Está en la página 1de 447

Lo que siento me corroe por dentro peor que cualquier ácido.

Era de esperarse que en algún momento terminara consumiéndome.

Que terminara dañando lo que más amo.

Prólogo Houston, Texas.


Ocho años atrás.

Hay instantes que lo definen todo.

El sudor se aglomera sobre mi frente, deslizándose por mi rostro hasta


acabar sobre mis labios. Lo relamo. Mi pulso es rápido y desenfrenado. Mi
uniforme se siente como una cárcel que busca romper a sus prisioneros con
temperaturas altas. El resto de los integrantes de los Cougars me
acompañan. Suelo ser bueno pensando en nosotros como un grupo y no
suelo realizar jugadas en solitario, pero no puedo hacerlo ahora siendo
consciente de que estoy en la mira de uno de los reclutadores más
importantes de Estados Unidos. Estoy en la misma carrera que mi hermano,
pero no tengo las mismas notas y ni siquiera sé si vaya a graduarme. Por lo
que vi la última vez, ni siquiera tenía la posibilidad real de aprobar este
período.

No soy tan listo como él.

Las cosas no vienen a mí tan fácilmente.

Esta es mi oportunidad de brillar.

Quizás la única.

Tiro de mi cabeza hacia atrás y rujo cuando se reanuda el tiempo tras una
buena jugada de mi parte, consciente de la mirada del hombre gordo al final
de la primera banca llena de fanáticos puesta en mí. Jake Jacobs, el mejor
reclutador de Texas que trabaja directamente con los Dallas, está aquí. Se
suponía que debía estar en la mira de todos los reclutadores desde que salí
de la preparatoria y empecé a recorrer mi camino en la liga Universitaria
con los Cougars, pero todos ellos han estado intentando reclutar a otro
mariscal de campo en Austin. Tras obtener su no definitivo, finalmente
llevaron sus ojos a otros objetivos.

Soy el plato de segunda mesa.

Por un momento el recuerdo de ello sumado al efecto de los flashes y de la


tensión del partido hace que me desconcentre. Atajo el balón y realizo la
jugada que se necesita, la cual lo lleva al otro lado de la línea de anotación,
pero no me doy cuenta de que alguien se encuentra acercándose y de que
uno de los integrantes del equipo contrario me estampa. Acabo en el suelo.
Por unos segundos solo se siente como una caída convencional, casi
accidental, pero el aire escapa de mis pulmones debido a que después de
que mi espalda impacta contra el cesped el peso de la persona que me
estampó, un defensa, los cuales suelen ser grandes, cayó sobre mi brazo
lanzador, doblándolo por un segundo en un ángulo extraño. El dolor que
siento es atroz y llama la atención de algunos, pero no dejo que se percaten
de ello. De cuánto me duele. De cuán seguro estoy de que no volverá a
funcionar igual, al menos no hoy y al menos no de la manera que necesito
con urgencia que lo haga. Todo mi cuerpo se vuelve lava de ira e
impotencia entonces.

La manera en la que dependo de mi cuerpo es agobiante, pero es la única


manera.

—Lo siento —se disculpa, pero la sonrisa que puedo ver a través de las
rendijas de su casco no me permite sentir que sus palabras sean reales—.
¿Te ayudo a levantarte?

—No —rujo, haciéndolo por mí mismo.

Me aseguro de que nadie vea lo afectado que estoy mientras camino hacia
la banca del equipo, dónde el entrenador permanece con los ojos puestos
completamente en mí. Los demás están caminando para reajustarse en la
línea tras mi anotación. Algunos se detienen y me preguntan qué me
sucede, pero le resto importancia con un encogimiento de hombros. Una
vez llego a dónde está él, me dice lo que ya sé.

—No puedes continuar el juego. Lo dejas ahora o lo dejas para siempre.

Afirmo, entendiendo a lo que se refiere, a que o me retiro y me recupero o


permanezco y empeoro mi lesión, pero luego veo a Jake mirando hacia
nosotros y niego, indispuesto.

Debo seguir.

—Solo necesito un descanso para reponerme.

El entrenador entrecierra los ojos en mi dirección.

—¿Estás seguro, Johnson?

Afirmo.

—Muy seguro.
—Bien —dice, sus ojos azules analizándome para saber si digo o no la
verdad—. Dame tu brazo. — Me estremezco, completamente congelado—
. Dámelo —repite y no me queda más remedio que extenderlo, lo cual envía
una punzada de dolor a través de él.

Pero lo muevo y una vez sostiene mi muñeca, lo gira.

El dolor es desgarrador.

Aprieto los dientes, pero no muestro ninguna señal de mi agonía.

—¿Ve, entrenador? —murmuro—. Está bien. Solo necesito unos minutos.

—Si tú lo dices —dice entre dientes, a lo que afirmo—. Samuel, suplanta


a Malcolm por unos minutos. Es tu momento de hacerte notar lo suficiente
como para que remplaces a esa fea novia tuya —le dice a mi suplente, quién
se estremece con nervios ya que esta es su primera vez en el campo—. Te
esperamos. En mi escritorio hay algo para que el dolor pase.

—¿Qué es?

—Lo sabrás cuando lo veas.

Trago, pero afirmo y me dirijo a los vestidores. Están vacíos porque todo
el mundo está animando al equipo afuera. Considero solo sentarme y
esperar los minutos que le prometí al entrenador que me tomaría, pero
muevo el brazo y es como si estuviera tan inflamado que se convirtió en un
engranaje sin grasa. Me resigno, entrando en la oficina de Rex. Me sitúo
sobre su silla y abro el cajón de su escritorio metálico. Me quito el casco.
Al identificar un frasco farmacéutico, lo tomo y dejo caer dos píldoras
negras sobre mi mano.

No dicen qué son, pero deben ser ilegales.

Una parte de mí se retuerce ante ello porque le prometí a mi madre que


nunca caería en esto, fue una de sus exigencias para permitirme descuidar
mis estudios y enfocarme en mi carrera como deportista, pero la otra sabe
que si no lo hago no podré comprarle la casa de sus sueños, ni podré
ayudarla a dejar de ser una mesonera o a que deje de preocuparse de si su
refrigerador está lleno o no. Su esposo, quién me reconoció como su hijo,
es un buen tipo y el motivo por el que no fue deportada, pero no es rico.

Ambos merecen que le devuelva todo lo que me han dado.


Impresionar al reclutador allá afuera es la única manera.

Echo mi cabeza hacia atrás, extendiéndola sobre el espaldar, y separo los


labios, pero mi mano es enviada fuertemente hacia atrás cuando acerco las
píldoras a mi boca, por lo que salen disparadas y caen en algún sitio. La
sensación de su agarre sobre mí es familiar, como el de un padre, pero él
no es mi padre.

—Maldito hijo de puta desagradecido —sisea, enloquecido como solo él


es—. ¿Qué pretendías hacer? Si este era un intento tuyo por sobreponerte
a la lesión que te hiciste ahí afuera, no iba a funcionar porque lo primero
que hacen es pedirte un examen de sangre el mismo día que te notan para
saber qué te metes.

Mi mandíbula se aprieta.

Me esfuerzo por ver directamente hacia los ojos negros de mi hermano


mayor, el hijo favorito de mi padre, o mejor dicho el único hijo de mi padre,
pero regularmente debo desviar la mirada porque no soy capaz de soportar
el peso de la suya. Don Perfecto no sabe hacer otra cosa que no sea
juzgarme a pesar de que sé unas cuantas cosas sobre cómo se gana la vida
y cómo consigue enviarle periódicamente dinero a mi madre sin que me dé
cuenta o nuestro progenitor. Otra de las razones por las que quiero hacerme
rico es para poder devolvérselo todo y no deberle absolutamente nada.

Somos hermanos, lo cual nos hace iguales.

Él no es mi padre, pero se comporta como uno desde que supo de mi


existencia.

—Jake Jacobs está aquí —explico dejando las píldoras sobre la mesa.

Tanner aprieta la mandíbula, viéndose frío y como una persona capaz de


pensar en momentos de crisis. Está usando una chaqueta y una gorra de los
Cougars porque no quería ser reconocido como el mariscal de los
Longhors. Todo Texas lo conoce y habrían hecho un círculo a su alrededor
a penas lo hubieran reconocido, lo cual odia porque sencillamente odia a
todo lo que se mueva y no sea perfecto.

Todo Texas lo ama.

Él no ama a nadie.
—Lo vi.

—¿Te ofreció entrar al programa de los Dallas de nuevo? —pregunto con


un tono de voz que dice todo lo que siento al respecto, con respecto a que
esos sean mis sueños y él los rechace tan fácil como si nada, y afirma
secamente, lo cual solo empeora mi estado de ánimo.

Tiene el maldito talento.

Tiene las malditas oportunidades.

—¿Qué le dijiste?

Me mira como si quisiera matarme.

—Lo mismo que les digo todo el tiempo —sisea—. Que no quiero ser su
maldita marioneta y que prefiero esforzarme con mi cerebro, no con mi
cuerpo, que es lo que tú también deberías hacer, no pretender ascender
como un hombre de color que no ha recibido ningún tipo de educación. Tu
madre te llevó a la escuela. Tienes algo dentro de tu cabeza. No tienes por
qué querer ser su puta. Una ficha para que los empresarios apuesten y se
hagan más ricos o pierdan dinero los fines de semana, desechable cuando
se aburran o ya no les sirvas para ser su figura de plástico en su juego
porque te rompiste. —Al ver la manera en la que me estremezco debido a
sus actitudes clasistas y racistas, las cuales no puede evitar, se fuerza a sí
mismo a calmarse y a suavizar su tono de voz, lo que lo hace aún peor
porque lo hace parecer más mi padre y malditamente no lo es—. Pago tu
universidad, Malcolm. Lo único que debes hacer es graduarte. —Aprieta
mi hombro—. Podemos deshacernos de él y recuperar Reed Imports. La
destruiremos, pero solo para iniciar de cero el camino hacia hacernos ricos.
No tienes por qué hacer esto. Este no es el único camino.

Tiemblo debido a la ira.

Echo mi hombro hacia atrás al recordar la verdadera razón por la que


Tanner está cerca, deshaciendo su agarre sobre él.

—Este es mi sueño. —Me levanto, empujándolo—. No soy bueno con los


números como tú. No soy bueno engañando a la gente como tú. No soy
inteligente o hábil como tú. —Mi voz es clara—. No soy tú, Tanner. Mis
sueños no son los tuyos y debes respetarlos. —Sus fosas nasales se
expanden como si hubiera dicho algo que lo tiene al borde del
desequilibrio, pero no es lo que digo. Es lo que estoy haciendo. Me echo
hacia atrás y libero su ropa de mis manos—. Si realmente me quisieras
como das a entender, me apoyarías.

Me doy la vuelta debido a lo patético que sueno, porque no tengo que


esperar nada de él cuando fue criado por el hombre que ni siquiera se
molestó en verme un solo día después de que se cansó de follar a mi madre
a escondidas, pero aún así lo hago. Apoyo mi frente en la pared, ideando
las palabras para acercarme a Jake y preguntarle si el tiempo que pasé en
el campo es suficiente como para que haya llamado su atención, ya
aceptando que no volveré a jugar por hoy, pero el sonido de un material
deslizándose sobre el escritorio de Rex hace que me gire.

Cuando lo enfrento de nuevo el casco de rejillas se encuentra ocultando su


rostro.

Luego se quita su chaqueta.

—¿Qué se supones que haces? —le pregunto, seriamente preocupado


porque haya enloquecido por completo.

—Apoyar esta horrible meta tercermundista que tienes —gruñe—. Dame


tu uniforme.

—¿Qué…? —empiezo, pero me interrumpe empujándome hacia la pared


y haciendo ademán de quitarme el uniforme. No soy un homofobico, pero
no permitiré que me toque de esa manera incluso si es mi hermano, así que
lo empujo hacia atrás—. ¿Pretendes salir ahí afuera y fingir que soy yo?

—¿Debo hacer dibujos para que entiendas lo que estoy haciendo? —Coloca
su mano sobre mi hombro y aprieta mi nuca de una manera que no había
hecho antes—. No entré en tu vida solamente porque necesitara tu firma
destruir a nuestro progenitor. Lo hice porque eres mi hermano. Mi único
hermano. —Me ve fijamente. Es tan bueno convenciendo a las personas
que le creo—. Haría cualquier cosa por ti, Malcolm, incluso esto. Eres la
única persona que lleva mi sangre que me hace querer ser mejor.

Sonrío, pero dentro de mi pecho mi corazón va rápido.

—¿Menos clasista, racista y nazi?

Sus labios finos se curvan hacia arriba con humor agrío.


—Vamos a dejarlo solo en mejor —dice antes de echarse hacia atrás y
continuar desvistiéndose.

Lo imito, quitándome cada prenda de mi uniforme con una sensación


extraña en mi pecho.

—Esto es una locura —susurro cuando termino.

Se encoje de hombros, viéndose como yo.

Su piel es más clara que la mía, pero ambos somos mariscales de campo.

Ambos tenemos la misma constitución y facciones casi idénticas.

Todavía no se sabe que somos hermanos, así que solo un loco experto en
teorías conspirativas nos descubriría.Oculto mi rostro con su gorra mientras
empezamos a salir de las duchas. No hay nadie cerca para percatarse de lo
que hicimos. Antes de que nuestros caminos se separen, el suyo hacia el
campo, hacia una victoria segura, y el mío hacia la banca, con los
perdedores, susurra hacia mí.

—Lo que planeas para tu vida es una locura aún peor y aún así te juro que
cumplirás todas tus metas —dice, viéndome de nuevo de esa manera. Como
si lo fuera todo para él cuando el maldito lo tiene todo, así que no tiene
razones para estar aquí salvo esa estúpida firma para adueñarse de Reed
Imports—. No importa lo que tenga que hacer, un día jugarás para los
Dallas. Probablemente luego te lesionarás y morirás pobre, pero cumplirás
tu sueño. Te lo prometo, Malcolm. Serás una estrella del fútbol, chico.

Solo porque él brillará con mi nombre.

—Tú también cumplirás el tuyo —le aseguro y la verdad es que no he


estado más seguro de nada en la vida: Tanner Reed forma parte de ese
pequeño porcentaje que nació para triunfar sin necesitar mucha ayuda,
maldito, hijo de puta o todo lo que quieras.

Afirma, humilde, y me mira una última vez antes de correr hacia el campo.

Me siento en la parte más alejada de las gradas una vez hacen el cambio,
Samuel luciendo golpeado y feliz porque haya regresado al juego. Con un
nudo en la garganta que no se deshace sin importar cuántas cervezas beba,
lo contemplo cumplir mis sueños.
Sueños que para él significan nada, pero para mí representan todo.

Como ha sido siempre.

¡Hola, bienvenidas a esta nueva aventura! ¡Espero que se diviertan!

Capítulo 1

Houston, Texas.

Presente:

Hay dos mujeres importantes para mí.

Mi madre, quién me crió, y mi esposa, quién también es mi mejor amiga.

Después de pasar un rato en la cama usando mi teléfono, alzo la vista hacia


ella al verla salir de la ducha. Tiene la figura de una modelo brasileña y la
estatura de una europea. Sus rasgos son claramente de ascendencia latina,
mexicana en su caso. Su cabello negro, el cual por un momento fue rubio,
lo cual me gustó un poco, se desliza por su cintura mientras se retira la
toalla y se dirige al armario en todo su esplendor desnudo, seguro e
imponente.

Es impresionante, pero es aún más impresionante en lencería o saltando


sobre mí con mi polla dentro.

—Son las seis de la mañana —me quejo subiendo sobre las almohadas y
entrecruzando mis brazos tras mi cabeza, lo cual hace que las sábanas
blancas se deslicen por mi cuerpo y revelen mi torso y los huesos de mi
cadera sobre los cuales se encuentra la piel que tanto le gusta arañar con
sus uñas—. ¿Por qué tienes que ir al trabajo a esta hora?

Sé que el trabajo es lo más importante para ella, pero a veces me gustaría


que nuestro matrimonio lo fuera más. Sinceramente pensé que eso
cambiaría después de que nos casáramos y me desilusionó un poco que no
lo hiciera. Es lo que le hace más feliz en el mundo, sin embargo, y sé que
su manera de verme cambiará si le sugiero bajar la intensidad con respecto
a ello. No nos haré eso. Ella pertenece a ese porcentaje de gente exitosa que
logra surgir desde cero, debido a que renegó de la ayuda de sus padres, y
hacerse rica a través de un talento o su cerebro. Una prodigio.

Pero se esfuerza a diario.

Se esfuerza tanto que siempre necesita masajes, desestresarse en el


gimnasio o en la cama.

—Tengo muchos proyectos que acabar antes de que tengamos que viajar
hoy —responde mientras entra en un hermoso conjunto de lencería negra,
girándose un momento para sonreírme. Mi pecho se oprime. Desde que la
vi por primera vez ninguna mujer igualó su belleza. Su encanto. Su aire
liberal y despreocupado, como una mariposa que solo lastimarías de
intentar atrapar en un frasco de cristal—. A menos que no quieras que vaya
—sugiere y lo dice con tono burlón, sabiendo que es mi amuleto de la suerte
ya que no he perdido ningún juego desde que estamos juntos, pero sus ojos
cansados y agobiados me cuentan todo lo contrario: que está agotada y
colapsada con tanto.

Es la responsable de mis victorias, quiero dárselo todo porque es una diosa


y eso me anima a entregar todo en el campo, pero antes de ello es mi esposa.
Me levanto de la cama y ando hacia ella sosteniendo el trozo de tela contra
mi cuerpo hasta que recuerdo que mi chica lo adora y lo dejo caer por
completo en el suelo, exhibiendo mi desnudez. Sav presiona su frente
contra mi hombro, confirmando mis sospechas de que está exhausta,
cuando la abrazo por un largo instante.

Es perfecta.

Cuando finalmente le dio una oportunidad a lo nuestro, vi el jodido sol por


primera vez.

—Puedes quedarte si quieres, bebé —susurro presionando mis labios


contra diferentes partes de su precioso rostro, haciéndola sonreír de esa
forma suave y amorosa que amo porque me hace sentir que estoy siendo
bueno haciéndola feliz, lo cual significa todo para mí. Mis dedos se
deslizan suavemente por encima de su vientre—. Queremos llenar esto
pronto, ¿recuerdas? —Afirma, su rostro ahora escondido en mi cuello—.
Por lo que he leído el estrés no es bueno cuando estás buscando un niño.
Podría dificultarnos las cosas.
—Tienes razón, pero de todas maneras me sentiré mal si no voy.

—Está bien, Sav. Incluso si pierdo. —Sostengo su rostro entre mis


manos—. Eres más importante para mí que un juego. —La beso
suavemente—. Nuestro hijo es más importante.

Sonríe, poniéndose de puntitas y envolviendo sus brazos alrededor de mi


cuello. Solo está usando un conjunto negro de lencería con ciertos lazos y
encaje, lo cual me vuelve loco, y mis manos rápidamente bajan a su cintura.
Estar con ella es tener el paquete completo. La belleza. La sensualidad. La
inteligencia. Solo un loco le diría que no o se resistiría.

—Si no voy eso significa que podré llegar un poco más tarde al trabajo.

—¿Sí? —murmuro contra sus labios, una de mis manos colándose en el


interior de su bralette. Sav no necesita copas porque sus pechos son
sustanciosos y firmes, por lo que la tela solo sirve como un hermoso
adorno—. ¿Vas a volver a la cama con tu esposo?

Asiente, estremeciéndose como una gatita con ganas de que se lo meta, y


hago uso de los músculos que entreno a diario en el gimnasio tomándola
en brazos y llevándola de regreso a nuestro nido de amor. Sus ojos grises
me recorren con hambre cuando la dejo en el centro del colchón y bombeo
mi erección con mi mano, viéndola esperarme.

Es tan hermosa.

Mi anillo de compromiso de diez quilates en su dedo grita cuánto vale para


mí.

Me costó casi un millón de dólares y siento que me quedé corto. Sav se


molestó cuando supe que había gastado tanto dinero en una joya, pero de
igual manera lo amó y no se lo quita para hacer absolutamente nada. Le
gusta. A la presa le gusta más, puesto que la posicionó en el puesto número
cinco de la lista de las mujeres de deportistas que son más valiosas por sus
esposos a nivel mundial. Es la segunda en USA.

No es la primera porque no llevamos tanto tiempo juntos.

Cuando estemos en nuestro segundo o tercer aniversario, lo estará.


—¿Te gusta lo que ves? —pregunto con voz ronca y asiente, deslizando su
mano en el interior de sus panties para tocarse a sí misma mientras me
observa.

Es la criatura más sexy que habita sobre la faz de la tierra.

La manera en la que gime me vuelve loco. La manera en la que sus piernas


largas y esbeltas se separan casi con timidez para permitirme observar su
centro mientras se da placer. La necesidad de que la folle como le gusta,
duro y áspero, grabada en su cara. Si realmente lo intentara o hubiera
tomado clases para ello no sería tan buena, pero Savannah es lo equivalente
a un Playboy en mujer.
Nació para que todas sus necesidades fueran cubiertas.

Como su esposo ese es mi trabajo.

Me lo ha dejado claro exigiéndome que la folle hasta que ambos


terminemos rotos al menos una vez por semana, lo que suele acabar
conmigo y con ella no pudiendo caminar de manera normal al día siguiente
ya que mientras más intenso y sucio, más complacida queda.

—¿Quieres que te folle rápido o quieres que me tome una hora o dos
haciéndolo? —pregunto tras inclinarme hacia adelante, mis manos
deslizándose por su torso hasta que ahuecan sus pechos y los aprietan—.
Mierda, Savannah —siseo, viendo sus pezones fruncirse aún más contra la
tela—. Me vuelves loco cuando usas lencería, ¿lo sabes, no?

—Me lo has repetido un millón de veces —susurra, sus dedos enredados


en mi cabello.

—Entonces si lo sabes significa que pretendías provocarme vistiéndote así


frente a mí, ¿no es así?
Tienes en tu cajón un montón de piezas de algodón que podías usar para ir
al trabajo —la acuso—. Así que evidentemente querías que te retrasara
follándote como a una puta.

Sav ríe, retorciéndose cuando bajo mi mano a su centro y reemplazo la


suya. Nunca me toma en serio cuando le hablo sucio, pero le gusta. Lo sé
por la manera en la que sus ojos brillan con un brillo especial. Un brillo que
trae aún más humedad a su centro. La follé anoche, así que mis dedos
encuentran su piel tierna, receptiva y sensible a mis caricias.
Está mojada.

Está cálida.

A mi chica le gusta lo que le hago.

Le gusto yo.

—No —miente, lo cual leo en sus ojos grises, y la masturbo más fuerte,
buscando estimular su punto g directamente con mis dedos con un frote
rudo, a lo que su cuerpo se arquea y sus dedos se encogen—. ¡Sí! —grita,
lo cual hincha aún más mi miembro—. ¡Sí!

—Zorra provocadora —gruño, terminando de posicionarme entre sus


piernas y llevando la punta de mi polla a su centro, el cual se contrae al
sentir la manera en la que empiezo a encajar en él antes de finalmente
abrirse y relajarse del todo para que me la coja.

A pesar de que le gusta que la trate como una prostituta del GTA, se corre
más rápido y más fuerte, más veces, cuando lo hago, entrelazo nuestros
dedos y tengo cuidado de no lastimarla con mi peso mientras la embisto y
la beso con una necesidad que muchos podrían considerar insana. Es la
mujer más hermosa del planeta y la más inteligente, el premio mayor, y no
puedo creer que me haya elegido a mí de entre todas las opciones que tenía.

La amo por eso.

Por hacerme sentir por encima de todos por el solo hecho de sostener mi
mano y llevar mi anillo. Por encontrarse en en mi cama. Por estar ahí para
mí cada vez que la necesito.

Cuando se corre instantáneamente yo lo hago, puesto que para mí no hay


mayor placer que verla acabar debido a mi polla. No usamos protección,
así que el semen se desliza por sus muslos cuando me retiro y me acuesto
a su lado. No se mueve, satisfecha, por lo que rodeo su cintura con mi brazo
y hago que se acurruque en mi contra. Estaba cansada antes de que la follara
y está más cansada ahora, así que cierra sus ojos. La abrazo sin poder
soportar que esté así por mi culpa, que haya estado trabajando como loca
para poder acompañarme a mi próximo juego. Debe irse a trabajar en dos
horas como mucho, así que la dejo descansar. Le tomo una foto a su rostro
sobre mi pecho porque luce adorable y la subo a Instagram. Mis fans no
tardan en responder a ella con corazones, pero mi hater número uno no
puede faltar, quién juro que debe ser un tipo amorosamente frustrado y
envidioso que no soporta verla conmigo.

malcolmreedlatienepequeña: No deberías subir fotos de tu chica sin su


consentimiento. Tú elegiste esa vida, pero todos sabemos que a Savannah
le gusta la soledad. No es un trofeo para que lo exhibas cada vez que te da
la gana, Malcolm. Es tu esposa. ¿No notas lo incómoda que se ve a veces?

Nuestra conversación tiene un largo historial de hate, pero este mensaje en


particular se siente diferente. Como si la conociera lo suficiente como para
decir eso. Como si me conociera. Todo el tiempo pensé que se trataba de
un hombre al que Sav había rechazado en alguno de mis juegos ya que si
estos suelen obsesionarse con los jugadores, a veces se obsesionan aún más
con sus mujeres al creer que teniéndolas tendrán sus vidas. malcolmreed:
¿Cómo sabes que fue sin su consentimiento? malcolmreedlatienepequeña:
Porque son las seis de la mañana y está dormida.
malcolmreedlatienepequeña: Una persona no puede dar su
consentimiento dormida. malcolmreed: ¿Pero cómo sabes que no fue
preparado?

Esta vez tarda en responder.

malcolmreedlatienepequeña: Preparado o no deberías hablar seriamente


con ella y preguntarle si esta vida en la que no tiene ningún tipo de
privacidad es la que quiere. malcolmreedlatienepequeña: Sospecho que
te dirá que no.

Mi ceño se frunce. Hasta donde sé Savannah está de acuerdo con formar


parte de todo lo que representa ser la esposa de un deportista de alto nivel,
pero si la persona que me ha escrito en todo este tiempo realmente la
conoce… creo que me quedaría más tranquilo si hablo con ella al respecto.
No puedo cambiar quién soy, pero puedo intentar que tengamos un poco
más de privacidad. No es un tema de conversación para sacar ahora que
está dormida, así que borro la foto que acabo de subir de ella, dándole la
razón al hater, y me prometo a mí mismo no publicar más fotos de mi chica
hasta que hayamos hablado de esto. Me levanto cuidadosamente de la cama
para no despertarla y me cepillo los dientes antes de entrar en un par de
shorts y zapatillas de deporte. Me dirijo al gimnasio de nuestra mansión de
cinco millones de dólares, la cual mi esposa diseñó cuando todavía era mi
prometida e hice realidad en tan solo un par de meses, y comienzo a
ejercitar apreciando la vista que tenemos hacia nuestro lago artificial.

Corro en la cinta hasta que entro en calor. Luego hago pesas. Funcional.

Cuando estoy por terminar, dos horas después, se asoma bajo el umbral la
puerta, lista para irse.

Lleva un vestido negro ceñido al cuerpo de mangas largas y tacones que


estilizan todavía más su figura. Si fuera un cerdo machista me preguntaría
por qué debe lucir tan bien para ir al trabajo, pero no lo soy. Me gusta que
se vea como una reina porque solo así, con ella junto a mí, soy un rey.

Me ve con hambre, así que dejo mis pesas sobre la barra y me acerco.

—¿Te espero para el almuerzo? —pregunta y asiento.

—Claro que sí, bebé. Te acompañaré al doctor.

Hoy es el día que se quitará su anticonceptivo. No podremos empezar a


hacer a nuestro bebé ahora mismo porque tengo que viajar a Austin a las
tres y a penas tendré tiempo para acompañarla a la consulta, pero cuando
regrese será lo único que haremos. Mis días han sido mucho más brillantes
desde que me dijo que quería convertirse en madre. Que encontraría un
equilibrio entre ello y sus metas. He querido empezar nuestra familia desde
el día que la conocí, atraparla conmigo para siempre, así que estoy más allá
de feliz con ello. Es una garantía de que seremos para siempre además del
matrimonio.

—Bien —dice, sonriendo, pero aparta el rostro cuando me acerco para


besarla.

—¿Por qué haces eso? —susurro—. ¿No quieres besarme?

—Sí, pero estás lleno de sudor y no tengo tiempo de ir a cambiarme o


lavarme. Me quedé dormida y tengo una junta importante en quince
minutos. —El fastidio me recorre. Sav lo nota—. ¿Qué?

—¿Cuánto te pagarán? —pregunto.


Su ceño se frunce.

—Una pareja quiere que diseñe su casa. No mucho, pero son adorables,
¿por qué? —Su rostro se vuelve tímido—. ¿Necesitas dinero, Mal? —Mi
equipo de abogados insistió en que firmáramos un prenupcial. El equipo
también. No quería, pero Savannah también estuvo de acuerdo. Pensó
como una empresaria antes que como una novia enamorada. Eso significa
que nuestras cuentas están separadas y no puede saber cuánto dinero tengo,
pero es mi esposa y se hace una idea—. Te dije que no necesitaba un auto
nuevo. Ni siquiera me gustan los deportivos. Sabes que amo Mercedes y
me compré el auto de mis sueños hace mucho.

Ignoro el pinchazo que siento al escuchar a mi esposa preguntar si necesito


dinero.

Me acabé parte de mi fondo iniciando nuestro matrimonio, dándole los


lujos que merece, pero pronto firmaré con los Dallas. Eso me hará más que
rico. Sin embargo, no soy pobre. Todavía puedo permitirme muchas cosas.
Darle a ella un millón de dólares o la mitad de ello, lo que sea que la pareja
vaya a pagarle, para que se quede conmigo y me acompañe a Austin suena
como una buena inversión, en especial tomando en cuenta que con ella
presente juego mejor y que este juego en particular es uno de los más
importantes de mi carrera.

Mi último juego con los Kings, puesto que decidí no renovar mi contrato
con ellos luego de darle dos Super Bowls. Este se vence mañana e
instantáneamente firmaré con mi equipo de ensueño. Será duro dejar a los
chicos atrás, así como también al equipo que creyó en mí, pero este es mi
sueño desde niño. Mi equipo personal también se irá conmigo, así que por
ese lado al menos no será tan duro.

—Te pregunté cuánto te pagarían porque quería saber si existía la


posibilidad de yo darte ese dinero a cambio de que no tengas trabajo y
puedas ir a Austin conmigo.

Su frente se arruga.

—Pensé que habíamos hablado y acordado que no iría. Si me hubieras


dicho lo importante que era esto para ti, me habría ido a trabajar temprano
y habría terminado antes.
Me encojo de hombros, mis manos buscando su cintura.

—Eso fue antes de saber que solo perderías unos cientos de miles de dólares
o menos.

El semblante de Savannah cambia, volviéndose duro.

—Quizás no firmo contratos multimillonarios, pero estoy orgullosa de lo


que hago. Construir casas no es mi sueño, pero es mi trabajo, es mi nombre
el que está en juego, y aprecio lo mucho que he podido avanzar hasta ahora.
Mi empresa de diseño cada vez es más grande. Cada vez me acerco más a
lo que quiero.

La observo. Me gustaría decir que lo que dice es cierto, pero muchas


puertas se cerraron para ella después del escándalo del estadio de los
Rangers. He intentado arreglarlo sin éxito. El viejo imbécil quemó su
nombre ante sus amigos dueños de todas las constructoras importantes de
Texas, haciendo que no consideraran a Savannah para ningún proyecto
debido al escándalo. Es una lástima. El estadio que diseñó es un orgullo
para América, dicho por el propio presidente de los Estados Unidos cuando
lo visitó durante la campaña.

—Sav… —insisto—. Es solo un proyecto, nena. Ni siquiera tienes por qué


cancelarlo, solo aplazarlo. Les puedes ofrecer una rebaja si esperan un poco
y yo costearé la diferencia.

Empieza a temblar con ira, casi como si le hubiera dicho que me gusta
alguien más.

—Nunca te he pedido que canceles nada, Malcolm, ni que rebajes el tiempo


que le dedicas al fútbol.

Me fuerzo a mí mismo a relajarme ante su tono de voz.

—Lo sé, nena. No quise menospreciar tu trabajo. Es solo que…

—Es solo que no le das la misma importancia que al tuyo. Piensas que
dándome dinero puedo prescindir de él, pero esa no es la persona que escogí
ser. Si hubiera querido darme la buena vida a costa de un hombre ni siquiera
habría ido a la universidad. —Se aleja de mí—. Lo que más me duele es
ver que no crees en mí. No solo debo quedarme porque tengo una casa que
construir, sino también porque necesito tener algunas cosas listas antes de
reunirme con un grupo de ingenieros. —Desvía la mirada hacia el pasillo—
. Tengo el contrato de mi vida a mi disposición. Finalmente recibí la oferta
que llevo años esperando.

Mi frente se arruga.

—¿Por qué no me lo habías contado?

—Llevo meses sabiéndolo. —Me mira—. Pero no había decidido aceptar


hasta ahora.

—¿Por qué?

—Porque Reed Imports me quiere para que diseñe su puerto. No quería


aceptar porque te estaba poniendo primero a ti, porque no quería generar
ningún tipo de incomodidad entre Tanner, tú y yo, pero me acabas de
demostrar que tú no eres capaz de hacer lo mismo. —Se da la vuelta—. Mi
sueños no son un juego y no volveré a desperdiciar ninguna oportunidad
que se me presente, no importa a quién involucre o a quién afecte.

—Sav… —murmuro, siguiéndola—. No quise decir que tu trabajo sea un


juego.

—Sí quisiste decirlo —dice, enojada, dándose la vuelta antes de salir por
la puerta principal de nuestro hogar, la cual siempre le dice a nuestros
invitados que trajo de Roma—. Lo cual es irónico porque eres tú quién
juega en un campo y nunca, Malcolm, nunca te he menospreciado debido
a ello, sino más bien todo lo contrario. Te he defendido cada vez que
alguien ha menospreciado tu profesión. Me he adaptado a un estilo de vida
que nunca anhelé por ti. He soportado a la prensa por ti. Renuncié a mi
soledad y a mi privacidad, lo cual amaba porque ambos sabemos que no
soy una persona social, por ti. Te he perseguido y apoyado en cada juego
que has tenido desde que lo formalizamos sin importar cuán cansada o
agobiada estuviera. —Mi corazón se rompe al ver las lágrimas en sus ojos
grises. Al parecer el hater tenía razón—. Y tú no terminas de entender que
lo más importante para mí, incluso sobre ti o sobre cualquier hombre que
haya estado en mi vida, sobre formar una familia o sobre el matrimonio, es
dejar un legado haciendo lo que amo. Decidí hacer eso antes de decidir ser
tu esposa y mucho antes de conocerte a ti o a tu hermano.

Trago, viéndola irse.


—Sav… —No sé qué decir para arreglarlo—. ¿Qué quieres para el
almuerzo?

Quizás al mediodía cuando nos veamos estará más tranquila y podré decirle
que no me importa que sea él quién cumpla sus sueños, aunque sí lo hace,
y que la apoyaré en todo.

Pero con su respuesta me deja en claro que no será tan fácil arreglarlo.

—Soledad.

Ay :(

Capítulo 2

Lo que más ansío es aparecer en la oficina de Savannah y disculparme, pero


no quiero que piense que no escucho cuando me habla o que no accedo a
sus peticiones. En el caso de sí estar agobiada por el estilo de vida que le
doy, lo cual no había dicho hasta que tuvimos nuestra pelea, es entendible
que quiera pasar un momento sola y sin el escándalo de la prensa que me
persigue a todas partes, por lo que la complazco. Paso el resto del día
entrenando en casa, hablando con mi agente, Jasper, sobre una campaña
para Adidas y le envío a mi esposa un ramo de rosas de la compañía de su
madre, quién me llama cuando le digo a la chica que trabaja para ella que
quiero el ramo más grande que puedan hacer, el cual consta de mil rosas
frescas y recién cortadas directamente de sus viveros.
Considero no responder porque sé que solo quiere información, pero
Larissa es insistente.

Si no le contesto es capaz de llamar a Sav y no quiero enojarla aún más


involucrando a sus padres en nuestro primer drama matrimonial, puesto
que hasta el momento todo ha sido perfecto. Fiestas. Eventos. Viajes. Citas
en las que me he esforzado por hacerla sentir especial. El mejor sexo de mi
vida y los mejores momentos con mi pareja como recompensa. No solo es
mi esposa, es mi compañera. La chica que nunca me presiona y que siempre
está ahí para reír conmigo al final del día, viendo películas y comiendo
pizza en nuestra cama.

Esto fue solo una pelea.

De ninguna maldita manera puede significar nuestro fin.

Solo debo enfocarme en ser más delicado con el tema de su trabajo a partir
de ahora. Darle más espacio. Quizás contratar guardaespaldas que
mantengan lejos a los paparazzis. Sentarme con ella y preguntarle con
cuáles cosas está conformes y con cuales no. Tal vez he estado tan
enfrascado en la felicidad que tengo al tenerla como mi esposa que no me
di cuenta de que estaba apagándola. Consumiéndola. Lo menos que quiero
es lastimarla.

Cualquier cosa que haya hecho mal, lo arreglaré.

—¿Larissa? —respondo—. ¿Cómo estás?

—No es el cumpleaños de Savannah, ni San Valentín o ha ocurrido algo


que amerite que le des un ramo tan grande a mi hija —dice, yendo al
grano—. ¿Qué le hiciste a mi hija, Reed?

Me tenso ante su evidente acusación, pero no permito que mi irritación se


escuche en mi voz. He luchado porque ella y Will se den cuenta de que no
soy como mi hermano, quién le rompió el corazón, y por ser aceptado por
los Campbell como el marido de su única hija biológica, mas con ella que
con su esposo, así que no considero justo que lo haga ahora ya que he
demostrado durante estos dos años, casi tres, que Savannah lo es todo para
mí.

—Solo tuvimos una pelea.


—¿Por qué? —presiona—. ¿Qué le hiciste ? Me agradas, pero Sav es mi
niña. La defenderé de cualquier idiota que la quiera herir y si tú lo has
hecho, Malcolm, haré que te deje. No es personal, pero no quiero verla
sufrir de nuevo. Ningún hombre merece sus lágrimas. Mi rosa es demasiado
para cualquier hombre sobre la faz de la tierra y aún así te eligió.

—Estoy de acuerdo —murmuro recordándola aguantar las lágrimas frente


a mí debido a que sintió que insulté su trabajo, lo cual no fue a propósito.
Si pudiera retroceder el tiempo me disculparía de rodillas—. Solo tuvimos
diferencias de acuerdo a nuestras profesiones. No la engañé o maltraté.
Nunca le haría eso a una mujer y mucho menos a una que amo.

La escucho gruñir del otro lado de la línea.

—Bien —dice por lo bajo—. Iré a cenar con ella hoy. Si te contradice será
tu fin, Reed.

Aprieto mis dientes.

—Fue un placer hablar contigo, Larissa. Saludos a Will.

—Igualmente, cariño —pronuncia ya con un tono de voz más amoroso—.


Si el problema se debió debido a que Sav no te dedica el tiempo que
cualquier esposa normal te dedicaría, te recuerdo que te casaste con mi hija,
no con una ama de casa. Su trabajo está primero. Si así la llevaste al altar,
así será para siempre. No tiene por qué cambiar por ti o por cualquiera.

—Lo entiendo. Lo entendía antes y lo entiendo ,mucho más ahora. No


volverá a pasar.

—Buen chico. —Ahora soy su perro—. Suerte en el partido de hoy.

—Gracias.

—¡Adiós!

Me cuelga, lo cual se siente como un alivio. Claramente fue una


equivocación llamar a su floristería y no a cualquier otra de la ciudad, pero
es la mejor en lo que hace y Savannah solo merece lo mejor. Termino de
hacer mi maleta con la esperanza de que en cualquier momento entre por
la puerta y me diga que va a acompañarme, pero eso nunca pasa. Almuerzo
vegetales, pollo y puré de patata que el ama de llaves prepara para mí, solo.
Antes de irme, cuando la van de los Kings se estaciona frente a mi hogar,
le envío un mensaje.

Malcolm: Ningún viaje es el mismo sin ti, bebé, pero no quiero hacerte
infeliz.

Malcolm: Espero que te haya ido bien con la pareja. Estoy seguro de que
los harás felices.

Malcolm: Eres talentosa y lamento no decírtelo tan a menudo o con la


frecuencia con la que te digo que eres hermosa. Soy un bastardo afortunado
y eres ambas cosas, nena.

Malcolm: Sé que unas flores quizás no lo arreglen, pero lo siento.

Malcolm: Te quiero.

Tras terminar de escribirle guardo mi teléfono en mi bolsillo. Marcus, mi


mejor amigo, nota mi cara de cachorro apaleado y me mira fijamente
cuando me siento a su lado tras saludar al resto de los integrantes del
equipo. Algunos están felices por mi retirada, pero otros me guardan cierto
resentimiento porque piensan que el equipo no será lo mismo sin mí o
simplemente no me desean ningún éxito. Cosas que pasan siempre entre
jugadores: algunos se alegran, otros no. El juego es a las ocho. Pasamos
todo el día de ayer entrenando, así que solo calentaremos antes de iniciar.
En cuestión de segundos nos ponemos rumbo al aeropuerto y es entonces
cuando Marcus, habitualmente silencioso, habla.

—¿Tuviste algún problema con Savannah?

—¿Cómo lo sabes?

—Se te ve en la cara, Mal —dice.

Él también firmará con los Cowboys de Dallas, así que es el único aquí que
entiende mi posición y que no me juzga. Me siguió. Somos amigos desde
que estábamos en la universidad y en este mundo los amigos sinceros son
escasos, así que nos apreciamos al punto punto de que exigí un puesto para
él en el nuevo equipo al que me iba y aceptó.

—Solo tuvimos un pequeño inconveniente, pero nada que no pueda


arreglarse.
—Los problemas son normales cuando te casas —susurra como si no
tuviera sentido lo que digo o el por qué me afecta de la manera en la que lo
hace.

Lo miro con los ojos en blanco. Su relación con Abby es perfecta. La razón
por la que Sav no está en el puesto número uno de las esposas por las cuales
sus maridos deportistas se desviven, es ella. Casi la mitad de todo el dinero
que hace mi amigo va a las organizaciones de caridad que ella maneja.
Cientos de millones de dólares destinados a niños con problemas de
atención o algún espectro autista, como él.

—Lo dice el del matrimonio perfecto.

Marcus sonríe, mirando hacia afuera.

—Es porque Abby es perfecta y yo solo tengo la tarea de hacerla feliz, la


cual hago bien.

—Sav también es perfecta —gruño, pero me sorprende asintiendo.

—Lo es —dice y suena sincero—. Es una buena mujer.

No sé qué decir después de esto, no quiero desconcentrarlo contándole mis


problemas cuando el juego está tan cerca, así que simplemente guardo
silencio y miro por la ventana por el resto del viaje hacia al aeropuerto,
dónde un jet privado nos espera para ir a Austin.

*****

Este es mi último juego con los Kings, quienes fueron los primeros en creer
en mí. Jake Jacobs me mandó con ellos porque pensó que no era lo
suficientemente bueno para los Dallas incluso cuando fue a mi hermano a
quién vio jugar en la universidad y no a mí, pero el tiro le salió por la culata
cuando gané dos Super Bowls y los Cowboys lo enviaron a reclutarme, lo
cual alagué porque no estaba seguro de si quería irme y quería hacerlo
sufrir. Mi relación con Tanner no ha estado del todo bien últimamente, pero
aún así siento sus ojos en mí desde el palco o tras la pantalla en algún sitio
del mundo. Él no se perdería esto.

Después de todo no soy más que otra de sus invenciones.

—Hoy estamos aquí no solo para ganar, sino para despedir a dos de los
grandes —dice el entrenador Dawson cuando nos encontramos en las
duchas antes de salir al campo. Jugaremos contra los Bears de Chicago. El
hombre se detiene en medio de nosotros con una chaqueta roja que le queda
demasiado grande, pero que porta con estilo, al igual que su gorra del
equipo—. Malcolm y Marcus, el equipo no será lo mismo sin ustedes, pero
los Kings siempre estaremos agradecidos por la manera en la que dejaron
en alto nuestro nombre no una, sino dos veces, convirtiéndonos en el
equipo más joven en ganar un Súper Bowl. Para siempre estarán en
nuestros corazones. Aunque no les podamos ofrecer lo mismo que el
Dallas, nuestras puertas siempre estarán abiertas para ustedes.

Le sonrío, una opresión en mi pecho que no puedo deshacer.

Siento que lo estoy traicionando.

Siento que los estoy traicionado a todos, pero todos harían lo mismo de ser
yo.

No es personal.

—Muchas gracias, entrenador —le digo, haciéndolo sonreír a pesar de la


humedad en sus ojos y de que se ha convertido en la segunda persona que
me hace sentir como un bastardo el día de hoy—. Tanto Marcus como yo
siempre estaremos agradecidos con el equipo y en deuda con todos nuestros
compañeros, quienes se quedan en un buen lugar.

Marcus se pone de pie al igual que yo lo hice.

—Fue bueno jugar con ustedes.

Los que solían ser mis chicos se despiden de manera más amistosa de él
que de mí. Lo hacen porque consideran que soy la pieza clave que al faltar
enviará al equipo al desagüe, el cual tenía las esperanzas de ganar un tercer
Súper Bowl consecutivo, pero no comparto esa opinión. Un equipo es
bueno porque todos sus integrantes lo son, no solo uno de ellos. A pesar de
todo, espero que les vaya bien. Les tengo cariño a todos ellos y eso no ha
cambiado. Fui su mariscal de campo estrella, pero también su capitán.

Estuve cuando se casaron.

Estuve cuando tuvieron a sus hijos.

Estuve en cada cumpleaños que hicieron.


En parte puedo entender que se sientan abandonados.

Una vez terminamos con todas las emociones, nos ponemos de pie y
salimos al exterior. Antes de que entremos al campo escucho al
comentarista decir que este será mi último juego con los Kings, lo que
genera varias emociones en los espectadores. A los fanáticos de los Kings
les duele que vaya a abandonar el equipo, pero les alegra que de todas
formas vaya a dejar el nombre del estado en todo lo alto al transferirme a
un equipo del mismo estado. Estamos en el estadio de los Rangers, el cual
también puede transformarse en un campo de fútbol americano, y me
encantaría ver a Sav aquí para recordarle que hace obras de arte, pero
supongo que más tarde le enviaré un mensaje para decirle lo hermoso que
es todo. Ella odia venir aquí porque la construcción se transformó en algo
malo para su carrera, pero la verdad es que es hermoso y no hay nada en
este país que se le acerque. Los niveles de estrellas de cristales que
conforman la infraestructura se mueven, destellando.

Cuando me alineo para empezar algunos chicos de mi propio equipo lanzan


algunas palabras hirientes hacia mí, pero no los escucho, limitándome a
hace mi trabajo con este uniforme una última vez. Estoy un poco
decepcionado de ellos ya que pensé que se sentirían felices por mí. Me
equivoqué. Lo que dicen es suplantado por los rugidos de apoyo
proveniente de las gradas. Las entradas de este juego se agotaron con suma
rapidez debido a que no solamente fanáticos de los reyes vinieron, sino de
cada equipo de Texas. Ignoro lo que me produce sentir que sinceramente
me habría gustado tener a Sav aquí. De entre todos los juegos que he
jugado, este es uno de los más significativos. Habría sacrificado su
presencia en algunos de ellos por solo ver su rostro al entre los fanáticos o
la cámara enfocándola en el palco, como suele suceder cada vez que hago
una anotación estrella y saben que es para mi chica. Las fans femeninas
siempre gritan y la envidian.

A ella le encanta.

Le encantó desde la primera vez, cuando no era un Reed.

—Bastardo desagradecido —dice Edward, el corredor del lado contrario de


Marcus, al colocase a mi lado—. Ni siquiera pienses que te pondré tu
maldita despedida gloriosa en bandeja de plata. Lo hablamos y acordamos
que si quieres tu broche de oro, debes hacerlo solo, al igual que has recibido
todo el éxito y el mérito de los logros del equipo solo.

Mi garganta se cierra.

No es mi culpa que sea de esa manera y no hay tanta verdad en lo que dice,
pero de todas formas miro hacia los demás y antes de que suene el silbato
me doy cuenta de que, en efecto, han preparado algo. Ninguno de ellos
responde a mis llamados después de que empiezo a correr por el campo,
exceptuando a Marcus, por lo que tengo que ir por el balón yo mismo. El
entrenador Dawson se da cuenta de ello y les llama la atención entre
anotaciones, pero se reanuda el juego y siguen haciendo lo mismo. Dylan.
Twoson. Maximilian. Andrew. Montana. Todos mis chicos me ignoran o
pasan de mí cuando les hablo, sus mandíbulas apretadas y sus rostros
tensos. De verdad Dawson intenta que entren en razón, pero no lo logra.
Están decididos a verme hundido en mi último juego.

Me perjudican al punto en que los fanáticos se dan cuenta.

—Intenté hablar con Will, pero no me responde —dice Marcus, quién se


encuentra en igual condición, corriendo hacia mí después de que se reanuda
el jugo.

—Podemos intentar solucionarlo nosotros dos.

—¿Por el lado derecho? Puedo intentar robar el balón.

Marcus es un corredor y receptor, no está acostumbrado a robar balones de


una forma violenta, así que por un momento me veo tentado a negar, pero
termino asintiendo porque no quiero menospreciar su ayuda. Vamos 13 a
17 a favor de los Bears. No podemos irnos con una derrota. Una vez
diseñamos una estrategia rápida que excluye a todos los demás integrantes
del equipo, empezamos a correr, yo hacia la línea de anotación y él hacia
el lado contrario. Es una jugada arriesgada y casi diría que primitiva,
imposible, ya que no solo estamos jugando contra un equipo, sino contra
dos, uno de ellos el que nos vio superarnos a nosotros mismos. Aunque
probablemente a los Cowboys no les importará porque ya prácticamente
hemos firmado con ellos, esta no era la manera en la que íbamos a irnos de
los Kings. Marcus corre en búsqueda del balón y lo contemplo luchar por
tenerlo, lo cual es arriesgado debido a que podría sufrir una lesión al no
tener ningún tipo de apoyo.
Algunos se dan cuenta de ello e interceden por él, porque Marcus es
especial para todos y un buen amigo, pero a pesar de que yo también fui un
buen compañero e intenté ser un buen capitán, no corro con la misma
suerte. Consigue pasarme el balón con un lanzamiento arriesgado antes de
ser tacleado por un miembro de los Bears. Falta poco para que el juego se
acabe, así que solo cuento con unos cuantos minutos para hacer una jugada
que iguale o supere el marcador. Los Bears se precipitan sobre mí y corro
tan fuerte como puedo. Me posicioné más cerca de la línea media de lo
convencional para facilitarle el trabajo a Marcus, así que la distancia se
redobló. Afortunadamente consigo algunos huecos por los cuales
moverme. El sudor a penas me deja ver lo que sucede a mi alrededor ya
que no estoy corriendo desde ahora, sino desde que inició el partido. La
única forma de ganar en los dos minutos que quedan es que haga un
Touchdown que por supuesto le dedicaré a mi chica.

Mi chica, la cual de cierta forma regresará con mi hermano.

Mi hermano, quién parece ser el único capaz de cumplir sus sueños.

A penas puedo pensar cuando eso viene a mi mente. Sacudo mi cabeza,


intentando que las ideas se esclarezcan, pero es demasiado. No recibí
ningún balón dentro del plano de anotación y no confío en ninguno de los
jugadores para que lo reciba por mí, así que corro por lo que queda del
césped. Al igual que me pasó hace años, no me doy cuenta de los defensores
dirigiéndose hacia mí. Llego al final, anoto un Touchdown que los hace
rugir a todos, incluso a los miembros de los Bears porque hace rato esto
dejó de ser un partido convencional y se convirtió en dos jugadores contra
el resto, pero al instante un cuerpo se estrella contra el mío y me envía boca
abajo sobre suelo. Mi brazo de lanzador se dobla, al igual que el izquierdo,
porque me apoyo en mis manos al caer y ninguno duele.

