengo la respiración.

Absurdamente, estoy nervioso.


Se está quedando en mi rancho. Siguiendo mi horario. Esperando a que
cambie de opinión.

Pero por alguna razón, de repente siento que todo en mi vida gira en
torno a las decisiones que toma Piper en lugar de al revés.

―¿Qué?

Tomo la pregunta como una invitación, giro el picaporte y abro la


puerta con una confianza que no siento.

Es mi casa, técnicamente. Y ella es una intrusa, no una invitada.

Piper está sentada con las piernas cruzadas sobre la colcha que Mabel se
pasó haciendo el invierno pasado, mirando algo en la pantalla de su
portátil. Su intensa concentración en el ordenador parece deliberada, y
estoy seguro de que tiene todo que ver con el final de nuestra última
conversación.

Me aclaro la garganta y fuerzo las palabras.

―Lo siento.

Tienen un sabor extraño.

No me disculpo.

No porque sea incapaz de admitir que me he equivocado. Porque, para


empezar, no voy tan lejos.

Soy tolerante. Complaciente. Comprensivo.

Pero algo acerca de Piper enciende una incapacidad para retroceder


cuando lo haría con cualquier otra persona.

Supongo que me preocupo más. Y eso es estúpido y peligroso, por un


montón de razones. Sobre todo porque estoy seguro de que le importa un
bledo mi opinión.

La disculpa se queda demasiado tiempo entre nosotros. Me da espacio


para reflexionar sobre la última vez que pronuncié esas palabras. Ojalá las
hubiera dicho más a menudo, porque lo último que quiero hacer ahora
mismo es acordarme de estar de pie en un cementerio.

―No pasa nada ―responde finalmente Piper, devolviéndome al


presente.

Hay una incomodidad entre nosotros que me dice que esperaba mis
disculpas tanto como yo pensaba pedirlas.

―Hay un bar en la ciudad. Se llama Wagon Wheel. ―Parezco nervioso


y me siento incómodo.

Me muerdo el interior de la mejilla, dando la bienvenida a la explosión


de dolor.

Ella está aquí por su trabajo, que ha sido bien establecido, y yo sueno
como un adolescente torpe, pidiéndole una cita.

―Encantador nombre. ―Piper cierra el ordenador y centra toda su


atención en mí.

Mi ansiedad aumenta.

―Esta noche voy a ir allí con unos amigos. Puedes venir, si quieres.

―Qué invitación tan sincera. Paso.

Diversión y fastidio se enfrentan en mi interior. ¿Por qué tenía que


enviarla la discográfica?

―Permíteme reformularlo. Por favor, ven, Piper.

Su mirada azul me fija en su sitio. He sido incapaz de averiguar


exactamente qué tono tienen realmente sus ojos. A veces, parecen claros.
Otras veces, son oscuros. Ahora mismo, están confusos.

―Ir a un bar con un encargo de trabajo no es muy profesional.

Nada entre Piper y yo ha sido nunca profesional, pero decido que


señalarlo no es necesario.
Así que cambio de táctica, ya que me siento mal por lo de antes, y salir
mientras ella está aquí sentada, sola en una ciudad donde no conoce a
nadie, tiene el mismo efecto visceral que verla buscar opciones
vegetarianas en la cocina.

―Estás aquí para convencerme de firmar un nuevo contrato, ¿verdad?

Vacilante, Piper asiente. No se atreve a caer en una trampa.

―¿Es más probable que eso ocurra aquí mientras estás sentada sola en
tu habitación como si estuvieras castigada o en el bar donde también
estoy yo?

―Según tú, no es probable que ocurra en ningún sitio.

Sonrío porque algo en su tono petulante me obliga a ello.

―La oferta sigue en pie. Estoy calentando las sobras de lasaña.


¿Quieres?

Tantea el teléfono y mira la hora.

―Oh. No me di cuenta de que se había hecho tan tarde.

―¿Estás trabajando?

Piper se encoge de hombros, golpeando con los dedos el metal liso de su


portátil. Se ha pintado las uñas desde esta mañana, de un tono rosa claro
que me llama la atención a pesar de su sutil color.

―Es sábado por la noche. Carl no puede esperar que estés trabajando.

No tengo ni idea de por qué sigo por este camino. El trabajo debería ser
el último tema que tocara con ella.

―No sé qué demonios espera Carl.

Piper se baja de la cama y se estira. Luego se recoge el cabello en una


coleta, lo que le levanta la camiseta. Es un reto mantener mis ojos en su
cara. Quieren vagar. Explorar.
―No he sabido nada desde que me envió aquí. Pensé que este viaje
duraría un día. Dos como mucho. Tenía expectativas más realistas,
supongo.

Piper se agacha para rebuscar en su maleta abierta en el suelo.

Me trago las ganas de volver a disculparme.

De explicarle que mi equipo dejó muy claro a Empire Records cuál era
mi postura sobre la firma de un nuevo contrato y que el hecho de que no
lo comunicaran a Piper no es culpa mía.

Recordarle que ésta es una industria que desgasta todos los límites que
trazas, si es que consigues mantener alguno. Me protejo porque he
aprendido que nadie lo hará por mí.

Me quedo callado en lugar de decir nada de eso, viéndola sacar ropa de


su equipaje y tirarla sobre la cama.

Puede que Piper pensara que venía para uno o dos días, pero ha hecho
la maleta para semanas.

―Entonces... ¿eso es un no a la cena?

Ella suspira.

―Es un sí. A la cena y al bar. Bajo en unos minutos.

―De acuerdo ―respondo, ocultando el extraño júbilo que siento. No


debería importarme que haya aceptado. Pero, obviamente, me importa.

Salgo de su habitación y me dirijo al cuarto de baño.

La encimera junto al lavabo está llena de frascos de colores, etiquetados


como sérum, crema hidratante, exfoliante y un montón de etiquetas más
que reviso, en lugar de la única pastilla de jabón que suele haber.

Decido que Piper es una empacadora y punto.


El desorden no me molesta. Estoy más aliviado de que no se haya ido a
otro sitio, que era lo que esperaba después de nuestra discusión de esta
mañana.

Me doy una ducha rápida, frotándome la piel con dureza para quitarme
por fin el sudor pegajoso, junto con la capa de polvo y semillas de heno
que tenía adheridas. Me duelen los músculos y siento el cuerpo agotado,
pero hay una sensación de satisfacción que acompaña al trabajo manual y
que echaba de menos mientras mi única forma de ejercicio era ir al
gimnasio.

Cuando abro la puerta del baño, Piper me espera en el pasillo. Se ha


puesto unos vaqueros y una camiseta de tirantes, un atuendo informal
que no debería afectarme como lo hace. Me ciño la toalla a la cintura,
rezando para que no se dé cuenta. Es lo último que necesita esta dinámica
ya de por sí incómoda.

―Me he dejado ahí la loción ―dice, apartando rápidamente los ojos de


mi pecho desnudo.

―Estoy listo. ―Me aparto de su camino y me dirijo a mi dormitorio.

―¿Cuántos trozos? ―me pregunta.

―¿Qué?

―Estoy calentando la lasaña. ¿Cuántos trozos quieres?

―Oh. Dos, por favor ―le digo antes de cerrar la puerta de mi


habitación.

Todo esto -compartir el baño, estar a punto de cenar juntos- me parece


extrañamente doméstico.

Cuando me visto y bajo las escaleras, Piper ya ha calentado dos platos


de lasaña. Está sentada en la mesa de la cocina, mirando el móvil.

Cuando ocupo la silla de enfrente, lo deja a un lado. Inmediatamente,


empieza a zumbar. Ella sigue comiendo, así que yo también le doy un
bocado a mi comida.
Sigue zumbando.

―Puedes atenderlo, si quieres ―le digo, sin saber si quiere ser educada.

―No hace falta. ―Le da la vuelta al teléfono―. Son mis compañeras de


piso. Tenemos un chat de grupo.

―¿Cuántas compañeras tienes?

―Dos. Serena y Lauren. Nos mudamos todas juntas después de la


universidad. El alquiler en Nueva York es una locura si no… ―Su voz se
entrecorta y sus mejillas se ruborizan.

Estoy seguro de que estaba a punto de volver a hacer un comentario


sobre cuánto dinero tengo.

―Lauren trabaja en marketing. Serena está a punto de empezar el


último año de Derecho. Cuando se gradúe, se mudará a Carolina del Sur.
Allí es donde viven su familia y su prometido. Llevan dos años a distancia,
lo cual es impresionante.

Parpadeo, sorprendido por la cantidad de información que acaba de


compartir. Y una parte de mí se resiente, al darse cuenta de lo cínico que
me he vuelto. Estoy acostumbrado a editar los capítulos de mi vida para
asegurarme de que cualquier cosa que diga no cambiará la narrativa en
torno a la cual se ha elaborado cuidadosamente mi carrera.

―¿Eran amigas en la universidad?

Piper se encoge de hombros antes de tomar su vaso de agua. El tirante


de su camiseta de tirantes se desliza, peligrosamente cerca del borde de su
hombro.

―Más o menos. Éramos amigables. Vivir juntas era más por


conveniencia que por otra cosa. A ninguna de las dos les gusta la música.

―¿Y a ti?

Sus ojos se dirigen hacia los míos, con la sorpresa y la irritación


claramente reflejadas en ellos.
―Sí.

Me encojo de hombros y tomo el vaso. Disfruto de cómo sigue mis


movimientos, como si no pudiera creer que tenga la osadía de hidratarme
después de decir semejante cosa.

―¿Por qué crees que no me gusta la música? ―pregunta finalmente, con


tono indignado.

Trago saliva y dejo el vaso.

―No lo sé. Nunca parecías tan entusiasmada por asistir a las reuniones
en las que yo estaba. Sobre música.

―Bueno, eso era… es...

Levanto una ceja mientras atravieso capas de queso y pasta,


disfrutando al escucharla tartamudear. Sobre todo porque sé
exactamente lo que no está diciendo: fue por mi culpa. Porque no cree
que el country deba considerarse música.

―Quiero descubrir nuevos artistas ―dice finalmente―. Encontrar


talentos ocultos. No ayudar a cantantes que ya tienen éxito.

―¿En eso consiste tu promoción? ―pregunto, sin apartar los ojos del
plato. Desconfío de que sea un tema delicado.

―Sí. ―Su respuesta es suave, igual de vacilante.

―No todo el mundo tiene lo que hay que tener.

―Lo sé.

―Tendrás que dar muchos más noes que síes.

―También lo sé. Y como he oído noes, creo que entiendo lo que


significa mejor que tú.

Es decepcionante, pero no sorprendente, que hayamos vuelto a este


punto en el que Piper está convencida de que lo sabe todo sobre mí.
Especialmente divertido, teniendo en cuenta que ni siquiera me
reconoció la primera vez que nuestros caminos se cruzaron. En lugar de
aceptarlo como siempre he hecho, le replico.

―He oído que no.

―Te contrataron después de una audición. Fuiste una sensación de la


noche a la mañana.

―Trabajas en un sello discográfico, ¿y crees que fui una sensación de la


noche a la mañana? Vamos, Piper. Meses de trabajo fueron necesarios para
el lanzamiento de ese primer álbum.

―Eso no es nada comparado con los músicos que pasan décadas


persiguiendo el éxito.

―Entonces, ¿están intentando descubrir nuevos éxitos para las


comunidades de jubilados? Porque si llevan décadas intentándolo, algo no
está funcionando.

Piper exhala, dejando su tenedor.

―O no han tenido la oportunidad adecuada.

―No niego que los recursos importen. Digo que si has intentado algo
durante décadas y no has llegado a ninguna parte, quizá deberías intentar
algo diferente.

―Eso es terriblemente cínico.

Me río.

―Adivina cómo llegué a esto.

―Quizá eso diga más de ti que de la música.

La estudio.

―¿Quién te ha dicho que no?

Piper niega con la cabeza.

―No importa.
A mí sí me importa. Pero no la presiono.

―¿Harper y Mia siguen trabajando en Empire?

Sus cejas se levantan.

―¿Qué?

―Nada. Me sorprende que recuerdes sus nombres.

―Se me dan bien los nombres ―miento. Soy notoriamente terrible.

―Supongo que sí. No esperaba que supieras el mío cuando aparecí por
aquí.

Siento un vacío en el estómago cuando me confirma lo que siempre


había sospechado. Cada momento a su alrededor se ha quedado grabado
en mi cabeza como un disco atrapado en una pista determinada mientras
ella se sorprendía de que yo recordara su nombre.

No hago más intentos de conversación, sólo me concentro en terminar


mi comida.
Doce
Piper
Wagon Wheel está situado en el corazón del centro de Oak Grove.

Aunque centro es un tramo para describir tres manzanas.

Me centro en los escaparates que pasan, intentando ignorar la


presencia de Kyle al otro lado de la palanca de cambios.

Tuvimos una breve e incómoda discusión sobre quién conduciría esta


noche.

Yo estaba dispuesta a tomar mi auto de alquiler hasta que él dijo―:


Sube ―e hizo exactamente eso.

Así que yo también lo hice, y desde entonces conducimos en silencio.

Los campos abiertos dieron paso gradualmente a esta colección de


edificios que es aparentemente la totalidad del centro de la ciudad.

Me remuevo nerviosa en el asiento mientras Kyle entra en el


estacionamiento de tierra y grava. Me sorprendió tanto que me pidiera
disculpas y me invitara a un sitio que no me planteé cómo iba a ser esta
salida.

HOWDY está pintado en el exterior del edificio, las letras son grandes,
desiguales y descoloridas. Una enorme rueda de madera cuelga de la
fachada del edificio, justo encima de la puerta principal.

Toda la estructura parece un peligro para la seguridad.


Pero ninguno de los grupos que merodean fuera o se dirigen al interior
muestra aprensión alguna. Por lo tanto, escarmiento en mi expresión
mientras Kyle saca las llaves del contacto y las hace girar alrededor de un
dedo.

No dice nada. Yo tampoco.

Observo a la multitud que se ríe delante del bar: chicas con faldas cortas
y botas vaqueras, tíos con grandes cinturones y sombreros más grandes.

Me seco las palmas sudorosas en los vaqueros.

―Ninguno de ellos sabe que voy a dejar la música ―dice por fin Kyle.

Miro hacia él y descubro que está mirando al frente. Trazo su perfil con
los ojos. Mandíbula cincelada, nariz fuerte, cabello desordenado.

―No diré nada.

Me mira y siento una sacudida eléctrica cuando nuestras miradas se


cruzan. Siento que me aprieta los pulmones mientras estudia mi cara,
buscando sinceridad.

Es lo único que encontrará.

No tengo ningún interés en contarle algo que quiere mantener en


secreto.

Kyle asiente y sale de la camioneta. La mayoría de la gente que merodea


fuera mira hacia él al oír el portazo.

Respiro hondo. Puede que esté acostumbrada a estar cerca de famosos,


pero esos encuentros siempre han tenido lugar en entornos selectos y
exclusivos. Nunca en público o en medio de una multitud.

La puerta de mi lado se abre de repente.

Me desabrocho rápidamente el cinturón y me giro hacia Kyle, que


mantiene la puerta abierta con expresión expectante.

―¿Qué haces?
―Abriendo tu puerta ―responde Kyle en tono de "duh".

Un rubor me quema las mejillas, y estoy segura de que el rubor le está


diciendo todo lo que no soy.

Ningún chico me había abierto nunca la puerta de un auto. En defensa


de mis ex, normalmente estábamos en la ciudad, en transporte público.
Las oportunidades eran raras.

Pero había oportunidades, y ni uno solo de ellos las aprovechó.

Me aclaro la garganta y salto torpemente al suelo. Las bonitas cuñas


que llevaba no me ayudan a mantener el equilibrio. Tengo que agarrarme
a la puerta para mantenerme vertical.

―Eh, gracias.

―Ajá. ―Hay un deje en la voz de Kyle que sugiere que podría estar
sonriendo, pero no miro atrás para confirmarlo.

Doy zancadas hacia las puertas dobles que dan a Wagon Wheel como si
ya hubiera estado aquí antes, pasando junto a un grupo de gente que no
parece lo bastante mayor para estar en un bar y un par de hombres
mayores con los que evito el contacto visual. El cínico neoyorquino que
hay en mí, supongo. El humo del cigarrillo se arremolina en el aire
nocturno mientras camino.

Una vez dentro del bar, me invade una oleada de actividad.

La distribución es sencilla. Una larga barra se extiende a lo largo de


todo el edificio. Cientos de botellas están colocadas en los estantes
instalados detrás, las dos primeras filas cubiertas de una capa de polvo
visible desde aquí. Los taburetes se alinean en el lado opuesto de la barra,
todos llenos. En una esquina toca una banda, y una sección despejada de
madera dura está llena de parejas que ríen y bailan. Las mesas están
repartidas por el resto del local y todas están ocupadas.

Este es el lugar donde hay que estar en Oak Grove, obviamente.


Hay más gente aquí de la que yo calculaba que era la población del
pueblo.

Y todos y cada uno de ellos parecen encantados de estar aquí. No hay ni


rastro del distanciamiento ni de las poses que llenaban el club al que fui
con Serena y Lauren el fin de semana pasado. No hay un orden del día en
el que todos intenten descifrar las intenciones de los demás o presentar
una determinada versión de sí mismos.

El cambio de ambiente es sorprendente. Es agradable.

Kyle pasa junto a mi figura congelada y se adentra en el bar con la


tranquilidad de quien ya ha hecho esto muchas veces. Al cabo de un rato,
lo sigo, registrando los ojos que se mueven en esa dirección.

Todos los que están aquí tienen algo en común.

Ahora, se centra en Kyle.

No hay estampida. No hay prisa de actividad.

Es una atención más sutil, una onda de aviso, como registrar lo que
hace el chico más popular del colegio porque lleva una importancia
innata, pero sin ser lo bastante valiente para entrar en su órbita.

Estoy tan concentrada en observar el entorno que me sorprende que


Kyle se detenga ante una mesa. Yo también me detengo, estudiando con
curiosidad al grupo que se agrupa a su alrededor. Una mezcla de hombres
y mujeres, todos sonrientes y exuberantes.

Gritos de "¡Eh, Spencer!" y "¡Por fin, hombre!" nos rodean mientras la


atención de toda la mesa se desvía hacia el tipo que tengo delante.

Y me doy cuenta de que Kyle era el chico más popular del colegio.
Parece que sigue siéndolo.

La energía se desplaza en el aire para centrarse en Kyle mientras saluda


a sus amigos. Es un grupo grande, probablemente una docena de personas
en total. Una mancha de caras desconocidas.
No soy tímida, pero mantengo un círculo cerrado. Aparte del trabajo y
mis compañeras de piso, sólo hay un puñado de buenos amigos con los
que mantengo el contacto desde el instituto y la universidad.

El abrumador sentido de comunidad que prácticamente ahoga el aire


aquí dentro nunca ha formado parte de mi vida social.

Permanezco en un segundo plano torpemente, arrepintiéndome de


haber venido. Una fiesta de lástima suena cada vez mejor, incluso si hace
que el comentario anterior de Kyle sobre mí actuando como una
adolescente castigada suene un poco demasiado acertado.

Uno a uno, el grupo se fija en mí. Sonrío vacilante, sin modelo a seguir.
Lo más parecido a esta situación en la que he estado son las fiestas de
presentación de discos organizadas por la discográfica con una lista
exclusiva de invitados y compañeros de trabajo.

―Esta es Piper ―dice Kyle, ocupando uno de los asientos libres. Me


siento a su lado.

Recorre la mesa presentando a todo el mundo. Los nombres se


confunden inmediatamente en mi mente.

―¿Más bebida por aquí? ―Aparece una mujer de mediana edad, con
una camiseta de los Longhorns y un delantal.

Un par de chicos de la mesa piden algo.

―Lo de siempre, por favor ―dice Kyle.

Entonces, su atención se posa en mí. Una ceja se levanta expectante.

―Um… ―Me apresuro a escanear la mesa, tratando de evaluar lo que


todos los demás están bebiendo. Todo es cerveza, no hay cócteles ni vino a
la vista―. Una cerveza, por favor.

―¿De qué tipo, cariño?


Quiero hacer una mueca, tanto en respuesta a la pregunta como al tono
simpático que utiliza para el apodo, pero su amable sonrisa me impide
reaccionar.

―La que tú me recomiendes.

Frunce el ceño.

―Bueno, depende de si la quieres embotellada o de grifo. De grifo,


tenemos...

―Tomará una pinta de Pipeline, Maggie.

Miro a Kyle y luego a la camarera. Maggie. Asiento con la cabeza porque


no tengo otra alternativa mejor y tendré que confiar en que no me está
tomando el pelo.

―La Pipeline suena genial.

―De acuerdo entonces. ―Maggie garabatea algo en su bloc de notas y


sigue adelante.

La rubia sentada a mi lado se inclina hacia delante.

―Soy Ella ―me dice, con una amplia sonrisa.

Yo también sonrío, aunque estoy segura de que la mía es más insegura.


Le agradezco que me recuerde su nombre, porque si no, no tendría ni idea
de cómo se llama.

―Piper.

―¿De dónde eres, Piper?

―De Nueva York ―respondo.

―¿De verdad? ―Sus ojos prácticamente brillan de emoción―. Nunca


he conocido a nadie de Nueva York.

No sé qué responderle, así que sigo sonriendo. Prácticamente


desprende simpatía.

―¿De dónde eres?


Da un golpecito en la mesa.

―De aquí. Nací y crecí aquí.

―Qué bien.

―Supongo que sí. Días en los que me encanta y días en los que lo odio,
ya sabes.

Asiento con la cabeza.

―Sí, lo sé.

―¿Sigues viviendo en Nueva York?

―Sí. Me quedé para ir a la universidad y luego conseguí el trabajo de


mis sueños en la ciudad. Nunca tuve motivos para irme.

Estoy tan acostumbrada a llamarlo así: el trabajo de mis sueños.

Pero no puedo evitar pensar en las palabras de Kyle durante la cena.


«Tendrás que dar muchos más noes que síes».

Y por primera vez, me pregunto si tengo lo que hace falta. Si será tan
inspirador como siempre imaginé que sería buscar nuevos talentos.
Suponiendo que alguna vez consiga el ascenso, por supuesto.

―¡Ooh! vElla acerca su silla unos centímetros―. ¿A qué te dedicas?

―Trabajo para una discográfica. ―Miro a Kyle, que está hablando con
el tipo junto al que está sentado. De nuevo, no recuerdo su nombre―. Por
eso estoy aquí. Para repasar algunas cosas con Kyle.

Ella abre mucho los ojos, sorprendida.

―¿Has venido desde Nueva York solo para reunirte con Kyle?

Asiento con la cabeza.

―Es un artista muy valorado en Empire Records. ―No es mentira, pero


las palabras me saben raras.
Una mujer al otro lado de la mesa se ríe. Al principio, creo que se ríe de
mí. Luego, la veo inclinarse hacia delante y dirigir una sonrisa maliciosa
a Kyle.

―¿Oyes eso, Spencer? Parece que eres importante.

―Tan sorprendido como tú, Julia ―responde Kyle, su mirada choca


brevemente con la mía.

Rompo el contacto visual primero, justo cuando Maggie llega con las
bebidas.

Me pone delante un vaso lleno de líquido ámbar. Me inclino hacia


delante y chupo con cuidado la fina capa de espuma blanca antes de dar
un sorbo tentativo.

Es mejor de lo que esperaba. Creo que la última vez que tomé una
cerveza fue en una barbacoa del 4 de julio a la que fui el verano pasado, y
esta sabe menos amarga y más cítrica.

Julia se inclina hacia delante y me tiende la mano.

―Encantada de conocerte, Piper.

―Igualmente ―digo, estrechando la suya.

El calor de las risas que me rodean y la cerveza fría en la mano me


relajan un poco. No estoy segura de lo que esperaba de los amigos de Kyle,
pero no era este ambiente tan acogedor.

La segunda cerveza cae mucho mejor que la primera. Cuando Maggie


deja la tercera, ya estoy disfrutando.

Ella y Julia sienten curiosidad por Nueva York y me hacen preguntas


más rápido de lo que puedo seguirles. El rápido ritmo hace que sea
imposible pensar. De dudar. En cuanto las mujeres hacen una pausa en
sus preguntas, alguien sugiere bailar. Estoy lo suficientemente excitada
como para ser la primera en asentir.
Miro a Kyle entre sorbos de cerveza. Sigue inmerso en una
conversación con el tipo que tiene al lado.

Por lo que he oído en la mesa, creo que se llama Hudson. La mujer que
está a su lado tiene una mano despreocupada sobre su rodilla. Se inclina
hacia delante y dice algo que hace reír a los dos chicos.

En el fondo, hay una chispa de lo que se siente un poco como


decepción. Desde que hizo mi pedido de bebidas, Kyle no me ha dicho ni
una sola palabra.

La mujer que está junto a Hudson se levanta de repente y saluda con la


mano. Toda la mesa se gira para ver a una mujer morena que se acerca a
nosotros. Es alta y musculosa, con el cabello castaño cortado a lo largo de
los hombros. Los mechones caen lisos y rectos, sin que les afecte la
humedad.

―Lo siento mucho ―dice―. Me he perdido. Aquí todas las carreteras


son iguales y sigo sin cobertura. ―La mujer mira alrededor de la mesa y
sus mejillas enrojecen cuando se da cuenta de que todos la estamos
mirando―. Hola a todos.

Inmediatamente, nota la presencia de otra forastera.

La novia de Hudson salta hacia ella y le da un fuerte abrazo.

―Me alegro de que hayas venido. ―Se gira y presenta a la recién


llegada como si fuera el premio de un concurso―. Todos, esta es Natasha.
Natasha, estos son todos.

Natasha se sonroja y saluda.

―Morgan no para de hablar de ti ―dice Ella―. Encantada de


conocerte, Natasha.

Natasha asiente y sonríe, con las mejillas aún sonrojadas.

Debería estar encantada de que aparezca otra desconocida. Unirse a un


grupo establecido siempre es incómodo. Y parece que Natasha está tan
poco acostumbrada a la vida en Texas como yo.
Pero cualquier buena voluntad desaparece cuando veo a Hudson
levantarse y ocupar el asiento de Morgan, tirando de su novia hacia su
regazo.

―Toma la silla, Natasha.

La única silla en cuestión está al otro lado de Kyle. Veo cómo le hace una
mueca a Hudson, que sonríe. Kyle sacude la cabeza y sonríe.

Algo se aprieta, agudo y desagradable, en lo más profundo de mi


estómago. Una fea torsión.

Me bebo el resto de la cerveza y me pongo en pie.

―¿Seguimos bailando?

Julia y Ella se levantan inmediatamente. Julia me toma de la mano,


toma la iniciativa y me arrastra lejos de la mesa hacia el baile.

No suena ningún ritmo sensual. La canción es alegre y claramente


country, con el graznido de un violín y el punteo de un banjo. Miro a las
otras dos mujeres en busca de orientación sobre cómo bailarla, pero el
ambiente general parece ser que aquí no hay una forma correcta de
bailar. Doy vueltas y me balanceo, dejándome llevar por el sonido.

Estoy sudada y sin aliento cuando señalo hacia la barra, avisando a


Julia y Ella de que voy a por otra copa.

Encuentro un hueco y me deslizo en él, esperando a que el camarero


baje.

―Hola.

―Hola. ―Sonrío al tipo del taburete de al lado, fijándome en los


vaqueros y la camisa de cuadros remangada. Es uno de los pocos que no
lleva sombrero vaquero, dejando ver una cabeza desordenada de cabello
negro.
En su expresión hay una seriedad infantil que resulta entrañable y que
está ausente en la mayoría de los hombres que conozco. Es ciertamente
diferente de la molestia y la evasión a la que estoy acostumbrada con Kyle.

Nos sonreímos mientras disfruto del cálido zumbido de la vida que se


siente simple y fácil.

―Soy Jack ―me dice.

―Piper.

―¿Puedo invitarte a una copa, Piper? ―La mirada de Jack baja hasta
mi pecho durante medio segundo antes de volver a subir hasta mi cara,
haciendo evidente su interés.

Y... estoy tentada. Muy tentada. Ha pasado mucho tiempo desde que
tuve a un chico entre mis piernas. La parte más explosiva de mi relación
con mi ex más reciente fue nuestra ruptura, así que parece que ha pasado
incluso más tiempo del que ha pasado. Además, me apetece distraerme de
dónde estoy y por qué.

Pero no estoy tan achispada como para olvidar quién me trajo hasta
aquí. En qué casa estoy durmiendo. De ninguna manera voy a llevar a un
tipo al rancho de Kyle, y no estoy dispuesta a ir a casa de un desconocido
en un pueblo que he visitado exactamente una vez. Por no hablar de sufrir
el humillante suplicio de pedirle que me deje en casa de Kyle después o,
peor aún, tener que pedirle a Kyle que me recoja. Dudo mucho que esta
ciudad tenga un servicio de transporte compartido.

Así que sonrío, sacudo la cabeza y me escabullo. Sorteo los taburetes


hasta que llego a un hueco en la barra más cercano al extremo opuesto.

Me giro y apoyo los codos en la superficie de madera, estudiando a la


gente mientras espero a que me sirvan. Mi atención se centra en dos
chicas acurrucadas en una mesa en la esquina de la barra.
No están centradas en mí. Están mirando hacia donde está sentado
Kyle, la rubia de la pareja sacude la cabeza y se sonroja mientras su amiga
morena le da un codazo. La morena se levanta de repente.

La rubia la agarra rápidamente del brazo y tira de ella hacia abajo, con
un No de pánico evidente desde el otro lado de la habitación.

Su amiga pone mala cara y bebe un sorbo de cerveza mientras la rubia


echa otro vistazo a Kyle.

Kyle es totalmente ajeno al drama que lo rodea o, al menos, finge serlo.


Está hablando con Morgan, Hudson y Natasha. Desvío rápidamente la
mirada.

No hay duda de que todo el mundo se ha dado cuenta de su llegada, pero


aún no he visto a nadie acercarse a él. Su presencia parece ser una
novedad en este bar.

Me pregunto si no viene mucho por aquí o si acaba de alcanzar ese


esquivo nivel de fama en el que el atractivo nunca desaparece, ni siquiera
en tu propia ciudad natal.

―¿Qué desea, señora?

Me giro hacia el camarero de mediana edad.

―Un agua helada, por favor.

Asiente.

―Enseguida.

Le doy las gracias y vuelvo a mirar a la multitud. Un destello de cabello


claro capta mi atención. La mujer rubia está caminando, acercándose a la
mesa de Kyle con pasos seguros. Se detiene a unos tres metros y mira a su
amiga morena, que le hace un gesto de apoyo con el pulgar.

Estoy nerviosa por ella, viendo cómo se acorta el resto de la distancia


que la separa de la silla de Kyle.
No hay nada más desgarrador que ver a alguien poner cara de valiente y
armarse de valor, sólo para ser derribado.

Cuando empecé a trabajar en Empire, me encaprichaba de muchos


artistas cuando entraban en la oficina. Después de encontrarme con
algunos que no me daban las gracias o ignoraban totalmente mi
presencia, el asombro se desvanecía rápidamente.

La fama revela quién eres. No lo cambia.

Kyle nunca actuó como si nadie en la oficina estuviera por debajo de él.
En parte por eso sus reuniones se consideraban prácticamente una fiesta
nacional entre el personal femenino.

El resto tiene que ver con la sonrisa que dirige a la rubia, asintiendo a lo
que sea que esté diciendo.

Estaba tan segura de que el encanto era una actuación, que se


pavoneaba en secreto. Pero esa suposición se ha ido desvaneciendo poco a
poco desde que llegué a Oak Grove.

En este punto, estoy esencialmente viviendo con el tipo. Si llevara una


máscara, ya se le habría escapado. La única vez que parece actuar de otra
manera que jovial y despreocupado es... a mi alrededor.

Es irritante. También lo es darme cuenta de que me molesta.

Que Kyle me importe una mierda -cómo acabe su carrera, por qué se
marchó, qué ha revelado la fama sobre él- no formaba parte del plan.

Está complicando lo que ya era un lío.

El camarero vuelve con mi agua helada. Le doy las gracias y bebo un


largo sorbo, saboreando el goteo del agua fría en la garganta.

Tengo la nuca pegajosa de sudor y los rizos hinchados en un halo de


humedad. El aire acondicionado ineficiente parece ser un tema común en
esta ciudad.

―¡Aquí estás! ―Ella se sienta a mi lado.


―Pensábamos que te habíamos asustado ―añade Julia, deslizándose a
su lado.

Sonrío.

―No, en absoluto. Sólo estoy cansada. Un día largo.

―¿Tienes que trabajar los fines de semana? ―Ella pregunta.

―No. Estuve henificando.

Julia se ríe.

―¿Qué? ¿Por qué?

Me encojo de hombros.

―Tenía curiosidad. Quería ver si podía convencer a Kyle de que me


dejara ayudar.

Ella frunce la nariz.

―¿Por qué no te dejaría ayudar?

―Puede ser, ya sabes… ―Busco la palabra adecuada, teniendo en


cuenta que son sus amigos―. Difícil.

―¿Kyle? ¿Difícil? ―La sonrisa de Ella se transforma en una mueca―.


¿Hablas en serio?

Dudo, luego asiento con la cabeza.

―Quizá sea diferente con el tema de la música.

Es obvio que me está aplacando, así que dejo el tema. Es diferente


conmigo, no con la música, pero me da vergüenza admitirlo.

Ella y Julia me convencen para que siga bebiendo agua con chupitos de
tequila, y me doy cuenta de que es un error, incluso antes de que el
alcohol humeante llegue a mi lengua.

Cuando vuelvo a la mesa con ellas, estoy sudorosa y más que un poco
achispada. Y me estoy planteando seriamente quitarme las cuñas y
caminar descalza a pesar de que el suelo de madera parece haber sido
lavado por última vez antes de que yo naciera.

Kyle parece sobrio, superior y poco impresionado mientras me


desplomo en el asiento de al lado, y odio que me importe un poco lo que
piense.

Fue él quien me invitó. Y también es la razón por la que tengo un


montón de energía nerviosa que quemar. Mi viaje a Texas hasta ahora no
ha sido exactamente unas vacaciones relajantes.

Natasha sigue sentada a su lado, sorbiendo delicadamente un vaso de


agua.

―Resulta que esta ciudad es más divertida de lo que pensaba ―digo,


tomando una servilleta de la mesa y utilizándola como improvisado
abanico. No consigue absolutamente nada.

―Qué cumplido tan dulce ―me dice Kyle.

No estoy lo bastante borracha como para perderme las miradas que se


intercambian alrededor de la mesa en respuesta a su tono seco. Sí, es cosa
mía.

―He dicho este pueblo, no tú. Lo único que has hecho es estar aquí
sentado toda la noche.

―Algunos de nosotros hemos trabajado hoy, Piper.

―Sentarse en un tractor no es tan difícil.

Kyle inclina la cabeza hacia atrás, como si rezara en silencio para tener
paciencia.

Natasha se inclina hacia delante, dirigiéndome una pequeña sonrisa.

―¿He oído que eres de Nueva York, Piper?

―Sí.
Natasha espera. Cuando no digo nada más, pregunta―: ¿Es tu primer
viaje a Texas?

―Ajá. El primero y el último, espero.

Kyle gruñe por lo bajo y se aparta de la mesa.

―Deberíamos irnos. Gracias por organizar esto, Dunc. Encantado de


conocerte, Natasha.

―Igualmente. ―Ella lo mira y mi estómago se revuelve


desagradablemente.

―Piper. Vámonos.

Lanzo un suspiro mientras me estiro hacia arriba, con los músculos


sueltos y relajados. Por desgracia, el alcohol no es suficiente para aliviar el
dolor punzante de las ampollas.

Tengo que ir cojeando hacia la puerta después de despedirme de todos.


Kyle suspira varias veces, mostrando su impaciencia por mi lentitud.

La multitud fuera del bar ha desaparecido, dejando sólo un par de


personas en el aparcamiento. No tengo ni idea de qué hora es.

Salir al aire nocturno me ayuda a despejarme un poco, pero no tanto


como esperaba.

A medio camino del aparcamiento, oigo una voz masculina que grita―:
¡Piper!

Kyle mira hacia atrás, sacude la cabeza y sigue caminando hacia su


vieja camioneta.

Me giro y me doy cuenta de que es el chico que se ofreció a invitarme a


una copa. Esbozo una sonrisa falsa y busco su nombre en mi memoria.

―Hola, Josh.

―Soy Jack.

Una risita seca suena detrás de mí.


Me rechinan las muelas.

―Jack, claro.

―¿Vas a salir? ―pregunta.

Asiento con la cabeza y oculto un bostezo con la mano.

―Ha sido una noche larga. Espero no sentirme como un animal


atropellado por la mañana. Ha sido un placer conocerte.

―¿Y mañana? ―pregunta Jack antes de que pueda darme la vuelta


para irme―. ¿Estás libre para cenar?

Mi horario aquí no es más que libre. Sin embargo, las citas no son la
forma en que debería llenarla.

―No estoy libre. ―Doy un paso atrás, casi tropezando con mis pies―.
Estoy ocupada. Muy, muy ocupada. Buenas noches.

Empiezo a andar antes de que pueda responderme con una palabra,


saludando con la mano por encima del hombro y haciendo una mueca de
dolor cuando mis cuñas se tambalean sobre los guijarros esparcidos por el
estacionamiento de tierra.

Kyle está esperando en su camioneta con el motor en marcha,


golpeando con los dedos el exterior de la puerta a través de la ventanilla
abierta.

Doy tumbos hasta el lado del copiloto, abro la puerta, me meto en la


cabina con un resoplido y caigo de bruces.

―¿Te dejo en casa de los Ransom?

Lo miro con los ojos entrecerrados mientras forcejeo con el cinturón de


seguridad.

―¿De qué estás hablando?

―Parece que hiciste buenas migas con Jack Ransom. Es un buen tipo.
Suena un clic y me desplomo contra el asiento, inmensamente aliviada
por no tener que seguir caminando.

―¿Eres amigo suyo?

Kyle enciende un intermitente al salir del estacionamiento de Wagon


Wheel.

―Claro.

No sé qué pensar de esa respuesta.

―No entiendo la dinámica de los pueblos pequeños.

―No hay nada que entender, Piper. Es un pueblo pequeño. Todo el


mundo se conoce. Fin.

Tarareo, centrando mi mirada en la oscuridad que se desliza fuera.

―Eso suena bastante bien en realidad.

―¿En serio? ―Su tono está cargado de incredulidad.

―Sí, de verdad. Probar cosas nuevas es bueno. Es sano.

―Lo dice la mujer que está aquí para devolver mi vida a lo que ha sido
durante la última década.

―Siento oír que ser rico y famoso fue tan duro para ti.

―Sigo siendo rico y famoso.

Me burlo en voz alta de su arrogancia, me inclino hacia delante y


enciendo la radio.

En un infierno de coincidencia -o tal vez no lo sea, teniendo en cuenta


que su radio antigua probablemente sólo capta una emisora local-
empieza a sonar una canción de Kyle Spencer.

Unos segundos después, apaga la radio.

Le echo un vistazo.

―¿No eres fan?


Kyle no esboza ninguna sonrisa.

Pongo los ojos en blanco y vuelvo a mirar fuera, dejando caer el brazo
por la ventana abierta. La brisa fresca se desliza entre mis dedos abiertos,
el roce del aire me roza la piel como un cosquilleo agradable. El tequila
recorre mi torrente sanguíneo en torrentes perezosos, haciéndome los
párpados pesados y los miembros flojos.

―Tus amigos son simpáticos.

―Lo sé.

―Natasha es guapa.

―Sí. ―Su tono es tan corto como su respuesta.

―¿Es una gran fan de la música country?

―No surgió el tema.

―¿Por qué no?

Kyle exhala, largo e irritado.

―Simplemente no surgió. Tal vez lo habría hecho si no te hubieras


emborrachado y no tuviéramos que irnos.

―Estoy atrapada en medio de la nada, contigo, y no tengo ni idea de


cuándo podré volver a casa. Obviamente, me emborraché.

―Qué jodidamente profesional.

Más de la neblina se desvanece.

―Lo dice el tipo que me invitó a un bar. ¿Querías que me sentara sola
en un rincón, sobria?

―Bastante seguro de que hay un término medio entre sobrio y chupitos


de tequila.

―Bastante seguro de que no tienes nada que decir en mis decisiones.


―Sí, ya sabemos que haces lo que quieres sin tener en cuenta a los
demás, Piper.

Me arde la sangre.

Estoy borracha con mucho más que el tequila que me tomé para olvidar
dónde estoy atrapada en el futuro inmediato. Estoy achispada por Kyle y
la forma temeraria en que me hace sentir.

Estoy cabreada. Pero también es emocionante discutir con él.

―¿Cómo te alejas de la música por tus fans? ¿Por tu equipo? ¿Por tus
amigos? Si lo has decidido, ¿por qué no se lo has dicho a ninguno de ellos?

―Por milésima vez, no es de tu puta incumbencia.

Kyle vuelve a encender la radio. Sorpresa, sorpresa, recibe más de una


emisora. Pero está sonando otra canción country, y sube el volumen hasta
que es imposible seguir hablando.

Me alejo lo más posible de él y me acerco todo lo que puedo a la fresca


brisa que entra por la ventana.

Mientras contemplo la oscuridad, repaso mentalmente mi lista de


errores de esta noche.

No debería haberme puesto estos zapatos.

No debería haber bailado tanto.

No debería haber bebido tanto.

Error, error, error.

Y ninguno de ellos me ha acercado más a la razón por la que estoy aquí.

El éxito se siente más lejos que nunca.


Trece
Kyle
Esperaba despertarme de mejor humor que cuando me dormí.

No ha habido suerte. Sigo cabreado.

Suelto un largo suspiro y me despego de las sábanas, sentándome en un


lado de la cama y pasándome los dedos por el cabello.

Se suponía que anoche iba a ser divertido. Una escapada de la realidad.


Una vuelta a los días de instituto y a los carnés falsos antes de que
tuviéramos responsabilidades de adultos.

En lugar de divertirme, estuve nervioso toda la noche.

Y es completamente culpa de Piper.

Incluso después de convencerme de que no iba a decir nada sobre por


qué estaba aquí en realidad, no podía relajarme. No dejaba de
recordármela -escuchar su voz, ver un destello de cabello rojo, oler su
champú- y me resultaba imposible ignorar por completo su presencia.

Entonces, decidió emborracharse.

Odio estar con gente borracha. Me trae demasiados recuerdos


desagradables que me esfuerzo por mantener enterrados. Y planeaba
conducir ella misma, lo que me enfurece aún más. Yo no le habría
permitido ponerse al volante, obviamente, pero aún así me enfurece. Es
una mujer adulta, y yo no soy su maldita niñera.
Más que nada, estoy enojado porque me distrajo. Enojado porque me di
cuenta de los chupitos y el baile y los chicos mirándola. No estoy
acostumbrado a que dividan mi atención cuando voy a algún sitio; nunca
me había pasado.

Me visto con pantalones cortos de baloncesto y zapatillas, voy al baño -


mirando la docena de botellas todo el rato- y bajo las escaleras. El sol
apenas ha empezado a salir, con su luz dorada brillando al fondo del
horizonte.

Me estiro en la barandilla del porche y empiezo a trotar a un ritmo


suave que aumenta rápidamente al recordar todas las razones por las que
estoy molesto.

El golpeteo de mis zapatos contra la calzada de tierra me tranquiliza,


así que intento concentrarme en eso y en nada más, corriendo campo tras
campo hasta que mi respiración se agita y el sudor me corre a chorros. Me
adelantan algunos camiones, el equipo matutino que viene a ordeñar.
Saludo con la mano, pero sigo corriendo. Tengo los músculos doloridos
por el trabajo manual al que los he sometido la semana pasada, pero
acepto el ardor del dolor.

Cuando vuelvo a ver la casa, me encuentro con una visión desconocida.

Piper está sentada en el columpio del porche, con los pies descalzos
apoyados en la barandilla. Se me revuelve el estómago como si fuera a
caerme hacia delante, reaccionando ante la visión.

Tiene mejor aspecto del que esperaba, teniendo en cuenta los ruidos del
baño de anoche. Estoy seguro de que bebió su peso en cerveza y tequila en
Wagon Wheel.

A tres metros del porche, reduzco el paso. Pensé que tendría unas horas
antes de verla, así que no he pensado en lo que le voy a decir. Bajo el sudor
y el cansancio, todavía hay un lento hervor de ira.

―Te has levantado pronto ―comenta cuando llego al final de la


escalera antes de tomar un café.
Internamente, me alegro porque eso significa que se ha preparado una
cafetera mientras yo salía a correr y, por alguna razón, su café sabe
mucho mejor que el mío. La mayoría de la gente probablemente
consideraría que preocuparse por eso es un punto bajo. Pero me siento
bien preocupándome por las pequeñas cosas. Durante demasiado tiempo,
sólo me he centrado en lo importante. Grandes metas, no pequeñas
victorias.

―Anoche no era yo el que se tomaba chupitos de tequila ―respondo,


apoyándome en la barandilla.

Una ligera brisa agita el aire y es increíble sentirla sobre mi piel


sudorosa. Contemplo las hojas verdes del roble ondear al viento hasta que
la voz de Piper desvía mi atención del árbol hacia ella.

―No has bebido nada.

Me sorprende que se haya dado cuenta, pero no dejo que se note. Su


insinuación de que yo no era divertida podía ser innecesaria, pero era
cierta. Irónicamente, solía ser el alma de la fiesta. Era joven e
imprudente, me decían que pareciera que me lo estaba pasando como
nunca porque eso significaría más corridas y yo estaba ansioso por
escuchar.

―Estaba conduciendo.

Piper respira hondo, chupándose el labio inferior entre los dientes.

―Lo siento.

Cruzo los brazos.

―¿Por qué?

Suelta una carcajada.

―Por casi todo lo que dije e hice después de llegar al bar. Todo el
mundo era amable, pero era raro estar con un grupo de gente que se
conocía tan bien. Estaba... nerviosa, así que seguí bebiendo. Y estoy
frustrada por estar aquí. Pero eso tampoco es exactamente culpa tuya. Así
que, sí, lo siento. Fue muy poco profesional.

Joder, creo.

Anoche tardé un par de horas en dormirme, estaba tan enfadado. Corrí


durante una hora en un intento de deshacerme de la irritación
persistente.

Y desapareció. Totalmente ausente, como si nunca hubiera existido,


sólo porque ella se disculpó.

Un truco que podría considerar imperdonable si fuera cualquier otra


persona.

Me digo a mí mismo que es porque tiene razón -estamos atrapados


juntos-, pero me preocupa que haya algo más.

―No pasa nada ―digo, pero no estoy seguro de que sea así. Me
preocupa a dónde podrían llevar estos sentimientos.

Piper bebe un sorbo de café y vuelve a centrarse en mí.

―Es bonito que te hayas mantenido tan unido a tus amigos. Yo no


mantuve el contacto con tanta gente con la que fui al instituto, y nunca
me fui. Tampoco soy famosa.

―Siempre he mantenido las dos cosas separadas.

Demasiado separados probablemente. Hay coincidencias entre Kyle y


Miles, pero siempre los he tratado como dos personas diferentes. Éxito y
fracaso. Felicidad y angustia.

Me aclaro la garganta para romper el silencio.

―Será mejor que vaya a ducharme. Todavía tengo treinta acres que
terminar hoy.

―¿Van a venir los chicos?

―No. Tienen vidas.


―¿Qué podría ser mejor que pasar el día con Kyle Spencer?

Me enderezo, poniendo los ojos en blanco.

―Conozco el sarcasmo.

Piper se encoge de hombros, sonriendo un poco.

―Veo un poco el atractivo.

―¿Lo ves? ―Sueno incrédulo, y ni siquiera estoy bromeando. Lo que


más me molesta es que no sé si habla en serio.

Entre ataques de irritación, anoche analicé demasiado el comentario de


Piper de que Natasha es guapa. Es el único indicio de que la atracción
entre nosotros no es unilateral que he recibido de ella. Si estaba celosa en
el bar, lo ocultó bien. Y yo lo sabría, teniendo en cuenta que mi atención
estaba puesta en ella y no en Natasha, incluso cuando debería haber sido
al contrario.

Piper no responde. Se levanta y se estira, provocándome con una vista a


la curva del hueso de su cadera. Lleva el mismo pijama que se puso en la
cocina la primera noche que pasó aquí, con los rizos rojos sueltos y
cayéndole por los hombros.

―¿Necesitas que te abra la puerta hoy?

―¿Qué? ―es mi brillante respuesta.

Piper mira hacia el granero.

―Sé que ayer... no fue bien. Pero literalmente no tengo nada más que
hacer, así que...

Estoy tan desconcertado que tardo un minuto en responder.

―Primero tengo que ir al pueblo a comprar algunas cosas a la


ferretería. Tengo pensado sacar el tractor esta tarde.

Vacila y luego dice―: Me gusta ir de compras.

Levanto una ceja.


―¿De materiales de construcción?

Estoy seguro de que la respuesta es no.

Piper sonríe.

―No, pero me gustaría ver algo más que Oak Grove.

―¿En serio? ―Sueno incrédulo, y ella se burla.

―En serio.

―De acuerdo, entonces. Deja que me prepare y luego nos vamos.

Piper asiente.

Le devuelvo el gesto y me dirijo a la puerta principal.

―Oye, ¿Kyle?

Miro hacia atrás.

―¿Sí?

Ella sonríe.

―Quizá me has subestimado.

Le devuelvo la sonrisa.

―Quizá me has juzgado mal.


Catorce
Kyle
Adler's tiene el mismo aspecto que la última vez que estuve aquí, hace
unos cinco años. La ferretería está más concurrida de lo que esperaba,
pero un marco ancho se abre paso entre la multitud y rodea el expositor
de botes de pintura en cuanto suena el timbre sobre la puerta.

―Hola, Deacon ―saludo.

Deacon Adler sonríe y me tiende una palma callosa para que la


estreche. Su apretón es firme.

―Hola, Kyle. Me alegro de verte, hijo.

―Lo mismo digo. ―Echo un vistazo a la concurrida tienda y mi mirada


se detiene en la pelirroja que se ha parado a mirar el expositor de parrillas
de la entrada―. El negocio va bien.

―Es bueno. Siempre hay algo roto o que necesita arreglo por aquí.

―Ya lo sé. La granja necesita un tejado nuevo.

Las cejas de Deacon se levantan una pulgada.

―Un gran proyecto.

―Sí. Quité las tejas viejas, pero también hay que quitar y cambiar la
tela asfáltica.

―¿Limpiaste todo el techo? ¿Tú mismo? ―Imposiblemente, sus cejas


se arquean.
Asiento con la cabeza y saco el papel del bolsillo.

―Tengo aquí las medidas de los nuevos materiales, pero no estaba


seguro de cómo calcularlo todo.

Él asiente.

―Puedo ayudarte con eso. ¿En qué materiales estabas pensando?

―Madera. Como era antes.

Deacon se rasca la barba.

―Yo recomendaría metal. Dura más y resiste mejor las tormentas.


Además, reflejará el sol y mantendrá el interior más fresco durante las
olas de calor, como las que estamos teniendo ahora. El único
inconveniente es el coste.

Se me ocurre otro.

―No tengo ni idea de cómo instalar un tejado de metal, Deacon.


Apenas sé instalar uno de madera.

―Puedo llevar un equipo a tu casa mañana a primera hora.

―¿Hastings? ―Supongo.

Deacon asiente.

―Tiene mucha experiencia.

Exhalo un largo suspiro, entre el alivio y la indecisión. El tejado es un


proyecto enorme. Exactamente lo que buscaba cuando llegué. Algo
concreto que abordar. Una tarea clara que completar después de haber
estado fuera tanto tiempo y sólo haber aportado dinero, que Mabel y John
apenas gastaron. Pero no hay escasez de otras tareas en el rancho, y esto
se encargará de las cosas mucho más rápido de lo que yo mismo podría
manejar.