Solo los flexiono como una persona normal haría.

El problema viene cuando dos jugadores caen sobre él.

Lo último que escucho antes de perder la inconsciencia es el sonido de mis


huesos quebrándose y saliendo de su articulación, la más importante para
un lanzador después de la muñeca: el codo. Tres huesos que se separan.
Siento cómo me recogen, cómo me montan en una camilla y el silencio
sepulcral que le sigue a todo lo que sucede, pero lo único que hay en mí es
dolor.
Y pérdida.

Capítulo 3

Despierto en una habitación de hospital tras una cirugía de cinco horas para
acomodar la articulación que une mi brazo con mi antebrazo derecho. Una
luxación de codo normal ameritaría solamente recolocar los huesos en su
sitio e inmovilización, pero en mi caso hubieron dos fracturas de por medio.
La triada terrible del codo le llaman a la combinación de la lesión de los
ligamentos, la fractura de la apófisis coronoides del cubito y la cabeza del
radio. Esta requiere tratamiento quirúrgico y colocación de clavos. Luego
ocasiona muchas complicaciones que nadie como deportista debería o
querría sufrir, menos en el mejor momento de su carrera. El tiempo de
recuperación es de más de un año, por lo que leí en internet.

Sé que el pronóstico es malo sin que tengan que decírmelo.

Muy malo.

Aunque lo primero que veo al abrir los ojos es mi brazo inmovilizado e


hinchado dentro de un cabestrillo y tengo un leve conocimiento de lo que
vendrá para mí a partir de ahora, me aferro desesperadamente a la
esperanza de que todo sea una pesadilla de la cual pueda despertar en algún
momento. De que haya algo que los avances de la medicina puedan hacer
en mi caso. No es posible que no pueda haber una solución a corto plazo
que me permita jugar con los Dallas este año. Mis sueños todavía causan
cosquillas en las yemas de mis dedos.

Estuvieron al alcance de mis manos.

Los toqué. Los sentí. Los saboreé.

Ahora se han ido, pero me niego a creer que lo han hecho.

—¿Mal? —susurra una voz femenina junto a mí, la cual recibo como el
cántico de una sirena.
—Sav —susurro de vuelta—. Viniste.

Intento girar mi rostro hacia mi chica, pero todo me da vueltas debido a la


anestesia. Ella se incorpora abruptamente del sitio en el que se encontraba
sentada a mi lado y rodea la cama para quedar en mi campo de visión. Usa
un conjunto deportivo negro y sus ojos grises están hinchados. Nuevamente
me siento mal por hacerla llorar, lo cual me hunde aún más en la miseria.
Debería estar sonriendo. Deberíamos estar celebrando mi entrada a los
Dallas. Debería estar siendo un compañero digno de ella.

En cambio estoy lesionado y marcado al fracaso hasta que pueda


recuperarme.

No la merezco.

Nunca estaré a la altura de una diosa como ella.

Si no lo hice antes, mucho menos ahora.

—Malcolm —solloza, abrazándome como puede sin lastimarme, lo cual


me consuela de cierta manera. Oler su cabello, el exótico y dulce aroma
que desprende, me recuerda al hombre que era la última vez que la tuve
cerca. Lo lejos que estaba por llegar antes de estrellarme a al menos cien
kilómetros por hora contra una pared de hormigón—. Lo siento tanto.
Lamento no haber venido y estado para ti. Lamento haberme enojado. Debí
recordar que nunca dirías nada así para lastimarme. Tú no —llora y hay
una desgarradora culpa en su voz que a mí también me rasga por dentro—
. Debí haber estado ahí para ti, cariño.

La estrecharía suavemente en mi contra, pero sospecho que cualquier


movimiento que haga podría lastimar aún más mi brazo y no quiero correr
el riesgo. Me limito a verla, a intentar transmitirle con mi mirada que la
culpa no la tuvo ella, sino mi propio equipo por dejarme vulnerable, y mis
labios luchan por curvarse, pero no lo logran. No son tan buenos fingiendo.
Este es el peor momento de mi vida.

El mejor fue casarme con ella.

—No es tu culpa, Savannah.

Aunque quiero reconfortarla, mis palabras solo lo hacen llorar más fuerte
y retorcer la camisa de mi bata en su puño. Es pequeña en comparación a
mí, así que se hizo un lado a mi costado. Mis propios ojos se sienten
húmedos y pesados debido a que no hay nada más que pueda decirle. No
hay manera de suavizar la realidad. Dec comunicarle que lo he perdido
todo, menos a ella, y que casarse conmigo quizás fue el peor error de su
vida. Me limito a dejar que me utilice como su pañuelo y a abrir mis labios
para ella cuando acerca su rostro al mío para besarme. Solo hay una cosa
que me haría sentir mejor en este momento y ella me la proporciona,
nuevamente haciéndome sentir insuficiente. Gané la lotería de los
imbéciles para tenerla. No hay otra maldita explicación. Es tan hermosa
que a veces duele verla.

—Te amo —murmura sobre mis labios—. Enfrentaremos lo que vaya a


suceder juntos. No importa si te toma semanas, días o años, recogeremos
todas tus piezas, las uniremos y serás el hombre al que amo. Te prometí
estar ahí en lo bueno, pero también en lo malo. En la salud y en la
enfermedad.

Afirmo, escondiendo mi rostro en su pecho ya que se ajusta para apoyar su


brazo sobre mi cabeza.

—También te amo —digo, pero uno de nosotros miente.

Ha mentido siempre.

*****

Sav se duerme en el sofá cama de mi habitación. Verla doblada y encogida


sobre sí misma para soportar el frío hace que quiera asesinar a alguien,
empezando conmigo mismo. Recibo centenas de ramo de flores, por no
decir miles, que dono a los demás pacientes del hospital. Los agradezco,
mis fanáticos son los mejores al demostrarme su apoyo en un momento
como este, pero las rosas, los claveles y todo lo que me enviaron no
merecen perder su potencial conmigo. No hay nada en ellos que me levente
los ánimos. Ni siquiera tengo apetito. Savannah y mi madre, con quién
hablo rápidamente por videollamada, me obligan a comer y a mantenerme
consciente. He perdido la cuenta de las veces que he pedido que me seden.
Solía ser una estrella, así que me complacen, manteniéndome en el limbo
entre la consciencia y la inconsciencia.

—¿El doctor Williams todavía no tiene pensado pasar por aquí? —le
pregunta Savannah a una de las enfermeras, alejando mi cabello de mi
frente de una manera que hace que me tense, pero no por su toque, sino
porque odio lo que siento cuando lo hace.

Lástima.

Pesar.

Ella intenta ocultarlo, pero lo veo en sus ojos y también veo cuánto quiere
que no lo note.

—No todavía, señora Reed —responde la mujer regordeta—. Su


representante es quién está aquí desde anoche esperando su turno para
verlo. Como se les prometió, el hospital ha tratado con total discreción el
caso de su esposo. Hemos obligado a todo nuestro personal a firmar un
acuerdo de confidencialidad.

Sav me mira. Acaba de ducharse, así que su cabello mojado cae sobre su
espalda. Compró más ropa en la tienda del hospital, un adorable atuendo
de Hello Kitty blanco, lo único que quedaba de su talla, y desde dónde estoy
puedo oler lo bien que huele. Si pudiera levantarme la besaría, pero me
limito a negar.

No estoy listo para enfrentarlo aún.

No estoy listo para enfrentar a nadie.

No hasta tener el pronóstico definitivo del doctor Williams e iniciar mi


rehabilitación. Entonces podré decirles en cuánto tiempo estaré listo para
volver al campo, ya sea con los Kings o con los Cowboys. Sav suspira y
mira a la enfermera con expresión dura. Puede ser amistosa y dulce
conmigo, pero con las demás personas a veces es un poco cortante y seca.
En ocasiones no me gusta.

Al final del día, sin embargo, aprecio todo lo bueno de ella lo comparta
conmigo.

—Seguimos sin recibir visitas de ningún tipo.

—¿Ni siquiera de su hermano? —pregunta la mujer, lo que hace que mi


cuerpo se tense.

—¿Tanner está aquí? —pregunto.


No lo he visto desde que ingresé, pero a la persona a la que menos quiero
ver es a él. Preferiría recibir a Jasper, a todas las directivas de fútbol
americano del país y al propio Jake Jacobs en este momento antes que a él.
No estoy preparado para escuchar el te lo dije que lleva guardando para mí
desde hace años. No estoy listo para mirarlo y decirle con mi condición
actual que tenía la razón, porque no la tenía.

Mis metas iban a hacerse realidad.

Estaban haciéndose realidad.

Se harán realidad.

—No, pero viene en camino —responde Savannah, lo que hace que lleve
mis ojos a ella y debido al movimiento brusco de mi cuerpo, se mueva
también mi brazo y ruja.

El dolor está presente, pero lo que más me altera son los intrusos metálicos
dentro.

Siento algo dentro de ellos moverse, estorbar, sobrar, ocupar un espacio


que ahora no funciona como antes debido a la dureza del material que lo
conforma. Siento mi extremidad rígida. Inservible. Oxidada.

No puedo evitarlo. Pierdo el maldito control.

Me sofoco.

—No lo quiero aquí, Savannah —digo con voz más dura de la que pretendía
usar, la cual hace que Savannah se estremezca mientras lleva sus ojos grises
a los míos. Esa maldita lástima no hace más que aumentar mi
desesperación. Yo soy su esposo. Yo soy el que debería preocuparse por
ella, quién debería cuidarla y enfrentar los problemas, no Sav. Al ver a mi
mdre trabajar quince horas al día mientras crecía, todo para que tuviéramos
comida en nuestro refrigerador, me juré a mí mismo que mi esposa nunca
pasaría por lo mismo, que sería su apoyo, su proveedor, pero he fallado y
soy yo quién se apoya en ella. Quién la consume—. Dile que regrese a
dónde sea que estaba. No quiero verlo. No quiero tener que soportar su
maldita cara. Cuando esté listo para sentirme como una mierda, lo llamaré.

—Mal… —susurra ella, extrañada, puesto que nunca me ha oído hablar así
de mi hermano, ni siquiera cuando me confesó que habían estado juntos.
Un hombre coherente se habría alejado entonces, pero ya estaba enamorado
hasta la maldita médula.

La quise con la misma desesperación con la que se necesita el oxígeno


desde que la vi por primera vez.

—Me dijiste que atravesaríamos por esto juntos. Eso no lo involucra a él


—siseo—. No lo quiero aquí. —Miro a la enfermera—. Solo mi esposa y
el equipo médico puede entrar a esta habitación. Permitan que alguien más
lo haga y demandaré al hospital. Exijo privacidad y que se respete mi
decisión.

La enfermera asiente, sonrojada, antes de irse.

—Como quiera, señor Reed.

Muevo la cabeza afirmativamente, satisfecho con su cooperación. Cuando


mi mirada se desliza a Savannah esta se encuentra viéndome fijamente
como si no tuviera ni idea de quién es el hombre que se encuentra ante ella.
No puedo darle una respuesta.

Ni siquiera yo sé quién soy ahora.

Hasta que no me digan cuándo podré volver a jugar, no tendré ni idea.

******

Savannah sale de la habitación para hablar por teléfono con Pauline, mi ex


cuñada. Supongo que le dijo a la rubia que hablara con mi hermano y que
lo convenciera de no venir. Cuando regresa se sienta a mi lado y apoya su
frente en mi brazo sano mientras vemos una película francesa a la que
ninguno de los dos le presta atención. Me darán de alta mañana, pero el
médico sigue sin dar la cara.

Empiezo a sentir que es como si estuviera aplazándolo.

Como si no quisiera verme cuando todo USA pagaría por un momento


conmigo, por una firma.

—¿Cómo te fue en el médico ayer, nena? —le pregunto de repente, lo cual


lleva su mirada confundida a la mía, por lo que le tengo que recordar sobre
nuestros planes. No creo que pueda embarazarla justo ahora, pero a penas
me recupere todo seguirá como antes. Tener una familia con ella sigue
siendo importante. Hacerla una madre—. ¿Los anticonceptivos?

Sav traga, tardando unos segundos en comprender.

—No tenemos por qué hablar de eso ahora.

—¿Por qué no?

Mira hacia mi cabestrillo, dónde mi brazo, ahora dos veces su tamaño


debido a la hinchazón y a la fea costura que recorre mi piel, la cual mis
huesos rompieron, se encuentra.

—Lo primero es tu carrera, Malcolm. Lo primero es encontrar la manera


de que todo vuelva a ser como antes. Necesitas enfocarte en tu
rehabilitación. En unos años seguiré siendo fértil.

Niego.

—La rehabilitación no será un problema. Puedo manejar ser un padre y esto


a la vez.

En realidad un niño me daría más motivos para seguir luchando, no los


restaría.

Sav separa los labios para decirme qué opina al respecto después de
presionarlos juntos por unos segundos, pero la puerta se abre. Me tenso al
pensar que podría tratarse de mi hermano, quién no me extrañaría que
hiciera caso omiso a mis deseos y a la súplica de Savannah y de todas
formas apareciera aquí. Así de egoísta e idiota es. Lo que siento, sin
embargo, empeora al ver que se trata del doctor Williams, el traumatólogo
que me atendió en emergencias. Este viene acompañada de dos enfermeras
a las que les pide amablemente que se vayan. Su cabello es gris y la
experiencia se le nota en la mirada. Su rostro luce cansado, pero también
agobiado y optimista. Es una extraña mezcla.

Es como si estuviera resignado a la muerte, pero aún mantuviera esperanzas


en la vida.

—Malcolm Reed —dice posicionándose a los pies de mi cama—. Ante


todo quiero darte las gracias por traer dos Super Bowls a casa, hijo. Nos
hiciste sentir a todos orgullosos. —Afirmo, pero la ansiedad no permite que
esa calidez que inunda mi pecho cada vez que una persona me da las gracias
por ganar en nombre de nuestro estado aparezca—. Hiciste que el equipo
más joven del país ganara dos Súper Bowls de manera consecutiva.
Estableciste un récord. No importa lo que pase a partir de ahora, nadie
nunca te podrá quitar eso. —Sav estrecha mi brazo sano, pero no puedo
despegar mis ojos del doctor Williams—. Como sabrás, sufriste lo que los
médicos llamamos la terrible triada del…

—Sé lo que sufrí, doc. Vemos clases de anatomía y de fisiología corporal.


Nos dicen más que cómo movernos durante los entrenamientos. —Los
deportistas no somos tan estúpidos como parecemos. Tan solo un poco,
como el promedio—. Así que, con todo respeto y apreciando su admiración
hacia mi trabajo, ¿podríamos hablar de la rehabilitación? —Mi voz suena
ansiosa—. Es eso lo que me interesa.

Afirma, quitándose los lentes y limpiando la humedad en ellos antes de


volver a colocárselos.

—Por supuesto. Te tomará de uno a dos años recuperarte por completo y


acostumbrarte a los clavos y a los tornillos, los cuales todavía debemos ver
si tu organismo acepta sin ningún tipo de problema, pero cuando lo hagas
podrás estirar y flexionar el brazo con normalidad.

Niego.

—Eso es demasiado tiempo. Necesito algo más rápido. Tres meses


máximo.

—Bueno… hay un grupo en Filipinas que está probando nuevas terapias


bajo el agua. Su pronóstico de mejora es un cincuenta por ciento más
rápido. De siete a nueve meses para que puedas moverlo, aunque la
rotación podría no ser completa debido a la fractura del radio. Toda la vida
sentirás que tienes un engranaje al que le falta aceite en el codo, pero esto
no afectará tu calidad de vida.

Mi corazón se detiene, sin comprender, pero a la vez haciéndolo.

El apretón de Savannah se vuelve más fuerte.

—¿Funcionará del todo? —pregunta ella por ambos y él asiente.

—Sí, su brazo funcionará para realizar las tareas cotidianas. Nada excesivo.
La miro. Ella también me mira, sus ojos llenos de anticipación hacia algo
que no entiendo.

—¿Nada excesivo? —repito sus palabras—. ¿Eso implica jugar?

El doctor Williams de repente se ve como si quisiera estar en cualquier


lugar, menos aquí.

—Malcolm…

Niego.

—Jugar forma parte de lo cotidiano para mí. —Me incorporo, lo cual me


hace rugir debido al dolor que asciende desde mi muñeca a un lateral de mi
cuello debido a ello. A que muevo mi brazo recién operado. Sav intenta
sentarme de nuevo, pero no lo logra. Me rehúso a acostarme como un
discapacitado. Siento las venas de mi cuello marcarse mientras hablo. La
desesperación más cruda que he llegado a sentir me inunda. Estoy en el
fondo del mar, ahogándome, muriendo mientras lucho por salir a la
superficie—. No soy alguien que use sus brazos para escribir en un pizarrón
o para levantar carga. Soy un deportista. Lo cotidiano para mí es arrojar
una balón alrededor de sesenta yardas unas cien veces por día. No puede
ser tan mediocre y decirme que en un año o dos lo único que podré hacer
es flexionar y estirar una extremidad que vale más que este maldito
hospital.
Necesito una rehabilitación que me permita firmar con los Cowboys.

El doctor Williams me ve fijamente.

—Me temo que lo cotidiano para ti tendrá que cambiar, hijo.

Empiezo a temblar, lo cual no puedo controlar. Savannah se separa de mí


al darse cuenta de que no hay nada que pueda hacer para calmarme. No
cuando el hombre frente a mí me está diciendo que nada de lo que esperé
cumplir desde niño, por lo que trabajé y sangré, se hará realidad, al menos
en dos años.

En dos años la industria deportiva se olvidará de mí.

Encontrarán a otro mariscal con el mismo talento y sin ninguna lesión.

Somos reemplazables.
—No puede cambiar. Es todo lo que soy. —Lo miro casi de forma
suplicante. Quizás pueda arreglar algo con Jasper. Rogar que me esperen.
No soy cualquiera. Gané dos Súper Bowls. Quizás hagan una excepción.
Incluso si inicio desde cero y me envían a la banca no importa, estaré en el
equipo de mis sueños y podré probarme a mí mismo ante ellos. Solo
necesito dos minutos en el campo y un número en mi espalda, nada más, ni
siquiera un equipo, por lo que se vio en mi último juego—. ¿En cuánto
tiempo según usted volveré a jugar fútbol? ¿Cuánto tiempo pasará antes de
que pueda hacer un lanzamiento?

El doctor toma una profunda respiración y ve a Savannah antes de


responder.

—Como una persona promedio, un año o incluso menos —responde, sus


ojos marrones ya del todo en mí—. Como solías hacerlo hace unos días,
nunca. Puedes buscar otras opiniones, pero todas te dirán que esta lesión
fue el final de tu carrera en cualquier equipo de fútbol americano. —Me
estremezco—. Lo siento.

Niego, quedándome sin respiración, las paredes encogiéndose y el mundo


empezando a dar vueltas.

Empiezo a moverme sin control y a luchar por salir de aquí, por escapar de
sus mentiras, incluso cuando Sav grita y el médico se acerca para
inmovilizar completamente mi brazo. Estoy indispuesto a creer lo que
acaba de decir. Buscaré otro médico, alguien que sí haga bien su trabajo,
porque lo que dice está mal. Es incorrecto. No tengo más habilidades. No
sé hacer nada más que esto. La vida no puede quitármelo.

Simplemente no puede.

:(

Capítulo 4

Soy dado de alta tres días después de mi ingreso. Me habría ido al día
siguiente con mi cabestrillo, pero reabrí la herida de la cirugía con mis
movimientos y tuvieron que asegurarse de que todo estuviera bien antes de
dejarme partir. A penas llegamos a Houston tuvimos que reunirme con mi
agente, quién me notificó que ni los Cowboys ni los Kings seguirían
adelante conmigo a menos que demostrase que algún día podría volver a
jugar fútbol. Mi brazo sigue sin moverse de la muñeca para arriba, así que
no les pude dar garantía de nada. Los primeros solo buscan lo que es
conveniente para su equipo. Los segundos ya no tienen nada que ver
conmigo y no invertirán en alguien que les dio la espalda, pero suavizaron
la manera en la que me lo dijeron ya que podrían ser demandados por lo
que sucedió con el equipo la última vez que jugué. Los Bears también. Mi
bolsillos están llenos de dinero de compensación, pero este ni siquiera es
una centésima parte de lo que era mi contrato con los Cowboys. Quinientos
millones de dólares por cuatro años en el equipo.

Eso superaba con creces los cuarenta por los que empecé en los Kings.

Mi aliento apesta a alcohol. Llevo unos par de pantalones oscuros de


algodón mientras deambulo por el segundo piso de mi casa, encontrando
algo que hacer para matar el tiempo que no amerite que le pida ayuda a
Savannah, cuando el timbre suena. Espero que el ama de llaves se acerque
para abrirla porque mi chica se encuentra en el trabajo, pero soy
sorprendida cuando esta entra en nuestro hogar usando un traje blanco de
dos piezas que se adhiere a su cuerpo a la perfección. La falda muestra sus
esbeltas piernas e interminables piernas. La chaqueta esta lo
suficientemente abierta como para que una delgada camisa del mismo color
enseñe el contorno de su pecho y dé una idea de él. Donde antes había
orgullo hacia ser con quién terminara el día en la cama, ahora hay molestia.

El equipo de fisioterapeutas que viene con ella, precisamente el imbécil


más joven, le mira descaradamente el culo. No le interesa haber venido
aquí para atender a su esposo.

No le importa el anillo que puse en su dedo.

—Pueden esperar aquí —les señala nuestro sofá con una sonrisa que
explica por qué se enamoran de ella. No quiero pensar de esa manera, pero
no debería sonreír así—. Iré por Malcolm. Estará feliz de iniciar su
rehabilitación con ustedes. Muchas gracias por hacer tiempo para nosotros.
Sé que no fue fácil volar desde Europa de esta manera.

El que le vio el culo asiente.

—No fue una molestia, cariño.


Cariño.

Sav le dedica una sonrisa solo para él antes de encaminarse a las escaleras.
Cuando me descubre junto a la barandillas y se da cuenta de que vi y
escuché todo lo que pasó, sus mejillas se sonrojan. Quiero encerrarla en
nuestra habitación y llamar a Jasper para que sea él quién se encargue de
todo, por lo cual le pago, pero eso iniciaría una discusión en la que alegaría
que pienso que lo hace a propósito, el atraer a todos los hombres, y no es
así.

Son ellos en los que no confío.

A nadie le gusta que haya moscas alrededor de su maldita comida y ella no


es un plato de carne, sino mi maldita esposa. No tienen por que verla de esa
manera y mucho menos bajo el techo de mi casa, vengas de donde vengas.
Su sonrisa se deshace al notar mi mal humor.

—Malcolm, el equipo de fisioterapeutas que hicimos traer de Londres está


aquí.

Me doy la vuelta.

—Diles que pueden regresar a Londres. Le pediré otro a Jasper.

—¿Por qué? —pregunta, pero no respondo, entrando en mi habitación.

Savannah me sigue. Su olor me embriaga. La cercanía de su cuerpo. Se


detiene tras de mí cuando estoy a punto de alcanzar la cama, pero se aleja
cuando la acerco con mi brazo bueno, su rostro lleno de absoluta confusión
y desesperación. Desde que salimos del hospital se ha sentido como si una
granada pudiera explotar en algún momento.

—Nos esforzamos mucho trayéndolos aquí. No puedes despedirlos sin


ningún motivo.

Mis hombros se sacuden cuando me río silenciosamente, intentando ignorar


el hecho de que acaba de rechazarme. No hemos tenido sexo desde la
mañana del día del incidente, de lo cual ya va casi un mes. La he escuchado
masturbarse en las duchas desde el otro lado de la puerta, he oído el porno
que ve, pero ahora que puedo y quiero follarla, me rechaza.

—Tengo motivos más que suficientes, nena.


Sus cejas se alzan. Se cruza de brazos frente a mí, viéndome como a un
niño, pero mi madre no está en esta habitación, así que no puedo ser un
niño para Savannah.

—¿Ah, sí? —Afirmo—. ¿Cuáles?

—Uno de ellos estaba viéndote el culo. No puedo permitir que eso suceda
bajo mi techo.

Savannah me mira como si no pudiera creerlo.

—Pasé semanas convenciéndolos de venir. Son el mejor equipo de


rehabilitación del planeta — murmura—. ¿Y tú los rechazas porque no
puedes soportar que me vean? —Mi mandíbula se aprieta. Se acerca y
presiona su mano contra mi pecho desnudo a pesar de la irritación en sus
ojos grises—. Tú eres mi esposo. Te escogí a ti. Nada de lo que hagan en
ese aspecto debería importarte. No debería tener que decírtelo, pero no
estoy interesada en nadie más.

—Eso no significa que me sienta cómodo con que otros te deseen frente a
mí. —Beso largamente su frente, haciéndole saber que mi enojo no es con
ella—. Diles que se vayan de mi casa en este preciso instante. Paga por
cualquier queja que tengan. No haré mi rehabilitación con ellos. Si tengo
que bajar yo, usaré mi brazo izquierdo para partir una cara.

Sav retrocede, evidentemente frustrada.

—Antes no te importaba que otros hombres me desearan. Incluso diría que


te gustaba. Lo que siento por ti no ha cambiado, así que no entiendo por
qué ahora te comportas de esta manera. —Se da la vuelta—. No eres tú
enviándome a despedirlos por ver mi culo.

Así que sí era consciente de que se lo veían.

Mis dientes rechinan entre sí.

Sin poder soportar ver a mi chica, me giro hacia la ventana que ofrece una
vista al lago en nuestro patio trasero. Ni siquiera yo entiendo la magnitud
de la ira que se aglomera en mi pecho y lo menos que quiero es pagarlo con
ella. Savannah no se lo merece. No ha sido más que una excelente
compañera durante estos tiempos difíciles y los anteriores a él.

—Quizás antes estaba ciego.


Porque ahora mismo no hay manera en la que permita que le falten el
respeto así.

Que me lo falten a mí.

Soy Malcolm Reed, una maldita leyenda, y no puedes simplemente querer


cogerte a mi mujer bajo mi techo solo porque tienes un estúpido acento
británico y dos brazos sanos.

Una vez ella sale de la habitación y cierra con un portazo, indispuesta a


discutir conmigo, abro el cajón de mi mesita de noche y me inclino hacia
abajo para encender un porro que me consiguió Marcus en su viejo
vecindario. Me hizo prometer que lo fumaríamos juntos, que lo guardaría
aquí porque Abby lo mataría de descubrirlo bajo su techo y tan cerca de los
niños, pero tendrá que comprar otro. Lo único que quiero ahora es ahogar
mis penas con una botella de Jack Daniels, pero Savannah lloró cuando me
emborraché anoche y tuvo que pedirle ayuda al servicio para poder
arrastrarme a nuestra habitación desde la cocina.

Ella piensa que estaba inconsciente, pero no quiero ver esa expresión en su
rostro de nuevo.

La desesperación.

Ya que todavía no he descubierto cómo usar mi teléfono de una manera


cómoda y que no haga que mi brazo pique dentro de mi vendaje, lo pongo
en altavoz luego de llamar a Jasper. Este responde al segundo timbre.

—Malcolm —dice—. ¿Cómo está yendo la rehabilitación?

—No la inicio aún. No estoy conforme con el equipo que trajeron. Son solo
marketing en las redes. La verdad es que no tienen ninguna maldita ética
profesional.

Lo escucho gruñir del otro lado de la línea.

—Te creería si no fuera el quinto equipo que rechazas —grazna—. Si tus


intenciones son volver a jugar alguna vez en la vida, este no es el camino,
chico. Necesitas iniciar ahora. Te lo dijo tu fisioterapeuta. Te lo dijo el
traumatólogo. —No descansé hasta que encontré un doctor en Idaho que
me dijo que si ponía todo mi empeño, podría volver a jugar. Su opinión
valió para mí más al lado de las otras veinte que tuve—. Si aceptaras ir al
centro…

—No —lo corto.

El doctor que me dio esperanzas trabaja en un centro de rehabilitación para


atletas en Sun Valley, Idaho. Tanto él como Jasper me propusieron llevar
a cabo mi rehabilitación allá ya que su equipo no se puede desplazar, el
cual también comprende un gran grupo de psicólogos y psiquiatras, pero
no estoy loco o tengo traumas. Solo necesito volver a jugar. Lo necesito
con la sed de abstinencia que puede darle a cualquier drogadicto o
alcohólico en rehabilitación.

—Como quieras, chico —gruñe—. Conseguiré otro equipo de


rehabilitación para ti, Malcolm, pero este será el último. Rechaza este
también y dejaré de tomar en serio tus ganas de volver a jugar ya que no
haces más que comportarte como un niño malcriado.

—Bien. Los espero mañana.

Dicho esto cuelgo y me dirijo al otro extremo de la habitación, dónde puedo


ver a mi esposa despedir al grupo de británicos pervertidos. El que quería
follarla se acerca a ella y leo las intenciones en sus ojos mientras habla,
pero ella se tensa y niega, retrocediendo, lo cual hace que mis hombros se
relajen más que cualquier efecto que pueda tener la hierba.

Ella todavía me quiere.

Cuando gira su rostro hacia mí, sin embargo, y me descubre mirándola,

solo veo decepción. ******

No he visto a Tanner desde un par de semanas antes de tener el brazo roto.


Mi hermano mayor es un hijo de puta cerrado y también suele guardarle
rencor a las personas, así que no me llama o hace mas que enviarme links
de Reed Imports solicitando nuevos empleados debido a que su imperio es
cada vez más grande y no se da abasto. Lo enviaría a la mierda si no supiera
que esa es su manera, déspota y arrogante, de decirme que está ahí para mí
y que no dejará que muera de hambre y viva bajo una caja de cartón, lo
cual viene siendo su idea de lo que me pasará ahora que sus advertencias
se convirtieron en hechos.
Pero no estoy quebrado.

Todavía podría vivir toda mi vida sin trabajar con el dinero que me queda.
Solo tendría que acostumbrarme a no hacer gastos grandes, lo cual sí viene
siendo un problema. Me habitué a tener todo a mi disposición. Habitué a
mi esposa a siempre tener lo mejor. No soy capaz de ver a Sav el día de
nuestro aniversario y decirle que no hay ningún obsequio de más de seis
cifras para ella cuando eso fue lo que le prometí darle cuando nos casamos.

Sin embargo, el problema no es el dinero.

El problema es que necesito estar en el campo para sentir que tengo un


propósito en la vida.

Necesito atajar, lanzar y correr con un balón para sentirme vivo.

Justo ahora me siento muerto.

Mi masa muscular va disminuyendo cada día. Cada día soy más consciente
de la manera en la que el músculo que va consumiendo y la piel se adhiere
a mi hueso. Solo he podido hacer muslos y piernas, pero una rutina
incompleta termina consumiendo la parte que no se trabaja, así que me
detuve. Corro, pero correr solo quema calorías, no crea músculos. Estoy
perdiendo mi físico y no puedo evitar compararme con una modelo que se
casó con un multimillonario al que le atrajo solamente su cuerpo y firmó
un acuerdo prenupcial.

Esto es lo único que tengo.

Mi cuerpo es lo único que tengo.

Lo trabajé por dos décadas y ahora veo ese esfuerzo desvanecerse en


cuestión de días.

En cuestión de un solo instante.

—¿Savannah? —pregunto en medio de la oscuridad de la noche.

Es egoísta de mi parte, pero siento la ansiedad consumirme y abrir mella


en mí. El nudo en mi estómago. La sacudo suavemente, pero no obtengo
ningún tipo de respuesta salvo sus gemidos de protesta, los cuales también
suenan como sus gemidos de placer. Llevo tanto tiempo sin escucharlos
que mi polla se pone dura al instante. Sumerjo mi rostro en el valle de sus
pechos, tirando de la camisa de su pijama con mi mi mano, y busco sus
pezones con mi boca. Estos se endurecen. Savannah se retuerzo. Maniobro
para deslizar la sábana por su cuerpo. La he despertado para hacerle el amor
muchas veces antes. Ella también a mí.

Esto no tiene por qué ser diferente.

—Bebé —murmuro con voz ronca, mi rostro descendiendo por su abdomen


liso y tonificado, puesto que a mi chica le gusta el yoga, entrenar en el
gimnasio y verse bien—. Necesito saborearte. Necesito que te vengas en
mi boca y después en mi polla. —Acaricio sus muslos, ansiando que se
despierte y me envuelva con ellos—. Necesito sentirte.

Necesito sentir que aún funciono para algo.

Cuando separo sus piernas y tiro de sus shorts de seda hacia abajo, sin
embargo, Savannah se despierta y se incorpora, sentándose casi sobre las
almohadas. Su expresión es soñolienta y enojada, pero también cansada.
Agobiada. Niega, sus hombros tensos.

—Lo siento, Malcolm —dice envolviéndose en una manta y


levantándose—. Lo que ha pasado ha sido demasiado para ambos. Necesito
relajarme y el sexo no es la forma de hacerlo en este momento. No
solucionará nada. —Tomo asiento al borde del colchón, absteniéndome de
decirle que la he escuchado darse placer a sí misma en las duchas. Recuerdo
la verdadera razón por la cual la amo cuando se detiene bajo el umbral,
negándose a dejarme atrás porque su corazón es demasiado noble bajo esa
fachada fría que mantiene, y me sonríe—. Iré por helado. Creo que
necesitamos helado. ¿Quieres?

Asiento, levantándome y caminando hacia ella para presionar mis labios


contra su mejilla.

Sav me abraza aún envuelta en su manta, sumiéndome en su calidez.

—Pondré una película.

Me ve fijamente. Las luces están apagadas, así que puedo obtener un


vistazo de su rostro. Nuevamente es tan hermosa que duele. Como una
mariposa dentro de un frasco. Me estremezco cuando desliza sus dedos por
mi rostro, acariciándolo con suavidad.
—Eres un buen hombre,Mal, no solo un buen jugador —murmura—. No
lo olvides nunca.

Froto mi nariz contra la suya, sintiendo mi corazón acelerarse.

Siempre es como la maldita primera vez que la vi.

Siempre encuentra la manera de hacerme sentir nervioso e insignificante.

Hechizado.

—Tú no olvides las oreos.

Sav ríe, genuinamente feliz, y eso me calma. La dejo ir cuando se separa


de mí.

—Podría olvidarlo todo, pero nunca cuáles son mis galletas favoritas —
dice bajo el umbral, sus ojos suaves—. O cuán enamorada estaba de ti
cuando nos casamos. —Tomo una honda bocanada de aire—. Incluso si
perdieras la mitad de tu cuerpo seguirías siendo ese hombre para mí. Me
diste cosas buenas en mi peor momento, Malcolm. Ahora es mi turno.

Una vez termina de hablar se va sin esperar una respuesta.

Sin ver la manera en la que sus palabras me afectan.

Adoro que esté ahí para mí, pero a la vez lo odio.

No es así como se suponían que debían ser las cosas.

******

Sav se queda dormida después de que terminamos de ver un maratón de


películas de futbol americano, el cual terminó con The Longest Yard
protagonizada por Adam Sandler. Es una de mis películas favoritas y
siempre conseguía subirme el ánimo, pero en esta ocasión su efecto fue
totalmente el contrario y ocultárselo fue una de las cosas más difíciles que
he hecho en mi vida. La pantalla de mi teléfono brilla en la mesita de noche,
anunciando que me llegó una notificación y son pocas las personas de las
cuales me avisa. Mi madre. Mi esposa. Tanner. Marcus. Mi equipo, mi
agente y todas las piezas claves de mi carrera.

Y mi hater.
Beso la cima de la cabeza de Savannah antes de alejarme suavemente de
ella, con cuidado de no despertarla, y tomo mi iPhone. Mis ojos se ponen
en blanco cuando noto que Tanner me envió otro anuncio de empleos, esta
vez como cajero en un McDonald’s, con un emotivo mensaje que cualquier
hermano le enviaría a su otro hermano en tiempos difíciles.

Tanner: Algo a la altura de tus expectativas, al igual que el fútbol.

Tanner: ¿La parte buena? Reconocen los accidentes de sus trabajadores en


el campo laboral.

Aunque todo en sus mensajes me dice que está resentido conmigo por haber
ignorado sus llamadas, las cuales son significativas para él ya que mi
hermano no es una persona de llamar a otras, y sus sugerencias de que
finalmente debería hacer lo que lleva años diciéndome e ir a refugiarme
bajo su ala de murciélago, no le respondo. No es él el motivo por el que mi
teléfono se alumbró, sino Instagram. Voy hacia el chat general, el cual
aparté de la ventana principal para que no se perdiera entre mis millones de
seguidores. malcolmreedlatienepequeña: Así que echaste a perder tu
brazo y ya nadie te quiere.

Sus palabras deberían hundirme en la miseria, pero por primera vez en un


mes me encuentro sonriendo e incluso conteniendo una risa mientras me
hecho hacia atrás y respondo. La manera en la que defendió a Sav la última
vez que nos vimos me hizo darme cuenta de que es una chica, no un chico,
y que podría ser más cercana a nosotros de lo que pensamos. Tengo algunas
teorías. Mi esposa no solamente es capaz de enamorar a hombres. También
tuvimos experiencias con modelos femeninas cuando empezamos a salir.

Ellas se enamoraron más de ella que de mí.

Algunas incluso lloraron cuando Savannah no mostró interés más allá del
sexo y la amistad, por lo que tuve que consolarlas y suavizar decirles que
solo queríamos pasarla bien. malcolmreed: Por primera vez estamos de
acuerdo en algo, hermosa.

No responde al instante, confirmando mi teoría de que se trata de una chica


ya que nunca había tardado tanto tiempo en responder estando en línea. Su
perfil solo me sigue a mí, a páginas de deportes y a una organización
destinada al rescate de ballenas blancas. Fue creado para atormentarme.
Respondiéndole solo le doy lo que quiere, su droga, así que nunca duda en
consumirla. malcolmreedlatienepequeña: Tienes neuronas.
malcolmreedlatienepequeña: Quizás sí estés capacitado para trabajar en
un McDonald's.
Mi ceño se frunce.

¿Tanner?

No veo a mi hermano mayor haciendo algo como esto, Tanner ni siquiera


sube fotos de sí mismo a las redes, sino de sus barcos, pero la coincidencia
es tan grande que después de un mes lo llamo.

—Si llamas para rogarme por ser quién haga mi café todas las mañanas, la
respuesta es no —dice a penas responde—. El plazo para aceptar se acabó
hace una semana.

Hago una mueca. Su primera oferta fue para que fuera su vicepresidente.
Luego de eso fue bajando de cargo según no le respondía hasta que
finalmente, por lo que vi, consideró que no me quería en su empresa. Me
siento estúpido ante la idea de si quiera preguntarle si él es mi hater, así que
cuelgo. malcolmreed: Vamos a vernos. malcolmreed: Dime todo lo que
me has dicho a la cara y te daré la razón. malcolmreedlatienepequeña:
No creo que sea necesario. malcolmreednoesnadie: Ya lo haces.
Capítulo 5

El equipo de rehabilitación que Jasper consigue para mí provienen de


Dinamarca. Los daneses hacen bien su trabajo, pero no siento una conexión
con ninguno y hacer equipo con ellos me resulta difícil. Sus palabras son
secas y su pronóstico sigue siendo igual de desalentador a pesar de que
intentan darme esperanzas. Sé que la articulación del codo es compleja
debido a que cumple varias funciones; extensión, flexión, supinación y
pronación, pero necesito con desesperación alguien que me diga que todo
va estar bien y ellos no lo hacen. El primer día que me liberan de mi vendaje
y de la inmovilización de mi brazo derecho para solamente practicar los
movimientos de rotación, escucho algo dentro de él romperse. Me paralizo
por unos minutos antes de volver a hacer el movimiento para regresar a la
normalidad, dándome cuenta de que es una rigidez a la que ahora debo
acostumbrarme.

La cicatriz todavía duele.

Dudo que vaya a haber un día que deje de doler.

Mi proceso quirúrgico consistió en placa, tornillos, reemplazo de la cabeza


del radio y fijación de ligamentos, así que no es una sutura bonita sobre mi
piel. Una vez termino la crioterapia con la que se da por finalizada mi
proceso de rehabilitación diario, lo cual ni siquiera siento a pesar de que se
trata de violentas temperaturas de frío, me levanto del mueble en el exterior
de mi casa. La inmovilización de mi brazo fue durante cuatro semanas, pero
aún así lo regreso a un cabestrillo porque no termino de temer con respecto
a él o de acostumbrarme a que los ángulos de su funcionalidad
disminuyeron.

—Nos vemos mañana, señor Reed —dice el danés, recogiendo sus cosas.

Afirmo, girándome para subir a mi habitación a ver una película o algo.

Savannah está en el trabajo. Son a penas las doce. A partir de ahora se me


dice que en unos dos meses mi articulación estará lo suficientemente
estable como para jugar, pero hasta que no esté en medio de un campo lo
creeré. Los Kings se han portado bien. Los Cowboys también. Tanner
insistió en demandar a los primeros ya que tenía motivos para hacerlo, está
el conflicto de intereses de si mi lesión es contada como tal durante el
último día de nuestro contrato, y en meterle presión a los Dallas para
ingresarme en su nómina a pesar de mi lesión, pero desistí. No quiero
problemas con los equipos que después traigan consecuencias, como que
nadie me quiera y me marquen dentro de la industria.

Todo siempre termina siendo como un acuario en los que todos los peces
se conocen.

En el que todos se relacionan entre sí.

—Mierda —digo, aburrido, cuando no encuentro nada bueno entre los


canales.
Ya me he visto todas las nuevas películas y series de las plataformas
digitales de entretenimiento, siendo esta la época en la que más he
consumido contenido audiovisual. Normalmente en casa estaría nadando
en la piscina o ejercitando, pero ya acabé con eso en por la mañana.
Savannah no vendrá a comer hoy porque tiene una reunión con unos
clientes, así que estoy solo con el servicio. Opto por no deprimirme,
cansado ya de apestar entre mis sábanas, y me levanto para darme una
ducha y colocarme algo de ropa. Quitarme el cabestrillo me hace sentir
inseguro, pero no quiero llamar la atención en la calle.

Selecciono un par de jeans, una camiseta blanca y una gorra oscura.

También selecciono un par de gafas de sol.

Esperando no ser reconocido, salgo a la calle.

*****

Tenía cinco años la primera vez que sostuve un balón de fútbol. Para
sorpresa de todos fue un regalo de mi padre. El único regalo que alguna vez
recibí de él. El señor Reed acababa de terminar de follar mi madre, a quién
solo consideraba su mujerzuela a pesar de que ella lo amaba con todo su
ser, y me vio haciendo mi tarea en la mesa del comedor. El primer recuerdo
que tengo de mi niñez es ese. La manera en la que todo dentro de mí se
sorprendió cuando mi padre finalmente se dignó a mirarme. La inseguridad
que sentí hacia cómo proceder al respecto. Recuerdo congelarme mientras
caminaba hacia mí y me preguntaba si quería ir a comer un helado. Me
llevó con él tal y como estaba, en shorts y camiseta, descalzo, a un
McDonald’s. Se detuvo en el AutoMac a pesar de que le dije que me
gustaría entrar y jugar en el parque con los otros niños. Ahora como adulto
lo entiendo.

El imbécil no quería ser atrapado llevando al parque al hijo de su aventura


con su asistente.

Después de llevarme a comer helado, se detuvo en una tienda de juguetes.

Me dejó en el auto.

De todas las cosas que un niño pudo haber querido, autos brillantes o una
máquina para hacer burbujas, mi padre trajo consigo un balón y lo presionó
contra mi pecho. Se reía como si estuviera orgulloso de lo que sea que
estuviera a punto de decirme. Como si lo creyera, así que yo, considerando
que el sujeto era mi padre y mi madre lo amaba, también lo creí.

—Tu madre y tú no lo tendrán fácil, chico, y dudo que vayas a ser alguien
inteligente debido a que ella no lo es tanto, así que la mejor forma que
tendrás de hacerte notar será si te pones a jugar. Te doy este consejo porque
eres un Reed, no hay duda de eso, y tienes que ser alguien un día. Me temo
que esta será la única forma para ti. —Dicho esto se puso a conducir,
dejándome en blanco y sin idea de qué responder—. Tu hermano mayor es
bueno en ello, así que tú también deberías serlo y lucrar de ello ya que él
nunca lo hará. Tanner tiene una misión completamente diferente a la tuya,
pero sus cuerpos son muy parecidos y estoy seguro de que les transmití el
talento. —Me sonrió—. Yo también fui un jugador. —Su mirada se volvió
oscura—. En realidad todavía lo soy. Tú eres la prueba de ello.

—¿Tengo un hermano? —pregunté, emocionado.

De todo lo que me había dicho eso había sido lo más importante.

—Sí —respondió secamente, su humor desapareciendo y siendo


suplantado por un tono duro y amargo que me llevó a preguntarme si hice
algo mal—. Pero él no quiere saber nada de ti. Piensa que no eres lo
suficientemente bueno como para ser su hermano.

No había querido llorar ninguna de las veces que me había ignorado


mientras crecía, pasando de largo hacia la puerta principal después de ver
a mamá, pero lo hice entonces.

—¿Por qué?

Wagner Reed me miró como si fuera obvio.

—Porque eres basura, niño, y la única forma en la que dejarás de serlo es


esta. —Condujo con una sola mano para presionar el balón contra mi
pecho—. Hazme caso. Puede que incluso siendo tan exitoso como tu
hermano un día lo será él nunca te llegue a considerar su amigo y que lo
más lejos que llegue a quererte sea como su perro, como su mascota, pero
si alguna vez quieres tener algo que ver con él o conmigo en el futuro tienes
que ser importante. Sé que estoy pidiendo mucho considerando quién es tu
madre, pero…
—¿Qué hay mal en mamá? —pregunté—. ¿Por qué mi hermano es tan
malo?

—Tu madre es estúpida —siseó, ya estacionándose frente a nuestra casa.


Mi cuerpo empezó a temblar. Quería defender a mamá, pero no sabía cómo
hacerlo—. Cree que quiero estar contigo o con ella, pero eso se acabó. Esta
es la última vez que me verán. —Alzó su puño para golpearme, a lo que
me encogí, haciéndolo reírse. Solamente lo presionó contra mi mejilla, pero
aún así me sentí mal. Aún así sentí el golpe como si me lo hubiera dado—
. Mi esposa ya sabe que existes. Ella sí es una mujer de verdad, no como la
puta que te dio a luz. —Mis ojos se llenaron de lágrimas—. Cuando crezcas
sabrás diferenciar entre mujeres con las cuales deberás casarte y mujeres a
las que solo debes utilizar, Malcolm.

—Mamá es una buena mujer —la defendí.

Mi madre trabajaba como un hombre, como había visto a los padres de mis
amigos trabajar, pero también hacía cosas de mamás. Lavaba mi ropa.
Cocinaba mi comida. Hacía tareas conmigo. No necesitábamos a Wagner
y me alegraba no volver a verlo en mi vida. Tampoco quería saber de mi
hermano. Se escuchaba como un imbécil, al igual que nuestro padre.

Wagner suspiró, pasando de mí para abrirme la puerta.

No quería que este hombre fuera mi padre, pero lo era.

No quería que mi madre lo amara, pero lo hacía.

—Vete de aquí, Malcolm. Pensé que eras diferente, más como yo que como
ella, y por eso pensé en darte una oportunidad y más adelante volver por ti,
pero ahora veo que solo te pareces a Claudia. — Me empujó fuera cuando
no me moví. Caí en el suelo de la acera, hecho de cemento, y mis rodillas
se rasparon. No chillé. No grité. Solo lo vi. Estaba tan impresionado y
vulnerable ante él que no atajé el balón cuando me lo lanzó, lo cual hizo
que sus labios se curvaran agriamente—. Olvida todo lo que te dije. Creo
que ni siquiera para el futbol eres bueno. Nunca le llegarás a los tobillos a
tu hermano, por lo que veo.

Sin esperar ninguna respuesta de mi parte, se fue.

Nos abandonó.
Esa fue la última vez que lo vi antes de alcanzar la adultez. Mamá lloró por
meses preguntándose qué era lo que había hecho mal ya que él cambió de
número y no respondía sus llamadas. En un principio estuve feliz, pero los
días pasaron y no volvió a ser ella misma. Luego la culpa me carcomió vivo
al punto en el que empecé a jugar fútbol con mis amigos para aprender y
así intentar traer a Wagner de regreso para ella. Resulté ser bueno.

Muy bueno, pero nunca tan bueno otro mariscal de campo en la otra ciudad
de Texas.

—¿Para comer aquí o para llevar? —pregunta la mujer que me atiende en


el restaurante.

Es un sitio lujoso cerca de casa. Diría que el punto intermedio entre mi


mansión y la de mi madre y la de los padres de Savannah. Sirven comida
mediterránea. No es la primera vez que vengo aquí, pero aún así no me
quito las gafas porque no quiero que nadie sepa que estoy aquí. No quiero
responder a preguntas de si me quedaré o no con los Kings. De si firmaré
con los Cowboys. De si estaré presente en la próxima liga y conseguiré otro
Super Bowl. No quiero que me pregunten de lo que ni siquiera yo mismo
tengo una idea.

Tuve que desactivar los comentarios de mis post debido a ello.

Recibí algo de hate debido a ello, llamándome desagradecido con mis


fanáticos.

Pero en este momento simplemente no puedo.

Sus comentarios, tanto positivos como negativos, solo me hacen sentir


peor.

Esperan mucho de mí, quizás más de lo que les pueda dar, así que
terminarán consumiéndome. Las veces que he tenido recaídas con el
alcohol a lo largo de este mes se debieron a ellos. A que no hay ninguna
manera de devolverles todo lo que me han dado, al igual que me pasa con
mi esposa, y me siento en deuda. Asfixiado. Sobrepasado. Desesperado
porque todo vuelva a ser como antes y tenga mi brazo de lanzador bueno,
pero también cero expectativas sobre mí que me permitan tomar decisiones
por mí mismo y sin pensar en otros. La chica hace un sonido con la
garganta, recordándome que espera mi respuesta, y asiento, inclinándome
levemente hacia adelante para que no vena mi rostro.

—Para comer aquí.

—¿Comerá usted solo, señor…?

—Johnson —le digo de manera casi suplicante, puesto que sé que sabe
quién soy.

Me mira con pesar, pero guarda la compostura y se traga su lamento lo que


te sucedió, lo cual agradezco. Tuve una lesión. No pasó nada más. Saldré
de ello y volveré a jugar. En un año o dos esto será un episodio agrío de mi
carrera que se convertirá en una reflexión.

En dos capítulos de drama de una serie que aún no he terminado.

—Muy bien, señor Johnson, tome asiento —dice ella, su mirada baja.

Afirmo y camino entre las personas que se encuentran en el restaurante. Me


siento al fondo, de espaldas a todos, y me quito la gorra. Soy un chico de
pizza, pero Sav y yo llevamos dos semanas comiendo pizza y helado para
superar esto, así que pido langosta, la cual me sirven con puré de papa, mi
favorito, y ensalada. Estoy tomando un sorbo de mi limonada cuando
escucho una voz familiar tras de mí, pero no me doy la vuelta pensando
que podrían reconocerme. Me limito a escuchar atentamente lo que dicen.

—Me gusta este chico que encontraste en Dallas, ¿Zyon? —pregunta mi


representante—. Creo que podría ser un buen suplente de Malcolm. Los
Kings me están pidiendo un nuevo mariscal y con lo desesperados que
están por encontrar a alguien que valga la pena estoy seguro de que
podríamos sacarle un contrato de cuatro año por nueve cifras.

Nueve cifras son cien millones.

Los reyes estaban más desesperados cuando yo empecé con ellos y no


llegamos a eso.

—Los Cowboys también están interesados en él, pero puedo cedértelos si


les haces un favor — responde Jacobs, el cazatalentos más famoso de
Texas. Sus palabras me confirman los rumores, los cuales dicen que aunque
mete su cuchara en todos los equipos, trabaja oficialmente para el Dallas—
. Tenemos el asunto de Malcolm pendiente y tengo el presentimiento de
que podrá estallar para los Kings o para el Dallas en cualquier momento.
Los Kings podrían salir afectados porque su contrato no se había vencido,
por lo que su seguro como jugador todavía era válido, al igual que cualquier
cláusula de daño, y el Dallas no quiere que le recuerde a las personas que
estábamos a punto de ficharlo. Después de todos los escándalos de la
temporada pasada están buscando mejorar la opinión pública.

Jasper ríe.

—No tienes nada de qué preocuparte.

—¿Ah, sí? —pregunta el cazatalentos—. ¿Por qué?

—La lesión de Malcolm no le permitirá volver a jugar como lo hacía antes.


Ningún equipo va a volver a quererlo cuando lance un balón y ni siquiera
alcance las diez yardas. La lesión que tiene dura un año en recomponerse.
Cualquier demanda es nula, de acuerdo al contrato que firmó, si se hace
después de los tres meses, pero él no nos demandará.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso?

—Porque para cuando su rehabilitación termine habrán pasado más de tres


meses. Para cuando le digamos que ya las puertas del fútbol se cerraron
para él, ya no podrá reclamar nada —dice el que se supone que debía cuidar
mis intereses, la persona en la que confié por años y que creía que era mi
amigo, pero solo me veía como un activo—. Ahora mismo ambos equipos
solo tenemos que alimentar sus esperanzas. Alentarlo a mejorar. Si después
no cumple con nuestras expectativas, no es nuestra culpa. Quedaremos
como los buenos.

—Y no perderán los quinientos millones de dólares, quizás más, por los


cuales podría demandarlos por la manera en la que actuó el equipo el día
que se fue —concluye el cazatalentos—. Dios, Jasper, lo que le estás
haciendo a Reed es frío, ¿cuánto hay para ti por traicionarlo así? Porque
debe haber algo. No creo que sea si quiera humano lo que haces.

—No hay nada para mí —dice mi representante, pero tanto Jacobs como
yo sabemos que es mentira—. Y si hablamos de demandas Malcolm
también podría ir tras tus jugadores.

—Lo sé —responde—. Por eso vine a hablarte, para que ambos equipos
pudiéramos unirnos y darle una buena compensación con la que pudiera
olvidar nuestras acciones, no para entregarte a Zyon. —Lo escucho
levantarse—. Ni muerto vuelvo a darte a uno de mis chicos.

—Jake, por favor —bufa Jasper, sonando nervioso.

—Te has vendido. No quiero saber nada más de ti —suelta en su


dirección—. Trabajamos para ellos, no para otros, y te recomiendo que
vayas buscando un sitio en el cual esconderte para cuando Malcolm se dé
cuenta de que solamente estás alimentando sus esperanzas para ahorrarle a
los Kings la mitad del dinero que deben darle ya que su valor subió para
todos cuando ganó dos veces el Súper Bowl para el equipo que ahora le
hace esto.

—Jake…

—No tengo nada más que decirte salvo que pagues la cuenta —lo corta—.
Ya que ahora te has hecho rico con el dinero de Malcolm no necesitas que
yo lo haga, como siempre he hecho desde que te conozco incluso cuando
tenías dinero para cubrir tu parte, comadreja.

—¡Jake! —grita Jasper, ya enloquecido, pero escucho a Jacob irse.

Me levanto.

Cuando lo hago, él se da la vuelta y me nota.

Si antes se encontraba pálido, ahora se ve enfermo.

—Malcolm, puedo explicarlo.

Pero solamente niego, pasándolo. Al caminar siento trozos de vidrio debajo


de mí, pero no hay ninguno. Son mis sueños. Son mis metas las que están
hechas añicos a mis pies.

—Puedes explicárselo a mi abogado.

Arrojo unos cuántos billetes a la caja antes de salir al exterior. No traje un


chófer, así que conduzco yo mismo mi deportivo de cinco millones de
dólares de regreso a casa, pero no encuentro ningún consuelo o satisfacción
en ello. Ya no tengo esperanzas de ningún tipo. Solo estaban jugando
conmigo al decirme que alguna vez podría volver. Cada uno de los grupos
de rehabilitación que vino a ayudarme, probablemente no servía de nada y
solo venían a retrasar mi mejora para que Jasper salvara a los Kings de una
demanda y fuera recompensado por ello, lo cual significa que sí tenía razón
al rechazarlos.

El único que no consiguió él fueron los británicos.

Los británicos que mandé a la mierda porque le veían el culo a mi esposa.

Veo sus equipos de rehabilitación en el medio de la sala. No estoy seguro


de poder hacer esto, de que sea bueno para mi brazo, pero ya no tiene
ningún tipo de sentid cuidarlo. No tienen ningún tipo de sentido esperar
nada de él. Le doy el día libre al servicio, tomo un mazo, una botella de
Jack Daniels y destrozo todo lo que encuentro y que me dijeron que se
suponía que me ayudaría a regresar al campo, dejando finalmente correr la
ira que siento. Es tanta que ni siquiera me percato de la manera en la que
mi cicatriz se abre y sangra.

De cómo duele.
Capítulo 6

Revivo lo que fue salir del hospital en medio de paparazzis y periodistas la


segunda vez que lo hago debido a que me lesioné sobre mi lesión por mi
propia cuenta. Savannah intenta cubrirme con su cuerpo, pero es imposible.
Soy tres veces más grande que ella y su brazo dentro de un suéter con
capucha solo hace más evidente el hecho de que está escondiendo algo. En
este caso, el que mi brazo haya necesitado una segunda cirugía porque
rompí uno de los tornillos que pusieron en su interior. Siento los flashes
siendo disparados directamente sobre mi rostro, pero no me interesa. El
dolor que llevo dentro es peor. Más lancinante. Consume cualquier otra
cosa que un ser humano pueda sentir.

La pérdida es indescriptible.

Sin el fútbol no tengo nada.

Todo lo que soy está en un campo.

—A casa, por favor —le indica Sav a nuestro chófer, presionando mi rostro
contra su pecho y sumergiendo sus dedos en mi cabello—. Todo va a estar
bien —susurra.

Ni siquiera puedo rodear su cuerpo con mis brazos como quiero.

Me limito a afirmar a pesar de que se que no es así.

Mi teléfono está lleno de llamadas perdidas de Tanner, de mi madre, de


Marcus y de Jasper, mi ex representante. También tengo mensajes de mis
fanáticos. De los miembros del equipo que propiciaron mi lesión, lo cual
sospecho que una táctica de los reyes para que no tome acciones legales
contra ellos. Pasan los días y el tiempo para demandar a los Kings se agota
con cada uno de ellos, pero me limito a pasar el día en cama viendo mis
juegos desde la secundaria. En la escuela pública en la que estaba era una
especie de dios. Mientras nadie mencionara al otro mariscal en Texas
contemporáneo conmigo, era el número uno.

Todo se vino abajo en la universidad.

No importaba cuán bien jugara, cuánto me esforzara, seguía sin ser


suficiente.

Seguía sin llegarle a los tobillos al mariscal que todos querían reclutar.

No he movido en lo absoluto mi brazo desde la segunda intervención. Este


sigue en su yeso y siento la masa muscular en él disminuirse cada día,
perder fuerzas a cada segundo que pasa. Tengo el suficiente dinero, incluso
con mis gastos desproporcionados, para vivir tranquilamente por lo que
quede de mi vida, pero eso no era lo que quería.

Quería ser una leyenda.

Ahora, por la manera en la que mi estómago se ha inflado, seré la leyenda


de los helados y de la comida chatarra en lugar de la leyenda del fútbol que
pretendía. Ni siquiera paso por el gimnasio. Me limito a observar al
Malcolm del pasado, quién cree que tiene un futuro.

Quién cree que la educación no es importante, por lo que no le presta


atención a sus clases y es amable con los inteligentes de su salón para que
le hagan todas las asignaciones.

Quién solo se enfoca en su talento y en sus capacidades.

Quién no sabe hacer nada más a parte de jugar fútbol.

Un nudo se apodera de mi garganta cuando me veo hacer mi primer


tuchdown. Fue en la preparatoria. Tenía una novia animadora que mi madre
desaprobaba. Un plan. Termino el envase de helado número dos del día y
paso al whisky, alternando para evitar que Savannah me encuentre sobre
mi propio vómito de nuevo. Ella amenazó con llevarme a alcohólicos
anónimos, pero el psicólogo al cual me obligó a ir le dijo que debía dejar
que viviera mi duelo.
—Mierda —digo, viendo mi bandeja de mensajes y arrojando mi teléfono
al otro lado de la habitación, dónde termina de hacerse añicos ya que no es
la primera vez que lo lanzo.

Tanner me consiguió otro abogado.

Otro abogado que no necesito, puesto que no quiero demandar a nadie. No


quiero el dinero de nadie y mucho menos el de esas ratas. Lo único que
quiero es volver a jugar y ya tengo claro de que eso no es posible, así que
no importa qué rehabilitación haga. No importa, de nuevo, lo mucho que
me esfuerce. Eso nunca es suficiente. Incluso cuando estaba haciendo las
cosas bien y solo estaba a una firma de lograr mis sueños, no fue suficiente.

Terminé mi botella de Jack Daniels, así que bajo las escaleras en búsqueda
de otra.

El servicio ya sabe que no debe interponerse en mi camino, así que no se


atraviesan en él mientras la tomo del bar. Una vez con ella en mano paso
por delante de todas las habitaciones en dirección al jardín y pienso en
llamar a Savannah para invitarla a almorzar porque hace mucho que no
salimos y justo ahora nuestro matrimonio es lo único a lo cual puedo
aferrarme. Hay pocos teléfonos en la casa y uno de ellos está en su oficina,
la cual está cerca. Entro en ella. Ignoro todos sus planos y maquetas, cubro
mis ojos debido a la forma en la que la luz natural lo empapa todo debido
a la pared de cristal en un lateral y me acerco a teléfono inalámbrico. Para
alcanzarlo debo sentarme en su silla, frente a su Mac.

Empiezo a marcar los números que me sé de memoria, pero me detengo


cuando la pantalla de esta se alumbra con la notificación de la llegada de
un correo. Me tenso al reconocer la dirección de quién lo envía, pues la he
visto en mi propia bandeja de entrada.

De: Reed Imports.

Para: Savannah Campbell.

Olivia necesita algo de ayuda femenina para su discurso.

No quería molestarte, pero todo lo que le digo le parece una ofensa.

Tras los segundos que me toma procesar esta información, el hecho de que
mi hermano y mi esposa continúan hablando a pesar de que Savannah solo
le es indiferente desde que terminaron su aventura o desde que él acabó de
divertirse con ella, voy a la bandeja de salida, dónde me doy cuenta de que
ella ya la he respondido.

De: Savannah Campbell.

Para: Reed Imports.

Mañana puedo atenderla en mi oficina a las tres.

La respuesta de él también es rápida.

De: Reed Imports.

Para: Savannah Campbell.

Se lo diré.

Mi mano se aprieta en torno a la botella. No es como si alguno de los dos


le hubiera declarado su amor al otro o como si tuviera motivos para
sospechar de ellos, no cuando mi hermano mayor lo es todo menos un
mentiroso y no cuando Savannah ha sido como un milagro para mí, pero
aun así no puedo evitar que todas las inseguridades y todos mis miedos me
golpeen. Él no solo es perfecto en todo lo que yo no, sino que también tuvo
su corazón en bandeja de plata por casi seis años.

No hay ninguna otra respuesta de Tanner. Me debato unos minutos entre


hacerlo o no, pero termino revisando el historial de sus conversaciones.
Todas tratan sobre el programa de becados que ambos abrieron hace un
tiempo y que pensé que se había descontinuado. No sé por qué me
sorprende que no lo hiciera cuando ambos se toman tan en serio su trabajo.

Quizás porque pensé que ella no soportaba estar cerca de él.

Termino mi botella en su estudio, rodeado de sus proyectos. La mayoría de


ellos está sin terminar y constan de casas para millonarios que se vuelven
locos con sus diseños. Sav es terriblemente protectora con ellos, así que
salgo de ahí cuando por accidente rompo dos o tres de sus maquetas. Ya
fuera me dirijo al área de la piscina. No existe algo en el universo con lo
que pueda comparar lo que siento en mi pecho. La magnitud de la
desolación que me embarga. Los demonios. Es como si el mundo a mi
alrededor no tuviera color a pesar de que me hallo en un jardín de múltiples
y diversas especies de flores plantadas por la madre de Savannah, bajo el
resplandor de un sol cálido y brillante. A pesar de que lo siento cálido
contra mi piel, siento como si estuviera en el fondo de un pozo húmedo y
oscuro.

Contemplo el agua frente a mí.

La piscina es olímpica.

Uno de mis brazos no sirve.

Estoy tan ebrio que me tambaleo.

Sin Sav ahí para mí, sin el fútbol, ¿realmente tengo motivos para
quedarme?

—¿Malcolm? —pregunta alguien a mis espaldas, pero es demasiado tarde.

Caigo en el agua y esta choca contra un lateral de mi cuerpo de forma


dolorosa y seca, pero no hay nada más doloroso que el hecho de que te
quiten lo que más amas. Tu propósito en la vida. No sirvo para nada más
que jugar. Tanner, en el fondo, lo sabe. Mi chica lo sabe. Si me considerara
una persona apta para estar a su lado, acudiría a mí para que cumpliera sus
sueños, no a mi hermano. Todos en el país también son conscientes de ello.
Nací para jugar. Vivo para jugar. Preferiría haber perdido la vida a
continuar sin poder hacer lo que amo.

Siempre me enfoqué en el fútbol.

No tengo una educación u otra vocación.

No tengo ninguna habilidad a parte de jugar.

Cuando mi cuerpo toca el fondo antes de intentar salir a la superficie de


nuevo flotando por sí mismo, siento uno más jalarme hacia arriba desde mi
brazo malo. Lucho contra él, intento decirle en la profundidad de la mierda
en la que estoy sumergido que ya no quiero seguir luchando porque
siempre, independientemente de cuánto me esfuerce, será insuficiente y
estoy cansado. Cuando mi cabeza sale a flote mis ojos intentan esquivar los
de la persona que me sacó de la piscina, pero es imposible cuando salimos
del agua y, tras incorporarnos, me arroja un puñetazo a la cara que me deja
casi inconsciente.
—Esta no es la solución —dice Marcus, temblando con una ira que no
había visto nunca antes, no en él, quién es difícil de perturbar o alterar. Sus
ojos claros me perforan el alma—. Matarte no es la solución, Malcolm. Hay
muchas personas que te quieren y están contigo. Lo siento si te duele
decirlo, pero el fútbol no lo es todo. Hay un mundo ahí afuera que no has
visto o que te niegas a ver, lo cual es triste porque a muchos les gustaría el
poder decir que al menos tienen la posibilidad de continuar respirando.
Lesionar tu brazo no te mató —grazna—. Tu depresión y terquedad sí lo
están haciendo… estuvo a punto de hacerlo.

No respondo. Me limito a acostarme en una tumbona para recuperar el


aliento.

Cubro mis ojos del sol con mi brazo bueno.

—No se lo vayas a decir a Savannah —ruego.

Lo último que necesito es hacerla llorar de nuevo.

Sentirme como una mierda de nuevo.

—Maldición, Malcolm. Por supuesto que se lo voy a decir a Savannah —


dice y escucho sus pasos alejándose hacia el interior de la casa—. No te
vamos a perder por esto. Todos los equipos del país, del jodido mundo,
pueden chuparme la polla.

Mis labios se curvan, pero mi interior se estremece al saber que no habrá


nada que pueda hacer para impedir que vaya corriendo a decírselo a mi
esposa.

Aún así lo intento.

—A Abby no le gustará saber que maldices. Si le dices a Savannah, se lo


diré a Abby.

—Abby también maldecirá cuando sepa lo que hiciste.

Guardo silencio, puesto que ahora que soy medianamente consciente de lo


que acaba de pasar y de lo que habría sucedido si Marcus no hubiera estado
ahí…

Maldición.

******
Savannah llega a las cinco del trabajo. Cuando lo hace encuentra a Marcus
vigilándome como si fuera mi perro guardián. Ambos nos mojamos, así
que después de llamar a Abby y explicarle que llegaría tarde a casa, puesto
que arruinó su teléfono al entrar al agua de esa manera, se puso algo de mi
ropa. Un conjunto deportivo de los Kings que nos regaló Puma la última
temporada, el cual también llevo. Él le dice que tienen que hablar y ambos
desaparecen en el interior de la oficina de Savannah. Los espero en la sala.

Cuando terminan la expresión de ella no es la que esperaba.

Esperaba llanto, esperaba lágrimas, gritos.

Sus ojos están hinchados, pero sus labios me sonríen.

Por el rabillo del ojo veo a Marcus irse de nuestro hogar.

—Voy a preparar algo para la cena —murmura arrodilla ante mí, frente al
sofá. No es necesario que cocine, tenemos sobras y platillos listos en el
refrigerador, así que sus intenciones querer hacerme sentir mejor son
obvias. Al instante me siento como un imbécil por haberme molestado por
sus correos electrónicos con mi hermano—. ¿Qué quieres?

Agacho la mirada.

—Quiero que dejes de preocuparte por mí —le digo—. Quiero que


volvamos a ser como antes. — Elevo su rostro hacia el mío colocando mi
mano bajo el mentón—. No quiero ser una carga para ti. Quiero ser tu
esposo, Savannah. Quiero que seas tú la que se apoye en mí. Quiero ser el
fuerte, al que acudes y resuelve tus problemas porque te lo mereces, no
quién te hace derramar lágrimas. Ese no soy yo, Sav.

—Sé que ese no eres tú —dice, sonando casi desesperada porque le crea—
. A veces está bien ser débil, Malcolm. Mientras tus intenciones sean no
serlo, está bien.

Los ojos grises de Sav se llenan de lágrimas. Maldigo mi yeso cuando se


sienta en mis piernas y solo puedo rodear su cuerpo con un brazo, no con
los dos. Me besa suave y dulcemente, lo cual es perfecto ya que en este
momento ninguno de los dos necesita sexo o algún tipo de pasión salvaje.
Sí saber que estamos ahí el uno para el otro hasta el final. Después de unos
minutos juntando nuestros labios, se separa de mí luciendo sin aliento.
Sostiene mi rostro entre sus manos.

La amo tanto que duele.

—¿Por qué no nos vamos de viaje? —propone—. Puedo ponerlo todo en


pausa por esto.

Mi mandíbula se aprieta.

—No quiero que pongas todo en pausa por mí.

—No es por ti —dice—. Es por mí —solloza—. No me lo habría perdonado


si algo te hubiera pasado. Yo vivo aquí, contigo, y no me di cuenta de la
magnitud de tu dolor hasta ahora. Eso es más importante.

Esconde su rostro en mi pecho. Acaricio su cabello negro.

—Está bien.

Pero niega.

—No, no lo está, Mal. No estás bien.

Suspiro, estrechándola contra mí, pero no la contradigo.

******

La idea de Savannah de un viaje es bastante extraña. Alquiló un auto


descapotable de los ochenta, de color azul, que se ve como si en cualquier
momento nos pudiera dejar en la vía. Tampoco me dijo cuál era nuestro
destino final, solo que sería un viaje por carretera de más de un día para
llegar a nuestro destino. Estaremos expuestos a la vista pública, así que
decidí rapar mi cabello a último momento. Cuando lo hago usando una
camiseta blanca, jeans y zapatillas deportivas por debajo de mi vieja
chaqueta de los Cougars, Sav silva.

—Te ves bien.

Sonrío.

—Tú también te ves bien —la halago, puesto que no se me viene nadie a la
mente a la que le quedaría mejor la ropa que lleva: pantalones de cuero,
una pañoleta blanca con un diseño de flores naranjas que cubre sus senos y
otra más en su cabeza, junto con botas.
Aunque en un principio estaba inseguro sobre esto y me sentía culpable por
ser la causa por la que está dejando su trabajo, lo que más ama, de lado, no
puedo evitar que una extraña paz se apodere de mí cuando ambos
ocupamos nuestros puestos y salimos a la carretera. Siempre le ha gustado
escuchar música mientras se encuentra a bordo de un auto, así que no me
extraño cuando le sube todo el volumen a la radio tras poner un par de
lentes pequeños sobre el puente de su nariz, los cuales complementan su
estilo y la hacen lucir adorable. Verla como un espíritu tan jovial y libre me
recuerda las razones por las cuales me sentí tan atraído hacia ella desde un
principio. Es como si con solo estar a su lado todo lo que te atormenta
desapareciera.

Como si solo pudieras verla a ella.

No heroes, villains, one to blame

While wilted roses fill the stage

And the thrill, the thrill is gone

Our debut was a masterpiece

But in the end for you and me

Oh, the show, it can't go on

Como en este momento, que gira su rostro hacia mí y sonríe mientras el


viento agita su cabello, moviendo su cabeza al ritmo de la canción que
estamos escuchando.

We used to have it all, but now's our curtain call

So hold for the applause, oh

And wave out to the crowd, and take our final bow

Oh, it's our time to go, but at least we stole the show

At least we stole the show

—¿Preparado? —pregunta, un brillo sumamente sentimental en sus ojos


grises que asocio a emoción ya que esta es una experiencia nueva para
ambos.
Afirmo, tirando de mi cuello hacia atrás mientras permito que la luz del sol
me golpee en el rostro. No tengo ni idea de hacia dónde estemos yendo,
pero se siente mucho mejor que quedarse en casa y seguir deprimido por
mi brazo y mis sueños rotos.

Aún así en mi mochila hay una botella de Jack Daniels.

—Sí —contesto sin tener idea de lo que me espera.

At least we stole the show

At least we stole the show

At least we stole

the show At least

we stole the

show

Capítulo 7

Mi chica conduce. El viaje es silencioso, pero disfruto cada segundo de él.


De la manera en la que el viento golpea mi rostro, recordándome con cada
roce que sigo vivo, de las vistas y de la buena compañía. Savannah no me
dice hacia dónde vamos, pero la primera ciudad grande por la que pasamos
en nuestro camino hacia nuestro destino es Dallas. Usamos la carretera 187.
Sav no debe estar muy ansiosa por llegar a nuestro sitio final, puesto que
nos quedamos un par de horas Amarillo, la ciudad limítrofe de Texas, para
almorzar en un bonito restaurante a pesar de que le sugerí que paráramos
en algún establecimiento con comida para llevar. Después de una hora de
carretera nos internamos en el rectángulo que es Colorado en los mapas,
pero nos toma seis horas en total desde Amarillo llegar a nuestro destino
para pasar la noche. Un hotel en Colorado Springs a los pies del pico Pikes.
El invierno se acerca, así que según el guía desde donde nos encontramos
podremos ver nieve en sus puntas cuando amanezca. Ambos solo trajimos
mochilas, pero encuentro la manera de cargar con la mía sobre mi hombro
y de llevar la suya en mi mano cuando nos bajamos.

Las luciérnagas nos rodean.

Una de ellas se detiene sobre mi hombro y lo sacudo para que vuele.

Sav ríe.

─No puedes evitar que quieran estar sobre ti ─dice caminando hacia la
cabaña que nos asignaron en la entrada, las llaves en sus manos con
manicure tipo francesa.

Amo sus malditas manos.

No hay nada que no ame en mi esposa. Desde su manera de sonreír a su


manera de dormir, pertenecer a los Cowboys era mi sueño, pero ella es la
chica de mis sueños y si al menos puedo cumplir uno de ellos creo que
puedo sobreponerme a lo que sea. No soportaría perderla. Lo sé en mi
interior con una certeza que me aterra.

─Me gustaría que tú estuvieras sobre mí ─comento, lo cual hace que me


ofrezca una mirada divertida, sus mejillas sonrojadas por el sol, antes de
que entremos a nuestro lugar.

Pasamos por un mini market de camino aquí, así que cenamos sobre nuestra
cama después ambos nos damos una ducha juntos. A pesar de lo que dije
antes me limito a abrazarla bajo el agua y a permitir que me abrace. Todo
en ella grita que está cansada y no hay nada que me gustaría más que
ofrecerle un masaje, pero me limito a estrecharla contra mí cuando
terminamos de comer. Salvo por su ropa interior y una de mis camisas del
equipo, está desnuda. Mi entrepierna es consciente de ello, pero nuestros
corazones necesitan esto.

Yo necesito esto.

─¿Crees en ti? ─pregunta de repente Sav, haciéndome parpadear debido a


que estaba a punto de quedarme dormido. Yo no conduje y aún así estoy
tan agotado que a penas puedo moverme, pero una extraña paz me embarga.
Ni siquiera he pensado en mi brazo desde que salimos de casa─. ¿Crees
que si te esfuerzas lo suficiente podrías… volver a jugar?
Aunque responder a su pregunta me desgarra por dentro, lo hago.

─No.

Desde que escuché a Jasper, mi ex representante, hablar con Jacobs


cualquier ilusión que pudiera haber tenido de regresar al campo se
extinguió. No puedo permitirme a mí mismo tener esperanzas de nuevo.
No puedo permitirme a mí mismo pasar por eso de nuevo.

─En lo que a mí respecta estoy muerto para el fútbol ─añado ante su


silencio.

Savannah acaricia mi pecho con su mejilla, como si frotara dónde duele.

─¿Pero el fútbol está muerto para ti? ─susurra casi con miedo, lo que me
hace sentir culpable porque la he llevado a sentirlo, a creer que debe temer
las consecuencias de lo que dice o hace porque estas podrían significar algo
agrío para nosotros.

Nuevamente responderle se siente como si atravesaran mi cuerpo con una


espada, pero si no puedo ser sincero con mi esposa, ¿con quién más puedo
serlo?

─No ─respondo sumergiendo mi rostro en su cuello─. Nunca lo estará.

Me siento como un imbécil cuando siento la humedad acumularse en mis


ojos y sus dedos entrelazarse en las hebras de mi cabello, pero no puedo
evitarlo. No puedo evitar nada de esto. A pesar de que no puede mirarme
fijamente debido a la ausencia de luz, Savannah hace que me exponga para
ella de nuevo colocando sus manos en mis mejillas.

Sus propios ojos están llorosos, pero es fuerte y a diferencia de mí no deja


caer sus lágrimas.

─¿Qué darías por tener tan si quiera una pequeña esperanza de nuevo?

Ni siquiera lo dudo antes de responder.

─Todo.

Tras oírme Sav se limita a verme, pero no reconozco ninguna de las


emociones que pasan por sus ojos. De repente presiona sus labios contra
mi frente y se acomoda sobre mí para poder abrazarme fuertemente,
aferrándose a mí casi como yo me estoy aferrando a ella. Pasan unos
minutos en los que ambos permanecemos de esa manera, pero luego se
incorpora cuando me levanto abruptamente. No puedo dejar que esto nos
consuma.

Estos meses han sido un infierno para mí, pero también para ella.

Ha dejado de trabajar por mí. Ha dejado de hacer mucas cosas por mí,
empezando por el hecho de tener a alguien que sí esté a su altura. Si no voy
a ser un jugador de los Dallas, al menos seré el mejor esposo y el mejor
padre para nuestros hijos

─¿Malcolm? ─pregunta cuando enciendo la luz y me dirijo al cubo con


hielo que trajeron para nosotros, el cual extraigo una especie de picador de
hielos largo y metálico─. ¿Qué se supone que estás haciendo, cariño?
─pregunta cuando ve que lo meto en mi yeso.

─Liberándome ─respondo, rompiéndolo.

Mi brazo arde. No me importa si ha pasado el tiempo necesario como para


que sane y vuelva a ser como antes. Ya no quiero que sea como antes. Ya
no quiero esperar nada de él. Solo quiero retirarme, seguir viajando con mi
chica y dedicarme a descubrir quién soy sin el propósito en la vida que me
fijé a mí mismo desde niño, no importa cuán mal se sienta.

Incluso si no me gusta y si nunca vuelvo a sentirme completo, debo


sobrevivir a ello.

─Mal ─protesta Sav cuando regreso a la cama con ella─. Creo que no
debiste hacer eso.

─¿Por qué no? ─pregunto, abrazándola como llevo meses sin hacerlo.

A pesar de que arde y duele como un infierno forzar así mi brazo de golpe,
se siente bien.

Pude haber perdido el futbol, pero mientras no pierda a Sav todo estará
bien.

Por el bien de mi matrimonio debo sobrevivir a una vida sin el futbol.

─Porque no creo que estés listo para dejar ir lo que más amas.
Nunca lo estaré, así que no la contradigo, pero me enfocaré a partir de ahora
en no dejar ir lo que amo y sí se encuentra a mi alcance. Es la única manera
que veo de superar esto.

******

A la mañana siguiente me despierta el brillante resplandor que entra por


nuestra ventana. Esta es amplia y tiene una visa directa hacia el pico Pikes,
por lo que lo primero que hago es ver la nieve sobre las montañas de piedras
que merecen ser un monumento. El invierno se acerca hacia esta zona y
olvidamos encender la calefacción por la noche, así que me envuelvo en
una manta y pongo otra sobre el cuerpo de Savannah para que pueda
continuar descansando antes de que tengamos que volver a la carretera. Me
visto y salgo para ir a pie por nuestro desayuno. Mi cabello rapado ayuda a
que no me reconozcan.

Pero no es una máscara.

Cuando me detengo en un café para comprar chocolate caliente, dulces y


pastelillos para desayunar, un chico me reconoce y un grupo se aglomera a
mi alrededor para ver si tiene o no tiene razón, descubriendo que sí, a lo
que empiezan a pedirme fotos y a preguntar cuando volveré al campo. No
quiero ser grosero, pero a penas he aceptado la realidad de que no volveré
a hacerlo, así que me limito a sonreír para las fotos a pesar de que estoy
roto por dentro y a tomar mi pedido con mi mano sana antes de internarme
nuevamente en la calle.

Me apresuro en mi camino hacia el hotel y unas cuantas personas giran el


rostro hacia mí debido a ello. Algunas me reconocen, otras me ven como
si hubiera cometido un delito y estuviera huyendo de la policía. Cuando
finalmente llego al hotel, me tomo unos segundos para recuperar el aliento
y arrepentirme por no haber pedido servicio a la habitación, pero quería
caminar por Colorado Springs. Quería ir por el desayuno para Sav.

Todo, sin embargo, terminó recordándome el fútbol.

Desde los programas que veían en el plasma de la cafetería a las noticias


en los teléfonos de las personas con las que me topaba y de las cuales tenía
un inevitable vistazo debido a los llamativos colores de los portales de
noticias. Desde mi necesidad de esconderme al hecho de que me
reconocieran. Tras abrir la puerta de la cabaña lo dejo todo sobre una de las
mesas libres. Veo vapor provenir del baño y a los segundos Savannah sale
de él con una toalla alrededor de su cuerpo escultural, apretado y de tez
levemente bronceada.

─¿Dónde estabas? ─pregunta tomando asiento de esa manera en uno de los


sofás.

Me inclino sobre ella sosteniendo su chocolate caliente, el cual acepta.

─Consiguiendo el desayuno para nosotros.

Su ceño se frunce.

─¿Qué pasó con el servicio a la habitación?

─Quise salir un rato ─respondo deslizando una mano en el interior de su


toalla─. Traje comida para nosotros, pero en este momento me apetece algo
más.

Sus párpados caen.

Me desea. Lo desea. Su apetito es insaciable y perdí la noción de cuál fue


la última vez que tuvimos algún intercambio sexual real. Antes del
incidente, supongo, y ya es simplemente demasiado. Me inclino aún más
hacia adelante y junto mis labios con los suyos, mis dedos ingresando en
su humedad. Savannah separa las piernas, pero las junta de nuevo como si
tuviera algún tipo de conflicto consigo misma sobre si seguir o no con esto.

La miro.

─Vamos tarde ─dice─. Necesitamos llegar a tiempo a dónde vamos o no


nos recibirán.

Gruño.

─Estoy seguro de que podemos ir a otro lugar si ahí no quieren recibirnos


─murmuro ya de rodillas frente a su coño brillante y húmedo, lo cual la
hace gemir de manera lastimera y angustiada porque necesita tanto mi
atención como yo necesito dársela.

─Malcolm…

─¿Es tan importante para ti? ─digo con su sexo ya frente a mí.

No responde, así que le doy una lamida.


─Dios, no ─dice enterrando sus dedos en mi cabello y alzando sus
caderas─. Puedes terminar tu desayuno primero, bebé. ─Sonrío ante sus
palabras, mi miembro tensándose, y junto mi rostro con su piel suave y
sensible─. Dios, Malcolm ─gime mi nombre─. Sigue.

Sigo. La devoro entera y cuando llena mi boca con su jugo, su cuerpo


desnudo y mojado estremeciéndose sobre el sofá, me incorporo. Savannah
me mira con ojos entrecerrados antes de arrodillarse en el suelo y empezar
a luchar con el cierre de mi pantalón. Intento hacerle saber que no es
necesario que lo haga, no quiero que se sienta obligada, pero niega y toma
mi miembro en su boca. Al sentir la calidez y la humedad rodeándome, no
tardo más de un minuto o dos en venirme dentro de ella. Mis mejillas
enrojecen con vergüenza.

Quería follarla.

Quería, pero ha pasado tanto tiempo que no pude aguantarme.

─Lo siento, nena ─pido perdón cuando se incorpora, a lo que sonríe


mientras se limpia la comisura de los labios con un pañuelo─. ¿Quizás
después de que comamos?

No me gusta ver esa pequeña chispa de decepción en sus ojos grises.

O mejor dicho frustración.

─No, está bien. Tendremos tiempo para hacer el amor después ─dice
tomando su chocolate caliente y dirigiéndose a su maleta─. Realmente
debemos irnos ya.

******

Estamos a doce horas de nuestro destino todavía, pero Savannah sigue sin
decirme cuál es. Sea donde sea nos detenemos en un comercio de comida
rápida en Utah y compramos hot dogs para llevar en el almuerzo. Para la
cena ya estamos en Idaho, la actitud de Savannah ha cambiado y empiezo
a tener un amargo presentimiento de hacia dónde nos dirigimos.

Aún así me muestro reacio a creerlo.

─Nunca me dijiste que te llamaba la atención Sun Valley ─digo, un


sentimiento de traición y amargura goteando en mi voz, sobre todo cuando
ya elegí no volver a recorrer ese camino que solo me causará dolor─. Si lo
hubiera sabido te habría traído mucho antes, bebé.

Savannah ni siquiera me mira, sus manos apretándose en torno al volante.


Lleva una chaqueta de recuadros por encima de un par de vaqueros y una
camiseta blanca. Yo sigo usando vaqueros, pero con un suéter que oculta
las cicatrices en mi brazo derecho.

Ocultarme.

Eso es lo que quiero hacer a partir de ahora y ella no lo está respetando.

─He escuchado que hay sitios bonitos dónde quedarse.

─¿El Centro de Rehabilitación Callaghan para atletas de alto nivel, por


ejemplo?

Después de mi pregunta Savannah me echa un esporádico vistazo. Solo


quiero girar el volante y dar vuelta en u, regresar a Houston, pero eso
conllevaría el riesgo de que nos estrelláramos y nunca la dañaría de esa
manera. Por lo que vi sus ojos grises están húmedos y asustados y eso me
destroza, pero también se ven determinados.

Determinados a dejarme internado en un sitio y marcharse.

─El doctor Callaghan te dio esperanzas, Malcolm ─murmura rápidamente,


intentando explicar el por qué me mintió haciéndome creer que estábamos
en una especie de viaje para reconectar cuando la verdad era que moría por
deshacerse de mí─. Anoche dijiste…

Que lo daría todo por si quiera tener la mínima posibilidad de volver al


campo.

Pero Savannah es arquitecta, no una atleta, y no entiende que esa


posibilidad no existe.

─Anoche no sabía que sería tan fácil para ti abandonarme como un perro.

Niega.

Separa los labios para continuar con nuestra conversación, pero los cierra
abruptamente. Por un momento creo que se ha quedado sin palabras, lo cual
duele, y rápidamente me deja saber que no es así al detener abruptamente
el auto a una orilla de la carretera.
─No es fácil para mí hacer esto ─dice mirando hacia al frente─. Pero es
más fácil de lo que fue para mí saber que intentaste suicidarte y que de no
ser por Marcus…

─Probablemente habría flotado, bebé ─intento tranquilizarla, pero solo


logro que me mire fijamente, un montón de sentimientos intensos en sus
ojos grises.

Son tantos que ni siquiera les puedo poner nombre a todos, pero reconozco
algunos.

Desesperación.

Rabia.

Miedo.

─¿Y si en vez de arrojarte a la piscina hubieras decidido jugar con un frasco


de pastillas? ¿Qué tal si hubiera sido un arma? ¿Un cuchillo? ─Me
estremezco─. El alcohol solo nos quita inhibiciones, pero no modifica
nuestra conducta. Estás deprimido, Malcolm, y lo entiendo. Si un día
despertara y ya no fuera capaz de dibujar o de elaborar planos me rompería.
Si hubiera la menor posibilidad de que pudiera regresar a hacer lo que más
amo en el mundo, me gustaría que me animaras a tomarla. ─Toma mi
mano─. Puedo vivir contigo ya no siendo un jugador de fútbol, pero no
puedo vivir contigo sabiendo que hubo una pequeña posibilidad de que
volvieras a hacer lo que más amas y que no te animé a tomarla. ─Sube la
manga de mi suéter y recorre mi cicatriz con sus dedos. Savannah no es
una bruja, pero al instante deja de doler. Un sentimiento cálido empieza a
recorrer mi pecho. Un sentimiento que temo, pero a la vez ansío.
Esperanza─. El doctor Callaghan es bueno. No tienes por qué temer que te
deje en sus manos. Vendré a cada día de visita y te estaré esperando para
animarte desde el palco cuando sanes. ─Extiende su mano para acariciar
mi rostro─. No importa si debemos empezar desde cero en un equipo
pequeño, no me perderé ninguno de tus juegos.

La emoción se construye dentro de mí.

No me gusta romper su ilusión, pero debo hacerlo o esto nos destrozará a


ambos.
─Tuve una de las peores lesiones que un jugador podría haber sufrido y
luego me lesioné sobre mi lesión ─murmuro─. Mi brazo, que antes se
movía con fluidez y casi con vida propia, se siente como una hojalata. Ni
siquiera puedo levantarlo para saludar sin restricciones.

─Porque no has recibido una rehabilitación adecuada ─me recuerda─.


Todos los fisioterapeutas que nos traía tu representante estaban comprados
para alargar tu proceso de sanación, no para regresarte al campo. ─Agacho
la mirada. Ella me invita a alzarla deslizando sus dedos por mi frente y mi
cabello─. No te estoy abandonando, Malcolm, te estoy animando a reparar
tus alas para que puedas volver a volar alto. ─Sus labios se curvan con una
sonrisa─. En el peor de los casos tu brazo mejorará lo suficiente como para
que puedas alzarme y estamparme contra la pared como me gusta
─cuchichea, haciéndome reír.

─Eso todavía puedo hacerlo con un solo brazo.

Sus ojos brillan de esa manera que amo mientras pone el auto en marcha, a
lo que supongo que he aceptado hacer esto por mí, por ella, por nosotros.
Para no volver a hacerla llorar, más no por el fútbol. Diga lo que diga estoy
resignado a que jamás podré volver a jugar.

No puedo permitirme a mí mismo pensar lo contrario.

Sus dedos se entrelazan con los míos mientras conduce por lo que queda
del camino.

─Solo serán unos meses ─dice, besándome cuando nos bajamos en el


estacionamiento del establecimiento rodeado de árboles anaranjados y
rojos, el cual tiene tres pisos y gran cantidad de ventanas de cristal azul.
Son varios edificios, pero el principal es imponente─. Ni siquiera te darás
cuenta de que estás aquí por lo rápido que pasará el tiempo.

Aprieto a mi hermosa esposa contra mí, reacio a dejarla ir.

─Eso espero.
Capítulo 8

Savannah no me deja en el centro de rehabilitación como si fuera un


paquete del cual quiere deshacerse. Me acompaña a la recepción y luego al
consultorio del doctor Callaghan. La enfermera que nos atendió a penas
llegamos nos dijo que le daba la bienvenida personalmente a todos sus
pacientes. Es un hombre pelirrojo y pecoso que se ve en forma para la edad
que tiene. Su oficina está llena de retratos de él con su familia. A penas nos
ve se levanta. No se presenta debido a que ya nos conocemos. Lo vi después
de tener mi lesión y fue el único médico que me dio esperanzas, pero eso
fue antes de que la empeorara. Ahora ni siquiera sé si volveré a moverlo
normalmente algún día.

Si tenga la fuerza necesaria para soportar la rehabilitación.

Miro a mi chica.

Lo intentaré por Sav.

─Malcolm, es un placer tenerte aquí. Toma asiento, por favor. ─Lo hago
frente a él. Savannah ocupa el sitio a mi lado. Observamos al doctor
Callaghan tomar una placa de mi brazo. Deseo apartar la vista cuando la
alza en el aire y veo todos esos objetos metálicos en mi cuerpo, pero los
dedos de mi esposa se envuelven alrededor de los míos, estrechándolos, y
aguanto─. Como ya estoy seguro que sabes sufriste la terrible triada del
codo, lo cual involucra luxación, daño de los tejidos y de los huesos de la
articulación. ─Afirmo, mi mandíbula apretada porque claro que lo sé─. No
conforme con eso la lesión empeoró un poco más cuando te excediste con
el uso de tu brazo sin haber completado el proceso de sanación, pero mi
pronóstico sigue siendo el mismo que te di cuando te vi en Texas.

─¿Cuál? ─pregunta Sav, sonando ansiosa.

El doctor Callaghan sonríe.

─El pronóstico… es que no hay pronóstico. ─Me mira─. La ciencia no


puede encasillar o prever la dedicación que una persona le pondrá a su
proceso de sanación. Todo depende de él. ─Mi garganta se cierra. Si todo
dependiera de mí no me habría lesionado en primer lugar, pero ciertamente
hay muchos factores que el doctor Callaghan no está tomando en cuenta,
como mi mala suerte o las ansias del universo por destruir mi sueños
cuando estos estaban a punto de cumplirse─. Aquí le proveeremos todas
las herramientas necesarias para que en un futuro Malcolm pueda sanar por
completo, pero solo depende de él usarlas.

Nadie dice nada después de que termina de hablar.

Su oficina se llena de silencio.

Savannah aprieta mis dedos, haciendo que lleve mis ojos a los suyos. Su
migrada grita que incluso si quiere esto para mí entenderá que rechace su
ayuda. No voy a mentir, estoy tentado de hacerlo, pero no quiero que esto
en un futuro afecte negativamente nuestro matrimonio, lo cual es lo más
valioso que tengo. Lo único que me queda.

─Está bien ─susurro, volviendo a mirar a Callaghan─. Empecemos.

El doctor egresado de Harvard y con estudios en las más importantes


ciudades sonríe.

─Solo es cuestión de fe, Malcolm, ya verás.

******

Las instalaciones para los pacientes quedan detrás del edificio principal.
Hay piscina, canchas deportivas, gimnasio, un spa y múltiples salones de
fisioterapia. Una enfermera nos hace un recorrido por el lugar en el que me
estaré quedando por tiempo indefinido. Savannah sigue aquí, su mano en
la mía. En ocasiones nuestras miradas se cruzan y me sonríe, dándome
ánimos, pero eso solo hace que la idea de separarnos sea más dolorosa.
Cuando terminamos y nos conducen a la que será mi habitación, la cual es
completamente blanca y minimalista, pero a la vez moderna, se sienta en
la cama mientras me detengo frente al enorme ventanal que da con las
hermosas montañas de Sun Valley. Son verdes porque el invierno todavía
no ha llegado, pero el frío que hace indica que no tardará mucho en hacerlo.
La tonalidad naranja, amarillenta y roja que empiezan a adquirir las hojas
de los árboles.

Hay muchas cosas que me gustaría decirle, pero ninguna de ellas sale de
mi boca.
Es Sav la que empieza a hablar cuando me acuesto junto a ella y deposito
mi cabeza en su regazo, dejándola acariciar mi cabello y mi rostro después
mientras cierro los ojos.

Cada roce de sus yemas es único.

Robado.

─Te gustará estar aquí ─promete─. A penas veas avances querrás estar
aquí.

─No puedo imaginarme estando feliz en un sitio en el que no te encuentres.

Alisa mis cejas, pero la escucho suspirar.

─Por políticas del centro de rehabilitación no podrás tener tu teléfono, para


ellos es importante desconectarse de cualquier presión social, pero vendré
cada día de visita. ─Presiona sus labios contra los míos─. Es una vez cada
dos semanas hasta que estés listo para irte. Durante el tiempo que estés aquí
también veré a un equipo de abogados.

Mi ceño se frunce.

─No quiero demandar a nadie.

Savannah se tensa, así que me incorporo y me siento junto a ella para verla.
Su expresión grita que no está de acuerdo con mi decisión y no tarda en
decirlo con palabras, levantándose y empezando a caminar de un lado a
otro de mi habitación con enojo.

─Tienes que demandarlos, Malcolm ─dice, su cuerpo casi temblando


debido a la ira─. Lo que te hicieron no tiene precedentes. No solo Jasper,
sino todo el equipo. Ellos te dejaron solo. ─Sus hombros se sacuden─.
Gracias a ellos te lesionaste. Mereces ser recompensado.

─Si no me hice rico porque cumplí mis sueños no me haré rico por
romperlos, Sav.

Me mira, indignada y como si no pudiera creer que estoy hablando en serio.

─Eso significaría que le estás saliendo más barato a los Kings de lo que
Jasper y el equipo tenían planificado. ─Se estremece, sus ojos grises
llameando. Suelto un suspiro. Más que ganas de vengarme, siento ganas de
derrumbarme. Eso me diferencia de ella. De ella y de mi hermano, quiénes
son el tipo de persona que buscarían lo primero en lugar de simplemente
superarlo y seguir adelante─. Si no los demandas dejarás de convertirte en
víctima y pasarás a ser cómplice, ¡no puedes permitir que se salgan con la
suya, Malcolm! Se están aprovechando de ti y de lo bueno que eres, ¿cómo
puedes permitirlo?

─No estoy permitiendo nada, Savannah. Solo no tengo ningún interés en


lucrar de mala suerte. Aunque no lo parezca el dinero no lo es todo para mí
y estoy lejos de ser pobre.

Se detiene, simplemente mirándome mientras su pecho asciende y


desciende con bruscas inhalaciones. Es como un animal salvaje a punto de
atacar a la persona que le observa del otro lado de los barrotes. Su mirada
gris brilla con suma impotencia.

─Como tu esposa no puedo permitir que dejes que se salgan con la suya,
Malcolm.

Me pongo de pie, acercándome a ella despacio.

Cuando me detengo frente a su cuerpo, llevo mis manos a sus mejillas.

─Como esposa debes respetar mis decisiones.

Retrocede, negando.

─No si una de esas decisiones es permitir que abusen de ti, Malcolm.


Protegerte. Amarte. Cuidarte. Estoy muy segura de que ninguno de mis
deberes es quedarme callada y ver cómo las personas que se burlaron de ti
no pagan en lo absoluto por lo que te hicieron.

El enojo empieza a burbujear en mi pecho, pero intento tranquilizarme


porque no quiero que el último momento que tengamos juntos antes de que
tenga que esperar dos semanas para verla de nuevo sea agrío. Con voz
calmada y pausada trato de explicarle mi punto de vista.

─Si demando al equipo y a los jugadores se desatará un escándalo para el


que no me encuentro preparado. No puedo lidiar con esto en este momento,
Savannah. Periodistas. Juicios. Abogados. No quiero nada de eso. ─Mis
hombros se hunden─. Estoy cansado. Me has traído aquí para que lo supere
todo, ¿no es así? ─Asiente, pero puedo ver a través de su lenguaje corporal
cómo sigue en desacuerdo con todo─. No sé qué tanto sabes sobre
superación, pero no superas algo manteniéndote cerca de ese algo.

Sav retrocede, su rostro confuso.

─¿Por qué tengo el presentimiento de que ya no estamos hablando de los


Kings?

Presiono mis labios juntos.

Estábamos hablando de los Kings, pero la sola idea de que deduzca que mis
palabras tienen algún doble sentido o motivo oculto me confirma que ella
siente que de alguna manera está haciendo mal al mantener conversaciones
con mi hermano vía correo electrónico.

No es así, pero tampoco debería ser un secreto.

Tampoco debería tener ningún sentimiento con respecto a ello.

No si solo comparten una maldita fundación.

─¿Quizás porque no le diriges la palabra a Tanner frente a mí, pero hablas


por correo electrónico con él? ─pregunto y su rostro se vuelve
completamente blanco.

─Malcolm…

─Sé que no le has dicho nada inapropiado y que todo de lo que hablan tiene
que ver con la fundación, pero no me sentó bien saber que tienes la
necesidad de esconder su relación.

─¿Esconder? ─pregunta, susurrando─. ¿Relación? ¿Cuál relación?

Suspiro.

─Sav, no estoy enojado. Es decir, al momento me sentí traicionado, pero…

─No tenías ningún motivo por el cual sentirte traicionado ─dice, ahora sí
temblando. Cuando me acerco se aleja y la desesperación me invade. No
debí haber mencionado nada, pero no pude evitarlo. Era como un pinchazo
en mi interior que no podía continuar ignorando y pretendiendo que no
estaba ahí─. No estoy hablando con tu hermano, estoy hablando con el
intermediario y asistente que contratamos para el programa de becas. El
emisor dice Reed Imports, pero si revisas el correo electrónico te das cuenta
de que no es el de tu hermano. ─Me enseña la pantalla del celular, dónde
leo fugazmente que así es. Un tal César Ramírez es con quién se comunica,
no con Tanner. Exhalo con alivio, pero la angustia que sentía con respecto
a lo que pensé que había descubierto se convierte e angustia porque sé que
metí la pata y no tengo ni idea de cómo arreglarlo, mucho menos cuando
acepté quedarme aquí y no nos veremos en dos semanas─. Probablemente
tienes razón y no sé nada acerca de superación, pero si sé que a veces las
personas dejamos ir y los demás no. Me casé contigo, no con tu hermano.
Hice mi elección y no fue él. Si Tanner lo entendió, ¿por qué tú no?

Trago.

─Lo siento, Savannah.

Sus ojos brillan con decepción. Los aparta de mí, mirando hacia la salida.

─Disculpas aceptadas. ─Tras volver a observarme, lo cual me indica que


se tomó unos segundos conmigo fuera de su vista para tranquilizarse, se
acerca y presiona sus labios contra mi frente─. Si vas a sacrificar los
millones de dólares que ganarías demandando a los Kngs para tener paz
mental, hazlo bien y olvídate de cualquier cosa que pueda desconcentrar tu
mente de tu meta, la cual es recuperarte, incluyéndome.

Llevo mis manos a su cintura y la aprieto.

─¿Cómo puedo olvidar lo que es más importante para mí?

Sonríe contra mi mejilla, lo cual me hace abrazarla más fuerte y aspirar su


aroma. Sus manos se deslizan por mi espalda y aunque no es una caricia
fuerte, deja marcas en ella. Deja marcas en todo mi cuerpo con el simple
hecho de acariciarlo o presionarse contra él.

La chica de mis sueños.

─Tu prioridad ahora es recuperarte. Ya habrá tiempo para todo lo demás,


Malcolm. Solo tienes que salir de aquí y para eso debes poner todo tu
empeño en la rehabilitación. ─Besa mi mejilla y luego fugazmente mis
labios. Es tan hermosa que me deja sin respiración y su ausencia duele
como el infierno cuando retrocede y el espacio que debería ocupar entre
mis brazos queda vacío─. Prométeme que lo harás. Prométeme que
pondrás todo de ti en esto.
─Lo prometo.