―De acuerdo, sí. Gracias.

―¿Necesitas algo más?


Echo un vistazo a la lista.

―Clavos, semillas y guantes de nitrilo.

―Los clavos están en el pasillo doce, las semillas de césped en el cinco,


y todos los guantes de trabajo junto a la caja registradora. Llamaré a Cal
para que vaya a tu casa a primera hora.

―Gracias, Deacon.

Me agarra del hombro, dándome una ligera sacudida.

―Aquí tienes un hogar. Siempre.

Asiento con la cabeza, con un nudo en la garganta.

Deacon me da una palmada en el hombro.

―Si necesitas algo más, dímelo.

―Lo haré. Gracias.

Tardo unos diez minutos en recoger todo lo que necesito y pasar por
caja.

Piper sigue curioseando cuando me dirijo a la salida.

―¿Tienes una parrilla? ―pregunta, levantando la tapa de una de gas de


tres quemadores cuando me detengo a su lado.

―Creo que hay una vieja de carbón en algún lugar del granero.

―¿Eh?

―¿Tienes una parrilla? ―pregunto ya que es lo único que se me ocurre


decir en esta extraña conversación.

―Vivo en un cuarto piso sin ascensor ―dice.

―Entonces... ¿eso es un no?

―Eso es un no ―confirma, cierra la tapa y se dirige a la puerta.


Los padres de Tommy caminan por la acera cuando salimos de Adler's.
En Oak Grove, sería imposible visitar el centro y no cruzarse con alguien
conocido.

―¡Kyle! ―La Sra. Sullivan me abraza y el Sr. Sullivan me da una


palmada en la espalda―. Me alegro de verte.

―Yo también me alegro de verlos ―respondo.

―Me alegro mucho de que estés descansando. No paraba de ver


artículos sobre tu última gira ―me dice la madre de Tommy.

Asiento con la cabeza y digo―: Yo también.

―¿Cuánto tiempo estarás aquí?

Me cuido de no mirar a Piper mientras me encojo de hombros.

―Aún no estoy seguro.

Así es como transcurren el noventa y nueve por ciento de mis


conversaciones aquí, parece. Todo el mundo me ve como algo transitorio,
aquí sólo por un momento antes de irme de nuevo.

Me pregunto qué dirán cuando anuncie que he vuelto para quedarme.

Tras otro minuto de charla, continúan por la acera.

―¡Estamos deseando que llegue el miércoles! ―dice el padre de Tommy


por encima del hombro.

―¿Qué día es el miércoles? ―pregunta Piper.

Gracias, señor Sullivan.

Aparto la mirada de las espaldas de los Sullivan.

―Abre la feria de verano. Voy a actuar.

―¿Vas a actuar?

―Mm-hmm. ―Me dirijo a la camioneta, ignorando a propósito la


expresión incrédula de Piper mientras me sigue.
―¿Y no se te ocurrió mencionarlo? ―Prácticamente corre para
seguirme.

―¿Qué más da?

―¿Qué más da? ¡Estás actuando! Dijiste que habías terminado, ¡pero
estás actuando!

Me doy la vuelta para mirarla.

―Baja la voz, por favor.

Pone los ojos en blanco, pero sus siguientes palabras son más suaves.

―No me lo has dicho porque lo estás reconsiderando.

―No. No te lo dije porque no pensé que seguirías aquí. Tenías razón


antes. Te subestimé. Pensé que volverías corriendo a tu cuarto piso sin
ascensor después de una noche. Toco en la feria todos los años, Piper. Es
para recaudar fondos. No significa nada.

Lanzo la bolsa de plástico con mis compras a la parte trasera de la


camioneta, el ruido sordo al golpear la caja de clavos contra el metal es
inmensamente satisfactorio.

Ella exhala y nos quedamos de pie, uno frente al otro, intentando


averiguar qué más decir.

Estoy tan molesto como anoche y no sé por qué. Es como una mosca
irritante que no me atrevo a espantar. Y eso no tiene sentido. Mi decisión
es firme: no tengo ningún interés en volver a la música. Pero no será
motivo de celebración cuando Piper se vaya. Será volver a una rutina
sombría y predecible.

Primero rompe el contacto visual, apartando la vista de mí y mirando


al otro lado de la calle.

―¿Qué pensabas cenar? Nos hemos quedado sin las sobras de Mabel.

Parpadeo, sorprendido por el repentino cambio de tema. Por no hablar


del nosotros casual.
―El congelador está lleno de… ―Carne, me doy cuenta―. Deberíamos
hacer la compra.

Ninguno de los dos discute lo que eso implica mientras cruzamos la


calle y nos dirigimos al supermercado.

Hacía mucho tiempo que no entraba en un supermercado.

Mabel ha seguido haciendo la compra desde que he vuelto a Oak Grove.


Antes aparecían comidas preparadas en mi nevera o me las entregaban en
el hotel.

Esta fue probablemente la última tienda de comestibles en la que


estuve. Y tiene el mismo aspecto, con carteles rojos y blancos marcando
cada pasillo.

Piper no comparte mis dudas. Toma rápidamente un carrito vacío y


empieza a recorrer el pasillo de las frutas y verduras, deteniéndose de vez
en cuando para tomar algún producto. Yo la sigo, como un niño pequeño
obligado a ayudar a sus padres.

Cuando nos acercamos a la caja, el carrito está lleno. La mayoría son


ingredientes crudos que yo no sabría qué hacer con ellos, así que espero
que Piper sí sepa. Como contribución, tomo una bolsa de patatas fritas del
expositor que hay al final de un pasillo.

Lucille Evans trabaja hoy de cajera. Charlamos educadamente mientras


Piper descarga el carro lleno para que Lucille lo registre todo.

Una vez escaneado y embolsado todo, Lucille anuncia el total. Piper se


adelanta, pero yo la bloqueo.

―Yo pago.

―Yo pago. Son cosas para mí de todos modos.

―¿Qué, no vas a compartir?

Piper pone los ojos en blanco.


―Mira, la discográfica me da un estipendio por cada día que estoy aquí.
Y hasta ahora no he gastado nada. Puedo permitirme algunas compras.

Consideraría las cinco bolsas de comida que hay en el carrito más que
unas pocas, pero no lo menciono.

―Yo también puedo. Como no paras de señalar, soy rico.

Lucille mira a un lado y a otro entre los dos, observándonos como si


fuéramos un partido de tenis.

―También eres… .―Piper se interrumpe, pero las dos sabemos lo que


iba a decir―. Bien ―murmura, guardando su tarjeta y haciéndose a un
lado para que yo pueda golpear la mía contra la máquina.

Y unos segundos después, un reticente―: Gracias.

De alguna manera, un gracias a regañadientes de ella significa más que


el agradecimiento efusivo de cualquier otra persona.
QUINCE
Piper
PIPER: Actualizació n: Las cosas van MUY mal con Kyle.
HARPER: Bueno, no me sorprende.
HARPER: ¿Ha firmado con otra discográ fica?
PIPER: No.
PIPER: No estoy hablando de mú sica.
HARPER: ????
PIPER: No me digas que me lo has dicho.
PIPER: No es *tan* malo como pensaba.
HARPER: Bueno, has durado má s de lo que creía posible. Ha sido elegido el
hombre vivo má s sexy varias veces.
PIPER: Lo má s probable es que vuelva a cabrearme pronto.

Mi segunda experiencia con el heno ha ido mejor que la primera.

Es cierto que el listón estaba extremadamente bajo.

Kyle no dijo mucho una vez que regresamos del viaje a la ciudad. Se
dirigió a "arreglar algunas cercas" después de descargar las compras.
Luego, lo vi esparciendo semillas de césped en los espacios vacíos del
jardín delantero entre mensajes de texto con Harper y Serena, que se
preguntaba cuándo volvería para alternar los turnos en el baño. No tenía
una buena respuesta.

No esperaba que Kyle volviera a entrar y me preguntara si todavía


quería henificar con él, pero lo hizo.
Así que vuelvo a estar encaramada al lado del asiento después de abrir y
cerrar con éxito tres compuertas. No tengo nada más que aportar, como
dijo Kyle la primera vez que me ofrecí a ayudar, pero esta vez ninguno de
los dos lo ha mencionado.

Me entregó mi propio sombrero vaquero antes de irnos, uno viejo que


dijo que era de Mabel y que salió de una caja con una gruesa capa de
polvo. No le pregunté por qué las iniciales del interior no coincidían con
el nombre de ella porque estoy harta de ponerle a la ofensiva. Lo dejo
conducir, literal y figuradamente.

El ala ancha me da sombra en la cara, pero los brazos se me están


poniendo rosados bajo el resplandor constante del sol. La crema de
protección solar era otro elemento esencial que no había metido en la
maleta. Normalmente, paso la mayor parte del verano dentro de casa y
sólo salgo por la noche, cuando hace un poco más de fresco.

Los brazos de Kyle ya están morenos, y me acuerdo de ello cada vez que
sus músculos me llaman la atención.

Que es cada vez que gira el volante.

Que es con frecuencia.

No nos tocamos, pero podríamos hacerlo. Estamos tan cerca que puedo
olerlo. Lo bastante cerca como para ver el pulso constante y uniforme de
su corazón justo debajo de la mandíbula. Lo bastante cerca como para
darme cuenta de que tiene el cabello rebelde y de que le hace falta un
corte, con las puntas enroscadas bajo el ala desgastada de su sombrero.

Se levanta la visera con el antebrazo y se seca el sudor. La raída


camiseta que lleva se le sube unos centímetros, mostrando más piel
morena y una fina línea de pelo que desaparece en la cintura de sus
vaqueros sucios. Mis ojos recorren la característica V sin permiso antes
de apartar la mirada, tomar la botella de agua del portavasos y beber un
poco.
Años de miradas de soslayo y encogimientos de hombros vuelven a
perseguirme.

Me reía cuando aparecían otras mujeres de la oficina, con tacones y


pintalabios, los días que Kyle Spencer tenía que venir a una reunión.
Decía que sólo era un tipo.

Harper me dijo que protestaba demasiado.

Y... tal vez tenía algo de razón.

Ahora no me río.

Estoy quemada por el sol y sudada, luchando por mantenerme


concentrada en algo que no sea Kyle. El paisaje no es lo bastante
interesante como para mantener mi atención.

Unas nubes grises surcan el cielo sin cesar, borrando la mayor parte del
azul. Y estamos en medio de un mar de color beige, de un lado los tallos
ondulantes y del otro la mitad recortada a un par de centímetros.

El paisaje me deja demasiado tiempo para pensar.

Para fijarme.

Para preguntarme cosas.

Siento la tentación de hacerle algunas preguntas a Kyle, pero también


recuerdo cómo terminó nuestro último viaje por aquí. Y también es...
agradable, sentarse sin decir nada. Es un reflejo de la interminable tierra
que nos rodea, firme y constante, tan diferente del frenético ritmo que
suele llevar mi vida, que pensé que odiaría pero que en realidad estoy
disfrutando.

El sol ha desaparecido, pero la humedad sigue en el aire.

Empieza con una gota gorda. Luego otra. Y otra más.

De repente, el cielo se abre.


Nunca había entendido del todo esa expresión. Pero es exactamente lo
que se siente. Un segundo, apenas llovía, y al siguiente, el agua cae en
interminables láminas, como si la vertieran de un cubo, directamente
sobre nuestras cabezas.

La hierba sin cortar se aplasta, los tallos ceden ante el fuerte diluvio. El
polvo desaparece, hundiéndose en la tierra húmeda. Los vaqueros
mojados se pegan a mis piernas y mi ropa queda empapada al instante, la
tela empapada y pegajosa.

Kyle maldice.

Yo empiezo a reírme.

Quizá sea una reacción nerviosa.

Hemos tardado unos quince minutos en llegar hasta donde Kyle


empezó a segar, y ya hemos pasado ese punto. No volveremos a
refugiarnos pronto, ya que estamos rodeados de terreno llano hasta
donde alcanza la vista en todas direcciones.

Kyle ya está dando la vuelta al tractor, volviendo por donde hemos


venido. También me mira con una expresión extraña, como si no supiera
qué pensar de mi reacción.

―Apuesto a que ahora desearías tener esas botas de lluvia ―dice Kyle.

Es difícil oír algo con la lluvia que cae. Pero está lo bastante cerca como
para que yo capte esas palabras, y siento como si perduraran en el aire
húmedo.

El agua me empapa las puntas del pelo y me cae por los brazos mientras
le miro fijamente.

―¿Te acuerdas de eso?

Kyle se ríe, pero no es realmente un sonido divertido. Hay algo más


flotando debajo, algo que me estoy perdiendo.

―Sí, me acuerdo.
―No había dormido mucho.

―¿Qué?

―Me preguntaste por qué llevaba botas de lluvia cuando hacía sol. No
había dormido mucho. Mi hermano menor, Alex... estábamos hablando
por teléfono durante uno de sus descansos, y su unidad recibió una
llamada de emergencia. Pasaron horas hasta que supe que estaba bien.
Así que no había dormido mucho y literalmente tomé los primeros
zapatos que encontré de camino al trabajo. Probablemente por eso estaba
un poco... irritable esa mañana.

Una esquina de la boca de Kyle se levanta.

―¿Y cada vez que he tenido una reunión?

Estoy segura de que me estoy sonrojando. Por suerte, entre el sombrero


y la lluvia, no se da cuenta.

―Siempre parecías... no sé. Demasiado perfecto. Me molestaba.

Se ríe entre dientes, pero con algo de ironía.

―Estoy muy lejos de ser perfecto, Piper.

―Aquí eres diferente. No hay actuación.

―Nunca hubo una actuación. Todo el mundo allí estaba trabajando


para hacerme un éxito. Yo no estaba allí para ser un idiota al respecto.

―Tienes razón. Lo siento.

―Vaya. Dos disculpas.

Pongo los ojos en blanco y me bajo el ala del sombrero para que me
proteja más la cara. Mis mejillas se humedecen a pesar de estar tapadas.

―¿Así que ese es tu tipo? ¿Imperfecto?

―De momento, no. Me centro en mí. En el trabajo.

―Bien por ti.


―Echo de menos el sexo ―suelto.

Bajo la lluvia torrencial, me parece aceptable decirle eso a un cantante


famoso que me atrae.

Ahora, definitivamente me sonrojo.

―Yo también.

Me armo de valor y lo miro, descubriendo que Kyle parece no estar


sorprendido por el tema.

Nunca he tenido un amigo íntimo. Quizá sea normal hablar de esto. No


es que considere a Kyle un amigo, pero me siento más cómoda con él que
con la mayoría de la gente. Me ha visto en mis momentos más
desagradables, así que no tengo que esconderme.

―¿Te cuesta encontrar a alguien interesada? ―bromeo.

Todo el mundo en Oak Grove parece admirar a Kyle Spencer. Y ni


siquiera estoy segura de que sea porque es una celebridad para el resto del
país. Aquí parece que tiene su propia fama.

Sonríe brevemente.

―Más bien empezó a molestarme que no supiera a qué tipo quería la


mujer.

―¿Miles o Kyle?

Algo cálido ilumina su expresión antes de volver a mirar al campo. La


lluvia sigue cayendo, pero se está convirtiendo en una llovizna.

―Sí. Exactamente.

―¿Y Sutton?

―¿Qué pasa con ella? ―La mitad de su cara que puedo ver parece
confusa.

―Salieron juntos.

Ahora me mira a mí.


―Estuviste en la reunión donde se decidió eso.

Estuve. Fue la misma mañana de la que ya hemos hablado. Lo que hizo


que toda la especulación y el desmayo por Kyle fuera aún más ridículo, ya
que sabía que pronto sería considerado fuera del mercado.

―Hablaron de ustedes fingiendo salir para tener publicidad positiva.


¿En serio me estás diciendo que en realidad no pasó nada entre ustedes?

―Me gustaba que fuera famosa. Más allá de eso, no éramos tan
compatibles.

―¿Te gustaba que fuera famosa?

Kyle se encoge de hombros.

―Me gustaba saber lo que ella quería de mí.

―Eso es un poco triste.

Asiente.

―Cuéntamelo.

Por fin llegamos al granero. La lluvia ha amainado por completo, pero


ambos estamos empapados. Kyle mira inmediatamente hacia la casa, con
el ceño fruncido.

―¿Te preocupa el tejado?

En su cara aparece un destello de sorpresa cuando me mira.

―Sí. Fue estúpido desmontarlo sin un plan para reemplazarlo.

―¿Por qué lo hiciste entonces?

Se le dibuja una sonrisa en una comisura de los labios.

―Porque a veces hago estupideces.

Bajo primero del tractor y Kyle me sigue.

Creo que sus ojos bajan hasta mi pecho por un milisegundo, pero no
puedo asegurarlo. Es más sutil que el tipo del bar.
Kyle se aclara la garganta.

―Deberías ir a cambiarte.

―Claro que voy a cambiarme. Pensé que querrías ayuda con... el


tractor primero.

No estoy segura de lo que hay que hacer. Pero tampoco pensaba salir
corriendo en cuanto volviéramos.

―No necesito ayuda. Entra. ―Su tono es más brusco que antes.

Pero sigo insistiendo, dejando a un lado mi orgullo.

―No puedo mojarme más a estas alturas. Déjame ayudarte.

Se me calientan las mejillas por la insinuación involuntaria. Pero Kyle


ni siquiera sonríe antes de desaparecer por la parte principal del granero
y volver al cobertizo lateral con una camisa de cuadros desteñida.

Me la lanza.

―Bien. Pues póntela.

Le enarco una ceja.

―No tengo frío.

La lluvia y la falta de sol han enfriado un poco la temperatura del aire,


pero no hasta el punto de que las capas suenen agradables.

Kyle lanza un suspiro, como si toda esta conversación fuera un


inconveniente.

―Tu camiseta es transparente, Piper.

Trago saliva antes de mirar hacia abajo.

No es que crea que se equivoca, sino que espero que se equivoque.

No se equivoca. Mi sujetador rosa favorito está a la vista.

Tomo la camiseta.
Dieciséis
Piper
Kyle entra en la cocina mientras estoy rallando los tomates.

Hago lo posible por ignorar su presencia -su cabello mojado y sus pies
descalzos-, pero siento que me arden las mejillas por lo que
cariñosamente llamo Bragate. He estado en una playa delante de
desconocidos, exponiéndome mucho más. Pero eso no era lo mismo que
estar mal vestida delante de Kyle, sobre todo sin querer. Peor era lo poco
que le afectaba. Cubriéndome como un caballero y haciendo obvio que
cualquier atracción era unilateral.

Kyle se acerca primero a la ventana y mira hacia el granero. La lluvia ha


dejado todo cubierto de una ligera capa de agua que aún no se ha secado
del todo. Probablemente por la mañana vuelva a estar caluroso y
polvoriento, pero por ahora parece sereno y limpio.

―¿Hay agua en tu habitación? ―pregunta.

El tomate resbala, y en su lugar casi me rallo el dedo.

―Eh, no. No que yo haya visto.

Levanto la vista a tiempo para captar su asentimiento mientras camina


hacia la isla.

―Bien. El tejado ha aguantado mejor de lo que pensaba. Mañana


vendrá un equipo a poner uno nuevo.

Asiento con la cabeza.


―De acuerdo.

Se aclara la garganta.

―¿En qué puedo ayudar?

―Oh. Uh, nada. Estoy bien.

―¿No me vas a dejar ayudar a preparar la comida que he pagado?

―Sigues colgado con eso, ¿eh? ―Me relajo un poco ya que parece
haberse olvidado de lo de antes.

Como si me leyera el pensamiento, dice―: En realidad, no. Me


impresionó más que me pusieras el flash2.

Vuelvo a rallar, concentrándome en la tarea como si me fueran a


calificar por ello más tarde.

―Seguro que estás acostumbrado.

―Me ha pasado antes ―confirma, lo que me molesta por alguna razón


desconocida.

Si tuviera que ponerle nombre, probablemente serían celos mal


entendidos.

El agua empieza a hervir, así que echo los fettuccine a la olla y tiro las
pieles de tomate al compost.

―Bueno, fue sin querer, así que no creo que cuente.

Kyle se ríe entre dientes.

―También fue el más memorable.

Hay un núcleo de orgullo en mi pecho, lo cual es absolutamente


ridículo.

Empaparse en un tractor no es ningún tipo de logro. Pero es la segunda


vez hoy que Kyle sugiere que soy notable para él de alguna manera.

2
Hace referencia a mostrar las partes íntimas.
Inesperadamente recordando nuestra primera interacción de hace
años. Y ahora ofreciéndome lo que supongo es un cumplido. Tal vez sea el
espíritu competitivo que hay en mí por ser la hija menor, pero me gusta
saber que destaqué para él de alguna manera.

Le acerco media barra de mantequilla, el rallador y un cuenco.

―Rállalo ahí.

Me doy la vuelta antes de tener la oportunidad de ver si sigue mis


instrucciones y rebusco en la nevera hasta encontrar la albahaca y el
parmesano. Agarro un diente de ajo y la prensa antes de volver hacia la
cocina.

Kyle está rallando obedientemente, con dos líneas entre los ojos
mientras se concentra en la tarea. Es bonito. Caliente. Lo que sea. Mi
atracción por Kyle se ha establecido. Admitir un problema es el primer
paso para superarlo.

Me concentro en revolver la pasta y picar la albahaca.

―¿Cocinas mucho?

―Para todas las comidas ―tarareo.

―Nueva York tiene muchos restaurantes buenos.

―Buenos restaurantes con opciones vegetarianas no tan buenas


―respondo―. Al menos en los que he estado. Es más fácil cocinar para
mí.

También es más barato, pero estoy harta de señalar nuestros distintos


tramos impositivos.

Escurro la pasta y añado los tomates rallados y la mantequilla, además


de un poco de sal y pimienta.

―Huele bien ―dice Kyle.

Es raro tenerlo a unos metros mientras remuevo.


Cocinar siempre ha sido una actividad solitaria para mí. Me he
acostumbrado a preparar mis propias comidas desde que llegué a la
universidad y descubrí que el comedor estaba tristemente limitado en sus
opciones sin carne.

Lauren y Serena siempre se hacen la comida por separado, y ningún


chico con el que he salido ha hecho ningún esfuerzo por adaptarse a mi
dieta. Uno me llevó a un asador en nuestra cuarta y última cita después de
que le mencionara varias veces que era vegetariana.

―Antes he puesto carne picada en la nevera. Probablemente aún esté


congelada, pero si la sacas y la pasas por agua fría, debería...

―Está bien ―dice Kyle.

Lo miro y sigo revolviendo la pasta para que todo se mezcle.

―Estará bien con esto. Sólo...

De nuevo, me interrumpe―: Me parece bien así. De verdad.

Lo miro fijamente, poco convencida, pero decido que no merece la pena


discutir.

―De acuerdo.

Kyle saca dos cuencos del armario. Divido la pasta entre ellos y
espolvoreo el queso y la albahaca por encima.

Acabamos sentados en el porche, como sugirió Kyle. La lluvia sigue


cayendo por el borde del tejado desvencijado y se filtra por la barandilla.

―¿Sabes algo de Mabel y John? ―pregunto, soplando un tenedor de


pasta. El vapor sube en columnas retorcidas.

―Sólo un mensaje de que han llegado bien. John no tiene móvil y


Mabel no es muy de mandar mensajes.

―De alguna manera, no me sorprende.

Kyle sonríe.
―¿A quién van a visitar?

―A su ahijada, Cecilia, y a sus padres.

―¿Cuántos años tiene Cecilia?

―Probablemente de nuestra edad. Se casó hace un par de años. Su


marido es militar.

―Raro.

―¿El ejército?

―El matrimonio. A veces olvido que ya soy mayor y que la gente de mi


edad se casa.

Para mi sorpresa, Kyle está de acuerdo conmigo.

―Es raro. ―Para mi sorpresa aún mayor, añade―: Hudson planea


pedirle matrimonio a Morgan al final del verano. Me alegro por él, por
ellos. Pero es extraño. Éramos como hermanos, de pequeños, y apenas la
conozco porque he pasado muy poco tiempo aquí desde que me gradué.

―Tienes mucho tiempo ahora, ¿verdad?

―Sí, supongo que sí.

―¿Cómo se conocieron?

―En Wagon Wheel. Ella era nueva en la ciudad, y Hudson se ofreció a


mostrarle los alrededores.

―Qué considerado de su parte.

Kyle se ríe.

―Sí. Estoy seguro de que había motivos ocultos.

―¿Vas a hacer lo mismo con Natasha?

Me arrepiento de la pregunta tan pronto como sale de mi boca. Y aún


más cuando va seguida de una larga pausa.
―No ―responde finalmente Kyle―. No estoy en forma para una
relación seria.

Es lo más cerca que ha estado de mencionar lo que Mabel me dijo: que


está de duelo.

Por la forma en que Natasha lo miraba, estoy segura de que estaría


dispuesta a algo más casual. Para cualquier cosa si él estaba involucrado.

Pero cierro la boca y dejo el tazón en el suelo del porche, reclinándome


y apoyando los pies en la húmeda barandilla.

―¿Quieres jugar a las cartas?

Miro a Kyle.

―Probablemente no sepa hacerlo.

―Yo te enseñaré.

El columpio se mueve mientras él se levanta y reaparece un minuto


después con una baraja de cartas en una mano. Me enderezo y meto los
pies debajo de las piernas para sentarme como un niño pequeño. Kyle
intenta explicarme las reglas mientras baraja y reparte, y luego
empezamos a jugar.

Discutimos durante casi toda la partida.

Pero no es algo mezquino ni rencoroso.

Es un poco... divertido.
Diecisiete
Kyle
Tommy aparece una hora después de que Cal Hastings llegue con su
equipo de techado.

Estoy ocupado quitando los últimos restos del viejo montón de tejas,
pero me enderezo cuando veo la familiar camioneta que se acerca por el
camino de entrada.

Estaciona junto al granero, se baja y se acerca con las manos metidas en


los bolsillos.

―Hola, hombre ―saluda Tommy.

―Hola. ¿Qué tal? ―Me quito el guante derecho y le doy un puñetazo en


el hombro.

―Siento que debería preguntártelo a ti.

Levanto una ceja.

―¿Por qué?

―No lo sé. Sólo quería asegurarme de que todo va bien.

―Estoy bien, Tommy. Ya he vuelto antes.

Él asiente.

―Sí, pero esta es la primera vez desde… ―La voz de Tommy se


interrumpe cuando se da cuenta de la mitad de la razón por la que estoy
de pie en el patio.
Piper salió a correr justo después de preparar el café esta mañana,
diciendo que se sentía asquerosa por toda la pasta que comió anoche. Me
abstuve de decirle que se veía perfecta, ya que parece que no puedo dar
cumplidos cerca de ella.

¿Quién le dice a una mujer que sus tetas son memorables?

Yo, aparentemente.

Fue una mala elección de adjetivo, pero no es mentira. Más bien


grabado a fuego en mi cerebro.

Y en lugar de desayunar solo en la cocina vacía, vine aquí porque había


que mover las tejas.

―Buenos días. ―Piper pronuncia las palabras, luego se inclina hacia


adelante, apoyando las manos contra las rodillas mientras aspira una
profunda bocanada de aire.

―¿Estás bien? ―Pregunto, medio preocupado, medio divertido.

Se endereza y asiente.

Sudada se ve bien. Por suerte, me lo guardo para mí.

Piper hace una mueca y se pasa una mano por la frente.

―Mi gimnasio tiene aire acondicionado.

Resoplo.

Tommy sonríe y me tiende la mano.

―Tommy Sullivan. Nos conocimos la otra noche en Wagon Wheel.

―Claro. Por supuesto. ―Piper le estrecha la mano y luego la levanta


para protegerse los ojos del sol―. Piper Egan. Encantada de volver a
verte.

―No sabía que te quedabas aquí. ―Tommy me mira, y sé que me


enteraré de eso―. Me habría puesto un poco más presentable.
Lleva una vieja camiseta universitaria con los laterales recortados, que
es lo que lleva el noventa y nueve por ciento del tiempo. No se lo digo,
pero estoy tentado de llamarle la atención.

―No pasa nada. No soy fan de Auburn.

Tommy mira su camiseta Roll Tide. Sonríe.

―Conoces tus rivalidades futbolísticas.

―Cuatro hermanos. No me dieron muchas opciones.

Se ríe.

La atención de Piper se detiene en él unos segundos más, luego se


desliza hacia mí.

―Me vendría bien una ducha. Me alegro de volver a verte, Tommy.

―A ti también, Piper.

Tommy la mira entrar y me hago una idea de lo que va a decir antes de


abrir la boca. Lo he oído de todos los chicos que la han conocido, y cada
vez me irrita más.

―¿Está soltera?

―Ni idea ―miento, y no tengo ni idea de por qué. Bueno, quizá tenga
alguna pista.

―¿Están tú y ella...?

―No.

―Se está quedando en tu casa, Spencer.

―Mabel la invitó a quedarse aquí en lugar de un hotel. Luego se fue, así


que me quedé con ella.

Tommy levanta ambas cejas.

―Pobre de ti.

Sacudo la cabeza.
―¿Qué haces aquí?

―Dije que te ayudaría con el tejado.

―¿Lo dijiste? ¿Cuándo?

―Cuando dijiste que estabas trabajando en ello. Aunque no parece que


estés haciendo una mierda en este momento.

Exhalo y miro a la cuadrilla que está ocupada sustituyendo la tela


asfáltica. En una hora, casi han terminado la parte delantera.

―Fui a Adler's este fin de semana a por materiales. Deacon me sugirió


que contratara a profesionales.

―Creo recordar haber sugerido lo mismo.

No puedo explicarle a Tommy que quería hacerlo yo mismo como parte


de mi plan de volver a vivir aquí a tiempo completo, porque él no lo sabe.
Así que me conformo con poner los ojos en blanco.

―Agradezco la oferta de ayuda aunque se haya convertido en un te lo


dije.

―De nada. ―Tommy me mira de reojo―. ¿Un equipo de nueve tipos y


un tejado metálico? Vaya mierda. Lo próximo que sé es que estarás
conduciendo un deportivo de seis cifras por la ciudad.

―La camioneta sigue funcionando bien. El techo estuvo a una


tormenta de volarse.

―Estoy bromeando, hombre. Todos sabemos que tienes el dinero. Me


alegra ver que lo gastas aunque sea en algo tan... práctico.

Sacudo la cabeza.

―¿Quieres entrar a tomar un café?

―Me encantaría, pero eras una parada en una docena de cosas que
tengo que hacer hoy. Ahora que sé que no te vas a romper la cara ahí
arriba, debería ponerme en marcha.
―De acuerdo.

―Nos vemos en la feria, ¿sí?

Me muerdo el interior de la mejilla.

―Sí.

Tommy se marcha y yo vuelvo a mover las tejas, sin darme cuenta de


que no me he vuelto a poner el guante derecho hasta que una uña perdida
me desgarra el pulgar.

―Joder. ―Veo la sangre salir a la superficie y me enfado conmigo


mismo por haber sido tan descuidado. Aún no me duele, pero estoy
seguro de que me dolerá.

Me meto dentro, me meto la mano bajo el grifo de la cocina y me


envuelvo el pulgar en una toalla de papel antes de subir.

La puerta del baño está cerrada, pero no es eso lo que me detiene.

Es la voz, audible por encima del chorro de agua que corre por las
chirriantes tuberías de las paredes.

Añado cantar a la lista de cosas en las que Piper Egan es realmente


buena, situándola justo por encima de afectarme.

Me pongo de pie y la escucho cantar una canción de Ghostland, incluso


cuando me empieza a palpitar la mano. Es su mayor éxito, el de la botella
de whisky.

El agua se corta y la canción también se detiene.

Respiro y llamo a la puerta.

―¿Sí?

―Hola. Soy Kyle. ―Cierro los ojos. Sabe que eres tú, idiota―. ¿Ya casi
terminas ahí?

―Eh, sí. ¿Por qué?

―Me corté la mano, y necesito...


La puerta se abre, y Piper está de pie con el cabello mojado y una toalla
envuelta alrededor de su torso. El agua le gotea por los brazos y las puntas
de los largos mechones, formando pequeños charcos en el suelo.

―¿Cómo que te has cortado la mano?

Mira hacia mi mano y palidece al ver la mancha roja que se ha formado


en el vendaje improvisado.

―No es tan grave ―le digo aunque, sí, tiene muy mala pinta.

―¿Tienes un botiquín aquí? ―Piper se dirige al lavabo y abre el


armario que hay encima.

Cierro el asiento del inodoro y me subo a él.

―Creo que sí.

Los frascos tintinean mientras ella rebusca, con la toalla pegada


precariamente al torso. La toalla bajo la que está desnuda. Me permito
concentrarme en eso, ya que es lo único que me distrae del persistente
dolor en la mano.

Piper entrecierra los ojos ante un tubo de crema antiséptica.

―No tiene fecha de caducidad.

―Sólo úsala. Seguro que está bien.

La toalla de papel está totalmente empapada. No soy particularmente


aprensivo, pero la visión me revuelve el estómago.

―Espera, aquí está. De acuerdo, está bien hasta el año que viene.

De repente, Piper está a mi lado y también me echa agua. El olor de su


champú me envuelve, familiar pero más potente que de costumbre.

―¿Qué ha pasado?

―Estaba moviendo las tejas viejas. Me he enganchado la mano con un


clavo.

―Necesitas una vacuna antitetánica ―me dice.


―Probablemente ―le digo.

Desenvuelve la toalla de papel y la tira a la basura, haciendo una


mueca, y empieza a frotar el corte con la crema.

―Yo puedo hacerlo.

Piper me ignora y sigue frotando.

―¿Vas a poder actuar?

―Para alguien que no es fan de mi música, pareces muy preocupada.

―Nunca dije que no fuera fan.

―Cierto. Sólo que lo ocultas muy bien.

―Será mi primer concierto de Kyle Spencer. Tengo muchas ganas.

Como si no estuviera lo suficientemente nervioso, especialmente


cuando pienso en mi plan cuando "Blue Rain Boots" salió por primera vez.

―He tocado en cosas peores.

Ella rasga la venda y la pega a mi mano, cubriendo la herida.

―No sabía que cantabas. ―Las palabras salen antes de que pueda
pensarlas.

Las mejillas de Piper se tiñen de rosa cuando se levanta y tira el


envoltorio.

―¿Espiando a escondidas?

―Estaba herido y buscaba atención médica.

Suelta una carcajada y se da la vuelta para lavarse las manos.

―La verdad es que no lo hago.

―Eres buena.

Un hombro se levanta, luego cae. No discute, pero tampoco está de


acuerdo.
―¿Alguna vez lo perseguiste?

―Envié una demo a algunos sitios cuando estaba en la universidad.


Nunca llegué a ningún sitio. Así que decidí que ser artista no era para mí.
Me concentré en el otro lado.

―Deberías considerar...

―Voy a vestirme, y luego te llevaré al médico. ¿Hay un hospital en este


pueblo, o es la casa de alguien? ―Sale del baño antes de que pueda decir
otra palabra, dejando claro que no es un tema del que quiera seguir
hablando.

Permanezco sentado unos segundos más hasta que se me pasa el mareo,


me levanto y bajo a esperarla.
Dieciocho
Piper
Casi he terminado de prepararme para la feria cuando suena mi
teléfono. Termino de pasarme una capa de brillo de labios por el labio
inferior y tomo el aparato que zumba, esperando que sea alguno de mis
hermanos o compañeras de piso. En cambio, es un número desconocido
de Nueva York.

Trago saliva nerviosa y contesto.

―¿Diga?

―¿Piper? Soy Carl Bergman.

Mierda. Trago saliva de nuevo, retrocediendo hasta que puedo tomar


asiento en el borde de la cama.

―Hola, Sr. Bergman.

―Carl, por favor. ¿Cómo van las cosas por ahí abajo?

Mi nivel de ansiedad se dispara.

―No me he rendido.

―¿Tan mal?

―Está...

Miro por la ventana, observando a Kyle estrechar la mano del equipo de


techado mientras se marchan. Solo han tardado tres días en instalar el
reluciente tejado metálico. Mabel y John se van a llevar una sorpresa
cuando vuelvan. Me pregunto si aún estaré aquí para verlo.

―Decidido ―termino―. Sinceramente, no creo que cambie de


opinión. Ha dejado clara su postura.

―¿Parece molesto? ¿Confuso?

―Eh... la verdad es que no.

Una exhalación decepcionada es la única respuesta al principio.

―Kyle siempre ha sido muy dócil ―dice Carl, casi para sí mismo.

―Supongo que cada uno tiene su límite ―respondo―. Actúa esta


noche.

―¿Actuará? ―La voz de Carl adquiere un tono nuevo y emocionado


que me hace arrepentirme de haberlo mencionado.

―Hay una feria local en la ciudad. Por lo que he oído, él es la atracción


principal. Pero no creo que cambie nada. Es sólo un evento comunitario y
para recaudar fondos.

―Aún así, una señal prometedora. Kyle es un artista. Recordarle eso es


una gran idea.

―No fue idea mía...

―Tengo que correr a una reunión. Mantenme informado.

Cuelga sin darme instrucciones sobre cómo ponerlo al día.

¿Debo enviarle correos electrónicos todos los días? ¿Preparar otra


llamada? ¿Cuánto tiempo espera que me quede aquí, esperando a que
Kyle ceda?

Quizá debería haber hecho un resumen más sombrío, pero tampoco es


que fuera demasiado optimista para empezar.

Me meto el móvil y el brillo de labios en un pequeño bolso cruzado y me


miro en el espejo.
No sé qué esperar de esta noche. Kyle no ha sido muy comunicativo, así
que la mayor parte de lo que he aprendido sobre la feria anual de Oak
Grove ha sido buscando en Internet.

Lo más cerca que he estado de una feria fue un viaje a Coney Island con
mi familia cuando tenía cinco o seis años. Es un recuerdo borroso de
perritos calientes, carrusel y manos pegajosas de algodón de azúcar.

Me decidí por un vestido negro de algodón y sandalias. Con diferencia,


es la vez que más me he arreglado desde que llegué aquí. Yo lo
consideraría informal para mis estándares habituales.

Ojalá se me hubiera ocurrido pedirles a Ella o a Julia su número en


Wagon Wheel para preguntarles qué se iban a poner esta noche. Pero no
lo hice, y cuando las conocí, una parte de mí esperaba que ya se hubieran
ido.

Kyle sigue fuera hablando con uno de los techistas cuando entro en el
porche. Me dirige una mirada al oír el golpe de la puerta mosquitera y
vuelve rápidamente a su conversación.

Me empiezan a sudar las palmas de las manos, y no sólo por el calor.

Me acerco lentamente a los dos hombres, sin querer interrumpir su


conversación.

El techista me mira primero. Supongo que tiene la edad de mi padre.

―Hola, señora.

―Hola. ―Le ofrezco una sonrisa y un pequeño saludo antes de que


extienda una mano áspera.

―Cal Hastings.

―Piper Egan.

―Encantada de conocerte.

―Igualmente. ―Echo un vistazo a la casa―. El tejado tiene muy buena


pinta.
Cal sonríe y me da las gracias.

Siento una inmediata punzada de nostalgia. Sus hombros anchos y su


postura orgullosa también me recuerdan a mi padre.

Es la vez que más tiempo he pasado sin ver a ninguno de los miembros
de mi familia en varios años. Y los viajes anteriores que me llevaron lejos
de Nueva York siempre fueron con amigos. Me siento muy sola aquí,
porque lo estoy. Por muy acogedores que hayan sido casi todos, es difícil
ignorar esa soledad.

―Será mejor que me vaya a casa ―dice Cal―. Espero con impaciencia
tu actuación de esta noche, Kyle.

Kyle asiente y le da las gracias.

―¿Va todo el pueblo a esta feria? ―le pregunto a Kyle mientras Cal se
dirige a su furgoneta.

―Más o menos. ¿Estás lista para ir?

―Depende. ¿Qué tal estoy? ―Ejecuto un pequeño giro en la tierra,


intentando desplazar los nervios con el movimiento.

―Te vendrían bien unas botas vaqueras ―dice.

―A ti te vendrían bien unos cumplidos mejores ―le digo, y me dirijo a


su camioneta.

Se ríe por lo bajo.

El sonido me revuelve el estómago, reconfortante y excitante a la vez.

Me meto los pliegues del vestido bajo los muslos para evitar que toquen
el cuero caliente y tiro del antiguo cinturón de seguridad.

Viajar aquí ya no es una experiencia extraña.

Lo que será extraño es volver a estar en un vehículo con cambio


automático y olor a auto nuevo. Ya me he acostumbrado a la palanca de
cambios y al olor a cuero viejo.
Kyle se sienta en el asiento del conductor, que también le resulta
extrañamente familiar. Arranca la camioneta, que retumba con un
rugido inconfundible.

Observo el nuevo tejado con más atención, sorprendida por la


diferencia que el metal brillante supone para toda la propiedad. Me
sorprende lo mucho que me afecta ver cómo lo arreglan.

Ya hay una diferencia notable con respecto a la primera vez que llegué:
el césped está perfectamente recortado y el montón de tejas viejas ha
desaparecido. Kyle terminó de quitarlas cuando volvimos de urgencias, a
pesar de que le dije que no era buena idea. Al menos se acordó de ponerse
los dos guantes para evitar más heridas.

―¿Piper?

―¿Sí? ―Le echo un vistazo.

―Estás muy hermosa.

Los latidos de mi corazón retumban en mis oídos cuando nuestros ojos


se conectan y el cumplido se registra, la cabina de la camioneta
demasiado pequeña para contener la conciencia zumbando entre
nosotros.

Trago saliva y me aclaro la garganta.

―Gracias.

La radio suena tranquilamente mientras Kyle conduce por la carretera.

No es una de sus canciones, o al menos no creo que lo sea. Me


sorprendió reconocer su canción cuando sonó en la radio de camino a
casa desde Wagon Wheel. Durante años, había evitado todo lo
relacionado con él. Desde que llegué, he tenido más de una vez la
tentación de escuchar algo de su música. Pensé que podría darme una
visión necesaria de su carrera. En él. Pero no lo he hecho, y no sé muy
bien por qué.
Supongo que, en cierto momento, inconscientemente decidí que quería
aprender cualquier cosa sobre Kyle directamente de él.

La página web del pueblo de Oak Grove presumía de esta feria como el
acontecimiento del verano, y no me ha decepcionado. Es un espectáculo;
cientos de autos estacionados en hileras cuando Kyle sale de la carretera
hacia la hierba aplanada.

Y esta es la afluencia a primera hora de la tarde.

El crepúsculo apenas empieza a oscurecer el cielo.

Seguimos a la multitud a través de las puertas principales y nos


encontramos con un caos aún mayor. Niños corriendo, adolescentes
deambulando, adultos deambulando.

Sigo a Kyle, ya que parece razonablemente seguro de adónde va. Con


seguridad, veo al grupo de sus amigos más adelante, junto a uno de los
muchos camiones de comida. El olor a palomitas con mantequilla y masa
frita flota en el aire mientras caminamos.

Todos me saludan cordialmente, aunque no con tanto entusiasmo


como a Kyle. Julia y Ella me abrazan y Tommy me inclina el sombrero de
vaquero que lleva. Pero no me pierdo las pocas miradas curiosas que me
lanzan y que sugieren que todos están sorprendidos de que esté aquí. De
que siga aquí.

Y la sorpresa es mutua cuando todos se marchan rápidamente,


dejándonos solos a Kyle y a mí.

―Creía que les gustaba algo más que eso ―digo, intentando disimular
mi incertidumbre con humor.

―No eres tú, soy yo ―responde―. Les dije a todos que quería estar un
rato a solas antes de actuar. Hace un tiempo que no subo al escenario.

―Ah. ―Miro a mi alrededor, intentando averiguar adónde debo ir―.


Lo tengo. Voy a...

―No me refería a ti.


Asiento lentamente, sin saber qué decir. ¿Gracias?

Me decido―: Esto es... divertido. ―Voy a meterme las manos en los


bolsillos, pero me doy cuenta de que mi vestido no tiene bolsillos y acabo
palmeando torpemente el algodón.

Una comisura de la boca de Kyle se levanta en lo que casi podría


considerarse una sonrisa.

Es suave y lenta, y causa estragos en mi interior. También me siento


inmensamente aliviada al verla.

Su actitud tranquila e introspectiva me desconcierta. Pensaba que


habíamos roto un poco la barrera. Que estábamos progresando. Que
éramos amigos-adyacentes-o al menos que ya habíamos pasado
momentos incómodos el uno con el otro. Su expresión seria y su
distanciamiento parecen dos pasos atrás de cualquier progreso.

―Me alegro de que te diviertas.

Culpo a la llamada de Carl de la siguiente frase que sale de mi boca.

―Sería aún mejor si firmaras el nuevo contrato.

La mandíbula de Kyle se flexiona. Capto el movimiento con el rabillo


del ojo, y algo se retuerce y me aprieta el estómago en respuesta a su
reacción.

Seguro que tiene motivos para dejar la música. Buenas, según Mabel.
Pero a mí no me importa cuáles sean. Y cada vez me parece más necesario
recordarme exactamente por qué estoy aquí. Cuanto más tiempo paso
cerca de Kyle, más fácil me resulta fingir que estoy en Texas por razones
que no tienen nada que ver con mi trabajo.

―Mi respuesta no cambiará, Piper.

Odio cómo usa mi nombre. Cómo hace que suene como si me estuviera
rechazando a mí, no a la máquina de hacer dinero para la que trabajo.
Y odio especialmente el matiz de arrepentimiento en su voz, como si
una parte de él deseara poder darme una respuesta diferente.

―Entonces, te seguiré como un cachorro hasta que Carl me despida.

Resopla, y luego mira la noria.

―¿Quieres dar una vuelta? ―Kyle inclina la cabeza hacia las luces
parpadeantes.

Lo miro fijamente, y me doy cuenta de lo que me está preguntando


lentamente, como la lluvia que cae.

Lo absurdo de este momento -los dos aquí de pie en medio de gritos


excitados y él sugiriendo que montemos en una noria- es más bien un
shock repentino.

Me río una vez. Corta y sorprendida. Espero a que acepte la oferta y


siga a sus amigos, convirtiendo esto en la excursión en grupo que yo
esperaba.

Pero no se mueve.

Se queda ahí de pie, mirándome con incómoda intensidad y haciendo


que esto parezca aún más una cita.

Rompo el contacto visual para mirar la sombra de luces y actividad que


se cierne sobre nosotros. Me prometí a mí misma que no me echaría atrás
en este viaje. Que haría lo que fuera necesario para que fuera un éxito.

Y... estoy muy tentada de romper esa promesa.

Esto está desdibujando la línea. Esto no tiene nada que ver con la
música o mi trabajo.

No tengo ningún medio de comparación para este viaje. Todo en él es


poco ortodoxo, y cada vez es más confuso cuanto más tiempo llevo aquí.
Pero el objetivo sigue siendo constante, y depende totalmente de Kyle. No
importa lo improbable que sea que cambie de opinión, no está realmente
terminado hasta que estoy en un avión de regreso a Nueva York con un
contrato sin firmar.

Así que ignoro el pequeño vuelco en mi estómago y cómo la humedad


en el aire se siente extra opresiva. Me recuerdo a mí misma lo que está en
juego. Que no soy de las que se rinden.

―Claro.

Kyle empieza a caminar como si esa fuera la respuesta que esperaba


desde el principio. Al ver su despreocupación, se me calman un poco los
nervios que se agolpan en el estómago.

Pero el cántico de no es para tanto se apaga cuando llegamos al principio


de la fila y de repente me veo aplastada en un espacio mucho más pequeño
que la cabina de la camioneta de Kyle. No puedo moverme sin rozarme
con alguna parte de él. Me muevo un centímetro y nuestras piernas se
juntan. Vuelvo a sentarme y mi codo golpea su bíceps. Mantengo la
mirada al frente, esperando que atribuya el ardor de mis mejillas al calor
que persiste en el aire a pesar de que el sol está desapareciendo
rápidamente.

Los engranajes rechinan cuando la silla empieza a moverse,


impulsándonos hacia arriba. Pero sólo avanzamos unos metros antes de
detenernos de repente, con el asiento suspendido balanceándose.

Me inclino hacia delante y miro hacia abajo, observando cómo una


pareja de adolescentes se baja de la silla y dos mujeres ocupan su lugar. El
intercambio dura unos cinco minutos. Después, volvemos a movernos,
ascendiendo lentamente. Sólo unos metros. Se produce otro cambio.

Se me revuelve el estómago al darme cuenta de que lo que creía que iba


a ser un viaje rápido alrededor de la noria se convertirá en un largo
trayecto.

Echo un vistazo a Kyle, que mira hacia los oscuros campos que rodean
la concurrida y brillante feria.
Me froto las palmas de las manos contra el algodón del vestido para
quitarme el sudor, buscando algo que decir.

―¿Vienes mucho por aquí?

Me estremezco ante lo que suena a frase cursi para ligar. Luego oculto
rápidamente cualquier vergüenza de mi cara cuando la atención de Kyle
pasa del campo a mí.

Sonríe y siento un revoloteo incómodo en el estómago, algo que ya es


demasiado habitual cuando estoy con él.

He visto a Kyle sonreír muchas veces. Pero rara vez iba dirigida a mí y
contenía genuina diversión. Y nunca me ha tocado mientras sonreía, lo
cual es una diferencia crucial.

―¿Al carnaval anual? Una vez al año.

Asiento con la cabeza, negándome a reaccionar al tono burlón de su


voz. Me niego a reconocer que a los aleteos se ha unido el vértigo. Me
siento como una colegiala a la que le acaban de pasar un lápiz.

Sólo hemos avanzado unos metros. Aún no hemos llegado ni a la mitad


de la cima.

Miro al cielo, rezando para que avancemos más rápido. Me siento


tonta, como una carga que él tiene que entretener.

―Por eso estás aquí.

Mi atención vuelve a centrarse en Kyle mientras mi mente da vueltas,


intentando averiguar qué me he perdido en nuestra conversación.
Después de unos segundos, me rindo.

―¿Qué?

―Esta feria. Es por lo que estás aquí. Es donde-cómo-me descubrieron.


Me emborraché y subí al escenario como un reto, y un ejecutivo de la
música estaba en la ciudad, visitando a sus suegros.

―Oh ―es todo lo que logro responder.


Todavía no sé mucho sobre Kyle. Durante el tiempo que llevo aquí, sólo
he tenido algunas pinceladas. Y no sé nada de cómo se metió en la
música, excepto lo que acaba de decirme. Si lo hubiera adivinado, habría
asumido que se dedicó a ello. Saber que tropezó con el estrellato es una
sorpresa.

La revelación provoca preguntas, unas que no tengo por qué hacerle.


Porque aunque ganarme la confianza de Kyle debería ser un objetivo, no
me lo preguntaría desde la perspectiva de una empleada de Empire
Records. Se lo preguntaría como Piper. Y estaría admitiendo que Kyle me
intrigaba.

―¿Por eso no bebes? ―La pregunta sale sin permiso. Otro pequeño
misterio sobre Kyle Spencer, uno que he pasado más tiempo
preguntándome de lo que jamás admitiría.

―¿Porque me consiguió un contrato discográfico? ―Hay diversión en


su voz, pero también un borde―. No. No es por eso.

―¿Por qué no bebes entonces?

―Simplemente no bebo.

―Esa no es una respuesta.

―Esa es mi respuesta.

―Sólo di que no quieres hablar de ello.

―Piper.

Lo miro, mi corazón revolotea erráticamente en mi pecho mientras


nuestras miradas se conectan.

―¿Qué?

―No quiero hablar de ello.