Sonríe, su mano sobre el marco de la puerta.

─Bien ─murmura─. Nos vemos en dos semanas.

─Nos vemos.

Capítulo 9

Decir que pondré todo de mí en la rehabilitación y cumplirlo son dos cosas


diferentes. Cuando lo prometí mi hueso no crujía o ardía ante el más
mínimo movimiento. Mientras intento hacer los ejercicios que el
fisioterapeuta me indica que haga, nuevamente rotación, siento la
frustración y la ira inundarme en oleadas que solo van en aumento.

Cada vez que giro el brazo escucho un crack.

Me genera impotencia.

Tanta impotencia que siento ganas de volcar la mesa de madera sobre la


que mi destruido codo está apoyado. A veces es como si mi antebrazo no
formara parte de mi cuerpo y mi muñeca se encontrase flotando. Como si
mis terminaciones nerviosas se acabaran en mi brazo y después de allí todo
fuera independiente, como un muñeco con una extremidad rota. Un sonido
de frustración escapa de mí cuando el dolor se hace tan intenso que debo
parar, sudor corriendo por mi frente. Nunca olvido que los tornillos están
ahí.

—Podemos tomarnos unos minutos si quieres —dice el fisioterapeuta,


Casper, levantándose de la silla tras la mesa. Usa un uniforme azul y su
apariencia es la de un surfista, pero está aquí, en Sun Valley, atrapado con
un montón de estrellas que han caído del cielo y se han roto—. Iré por té,
¿quieres que te traiga uno? —Niego, mi actitud sombría. No quiero té.
Nada de lo que quiero se encuentra a mi alcance, así que no quiero nada—
. Malcolm —dice, suspirando, y se sienta frente a mí. Aparta su cabello
rubio y con reflejos de su rostro antes de continuar. Definitivamente no
combina con Sun Valley—. Nada de esto funcionará si no pones de tu parte.
—Señala su cabeza—. De nada servirá la rehabilitación si el problema está
aquí. Quizás no soy quién para dar mi opinión, pero pronto lo hablarás con
tu consejera y ella te dirá exactamente lo que te estoy diciendo ahora,
créeme.

Con mi psiquiatra, querrá decir.

Savannah le contó al doctor Callaghan lo que sucedió en casa, así que al


atentar contra mi propia vida fui excluido de la lista de pacientes que
simplemente van al psicólogo y a terapia grupal y fui asignado a un
psiquiatra. Hoy en la tarde es mi primera cita con ella. Me prohibieron
formar parte de las actividades grupales porque piensan que podría ser
negativo para los demás pacientes, así que no he hecho amigos en el par de
días que tengo aquí, ni los haré hasta que tenga permitido reunirme con los
demás sin que haga que se depriman.

Con la rabia burbujeando bajo mi piel, la cual hizo acto de presencia desde
que estoy aquí y no ha querido irse sin importar cuántas veces beba té, llevo
los dedos de mis manos a los bordes de la mesa y la aprieto hasta que el
material cruje, algo involuntario y que no puedo controlar porque es como
si todo lo que hubiera en mi interior fuera lava hirviendo y no órganos y
sangre. A pesar de mi actitud, Casper se mantiene sin inmutarse.

Ya está acostumbrado a lidiar con esto, pero yo no.

Odio su maldita actitud sabionda.


Él estaría peor que yo si estuviera en mi lugar, pero sus dos brazos están
perfectos. No hay nada mal en su cuerpo. Incluso su cabello está mojado,
dándole apariencia de acabar de salir del mar. Nunca entenderá lo que es
estar del otro lado de esta mesa.

—Mi brazo es lo que está mal. Mi cabeza está bien. Solo necesito terminar
con la rehabilitación para hacer feliz a mi esposa, olvidarme del fútbol y
regresar a casa —le dejo claro—. Así que limítate a hacer tu trabajo y no
me digas que el problema está en mi cabeza cuando hay evidencia de la
presencia de clavos, placas y tornillos en mi codo.

Sus brazos se cruzan sobre su pecho.

Sus labios se curvan y no entiendo por qué. Esto está lejos de ser gracioso.

Debo tomar hondas bocanadas de aire para contener las ganas de golpearlo.

—Acabas de rotar tu brazo para sujetar el borde de la mesa. Fueron a penas


unos grados, pero mientras lo hacías no te vi arrugar el rostro como lo has
hecho desde que empezamos con la terapia. Síguete diciendo a ti mismo
que no puedes hacerlo o que nunca volverá a funcionar como antes y eso
será lo que pasará. El cerebro es el centro de comando de nuestro cuerpo.
Si le haces creer que eres un inútil, tu organismo se lo creerá porque este
ordenará la secreción de hormonas y de factores de la inutilidad. No lo digo
yo. Lo dice la ciencia. —Se levanta, dejándome con la furia y la frustración
que me embarga y me ahoga. Respirar es pesado. Vivir aún más. La última
vez que lo hice estaba anotando un Touchdown para mi chica—. Estás
tenso, Malcolm, un té matcha te ayudará con el estrés.

—No quiero ningún té —siseo.

Solo quiero volver a casa y maldigo la hora en la que acepté quedarme aquí.
Hasta ahora no he conocido a nadie que no sea Casper y el doctor Callaghan
y aunque ambos sean buenos en lo suyo, sigo sin creer sus en palabras.
Ahora que sé que estoy muerto para el futbol y no estoy desesperado por
encontrar la manera de regresar, los veo como charlatanes.

No tengo esperanzas.

No quiero o necesito tener esperanzas, solo necesito completar su


programa.
—¿Con azúcar o sin azúcar? —pregunta junto a la tetera eléctrica que trae
consigo siempre. Gruño, la amargura ocasionando que saboree ácido en mi
boca—. Creo que con azúcar —murmura mientras lo prepara antes de
regresar y sentarse frente a mí.

Una vez trae dos tazas para ambos sobre una bandeja me bebo el asqueroso
té rojo que sabe a azúcar porque de lo contrario Casper continuará
fastidiando, pero eso no cambia que siga sintiendo dolor y oxido en mi
brazo cada vez que intento hacer alguno de los movimientos que me indica.
En un determinado momento el crujido que hacen mis huesos es tan fuerte,
al igual que el ardor, que no logro ignorarlo o soportarlo más.

Tomo la taza en la que bebí té y la estrello contra la pared con mi brazo


bueno.

Esta se rompe en decenas de pedazos y el sonido que hace es satisfactorio.

Después de que queda hecha añicos en el suelo, Casper suspira.

—Bueno —dice—. Tu lanzamiento no es tan malo con el izquierdo.

Tiemblo sin parar, el fuego atravesándome mientras me levanto para ir al


exterior.

—Vete a la mierda, Casper, tu té y tú.

Aún si mi brazo izquierdo no es tan malo como el derecho, el derecho era


dónde estaba todo mi talento. La extremidad que llevo cuidando y
entrenando desde niño, horas y horas cada día por casi dos décadas. Todo
para que mi esfuerzo se fuera en cuestión de segundos.

Como si no valiera nada.

Llevo ropa deportiva, el conjunto de algodón que todos los pacientes del
centro de rehabilitación utilizan, y zapatillas, así que tengo la libertad de
correr lejos de Casper y su motivación barata. El otoño está presente, así
que las hojas soplan debido al viento a mis costados. El sendero por el que
corro conduce a un parque del centro de rehabilitación en el cual se halla
una laguna que proviene del agua de las montañas al fondo. Por todo el
centro de rehabilitación hay pequeños parlantes que emiten una fastidiosa
melodía de música clásica que llena mis oídos y que intento ignorar
enfocándome en el sonido que hacen mis pies al hundirse en la tierra.
Sobrepaso la distancia que se posiciona frente a mí con andar rápido, sin
detenerme hasta que mis pulmones queman y mi garganta hace
movimientos espásticos en busca de aire. Estoy fuera de forma. He
aumentado de peso y disminuido mi masa muscular. Ya no soy el jugador
que reconocidas marcas se peleaban para tener modelando sus productos.
Solo soy un cascarón vacío. En el caso de los equipos de fútbol, un
obstáculo que le restaría millones de dólares en lugar de ganarlos. Un cabo
suelto.

Dos Super Bowls se suponen que me conducirían a la gloria, al salón de la


fama.

En su lugar estoy en un centro de rehabilitación en Sun Valley.

Incluso tengo una maldita barba.

—¡Maldito Jasper! —grito el nombre de mi entrenador con todas mis


fuerzas tras detenerme junto al agua, a lo que algunas aves prenden vuelo
y las hojas revolotean a mi alrededor debido al viento. Las venas de mi
cuello se marcan debido al esfuerzo—. ¡Maldito Jake Jacobs! —Si me
hubiera mandado con los Cowboys, el puesto que le ofreció a Tanner, y no
al equipo más nuevo de Estados Unidos, dónde no podía arruinarlo porque
no se esperaba nada de mí, esto no hubiera sucedido.
Pateo una piedra sin parar, dejando escapar mi ira y mi impotencia—.
¡Maldito equipo de fútbol! ¡Maldito partido! ¡Maldita NFL! ¡Maldito
fisioterapeuta con acento británico, no te ibas a follar a mi esposa!

Cuando termino estoy jadeando y apoyado en mis rodillas.

El sudor se desliza por mi frente y mi corazón va rápido, pero se detiene al


escuchar una voz proviniendo de los parlantes y al darme cuenta de que la
música se ha ido.

—Por un momento pensé que también ibas a maldecir a tu esposa —dice


una mujer.

De sonar un poco más infantil, ya que su tono es suave, habría pensado que
es una niña.

Mis mejillas se sienten calientes. Quién sea está violando mi privacidad y


siendo grosera debido a ello, así que no respondo. Me limito a sentarme en
el pasto y a tomar rocas con mi brazo izquierdo, las cuales arrojo y veo
rebotar en el agua. Casper tiene razón. Mi brazo izquierdo tiene fuerza,
pero no la fuerza necesaria como para regresarme al campo, ni la agilidad.
Me quedé sin nada al lesionarme y ya es hora de que todos lo entiendan.

—Pero me alegra que no seas el tipo de hombre que piensa que una mujer
es culpable de llamar la atención del sexo opuesto —añade rápida y
torpemente, como si intentara corregirlo—. Lamento si sientes que estamos
invadiendo tu privacidad, pero después de lo que hiciste en casa tenemos
órdenes del doctor Callaghan de monitorear cada uno de tus movimientos.
Esto que quizás llegues a considerar acoso… no es personal de ninguna
manera.

Mis labios se curvan agriamente hacia arriba al entender.

—Me vieron corriendo hacia el lago y pensaron que iba a lanzarme, ¿no?

La voz tarda un tiempo en responder, como si no estuviera segura sobre si


hacerlo o no.

—Así es.

Me acuesto sobre el pasto, disfrutando del cielo y del césped bajo mi


cuerpo.

Concentrándome en lo que me rodea e intentando descubrir todo eso de lo


que me habló Marcus.
Todo lo que no tiene que ver con hacer lo que más amo y que según él me
salvará.

No lo hallo.

Y supongo que ahora no solo estoy roto, sino que también soy un suicida.

—¿Por qué no vinieron por mí si pensaron que me mataría? —le pregunto.

Su respuesta no tarda en llegar.

—Porque les pedí que no lo hicieran.

Mi frente se arruga.

—¿Por qué hiciste eso?

—Porque no creo que hayas querido hacerlo en casa en primer lugar.


La arruga en mi frente se profundiza.

—¿No?

—No —murmura—. Creo que te resbalaste. Hay una diferencia entre saltar
y resignarse a la caída. Cuando saltas renuncias a todo lo que dejas atrás y
dicha renuncia proviene de ti, de tu interior, pero cuando te resignas a la
caída es porque alguien más, o algo, te empujó a saltar y no puedes ver más
allá del suelo contra el que te vas a estrellar mientras caes. No es literal, así
que ese algo puede ser una relación que se ha acabado, un ser querido
muerto… —Un sueño roto —completo mirando hacia las nubes.

Una de ellas tiene la forma de un perro. Otra la de un violín.

Me gustaría compartir la vista de ellas con alguien porque era algo que solía
hacer de niño antes de que todo girara en torno al deporte, pero Savannah
no es una chica que se detenga a observar las formas de las nubes en el
cielo y la voz no puede ver lo que yo.

—Exacto.

—¿Entonces no crees que sea un suicida?

—No —admite, lo que trae alivio a mi pecho. Es la primera persona en


decirme que no piensa que quería morir ese día. También es alguien a quién
no le debo mentir sobre cómo me siento porque ya sabe que estoy en la
miseria. No verla a los ojos es refrescante, aunque molesto. La imagino
como una mujer mayor. Quizás una enfermera regordeta—. Pero eres uno
de los pacientes más difíciles que tendremos. Las personas vienen aquí
porque quieren sanar, pero tú estás aquí para hacer feliz a alguien más, no
por ti.

No lo niego.

—Ningún equipo me querrá incluso si completo mi rehabilitación con


éxito. No sé qué tanto sabes de fútbol, pero nadie va a invertir en mí. Es
como si te dieran a elegir entre una taza nueva y una rota que han pegado
con pegamento. Aún si te garantizan que el líquido no se desbordará,
siempre van a querer la taza nueva, la cual no tiene ningún punto débil. La
rota tendrá varias grietas que podrían convertirse en pedazos con mucha
más facilidad.
Pasa un momento de silencio antes de que responda.

—¿Me estás diciendo que si la taza nueva se cae, no se romperá?

—Con menos facilidad.

—¿Pero se romperá o no se romperá?

—Sí, pero…

—¿Entonces cuál es la diferencia? —No respondo. No tengo energías ni


ganas de discutir esto ahora—. Respondiendo a tu pregunta, sé lo suficiente
de fútbol como para saber que debiste haber demandado a los Kings y a sus
jugadores, al igual que a los del equipo contrario, y no lo hiciste, ¿puedo
saber por qué? Te habrías hecho rico.

—Este no es un tema que me guste, hermosa. —Me levanto sacudiendo la


tierra de mi pantalón—. Nuestra charla filosófica ha terminado por hoy.
Supongo que nos veremos por ahí.

—No lo creo —dice por otro parlante, su voz saliendo de uno diferente a
medida que avanzo hacia el edificio de en el que estaba con Casper, quién
seguro me recibirá con otro té.

Me siento mal por haber arruinado una de sus tazas con frases
motivacionales. La que rompí decía Hoy voy a sonreír y ninguna lesión me
lo impedirá. Me siento mal por haber explotado de esa manera con él, pero
a la vez siento que le hice un favor a todos los pacientes que vendrán
después de mí y que no tendrán que leer eso estando hundidos en la miseria.

—¿Por qué no? ¿No trabajas aquí?

—Sí, pero no trabajo con personas como tú.

—¿Eres demasiado buena para un mariscal de campo de Texas?

—No —dice casi triste—. Soy traumatólogo, como el doctor Callaghan, y


tú eres quién es demasiado bueno para mí porque es él quién está llevando
personalmente tu caso, no yo.

Una risa áspera escapa de mi garganta.

—Creo que has sido estafada, cariño.


—¿Por qué dices eso?

—Porque no soy tan importante. Ya no.

—No, Malcolm —dice, un matiz triste en sus palabras—. Eres muy


importante, incluso sin el fútbol. Lamento que no puedas verlo.

Separo los labios para responder y preguntarle su nombre, pero llego al


edificio en el que Casper me espera con lo que predije: una taza humeante
de té y una sonrisa.

No hay nada que pueda hacer que logre hacerlo enojar y le he dado millones
de motivos.

—Creo que eres más de manzanilla, hombre.

A pesar de que nuevamente siento la frustración apoderándose de mí, tomo


la taza.

Dice Más optimista que antes, pero menos que ayer.

—Lo siento por tu otra taza —me disculpo mientras bebo—. No debí
arrojarla.

Niega mientras camina nuevamente hacia nuestra mesa, su equipo de


electroterapia listo para disparar corrientes eléctricas a través de mis
músculos, esqueleto y nervios.

—No te preocupes —dice mientras coloca un gel frío y luego las


almohadillas adhesivas sobre mi piel. Una vez termina toma el panel de su
odioso equipo—. Me vengaré.

—Mierda —siseo, apretando mis dientes al sentir la primera corriente.

Casper ríe y muevo mi pie para patearlo por debajo de la mesa, pero cada
vez que me muevo envía una descarga eléctrica por mi brazo que me deja
impotente.

******

—¿Malcolm? —pregunta Claudia, mi mamá, cuando llega a casa y me


encuentra viendo la televisión cuando se supone que debería estar haciendo
mi tarea—. ¿Qué haces, cariño?
Es de noche y acaba de llegar de su trabajo. Trabaja mucho para
mantenernos, así que no puede estar conmigo como le gustaría. No importa.
Ya estoy grande y me cuido solo.

—Veo el fútbol —respondo sin apartar mi vista de la pantalla.

Ella se sienta junto a mí, pero sigo sin verla.

Han pasado meses desde la última vez que papá vino, lo cual está bien para
mí. Mamá ya no llora con él como antes y ha empezado a salir con un tipo
de apellido Johnson, pero cuyo nombre nunca recuerdo. Es gerente en una
tienda y siempre me trae equipo para jugar.

Me cae bien.

—¿Pero no deberías estar haciendo tu tarea, cariño? —pregunta tras ver


mis cuadernos sobre la mesa—. Eres un chico listo. —Acaricia mi
espalda—. Debes educarte.

Niego, finalmente mirándola.

—Si queremos salir de esta pequeña casa, debo jugar fútbol.

La sorpresa se adueña de sus ojos marrones ante mis palabras.

Pensé que me regañaría o que tendría que convencerla de apoyarme, pero


solo me abraza y acaricia mi cabello mientras sigo contemplando el partido
de los Bears y los Steelers.

—Serás el mejor. —Besa mi frente, obligándome a verla—. Tu padre tenía


talento en el futbol, ¿sabes? —No respondo—. Tu hermano… porque
tienes un hermano, solo que de otra mami…. — solloza—. Él también es
bueno jugando al fútbol. Serían muy buenos amigos.

Alejo mis ojos de ella, llevándolos nuevamente a la pantalla.

—Estoy seguro de que soy mejor que él.

A medida que crezca le demostraré a Wagner que estaba equivocado.

No soy una basura.

Ni yo, ni mi madre, ni este lugar en el que prefería estar por encima de con
su familia.
Capítulo 9.5

PAULINE

Si pudiera describir a Savannah Campbell de alguna manera sería como


una mujer que no duda al momento de entregar su corazón, sin pensar en
las consecuencias, y que no teme ir por lo que quiere incluso si eso
representa un conflicto para la sociedad.

No debo

meterme.

No debo

meterme.

No debo meterme, me repito al ver a Savannah contener las lágrimas


mientras come palomitas y vemos una película. Solo fui un momento a
rellenar mi tazón y cuando regresé su rostro estaba lleno de lágrimas. La
película es de comedia, así que es así como sé que está mal. Raze se agita
entre mis brazos, mirándome y mirándola, y alzo las cejas para darle a
entender que no sé qué hacer con ella y que necesito su opinión al respecto.
Lleva un mameluco de marinero que lo hace lucir adorable, al igual que sus
mejillas rojas y regordetas y su cabello rubio despeinado hacia arriba. Se
esconde en el hueco entre mi cuello y mi hombro en respuesta. Tras tomar
una honda bocanada de aire, me acerco con mi pequeño bebé en brazos y
presiono mi mano contra su hombro tras dejar el tazón sobre la mesa.
Malcolm no es mi persona favorita, pero no se merecía nada de lo que le
está pasando.

Savannah tampoco.
—¿Por qué no vamos a beber unas copas hoy con Ana? —le pregunto, lo
que hace que alce sus llorosos ojos grises hacia mí. Su cabello está
despeinado por todas las horas que pasó conduciendo el auto descapotable
que alquiló desde Sun Valley, pero incluso así luce sexy. Lleva una
chaqueta de cuero y pantalones del mismo material que se ciñen a su figura
como una segunda piel, los cuales contrastan con mi vestido de blanco con
dibujos de cerezas. Me encojo de hombros cuando ve a Raze—. Puedo
dejarlo con mi padre. Raze no se enojará. —Agito su brazo y mi bebé
regordete ríe, haciéndome sonreír a mí también. Nuestra pequeña y
moderna casa es hermosa, un paraíso en el que he estado siendo feliz desde
que nació, y la idea de alejarme de él duele, pero papá es un buen niñero y
a Raze le gusta pasar tiempo con él—. ¿No es así, Raze? ¿Estás de acuerdo
con que mami salga y se divierta un poco con la tía Savannah, bolita de
pan?

Sav ríe, sorbiendo también por su nariz.

—¿Bolita de pan?

Asiento mientras lo abrazo.

—Intento buscar un apodo que le quede bien.

Arruga la nariz.

—No creo que bolita de pan sea una buena opción. —Se levanta y besa la
cabeza de Raze—. Iré a casa a cambiarme. Llámame cuando estés lista para
venir a recogerte.

Afirmo.

—Está bien.

Se inclina hacia la mesita de noche para tomar las llaves del auto y me
sonríe suavemente y a Raze antes de dirigirse a la salida de nuestro hogar.
Unos centímetros a punto de llegar a la puerta, sin embargo, el timbre
suena. No le dicho a mi padre que venga y este está a una media hora de
terminar su clase de yoga. Anahí nunca viene sin avisar. Reece está en
Dallas para ver un show de flamenco de Sofía, así que tampoco puede ser
él. Me acerco al armario con mi hijo, dónde guardo mi escopeta, y niego
cuando Savannah me pregunta si espero a alguien. No espero a nadie y si
alguien piensa que será fácil lidiar con dos mujeres y un bebé, está bastante
equivocado. Tengo un arma y no tengo miedo de usarla.

Otra vez.

Y en esta ocasión, luego de que fue que Raze naciera sano, sé que Dios está
de mi parte.

—¿Abro?

Afirmo.

Sav le da la vuelta a la manija y una exhalación de alivio escapa de mí al


ver a Tanner del otro lado, pero luego todo mi cuerpo se tensa al recordar…
todo. Lleva un abrigo negro por encima de su traje oscuro como si
estuviéramos en una gran ciudad, no junto a la playa. La reacción inicial de
mi exesposo al ver a Savannah también es tensarse, pero luego se relaja y
asiente con reconocimiento en su dirección. No logro entender cómo ambos
han encontrado la manera de hacer como si nada hubiera pasado entre ellos.

Cómo pueden ignorar su pasado de tal forma desde que se casó con Mal.

Como si percibiera su incomodidad, Raze me mira con preocupación y


empieza a hacer pucheros. Lo calmo meciéndolo e ingresando la punta de
un biberón en su boca, el cual siempre está en un moderno calentador en la
sala.

—Savannah —la saluda cordialmente—. ¿Cómo está Malcolm? —


pregunta y realmente se oye preocupado—. Recibí el mensaje del Centro
de Rehabilitación en Sun Valley. Gracias por ponerme en la planilla de
contacto. Estoy más tranquilo conmigo mismo sabiendo que recibe la
atención adecuada y leyendo sus avances, aunque sigo pensando que debió
haberlos demandado antes de decidir internarse y perderse entre las
montañas de Ohio.

—Malcolm está bien. El doctor Callaghan es bueno. Dentro de dos semanas


habrá permiso de recibir visitas. El miércoles. —Agacha la mirada,
respirando profundamente, antes de alzarla de nuevo—. Opinamos lo
mismo con respecto a lo legal, pero Malcolm ya ha dejado claro que no
quiere ir contra nadie. No es ese tipo de persona. Él… no es como nosotros.
Tanner afirma, su rostro suavizándose de una manera que me duele
mientras la ve.

De una manera que no lo he visto ser con nadie más.

—Cuentas conmigo y mis abogados si decides hacer algo por él. Como su
esposa, puedes.

Sav niega.

—Nunca traicionaría su confianza así. Aunque no me gusten, respeto sus


decisiones.

—¿Incluso si eso significa permitir que se burlen y se aprovechen de él? —


murmura, algo de enojo y resentimiento en su voz—. No quiero
presionarte, ni presionarlo, pero es inadmisible.

Sav lo ve con los ojos llenos de lágrimas, lo cual hace que Tanner apriete
la mandíbula.

Luce como si quisiera huir.

Como si necesitara huir.

La culpa se apodera de mi garganta, cerrándola, al recordar que esa fue la


manera en la que nos vio a ambos cuando le dije que no había recibido los
papeles de divorcio.

—Lo sé. —Me mira—. Nos vemos en un rato. Ponte sexy.

Afirmo, mis mejillas ruborizadas con el solo hecho de haber presenciado


su conversación sobre Malcolm. Tanner avanza hacia mí al darse cuenta de
que Savannah se irá y me quita a Raze, quién prácticamente se arroja hacia
sus brazos. Antes de irse, sin embargo, la morena los observa juntos,
observa la manera en la que Tanner es con Raze, y después de meses de
indiferencia, de casarse con su hermano y de un corazón roto por fin veo
una emoción en sus ojos en lo que a él se refiere: dolor, pero no sabría decir
si por ella o por él.

Tampoco es como si pudiera preguntarle.

—¿A dónde irán? —pregunta Tanner cuando ya estamos a solas.


—A un bar —respondo—. Sav está desolada porque tuvo que engañar a
Malcolm para poder dejarlo en Sun Valley. —Aprieto la mano de Raze—.
Pero después de lo que pasó en su casa y de lo que casi sucede… no había
otra opción salvo buscar ayuda profesional.

El ceño de Tanner se arruga con confusión, pero sigue mirando y sonriendo


hacia Raze. Mi chico es afortunado. No solo es el consentido de su tío, sino
también de su padrino.

Esté donde esté, Ezra debe estar retorciéndose porque sus planes salieron
tan mal.

—Fue terrible lo que sucedió, ¿no es así?

Afirmo.

—Malcolm pudo haber muerto.

El agarre que Tanner mantiene sobre Raze se aprieta y mi hijo se queja,


pero rápidamente vuelve a la normalidad. Lo observo llevarlo a su
columpio y meterlo dentro de él. Tras limpiarse las manos con un
antibacterial que siempre trae consigo cuando lo visita de vez en cuando
para saber si necesito algo, toma su rasca-encías con forma de barco, uno
de sus regalos, y se lo tiende. Raze rápidamente lo lleva a su boca, ansioso.

—Mi hermano entró en depresión, ¿no?

—Sí —murmuro—. Tiene una gran depresión.

Asiente, desviando sus ojos de Raze para verme.

—Apuesto todo lo que tengo a que el alcohol tuvo que ver.

—Sí, estaba borracho cuando se cayó en la piscina, pero Marcus lo vio


lanzarse.

Al escucharme su expresión se vuelve oscura. Acaricia el cabello de Raze


una última vez antes de incorporarse y andar hacia mí con paso sigiloso, lo
cual no entiendo. Se ve calmado, pero sus ojos dicen que quiere asesinar a
alguien y ese alguien no soy yo. Toma mi teléfono, el cual se encuentra
junto al sofá de la sala de estar, y me lo tiende.

—Vas a llamar a Savannah en este mismo instante, Pauline —dice


calmada, pero autoritariamente— . Y le vas a decir que tú vas a llegar por
tus propios medios al sitio al que tenían previsto salir, al cual también te
acompañaré porque necesito que mi cuñada me diga directamente a la cara
por qué mi hermano intentó suicidarse y me estoy enterando por ti.

*****

El bar al cual vamos queda en el muelle, cerca de ese bonito restaurante


italiano al que vine la primera vez que visité Corpus Christi en la
universidad y al que voy periódicamente con mi hijo, papá, Reece o Anahí.
Le pregunto a mi padre si todo está bien con mi bebé antes de bajarme del
deportivo de Tanner, quién me envía una foto de él jugando con Raze y el
nuevo tren que le compró. Una vez nos encontramos caminando por el
muelle, me quejo.

—Savannah me matará. No sabía que todo lo que me había contado era un


secreto.

La mandíbula de Tanner se aprieta.

—Debería serlo tomando en cuenta que la vida de Malcolm es tan pública,


pero no para mí.

Su piel es tan blanca que las luces de los establecimientos que pasamos
parecen traspasarla. Mis manos sudan debido a los nervios. Siento
vergüenza de mí misma durante esos años y todos los días le rezo a Dios
por mi absolución, pero ya sé lo que sintió Sav al estar todo el tiempo en
medio de nosotros y no se lo desearía a nadie.

—Solo no seas duro con ella —suplico—. Está tratando de hacer lo mejor
para Malcolm.

Tanner me ve como si quisiera asesinarme.

—Si estuviera haciendo lo mejor para él estaría obligándolo a demandar a


toda la NFL, no esperándote para ir a tomar unas copas. —Aleja la vista de
mí, todo su cuerpo tenso. Esto aumenta cuando entramos al moderno y
hermoso sitio sobre las olas del mar y ve a Savannah sentada en la barra en
un pequeño vestido rojo, el cual deja tanto el inicio de sus senos como sus
piernas al aire. El problema, sin embargo, no es lo bien que luce, sino la
atención que recibe. Un sujeto intenta invitarle una bebida. Ella niega con
una sonrisa triste, pero él insiste—. Claramente algunas cosas nunca
cambian —gruñe antes de alcanzarlos con prisa, a lo que también me
apresuro—. Imbécil, vete de aquí —sisea Tanner, tomándolo de la nuca.
Sav se endereza y lo mira con las cejas alzadas. Pensé que se molestaría,
pero en realidad se ve aburrida—. ¿No ves que está casada? ¿Por qué
demonios te acercas a una mujer casada de entre todas las que puedes hallar
en el bar?

El tipo tiene un deseo de muerte, pues le sonríe tras ver la mano vacía de
anillos de Tanner.

—¿Por la misma razón por la que tú defiendes su honor incluso cuando no


es tu esposa?

Tanner lo suelta y lo empuja con fuerza hacia atrás.

Tiene razón.

Algunas cosas no cambian.

—Es la esposa de mi hermano.

El hombre ríe, haciéndome apretar los dedos de mis pies.

—Eso lo hace todavía peor.

Savannah ahoga un sonido de indignación ante sus palabras. Tanner se


abalanza sobre él, así que ambas tenemos que ayudar al equipo del bar al
separarlos después de que le rompe la nariz. Sin importar cuánto dinero mi
ex-esposo ofrezca para que nos dejen en el local después de que se
demuestra que Tanner fue quién inició la pelea, el dueño es incorruptible y
nos echan a los tres. Tanner no fue el que obtuvo la nariz rota y dos ojos
negros, pero uno de los guardias de seguridad tuvo que golpearlo para que
se separara de su víctima, así que termino curando la herida en su ceja, él
apoyado en el capó de su auto, mientras Savannah nos maldice. A mí por
haberle contado accidentalmente a Tanner lo que pasaba.

A Tanner por… ser Tanner.

—No entiendo cuál era la necesidad de golpearlo. Estaba manejando la


situación.

—Durante el poco tiempo que lo vi en acción te vi negar unas tres veces,


eso es un no y él no lo entendía. —Sav no lo ve, ni lo siente, pero siento
verdadera angustia en el tono de voz de Tanner y la manera en la que su
cuerpo se estremece—. Él no quería alejarse.

Savannah deja escapar un gruñido.

—¿Así que la solución era golpearlo en vez de llamar a un guardia de


seguridad?

Me echo hacia atrás cuando Tanner se levanta abruptamente, la sangre


deslizándose por el corte en su frente. Cualquier otra estaría intimidada de
la manera en la que se detiene frente a Savannah, siendo más alto que ella,
quién también es alta, y la observa, pero ella solo alza el mentón y le
devuelve la mirada con la misma intensidad. Una intensidad que grita que
sin importar en qué punto de su vida estén ahora, ni con quién, son iguales.

—No confío en ninguna otra justicia que no sea la ejercida por mi propia
mano. Cada persona en la que confío termina decepcionándome u
ocultándome cosas, como que Malcolm intentó suicidarse, así que no
puedo esperar mucho de nuestro sistema judicial y prefiero llevarla a cabo
por mí mismo como he venido haciendo desde hace años.

Sav traga, sabiendo que las palabras de Tanner tienen un significado más
profundo.

Un significado que ella, en el fondo, entiende.

No puedo evitar que mi corazón vaya rápido dentro de mi pecho.

Es como estar viendo una película en vivo y en directo.

—Si realmente amaras a mi hermano estarías feliz de que hubiera alejado


a ese tipo de ti —añade él prácticamente sobre su rostro. Savannah se
estremece debido a su cercanía, pero en los ojos de Tanner no hay ningún
tipo de intención inapropiada, solo enojo—. Si realmente lo amaras estarías
haciendo hasta lo imposible por vengarlo y que las personas que lo
lastimaron de manera irremediable sufran las consecuencias. —Se gira—.
Pero quizás te casaste con él porque eres impulsiva y no encontraste nada
mejor en el mercado. Quizás esos votos que dijiste frente al altar no eran
más que promesas vacías.

Comienza a caminar hacia el auto e inclina la cabeza para que haga lo


mismo, lo cual me genera un debate interno sobre si debo irme con
Savannah, quién luce desecha, o con Tanner, pero ni siquiera tengo que
moverme. Savannah lo detiene con el sonido de su voz.

—La venganza no es la única manera que existe de demostrar que amas a


alguien —dice y realmente suena desesperada por creerlo, lo que me hace
darme cuenta que para ella no ha sido fácil resignarse aceptar que Malcolm
no quiere tomar ningún tipo de medida en contra de las personas que lo
hirieron y destrozaron sus sueños al punto de romperlo a él también—.
Cuando respetas sus decisiones, incluso si no las compartes, también estás
demostrando que lo amas, así que no te doy permiso de poner en duda lo
que siento por tu hermano.

Tanner niega.

—No tenemos el mismo concepto de amor. En el mío nunca permitiría que


alguien le hiciera lo que ellos le hicieron a Malcolm y salieran impunes.
Quizás esté equivocado, pero en mi opinión amar a mí manera es mucho
mejor que simplemente quedarme sentado viendo cómo lastiman a quién
quiero, en especial si sé que esa persona no puede protegerse por sí misma.
Malcolm está en estado de depresión. Intentó matarse. Perdió todo lo que
le hicieron creer que era lo que podía ofrecer. No es capaz de tomar este
tipo de decisión por sí mismo —dictamina—. Cuando amas a alguien,
Savannah, no te molesta sacrificar todo lo que es importante para ti con tal
de que esa persona esté bien. No se trata de dejarle tomar sus propias
decisiones, sino de tener la certeza de que estás haciendo lo mejor por su
bienestar. No puedo entender cómo no hacer nada podría ayudarlo, en
especial tratándose de ti. No eres la Savannah que respeto, ni que admiro,
si dejas que se salgan con la suya. Tampoco eres la Savannah que él ama
porque esta mujer que no hace nada simplemente no eres tú.

La mandíbula de Savannah tiembla, pero no dice nada después de que


Tanner termina de hablar. Lo observo con el ceño fruncido porque quizás
fue demasiado lejos, pero él entra en su auto con actitud indiferente. Intento
seguir a Sav, pero ella se da la vuelta con las manos dentro de los bolsillos
y se apresura hacia el sitio en el que dejó su Mercedes.

Deja claro que quiere estar sola.

—¿Perra cristiana? —me llama Tanner desde el interior del auto, a lo que
finalmente reacciono y entro en él, sintiéndome más angustiada que ellos
por todo lo que sucede.
Durante el trayecto de regreso a casa ninguno de los dos dice nada.

Tanner conduce con aire ausente, pero apretando el volante con fuerza.

Está concentrado en la carretera y distraído con lo que sea que piensa, así
que no me ve tomar mi teléfono y entrar a mi cuenta fake para hablar con
su hermano. No le escribo porque sé que no responderá ya que Sav me
contó que le quitaron el celular al llegar a Sun Valley, así que simplemente
me cambio el nombre de perfil a haterdeloskings.

También cambio mi biografía a Cuenta de apoyo a Malcolm Reed.

Tras publicar una foto de él durante su último juego, decenas de personas


empiezan a seguirme y a comentar que ellos también piensan que le jugaron
sucio. Guardo rápidamente mi teléfono en mi bolsillo cuando llegamos y
Tanner se detiene frente a mi casa.

—¿No quieres entrar? Tengo postre.

Niega.

—Te acompaño hasta la puerta.

Mi padre está dentro y tengo una escopeta, pero cada vez que salimos
insiste en acompañarme hasta la puerta, supongo que debido al recuerdo de
la manera en la que me encontró después de que mi agresor casi me violara
en nuestro viejo rancho. Me bajo y él también lo hace, dejando su auto
encendido, pero ninguno de los dos llega a la puerta.

El Mercedes de Savannah nos alumbra, impidiéndolo.

Sav se baja de él y corre hacia nosotros con los ojos hinchados.

Antes de girarse para enfrentarla puedo ver a Tanner sonreír discretamente.

—¿Crees que podamos hacer algo sin llamar demasiado la atención? Creo
que lo que sucede es que Malcolm no quiere que la NFL lo recuerde como
el chico que hizo quedar mal a un equipo en lugar de como el jugador que
—pregunta Savannah mientras se dirige a nosotros.

Tanner asiente, sus ojos brillando con satisfacción.

Sav se detiene frente a él con las manos metidas en los bolsillos.


Me quedo atrás, viéndolos hablar en medio de la noche alumbrados por las
farolas de sus autos. Al fondo escucho el sonido del mar, pero yo solo
puedo escuchar sus voces.

—Podemos presionar para llegar a un acuerdo privado —dice Tanner,


alzando su brazo para estrechar el hombro de Savannah—. Y también
podemos hacerlo sin que Malcolm lo sepa, por lo que no deberás sentirte
mal por haber ido en contra de sus deseos.

Savannah aleja su mano con un movimiento de su hombro.

—No voy a mentirle a mi esposo.

Tanner se encoje de hombros.

—Como quieras. También puedes echarme la culpa si eso te hace sentir


mejor y ayuda a no crear conflictos en su fuerte, sana y buena relación,
cuñada. —Empieza a caminar al interior de mi casa, a dónde tanto yo como
Savannah lo seguimos—. ¿Pauline, puedes conseguir una botella de
alcohol para nosotros? La noche planeando cómo destruir a esos imbéciles
será larga. —Saca su teléfono tras designar mi casa como el lugar de
planeación—. ¿Hola, Ryland? No, no me importa haberte despertado, ni a
ti, ni a tu familia, y a ti tampoco te importará cuando sepas por qué te llamé.
— Tanner ríe—. No, no estoy demandando a nadie por decirme nazi otra
vez, vamos a demandar y a exprimir los bolsillos de algunos ejecutivos y
jugadores de la NFL. ¿La casa que me dijiste que querías comprar para
Isla? Puede ser tuya con esto. Piensa en todo ese terreno que tendrá Jenna
para usar su bicicleta si aceptas.

Capítulo 10

El tema de los medios-hermanos es extraño para mí.

Lo normal es que crezcas sabiendo que los medios-hermanos existen en


algún sitio ya que se crían en hogares y en entornos diferentes, coincidiendo
en vacaciones o algunos fines de semana, pero en mi caso siempre fuimos
mi madre, el desagradable recuerdo de Wagner y yo hasta que Tanner
apareció. Regresaba un día de mis prácticas de fútbol americano en la la
secundaria y estaba teniendo una época difícil en mi adolescencia en la que
se me había dado por desobedecer a mi madre y tener algunos amigos con
mal comportamiento. A penas entré en mi hogar dejé caer mi indumentaria
deportiva en el suelo al notar su figura de espaldas a mí en el sofá de la
sala. Estaba seguro de que se trataba de Wagner y estaba listo para echarlo
y alejarlo de mi madre, quién lo acompañaba y le ofrecía galletas, pero
terminé congelándome cuando se incorporó y se dio la vuelta para verme.

No era Wagner Reed.

—Hermano —dijo y fue como verme a mí mismo si hubiera crecido del


otro lado de la ciudad.

Todo en él gritaba dinero, educación y arrogancia, todo lo contrario a lo


que yo era sucio, desaliñado y pobre. A penas lo escuché e identifiqué su
acento alemán no pude evitar recordar a Wagner, unir los cabos y
confirmarlo: el bastardo frente a mí era quién de niños pensaba que no era
lo suficientemente bueno como para conocerlo.

Era mi hermano.

Era tan parecido físicamente nuestro padre que no había ninguna duda de
que era su hijo.

Lo mismo podría decir él de mí.

—¿Qué hace él aquí? —le pregunté a mi madre, quién solo sonrió y se


acercó a mí.

Me tensé cuando me abrazó porque estaba enojado, pero aún así le devolví
el abrazo porque se trataba de ella y era incapaz, todavía lo soy, de hacer
algo que la lastimara. Llevaba uno de sus tantos vestidos floreados para
andar en casa y el cabello castaño recogido en un moño. Claudia Johnson,
el apellido de su esposo, era hermosa, pero su belleza estaba manchada con
arrugas precoces y algunas canas.

—Lo llamé. Con todo por lo que estás pasando debido a la adolescencia
pensé que tener una figura paterna a la cual seguirle el paso sería bueno
para ti. Te quiero, Malcolm, y sé que eres un gran chico, pero estoy
preocupada por todas las llamadas de la escuela que recibo semanalmente.
No sabía qué más hacer cuando el director me dijo ayer que si recibías otra
sanción te expulsaría del equipo, así que busqué a tu hermano —dijo y
fruncí el ceño.

Tenía conocimiento sobre lo que había dicho el director, me atraparon y a


mi grupo intentando robar los exámenes de la profesora de matemáticas,
pero también era la única oportunidad que tenía el equipo local de llegar a
las grandes ligas de fútbol.

Por mucho que me amenazara nuestro director, era intocable.

—¿Qué hay de Rick? —le pregunté a mamá.

Rick era su marido y había sido un buen sujeto para tener de ejemplo
mientras crecía. La había tratado bien. Le había dado todo lo que podía
dentro de sus posibilidades. Me había querido aunque no fuera su hijo. Era
respetuoso y la hacía reír en lugar de llorar. Se habían ido de viaje algunas
veces, fruto de sus ahorros, y se apoyaban mutuamente.

No entendía por qué para ella no era suficiente.

Por qué nunca sería suficiente.

Aunque mamá lo quería, negó.

—Rick es bueno, Malcolm, pero ambos sabemos que ser bueno a veces no
es suficiente. —Mis manos se cerraron en puños al oírla. Aún después de
tantos años y de todo lo que le hizo tenía la sospecha de que nunca olvidaría
a mi padre y de que este siempre sería el amor de su vida, no su marido—.
Tanner lleva tu sangre, hijo, y él más que nadie entiende lo que eso
significa. Conocerlo será bueno para ti —dijo apartando mi cabello de mi
rostro antes de echarse hacia atrás y sonreír hacia él—. Los dejaré a solas
para que hablen. Si necesitan algo solo deben llamarme. También hay más
galletas para ustedes en la cocina. —Nos miró con aire soñador—. Se
parecen mucho. Nadie sospecharía que vienen de dos madres diferentes. —
Se enfocó en Tanner—. Si mi hijo se parece a ti en unos años debería ser
modelo en lugar de futbolista. Eres un chico muy apuesto, como tu padre.

—Mamá —gruñí, temblando de la ira, pero ambos me ignoraron.

—Muchas gracias, Claudia —respondió él sin realmente sonar agradecido


por ello.

Al menos la idea de parecerse a nuestro padre no lo entusiasmaba.


Ella le sonrió.

—No les robo más tiempo de calidad de hermanos. Si me necesitan estoy


arriba.

El idiota asintió, sentándose de nuevo y cruzando sus piernas como el amo


del mundo.

Llevaba vaqueros oscuros, una camiseta blanca perfectamente planchada,


zapatillas nuevas y una gorra de los Longhorns de Texas, el equipo al que
había entrado al inscribirse en la universidad, lo cual sabía porque todos
sabían sobre su vida debido a su fama en el campo. Era como si se hubiera
vestido por la mañana dispuesto a hacerme sentir como un trapeador dentro
de mis mallas para fútbol y camisa del equipo con algunos agujeros y
manchas de años ya que usaba todos mis uniformes viejos para las
prácticas, dejando los nuevos para los partidos. No podíamos permitirnos
un nuevo equipo de entrenamiento cada año.

—Tu madre hace unas excelentes galletas —comentó cuando ocupé asiento
en el sofá frente a él, viéndolo masticar. No sabía qué me enojaba más, si
su aparición aquí luego de años o su actitud despreocupada y en control de
la situación. Debería estar tan incómodo como yo. No debería haber venido
en primer lugar, ni debería tratarme como si no hubiera llevado una vida
mejor que yo o con más posibilidades desde su nacimiento—. ¿Te sabes la
receta?

Apreté mis manos en puños.

—No, pero me sé el camino que necesitas tomar para irte de mi casa y


regresar a la tuya.

En lugar de molestarse con mi comentario, rió y me señaló con el dedo.

—Lo tienes dentro de ti.

—¿Qué cosa? —gruñí echándome hacia atrás en el sofá y entrecerrando los


ojos para verlo.

Quizás si fingía ser tan desagradable como él, se aburriría de mí y se iría.

Me sorprendía lo fácil que podía igualarlo, sin embargo.


—El sarcasmo Reed, chico. —Se levantó—. Tu mamá me dijo que te gusta
el fútbol. —Caminó hacia la salida de mi casa. Salió sin decir nada. Me
levanté solo para acercarme a la ventana y para verlo ir hacia su auto, una
camioneta negra del año, y regresar con un enorme paquete envuelto en
papel de regalo de dibujos animados. Me apresuré a volver a mi sitio al
contemplarlo caminar de regreso. Ya dentro de mi casa de nuevo dejó el
paquete frente a mí en la mesa que había entre los dos muebles. Además de
la envoltura de regalo con motivo infantil, tenía un gran lazo azul—. Traje
un regalo para ti, Malcolm. Ábrelo.

—¿Por qué está envuelto en papel de regalo de caricaturas?

Me miró sin ningún tipo de expresión, como si no entendiera mi pregunta.

—Le dije a la chica encargada de envolverlos que era un regalo para mi


hermano menor.

Negué.

—Tengo dieciséis. No cinco.

Su rostro adquirió un matiz sombrío.

—Si estoy aquí es porque al parecer te estás comportando como si tuvieras


cinco, no dieciséis, haciéndole la vida imposible a tu dulce madre, así que
el papel está bien para ti. —Se sentó en el sitio en el que había estado antes,
inclinando su cabeza hacia el regalo—. Adelante, ábrelo. No puedo
devolverlo, así que espero que te guste o se lo daré alprimer vagabundo que
encuentre, quién probablemente lo venderá para comprar alcohol en lugar
de para mejorar su condición de vida o comprar comida, por lo que mi
dinero se perderá.

Hice una mueca.

No entendía el humor de este sujeto.

A pesar de que quería lanzarle el regalo a la cara y echarlo de mi casa


porque solo era una versión más suave y amargada de mi padre, la
curiosidad era más fuerte y terminé abriendo el paquete. La rabia que sentía
menguó cuando vi el diseño de lujo de las hombreras que siempre había
soñado con tener personalizadas con mi nombre. También habían otras
protecciones, mallas nuevas, mallas de entrenamiento y mallas para el
partido, y camisetas del equipo. Sostuve una pequeña caja de Apple entre
mis dedos. Al abrirla vi un reloj de entrenamiento que solo un par de chicos
en mi equipo se podían permitir. Era bonito.

No había tenido muchas cosas bonitas en mi vida mientras crecía.

—¿Por qué me trajiste esto? —le pregunté, sospechando sobre su regalo y


el hecho de que se haya tomado la molestia de venir aquí en primer lugar—
. ¿Qué es lo que quieres?

Se encogió de hombros.

—Es un regalo. Solo eso.

Me levanté.

—No eres nadie para hacerme regalos, Reed. Ni siquiera te conocía hasta
hoy.

—Pero yo sí —dijo, levantándose también, a lo que mi frente se arrugó sin


entender—. Tres de marzo. Minuto cuarenta y cinco. Tu equipo iba
perdiendo hasta que anotaste un Touchdown sin ayuda de nadie. Fue una
decisión estúpida porque todos los del equipo contrario fueron tras de ti y
pudiste haberte lesionado, pero lo lograste.

Tragué.

—El hecho de que hayas ido a uno de mis partidos no quiere decir nada.

—Cinco de agosto, minuto veinte, tu defensa se desmayó y…

—El que hayas ido a todos mis partidos y te los hayas memorizado no
significa nada —corregí, preguntándome cómo es que no noté al sujeto
idéntico a mi padre en las gradas.

Este se detuvo frente a mí y me observó con profundos ojos negros.

—Significa que al menos me interesé en verte de lejos, Malcolm, y que


mostré tan siquiera interés en conocerte, lo que tú, mi querido hermano, no
hiciste.

Como si tuviera que desplazarme para tener noticias de él.

Estas llovían a mi alrededor como si las hubiera pedido.


—Pudiste haberte acercado.

—Pudiste haberme rechazado —contraatacó.

Ya que era probablemente lo que hubiera hecho, guardé silencio. Tanner


me contempló por unos segundos antes de caminar hacia el lugar en el que
arrojé mis cosas al llegar. Lo vi sostener mi mochila, la cual también tenía
agujeros, y contemplarla con una especie de tic nervioso en el rostro que se
mantuvo aún después de girar el contenido de esta sobre nuestra pequeña
mesa de madera del comedor. Me precipité hacia él para impedir que
hiciera un desastre o rompiera algo, pero Tanner solo se se sentó y tomó mi
lápiz.

—¿Qué diablos haces?

Abrió mis cuadernos de matemáticas, física y química y los dejó frente a


él.

—Intentar que entres en la universidad, hermanito —respondió,


haciéndome chirriar los dientes, pero le permití seguir con mi tarea porque
realmente voy mal en clases y estoy a punto de suspender el año, lo que el
director no le dijo a mi madre y agradezco.

Frustrado, ocupé asiento junto a él.

—¿Cómo demonios…?

Reed me golpeó en el rostro con el dorso de su mano.

No fue un golpe duro, ni siquiera dolió, pero me cerró la boca e hizo que
entrara en shock.

Mi madre nunca me había golpeado.

Rick tampoco me había golpeado.

—No maldigas en casa —explicó—. No actúes como pandillero. Tu madre


se esforzó mucho por ti y no merece que el fruto de su esfuerzo sea un niño
grosero, en especial cuando ella no lo es. Tampoco pienses que el fútbol lo
es todo. Aún si eres bueno deberás aprender a expresarte y a exigir
correctamente para que cualquiera en este mundo te tome en serio, lo cual
involucra a la directiva de cual sea el equipo al que quieres ir. —Mis
mejillas se sentían calientes. Nunca antes había estado tan avergonzado por
algo, pero a la vez empecé a entender a mi madre y el hecho de que Tanner
sí podría ser lo que necesitaba. No solo era mi hermano, también teníamos
edades similares y nos movíamos en entornos similares. Él había sido
tomado en cuenta por grades equipos antes de optar por irse a estudiar a la
Universidad de Austin tras rechazarlos. Yo quería eso, así que necesitaba
sus consejos—. No tienes ni idea de lo grande que es el poder de las
palabras y de la educación. Te pueden abrir muchas puertas, pero también
te pueden cerrar varias. —No respondí. No sabía qué decir—. Volviendo
al tema de tus clases, ¿cuántas asignaturas tienes en peligro?

Me aseguré de que mi madre no estuviera cerca de responder.

—Cuatro.

Las pupilas de Tanner se dilataron como si hubiera consumido una droga.

—¿Cuánto tiempo tenemos? ¿Dos semanas?

—Tres. En tres semanas empiezan mis exámenes finales.

Asintió.

—Bien. —Tomó mi mano y dejó caer un lápiz sobre ella—. Empecemos


con matemáticas.

Gruñí.

—La profesora de matemáticas solo está mal folla…

Me golpeó de nuevo, esta vez más fuerte. Me giré para devolverle el golpe,
pero me detuve al recordar que lo necesitaba más de lo que me habría
gustado admitir.

—Incluso si así es eso no explica por qué respondiste que la interrogante


principal en una ecuación es Y cuando incluso el vagabundo al que iba a
darle tu regalo si lo rechazabas sabría que es X ya que es algo que se ve
desde cuarto grado —siseó viendo mis tareas, borrando y corrigiendo todo
lo que copié mal con rabia—. No tienes ninguna excusa, niño.

Sabía que era X, pero siempre me distraía pesando en fútbol y escribía otras
cosas.

Siempre pensaba en fútbol.


—Eres un hijo de puta —gruñí, esperando recibir un golpe que nunca llegó.

Necesitaba exteriorizarlo, así que ni siquiera me importó correr el riesgo.

—Te diría lo mismo, pero no le faltaría el respeto a Claudia de esa manera.


—Al darme cuenta de lo que había dicho y cómo podría interpretarse
separé los labios para disculparme, pero negó—. ¿Ves por qué necesitas
pensar un poco más sobre tus palabras? Ahora te sientes culpable por lo
que dijiste. Quieras o no el fútbol puede llevarte lejos, en especial siendo
tan bueno como he visto que lo eres, aunque un poco impulsivo e
imprudente, pero las palabras y una buena educación pueden mantenerte
dónde quieras. Debes mejorar eso.

Aunque su tono condescendiente me causara ira seguía teniendo el


presentimiento de que tenía razón. Además de ser mi hermano era una de
las figuras más influyentes en lo que respectaba al fútbol de Texas sin estar
firmado por un equipo de la NFL, quiénes se peleaban como gatos mojados
por él, y no podía evitar verlo como un ídolo. Un ídolo que también odiaba
y envidiaba, pero a la vez quería mantener cerca en un desesperado intento
porque algo de su brillo me salpicara. No era tan estúpido como para pensar
que Tanner me reconocería en público como su hermano, en especial
cuando su madre había seguido casada con su padre después de que el hijo
de su amante naciera, pero estaba equivocado.

No lo gritaba, pero tampoco lo negaba.

Lo demostró cuando uno de esos días salimos a la calle a jugar fútbol y una
de las vecinas de la calle en la que vivía lo miró de arriba abajo luego de
atajar el pase que le lancé.

—¿Ustedes dos son hermanos? —preguntó y él le sonrió, el sudor


corriendo por su frente porque llevábamos más de dos horas entrenando.

Tenía un partido esa noche y cuando vio que por más que quisiera no podía
concentrarme en mi tarea, por primera vez propuso que hiciéramos algo
más a parte de estudiar. Me enseñó algunos trucos personales que no había
compartido con nadie más y que pensaba poner en práctica a partir de
ahora. Me acerqué para salvarlo de la situación, pero él lo manejó por sí
solo.
—Así es —respondió, congelándome—. Malcolm es mi hermano menor.
—dijo atrayéndome hacia sí y frotando mi cabeza con su puño, a lo que mi
cabello se despeinó. Incluso el sudor del bastardo olía bien: a antiséptico—
. Estoy ayudándolo a perfeccionar algunas jugadas.

La presencia de la mujer que paseaba a su perro atrajo la atención de


Patrick, otro de nuestros vecinos que era un soldado recién retirado de la
marina que regaba su jardín.

Un aficionado al fútbol.

—¿Tanner Reed? ¿Eres el mariscal de los Longhorns? ¿El chico más joven
en ser proclamado capitán de una liga del equipo universitario? —Mi
hermano asintió, pero su cuerpo se tensó como si hubiera percibido una
amenaza mientras me dejaba ir—. ¿Podrías darme un autógrafo,
muchacho? En el futuro podría costar miles de dólares.

—¿Y a mí? —preguntó otro anciano con el que estaba bebiendo cerveza.

—Estamos seguros de que un día serás una estrella —siguió Patrick.

Tanner negó a pesar de su insistencia, sus manos en mis hombros

—Creo que están hablando de Malcolm, no de mí. Es él quién estará en la


NFL pronto.

—¿Ah, sí? —preguntó Patrick como si no supiera que fuera el mariscal del
equipo local.

Tanner asintió, su mandíbula apretada.

—Ve por un papel y un bolígrafo para que mi hermano te dé su autógrafo.

No era una petición, sino una orden o más bien una amenaza, y el viejo
hombre por primera vez me vio como algo más que el adolescente al que
le gritaba que no pisara su césped.

—No tenía ni idea de lo importante que fueras, Malcolm, ¡voy ya mismo


por un bolígrafo!

—¡Yo también quiero uno!

—¡Y yo! —gritó alguien más a la lejanía.


Después de que firmé mis primeros tres autógrafos, los cuales tenía claro
que tardarían en adquirir valor, compramos limonada en un puesto de una
niña que recolectaba fondos para comprarse un hámster y nos sentamos en
la acera. Estaba cansado porque llevaba días sin dormir o sin hacer otra
cosa que no fuera estudiar, pero a la vez estaba ansioso.

Ansioso por salir al campo y demostrar todo lo que Tanner me había


ensañado.

Ansioso por presentar mis exámenes y pasar con la mejor nota de todo el
salón.

Ansioso por demostrar cuánto valía.

—Gracias —le dije de repente, recostándome en el césped.

Tanner solo respondió con un gruñido, imitándome y cerrando los ojos ya


que estaba tan cansado como yo.

Nunca me dijo cómo lo hizo, pero se tomó una pausa de tres semanas de la
universidad y de los Longhorns para quedarse en mi ciudad y asegurarse
de que entrara a la preparatoria. Durmió en un motel hasta que mamá y yo
nos dimos cuenta debido a las arrugas de su ropa y le ofrecimos una
habitación, así como también nuestra plancha para que dejara de temblar y
de alisar sin éxito la prenda ya que también nos habíamos percatado de su
TOC, lo cual también explicaba el por qué odiaba tanto el desorden o los
comportamientos impulsivos. Era un exceso del orden pero solo porque no
concebía la idea del mundo de otra forma. Cualquier cosa fuera de su lugar
le generaba una terrible ansiedad que manifestaba con ataques de ira y
palabras hirientes, casi como si no pudiera controlarlo.

Es un idiota, pero el concepto de medios-hermanos siempre ha sido extraño


para mí.

Porque desde que entró en mi vida nunca lo he visto como tal.

Es mi hermano.

No es el mejor de todos y hay mucha mierda entre nosotros, pero no estoy


listo para enfrentarlo y mirarlo a los ojos, para decirle que tenía razón y que
debí escucharlo, así que rechazo todas las llamadas de su parte que
Callaghan me insiste en que tome porque de lo contrario este ha amenazado
con demandar y desmantelar el centro de rehabilitación, dónde alega que
me tienen secuestrado y me mantienen en la oscuridad en contra de mi
voluntad.

Capítulo 11

Mi psiquiatra es una mujer de cuarenta años. Su cabello negro con algunas


hebras grises se encuentra atado en un moño en la cima de su cabeza. Usa
un traje completamente blanco de chaqueta y falda, al igual que lo es su
oficina, y se encuentra tras un escritorio de cristal que combina con la
decoración moderna y estéril que nos rodea. Una única flor violeta está
situado en un florero de mármol se halla entre nosotros. Una orquídea.
Después de que se levanta y se sienta en el sofá frente a mí con la espalda
elegantemente recta me insta a recostarme en el diván, formando la típica
escena psicólogo/paciente de las películas.

En lugar de tomar un bloc de notas, pone en marcha una grabadora.

—Malcolm, soy la doctora Molly Torne, psiquiatra con más de veinte años
de experiencia, y estás aquí para buscar mejorar la manera en la que te
sientes y así tu rehabilitación, ¿podrías decirme cómo te sientes el día de
hoy? —pregunta para iniciar nuestra sesión.

Normalmente no lo hago mucho, soy más un hombre de acción, pero pienso


antes de responder ya que este lugar, su lejanía con el mundo exterior, te
obliga a reflexionar. Es impresionante la manera en la que debes analizar
las cosas cuando no estás rodeado de distracciones, pero aunque en
ocasiones es favorecedor, no siempre es bueno.

Hay hechos que están mejor en el olvido.

Volviendo a mi sesión con la doctora Torne, han pasado cinco días desde
que estoy aquí. Por un lado lo odio durante cada segundo, extraño mi hogar
y a mi esposa, pero por otro no puedo evitar sentirme ligeramente aliviado
al encontrarme lejos de Texas. No habría forma de ignorar el fútbol en un
estado dónde todo gira a su alrededor. Literalmente no creo poder salir
nunca a las calles de casa sin que me reconozcan y me pregunten por mi
lesión o mi carrera de una manera más violenta a como lo hicieron cuando
veníamos en camino a Sun Valley.

Mi ceño se frunce instintivamente hacia la idea.

—Bien —contesto

Sus cejas blanquecinas se alzan.

—¿Solo bien? —pregunta y afirmo—. ¿No me hablarás de tu


rehabilitación? ¿Detalles?

—Mi rehabilitación también va tan bien como puede ir, pero supongo que
eso lo sabe por los informes y que ahí puede hallar los suficientes detalles
que necesita.

Casper está haciendo un buen trabajo. Lo sé porque a diferencia de mis


otros fisioterapeutas ha logrado que el dolor en mi brazo disminuya un diez
por ciento, pero el ardor sigue siendo insoportable y el hecho de que
Callaghan haya decidido suspenderme los analgésicos cuando se dio cuenta
de que últimamente había estado cerca de mi amigo Jack Daniels no ayuda.
Tampoco el que mi extremidad solo sea un diez por ciento, quizás menos,
de lo que era antes, pero tampoco puedo ser un hijo de puta cruel y lanzarle
mierda a Casper.

El chico es un grano en el culo, pero es bueno en lo que hace.

El problema es mi brazo.

El problema soy yo, no la rehabilitación, y el hecho de que no existe una


magia que obre el milagro de regresar mi extremidad derecha a su estado
antes de la lesión.

—¿Por qué no me hablas de tu vida en casa? —prosigue la doctora Torne,


sin presionar, tras cruzar sus piernas, movimiento que percibo por el rabillo
del ojo.

—Mi vida en casa está bien, muchas gracias por preguntar.

Tengo una esposa que me ama.

Tenemos un bonito hogar.


A penas todo esto termine tendremos un bebé.

—¿Qué te hace sonreír así, Malcolm?

—Savannah y yo estábamos pensando en la posibilidad de iniciar nuestra


familia cuando todo esto empezó —confieso—. Lo retomaremos cuando
regrese a Texas. Ahora que el fútbol no es lo número uno en mi vida mi
familia lo será. Ella siempre está concentrada en su trabajo y en perseguir
sus sueños, así que podría optar por ser un padre que se queda en casa. No
es lo más convencional, pero con el dinero que me quedó podría retirarme
de todo.

El rostro de la doctora Torne se suaviza.

—¿Crees que estés preparado para ser padre?

—No lo sé, pero estoy casado con la chica de mis sueños y ansioso por
hacerla una madre.

Ese es el siguiente paso que debe ser dado.

Su rostro se mantiene cauteloso en lo que se refiere a las expresiones, así


que no sabría decir cómo se siente con respecto a lo que acabo de
mencionar.

—¿No crees que es un poco equivocado de tu parte depositar el origen de


tu felicidad en algo o en alguien más? —pregunta con un tono de voz suave,
casi como si temiera mi reacción a ello, lo cual es incorporarme, pero no
me deja tiempo para responder antes de volver a inundar el consultorio con
su voz de nuevo—. ¿Por qué no hablamos de algo que traiga nuevamente
esa sonrisa a tu rostro? Cuéntame dónde y cómo conociste a tu esposa.

A pesar de que mi nuca hormiguea debido al peso de sus palabras


anteriores, mis labios se curvan instintivamente en una sonrisa al pensar en
el día que conocí a Savannah. Le cuento a la doctora Torne la manera en la
que le dediqué cada jugada que hice durante un juego en la casa de mi
oponente en la universidad que se planeó con el objetivo de crear fondos
para un orfanato en Austin. Todas las posibilidades estaban a favor del
equipo contrario, al igual que factores como el público abuchéandonos a
gran escala para apoyar a su equipo, y de alguna forma logré ganarlo para
ella, la chica más bonita que hubiera visto en mi vida. Luego no pude
acercarme porque tenía que entrenar duro al día siguiente para mi próximo
partido frente a Jacobs y Tanner me envió a casa. A pesar de que ya la había
visto con anterioridad y ya con anterioridad se había apoderado de mi
atención, fue durante la boda de mi hermano con su ex esposa, Pauline, una
rarita con la que estuvo cinco años, que la conocí de verdad.

Mi psiquiatra es una mujer de cuarenta años. Su cabello negro con algunas


hebras grises se encuentra atado en un moño en la cima de su cabeza. Usa
un traje completamente blanco de chaqueta y falda, al igual que lo es su
oficina, y se encuentra tras un escritorio de cristal que combina con la
decoración moderna y estéril que nos rodea. Una única flor violeta está
situado en un florero de mármol se halla entre nosotros. Una orquídea.
Después de que se levanta y se sienta en el sofá frente a mí con la espalda
elegantemente recta me insta a recostarme en el diván, formando la típica
escena psicólogo/paciente de las películas.

En lugar de tomar un bloc de notas, pone en marcha una grabadora.

—Malcolm, soy la doctora Molly Torne, psiquiatra con más de veinte años
de experiencia, y estás aquí para buscar mejorar la manera en la que te
sientes y así tu rehabilitación, ¿podrías decirme cómo te sientes el día de
hoy? —pregunta para iniciar nuestra sesión.

Normalmente no lo hago mucho, soy más un hombre de acción, pero pienso


antes de responder ya que este lugar, su lejanía con el mundo exterior, te
obliga a reflexionar. Es impresionante la manera en la que debes analizar
las cosas cuando no estás rodeado de distracciones, pero aunque en
ocasiones es favorecedor, no siempre es bueno.

Hay hechos que están mejor en el olvido.

Volviendo a mi sesión con la doctora Torne, han pasado cinco días desde
que estoy aquí. Por un lado lo odio durante cada segundo, extraño mi hogar
y a mi esposa, pero por otro no puedo evitar sentirme ligeramente aliviado
al encontrarme lejos de Texas. No habría forma de ignorar el fútbol en un
estado dónde todo gira a su alrededor. Literalmente no creo poder salir
nunca a las calles de casa sin que me reconozcan y me pregunten por mi
lesión o mi carrera de una manera más violenta a como lo hicieron cuando
veníamos en camino a Sun Valley.

Mi ceño se frunce instintivamente hacia la idea.


—Bien —contesto.

Sus cejas blanquecinas se alzan.

—¿Solo bien? —pregunta y afirmo—. ¿No me hablarás de tu


rehabilitación? ¿Detalles?

—Mi rehabilitación también va tan bien como puede ir, pero supongo que
eso lo sabe por los informes y que ahí puede hallar los suficientes detalles
que necesita.

Casper está haciendo un buen trabajo. Lo sé porque a diferencia de mis


otros fisioterapeutas ha logrado que el dolor en mi brazo disminuya un diez
por ciento, pero el ardor sigue siendo insoportable y el hecho de que
Callaghan haya decidido suspenderme los analgésicos cuando se dio cuenta
de que últimamente había estado cerca de mi amigo Jack Daniels no ayuda.
Tampoco el que mi extremidad solo sea un diez por ciento, quizás menos,
de lo que era antes, pero tampoco puedo ser un hijo de puta cruel y lanzarle
mierda a Casper.

El chico es un grano en el culo, pero es bueno en lo que hace.

El problema es mi brazo.

El problema soy yo, no la rehabilitación, y el hecho de que no existe una


magia que obre el milagro de regresar mi extremidad derecha a su estado
antes de la lesión.

—¿Por qué no me hablas de tu vida en casa? —prosigue la doctora Torne,


sin presionar, tras cruzar sus piernas, movimiento que percibo por el rabillo
del ojo.

—Mi vida en casa está bien, muchas gracias por preguntar.

Tengo una esposa que me ama.

Tenemos un bonito hogar.

A penas todo esto termine tendremos un bebé.

—¿Qué te hace sonreír así, Malcolm?

—Savannah y yo estábamos pensando en la posibilidad de iniciar nuestra


familia cuando todo esto empezó —confieso—. Lo retomaremos cuando
regrese a Texas. Ahora que el fútbol no es lo número uno en mi vida mi
familia lo será. Ella siempre está concentrada en su trabajo y en perseguir
sus sueños, así que podría optar por ser un padre que se queda en casa. No
es lo más convencional, pero con el dinero que me quedó podría retirarme
de todo.

El rostro de la doctora Torne se suaviza.

—¿Crees que estés preparado para ser padre?

—No lo sé, pero estoy casado con la chica de mis sueños y ansioso por
hacerla una madre.

Ese es el siguiente paso que debe ser dado.

Su rostro se mantiene cauteloso en lo que se refiere a las expresiones, así


que no sabría decir cómo se siente con respecto a lo que acabo de
mencionar.

—¿No crees que es un poco equivocado de tu parte depositar el origen de


tu felicidad en algo o en alguien más? —pregunta con un tono de voz suave,
casi como si temiera mi reacción a ello, lo cual es incorporarme, pero no
me deja tiempo para responder antes de volver a inundar el consultorio con
su voz de nuevo—. ¿Por qué no hablamos de algo que traiga nuevamente
esa sonrisa a tu rostro? Cuéntame dónde y cómo conociste a tu esposa.

A pesar de que mi nuca hormiguea debido al peso de sus palabras


anteriores, mis labios se curvan instintivamente en una sonrisa al pensar en
el día que conocí a Savannah. Le cuento a la doctora Torne la manera en la
que le dediqué cada jugada que hice durante un juego en la casa de mi
oponente en la universidad que se planeó con el objetivo de crear fondos
para un orfanato en Austin. Todas las posibilidades estaban a favor del
equipo contrario, al igual que factores como el público abuchéandonos a
gran escala para apoyar a su equipo, y de alguna forma logré ganarlo para
ella, la chica más bonita que hubiera visto en mi vida. Luego no pude
acercarme porque tenía que entrenar duro al día siguiente para mi próximo
partido frente a Jacobs y Tanner me envió a casa. A pesar de que ya la había
visto con anterioridad y ya con anterioridad se había apoderado de mi
atención, fue durante la boda de mi hermano con su ex esposa, Pauline, una
rarita con la que estuvo cinco años, que la conocí de verdad.
Estaba en uno de los salones destinado a ser un camerino para la
preparación de las personas que participarían en la ceremonia, un cuarto
dentro de la casa junto a la playa en la que se celebraría esta. Tanner no
tiene amigos, así que me obligó a ser su padrino a pesar de que Pauline y
yo nunca tratamos demasiado. Me encontraba arreglando mi corbata frente
a un espejo guindado en la pared cuando escuché el sonido que hizo la
puerta al abrirse. No me había terminado de dar la vuelta cuando una
impresionante morena se abalanzó sobre mí, juntando nuestros labios y
moviéndolos con pasión sobre los míos. Sin detallarla demasiado, la
envolví con mis brazos y le devolví el beso, divertido con la situación. Sus
dedos viajaron rápidamente a mi cabello y se envolvieron alrededor de él
con fuerza.

—Necesité tanto valor para hacer esto —murmuró entre besos.

Me detuve cuando probé cierto regusto de alcohol en su boca de labios


perfectos, echándome hacia atrás mientras una sensación amarga se
apoderó de mí.

Este beso era una equivocación.

Sus ojos me dijeron lo mismo cuando me evaluó, pero todo mi cuerpo se


tensó al reconocer a la mujer frente a mí como la chica que unos años atrás
me había robado el corazón en el campus de la Universidad a la que asistía
mi hermano. Al reconocer ese largo cabello negro y brilloso. Esos ojos
grises, grandes y rodeados de espesas pestañas oscuras. Ese perfecto cuerpo
de reloj de arena. También la vibra de su espíritu, salvaje e indomable, y su
sonrisa.

Era la sonrisa más hermosa que hubiera visto en la vida, esta vez
avergonzada.

Estaba ante la chica de mis sueños y ella me había besado ebria.

¿Qué tan mala suerte podía tener?

—¿Esto es parte de algún juego de despedida de soltera? —pregunté con


las manos dentro de los bolsillos, mis labios curvados hacia arriba y mis
ojos sin perder detalle de la manera en la que su vestido celeste, entallado
y con una capa de tul en los hombros la hacía ver como una diosa, al igual
que la corona de flores sobre su cabeza. Lo sentía por Pauline, pero la
morena probablemente se robaría el espectáculo, al menos para mí. La cosa
es que estoy seguro de que lo habría hecho incluso llevando un saco de
patatas. Estaba flechado—. Si es así no podría ser más desafortunado para
mí porque me habría gustado que fuera real.

Ella soltó una risa suave, sin reconocerme como yo la había reconocido a
ella.

¿Realmente esperaba que lo hiciera? No, pero aún así no podía evitar sentir
decepción.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó caminando alrededor de mí de forma


seductora, su cabeza inclinada hacia un lado como la de una depredadora,
lo que me hizo sonreír más.

Poseía otro nivel de atrevimiento.

—Malcolm.

No Johnson, no Reed.

El hecho de que no le haya dado mi apellido tenía que ver con que nunca
me había sentido cómodo con ninguno, como si perteneciera a alguno de
ellos, ya que el primero lo obtuve gracias a la caridad del esposo de mi
madre. El segundo gracias a las ansias de mi hermano por destruir a nuestro
padre, la única venganza con la que he estado de acuerdo. La chica se
detuvo frente a mí y me tendió su mano para que la estrechara, pero la besé,
trayendo un brillo a sus ojos grises que envió una corriente eléctrica a través
de mi cuerpo.

—Savannah —murmuró mi amor platónico—. Savannah Campbell.

—Savannah, ¿vas a decirme si me besaste por un reto antes de que me


ilusione?

Su seguridad en sí misma se rompió por un momento ante mi pregunta,


trayendo un hermoso rubor rosado a sus mejillas y un tartamudeo a su voz.
Al momento me di cuenta de que aunque su postura y su expresión gritaba
que era inalcanzable, por dentro tenía una dulzura en la que quería sumergir
mis dedos como si se tratase de un frasco de Nutella.

No tenía nada que ver con las mujeres con las que había salido desde que
inicié en la NFL, las cuales a pesar de todos mis esfuerzos siempre estaban
más concentradas en mi cuenta bancaria que en mí o en mis sentimientos.
Las complacía, claro que sí, amaba hacer sonreír a una chica tanto como
amaba sumergirme en sus cuerpos y obtener placer, pero me sentía
extremadamente vacío después y al poco tiempo terminábamos siendo solo
amigos.

Ellas eran falsas, diseñadas para los medios y la industria.

La chica frente a mí era real, se equivocaba y se sonrojaba, y estaba


diseñada para mí.

Tenía que estar diseñada para mí.

—Sí —respondió con un murmuro—. Era un reto.

—¿Quién te lo puso? ¿Pauline?

Me costaba pensar en la extraña esposa de Tanner haciendo esas cosas


porque Pauline solo tenía dos modos, rezar o juzgar a los demás, y no me
la imaginaba diciéndole a Savannah que debía besar al padrino de su boda,
pero todos siempre pueden sorprenderte.

—No —dijo, pero no terminó de contarme toda la verdad y no seguí


insistiendo porque no quería aburrirla. Se acercó a la ventana del salón y
miró hacia el mar, probablemente armándose de valor para hacerme la
pregunta que corría por su mente a penas me vio—. ¿Por qué te pareces
tanto a Tanner? ¿Son primos o familiares lejanos?

Había faltado a los ensayos de la boda porque tenía juego, así que nadie
entre los invitados importantes me vería hasta ahora. Mi padre y la madre
de Tanner probablemente se desmayarían al verme caminar por el pasillo,
pero no es como si a él le importara. Seguía sin entender por qué seguía
empeñado en hacerlos enojar con mi presencia cuando ya obtuvo todo lo
que quería, su control sobre Reed Imports, pero no iba a cuestionarlo.

Intenté rechazar ser su padrino e insistió hasta que acepté.

Todos sabemos cómo es la insistencia de Tanner Reed.

Maldito tóxico.

Juro que mi hermano es la definición de red flag.


—Somos hermanos. —Su ceño se frunció—. Hijos del mismo padre,
madres diferentes —añadí antes de que mencionara que no sabía sobre mi
existencia.

No me sorprende.

Mi hermano mayor nunca me ha negado, pero es receloso con su


privacidad, al igual que yo. Ninguno de los dos anda contando por ahí la
historia de nuestras vidas. Desde que cambié mi apellido los medios han
intentado sacarme la verdad sobre todo en cada entrevista que he dado, pero
siempre me niego a hablar al respecto por mi madre y por él.

También por mí.

Quiero ser famoso por jugar fútbol, no por mi vida privada.

—Oh —dijo—. Eso explica mucho.

—Sí. —Le tendí mi brazo—. ¿Debo suponer que eres la madrina?

Afirma.

—Sí, ¿tú el padrino que nunca apareció para los ensayos? —preguntó
mientras envolvía mi brazo con el suyo y nos dirigíamos a la puerta, la cual
se abrió antes de que pudiera responder para que una de las chicas que
organizaba la boda nos dijera que ya debíamos salir y caminar hacia el altar
porque la ceremonia ya iba a comenzar.

Caminamos hacia la sala de la casa en la que todo se está preparando, la


cual es moderna y espaciosa, y nos acercamos al ventanal que da con la
playa, la cual se encontraba decorada junto a la orilla con flores blancas. El
altar era un arco de ellas bajo el cual se encontraba Tanner, quién se veía
más ansioso por terminar todo esto que feliz, y un sacerdote. Savannah se
detuvo abruptamente en el inicio del sendero que llevaba a él, el cual debía
recorrer antes que la novia. Yo debía ir antes que ella, pero no podía dejarla
viéndose así.

—¿Sucede algo? —le pregunté suavemente ya que se veía aterrada.

Como si alguien hubiera muerto frente a ella.

Traga antes de responder, sus ojos grises brillosos


—No —dice parpadeando hasta que sus lágrimas desaparecen—. Solo
estoy emocionada por Pauline. No puedo creer que esté a punto de casarse
con el amor de su vida.

Mi corazón se llenó de ternura hacia ella llorando de felicidad por su mejor


amiga.

—Vamos —le dije tendiéndole mi brazo porque tenía miedo que con su
estado de embriaguez se cayera e hiciera un espectáculo para todos del cual
pudiera avergonzarse luego. Quería cuidarla. Quería ser quién la cuidara—
. A la mierda el protocolo.

Sav empezó a negar, pero al alejarse de mí se tambaleó y casi se cae.

Mis brazos fueron rápidamente a rodearla.

Por el rabillo del ojo notaba la atención de Tanner puesta en nosotros y su


usual expresión de desagrado hacia todo lo que respira puesta en su cara
incluso el día de su boda, pero no iba a permitir que Savannah se cayera y
se lastimara. Una vez recobró la postura aceptó mi ayuda y caminamos
juntos hacia el altar con la marcha nupcial iniciando de fondo, ante lo cual
no pude evitar darme cuenta de que le estábamos robando el show a la novia
por unos minutos, pero ya era demasiado tarde para retractarme. Ya todos
veían cómo llevaba a Savannah hacia al frente como si fuera su padre y
estuviera por entregársela a Tanner.

Eso incluía a mi hermano, cuya piel estaba aún más pálida de lo normal.

Sus pupilas también estaban dilatadas con lo que supuse era ira por arruinar
su boda mientras nos veía caminar hacia él. Una vez Savannah se acomodó
en el lado en el que debía esperar a Pauline y yo me detuve junto a él, los
tres nos tensamos al oír al viejo sacerdote que habían contratado para esto
y que a penas se mantenía en pie debido a su avanzada edad empezar con
la ceremonia con voz cantarina.

—En nombre de Dios hoy para reunir a…

Ya que Tanner y Savannah solo se vieron entre sí al escucharlo, yo lo


corregí.

—Ella no es la novia. La novia…


—Está aquí —dijo alguien a la lejanía, una mujer, probablemente la mamá
de Tanner.

Todas las equivocaciones que tuvimos con respecto a al inicio de la


ceremonia quedaron en el olvido cuando Pauline apareció de la mano de su
padre. Su vestido blanco era sencillo y bonito. Llevaba sobre la cabeza una
corona similar a la de Savannah de la que colgaba un velo que se arrastraba
sobre la arena. Al llegar a nosotros el sacerdote inició nuevamente con sus
palabras, pero a lo largo de todo no pude evitar darme cuenta de la tensión
que había en el altar. No entendía por qué. Savannah miraba hacia el frente.
Tanner miraba hacia todo, menos hacia Pauline, y Pauline era la única de
los cuatro que se veía feliz.

—Pauline, con este anillo te desposo —murmuró Tanner a secas mientras


deslizaba una sortija de oro en su dedo, lo que hizo que mi ceño se
frunciera.

No me caía muy bien Pauline, pero una novia el día de su boda simplemente
merecía más de lo que él estaba dándole. Más emoción. Más devoción.
Ella, en cambio, tomó el anillo y lo deslizó en su dedo con sus ojos
marrones llenas de sueños, esperanzas e ilusiones.

Era doloroso de ver.

—Tanner, con este anillo te desposo y prometo amarte por siempre —dijo
haciendo que el rostro de mi hermano se contrajera, lo cual unió a una
sonrisa para que pasara desapercibido. Pauline vio de reojo a Savannah,
sonriéndole, sonrisa que ella le regresó de forma tensa, antes de ver de
nuevo a su marido—. Muchas gracias por hacerme la mujer más feliz del
mundo. No sabes cuán ansiosa estoy por empezar nuestra familia.

Tanner asintió, de acuerdo, pero maténme si yo estaba más emocionado por


eso que él.

Y no estaba para nada emocionado.

—Que lo que Dios unió no lo separe el hombre —dijo el sacerdote,


sonriendo también—. Señor Reed, puede besar a la novia. Los declaro a
partir de este momento marido y mujer.

Tanner se inclinó hacia abajo y la besó.


Sonreía para las fotos, pero cuando nuestras miradas se cruzaron mientras
tomaba a Pauline en brazos para caminar con ella hacia la recepción que
había en el otro extremo de la playa vi algo que nunca pensé que vería en
los ojos de mi hermano, acostumbrado a planificar todo en su vida, a ser
perfecto y a nunca equivocarse en nada: arrepentimiento.

En ese momento no sabía que la razón de ello se encontraba junto a mí.

Pero sí lo sabía antes de que Savannah se acercara a mí después de que le


rompiera el corazón y aún así no me importó porque por primera vez
merecía tener algo que él no.

Capítulo 11.5

SAVANNAH

Contemplo la vista que ofrece la ventana del deportivo de Tanner mientras


conduce desde la bonita casa de Pauline hacia hacia el estadio oficial de los
Kings en Houston. El ambiente no es necesariamente tenso entre nosotros,
pero sí se siente extraño. Hay demasiados motivos para que así sea. Es mi
ex conquista, la ex conquista que más me marcó y me enseñó sobre mí
misma, quizás también es la persona que más me conoce sobre la faz del
planeta tierra, motivo por el que supo exactamente qué decir para que en
este momento me encuentre donde estoy, y ahora también es mi cuñado.
Aunque intentan regresar a mi cabeza, mi mente bloquea exitosamente
todos los recuerdos del pasado. Nada salvo Malcolm nos une ahora.
Los dos lo amamos.

Mis ojos se llenan de lágrimas al recordar cómo han sido estos meses desde
la lesión. La persona cálida, vibrante y amorosa que era desapareció,
convirtiéndolo en un ser lleno de resentimiento, dolor e ira. Nunca cambió
conmigo, nunca dejó de ser un buen esposo y nunca me lastimó, pero
empezó a aferrarse a mí de una manera que me hizo sentir insegura e
insuficiente. Insegura porque no sabía qué hacer para hacerlo sentir mejor
e insuficiente porque a pesar de cuánto me ame o cuán feliz sea nuestro
matrimonio, no soy la NFL.

No soy un balón.

No soy lo que más ama.

No soy quién lo hace sentir libre y completo. Mi experiencia me dice que


eso solo lo puede conseguir por sí mismo. Eso es lo que quiero para él, no
que dependa de mí. No lo amaría de la manera correcta si estoy feliz con el
hecho de ser todo sobre lo cual gira su existencia ahora que el fútbol ya no
está, en especial cuando tengo mis propios sueños y mis propias metas y
me aterra la sola idea de perderlo por lo vacía y apagada que me sentiría.
Ni siquiera puedo llegar a imaginarme cómo se siente Malcolm en este
momento, no cuando solía ser la estrella más brillante de Texas tras traer
dos Super Bowl a casa.

No cuando estaba a un paso de entrar a su equipo de ensueño.

Tanner le baja el volumen a la radio cuando empieza Him & I de Halsey y


G-Eazy, melodía que aumenta la cantidad de lágrimas que descienden por
mis ojos y hace que mi corazón se retuerza dentro de mi pecho como si
estuvieran exprimiéndolo. Barro la humedad fuera de mis mejillas con mi
mano y miro de reojo a Tanner, volviéndole a subir el volumen.

¿Qué diablos está mal con él?

¿No se da cuenta de que estoy llorando por su hermano?

Cross my heart, hope to die

To my lover, I’d never lie

He said “be true”, I swear I’ll try


In the end, it’s him and I

He’s out his head, I’m out my mind

We got that love, the crazy kind

I am his, and he is mine

In the end, It’s him and I, him and I

Tanner vuelve a apagar la radio, pero esta vez no le subo el volumen de


nuevo. Me limito a mirarlo mientras conduce como no lo he hecho en un
par de años: fijamente.

—Me gusta esa canción.

—A mí no —responde y hago una mueca, decepcionada con el hecho de


que siga siendo el mismo imbécil de siempre, pero rápidamente añade—:
Es una canción deprimente, Savannah. No necesitamos más razones para
hundirnos en la mierda, ¿no crees? Con que uno de nosotros tres haya
intentado suicidarse tenemos más que suficiente.

Mi pecho se hunde al recordar el motivo por el que decidí internar a


Malcolm en Sun Valley.

La manera en la que la industria del deporte convirtió a alguien tan lleno


de luz como él en una persona capaz de arrebatarse la vida de esa manera…
no se los perdonaré jamás.

Por eso deben pagar.

—No es deprimente. Es una canción de amor.

A pesar de que G-Eazy y Halsey ya no estén juntos, es mi canción favorita.

Su ceño se frunce.

—La manera en la que la cantan me deprime.

—¿Pero es la canción o lo que viene a tu mente cuando la escuchas? —


pregunto sin poder contenerme y después de que lo hago mis mejillas se
llenan de rubor.

Ya no somos exactamente cercanos.


Le perdí la pista luego de que me casé con Malcolm. No sé si después de
mí ha tenido alguien a quién dedicarle la canción que estábamos
escuchando, pero no me sorprendería. Es atractivo, inteligente y más
millonario que nunca. Más importante, ya debió haber superado a Pauline.
Ya debió haberme superado a mí en el dado caso de que haya tenido algo
que superar de su amante o su puta obsesionada, que es lo que fui realmente
para Tanner. Es extremadamente reservado, así que no me sorprendería que
estuviera casado o comprometido de nuevo y que no nos hubiéramos
enterado.

—Es la canción —responde después de un momento de silencio. Debe


cambiar de opinión con respecto a oírla ya que se extiende y le sube el
volumen a la radio nuevo, pero ya la canción está terminando. Cuando
empiezo a escuchar nuevamente las voces de Halsey y G-Eazy, añade en
voz baja—: Y lo que viene a mi mente cuando la escucho.

He’s out his head, I’m out my mind

We got that love, the crazy kind

I am his, and he is mine

In the end, It’s him and I, him and I

*****

El viaje dura casi cuatro horas y salimos a las diez de la casa de Pauline
porque despedirnos de un niño tan adorable y hermoso como lo es Raze
siempre es difícil y su madre insistió en prepararnos el desayuno, así que
no me sorprendo cuando Tanner se detiene en Puerto Lacava para que
almorcemos. Nos dirigimos a un restaurante que busca en Google y al cual
las instrucciones del GPS nos lleva. Está frente a una lago artificial y posee
un área para comer en el interior de la construcción al estilo casa que tiene,
pero también otra en el exterior. Ocupamos una en el exterior. Llevo
vaqueros y una camiseta con el logo de Corpus Christi porque mi ropa de
viaje se terminó. Tanner un sencillo par de bermudas caqui y un polo
blanco, pero lo que llama la atención son sus gafas oscuras. Seguimos en
una región costera y hace extremadamente calor. Ambos pedimos ceviche
y otros platillos de mariscos.

Mientras comemos me habla sobre nuestros objetivos.


—Jack Jacobs es uno de los reclutadores más importantes de Texas —
explica escribiendo su nombre en una servilleta—. No sé qué tanto conoces
sobre la industria, pero cualquiera en el que se fije tiene un puesto seguro
en algún equipo de la NFL. Solía perseguirme cuando estaba en la
universidad. Después se fijó en Malcolm, pero nunca quiso enviarlo
directamente con los Cowboys. A pesar de que era incluso mejor que yo en
el campo, más entregado y más apasionado, nunca le quiso dar la
oportunidad que me ofrecía a mí. Jamás entendí por qué, la verdad.
Malcolm lo tenía todo para ser una estrella. Durante uno de los partidos en
los que Jack se encontraba presente finalmente le ofreció un puesto en los
Kings. No era nada como el Dallas, pero era algo. Los Kings son el equipo
más joven de fútbol americano en los Estados Unidos, así que supongo que
esta era la manera de Jack de darle una oportunidad a Malcolm sin tener la
responsabilidad de estar tras la selección de una pieza tan importante que
habría tenido con los Cowboys, con los cuales todos sabemos que tiene
acuerdos especiales. Todo marchaba bien hasta que Malcolm ganó no uno,
sino dos Super Bowls y empezó a llamar la atención y a despertar la envidia
entre los demás jugadores. No solo de equipos externos, sino también entre
su propia gente. Esto empeoró cuando anunció que se iba a ir de los Kings.
Todos sabían que no tendrían ni la más mínima oportunidad de ganar sin
mi hermano. —Escribe varios nombres que reconozco como los nombres
de los jugadores que estuvieron ahí el día del juego final de Malcolm. Lo
sé porque he visto las repeticiones de este incontables veces y en todas ellas
se ve cómo intencionalmente lo dejaron solo, siendo Marcus y solo unos
pocos los que siguieron jugando. Tienen más culpa ellos que la persona que
lo lesionó. Estaba jugando él solo. Fue doloroso de ver y aunque toda la
vida me pesará no haberlo acompañado, me alivia no haberlo hecho. No lo
habría resistido—. El día de la lesión varios jugadores de su propio equipo
le fallaron a la estrategia predispuesta por la administración y el entrenador,
por lo que pudieron ser sancionados internamente, pero no hlo fueron
porque el equipo claramente estaba enojado con Malcolm por irse. Esa fue
la razón por la que no intervinieron durante el juego a pesar de que se ve
cómo el entrenador lo pidió constantemente a los directivos. Jasper Creed,
su representante, pudo haberlos demandado, pero no se molestó en hacerlo
porque llegó a un acuerdo con los Kings y empezó a sabotear la
rehabilitación de Malcolm de tal manera que todos le dieran falsas y
exageradas esperanzas de regresar al fútbol mientras ralentizaban esta lo
más que pudieran con el fin de que se terminara el plazo en el que Malcolm
pudiera contrademandar. —Tras resumir la situación actual se echa hacia
atrás. Toma su copa llena de vino, fino vino Van Allen, y le da un sorbo
antes de continuar—. El fútbol le ha jugado sucio no solo una, sino varias
veces a mi pequeño hermano y a pesar de cuántas veces se lo advirtiera él
creyó en el deporte hasta que ya no le quedó más opción salvo ver la
realidad. Los jugadores piensan que solo se trata de sacar provecho de lo
que más aman hacer, pero la verdad es que hay una sucia y asquerosa red
detrás que solo los ve como peones. Le ponen precios a las personas y a su
talento y una vez se rompen las desechan. Son otro tipo de negocio de trata
de blancas disfrazado, si me preguntan. — A pesar del dolor que la historia
que vi en parte con mis propios ojos me produce, no puedo evitar contener
una sonrisa ante su exagerada comparación. Algunas cosas, algunas
personas, nunca cambian, pero evolucionan. El sujeto que se encuentra ante
mí y está desesperado por ayudar a su hermano de la única manera que
conoce, la venganza, no es el mismo que me rompió el corazón, pero a la
vez sí. Es más maduro. Más consciente de sus errores. Lo sé porque después
tanto tiempo lo estoy mirando directamente y lo veo en sus ojos de la misma
manera que lo veo en los míos cada vez que me detengo frente a un espejo.
Ya no somos los mismos. Ya no lo amo y él ya no puede utilizarme debido
a ello. Somos, en este instante, aliados iguales—. Ahora la pregunta es
cómo podemos hacer algo por Malcolm sin tener que someterlo a un juicio
que solo empeorará su estado emocional.

—O sin que se vuelva público. Con la lesión tuvo suficiente.

Si ya yo he tenido suficiente de la prensa apareciéndose cada día en mi casa


o en mi trabajo para obtener respuestas o una declaración al respecto, ni
siquiera me puedo imaginar lo duro que ha sido para quién además de ser
mi esposo, es mi mejor amigo.

Espero que estando en Sun Valley tenga un respiro de ello.

Me señala con su copa.

—Exacto.

—Pero solo queda una semana antes de que el plazo se termine.

—Por lo que no hay manera en la que podamos resolver esto de manera


limpia. El procedimiento conlleva varios pasos que ameritan la firma y la
presencia de Malcolm. No podemos iniciar un proceso legal cuando está
tan lejos. Si el idiota hubiera aceptado mi ayuda desde un inicio ya esto se
encontraría resuelto y fuera al menos mil millones de dólares más rico, pero
nunca ha escuchado los consejos de su sabio hermano mayor.

Revuelvo el contenido de mi plato antes de sugerir algo que lleva desde


anoche rondando por mi mente. No es lo ideal y probablemente
representará la pérdida de la poca confianza que le quedó en mí después de
que lo engañara para internarlo en un centro de rehabilitación a miles de
kilómetros de distancia, pero quizás el estar con alguien y formar una pareja
con él o ella no es la única manera que existe de amar. Tanner tenía razón.
No solo se trata de que esté permitiendo otras personas se aprovechen de él
cuando está en un estado tan vulnerable, sino de que no soy yo misma si lo
permito. No soy Savannah Campbell si dejo que otros pisoteen lo que más
amo en el mundo y queden impunes.

Si no hago nada al respecto viviré toda la vida con la culpa.

—Malcolm intentó suicidarse —digo, lo que vuelve seria y atormentada su


expresión. Su mandíbula se aprieta al oírme y sus ojos contienen
resentimiento por no haberle contado, pero su silencio me permite
continuar—. Sun Valley no solo es un centro de rehabilitación en el área
física, también tiene licencia de internado psiquiátrico. Es por eso que
aceptaron que llevara a Malcolm en contra de su voluntad. Porque había
atentado contra su vida.

Ya al intuir lo que estoy a punto de decir y lo duro que es para mí, su


expresión se suaviza.

—Sav…

—Podemos demandarlos con una incapacitación —susurro, las lágrimas


deslizándose por mis mejillas—. En realidad ya la tengo porque el doctor
Callaghan tuvo que dármela para que manejara todos sus asuntos sobre el
retiro mientras Malcolm estuviera con ellos. Ni siquiera pensé en ello hasta
que la recibí ayer por la noche después de que una serie de expertos lo
evaluara. También él tuvo que firmarla. —Un sollozo escapa de mí debido
a la magnitud con la que Malcolm confía en mí—. Podemos demandarlos
hoy mismo si quieres.

Después de que termino de hablar Tanner solo me mira


Puedo ver en sus ojos cómo piensa en ello, pero termina negando.

—No, eso destruiría tu matrimonio. No podemos hacerle eso a Malcolm.


Eres la única persona en la que confía a ciegas. —Mira hacia su comida—
. Yo tampoco puedo hacerle eso al idiota. Es mejor que encontremos otra
manera. —Al tener una idea asciende su rostro hacia mí y no debería ser
así, pero la malicia y el sadismo habitual en sus ojos negros me hace sentir
mejor porque significa que ha encontrado la manera de demostrar cuán
despreciable puede ser, pero a nuestro favor—. En lugar de destruirlos
hagamos todo lo contrario. Hagamos que tanto los Kings como los
Cowboys queden bien ante todos.

Lo miro sin entender, sorbiendo por mi nariz.

No entiendo a qué se refiere.

—¿Por qué demonios haríamos eso?

—Por la enorme remuneración que le darán a mi hermano.

—¿Disculpa?

Pero Tanner solo se levanta y arroja un montón de billetes a la mesa. Me


ofrece su mano y aunque en cualquier otro momento dudaría a la hora de
tomarla por lo mal que se podría ver eso a los ojos de la prensa o de
cualquiera, ahora mismo la complicidad que siempre ha existido entre
nosotros me anima a hacerlo. Malcolm es mi esposo, pero es mi mejor
amigo.

Tanner es mi ex, pero también fue mi primer aliado de verdad.

El amor se va, pero algunas cosas se quedan.

—Haremos un evento en Houston —explica finalmente mientras


retomamos la carretera, esta vez más rápido que antes—. E invitaremos a
cada jugador y a cada directivo que haya formado parte de la carrera de
Malcolm, lo cual incluirá a todos los presentes el día de su lesión.
Crearemos un fondo a su nombre y el golpe de consciencia que les daremos
hará que liberen el contenido de sus bolsillos por sí mismos y si no
sucede… siempre podemos agregar unas cuantas dosis de chantaje. Estoy
seguro de que no tendremos que presionar demasiado. Ya deben estar
retorciéndose con todo el odio que están recibiendo de parte de los
fanáticos de mi hermano. —Me mira de reojo mientras conduce—.
¿Conoces a sus fans?

Afirmo.

—Tengo el número de lo más importantes.

—Bien. —Hay genuina emoción en su voz—. Encerremos a todos esos


hijos de puta en una olla llamada presión social. Unas décadas atrás podías
lastima a alguien de esa manera sin que a nadie le importase, pero vivimos
en el año 2019 dónde todo lo que hagas o lo que no hagas puede ser usado
en tu contra. Ellos sabrán hacer lo que es mejor para su carrera.

—¡Malcolm será rico!

—Y espero que invierta su dinero de la manera adecuada —acota con un


gruñido, pero puedo percibir en sus palabras cómo todo esto lo emociona,
al igual que a mí.

Definitivamente es mejor que quedarse con las manos cruzadas.

Definitivamente es mejor que verme en la obligación de traicionar a su


hermano.

No puedo evitar reír cuando le sube el volumen a la radio y empieza a


tatarear una canción que obviamente no conoce. Ya que quiero empezar a
planificarlo todo desde ahora empiezo a buscar perfiles de Instagram que
apoyen a Mal. Sonrío al hallar el primero, el cual se apoda bastante gracioso
y ya tiene más de trescientos mil seguidores. Solo está enfocada en apoyar
a Malcolm tras su lesión dedicándole mensajes que me encantaría que él
leyera por sí mismo, así que ansío demasiado que asista y su ayuda para
preparar esto. savannahcampbell: Hola! haterdeloskings: Hola,
Savannah!

haterdeloskings: Lamentamos mucho lo de

Malcolm haterdeloskings: Necesitas ayuda en

algo?
Capítulo 11.6

SAVANNAH

Tanner no tiene un hogar en Houston y ya no hay tanta confianza entre


nosotros como para que lo invite a quedarse en el hogar que comparto con
su hermano, así que se hospeda en un hotel en la ciudad. El auto que alquilé
para llevar a Malcolm a Sun Valley me hacía sentir detestable con solo
mirarlo, así que llamé a la compañía para que se encargara de su traslado
desde Corpus Christi a pesar de que eso representó un gran cargo a mi
tarjeta de crédito y acepté viajar con él de regreso a la ciudad en la que
ahora vivo y en la que nací. Al día siguiente de llegar me levanto temprano
y preparo mi desayuno mientras leo la lista de jugadores y miembros de la
directiva de la NFL que Tanner me envió en la madrugada. Todos ellos
tienen un elaborado perfil de sus carreras, pero también contienen notas
personales, detalles sobre sus familias y sobre sí mismos, que resultan
escalofriantes.

No tengo ni idea de cómo alguien puede obtener tantos detalles sobre la


vida de otra persona tan rápido, pero ya que funciona a nuestro favor no me
detengo a hacer preguntas. Conociéndolo tenía esto preparado desde que
supo que su hermano sufrió este incidente en el campo en el que su propio
equipo tuvo parte de la responsabilidad al abandonarlo. Tampoco es como
si lo hubieran lesionado por sí mismos, pero le fallaron a la estrategia y a
todo lo que representa ser un grupo. Fue gracias a Malcolm que ganaron
dos Súper Bowls.

Al parecer lo olvidaron.

O no lo hicieron y es la envidia lo que ha estado consumiéndolos.

Camino hacia el área de la piscina para ir a leer y comer, vestida con mi


ropa de yoga, pero el recuerdo de lo que me dijo Marcus aquél día al volver
del trabajo hace que termine retrocediendo al interior de la construcción.
Instintivamente mis ojos se llenan de lágrimas y una gran opresión inunda
mi pecho al ver cada centímetro de mi hogar, cada línea en la que deposité
todo mi amor para que fuera perfecta y aún así no fue suficiente. No fue
suficiente para que Malcolm no cometiera una estupidez como esa o me
creyera incapaz de coquetear con su hermano. No lo mencioné en ningún
momento o se lo saqué en cara más de la cuenta porque no quería hacerlo
sentir peor, pero me dolió que la sola posibilidad de que arruinara nuestro
matrimonio por mi pasado con Tanner pasara por su mente, sobre todo
porque no le mentí o le he dado motivos para cuestionarlo. Le dije la
verdad.

Me mostré tal cual era en ese entonces, antes de casarnos, y ahora.

No tenía ningún derecho.

El hecho de que haya dudado de mí me hirió como pocas cosas lo han


hecho.

Pero no es como si no estuviera acostumbrada a almacenar dolor causado


por las personas en las que se supone que más confío, quiénes a su vez
siempre, haga lo que haga, esperan lo peor de mí cuando solo me esfuerzo
por darles lo mejor. Sé que Malcolm me ama, yo también lo amo, pero
quizás el amor no es suficiente para ninguno de los dos.

Quizás dentro de sí mismo nunca superará que amé a su hermano primero.

Supongo que lo descubriremos luego, una vez haya sanado y podamos


hablar de lo nuestro.

―Señora, hay un hombre en la puerta ―dice la ama de llaves, Joyce,


deteniéndose frente a mí con expresión triste. Desde que Malcolm se
lesionó la vibra de nuestro hogar cambió, pasando de brillante y feliz a
opaca y triste. No solo nosotros lo sufrimos. El personal también―. Es el
hermano de Malcolm, su cuñado, ¿lo dejo pasar? Es muy insistente.

Antes de irse Malcolm prohibió que dejaran entrar a su hermano al


condominio en el que vivimos, al igual que a la prensa, así que me limpio
las comisuras de los labios con una servilleta y asiento, pero no me levanto
del sitio en el que me encuentro comiendo el contenido de frutas de mi
tazón. Unos segundos después una figura masculina en traje se detiene
frente a mí. Está dentro de un traje oscuro con una camisa blanca por
debajo, todo perfectamente planchado, y mis labios se curvan ligeramente
hacia arriba debido a que son las ocho de la mañana, pero ya Tanner luce
listo para la venganza. A la vez que sonrío, sin embargo, una sensación
extraña similar a la culpa se apodera de mi pecho.

No debería estar sonriendo.


No debería estarle sonriendo a la persona que hace unos años rompió mi
corazón.

―Buenos días ―dice sentándose junto a mí en el sofá de la sala. Tanner


evita mis ojos, mirando hacia la chimenea de mármol que se encuentra bajo
un enorme plasma frente a nosotros. Si hubiera sido mi decisión no habría
puesto un televisor en la sala, pero Malcolm insistió en tener uno en casi
cada habitación―. Veo que no estás lista todavía.