Exhalo, dejando salir la decepción con el oxígeno. Pensaba -esperaba-


que iba a decir algo más.
Junto los labios, decidida a mantener la boca cerrada. Miro hacia
arriba y veo que nos acercamos a la cima. Más cerca del final de este viaje.

―¿Y tú?

Trago saliva y miro a mi alrededor, encontrándome con la intensidad


que ya me espera.

―Yo bebo. Pregúntale al baño de arriba.

Una sonrisa se dibuja en las comisuras de sus labios. Experimento una


sorprendente oleada de satisfacción al verlo. Me sonríe a mí, por mí, y eso
es un gran logro.

―¿De verdad intentaste conseguir un contrato discográfico?

―Sí.

―No te creo.

Me echo hacia atrás todo lo que puedo en el pequeño espacio, que es un


par de centímetros, ofendida. ¿Eso es lo que me da la honestidad?

―Te has pasado el fin de semana henificando porque estás empeñada


en que cambie de opinión. ¿Y esperas que me crea que aceptaste un no por
respuesta cuando se trataba de tu propia carrera?

―Se trata de mi propia carrera ―replico―. Te lo dije, Carl me


prometió un ascenso si consigo que vuelvas a firmar. Por fin podré buscar
y fichar artistas. Marcaré la diferencia en lugar de hacer de niñera de
divas.

Kyle levanta una ceja.

―¿Soy una diva?

―¡No cooperas!

―Iré a Nueva York e intentaré convencerte de que hagas algo que no


quieres hacer alguna vez, y ya veremos cuánto lo disfrutas.

Exhalo un suspiro irritado.


―La mayoría de la gente no considera que un contrato multimillonario
sea un inconveniente.

―La mayoría de la gente no ha experimentado lo que es vivir en hoteles


durante meses seguidos y no poder caminar sola por la calle. La fama es
una mierda. Pero yo no me quejé. Durante años, lidié con los acosadores,
la locura y el agotamiento. Porque una parte de mí lo amaba. Pero ahora,
he terminado. Ese capítulo de mi vida ha terminado, y es mi decisión.

―Bien. No volveré a mencionarlo.

―Bien ―dice―. Y ya que estamos siendo sinceros, creo que quieres ese
ascenso para poder dar a otros la oportunidad que desearías que alguien
te hubiera dado a ti.

―Te equivocas. ―Mi respuesta es inmediata, pero sé que es algo que


contemplaré más tarde. Porque nunca lo he considerado así, y puede que
él tenga algo de razón.

Kyle se encoge de hombros, como si mi motivación no le importara.

―Bien.

Finalmente, llegamos a la cima de la rueda. Abajo se extiende toda la


feria, un laberinto de luces parpadeantes y una multitud de cuerpos. Kyle
contempla el deslumbrante espectáculo, con expresión contemplativa.

―¿Cuál era tu plan? ―le pregunto, olvidando que estoy enfadada con
él.

Me mira.

―¿Mi plan?

―Si no te dedicaras a la música. Si no hubieras firmado. ¿Cuál era tu


plan?

―Estaría exactamente donde estoy ahora, trabajando en el rancho.

―¿Sin universidad? ¿Novia?


―La universidad no era lo mío ―responde Kyle.

―¿Qué era lo tuyo?

Se encoge de hombros.

―Pasaba la mayor parte del tiempo saliendo con mis amigos y bebiendo
cerveza.

Me burlo.

―¿Eras ese chico entonces? ¿El popular?

―Yo era el tipo que pensaba que tenía mucho por lo que estar
enfadado.

La irritación me hierve.

―Dices mucho sin llegar a decir nada, ¿lo sabías?

Sonríe de repente.

―Si no hubiera ganado unos cuantos premios de composición, le harías


un verdadero daño a mi ego.

Pongo los ojos en blanco, registrando que por fin hemos tocado fondo.
Me paro justo cuando la cabina se balancea de repente.

―Lo siento.

Apenas le oigo por encima del sonido de mi pulso acelerado. No me he


caído, así que mi cuerpo debería estar relajado.

Debería sentirme aliviada.

En lugar de eso, mi corazón se acelera a mil pulsaciones por segundo,


reaccionando a la presión cálida y sólida de las manos que me mantienen
erguida.

―¿Estás bien?

Me aclaro la garganta, intentando recuperar un poco la compostura y


quitarme el nudo que se me ha hecho. Alejar el rubor que recorre mi piel
como un reguero de pólvora. No recuerdo la última vez que el contacto de
alguien me afectó así, y estoy segura de que no me gusta.

―Sí, estoy bien.

Sus manos se retiran, pero aún puedo sentirlas. El tacto de Kyle persiste
como una marca fantasma, la piel bajo mi vestido hormiguea.

Me levanto con cuidado de la silla, aliviada de estar en tierra firme y


gritándole a mi cuerpo que se calme.

―¡Kyle!

Ambos nos giramos para ver acercarse a un hombre de mediana edad.

Me sorprende darme cuenta de que lo reconozco.

―Hola, Brayden. Me alegro de verte.

Kyle le da la mano a su mánager, que ya me mira con las cejas


levantadas.

―Hola. Soy Brayden Matthews.

―Hola. ―Le tiendo la mano para que me la estreche―. Piper Egan.

―Tú eres Piper Egan. ―Brayden mira a Kyle, que sacude la cabeza casi
imperceptiblemente.

Es obvio que ya he sido tema de conversación entre ellos.

―Sí. ―En realidad no era una pregunta, pero respondo de todos


modos.

Miro a Kyle, que está escribiendo algo en su teléfono.

―¿Vienes a la feria? ―le pregunto a Brayden.

Sigue mirándome fijamente, pero asiente.

―Bueno, para la actuación. Y Kyle y yo tenemos algunas cosas que


discutir que pensé que sería mejor hablar cara a cara.
Asiento con la cabeza, teniendo una buena idea de cuáles son esas
cosas.

―¿Has estado antes en Texas?

―Unas cuantas veces. ¿Y tú?

Sacudo la cabeza.

―Primera vez.

―¡Hola! ¡Estoy aquí! ―Hudson, el amigo de Kyle, aparece, un poco sin


aliento.

―Genial. ―Kyle le da una palmada en el hombro―. Este es mi


representante, Brayden.

―Encantado de conocerte, hombre ―dice Hudson, estrechando la


mano de Brayden.

―Nos vemos después del concierto.

De repente, me doy cuenta de que Kyle me está hablando. Me doy


cuenta de que Brayden ya está a unos pasos, claramente ansioso por
ponerse en marcha. Y de que Hudson está aquí por mí, como cuando era
pequeña y me pasaban de unos padres a otros con la custodia compartida.

―Oh. De acuerdo.

Y entonces Kyle y Brayden se han ido, engullidos por la multitud.

Hudson me mira, me observa mientras Kyle se aleja.

Sus cejas se levantan.

―Tenemos como una hora antes de que siga. ¿Tienes hambre?

―Sí, sí. ―Me aclaro la garganta―. Sí.

Una esquina de su boca se levanta mientras Hudson sacude un poco la


cabeza. Sea lo que sea lo que está pensando, estoy segura de que es un
cumplido para Kyle y no tan halagador para mí.
Estoy actuando como una adolescente.

Una fan.

Y no de la música... del hombre.


Diecinueve
Kyle
El backstage es una tienda vacía.

Es refrescante. Mi última gira fue por treinta y tres ciudades. Estadios


con entradas agotadas y una media de sesenta mil asientos. Cientos de
personas trabajando para que todo saliera bien.

Esto es sólo yo.

Hasta que Brayden entra, comiendo un trozo de pizza. Me tiende un


segundo trozo.

Sacudo la cabeza.

―No, gracias. No tengo hambre.

Siento el estómago como si estuviera en la atracción de tazas de té


instalada junto al escenario, girando en círculos. Revuelto por los
nervios, la ansiedad y la incertidumbre.

Brayden me mira fijamente, mordisqueando su pizza.

―Así que... Piper.

El último tema del que me apetece hablar cuando ya estoy así de


nervioso.

―No le des importancia.

―No lo hago. Sólo estoy recordando la vez que te dije que la


discográfica quería que hicieras dúo con Sutton Everett y me preguntaste
quién era. Pero dijiste que Piper Egan apareció aquí, como si yo debiera
saber exactamente quién era.

―A las reuniones de la discográfica no asiste tanta gente. Ella ha estado


en todas los últimos años. Y yo soy un artista en solitario. Sabes que no
presto atención a todas las locuras de las carreras de los demás, incluida la
de Sutton.

―Sutton sabía quién eras.

Exhalo.

―¿Cuál es tu punto, Brayden?

―Lo que quiero decir es que amenazaste con demandar a Empire


cuando descubriste que enviaban a alguien. Entonces, aparece esta mujer
y apenas sé nada de ti. Y llego aquí y te encuentro montando en una noria
y haciendo que tus amigos salgan con ella. Estoy tratando de averiguar si
ella va a hacerte cambiar de opinión.

―Nada me va a hacer cambiar de opinión ―recalco―. No sé cuántas


veces tengo que decírtelo.

―Han mandado una oferta de puta madre, Kyle. Deberíamos hablarlo,


por si acaso...

―Diles que no.

―Kyle...

―Lo digo en serio. ¿Crees que Piper ha cambiado algo? No lo ha hecho.


Se acabó.

Brayden sacude la cabeza pero está de acuerdo.

―Está bien.

Espero, pero no hay arrepentimiento. No hay incertidumbre.


Pero sí pienso en que este podría ser el último día de Piper en Oak
Grove. Una vez que la compañía discográfica decida aceptar mi partida,
ella se habrá ido.

―Genial. ―Dudo―. Asegúrate de mencionarla por su nombre cuando


lo rechaces. Di que lo lanzó bien, algo así. No quiero que su carrera se
resienta porque yo haya terminado la mía.

Espero que Brayden tenga algo que decir al respecto, pero lo único que
hace es asentir.

Abro la funda de la guitarra y saco mi Gibson. Me siento en una de las


sillas plegables que han colocado y echo un vistazo a la lista de canciones
pegada a la mesa mientras afino la guitarra. Es casi idéntica a la del año
pasado, con sólo un par de canciones de mi último álbum. Publicar un
álbum mientras estaba de gira no era la estrategia de marketing más
inteligente, pero era la única forma de asegurarme de que la discográfica
no reclamara mi contrato.

"Blue Rain Boots" no está en la lista de canciones.

Nunca ha estado en la lista de canciones. Nunca la he tocado en vivo y


nunca planeé hacerlo.

Cuando hice ese estúpido comentario sobre que Piper necesitaba sus
botas de lluvia cuando nos atrapó la lluvia, pensé que me miraría como si
estuviera loco. No esperaba que se acordara de aquella mañana. Y ahora
que sé que está ligado a un recuerdo doloroso para ella, me siento aún más
raro al respecto. Sobre todo porque he evitado todas las oportunidades
posibles para hablarle de la canción. He tenido docenas de oportunidades
para mencionársela y las he evitado todas.

Escribí la canción como una broma interna. Por fastidio.

Para mí, escribir canciones siempre ha sido una cuestión de chispas


aleatorias, y mi primera conversación con Piper fue más bien un infierno
en mi imaginación. Y aunque "Blue Rain Boots" puede estar basada en un
momento de la realidad, la mayor parte es fantasía. Vender una historia.
Cuanto más tiempo pase sin mencionarlo, más extraño parecerá.

Me prometí que la tocaría en directo si alguna vez ella estaba entre el


público.

Porque nunca pensé que estaría entre el público. Nunca pensé que
tendría que cumplir esa decisión. Nunca pensé que dormiría bajo mi
techo, me haría café cada mañana y me llevaría a vacunarme contra el
tétanos. Nunca pensé que sería más que una fantasía.

―Hola, Kyle. ―Hank Reynolds entra en la tienda, dejando que la solapa


se cierre tras él.

La tienda amortigua el alboroto de fuera mejor de lo que pensaba.

Me levanto, dejo la guitarra y le doy la mano. Hank forma parte del


ayuntamiento y es uno de los principales organizadores de la feria. Un
papel que se toma muy en serio, como demuestran su cabello canoso
perfectamente peinado y su camisa de botones recién planchada.

―La banda está lista, y todo está preparado. Sólo quería asegurarme de
que estás listo.

Asiento con la cabeza.

―Estoy listo.

―Fantástico. ―Me da una palmada en el hombro―. Avisaré a la banda


y te presentaré.

―Me parece bien.

―Mientras te tengo aquí... ¿recuerdas a mi hijo menor? ¿Jeremy?

Asiento con la cabeza aunque no estoy seguro de hacerlo.

―Se ha metido en la música últimamente, y él-bueno, reservó un


concierto en Mayville el viernes por la noche. El local de Wilkie, Whiskey
Cowboy, ¿sabes? En fin, si estás por aquí y te apetece pasarte, sé que
significaría mucho para Jeremy.
―Intentaré pasarme.

Hank sonríe.

―Te lo agradezco. Te veré por ahí. ―Saluda a Brayden y desaparece.

―Quizá este chico sea el próximo King of Country ―comenta Brayden,


levantándose de su sitio en la esquina.

Resoplo.

―Brayden...

―Te estás alejando. Ya te he oído. Lo entiendo. La vida es una mierda.


Sólo recuerda… ―Hace una pausa a mi lado―. La gente reza y suplica y
miente y engaña y roba y se sacrifica para llegar a donde tú estás.
Entiendo que la vista no siempre es buena. Pero, ¿es mejor cualquier otro
lugar? ―Levanta una ceja y sale de la tienda, dejándome aquí de pie.

Unos segundos después, oigo la voz amplificada de Hank saludando a la


multitud.

―Señoras y señores, tenemos un regalo para ustedes. Demos la


bienvenida al escenario al rey de la música country de Oak Grove, Kyyyyle
Spencerrrr.

Respiro hondo, tomo mi Gibson, exhalo y salgo de la carpa. Paso junto a


Brayden y subo las escaleras hacia el escenario, estrechando la mano de
Hank y levantando la mía para saludar al público. Las luces del escenario
son cegadoras, mucho más brillantes de lo que recordaba.

Vaya vista, pienso.

Pero escucho un poco lo que dice Brayden. Puede que me haya


tropezado literalmente con esta carrera, como le dije antes a Piper, pero
eso no significa que no haya trabajado por ella. No he luchado por ello. No
le di prioridad. Me perdí lo que resultaron ser los últimos años de la vida
de mi madre porque estaba muy ocupado siendo el puto Rey del País.

Llego al centro del escenario.


―¿Cómo están esta noche, Oak Grove?

El rugido de respuesta es ensordecedor.

Sonrío.

―Lo siento, no los escuché. He dicho: ¿Cómo están esta noche, Oak
Grove?

La respuesta sigue resonando en el aire cuando me pongo los


auriculares y hago una señal a la banda. Es extraño actuar sin mi equipo
habitual, pero todos están disfrutando de un merecido descanso. No
merecía la pena traerlos a todos aquí por unas cuantas canciones, aunque
esta sea la última vez que actúo en directo.

Lanzo la primera estrofa de uno de mis mayores éxitos, "Texas Moon", y


el público se sabe todas las palabras. Veo cómo se mueven las bocas a
pesar del resplandor de las luces, aunque los auriculares amortiguan el
sonido para mantenerme afinado.

Crear conlleva una emoción única. Crear algo que no existiría si no lo


hubieras hecho realidad es un subidón.

Escuchar en la radio una canción que has compuesto.

Tener un disco en las manos.

Tocar en un estadio con las entradas agotadas.

Actuar en tu ciudad natal.

Y admito que lo echaré de menos.

Sólo un poco.
Después de bajar del escenario, tardo una hora en atravesar la multitud
que se agolpa fuera de la carpa, pidiendo autógrafos y selfies, y llegar al
lugar donde Hudson me había dicho que estaba esperando.

Resulta ser el toro mecánico.

Danny me ve primero y se acerca.

―¡Hola, Spencer! Gran espectáculo.

―Gracias ―digo, distraído.

Me centro en la pelirroja que está en la entrada de la atracción. Morgan


hace un gesto hacia el toro falso y le dice algo a Piper, que sonríe.

Doy un sorbo más de agua, mirando fijamente. Ella y Natasha están de


pie cerca, ambas mirando con los ojos muy abiertos.

Pensando: Es imposible que lo haga.

Piper me mira, como si sintiera mi presencia y me oyera dudar de ella.


El rosa oscurece sus mejillas cuando se da cuenta de que mi atención ya
está puesta en ella.

Sin pensarlo realmente, me acerco unos pasos.

Más gente se fija en mí, me llama y me felicita. Nunca me había irritado


tanto la atención. Deseo tanto el anonimato.

Los saludo, pero mi atención se centra en Piper, que se quita los zapatos
y camina por la pista hinchable.

―¿Cómo la convenciste? ―Hudson le pregunta a Morgan cuando llego


a donde están parados.

―Fue idea suya.

«Quizá me subestimaste».

Tal vez sigo haciéndolo porque estoy buscando defectos. Por razones
por las que ella es mala para mí.
Piper se las arregla para saltar al asiento en su primer intento,
metiéndose el vestido bajo los muslos. El asistente le dice algo. Piper
asiente, toma la correa con la mano izquierda y levanta la derecha.

Contengo la respiración mientras la atracción se pone en marcha.

Su postura sigue siendo relajada, con los pies por delante.

―Tiene un talento natural ―dice Morgan.

La atracción aumenta de velocidad y mi agarre de la botella de agua se


hace más fuerte. Hudson me mira con extrañeza cuando oye arrugarse el
plástico.

El acolchado del ring no protege de todo. En el instituto, Brett Andrews


se rompió la muñeca tras una fea caída. Todo lo que se necesita es una
fracción de segundo y un ángulo incómodo.

Piper no parece preocupada por esa posibilidad.

Sus mejillas están sonrojadas y sus rizos rojos rebotan mientras la


atracción sube otro grado, moviéndose cada vez más rápido. Su postura
no cambia, sus caderas se balancean al ritmo de los movimientos
motorizados, pero una sonrisa aparece en su rostro cuando la multitud
que rodea la atracción comienza a vitorearla.

Y yo me la imagino moviéndose del mismo modo... encima de mí.

Mis vaqueros se aprietan incómodamente mientras en mi cabeza se


agolpan pensamientos que no debería tener.

Está aquí por su trabajo. Parte de un intento que probablemente -


esperemos- terminará cuando rechace la última oferta de Empire.

Son un sello grande y poderoso. No importa cuánto dinero les he hecho


ganar, van a seguir adelante en algún momento. Tienen muchos otros
artistas en los que centrar su atención.

Y Piper conseguirá su promoción de otra manera. Se lo merece, y si


Empire no lo ve así, que trabaje en otro sitio. Ella volverá a Nueva York, a
su gran familia respetuosa con la ley, a sus compañeros de piso y a su vida,
y yo me quedaré aquí, intentando averiguar cómo será la mía en el futuro.

Por alguna razón, me escuece. Como echar de menos algo que no sabía
que tenía.

Se siente como una pérdida, viendo a Piper montar el toro mecánico


como si lo hubiera hecho una docena de veces antes.

Esto sería mucho más fácil si estuviera de pie a un lado con los brazos
cruzados, quejándose de lo caluroso y polvoriento que estaba aquí. Si no
hubiera aceptado venir.

El toro deja de moverse. Piper se baja del toro y esboza una sonrisa
triunfal cuando sus pies tocan el plástico inflado.

Se echa el cabello por encima de un hombro mientras camina, riéndose


cuando el suelo inflado se mueve con sus movimientos. Piper alcanza
primero a Morgan y Julia, que saltan a su alrededor y la felicitan.

Luego, está frente a mí, con una ceja arqueada en señal de desafío.

―No creíste que pudiera hacerlo ―dice, leyéndome bien; no estoy


seguro de cuándo adquirió esa habilidad.

―No creí que lo harías ―corrijo.

Piper pone los ojos en blanco, pero su amplia sonrisa no se atenúa en


absoluto. Parece feliz y orgullosa, y eso retuerce algo dentro de mí.

―Mejor de lo que tú podrías hacerlo ―bromea.

Sonrío.

―¿Quieres apostar?

Me mira a la cara, como si quisiera saber si hablo en serio.

―¿Es una de tus estúpidas decisiones?

Sonrío antes de acabar el agua y tirarla a la papelera de reciclaje.

―Ya veremos.
Me quito el sombrero y lo dejo encima de sus rizos, sonriendo ante su
expresión de sorpresa.

―Creía que no podías prestarme tu sombrero ―me dice.

―Nunca dije eso. Además, te queda mejor.

Joder. Estoy coqueteando con ella.

Los ojos azules de Piper se abren de par en par cuando registra lo


mismo.

Le queda bien cualquier cosa. ¿Pero llevando el sombrero destartalado


que tengo desde el instituto?

Parece mía.

Me alejo antes de poder decir algo que no debería y me dirijo al ring


justo cuando un tipo que parece tener unos treinta y tantos años sale
despedido. Sus amigos le abuchean mientras se pone en pie, haciendo
muecas.

Esto es estúpido.

Monté mucho en Ferdinand cuando era más joven. Y había un bar con
una política de identificaciones poco estricta y un toro mecánico un par
de pueblos más allá al que solía ir con los chicos en el instituto.

Pero eso fue hace mucho tiempo.

Salgo al ruedo en cuanto sale el otro tipo.

―Buena suerte ―me murmura mientras sus amigos se agolpan a su


alrededor.

Uno de ellos susurra―: ¡Hombre, ese es Kyle Spencer!

Es un recordatorio de que algo más que mi edad ha cambiado desde la


última vez que lo intenté.

La gente -y los teléfonos- está en todas partes, y no me gusta la idea de


que el anuncio de mi retirada de la música vaya acompañado de un vídeo
mío cayéndome de culo. Pero ahora no puedo echarme atrás. No quiero
hacerlo.

Me subo sin problemas, me acomodo en el asiento y me agarro a la


correa. Asiento con la cabeza y la atracción empieza a balancearse. Obligo
a mi cuerpo a relajarse en lugar de tensarse, siguiendo los movimientos.
Es una máquina, no un mamífero, así que es bastante predecible. Pero la
velocidad aumenta gradualmente, lo que lo convierte en un reto aunque
ya sé por dónde se mueve.

Me doy cuenta de la conmoción que hay a mi alrededor, con algún grito


que rompe mi concentración. Pero no miro hacia la multitud hasta que el
toro se queda inmóvil y termina el recorrido, deslizándose y
sacudiéndome la mano un par de veces. Es muy probable que me haya
irritado el corte del pulgar.

Me olvido del sordo latido cuando salgo del ruedo y me veo rodeado de
actividad. La multitud que rodea el cuadrilátero se ha triplicado, así que
tardo unos minutos en ver a Hudson y Tommy. Ambos sonríen
ampliamente.

―¡Claro que sí, Spencer! No veía movimientos así en ti desde el


instituto. ―Hudson me da un puñetazo en el hombro.

Le devuelvo la sonrisa.

―Todavía lo tengo.

Luego miro a mi alrededor. Duncan está de pie a unos metros, hablando


con un par de chicas, pero no hay rastro de nadie más.

―¿Perdimos a algunas personas? ―Digo cuando lo que realmente


quiero preguntar es: ¿Dónde está Piper?

―Sí. ―Hudson echa un vistazo a su teléfono―. Un montón de chicas


fueron al baño. Supongo que antes había mucha cola.

Asiento con la cabeza, extrañamente desinflado de que Piper no


mirara, lo cual es ridículo.
―Morgan va a mandarme un mensaje cuando terminen. Ven. Te
mereces un helado después de esa actuación.

―¿Cuál?

Hudson se ríe.

―Las dos. Vámonos.


Veinte
Piper
―¿Te divertiste?

―Sí, me divertí. Gracias por... invitarme.

No estoy segura de que lo hiciera explícitamente. Era una conclusión


inevitable que yo vendría, de la misma manera que lo he acompañado
cada vez que ha salido del rancho últimamente.

Kyle asiente con la cabeza mientras pone la camioneta en marcha.

Me aclaro la garganta para romper el silencio que persiste, saco los pies
de las sandalias y los meto debajo del vestido. Echo un vistazo furtivo a su
perfil impasible. Lleva una hora callado, apenas sonrió cuando le devolví
el sombrero. Todo lo que puedo imaginar es que venía de un subidón tras
el espectáculo y ahora, por defecto, apenas me tolera.

Las palabras están ahí: Tu actuación ha sido increíble, pero no salen.

Así que me conformo con lo siguiente mejor.

―No estuviste mal en el toro.

Me mira, parece confuso.

―¿Lo viste?

―Uh. Sí.
Aunque estuve tentada de irme un par de veces, escuchando los
sugerentes comentarios que le lanzaban. Fue un sí fácil cuando Morgan
sugirió dirigirse a los baños en cuanto Kyle desmontó.

―¿Y no está mal es el mejor cumplido que se te ocurre?

―Ajá.

Me alivia ver que la comisura de sus labios esboza una media sonrisa.
Lo cual me confunde, porque no estoy segura de cuándo el humor de Kyle
empezó a afectar al mío.

Su sonrisa no debería ser la única causa de este repentino calor en mi


pecho. No debería ser el responsable de que piense que, mientras sonría,
todo va bien. Darle a alguien el poder de afectar a tu estado de ánimo es
tan peligroso como darle otra cosa.

Miro hacia otro lado, por el parabrisas, hacia la carretera oscura,


diciéndome a mí misma que mi corazón está a salvo.

Los demás faros que han salido del estacionamiento al mismo tiempo
que nosotros van en dirección contraria. La interminable extensión de
asfalto vacío me tranquiliza de una manera que nunca antes había
considerado.

Estoy acostumbrada al bullicio y la actividad. Nunca supe nada


diferente hasta que llegué aquí. Nunca aprecié un ritmo más lento.

Y ahora, no estoy segura de cuánto de eso es Texas... o cuánto es él.

―¿Poco diferente de Nueva York? ―La pregunta de Kyle se hace eco de


mis pensamientos.

―Sé que has estado en Nueva York antes, así que deberías saber la
respuesta a eso ―digo, manteniendo la mirada al frente.

Soy lo suficientemente consciente de su proximidad como para no


tener que mirar y confirmar lo cerca que está sentado.

―Debes echarlo de menos.


Me encojo de hombros, contenta de que no lo haya formulado como
una pregunta que requiriera más respuesta.

Echo de menos a mi familia, por muy loca y caótica que sea. Echo de
menos mi cama. Echo de menos la bodega que hay fuera de la oficina,
donde suelo ir a comer. Echo de menos estar de pie en suelos pegajosos,
esperando a escuchar un grupo nuevo para poder decidir si lo tienen.

Y supongo que todo eso combinado es Nueva York para mí.

Supongo que lo echo de menos.

Pero sé que cuando vuelva a Nueva York, echaré de menos esto.

Aunque definitivamente no digo eso.

Una lluvia torrencial empieza a golpear el parabrisas, corriendo por el


cristal en rápidos ríos. Al menos esta vez no estamos en medio del campo.
Pero la sensación es tan íntima como en aquel momento, juntos en la
cabina seca mientras los truenos retumban a lo lejos.

―Aquí hay muchas tormentas de verano ―comenta Kyle.

―Supongo que sí ―digo, sin saber qué más decir―. ¿Crees que el
nuevo techo aguantará?

―Yo no lo instalé. Así que, probablemente.

Me río.

―Ahí es donde fui al instituto ―dice de repente.

Miro por la ventana mojada por la lluvia el edificio de ladrillo que


ocupa la mayor parte de la manzana por la que pasamos.

―Parece más grande que el mío.

―¿Sí? ¿Fuiste a la universidad en la ciudad?

―Sí. Era una escuela de arte en la que tuve que solicitar plaza. Todos
mis hermanos fueron a otro sitio porque querían hacer deporte.

Kyle sonríe.
Suspiro.

―Tú hacías deporte, ¿no?

Su sonrisa crece.

―Aquí se juega mucho al fútbol.

―Y eras el jugador estrella con la chaqueta que todas las chicas querían
llevar, ¿verdad?

―Hasta que me echaron del equipo.

―¿Te echaron del equipo?

―Ajá.

―No me lo imagino.

―Descubrí que iba a ser hermano mayor. No lo llevé bien.

―Oh.

Echa un vistazo, con una comisura de la boca curvada hacia arriba.

―Puedes preguntar.

―No tenemos que hablar de eso. No es asunto mío.

Kyle exhala.

―Mi madre era... complicada. Nunca conocí a mi padre, y creo que ella
tampoco tenía idea de quién era. Se estableció con Carter Spencer cuando
yo tenía tres años. Me adoptó legalmente y enfermó un año después. Se
fue en unos meses, y nos dejó el rancho. Avancemos rápido a la escuela
secundaria. Se acostó con uno de mis profesores. Se quedó embarazada y
recayó en la bebida en cuanto nació el bebé. El padre obtuvo la custodia
completa y se mudó a Tennessee.

Consigo decir―: Lo siento mucho, Kyle ―con un nudo en la garganta.

―Estoy seguro de que no tuviste nada que ver ―dice, intentando


aligerar el pesado ambiente.
―Aun así, siento que tuvieras que vivirlo.

―Sí. Gracias.

―¿Qué... qué pasa con tu madre?

Dijo que era complicada.

¿Eso significa que ya no es complicada o que ya no...?

―Ella se emborrachó y envolvió su auto alrededor de un poste de


teléfono hace seis meses. Murió al instante.

Respiro sorprendida, aún teniendo alguna idea de adónde iba esta


historia. No entregas un final feliz con la expresión de dolor que tiene
Kyle.

Decir lo siento no parece suficiente, pero es lo que vuelvo a ofrecerle.

―Pagué su rehabilitación. Pagué su auto. Pagué a gente para que


llevara la granja. Durante años, sólo arrojé dinero al problema.

―La gente tiene que querer la ayuda, Kyle. Hiciste todo lo que pudiste.

―No. ―Sacude la cabeza―. Podría haber hecho más, y decidí no


hacerlo.

―Era su trabajo cuidar de ti, no al revés.

Kyle guarda silencio, pero oigo el desacuerdo en él.

―Mi madre no es la razón por la que dejo la música ―dice


finalmente―. Es un puto milagro que la prensa no haya desenterrado la
historia, y probablemente sólo porque teníamos apellidos diferentes.
Pero siento que perdí de vista... todo, ¿sabes? Quedé tan atrapado en
lograr algo, que al final sentí que era un montón de nada. Fue una
llamada de atención, supongo. Un reenfoque.

―Eso tiene sentido ―es mi poco original respuesta.

―¿No me vas a decir que estoy cometiendo un error y que mi madre


querría que siguiera actuando?
―¿Tu madre querría que siguieras actuando?

Kyle suspira.

―No tengo ni puta idea. Nunca me vio tocar en ningún sitio, excepto
en la feria, ni siquiera cuando le envié entradas.

Una punzada me rebota en el pecho al pensar en el tipo que buscaba a


su madre entre la multitud. Adorado por miles y echando de menos a una.

Es un recordatorio de cómo todos compartimos los instintos más


básicos, aunque tengamos orígenes y circunstancias diferentes. A pesar
de todos sus defectos, mi familia siempre ha dado la cara, y estoy
inmensamente agradecida por ello.

En lugar de ofrecer más palabras vacías, me acerco. En los estrechos


confines de la cabina del camión es fácil desplazarse unos centímetros por
el asiento corrido. Le aprieto el brazo sin pensarlo del todo, ofreciéndole
el consuelo del contacto físico.

Kyle me mira, con un destello de confusión en los ojos, antes de volver a


mirar a la carretera.

―Pensé que volverías a intentar convencerme de firmar un nuevo


contrato.

―No.

―Me hicieron otra oferta oficial. La rechacé.

Trago saliva, dolorosamente consciente de que el alivio no es lo que me


revuelve el estómago.

Sé lo que está diciendo realmente.

Esto se acaba pronto.

―De acuerdo.

Kyle gira en la entrada del rancho, la suspensión de la camioneta gime


cuando llegamos a un desnivel en la tierra.
La lluvia se ha convertido en niebla.

Me cubre el cabello, la piel y el vestido cuando salgo de la cabina, el


suelo oscuro y desigual.

―No te rompas nada ―dice Kyle, cerrando la puerta tras de mí.

Sigue siendo extraño que me abra las puertas como si fuera una
inválida, pero extraño de una forma especial e inesperada.

―No veo nada.

―He movido todas las tejas. No hay nada con lo que tropezar. Sólo
dirígete a la casa.

―Sí, ya sé que moviste todas las tejas ―refunfuño―. Por cierto, ¿cómo
tienes la mano?

―Bien.

Tropiezo de nuevo.

―Mierda. Tu jardín me la tiene jurada.

Kyle se ríe.

―Camina recto.

―Lo estaba haciendo ―insisto, pero de todos modos tomo la mano que
me ofrece.

No me suelta. Y yo no retiro la palma.

Muevo los dedos entrelazados como si fuéramos niños, inclinando la


cara hacia atrás para que el agua que cae me dé de lleno en la piel.

Es uno de esos raros momentos en los que el tiempo se suspende y el


resto del mundo no existe. No tengo que preocuparme por lo que esté
pensando Kyle ni preguntarme qué significa que no quiera soltarme.

Sus pasos se ralentizan y los míos también. Los dos nos estamos
mojando más de lo necesario, caminando al paso más lento posible.
―Me alegro de que la lluvia esté amainando ―comenta Kyle.

Lo miro. Está mirando el techo de metal brillante, con una arruga entre
los ojos.

―Lo entiendo ―le digo.

―¿Entender qué? ―Sigue concentrado en el techo.

―Entiendo por qué la gente está obsesionada con tu música. Eres muy
bueno.

Me mira y su expresión cambia a incredulidad. Ríe una vez, corta y


sorprendida e incrédula.

―¿Es esta tu nueva táctica? ¿Actuar como un fan para que me sienta
culpable por decepcionar a otra persona?

Sacudo la cabeza.

―No. Y no estoy actuando. He terminado de intentar convencerte para


que vuelvas a firmar. Es tu decisión. Esta soy yo diciéndote lo que a mucha
gente le encantaría decirte a la cara porque tengo la oportunidad de
hacerlo y ellos no. Me encantó verte actuar esta noche, y probablemente
estoy más sorprendida por eso que tú. Pero entiendo lo que vio ese
ejecutivo. Si hubieras estado allí esta noche como un simple tipo con una
guitarra y yo estuviera en A&R, te habría fichado.

Espero una sonrisa o un agradecimiento. Tal vez alguna broma sobre


mi gusto por la música country.

Lo que no espero es que Kyle me suelte la mano y entre en la granja,


dejándome sola bajo la lluvia.

Cuando entro por la puerta principal, ya no está en el salón.

Oigo cerrarse de golpe la puerta del frigorífico y entonces aparece en el


umbral, con una botella marrón oscura en la mano que acababa de rodear
la mía.

―¿Estás bebiendo? ―pregunto horrorizada.


La sobriedad de Kyle sigue siendo un misterio para mí. Supongo que se
debe a lo que acaba de contarme sobre su madre.

Lo he visto en suficientes situaciones en las que el alcohol prolifera que


es obvio que su abstinencia es una elección consciente. La posibilidad de
que rompa su prohibición porque le he hecho un cumplido no me gusta
nada. Siento que cualquier cosa que le diga es incorrecta. Que no puedo
ganar, aunque lo intente.

Mueve los dedos para que pueda ver la etiqueta.

Es cerveza de raíz.

―Oh ―digo, aliviada.

Se burla y sube las escaleras.

Bebo un vaso de agua en la cocina y lo sigo despacio, totalmente


confusa.

Cuando llego arriba, la puerta de su habitación está cerrada y no sé si


debo llamar.

Esto no tiene nada que ver con la razón por la que estoy aquí, la razón
que está llegando rápidamente a su fin. Si Kyle ha rechazado una segunda
oferta, las posibilidades de que pronto me digan que vuelva a Nueva York
son altísimas.

Así que, tras un momento de indecisión, me dirijo directamente al


baño, siguiendo mi típica rutina nocturna de limpiarme la cara y
cepillarme los dientes. Hago pis, me lavo las manos y abro la puerta.

Él está ahí. Esperando. Apoyado en la pared de enfrente, con las manos


metidas en los vaqueros y la camisa de algodón húmeda pegada al pecho.

Con mejor aspecto del que ya tiene.

Mi estómago hace acrobacias al ver cómo levanta la cabeza para


mirarme. Incluso su ceño fruncido es atractivo. Es una expresión que solo
he visto dirigida a mí, así que le he tomado cariño.
La energía crepita entre nosotros, con un zumbido constante y
absorbente.

Dudo, aún intentando entender qué está pasando.

Éramos buenos, geniales. Me dio su sombrero en la feria. Se sinceró


cuando volvíamos a casa. Y ahora, de repente, siento como si estuviera de
pie en el patio y él se cerniera sobre mí desde el porche otra vez.

Decido disculparme porque no quiero irme en malos términos y no sé


qué más decir.

―Perdona si he tardado demasiado en bañarme...

Kyle se aparta de la pared, avanzando hacia mí como un depredador


acechando a su presa.

En su expresión no hay rastro de la pasividad que solía definir nuestros


encuentros, cuando claramente me ignoraba con la esperanza de que me
fuera. Es todo intensidad, como cuando actuaba antes.

No doy un paso atrás aunque mi instinto me lo pide a gritos.

―¿Qué demonios haces aquí, Piper?

―Yo... yo… ―Me cuesta sacar las palabras. Se me atascan en la


garganta, gracias a la intensidad de su expresión―. Ya sabes ―consigo
decir por fin.

Kyle niega con la cabeza.

―No, no lo sé. Sé por qué a Empire Records le importa que no vuelva a


pisar un escenario. Pero no tengo ni puta idea de por qué estás aquí. Por
qué estás en el pasillo de mi casa ahora mismo.

―¡Estoy aquí para poder seguir ganando un sueldo! ―Me quejo―.


¡Algunos de nosotros no podemos simplemente decidir dejar de trabajar!

No puedo ignorar cómo aprieta la mandíbula Kyle. Ni la punzada de


culpabilidad que siento en el pecho.
Estamos en el pasillo de la casa de su infancia, decorada con muebles
desparejados y alfombras raídas. No creció con dinero. No se compró una
carrera en la música country. Conduce una camioneta de veinte años y
parece tener exactamente dos pares de vaqueros. Los millones que ha
ganado no le han servido para financiar un estilo de vida ostentoso.

Me aclaro la garganta.

―Lo siento.

Kyle cierra los ojos y exhala.

―¿Qué es esto, Piper? ¿La fase cinco del plan para hacerme perder la
cabeza?

―No sé de qué estás hablando. ¡No hay ningún plan!

Sacude la cabeza.

―Eres jodidamente exasperante, ¿lo sabías?.

Las palabras son furiosas. También son... afectuosas. Llenas de capas


de emociones que sé que me quedaré despierta más tarde, intentando
identificar.

―¿Qué he hecho que sea tan terrible, Kyle? Si no querías que fuera esta
noche, ¡deberías haberlo dicho! No puedo...

Dejo de hablar cuando me besa.

Me quedo de pie, en silencio y atónita, mientras su lengua recorre mi


labio inferior.

Ya no me salen las palabras, ni siquiera las pronuncio. Ni siquiera


pienso. Todo se ha detenido, así que lo único en lo que puedo pensar es en
el cálido deslizamiento de su lengua dentro de mi boca.

Kyle Spencer me está besando.

Esas cinco palabras se repiten en mi cabeza.

Y suenan a locura.
Pero se siente correcto.

Besar a Kyle es como volver a casa. Como ponerse un par de vaqueros


favoritos y subirse a una montaña rusa. Reconfortante y emocionante.

Sabe a cerveza de raíz y se mezcla con el sabor a menta que me queda en


la boca.

Al principio es suave y tentativo, pero rápidamente se vuelve frenético


y acalorado. Me empuja contra la pared, justo al lado de la puerta del
baño, mientras Kyle me besa con una desesperación tan inesperada como
el hecho de que me bese. Eso sugiere que tal vez se ha fijado en mí de la
misma forma que yo me he fijado en él.

Los dos respiramos con dificultad cuando se separa. Pero no se aleja


mucho. Permanece lo bastante cerca como para que pueda memorizar
nuevos detalles en el rostro que ya me resulta familiar, como la peca que
tiene sobre el ojo izquierdo y la cicatriz desvaída en el centro de la
barbilla.

―¿De qué es? ―Mi dedo índice traza ligeramente el viejo corte,
evitando el peso penetrante de su mirada.

Preguntar por viejas heridas es más fácil que hablar de lo que acaba de
ocurrir entre nosotros.

Apoya una mano en la escayola detrás de mi cabeza, estudiando mi


expresión antes de responderme.

―Me caí de la bici cuando iba a casa de Hudson en tercero. Me dieron


ocho puntos.

―¿Fue la última vez que te dejaron ir en bici? ―bromeo.

La expresión de Kyle se ensombrece, como una nube que pasa sobre el


sol.

―No.
Mi mano se mueve, recorriendo la línea de su mandíbula y bajando
hasta su hombro tenso. Le ofrezco compasión en silencio porque es la
única que podría aceptar.

―¿Lo decías en serio? ―pregunta.

―¿Que cosa?

―Lo que dijiste antes, sobre mi actuación.

―Nunca te he mentido ―susurro.

Asiente lentamente, como si lo estuviera considerando.

―¿Por qué estás enfadado conmigo? ―le pregunto.

―No estoy enfadado contigo.

―Entraste aquí furioso. Luego me dijiste que soy 'jodidamente


exasperante'. Parece que estás enfadado conmigo.

―Estoy enfadado conmigo misma.

―¿Por qué?

―Porque nunca he necesitado a nadie y siento que te necesito a ti.

Lo miro fijamente, atónita.

―Estoy tan cansado... de todo. Pero lo más agotador es intentar fingir


que no pienso en esto... en ti... todo el tiempo.

No sé quién se mueve primero, si él o yo. Pero volvemos a besarnos. Y es


un shock, pero no tanto, así que puedo relajarme más. Saboreo el lento
deslizamiento de su lengua y la forma en que se inclina hacia delante para
que yo quede atrapada entre su duro cuerpo y la pared. Se acerca más, su
rodilla se desliza entre mis piernas como si debiera estar allí, y me saltan
chispas en la piel por la fricción.

Esta es una situación en la que normalmente me lo pensaría


demasiado. Una situación en la que debería pensar más de la cuenta. Pero
cualquier señal de alarma está felizmente silenciada. Es como llegar a la
cima de una montaña y saber que sólo hay un camino de bajada. Ver caer
la primera ficha de dominó y conocer ya el destino de la última.

Inevitable.

Nos miramos fijamente, ambos respiramos con dificultad.

―¿Estás segura? ―pregunta.

―Sí. ―Nunca me había sentido tan segura, pero suena demasiado


sincero.

Y no debería estar tan segura.

Se trata del maldito Kyle Spencer. No es sólo un tipo caliente con un


sombrero de vaquero y una voz sexy, y no es sólo parte de mi trabajo. Los
artistas que entraron en Empire Records, haciéndose los poderosos y
demasiado importantes para dar las gracias, no tenían ni una décima
parte de la fama que tiene él. Es una superestrella que llena estadios y
tiene fans que gritan. Que tiene éxito en una industria que lo hace difícil
de encontrar.

No debería hacer ninguna diferencia en una situación como esta.

Pero me imagino a todas las mujeres guapísimas con las que ha estado
mientras entro en su dormitorio, preguntándome cómo estaré a su altura
y odiando haber creado una competición en mi cabeza.

Aquí huele a él, a madera, a cuero y a detergente. Colonia picante.

Siento un cosquilleo en el estómago cuando me acerco a la cama. Es el


único mueble que hay, aparte de un sillón en una esquina. El único signo
de que está habitada son las dos camisas colgadas de un brazo. La cama
está bien hecha y el suelo está desnudo.

Me subo al colchón y me tumbo de espaldas, mirando a Kyle acercarse.

Ha dejado la puerta abierta y la luz amarilla del pasillo se extiende por


la madera.
Sus pasos son deliberados. Me elevo sobre los codos para obtener un
mejor ángulo y trago saliva cuando veo cómo se desabrocha el cinturón de
cuero con una sola mano, lo suelta de las trabillas y lo tira al suelo. El
tintineo del metal al chocar con la madera me pone la piel de gallina. Su
camisa desaparece y deja al descubierto las crestas de su abdomen, que ya
he contemplado cada vez que he tenido ocasión. Sin el cinturón, la
cintura de sus vaqueros se desliza hacia abajo, la V tallada es imposible de
pasar por alto.

Cada acción parece practicada y decidida, pero me quito de la cabeza


todos los pensamientos sobre su experiencia.

Si voy a hacer esto, voy a disfrutarlo. No compararme.

También... porque preocuparse por el pasado de Kyle sugiere


preocuparse, punto.

Y esto es sólo sexo. Rascar una picazón.

Eso creo.

No puedo analizar demasiado lo que quiso decir con necesitarme


cuando está semidesnudo y delante de mí.

Se detiene en el borde del colchón unos segundos y luego se sumerge. El


calor se extiende por mi piel como agua derramada, constante e
interminable, mientras él se arrastra sobre mí, obligándome a tumbarme
de nuevo. Mis muslos se separan, creando un espacio para él justo entre
ellos. Su boca encuentra ese punto entre mi hombro y mi cuello, y me da
un beso suave que me produce escalofríos.

Mis manos recorren su espalda, sintiendo los músculos moverse y


estirarse.

―Ha pasado mucho tiempo ―suelto.

De repente, unos ojos color avellana se clavan en los míos.

―¿Cuánto tiempo?
―Un año. Maso.

―¿Por eso le preguntabas a tu amiga por el tamaño de la polla de su


novio?

―Siéntete libre de no volver a mencionar ese humillante momento.

Su risa sacude la cama y no puedo evitar sonreír ante el sonido. Me


estira uno de los rizos y lo suelta.

―Es como montar en bicicleta ―me dice.

Me río. ¿Alguna vez me había reído en la cama con un tipo? Creo que
nunca.

―¿De verdad? Porque nunca había oído a nadie decir Es como tener
sexo.

―Es un nuevo dicho. Estoy trabajando en registrarlo.

―Sí, seguro que tendrás mucha suerte con eso...

Pierdo el hilo de lo que estoy diciendo cuando su mano se desliza por mi


muslo y se burla del encaje de mi tanga.

―¿Estás mojada por mí, Piper? ―Kyle lo pregunta tan en serio que la
verdad se escapa sin que me lo piense dos veces.

―Siempre.

Le gusta esa respuesta porque me recompensa. Inmediatamente, siento


el roce de sus callos sobre mi piel. Me sube el vestido y desliza un dedo por
el material húmedo de mi ropa interior. El roce es insoportable, apenas
roza el encaje.

Levanto las caderas, buscando más, y Kyle se ríe.

―Qué impaciente.

Tiene el mismo tono afectuoso que oí cuando me llamó exasperante.


No esperaba estar tumbada debajo de él cuando volviera a oírlo.
Un tirón y estoy desnuda de cintura para abajo, con la áspera tela
vaquera rozándome la sensible piel del interior de los muslos.

Es emocionante y aterrador tener toda la atención de Kyle puesta en mí.

Es un contraste chocante con verlo dominar un escenario. A ver a una


enorme multitud suplicar por un simple reconocimiento.

Nunca me he sentido tan vista.

De repente, se cierne sobre mí y unos dedos ásperos separan más mis


muslos. Unos besos suaves y burlones calman el roce de la tela vaquera, y
me retuerzo bajo él, con la misma sensación insoportable de las
cosquillas.

Su lengua está donde acababan de estar sus dedos antes de que pueda
darme cuenta de lo que está pasando.

Mis caderas se levantan, pidiendo más en silencio. Más fricción. Más


placer. Más presión. Simplemente... más.

Kyle aprieta mis caderas, inclinándolas exactamente donde y como


quiere.

Y me siento tan bien que no puedo cohibirme.

Gimo y giro la cabeza hacia un lado para poder ver su cabeza entre mis
muslos. Así puedo memorizar exactamente cómo es Kyle Spencer
chupándomela.

―Joder, Kyle, estoy...

Intenta un nuevo ángulo con su lengua, y mi cerebro se deshace en


papilla. Mis dedos retuercen la ropa de cama.

―Joder.

El placer es cada vez mayor y más intenso, y me debato entre perseguir


el subidón y desear que esta cúspide dure para siempre.
Su mano se posa en mi muslo y me abre más. Me retuerzo contra su
boca y me agarra con fuerza para mantenerme en mi sitio. Su lengua
penetra más profundamente y me vuelvo loca. La presión perfecta me
dispara a una estratosfera de placer y me corro con más fuerza y durante
más tiempo que nunca. Me siento tan aliviada de romperme por fin y tan
decepcionada cuando las olas de felicidad empiezan a menguar.

Cuando vuelvo a la realidad, Kyle se cierne sobre mí con expresión de


suficiencia.

Deslizo las manos por su vientre, disfrutando de cada cresta de sus


abdominales. Para ser un hombre que se ha ganado la vida subido a un
escenario y cantando, está ridículamente en forma. Y estoy
vergonzosamente ansiosa por ver más de su cuerpo. De provocarlo y
complacerlo. Sus manos se deslizan por cada centímetro de mi piel, como
si memorizara cada curva.

―Las cosas que me muero por hacerte, Piper Egan.

Me ruborizo, el calor se extiende por mi piel.

―Hazlas ―desafío.

Sus manos suben hasta que ya no llevo el vestido. Extendida bajo él,
sólo llevo un sujetador negro de encaje completamente transparente. Sus
cálidas palmas cubren mis pechos, ahuecándolos y apretándolos. Luego,
mi sujetador también desaparece.

El aire acondicionado zumba en un rincón de la habitación, el aire frío


me acaricia la piel y me pone la carne de gallina.

Me está mirando como si esto importara, y no sé muy bien cómo


procesarlo.

Deslizo las manos por su pecho hasta encontrar la cintura de sus


vaqueros y tiro de ellos con impaciencia. Consigo bajárselos un par de
centímetros antes de que Kyle retroceda, se pare en el borde de la cama y
se los quite. Sus calzoncillos apenas ocultan el tamaño de su erección,
pero sigo sorprendida e intimidada cuando su polla se libera.

Es enorme. También está tan duro que parece doloroso.

Y siento un escalofrío al verlo tan excitado por mi. Todo se aprieta


cuando imagino cómo se sentirá tener esa gruesa y larga longitud dentro
de mí.

No creía que Kyle Spencer fuera mi tipo.

Ahora me cuesta imaginarme otra cosa que no sea esta fantasía.

Hay un arrugamiento distintivo de una envoltura de condón. Luego,


vuelve a estar sobre mí, con su piel caliente rozándome en lugar de la tela
vaquera rígida. Sus rodillas se deslizan bajo mis muslos, levantándome y
abriéndome. Y entonces lo siento allí, el breve roce es suficiente para
hacerme jadear.

―Joder. Esta vista.

Puede verlo todo. Pero estoy demasiado excitada para sentirme


cohibida o dudar. Y no hay duda de que a Kyle le gusta lo que ve: la lujuria
es obvia en su cara.

Agarra su erección y la desliza por la humedad acumulada entre mis


muslos, frotando mi clítoris con la punta y luego sondeando mi entrada.
Introduce un centímetro y luego se retira. Vuelve a provocarme.

No puedo dejar de gemir. Ni de mover las caderas. Su agarre vuelve a


apretarme, obligándome a aceptar el ritmo lento.

Lo agradezco cuando realmente empuja. Noto cómo mi cuerpo se estira


y el ligero pinchazo me recuerda que es más grande que cualquier otro
hombre con el que haya estado. No se lo voy a decir a Kyle. Su ego es lo
suficientemente grande.

La punzada de dolor da paso rápidamente a un placer sin diluir.


Se inclina para besarme, el enredo de nuestras lenguas tan húmedo y
desesperado como el resto de nuestros cuerpos. Mi respiración se acelera,
al igual que los latidos de mi corazón.