―No veo cómo puedes saberlo si no eres capaz de mirarme directamente


―digo sin pensar.

Cuando me doy cuenta de lo que acabo de decir mis mejillas se sonrojan,


pero no me dejo llevar por la vergüenza y en su lugar le mantengo la mirada
cuando la alza para que sus ojos negros finalmente se encuentren con los
míos. Sus facciones son duras, crueles y un poco locas, como siempre, pero
de su mirada no desaparece esa odiosa calidez.

No quiero que esté allí.

―Estaba concentrado en el diseño de tu hogar ―menciona ahora sin


despegar sus ojos de los míos en ningún momento, lo que me hace sentir
incómoda debido a la intensidad con la que me observa, pero es así como
él observa a todos: con la intención de penetrar en sus almas y conocer sus
más profundos secretos para saber con qué lastimarlos―. Me gusta.

―Gracias. ―Me incorporo, un malestar apoderándose de mi estómago al


verlo. Anteriormente me sucedía lo mismo con Malcolm por lo mucho que
me recordaba a Tanner, pero ahora es al revés y es él quién me recuerda al
hombre que está en mi corazón―. Iré a darme una ducha. Puedes pedirle
al ama de llaves lo que quieras. ¿Ya has desayunado?

Niega y giro el rostro hacia la cocina para llamar a Joyce, pero me


interrumpe.

―¿Sigues teniendo todo lo necesario para hacer cualquier tipo de


sándwich? ―pregunta.

Asiento, negándome a recordarme a mí misma unos años atrás en mi


estudio, humillándome ante él y arrastrándome para obtener todo lo que
pudiera de él.
Solo migajas.

―Sí, toma lo que quieras.

*****

Por la vestimenta de Tanner supuse que iríamos a algún sitio, así que
seleccioné un vestido blanco manga larga del armario. Es ceñido, pero me
cubre hasta las rodillas. Lo combino con un blazer del mismo color y
tacones. Dejo mi cabello suelto y este se desliza sobre mi espalda con cada
paso que doy. Cuando llego al piso inferior se incorpora del sofá en el que
se encontraba esperándome. Él abre la puerta para mí. Me despido de Joyce
con la mano.

De camino hacia donde sea que vamos en su deportivo, me cuenta sus


planes.

―Me encargaré de repartir las invitaciones mientras te encargas de los


preparativos. ―Afirmo. Aunque me gustaría ver con mis propios ojos a
todos aquellos que aportaron un grano de arena a la lesión de Malcolm, no
sé si sería capaz de resistir la ira que se ha ido construyendo en mí a lo largo
de estas semanas y guardar la compostura. Tanner, sin embargo, es un buen
manipulador. Sabrá mantener todo en secreto hasta que sea el momento
adecuado de revelarlo―. Te voy a dejar en el salón de fiestas del St. Regis.
Puedes elegir cualquiera de sus salones. Ya hay una organizadora
esperando por ti.

―¿Ya tenemos una fecha preparada?

―Para mañana mismo.

Mi garganta se cierra ante la idea de enfrentarme a todos esos directivos y


jugadores, a la prensa, pero me obligo a mí misma a asentir y enfrentarlo
por Malcolm.

―Nos vemos más tarde ―me despido antes de salir del auto, consciente
de sus ojos en mí hasta que entro en su hotel, St. Regis, el cual es uno de
los más emblemáticos de la ciudad debido a su antigüedad. Sus finos
muebles de madera y terciopelo me dan la razón, al igual que sus lámparas
de gas y vieja, pero fina, decoración en las paredes. A penas coloco un pie
sobre sus elegantes pisos de madera una mujer de cabello negro y piel
extremadamente blanca se acerca, sus ojos grises de una tonalidad similar
a la mía―. ¿Hola?

―Hola, soy Rachel Van Allen ―se presenta apretando un portafolio contra
su pecho, un acento marcadamente británico en su voz―. Soy la persona
que el señor Reed contrató para la elaboración del evento. Tuvo suerte de
que me encontrara en su país. Tú debes ser Savannah Campbell, ¿no? Luces
igual a la chica de la foto que me dio para reconocerte.

Mi cabeza se ladea con diversión, pero algo desagradable se retuerce en mi


interior al ver una fotografía mía que no sabía que todavía existía en su
teléfono: yo saliendo del edificio de mis dormitorios para ir a la fiesta de
neón mientras estábamos en la universidad. El hecho de que todavía la
tenga solo prueba que fue él quién la tomó y me recuerda todo por lo que
pasé durante cinco años y un poco más, pero ya no puedo hacer nada al
respecto.

No puedo retroceder en el pasado.

No puedo sacudirme a mí misma.

Aprendí cuando tuve que aprender y mi proceso de sanación no solo


involucró dejar ir, sino también perdonarme a mí misma por todo lo que
permití que me hicieran.

―Van Allen… ¿como el vino?

Pone los ojos en blanco.

―Me independicé de mi padre a los veintiuno. No vivo del licor de mi


familia.

No puedo evitar entrar en modo fangirl mientras camino con ella hacia uno
de los salones.

―Es un excelente licor y es el vino favorito de muchos. Deberías estar


orgullosa de él.

―Lo estoy, pero estoy más orgullosa de mi trabajo. ―Me mira


fijamente―. Puedo conseguir que una nueva edición del vino de mi familia
sea repartida durante el evento. Estaba en Estados Unidos porque mi esposo
y mi hermano estaban reuniéndose con una excéntrica familia italiana en
Chicago que pide sus propias botellas personalizadas de Vino Van Allen,
su edición se llama famiglia e sangre, y ya que todavía no han comprado
los derechos sobre él, puedes quedarte con unas cuantas botellas de
muestra. ―Su expresión se vuelve maliciosa―. Después de todo los gastos
correrán por cuenta del señor Reed.

Sonrío con las manos dentro de los bolsillos de mi abrigo.

―Al señor Reed también le gusta el vino Van Allen.

Rachel ríe mientras contempla conmigo el elegante salón a nuestros pies.

―Estoy segura de que esa no es la razón por la que derrocharía una fortuna
en vino.

La miro.

―¿Qué quieres decir?

―El señor Reed está claramente enamorado de la señora Reed ―dice―.


Llevo más de diez años casada con el amor de mi vida, Savannah, y tengo
la fortuna de poder decir que sé reconocer a un hombre enamorado. ―Debe
percatarse de mi incomodidad, pues toma su portafolio y empieza a señalar
posibles lugares donde pondría decoraciones. Su profesionalismo se nota a
partir de entonces. No la corrijo diciéndole que no es Tanner con quién
estoy casada porque eso solo me obligaría a contarle toda la historia detrás
o similar. Cuando terminamos de recorrer el primer salón al que entramos,
el cual es nuestro elegido, nos sentamos en una de sus mesas alrededor de
la pista―. Siendo tu madre la mejor florista de Texas estoy segura de que
para mañana en la tarde la decoración estará más que lista. El Catering será
más complicado, tendré que ejercer mucha presión, pero vamos a
conseguirlo.

―¿Qué hay del vino?

―Es por lo menos que debes preocuparte. En un momento llamo a mi


hermano.

Separo los labios para continuar haciéndole preguntas acerca de la


preparación para mañana, pero Tanner elige ese momento para aparecer y
Rachel se levanta para llamar a su hermano y apartar las ediciones sin
etiqueta de vinos Van Allen que me ofreció. Ya hay algunas personas
trabajado en el salón para el evento de mañana, así que me levanto y
empiezo a recorrerlo con Tanner a mi lado. No tenemos el lote completo
todavía, pero Rachel hizo que su esposo, un apuesto hombre en traje que
cargaba con un bebé con un enorme lazo rosa, trajera una botella de vino
para que la probara. Fue adorable verlos besarse por alrededor de media
hora a modo de despedida, pero también sumamente doloroso.

Antes de que todo esto pasara había pensado en ser madre.

En un principio estaba insegura al respecto y parte de mí solo pensaba en


ello por Malcolm, porque una familia es el siguiente paso, pero luego
empecé a anhelarlo por mí misma y a dejar de ver mis metas todavía sin
cumplir como un obstáculo. Sostener a Raze, el hijo de Pauline, en mis
brazos cada vez voy a Corpus Christi tampoco es muy anticonceptivo.

Es un niño hermoso.

Cuando lo veo solo puedo imaginar si así de bien, si así de cálido, sería mi
bebé.

Si puedo hacer algo tan bien a pesar de mis pecados, como Pauline.

Si puedo hallar la redención de todo de la misma manera.

―¿Estás a punto de servirme un vino tan barato que ni siquiera tiene


etiqueta? ―pregunta Tanner cuando tomo dos copas, llenándolas luego con
el contenido de la botella.

―Te va a gustar ―murmuro contemplando la vista de Houston que ofrece


uno de los balcones del salón―. Tenemos una larga noche por delante y es
necesario.

Lo prueba, pero no me giro para observar su reacción.

―¿Vino Van Allen? ―pregunta―. Si no es vino Van Allen es una muy


buena imitación.

―Es vino Van Allen ―respondo dándole un sorbo a mi copa―. Una


edición inédita sin etiqueta. ―Ambos estamos exhaustos después de todo
el trabajo que hicimos en tan solo un día y de la idea del que viene, así que
nos detenemos un momento frente a las luces nocturnas de Houston―. No
he olvidado que me debes al menos una caja.
Al igual que él no ha olvidado que siempre tengo todo lo necesario para
hacer un sándwich.

Su rostro se contrae, pero no reacciona ante ello.

―¿Cómo es que nuestra organizadora tiene acceso a lotes Van Allen sin
etiqueta?

―Su nombre es Rachel Van Allen.

Su frente se arruga.

―No lo sabía. Fue mi asistente quién la consiguió. ―Empieza a caminar


lejos de mí.

―¿A dónde vas? Pensé que hablaríamos sobre los invitados.

Responde mirándome por encima del hombro.

―A conseguir dos cajas más de ese lote. Ningún hijo de puta además

de mí las tendrá. ******

Tanner y yo no terminamos con los preparativos hasta las dos de la mañana.


Tenemos ayuda de Rachel en todo lo que se refiere a la fiesta y el vino,
pero no al involucramos en el chantaje y todo lo demás, lo cual consiste en
hacer una especie de presentación con fotos y datos de los jugadores y
directivos que le fallaron a Malcolm y cómo. Revuelvo el contenido de mi
copa, sentada en el suelo del salón sin zapatos, mientras observo a Tanner
trabajar en su computadora portátil sobre una de las mesas del salón que el
día de mañana estará ocupada por nuestros invitados. Hay una banda en
vivo tocando en el restaurante del hotel, así que la letra de The Night We
Met de Lord Huron, la cual ya he oído en varias series y películas, llega a
mis oídos y a los de Tanner, quién termina con nuestra presentación y cierra
su portátil, amplias ojeras bajo sus ojos. No sé cuánto vino hemos bebido,
pero la última vez que revisé habíamos terminado con media caja nosotros
solos.

I am not the only traveler

Who has not repait his debt

I’ve been searching for a trail to follow again


Take me back to the night we met

―Vamos ―dice ofreciéndome su mano, la cual dudo por un segundo antes


de tomar.

No debería aceptar bailar con él, pero esta canción me destroza.

Quiero a Malcolm de regreso.

Pero lo que más quiero en este mundo es que se quiera a sí mismo por
encima de mí, no tener el asfixiante poder de decir que puedo hacer con él
lo que quiera o que depende de mí. Soy una persona libre. Soy una persona
que toma sus propias decisiones y que no las toma por otros. Tanner se
tensa cuando rodeo su cuello con mis brazos y empiezo a mecerme al ritmo
de la canción, más perdida en el sabor y en el olor del vino que en la textura
de su camisa contra mi piel. Podría ser cualquier hombre consolándome en
este momento, pero cuando se acerco mi nariz a su pecho e inhalo su
característico aroma a limpio y detergente es innegable que se trata de mi
cuñado. Al alzar la vista hacia él descubro su rostro demasiado cerca del
mío y sus pupilas sumamente dilatadas. I had all and then most of you

Some and now none of you

Take me back to the night we met

Lo observo fijamente mientras bailamos.

Su nariz recta y un poco angulosa, pero también torcida. Las pecas sobre
su piel blanca. Sus ojos marrones. Sus pómulos altos. Sus labios finos. Sus
abundantes cejas gruesas y oscuras. Fácilmente podría confundirlo con su
hermano y más en la oscuridad. No ayuda el hecho de que las luces se
encuentren apagadas y lo único que nos alumbre sea el resplandor de un
faro que emite una luz circular en el centro de la pista.

Su respiración se atasca cuando la mía también lo hace.

No lo beso, ni él me besa, pero veo el deseo en sus ojos y eso es suficiente.

Retrocedemos al mismo tiempo.

―¿Puedes llevarme a casa?

Le toma un momento recomponerse, pero cuando lo hace afirma y va por


las llaves de su auto. Mi vista está nublada mientras camina hacia la mesa
en la que también está su portátil. Me doblo cuando viene de regreso,
liberando el contenido que se precipita a mi boca sobre el suelo de madera
y empezando a temblar. Bebimos demasiado vino. Bebí demasiado, en
realidad, ya que él se encuentra en perfectas condiciones mientras yo estoy
lamentándolo.

Sostiene mi cabello lejos de mi rostro mientras continúo vomitando en el


baño del salón.

―Mierda ―masculla cuando me desplomo en el suelo, temblando, y me


toma en brazos.

No me queda de otra, así que rodeo su cuello con mis brazos. Quiero decirle
que se aleje, pero mis labios a penas se mueven y mi cuerpo se siente seguro
sobre el suyo. Después de tantos años aún sabe que no lo lastimará, no de
manera física. Estoy demasiado ebria, así que no protesto cuando me lleva
a su habitación y me deja en su cama. Tampoco cuando se deshace de mi
vestido lleno de vómito y quedo por unos segundos en ropa interior, lo que
a penas ve debido a que me cubre con su manta demasiado rápido antes de
apagar la luz.

Estoy más dormida que despierta, pero siento sus dedos deslizar mi cabello
fuera de mi frente y escucho su voz, solo que al día siguiente soy yo quién
lo olvida.

―Lamento profundamente que te hayas equivocado de nuevo.

Tras decir esto lo siento acomodarse a mi lado y luego soy arrastrada hacia
su pecho.

―Yo lo amaba ―susurro, mis ojos llenándose de lágrimas que mojan el


interior de mis párpados mientras mi mano se aferra a su camisa―. Lo
sabes mejor que nadie.

Nuestra cercanía no es nada sexual, sino más bien como un abrazo.

Me estrecha en su contra al oírme, su mano deslizándose por mi cabello.

―Lo sé. Aunque me duela como una mierda cada día desde que te casaste
con él, lo sé.
Capítulo 11.7

SAVANNAH

Al día siguiente despierto debido a la sensación de un cuerpo moviéndose


debajo de mí. No huele como lo hace mi esposo, dulce con un toque
picante, sino más bien a antiséptico y a un ambiente estéril. Me preparo por
unos segundos antes de alzar la vista. Cuando lo hago la sangre desaparece
de mis tejidos, haciendo que mi piel palidezca, pero a la vez se erice.

Tanner está dormido debajo de mí.

Mi cuñado, pero también mi ex.

Su expresión es pacífica y sus labios se encuentran ligeramente


entreabiertos. Su pecho asciende de forma tan suave y regular que una parte
de mí se siente mal por despertarlo, pero la otra no puede evitar ponerse
ansiosa debido a nuestra cercanía. No estamos haciendo nada malo, pero
no se siente correcto que dos personas con nuestro pasado en común estén
tan cerca. No he olvidado, nunca olvidaré, que es quién solía llamarme
puta.

Quién rompió mi autoestima.

Quién hizo estragos mi corazón.

Que es, en resumen, el sitio al que jamás deseo volver.

¿Qué estoy haciendo aquí?

—¿Qué hora es? —pregunto llevando mis ojos hacia la pared al darme
cuenta de que su camisa se encuentra desabotonada, por lo que su pecho
está a la vista.

Tanner frota sus ojos de manera soñolienta, su ceño fruncido y su frente


arrugada.

—¿Creo que llevas despierta más tiempo que yo, cuñada?

Mis dientes se aprietan fuertemente entre sí, chirriando, ante esa incómoda
y estúpida palabra saliendo de su boca. Cuñada. Nunca debió haber tenido
derecho a llamarme así. No cuando estuve en su cama antes que en la de
mi esposo, pero en dicho caso yo tampoco tenía derecho a meterme con su
hermano. Las cosas se dieron de la manera incorrecta.

Pero aún así se sintió bien.

Así que no me arrepiento de nada, al igual que no me he arrepentido de


nada más en la vida.

Nunca he hecho algo que no quiera.


—Son las diez —digo después de ver mi teléfono, jadeando—. Rachel ya
debe estar esperándome en el salón. Quedamos en vernos a las ocho y…

—Le pago a la maldita organizadora de eventos más cara de toda Europa


para que se haga cargo sin molestarnos. Cualquiera que sea la ayuda que
podrías haberle proporcionado en estas dos horas, estoy seguro de que lo
solventó. —Se levanta, abrochándose la camisa—. ¿Qué quieres para el
desayuno? Los croissants del hotel son la mejor opción del menú.

—¿Cómo puedes saber que son la mejor opción del menú si solo has estado
aquí dos días? — pregunto y me mira fijamente, a lo que mi agarre sobre
la manta que mantengo presionada contra mi cuerpo se aprieta debido a que
los años han pasado y su mirada sigue siendo intensa. Si estando con ropa
hace sentir a una persona expuesta, el hecho de que no lleve nada encima
no es favorecedor. Como si me leyera la mente, una sonrisa pequeña hace
curvar sus labios y se dirige al armario. Me arroja una de sus camisas, la
cual cae en el suelo porque no la atajo, y se gira—. ¿Pretendes que me
desnude en esta habitación? ¿Contigo?

Sus hombres se sacuden, así que supongo que está riendo.

Al parecer su sentido del humor ha mejorado con el paso de los años.

—Dormiste desnuda en mi cama, Savannah, ¿no puedes ponerte la camisa


en paz?

Llevo mi mano a mi cabello, sintiéndolo desordenado y áspero.

Una sensación lacerante se apodera de mi pecho cuando me doy cuenta que


no solo me desnudó, sino que también me dio un baño. Todo mi cuerpo,
sin embargo, se siente intacto, para nada como si hubiera sido ultrajado
mientras dormía o como si se hubiera aprovechado.

Estuve en el lugar en el que él estuvo unos años atrás.

Porque antes de mi amor obsesivo con él, estaba nuestra complicidad.

Su confianza.

El amor pudo haber desaparecido, pero sé que nunca me hará algo como
eso.

—No te des la vuelta —advierto dejando caer la sábana.


Mis manos son torpes, pero consiguen abrochar los botones. Cuando
termino me siento en la cama y empiezo a desenredar mi cabello. Le dije a
Isla que tenía un par de semanas libres mientras llevaba a Malcolm a Sun
Valley y lidiaba con mi corazón roto debido al hecho de regresar a casa
sola tras haberme acostumbrado a su presencia y a su besos y abrazos
constantes, así que Ryland, ella y su hija están teniendo vacaciones. Eso
explica el por qué su esposo no ha hecho acto de presencia aquí siendo el
abogado de Tanner. No me sorprendería que después de cuál sea el puesto
del pelinegro en la lista de las personas más ricas del mundo, viniera Ryland
debido a la fascinación de su jefe por resolver todo en un juzgado. A pesar
de que me escucha moverme no se gira, lo que es reconfortante.

Sería más incómodo si siempre tuviera que recordarle mantener la


distancia.

Pero desde que me casé con su hermano eso no ha sido un problema.

Los últimos días es lo más cerca que hemos estado en años.

Nos veíamos en eventos de Malcolm que ameritaban la presencia de ambos


y en algunas fechas festivas, pero por lo general si tenían algo con lo que
lidiar se reunían a solas. Es como si los dos se hubieran puesto de acuerdo
para hacerlo lo menos incómodo para mí.

—¿Me puedo girar?

Aclaro mi garganta antes de responder.

—Sí.

Tanner se da la vuelta, pero no dirige sus ojos a mí hasta que se inclina


sobre el teléfono del hotel, el cual es e rueda ya que la decoración es
antigua, y la persona del otro lado le responde. Es una voz femenina a la
que le escucho decir buenos días, señor Reed feliz.

—Desayuno para dos con pequeñas muestras de lo que tengan en la cocina


y una aspirina o lo que sea que tengan para lidiar con una resaca. —Cuelga
sin pedir por favor o decir el número de habitación, por lo que deduzco que
ya saben dónde habita el huésped maleducado. Cuando termina se sienta
en el extremo opuesto, de espaldas a mí, y saca su teléfono para empezar a
teclear en él. Se gira cuando escucha el sonido que hago con mi garganta
para llamar su atención—. ¿Deseas algo en especial para comer?
—Deseo mi ropa de regreso.

Niega.

—Tuve que enviarla a la lavandería anoche. No creo que esté lista todavía.

—¿No hay lavandería las veinticuatro horas?

—No. Son pocos los hoteles que ofrecen ese servicio. Créeme, he
preguntado mucho por él y al final opté por una plancha portátil. —Se
levanta—. ¿Te darás un baño?

Niego.

—No aquí.

—No creo que te dé tiempo de regresar a casa y cambiarte —dice tras darse
la vuelta y empezar a caminar hacia el baño, dándome la espalda.

—El evento es a las nueve. Por supuesto que me da tiempo.

—Para el evento sí, pero la prueba de vestuario no —dice, dejándome en


blanco porque ayer ni Rachel ni yo hablamos de ninguna prueba de
vestuario.

Entra en el baño sin esperar ninguna respuesta de mi parte o dar alguna


explicación. Por un segundo casi espero que salga y me la de, pero escucho
el sonido de la regadera abriéndose y el vapor empieza a salir por la parte
inferior de la puerta del baño. Un par de minutos después escucho un
golpeteo en la puerta de la habitación. La sonrisa de la chica que arrastra el
carrito con la comida que Tanner pidió se desvanece al verme bajo el
umbral.

No es lo que parece, quiero decir, pero se apresura a hablar.

—Ya entiendo por qué el señor Reed pidió tanta comida. Hay otra persona
en la habitación.—Su ceño se frunce y su voz se torna desagradable—. No
se registró anoche.

—Puedo darte mi nombre y mi identificación para que lo hagas.

Asiente, evidentemente molesta por no encontrar a su huésped favorito a


solas.
—Con el nombre será suficiente.

—Savannah Campbell de…

—Savannah Campbell de Reed —responde una voz tras de mí, haciendo


que las mejillas de la chica que claramente no tiene ni idea del mundo
deportivo, ya que de lo contrario me habría reconocido como la esposa de
Malcolm, se sonrojen—. Puedes irte ahora.

Me giro hacia él para decirle que no hay necesidad de ser desagradable,


pero termino saliendo rápidamente al pasillo y cerrando la puerta de la
habitación al verlo en toalla, su cuerpo pálido y con zonas de vello oscuro
mayormente desnudo. La mujer del hotel, quién usa un bonito uniforme
con sombrero, alza las cejas ante mi comportamiento.

Nuevamente darle algún tipo de declaración empeoraría las cosas ya que


no me puedo imaginar su cara si le digo que la persona allí dentro no es mi
esposo, sino mi cuñado, así que guardo silencio y la contemplo irse. El
carrito que deja atrás está lleno de comida. Extiendo mi mano y tomo un
croissant, el cual luce apetitoso. Gimo cuando el chocolate que tiene por
dentro inunda mi boca. Su sabor es asombroso. No he probado lo demás,
pero estoy segura de que nada puede superarlo. Después de que termino
con un par la puerta se abre y lo veo vestido con un traje, su cabello oscuro
mojado.

—Toma todo lo que puedas en un plato —dice—. La modista ha llegado.

—¿Puedo desayunar primero?

Sus cejas se alzan.

—Pensé que estabas ansiosa por regresar al salón con Rachel.

—Eso fue antes de probar esto. —Alzo el croissant y luego me dirijo al


sofá en la antesala, sentándome sobre él con las piernas cruzadas. Tanner
mira hacia el pasillo antes de extender su mano y arrastrar el carrito con
comida extra—. Buen provecho —murmuro cuando se sienta frente a mí
con un plato con fruta, ignorando todos los carbohidratos a pesar de que
fue él quién me recomendó tomar uno.

Empezamos a comer en silencio. Yo miro las noticias en mi celular y él


teclea en el suyo. Estoy por terminar mi segundo croissant cuando él acaba
con su comida y deja su teléfono de lado, inclinándose hacia adelante y
apoyándose en sus rodillas. Me mira fijamente, pero no de una forma
pasional, y sé lo que va a decir antes de que lo haga, pero al igual que hace
unos meses no sé cómo lidiar con ello.

—¿Cuando firmarás, Savannah?

Miro hacia mi regazo.

¿Por qué la oportunidad de mi carrera tiene que dármela él?

—Cuando me haya decidido. No es tan fácil cuando se trata de trabajar con


tu ex amante.

—¿Eres consciente de la cantidad de personas que matarían por estar en tu


lugar? —pregunta con un tono de voz más profundo, casi enojado, pero
este luego se suaviza—. Ni siquiera tendrás que verme. Reed Imports es
una empresa grande. Existen los intermediarios, tal y como hemos
trabajado hasta ahora con el programa de becas, y los beneficios de tu
contrato son casi infinitos. No me siento cómodo hablando de esto contigo
y no es porque seas mi cuñada, sino porque pensé que lo firmarías a penas
lo leyeras, pero han pasado meses y sigues dándole largas a la junta de
accionistas. —Niega—. Yo puedo esperar mil años si es necesario por ti
porque solo quiero lo mejor y tú lo eres. —Se pone de pie y se dirige a mí.
Me tiende una servilleta y es entonces cuando siento el chocolate
deslizándose por la comisura de mis labios. Me limpio ante su atenta
mirada—. Estos días han servido para demostrar que aún con todo lo que
pasó seguimos haciendo un buen equipo, te guste admitirlo o no podemos
lograr lo que sea juntos así sea de la manera más oscura, y estoy seguro de
que no permitirías que algo como lo que te hice se interpusiera en tu camino
hacia cumplir tus sueños, no cuando ya no valgo nada para ti. Te conozco,
Savannah Campbell, y sé que no soy el motivo por el que estás rechazando
esto. No es la primera vez que dejas pasar la oportunidad de tu vida por tus
sentimientos y hacia mí no tienes ninguno. Lo nuestro quedó enterrado en
el pasado. — Aparta mi mirada de la suya, sus hombros tensos—. Amo a
mi hermano, a mi manera lo hago, pero él no merece que dejes ir todo lo
que eres por temor a romperle el corazón con cada cosa que hagas. Eres
una rosa, ¿no es así como te llama Larissa? —No respondo—. Y las rosas
son hermosas, pero tienen espinas. Sangrar es el precio a pagar por tenerlas.
Malcolm debió haber sido consciente de ello al momento en el que se casó
contigo y si no lo hizo en ese caso no tengo ni idea de con quién ha estado
durmiendo todos estos años, pero no es contigo.

Mi mano se cierra con fuerza alrededor de la taza de café que sostengo y


mis ojos se llenan de lágrimas de impotencia. Tanner no debería opinar
sobre un asunto que no le concierne, pero se va de la habitación a penas
separo los labios para reprochárselo, dejándome a solas con mi odio por él
reanimado. Había olvidado lo mucho que lo aborrecía al usar su
inteligencia para dejar a otras personas sin palabras de forma cruel, pero el
problema aquí es que no fue cruel.

Y no sé cómo lidiar con ello.

*****

La prueba de vestuario es en otra habitación. Ya que no es la primera fiesta


de la élite deportiva a la que asisto pensé que sería suficiente tomar uno de
los vestidos de diseñador que guardo en el fondo de mi armario, pero
Tanner preparó algo más sofisticado. Un cuarto entero y su antesala están
llenos de perchas con vestidos, pero solo tres de ellos se encuentran en una
percha central junto a una plataforma rodeada de dos grandes espejos de
cuerpo completo. Una mujer regordeta con un metro alrededor del cuello
me saluda al notarme. La habitación estaba a solo unas puertas del cuarto
de Tanner, así que pude adentrarme en él sin miedo a que todos en el hotel
me vieran desnuda por debajo de su camisa.

Una camisa que no pertenece a mi esposo.

—Señora Reed —dice con voz cantarina que contrasta con su apariencia
sofisticada. Esta es un poco grave, pero no le presto atención. Es hermosa
y es ella—. Mi nombre es Eddie. He estado esperando por usted toda la
mañana, pero en recepción me dijeron que probablemente despertaría tarde.

—¿Ha probado alguna vez el vino Van Allen? —pregunto mirando algunas
prendas, lo cual la hace reír.

—Sí y eso explica su retraso. —Me mira—. Todo lo que ve ha sido elegido
de acuerdo a sus gustos, los cuales son tan buenos al momento de elegir
ropa como al momento de elegir qué beber. — Señala varias fotos de mí
sobre una mesita de madera en la que me veo con varios outfits que
provienen de revistas de farándula—. Tras un rápido estudio de lo que
normalmente usaría y las indicaciones del señor Reed llenamos esta
habitación con todo lo que había en nuestra Boutique que podría gustarle.

—¿Las indicaciones del señor Reed? —murmuro sosteniendo un vestido


con aberturas.

—Sí, sobre su estilo.

—¿Podría decirme cómo es mi estilo según mi cuñado?

Ya que tomó mis fotos de internet y de noticieros no se sorprende cuando


le digo que Tanner es mi cuñado, pero sé que con las otras personas no
sería igual.

—¿Quiere términos profesionales o que le diga textualmente lo que me


dijo?

—Textualmente, por favor.

Siempre es bueno tener motivos que me recuerden por qué no seguí allí.

Por qué me casé con su hermano.

Por qué me cansé.

Preparada para oírle que era como una prostituta asistiendo a la Met Gala,
me sorprendo cuando saga su teléfono de su bolsillo y hurga en él hasta
encontrar el mensaje que quiere leer.

—¡Aquí está! —anuncia con emoción—. Le pregunté cómo sería el estilo


de la señorita Campbell para crear la selección de ropa y cito, textualmente,
su respuesta: piensa en todo aquello que te deje sin palabras y que no luciría
bien en una mujer sin seguridad en sí misma y en su cuerpo. Piensa en lo
descarado, en lo elegante y...

—Suficiente —la corto con voz ronca—. ¿Qué hay de esos tres vestidos de
allá?

Están en perchas, así que no los puedo ver del todo hasta que los tome, pero
sus laterales son preciosos.

—Fueron escogidos por él.


—Bien —murmuro, ignorando cualquier curiosidad que pueda sentir por
ellos porque simplemente no sería correcto. En su lugar tomo tres más al
azar de la percha que estoy examinando—. Me mediré estos y de aquí
tomaré mi elección, pero probablemente me llevaré algunas cosas para mi
armario.

Sonríe.

—Puede tomar lo que quiera. Todos los gastos entrarán dentro de la cuenta
del señor Reed.

Niego.

—Todos los gastos los cubriré yo, no él. En un momento te daré los datos
de mi tarjeta de crédito.

Trabajo para no deberle nada a nadie, ni siquiera a mi esposo, mucho menos


a Tanner.

El dinero no me impresiona.

—Señorita Campbell —me llama Eddie de camino a los vestuarios, a lo


que me giro hacia ella para verla correr hacia mí con los vestidos de la
percha—. No solo los eligió él, yo también. Son verdaderamente hermosos,
ni siquiera han salido en el mercado todavía, y realmente significaría
mucho para mí que los probara. Este trabajo es nuevo para mí, el único
estable que he tenido en mucho tiempo dado mi cambio de género, y estoy
en período de prueba. Si llevara uno de los vestidos que elegí para usted
sumaría puntos con mi jefa. Tampoco insistiría tanto si no pensara que se
vería deslumbrante en ellos. —Trago. Por un lado no quiero que Tanner
siga molestándome con el argumento de que me conoce mejor que nadie y
que por eso puede opinar sobre mi vida, porque el tiempo cambia a las
personas y no soy la misma que era hace uno, dos o tres años, pero por el
otro yo también he sido apartada de lo que más me gustaría ser en la vida
por culpa de un cerdo sexista que se aprovechó de la ingenuidad de una
arquitecta recién graduada, decidió acosarla y luego le robó su idea. La
sociedad en vez de apoyarme me castigó por alzar la voz. Por pelear—.
Muchas gracias —dice cuando los tomo.

—Espero que sean tan buenos como dices.

Porque si veré ese brillo arrogante en sus ojos, espero que valga la pena.
Capítulo 11.8

SAVANNAH

Mi vestido es azul marino y brillante, de manga larga en un brazo y en el


otro con una tira que forma un espiral sobre mi piel. Es largo, se ciñe a mi
cintura de una forma que la hace lucir más pequeña y deja una de mis
piernas a la vista desde el muslo. Mi cabello se desliza sobre mi espalda,
moviéndose de un lado a otro, mientras me dirijo a la entrada del salón. Las
afueras del hotel se encuentran atestadas con autos deportivos y costosos,
lo que indica que Tanner fue bueno convenciendo a las personas de venir.
O chantajeándolas. Me encuentro con él en la cima de las escaleras que dan
con sitio que Rachel decoró. Es magnifico. Sus paredes doradas, pisos
impecables y candelabros han cobrado aún más vida con la elegante
decoración, las mesas con aperitivos y alcohol, los mesoneros y la banda
de música en vivo. Hay un escenario al fondo resaltado por globos en el
que un locutor interactúa con los invitados para hacer donaciones, las
cuales aumentan los números en un marcador digital.

Cuando me detengo junto al hermano de mi esposo, este habla sin verme.

Tiene dos copas con nuestro vino favorito, su orgullo actual debido a que
convenció a la familia de Rachel de venderle algunas cajas de botellas de
su reserva sin nombre mientras su cliente se decidía. Esto descompletaba
su pedido, pero Tanner les hizo saber que las compraría todas al mismo
precio en el caso de que no las quisieran debido a ello. Acepto la copa de
cristal y contemplo a todos al igual que él. Los invitados están participando
en los juegos, como póquer y bingo, y también depositan cheques en un
buzón para el retiro de Malcolm sin que tengamos que presionar en lo
absoluto.

No sé si Tanner lo hizo antes y si es por eso que están tan dispuestos a


ayudar, pero está funcionando.

—Seguramente ni siquiera llegaremos a la mitad del dinero que les pudo


haber quitado a los Kings con una demanda, pero si Malcolm lo administra
bien podría recuperarlo en un par de años.

Nunca me he inmiscuido en su relación a excepción de las veces que


defendí a Malcolm en el pasado del horrible ser humano que a veces es su
hermano. Esta vez no puedo evitarlo. Los conozco a ambos y sé que las
intenciones de Tanner no son del todo malas, al igual que sé que Malcolm
no ha decidido ignorarlo porque lo odie, pero deben mejorar mucho más en
su comunicación.

—¿Por qué en lugar de decirle que se está equivocando no le muestras


cómo hacer el trabajo? Dile en qué puede invertir su dinero. Dale consejos,
no órdenes. Eres su hermano, Tanner, no su padre. Malcolm quiere ser tu
igual, no estar por debajo de ti como ha sentido que lo ha estado siempre.

Me mira con el ceño fruncido, pero sigo mirando hacia los invitados.

—¿Qué estás queriendo decir?

¿De verdad no se ha dado cuenta?

—Que no ha querido verte desde la lesión porque no está preparado para


decirte que tenías la razón o decepcionarte. Necesita a su hermano en este
momento. Un apoyo, no a alguien que le recuerde constantemente lo que
ha perdido. Sé esa persona para él, por favor. Su relación no es la mejor,
pero Malcolm creció admirándote y estoy segura de que eres a quién más
ama en el mundo. — Tomo un sorbo de mi copa—. Incluso por encima de
mí, así que no rompas su corazón.

Tanner tarda un momento en responder.


—¿En serio Malcolm piensa que podría estar decepcionado de él?

Afirmo.

—Sí.

Nuevamente hay unos segundos de silencio.

—Malcolm ganó dos Super Bowl, los Kings no son nada sin él y de no ser
por esa estúpida lesión habría entrado en los Cowboys y en el salón de la
fama, ¿cómo podría estar decepcionado de él?

—Quizás porque siempre lo humillas diciéndole que el fútbol no es lo


suficientemente bueno.

—¿Y la maldita conducta del fútbol tras su lesión no nos ha demostrado el


por qué? —sisea.

—Sí —acepto—. Pero es la industria lo que lo ha lastimado, no el fútbol.


El fútbol también es lo que lo hace sentir vivo. Los demás no podemos
decidir cuál es el lugar donde otra persona decide ser feliz.

A pesar de mi explicación Tanner continúa bufando con enojo.

—Malcolm es un imbécil, ¿cómo puede pensar así?

—Y lo seguirá haciendo hasta que le digas lo contrario. —Lo miro—.


Malcolm necesita a su hermano. Este dinero podrá ayudarlo en un futuro a
empezar de cero de la manera que desee, pero aquí y ahora necesita que
dejes de lado todo tu veneno y hostilidad y le muestres tu apoyo.

Tanner agacha la mirada.

Sus hombros se tensan y su mandíbula se aprieta, pero afirma.

—¿Cuándo es el próximo día de visita?

—El miércoles.

—Ahí estaré.

—Bien. —Vuelvo a mirar hacia el frente, complacida. Empieza a


descender los escalones para unirse a los invitados, pero mi voz lo
detiene—. Gracias por la oferta de trabajo, pero debo rechazarla. Me ha
costado todo este tiempo asimilarlo y darme cuenta de por qué es que
siempre termino perdiendo todas las oportunidades que se me presentan,
pero ya sé que es.

Sus cejas se alzan.

—Ilustráme.

También desciendo los escalones, pasando junto a él.

—Quiero cumplir mis sueños más que nadie en el mundo, pero no quiero
cumplirlos lastimando o perdiendo a alguien que amo en el proceso. No lo
estoy rechazando por Malcolm. Lo estoy rechazando porque cuando me
casé con tu hermano asumí el compromiso de nunca herirlo. Eso sucedió
antes de recibir la propuesta de Reed Imports. La Savannah que conocías,
la profesional y soltera, podría haber aceptado, pero la Savannah que
también es esposa no se irá a pasar incontables horas encerrada en un
habitación con su ex si puede evitarlo. Por más que Malcolm confíe en mí,
sé que en su lugar yo no estaría muy feliz. —Me detengo porque no ha
descendido conmigo y tengo otras cosas más que decirle y que necesita
oír—. No soy una rosa con espinas. Amar no debe doler. Así como nunca
estaré en la posición en la que me pusiste alguna vez de nuevo, no pondré
a otra persona allí.

Me giro para terminar de unirme a los invitados, pero ahora es su voz la


que hace que me detenga.

Me alcanza, así que debo girarme hacia él para que nuestros ojos se
conecten.

—Creo que estás cometiendo una equivocación, pero respeto tu decisión.


—Me encojo y me paralizo cuando se adelanta y presiona sus fríos labios
contra mi frente. Es un toque impersonal, casi fraternal, pero no puedo
evitar que se sienta como acaricia la manija de la puerta tras la que todo
nuestro pasado se encuentra. Una puerta que está bajo candado—. Te ves
impresionante en el vestido que escogí para ti. Sabía que te quedaría bien,
cuñada. —No dejo que sus palabras me afecten y asiento porque no hay
forma de negar lo bien que me veo—. ¿Bailamos? A los invitados les
gustaría ver a sus anfitriones.

—No lo escogí yo, lo escogió Eddie. Me dijo que la decisión del vestido
podría ayudarlo a conservar su trabajo y le permití tomarla por mí —le
digo, retrocediendo—. Y no, Tanner, gracias. No estoy de ánimos para
bailar. Mi esposo, tu hermano, se encuentra con el brazo y el corazón roto
a kilómetros de distancia. No se sentiría correcto que me divirtiera sin él.
Lo de anoche fue mi despecho, mi dolor, llevándome a beber botellas y
botellas de vino, pero tú y yo estamos lejos de ser amigos. ¿La persona con
la que podías hablar libremente de cualquier cosa? Eso también lo perdiste,
así que recuerda que tu lugar ahora es como mi cuñado y nada más porque
de no ser por el vínculo sanguíneo que tienes con él no me habrías visto
nunca más tras salir de ese ático. —Le doy mi copa vacía, la cual toma sin
ningún tipo de expresión o sentimiento en su rostro—. Volviendo al
presente y a lo que nos interesa, tienes razón con respecto a los invitados.
Iré a saludar. Puedes hacer lo mismo por tu cuenta si quieres.

—Savannah —se limita a decir, pero niego y sigo con mi camino.

Lo superé.

Lo perdoné.

Pero claramente no estoy para mirarlo y simular que no pasó nada.

*****

La fiesta transcurre hasta tarde. Son las cinco de la mañana cuando el


último invitado se marcha. Rachel me ayuda a meterlo borracho en un taxi.
Ambas reímos cuando Nathan, su esposo, lo deja caer como peso muerto
sobre el asiento trasero. Sin la cangurera con Anastasia, su bebé, puedo ver
cuán apuesto realmente es, pero también cuán enamorado se ve de su
esposa. Este me sonríe tras darle un golpecito al techo del auto que le indica
al conductor que ya puede marcharse con nuestro invitado, un jugador de
fútbol que mañana descubrirá que perdió un millón de dólares en la mesa
de póquer.

—Ese era el último, ¿no es así? —Su esposa asiente y lo rodea con sus
brazos cuando se inclina hacia abajo para besar la cima de su cabeza. Son
asquerosamente adorables y británicos. Su relación me recuerdan un poco
a Lorraine y Ed Warren—. ¿Podemos ir a dormir ya, florecita?

—Si Anastasia nos lo permite.

Una mirada maliciosa brilla en los ojos café de su esposo.


—Anastasia está con tu hermano. Belle va a cuidala.

Rachel se gira entre sus brazos y presiona sus labios sobre los suyos.

—Entonces sube y espérame. Debo hablar con Savannah y llamar a


Maddie.

—Podemos llamar a Maddie juntos.

—Está bien. Solo dame unos minutos. —Nathan la besa una última vez
antes de caminar hacia el interior del hotel. Rachel, entallada en un vestido
brillante plateado, gira el rostro hacia mí luego de verlo entrar en una
ascensor—. No tienes que preocuparte por recoger el desastre. Para eso
contrato a alguien. —Sonrío—. Quería disculparme por la confusión de
haber llamado a tu cuñado tu esposo. Investigué un poco más al repasar la
lista de invitados y me di cuenta de que estás casada con Malcolm.

Niego.

—No te preocupes. Son muy parecidos, además. Una vez yo misma los
confundí.

—¿En serio?

—Sí. —Meto las manos en el interior de mi abrigo—. Cuando conocí a


Malcolm pensé que era Tanner.

—Suena como una historia divertida para contar.

Hago una mueca llena de ironía.

—No sabría si divertida, pero definitivamente es entretenida.

Rachel separa los labios para continuar con nuestra conversación, pero
ambas nos giramos al escuchar pasos acercándose. Tanner sale del hotel
sin ningún tipo de emoción en el rostro. Mira de un lado a otro hasta que
finalmente sus ojos negros se posan en nosotras. Rachel se separa de mí y
camina hacia dónde él se encuentra para regresar al interior del hotel.

—Debo ir a descansar. —Me mira—. Fue un placer trabajar contigo,


Savannah.

Aunque la odio un poco por dejarme a solas con mi cuñado, afirmo.


—Igualmente.

Después de que ingresa en el hotel Tanner termina de acercarse. Se detiene


junto a mí y mis manos se cierran dentro de mi abrigo a la espera de lo que
vaya a decir, pero cuando abre la boca me sorprende abriéndose como
nunca lo he visto o escuchado hacerlo.

—Sabía cuál era la especialidad de la casa porque cuando estaba


empezando la universidad solía quedarme aquí o en mi auto cuando venía
a visitar a Malcolm. Siempre supe de su existencia porque escuchaba sobre
los asuntos de mis padres, pero cuando finalmente establecimos contacto
iba muy mal en la escuela. Estaba a punto de reprobar el año debido a su
obsesión con el fútbol ya que desde niño Malcolm pensó que la única forma
de salir del barrio en el que creció era jugando. —Me observa fijamente y
trago—. Él no escogió el fútbol. Para él no había ninguna otra opción en
primer lugar y eso no se debe a su talento o a su pasión, sino a nuestro
padre. Puede amar el deporte y todo lo que diga, pero nunca estaré de
acuerdo con lo que él le hizo y con que Claudia haya permitido que
Malcolm creciera pensando que no servía para nada más. Mi hermano
pensaba que la escuela no era para él, pero pasó a ser el mejor estudiante
con solo un poco más de trabajo y fe. Fe en sí mismo más que para arrojar
el balón. Esa fue la primera vez que estuve orgulloso de Malcolm, pero no
fue la única. —Ambos miramos hacia la calle—. Ese es el por qué nunca
he desistido en que amplíe sus horizontes. Malcolm tiene potencial para
mucho más, pero el fútbol no le permite ver cuánto.

Dejando de lado nuestro pasado, asiento.

Malcolm es más importante.

—Con el tiempo lo hará y para eso quizás necesite tu ayuda, de nuevo.

Tanner afirma.

—Ahí estaré.

Hola, chicas. Este es el último capítulo narrado por Sav. En el siguiente


vuelve Malcom (sería el 12 ya que estos son extras que necesitaba
contar antes de seguir la historia) Love u
Capítulo 12

Los miércoles cada dos semanas en Sun Valley se reciben visitas. Esto es
feliz para algunos, pero no para todos. Hay un grupo de pacientes que ve la
llegada de sus familiares con globos y comida casera para hacer un picnic
en el jardín, pero otro que se limita a ver cómo estos se reúnen. No
pertenezco a ninguno de ellos. La única persona que espero ver aquí es
Savannah y ella tarda en llegar. Creí que sería la primera persona en
aparecer cuando la puerta de mi habitación, de dónde no salgo a menos que
sea necesario, se abriera, pero la primera vez que lo hace se trata de una
enfermera que el doctor Callaghan envía cada día para asegurarse de que
esté tomando mi medicina.

—Estoy segura de que su familia llegará en cualquier momento —dice la


mujer—. Solo sea paciente.

Miro hacia mis manos.

Ella prometió estar aquí.

Estará aquí.

Si no es así nada de lo que estoy haciendo aquí tiene sentido. Estoy en este
sitio para ser un hombre con piezas rotas, pero juntas, para nuestro futuro.
Sin ese futuro ya no me queda nada más.

Detengo a la enfermera con mi voz antes de que se vaya.

—Si le pido algo a la cocina, ¿podrían prepararlo para mí?

Ella sonríe.

—Por supuesto que sí, señor Reed. Todo lo que sea para quién trajo dos
Super Bowls a Texas.

Mis labios forman una mueca, pero asiento.


—Quiero Oreos en un tazón y pizza.

Su ceño se frunce.

—Lo siento, pero no creo que la cocina tenga nada de eso.

Eso lo creo. En Sun Valley solo hay comida saludable para que los atletas
no pierdan su forma.

Es decir, para que no se conviertan en mí los primeros días que llegué aquí.
Gracias a los tés de Casper, a sus entrenamientos de yoga y a la cinta de
correr he logrado perder la mitad del peso que subí, pero necesito ganar
músculo y perder la otra mitad. También ahora tengo una barba más
prominente.

Después de mi intento de suicidio, no se arriesgan a darme afeitadoras.

Después de mis constantes ataques de iras, no se arriesgan a hacerlo por


mí.

—Podrías ganar un dinero extra si lo consigues para mí —añado.

Unos segundos de silencio le siguen a mi respuesta.

—Creo que hay una tienda de comestibles cerca.

Mis labios se curvan.

—Gracias, Holly.

—Volveré en unos minutos.

Afirmo. Cuando lo hace regresa con varios paquetes de la galleta favorita


de Savannah que depositamos en un tazón plástico. La pizza que consiguió
era congelada, así que debe ir a la cocina para usar el microondas. Una vez
mi habitación está preparada para un banquete para recibir a mi esposa, ya
que es la única manera que conseguí de ser un buen esposo y tener una cita
aquí adentro, espero.

Supongo que veremos las películas de Adam Sandler que se repiten en


bucle en el televisor.

Mi corazón golpea con más fuerza dentro de mi pecho cuando la puerta se


abre otra vez sobre las doce del mediodía. Me incorporo, pero me tenso al
ver a alguien que claramente no es mi esposa o que me gustaría ver en este
momento. Retrocedo y él se adelanta, violando mi espacio. Debo parpadear
varias veces antes de darme cuenta de que la imagen que ofrece es real. Usa
una gorra roja de los Kings. Vaqueros. Esto lo combinó con zapatillas
deportivas y una chaqueta de fútbol con mi número. Esconde un balón entre
su brazo y su costado. Sus mejillas están pintadas con dos líneas negras.

¿Qué demonios?

—Hermano —saluda con acento alemán y no hay nada que pueda decirle.

No puedo decirle que tuvo la razón todo este tiempo.

No puedo decirle que a pesar de que la tuvo, no me veo a mí mismo


haciendo nada más.

No puedo decirle que hasta aquí llegó mi camino.

Cumplí todos mis objetivos antes de los treinta, menos pertenecer a los
Cowboys, y ahora me siento como mi brazo. Inútil. Sin metas. Como si ya
no hubiera nada más en este mundo para mí a parte de Savannah y nuestra
familia, el cual es el sitio hacia el que se dirigen todas mis esperanzas.

—¿Esperabas a alguien más? —pregunta tomando una galleta del tazón e


inspeccionándola antes de arrojarla de regreso a su interior con asco—.
Porque con el recibimiento que me dieron en la recepción, en la que me
dijeron que tenía prohibida la entrada a este sitio, está claro que no me
esperabas a mí.

—Esperaba a mi esposa —le reprocho sin molestarme en ocultarlo.

Su rostro se torna sombrío.

—Savannah vino, pero tuvo que regresar a casa un poco triste.

—¿Por qué?

—Tu psiquiatra decidió que era mejor que lidiaras con una sola visita a la
vez.

—¿Entonces decidiste hacer caso omiso al hecho de que claramente no


quiero verte y tomaste su lugar?

—No, yo no. —Me alcanza—. Ella.


A pesar de que en el fondo sé que Sav nunca me haría daño de esa manera,
mi nuca cosquillea.

No me gusta que ellos dos pasen tiempo juntos, a solas.

Nunca me ha gustado, ni siquiera cuando no sabía que eran amantes.

—No veo por qué Savannah tomaría esa decisión cuando había prometido
estar aquí hoy.

—Ella estuvo aquí hoy, cumplió con su promesa, pero tu psiquiatra nos
dijo…

—Ya sé lo que les dijo, ¿pero por qué te enviaría a ti?

No puedo ver cómo el pasar tiempo con un demente egocéntrico y


narcisista podría ser mejor que estar viendo películas con mi chica y quizás
hasta teniendo sexo. Ni aquí ni en ningún universo paralelo.

Tanner se encoje de hombros.

—No le di mucha opción. Es tu esposa, pero yo soy tu hermano. La sangre


confiere ciertos privilegios. Si un día te pasa algo y necesitas un órgano,
¿crees que llamarán a Savannah? No te lo tomes personal. Por mi riñón, mi
hígado o mi pulmón me dejaron pasar, aunque también pude haber
mencionado el nombre de mi abogado. —Mira hacia la comida que tenía
preparada. Cualquier sentimiento de traición que pude haber sentido por la
ausencia de Sav se desvanece. Estoy seguro de que Tanner hizo algo
terrible, solo otra mierda que añadir a la lista de las cosas que hace para
obtener lo que quiere, para ser quién estuviera aquí en su lugar. Sus
palabras lo confirman—. Y bien, ¿qué haces aquí para divertirte?