Kyle se aparta, mueve mi pierna y cambia el ángulo para deslizarse aún


más profundamente. Gimo y mis manos se mueven de las sábanas a mis
pechos. Kyle jura en voz alta cuando ve que empiezo a tocarme los
pezones. Sus embestidas se aceleran y me llevan al límite. Me folla hasta
el orgasmo y gime cuando encuentra su propia liberación.

Me siento tan bien que puedo alejar todos los pensamientos sobre el
gran error que probablemente haya sido.

Porque si antes pensaba que irme iba a ser difícil, estoy segura de que
no era nada comparado con lo que va a ser ahora.
Veintiuno
Kyle
Piper está profundamente dormida cuando me despierto.

La miro fijamente en la cama durante demasiado tiempo.

Sus rizos rojos se extienden en un halo salvaje sobre la almohada.

Expresión apacible.

Tetas perfectas, pezones duros por la corriente de aire frío que sale del
aire acondicionado.

Le subo la sábana azul hasta cubrirle el pecho y salgo de la cama,


poniéndome los mismos vaqueros que Piper me quitó anoche y una
camiseta limpia de la cómoda. Bajo las escaleras, sin saber exactamente
adónde me dirijo, pero dándome cuenta de que el destino es inevitable.

Desde que terminó su construcción, he estado en el estudio de


grabación exactamente una vez. Fue una costosa instalación que se ha
convertido en un despilfarro de dinero y en un doloroso recordatorio de
planes pasados. Antes de que muriera mi madre, pensaba dar prioridad a
pasar más tiempo en Texas. Redescubrir más de Miles en lugar de ser Kyle
todo el tiempo.

Y entonces recibí la llamada de que se había ido, y todo me pareció una


broma de mal gusto.

Algunos dirán que se lo merecía. Era una madre ausente y egoísta que
eligió el alcohol antes que a mí, no una, ni dos, sino docenas de veces. Que
nunca pudo librarse de sus demonios, aunque lo intentó. Que decidió
ponerse al volante cuando no tenía nada que hacer conduciendo un auto
y, como resultado, se convirtió en otra estadística.

Piper es la primera persona a la que se lo he contado voluntariamente.


Mabel y John fueron los que recibieron la llamada de la policía local. Un
oficial me llamó una vez que consiguieron mi número. Se lo conté a
Brayden y a algunos otros miembros de mi equipo por necesidad, para
poder volver para el entierro.

Y más aterradora que la línea física que Piper y yo cruzamos anoche es


la emocional. La comprensión de que le conté lo de mi madre y mi pasado
porque quiero que me conozca.

La gente conoce una versión de mí.

Todos en Oak Grove me ven como Miles. Puede que sepan que soy un
cantante famoso y que me ven actuar en la feria todos los años, pero
ninguno de ellos comprende cómo es realmente esa parte de mi vida.

Y los que lo saben no tienen ni idea de cómo es mi vida aquí. Quién soy
en realidad por debajo de la celebridad y el éxito.

Piper es la única que ha visto ambos lados. Ella sabe exactamente cómo
es mi vida aquí, lo que fue el pasado y lo que es el presente. Y también
forma parte de la industria musical. Ella se sentó en las reuniones que
discutieron las ventas y las fechas de la gira. Marketing de álbumes y citas
falsas con otra artista.

Y me digo que por eso me siento diferente cerca de ella. Ser yo mismo
sin preocuparme de que no entiendan una parte de mí o la otra no es un
lujo que me haya permitido con nadie más.

No podía explicar a Mabel y John por qué me alejaba de la música


porque no tenían ni idea de cómo era esa parte de mi vida. Que la fama
puede ser lo peor y lo mejor que te pase en la vida.

No pude explicarle a Brayden por qué no me conmocionó la muerte de


mi madre, que era una llamada que una parte de mí llevaba años
esperando recibir porque nunca compartí esa parte de mi historia con él.
Por lo que él sabe, su muerte fue un trágico accidente, no un polvorín que
estaba sentado y esperando a explotar.

La puerta cruje cuando la abro, pero es la única señal de que el edificio


es antiguo. Por dentro, el estudio parece nuevo. Me he gastado un dineral
en lo último en tecnología.

Ignoro todo el equipo de grabación, me siento en el sofá de cuero y


tomo del atril la vieja Fender que encontré en un mercadillo en el
instituto. Es la guitarra con la que aprendí a tocar cuando la música ni
siquiera era un hobby, sino una distracción ocasional. El peso y la madera
arañada se sienten más cómodos en mis manos que con cualquier otra
guitarra.

Jugueteo con algunas combinaciones de acordes y empiezo a cantar las


palabras que me han estado rondando la cabeza desde que me desperté.

Cabello rojo, sábanas azules,

Mentiras blancas, mejillas rosas.

La puerta se abre con otro crujido.

Se me caen los dedos de las cuerdas y rezo en silencio para que Piper no
haya oído nada gracias a la insonorización.

Aparece un segundo después, con el vestido de anoche. El algodón


negro está arrugado, por el suelo y por mis manos. Siento un tirón
inmediato de lujuria en cuanto la veo, con el cabello rojo alborotado y los
labios rosas hinchados.

―Hola. ―Piper se detiene en cuanto me ve, justo en el umbral de la


puerta, como si no estuviera segura de dar un paso más. Tiene una arruga
en una mejilla por la almohada.

―Hola. ―Dejo la Fender en el suelo, me froto las palmas sudorosas en


la tela vaquera áspera y me muevo a la derecha, haciendo un poco más de
espacio en el sofá.
―No creí que viniera nadie ―dice, acercándose y echando un vistazo a
su alrededor.

―No sabía que sabías que existía.

Un fantasma de sonrisa.

―Curioseé accidentalmente cuando intentaba encontrar la litera. Y


luego volví para echar un vistazo más de cerca.

Se sienta a mi lado, el suave mullido del cojín resulta extrañamente


reconfortante.

―No estoy segura de cómo se sentiría la Academia con sus preciados


premios guardados en un armario.

―No me había dado cuenta de que mirar más de cerca significaba que
habías registrado cada centímetro del lugar.

Piper suelta una carcajada y se apoya en los cojines. La tela de su


vestido se sube otro centímetro, revelando más muslos. Rápidamente,
desvío la mirada.

―¿Siempre te escapas? ―No hay enfado ni decepción en su voz, sólo


curiosidad.

―No. ―Me inclino hacia atrás, igualando su postura―. Eso requeriría


pasar la noche.

―Ah. Así que eres ese tipo de estrella del rock.

―Supongo. Era más fácil separar las cosas así.

Rompe el contacto visual, mirando alrededor del estudio.

―Este sitio es genial.

―Yo lo construí... antes.

―Sí, me lo imaginaba.

Estamos bailando sobre una línea delicada. Anoche, me dejé llevar. La


dejé entrar.
En el sol brillante de la mañana, la realidad es más difícil de ocultar.

Ella se va.

Yo me quedo.

Esas dos verdades, además de muchas otras, hacen que Piper y yo


seamos prácticamente imposibles.

―¿Nueva canción? ―pregunta, mirando la guitarra.

―La verdad es que no.

―Bueno, debería...

Me inclino, agarrándola del brazo y manteniéndola en el sofá antes de


que haya decidido conscientemente moverme.

―Piper.

―¿Qué?

El azul me quema, intenso y devastador, cuando me mira de frente.

Trago saliva.

―No pretendía que te despertaras sola. Es que...

―No pasa nada, Kyle. Ha sido algo puntual.

Me suelto de su brazo y me hundo contra los rígidos cojines. Absorbo el


escozor.

Hay arañazos rojos en mi espalda que sugieren que ella disfrutó, pero
hay una llamarada de inseguridad que me esfuerzo por ocultar.

―Nunca he estado con una mujer a la que considerara una amiga. No sé


cuáles son las reglas.

Una ceja se alza.

―¿Somos amigos?

―Eso espero.
Piper asiente una vez y se levanta.

―Necesito café.

―He puesto el que sobró ayer en la nevera.

―Necesito fresco esta mañana. Desde que, ya sabes ―me mira―, no he


dormido mucho.

―Lo recuerdo.

Antes de que se dé la vuelta, veo cómo se sonrojan sus mejillas.

Le doy quince minutos de ventaja, cierro el estudio y me dirijo a la


granja. El equipo de ordeño está a punto de llegar. Saludo con la mano a
los camiones que pasan en dirección al cobertizo. Luego casi tropiezo con
la bicicleta rosa que está tirada en la hierba a unos metros de la escalera.

Me quedo mirándola unos segundos, con la incertidumbre


revolviéndome en las tripas, y luego empiezo a subir las escaleras.

―...¿llevan botas vaqueras?

―Yo pensé lo mismo ―oigo decir a Piper―. Pero todo el mundo las
llevaba. No creo que destaques.

Respiro hondo y abro la puerta, sabiendo que un portazo me delatará.


Las dos voces femeninas callan de repente.

Primero me fijo en Bailey. La última vez que vi a mi hermana pequeña


en persona fue hace cuatro años, cuando vino a un concierto en
Nashville.

Desde entonces, nos comunicamos exclusivamente a través de llamadas


telefónicas y tarjetas genéricas. Mi publicista elige los regalos que le
envían para su cumpleaños y las fiestas.

Como si nuestros quince años de diferencia no fueran suficiente


obstáculo, el padre de Bailey no me soporta. No puedo culparlo del todo,
teniendo en cuenta mi comportamiento en el instituto. Pero es un rencor
que nunca se ha desvanecido. Estoy seguro de que Bailey lo sabe.
Tiene una madrastra y un hermanito en Tennessee. Otra vida,
separada de todo lo que su padre dejó aquí cuando ella tenía sólo unos
meses. No le permitió regresar para el entierro de nuestra madre. Estoy
seguro de que la única razón por la que Bailey está en Oak Grove es para
visitar a sus abuelos, y que su padre no tiene ni idea de que estoy en la
ciudad.

―Hola, Bailey.

Catalogo los muchos cambios en su aspecto. Recibí una postal navideña


el invierno pasado, pero parece aún mayor de lo que aparecía en ella.

Se parece a mi madre.

Me pregunto si eso ha contribuido a lo ferozmente que su padre la ha


mantenido alejada de este rancho. De mí.

Experimento una rara punzada de simpatía hacia el hombre. No debe


ser fácil, mirar tus errores a la cara todos los días. Intentó arreglar a mi
madre, y cuando fracasó, la abandonó. Yo hice lo mismo. Volví algunas
veces por obligación, esperanza o dependencia.

La mirada de mi hermana apenas se levanta del vaso de zumo de


naranja que Piper debe haberle servido para saludarme con un silencioso

―Hola.

Debería abrazarla. Sonreír. Pero estoy demasiado sorprendido de que


esté aquí, en un rancho en el que nunca ha estado y en el que, estoy
seguro, no debería estar.

―¿Estás visitando a tus abuelos?

Un asentimiento, que parece una regresión. Ni una palabra para


ninguno.

―¿Saben que estás aquí?

La barbilla de Bailey se pone obstinada, un rasgo que yo también


heredé de nuestra madre.
No estoy ganando puntos. Pero ya le caigo bastante mal a su padre. Si su
familia está buscándola, necesito saberlo.

―Le dije a la abuela que iba en bici a la ciudad.

Hay un borde insolente en la respuesta. Un desafío.

Miro a Piper. Ella baja rápidamente la mirada, concentrada en medir


los posos del café. Se ha puesto unos pantalones cortos y una camiseta, y
se ha recogido el cabello en un moño desordenado.

―Esto no es la ciudad ―le digo con la mayor delicadeza posible.

―De acuerdo. Me voy. ―Bailey se desliza del taburete en el que estaba


sentada.

Doy un paso adelante.

―No tienes que irte. Me alegro de que estés aquí. Sólo quería
asegurarme de que el departamento de policía de Oak Grove no está
buscándote.

―No me esperan hasta la cena ―dice Bailey.

―Oh. ―No sé qué más decir o hacer mientras la cafetera empieza a


hervir, llenando la cocina con el agradable aroma del café recién hecho.

Me siento mal por tenerla aquí cuando los adultos responsables de ella
no tienen ni idea de dónde está. Pero me alegro -sorprendido pero
contento- de que esté aquí, y obligarla a marcharse no lo transmitirá.

―Bailey va a ir a la feria esta noche ―dice Piper, sorprendiéndome―.


Le estaba contando lo divertido que fue anoche.

Bailey asiente, dirigiendo a Piper una mirada mucho más entusiasta


que la que me ha dirigido a mí.

―Nunca había estado en una feria.


―Quizá deberías llamar a tus abuelos ―sugiere Piper―. Averigua a qué
hora te esperan en casa antes de ir a la feria. Y hazles saber dónde estás,
por si necesitan localizarte antes.

―Sí, de acuerdo ―asiente Bailey, aumentando mi conmoción.

Se saca un móvil rosa del bolsillo -algo que no sabía que tenía, ya que
siempre he llamado al fijo- y se dirige hacia las escaleras con él pegado a
una oreja.

―Gracias. ―Mi voz es baja y ferviente.

Piper sonríe mientras se sirve un café.

―Hice mucho de canguro cuando era más joven. Los niños pequeños y
los adolescentes siempre eran los más difíciles. Espero no haberme
pasado.

―No lo hiciste. Me alegro mucho de que estés aquí.

―Vaya, vaya, vaya. Palabras que nunca pensé que oiría. ―Su sonrisa se
vuelve burlona alrededor del borde de la taza.

Palabras que no esperaba decir.

Y palabras que no tienen nada que ver con Bailey, si realmente lo


pienso, pero este no es el momento ni el lugar adecuado para compartir
ese sentimiento.

No estoy seguro de que el momento o el lugar adecuados vayan a existir


nunca, ya que lo nuestro fue cosa de una sola vez.

Me acerco y me sirvo una taza de café.

―Nuestra relación es... complicada.

―Lo deduje, por lo que dijiste anoche.

―Inexistente sería probablemente un mejor descriptor. Es que…


―Exhalo un suspiro―. No tengo ni idea de qué decirle a una niña de trece
años.
―Imagina que fuera famosa.

Asiento despacio, captando lo que quiere decir.

―Tienes razón.

No dudo de que Bailey esté en una situación similar, pero eso lo


complica todo aún más. Su aparición aquí hoy es la única vez que me ha
dado alguna señal de que siente curiosidad o interés por mí.

―¿Tienes el número de Ella? ―pregunta Piper.

Levanto una ceja, pero no pregunto por qué, saco el teléfono del
bolsillo y busco en mis contactos hasta que encuentro a Ella. Le tiendo el
teléfono con el número marcado.

Piper se palpa el bolsillo y frunce el ceño.

―Mierda. Creo que me he dejado el móvil en… ―Rompe el contacto


visual―. En tu habitación.

―Usa el mío. ―Se lo doy―. Debería comprobar un par de cosas...


fuera. ¿Puedes decirle a Bailey que volveré pronto?

Ella asiente antes de que yo entre en el salón.

Pateo la puerta mosquitera para que se cierre de golpe como salgo.

Pero me quedo en lugar de salir porque siento una curiosidad


irracional por saber por qué quiere hablar con Ella.

Sé que se llevaban bien, bailando y riendo en Wagon Wheel, pero por lo


que he visto, sólo hablaron brevemente en la feria. Si Piper va a contarle a
Ella lo que pasó entre nosotras anoche, se extenderá por todo mi grupo de
amigos antes del mediodía. Tengo que estar preparado, y me digo a mí
mismo que por eso estoy espiando.

Sólo pasan unos segundos antes de que oiga su voz.

―No, en realidad es Piper.

Una pausa.
―Oh, no, Kyle está bien. Todo está bien.

Más silencio por su parte.

―Fue divertido, sí. Y eso es en realidad por lo que estoy llamando. Si


vuelvo a la feria una segunda noche, no estoy segura de qué ponerme. No
sentí que... me integrara.

Estoy completamente confuso, rezando para que Bailey no reaparezca


antes de que pueda escuchar el final de la conversación. Si Piper no sabía
qué ponerse, ¿por qué no llamó a Ella ayer? Y no debería haber bromeado
sobre su atuendo, pero no tenía ni idea de que se lo tomaría a broma.

―Mm-hmm. Gracias. Y... ¿tú también vestías así cuando eras más
joven? ¿Como a los trece?

Me doy cuenta como un rayo. Piper no está preguntando por sí misma.


Lo está averiguando por Bailey.

Vuelvo a abrir la puerta mosquitera, esta vez con cuidado. Sujeto el


marco hasta que vuelve a su sitio y las bisagras apenas chirrían. Luego me
acerco a la barandilla y me agarro a la madera, contemplando la valla de
madera y la silueta lejana de un molino de viento.

De mis muchos pesares en lo que respecta a mi familia, mi relación con


Bailey -o la falta de ella- ocupa un lugar destacado en la lista.

Mabel y John están bien. Mi madre se ha ido. Pero mi hermana


pequeña... es complicado. No tengo ni idea de qué hacer o decir a una
niña de trece años que es prácticamente una extraña. Y me da miedo
arrastrarla al circo que es mi vida. Cuando vino a mi espectáculo en
Nashville, los titulares sobre que tenía una hija secreta eran constantes.
Que la gente pensara que había tenido una hija a los quince años no era lo
ideal, pero era un poco mejor que si hubieran descubierto la verdad.

Siempre he actuado -y me he sentido- como hijo único, por terrible que


parezca. En parte por conveniencia. En parte por miedo. En parte por
inseguridad, porque nunca he sabido cómo cambiar nada.
Ni siquiera sabía que venía de visita esta semana.

Y con una llamada, Piper ha conseguido hacer más por mi hermana de


lo que yo he hecho nunca.

Miro fijamente hacia delante, sin ver realmente, hasta que oigo abrirse
de nuevo la puerta mosquitera. Me giro y veo salir a Piper.

―¿Qué estás comprobando? ―La pregunta tiene un matiz que me dice


que no espera una buena respuesta. Que aunque no me esté llamando
para espiar, sabe que me he inventado una excusa para venir porque me
siento abrumada por toda la situación.

―Uh...

―Los abuelos de Bailey dijeron que estaba bien que se quedara. Sólo la
quieren en casa a las seis. Les dije que la llevaríamos a casa.

Nosotros.

Un poco de tensión se disipa en cuanto la oigo. Una palabra tan


pequeña y corta, cargada de tanto significado. Durante años, tuve un
equipo. Pero yo no era parte del equipo.

―Así que se queda. ―La incertidumbre y la emoción luchan por el


espacio.

Piper duda.

―Me estaba preguntando qué ponerse para ir a la feria esta noche.


¿Podría llevarla a la ciudad, buscar algo especial? ¿Supongo que hay
tiendas de ropa? ¿Una tienda de ropa al menos?

―No puedo pedirte que hagas eso.

―No me lo estás pidiendo. Te lo estoy ofreciendo.

―Y te lo agradezco. Pero no tienes que...

―¿Piper?

―¡Porche! ―vuelve a llamar.


La silueta de Bailey aparece en la puerta mosquitera unos segundos
después. Sale despacio, exacerbando el molesto chirrido. Sus ojos se
dirigen hacia mí, luego se apartan.

―¿Qué pasa?

―Kyle estaba hablando de las tareas de las que tiene que ocuparse esta
mañana. Este rancho tiene mil vacas, ¿lo sabías?

Lentamente, Bailey sacude la cabeza.

―Mucho que hacer. Así que estaba pensando que tú y yo podríamos ir


al pueblo un rato, para darle a Kyle la oportunidad de terminar todo.

La expresión de Bailey se ilumina.

―¿Podemos mirar botas vaqueras? ―pregunta.

―Siempre que a tu hermano le parezca bien. Puede que necesite ayuda


para palear estiércol.

Le dirijo a Piper una mirada más divertida que el ceño fruncido que
pretendía.

―Kyle, ¿puedo?

Me aclaro la garganta, un poco aturdido por el hecho de que Bailey me


esté pidiendo permiso. Supuse que se reiría antes de hacerlo.

―S-sí. Sí, claro. Siempre y cuando Piper no tenga nada que necesite
estar haciendo en su lugar.

Bailey se muerde el labio inferior, su expresión esperanzada mientras


se centra en Piper como si colgara la luna y las estrellas.

Una cosa que tengo en común con mi hermana.

Estoy seguro de que miro a Piper Egan exactamente igual.

―Totalmente libre hoy ―dice Piper, sonriendo―. ¿Estás lista para


irnos ya?

Bailey asiente rápidamente.


―Mi auto es el sedán. Sólo tengo que tomar mi teléfono y mis llaves.

Una vez que Bailey camina hacia el auto de Piper, saco mi cartera del
bolsillo. Saco una tarjeta y se la tiendo a Piper, que ya se está girando para
entrar.

Se para en seco. La mira.

―¿Para qué es eso?

Sé que no es una pregunta literal.

―¿Prefieres efectivo?

―No quiero tu dinero, Kyle.

―Piper, no es comida lo que vas a comer. De ninguna manera voy a


dejar que le compres a mi hermana...

Me corta―: Acepto la tarjeta con una condición.

―De acuerdo...

―Nos vemos en la ciudad para comer.

Miro a Bailey, que espera junto al auto de alquiler de Piper.

―Prefiere ir de compras contigo.

Piper se acerca.

―Ella no sabía que yo estaría aquí, Kyle. Vino a verte a ti.

Exhalo.

―¿De qué hablo con ella? ¿A algunos chicos les gusta hablar de la
escuela? Porque yo odiaba hablar de la escuela, así que...

Me interrumpe de nuevo.

―No conozco ningún restaurante por aquí. ¿Dónde es mejor para


comer?

―Acre 85 es el más popular, pero es sobre todo barbacoa. No sé si


tendrán algo vegetariano...
Ella ya está retrocediendo, en dirección a la puerta.

―Acre 85. Perfecto. Nos vemos allí a las doce y media.

Lo intento de nuevo.

―Piper...

―Cuidado con abrir esas puertas tú solo, granjero. Algunas son más
difíciles de lo que parecen.

Me guiña un ojo y desaparece.


Veintidós
Piper
―¿Estás saliendo con Kyle?

Esa es la bola blanda que Bailey decide lanzarme primero mientras aún
estamos rodando por el largo camino de entrada que separa la granja de la
carretera principal.

Hablé bien de Kyle porque los dos no podíamos estar nerviosos por esto.
Pero mi experiencia como canguro consistía sobre todo en supervisar los
deberes durante un par de horas entre que terminaba el colegio y los
padres volvían a casa del trabajo. Nunca he entretenido a un niño. Hasta
ahora, todos mis hermanos han dado prioridad a sus chapas antes que a
los bebés, y ninguno de mis amigos íntimos está casado todavía, y mucho
menos procreando.

Estoy totalmente fuera de mi elemento y me aterroriza arruinarle esto


a Kyle de alguna manera.

―No ―respondo, concentrándome en encender el intermitente como


si fuera una tarea importante. Aunque, teniendo en cuenta que apenas he
conducido desde que llegué y que nunca conduzco en Nueva York, parece
que sí lo es.

―¿Pero vives con él?

―No vivo con él. Sólo me quedo en el rancho por... un tiempo.

No sé si Bailey sabe lo de Mabel y John, así que no estoy segura de si


debería mencionarlos. Y decir que Kyle y yo no hemos estado solos juntos
todo el tiempo suena como si estuviera estirando la verdad. Y lo estoy,
supongo.

Casi siempre hemos estado solos.

Y casi siempre nos sentimos como si viviéramos juntos.

―¿Por qué?

Leí a Bailey muy mal, me estoy dando cuenta. Parecía tímida e insegura
cuando llamó a la puerta. Ahora, es todo ojos evaluadores e interminables
preguntas.

―Vine aquí por trabajo.

Sábanas retorcidas. Besos persistentes. Palabras susurradas.

Mis dedos se aprietan alrededor del volante mientras instantáneas de la


noche anterior pasan por mi mente.

―¿Trabajas para Kyle?

―No. Trabajo para su discográfica.

―¿Qué significa eso?

―Significa que estoy aquí para discutir algunas cosas de trabajo con él,
y luego me iré.

―¿Conociste a mi madre?

Me trago el nudo que se me ha formado en la garganta antes de negar


con la cabeza.

―No. Nunca llegué a conocerla.

―Yo tampoco.

―Qué putada. Lo siento. ―Hago una nota mental para llamar a mi


propia madre esta noche. Hemos intercambiado mensajes, pero no he
hablado con ella desde que me fui de Nueva York.

―Mi padre nunca habla de ella.


―¿Por eso has venido a ver a Kyle?

―Supongo ―dice. Luego duda―. Le dije a una amiga del colegio que
era mi hermano. No me creyó.

―Eso es lo curioso de la gente famosa. Mucha gente cree conocerlos.


Pero no creen que nadie los conozca de verdad.

Maniobro con cuidado por la calle principal de Oak Grove y consigo


aparcar en paralelo delante de un banco.

―Así que... ¿botas vaqueras?

Bailey asiente con entusiasmo.

Y, por suerte, es una prenda que Oak Grove tiene en abundancia. La


primera tienda en la que entramos las tiene en stock. También la
segunda. Y la tercera. Ahí es donde Bailey encuentra un par rosa que le
gusta lo suficiente como para llevárselas fuera de la tienda, sus zapatillas
metidas en la caja cuadrada que lleva consigo mientras seguimos
explorando la pequeña ciudad. Es un poco más grande de lo que pensaba,
y el centro principal se extiende casi cuatro manzanas. Los viajes a Wagon
Wheel y a la feria fueron ambos de noche. Además, estaba distraída con
Kyle.

La última tienda en la que entramos contiene una sorpresa.

―¡Piper!

―¡Julia! Hola!

Tardo en devolver el abrazo, me toma desprevenida el exuberante


saludo. Al darme cuenta de que conozco a alguien con quien encontrarme
aquí.

―Ojalá hubiéramos tenido más tiempo para pasar el rato anoche ―dice
Julia―. Pero te divertiste, ¿verdad?

―Sí, me divertí. ―Sé que está hablando de la feria, pero yo no―. No


sabía que tenías una tienda.
―Técnicamente es de mi tía, pero trabajo aquí algunos días. Casi todos
los días. ¿Están buscando algo en particular?

―Buscábamos botas vaqueras, pero ya hemos encontrado algunas.


―Hago un gesto con la cabeza hacia los pies de Bailey.

Julia abre los ojos.

―Me encantan.

Bailey sonríe y yo también sonrío.

―Bailey, esta es Julia. Julia, Bailey.

La sonrisa de Julia se tensa un poco, el sutil cambio me hace saber que


el nombre me es familiar. Y me recuerda que este pueblo es pequeño.

No tengo del todo clara la dinámica entre el grupo de amigos de Kyle,


pero sé que todos crecieron aquí. Todos asistieron juntos a la escuela
primaria y secundaria.

Supongo que Julia sabe tanto de la historia de la familia de Kyle como


yo ahora, si no más.

―Encantada de conocerte, Bailey.

―Bueno, deberíamos irnos...

―¿Sabes lo que necesitas? ―Julia me pregunta.

Dudo.

―¿Qué?

La sonrisa de Julia crece.

―Botas vaqueras.
Costillas de cerdo, falda de ternera, cerdo desmenuzado, pollo asado.

Según mi primer vistazo al menú de Acre 85, mi única opción para


comer es la sencilla ensalada con vinagreta. Incluso eso viene con una
pechuga de pollo a la parrilla que voy a tener que pedir que se quede
fuera.

―¿Sabes lo que quieres? ―le pregunto a Bailey, aprovechando para


echar un vistazo al restaurante medio vacío.

El interior es más bonito de lo que esperaba. Una mezcla de metal y


madera desgastada que es a la vez industrial y acogedor. Hay mesas de
picnic para sentarse.

No hay rastro de Kyle.

―Probablemente la hamburguesa ―responde Bailey, deshaciendo


sistemáticamente la servilleta en su sitio.

No habló mucho cuando le dije que Kyle había quedado con nosotros
para comer. Entre sus nervios y la tardanza de Kyle, siento que mi propio
nivel de ansiedad aumenta.

―¿Están listas para ordenar? ―Aparece la camarera que nos llevó a


esta mesa, con un bloc de notas en la mano.

―Creo que necesitamos unos minutos más. Gracias ―le digo.

Se encoge de hombros, llena los vasos de agua y se va.

―Este sitio es genial, ¿eh? ―le digo, mirando la calavera de cuerno


largo que hay en la pared y que espero que sea falsa, pero probablemente
no lo sea.

―Sí. No sabía qué esperar de aquí. Nunca he estado. Los abuelos


siempre vienen a vernos.

―Aparte de la feria de esta noche, ¿tienes planeado algo divertido?

―La verdad es que no. ―Más trozos de servilleta revolotean sobre la


mesa―. No saben mucho de cosas de niños.
―Kyle podría tener algunas ideas ―digo―. Creció aquí no hace mucho.
―Espero, pero no sonríe―. Conocía este lugar.

Bailey asiente.

―Es bonito. ―Echa un vistazo a su alrededor―. ¿Qué vas a comer?

―Oh. Uh, probablemente la ensalada.

―Mi madrastra sólo come ensaladas. Pero ya estás delgada.

―No estoy intentando adelgazar. Es sólo que no como carne.

―Eso está bien ―dice Bailey.

La puerta del restaurante se abre y Kyle entra. Exhalo un sutil suspiro


de alivio. Se convierte en diversión cuando la pareja mayor sentada más
cerca de la puerta se levanta inmediatamente para hablar con él.

Kyle tarda otros cinco minutos en llegar a nuestra mesa. Se disculpa al


sentarse a mi lado, mucho más cerca de lo que requiere la gran mesa de
picnic.

―Siento llegar tarde. Me encontré con unas personas fuera que


estaban... charlando. ―Se centra en Bailey―. ¿Qué tal las compras?

Me mira. Asiento con la cabeza.

Bailey se baja del banco y levanta uno de sus pies en el aire para que
Kyle pueda ver por encima de la mesa.

―¡Vaya! Son impresionantes! ―exclama.

Será un buen padre. La idea se me ocurre de repente y me deshago de la


extraña sensación que me produce con un trago de agua.

―Piper me ha llevado a cuatro tiendas para encontrarlas ―anuncia


Bailey.

―No hay prisa por encontrar el par de zapatos adecuado ―digo.

―Ella también consiguió unos ―le dice Bailey a Kyle, recuperando algo
de la cháchara de la que he sido testigo toda la mañana.
―¿En serio? ―Siento sus ojos clavados en mí, pero tardo unos
segundos en armarme de valor para encontrarme con su mirada. Hay
algo que me quema, y también arde en su voz. Creo que no me estoy
imaginando el acento añadido a la palabra.

―Están en el auto ―digo estúpidamente. Como si estuviera esperando


a que sacara una pierna de debajo de la mesa como hizo Bailey―. Nos
encontramos con Julia en la tienda de su tía. Me convenció para que las
comprara.

Bajo la mesa, el muslo de Kyle presiona más firmemente contra el mío.

―¿Están listos para ordenar ahora o... Dios mío. ―Nuestra camarera
reaparece, registrando rápidamente la adición a la mesa―. Pensé que
Margie me estaba tomando el pelo ―añade―. Vaya. Soy una gran
admiradora ―dice efusivamente.

―Se lo agradezco, señora. ―La voz de Kyle es uniforme y relajada, pero


estamos sentados tan cerca que noto la repentina tensión que emana de
él.

Bailey le frunce el ceño a la camarera.

―Bailey, ¿sabes lo que quieres? ―le pregunto.

―Sí. Quiero la hamburguesa sin pepinillos y con queso americano, por


favor.

De mala gana, la camarera aparta la mirada de Kyle y garabatea su


pedido.

―Eso viene con maíz, pan de maíz, ensalada de col o frijoles


horneados.

―Maíz, por favor.

―¿Algo de beber?

―Una Coca-Cola.

―Entendido. ―La camarera me mira―. ¿Y para ti?


―Tomaré la ensalada sin pollo.

A la camarera se le suben las cejas a la frente, pero no comenta nada,


sólo me pregunta qué quiero beber. Me quedo con el agua.

El pedido de Kyle es el que más tarda. Por cada decisión que él toma, a
ella se le ocurren dos preguntas más que hacer. Hay varias salsas barbacoa
que acompañan al pulled pork que pide. Y tienen dos tipos de ensalada de
col. Cuatro tipos de pan para el bollo.

―Supongo que la próxima vez pediré la hamburguesa ―bromea Kyle


cuando la camarera ya no le oye.

―Piper es vegetariana ―dice Bailey casi acusadoramente.

Kyle me mira y luego vuelve a mirar a su hermana.

―Lo sé.

―Esto es una barbacoa. ―Bailey pone los ojos en blanco y sigue


desmenuzando una servilleta.

Oculto mi sonrisa detrás de mi vaso de agua y decido sacar a Kyle del


apuro.

―Quería venir aquí. De todas formas, aún no tengo tanta hambre. He


desayunado mucho.

En realidad no he desayunado porque Bailey ha aparecido mientras


preparaba el café.

―¿Siempre te mira todo el mundo así? ―le pregunta a Kyle, echando


un vistazo al restaurante.

―Oak Grove es un pueblo pequeño ―dice él―. A la gente le gusta


conocer los asuntos de los demás.

―Entonces, ¿no es así cuando vas a otros sitios?

―No, sí lo es ―admite Kyle.

―¿Conoces a otros famosos?


―Um, ¿quizás? ―Kyle se rasca un lado del cuello, claramente
inseguro―. No estoy muy seguro de a quién conocerías...

―Sutton Everett ―suministro, adivinando que Bailey sabrá quién es la


estrella del pop.

―¿Conoces a Sutton Everett? ―Bailey mira boquiabierta a Kyle.

―Salió con ella ―digo sin pensar.

―¿Qué? ―jadea Bailey.

―Apenas ―dice Kyle rápidamente―. Cosa que Piper sabe.

―¿Cómo lo sabes? ―me pregunta Bailey.

Le lanzo a Kyle una mirada de muchas gracias.

―He quedado con ella unas cuantas veces. Por trabajo.

―Trabajas mucho ―comenta.

Kyle se ríe por lo bajo.

La comida llega unos minutos después. Mi ensalada no ganaría ningún


premio culinario, pero no está mal. Kyle desliza su ensalada de col hacia
mí y Bailey también dona su maíz a la causa.

Le devuelvo a Kyle su tarjeta de crédito cuando la camarera deja la


cuenta, sin querer discutir por el pago delante de Bailey. La mete en la
cartera y saca dinero en efectivo para pagar. Los billetes se colocan
encima del recibo, pero no llegan a cubrir la inscripción ¡Llámame!
garabateada en la parte inferior, encima de un número.

Aparto la mirada y hago todo lo posible por ignorar la tonta opresión


que siento en el estómago.

No es mío.

Y nunca lo será.
Veintitrés
Kyle
―¡Feliz cumpleaños!

―Sí. Gracias, hombre. ―Me aclaro la garganta, hurgando en una


astilla del poste. La niebla está quemando los campos, disipándose en la
luz del sol.

―¿Soy el primero que se acuerda? ―pregunta Hudson.

―Mabel llamó sobre las cinco. Dejó un mensaje. ―No importa cuántas
veces le explique lo de los mensajes de texto, sigue actuando como si fuera
un concepto extraño que hay que evitar.

―¿Volverán pronto?

―El lunes, creo.

―Entonces, ¿vamos a ir a Wagon Wheel esta noche para celebrarlo?

―En realidad, estaba pensando en ir a Mayville en lugar de quedarme


en la ciudad. Hank Reynolds dijo que su hijo toca en Whiskey Cowboy
esta noche.

―Claro, suena divertido. Voy a enviar un mensaje de texto de grupo,


que todo el mundo sepa.

―Suena bien.

―Te recojo a las ocho, ¿de acuerdo?

―No tienes que conducir.


―Estás de camino. No hay problema.

―De acuerdo, gracias. ―Me concentro en el todoterreno que sube por


la entrada―. Me tengo que ir. Hay alguien aquí.

―Bien. Hasta luego.

―Adiós. Cuelgo y me hago sombra sobre los ojos, intentando ver quién
está en el auto.

Jamie sale del asiento del copiloto con el ceño fruncido en lugar de su
sonrisa habitual. Lleva el brazo derecho en cabestrillo.

―Hola ―saludo.

―Hola. ―El tono de Jamie es sombrío.

Le señalo el brazo con la cabeza.

―¿Qué ha pasado?

―Me golpearon en un partido. Caí raro y acabé con esto. ―Señala el


cabestrillo con expresión contrariada―. No creo que sea de ayuda por
aquí durante un tiempo.

―No te preocupes. Cuando estés al cien por cien, puedes pasarte por
aquí y hablamos.

―¿No te vas pronto?

Normalmente, lo haría. Este es el mayor tiempo que he permanecido


en Oak Grove desde que tenía la edad de Jamie.

―No ―respondo―. Me quedaré un tiempo.

―Oh, wow. Eso es impresionante.

Sonrío.

―Me alegro de que pienses así.

Jamie aparta la mirada.


―Siempre pensé que llegaría a ver un poco más del mundo. Es bueno
saber que merece la pena volver a este lugar.

Ignoro la extraña punzada en el pecho. Durante mucho tiempo, no


pensé eso. E incluso ahora, mi decisión de quedarme aquí tiene poco que
ver con Oak Grove en sí.

―¿Cuál es el veredicto sobre el brazo?

―Aún no lo sé. Mi madre me va a llevar a ver a un especialista. El


médico dice que es un esguince grave y que evite usarlo. Si no puedo jugar
más de unas semanas, mis posibilidades de beca se van a la mierda.

Jamie podría haberme llamado fácilmente para avisarme de lo de su


brazo. Está aquí para tranquilizarme, me doy cuenta, y no estoy seguro de
tener un gran consejo que ofrecerle.

―No pienses así, Jamie. No está roto; volverás antes de que te des
cuenta.

―Aunque pueda jugar esta temporada, no hay garantías.

El ruido sordo de la puerta mosquitera, que aún no he arreglado, al


cerrarse me hace mirar hacia la granja y entrecerrar los ojos ante el
destello rojo que aparece.

―Eso es cierto con cualquier cosa. ―Vuelvo a centrarme en Jamie―. Y


puede que te sorprenda lo que la vida te tiene reservado. A veces, cuando
menos te lo esperas, aparece exactamente lo que necesitas.

―No sé cantar, hombre.

Me río.

Mira hacia la casa, con las cejas levantadas.

―¿Ahora es tu novia?

―No tengo novia. Ahora lárgate de aquí.


Jamie pone los ojos en blanco, pero me escucha, vuelve a subir al
todoterreno de su madre y me deja que juegue con el accesorio de
empacado, que es lo que estaba haciendo cuando Hudson llama.

Cuando estoy seguro de que el enganche está bien sujeto, me dirijo a la


casa. Si Piper está levantada, significa que el café está hecho, y yo he
dormido fatal.

Doy vueltas en la cama, alternando entre preguntarme qué decirle a


Bailey cuando vuelva al rancho el lunes para una segunda visita y desear
que Piper estuviera en mi cama en vez de al otro lado de la pared.

Desde nuestra conversación de ayer por la mañana, ninguno de los dos


ha mencionado lo que pasó después de la feria. Lo cual estaría bien,
incluso genial y sin complicaciones, excepto porque no puedo dejar de
pensar en ello.

Ella se va cualquier día de estos.

Estoy a punto de cambiar lo que ha sido mi vida durante la última


década.

Considerar que lo que pasó entre nosotros es algo más que sexo es una
muy mala idea. Pero la tentación está ahí, sobre todo cuando subo los
escalones del porche delantero y encuentro a Piper sentada en el
columpio del porche en lo que se ha convertido en su rutina diaria, con
los pies descalzos apoyados en la barandilla y el pelo enmarañado, lo que
sugiere que podría haber dormido tan mal como yo.

―Hola ―me dice.

―Buenos días.

―¿Te ha bajado un trabajador?

―Más o menos.

La verdad es que el personal a tiempo completo se encarga de todas las


operaciones esenciales, como alimentar a los terneros y ordeñar las vacas.
Supongo que John contrató a los chicos de instituto y universidad que
rotan por aquí los veranos porque sabía que necesitaban el dinero y a él le
gustaba la empresa.

―Es un esguince. Debería curarse rápido.

―Parecía molesto. Le debe encantar trabajar aquí.

No puedo decir si está bromeando o no.

―Más deprimido por perderse el fútbol.

Piper sacude la cabeza antes de dar un sorbo a su taza.

―He hablado con Hudson antes. Está planeando venir esta noche para
ir a un bar en Mayville. Está a unos veinte minutos de aquí.

Ella asiente.

―De acuerdo. Espero que se diviertan.

Sacudo la cabeza.

―Estás invitada, Piper. Quiero decir, deberías venir. Si quieres.

―Deberías salir con tu amiga. De todas formas, tengo cosas que hacer
en el trabajo.

No me explica en qué consisten esas cosas y no se lo pregunto.

No hemos hablado de su trabajo desde que Piper me dijo que había


terminado de hablar conmigo sobre la firma de un nuevo contrato. Y fiel a
su palabra, no ha vuelto a sacar el tema.

No tengo ni idea de si ha hablado de mí con Carl o con alguien de la


discográfica. Ni idea de lo pronto que van a tirar del enchufe en su estar
aquí.

―Hay una banda local tocando. Sin firmar.

Capto el interés en su cara antes de que lo borre rápidamente.


―Y no sólo iremos Hudson y yo. Julia y Ella también irán. También
Tommy, Morgan y Danny. Probablemente la misma gente que en Wagon
Wheel. Quizá más.

―¿Más?

Sonrío ante su sorpresa.

―Los pueblos pequeños tienen grandes comunidades.

―Supongo que sí.

―Y… ―Es imposible que no lo mencione esta noche―. También es una


especie de cumpleaños.

―¿El cumpleaños de quién?

―El mío.

Piper tose un poco, a medio sorbo.

―¿Es tu cumpleaños? ¿Hoy?

―Ajá.

―¿Ibas a mencionarlo?

―Acabo de hacerlo.

Ella exhala una carcajada.

―Um. De acuerdo.

―Hudson estará aquí a las ocho ―digo, y luego me dirijo al interior.

Hay un olor a humo en el aire cuando entro en el salón, sudorosa,


polvorienta y agotada.
―¿Piper? ―grito, quitándome rápidamente las botas sucias y
corriendo a la cocina.

El olor es más fuerte aquí, pero no parece haber nada raro. Encimeras
limpias, nada ardiendo en la estufa.

―¿Qué? ―me grita.

Me acerco a las escaleras para oírla mejor.

―¿Estás cocinando algo? Aquí abajo huele a humo.

Se oye un fuerte insulto y un golpe aún más fuerte, y es el único aviso


que tengo antes de que Piper baje volando por las escaleras.

Me quedo de pie, helado, mientras corre a mi lado hacia la cocina.

Cuando me doy la vuelta, ya ha sacado una sartén del horno y la está


mirando.

―No ha sonado el temporizador. Pero creo que ya está hecho. ―Piper


deja la sartén sobre la encimera con un ruido sordo y se asoma al horno―.
Creo que parte de la masa se ha derramado. Debo haberla llenado
demasiado.

Entonces me mira e intento relajarme. Actuar con normalidad.

Sin éxito.

Su ceño se arruga.

―¿Qué pasa?

―Nada.

―De acuerdo. Saca un tenedor del cajón y pincha el contenido de la


sartén.

―Entonces... ¿vienes esta noche?

―Sí, paré en la tienda de Julia después de hacer la compra. Ella me


convenció para ir. Y este vestido.
Ahora ya sé a quién matar... o agradecer... aún no lo he decidido.

―¿No es bonito? ―Gira el dobladillo del vestido de camino a dejar el


tenedor en el fregadero, enseñándome más muslos.

Piper parece ajena a mi lucha. Eso, o se está divirtiendo torturándome.

―Sí.

Bonito no es el primer adjetivo que me viene a la mente. Ni el vigésimo.

Todo lo que pasa por mi mente es Santa Mierda.

Su vestido es escotado por delante y aún más por detrás. También está
hecho de un material ligero y vaporoso que casi parece transparente.

―Tengo que terminar de prepararme. Dijiste que Hudson vendría a las


ocho, ¿verdad?

―Sí. ―Echo un vistazo a la estufa y me doy cuenta de que me estoy


acercando mucho a la hora de prepararme. Pero el heno está empacado y
almacenado en el granero, lo que es un gran alivio―. ¿Terminaste en el
baño?

―¡Sí! ―Piper llama mientras sube las escaleras.

Arrastro una palma por mi cara, exhalando. Luego me acerco a la


sartén que Piper dejó en la encimera para mirar dentro.

Su contenido se parece mucho a un pastel.

Piper está sentada en el sofá, calzándose una de sus botas vaqueras


nuevas, cuando bajo las escaleras.

―Hola ―dice, y toma la otra bota.


―Hola. ―Aún me gotea agua de la ducha apresurada, pero al menos
estoy limpio. Y vestido.

―¿Y? ―Se levanta y gira―. Esta vez no me faltan las botas vaqueras.

―Estás guapísima ―le digo sinceramente. Más sincero de lo que quería


ser.

―Gracias. ―Su tono se vuelve suave. Casi tímido, que no es un adjetivo


que suela asociar con Piper.

Fuera, suena un claxon.

―Hudson está aquí ―digo, ajustándome el cinturón sin ningún


motivo, excepto que no sé qué otra cosa hacer con las manos.

―De acuerdo. ―Piper se acerca a la mesita y toma su teléfono―. Estoy


lista.

Camino hacia la puerta, palmeando mi bolsillo para asegurarme de que


tengo mi teléfono y mi cartera.

Danny está colgado de la ventana en el asiento trasero de la camioneta


de Hudson. En cuanto aparezco, empieza a gritar, lo que al parecer es la
señal para que Hudson empiece a poner a todo volumen "Cumpleaños
feliz". Cuelgo la cabeza y la sacudo, riéndome por lo bajo mientras sigo
hacia la camioneta.

―¡Ahí está! ―Danny abre la puerta de golpe, salta y me abraza como un


oso―. Prácticamente treinta.

―Eres tres meses mayor que yo, DeLuca.

―Sí, sí… ―Su voz se entrecorta y, sin mirar atrás, sé que ha aparecido
Piper.

Lo empujo hacia la camioneta.

―Sube para que podamos ponernos en marcha.


Es cavernícola por mi parte, pero prefiero apretujarme en medio a que
se siente junto a Piper. Danny frunce el ceño, pero no hace ningún
comentario antes de subir al asiento trasero. Lo sigo y Piper sube un
minuto después. Morgan y Hudson intercambian una mirada en el
asiento delantero que me recuerda que probablemente debería haber
mencionado que Piper seguía aquí. Iba a venir.

La aparición de Jamie me distrajo.

Pero es mi cumpleaños. Y sentarme con el muslo de Piper apretado


contra el mío es lo mejor del día hasta ahora.

Tardamos veinte minutos en llegar a Whiskey Cowboy. La música


suena durante todo el trayecto, haciendo imposible la conversación.
Hudson, Danny y yo cantamos todos los clásicos que suenan, haciendo
reír a Morgan y sonreír a Piper. Danny siempre ha sido sordo y demasiado
entusiasta, pero Hudson tiene una voz decente. Solíamos tocar mucho la
guitarra en el instituto. Fue él quien me retó a subirme al escenario y,
literalmente, me cambió la vida.

Me pregunto si alguna vez ha pensado en cómo sería mi vida si él no lo


hubiera hecho. Porque seguro como el infierno que yo lo hago.

Whiskey Cowboy está lleno, lo que no es sorprendente. Mayville es


cuatro veces más grande que Oak Grove. Huele y tiene el mismo aspecto
que casi todos los bares en los que he estado, y estoy más concentrado en
guiar a Piper entre la multitud. Mi mano se posa automáticamente en el
centro de su espalda, como si ya lo hubiera hecho antes.

La canción que estaba sonando termina un minuto después de que


entramos y la voz de un hombre sustituye a la música.

―Pensábamos tocarla esta noche de todos modos, pero vamos a


adelantarla en la lista de canciones. Ahora que el rey en persona está aquí,
me pondré más nervioso. ¡Gracias por venir, Kyle!

―Demasiado para una entrada discreta ―le murmuro a Piper.


―Al menos no está tocando el 'Cumpleaños feliz' ―susurra ella.

La miro y sonrío cuando empiezan a sonar las primeras notas de "Texas


Moon". Se me da muy bien fingir que me gusta ser el centro de atención,
pero rara vez lo disfruto. Y esta noche, en particular, esperaba tomarme
una noche libre de ser King of Country, que es un apodo que siempre me
ha disgustado.

―¡Kyle! ¡Hola!

Miro a Jack Ransom, que ha aparecido con uno de sus colegas, cerveza
en mano. Mike, creo que se llama. Con suerte, no saldrá a relucir, ya que
me burlé de Piper por recordar el nombre de Jack y fui al colegio con el
chico. Los dos estaban un curso por detrás de mí, lo que significa que
tienen la edad de Piper.

―Hola, Jack.

No me presta atención. Está concentrado en Piper, que le ofrece una


pequeña sonrisa.

―No pensé que te volvería a ver ―le dice Jack, sonriendo.

―Sí, bueno… ―Ella levanta un hombro y luego lo deja caer con


delicadeza―. Me quedo por aquí de momento.

Analizo demasiado sus palabras, sin tener ni idea de lo que significa.


Desde que rechacé la oferta de Empire, he estado esperando a que cayera
el otro zapato. ¿Significa algo el hecho de que se quede o sólo está
hablando por hablar?

Cuando vuelvo a sintonizar su conversación, Jack pregunta si puede


invitar a Piper a una copa.

Me molestó verlo charlar con ella en Wagon Wheel. Pero fue un


pequeño brote de irritación. Nada comparado con la llamarada de ira
cuando me doy cuenta de que está ligando con ella delante de mí. Los
celos cuajan en mi estómago, feos y sin diluir.
―Ella está bien, Jack. ―Deslizo la mano desde la espalda de Piper hasta
su cintura y la atraigo hacia mí posesivamente.

¿Estoy siendo un imbécil? Sí. Pero tampoco estoy interesado en ver


chicos babeando por ella toda la noche, y si Jack quiere correr la voz de
que ella está fuera de los límites, entonces eso hará mi noche.

―Oh. Si. Cierto. ―Jack tantea, y me hace sentir un poco mal.

―Me alegro de verte. ―Le envío una sonrisa apretada que


probablemente puede decir que es falsa, y luego sigo moviéndome entre
la multitud.

Hudson, Morgan y Danny ya han llegado al bar, y puedo ver a algunos


de nuestros otros amigos merodeando por allí también.

―¿Qué ha sido eso? ―Piper pregunta a gritos.

"Texas Moon" sigue sonando, y sube de volumen cuanto más nos


acercamos al escenario.

―¿Qué fue qué cosa?

―Tú actuando como si estuvieras celoso.

En lugar de negarlo, le digo la verdad.

―No estaba actuando.

Alcanzamos a mis amigos antes de que tenga la oportunidad de


responder. Ella y Julia la apartan de inmediato, cuchichean y se ríen de su
vestido nuevo y sus botas vaqueras. Y entonces la primera fan se me
acerca, y la pierdo de vista por completo.
Veinticuatro
Piper
Mi teléfono suena con otro mensaje de Harper. Le doy la vuelta a la
pantalla.

He evitado todos sus mensajes desde que le confesé que mis


sentimientos hacia Kyle habían cambiado. Una parte de mí pensaba que
escribirlo en blanco y negro sería una llamada de atención. En lugar de
eso, me acosté con el chico.

No ha vuelto a pasar, pero no porque no lo haya deseado.

Y el mensaje de Harper es sólo la notificación más reciente. Hay


docenas de otros mensajes de mis compañeros de piso y amigos. De Andy,
mi ex más reciente, preguntándome si quiero salir a tomar algo pronto.
De mi madre y mis hermanos. Un correo electrónico de mi padre, que se
niega a enviar mensajes de texto.

Mi vida en Nueva York no se ha olvidado de mí, lo cual es


reconfortante.

Pero es confuso: con qué facilidad me he olvidado de ella.

Echo de menos a mi familia y a mis amigos. Las galletas de Linda y mi


apartamento.

Sin embargo, sé que cuando vuelva echaré de menos esto. Tomar café
en el porche del rancho. Salir con ropa con la que me sienta cómoda.
Recoger fresas. Cenar con Kyle. Muchas cosas de Kyle.

―Servicio lento, ¿eh?


Miro a Ella, que ha aparecido a mi lado. Luego al camarero, que se toma
su tiempo en el extremo opuesto de la barra.

―Sí.

Se sienta en el taburete de al lado.

―¿Estás bien?

―Estoy bien. ―Me fuerzo a sonreír. Echo un vistazo a Kyle.

Sigue rodeado, igual que desde que llegamos. Igual que estuvo mientras
actuaba la banda que vinimos a ver.

Nadie en mi vida ha compartido mi amor por la música. Mi familia lo


acepta. Mis amigos lo aceptan. Mis compañeros de trabajo están más
centrados en las ventas que en lo que vendemos.

Y nunca jamás habría imaginado que Kyle Spencer sería la persona que
apreciaría -comprendería- una experiencia como ésta de la misma
manera que yo.

Pero lo vi mientras estaban en el escenario. Vi cómo hablaba con la


banda después, estrechando manos y firmando autógrafos.

No se suponía que fuera... esto.

Finalmente, aparece el camarero.

―¿Qué les sirvo, señoritas?

―Un chupito de tequila, por favor. ―Esto no parece una noche de


beber a sorbos. Estoy celebrando. O ahogando mis penas, sabiendo que
esta es probablemente la última vez que estaré en un bar de Texas. Mi yo
de hace dos semanas me habría reído mucho de eso.

Ella me hace un gesto con el pulgar antes de pedir un gin-tonic y luego


vuelve a mirarme.

―No deja de mirar hacia aquí.

Me bebo el chupito y chupo una lima.


―¿Quién?

Se ríe y le da un sorbo a la bebida.

―Tuve un presentimiento, ya sabes, después de Wagon Wheel. Nunca


había visto a Kyle actuar así. Morgan estaba convencido de que le gustaba
Natasha, pero… ―Ella me muestra una sonrisa pícara―. Tenía razón.

Tiro la lima en el mostrador.

―Voy al baño. Ahora vuelvo.

Enarca una ceja al ver que me desvío, pero asiente con un alegre―: ¡De
acuerdo!

Me abro paso entre la gente y me dirijo hacia la entrada que espero que
conduzca a los baños. Este lugar es el doble de grande que Wagon Wheel y
está aún más abarrotado.

La pesada puerta de madera chirría cuando la abro de un empujón y


descubro un baño de tres puestos. Sorprendentemente, no hay cola, pero
sí un grupo de mujeres apiñadas alrededor de los espejos. Les ofrezco una
pequeña sonrisa mientras las esquivo y entro en la primera cabina vacía.

―¡Es una señal, te lo digo yo! Estábamos escuchando 'Texas Moon' en el


auto, la banda la ha tocado y ahora, está aquí.

Se me revuelve el estómago cuando me doy cuenta de quién están


hablando.

―Voy a necesitar beber mucho más antes de plantearme tener la


confianza de tirar del puto Kyle Spencer, Robin ―responde una voz
femenina.

―¡Bueno, estamos en un bar, Annie! ¡Vamos!

Muchas risitas y alboroto, y luego la puerta se cierra.

«No estoy actuando».


Yo tampoco. El peso del plomo en mi estómago es muy real y muy
desagradable.

Apoyo la cabeza contra el plástico y respiro hondo.

No es que me preocupe que Kyle vaya a enrollarse con una fan esta
noche. Es lo afectada que estoy por la hipotética posibilidad. El súbito
cráter en mi pecho es un incómodo recordatorio de que mis sentimientos
por él han echado raíces y parecen florecer como el huerto de fresas de
Mabel. De repente, recuerdo lo que dijo sobre que las cosas crecen con
paciencia. Me pregunto si se refería a Kyle y a mí. Si vio todo el tiempo lo
que acabo de darme cuenta.

Ella ya no está en el bar cuando salgo del baño. En vez de eso, me dirijo
a la multitud que se agolpa en el centro del bar. Directamente hacia el
chico al que he estado mirando toda la noche. Está hablando con Morgan
y Hudson, pero su atención se centra en mí.

Nuestras miradas se cruzan cuando me acerco.

Kyle se desplaza a la izquierda, abriéndome un hueco a su lado.

―¿Va todo bien? ―se inclina para preguntarme, susurrándome al oído


como si estuviera compartiendo un secreto―. Estuviste fuera un rato.

―Estoy bien. Hay mucha cola en el baño. ―Intento no darme cuenta de


lo que implica su pregunta: que estaba prestando la suficiente atención
como para verme salir y llevando la cuenta del tiempo que he estado
fuera. Lo intento y fallo.

Hudson y Morgan están hablando con Ella, dejándonos con nuestra


conversación privada. Se inclina hacia mí en algún momento,
separándonos del resto de la multitud.

Lo único que se me ocurre decir es―: No te he comprado nada por tu


cumpleaños.

Su sonrisa es divertida y un poco indulgente.

―No necesito nada.


―¿Quieres algo?

No es una pregunta inocua. Resulta muy seductora, y ojalá pudiera


volver a meterme la sugerencia en la boca. Se supone que mi único
objetivo es lo que yo quiero: conseguir que Kyle firme un contrato para
poder largarme de aquí y volver a mi vida. Pero me he dado por vencida y
ahora estoy atrapada aquí hasta que la discográfica también se dé por
vencida. Me levanto temprano todos los días para revisar mi correo
electrónico y mis mensajes, y luego siento alivio cuando me doy cuenta de
que no hay nada de la discográfica.

Espero la respuesta de Kyle, con el corazón latiéndome tan fuerte en los


oídos que no estoy segura de poder oír su respuesta.

Mira hacia el frente del bar y luego vuelve a centrarse en mí.

―Quiero que cantes.

Me río, sorprendida.

―¿Qué?

Kyle inclina la cabeza hacia el escenario. Después de la actuación de los


grupos, cambiamos al karaoke. Ahora mismo, una pareja de treintañeros
está en el escenario, cantando con entusiasmo la letra de una canción que
nunca había oído. La mayoría del bar no les presta atención y la música se
convierte en ruido blanco.

―Quiero que cantes ―repite.

―Tienes que estar de broma.

Sonríe.

―No. ¿Vas a darme lo que quiero?

Estamos hablando de música.

Eso lo sé.

Pero parece que también estamos hablando de otras cosas.


Su brazo roza el mío. Los latidos de mi corazón se convierten en un
ritmo caótico e impredecible, libras rápidas que registran el calor.
Familiar, extraño y del tipo que te consume.

Kyle Spencer me consume.

Cuanto más tiempo paso a su lado, más espacio ocupa.

En mis pensamientos, en mis fantasías, en mis emociones.

―No creo que los regalos funcionen así. Se supone que debes
aceptarlos, no exigirlos.

Le tiendo la mano y tomo el vaso medio vacío que hay sobre la mesa. Se
me seca la garganta ante la perspectiva de subir al escenario. La última
vez que actué ante un público estaba en la universidad. Poco después de
decidir que no lo quería tanto como para dedicarme a ello, dejé de cantar
en cualquier sitio, excepto en la ducha.

―Es sólo soda ―me dice, mirándome beber.

―Lo sé. ―Me lo bebo de un buen trago, con las burbujas quemándome
la garganta. Exhalo―. Bien. De acuerdo.

Saboreo la sorpresa -el orgullo- que aparece en la cara de Kyle antes de


darme la vuelta y abrirme paso entre la multitud hasta llegar al lateral del
escenario. Una mujer con un bob rosa está de pie junto a la máquina de
karaoke, chasqueando el chicle.

―Hola, me gustaría cantar una canción ―le digo.

Esconde un bostezo detrás de una mano.

―¿Qué canción?

―Eh, ¿puedo ver las opciones?

Me pasa una gruesa carpeta. Hojeo rápidamente las hojas plastificadas,


intentando decidir qué podría sacar adelante y consciente de mi público.
Quiero cantar algo que el público conozca. Me decido por una canción
justo cuando la pareja que estaba actuando sale del escenario entre
aplausos cortos y dispersos.

―Te toca a ti ―dice la mujer y hace sonar su chicle.

Respiro hondo, intentando infundirme valor con el oxígeno ahumado.


Puede que Whiskey Cowboy ya no permita fumar en el interior, pero está
claro que en algún momento lo hicieron.

Los gritos empiezan en cuanto subo al escenario.

―¡Woo!

―¡Vamos, Piper!

―¡Claro que sí!

Me arden las mejillas por la atención, pero el apoyo también me hace


sentir bien. Rezo para no avergonzarme mientras miro fijamente a los
cientos de rostros expectantes, preguntándome cómo demonios actúa
Kyle delante de un público tan numeroso que llena estadios.

La música empieza a sonar. Es un poco mejor cuando empiezo a cantar.


Hay algo en lo que concentrarme, que me distrae de las miradas sobre mí.
Empiezo a disfrutar, los pocos minutos pasan más rápido de lo que
esperaba.

Cuando termina la última nota, los aplausos suenan más fuerte que la
tibia acogida que han recibido la mayoría de los demás intérpretes, en su
mayoría procedentes de las mesas de atrás.

Sonrío, hago una pequeña reverencia, me apresuro a devolverle el


micrófono a la mujer y me abro paso entre la multitud.

Algunos clientes me sonríen, reconociéndome claramente del


escenario.

―Ha sido increíble. ―grita Ella cuando llego al fondo del bar y me
abraza―. Chupitos de tequila para celebrarlo. Te convertiremos en una
chica country.
―Yo me encargo de las botas ―dice Julia.

Dejo que tiren de mí hacia la barra.

No mires atrás, me digo.

No mires atrás. No mires atrás. No mires atrás.

Pero lo hago.

¿Y en medio de un bar lleno de gente? Está totalmente concentrado en


mí.
Veinticinco
Kyle
Me estoy pateando por haberle mencionado a Hudson que viniera aquí.

Puede que se hubiera quejado por no salir juntos en mi cumpleaños,


pero lo habría entendido si le hubiera dicho que prefería celebrarlo otra
noche. La mayoría de los años, cuando llegaba esta fecha, yo ya me había
ido. No es que tengamos una tradición establecida.

Pero vinimos todos juntos, y he estado atascado desde entonces.


Atascado actuando como si mi atención no estuviera completamente en
Piper porque no estoy seguro de querer que mis amigos sepan lo nuestro y
supongo que ella tampoco.

Y es insoportable.

Quiero tocarla, hablar con ella, y todo el mundo sigue reclamando mi


atención. Firmé un par de docenas de autógrafos poco después de llegar y
luego me escabullí a la esquina para que los fans tuvieran que empujar a
través de mis amigos para llegar a mí.

Odio parecer desagradecido. No tendría una carrera sin todos los


desconocidos que me han apoyado. Una interacción de tres minutos
puede ser un inconveniente para mí, pero un recuerdo fundamental para
ellos.

Pero mi paciencia se reduce a absolutamente nada cuando Ella y Julia


empujan a Piper hacia el bar después de su actuación.

Ella cantó para mí.


Y verla en ese escenario me afectó más de lo que esperaba. Ella es la
persona que busco en cualquier habitación ahora, pero yo estaba
totalmente paralizado, viéndola actuar.

Saco el móvil del bolsillo y escribo un mensaje rápido. Murmuro algo


sobre el baño a Danny, que está más cerca de mí. Él asiente, más
concentrado en la cerveza que sostiene y en Natasha.

Me abro paso entre la multitud lo más rápido que puedo, con la


esperanza de que nadie me detenga. Me apresuro a pasar por delante de
los baños, aliviado de que el de mujeres no tenga cola hasta la puerta.
Luego abro la puerta de servicio y salgo al callejón. Así es como solíamos
colarnos aquí cuando éramos menores de edad.

Me recuesto contra la pared de ladrillo, apoyo el pie en una caja


desechada y miro las estrellas. Todo el alboroto del interior está
amortiguado, y el silencio repentino es relajante y chocante después de
estar dentro del bar abarrotado. Estamos en las afueras de Mayville, pero
se oye el zumbido lejano del tráfico. No es el silencio absoluto del rancho,
y lo echo de menos. Pasé años en medio de grandes ciudades, rodeado de
gente, y me sentí completamente solo. Es ilógico que éste sea el lugar
donde siento lo contrario.

La puerta se abre de nuevo y Piper sale.

No me lo pienso; simplemente la beso. Es un reflejo, tan natural como


respirar.

Verla, besarla.

La satisfacción que siento cuando ella me devuelve el beso es


embriagadora y adictiva.

Devoro su boca, liberando por fin parte de la emoción contenida que


me ha estado sofocando toda la noche.

―Has cantado ―digo en cuanto nuestros labios se separan.

Ella suelta una risita y aparta la mirada.


―Lo sé. No me puedo creer que lo hiciera.

―No puedo creer que supieras la letra de una canción country.

―Dolly Parton es un icono cultural. Y... la letra estaba en la pantalla.

Me río antes de volver a taparle la boca con la mía. Sus manos se


deslizan por mi cabello y la aprieto contra la pared.

El caos de mi cabeza se calma y toda mi atención se concentra en ella.


La atención de esta noche no es nada en comparación con los estragos que
he causado cuando he salido a otros sitios, pero nunca había nada que me
muriera por hacer y no pudiera esas veces. Nunca había sido tan
consciente de mi estatus de celebridad, ni me había irritado tanto por ella,
como ahora.

Mis labios se mueven hacia la mandíbula de Piper, besando suavemente


la columna de su cuello. Sus dedos tocan la cintura de mis vaqueros y
luego bajan, extendiendo el calor por mis venas.

―La tienes dura.

El susurro suena sorprendido y me hace sonreír.

―Me pasa contigo. Siempre.

Su mano baja aún más, rozando deliberadamente mi palpitante


erección.

Me agarro con fuerza a sus caderas e intento reprimir el gemido que me


sube por la garganta. Estoy a punto de correrme en los pantalones, como
un adolescente.

―Piper.

―¿Qué? ―susurra ella.

―Joder. ―Ella está trabajando en mi cinturón, y no puedo pensar con


claridad―. ¿Estás segura?
Apenas reconozco mi propia voz. Es áspera, con una desesperación
cuyo origen es difícil de identificar.

He tenido sexo detrás de un bar antes, demasiadas veces para contarlas.


Cuando empecé, la euforia de la actuación me llevó a esta misma
situación.

Pero nunca había sido así.

Me agarra la erección, haciéndome sisear.

―¿Tienes un condón?

―Sí.

Piper sonríe.

―¿Quieres otro regalo de cumpleaños?

Me río entre dientes.

―Aceptaré cualquier maldita cosa que quieras darme. ¿Cómo de


borracha estás?

―Lo bastante para hacer esto. ―Sus dedos encuentran mi polla,


apretando la base y moviéndose hacia la sensible punta.

Esta vez no puedo contener el gemido.

―Lo has hecho sobria ―me burlo.

―Dos chupitos de tequila.

Lo saboreo en su lengua, humeante y salado.

Deslizo una mano por su pierna y entre sus muslos, encontrando la tira
húmeda de su ropa interior.

―Estás empapada.

―Suele pasar contigo.

Me río por lo bajo antes de besarla de nuevo, acariciándola a través del


encaje hasta que se me acaba la paciencia. Deslizo un dedo dentro de ella,
luego dos, gimiendo cuando el calor húmedo se aprieta alrededor de ellos.
Piper gime, echa la cabeza hacia atrás y su respiración se acelera mientras
mueve las caderas contra mi mano.

―Joder. Eres muy bueno en esto.

Sonrío.

―Gracias.

Pone los ojos en blanco.

―Como si no lo hubieras oído un millón de veces. ―Hay una onda de


inseguridad -de incertidumbre- bajo las palabras que no puedo decidir si
me estoy imaginando o no.

―No me he follado a un millón de mujeres.

Otra mirada de soslayo y, en cierto modo, desearía haber dicho lo que


realmente pienso.

No me imagino follando con nadie, excepto contigo.

Se suponía que una vez la sacaría de mi sistema.

No me cabe duda de que no ha sido así.

Saco el condón de mi bolsillo y me lo pongo. Luego la empujo,


gimiendo por lo apretada que está. El apretón y la humedad me dicen que
está tan afectada como yo. La lleno una y otra vez, respondiendo a sus
súplicas.

La follo más fuerte y más profundamente, y nunca parece suficiente.

Grita mi nombre en voz alta cuando se corre, y una parte cavernícola de


mí espera que alguien nos oiga. Pero el resto de mí es consciente de que
eso podría tener consecuencias que ninguno de los dos desea. Así que
vuelvo a besarla, acallando sus gritos y saboreando cómo palpita a mi
alrededor. Sigo empujando, prolongando su subidón hasta que la suelto y
encuentro mi propia liberación. Mi polla palpita mientras sus uñas se
clavan en mi espalda.
No he visto a Jack desde que llegamos, pero he visto a otros tipos
mirándola.

Y me ha cabreado cada maldita vez.

Incluso después de que hayamos terminado, sigo besándola.

No estoy seguro de qué decirle. A dónde ir desde aquí.

Hay demasiado que quiero compartir y nada que suene bien. Me


aterroriza interpretar mal la sonrisa secreta que me dedica antes de
separarse y arreglarse el vestido. Tiene los labios hinchados por mis besos
y el cabello revuelto por mis manos.

Vuelve a parecer mía y quiero que lo sea, más de lo que nunca he


querido otra cosa.

Su vida está en Nueva York. Su trabajo, su familia y sus amigos.

Y siento que no tengo absolutamente nada que ofrecerle.

Todo lo que tengo es fama y dinero y un rancho en Texas, y nada de eso


es lo que Piper quiere.

―¿Estás listo? ―pregunta, señalando la puerta con la cabeza.

―Sí. ―Me fuerzo a sonreír y la sigo al interior.

Supongo que no hablaremos de lo que acaba de pasar.

Otra vez.
Veintiséis
Piper
Actualizo mi correo electrónico del trabajo mientras almuerzo, más
por costumbre que por otra cosa. Inmediatamente siento un nudo en el
estómago cuando aparece un nuevo mensaje sin leer.

Para: piper.egan@empirerecords.com
De: linda.parker@empirerecords.com
Asunto: Urgente

Piper,

Te necesitamos de vuelta en la oficina el lunes. Te enviaré los detalles del vuelo


en breve. Un coche te estará esperando en el aeropuerto. Llama si tienes alguna
pregunta. Hasta pronto.

Linda

Sin alivio. Ningún pensamiento de finalmente. Ni emoción.

Sólo miedo.

Y la comprensión de que no tengo idea de cómo o qué decirle a Kyle.

No hemos hablado de lo que pasó detrás de Whiskey Cowboy. O de


cómo comimos su pastel de cumpleaños y jugamos a las cartas al llegar a
casa, como una pareja de verdad.
Una parte de mí piensa que es maduro, y el resto lo encuentra infantil.
Somos dos adultos solteros con una atracción mutua. Si queremos tener
sexo protegido, ¿a quién podría perjudicar?

A mí, es la respuesta a eso. Porque para mí no es sólo sexo, si es que


alguna vez lo fue.

Me gusta Kyle. Más que gustarme.

Él me hace sentir más yo misma, y ni siquiera sabía que eso era lo que
se suponía que estaba buscando. No lo estaba buscando -definitivamente
no con él- y eso hace que encontrarlo sea aún más chocante.

Y en lugar de afrontarlo, lo estoy evitando.

Desde que llegué aquí, sabía que esto iba a pasar. Durante un tiempo,
deseé que sucediera antes.

Mi tiempo aquí siempre fue temporal. Nunca esperé que desearía que
no fuera así, y traté de ignorarlo una vez que me di cuenta de que lo era.
La Piper del pasado decidió que ese era el problema de la Piper del futuro,
y ahora, tengo que lidiar con ello.

Para distraerme, me paso toda la tarde limpiando la granja. Aspirando,


lavando platos, reorganizando la nevera. También empiezo a hacer algo
de equipaje, doblando la ropa limpia y poniendo una carga de ropa a
lavar.

En cuanto llegan las cinco, me dirijo a la cocina y decido preparar una


comida elaborada con la esperanza de que me ayude a distraerme. Miro el
teléfono y encuentro otro correo electrónico de Linda. Mi vuelo sale a las
siete de la mañana. Les mando un mensaje a Lauren y a Serena para
decirles que volveré mañana. Luego apago el teléfono, deseando poder
hacer lo mismo con mi cerebro.

A las cinco y media, oigo abrirse la puerta.


Respiro hondo, diciéndome a mí misma que no importa lo que diga.
Que nada más que sexo y amistad podría funcionar entre nosotros, no
cuando nuestras vidas son tan fundamentalmente diferentes.

Cuando levanto la vista, Kyle no es quien está en la puerta.

―Hola, Piper.

―Hola, Danny. ―No disimulo bien mi sorpresa al ver al amigo de Kyle


en la cocina.

―Huele bien aquí ―me dice.

―Gracias. ―Me seco las manos en un paño de cocina y miro a Danny


con incertidumbre.

―Kyle vendrá enseguida. Está terminando un proyecto. El chico tiene


una ética de trabajo del demonio, por si no te has dado cuenta. No para.

Sonrío.

―Me he dado cuenta.

Apenas reconozco el rancho de cuando llegué. Cada día hay algo nuevo.
El césped se está rellenando en el patio, las bisagras de la puerta
mosquitera fueron reparadas, y todos los montones de escombros al azar
han desaparecido.

―¿Puedo traerte algo? Agua o...

―No, estoy bien. Gracias.

Asiento con la cabeza. Un minuto después, vuelvo a oír la puerta


mosquitera.

Kyle sonríe cuando entra en la cocina, pero se le borra la sonrisa


cuando me ve de pie junto a la encimera.

―Mierda. No me había dado cuenta de que ya habías empezado a


cocinar ―dice, con cara de disculpa mientras observa el desorden de la
encimera.
Incluso antes de que siga hablando, tengo la sensación de que no me va
a gustar lo que tiene que decir.

―Debería haber venido antes. El padre de Hudson ha cazado un ciervo


enorme este fin de semana y le ha dado a Hudson unos filetes. Quiere
invitarnos a cenar esta noche. Noche de chicos.

―Oh.

Lo siento, articula Kyle.

Ha pasado todas las noches aquí desde que llegué. No le envidio que
pase tiempo con sus amigos. Pero esta noche es mi última noche aquí, y él
no tiene ni idea.

Me fuerzo a sonreír y le digo―: ¡Diviértete!

Tal vez esto sea mejor. Un comienzo de nuestra separación. Una grieta
preliminar antes de la ruptura limpia.

Al menos me gustaría decírselo, pero no quiero tener la conversación


delante de Danny. No tengo ni idea de lo que Kyle les ha contado a sus
amigos sobre nosotros, si es que les ha contado algo.

―Te veré esta noche ―dice Kyle, guiñándome un ojo cuando Danny no
mira.

A pesar del miedo y la incertidumbre, la insinuación me hace sonrojar.


Pasamos la noche juntos. Y todavía estaba allí esta mañana.

―De acuerdo. ―Mi sonrisa se queda fija en su sitio.

Y entonces se van.

En cuanto salen por la puerta, dejo que mi expresión de felicidad se


derrumbe.
Veintisiete
Kyle
Hudson se hunde en la silla a mi lado con un gemido de satisfacción.

―Es difícil superar esto, ¿eh?

Asiento con la cabeza y leo la etiqueta húmeda de la botella de cerveza.


Es raro que me dé un capricho. No creo que tenga una adicción, pero sé
que está arraigada en mi ADN, y por eso mi tendencia es evitar el alcohol.

Esta noche, asando filetes de venado con mis amigos más viejos y
simplemente charlando en una noche de verano, me pareció una buena
ocasión para abrir una. Y aunque estoy disfrutando de la noche, ni la
compañía ni la cerveza me han quitado la preocupación que me corroe el
estómago.

―¿Alguna idea de cuándo te irás? ―me pregunta Hudson.

Hurgo más en la etiqueta. El papel casi ha desaparecido, sólo queda el


residuo pegajoso de debajo.

Estoy harto de que me hagan esa pregunta. Así que le digo la verdad.

―No.

Me mira, sorprendido.

―¿Qué quieres decir?

―No me voy. He terminado.

―¿Terminaste... con la música?


―Sí. Tuve una buena carrera. Tenía que terminar en algún momento.

Hudson se ríe una vez, incrédulo.

―Quizá cuando llegues a los cincuenta y ya no le importe a nadie lo que


tengas que decir. Pero, amigo, eres enorme. Es imposible que tu carrera
esté a punto de terminar. ¿Por qué ibas a dejarlo ahora? ―Hace una
pausa, como si considerara su propia pregunta―. ¿Por tu madre?

―No. Sólo necesito un descanso. Mi contrato ha terminado y el


momento es oportuno. ―Exhalo un suspiro―. Por eso Piper está
realmente aquí. Mi discográfica la envió para convencerme de firmar un
nuevo contrato.

―Me sorprende que no hayas cedido ya.

Lo miro de reojo.

―¿Qué se supone que significa eso?

Suelta una carcajada.

―Desde que te conozco, las chicas se vuelven locas por ti. Desde que te
hiciste famoso. En el instituto. Demonios, ¿recuerdas cuando nuestra
clase de octavo grado echó a suertes para decidir quién te invitaba al
semiformal? Todos los chicos del pueblo se quedaban con tus sobras.

Pongo los ojos en blanco.

―Exageras.

―La verdad es que no. Pero lo que quiero decir es que las chicas
siempre te han deseado. Nunca te he visto desear a una chica. Ha sido
entretenido, sinceramente.

―No pensé que te habías dado cuenta.

Hudson se ríe.

―Morgan podría haber sido el que dijo algo primero. Pero todos los
vimos desaparecer durante veinte minutos en Whiskey Cowboy.
¿Estaban hablando de tu contrato en el callejón de atrás? ―Sonríe cuando
guardo silencio―. Sí, no lo creía.

Exhalo un largo suspiro, mirando la hoguera sin encender. Tommy y


Danny están fuera cogiendo leña.

―¿Cuándo has estado seguro de Morgan?

Se encoge de hombros.

―No sé si hubo un momento realmente. Cuanto más tiempo pasaba


con ella, más tiempo quería pasar con ella. Hasta que se hizo mucho más
fácil imaginar mi vida con ella de lo que era no hacerlo. Simplemente
tenía sentido. ―Sonríe―. No suena tan romántico, supongo. Trabajaré
en algo mejor antes de declararme.

Echo la cabeza hacia atrás, estudiando el cielo estrellado.

―No, suena bien. Lógico. Inevitable.

―¿Vas a compartirlo o me obligarás a preguntarlo?

―Nunca había sentido esto por nadie.

―Entonces, ¿cuál es el problema? Está claro que le gustas.

―El problema es que ella quiere lo único que yo no puedo darle. He


terminado con la música por ahora, probablemente para siempre. Mi
plan era volver aquí y averiguar cómo habría sido mi vida si nunca me
hubiera subido al escenario de la feria aquella noche. Y su vida está en
Nueva York. Se aburre aquí. Soy una historia que contará algún día.

―¿Estás seguro de que has terminado con la música? Quiero decir, lo


tienes bastante bien.

Desde que encontré el éxito, he hecho un esfuerzo para nunca


quejarme. Para aguantar y aceptar lo malo con lo bueno. No quiero
parecer desagradecido. Y eso es doble cuando estoy en Oak Grove. Este
lugar, esta comunidad que me conoce. Que está orgullosa de todo lo que
he logrado y que realmente se preocuparía si supiera lo miserable que
puede ser la fama.

―Algunas partes son geniales. Partes de ello realmente apestan.

Las cejas de Hudson vuelan hacia arriba, sugiriendo que soy mejor
actor de lo que pensaba.

Durante años, he entrado y salido de la ciudad como un huracán,


trayendo historias de fiestas y regalando abonos para equipos deportivos
profesionales. He mostrado un lado de mi vida mientras mantenía a Miles
y Kyle completamente separados. Mis amigos tienen una buena idea de
cómo era la situación con mi madre desde que crecí, pero ninguno de
ellos sabe lo mal que se pusieron las cosas hacia el final. Que recibí la
llamada de que se había ido y luego tuve que ir a dar un concierto para
setenta mil personas porque se habían agotado las entradas, y cuando
eres Kyle Spencer, no puedes simplemente enviar a un sustituto con una
guitarra.

―Se supone que tiene que parecer fácil y asombroso porque eso es lo
que vende discos y entradas. Pero, ¿hombre? No puedo salir en público
sin guardaespaldas, y aun así me acosan. Las calles se cierran. En mi
última gira, dormí en una cama diferente cada noche durante meses. Me
senté solo en un autobús durante meses. Una chica se coló en el hotel en el
que me alojaba en Los Ángeles y tuve que cambiar de hotel en mitad de la
noche. En el rancho, siempre hay cosas que hacer, pero no tengo que
hacer nada de eso. Kyle Spencer apenas tiene control sobre su propia vida.
Si quiero acostarme con una mujer, alguien de mi equipo le hace firmar
un acuerdo de confidencialidad. Es ―suelto un suspiro― un circo total.

―No tenía ni idea. Quiero decir, me imaginaba que no siempre era


fácil, pero lo has hecho sonar...

―Sí, lo sé.

―¿Me odias, por incitarte a subir a ese escenario?


―Por supuesto que no. Las cosas aquí eran difíciles. Quería esa vía de
escape. Diablos, probablemente la necesitaba.

Hudson se inclina hacia delante y golpea su botella de cerveza contra la


mía.

―Bueno, por si sirve de algo, estoy encantado de que vuelvas. Parece


que tomaste la decisión correcta.

―Gracias. ―Lo digo en serio, pero también hay un malestar.

Se oyen voces lejanas que sugieren que Danny y Tommy vuelven del
granero.

Me lanza una mirada.

―¿Cuándo se va?

―No lo sé.

―¿Vas a decir algo antes de que lo haga?

Exhalo.

―No lo sé.

Parece egoísta cuando no le ofrezco nada. Al final me quedaré sin


proyectos en el rancho, y entonces no tengo ni idea de lo que haré. Y sé
que Piper ya está aburrida de estar sentada. Está acostumbrada a una vida
mucho más excitante, del tipo de la que yo estoy harto.

Danny y Tommy vuelven, tiran la leña dentro del círculo de piedra y


sacan cerillas. Un minuto después, el fuego cobra vida, crepita y escupe
llamas.

Me recuesto en la silla y disfruto bromeando con mis mejores amigos,


diciéndome que tengo tiempo para decidirme.
Veintiocho
Piper
Una camioneta sube por el camino de entrada con una nube de polvo a
sus espaldas. Pero no es el que estoy esperando.

Dejo la última maleta en el maletero del auto y lo cierro, forzando una


sonrisa fingida mientras me giro para saludar a Mabel y John.

―¡Hola! ¡Bienvenidos a casa! ―Mi voz es demasiado alta. Demasiado


alegre. Demasiado falsa. Exactamente como sonaba cuando llegué.

Pero ni Mabel ni John parecen darse cuenta.

Mabel sale la primera, con más agilidad de la que yo he visto nunca al


bajar de la cabina de una camioneta, estoy segura. Mira a su alrededor
como si hubiera estado fuera durante décadas, no poco más de una
semana.

Se siente como si hubiera estado fuera durante décadas. Es como si


hubiera vivido una vida diferente desde que se fueron.

Una vez fuera de la camioneta, John también se inclina hacia mí y una


pequeña sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios mientras él
también contempla su casa como si fuera un familiar perdido hace mucho
tiempo. Sus ojos se abren visiblemente cuando ve el nuevo y reluciente
tejado, metal negro que brilla bajo la luz del sol.

―¿Te vas? ―Mabel abandona a John para sacar su equipaje de la caja


de la camioneta y se acerca a mí.
―Sí. ―Jugueteo con las llaves en la mano, el metal rugoso raspando
contra mi palma―. La discográfica decidió que ya era hora. Mucho más
tiempo del que había planeado quedarme.

―Te dije que Kyle era testarudo.

―Lo hiciste ―estoy de acuerdo―. Y... ahora entiendo un poco mejor


por qué. Creo que está tomando la decisión correcta, alejándose.

Los ojos de Mabel se dirigen a los míos. En el poco tiempo que hace que
la conozco, nunca la había visto tan sorprendida.

―Te habló de Ada.

No es realmente una pregunta, así que no contesto. No sabía que ése era
el nombre de su madre.

―¿Tuvieron un buen viaje?

―Sí. Un viaje largo pero un destino que merece la pena. Es fácil olvidar
que hay un gran mundo ahí fuera cuando estás escondido en un lugar
como este.

Hace poco tiempo, habría estado en total desacuerdo con esa


afirmación. Pero ahora asiento con la cabeza porque entiendo
perfectamente lo que dice. Este lugar parece su propio universo.

―Bueno, debería irme...

Aparece otra nube de polvo, esta vez detrás de la camioneta por la que
he pasado casi toda la tarde y toda la mañana mirando por las ventanillas.
Ahora que está aquí, que sé que no está tirado en alguna cuneta, un pulso
de ira se abre paso a través de mí.

Mabel sigue mi mirada mientras Kyle estaciona la camioneta junto al


granero y se baja. Tiene la camisa arrugada y el cabello revuelto, pero por
lo demás tiene buen aspecto. Sano. Normal.
Se detiene brevemente junto a la camioneta de John para saludar a su
tío, pero no deja de mirar hacia aquí. Yo me dedico a ordenar el maletero
y a hacer una lista mental para asegurarme de que lo tengo todo.

Y entonces llega él, envolviendo a Mabel en un abrazo.

―Me alegro de verte ―dice cariñosamente.

Me rodeo la cintura con los brazos, mirando al suelo. Cavo un pequeño


agujero con la punta de mi bota.

Es estúpido que las lleve puestas, pero así es. Un último adiós.

Dudo que me sirvan de mucho en Nueva York.

―¿Puedo hablar un momento con Piper? ―le pregunta a Mabel una vez
que se han puesto al día.

―Por supuesto. A John le vendría bien algo de ayuda descargando.


―Mabel me mira, sus ojos sabios probablemente ven más de lo que me
gustaría. Me sorprende cuando se adelanta y me da un rápido apretón―.
Buen viaje. Te quedan bien esas botas.

Sonrío, le doy las gracias y vuelvo a abrazarme el torso.

La ira se ha desvanecido, dejando atrás un montón de otras emociones.


Estoy nerviosa ahora que está en casa. Aquí mismo. Delante de mí.

―Lo siento mucho. Me quedé dormido y...

―No pasa nada ―digo rápidamente. Permitirle que se explaye hace que
parezca que tengo derecho a una explicación. Y no es así―. Me alegro de
que estés... bien. Pensé en llamar a la policía. ―Intento hacer un poco de
humor, pero no lo consigo.

La expresión de Kyle se retuerce de culpabilidad.

―Lo siento. Sobre todo por preocuparte.

―No pasa nada ―vuelvo a decir a pesar de que siento que es todo lo
contrario.
Exhala, mira el auto cargado y luego vuelve a mirarme.

―¿Te vas?

―Sí. Llamó la discográfica. ―Levanto un hombro y lo dejo caer―.


Tengo que volver a la oficina hoy. Tardé mucho más de lo que pensaba.

―Debe ser un alivio volver a casa.

Kyle me estudia atentamente, como si estuviera probando mi reacción


a esa afirmación.

Me muerdo el interior de la mejilla y asiento con la cabeza.

Él exhala y se frota la nuca con una mano.

Mi teléfono vibra en el bolsillo. Lo saco y miro la pantalla. Un mensaje


de mi madre, celebrando que llegaré pronto a casa. No contesto, pero
tomo nota de la hora.

―Tengo que irme. O perderé el vuelo.

Kyle se acerca un paso.

―Mira, Piper. Yo...

Lo interrumpo―: ¿Has cambiado de opinión?

―¿Qué?

―¿Has. Cambiado. De. Opinión?

Baja la mano y se le desencaja la mandíbula al darse cuenta de lo que


quiero decir. De repente, nuestra posición es menos íntima y más
parecida a un enfrentamiento. Es exactamente como cuando estábamos
en este patio y me dijo que debía irme.

―No ―responde finalmente.

―Entonces no queda nada que discutir.

Se chupa el labio inferior, asiente lentamente y baja la mirada. Al paso


que da le sigue otro hacia atrás.
―Supongo que no.

Quería crear distancia, pero ahora que está ahí, en cierto modo me
arrepiento.

―Si alguna vez estás en Nueva York… ―Mi voz se interrumpe después
de dejar una invitación abierta. No sé para qué.

―Es poco probable ―dice Kyle. No de forma grosera. Sólo... definitivo.


Resuelto.

Asiento con la cabeza, esperando esa respuesta.

―Bien. Buena suerte con... todo.

―Mándame un mensaje cuando aterrices, ¿de acuerdo?

¿Como me mandaste un mensaje anoche? pienso. Pasé la mayor parte de


la noche despierta en su cama como una tonta, esperando oír sus pasos en
las escaleras.

Digo "bien" porque es más fácil.

Quiero lo más parecido a un cierre que podamos conseguir, y actuar


como una novia pegajosa con los sentimientos heridos no va a lograrlo.

También siento un poco de calor en el pecho porque él quiere que lo


compruebe. Kyle es más considerado que la mayoría de los chicos que he
conocido. Pero la lista de personas que le importan parece ser muy corta e
incluye a gente que ha conocido durante la mayor parte de su vida. Que yo
pueda tener un lugar en ella, aunque sea muy abajo, es más de lo que
esperaba.

―¿Lo tienes todo?

―Sí. ―Confío en que lo tengo, pero siento que estoy dejando algo atrás.

Un poco de mí misma tal vez. La mujer que descubrí a la que le gusta


llevar botas vaqueras más que tacones y que puede mantenerse a lomos de
un toro mecánico.
Kyle exhala.

―De acuerdo entonces.

Me está dejando ir. Y aunque es lo que esperaba, lo que una parte de mí


desea, sigue doliendo.

Asiento con la cabeza, rápida y bruscamente. Lo abrazo antes de que


pueda pensarlo demasiado, un abrazo que pretende ser rápido e
impersonal, pero que se alarga mucho más después de que sus fuertes
brazos me rodeen por la espalda. Inhalo su aroma a cuero, madera, jabón
y algo que no es más que Kyle antes de alejarme.

―No te olvides de que Bailey tiene que venir más tarde.

Se mete las manos en los bolsillos y da un paso atrás. Asiente con la


cabeza.

―No lo haré.

―De acuerdo. ―Le ofrezco una pequeña sonrisa y envío un saludo en


dirección a Mabel y John. Rodeo la parte trasera del sedán y subo al
asiento del conductor, manteniendo la mirada al frente todo el tiempo.
No dejo que se desvíe ni una sola vez hacia el espejo retrovisor, ni cuando
enciendo el auto ni cuando empiezo a bajar por el camino de entrada.

Cuando por fin lo hago, a unos kilómetros del rancho, mi vista está
demasiado borrosa para ver nada.

En el aeropuerto de Texas nadie mira mis botas.

Cuando aterrizo en Nueva York, la cosa cambia.

Algunas miradas son confusas, otras divertidas. Las ignoro todas.


Un auto me espera al pasar la recogida de equipajes, tal como dijo
Linda. Es extraño ir en el asiento trasero de un todoterreno que huele a
nuevo y que pasa a paso de tortuga entre rascacielos imponentes.
Familiar, pero también extraño. Lo mismo ocurre al llegar a las oficinas
de la discográfica. Saludo con la mano a Jasper, el guardia de seguridad, y
luego paso la placa para cruzar la puerta y llegar a los ascensores.

Mientras las puertas se cierran y el ascensor asciende, mi pie da


golpecitos a un ritmo irregular, tratando de expulsar un poco de la
energía nerviosa. Mis dedos agarran con fuerza la correa de mi bolso.

No tengo ni idea de lo que me espera. El correo electrónico de Linda no


proporcionaba mucha información... ni garantías.

He fracasado. Debía conseguir que Kyle firmara y no lo hice.

¿Carl me llamará a su oficina y me regañará? ¿Se están dando por


vencidos con Kyle, o están enviando a alguien más para que intente lo que
yo no pude lograr? ¿Es posible que aún me transfieran a A&R, o me
quedaré donde estaba antes de irme a Texas con el corazón magullado?

Se abren las puertas de la planta de la discográfica. Linda levanta la


vista de su escritorio en el centro de la recepción con una sonrisa
preparada que se vuelve genuina cuando me ve. El nudo de mi estómago
se afloja un poco. Por primera vez desde que las ruedas del avión tocaron
el asfalto, siento que estoy en casa.

―¡Piper!

―¡Hola!

Linda se levanta y se acerca a su mesa para darme un fuerte abrazo.

―Pareces diferente ―dice, todavía sonriendo.

―Si metes a una chica de ciudad en el desierto de Texas, eso pasará.


―Las palabras son ligeras, pero mi estado de ánimo no lo es. Todavía me
duele cuando pienso en la escena de la que me alejé esta mañana.
―Impresionaste a Carl ―me dice―. No mucha gente habría estado
dispuesta a hacer lo que hiciste.

Mi exhalación es de alivio, ya que eso no suena a que me vayan a


despedir.

―Fracasé ―le recuerdo. Las palabras me saben amargas en la lengua.

Linda sacude la cabeza, haciendo que su moño gris se tambalee.

―Todo el mundo sabe el reto que te ha tocado. El equipo de abogados


que envió Kyle Spencer dejó muy clara su postura. Toda la oficina lo oyó.

―¿Eso significa que apostaste contra mí entonces?

Le brillan los ojos.

―No sé de qué me estás hablando.

―Ajá. Será mejor que me cambie antes de que alguien más me vea.
―Mi atuendo de vaqueros, camiseta y botas vaqueras podría ser normal
en Texas, pero no aquí.

―Te acompaño. Hay un par de cosas más que tenemos que discutir.

―Oh-kay… ―Sin más, el nudo en mi estómago se aprieta de nuevo.

Caminamos por el pasillo y nos cruzamos con un par de empleados.


Ambos me dedican cálidas sonrisas y mi traje miradas interrogantes.

―Jason Martin ha fallecido ―dice Linda en voz baja.

La conmoción me recorre al recordar al rapero prometedor con toda la


fanfarronería y chulería de un joven de veintidós años que se vio lanzado
a la fama y a la fortuna que suele venir con ella. Era joven. Muy joven.

―¿Qué? ¿Cómo?

―Accidente de auto. Estaba en casa, visitando a su familia en


Michigan. En un bar con amigos. Jason murió en una cirugía de
emergencia. Tenía un amigo en el auto, también, que sobrevivió. El otro
conductor no.
―¿Fue culpa de Jason?

―No. Él iba rápido, pero el otro auto cruzó la línea. Aún no han hecho
público el informe toxicológico, así que ni idea de si iba colocado,
borracho o mandando mensajes. Dudo que le importe a la familia o a los
fans de Jason.

―Eso es horrible.

Linda asiente.

―Lo es. Las noticias aún no se han filtrado porque el auto estaba en tan
mal estado que no pudieron identificarlo en la escena. En cuanto se sepa,
habrá que movilizarse. La gerencia está planeando un evento de
homenaje. Parece que será para recaudar fondos y que los beneficios se
destinarán a la organización benéfica que elijan los Martin. Varios
artistas de Empire actuarán.

―De acuerdo.

Nos detenemos frente a mi despacho, aunque despacho es un término


generoso. La mayor parte de esta planta tiene una distribución abierta,
así que es más bien un cubículo cerrado a la vista de otra docena de mesas.

―Carl quiere reunirse contigo. Lo puse en tu calendario para las tres.

Dentro de una hora. Tiempo de sobra para enloquecer.

―Entendido. ―Esbozo una sonrisa tensa.

Linda me aprieta el brazo.

―Estarás bien. Como he dicho, todo el mundo está impresionado por lo


que has conseguido.

Quiero preguntar qué he conseguido, pero me distrae la rubia que


aparece de repente y me da un abrazo enorme.

―¡Piper!
―Hola, Mia. ―Le devuelvo el abrazo, inhalando el familiar aroma de
su perfume floral. Estoy segura de que huelo a comida rápida y aire
reciclado.

Linda se ríe.

―Será mejor que vuelva a recepción. Así podrán ponerse al día.

Mia se echa hacia atrás y me mira de arriba abajo. Arruga la nariz.

―¿Y esos zapatos de rodeo?

―Se llaman botas de vaquero.

Me dirijo a mi despacho y ella me sigue.

―¿Y? ¡Apenas has respondido a ninguno de mis mensajes! ¿Cómo te ha


ido? ¿Conociste a algún vaquero caliente? ¿Cómo era el hotel? Nunca he
estado en Texas, pero he oído que hace calor. ¿Hacía calor? Espero que
Carl no haga de las visitas a artistas algo normal. Es mucho pedir.

Me quito las botas de un tirón mientras ella habla a mil por hora y saco
los tacones que metí en el equipaje de mano, junto con el vestido que ha
conseguido viajar casi sin arrugas.

Mia sigue balbuceando hasta que se da cuenta de que no le contesto.

―¡Piper!

―¡¿Qué?! He perdido el hilo de tus preguntas.

Mia pone los ojos en blanco, pero sonríe.

―De acuerdo. Harper vuela el jueves para ayudar con el evento de este
fin de semana. Podemos cenar y nos cuentas todo lo que ha pasado. Y…
―Agita la mano izquierda y, por fin, capto lo que estaba demasiado
distraída para ver de inmediato.

―¿Dax te propuso matrimonio?

Mia asiente, agitando el anillo de diamantes como una bengala.


―El sábado por la noche. En Blackbird. Supongo que estaba
escuchando cuando estaba hablando de lo mucho que me moría por ir allí
después de que Hannah Kensington publicara sobre ello.

―Vaya, ¡felicidades!

―¡Me voy a casar! ¡No puedo creerlo!

―¡Es tan emocionante!

Estoy emocionada por Mia. Al igual que estoy feliz por Harper, que
siguió el amor hasta la Costa Oeste. Pero cuando empecé a trabajar aquí,
salíamos todos juntos los fines de semana sin obligaciones hasta el trabajo
el lunes. Soy un año más joven que ellas dos, así que quizá sea natural que
hayan pasado primero a esta nueva fase de sus vidas. Pero también me
siento un poco como si me hubieran dejado atrás.

He dado prioridad al trabajo sobre las relaciones desde mi última


ruptura, y eso no me ha llevado muy lejos. Además, tengo la sospecha de
que será difícil salir con alguien y no compararlo con Kyle. Es de risa,
teniendo en cuenta lo que sentía por él cuando me fui a Texas. Espero que
al volver a Nueva York sea más fácil deshacerme de esos sentimientos.

Mia sonríe hasta que suena su teléfono. Entonces, su expresión de


felicidad se transforma en enfado.

―Mierda. Acabamos de programar otra reunión de última hora. Me


tengo que ir.

―¿La reunión es sobre Jason Martin? ―pregunto.

La expresión de Mia cambia a sombría.

―Sí. Es tan horrible.

―Tenía veintidós años.

―Sólo los buenos mueren jóvenes, ¿no?

―Sí, supongo que sí. Tenía una larga carrera por delante. Toda una
vida.
―Bueno, si el resto del departamento escucha mis ideas, recaudaremos
mucho dinero en su honor. La compañía no escatima en gastos. Va a ser la
entrada más caliente de la ciudad. ―Su teléfono vuelve a sonar―.
Mierda, tengo que irme. Luego hablamos.

―Adiós.

Ya está a mitad del pasillo enmoquetado, con la coleta rubia


balanceándose.

Llevo mi bolso al baño más cercano, me pongo rápidamente el vestido y


me maquillo ligeramente. Una vez satisfecha con mi aspecto, me pongo al
día con los correos electrónicos que se han acumulado esta mañana.

Durante mi estancia en Texas me las apañaba bastante bien, sobre todo


porque Carl se aseguraba de que no me encargara directamente de nada.
Eso ha cambiado. Tengo el plato lleno de tareas cuando mi ordenador
suena con una notificación de que mi reunión de las tres de la tarde con
Carl Bergman es dentro de cinco minutos.

Las palmas de las manos se me humedecen de sudor y el aire


acondicionado me hiela mientras camino por el pasillo hacia el despacho
más grande. Eva me espera en el mismo sitio que la última vez que fui al
despacho de Carl, con el cabello recogido en un moño impecable y la
manicura perfecta. En comparación, me siento como si hubiera cogido
dos vuelos esta mañana y me hubiera cambiado en un baño público.

―Hola, Piper. Entra. Te está esperando.

―Genial. Gracias.

Intento proyectar una confianza que no siento mientras entro en el


gran despacho.

Carl no está solo. Hay una mujer sentada en una de las sillas frente a su
mesa. Me echa un vistazo por encima del hombro y respiro sorprendida.

Fiona Wild es una fuerza en la industria musical.


Desde mi primer día de prácticas en Empire Records, ha sido la persona
a la que he admirado. Ella hace carreras. Decide destinos. Ella es una
potencia respetada en una industria que está dominada por los hombres.

―Hola, Sr. Bergman. Srta. Wild.

―Llámame Carl, ¿recuerdas?

Me sonrojo mientras avanzo, asintiendo. No importa cuántas veces me


lo diga, aún me resulta extraño llamarle por su nombre de pila.

―Por favor, llámame Fiona. ―Fiona extiende la mano y estrecha la


mía. Su apretón es firme y seguro―. Encantada de conocerte, Piper. Carl
ha estado cantando tus alabanzas.

Es sorprendente, teniendo en cuenta que apenas sabía mi nombre la


última vez que estuve en su despacho y que no conseguí completar la
tarea que me había pedido. Pero sonrío y asiento con la cabeza en lugar de
decir eso.

―Y estaba presumiendo un poco más ―dice Carl―. No muchos


empleados habrían volado a Texas de un plumazo. Un trabajo
impresionante, Piper.

―Gracias. ―Trago saliva―. Ojalá hubiera tenido éxito.

―Lo hiciste mejor que la mayoría, incluyéndome a mí. Kyle no ha


devuelto ni una sola de mis llamadas o mensajes de voz. Y el mánager de
Kyle habló muy bien de tus esfuerzos. Sin duda hiciste algo bien.

―¿Brayden habló bien de mí?

Estoy... sorprendida. Hablamos durante tres minutos, si eso, en la feria.


La única forma de que hubiera dicho algo sobre mí era si Kyle se lo
hubiera pedido, e ignoro cómo me hace sentir eso, ya que no tengo
tiempo para ocuparme de ello ahora mismo.

―Algunos artistas se desvanecen ―continúa Carl―. Ocurre, y por eso


tenemos a Fiona, para que siempre haya sangre fresca. ―Mira a Fiona y
luego vuelve a centrarse en mí―. ¿Te gustaría ayudar con eso?
―¿Todavía me estás transfiriendo a A&R?

Estaba tan preocupada por las posibles consecuencias de no conseguir


que Kyle firmara un nuevo contrato que no se me ocurrió que aún podría
conseguir un ascenso. Carl nunca me ha parecido generoso.

Asiente con la cabeza.

―Suponiendo que sigas interesada.

―Sí. Muy interesada.

―Genial. Yo… ―Llaman a la puerta―. Adelante ―llama Carl.

Aparece Eva.

―Carl, esperan tu opinión sobre una llamada en la sala de conferencias


principal.

Carl se levanta y se abrocha la chaqueta.

―Un momento, señoras.