Parte de la tensión en mis hombros se relaja al no oírlo decir cuán estúpido


fui o burlarse de mí por mi aparente suicidio, pero la intriga me invade al
no entender precisamente el por qué está aquí.

—¿Desde cuándo tú te diviertes o estás interesado en hacerlo?

Su expresión se torna ofendida tras echarle un rápido vistazo a mi


habitación.

—Me divierto todo el tiempo.

—¿Cómo?
—¿Cerrando grandes tratos con trasnacionales para importar sus
productos? ¿Abasteciendo el mercado? ¿Amasando una fortuna que hará
que los nietos de mis bisnietos vayan a buenas escuelas?

Por supuesto que sí.

—Creo que tienes un concepto completamente diferente de diversión al


resto de la población.

Pero no es el único concepto que tiene diferente.

—Creo que son ellos quiénes están equivocados, no yo, pero estamos en el
siglo veintiuno y supongo que debo aceptar su opinión. —Mis cejas se
alzan cuando palmea mi espalda—. Vamos.

—¿A dónde?

—Al patio. —Me enseña el balón, alzándolo—. Divirtámonos.

Sus ojos no se han detenido ni por un solo instante en mi brazo lleno de


cicatrices que ya han sido abiertas y trabajadas por los mejores médicos de
Estados Unidos tres veces, aún así dejándolo inservible, pero eso no
significa que por ello la lesión no esté ahí. Separo los labios para
recordárselo y llamarlo imbécil. Mis palabras son cortadas por mi reflejo
cuando arroja el balón dentro de la habitación, el cual iba directamente
hacia Locos de Ira en la pequeña pantalla, y mi brazo izquierdo, no el
derecho, lo ataja con facilidad. No estoy en un campo frente a millones de
personas, pero aún así siento la emoción recorrer mi pecho y calentando
lugares que llevaban semanas gélidos.

—Eres tu propio enemigo, Malcolm —dice—. Tienes mucho más potencial


del que crees.

Me posiciono de lado, devolviéndole el balón con fuerza desproporcionada


al espacio en el que nos encontramos. Nunca me he enfocado en el
lanzamiento con el brazo izquierdo y mi brazo derecho protesta, pero le
cierro la boca al sabelotodo cuando se tiene que apartar debido a la fuerza
que empleo y este se estrella contra la pared del pasillo, dejando una marca
que lo que pago aquí cubrirá. Echo mi cuello hacia atrás y río como llevaba
tiempo sin hacerlo al ver la expresión entre molesta e irritada, pero también
ligera, de su rostro anguloso y lleno de estereotipos nazis.
Aún así no recuerdo ni una sola vez que me haya mirado con asco.

Recoge el balón del suelo y me lo arroja de nuevo, esta vez más fuerte.

Vuelvo a atajarlo.

Se desliza de mi mano por unos centímetros, pero lo mantengo sobre ella


con torpeza.

—Probemos ese brazo afuera y midamos cuántas yardas alcanza —dice


tomándolo cuando se lo arrojo, estableciendo así una especie de dinámica
de lanzamientos bajo techo por la que podríamos ser amonestados en
cualquier momento por los trabajadores del centro de rehabilitación.

Ninguno de ellos nos dice nada a pesar del alboroto, lo que me confirma
que mi hermano mayor sí los intimidó como dice que lo hizo. A pesar de
que la molestia de no ver a Sav hasta dentro de dos semanas no se va a
ningún sitio, estoy demasiado emocionado como para prestarle atención.

*****

Tanner y yo salimos al jardín trasero. Es un idiota exigente, así que no se


conforma con arrojarme el balón y con que yo lo ataje, sino que hace que
Casper mida la distancia a la cual puedo lanzar con el brazo izquierdo
mientras él evalúa la precisión siendo quién ataja el balón cada vez que lo
arrojo. Aproximadamente a las seis de la tarde nos sentamos frente a la
laguna del complejo después de que Casper va por una jarra de sus tés, en
esta ocasión frío, y contemplamos la forma en la que las piedras saltan
sobre el agua cada vez que las lanzo con mi brazo izquierdo, llenos de
sudor. Las líneas de pintura en el rostro de mi hermano se han corrido hacia
abajo, pero lo que que parece un soldado que va tras una pandilla de
zombies. Empleo demasiada fuerza y las piedras se hunden
inmediatamente después de que las arrojo, pero por lo menos puedo
arrojarlas.

Cuando intento mover el brazo derecho este duele. También luce hinchado
por todo el esfuerzo.

¿A quién le interesa?

—Setenta yardas fue tu mayor lanzamiento hoy —dice Tanner—. El récord


es setenta y nueve.
—No contará como un lanzamiento si son setenta yardas hacia la nada.

Las comisuras de sus labios se curvan maliciosamente.

—Mi favorito fue el número cincuenta y dos.

No tengo una memoria tan buena como la suya, así que no fui capaz de
memorizar todos ellos, pero estoy seguro de que el lanzamiento cincuenta
y dos fue el que le dio en la cabeza a uno de los pacientes que paseaba
tranquilamente por el lago con su esposa y sus hijos y lo dejó inconsciente.

—El número cincuenta y dos es otra razón por la que seguiré sin unirme a
los demás para el desayuno.

Se levanta tras oírme y se acerca a la orilla del lago, dónde se arrodilla para
tomar un poco de agua y limpiar su rostro. Mientras lo está aseando,
frotándolo, me dirige una mirada conocedora.

—Yo creo que sigues sin unirte a ellos porque no te has resignado a ser
como ellos. Ese es el por qué no denunciaste a los Kings o a los jugadores
de los Cowboys a penas pudiste, ¿no es así? Todavía no pierdes las
esperanzas de regresar, así que no quieres que te entierren y eso es lo que
una demanda haría. Lo analicé y es la única razón sensata que se me ocurre.
Eres testarudo, pero no eres estúpido. —Me quedo en silencio, pero todo
mi cuerpo empieza a temblar. Sus palabras me hacen sentir tan expuesto
como el nervio de un diente contra un hielo. Guardo silencio. Esto es algo
que ni siquiera he hablado con Savannah porque no estoy listo para tocar
el tema de que prefiero irme como una leyenda que ganó su último partido
a como un problema de la industria deportiva que dejaron en el olvido. Con
un buen representante y hablando cordialmente con los Kings
probablemente entre en el salón de la fama, otra de mis metas sin cumplir.
Para ello amerito que nadie sea molestado o amenazado—. Malcolm…. —
Empieza a usar ese estúpido tono de voz y me levanto, pero me retiene en
el césped de una forma estúpida. Se posiciona sobre mí y me inmoviliza
como si hubiéramos practicado lucha libre en lugar de fútbol americano
toda la vida. Me remuevo, de nuevo esa oleada de esa rabia descontrolada
llenándome, porque él es Don Perfecto, consiguió todo lo que tiene en esta
vida sin ningún esfuerzo, y yo soy su sombra—. Tengo planes para ti —
intenta convencerme de manera suave—. Olvida mis malditos mensajes,
estaba enojado. No serás ningún chico del café. Serás mi mano derecha. Si
necesitas estar en la silla más alta para no volver a hacer lo que hiciste,
puedes ser el puto presidente. Te entrenaré. Serás el rostro de la empresa,
porque sabes cuánto odio interactuar con otras personas, y yo seré el
cerebro. No estarás debajo de mí nunca más. Lo juro. Incluso podemos
extender el programa de becas a la parte deportiva. Puedes convertirte en
representante de chicos que lo necesiten y de esa manera no perderías tu
vínculo con ese deporte infernal que convirtió a la persona más noble de
mi familia en esto. ¿Crees que Savannah estará feliz de vivir con esto? ¿Tus
hijos? Si vas a reaccionar así cada vez que sientas el huracán, mejor no
tengas una familia o le harás lo mismo a tus hijos que a nosotros nos
hicieron. —Los sentimientos dentro de mí se convierten en algo más
oscuro, más asesino, cuando menciona a Savannah y me recuerda que lo
poco que tengo lo tengo porque se lo robé en un descuido. Soy un ladrón,
le robé a mi hermano en su momento más vulnerable, y no soy capaz de
decirlo en voz alta. No soy capaz de soltarlo porque mi esposa, su ex mujer,
es la chica de mis sueños, no la suya—. Mierda —sisea cuando estampo su
nariz contra mi frente—. ¡Mierda! —grita conteniéndome con más fuerza,
pero solo sé que necesito salir de aquí y necesito estar lejos de él.

O necesito matarlo y acabar con este fuego que llevo dentro de una vez por
todas.

Consigo liberar mi brazo derecho, sobre el cual emplea menos fuerza que
el izquierdo, y golpearlo en la cara. Más que doler le toma por sorpresa y
cae a mi lado ya que apunté directamente hacia su nariz, pero eso no es
suficiente. Las lágrimas se deslizan por mi rostro mientras sucumbo a la
tentación de golpearlo hasta que la sangre salpica mi puño y deja de luchar,
pero sus ojos continúan abiertos y se llenan de una emoción, mitad
preocupación, mitad dolor, cuando se percata de que mi herida se ha
reabierto de nuevo ya que todavía no ha terminado de cicatrizar, de nuevo,
y quizás desplacé o moví uno de los elementos dentro de mi extremidad.
Me detengo al ver el escenario que ofrece y me separo abruptamente de él,
arrodillándome y teniendo solo ojos para el horror ante mí.

Tanner, con toda la maldita cara golpeada y un ojo hinchado, se posiciona


de cuclillas frente a mí.

—Lo resolveremos —promete—. Tu brazo sanará, Malcolm, y volverás a


jugar, chico.

Pero niego.
Ya no es si volveré a jugar o no.

Es si volveré a moverlo después de una cuarta intervención porque ahora


mismo no siento nada. —Dios mío —dice Casper dejando caer la jarra de
té al suelo y corriendo hacia mí, una cinta con palmeras y olas del mar
alrededor de su cabeza. Su rostro está lleno de una espesa capa de protector
factor 100. Se arrodilla junto a Tanner—. ¿Qué pasó? Solo me fui un par
de segundos.

—Levántalo —le exige mi hermano—. Necesita un médico. Eres un


personal del salud, ¿y no lo ves?

—Soy fisioterapeuta, no traumatólogo. Normalmente las heridas están


cerradas cuando llegan a mí. —Tiene una arcada al ver el contenido de mi
brazo, más que todo tejido adiposo, expuesto. A pesar de ello pasa su brazo
por debajo de mí al igual que mi hermano lo hace y entre los dos me
levantan. No puedo hacer más que llorar como un niño, sin entender lo que
me pasa. Yo no soy violento. Yo no soy ese tipo de Reed. Soy el amigable
sujeto al que todos saludan en la calle y que besa bebés en la cabeza después
de firmar sus estómagos para alguno de sus padres—. Padre Santo —
murmura cuando mueve accidentalmente mi brazo y grito. Siento dolor,
pero no puedo moverlo—. Ningún té cura esto.

—¡Cállate! —le grita Tanner, quién carca mayormente con mi peso.

Todo está cristalizado a mi alrededor debido a la humedad, pero puedo ver


el contorno de su rostro.

Está medio deforme por la sangre, mía y suya, y aún así una cálida
seguridad que no sentí al momento de mi lesión me envuelvo cuando lo
veo. Ambos somos esclavos de eso.

—Lo siento por tu nariz —murmuro.

—Lo siento por tu brazo, chico —responde con voz ronca—.


Verdaderamente lo hago.

Presiono mi frente contra su pecho y aprieto mis dientes juntos cada vez
que mi brazo malo se mueve por accidente, lo que hace gemir a Casper.
Antes de que entremos en el complejo, alarmando a todos, escucho esa
tierna voz haciendo eco en todos los parlantes de Sun Valley.
Es dulce, como una cantante country, e inocente..

Me aferro a ella para no concentrarme en el dolor y en la pérdida.

Por cada segundo que pasa, más se adormece mi extremidad.

—Doctor Callaghan, a quirófano. Doctor Callaghan, a quirófano. —Sus


palabras son temblorosas, pero no por ello menos fuertes o potentes—.
Tenemos una emergencia. Doctor Callaghan, ¡a quirófano!

Pero cuando llegamos al quirófano, el Doctor Callaghan no está y escucho


a Tanner maldecir.

—No pueden estar hablando en serio —dice sonando desesperado—.


Deténganse. Lo llevaré en un puto helicóptero al mejor hospital del Reino
de Blanca Nieves. ¡Ni siquiera le pongan un dedo encima!

Casper, a su lado, lo sostiene contra una pared al entender que Tanner es


un poco desquiciado.

—Con todo el líquido que está perdiendo su brazo estará muerto para
cuando llegue.

La camilla en la que estoy es baja, prácticamente es la mitad de lo alta que


una camilla normal sería, así que los veo a todos como gigantes mientras
la anestesia corre por mis venas y mis ojos se cierran.

—Todo estará bien —dice la misma voz de forma aún más temblorosa—.
¡Bisturí, por favor!

Capítulo 13

Soy intervenido varias veces.

Lo sé porque siento mi cuerpo empezar a despertar de la anestesia antes de


que otra dosis lo duerma por completo. Es buena porque dejo de padecer
dolor, pero en el limbo en el que me sumergen siento cómo hurgan en el
interior de mi extremidad por cuarta vez. Siento cómo mueven, cortan y
unen elementos por horas. Cuando por fin el tormento se detiene me cuesta
abrir los ojos. La orden que le doy a mi cuerpo tarda unos minutos en ser
procesada y al lograr enfocarme no tengo ni la más remota idea de lo que
pasa. Estoy en mi habitación, pero esta está oscura y a penas logro
moverme.

Pero no es por la anestesia.

Estoy atado.

Varias correas de un material sumamente resistente mantienen mi cuerpo


presionado contra el colchón. No puedo ejercer todas mis fuerzas en su
contra debido a que me encuentro débil y mareado, pero con los pocos
empujes que le doy ni siquiera se mueven. Mi brazo derecho está en una
especie de yeso con un cabestrillo metálico y ni siquiera pienso en usarlo,
pero el izquierdo empieza a buscar la manera de zafarse. No la consigue y
la desesperación me ahoga como si me hubieran sumergido en un gran
estanque con las piernas atadas. Permanezco de esa manera, removiéndome
en busca de mi libertad, hasta que una conocida voz llega a mis oídos y una
mano se presiona contra mi cabello.

—Todo estará bien, Mal, estamos aquí para ti.

Parpadeo varias veces.

—¿Mamá?

Cuando todo lo de mi brazo pasó se encontraba festejando su aniversario


de bodas con mi padrastro. Les regalé un viaje todo pago por Europa de
algunos meses de duración porque no quería que se perdieran nada del otro
continente y le hice prometer a Savannah no molestarlos con lo sucedido.
Después de todo, no podían hacer nada. Nadie puede hacer nada,
especialmente ahora.

—Sí —solloza ella, abrazándome como puede después de que la luz se


enciende—. ¿Cómo no nos dijiste lo que pasó? Tuve que enterarme por
Tanner. —Hago una mueca, buscándolo en la habitación.

Lo encuentro sentado en una tumbona al fondo, su expresión alerta y


extrañamente sigilosa.
—No podía entender cómo Claudia no estaba aquí —dice, levantándose—
. Así que la llamé.

La insultó, estoy seguro.

Demasiado cansado como para discutir con él, mis ojos viajan a los
marrones de mi madre. Los años no han pasado para ella. Su tez bronceada
es reluciente, su cabello oscuro y rizado enmarca su rostro sin ni siquiera
una cana y solo tiene arrugas alrededor de los ojos, las cuales son el único
factor que impide que no se vea como de veinte. En este momento lleva un
vestido manga larga color amarillo que compró en algún boulevard con el
que antes, cuando vivíamos en ese feo barrio de Houston, solo podía soñar,
pero cuando firmé mi primer contrato le di todo lo que siempre mereció y
mi padre nunca le dio.

Un trono.

Un castillo.

Una corona.

—¿Me pueden desatar, por favor? —pregunto, pero Tanner hace un


molesto sonido que suena a pitido.

—No. Fue la primera medida de este sitio con la que estuve de acuerdo. —
Me da un golpecito en la cabeza, la cual se encuentra presionada contra el
colchón por una correa sobre mi frente—. Pero eso te lo explicará mejor el
doctor Callaghan. —Su expresión se vuelve cansada. Es entonces cuando
me enfoco en los moratones y en las marcas en su rostro. En la sangre sobre
su camisa y su chaqueta de los Kings—. ¿Tuviste algún sueño mientras
estabas bajo el efecto de la anestesia, chico?

Mi frente se frunce.

—No, ¿por qué?

—Quizás por la forma en la que alzabas y descendías tus caderas.

Mamá se ríe. Tanner hace lo mismo. Quiero sonreír, pero más quiero

borrarle esa sonrisa de imbécil. Incluso en mi peor momento consigue

fastidiarme.
Debería odiarlo por ello, pero a la vez no puedo evitar apreciarlo por ser la
primera persona que no me trata como si fuera a derrumbarme al más
mínimo toque.

—Probablemente estaba soñando con mi esposa.

La sonrisa de Tanner no se desvanece, pero algo alrededor de sus ojos se


crispa.

Mi garganta se seca debido a que es la primera vez que reacciona de esa


manera ante la mención de Savannah. Es un gesto pequeño, pero
sumamente significativo para ambos. Me arrepiento de mis palabras a
penas las digo, enamorarme de su chica es una cosa, pero restregárselo en
la cara es otra y es incluso bajo para mí, pero aligera la situación
comportándose como si ese enorme elefante entre nosotros no estuviera ahí
desde que decidí empezar a salir con Sav después de que terminaron su
romance. Nunca me he arrepentido de acercame a mi esposa, pero sí de ser
el segundo para ella.

Esa noche, años atrás, debí haberla conquistado.

Debí haberle dicho quién era el que le dedicaría cada uno de sus
touchdowns por la eternidad.

—Seguramente sí —dice y luego camina hacia la salida—. Iré por el doctor

Callaghan y por Savannah. —¿Dónde está ella?

La desesperación en mi voz hace que se detenga por unos segundos, pero


sacude la cabeza y se marcha.

Mamá se queda para responder.

—Está comprando el almuerzo. Llevas tres días inconsciente. Tuviste


varios episodios de fiebre tras la operación ya que tu cuerpo está cansado
de que escarben en su interior y el médico dijo que podrías estar rechazando
las nuevas placas, pero finalmente te adaptaste a ellas. Te ataron a penas se
dieron cuenta de que ibas a empezar a despertar. Eso sucedió esta mañana.
—Vuelve a acariciar mi cabello—. Esta es la cuarta vez que te intervienen
y no lo sabía, ¿qué clase de madre soy?

—Una que crió a un buen hijo que no quería preocuparte —responde mi


esposa desde el umbral de la puerta, Tanner tras ella cargando con varias
bandejas, y mi pecho se llena de calidez al verla. Lleva un abrigo blanco y
vaqueros. Botas negras. Mis mejillas se calientan debido a la vergüenza
que siento de que me vea en este estado, el cual no es el más atractivo, pero
a Sav no le interesa. Ocupa el puesto de mi madre, quién se echa hacia
atrás, y se inclina para besarme—. Tú solo sigue dándome razones para
castigarte de una forma no tan placentera cuando salgas de aquí —murmura
en mi oído.

—¿Te emociona verme atado, nena?

Sav sonríe al separarse de mí, pero sus ojos no contienen ningún tipo de
humor.

—No, Malcolm, de esta forma no. —Señala hacia afuera—. Iré a buscar a
la enfermera para que te desate y puedas comer e ir al baño. No sé si me
sentiría más cómoda sabiendo que esto es solo para darte una lección o con
la certeza de que de esta manera no volverás a dañar tu brazo.

—Espero que solo sea para darme una lección.

Ya siento ganas de ir al baño a orinar. Será incómodo tener que pedirle el


favor a alguien a cada rato.

Sav alisa mi cabello hacia atrás con cariño. Hace ademán de salir, pero
Tanner se acerca y presiona algunos botones a un lateral de la cama,
elevándome hasta que quedo en una posición sentada.

—Creo que eso es suficiente para que pueda comer.

Lo fulmino con la mirada.

—Me gustaría comer con mi brazo sano.

Savannah también lo ve de mala manera.

—No es gracioso —insiste, ya a punto de perder los estribos—. Ya vuelvo.

Se da media vuelta para salir de la habitación, pero el doctor Callaghan se


interpone en su camino, causando que retroceda. El hombre luce igual de
cansado que todos aquí. Mantiene las manos dentro de su bata blanca. Su
expresión habitualmente optimista se encuentra ensombrecida.

—Por favor, requiero de un momento a solas con Malcolm.


—¿No podemos estar presentes mientras le dice lo que sea que tenga que
decirle y que se ha negado a decirnos? Como sus familiares tenemos
derecho a saberlo para poder apoyarlo —comenta Tanner, indispuesto a
irse sin luchar, sus brazos cruzados sobre su pecho y su rostro lleno de
molestia.

El doctor Callaghan suspira antes de enfrentarlo.

—Señor Reed, ¿podría cambiarse? Puede pedirle a una de nuestras


enfermeras un uniforme del complejo, pero lleva casi tres días enteros
usando la misma ropa. Ya Malcolm se encuentra fuera de peligro y usted
hiede. —La mirada de Tanner se vuelve asesina. Sin responderle
absolutamente nada, sale de mi habitación dando un portazo. El doctor
Callaghan mira a mi madre y a Sav—. ¿Señoras?

—Señoritas —gruñe mamá, tomando la mano de Sav y tirando de ella fuera


de la habitación.

Mi esposa no se quiere ir, lo veo en sus ojos grises, pero intento transmitirle
con mi mirada que está bien. Yo lo ocasioné al dejarme llevar por el
demonio que habita en mi interior. Necesito controlarlo o esto seguirá
pasando y con ello no me refiero solamente a seguir arruinando mi brazo.

Tanner tiene razón.

Podría arruinarnos a nosotros.

Necesito ayuda y no solo de un fisioterapeuta.

—¿Cómo te sientes? —pregunta el doctor Callaghan tomando asiento junto


a mí.

—Un poco mareado —respondo—. Y asustado por lo que va a decirme.

Él asiente.

—Debes estarlo. —Su voz se vuelve severa—. En esta ocasión no solo


arruinaste las cirugías previas. También perdiste tejido que no pudimos
recuperar y tus nervios salieron gravemente afectados. Ya no solo es la
triada terrible del codo. Es la triada terrible del codo lesionada por cuarta
vez. — Trago—. Es probable que no vuelvas a mover tu brazo de forma
normal de nuevo. Lo siento, Malcolm, pero lo has lastimado tanto que ni
siquiera mis treinta años de experiencia en casos como este me brindan la
capacidad de darte un pronóstico. Seguiremos con la fisioterapia y veremos
qué sucede. —La expresión en mi rostro debe ser desolada, puesto que la
suya se ablanda—. Este lugar es mágico, pero no es por el personal o sus
capacidades. Lo es por las ganas que tienen las personas que entran aquí de
sanar. Por ese brillo lleno de esperanza en sus ojos. Cuando te veo no veo
ese brillo. Veo desolación. —Se levanta—. Si no trabajas eso no serás
capaz de trabajar tu brazo o cualquier otra cosa que te propongas.

—Doctor Callaghan… —murmuro, pero no sé qué decir.

Sé que lo jodí y ni siquiera entiendo por qué.

Todo iba bien, pero de un momento a otro se tornó rojo.

—No hagas que me rinda contigo —suplica—. Nunca me he rendido con


un paciente y no quiero que seas el primero, Reed. Sé que puedes lograrlo.
Solo es cuestión de que te des cuenta de que debes hacer esto por ti, no por
ningún otro fin. Si no sanas tu mente y tu corazón te seguirás sintiendo
enfermo. —Camina hacia la puerta sin decir nada más. Esta vuelve a
abrirse de improvisto, pero estoy tan avergonzado que he apartado mis ojos
y no me percato de quién está ahí hasta que es demasiado tarde—. Pase.
Adelante. Los familiares de este paciente no entienden que es solo uno de
ellos a la vez, ¿por qué tendría que ser diferente para usted, señor Reed?
Está usted en su casa.

—Muchas gracias, doctor Callaghan.

Todo mi cuerpo se tensa ante el marcado acento alemán en su voz, aún más
potente que el de su hijo mayor. Wagner sonríe cuando mis ojos se enfocan
en los suyos, una sonrisa áspera y cínica, y deseo poder estar desatado para
borrarla de su cara. Es a él a quién debí haber atacado, no a Tanner. Perdió
su compañía, pero no está precisamente en la calle. Tiene el suficiente
dinero como para vestirse y lucir como si todavía la tuviera. Mi mandíbula
se aprieta cuando presiona mi tobillo con su mano.

—Hijo —dice—. Vi que te lesionaste, pero no fue hasta hace unos días que
supe dónde estabas y ayer fue que me concedieron venir. Lo primero que
hice fue tomar un avión hasta aquí. —No respondo. Su voz y la manera en
la que se ve, como si toda la vida hubiera estado bajo mi cuidado, me tiene
indignado y furibundo. Al crecer solo tuve una figura paterna real y no es
él—. No me extraña que Tanner te haya ocultado aquí de mí, al igual que
no me extrañó que te pusiera en mi contra solo para quitarme la empresa
que por derecho me corresponde a mí manejar. Tristemente todavía no eres
capaz de abrir los ojos y darte cuenta de que tu hermanastro solo te quiere
para eso. —Trago. Su sonrisa solo crece ante mi falta de respuesta. Se
sienta en la esquina de mi cama. Mi ira crece y el hecho de no poder
moverme me llena de impotencia—. Pero no estoy aquí para discutir este
tema, por más atractivo que suene o por más que desee hacerte entrar en
razón desde que firmaste ese estúpido documento de sucesión que mi padre
dejó para joderme la existencia incluso después de muerto.

—¿Entonces por qué demonios estás aquí? —pregunta otra voz igual de
odiosa desde la entrada.

Tanner.

—¿Wagner? —escucho a mi mamá preguntar y a Savannah jadear.

—Vayan a comer a la cafetería —les dice Tanner—. Yo resuelvo esto.

Mi chica alza la barbilla, tal vez para protestar, pero ve hacia mí y asiento.
Sabe que lo menos que quiero es que mi madre, quién no me sorprendería
que siguiera enamorada del idiota, esté cerca de él. Savannah toma el brazo
de Claudia y le sonríe, llevándosela lejos a pesar de la mirada de protesta
en los ojos de mamá. Mis dientes se aprietan cuando me doy cuenta de que
Wagner también la está viendo. Una vez desaparecen y Tanner cierra la
puerta tras de sí, gira su rostro hacia mí.

—Tu madre se ve aún mejor de cómo lucía hace veinte años. Con más
clase. Quizás pida su número. —Quizás yo te rompa ambos brazos si se lo
pides —responde Tanner posicionándose junto a él, a lo que el rostro de
Wagner se crispa. Es evidente que no soporta al que se supone que es su
hijo pródigo. La cosa es que aunque haya llevado su apellido desde su
nacimiento, dudo que alguna vez lo haya querido como un padre debería
querer a su hijo. A mí menos—. ¿Qué haces aquí, Wagner?

—Estaba preocupado por Malcolm, ¿tan difícil es de creer?

—Sí —respondemos los dos a la vez, lo que le hace reír y negar.

—Son un dúo de desagradecidos, si no fueran por mí no serían tan


atractivos y talentosos.
Tanner me mira.

—¿Recuerdas la historia que te conté sobre el perdedor que nunca sacaban


de la banca?

Afirmo.

—Él solo estaba en el equipo por la chaqueta.

—Imbéciles —sisea, su mirada maliciosa yendo hacia Tanner—. ¿De


verdad quieres que responda a tu pregunta contigo aquí presente? Creo que
sería más cómodo que salieras de la habitación.

Mi frente se arruga.

—Lo que sea que vayas a decirme Tanner puede oírlo.

Ni muerto me quedo a solas con este psicópata que piensa que todavía
puedo creer que tiene algunas buenas intenciones. Tras oírme Wagner Reed
se levanta y hurga en el interior del bolsillo delantero de su chaleco azul
marino. Me tenso cuando saca un cheque con una cantidad que ni siquiera
leo.

—Estoy aquí para saber cómo estás, por supuesto, y para entregar
personalmente mi donativo a la causa. —Mira a Tanner, quién ha
palidecido.. Ríe cuando un sepulcral silencio se adueña de la habitación.
Yo no entiendo de qué habla y mi hermano está en un extraño silencio que
no es para nada característico de él, así que no puedo evitar pensar que algo
sucede—. El viaje valió la pena.

—¿Cuál causa? —pregunto ya que ninguno de los dos me explica nada.

—Tu fondo de retiro, hijo, ¿no lo sabías? —pregunta y niego, mi ceño


fruncido. Wagner ríe una vez más y me enseña la pantalla de su teléfono
celular tras colocar algo en ella. Mi confusión crece de manera desorbitante
al ver cómo pasa varias fotografías de Savannah y de Tanner en lo que
parece un salón de baile. Primero se ven ellos dos descendiendo por una
elegante escalera, él en traje y ella en un hermoso vestido que no hace más
que resaltar su perfecto cuerpo, pero luego veo varias de ellos dos
interactuando con varias personas que conozco de la industria del deporte.
Jugadores. Directivos. De toda clase de personas influyentes no solo en el
fútbol americano, sino en el deporte en general—. Tu hermano y tu esposa
han tenido su propia diversión mientras no estás, ¿puedes verlo?

Miro a Tanner.

No necesito oír más a Wagner, solo necesito ver el rostro de mi hermano.

—Me dijiste que lo entendías —siseo luchando contra las correas—. Me


dijiste que entendías que no quería ser enterrado, pero mientras me lo
decías eras quién arrojaba la tierra sobre mi urna a mis espaldas. No
conforme con traicionarte, arrastraste a mi esposa a hacerlo también.

—Malcolm —empieza a explicarse, pero niego.

—Vete de aquí. —Mi voz no admite discusión y lo sabe. Miro a Wagner,


a quién odio todavía más. En este momento, sin embargo, dicho odio está
atenuado por el escozor de la traición—. Tú también vete de aquí y no
regreses jamás. No me interesa ver tu maldita cara de nuevo. Tanner pudo
engañarme haciéndome creer que le importo para quitarte Reed Imports,
pero al menos se esforzó al convencerme. Tú tienes más de veinte años de
retrasos, viejo. Nunca creería nada saliendo de tu boca, en especial tus
buenas intenciones al venir aquí. Tanner podría traicionarme mil veces y
aún así no te apoyaría a ti.

Wagner aprieta la mandíbula y arroja el cheque sobre mi cama.

—Por esto es que nunca serás más que su sombra, ¿crees que él te apoyaría
si fueras tú quién lo hubiera traicionado? —pregunta y guardo silencio,
indispuesto a hablar con ninguno de ellos.

Al ver que claramente no sacará más de mí y consciente de que Tanner


nunca hará más que querer destruirlo, Wagner se da la vuelta y se marcha.
Mi hermano también lo hace al captar mi silencio. Una enfermera viene a
desatarme para comer y lo primero que hago tras incorporarme es tomar el
cheque por mil míseros dólares que mi padre me hizo y arrojarlo hacia la
pared.

Lo segundo es ordenar a todas mis visitas que se vayan.

Capítulo dedicado a Sarah


Te adoro, preciosa, y el sol volverá a brillar pronto. Te queremos
mucho

Capítulo 14

Me liberan de las ataduras dos semanas después de mi intervención ya que


representa demasiado problema para todos tener que desatarme cada vez
que debo ir al baño o debo incorporarme para comer, pero aún así continúo
sin salir de mi habitación a pesar de que mi psiquiatra me concedió permiso
de eso y de unirme a las terapias grupales porque después de la traición de
Tanner mis ánimos no han sido del todo los mejores. Todavía las heridas
de mi brazo están demasiado recientes, así que las sesiones con Casper se
encuentran suspendidas hasta que sea capaz de moverlo fuera de la
estructura que lo mantiene inmóvil para su cicatrización.

En resumen, mi vida nunca ha estado más en pausa.

En este momento estoy en un retiro del retiro.

—Creo que ha sido demasiado helado y demasiados videojuegos —dice


Casper echándose hacia atrás con el control del Play Station en mano, su
rostro lleno de migajas de palomitas que aumenta al llevar otro puñado a
su boca. Estas están decoradas por varias bolas de helado—. Entiendo que
existan otros lugares más emocionantes que este, hombre, pero Sun Valley
no está tan mal y este sitio queda en una de sus partes más bellas. No puedo
entender cómo no le sacas provecho. Podríamos estar haciendo senderismo
en este momento si quisieras.

—¿Has visto mi casa?

Guarda silencio por un momento.

—Sí, me la enseñaste durante nuestra segunda sesión, pero el hecho de que


una brillante arquitecta no haya diseñado los alrededores no significa que
no sea algo que valga la pena apreciar. — Haciéndome cerrar los ojos, se
dirige a las cortinas y las abre de golpe—. Vamos, Malcolm. El día es
brillante. Lo estás desperdiciando aquí.

Me levanto.

—No, gracias. —Me dirijo al mini refrigerador y saco un empaque de


plástico—. ¿Quieres otra soda?

—¿En ese empaque anti suicida de preescolar? No, gracias. —Toma su


portafolio y hace algunas anotaciones en él que me hacen alzar las cejas ya
que no estamos en una sesión, por lo que no debería estar anotando nada.
Me acerco para quitárselo y leer su contenido. Al acabar lo miro con las
cejas arriba—. ¿Qué? La doctora me dijo que le hiciera un seguimiento a
tus habilidades sociales y como acabas de leer, no vas muy bien.

Se lo tiendo y lo toma con cierto recelo.

—No estoy concentrado en mejorar mis habilidades sociales aquí adentro.

Estrecha sus ojos hacia mí.

—Tampoco pareces interesado en mejorar tu brazo.

Esta es la segunda vez que reabro mi herida estando aquí adentro y él es el


principal testigo de ello, así que no puedo responder a eso. Separo los labios
para decirle que se meta en sus asuntos, pero una gran ola de ruido
proveniente del otro lado del cristal ocasiona que me acerque a él con el
ceño fruncido porque en Sun Valley nada hace ruido. Dado que estoy en
una especie de suite al final del pasillo que da con los dos laterales de la
construcción, me dirijo al extremo en el que más se oye el alboroto. Mi
cuerpo entero se paraliza al identificar un nuevo paciente llegando. Edward
Thompson, uno de los jugadores que solía considerar como uno de mis
chicos antes de que colaborara con estos para dejarme solo en mi último
juego, está aquí. Su cabello oscuro se encuentra caído sobre su frente,
ocultando su mirada, mientras se arrastra a sí mismo entre los paparazzis
desde su deportivo debido a que su pierna derecha se encuentra enyesada
hasta el fémur. Cojea y oculta su rostro con su brazo de las cámaras. Tiene
una discusión con la mujer que lo acompaña antes de ingresar en el centro.

Para un corredor una lesión en la pierna de esa magnitud es mala.


Dado que colaboró en mi lesión no siento simpatía de ningún estilo por el
tipo.

El karma existe.
—Creo que he cambiado de opinión —le digo a Casper, girándome, quién
deja de hurgar en el interior de mi refrigerador para verme—. Ha llegado
la hora de que conozca a los demás.

*****

Estoy lejos de ser el único deportista en Sun Valley. El centro tiene


capacidad para alrededor de trescientas personas y he visto al menos un
centenar de pacientes. A pesar de que no reconozco a ninguno de los que
se encuentran aquí adentro a simple vista y de que no me he acercado a
nadie, está claro que ellos saben quién soy. La bestia que no trata con
nadie. La estrella caída de los Kings. Sin importar cuál sea el sobrenombre
que me han designado dentro de su mente, se me quedan viendo fijamente
mientras transito por el comedor durante el almuerzo. Casper, quién no me
ha dejado a solas por miedo a cómo pueda reaccionar al interactuar con los
demás, se mantiene pegado a mi costado, pero mi atención está cien por
ciento enfocada en las personas que nos acompañan. Hay pacientes de
todas las nacionalidades, de todos los deportes o no y de todas las edades.

Me empuja hacia una mesa con un hombre con todo el perfil de ser un
veterano de guerra y esa la razón por la que perdió uno de sus brazos, una
niña de trece con una bota negra en la pierna, un chico adolescente sin
heridas visibles y una mujer regordeta con cabello gris y la mano derecha
inmóvil en el interior de una férula.

No estoy seguro sobre encajar con ellos, pero Edward está sentado con los
sujetos que lucen como jugadores de fútbol, béisbol y baloncesto con los
que solía interactuar en fiestas alrededor de todo Estados Unidos. Cuando
empiezo a identificar a alguno de ellos, un tipo señala en mi dirección y el
jugador de mi ex equipo dice algo que los hace reír y a mí apretar los
dientes. Al darme la vuelta para empezar a caminar en su dirección y
preguntarle qué demonios le sucede, Casper se interpone en mi camino y
niega con vehemencia con la cabeza.

—Lo siento, pero no te permitiré convertir esto en una competencia de


meadas de preparatoria.
Me detengo frente a él, empezando a verlo todo rojo de nuevo.

—Él es quién se está burlando.

Casper se detiene frente a mí, su nariz contra la mía.

Para no querer una competencia de meadas parece estar llevando a cabo


una.

—Eres Malcolm Reed. Ganaste dos Super Bowl prácticamente por ti solo.
Esos idiotas no te llegan a los talones, así que no te rebajes a ellos. Eso es
lo que quieren para poder contar una historia a los medios amarillistas a
penas salgan de aquí. —Tomo una honda bocanada de aire—. ¿No lo ves?
Están acabados. Son conscientes de que así completen con su terapia y
mejoren no tendrán ninguna posibilidad de hacer historia al salir de aquí.

Retrocedo.

Están acabados.

Eso me involucra a mí también y al darse cuenta de lo que dijo, Casper


palidece.

—Tú ya hiciste historia, Mal —dice, pero ya es muy tarde para adornar la
mierda de la que soy consciente.

Tanner tiene razón. Es estúpido de mi parte no permitir que me entierren.

Con mi aprobación o no ya lo hicieron.

Niego.

—¿Qué hay en el menú? —pregunto ya un poco más tranquilo.

—De todo un poco, pero te sorprenderé con algo que pueda gustarte —
responde dándose la vuelta—. Por favor, no te metas en problemas mientras
no estoy. Una intervención más y serás similar a los dibujos de palo que
hacen los niños en el lado derecho superior de tu cuerpo.
Necesitarás otro terapeuta porque me niego a ver eso.

Miro mi brazo enyesado.

Hoy en la tarde lo liberan.

Hoy en la tarde tendremos el primer diagnóstico real sobre ello.


No estoy preparado.
Sin responder a Casper, me giro hacia mis compañeros de mesa.

Todos ellos me ven fijamente, como si fuera un extraterrestre, y les

ofrezco mi mejor sonrisa. —Mi nombre es…

—Así que los rumores son ciertos y tenemos a Malcolm Reed, una estrella
de la NFL, con nosotros. Mi padre no me creería que estoy compartiendo
uno de los grandes —completa la chica viéndome como si todavía no
pudiera creer que estoy frente a ella—. Bienvenido. Eres el nuevo
integrante a la peor mesa de todo este lugar. Somos los perdedores de los
perdedores. —Posiciona su pie sobre la mesa, haciendo que sus
compañeros jadeen con disgusto ante su atrevimiento. La curvatura de mis
labios se vuelve real hasta que se retira la bota y su media, revelando un
pie desnudo con una fuerte infección en los dedos y múltiples heridas que
parecen malformaciones debido a la forma en la que se han acumulando
una sobre otra—. Soy Alice, soy bailarina de Ballet y esta es la segunda
vez que estoy aquí este año. Cuando salga lo haré como nueva y volveré a
los escenarios de Chicago.

—Stuart —gruñe el hombre al cual le falta un brazo, a lo que asiento en


señal de respeto.

—Donna. —Me giro hacia la mujer con la férula—. Túnel del Carpio. —
La agita—. Soy profesora.

Miro al chico que queda.

Este tiene el cabello rubio y ojos azules levemente achinados.

—Raiden. Estoy aquí por un motivo, pero no sé cuál es.

Separo los labios para pedir una mejor explicación sobre eso, pero la chica
interrumpe.

—Raiden siempre se siente mal. Tiene una enfermedad parecida a la


artritis, pero no se calma con los medicamentos para artritis, sino con
supervisión psiquiátrica. Es una artritis psicológica.

Lo observo fijamente.

—¿Desde cuándo empezó?


—Me lesioné un tobillo escalando el Everest. No pude contactar con mi
equipo de rescate y pasé un par de días sobreviviendo al frío. Mi tobillo
está perfecto, pero todavía siento el frío picotear mis huesos. Se vuelve más
sensible en invierno, así que suelo internarme aquí porque es el único sitio
en el que no me han dicho que estoy loco y me dan prescripciones para los
psicóticos correctos.
Además, ¿has entrado en el jacuzzi?

Niego.

Todos en la mesa me observan como si me hubiera vuelto loco.

—El jacuzzi es lo mejor de este sitio, Malcolm, y después vienen los


cócteles sin alcohol —dice la señora con voz maternal—. Te estás
perdiendo toda la experiencia de venir a Sun Valley encerrado en esa
habitación.

Le sonrío, viendo por el rabillo del ojo cómo Casper se acerca con mi
comida.

—Supongo que saldré más.

Sin entender por qué, la chica del ballet suspira.

—Eres tan atractivo. —Me tenso cuando desliza sus dedos por mi brazo—
. ¿Sabes? Siempre me han gustado los hombres que no se cuidan demasiado
a pesar de que practiquen un deporte.

Dejo escapar una sibilante risa que alumbra sus ojos con mirada
adolescente y risueña.

—Gracias, supongo. —Me giro hacia el resto—. No son perdedores.

—Oh, lo somos —dice el asiático—. Pero estamos bien con eso. Como
dijimos, estamos aquí por el jacuzzi y los cócteles sin alcohol, pero con otra
sustancia que todavía no identificamos que nos pone a volar aún más
rápido.

—Y por los postres de los viernes y el doctor Callaghan.

El chico niega.

—Prefiero a la doctora Taylor. Es más joven y más dulce.


Hay algo soñador en sus ojos similar a lo que contiene los ojos de Alice al
verme, lo cual hace que el veterano lo golpee con una una expresión estoica
en el rostro, un poco enojado.

—Ni siquiera le faltes el respeto a la doctora Taylor en tus pensamientos.


Es inalcanzable para ti o para cualquier mortal.

Raiden asiente, en acuerdo.

—Solo es posible en mis sueños.

Stuart separa los labios para decirle algo no tan agradable, pero se detiene
al percibir el movimiento de alguien acercándose a nosotros. Me tenso al
reconocer a Edward al girarme, quién cojea hacia mí. Casper se detuvo
debido a que un par de chicas lo interceptaron. Intento que se dé cuenta de
lo que sucede porque no quiero ocasionarle más problemas o al doctor
Callaghan, pero ellas bloquean por completo su campo de visión. Mis
dientes se aprietan cuando Thompson deja caer su bandeja
estruendosamente junto a mí y mis compañeros se estremecen. Mi cuerpo
entero se tensa cuando pasa un brazo por encima de mis hombros.

—Reed, qué sorpresa que aquí seas un don nadie. —Hace una mueca—.
En realidad no. Sin tu brazo no eres del agrado de nadie. Siempre te faltó
mucha personalidad. Solo eras un chico de fútbol cualquiera. Un chico
simple de un barrio simple con un sueño simple que se hizo añicos de forma
muy…. Simple.

No respondo, simplemente lo miro y reconozco el mismo brillo roto en sus


ojos que está en los míos.

Él habla de un solo chico simple con un sueño simple que se rompió de


forma muy simple, pero somos dos.

—¿Un chico de fútbol cualquiera que trajo dos Súper Bowls a su estado?
—pregunta Raiden, haciendo que Edward aparte sus odiosos ojos verdes
de los míos y los enfoque en él—. Yo creo que no.

Edward se levanta.

—¿Quién demonios eres tú?

Va por la camisa del uniforme de Raiden sin esperar que este responda, a
lo que instintivamente me pongo de pie para evitar que le hagan daño por
mi culpa y pongo mi brazo sobre el suyo. A penas toco a mi ex compañero
de equipo, este salta sobre mí y me envía al suelo. La cafetería se sume en
silencio cuando alza su brazo para golpearme, pero el impacto nunca llega.
Casper lo impide cerrando su mano sobre su puño con una expresión en el
rostro que nunca creí ver en él: esta está furiosa y completamente llena de
ira.

—Te pedí que no te metieras en problemas —dice tras empujar a Edward


lejos de mí, en dirección a un par de enfermeros—. Me prometiste que no
lo harías. —Instándome a levantarme, envuelve mi nuca con su mano—.
Una de las cosas que no toleramos aquí en Sun Valley es la agresividad y
ya hemos ocultado la tuya demasiado.

—Casper…

Mi fisioterapeuta niega, decepcionado.

—Explícale cualquier cosa que necesites a Callaghan.

******

Casper no es el único decepcionado con mi pelea. Callaghan también y ni


siquiera le menciono la manera en la que mi brazo ha empezado a doler
dentro de mi yeso desde la caída en la cafetería. Después de gritarnos el
tiempo suficiente en conjunto, envía a Edward a su habitación con la orden
de no juntarse con nadie por una semana y me mantiene a mí a solas por un
poco de tiempo más. Con sus ojos rehuyendo los míos, me habla.

—Nunca había tenido un paciente tan problemático, pero tampoco había


tenido un paciente que hubiera perdido tanto. —Me mira—. Te niegas a ti
mismo a ver una realidad fuera del fútbol, Malcolm, y me disculpo por ello
porque significa que lo hemos hecho mal contigo desde el inicio dándote
ilusiones de que todo volvería a ser como antes cuando ni siquiera tú mismo
pareces querer que sea así. —Se acerca con una tijera en mano, pero a
último momento retrocede y la deja sobre una mesa—. Lo siento. Estás
fuera de mis capacidades. —Vine aquí casi forzadamente, así que me
sorprende la desolación que siento ante las palabras del doctor Callaghan.
Me levanto abruptamente de mi asiento y separo los labios para
convencerlo de darme otra oportunidad porque no puedo regresar a casa sin
saber si podré volver a mover mi brazo o no, pero inclina la cabeza en
dirección al pasillo—. Sígueme, por favor. Quizás yo me haya rendido
contigo como médico, pero Sun Valley no lo ha hecho. Queda una última
carta que jugar.

Camino tras él por el mismo pasillo en el que se encuentra su oficina.


Accedemos a una extraña rampa en ascenso y doblamos a la izquierda,
llegando a una especie de salón completamente hecho de cristal desde el
cual pueden verse los árboles y las montañas al fondo. Este está lleno de
equipos de fisioterapeutas y de personas trabajando sobre ellos, todos con
sonrisa optimistas que no entiendo debido a la frustración que
evidentemente se percibe en el ambiente. Veo a Raiden siendo sometido a
una especie de terapia con electricidad que lo hace apretar los dientes, pero
también relajarse y sonreírle a la chica que lo trata tras cada descarga.
También a Stuart empezando a trabajar con una pieza robótica para
suplantar su brazo, la cual claramente todavía no sabe utilizar, pero intenta
manejar. Lo que más me sorprende, sin embargo, es la persona que
claramente dirige el salón. Al principio la confundo con uno de los
pacientes, pero después de que se da la vuelta y se dirige a nosotros
portando una bata blanca me doy cuenta de que ese no es el caso.

Su cabello es pelirrojo, naranja pelirrojo, y sus mejillas están llenas de vida.

Nunca había visto a alguien con tan buena energía, como un rayo de sol.

—Doctora Taylor —la saluda el doctor Callaghan—. Este es Malcolm


Reed, el paciente del cual hemos estado hablando. —Ella mira
discretamente hacia mí. Yo no puedo apartar mis ojos de los suyos,
sintiendo algo similar a la vergüenza invadirme—. Malcolm, te presento a
la doctora Grace Taylor, una de las mejores figuras del patinaje artístico de
los Estados Unidos y ahora la cirujano traumatólogo a la cual le debes tu
brazo debido a que me encontraba resolviendo ciertos asuntos familiares
cuando ocurrió el incidente.

La noción de su presencia en el quirófano me golpea.

Su condición es el motivo por el que bajaron mi camilla y por el que Tanner


enloqueció.

Ahora tengo otro motivo para estar molesto con él.


—Tú… me dijiste que todo estaría bien.
Su sonrisa crece, inflando sus mejillas, y su mirada color miel se vuelve
más cálida si cabe.

—¿No es así? —pregunta y no puedo responder.

El doctor Callaghan dijo que fue una de las mejores figuras del patinaje
artístico de USA.

Está en una silla de ruedas ahora y aún así encontró la manera de dejar una
huella ayudando a otros.

Nunca en mi vida me había sentido tan insignificante.


—Sí —murmuro después de un rato—. Todo está bien.

—Bien. —Le sonríe al doctor Callaghan—. ¿No te enojarás conmigo por

robarte un paciente, Joseph? Niega, alzando sus manos con una sonrisa

entre aliviada y divertida.

—Esta vez no. Reed es todo tuyo. —Se inclina sobre mí antes de irse—. Si
arruinas esto, hijo, ya no solo habré perdido la esperanza en ti como
paciente, sino también como hombre. La doctora Taylor está reservada para
casos especiales debido a cuán especial es. Si no eres capaz de sanar con
su magia, no creo que lo hagas nunca.

Trago, viendo hacia él y prácticamente suplicándole con la mirada que no


me deje con ella.

Es demasiado.
Leyendo mis ojos, sonríe y sale del salón.

Al girarme veo a Grace observándome fijamente.

—¿Te parece bien si empezamos quitándote ese yeso para obtener un


vistazo de cómo van esas heridas?

Afirmo, forzándome a mí mismo a reaccionar.

No puedo dejar de verla, pero tampoco quiero verla demasiado y hacerla


sentir mal.

—Lo que tú quieras está bien.


Ríe suavemente, girándose en su silla para que la siga hacia un consultorio
hecho de cristal en una esquina. Me mira fijamente por encima de su
hombro antes de adentrarse en él.

—Joseph me advirtió sobre ti. Si piensas que porque estoy así me dejaré
llevar por ese rostro y ese encanto texano, estás equivocado. —Le da unos
golpecitos a la camilla, girándose para tomar un par de tijeras de acero
inoxidable. Su voz es tan dulce que a penas le presto atención al regaño.
Me siento donde dice y extiendo mi yeso, apreciando la manera en la que
lo corta y libera mi brazo. Debe moverse sobre mí para alcanzarlo, pero lo
hace con tanta agilidad que solo puedo pensar en ella como un médico
convencional y sin discapacidades. Una vez libera mi brazo y ambos
contemplamos las horribles cicatrices que lo recorren, alza la vista hacia
mí—. No está tan mal. Todavía podrías tener una cita con una camisa
manga larga con tu esposa. —Le devuelvo la sonrisa dado que la suya es
tan brillante y esperanzadora—. Empezaré a moverlo y me dirás cuándo
duele, ¿está bien? —Asiento y lo rota. Al no recibir respuesta de mi parte
lo flexiona hacia arriba—. ¿Malcolm? —Lo deja caer—. Esto no va a
funcionar si no eres sincero conmigo. He pasado por lo mismo que tú. Sé
cuánto duele.

—Lo sé —murmuro—. Pero ya no duele.

Ya no siento nada.

Capítulo 15

—¿A qué te refieres con que no duele? —pregunta pausadamente, soltando


mi brazo. Una mirada cautelosa se ha adueñado de sus ojos color miel
mientras me observa. Su rostro está completamente enmarcado por sus
rizos rojos y largos, los cuales empiezan a la altura de sus orejas. Es como
una elfa—. ¿Podrías ser más específico, por favor?

—No duele lo suficiente como para decir que sea una molestia.
Me mira como si no comprendiera mi respuesta.

—Cualquier dolor es una molestia y está mal, Malcolm —susurra—. Si te


duele no tengas miedo de decirlo y mucho menos miedo de trabajar para
alejar ese dolor.