Fiona me mira en cuanto la puerta vuelve a cerrarse.

―Encantada de conocerte, Piper.

―Igualmente ―es lo único que logro responder.

Sigo en estado de shock. Llevo años esperando este momento y, ahora


que ha llegado, no puedo asimilarlo del todo.

―¿Has oído lo de Jason Martin?

Asiento con la cabeza.

―Sí.

―Todo el mundo estará centrado en eso durante el resto de esta


semana. El lunes todo volverá a la normalidad. Podemos presentarte
entonces, ponerte al día sobre cómo funcionan las cosas en el
departamento.

―Me parece estupendo.


Sonríe.

―A menos que surja alguna nueva sensación y decidamos saltar sobre


ella. Nunca se sabe.

Dudo, pero decido que no tengo nada que perder.

―Vi actuar a un grupo sin firma en Texas cuando estuve allí. Eran
buenos.

―¿Significa eso que Carl tendrá un nuevo CD ahora que has vuelto a la
oficina?

Siento cómo se me enrojecen las mejillas. La mayoría de los artistas


envían maquetas digitales, pero yo no podía enviar un correo electrónico
al jefe de la discográfica. Durante años, he dejado CDs de forma anónima.
Con la esperanza de que alguno cayera en las manos adecuadas y marcara
la diferencia.

―No.

Fiona sonríe.

―Me encanta la iniciativa. Pero hace ocho años tiré mi reproductor de


CD, así que todos acabaron en un cajón de mi despacho. ¿Tienes un clip
digital de esta banda?

Me sorprende que Carl le diera los CD de demostración.


Descorazonada, nunca escuchó ni uno solo.

―En realidad sí.

―Déjame verlo.

Saco el vídeo de Whiskey Cowboy y extiendo el teléfono, animado.

Fiona mira el vídeo unos veinte segundos y me lo devuelve con un


movimiento de cabeza.

―Sigue pasando.

Abro la boca. La cierro. La vuelvo a abrir.


―Son buenos.

―No estoy buscando buenos. Busco electricidad. No todo el mundo


puede triunfar en esta industria, Piper. Esa banda es linda, pero apuesto a
que ensayan en un granero y nunca faltan a la iglesia los domingos. Eso
no tiene nada de malo. Nada con lo que pueda trabajar tampoco. Nada
que pueda vender. Aprenderás a detectar el verdadero talento. No todas
las ranas que encuentres se convertirán en príncipes después de que las
beses.

―Lo siento. ―Carl entra en su despacho y se sienta de nuevo en su


mesa―. Ha saltado la noticia de Jason Martin.

―No hay problema ―responde Fiona―. Nos ha dado a Piper y a mí la


oportunidad de conocernos mejor. Ya puedo decir que será una
incorporación increíble al departamento, pero tengo que ir a una
reunión. Hablaremos pronto, Piper.

Asiento con la cabeza, teniendo que forzar la alegría en mi voz.

―Me parece bien.

Fiona se marcha, dejándonos solos a Carl y a mí.

Me aclaro la garganta con torpeza.

―Gracias de nuevo. Te agradezco mucho la nueva oportunidad.

―De nada. ―Me mira con expresión especulativa―. ¿Cómo está Kyle?

Paso de incómoda y viro a extremadamente incómoda.

Por alguna razón, pensé que dejar Oak Grove sería como pasar página.
Volver o regresar a una vida en la que Kyle Spencer no tiene cabida.

Ya no es un artista aquí. Es sólo un tipo que vive en Texas.

―Él... parece estar bien.

Carl espera expectante.


―Hay un rancho -una granja lechera, supongo- donde vive. Muchas
vacas. Bonito pueblo. ―Dejo de hablar, dándome cuenta de que nada de
eso le importa―. Sé que estás centrado en la discográfica desde una
perspectiva empresarial. Pero creo que, para Kyle, irse fue la decisión
correcta.

―Hmm. ―La expresión de Carl no cambia, no me da ninguna


indicación de lo que está pensando.

Posiblemente, es que los elogios que cantaba no eran merecidos. Se


suponía que debía convencer a Kyle de que volviera a la música, y aquí
estoy, diciendo que no debería hacerlo.

Suena su teléfono y me sobresalto.

Carl me estudia un segundo más y lo toma.

―Eso es todo, Piper.

Asiento y salgo rápidamente de su despacho.


Veintinueve
Kyle
La abuela de Bailey la trae al rancho exactamente a las diez, que es la
hora que acordamos cuando Piper y yo dejamos a Bailey en casa de sus
abuelos la semana pasada.

Una parte de mí esperaba que ese plan se viniera abajo. Que Bailey
cambiara de opinión sobre venir otra vez. Que sus abuelos cambiaran de
opinión y no se lo permitieran.

Pero la abuela de Bailey saluda alegremente, acepta la oferta de Mabel


de mermelada de fresa casera y se marcha después de prometer recoger a
Bailey después de comer.

―¿Dónde está Piper? ―es lo primero que pregunta Bailey después de


saludarme.

Mabel me lanza una mirada. La ignoro.

Desde que volvieron de California, mi tía se ha mostrado muy callada y


sólo ha hecho algunas preguntas sobre lo que se han perdido durante su
ausencia. Observando los cambios en el rancho.

Pero he sentido su mirada en mí con frecuencia desde que el auto de


alquiler de Piper desapareció de la vista, y estoy seguro de que ha sacado
un montón de conclusiones sobre lo que pasó mientras estaban fuera que
yo no he compartido.

―Tuvo que volver a casa.


―Eso es una mierda ―responde Bailey, lo que resume bien mis
sentimientos al respecto.

Todavía me reprocho que esa noche, de todas las noches, decidiera


quedarme dormido en el sofá de Hudson. Sigo diciéndome que fue lo
mejor, que esta mañana habría sido igual de todos modos, pero aún no he
conseguido convencerme de ello. Me he perdido horas con ella.

―Esta es mi tía Mabel ―le digo―. Y mi tío John.

Bailey los estudia con curiosidad y luego les hace un pequeño gesto con
la mano.

―Hola, soy Bailey.

―Encantada de conocerte, Bailey ―dice Mabel.

John asiente con la cabeza.

―¿Te apetece echar un vistazo por el rancho? ―Pregunto.

No hay mucho más que hacer aquí. Su última visita fue breve y la pasó
sobre todo con Piper en el pueblo.

Bailey se encoge de hombros.

―Claro.

Mabel vuelve a entrar mientras John cojea hacia el establo. Guío a


Bailey hacia el establo. Pasamos primero por el barracón. Evito el
contacto visual con el edificio. Que Piper se quedara aquí fue una mala
idea para darme cuenta de que acabo de darme cuenta de que el rancho
está lleno de recuerdos de ella. Siento ecos de su presencia por todas
partes.

A continuación, pasamos por el estudio de grabación.

―¿Qué es eso? ―pregunta Bailey, señalando el pequeño edificio.

―Antes era un viejo cobertizo. Ahora es un estudio de grabación.

―¿Podemos mirar dentro?


―Sí, claro.

Cuando llegamos, abro la puerta y le hago un gesto a Bailey para que


entre primero. Por su expresión, es más impresionante que cualquier otra
cosa que haya visto en la granja.

―Vaya ―resopla, mirando todo el equipo reluciente.

―Lo hice construir para poder trabajar y pasar más tiempo aquí.

Bailey me mira.

―¿Antes de que muriera mamá?

―Sí. ―Es la primera vez que oigo a Bailey referirse a nuestra madre
como mamá, y me afecta más de lo que esperaba. Me imaginaba que su
madrastra ostentaba ese título―. Era una gran aficionada a la música,
¿sabes?

Bailey niega con la cabeza.

―A papá no le gusta hablar de ella.

Suspiro.

―Mamá era... difícil a veces. Cometía muchos errores, sobre todo en lo


que a ti se refería. Estoy segura de que hizo daño a tu padre. Pero sé que te
quería, y espero que tú también lo sepas.

Mira hacia otro lado, de vuelta a la caja de resonancia.

―¿Vas a seguir usando este estudio?

Me acerco al sofá y tomo asiento.

―Probablemente no. Ahora me estoy tomando un descanso de la


música.

―¿Por qué

Exhalo un suspiro, debatiendo cuánto compartir con ella. Es difícil


describir las drogas, la depresión y los paparazzi a una niña.
―Por nada en concreto. La muerte de mamá me hizo reconsiderar
algunas cosas. Cambiar un poco mis prioridades. Pero también me
apetecía hacer un cambio. La música llegó a ser abrumadora a veces.

Bailey lo considera durante un minuto.

―¿Qué vas a hacer en su lugar? ―pregunta.

―No tengo ni idea ―respondo―. Vivir aquí, supongo.

―Papá dice que eres rico, ¿no? ¿No necesitas trabajar?

―Tengo algo de dinero ahorrado ―digo sonriendo.

Bailey se acerca a mi vieja guitarra y la toma.

―¿Tocas? ―le pregunto, apoyándome en los cojines de cuero.

Se encoge de hombros, pulsando un par de cuerdas.

―Un poco. Me enteré de lo que hacías y me picó la curiosidad. Así que


pedí una guitarra por mi cumpleaños.

―Ojalá lo hubiera sabido. Te habría comprado una.

―La que tengo se me está quedando pequeña. Y es rosa.

―El rosa no tiene nada de malo. Yo tocaría una guitarra rosa.

Bailey pone los ojos en blanco.

―Si me compras una, por favor, que no sea rosa.

Me río entre dientes.

―De acuerdo. ―Luego palmeo el sitio a mi lado en el sofá―. Tráela


aquí. Te enseñaré unos acordes.

La emoción en la cara de Bailey es inconfundible cuando trae la


guitarra destartalada.

Es la primera vez que siento que he hecho algo bien con mi hermana,
hablando de algo que no sea el colegio o Tennessee o cualquiera de los
otros temas a los que me he agarrado a lo largo de los años, intentando
averiguar qué le interesaba.

Tal vez me centré en todas las formas en que éramos diferentes en lugar
de en algunas de las formas en que podríamos ser iguales.

Tal vez nuestra relación de hermanos no sea la causa perdida que


siempre pensé que era.

Y a pesar de todos sus defectos y errores, creo que si mi madre estuviera


aquí, viendo esto, nos estaría sonriendo.

No me doy la vuelta cuando se cierra la puerta mosquitera. Me


concentro en el patio oscuro mientras observo a los mosquitos zumbar
alrededor de la luz del porche. He arreglado las bisagras de la puerta para
que ya no chirríen, pero la puerta en sí sigue destartalada.

Y sé quién es porque John estaba roncando en el sofá del salón cuando


salí y Bailey se fue hace varias horas.

―Has arreglado la puerta.

―Ajá.

Sigo mirando al frente, escuchando a las vacas moverse. Suelen


acercarse al establo por las tardes para dormir y estar cerca para el grano
que acompaña al ordeño matutino.

―Y el tejado.

―No fui yo. Contraté a Cal Hastings. ―Le echo un vistazo―. Lo cual ya
sabías, supongo.

La sonrisa de Mabel es cómplice.

―Violet mencionó que te vio en Adler’s.


―Por supuesto.

La mejor amiga de Mabel es tan entrometida como reservada. Pero no


compartir una opinión nunca ha impedido que mi tía no disfrute de los
cotilleos del pueblo.

―Con Piper.

Y... ahí está.

―Síp.

―Ella me gusta.

―Sí... a mí también.

―¿Pero dejaste que se fuera?

Exhalo. No debería haber dicho nada.

―No la dejé hacer nada. Es una adulta que puede tomar sus propias
decisiones. Y decidió irse porque tiene toda una vida en Nueva York. ¿Por
qué se habría quedado?

―No te hagas el tonto conmigo, Miles Spencer. Vi cómo mirabas a esa


chica cuando dejaste de fruncir el ceño. ¿Qué más da Nueva York?
Ustedes tienen todos sus aparatos de lujo hoy en día para mantenerse en
contacto.

―No firmé un nuevo contrato. Ella perdió una gran promoción por mi
culpa. Y yo… ―Suspiro―. Técnicamente, estoy en paro. En cuanto
anuncie mi retirada de la música, perderé muchos fans. Me siento como si
tuviera diecisiete años otra vez y no tuviera nada resuelto. No es
precisamente un buen momento para empezar una relación. Ni siquiera
sé si ella... no lo sé.

―Las fresas que maduraron mientras no estábamos se recogieron antes


de que se estropearan.

Mi ceño se arruga. Incluso para los estándares de Mabel de cambios de


tema repentinos, este es extremadamente aleatorio.
―Um, ¿de acuerdo?

―Me imaginé que no eras tú. ―Hace una pausa―. ¿Te suena a alguien
que sólo vino aquí por un ascenso?

Sigo mirando al frente, sin ver nada.

Mabel suspira ante mi silencio.

―Cuando estuvimos en California, John y yo nos pusimos a hablar. El


marido de Cecilia se va un año a Alemania y buscan a alguien que les
vigile la casa. Nos preguntaron si estábamos interesados y decidimos que
sí. El mes que viene volveremos allí, esta vez por un tiempo.

La miro, sorprendido.

Mabel creció en este rancho. Se mudó cuando la salud de su hermano


empezó a fallar y básicamente me heredó la propiedad cuando él murió y
mi madre volvió al alcohol para ahogar sus penas.

Ella y John han vivido aquí desde entonces, administrando las cosas
ellos mismos y luego supervisándolas una vez que yo ganaba lo suficiente
como para contratar ayuda.

Nunca se me ocurrió que se fueran de Oak Grove.

Sonríe ante lo que estoy seguro que es una expresión de asombro.

―Esta propiedad es tuya, Miles. Deberías hacer lo que quisieras con


ella sin un par de viejos charlatanes merodeando.

―Tú no eres vieja.

Me acaricia la mejilla.

―Bendito seas por mentirme.

―Pero volví para...

―Sé por qué volviste. Pero John y yo no somos Ada. Hay una diferencia
entre preocuparse por alguien y cuidarlo. Sé que tu madre tenía sus
demonios, y no los descarto. La adicción es una enfermedad fea. Pero no
es tu carga. Ninguna. Cualquier decisión que tomes, no dejes que sea
sobre tu madre. O sobre John y yo. O tu música. O esa dulce niña que te
visitó hoy. Haz de tu vida lo que quieras, y las piezas adecuadas encajarán.
―Hace una pausa―. A menos que una inteligente neoyorquina te la
arrebate primero porque se da cuenta de que es especial antes que tú.

Me burlo.

―Sutil.

―A todos nos vendría bien un golpe en la cabeza a veces. ―Bosteza y se


levanta―. Me voy a dormir. Un día largo.

―Bien. Buenas noches.

―Buenas noches.

La puerta se cierra y vuelvo a estar solo.

Estoy a punto de entrar para evitar que los mosquitos empiecen a


acosarme cuando suena mi teléfono. Lo saco rápidamente y me desinflo
al ver el nombre. Esperaba que fuera Piper, dando más detalles sobre el
mensaje de aterrizaje que envió hace horas.

Simplemente le di like porque no sabía qué más hacer y Bailey seguía


aquí en ese momento. No era exactamente una invitación a una
conversación más larga, y nunca se me ocurrió nada más que decir.

―Hola, Brayden ―respondo.

―Hola, Kyle. Siento llamar tan tarde.

Apoyo una bota en la barandilla.

―No pasa nada. ¿Qué pasa?

―Jason Martin murió ayer.

Una roca aterriza en mis entrañas. Fue mi telonero en una gira hace un
par de años.

―Joder.
―Sí. Tenía veintidós años.

Exhalo.

―¿Cuándo es el servicio?

―Todavía no lo sé. Pero Empire va a dar un concierto benéfico este fin


de semana. Una recaudación de fondos para una organización que trabaja
para prevenir la conducción bajo los efectos del alcohol. Ofrecen viajes
gratis a casa, formación para camareros, distribuyen alcoholímetros,
cosas así.

―¿Estaba borracho?

―No. El otro conductor sí.

―Maldición.

―Mira, sé que las cosas están tensas con Empire ahora mismo y que
has dejado clara tu opinión al respecto. Pero es una buena causa, y
teniendo en cuenta de qué causa se trata, quería asegurarme de que
tuvieras la oportunidad de participar, si quieres. Piden un set de tres
canciones.

―¿Este fin de semana?

―Sí. El plan es hacerlo al aire libre en un parque. Intentan que sea un


gran festival con grandes cabezas de cartel. Sutton Everett ya está
confirmada, y tienen un montón de otros grandes nombres alineados.

―¿En Nueva York?

―Sí.

Me lo pienso. Luego decido más rápido de lo que esperaba.

―De acuerdo. Actuaré.

―¿Lo harás? ―Brayden no intenta ocultar la sorpresa en su voz. O si lo


hace, no lo consigue muy bien.

―Sí.
―De acuerdo. Haré los preparativos.

Nos despedimos.

Y en lugar de entrar, sigo sentado, mirando a la nada.


Treinta
Piper
―Mamá, te prometo que estaré allí.

―Más te vale, Piper. Wells y Norah dicen que tienen una gran sorpresa.

―Sí, los escuché la primera vez. Y recibí tus cinco mensajes.

Asumo que Norah está esperando, y también todos los demás. Por eso
voy a tener que meter todo lo que tengo que hacer hoy en horas normales
de trabajo para poder llegar a casa de mi madre en Brooklyn a tiempo
para la cena familiar y el anuncio.

Si van a tener un bebé, estoy encantada por mi segundo hermano


mayor y mi cuñada. También espero tener que responder a muchas
preguntas sobre mi viaje a Texas, que me entusiasma mucho menos. Esta
semana he hecho muchas con mis compañeros de trabajo.

Por suerte, todos han estado tan ocupados preparándose para la gala
benéfica de mañana que todos los interrogatorios han sido breves. Harper
llegó ayer, pero aparte de un almuerzo rápido que se centró
principalmente en el compromiso de Mia, no hemos tenido la
oportunidad de hablar. Lo cual es un alivio, ya que es la única persona
que sabe algo más de mi viaje que un contrato sin firmar.

Cuelgo con mi madre y estoy alternando entre dar un sorbo a mi


tercera taza de café y teclear una respuesta a un correo electrónico sobre
los últimos preparativos para el concierto benéfico de mañana cuando
llaman a la puerta abierta.
Levanto la vista.

―¡Kyle! ―Me pongo en pie de un salto y tiro la taza de café de la mesa.


No se hace añicos, pero causa suficiente conmoción como para que todos
los que están cerca miren hacia aquí.

Tomo un puñado de pañuelos de la caja del escritorio y me arrodillo


para limpiar el charco de café del suelo, sintiendo cómo me arden las
mejillas.

Kyle también se agacha, toma la taza ya vacía y la vuelve a dejar sobre


mi mesa. Tiro los pañuelos húmedos a la papelera que hay junto al
escritorio y me levanto, limpiándome las manos en la falda azul marino
mientras me tambaleo sobre los tacones. Jugueteo con el dobladillo
desgastado de mi sudadera y deseo que hubiera aparecido antes de
cambiar mi americana por ella.

―¿Q… Qué haces aquí? ―Siento la tentación de atizarle para


asegurarme de que no es una alucinación o mi imaginación.

Pero su olor ya está impregnando el pequeño espacio, sustituyendo al


aroma del limpiador de limón y el café.

Apoya la cadera en mi escritorio, como si ya hubiera estado aquí mil


veces. Es injusto que se sienta tan cómodo en mi mundo cuando yo me he
abierto camino a trompicones en el suyo. Y que se muestre tan
despreocupado al verme cuando es evidente que soy un desastre.

―Estoy en Nueva York para cantar en la recaudación de fondos. Estoy


en la oficina para reunirme con Carl. Y yo estoy en tu oficina... para
hablar contigo.

―Oh.

Me aclaro la garganta.

Descruzo los brazos y los vuelvo a cruzar.

Como ya no tiene contrato con la discográfica, no está obligado a actuar


en la recaudación de fondos. Nunca se me ocurrió que Kyle pudiera elegir
hacerlo, y me sorprende no haber oído que aparentemente lo está
haciendo.

―Yo... pensé en ti. Cuando me enteré de la noticia.

―No lo conocía tan bien. Cuando fue mi telonero, insinuó que yo era
un cantante mediocre. Estuve de acuerdo con él, y creo que asumió que
me estaba metiendo con él. Después no hablamos mucho.

Sonrío brevemente.

―Es decir, pensé en ti cuando me enteré de que había muerto.

Kyle asiente lentamente, la diversión desapareciendo poco a poco de su


rostro.

―Por eso decidí actuar. Es una buena causa.

―Sí, lo es.

Echa un vistazo a mi pequeño despacho y se fija en las tres cajas


apiladas en una esquina.

―¿Te mudas de oficina?

―Sí, la verdad. El lunes empiezo en A&R.

―¿Te han ascendido? ―La emoción en su voz hace que me duela el


pecho.

―Me han ascendido ―confirmo―. Al parecer, Brayden tenía cosas


bonitas que decir, y el hecho de que no respondieras ni una sola de sus
llamadas convenció a Carl de que había conseguido una hazaña olímpica
hablando contigo. Así que... gracias.

Su mirada es intensa.

―No dejes que nadie más se lleve el mérito, Piper. Todo esto has sido
tú.

Me trago el nudo que ha aparecido en mi garganta.


―Gracias. ―Me muerdo el interior de la mejilla, intentando decidir
qué más decir―. Entonces, ¿te vas a reunir con Carl?

―No ha cambiado nada. Sólo pensé que le debía la cortesía de una


reunión después de todas las llamadas que esquivé.

―¿Cuánto tiempo estarás en la ciudad?

―No lo sé. Sólo reservé un billete de ida.

He reservado un billete de ida.

Mi corazón da un salto, despegando a paso ligero.

―¿De verdad? ¿No hay un tercer corte de heno que requiera tu


atención?

Aparece mi sonrisa favorita, la que sólo curva una comisura de sus


labios y siempre le llega a los ojos.

―No. El rancho estará bien sin mí.

―Dios mío.

Miro al otro lado del pasillo y Kyle también lo hace. Lilah se queda
inmóvil, mirando a Kyle.

Cuando se da cuenta de que ha captado su atención, se tapa la boca con


la palma de la mano.

―No puedo creer que haya dicho eso en voz alta. Lo siento muchísimo.
Esto es muy poco profesional. Es que... me encanta tu música. Mis
compañeros y yo condujimos cinco horas para verte tocar en Miami. Nos
gastamos todo el dinero de la comida en entradas y comimos ramen
durante un mes. Valió la pena.

Algo ácido me quema la garganta.

Ser testigo de cómo la gente -mujeres- se muere por Kyle en este edificio
no es nada nuevo. Que me moleste no es nada nuevo. Pero esta vez, la
molestia no se basa en la incredulidad. No me pregunto por qué actúan
así con él.

Estoy... extremadamente celosa.

Kyle sonríe, pero no llega a sus ojos.

―Me siento halagado. Espero que hayas disfrutado del espectáculo.

Lilah asiente con énfasis, luego entra corriendo en su despacho y cierra


la puerta. Empezó a trabajar aquí hace sólo un par de meses, así que
supongo que no está tan hastiada de los famosos como yo. Por otra parte,
nunca la he visto encapricharse de nadie, excepto de Kyle, así que quizá
sólo sea él.

―Podrías tirar una piedra y golpear a un fan de Kyle Spencer aquí,


supongo. ―Hablo antes que él, intentando quitarle importancia al
encuentro.

Kyle levanta una ceja.

―¿Estás amenazando a mis fans?

―Eso no suena como algo que yo haría. Soy más bien pacifista.

―¿Eso está relacionado con ser vegetariana?

―Probablemente.

Sonríe.

―Entonces, yo… ―Suena su teléfono. Kyle maldice en voz baja, luego


contesta, pellizcándose el puente de la nariz mientras asiente con la
cabeza a lo que sea que esté diciendo la persona que llama―. Sí, bien.

Cuelga, con expresión de disculpa.

―Tienes que irte.

Kyle asiente.

―Brayden ya está en el despacho de Carl. Estoy retrasando las cosas.


―De acuerdo. Nos vemos mañana.

Me estudia, algo inquieto en su expresión. Después de un minuto,


asiente y se da la vuelta, desapareciendo por el pasillo.

Exhalo por primera vez en horas. Me hundo en la silla y respiro hondo,


dolorosamente consciente de que todo el mundo en las inmediaciones
puede ver mi despacho. Luego intento concentrarme en lo que tengo que
hacer hoy y evitar pensar en que está al final del pasillo y no en Texas,
como pensaba.

Mi teléfono suena hacia el mediodía.

Es Linda y me dice que suba a recepción.

Envío el correo electrónico en el que estaba trabajando, me pongo la


americana y me apresuro a bajar al vestíbulo, intentando averiguar por
qué ha llamado. Normalmente, Linda firma todos los paquetes y, de todos
modos, no espero que me envíen nada.

En cuanto llego a la recepción, se resuelve el misterio.

Kyle está de pie junto a los ascensores, ignorando cuidadosamente


todas las miradas que se dirigen hacia él. Su atención se centra en mí en
cuanto aparezco, sin rastro de la suavidad habitual a la que me había
acostumbrado en su expresión.

Su rostro es una máscara pétrea y se me hace un nudo en el estómago al


preguntarme qué habrá pasado en su reunión.

―¿Tienes un minuto para discutir algunas cuestiones relacionadas con


la recaudación de fondos? ―Su tono es enérgico mientras pulsa el botón
Abajo, a juego con su expresión estoica.

Estoy confusa, pero asiento con la cabeza. Linda me mira con simpatía
y perplejidad cuando llega el ascensor. Lo sigo dentro, mirando al suelo
en lugar de las miradas dirigidas en esta dirección.

En cuanto se cierran las puertas, Kyle se vuelve hacia mí.


―Lo siento. Le pedí a la mujer de recepción que te llamara en lugar de
volver a tu despacho porque todos los que trabajan aquí me están
mirando como a un animal de zoo y me estaba asustando un poco.

Exhalo, increíblemente aliviada de que no pase nada.

―Culpa de Carl. Le dijo a toda la oficina por qué estaba en Texas...

De repente me encuentro entre Kyle y la pared del ascensor, con su


cálida boca cubriendo la mía. Tardo una fracción de segundo en
recuperarme del shock y luego le devuelvo el beso, gimiendo mientras sus
manos se deslizan bajo mi americana y me agarran por la cintura.
Estamos frenéticos y enloquecidos, las lenguas se enredan y las
respiraciones se entremezclan.

De repente da un paso atrás. Exhala.

―Mierda. Lo siento. No quería hacer eso.

Arqueo una ceja.

Kyle sacude la cabeza, sonriendo un poco.

―Quiero decir, me moría de ganas de hacerlo desde que se te cayó la


taza. Pero no quería hacerlo así. Aquí. Yo… ―Mira los botones y pulsa el
rojo.

Inmediatamente, el ascensor deja de moverse.

Me quedo boquiabierta.

―¿Qué demonios estás haciendo? Estoy segura de que eso llama a los
bomberos...

Vuelve a besarme.

Y vuelvo a hundirme en él, la parte de mí que secretamente esperaba -


lo ansiaba- esto desde que lo vi volver a la vida. Unos días no fueron
suficientes para limpiarlo de mi sistema. Empiezo a preocuparme por
cuánto tiempo será suficiente.
Kyle se retira y ambos jadeamos.

―Siempre he querido apretar ese botón. ¿Realmente llama a los


bomberos?

―¡No lo sé! Nunca lo he hecho.

Sonríe.

―Cena conmigo esta noche.

―¿Como una cita?

Él asiente, poniéndose serio.

―Exactamente como una cita.

Jugueteo con los botones de su camisa, evitando sus ojos. Soy


dolorosamente consciente de cada golpe en mi pecho, mi corazón
protestando por las palabras que estoy a punto de decir.

―No puedo. Mi madre invita a toda mi familia a cenar esta noche. En


sus palabras, la asistencia no es opcional. ―Levanto la vista y noto la
decepción en su expresión―. Lo siento.

Kyle enjuaga rápidamente la decepción. Lo conozco lo suficiente como


para darme cuenta de que su sonrisa es forzada.

―Parece una situación aterradora. Oak Grove tiene menos policías que
tu familia más cercana.

Sonrío al recordar que Kyle me conoce. Me conoce de verdad.

Y hace que las siguientes palabras caigan sin esfuerzo cuando antes
siempre habían sido una lucha.

―Tú... eres bienvenido a venir, si quieres. Mi madre siempre hace


demasiada comida. Y la mayoría tiene carne. Soy la única que se quedó
con el vegetarianismo.

―No quiero molestar.


―Viví en tu rancho durante casi dos semanas. Si quieres hablar de
imposiciones, definitivamente voy ganando. ―Sonrío―. Mis hermanos
traen amigos a cenar todo el tiempo. No es gran cosa.

―¿Yo soy un amigo?

―Eso pensaba. ¿Eso... cambió?

Kyle suspira, pasándose una mano por el cabello.

―No ha cambiado nada.

Por su tono, no sé si eso es bueno o malo. Quizá él tampoco lo sepa.

―¿Eso es un sí a la cena?

Asiente con una media sonrisa.

―No recuerdo la última vez que te dije que no.

―Yo sí ―susurro.

Kyle niega con la cabeza.

―La música y nosotros somos dos cosas distintas.

―¿Nosotros?

―Sí. Supongo que podemos hablar de eso después de cenar en casa de


tu madre.

Se inclina a mi lado, pulsa el botón rojo y el ascensor sigue bajando.


Treinta y uno
Kyle
La última vez que conocí a los padres de una chica fue en décimo curso,
y no fue intencionado. Amber juró que sus padres estaban en Dallas esa
noche, y resultó que no.

Esto se siente diferente. Por un lado, mi interés en Amber no duró más


allá de esa noche. Y lo que está en juego esta noche es mucho más
importante. Porque no sólo es intencional conocer a la familia de Piper,
sino que también me importa mucho cómo salga. No estaba nervioso
cuando me reuní con Carl Bergman antes, y él es la cabeza de la compañía
discográfica más poderosa del país.

Y realmente no ayuda que sean todos policías. Pensé que Piper estaba
bromeando cuando lo dijo por primera vez.

Luego, pensé que era gracioso.

Ahora, estoy muy ansioso acerca de hacia qué podría estar caminando.

El auto se detiene delante de una casa de ladrillo de dos plantas con una
verja de metal negro que separa el pequeño patio delantero de la calle.
Piper baja primero. Doy las gracias al chófer que Brayden ha contratado
para llevarme por la ciudad y la sigo. Agarro con fuerza el ramo de flores
que he traído mientras caminamos. Pensé que tal vez eran una tontería,
pero Piper parece impresionada por el gesto. Espero que su madre piense
lo mismo.
―Mis padres compraron esta casa cuando se casaron ―me dice cuando
nos acercamos a la puerta abierta y empezamos a caminar―. Mi madre
salió con un agente inmobiliario hace un par de años y él le dio una
estimación de lo que vale ahora. Ella todavía lo menciona.

―Buena inversión.

―No se lo menciones a mi padre. Su edificio sube el alquiler de su


apartamento cada año.

―¿Va a venir tu padre?

―Sí, siempre asiste a las cenas familiares. ¿Por qué?

―Supuse que como dijiste que era una cena en casa de tu mamá, él no
vendría.

―Se llevan bien.

Me preocupa más cómo me llevaré yo con su padre que cómo se llevará


él con su madre, pero no lo menciono.

―Entendido.

Cálmate, me digo.

Piper y yo no estamos saliendo. Ella está aún más atada a Nueva York
ahora que tiene su ascenso, lo que hace menos factible cualquier
posibilidad de una relación entre nosotros.

Aun así, estoy nervioso.

La puerta principal, pintada de un alegre tono amarillo, se abre antes


de que Piper tenga siquiera la oportunidad de llamar. Una mujer con el
mismo tono de pelo vibrante sale corriendo, envolviendo a Piper en un
abrazo enorme.

―Hola, mamá ―dice con voz apagada.

―Me alegro mucho de verte, cariño.

Piper sonríe y me mira.


―Mamá, este es Kyle. Kyle, esta es mi madre, Dakota.

―Encantado de conocerla, señora.

―Igualmente. ―Dakota me evalúa durante un momento incómodo,


luego da un paso atrás y mueve un brazo hacia la puerta abierta. Lleva
vaqueros, una blusa y el cabello recogido en un moño―. Eres la última en
llegar, por supuesto.

―Te dije que llegaría a las siete y media. Son las siete y treinta y dos. Y
había tráfico.

―Siempre hay tráfico ―responde Dakota.

―Tienes una casa preciosa ―digo, echando un vistazo a la pequeña


entrada.

A la izquierda hay una hilera de armarios llenos de objetos aleatorios:


sombreros, cajas de botellas de agua y bolsas de la compra vacías. Las
escaleras del segundo piso están justo delante.

―Gracias. Craig y yo lo compramos cuando estábamos empezando. No


te creerías lo que vale hoy.

Escondo una sonrisa y miro a Piper.

―Te lo dije ―articula.

―Estas son para ti, Dakota. ―Le tiendo las flores.

Ella las toma tímidamente, acariciando los delicados pétalos.

―Vaya, qué dulce eres. Voy a ponerlas en agua. Ya están todos en el


salón.

Sigo a Piper por el pasillo, mirando primero a la derecha. Es un


comedor, la larga mesa rodeada de sillas y cubierta por un mantel de lino.
La habitación de la izquierda está llena de gente. Es abrumador, sobre
todo cuando ven a Piper y empiezan a vitorearla. Probablemente así se
sintió ella cuando aparecimos en Wagon Wheel.
Sé que Piper es la más joven, y se nota en la forma cariñosa y protectora
en que la saludan sus hermanos, pasándosela de mano en mano para
abrazarla. Tres de ellos la llaman Pipsqueak, lo que me hace sonreír y a
Piper enrojecer.

El hombre canoso del sillón junto a la chimenea se levanta el último. Es


su padre. Tiene un aire de autoridad que hace obvia su elección de
profesión.

Le dice algo a Piper que la hace asentir con la cabeza y sonreír, y luego
se vuelve hacia mí.

―Chicos, este es mi amigo Kyle.

No usó el título de amigo cuando me presentó a su madre, y no estoy


seguro de si fue intencionado o no.

Levanto una mano en lo que espero que sea un saludo informal, no


estoy intimidado.

―Encantado de conocerlos a todos.

Espero el reconocimiento o las miradas desafiantes, pero no llegan.


Sólo apretones de manos amistosos alrededor antes de tomar asiento en el
sofá junto a Piper.

Alex, el hermano de Piper, está a mi izquierda.

―¿Trabajas con Piper? ―me pregunta.

―La verdad es que no.

Levanta una ceja interrogante ante esa respuesta, pero sigue adelante
con la conversación sin aclarar nada.

―¿Acabas de mudarte a la ciudad?

―No, sólo vine de visita.

―¿Dónde vives?

―Uh, Texas.
Por su expresión, está atando cabos. No estoy seguro de si eso es bueno
o malo. Lo que Piper podría haber compartido sobre su viaje de trabajo
con su familia.

Hay conmoción en la puerta cuando Dakota reaparece junto con una


mujer de cabello castaño. Ambas llevan platos de aperitivos. Dos de los
hermanos de Piper se levantan para ayudar a trasladar la comida a la
mesita. Ya he olvidado sus nombres.

Una vez colocada la comida, todos, excepto Dakota, se sientan. El salón


es más grande de lo que me habría imaginado por el tamaño de la casa,
con una cómoda variedad de muebles que proporcionan mucho espacio
para sentarse. Las paredes están decoradas con fotos familiares.

―¿Kyle? ¿Piper? ¿Puedo traerles algo de beber? ―pregunta Dakota.

Hay una inhalación silenciosa desde el sofá frente a mí.

―Solo agua, mamá. Gracias.

―Santa mierda ―susurra una voz de mujer.

―Agua también está bien para mí ―digo.

Uno de los hermanos de Piper mira a la morena. Parece que podría ser
el mayor, pero no estoy seguro.

―¿Qué?

―Es Kyle Spencer ―me responde siseando.

―Lo sé. Acabo de conocerlo. ¿De qué lo conoces?

―Kyle Spencer, Wells.

―¡Lo sé! ¿Por qué sigues diciendo su nombre?

Todos miran a cualquier lado menos a mí. Excepto Alex. Me mira y


sonríe. Supongo que ya se ha dado cuenta de que soy famosa.

―Todos podemos oírlos ―dice Piper secamente.


―¡Lo siento! ―exclama la mujer, y se adelanta para ofrecerme su mano
derecha―. Soy Norah.

―Kyle. ―La estrecho.

―Lo sé. Encantada de conocerte. Lo siento. Debes de estar harto de que


la gente monte una escena a tu alrededor o diga que le encanta tu música.

―Por eso todos fingimos no conocerlo ―dice Alex―. Lo arruinaste,


Norah.

―Espera. ¿Ustedes sabían quién era? ―pregunta Wells.

Uno de los hermanos cuyo nombre no recuerdo se burla.

―Alex está lleno de mierda. Ni siquiera recuerda qué noches está de


guardia. Lo pone en la nevera de mamá, como si estuviera en el jardín de
infantes.

―Eso es para mamá, Seth ―responde Alex―. Si no, me llama y me


pregunta si estaré en casa para cenar.

―Claro que sí ―dice Seth, poniendo los ojos en blanco. Me lanza una
mirada―. ¿Qué tipo de música tocas, hombre?

―Esto es muy embarazoso para ti ―dice Norah―. Le estás


preguntando a Kyle Spencer qué tipo de música toca.

―¿Crees que has dicho su nombre suficientes veces? ―pregunta


Wells―. Hay muchos cantantes por ahí, ¿de acuerdo? ―Me lanza una
mirada casi de disculpa―. Seguro que lo ha hecho muy bien. No escucho
mucha música. Sólo lo que sale en la radio.

―Está en la radio todo el tiempo ―dice Norah―. Y una de sus canciones


estaba en la lista de reproducción de nuestra boda.

―Me gustó la lista de reproducción ―responde Wells. Me mira.


Sonríe―. Supongo que soy fan.

―Te lo agradezco. Llevo años intentando que un Egan sea fan de mi


música.
Recibo algunas miradas interrogantes por ese comentario, pero sólo va
dirigido a una persona. Piper me da un codazo en las costillas.

―En nuestra defensa, no sabíamos que Piper trabajaba con famosos de


verdad ―dice otro hermano―. Todo lo que menciona son bandas de
garaje de las que nadie ha oído hablar.

―Quieres decir talentos por descubrir, Noah ―dice Piper.

―¿Es desconocido si nadie lo descubre?

Piper exhala, y oigo la frustración en ella.

―Será ella quien lo descubra ahora que está en A&R ―digo.

Las miradas interrogantes se vuelven hacia Piper, confirmando lo que


ya suponía: no le contó a su familia lo de su ascenso.

―¿A&R? ―pregunta Wells―. ¿Qué significa eso?

―Artistas y repertorio ―responde Piper―. Es el departamento de la


discográfica que se encarga de buscar nuevos artistas para que la
discográfica los fiche.

―¿Es un gran negocio?

―Es algo importante ―digo, dándome cuenta de que Piper no va a


presumir de sí misma―. Y el jefe de la discográfica se lo ofreció a ella en
persona.

―Espera ―dice Alex―. ¿Es este el ascenso del que hablabas?

―Sí ―responde Piper.

Alex sonríe.

―¡Te dije que lo conseguirías!

―¿Conseguir qué? ―Dakota reaparece, nos pasa las bebidas a Piper y a


mí y se acomoda en una silla libre.

―Piper ha conseguido un ascenso ―dice Norah―. Descubrirá nuevos


artistas, como siempre ha dicho.
Una arruga se forma entre los ojos de Dakota, luego se suaviza
gradualmente mientras mira a su hija.

―Eso es maravilloso, cariño. Enhorabuena.

―Gracias, mamá.

Siento que me estoy perdiendo algo en su dinámica, pero no estoy


seguro de qué.

―Bueno, ya que estamos compartiendo grandes noticias… ―Wells


mira a Norah―. ¡Nos mudamos a Alaska!

Se podría oír caer un alfiler en el silencio que sigue.

―¿Qué? ―dice Dakota finalmente. La consternación en su rostro es


evidente.

―¿Alaska Alaska? ―pregunta Alex.

Wells asiente.

―Siempre hemos querido visitarla, y Norah ha conseguido una oferta


de trabajo en un hospital de allí. Cuando termine la formación, trabajaré
como guardabosques. Antes de asentarnos y tener hijos, queríamos
probar algo diferente. Todos son bienvenidos a visitarnos, por supuesto.

Nadie parece saber qué decir. Para una familia tan unida y que siempre
ha vivido a pocos kilómetros de distancia, esto debe ser un shock enorme.

―Es increíble ―digo rompiendo el silencio―. Fui a pescar salmón con


unos amigos hace unos años. Uno de los lugares más bonitos que he
visitado.

―Gracias, Kyle ―dice Wells, lanzándome una mirada de


agradecimiento―. Si alguna vez vuelves por allí, asegúrate de buscarnos.

Asiento con la cabeza.

―Lo haré.
El breve intercambio parece sacudir a la familia de Piper de su sorpresa.
Pronto, la habitación vuelve a llenarse de charlas y risas mientras Wells y
Norah son acribillados a preguntas sobre su próxima mudanza.

En medio de la conmoción, la mano de Piper encuentra mi rodilla y la


aprieta.

―Gracias ―susurra.
Treinta y dos
Piper
La puerta se cierra y cierro el pestillo.

―Bonito lugar ―comenta.

―Gracias. ―Mi corazón late tan fuerte que me preocupa que pueda
oírlo mientras me quito los zapatos y dejo las llaves en el cuenco junto a la
puerta.

Kyle se adentra en mi piso y echa un vistazo al salón. Es un concepto


totalmente abierto, con la cocina, el comedor y la lavandería a la
izquierda y el sofá y la televisión a la derecha.

―¿Quieres comer algo? ¿Beber? ―Me acerco a la nevera y saco una


botella de agua para mí.

―Estoy bien, gracias. ―Está estudiando los lomos de los libros de las
estanterías. La mayoría son gruesos volúmenes de derecho de Serena.

Es raro tenerlo aquí. No raro en el mal sentido. Sólo... raro.

No creí que encajara antes, alrededor de la mesa de comedor que mi


padre encontró en la calle en perfecto estado y se llevó a Brooklyn hace
cuarenta años. Igual que no pensé que echaría de menos despertarme con
un aire acondicionado sibilante y tomarme el café en el porche mientras
veía las vacas en el campo.

Me equivoqué en ambos casos.

―¿Son para lectura ligera?


Sonrío y niego con la cabeza.

―Son de mi compañera de la facultad de Derecho.

―Ah, es verdad. Tiene sentido.

―Es la de Carolina del Sur. Ha vuelto a casa el fin de semana.

―¿Y tu otra compañera de cuarto?

―Se fue a los Hamptons.

Un alivio porque nunca les dije a Serena ni a Lauren que mi viaje de


trabajo era para ver a Kyle Spencer, y estoy segura de que tendrían un
montón de preguntas sobre por qué estaba en nuestro apartamento si
alguna de ellas estuviera en casa. Preguntas para las que no tengo
respuesta, ya que no hemos hablado de lo que significa que esté aquí.

Después de unos sorbos de agua, me armo de valor y digo―: Mi


habitación está por aquí.

Kyle me mira con atención.

Me dirijo hacia la puerta entreabierta, suponiendo que me seguirá.

Su lujoso todoterreno me recogió en la puerta de mi edificio para ir a


cenar a casa de mi madre. La cena fue caótica y alocada, como siempre.
Nos reímos durante el trayecto y él asintió cuando le pregunté si quería
subir a ver mi casa. El viaje en ascensor fue silencioso, rebosante de
conciencia y tensión.

Por primera vez, soy consciente de que Kyle es famoso.

¿Hace cosas como esta? ¿Conoce a los padres y recorre apartamentos


carísimos del Village? ¿O tiene aventuras de una noche con modelos y
actrices en hoteles de cinco estrellas? ¿Recibe mamadas de groupies
después de los shows?

En Texas era más fácil. Esa parte me parecía más natural, separada del
mundo real y siguiéndole la corriente.
Todo lo que sé sobre su pasado romántico es que era muy popular en el
instituto, que salía a escondidas en lugar de pasar la noche y que salió con
Sutton Everett. Aunque dijo que su relación con la guapísima estrella del
pop era totalmente falsa, me cuesta creerlo. No sólo que no le gustara,
sino que ella no estuviera interesada en él.

Por lo que sé, hay una lista muy corta de mujeres que no se sienten
atraídas por Kyle Spencer.

Y yo no estoy en ella.

―¿Por qué es exactamente así como me imaginaba tu dormitorio?

Miro a Kyle, que me ha seguido hasta aquí y sonríe ante mis paredes.

―¿Por qué te imaginabas cómo era mi dormitorio?

―Me aburro desde que te fuiste.

Dice eso, y luego vuelve a inspeccionar los pósters vintage de conciertos


que tengo enmarcados en las paredes. Son el centro de atención, una
mezcla de colores y tipografía que destacan sobre las paredes crema y los
muebles blancos.

―¿Cómo has conseguido todos estos?

―Años buscando. Algunos de los anuncios en Internet eran estafas.


Algunos vendedores no se molestaban en empaquetarlos bien y se
estropeaban durante el transporte. Todavía hay algunos que me
encantaría encontrar, pero no he podido.

―Puedo conseguirte uno de Kyle Spencer. Barato.

Pongo los ojos en blanco.

―Sí, eso es lo que quiero en la pared de mi habitación. Tu cara.

Se aparta de los marcos, sonriendo.

―Me han informado que muchas mujeres tienen mi cara en la pared de


su habitación.
―Probablemente para fingir que es a ti a quien se están follando. Yo
tengo el de verdad.

Culpo a los dos grandes tragos de vino que me tomé en la cena de que
eso salga de mi boca.

Al menos ahora tengo toda la atención de Kyle.

―Lo tienes, ¿eh?

Levanto un hombro y siento que la tela de la camisa se desliza


precariamente al dejarla caer. Kyle sigue el movimiento y se acerca un
paso.

Le doy un suave empujón en el pecho, empujándolo en dirección a la


cama. Los ojos de Kyle se clavan en los míos, toda la diversión desaparece
de ellos.

Me meto entre sus piernas en cuanto se sienta en el borde del colchón,


inclino la cabeza hacia atrás para mantener el contacto visual mientras le
paso las manos por los brazos, los hombros y el cabello. Su nuez de Adán
se balancea al tragar saliva mientras el silencio entre nosotros parece
espesarse, todo lo que no decimos choca con lo que estamos a punto de
hacer.

Sus manos callosas suben por mis muslos y me acercan a él. Hasta que
estoy en su regazo, a horcajadas sobre él, mordiéndome el labio inferior
cuando noto la dura cresta de su erección.

Quiero que esto ocurra.

Muchísimo.

Pero también soy consciente de que esta será posiblemente la última


vez. Kyle está aquí por circunstancias trágicas y atenuantes con las que
tiene una conexión personal. No ha venido a Nueva York por mí.

Me alejo y capto la decepción en su expresión hasta que se vuelve


neutra. Luego, cuando se da cuenta de por qué me he soltado de su regazo
y me arrodillo para tomarle el cinturón.
Estoy demasiado impaciente para bajarle los pantalones lo suficiente.
Ya le han sobrepasado los calzoncillos. Estoy demasiado ansiosa por
tocarlo. Probarlo.

También estoy nerviosa. Nunca he tenido quejas, pero estoy segura de


que Kyle ha recibido muchas mamadas. Quiero que esta sea la mejor.

El algodón de sus calzoncillos es más fácil de tirar que la tela vaquera.


Su polla se libera, tan enorme como la recordaba. Quizá más grande desde
este ángulo. La última vez que intimamos fue en un callejón oscuro detrás
de un bar. La iluminación de mi habitación es mucho mejor.

Aprieto la base con el puño, mientras muevo la mano hacia la punta.


Me inclino hacia delante, lamiendo un círculo alrededor de la cabeza
acampanada.

Kyle gime tan fuerte que mis compañeras de piso lo oirían si alguna de
ellas estuviera en casa.

Sus caderas se sacuden hacia delante cuando me alejo, pidiendo mi


boca. Sus vaqueros restringen sus movimientos, así que tira de ellos hasta
que caen sobre la mullida alfombra. Le siguen los calzoncillos.

Subo las manos por sus muslos desnudos, el vello claro me hace
cosquillas en las palmas. Su piel está caliente, los músculos se flexionan
bajo mi tacto a medida que me acerco a su polla.

Se oye el grito lejano de una sirena, pero mi habitación está tan


silenciosa que oigo el cambio en su respiración. Pasa de superficial a
acelerada cuando doy la primera chupada, ahueco las mejillas y respiro
por la nariz para poder meterla lo más profundo posible. La cabeza me
choca contra la garganta y aún no me la ha metido del todo.

Kyle no empuja y me da tiempo a adaptarme. Sus dedos se enredan en


mi cabello, tirando suavemente.

Gimo alrededor de su polla, un pulso persistente revolotea entre mis


piernas mientras muevo la lengua.
―Joder, Piper.

Clavo las uñas en sus muslos y muevo la cabeza para tomarlo de nuevo.
Saboreo su sabor salado mientras él se acerca a correrse.

De repente, me empuja hacia atrás y se levanta.

―Inclínate, nena.

Su voz tiene un tono áspero y desquiciado que me hace obedecer


rápidamente. Eso promete el sexo duro y sucio que estoy deseando.

No puedo verlo muy bien con la cara medio pegada al colchón. Pero
siento el roce de la tela vaquera cuando me quita los pantalones que me
puse para cenar. Oigo el desgarro de mi tanga cuando tira de ella con
impaciencia y el arrugamiento de un envoltorio cuando se cubre.

Y entonces empuja dentro de mí, el repentino estiramiento es tan


satisfactorio que me entran ganas de gritar. Es tan profundo, sus caderas
golpean contra las mías mientras me llena. Empujo contra él, gimiendo y
suplicando. Grito su nombre.

¿Quién sabe qué incoherencias sale de mi boca? Sólo quiero que siga.

Corremos a cien kilómetros por hora, el placer crece en mi interior


como un fuego que se apaga con gasolina. Empiezo a tener espasmos a su
alrededor y sé que Kyle también los siente.

Me agarra por la cintura y sus dedos me presionan la piel con tanta


fuerza que probablemente me salgan moratones.

Y entonces me derrito, el placer es increíble, devastador y devorador.


Sus caderas siguen moviéndose, prolongando el éxtasis. Apenas soy
consciente de que él también se corre, la forma en que gime mi nombre es
inmensamente satisfactoria.

Me desplomo contra el colchón, sin huesos y sin aliento.

Me doy la vuelta cuando mi respiración se normaliza.

Kyle me sonríe, se inclina y me besa suavemente en los labios.


Algo en esa yuxtaposición -el sexo salvaje y el gesto suave- hace que me
duela el corazón.

―¿Te quedas? ―pregunto, y contengo la respiración mientras espero


su respuesta.

―¿Quieres que me quede?

―Sí.

―Entonces, me quedo. ―Me besa de nuevo y se separa para salir al


pasillo.

Un minuto después, oigo correr el agua del lavabo.

Me pongo boca arriba, con las extremidades extendidas como una


estrella de mar sobre el suave algodón del edredón. No tengo ganas de
moverme. Sólo quiero quedarme aquí tumbada, saboreando este
momento.

Se me cierran los ojos y no los vuelvo a abrir hasta que noto que el
colchón se hunde con su peso. Me doy la vuelta y quedo medio tumbada
sobre su pecho. Me rodea la cintura con el brazo y me estrecha aún más.

―¿Cómo te fue con Bailey? ―le pregunto, dibujando pequeños círculos


en su pecho con el dedo índice. Estuve a punto de mandarle un mensaje
para preguntarle, pero me convencí a mí misma de que no lo hiciera.

―Bien, creo. Preguntó por ti. Exploramos un poco el rancho. Conoció a


Mabel y a John. Alimentó a algunos de los terneros.

―Espera. ―Me incorporo―. Terneros. ¿Como las adorables vacas


bebé?

―Sí. Tenemos que criarlas para ordeñarlas. ―Su voz tiene un tono
insultante, como si yo no entendiera cómo funciona ese aspecto de la
industria láctea.

―Ya lo sé, Kyle. ¿Dónde estaban? Nunca los vi.

Parpadea.
―El establo de los terneros está pasado el cobertizo de ordeño. Supongo
que nunca has caminado tanto.

Resoplo y me vuelvo a tumbar.

―Supongo que no.

―Si alguna vez vuelves a Texas, tendremos más. ―Kyle sigue


hablando, como si no estuviera preparado para que responda a esa
invitación abierta―. Y resulta que a Bailey le interesa la música. Le di la
guitarra con la que había aprendido. Tiene que aprender una canción
antes de venir de visita el próximo verano. Cuando la llame la próxima
vez, espero que haya un poco menos espacios vacíos en la conversación.

―Lo habrá.

―Ya veremos.

Sus dedos suben y bajan por mi brazo con un ligero roce. Estoy cansada
y un poco dolorida, pero de repente me siento tentada de volver a
empezar.

―¿Cómo es que no le has contado a tu familia lo de tu ascenso?

Suspiro.

―No lo sé. Nunca me han entendido ni la música. Quiero decir, ni


siquiera sabían quién era Kyle Spencer. ―Sus dedos me pellizcan el
costado y sonrío―. Supongo que me cansé de intentar convencerlos de
que importaba. Todos tienen un trabajo destinado a salvar vidas y
proteger a la gente. Preocuparse por una banda que toca en un antro no es
tan importante.

―También hay más cosas en la vida que multas por exceso de velocidad
y arrestos. No digo que lo que haga tu familia no sea importante. Pero si a
más gente le importaran los grupos que tocan en antros, quizá habría
menos violencia en el mundo. Descubrir una banda no sólo cambiaría sus
vidas. Cambiaría las vidas de todos los que escuchan su música. Les
ayudaría en los momentos difíciles y en los buenos.
―¿Tocando en su boda? ―Me burlo.

El lado de su boca que puedo ver se vuelve hacia arriba.

―Me sorprende que lo permitieras.

―Era su día. No iba a montar una escena.

―Ajá.

Trazo más círculos diminutos a lo largo de la cresta de su clavícula.

―Le mostré la banda que vimos en Mayville a Fiona Wild. Es la jefa de


A&R en Empire.

―Sí, sé quién es. ¿Qué dijo?

―Que no tienen nada con lo que ella pueda trabajar o vender y que
aprenderé a detectar el verdadero talento. ―Exhalo―. Tenías razón en lo
de repartir noes. Duele, incluso cuando no están ahí para oírlo.

―Duele porque te importa, Piper. Y eso es algo bueno. No algo de lo que


avergonzarse.

―Fiona lo hizo sonar como si lo fuera. Dijo que no todas las ranas que
encuentro se convierten en príncipes después de besarlas.

―Bueno, esa es una metáfora rara.

Me río, acurrucándome más contra su pecho. Los dedos de Kyle siguen


subiendo y bajando por mi brazo desnudo, el movimiento reconfortante
hace que me pesen los párpados. Nos cambia de sitio para que las
almohadas queden debajo de nosotros antes de tirar de la manta que hay
al final de mi cama sobre nuestros cuerpos.

―Fiona intenta conservar su trabajo. Tiene gente a la que rendir


cuentas y su cabeza está en la guillotina si la discográfica invierte en un
artista que no triunfa. A ella no puede importarle, pero a ti sí.

Él entiende, pienso.
De alguna manera sabe exactamente qué decir, exactamente lo que
quiero oír.

―Le dije a Carl que tomaste la decisión correcta. Sólo... quería que
supieras que pienso eso.

Me agarra por la cintura.

―Echaba de menos esto ―digo, acobardándome de sustituir las


palabras por Te.

No lo hace.

―Te he echado de menos.

Me duermo con una sonrisa en la cara, decidiendo que toda mi


confusión seguirá ahí por la mañana.
Treinta y tres
Kyle
―Vaya, vaya, vaya. Si es King of Country, agraciándonos con su
presencia.

Me giro para mirar a la mujer morena que se me acerca. Va vestida


informalmente con pantalones cortos y una camiseta, y lleva un
portapapeles en la mano.

―Hola, Harper. ¿Cómo estás?

Una de sus cejas se levanta.

―Recuerdas mi nombre. Buena memoria.

―Has estado en la mayoría de mis reuniones.

―Sí, pero siempre estabas concentrado en Piper.

―Ella nunca se dio cuenta.

Harper sonríe.

―Sí, bueno, Piper nunca ha sido una gran fan de la música country.

―Bien consciente.

―Creo que ella podría estar desarrollando una nueva apreciación por
ello sin embargo.

―¿Ella dijo eso?

Estoy pescando, y la sonrisa de Harper me llama la atención.


―Más bien lo que no ha dicho. Ha estado muy callada sobre su viaje a
Texas.

Alguien la llama por su nombre.

Harper mira hacia allí y luego hacia mí.

―Hasta luego.

―Nos vemos ―digo, y vuelvo a mirar al escenario.

Estoy nervioso por esta actuación por muchas razones.

Anoche me quedé despierto mucho después de que Piper se durmiera


sobre mi pecho, pensando en lo que iba a decir hoy en el escenario.

Estoy decidido a no tomar el camino del cobarde esta vez. Ya no vive en


mi rancho, intentando convencerme de que vuelva a la música. No
estamos atrapados en el mismo lugar si todo esto se va a la mierda. Ella
tiene una opción, y mientras que hace esto no menos aterrador, sé que
lamentaré no hacerlo igualmente.

Justo cuando la he invocado con mis pensamientos, Piper aparece. Está


hablando con otras dos mujeres, una de ellas rubia y que me resulta
vagamente familiar.

Me ve y me saluda con la mano.

Unos minutos después, se acerca y sonríe tímidamente mientras se


coloca un rizo detrás de una oreja.

―Hola.

―Hola.

No he visto a Piper desde que me escabullí de su apartamento esta


mañana temprano, pero la desperté antes de irme para que supiera que
realmente había pasado toda la noche.

―¿Estás bien?
―Estoy bien. Sólo que... tengo previsto tocar una canción que no he
interpretado en directo antes, y es ―sobre ti― desesperante.

Piper asiente, con expresión seria. Luego, se inclina hacia delante y


dice―: Estarás bien. Recuerda que es como tener sexo.

La sonrisa se extiende, lenta y segura, así que sólo me doy cuenta de que
estoy sonriendo cuando me guiña un ojo. Nunca había experimentado
esta sensación, este calor que se extiende por todas partes. Quiero
agarrarla de la mano y volver a acercarla a mí cuando se aleja para
responder a la llamada de otra persona.

Respiro hondo y me abro paso entre bastidores, saludando con la


cabeza a todos los que me saludan, hasta que llego a la sección VIP, a la
derecha del escenario.

Sutton Everett está actuando en el escenario. Le doy la mano a su


marido, Teddy, que lleva un precioso bebé atado al pecho. Lleva unos
auriculares diminutos y todo.

Es un poco raro ver a su familia.

Sutton y yo nunca cruzamos la línea entre amigos y más, pero lo pensé.

Parecía tener sentido, estar con alguien que entendía la industria y era
parte de ella. Alguien que podía compadecerse de los paparazzi y apreciar
el proceso de composición. El dúo que escribimos fue una de las pocas
colaboraciones en las que he participado, pero fue con diferencia la más
agradable. Pero eso es lo confuso de la química. Es ilógica. Difícil de
explicar o de eludir.

Sutton termina su actuación y me toca a mí.

La abrazo cuando baja del escenario y me pongo al día antes de que me


anuncien.

―Señoras y señores, tenemos un regalo especial para ustedes. Un


invitado sorpresa, aunque todos ustedes saben quién es. Hagan ruido
para el rey de la música country, ¡KYLE SPENCER!
Salgo y saludo con la mano.

Hacía tiempo que no actuaba ante un público tan numeroso. El último


público para el que toqué, en la feria de Oak Grove, no era ni una décima
parte de este.

Los aplausos alcanzan su punto álgido cuando llego al micrófono


situado en el centro del escenario; los rostros emocionados contrastan
con la sombría razón por la que estamos aquí.

Espero a que amainen los aplausos y hablo por el micrófono.

―Gracias, chicos. Estoy muy contento de estar aquí con todos ustedes
esta noche. Pero estoy tan devastado por la razón... que Jason dejó este
mundo mucho antes de que debería haber sido su tiempo. Estamos
celebrando su vida esta noche, y también estamos recaudando fondos
para evitar que otra tragedia como esta le suceda a alguien más. Y yo...

Inhalo, tomándome un breve momento.

»Si han seguido mi carrera, se habrán dado cuenta de que me gusta


mantener mi vida personal en privado. Pero quiero que sepan que esta
pérdida me afecta mucho. Hace seis meses, perdí a mi madre en un
accidente por conducir ebria.

Hay una ola de murmullos entre la multitud, que ignoro.

»A diferencia de Jason, ella era la que tomaba malas decisiones. Se


convirtió en una fatalidad, ponerse al volante de un auto cuando ella no
debería haber estado conduciendo. Y podría haberle costado la vida a otra
persona, de la misma forma que Jason perdió la suya. Espero que estén
aquí, disfrutando de la música. Pero también espero que recuerden que la
vida es corta y preciosa y que abracen a sus seres queridos un poco más
fuerte esta noche. Y en una nota más ligera ... Tengo un regalo especial
para todos ustedes esta noche. Una canción que nunca he interpretado en
directo y que no estaba seguro de si alguna vez lo haría.

Los susurros comienzan de nuevo, un silbido silencioso en el fondo.


―Escribí esta canción sobre una chica...

Inmediatamente, hay una ovación que ahoga mi voz.

―Y me prometí a mí mismo que si alguna vez venía a verme actuar, la


tocaría para ella. La última vez, me acobardé. Esta vez no lo haré.

Sonrío y empiezo a rasguear los primeros acordes de "Blue Rain Boots".


Miro a la derecha antes de empezar a cantar, pero Piper no está mirando
desde las alas.

Quizá eso facilite las cosas. No importa dónde esté entre bastidores, el
equipo de sonido ha hecho un trabajo increíble con la acústica. Si está a
una milla del escenario, escuchará esta canción.

Las dos primeras líneas son las más difíciles. Sigo cantando,
sorprendido por la cantidad de gente del público que se sabe la letra, ya
que no es uno de mis mayores éxitos.

La emoción de estar en el escenario sustituye a mi nerviosismo ahora


que la canción ha terminado.

Sea lo que sea lo que Piper sienta al respecto, está ahí fuera. No puedo
retractarme, y nada en mí quiere hacerlo. Si ella tenía alguna duda sobre
lo implicado que estoy en nosotros, en ella, esta es mi respuesta. Estoy en
esto aunque ella no lo esté. Y espero que signifique más, ofrecido en el
medio que ambos apreciamos.

Termino mi tercera canción, saludo al público por última vez y salgo


del escenario. Me pongo al día con otros artistas que hacía tiempo que no
veía hasta que veo a Harper de pie a un lado, hablando con un hombre de
mediana edad, y me dirijo hacia ella.

―¿Has visto a Piper?

Harper se muestra insegura.

―Se ha ido.
Es un millón de veces peor que cuando pensé que no me había visto en
el toro. Se me cae el estómago, repentina y bruscamente.

La expresión de Harper cambia a simpatía mientras se acerca un paso.

―Estoy segura de que ella...

Ya me estoy alejando, el resto de sus palabras se pierden en la


conmoción entre bastidores. Ignoro a las pocas personas lo bastante
valientes como para acercarse a mí. Supongo que mi expresión se asemeja
a un nubarrón en este momento.

Aparece Brayden.

―¡Ha sido increíble, Kyle! ―dice mi mánager―. Al público le ha


encantado...

―Resérvame un billete de avión. Me voy a casa.

Sigo caminando, más allá de su expresión de sorpresa y de todos los


demás que ahora miran hacia aquí.

Me alejo del escenario por última vez.


Treinta y cuatro
Piper
Linda corre hacia mí justo cuando me dirijo al escenario. Sutton está en
su tercera canción, lo que significa que Kyle está a punto de actuar.

―¡Piper! Necesito que busques los pases de mi armario. ―Ella presiona


una fría llave de metal en mi palma―. Olvidé recogerlos anoche, y me
acabo de dar cuenta. Tenemos que repartirlos antes de la fiesta para que la
seguridad pueda controlar quién tiene acceso. Hay mucha gente y no
podemos arriesgarnos.

―Pero yo...

Miro hacia el escenario. La última canción de Sutton ha terminado y la


voz masculina del locutor resuena por todo el parque.

―Si te vas ahora, volverás antes de que acabe el espectáculo. Kyle


Spencer es el siguiente, y todos sabemos lo que piensas de la música
country. ―Linda sonríe―. Te estoy dando una salida.

Me fuerzo a sonreír mientras oigo alguna versión de lo que mis colegas


han bromeado mil veces.

Supongo que tengo que esforzarme por mantener mis sentimientos


alejados de la cara. Durante un tiempo, me divertía ver cómo todo el
mundo se fijaba en Kyle y se burlaba de mí. Era una forma de destacar y
encajar en un nuevo trabajo, y a todos les parecía divertido.

Excepto a mí. Ahora no me río.

Pero este es mi trabajo, y Linda es técnicamente mi superior.


―¿Están en tu armario?

Linda asiente.

―Estante de arriba, caja transparente. Las escondí allí después de que


me las entregaran.

―De acuerdo. Volveré pronto.

Echo un último vistazo al escenario, me doy la vuelta y corro hacia la


salida.

Por supuesto, el tráfico es una locura por la conmoción del evento.


Tardo veinte minutos en acercarme a las oficinas de Empire. Pago al
conductor y me bajo en lugar de esperar las últimas manzanas,
desafiando el calor para ahorrar un poco de tiempo. El guardia de
seguridad de fin de semana es un extraño para mí, diferente de la habitual
cara sonriente de Jasper.

Doy golpecitos con el pie impaciente mientras espero el ascensor y me


apresuro a entrar en cuanto se abren las puertas.

Me parece que tarda una eternidad en llegar a la planta correcta.

Me dirijo directamente a la mesa de Linda, dejo el teléfono y la tarjeta


de acceso en la repisa y me palpo los bolsillos en busca de la llave que me
dio. Entro en el despacho principal y abro la puerta de su armario. Choca
contra el borde de la pesada puerta de cristal que separa la recepción del
resto de los despachos. Con un resoplido de fastidio, la cierro y vuelvo a
abrir el armario. Intento ser rápida, así que parece que todo me lleva el
doble de tiempo. Localizo la papelera de pases, cierro la puerta del
armario y me doy cuenta de que acabo de meter la pata hasta el fondo.

¿Cuántos becarios han salido de la oficina a la hora de comer y se han


olvidado la tarjeta, y se han encontrado con que Linda no estaba en su
mesa y se habían quedado fuera?

Error de novato.

Uno que acabo de cometer.


Intento tirar la manija de todos modos, esperando lo imposible.
Cuando no se mueve, aprieto la frente contra el frío cristal, dejando una
marca en la inmaculada superficie.

Joder.

Veo mi teléfono y mi tarjeta de acceso en la repisa del escritorio de


Linda, burlándose de mí.

Sopeso mis limitadas opciones.

Alguien acabará entrando en las oficinas. Todo el mundo trabaja hoy.


Además, sé que los sábados pasa por aquí un equipo de limpieza de otros
fines de semana en los que han surgido eventos especiales. Pero el
concierto es caótico. Pasará un rato antes de que alguien se dé cuenta de
que no he vuelto con los pases y antes de que alguien vuelva aquí después
de que termine.

Golpeo el cristal con los nudillos, probando su grosor. No tengo ni idea


de cuánta fuerza se necesita para romper un panel sólido como éste. No
estoy segura de ser físicamente capaz de hacerlo, y no tengo ni idea de lo
caro que sería sustituirlo. No es como si estuviera huyendo de un incendio
y desesperada por escapar. Hay comida, agua y un baño que funciona.
Sofás. Internet. Romper el cristal suena drástico. Por no mencionar que
me imagino cayendo a través de él y aterrizando sobre un montón de
bordes afilados.

Miro el teléfono que hay en el escritorio más cercano y me pregunto si


debería llamar al 911. Es, literalmente, el único número al que puedo
llamar. Es literalmente el único número que tengo memorizado. Me
imagino a uno de mis hermanos -o peor aún, a mi madre- apareciendo,
preparado para una emergencia, sólo para encontrarme sentada, con cara
de avergonzada. Decido que ese también es el último recurso.

Lo que me deja sin nada que hacer, excepto caminar por los pasillos
vacíos y rezar por un pequeño milagro.
No vuelvo al parque hasta pasadas las seis, más de una hora después de
lo previsto. Estuve a punto de llamar a la policía cuando por fin apareció
el equipo de limpieza y abrió la puerta.

―Lo siento mucho ―digo en cuanto encuentro a Linda entre la


multitud que se arremolina entre bastidores.

Han montado una carpa con bebidas y aperitivos para los pocos
afortunados invitados a la fiesta posterior.

―Tuve que cerrar la puerta de la recepción para abrir la del armario, y


me había dejado la tarjeta en tu mesa. Así que...

―Cerrado con llave ―termina Linda, dándose cuenta―. No pasa nada.


Ha sido un día de locos para todos. Llevaré esto a seguridad. Por cierto,
Carl te estaba buscando ―dice por encima del hombro antes de salir
corriendo con la caja de pases.

Busco a Kyle entre la multitud. Sólo encuentro a Carl Bergman.

Ladea la cabeza hacia una de las salidas. Trago saliva y le sigo. El lunes
empiezo en A&R. Y aunque mi primer encuentro con Fiona ha mermado
mi entusiasmo, me disgustaría mucho que cambiara de opinión.

Salimos de la carpa y Carl me guía alrededor de uno de los remolques


instalados detrás del escenario. No hay nadie más, todos agrupados en la
carpa o desmontando el escenario.

―¿Murió la madre de Kyle Spencer? ―Su tono es grave y mortal. Sin


preámbulos.

―¿Qué? ―De todas las cosas que podría haber dicho, no esperaba
eso―. ¿Dónde has oído eso?

―¡Lo anunció en el escenario esta noche!


―¿Él qué? ―Estoy sorprendida. Totalmente estupefacta.

―Te envié a Texas para averiguar por qué no iba a volver a fichar. Y
volviste con excusas a medias sobre cómo estaba tomando la decisión
correcta cuando había una razón legítima que necesitaba saber. ¿Eres
incompetente, Piper, u ocultaste información a propósito?

―No me correspondía compartirla. No era relevante para el...

―¿No era relevante? ―Carl sacude la cabeza, exhalando


ruidosamente―. Sal de mi vista antes de que te despida. Nunca debiste
recibir ese ascenso.

Un frío miedo me recorre la espalda. Por fin estoy a punto de conseguir


aquello por lo que he pasado años trabajando y él me amenaza con
quitármelo todo.

Aún así, no me arrepiento. Era Kyle quien tenía que compartirlo, no yo.

Y estoy cansada de su agenda.

―¿Por qué te importa tanto si Kyle vuelve a firmar? ―Le pregunto―.


¿Es realmente todo por el dinero? Porque hay muchos otros artistas que
te dan beneficios.

―Tengo un trabajo que hacer. Responder a tus preguntas no es uno de


ellos.

―A mí me enviaron a Texas. Hice lo que me pediste.

―Y fracasaste.

Mi frustración crece hasta un punto de ruptura.

―¡Quiere irse! ¿Por qué no lo dejas?

―¡Porque es mi hijo! ―Carl palidece en cuanto lo dice. Su actitud


cambia por completo, se apaga. Se alisa la corbata y su expresión también
se relaja. Cuando habla, su tono es inquietantemente tranquilo―. Eso
queda entre nosotros. O me aseguraré de que te incluyan en la lista negra
de todas las discográficas de renombre del país. ¿Entendido?
Asiento con la cabeza, demasiado aturdida para reaccionar de otro
modo.

Carl se marcha y me deja sola.

Repaso lo poco que Kyle me contó sobre su padre biológico,


básicamente que su madre no sabía quién era. Si eso es cierto, no reduce
ninguna posibilidad. ¿Se lo digo a Kyle? No se me ocurre ninguna razón
por la que Carl pudiera estar mintiendo al respecto, pero podría estar
equivocado.

Sigo apoyada en el remolque donde Carl me dejó, procesando, cuando


aparece Harper.

―Por fin. ―Exhala, apoyándose en el remolque junto a mí―. Te he


estado buscando por todas partes.

―Necesitaba un minuto para... pensar. ―Suspiro―. ¿Has visto a Kyle?

―Estoy aquí por Kyle. ¿Has visto su actuación?

Sacudo la cabeza.

―Linda me envió a la oficina. Acabo de volver. Pero oí... oí lo que dijo.

―¿Y?

―Ya sabía lo de su madre.

Su frente se arruga.

―No estoy hablando de su madre. Hablo de ti.

―¿Qué?

Harper maldice y saca su teléfono del bolsillo. Toca la pantalla durante


unos segundos y luego me lo tiende.

Se está reproduciendo un vídeo de Kyle en el escenario.

Espero oírle hablar de su madre.

En lugar de eso, dice―: ...escribí esta canción sobre una chica...


Los aplausos ahogan su voz durante un minuto.

―Me prometí a mí mismo que si alguna vez venía a verme actuar, la


tocaría para ella. La última vez, me acobardé. Esta vez, no lo haré.

Miro a Harper, que me mira a mí y a la pantalla, con el labio inferior


entre los dientes. Parece nerviosa y mareada, y no sé por qué.

En la pantalla, Kyle empieza a tocar la guitarra, una melodía lenta que


se acelera gradualmente.

―Se llama "Blue Rain Boots".

«Apuesto a que ahora desearías tener esas botas de lluvia».

Se me aprieta el corazón.

Entonces, empieza a cantar.

Creí saber lo que quería que fuera mío,

Pero luego te vi y todavía pienso en ese momento.

Todo lo que me pregunto es una neblina.

Me conviertes en un aturdimiento interminable.

Porque estás lista para la lluvia en los días soleados,

Dile a un cantante de country que diga otra cosa.

No familiarizado con las dudas,

Deja que ese cabello pelirrojo lo exprese.

Y no recuerdo para qué era la búsqueda.


Parece lo segundo mejor después de verte fluir.

El clip termina abruptamente.

Me tapo la mano con la boca, luego saco mi propio teléfono y escribo


Kyle Spencer Blue Rain Boots en la barra de búsqueda.

Salió hace tres años.

Miro la letra.

―Se fue, Piper.

Miro a Harper.

―¿Qué?

―No me di cuenta... se me acercó después de actuar, preguntándome


dónde estabas. Le dije que te habías ido ya que eso era lo que Linda me
acababa de decir. Supuse que podrían hablar en la fiesta de después, pero
entonces Mia me dijo que se había ido. Vine a buscarte en cuanto pude.

Exhalo.

―De acuerdo.

―¿De acuerdo? Piper, al menos deberías llamarlo y...

―No voy a llamarlo. Me voy a Texas.

Harper parece aturdida por un segundo, y luego sonríe.

―¿Necesitas que te lleve al aeropuerto?

Bostezo. Los baches con los que sigo tropezando y el café espresso que
tomé al aterrizar son las dos únicas cosas que me mantienen despierta.
Estoy de vuelta en el mismo sedán negro en el que regresé hace una
semana, dando tumbos por una carretera rural en el mismo viaje que
parece otra vida.

La última vez que pasé por delante del cartel de Bienvenidos a Oak
Grove, Texas, llegaba con equipaje, maquillada y con un bonito vestido.
Esta vez, conduzco un auto vacío y llevo una mancha de café en la ropa
que llevo puesta desde ayer por la mañana. La única similitud entre los
dos viajes es que, una vez más, estoy ansiosa y no estoy segura de qué
esperar al girar por el largo camino de tierra.

Hay un destello reconfortante de familiaridad cuando veo las vallas y


los campos abiertos.

Una sensación que no experimenté cuando aterricé en Nueva York y


otra señal de que lo que considero mi hogar podría haber cambiado.

La camioneta de Kyle está estacionada en su sitio habitual y exhalo un


suspiro de alivio. Con suerte, eso significa que está en casa. Habría sido
un esfuerzo inútil si se hubiera saltado la fiesta y se hubiera quedado en
Nueva York. O si hubiera volado a otro lugar.

Detengo el sedán en el mismo lugar donde lo había estacionado antes y


apago el contacto, dejando escapar una larga exhalación antes de salir del
auto para afrontar lo que venga después.

No hay señales de actividad en la casa ni en el granero. Llamo a la


puerta mosquitera y nadie responde. Me dirijo al granero.

Kyle aparece con el grupo de jóvenes que ayudaron a segar los campos
cuando estoy a medio camino de cruzar el patio. Todas las manchas de
tierra han desaparecido, rellenadas con nuevo crecimiento de la semilla
que plantó.

Diga lo que diga, todos escuchan con atención. Al menos hasta que
oyen que me acerco. Uno, luego dos giran la cabeza. Luego todos.

Y finalmente, Kyle mira.


Cuando me detengo a unos metros de él, su rostro muestra un evidente
asombro.

―¿Qué haces aquí?

―Es curioso. ―Hago girar mis llaves alrededor de un dedo, inyectando


a mi voz una jovialidad que no estoy experimentando―. Iba a
preguntarte lo mismo desde que me dijiste que habías reservado un
billete de ida. Pensé que eso significaba que te quedarías en Nueva York
más de un día y medio.

Kyle se queda mirándome con la mandíbula desencajada. No puedo leer


nada en su expresión.

―¿Podrían darnos un minuto?

El grupo de chicos se dispersa rápidamente, dejándonos a la sombra del


granero, solos.

―Llamé a la casa ―explico innecesariamente―. No contestó nadie.

―Están en la iglesia.

―Ah. ―He estado despierto casi toda la noche, así que olvidé que es
domingo. Respiro hondo―. Te fuiste.

―Tenía que volver.

―Y una mierda.

Se estremece antes de que reaparezca su máscara.

―Dijiste que te quedarías unos días.

―Sí, eso fue cuando pensaba que había algo por lo que quedarse.

Esta vez, soy yo quien da un respingo. Pero sigo adelante porque no he


venido hasta aquí para no hacerlo.

―¿Yo no cuento?

Kyle exhala.
―Los dos sabemos a qué atenernos, ¿de acuerdo? No hay razón para
retrasar lo inevitable.

―¿Y no pensaste que merecía escuchar eso de ti? ¿Simplemente... te


fuiste?

―¡Tú te fuiste primero!

―Ayer estuve trabajando, Kyle. Tuve que volver a la oficina por algo
que Linda había olvidado. Cuando volví, Harper me dijo que te habías
ido.

Por fin establece contacto visual conmigo, la sorpresa clara en sus ojos.

―No quería perderme tu actuación, pero no tenía otra opción.

―Oh.

―¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Oh?

―Bien, exageré.

Cierro los ojos y exhalo.

―¿Por qué no me dijiste lo de la canción?

Cuando vuelvo a abrir los ojos, me está estudiando detenidamente.

―Pensé que te habías perdido mi actuación.

―Harper me enseñó un vídeo. Con un asombroso número de visitas.

La noticia del amor secreto de Kyle Spencer y de la muerte de su madre


estaba en todas las revistas que he visto en el aeropuerto esta mañana,
pero no lo menciono.

―Te dije que escribiría una canción sobre algo que no fuera cerveza,
camiones o desamor.

Suelto una carcajada.

―Sí, pero eso es diferente a hacerlo de verdad. Lanzarla.

―¿Y eso qué importa?


―Maldita sea, Kyle. ―Doy un paso más, esperando que impacte en el
muro que parece haberse levantado entre nosotros―. Volé todo este
maldito camino, ¿y me preguntas por qué importa?

―¡Volé hasta Nueva York!

―Por el concierto, no por mí.

―Claro que fue por ti, Piper. ―Sacude la cabeza, como si no pudiera
creer que sea tan tonta―. Podría haber firmado un cheque, y lo hice. Fui a
verte porque no puedo sacarte de mi cabeza.

―¿Por qué no me lo dijiste?

―Porque no tengo ni idea de lo que estás pensando. Ni idea de cómo


están las cosas entre nosotros. Esta es mi vida ahora mismo. ―Señala a
nuestro alrededor, el enorme granero y la tierra abierta.

»¿Quieres una relación a distancia? Estuve en la carretera durante una


década. Quiero raíces. Quiero ver a Hudson proponerle matrimonio a
Morgan. Quiero poder salir sin que me acosen. No hay nada en Nueva
York para mí, excepto tú Entonces, ¿dónde nos deja eso?

Trago grueso.

―Yo tampoco sabía en qué estabas pensando.

―Lo sé. Por eso salí al escenario y me desahogué.

Mi paso adelante es vacilante, pero mis palabras son seguras.

―Voy a renunciar.

Los ojos sorprendidos de Kyle se dirigen a mí.

―¿Qué?

―El lunes doy el preaviso de dos semanas.

―¿Por qué harías eso? Te acaban de ascender a A&R.

―Porque no me gusta mucho Fiona. Porque no estoy segura de si seré


más feliz en A&R de lo que era en Desarrollo de Artistas. Y porque no
puedo trabajar para Carl. Anoche estaba... molesto porque no le había
contado lo de tu madre. Me apartó en cuanto llegué a la fiesta,
preguntándome por qué no le había dicho que esa era la razón por la que
no habías vuelto a firmar.

Kyle aprieta la mandíbula.

―No es asunto suyo.

―Estoy de acuerdo, y se lo dije. ―Dudo―. Él me dijo que es tu padre.

―¿Qué?

Asiento con la cabeza.

―Tu padre biológico. No tengo ni idea de si es verdad. No me dio


ningún detalle y me dijo que no se lo contara a nadie. Obviamente, no
sabe nada de… ―Hago un gesto entre nosotros.

El asombro desaparece lentamente del rostro de Kyle, que se vuelve


decidido.

―Por lo que a mí respecta, mi padre murió cuando yo tenía cuatro


años. Cierto o no, lo que Carl te contó no cambia eso.

Asiento con la cabeza.

―De acuerdo.

Luego mira al suelo, tratando de averiguar qué más decir.

―¿Quieres ir a ver los terneros?

Lo miro, formándose una sonrisa involuntaria.

―Sí, me gustaría.

―También tengo una especie de sorpresa para ti.

Kyle se da la vuelta y se dirige al granero sin decir nada más. Mis cejas
se levantan mientras lo sigo, inmediatamente intrigada.
Nunca he estado dentro de la sección central del granero, sólo en la
nave exterior, donde está estacionado el tractor. Está lleno de trastos y
huele a heno.

Me lleva a un rincón alejado. La luz del sol que entra por la puerta
abierta apenas llega hasta aquí, y el aire también está estancado.

Se oye un suave resoplido que se hace más fuerte cuanto más me acerco
al pequeño corral que han montado, construido con unas cuantas tablas
de madera y un montón de paja. Me detengo y miro dentro, mis ojos se
abren de par en par en cuanto veo al cerdito olisqueando las virutas de
madera que cubren el fondo de su recinto.

Tiene la piel rosada y algunas manchas grises en el lomo.

―El granjero tenía una camada y quería deshacerse de algunos. Este


era el enano que nadie quería. ―Kyle hace una pausa―. Lo he estado
llamando Wilbur.

Me pican los ojos.

Le conté esa historia hace una eternidad mientras comíamos queso a la


parrilla. Y al igual que mi obsesión por descubrir grupos de música de los
que nadie ha oído hablar, mi decisión de no comer carne es una parte de
mi vida que siempre he sentido como algo que los demás reconocen, pero
que nunca han aceptado del todo.

Excepto él.

Kyle sigue hablando, ajeno a las emociones que se arremolinan en mi


interior.

―Ahora es bonito y pequeñito, pero se hará enorme. Cuatrocientos,


quinientos kilos. No tengo ni idea de dónde lo guardaré. Tendré que
construirle un cobertizo en uno de los tejados del sur.

No espera que salte sobre él, obviamente. Pero Kyle se recupera


rápidamente, me rodea la espalda con los brazos y yo le rodeo la cintura
con las piernas.
―Gracias ―le susurro en el cuello―. Nunca nadie había hecho algo así
por mí.

―¿Comprarte un cerdo? No me sorprende.

Me río y me alejo para verle la cara. Trazo la pequeña cicatriz en el


centro de su barbilla.

―Tenido ―digo―. Nadie me ha tenido nunca. No como tú.

Su expresión se suaviza y luego se vuelve seria.

―Probablemente sea porque estoy un poco enamorado de ti desde que


me dijiste que odiabas mi acento.

Se me corta la respiración.

―¿Estás un poco enamorado de mí?

Sonríe.

―No. Estoy tan locamente enamorado de ti que no sé qué hacer


conmigo mismo.

Le devuelvo la sonrisa.

―Me alegra mucho saber que no soy la única.

Aprieto mis labios contra los suyos y pienso lo mismo que la primera
vez que nos besamos.

Como volver a casa.


Treinta y cinco
Kyle
Mi padre vive en una casa enorme.

Es extraño saber eso. Saber algo sobre el hombre que contribuyó a mi


ADN. Sé que el jefe de Empire Records es rico y exitoso. Pero es diferente,
darse cuenta de que eso también se aplica a mi padre biológico.

El agarre de Piper se estrecha alrededor del mío mientras subimos por


el camino de adoquines. Fue egoísta por mi parte pedirle que viniera a
esta cena conmigo, teniendo en cuenta que no solo es una situación
familiar incómoda, sino que es una situación familiar incómoda que
también implica a su antiguo jefe.

Sin embargo, no estoy seguro de haber llegado tan lejos si ella no


estuviera a mi lado.

Carl está pasando el fin de semana largo en su finca de los Hamptons, lo


que significa que esta enorme mansión ni siquiera es su residencia
principal.

Puede que ahora tenga dinero, pero no crecí con él. La extravagancia
me incomoda, y ya estoy nervioso. Me pregunto si Carl creció con dinero
o si se ha acostumbrado a ser rico mejor que yo. No sé nada de su infancia.
De sus padres, mis abuelos. Si tengo tíos o tías.

―El tejado parece sólido ―comenta Piper, estudiando la casa―. ¿Crees


que lo instaló él mismo?
Miro hacia ella y me guiña un ojo. La tensión de mi pecho se afloja un
poco.

―Nunca he tenido la sensación de que le guste el trabajo manual.

―Sí, yo tampoco.

Llegamos al último escalón. Piper me aprieta la mano mientras


jugueteo con el nudo de la corbata. Me aprieta demasiado, me estrangula
el cuello.

―¿Listo?

―¿Para acabar con esto? Por supuesto.

No sé por qué estoy aquí.

No le debo nada. Ni como padre ausente ni como cabeza de la empresa


discográfica.

Pero tengo preguntas, para las que sólo él tiene las respuestas.

Por lo menos, esta noche espero que me dé un cierre.

Piper llama al timbre y la puerta blanca se abre unos segundos después,


como si alguien estuviera esperando al otro lado.

En la puerta hay una mujer rubia y delgada, con un vestido azul marino
y una rebeca a juego.

La mujer de Carl, supongo. Una mujer formal y educada, todo lo


opuesta a mi madre que una persona puede ser.

No dice nada, se me queda mirando.

―Hola. Soy Kyle Spencer.

Piper saluda.

―Piper Egan.

Empieza, como si despertara de un aturdimiento.


―Sí, claro. Sé quién eres. Me alegro de verte. Y a ti, Piper. Soy Celeste
Bergman. ―Celeste se aparta un mechón de cabello imaginario de la cara
y da un paso atrás para abrir más la puerta―. Por favor, pasen. Carl está
en el patio.

En el amplio vestíbulo cabría toda la granja. En el centro hay un


enorme piano y una escalera de caracol que lo rodea.

―Hermoso piano ―dice Piper―. ¿Tú tocas?

―No. Los chicos tocaban cuando eran pequeños.

Sé que Carl tiene dos hijos. Si no me equivoco, los dos son más jóvenes
que yo. Uno vive en Los Ángeles y el otro estudia en Boston. Es extraño,
darme cuenta de que esos extraños de los que he oído hablar son mis
hermanos. Que tengo hermanos. Al menos con Bailey, siempre supe que
existía. La tuve en brazos cuando era una bebé y vi fotos del colegio todos
los años.

Celeste nos lleva a través de unas puertas francesas y a un enorme patio


de piedra. Hay una mesa de comedor exterior con ocho sillas, una cocina
completa y una piscina con vistas a un extenso jardín. A lo lejos se ve el
Atlántico.

Carl está sentado en una de las sillas Adirondack junto a la piscina, con
el móvil pegado a una oreja.

Me rechinan los dientes al verlo hablar y sonreír. Parece


despreocupado. No afectado y despreocupado por lo que pueda pasar esta
noche.

Cuando me ve, se le borra la sonrisa de la cara. Al menos eso me


satisface un poco, sobre todo cuando cuelga la llamada y se acerca.
Llegamos justo a tiempo, pero no me sorprende que haya dado prioridad
al trabajo antes que saludarnos.

―Buenas noches, Kyle. Piper.


Si le sorprende que aparezca con una de sus antiguas empleadas, lo
disimula bien. Pero Carl siempre ha tenido una buena cara de póquer.

―Carl. ―El tono de Piper es frío.

No me molesto en responder.

―Las hortensias están en su última floración, pero siguen siendo


preciosas en esta época del año. Puedo enseñarte los jardines, si quieres
verlos.

Los ojos de Piper se dirigen a los míos. El hecho de que Celeste se centre
en ella hace evidente que la invitación sólo va dirigida a ella. Igual de
poco sutil es la intención que hay detrás: que Carl y yo estemos a solas.

Asiento con la cabeza.

Hablar a solas con él era la razón de venir.

―Claro, me parece estupendo.

Piper sigue a Celeste escaleras abajo hasta el patio trasero.

Carl pasa junto a mí y se dirige al bar, que está repleto de bebidas. Pone
un cubito de hielo gigante en un vaso de cristal y lo cubre con un chorrito
de líquido ámbar.

―Mmm, qué bueno. Siempre me ha gustado el whisky.

Se sirve otro vaso, se acerca y me lo tiende.

―No, gracias. Yo no bebo. ―Me meto las manos en los bolsillos.

Carl asiente y deja el segundo vaso sobre la mesa.

―¿Te traigo algo más?

―Estoy bien.

Se hace el silencio.

―Mi madre era alcohólica. ¿Lo sabías?

―Yo... no, no lo sabía.


―¿Dónde la conociste?

―En un bar de Dallas. Estaba visitando a unos compañeros de la


universidad. Ada fue camarera allí durante el verano. Cantó con la banda
de la casa un par de canciones. En aquel momento no había decidido
dedicarme a la música. Cuando lo hice, fue más porque me atraía el lado
comercial de las cosas. Pero tu madre... tenía una voz que podía parar el
tráfico. Difícil de olvidar.

―¿Sabías que estaba embarazada?

―No. ―Su movimiento de cabeza es enfático―. Nunca la vi después de


aquella noche. Nunca supe su apellido ni su número. Si lo hubiera sabido,
habría asumido la responsabilidad. Apoyo financiero y tal.

No me habría criado como si fuera suyo, quiere decir. Habría


desembolsado dinero como un político corrupto encubriendo un secretito
sucio.

―¿Cuándo lo supiste?

―Me preguntaba si Ada llegaría a ser una estrella. Como dije, una voz
como la suya… ―Se detiene―. Tu madre tenía mucho talento.

―También era muy problemática.

Asiente lentamente.

―No lo sabía. Aquella noche mencionó que era de Oak Grove. El


nombre se me quedó grabado todos estos años. Cuando entraste en mi
despacho la primera vez y mencionaste el pueblo, pensé inmediatamente
en tu madre. Hice que un detective husmeara un poco, sólo por
curiosidad. Me preguntaba qué posibilidades había de que dos de las
mejores cantantes que había escuchado fueran del mismo pueblecito de
Texas. Descubrí que tenía un hijo. Las fechas coincidían. Entonces, tomé
el vaso que habías usado la próxima vez que viniste a una reunión y le
hice una prueba de ADN. Resultó ser una coincidencia.

―Eso es probablemente ilegal.


―Probablemente ―está de acuerdo.

―¿Por qué no me lo dijiste?

―No eras un niño que necesitaba ayuda. Ya ibas camino de convertirte


en un nombre conocido. Sabía que tenías mucho dinero. Toda una vida.
Ya habías firmado un contrato con la discográfica. Parecía que lo mejor
que podía hacer era asegurarme de hacer todo lo posible para que tu
carrera fuera un éxito.

―No me vengas con esa mierda, Carl. Protegías tus intereses, no los
míos. Tu familia. Tu éxito.

―No sabía de las luchas de tu madre, Kyle. Por lo que pude ver, estabas
teniendo éxito. Y no era por el dinero o la incómoda conversación con
Celeste. No quería que lo supieras porque me preocupaba que otra
discográfica comprara tu contrato o hiciera algo drástico. Y yo quería
jugar un papel en tu carrera, no importa cuán pequeño. Quería ver tu
éxito de cerca, y me preocupaba que eso no sucediera si sabías la verdad.
Estaba orgulloso de ti, hijo.

―Que dejaras embarazada a mi madre no me convierte en tu hijo, Carl.

―No cambia el sentimiento, Kyle.

Nos miramos fijamente, encerrados en un silencioso cara a cara. No veo


ningún parecido entre nosotros, lo cual me tranquiliza. Cuando era más
joven, solía mirar a algunos de los hombres de la ciudad, preguntándome
si alguno de ellos sería mi padre. Mi madre siempre decía que no sabía
quién era, y supongo que era cierto. Parece que ella sabía tan poco de Carl
como él de ella. O tal vez también estuvo con otros hombres ese verano, y
consideró a cualquiera de ellos potenciales donantes de esperma.

―¡Carl! Es de mala educación servirse a uno mismo y no a los


invitados. ―Celeste reaparece, su tono reprende a su marido.

―Me ofrecí ―responde Carl.


―Tengo limonada fresca y aperitivos en la cocina. Deja que los traiga.
¿Me ayudas, Carl?

Es divertido, después de años de ver a Carl al mando de una sala de


juntas, ver cómo se deja mangonear por su menuda esposa. Podría
gustarme Celeste Bergman, decido. Desde luego, más que su marido.

Piper se acerca cuando Carl y Celeste están dentro. Sus manos se


deslizan por mi pecho y se agarran a mi nuca.

―¿Cómo estaban las hortensias? ―Le pregunto.

―Azules.

Sonrío.

―¿Qué tal la charla?

―Aún no lo he decidido.

Sus dedos juegan con las puntas de mi cabello.

―Es mucho que asimilar.

―Sí. ―Exhalo―. Siento haberte metido en este lío.

―Eh. ―Me agarra del brazo, girándome hacia ella―. Me habría


cabreado si no me hubieras arrastrado a esto. El mayor drama de mi
familia es que mi madre sigue enloqueciendo con que Wells y Norah se
muden a Alaska.

Suelto una carcajada.

―¿Le has contado lo de la discográfica?

―No.

Una semana después de que Piper dejara su trabajo y se mudara a


Texas, le mencioné la idea de montar un sello discográfico. Yo tenía el
dinero y los contactos, y ella los conocimientos empresariales. Fueron
necesarias muchas conversaciones y un montón de papeleo para ponerlo
en marcha, pero Blue Rain Boots Records firmó con su primer grupo, el
que habíamos visto en Whiskey Cowboy, hace un par de semanas.

He venido aquí en busca de respuestas sobre el pasado, no para darle a


Carl un vistazo a mi presente. Y dudo que le importe. Más allá de la
biología, no tenemos nada en común. Para él, la música es cuestión de
dinero.

Se acerca y me da un fuerte abrazo.

―Allá vamos. ―La alegre voz de Celeste suena detrás de mí, y Piper se
aparta rápidamente.

La tomo de la mano antes de que se aleje demasiado y mantengo


nuestros dedos entrelazados mientras caminamos hacia la mesa, que
ahora está repleta de bandejas con verduras frescas y pan a la parrilla.

―Entonces… ―dice Celeste mientras nos sentamos―: ¿Cuánto tiempo


llevan saliendo?

Carl parece aburrido, dando vueltas al whisky en su vaso.

Debajo de la mesa, Piper me aprieta la mano tres veces.

Exhalo.

Ella está aquí.

Puedo superar esta comida.

Cualquier cosa.
Treinta y seis
Piper
―¡Ahora los declaro marido y mujer!

El público aplaude y vitorea mientras Drew sumerge a Harper en un


dramático beso.

Los dos se ríen cuando por fin se separan para mirar a los espectadores,
Harper con las mejillas sonrosadas y Drew sonriendo orgulloso. Veo
cómo le susurra algo a Harper que la hace negar con la cabeza y luego
observo el mar de caras hasta que encuentro a quien busco.

Kyle es fácil de ver, justo en medio del lado de la novia y rodeado


exclusivamente de mujeres. Sin embargo, su mirada se centra en mí
mientras me agarro del brazo de uno de los compañeros de equipo de
hockey de Drew y sigo a los recién casados por el pasillo.

Harper decidió celebrar su boda en Washington, donde, según me


confiesa, se siente más a gusto que en el lago donde se casó su hermana.

―Estoy harta de vivir en el pasado ―me dijo―. Es hora de un nuevo


comienzo.

Parece que yo también estoy en medio de uno de esos.

Han pasado ocho meses desde que empaqué mi pequeña habitación y


me mudé a Texas sin trabajo y sin ningún plan.

Serena y Lauren pudieron encontrar una nueva compañera de piso


fácilmente, así que no me sentí demasiado mal por dejarlas. Y Serena
también se mudará pronto. Iremos a su boda el mes que viene.
Y mi familia aceptó mi marcha mejor de lo que esperaba. La mudanza
de Wells y Norah había ayudado a allanar el camino. Creo que mi madre
por fin está aceptando que separarnos no es algo malo. La distancia física
es diferente de la emocional. Alex ya ha venido a visitar el rancho una
vez, y mi padre y Seth están planeando un viaje también.

Una vez que estamos todos al final del pasillo, las parejas ordenadas se
deshacen. Mia me abraza mientras vemos a Drew y Harper compartir
otro beso antes de que él sea apartado por sus compañeros.

―Me alegro mucho por ella. ―Mia resopla.

―Yo también. ¿Te está dando fiebre de boda?

Mia aún no ha fijado una fecha para su boda porque todos los lugares de
Nueva York que le interesan están reservados con unos cinco años de
antelación. Está decidida a tener un evento de alta sociedad. Estoy segura
de que eso significa que ha visto demasiados dramas televisivos
ambientados en la ciudad. La última vez que hablamos, su elección era un
hotel de lujo en el Upper East Side.

―¿Yo? ¿Y tú?

Miro a Kyle, que está hablando pacientemente con un par de amigos de


Harper.

―No ha salido el tema.

―Te mudaste a Texas por él. Lo menos que podría hacer es


proponértelo.

Me río.

―No es para tanto. Si alguna vez me visitaras cuando te invito, sabrías


que Oak Grove es bonito.

Mia arruga la nariz, y entonces las dos nos distraemos con la novia, que
se dirige hacia nosotras. Las dos abrazamos y felicitamos a Harper. Mia se
escabulle al cabo de unos minutos para buscar a Dax.
―La ceremonia fue perfecta ―le digo a Harper―. ¿Y este lugar?

La granja de lavanda que encontró Harper parece sacada de un cuento


de hadas. Se casaron en un cenador y han montado una enorme carpa
junto a las sillas donde los invitados presenciaron la ceremonia, a la
espera de la recepción.

La sonrisa de Harper es de alivio.

―Estaba tan nerviosa de que algo saliera mal. Drew me prometió que
podríamos fugarnos si yo quería, hasta la ceremonia.

―El hombre perfecto.

―Bueno, nunca ha escrito una canción para mí, así que...

Pongo los ojos en blanco.

―Si ese es su peor defecto, creo que has elegido bastante bien.

―Sí. ―Harper sonríe y mira a su nuevo marido―. Yo también lo creo.


Entonces, ¿cuándo serás tú la que pase por el altar?

―Suenas como Mi...

Una cálida palma se desliza alrededor de mi cintura.

―No sabía que a las parejas les hicieran esa pregunta antes de
comprometerse.

―Hola, Kyle. ―Harper se inclina para abrazarlo.

―Hermosa boda.

―Gracias. Diez meses de planificación. No es gran cosa. ―Ella mira a


su alrededor―. No quería que fuera más grande que la de Amelia, pero...

―También querías que fuera más grande que la de Amelia ―termino.

La relación entre Harper y su hermana pequeña ha tenido muchos


altibajos a lo largo de los años, algunos de los cuales he conocido. Ahora
están más unidas que hace años, pero también son hermanas con
opiniones fuertes. Me alegro de tener solo hermanos.
Harper sonríe.

―Exacto. ¿Cuándo van a pasar por el altar?

Digo―: ¡Harper! ―al mismo tiempo que Kyle dice―: Pronto.

Lo miro, intentando saber si habla en serio.

Harper se ríe y se larga, dejándome con los ojos muy abiertos.

―¡Te buscaré cuando lance mi ramo, Piper!

Pongo los ojos en blanco mientras se aleja y vuelvo a mirar a Kyle. Su


expresión es suave y uniforme, sin rastro de burla. Me aclaro la garganta.

―Yo... no sabía que el matrimonio era algo en lo que habías... pensado.

―¿Por qué no?

―¿Porque nunca hemos hablado de ello? Tus padres no se casaron. Los


míos están divorciados. Es que... no estaba segura.

―¡Piper! ―llama Mia―. Te necesitamos para las fotos.

―Ve. ―Kyle presiona un beso en mi sien―. Podemos hablar más tarde.

Para cuando se hacen las fotos y se sirve la comida, ya ha anochecido.


Las luces centelleantes que envuelven toda la carpa se encienden y
contribuyen a crear un ambiente mágico.

Amelia, la hermana de Harper, pronuncia su discurso de madrina de


honor, al que sigue el de su amiga Olivia, que tiene una discusión muy
ruidosa y entretenida con Troy, el padrino de Drew, sobre quién habla en
segundo lugar.

Aparto a Kyle de una conversación con el padrastro de Harper y el tío de


Drew, y nos dirigimos por uno de los caminos de grava que conducen a los
árboles en la distancia. Los tallos de lavanda se mecen con el viento, como
olas de color púrpura. Nos detenemos y nos sentamos en uno de los
bancos que bordean el sendero.
Miro fijamente la carpa, que ahora es solo una chispa de luz en la
distancia.

―Qué boda más bonita. La comida. El paisaje. Y el vestido de Harper


era perfecto.

―Realmente no me di cuenta.

―Sí, claro. Le coqueteabas cada vez que entrabas a la oficina.

Kyle se ríe.

―Eso no tenía nada que ver con ella y todo que ver contigo.

―Sí, claro.

―Hablo en serio. Era la única forma de conseguir que me prestes


atención.

Parpadeo.

―¿En serio?

―Ajá. Estoy seguro de que fuiste la única que no se dio cuenta. Harper
seguro que sí.

Me estira uno de los rizos y sonríe cuando vuelve a su sitio.

―No veo a nadie más cuando estás en la habitación.

Apoyo la cabeza en su hombro.

―Esta noche ibas a echar un polvo de todas formas. No hace falta que te
pongas sentimental.

Una carcajada retumba en su pecho antes de que sus labios presionen la


parte superior de mi cabeza.

―Solo estoy siendo sincero ―susurra.

―Lo he pensado ―le digo.

―¿Qué has pensado?

―En nuestra boda. En casarnos.


―¿Y cuáles eran los pensamientos?

―Que el campo a la izquierda de la casa podría ser segado para una


gran carpa. Midnight Rebellion podría actuar en la recepción. Y Jamie y
algunos de los otros chicos podrían enganchar los carros de heno para
transportar a los invitados desde...

―¿Quieres casarte en el rancho? ―La voz de Kyle es toda sorpresa, no


hay señales de qué más piensa de la idea.

Así que mi respuesta es un poco vacilante.

―Sí. A menos que no quieras.

―Acabas de hacerlo otra vez ―susurra.

―¿Hacer qué?

―Hacer que te ame aún más.

Sonrío.

―Ni siquiera he mencionado que pienso llevar botas de lluvia azules


bajo mi vestido de novia.

―¿Incluso si hace sol?

―Sobre todo si hace sol. Tengo que estar preparada para la lluvia.

Se ríe entre dientes y me acerca.

―Te amo.

―Yo te amo más.

Kyle me besa con lo que estoy segura que pretende ser un picotazo
rápido.

Los campos de lavanda que rodean el prado donde está instalada la


carpa principal son extensos. Hay sillas, mesas y bancos dispuestos hasta
el bosque. Los sonidos de la música y las risas son débiles, nada más cerca
ni más alto.
Me subo a su regazo y profundizo el beso.

―¿Aquí? ―La palabra es medio divertida, medio sorprendida.

―¿Qué clase de dama de honor sería si no tuviera sexo en la boda de mi


amiga?

―No tenía ni idea de que eso fuera un requisito de las damas de honor.

Pongo los ojos en blanco mientras me balanceo sobre las rodillas,


acomodando la tela para alcanzar su cinturón y su cremallera. Le bajo los
pantalones del traje lo suficiente para liberar su polla, tiro de mi ropa
interior hacia un lado y me hundo lentamente. Los dos gemimos, las
manos de Kyle encuentran mis caderas por debajo del vestido y me
acercan aún más. La larga tela de mi vestido se abre en abanico sobre el
banco, cubriendo todo lo que ocurre debajo. Espero que así sea.

No veo cómo me llena, pero noto el delicioso estiramiento. Nuestros


rostros están a escasos centímetros, y ambos luchamos por no hacer
demasiado ruido. Muevo las caderas y él empuja hasta el fondo. Saboreo
la sensación durante unos segundos y empiezo a moverme, encontrando
un ritmo que rápidamente me hace sentir calor en el vientre. Es tan fácil
llegar a ese punto con él. Incluso ahora, cuando estamos en público,
quiero que dure para siempre, y nunca puedo contenerme tanto como
quisiera.

Kyle tiene la expresión tensa por el placer, los tendones del cuello
levantados mientras aprieta el labio inferior entre los dientes. Su polla se
engrosa y palpita dentro de mí con cada movimiento, su inquebrantable
atención me lleva cada vez más alto. Me encanta cuando solo se centra en
mí. Tiene toda la calidez de un foco, pero ningún resplandor incómodo.
Me siento apreciada y vista.

La voz de una mujer llega hasta aquí, más cerca que el murmullo más
distante del sonido.

Me invade la ansiedad, pero también la emoción. La amenaza de ser


descubierta es un subidón en sí mismo, más excitante de lo que esperaba.
―Tenemos que ser rápidos ―susurro, riendo como una adolescente.

―No será difícil ―ronca Kyle―. La tengo dura desde que te vi con ese
vestido.

Su pulgar encuentra mi clítoris y frota círculos firmes que hacen que se


me arquee la espalda y se me encojan los dedos de los pies.

―¿Sabes en qué estaba pensando la noche que montaste ese toro en la


feria?

―¿Qué? ―Respiro.

No sé cómo puede estar hablando con frases completas. Estoy tan a


punto de correrme que puedo saborearlo, todo el placer y el calor que se
han ido acumulando, a punto de estallar.

―Estaba imaginando esto. Tú rebotando sobre mi polla con esos rizos


salvajes y esas mejillas rojas, tomándome así de bien. Ver esas tetas
perfectas ―me baja un tirante del vestido y me toca el izquierdo―
moverse mientras te follaba tan fuerte que lo sentiste durante una
semana.

Gimo con fuerza, tan excitada por su boca sucia como por la gruesa
polla contra la que me muelo.

Kyle sonríe.

―Se supone que tienes que estar callada, nena.

Me acerca y choca nuestras bocas, mordiéndome el labio inferior y


deslizando la lengua dentro. Es urgente y acalorado, lleno de tanto amor y
lujuria que todo mi cuerpo canta. Me folla con más fuerza, agarrándome
por las caderas y acelerando aún más el ritmo. Siempre es así,
desesperado, no importa cuántas veces nos acostemos. Toda la excitación
de la primera vez y el frenesí de la última.

―Vente en mi polla.
Me inclino sobre el borde, el torrente de liberación es inmediato y me
consume. El calor que se filtra dentro de mí es tan satisfactorio.

Kyle no me suelta, me sujeta con fuerza, incluso cuando nuestros


cuerpos se detienen.

Me besa suavemente en el cuello y me pasa el pulgar por la mandíbula.

―Buena chica.

―Te gusta que sea traviesa ―le digo, apartándome y peinándole el


cabello con los dedos. Mis manos hacen un verdadero número en las
hebras.

―¿A eso le llamamos sexo en un banco en la boda de tu amiga?


¿Traviesa?

―Mejor que una pared de ladrillos.

Se ríe entre dientes y me da un beso rápido en los labios.

―Te encantó la pared de ladrillos.

―Sí, me encantó ―le doy la razón.

Sus ojos color avellana brillan con una mezcla de humor y calor.

No quiero moverme. Quiero quedarme así, escondida del resto del


mundo, tan cerca como pueden estar dos personas.

Pero tampoco quiero ensombrecer la boda de Harper con un escándalo


sobre Kyle Spencer al que han atrapado teniendo sexo. Que yo pueda
olvidar que es famoso no significa que todos los demás lo hagan. Me
siento cómoda con las miradas y la atención. Me he acostumbrado. Pero
también adoro estos momentos, cuando sólo me pertenece a mí. Cuando
es mío.

De mala gana, me vuelvo hacia atrás, subiendo el tirante del vestido y


lamentando la pérdida de contacto. Kyle se arregla los pantalones y se
mete la camisa, todavía un poco despeinado, pero presentable. Estoy
segura de que tengo los labios hinchados y la cara sonrosada, pero
tenemos todo el camino de vuelta hasta la tienda.

―¿Preparada? ―pregunta Kyle.

―Sí.

Me toma de la mano y empezamos a caminar por el sendero de grava,


con el fragante aroma de la lavanda arremolinándose en el aire fresco de
la noche.

―Estoy considerando volver a la música ―dice de repente―. Yo... la


echo de menos. Más de lo que pensaba. La salida creativa y la actuación.

―¿Volverías a firmar con Empire?

Kyle niega con la cabeza.

―No puedo. Es demasiado raro con mi... padre.

―Él tendría tus mejores intereses en mente. Por negocios al menos.

―Bueno, a mí me interesa otro sello.

Arrugo la frente.

―¿Pacific? ―Son el principal competidor de Empire.

Se ríe y me aprieta la mano.

―Tienes que trabajar para presentarte a clientes potenciales.

―¿Quieres firmar en Blue Rain Boots?

―El sello lleva el nombre de una de mis canciones y tiene su sede en mi


casa. No suenes tan sorprendida.

―Pero... no ganarías dinero. O si lo hicieras, te pagarías a ti mismo.

―¿Cuándo me ha importado el dinero, Piper?

―Es que... no tenemos recursos. Tenemos dos bandas, ninguna de las


cuales ha tocado para una multitud de más de doscientas personas. Tú
eres... Kyle Spencer.
Kyle se ríe.

―Lo sé. ―Me mira―. Si crees que es demasiado, trabajar juntos, yo...

―No, no es eso.

―Iba a llamar a Brayden, a ver qué le parecía unirse a nosotros. Podría


ayudar a expandirlo todo, contratar gente nueva, montar una oficina de
verdad… ―Me mira―. ¿De verdad te parecería bien? ¿Yo volviendo a la
música?

Sonrío.

―Si recuerdas, vine a Texas y trabajé muy duro para que volvieras a la
música.

Me devuelve la sonrisa.

―Sí, lo recuerdo.

Sé lo que me está preguntando en realidad.

Entonces no éramos pareja. Yo trabajaba por los intereses de la


discográfica, no por los míos. No los suyos.

―Quiero que seas feliz. Si eso es actuar para sesenta mil personas,
quiero que lo seas. Si eso es pasarte tres horas trasteando con el tractor en
lugar de contratar a alguien que pueda arreglarlo en la mitad de tiempo,
entonces dejaré de burlarme de lo mal mecánico que eres.

Su mano se estrecha alrededor de la mía.

―Soy feliz, Piper.

Las mariposas revolotean en mi vientre cuando noto cómo me mira.

Siento un calor intenso en el pecho que solo experimento cerca de él. Es


como estar en el lugar perfecto en el momento perfecto.

Con la persona perfecta.

―Yo también ―susurro.


Epílogo
Kyle
Hoy ha sido un desastre total.

Meses de discusiones.

Meses de planificación.

Muchas dudas.

Y ahora... un caos catastrófico.

―No puedes prepararte para todo ―me recuerda Brayden.

Le respondo con un gruñido, pero la verdad es que no me tranquiliza


mucho. Mi mirada permanece fija en el escenario, observando a los
roadies correr de un lado a otro.

―Ha habido un bicho por ahí. Y mejor que salte el fusible ahora que
durante el espectáculo.

De nuevo, gruño.

Que mi telonero tenga la gripe es un inconveniente. Los problemas


eléctricos son un gran problema cuando se trata de un equipo de sonido
valorado en miles de dólares. Pero ninguno de esos problemas tiene nada
que ver con por qué estoy tenso e inquieto ahora mismo.

Brayden me agarra del hombro.

―Date una vuelta, toma agua. Estaremos listos para la prueba de


sonido. Confía en mí.
Asiento y exhalo porque confío en él. No hay nadie con más
experiencia. Sentí un gran alivio cuando aceptó volver a ser mi manager y
unirse también a Blue Rain Boots Records. Dirige la oficina principal en
Nueva York, lo que le viene muy bien a Piper para volver una vez al mes a
ver a sus amigos y a su familia.

Entre bastidores hay menos ajetreo que en el escenario, pero no mucho.


Me acompañan dos teloneros en esta gira, y hay cajas de equipo a ambos
lados de la sala. La gente va de un lado a otro, sujetando portapapeles y
hablando por auriculares.

Empezar mi regreso a la música en Nueva York podría haber sido un


error. Normalmente, no abres con tu mayor local.

―¡Kyle!

Me giro justo a tiempo para que Bailey choque conmigo, apretando su


espalda mientras me abraza.

―¡Hola! ¡Lo han conseguido!

―Claro que lo hicimos.

Miro más allá de ella, donde está su padre con su mujer y su hijo. Les
envié a todos las entradas, no estaba seguro de que permitieran a Bailey
venir, y mucho menos de que aparecieran todos. Le hago un gesto con la
cabeza y él me devuelve el gesto. Al igual que con Carl, probablemente
haya demasiado en el pasado para que podamos superarlo del todo. Pero
es un gran paso adelante que haya traído a Bailey y al resto de su familia.

―¿Dónde está Piper?

Sonrío a mi hermana, divertido por la forma en que su obsesión por mi


novia aún rivaliza con la mía. Ella y Piper hablan por teléfono incluso
más tiempo que ella y yo. También hemos pasado a las videollamadas
para poder dar algunas clases virtuales de guitarra.

―Va a cenar con un par de amigas. Estará aquí para el espectáculo.


―Deberíamos ir a nuestros asientos, Bailey. ―Frank aparece justo
detrás de su hija, con expresión pasiva pero severa.

―De acuerdo, papá.

Me sorprendo cuando Frank me tiende la mano.

―Gracias por las entradas.

―De nada. Gracias por venir.

―Bailey tenía muchas ganas. Le ha picado el gusanillo de la música, eso


seguro. ―Mira a Bailey con afecto, pero hay una pizca de pesar en su voz
que me hace pensar que no le habría importado que su hija se centrara en
otros intereses. Supongo que le recuerda a mi madre.

―¡Adiós, Kyle! ―dice Bailey, y sigue a su padre hacia la salida.

―Adiós ―les digo, y me dirijo a mi camerino.

Tomo una botella de agua de la nevera y me doy una vuelta, gritando―:


¡Pasa! ―cuando llaman a la puerta.

Siento un gran alivio en cuanto la veo el cabello pelirrojo.

Piper entra con una amplia sonrisa.

―¡Hola! Es una locura ahí fuera.

―Sí. Ha habido algunos problemas técnicos. ―Le lanzo una sonrisa


irónica antes de inclinarme y besarla.

―Me refiero a fuera del estadio. ¿Qué pasa con la tecnología?

―Nada que Brayden no pueda arreglar. ―Espero.

―¿Estás bien?

―Estoy genial. ¿Cómo estuvo la cena?

―Estuvo muy buena. Comí pasta casera. ―Mira la botella de agua que
tengo en la mano―. ¿Has comido?
―Comí una barrita de cereales hace un rato. Comeré después del
espectáculo.

Vuelven a llamar a la puerta.

―¡Adelante! ―Vuelvo a llamar.

Un minuto después, una mujer con auriculares asoma la cabeza en mi


camerino.

―¡Hola! Siento interrumpir. Me envía Brayden. Están listos para la


prueba de sonido.

―De todas formas debería ir a cambiarme. ―Piper me besa la mejilla y


gira hacia la puerta―. Alex me recogerá en el hotel en una hora.

Toda su familia viene esta noche. Wells y Norah incluso coincidieron


una visita aquí con mi show. Llegaron anoche en avión, lo que me hace
pensar que el padre de Piper podría haber dicho algo después de que
sudara la gota gorda pidiéndole su bendición.

La atraigo hacia mí, me inclino y la beso lo suficiente para que se


ruborice cuando se separa.

―¿A qué ha venido eso?

―Te he echado de menos.

Sonríe.

―Nos vemos después del espectáculo.

Asiento con la cabeza, aun sabiendo que me verá antes. Salgo del
camerino y me dirijo al escenario.

Las horas siguientes son un torbellino de actividad. Lo cual es bueno.


Me mantiene la mente ocupada y los nervios a raya hasta que salgo al
escenario.

La última vez que actué ante un público de este tamaño, estaba tan
nerviosa como ahora. Y por incómodo que sea, también lo agradezco.
Antes de alejarme, antes de conocer a Piper, la música dejó de significar
tanto. Era una excusa, no una pasión. Seguía el ritmo sin apreciar nada de
ello.

La ansiedad es mejor que la apatía.

Las primeras canciones fluyen fácilmente. Mi cuerpo recuerda esta


rutina, se adapta a ella mejor de lo que recordaba el trabajo manual
cuando volví al rancho.

Y entonces llego a su canción, rasgueando los primeros acordes.

Es el primer concierto de la gira, así que el público aún no conoce el


repertorio. Ya están gritando y entusiasmados, pero alcanza un tono
febril que puedo oír a través de mis monitores de oído. Amortiguado, pero
perceptible.

Conocen esta canción.

Después de tocarla en el concierto benéfico, se convirtió en mi canción


más escuchada en cuestión de semanas.

Miro fuera del escenario, y ella está allí. Junto a Brayden, con un
vestido azul brillante y una sonrisa enorme.

―En realidad, antes de tocar esta canción, hay una cosa que me
gustaría hacer.

Se oyen unos cuantos gritos y chillidos, y luego el barullo se calma un


poco mientras sigo hablando.

―Piper, ¿puedes venir aquí?

Cuando la miro, su sonrisa ha desaparecido. Mira a su alrededor, mira


a Brayden, que se encoge de hombros sin poder hacer nada. Son las dos
personas que más han contribuido a que esta gira se lleve a cabo, y esto es
algo que sé que va según lo previsto, pero ellos no tienen ni idea.

Finalmente, da un paso adelante. Se detiene cuando hay una fuerte


reacción a su aparición en el escenario, pero sigue caminando hasta que
está justo delante de mí. Me quito la guitarra y la coloco en su soporte, me
giro hacia ella y me quito un auricular.

―¿Qué haces? ―Parece un susurro, pero estoy seguro de que está


gritando.

―Quería darte una última oportunidad.

―¿Una última oportunidad para qué?

―Para que cambies de opinión.

―¿Cambiar de opinión sobre qué? ¿Y por qué estamos teniendo esta


conversación ahora? ―Se ríe, mira a la multitud y luego vuelve a
mirarme a mí.

La acerco para hablarle directamente al oído.

―Te quiero para siempre, Piper. Te he deseado desde el primer


segundo que te vi en la cocina. Tú eres la razón por la que estoy en este
escenario, porque me has recordado todas las razones por las que amo
esto. Pero sé que es mucho -lo es- y sólo quiero hacerlo si estás conmigo.
Así que esta es tu última oportunidad, porque si dices que sí, nunca te
dejaré marchar.

Gira la cabeza y me aprieta la cara contra el cuello.

El alboroto que nos rodea es como un muro de ruido. Estoy causando


un espectáculo, pero no me centro en nada, excepto en ella y en las
palabras que susurra.

―No quiero que me dejes ir nunca.

Me alejo lo suficiente para ver la sonrisa en su cara y me hundo sobre


una rodilla.

Piper levanta las manos para taparse la boca, con una expresión más
sorprendida que cualquiera de las veces que la he asustado
accidentalmente.

Hemos hablado de matrimonio. Ha estado sobre la mesa.


Pero supongo que no esperaba que se lo propusiera así.

Lo que acabo de decir es en serio. Si me jubilo el año que viene o dentro


de una década, este espectáculo siempre formará parte de mi vida.
Dondequiera que vayamos, seré Kyle Spencer. Y es mucho pedir, que ella
esté de acuerdo con eso. La mayor parte del tiempo que pasamos juntos,
escondidos en el rancho, puedo ser Miles. Pero esta parte -la multitud
gritando y las cámaras parpadeando- también forma parte de mí. Por fin
lo he aceptado, por fin he fundido las dos versiones de mí mismo en una.
Y necesito que ella lo sepa. Que lo acepte.

―¿Quieres casarte conmigo?

Lo digo corto y sencillo, consciente de nuestro público. Todo lo demás


que quiero que sepa se lo digo todos los días.

Ella asiente y sonríe, dándome el sí que esperaba oír.

Parece como si el escenario temblara literalmente.

Nunca he estado delante de un público más ruidoso, o tal vez es sólo


que todo se intensifica en este momento. Me imagino a Bailey animando.
La familia de Piper celebrándolo. Mabel y John sonriendo, viendo esto en
California. Y a mi madre en algún lugar, mirando hacia abajo.

Los vítores tardan un rato en apagarse después de que deslizo el anillo


en el dedo de Piper y ella sale del escenario. Por suerte, "Blue Rain Boots"
está a más de la mitad de mi actuación. Me lo estoy pasando bien, pero
también estoy deseando que termine el concierto.

Termina la última canción y saludo al público saboreando el momento.

―Gracias, Nueva York. Buenas noches.

Y salgo del escenario, directo hacia ella.

Fin
Six summers to fall
Seis veranos. Seis oportunidades. Una semana fingiendo.
Desde que se anunció el compromiso de su hermana pequeña, Harper
Williams ha estado temiendo la boda. Lo que debería ser un
acontecimiento alegre y soleado estará lleno de momentos incómodos,
gracias a la tensa relación de Harper con su única hermana. La
incomodidad se ve reforzada por el lugar de la boda: un lago de Maine en
el que nadan dolorosos recuerdos de su difunto padre.

Encontrarse con Drew Halifax, su amor de la infancia que se convirtió en


el chico de oro del hockey, es una sorpresa. Pero no tanto como su oferta
de ser su acompañante.

Ella espera que él se eche atrás. Él aparece. Ella busca una distracción del
pasado. Él está matando el tiempo hasta que empiece su temporada y
pueda perseguir el campeonato. Ella es reservada pero extrovertida. Él es
tranquilo pero centrado.

Apenas se conocen. Hasta que una semana compartiendo secretos,


fingiendo estar enamorados y durmiendo en la misma cama lo cambia
todo. Los sentimientos que se suponían falsos empiezan a ser muy reales.

El problema es que ninguno de los dos busca una relación. Como mucho,
están destinados a ser una aventura de verano. Definitivamente, no un
felices para siempre.

¿Pero cuando se trata de caer? No tienes control. Una vez que empiezas, es
imposible parar.

Y a veces... se necesitan seis veranos.


Capítulo 1
Harper

La lluvia se desliza por el parabrisas a raudales, convirtiendo la casa


frente a la que estoy estacionada en una mancha amarilla. Incluso
borrosa, puedo imaginar perfectamente la soleada estructura.

Contraventanas blancas. Barandilla torcida. Columpio en el porche


delantero.

La misma nostalgia agridulce de encontrar cualquier conexión con la


infancia golpea.

Una sensación familiar y tranquilizadora. También triste. Es mirar


atrás, a un remanente de tiempo suspendido que nunca recuperarás,
teñido de la insatisfacción de no haber apreciado la sencillez cuando
deberías haberlo hecho. Junto con el conocimiento de que todo lo que
esperabas -la edad adulta, la independencia- no es tan glamuroso ni
satisfactorio como pensabas que sería.

Los limpiaparabrisas limpian el agua que se acumula en el parabrisas.


Durante unos segundos, todos los detalles del exterior de la casa son
nítidos, su pintura amarilla y la hilera de hortensias azules en flor
iluminadas por el resplandor de los faros de los autos.

Parece acogedor y alegre.

Una escapada acogedora.

La prueba de que las apariencias engañan.

Giro la llave en el contacto y apago el motor. Una de las ventajas de vivir


en el bajo Manhattan es lo fácil que resulta moverse por la ciudad sin
necesidad de conducir. Mi antiguo Jeep apenas sale del garaje, pero
funciona con fiabilidad cuando lo hace, así que no tengo motivos para
sustituirlo por un auto más nuevo que arranque con sólo pulsar un botón.
No es que abandonaría este auto aunque dejara de funcionar.

Los dientes metálicos me aprietan la palma de la mano cuando agarro


la llave con fuerza, inhalo por última vez el aire acondicionado antes de
abrir la puerta. La humedad se filtra de inmediato en el interior.

Los limpiaparabrisas se congelan en mitad del parabrisas. Durante


unos segundos, me planteo volver a encender el auto para apagarlos en el
punto correcto, pero luego decido que no merece la pena el esfuerzo extra
que supone hacerlo. Sería una táctica dilatoria.

Una llovizna constante me empapa el cabello en cuanto salgo del auto


al camino de entrada. El cabello se me pega a las sienes y el agua empieza a
resbalarme por la cara y la piel de los brazos.

El fresco deslizamiento de la lluvia al caer se siente bien.

Como si estuviera limpiando.

Inhalo profundamente, tratando de impregnar mis pulmones con el


aroma de Port Haven, Maine. Es un olor melancólico. Días soleados y
noches de tormenta. Coqueteos fáciles y enamoramientos no
correspondidos. Felicidad y desamor. Todo mezclado con pino y oxígeno
puro.

Un gruñido de trueno retumba en la distancia.

Siempre me han gustado las tormentas, sobre todo en verano. Tienen


una energía.

Un poder.

Una intensidad.

Mi vida carece de las tres cosas. Últimamente, no ha sido más que


pavor y previsibilidad.
En lugar de ir en dirección a la casa -o de deshacer las dos bolsas
guardadas en la parte trasera del Wrangler- empiezo a caminar por la
acera. Las almejas crujen bajo mis Converse mientras sorteo los charcos
que salpican el camino de entrada.

Port Haven es una ciudad diminuta. Cuando era niña y viajaba hasta
aquí desde una suburbanización de los suburbios de Connecticut, llegar
siempre me pareció un desborde de carácter.

Cada casa por la que paso es algo diferente, no una sucesión


interminable de casas coloniales. Me sorprende que muchas de las casas
no hayan cambiado nada desde mis recuerdos de adolescencia.

La casa de los McNally, tres puertas más abajo, sigue pintada de un rojo
chocante. Destaca como una manzana brillante sobre el fondo de un cielo
gris tormentoso. Al otro lado de la calle, tres bicicletas se apoyan en la
valla que separa el jardín de los Garrett de la acera. No hay candados a la
vista, otro indicador de que he dejado atrás el bullicio de la ciudad.

Me meto las dos manos en los bolsillos delanteros de los pantalones


vaqueros y me estremezco al sentir el incómodo roce de la tela vaquera
húmeda contra los nudillos. Pero el roce me ancla en el presente, que es lo
que esperaba. Esta parada es para seguir adelante, no para recordar el
pasado.

Pero el mero hecho de volver a Port Haven lo hace casi imposible. Me


transporta a una época que parecía prácticamente perfecta, pero que no
era más que una bonita ilusión.

Este solía ser mi lugar favorito en la tierra. Esa familiaridad y felicidad


siguen aquí. Sólo que están envueltas en emociones más oscuras en las
que es demasiado fácil ahogarse. Tormentas similares a las que se
arremolinan en el cielo sobre mí.

Tal vez Port Haven no ha cambiado en la última década.

Pero yo sí.
Caminar por la tranquila y apacible calle es como arrancar una venda
para evaluar la herida que hay debajo. La mía debería parecer cicatrizada
pero curada. Pero ahora que miro por debajo, aún parece rosada y en
carne viva.

El tiempo sólo cura si reconoces su paso.

El dolor no tiene medida finita.

El final de la avenida Ashland desemboca en el tramo de Main Street, de


nombre poco original, que es el centro de la pequeña zona céntrica de
Port Haven.

Mi destino se encuentra justo en la esquina, las luces fluorescentes


brillan a través de la lluvia y la oscuridad como el faro de un faro. Main
Street Market es el centro de la ciudad. A medida que se abren las puertas
automáticas, me vienen a la mente recuerdos de cuando compraba polos
para chupar en la orilla del lago y bollos de perritos calientes para una
barbacoa. Tiempos más felices y sencillos.

Una luz tenue y un acre olor a limpiador químico me reciben cuando


mis zapatillas mojadas chirrían sobre el linóleo.

La única tienda de comestibles de Port Haven no ha cambiado la


disposición de sus pasillos desde la última vez que estuve aquí. Las frutas
y verduras están en la parte delantera, y el olor a refrigeración adicional
me pone la piel de gallina. El mostrador de la carne está situado en el
centro, donde se exponen sobre todo cortes de pescado y del que emana
un gorgoteo continuo del tanque de langostas. Todo el alcohol está
pegado a la pared del fondo, así que hay que cruzar toda la tienda para
llegar a él.

Tomo un par de limas de la cesta de cítricos verdes que hay junto a los
plátanos antes de recorrer el pasillo de las patatas fritas. Tras un breve
debate entre patatas fritas o hojaldres de queso, tomo una bolsa de patatas
fritas con sal y vinagre para cenar tarde. Luego, me dirijo al fondo de la
tienda y hago una rápida selección.
Una botella de tequila de las de abajo y ya estoy en la cola del Exprés,
la única caja abierta. El mercado está casi vacío, lo que no es de extrañar.
Ya ha pasado lo que la mayoría de los residentes de Port Haven
considerarían un horario de compras apropiado y es demasiado tarde en
agosto para que haya mucha afluencia turística en la ciudad. Sólo hay
un hombre en la cola delante de mí.

El agua gotea de mi ropa empapada mientras estudio las últimas motas


de coral aún pegadas a las uñas de mis pies y espero a que el otro cliente
pague. Sin duda, mi madre y mi hermana, Amelia, tendrán algo que decir
sobre su estado astillado.

Prefiero soportar comentarios sobre mis uñas mal pintadas a que


profundicen más allá del nivel superficial de mi aspecto. Esa ha sido
siempre mi estrategia a la hora de relacionarme con mi familia. Cuanto
más evidentes hago nuestras diferencias -mis defectos-, más civilizadas
son nuestras conversaciones. Cuantos más temas superficiales haya que
discutir, menos probable es que surjan temas dolorosos.

Una pedicura descolorida no es nada en comparación con mi falta de


fecha de boda o mi decepcionante elección de carrera.

Tengo veintisiete años. Hace mucho que mi familia dejó de dictar mis
decisiones vitales. Y sé que sus comentarios vienen de un lugar de amor,
sólo que están fuertemente disfrazados de juicio y consternación. Por
ejemplo, cuando mi madre menciona que algunas de sus amigas tienen
hijos solteros y mi hermana dice que muchos de sus antiguos compañeros
de la facultad de Derecho tienen veintitantos. Tengo tanto interés en salir
con un banquero de inversiones o estudiar derecho como en salir de esta
tienda con las manos vacías.

Ninguna.

Mi teléfono empieza a vibrar en el bolsillo trasero de mis pantalones


vaqueros. Supongo que es mi mejor amiga y compañera de piso, Olivia;
no puedo imaginarme a nadie más llamándome tan tarde. Es enfermera
de urgencias y tiene un horario muy ajetreado que no puedo seguir a
pesar de que vivimos juntas.

Busco el móvil a tientas y se me cae una lima. La fruta verde se aleja


lentamente, como si se burlara de mí con su partida.

—Mierda —murmuro.

No puedo inclinarme sin que se me caigan las patatas o el tequila, una


valiosa carga de la que no estoy dispuesta a desprenderme. Así que ignoro
el timbre de mi teléfono y me acerco a la caja registradora, deteniéndome
junto al tipo que tarda un tiempo ridículamente largo en pagar la compra
que ya ha sido escaneada y embolsada.

—¿Está bien si sólo...

Mi intención es preguntar a la cajera si puedo dejar mis artículos en el


tramo vacío del mostrador junto a la máquina de tarjetas de crédito. Pero,
por alguna razón desconocida, a mitad de la pregunta decido echar un
vistazo al tipo que está haciendo cola.

O tal vez la razón no sea desconocida.

Quizá sea un resto de los impulsos contra los que luchó mi yo de trece,
catorce, quince, dieciséis y diecisiete años durante los cinco veranos que
vivió al lado.

Tan testaruda como puede serlo una adolescente, estaba decidida a no


ser el cliché que codiciaba al tipo bueno del que todas las chicas estaban
coladas. El chico que salía a correr sin camiseta todas las mañanas. El
chico que resultó estar más interesado en mi hermana pequeña que en
mí.

Drew Halifax me sonríe desde debajo del ala de su destartalada gorra de


béisbol, y mi tonto corazón da un par de saltos. Una colisión de nostalgia
y hormonas puede provocar palpitaciones, supongo. Se me seca la
garganta y me sudan las palmas de las manos.
Trago saliva, de repente intensamente consciente de mi aspecto
andrajoso. Una camiseta desteñida que podría ser transparente ahora que
está empapada, zapatillas embarradas y el cabello mojado. Nunca había
imaginado cómo sería encontrarme con Drew de adulto. Pero una
situación ideal no se parecería en nada a esta: con licor barato y goteando
agua, como si acabara de ducharme con la ropa puesta.

Intento, sin éxito, no sentirme acomplejada por mi aspecto mientras


el agua sigue cayendo por mi cara como huellas de lágrimas. Si no tuviera
las manos llenas de alcohol y comida basura, intentaría mejorar mi
aspecto. Pero probablemente sea una causa perdida a estas alturas.

—Hola —dice—. ¿Te acuerdas de mí?

Con otro tipo, me haría la tonta. Llámalo un juego de poder


egocéntrico. Una forma de Mírame ahora para que reconozca que sé quién
es. Así puedo acariciar su ego admitiendo que, después de diez años, aún
recuerdo demasiados detalles, incluido ese breve momento que
compartimos una vez. Así puedo admitir que soy consciente de que
ahora es un atleta famoso que adorna portadas de revistas y gana
millones.

Se toma mi silencio atónito como que no.

—Drew. Drew Halifax. Mis padres son los dueños de la casa de al lado.

Mi cabeza asiente automáticamente, el movimiento espasmódico e


incómodo. Tensa por la sorpresa. No esperaba encontrarme con él aquí,
ni nunca. Y no esperaba en absoluto que me reconociera.

Me aclaro la garganta seca.

—Sí, lo recuerdo.

Drew tenía diecisiete años la última vez que lo vi en persona. Aunque


no hubiera buscado su nombre y revisado algunos artículos a lo largo de
los años, normalmente después de beber demasiado, lo reconocería.
Tiene el cabello rubio de un tono sucio, antes desgreñado, y ahora lo
suficientemente largo como para pasar los dedos por él. Lo único que
consigue es acentuar la forma en que los rasgos de Drew se han
endurecido y afilado. Todo un hombre, nada de niño.

Sus ojos no han cambiado en absoluto: magnéticos y musgosos. Me


atraen con el mismo éxito que antes.

Está estúpidamente bueno, como diría Olivia.

Me aclaro la garganta de nuevo, en un intento apresurado de recuperar


la compostura.

—Eres más o menos famoso, ya sabes.

Lo digo como una prueba, preguntándome cuánto queda del tipo que
solía moverse en respuesta a los elogios, tras años de fama y adoración.

Drew sonríe, una expresión fácil que consigue tranquilizarme y


acelerarme el corazón al mismo tiempo. La sonrisa arruga las comisuras
de sus ojos y deja al descubierto un par de hoyuelos devastadores.

—¿Sólo más o menos?

Me mira como si estuviera feliz -incluso emocionado- de verme, lo cual


es extraño e inesperado. Drew y yo nunca fuimos íntimos de adolescentes.
Simplemente coexistimos como parte del mismo grupo de chicos de
verano cuyos padres los habían trasplantado a Port Haven desde
principios de junio hasta finales de agosto.

Tanto antes como después de que su desafortunado romance con


Amelia se esfumara, Drew y yo apenas pasábamos tiempo juntos. Nunca
pasó nada importante entre nosotros.

El tiempo que pasé a su lado fue memorable sólo por mi estúpido


enamoramiento de él. Un estúpido enamoramiento que, al parecer,
nunca se desvaneció del todo, porque siento su sonrisa por todas partes.
Me empapa con la misma eficacia que el agua que cae del cielo, una
conciencia cargada que se desliza por la superficie de mi piel.
—¿Cómo has estado, Harper? —pregunta, todavía con cara de felicidad
al verme. No flaquea como lo hacen las máscaras falsas.

—Bien —respondo rápidamente, esperando que eso sea todo. Nos


saludamos y seguimos con nuestras vidas.

Drew siempre fue un tipo genuinamente agradable. Sincero de una


manera que pocos chicos que conocí en el instituto lo eran. Sincero de
una manera que pocos chicos que he conocido lo eran.

Mi yo adolescente se sentía atraída por algo más que su buen aspecto.


Es agradable saber que la fama no ha cambiado eso de él. Reconfortante,
de la misma manera que esta ciudad parece estar atrapada en el tiempo.

—¿Estarás aquí mucho tiempo?

Para mi sorpresa, Drew parece interesado en extender nuestra


conversación más allá del reconocimiento obligatorio. Que ni siquiera era
obligatorio. Podría no haberme dicho nada.

Sacudo la cabeza.

—Sólo esta noche en realidad.

Los ojos de Drew recorren mi expresión y bajan hasta mi ropa. No hay


interés ni desaprobación en su rostro. Es más bien como si buscara algo.

Quizá una respuesta más contundente. Sobre por qué he vuelto y por
qué mi visita es tan corta. Si ha visitado Port Haven con regularidad desde
el instituto, debe saber que yo no. Y por qué.

Supongo que es deprimente dar por sentado que todo el mundo con el
que me cruzo sólo está interesado en el mínimo intercambio. Y es aún
más triste que casi siempre sea así.

—¿Y tú? —Pregunto, cambiando el agarre de mis comestibles. Me


parece grosero responder a sus preguntas y no hacer ninguna en
respuesta—. ¿Hace mucho que estás aquí?
—No estoy seguro. Llegué hace una semana y aún tengo tiempo antes
de que empiece la pretemporada. Esperaba que mis padres pudieran
venir como en los viejos tiempos, pero… —Drew se frota la frente, se
levanta la gorra de béisbol y luego se la vuelve a bajar—. Mi padre tuvo un
derrame cerebral hace un año, así que le cuesta más moverse. Mi madre y
él se han quedado en Boston.

—Siento mucho lo de tu padre —le digo.

Mis recuerdos de Aiden Halifax son borrosos en el mejor de los casos.


Pero lo que recuerdo de él es que siempre era jovial y sonriente. Una
presencia brillante, feliz y tan obsesionado con el hockey como su hijo. La
madre de Drew, Rebecca, era siempre igual de alegre. Era el tipo de madre
que horneaba galletas de chocolate y hacía limonada casera. El polo
opuesto a mi madre.

Tontamente, siento que debería haber sabido lo de la salud de su padre.


Pero es una idea equivocada. Drew y yo no hemos mantenido el contacto.
Es un asunto familiar privado que obviamente ha decidido no compartir
con la base de fans rabiosos obsesionados con su tiro y su paquete de seis.
Nunca publica nada personal en sus redes sociales. Y mi madre
básicamente cortó esta ciudad hace años. Yo soy segura de que no se ha
mantenido en estrecho contacto con el Sr. y la Sra. Halifax.

—Gracias. —Drew se frota la mandíbula con una mano, llamando mi


atención sobre el ángulo agudo y la sombra de la barba incipiente allí.
Está inquieto de simpatía. Tenemos una cosa en común, supongo—. Y...
siento mucho lo de tu padre. Quería ir al funeral, pero estaba en el colegio
y...

—Está bien. Gracias —lo interrumpo, distante de cómo mi voz se ha


vuelto aguda y quebradiza, casi quebrándose en medio de Bien.
Confundí su incertidumbre con la de su familia, no con la mía. Y
aunque no está bien, tampoco es algo que quiera discutir con él. Y menos
aquí.
Drew asiente una vez. Para ser sincera, su expresión seria es difícil de
interpretar. No sé si se siente incómodo o comprensivo.

Exhalo.

—Lo siento. Yo sólo...

—No pasa nada. No debería haber sacado el tema.

Se me hace un nudo en la garganta y asiento con la cabeza. No sé muy


bien qué estoy reconociendo.

Una década después de su muerte, las condolencias de Drew todavía


duelen como si mi padre hubiera fallecido ayer. Pero no me molestan
como lo hacen las de otros. O lo hacían. La mayoría de la gente parece
asumir que hay una fecha de caducidad para el dolor. Que después de un
tiempo determinado, ya no deberías experimentarlo. Nada en la
expresión de Drew dice eso.

—Su total es sesenta y tres cuarenta y cinco.

Me sacudo, habiendo olvidado por completo que estamos en la caja del


supermercado. Casi solos, pero no del todo. Drew se recupera mejor y
saluda a la cajera con la cabeza mientras saca una tarjeta de crédito de la
cartera y toca el cajero para pagar.

El cajero, un tipo desgarbado que parece estar en el instituto, alterna la


mirada entre la pantalla del ordenador y Drew. Yo también le echo un
vistazo, pero me doy cuenta de que Drew ya me está mirando.

Rápidamente, desvío la mirada, mis mejillas se calientan sin permiso.

Sólo es simpático, me digo. Una vez me ilusioné con Drew Halifax.


Luego, se derrumbaron cuando vi a mi hermanita colgarse de él. Estar de
vuelta aquí está jugando con mi cabeza.

—Gracias —dice Drew cuando le entregan el recibo.

—¿Puedo conseguir un autógrafo? —es la respuesta. La pregunta sale


más bien como “¿puedo-conseguir-un-autógrafo?”, una exhalación
apresurada que suena como una explosión de coraje. Y eso explica
también la lentitud de la cola.

—Por supuesto.

No me sorprende la respuesta de Drew. Parece el tipo de famoso que


vería a los fans como una responsabilidad y no como un inconveniente.

Veo cómo Drew toma el bolígrafo del portapapeles de ofertas semanales


y garabatea su firma en el reverso del recibo.

—¿Cómo te llamas?

—Dustin.

Drew añade A Dustin encima de su firma antes de devolverle el papelito


al chico. El cajero toma el recibo como si fuera un objeto rompible.

—Muchas gracias.

Drew sonríe antes de inclinarse. Demasiado tarde, me doy cuenta de lo


que está tomando.

La lima rebelde que olvidé en cuanto lo vi.

—Puedo conseguir… —Doy un paso adelante en el mismo momento en


que él se endereza.

De repente, estamos cerca, demasiado cerca. Puedo encontrar la


pequeña peca a la izquierda de su labio inferior. Detecto la pequeña
protuberancia en el puente de su nariz que, si tuviera que adivinar, se la
hizo un disco de hockey. Huelo su colonia, una embriagadora
combinación de sándalo y cedro.

Drew deja la lima sobre la encimera. Me apresuro a apartarme de él y


echo un vistazo a la fruta verde. Dudo que el suelo de linóleo se limpie
muy a menudo, pero el cítrico parece intacto. Dar vueltas por la tienda
para recoger otra no me parece atractivo. El tequila me emborrachará de
todos modos.

—Gracias.
Drew asiente, con la comisura de la boca curvada mientras hace
inventario de los otros dos artículos que tengo en las manos. Sus compras
ya están empaquetadas, así que no puedo devolverle el favor. Aunque
dudo que sólo compre alcohol y comida basura.

No sé mucho de hockey.

Sé que no se juega profesionalmente durante el verano.

Pero a pesar de estar fuera de temporada, el físico de Drew es


impresionante. Lleva unos pantalones cortos de baloncesto de malla, una
camiseta y zapatillas de deporte. Nada de eso tapa la definición de sus
pantorrillas ni el abultamiento de sus bíceps, que hacen evidente que está
en excelente forma física.

Añado la segunda lima, la bolsa de patatas fritas y la botella de tequila a


la que ya está sobre el mostrador. La cajera hace el recuento lentamente,
distraída mirando a Drew, lo que es estupendo para mi ego.

Drew ha recogido su bolsa de la compra, pero no se ha ido. Le echo un


vistazo mientras escanean mis compras. Está mirando su teléfono, que
debe de haber sacado del bolsillo, con el ceño fruncido mientras pasa el
dedo por la pantalla.

Y... ¿esperándome? ¿Quizás?

No se me ocurre otra explicación de por qué está merodeando, a


menos que piense que el tipo que trabaja está buscando un segundo
autógrafo.

El cajero me cobra el tequila. Estoy tentada de poner los ojos en blanco.


Es imposible que parezca que tengo veinte años o menos, aunque vaya
vestida como una adolescente desaliñada. Pero le entrego mi carné de
conducir sin hacer comentarios y pago antes de tomar la bolsa marrón.

Drew me sigue al exterior. La lluvia sigue cayendo sin cesar desde el


cielo oscuro, goteando por el alero de la tienda y rebotando en el
pavimento.
Ambos nos quedamos fuera de la tienda, pero no es incómodo, como
esperaba. Más desconocido.

Incierto. No tengo ni idea de lo que Drew está pensando.

—¿Caminaste hasta aquí? —pregunta Drew.

Su voz y su pregunta son informales. Sin afectación, como si


encontrarnos en el mercado de Main Street fuera algo normal. Calma mi
ansiedad. Elimina la inclinación a inventar alguna excusa para
marcharme. Parar aquí fue el comienzo de muchas cosas desconocidas, y
cualquier atisbo de normalidad -incluso fingida- es bienvenido.

—Sí. ¿Y tú?

—Sí. —Drew inclina la cabeza hacia la izquierda, en dirección a la


avenida Ashland -hacia donde nos dirigimos los dos-, y sus ojos verdes se
clavan en los míos en una pregunta silenciosa.

Asiento con la cabeza y le lanzo una pequeña sonrisa, apretando con


fuerza la bolsa que llevo en la mano mientras me adentro en la lluvia.

No es que no quiera pasar más tiempo con Drew, sino todo lo contrario.
Pero me preocupa la perspectiva.

Estoy melancólica, perdida en el pasado y preocupada por el futuro.


Ninguna parte de mí está preparada para flirtear, sonreír o actuar como si
tuviera la vida resuelta en el presente.

Normalmente, no tengo problema en parecer burbujeante y segura.

No esta noche. No aquí.

El agotamiento me pesa mientras caminamos por la acera empapada


por la lluvia. Lo único que quiero hacer esta noche es beber tequila en
pijama sin preocuparme de cómo me queda el cabello. Sé que eso no será
posible cerca de Drew. Su presencia es imposible de ignorar. Permanece
como una sombra silenciosa a mi lado mientras empezamos a bajar la
calle, caminando uno al lado del otro sobre el pavimento agrietado.
Drew no dice nada mientras caminamos.

Soy yo quien habla primero. La lluvia que cae impide el silencio total,
pero sigue resultando extraño caminar con alguien a quien apenas
conozco sin pronunciar palabra.

—No sé mucho de hockey. Pero una de mis amigas del trabajo es una
gran aficionada. Le impresionó mucho saber que nadé hasta un muelle
flotante contigo cuando tenía catorce años.

Me mira. Media sonrisa.

—¿A qué te dedicas?

—¿Hmm?

—Por trabajo. ¿A qué te dedicas?

—Oh. —Aprieto con fuerza la bolsa que llevo. Dios, odio esta pregunta
—. Contesto teléfonos y recojo café, principalmente. Intento averiguar
qué más hacer con mi vida. —Suelto una leve carcajada.

—¿Necesitas hacer algo más?

No hago un gran trabajo para mantener la sorpresa fuera de mi cara. Ya


he recibido esa respuesta antes. Pero sólo de gente a la que he contado la
versión brillante y reluciente de mis responsabilidades. Los que han
escuchado—: Soy asistente ejecutiva en Empire Records, gestiono artistas
y hago un seguimiento de las ventas de álbumes —y me han imaginado
codeándome con famosos y opinando sobre sus carreras. Y ninguno de
ellos ha logrado ni un ápice del éxito de Drew.

—Algunas personas parecen pensar que sí. —Incluida mi familia. La


amargura se filtra en mi tono.

—Parece que tu opinión es la que debería contar.

—Sí, debería —respondo.

Hablas como un multimillonario, pienso.


Es terriblemente sencillo seguir a tu corazón cuando no tienes que
preocuparte de pagar facturas.

No es que me moleste el éxito de Drew. Es sólo que es más fácil ser


valiente con una red de seguridad. Una que yo no tengo y él sí.

Nuestros pasos se ralentizan hasta que nos detenemos frente a la casa


amarilla. Mis ojos recorren el contorno familiar de la casa de campo que
mis padres compraron cuando yo estaba en séptimo curso. Muchos
veranos de alquiler -la mayoría en el lago Paulson- y luego cinco aquí.

Es molesto: qué fácil es recordar lo que queremos olvidar, pero qué


difícil es recordar lo que queremos desesperadamente. Aparto los ojos del
alegre amarillo, miro la casa azul de los Halifax de al lado y luego a Drew.

—Mis planes nocturnos empiezan y acaban bebiendo tequila —suelto la


frase—. Si te apetece, tengo un montón… —Mi voz se entrecorta mientras
miro hacia abajo, observando el agua que sigue goteando de mi cabello en
un chorro constante sobre los trozos de conchas grises y blancas.

—Tengo que poner estos comestibles en la nevera. Luego vendré. —La


respuesta de Drew es inmediata. Y sincera, parece.

Pero intento no centrarme en esos detalles. Intento actuar como si


su respuesta no me importara en absoluto, aunque siento que el alivio
borra la incertidumbre. Beber sola ya no parece la velada ideal, si la
alternativa es su compañía.

—De acuerdo —digo.

—De acuerdo —repite Drew.

Luego, se aleja, hacia la casa azul de al lado.

Me dirijo hacia la cabaña amarilla, sin prisa a pesar del aguacero.


Caminar hacia un momento que has evitado activamente no es una tarea
fácil. He estado temiendo esto tanto como la boda de Amelia. Durante
años, he sabido que llegaría un momento en el que volvería a entrar en el
23 de Ashland Avenue. Sólo que no estoy preparada para que sea este
momento.

Paso junto al auto estacionado y me acerco a las escaleras de la entrada.


Mis pasos se hacen más lentos cuanto más me acerco, hasta que me
detengo a unos metros del primer escalón. Observo la puerta de entrada
durante unos minutos, apenas consciente de la lluvia que me resbala
por la cara y me empapa la camisa. La bolsa de papel que sostengo está
húmeda, a punto de desintegrarse.

Pero no me muevo.
Agradecimientos
Quería escribir un libro sobre Kyle Spencer desde que terminé Heartbreak for
Two. Originalmente desempeñaba un papel mucho más importante en la
historia de Sutton y Teddy que decidí reducir para tener más espacio para
elaborar su personaje más adelante.

Mientras trabajaba en Six Summers to Fall y pensaba en la carrera de Harper,


decidí que su trabajo en un sello discográfico sería la transición perfecta al
mundo de la música. Y en cuanto se me ocurrió el personaje de Piper, supe que
encajaría perfectamente con Kyle. Me encantó escribir sus viajes, tanto
individualmente como en pareja, aunque eso significara tener que inventar la
letra de "Blue Rain Boots". Esas diez líneas cambiaron más que cualquier otra
parte de este libro, así que, por favor, ¡no lo juzguen por mis habilidades como
compositora (o por la falta de ellas)!

Mary Scarlett, tenía una visión tan clara para esta portada y has creado una
obra maestra que ha superado mis más altas expectativas. Es absolutamente
perfecta y colgaré una versión tamaño póster en mi oficina.

Mel, es un placer trabajar contigo. Tu pasión y entusiasmo brillan y sé que


estoy entregando lo que a menudo es un manuscrito muy áspero en las mejores
manos. Tus comentarios han sido inestimables y hablar de la trama contigo se
ha convertido en una de mis partes favoritas del proceso de escritura.

Jovana, siempre me sorprende el cuidado y la atención que prestas a cada


manuscrito. Este libro es infinitamente mejor gracias a tu esmero.

Britt, has sido la mejor en este proyecto. Gracias por ir más allá y, sobre todo,
por tus comentarios.

Katie, Zachary y Andi, gracias por dar vida a Piper y Kyle. No puedo esperar a
escuchar el producto final.

Mi agente, Lauren, gracias por todo el trabajo duro que has hecho en mi
nombre y en el de mis libros. No puedo esperar a todo lo que está por venir.
A todo el equipo de Valentine PR, por ayudar a Piper y Kyle a llegar al mayor
número de personas posible.

Farley, por quedarte despierto toda la noche conmigo.

A mis padres, por todo su amor y ánimo. Por animarme y por traerme
comida cuando estoy en plazo atiborrándome de café. Si están leyendo esto,
espero que se hayan saltado los capítulos 20, 25, 32 y 36.

Y, por último, a mis lectores. Este fue el primer libro que escribí como autora
a tiempo completo, y todavía no puedo creer que pueda decir eso. Tanto si este
es el primer libro mío que lees como si has estado conmigo desde el principio,
¡gracias! Es un privilegio poder ganarme la vida haciendo lo que me gusta, y no
sería posible sin todos vosotros.
Sobre la autora
C.W. Farnsworth es autora de numerosas novelas románticas para
adultos y jóvenes con deportes, protagonistas femeninas fuertes y finales
felices.

Charlotte vive en Rhode Island y, cuando no está escribiendo, pasa su


tiempo libre leyendo, en la playa o acurrucada con su pastor australiano.
También por C.W. Farnsworth
Standalones
Four Months, Three Words
First Flight, Final Fall
Come Break My Heart Again
Famous Last Words
Winning Mr. Wrong
Back Where We Began
Like I Never Said
Fly Bye
Serve
Heartbreak for Two
Pretty Ugly Promises
Six Summers to Fall

Rival Love
Kiss Now, Lie Later
For Now, Not Forever

The Kensingtons
Fake Empire
Real Regrets

Truth and Lies


Friday Night Lies
Tuesday Night Truths

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