Me concentro en sus ojos marrones al sentir sus delgados dedos volver a


presionarse contra la piel de mi brazo, la cual se eriza bajo su toque a pesar
de mis músculos. Esto lo asocio al frío y al hecho de que no he recibido
ningún contacto físico real a parte de Casper y de Tanner desde que llegué.
Se suponía que Savannah cambiaría eso, pero no resultó. Me quedé con
ganas de sentir su toque y su piel sobre la mía.

Todavía no he decidido si estoy enojado o decepcionado de ella.

O si siento ambas cosas.


Eso es una injusticia, pero no puedo modificar la manera en la que me
siento.

Ella prometió que siempre me escogería a mí.


—Es mi trabajo tomar ese dolor por ti. —Flexiona mi brazo hacia arriba,
sus movimientos pausados y lentos mientras examina mi reacción a lo largo
del proceso—. Por favor, sé sincero. Del uno al diez, ¿cuánto te duele
cuando hago esto?

—¿Siete?

Grace pone los ojos en blanco, lo cual me saca una sonrisa.

—¿Entonces por qué me dijiste que no sentías nada la primera vez que lo
moví?

—Porque no sentía dolor en ese momento —contesto, siendo sincero.


Estaba demasiado ocupado sin poder creer que una persona como ella se
fuera a hacer cargo de mi caso. Es demasiado que procesar. Sé que el doctor
Callaghan es bueno, pero veo a Grace y quiero sacudirla para que me cuente
el secreto sobre cómo seguir adelante después de perder todo lo que eres—
. Si tu trabajo es alejar el dolor… eres buena en lo que haces.

Sus mejillas se sonrojan, pero su mirada permanece perspicaz y dulce.

—Si esa es la línea con la que convences a todas, tú también.


Río entre dientes.

—¿A todas? —Afirma—. Eso acabó para mí cuando convencí a mi esposa.


Llevo mucho tiempo fuera del rodeo, doctora Taylor. Soy un hombre fiel.

Ante la mención de Savannah sus ojos marrones se llenan de curiosidad.

—La vi cuando vino a visitarte. Pensó que era uno de los pacientes y
arrastró mi silla, pero cuando le aclaré que estaba bien sin su ayuda solo se
dio media vuelta y se fue. Creo que estaba avergonzada. Fue bastante dulce
de su parte, sin embargo. —Una expresión afligida inunda su rostro—. Es
una pena. Me habría gustado hablar con ella y preguntarle qué marca de
shampoo usa. Ese cabello negro y largo...

—Es impresionante —termino por ella y asiente.

—Tu esposa debería estar en un comercial de Pantene. Brilla demasiado.

No puedo quitarle la razón, pero Savannah es lo último en lo que quiero


pensar justo ahora, así que decido cambiar de tema. Tengo demasiadas
preguntas que hacerle y prefiero concentrarme en la doctora Taylor que en
mi vida privada.

—Eres un poco acosadora, ¿no es así? —pregunto, a lo que deja de rotar


mi brazo mutilado con cuidado, lo cual trae algunas muecas a mi rostro, y
me observa fijamente—. Eras la voz del parlante. Te reconocí antes de
entrar en el quirófano.

Grace ahora se ve prácticamente como un tomate.

—Sí —admite con un sonrojo—. Era yo. A veces me gusta evaluar a los
pacientes del complejo sean míos o no. Callaghan y yo solemos discutir
nuestros casos para hacer intercambios de opiniones. Tú eres uno del cual
constantemente hablamos. —Mira hacia sus piernas antes de volver a
enfocar sus ojos marrones en mí—. Las cámaras de seguridad son la mejor
manera de hacerlo en mi caso y es mucho más rápido para mí pasar de un
paciente a otro de esa manera. Lo siento mucho si te incomodé.

Al instante me siento como un idiota.

Sacudo mi cabeza.
Hablar con la doctora Taylor es como tener a la mano un arma de doble
filo. No quiero decir nada que la haga sentir mal porque no soy ese tipo de
hombre. No me gusta herir a las mujeres. Recordar esto me lleva a pensar
en Sav, lo que justamente estaba evitando, quién se fue prácticamente
llorando cuando impedí que entraran en mi habitación tras la partida de mi
hermanastro y de mi padre. Porque no me gusta ser el imbécil que las hace
llorar es que no le he dirigido la palabra a mi esposa, quién ya ha llorado lo
suficiente.

Estaba, estoy, tan enojado con ella por aliarse con mi hermano, el que no
solo es su ex, sino que también tiene la amarga costumbre de imponerme
lo que cree que es mejor o no para mí, e ir tras mis intereses a mis espaldas
que no sé qué habría podido decir al respecto, lo cual la habría lastimado.
Después de todo lo que ha hecho por mí y de lo que dejó de lado para
enfocarse en mi recuperación tras la lesión, no lo merece.

No merece estar en la posición en la que la he puesto.

Nadie.
—Lo siento. No quise llamarte acosadora. En realidad la primera vez que
me hablaste por los parlantes me hiciste sentir mejor y la segunda
técnicamente salvaste mi brazo, entonces no es como si me pudiera quejar
al respecto. Fue una suerte que me hablaras. —Mi pecho desciende con
alivio al ver una pequeña sonrisa adornando su rostro con un leve toque de
pecas, como si hubieran espolvoreado canela sobre él. Su nariz es pequeña
y graciosa y sus labios son gruesos, pero con forma de corazón. Es como
una muñeca—. Creo recordar que antes de entrar en quirófano mi hermano
mayor tuvo una actitud equivocada hacia tu discapacidad. Me disculpo por
eso. Es un idiota sin remedio.

Su mirada se suaviza en lugar de lucir enojada como pensé que lo haría.

Maldita sea.

Estoy en manos de un ángel.


—Tu hermano solo estaba preocupado por ti. Ver a una mujer en una silla
de ruedas no es precisamente la imagen que un cirujano está acostumbrado
a ofrecer. El mundo todavía está luchando por ser inclusivo y prefiero
cerrarle la boca a personas como él no dándole importancia a lo que dicen
o callándolos con algunos pequeños logros, pero gracias por disculparte en
su nombre aunque no era necesario. Después de que terminamos con la
cirugía él mismo lo hizo y le dije que no había ningún rencor.

—Que salves a tantas personas no es un pequeño logro, Grace. La manera


en la que me ayudaste está lejos de ser pequeña. Gracias a que estabas ahí
mi brazo se salvó.

Niega.

—No vayas tan rápido, Malcolm. Todavía debemos empezar la terapia y


ver cómo avanza todo a partir de allí. Lamento no poder ser del todo
optimista, pero has lesionado mucho tu extremidad y has tenido demasiadas
intervenciones en muy poco tiempo. —Mueve su silla hacia una nevera y
luego hacia una tetera. Suspiro al intuir lo que pretende, ya prácticamente
graduado en fisioterapia—. Haremos…

—¿Pruebas de frío y calor, por casualidad?

Afirma, un brillo divertido en su mirada.

—Recuéstate con tu brazo hacia mí y cierra los ojos. —Obedezco,


extendiéndolo en su dirección para facilitarle el trabajo. Su consultorio
huele a vainilla y hay un tranquilo y lento playlist sonando, por lo que no
puedo evitar relajare con todo el ambiente, lo cual incluye su voz—.
¿Supongo que ya sabes lo que debes hacer? —Asiento—. Bien.

Al instante siento un objeto punzante y metálico sobre mis dedos, pero no


percibo ninguna temperatura provenir de él. Eso me saca de juego porque
las anteriores veces no fue así, pero continúo adelante con la prueba e
intento no angustiarme al respecto.

—Tacto —pronuncio cada vez que lo siento, sin decirle si es frío o cálido.

Cuando terminamos me ordena abrir los ojos.

Lo hago y me siento de nuevo, esperando el veredicto con cierta


preocupación.

—Todo está bien. Iniciaremos con la rehabilitación mañana. Puedes ir hoy


en la tarde con tu psiquiatra y a partir de ahora tienes prohibido comer solo
en tu habitación. Confío en que lo que sucedió esta mañana en la cafetería
no volverá a repetirse. Casper irá a tu cuarto en un momento e inmovilizará
tu brazo de la forma adecuada —dice tomando su portafolio y haciendo
ciertas anotaciones en él. Cuando termina enfoca sus ojos miel en mí,
preguntándose por qué no me he ido—. ¿Sucede algo, Malcolm?

—No sentí frío o calor.

Sus labios se curvan.

—Eso es porque decidí dejar esa evaluación para otro momento y en su


lugar asegurarme de que no estés percibiendo estímulos que no están allí.
Eso me preocuparía más, pero si estás muy preocupado al respecto
podríamos hacer una prueba rápida. Estoy segura de que no eres del tipo
de paciente que miente, ¿no es así?

Trago.

—No mentiría en algo como esto, doctora Taylor.

—Bien. —Sin que la sonrisa se deshaga de su rostro, vuelve a tomar el


hielo y la taza con agua caliente. Cubre el hielo con un pañuelo y moja otro
con el agua. Me calmo al sentir ambas sensaciones. Al acabar se echa hacia
atrás y me contempla—. ¿Estás más tranquilo ahora? — Afirmo—. En ese
caso nos vemos mañana a las ocho, puntualmente.

Afirmo.

—Aquí estaré.

Finalmente me levanto. Antes de salir del consultorio giro el rostro hacia


ella para decirle algo más, pero en el proceso mis ojos se enfocan en una
fotografía de ella no solo de pie, sino en patines para patinaje sobre hielo
con un traje azul de lentejuelas y transparencias, su cabello recogido en un
moño. Está en una especie de competición y los flashes brillan alrededor
de ella. Una medalla de oro se encuentra guindada alrededor de su cuello y
físicamente al lado de la imagen. Intento apartar la mirada de ella para no
incomodarla al momento en el que me doy cuenta de que me le quedé
mirando, pero claramente se dio cuenta de ello. Cuando nuestros ojos se
cruzan un tenso momento de incomodidad llena el cuarto de cristal en el
que se refugia. Es la primera en romperlo con un suspiro y una invitación
a sentarme del lado del paciente junto a su escritorio.

—Al principio me sentía incómoda dando esta charla, pero tras atender a
varios pacientes me di cuenta de que el momento siempre venía y que mi
historia los motivaba, así que ahora lo hago a penas enfocan su atención en
esa foto. No te voy a mentir, el proceso fue difícil. La Grace Taylor
patinadora murió cuando me lesioné y la Doctora Taylor ocupó su puesto.
No somos la misma persona, Malcolm, y está bien convertirte en algo más.
Todos evolucionamos en base a lo que vivimos. Yo viví la pérdida de lo
que más amaba hacer. —Saca un álbum de fotos y me lo enseña. Me enseña
todas las fotos de ella patinando, haciendo giros sobre el hielo y con
medallas colgando de su cuello. Ambas versiones de ella, la patinadora y
la doctora, son impresionantes. Cuando termina alza su rostro hacia mí y
nuestras miradas se conectan de nuevo, lo cual se ve roto cuando saca un
montón de recortes de periódico del mismo cajón del que sacó su álbum.
Son noticias de medios amarillistas sobre su accidente y ni siquiera soy
capaz de leerlos. Con saber que la dejó en una silla de ruedas tengo
suficiente —. Empecé a patinar a los seis años porque una vecina nos
llevaba a mí y a su hija a hacerlo . A partir de los ocho empecé a ser
preparada como una atleta. A los trece ya traía premios a casa. Estuve a
punto de ir a las Olimpiadas y ser la patinadora más joven en traer una
medalla de Oro a casa. Nunca habrá nada que consuele la pérdida de algo
así, pero por fortuna los seres humanos somos capaces de amar más de una
vez en nuestra vida. Nos rompemos, pero también sanamos. Debes hacer
esto último por ti mismo. Por el viejo tú y por el nuevo. Estoy intrigada por
saber cómo será ese Malcolm. El viejo trajo dos Super Bowl a casa. El
nuevo debe estar a la altura y ser igual de impresionante —dice
extendiendo la mano y apretando la mía con suavidad—. Perdiste tu pasión,
pero encontrarás tu vocación. —Su mirada se vuelve determinada—. Te lo
prometo.

Por unos segundos ni siquiera puedo parpadear.

Perdiste tu pasión, pero encontrarás tu vocación.


Dicho por alguien que no esté pasando por la misma situación que yo se
escuchan como mentiras, pero dicho por alguien que sí se oye como
esperanza.

El problema es que no sé si esté listo para aceptarla.

Tampoco sé si esté listo para enterrar al viejo yo, el cual es el motivo por
el que estoy tan enojado con mi hermano y con mi esposa. Es como si me
vieran y escucharan, pero no me entendieran en lo absoluto o no lograran
acertar con respecto a lo que creo.

O simplemente como si no me vieran como su igual.


Y no es porque los tres tengamos puntos de vista diferentes o diferentes
maneras de pensar porque la doctora Taylor me acaba de decir lo mismo
que ellos y en ningún momento he sentido que intenta meter ideas en mi
cabeza a la fuerza, sino por algo más.

—Gracias por compartir tu historia conmigo, Grace. Fue un placer


conocerte. —Me levanto, sorprendido con la paz que estoy empezando a
sentir sin tener todavía la idea de por qué, pero no es nuevo—. Nos vemos
mañana a las ocho en punto.

Luciendo un poco confundida con mi reacción, se echa hacia atrás.

No dice nada, así que me acerco a la salida de nuevo.

Sus palabras hacen que me detenga.

—¿Eso es todo? ¿No tienes más preguntas? ¿No quieres saber más sobre
mí?

—¿Y forzarte a regresar a un momento doloroso de tu vida solo para


consolarme? —pregunto y no responde. Al igual que ella ha estado en mis
zapatos, yo he estado en los suyos y sé que a pesar de cualquier terapia y
cualquier idea de superación este ardor es algo que nunca se irá—. No,
gracias por todo otra vez. Hasta mañana.

—Hasta mañana, Malcolm —la escucho murmurar tras de mí.

*****

Cuando llego a la sala de rehabilitación de Casper para que inmovilice mi


brazo me encuentro con que este ha recogido todo su equipo, incluso su
tetera, y las ha apilado en una esquina. Mi ceño se frunce con confusión,
pero este se limita a hacer su trabajo siguiendo las órdenes de la doctora
Taylor y a meter mi brazo en un cabestrillo tras vendar y curar algunas
zonas estratégicamente como lo ha hecho desde el día uno de mi
intervención. Está tan enojado conmigo que no responde a mis intentos por
entablar una conversación cuando es la persona más comunicativa que he
conocido en mi vida, así que suspiro antes de preguntarle directamente qué
es lo que sucede.

—¿Por qué has apilado tus cosas? —le pregunto—. ¿Qué sucede?

Termina de vendar mi brazo para mirarme fijamente.

—¿Qué sucede? —pregunta, su rostro rojo por la ira—. ¿Todavía lo


preguntas?

—¿Nos mudamos de sala de rehabilitación? —pregunto y sus fosas nasales


se expanden. Mi ceño se frunce cuando toma el cordón de su pantalón y
empieza a desatar el nudo. Casper siempre me ha dado esa vibra gay, pero
no pensé que me deseara. Me levanto y empiezo a retroceder en dirección
a la puerta para decirle que no siento lo mismo que él e irme, pero me
detengo cuando lo veo sin él puesto, un par de calzoncillos largos con
estampado de bananas cubriendo su intimidad, más no lo que quiere
mostrarme. Cuando lo hace mis hombros se hunden—. Casper… —
susurro—. No tenía ni idea.

Sus piernas son prótesis.

Prótesis metálicas y robóticas que lo mantienen en pie y funcionando como


cualquier otro. Al igual que me sucedió con la doctora Taylor, la vergüenza
se apodera de mí, al igual que la manera en la que he estado atrapado en mí
mismo desde la lesión. No era un mal capitán de los Kings. En otro
momento me habría dado cuenta de la situación por la cual algún miembro
de mi equipo pasaba. Trago, sintiéndome mal por eso.

—El surf lo era todo. Me costó reponerme del accidente automovilístico


que no solo me costó dos piernas, sino también la vida de mi hermano
menor. El doctor Callaghan me dio un hogar. —Tras salir por completo de
su mono, camina hacia mí y lo hace a la perfección. Sus ojos verdes brillan
debido a la humedad—. Fue un procedimiento difícil para mí, Malcolm, y
aunque intento ser positivo tú me llevas de nuevo a esa oscuridad. Verte
tan deprimido me mata y verte lastimarte a ti mismo tanto cuando aún
tienes la posibilidad de mantener una pieza de ti contigo me hace querer
matarte. —Las lágrimas se deslizan por sus ojos—. Tienes un brazo malo,
¿y qué? Todavía tienes otro que te funciona por lo que vi hace unos días y,
más importante, tienes a tu hermano. No tienes ni idea de lo que mucho de
nosotros daríamos por estar en tu posición.
—Casper…

Niega.

—Lo siento, pero no puedo más con esto, Malcolm. Ahora tendrás otro
fisioterapeuta.

Se da la vuelta, empezando a recoger sus cosas.

—No quiero otro fisioterapeuta. —Tomo una honda bocanada de aire,


sabiendo que estoy sobrepasando los límites de la masculinidad por un
amigo—. Te quiero a ti. —Se gira hacia mí, sorbiendo por su nariz—.
Tienes razón con respecto a todo. Me he comportado como un idiota, pero
conocer a la doctora Taylor y luego verte a ti así ha sido como una patada
directa a mis testículos.
Todo va a cambiar a partir de ahora.

Se cruza de brazos, receloso.

—Demuéstralo.

Trago.

—Necesito un teléfono.

Su ceño se frunce, pero se arrodilla para meter la mano en el bolsillo de su


pantalón arrojado en el suelo y me tiende su iPhone. Son tantas las veces
que he visto su número alumbrar la pantalla de mi celular que me lo sé de
memoria. A pesar de cuán enojado sigo con él, el recuerdo de la mirada de
Casper al hablar de su hermano y de sus piernas vienen a mi mente.
También la condición de la doctora Taylor y de varios aquí. Sin importar
si ellos empezaron a vivir otra vida o no, lo importante es que no se
rindieron.

Aprendieron a vivir con ello.

—¿Quién demonios eres y cómo tienes mi número personal? Sea cual sea
la oferta de negocios que estás a punto de plantearme, tienes un minuto
para convencerme de no colgarte y enviarte directamente al infierno por
violar mi maldita privacidad.

Modifico un poco mi voz antes de contestar.


—Es una propuesta algo descabellada. No sé si seas el hombre adecuado
para esto.

—¿Descabellada en el sentido de que no generará ningún tipo de ingreso


para mí una vez invierta en ella o descabellada en el sentido de que nadie
más lo ha intentado antes?

—Un poco de ambas.

—Adiós.

Cuelga.

Riendo entre dientes, vuelvo a llamarlo.

Bloqueó el número de Casper, quién me contempla con las cejas arriba.

Intento por WhatsApp y responde al segundo timbre, pero hablo antes de


que me mande a la mierda.

—Soy Malcolm, Tanner, y si realmente te importo y realmente quieres


ayudarme conseguirás para mí al entrenador Dawson y a un equipo lo
suficientemente bueno como para entrenar mi brazo izquierdo para la
siguiente ronda de reclutamiento una vez termine con mi rehabilitación. —
Silencio es su única respuesta—. Sé que solo quisiste ayudarme a tu
manera, pero esa no es la que quiero. — Miro a Casper, cuya mirada brilla
con emoción—. Me ha tomado meses encontrar las palabras para decir esto
y tu visita fue sumamente importante para mí porque me hizo darme cuenta
de que era posible: quiero regresar al campo, quiero entrar a mi equipo de
ensueño, quiero ganar otro Super Bowl y quiero estar en el Salón de la
Fama. No quiero ser enterrado. Va a haber otro yo, pero tendremos la
misma pasión. Para eso necesito tu ayuda, hermano, y para eso necesito
entrenar mi otro brazo. —El silencio se extiende un poco más—. Por favor.
Eres el único que puede ayudarme.
Soy diestro. Solo necesito entrenarlo.

El silencio se extiende.

Cuando alejo mi teléfono de mi oreja y me preparo para colgar, escucho su


respuesta.

—Solo si aceptas el patrocinio de Reed Imports y que sea tu representante.


Mis labios se curvan.

—Hecho.

Cuando cuelgo tras explicarle un poco más mis deseos, Casper ya ha


desempacado su equipo y nos sirve a ambos dos tazas de té de manzanilla
y valeriana para calmar un poco las fuertes emociones que acabamos de
experimentar.

—Por cierto —dice mientras ambos contemplamos el atardecer en Sun


Valley desde una de las paredes de cristal—. Percibí cierta vibra mientras
hablamos y fue un poco incómodo. No es por ti, sino por mí. No soy gay y
no estoy enamorado de ti.

Lo miro, riendo.

—Yo tampoco estoy enamorado de ti, ni soy gay. Estoy felizmente casado.

—Bien. —Se acomoda mejor, todavía en calzoncillos y con sus prótesis


cruzadas. Todavía me sorprende la agilidad con la que la que las maneja—
. Porque eso habría hecho las cosas sumamente incómodas ya que de
ninguna manera habría dejado escapar el prestigio que me otorgará ser
parte del equipo que trajo a Malcolm Reed de vuelta.

Lo miro, sonriendo.

Hay una emoción que hace que sienta más pesado mi pecho.

—Estoy de vuelta —murmuro.

Afirma, sus ojos brillosos.

—Así es.
Capítulo 16

Después de pasar unas cuántas horas hablando con Casper sobre el plan
que está empezado a preparar para mi recuperación, fui a terapia con mi
psiquiatra y esta programó mis primeras terapias grupales para dentro de
un par de días, lo que me dejó un poco de tiempo extra durante la tarde que
usé para mejorar mi condición física trotando por el complejo. No era el
único que lo hacía. Me sorprendí al ver a varios otros pacientes intentando
mejorar su estado con entrenamiento al aire libre.

También cuando uno de ellos se acercó para pedir un autógrafo, seguido de


otros más.

No mencionaron mi lesión porque todos aquí adentro tenemos una pieza


rota o dos, así que no sentí la misma presión que al ser rodeado por mis
fanáticos fuera de estos muros.

—Buenos días, Grace —murmuro al llegar en la mañana a su consultorio.

Son las ocho en punto.

Desayuné a las siete para estar aquí justo a tiempo.

—Buenos días, Malcolm —responde a cambio, girándose en su silla para


ofrecerme una brillante sonrisa de dientes blancos. Su cabello rojo se
encuentra recogido en una hermosa trenza que adorna su cabello como si
de una corona se tratase. La reina de las hadas—. Llegaste a tiempo. Me
alegra que seas puntual. Significa que tu nivel de interés por sanar y salir
de aquí ha aumentado. — Su mirada se suaviza—. He estado pensando
mucho en tu caso y me gustaría hacer algo diferente a lo que he hecho antes.
No porque seas especial, sino porque la terapia al aire libre con todo lo que
tengo en mente para ti podría ayudar al tipo de paciente que eres. —Su
sonrisa se torna maliciosa—. Todo lo que le pedí a Callaghan ya debe estar
en el patio. Podemos empezar justo ahora.

Frunzo el ceño, pero en lo absoluto estoy molesto.

—¿Qué tipo de paciente soy?

Su nariz se arruga mientras encuentra la palabra adecuada.

—Dejé mi teléfono en mi habitación y por lo tanto no puedo usar Google


y encontrar un sinónimo de depresivo que no suene tan… depresivo. —Me
ofrece una especie de disculpa con los ojos que me resulta adorable—.
Tampoco recuerdo ninguno.

Sonrío, siguiéndola cuando empieza a dirigirse a la puerta.

Coloco mi mano sobre su silla de ruedas para ayudarla sin darme cuenta de
lo que estoy haciendo o sin que me moleste. Mi brazo sigue dentro del
cabestrillo sin ningún tipo de vendaje ya que Casper los retiró esta mañana,
pero puedo con el izquierdo. Grace es delgada y pequeña y aun si así no
fuera, la silla ayuda. No me molesta estar tras ella.

—No eres especial —repite girándose abruptamente, pero deteniéndose un


momento para mirarme con las cejas alzadas. Mi respiración se atasca ya
que por un instante pensé que me recriminaría el estarla ayudando, pero no
se ve enojada. Sus mejillas están rojas, pero no sabría decir la emoción que
lo causa. Si es ira o bochorno o algo más que no comprendo—. Serás mi
conejillo de indias, ¿entiendes lo que eso significa?

Me encojo de hombros.

—He sido cosas peores.

—No se me ocurre nada peor a dejar que alguien más use tu cuerpo con
fines insospechados —dice girándose de nuevo y noto que el extremo
central de sus cejas es levemente desordenado, pero no sé si es intencional
o si olvidó peinarlas temprano.

¿Las chicas hacen eso todos los días? ¿Peinar sus cejas?
¿Sav lo hace?
No se acomoda de nuevo y sus ojos exigen una explicación, así que se la
doy. Me detengo y tomo asiento en un banco de cemento cuando estamos
a unos metros de llegar al sitio en el que Casper nos espera con una cinta
de entrenamiento en la cabeza y algunas otras cosas que no tienen sentido,
como un bote con remos. Ya nos encontramos rodeados de la característica
naturaleza entre naranja y roja que está alrededor del complejo en Sun
Valley, por lo que el aire que entra en nuestros pulmones huele a otoño.

—Fui reclutado en la universidad para formar parte de los Kings. Desde


que era niño meta siempre fueron los Cowboys, pero nunca tuve una oferta
real por parte de ellos. No hasta mi última temporada. No sé qué tan al tanto
estás de las redes sociales y de la NFL, pero estaba jugando mi último
partido con los Kings antes de que terminara mi contrato para después
cambiar de equipo. Tras mi lesión no quisieron ofrecerme una renovación,
lo cual es lógico, y los Cowboys retiraron su oferta.

Sus ojos color miel se llenan de pena.

—Malcolm… lo siento mucho.

—Mi hermano siempre me aterrorizaba hablándome pestes de la industria


deportiva para que lo dejara y me uniera a él en su compañía. Él nunca
entendió que lo menos que tenía pensado para mi vida era estar sentado en
un traje junto a él viéndolo cumplir sus metas. Reed Imports son sus sueños.
El fútbol es el mío. Espero que a este punto lo haya entendido. —Desciendo
la vista hacia mis manos tras quitarme el cabestrillo. Mi brazo derecho se
encuentra lleno de cicatrices horribles, algunas rosadas, algunas ya blancas,
y viejos recuerdos de éxito—. Pero no puedo negar lo evidente y Tanner
no estaba tan equivocado. Sabía que sería desechado tras mi lesión, pero
no traicionado. Mi equipo estaba enojado conmigo por irme y me
abandonaron en el campo. Mi representante llegó a un acuerdo con los
Kings para mantenerme en una especie de limbo tras la caída en el que me
llenaban de esperanzas haciéndome creer que podría regresar si hacía lo
que ellos decían. Eso significó tres meses de fisioterapia que no estaba
destinada a sanar mi brazo, sino a darles más tiempo para que el plazo de
una cláusula pasara y no pudiera demandarlos por una recompensa aún
mayor a la que me dieron cuando mi contrato acabó unas semanas después.
Fueron tres meses en los que se burlaron de mí y me trataron como todo,
menos como el jugador estrella que les dio dos Super Bowl.

Grace parpadea hacia mí, auténtico enojo en sus ojos color miel.
—¿Por qué no los demandaste? Lo que te hicieron fue detestable e
inhumano.

—En un principio me dije a mí mismo que era por orgullo, pero la verdad
es que no quería ser enterrado. Tras un escándalo o una demanda de esa
magnitud ningún equipo me querría de regreso. —Mi mente va hacia
Savannah y Tanner y su fiesta de recaudación. Ni siquiera sé cuánto dinero
consiguieron, pero conociendo a mi hermano probablemente fue al menos
la mitad de lo que pudo sacarle a los Kings con sus abogados. De otra
manera seguiría proponiéndome ir a juicio—. Ya no importa.

Enterrado o no, me quieran o no, tengo planeado regresar.

No importa si debo empezar de cero en una liga menor.

Grace hace que alce la vista colocando sus dedos, los cuales se sienten
cálidos y suaves, por debajo de mi barbilla. Cuando la miro sus ojos están
llenos de convicción.

—Sí importa. Tú importas. No eres un objeto al que otra persona le pueda


asignar un destino, ya sea tu hermano, con buenas intenciones o no, o la
industria deportiva. Eres una persona, un ser humano, y mereces tomar tus
propias decisiones, que tu voz valga y que nadie juegue con tus sueños. —
Se echa hacia atrás, viéndose afligida—. Lamento haberte llamado
conejillo de indias. Ahora me siento muy mal. —Presiona juntos sus labios,
pensando, y luego de ello me ve con una mirada tímida y emocionada que
tiene un efecto extraño en mí—. ¿Me perdonas si te saco unas horas de
aquí? Tengo ese poder.

Arrugo la frente, volviendo a situarme tras ella para continuar con nuestro
camino hacia Casper, quién alza la mano para saludar e indicarnos que nos
acerquemos.

—¿Por qué querría irme de aquí? —pregunto inclinándome hacia abajo—.


Al día bebo más té que cualquier miembro de la realeza británica y las
almohadas son cómodas.

Grace alza el rostro para verme, lo que hace que la luz del sol impacte
directamente contra él y tenga que entrecerrar los ojos para que no le
moleste.

Sus pecas brillan, llamándome a notarlas.


—No olvidemos el extenso menú bajo en calorías.

Sonrío.

—O las visitas del doctor Callaghan todos los domingos.

Sin importar si sean sus pacientes o no, el doctor Callaghan ve


personalmente a cada uno de los internados en Sun Valley todos los
domingos. Salta de una habitación a otra con un cronómetro, recordándome
al Conejo Blanco de Alicia en el país de las maravillas. A veces es
malditamente incómodo ya que a falta de temas de los cuales hablar tras
decirle que todo va bien, el tipo se limita a ver fijamente al entrevistado y
su cronómetro.

La nariz de Grace se arruga al reír.

—Le he dicho que debe dejar de hacer eso, pero está convencido en que
ayuda a forjar un vínculo entre él y los pacientes. No eres el primero que
las menciona.

—¿No quiso decir que ayuda a forjar un vínculo entre él y lo perturbador?

Grace ríe de nuevo, esta vez más fuerte, y me contagia.

Cuando llegamos a Casper, este nos observa con el ceño fruncido.

—¿Se detuvieron a contar chistes? ¿Por eso los esperé diez minutos más
además de la hora que llevo aquí ya? —pregunta, evidente recriminación
en su voz.

—La espera valdrá la pena —le dice Grace y la tensión e los hombros de
Casper desaparece tras echarle un vistazo al lago tras él y luego a nosotros.

—Espero que sí.

*****

La terapia de Grace consiste en nosotros tres a bordo de un bote con remos.


Llevaba un atuendo deportivo bajo su bata y Casper se quitó la camisa,
animándome a mí a hacer lo mismo antes de inmovilizar mi brazo en un
cabestrillo protegido por una bolsa de plástico de nuevo. Ambos la
ayudamos a entrar en el bote y a situarse en el medio. Casper y yo
ocupamos los extremos para equilibrar el peso. Mientras remo con uno solo
de mis brazos, el izquierdo, y ellos lo hacen con ambos, Grace me explica
el por qué del entrenamiento que no hace más que recordarme que una de
mis extremidades es inútil por el momento. El agua salpica de vez en
cuando sobre nosotros y está tan fría que me estremezco, pero no niego que
se sienta bien hacer algo diferente.

—Cada vez que vas a efectuar el movimiento para remar le estás enviando
un impulso al brazo que no estás utilizando. En tu mente se siente como
frustración, pero la realidad es que tu sistema nervioso está enviando
algunas sustancias y corrientazos a la extremidad que nos pueden servir de
ayuda. También está el hecho de que no estás bajo la misma situación de
estrés, el cual es neurodegenerativo, que en el complejo. No estás pensando
en tu recuperación, sino en remar y en que necesitas usar tu otro brazo.
Simple.

Casper asiente, el sudor corriendo por su frente.

Es quién más trabajo está haciendo.

—La mente es poderosa, Malcolm. Te lo dije.

No recuerdo si me lo dijo, pero no lo corrijo.

Me limito a remar todo lo que puedo y a disfrutar de la sensación del sol


sobre mi piel.

De la calidez.
Cuando llegamos al otro extremo media hora después y nos disponemos a
darnos la vuelta para regresar al complejo, Casper nos sorprende sacando
un canasto de mimbre del bote. Esta contiene alimentos que tomó de la
cocina, dos botellas de vino y una manta sobre la cual dejamos a Grace y
luego nos sentamos nosotros. Al cargarla de esa manera descubro que hay
un poco de sensibilidad en sus piernas, puesto que lucha por mantenerse en
pie por sí misma. Sin importar las veces que se desplome, sigue
intentándolo como si Casper y yo no estuviéramos sujetándola. Como si no
le importase caer y levantarse frente a nosotros todas las veces que lo hace.

Supongo que al igual que me sucede a mí, es porque también estamos rotos.

No es lo mismo frente a las demás personas.

Los tres lo sabemos.


—¿Qué hiciste para convencer a la señora Mitchael de darte tanta comida?

Casper mueve sus cejas de manera insinuante.

—Un mago nunca revela sus trucos.

Mis labios se curvan.

—¿Así que te gustan las mujeres mayores? ¿Es eso?

Se encoje de hombros.

—Mi sexualidad es complicada de definir. No quiero ofenderte, pero un


tipo tan varonil y sencillo como tú no lo comprendería. —Dirige sus ojos
verdes a Grace, quién se encuentra sentada comiendo un sándwich. Tras
terminar de darle un bocado limpia las migajas de su boca. Su expresión
seria me revela que está a punto de contarle sobre nuestro plan—. Grace,
Malcolm y yo tenemos algo importante de que hablar contigo.

Grace me mira con el ceño fruncido, pero permanezco en silencio.

Casper es mejor con las palabras que yo.

—Tienes toda mi atención, Cas.

Casper me mira.

—Adelante.

—¿Adelante? ¿No ibas a hablar tú de ello?

Niega.

—No es mi asunto.

Gruño.

Era su asunto cuando ayer me comentaba toda la fama que tendría al ser el
responsable tras mi sanación. Después de que hace un gesto de insistencia
con la cabeza inclinada hacia a Grace, suspiro y paso una mano por mi
cabello antes de explicarlo todo. Grace me mira fijamente y con
expectación, sus manos ya con otro sándwich de atún.

—Ayer después de escuchar tu historia y de conocerte me di cuenta de que


me había quedado encerrado en mí mismo, compadeciéndome como si el
mundo hubiera terminado, pero no es así. No ha acabado. Te agradezco,
Grace, por ser quién me abriera los ojos. Tienes razón. Un nuevo yo debe
surgir de esto, pero no de la manera en la que crees. —Tomo una honda
bocanada de aire, consciente de sus ojos en mí. Pasaron de ilusionados y
felices, aliviados, a confundidos—. No puedo decirle adiós a mi pasión sin
haber agotado todos mis recursos para recuperarla antes. Sin haberlo
intentado antes. También tengo la sospecha de que, en mi caso, mi vocación
y mi pasión son lo mismo. Surgirá un nuevo yo, uno más experimentado y
centrado, pero me niego a permitir que la industria me pisotee. Pronto un
equipo bastante experimentado vendrá a ayudar.

El ceño de Grace se frunce.

—En Sun Valley tenemos a los mejores profesionales del mundo, Malcolm.

—Lo sé, pero no me refiero a eso —aclaro al evidenciar cierto tono


ofendido en su voz—. Me refiero a que empezaré a entrenar mi brazo
izquierdo para volver al fútbol. Soy diestro, pero nunca le había prestado
atención y carece de entrenamiento. Mi hermano ya consiguió que mi viejo
entrenador renunciara a los Kings por mí. Él vendrá a obrar el milagro,
junto contigo y Casper. Los necesito a los tres a bordo del barco.

La reacción de Grace no es la que esperaba.

Se echa hacia atrás como si le hubiera dicho una atrocidad.

—Eso no formaba parte del plan de tu recuperación, Malcolm. —Niega—


. Yo… tengo que comentarlo con Callaghan, pero no sé si sea posible que
lo lleves a cabo aquí.

Mi pecho se vuelve estático al escucharla, mi respiración conteniéndose.

—¿Por qué no? Creo que Callaghan estaría feliz si le doy el reconocimiento
al complejo.

—Sí, pero…

—¿Grace? —pregunta Casper, mirándola con el ceño fruncido—. ¿Pasa


algo?

Arrugo la frente ante la pregunta de mi fisioterapeuta.


Vuelvo a concentrarme en Grace y al hacerlo me doy cuenta de que se ve
afligida.

Realmente afligida, como si quisiera llorar.

O irse, pero su silla está del otro lado lado del lago y depende de nosotros
para regresar al bote.
Me concentro en su rostro y me estremezco al escucharla hablar.

—No se trata de si el doctor Callaghan o no está de acuerdo con esto. Se


trata de si yo estoy de acuerdo y en vista de que fui la única especialista
que votó porque te quedaras aquí, la decisión depende de mí y lo que creo
es que deberías sanar antes de volver a algo que podría hacerte derrumbar
de nuevo. A los doctores no nos pagan lo suficiente como para volver a
recoger tus trozos para siempre, Malcolm, o para presenciar cómo regresas
a las garras de las personas que tanto daño te hicieron, como me contaste.

Me tenso.

Casper, a mi lado, también lo hace.

—Grace, tu opinión no es muy… impersonal —dice Cas—. El hecho de


que tú y yo no hayamos podido volver a hacer lo que amábamos no
significa que vaya a suceder lo mismo con Malcolm. —Su tono de voz se
suaviza—. Estuve ahí cuando empezó a practicar con su otro brazo. Es
bueno. Tiene mucho potencial. Si estuviera en la secundaria ningún
reclutador dudaría a la hora de tomarlo a pesar de su falta de entrenamiento.
Tiene talento al que todavía le puede sacar provecho y ni tú ni yo podemos
interponernos en eso.

Un tenso silencio se apodera de nuestro picnic.

Lo rompo concentrándome en la Dra. Grace Taylor.

—Se supone que debo ser quién escoja mi propio destino, ¿no? Esto es lo
que quiero.

Los ojos de Grace parpadean hacia mí.

—Lo respeto, pero también debes respetar que no me siento lista para verte
desilusionado. Hablaré con Callaghan para que retome tu caso. Es lo
máximo que puedo hacer para ayudarte. Ver cómo te rompes más al
intentar ser lo que ellos quieren que seas… —Agacha la mirada—. No me
hagas ver eso, Malcolm. —Mira a Casper—. ¿Nos podemos ir ya? Debo
atender a otros pacientes y reunirme con Joseph.

Casper asiente, inclinándose para empezar a guardar las cosas.

Se tarda, así que paso mi brazo bueno por debajo de Grace tras deshacerme
de mi cabestrillo en contra de las indicaciones de mi traumatólogo, quién
me está rompiendo el corazón. No fuerzo mi brazo derecho porque
realmente no quiero arruinarlo, por lo que solo lo uso para estabilizar sus
rodillas mientras apoyo todo en el izquierdo. Escucho a Casper suspirar y
negar tras de mí ante los sonidos indignados de Grace, pero rápidamente lo
dejamos atrás. Ya en el bote dirijo mis manos a su cinturón y pongo sus
pies en huecos especiales para que se mantengan estabilizados en la base.

Al ascender la vista hacia ella, deslizo mi dedo sobre su piel ya que usa
shorts.

Mis ojos están en los suyos y los suyos están en los míos, pero ambos somos
conscientes de la manera en la que sus piernas temblaron bajo mi toque.

—Mírame a los ojos —le digo—. Y dime que no tomarías cualquier


oportunidad que se te presentara, por más loca o descabellada, de volver a
una pista de hielo.

Me observa largamente por un momento antes de negar.

—No si el precio es perder todo lo que tengo ahora. —Lleva su mirada


hacia el agua—. Lo entenderías si fueras capaz de dejarlo ir, pero todavía
no estás preparado… —Me ve de nuevo, su expresión triste—. Y a este
paso creo que nunca lo estarás, Malcolm. Morirás a causa de esto. Perseguir
un sueño está bien. Perseguir un sueño que te condena y no te corresponde,
que más bien parece una pesadilla, es una tortura.

Me enderezo, alejándome de ella y de su pesimismo.

—Prefiero morir persiguiendo lo que quiero y sin alcanzarlo a vivir sin dar
un solo paso en su dirección. Lo respeto si esa fue tu decisión, pero no es
la mía.

Sus ojos se llenan de lágrimas dado a que di en el clavo y ambos lo


sabemos, no soy tan estúpido como creen que soy, pero me siento tan
culpable debido a ello que no me quedo para ver sus lágrimas. Me levanto,
saliendo del bote para ir a ayudar a Casper.

¿Quién es el depresivo ahora?

Capítulo 17

GRACE
Empecé a patinar a los seis años.

Mi mejor amiga era mi vecina y su madre era una agradable mujer que nos
llevaba a ambas a patinar cuando el lago se congelaba en invierno y toda la
comunidad se reunía con sus hijos sobre el hielo para celebrar la llegada
del frío en lugar de maldecirlo. La señorita Evgenia era una patinadora
retirada. Su esposo, un abogado con un bufete multimillonario en la ciudad,
cubría con creces todas sus necesidades y las de su hija, pero estaba ausente
casi todo el tiempo porque Lake Plaid no era precisamente la fuente de sus
ingresos, así que su esposa tenía mucho tiempo libre para cuidar de
Danielle y de sus amigas. Nos hacía tardes de té. Arreglaba nuestras uñas.
Nos compraba vestidos. A esa edad nos enseñó algunos movimientos que
pude imitar tras varios intentos fallidos, pero que en mi pequeña amiga eran
tan naturales como en su madre a pesar de que a Danielle no le gustaba para
nada patinar y su expresión siempre era aburrida y enojada cada vez que su
madre la animaba a unirse a ella en el hielo.
Es gracioso.

A veces solo se habla de un don natural, pero no de cuántas caídas hay tras
una coreografía.

Cuánto dolor.

Cuántas lágrimas.
Yo no tenía talento en mis genes. Tanto mi madre como mi padre eran los
alcohólicos del condado y mi hermano mayor se fue de casa a los quince
para unirse a una banda de rock. Vivíamos gracias a la pensión de mi
abuela, quién era enfermera en su juventud y aprendió a coser a la edad de
setenta años solo para hacer mis trajes de competición. A excepción de ella
todos mis antepasados eran basura blanca. Ladrones. Estafadores.
Vividores. Los Taylor tenían una reputación y no era buena.

Yo hice mi propio talento a base de llanto y esfuerzo.

Yo hice mi propia reputación.


Cuando era niña solo quería ser como Danielle y Evegnia.

Quería estar limpia, como ellas, y quería ser igual de hermosa, así que
sangré.

Sangré tras intentar efectuar cada movimiento que hacían hasta que
finalmente un día logré dar un pequeño salto y estabilizarme después, lo
cual es una capacidad que todos deberíamos tener de manera innata. Eso
generó una sonrisa tan brillante en el rostro de la señorita Evegnia que
recuerdo haberla comparado con el resplandor del sol o de una estrella,
pero eso era lo que era. Una de las patinadoras más famosas de Rusia, la
cual se había retirado en el mejor momento de su carrera por Danielle,
quién rompía el corazón de su madre cada vez que rechazaba sus intentos
de hacerla seguir sus pasos.

Todos sabían la razón por la que la señorita Evegnia estaba aquí y no con
su esposo.

La escuela de patinaje de Lake Placid.


La mejor escuela de patinaje de los Estados Unidos.

La escuela de patinaje a la cual enviaría a Danielle ese año.


―Felicitaciones, printsessa ―dijo aplaudiendo, su cabello rubio casi
blanco agitándose debido a su deslizamiento sobre el hielo. Usaba un
abrigo largo del mismo color y un vestido rosa y ligero por debajo junto
con mallas. Danielle llevaba un conjunto similar, pero con una chaqueta
más corta y un enterizo rosado. Yo traía la ropa vieja de su hija, la cual me
había regalado y era igual de bonita que la que llevaban: un abrigo con
flores naranjas y un enterizo amarillo. A Danielle no le gustaban esos
colores, pero yo los amaba―. ¿Qué tal si intentamos algo un poco más
difícil ahora? ―preguntó Evegnia sujetando mis manos, sin mirar a su hija.
Esta había hecho un berrinche porque quería regresar a casa a penas
pusimos un pie sobre el hielo. Su madre complacía todos sus caprichos y
le permitía hacer de todo menos mostrarse indispuesta para patinar. Afirmé,
consciente de que Danielle echaba esporádicos vistazos hacia nosotras
desde el sitio en el que estaba jugado con la nieve―. Este es un Salchow
―dijo tras soltar mis manos y hacer un hermoso salto que me mantuvo con
la boca abierta.

Rotaba sus caderas, haciéndolo lucir simple, y elevaba sus piernas antes de
saltar en espiral y caer.

Su sonrisa seguía allí.

La señorita Evegnia siempre sonreía y mi yo niña pensaba que era por el


patinaje, que el patinaje sobre hielo tenía ese poder, ya que yo también
sonreía como tonta al estar en mis patines.

Los viejos patines de Danielle.


―¿Lo viste? ―pregunto al detenerse frente a mí, su expresión emocionada.
Asentí―. ¿Puedes repetirlo para mí? Así podré ver en qué fallaste y
ayudarte a hacerlo perfecto.

―Claro que sí, señorita Evegnia ―canturreé antes de empezar a mover mis
brazos y piernas hacia un lugar lo suficientemente amplio y vacío como
para intentarlo.

Aullé con dolor cada vez que aterricé en el suelo, pero seguí levantándome
al sentir los ojos de Evegnia sobre mí. Ilusionados. Esperanzados. Ella
quería enseñarme y yo quería aprender, pero habían muchos factores en mi
contra. Mi estómago rugía porque tenía hambre ya que mi madre no se
había despertado para prepararme el desayuno esa mañana, ni el almuerzo,
y mi abuela se había ido unos días a Sun Valley para visitar a un viejo
amigo con el que solía trabajar. Me había rogado que la acompañara, pero
preferí quedarme patinando con Danielle y Evegnia. También estaban las
miradas de Danielle, las cuales cada vez se volvían más enojadas, y mi
miedo a molestarla. Necesitaba ser su amiga.

Necesitaba ser su amiga más que nada.

Las necesitaba.
―Suficiente ―dijo Evegnia cuando me caí de nuevo, esta vez raspando la
tela de mi pantalón y mis rodillas. Se deslizó en el suelo hasta terminar
frente a mí y me animó a verla fijamente a los ojos, los suyos azules y
hermosos, no marrones como los míos, y apartó un mechón de cabello de
mi rostro de manera maternal―. Eres una niña muy hermosa y buena,
Grace, pero quizás el patinaje no es para ti. Hay muchas otras cosas que
puedes hacer. ―Pensó por un momento―. ¿Quizás hornear galletas?
Podemos hacerlas juntas en casa después de que compremos un atuendo
nuevo y cure esos raspones. ―Quería seguir patinando, quería seguir
intentándolo hasta lograrlo porque sabía que si me esforzaba lo suficiente
quizás podría lograrlo y lucir tan limpia y hermosa como ella y Danielle,
pero no podía decirle que no a la señorita Evegnia. Asentí y sus ojos se
achicaron con felicidad―. Bien. ―Me ayudó a levantarme y empezamos
a patinar hacia la salida―. Vamos a… ¿Danielle? ―preguntó,
esperanzada, y alcé la vista del hielo al sentir su mano soltarme. Vi a mi
amiga deslizarse sobre el hielo y efectuar el salto que yo había estado
intentando hacer no una, sino cuatro y hasta cinco veces. Mis ojos se
llenaron de lágrimas―. Eso es, cariño, ¡sé que el talento de mami está en
ti! ―Evegnia me miró antes de ir hacia ella, su expresión flaqueando al
notar la humedad en mis mejillas―. Grace, lo siento mucho, pero Danielle
casi nunca está tan entusiasmada,
¿podrías esperar en el auto o en las gradas? Necesito concentrarme en mi
hija y no puedo hacerlo cuando estoy tan preocupada porque te caigas.
―Mi garganta se cierra. Afirmo―. Te prometo que luego iremos a hornear
esas galletas.

Se da la vuelta sin esperar una respuesta.

Pero yo seguí de pie sobre el hielo, incapaz de moverme o de dejar de ver


el talento que tenían y yo no.
*****

No horneamos galletas ese día.

Danielle complació tanto a su madre que decidieron quedarse hasta tarde


en la pista y luego ir a cenar juntas, a lo que no estaba invitada. Me enviaron
con su chófer de regreso a casa. Esta era un lugar lindo cuando la abuela
estaba sana y podía cuidar de mí, pero cuando no era un sitio solitario y
oscuro. Cansada de eso y enojada por Evegnia y Danielle, hice todo lo que
la abuela haría para intentar sentirme mejor ya que había subido a la
habitación de mis padres y estos no se encontraban.

No era buena patinando, pero logré hacerme una cena mientras lloraba
porque solo había frijoles fríos.

No era buena patinando, pero abrí el gas para encender la chimenea y…

Olvidé que lo había hecho.

*****

Mis padres no solían golpearme, solo ignorar que existía, pero esa noche lo
hicieron.

El sheriff los llamó después de que el departamento de bomberos controlara


el escape de gas de nuestra casa. Un vecino había pasado frente a ella y
había captado el olor. Cuando los Taylor llegaron encontraron a una
pequeña niña con raspones en las rodillas y en las manos y el cuerpo
temblando con miedo debido a que el agente oficial le había dicho que pudo
haber muerto, pero no se les ocurrió agradecer que siguiera con vida. Solo
pensaron en la posibilidad de que el gobierno les anulara la pensión que
recibían y mantenía a toda la familia. Por suerte para el padre el sheriff era
un amigo de la infancia y no levantó cargos por negligencia, pero el terror
de quedarse sin dinero seguía latente y cada golpe que me dieron con el
cinturón fue en base a ello. Cuando terminaron sentía la espalda arder y ya
me había quedado sin lágrimas. Solo permanecía con el rostro presionado
contra el colchón de mi cama y agradecía el hecho de haber escondido mis
patines de hielo bajo mi cama.

―No importa cuánto te juntes con la zorra rusa de Adam y su hija, eres una
Taylor ―siseo mamá desde el umbral de la puerta después de que papá se
fuera. Su cabello rojo era corto y desordenado y sus ojos marrones estaban
inyectados en sangre. Trabajaba en la misma gasolinera en la que compraba
cerveza. En la misma en la que conoció a papá cuando trabajaba manejando
un camión. Ella siempre olía a la mezcla de alcohol y gasolina, la cual me
hacía querer vomitar―. Y los Taylor nunca ganamos, así que acostúmbrate
a ver esta habitación como tu hogar por los siguientes sesenta años. No
saldrás de aquí, Grace, porque me cuesta creer que haya tenido algo mejor
que yo.

Mis manos se cerraron en puños al oírla.

Yo no quería vivir así para siempre.


Después de que se fue, tomé el cordón que unía mis dos patines y me dirigí
a mi ventana.

Yo no quería la oscuridad.

Quería patinar.

*****

Después de ese día Danielle dejó de invitarme a pasar tiempo con ella. Cada
vez que fui a su casa la ama de llaves me dijo que estaba ocupada o que no
se encontraba. Dejé de intentarlo cuando un día la vi jugar en el patio
trasero con otra niña del vecindario después de que me dijeran que estaba
en clases de patinaje, pero no dejé de ir al lago. Pasé tardes enteras ahí
después de la escuela por lo que duró el invierno. Esperaba un grupo de
jóvenes o de niños conocidos que también fueran allí para no perderme o
llamar la atención y hacía lo mismo al regresar. Practiqué el Shalow por
semanas hasta que un día sucedió. Elevaba mi pierna y esperaba caerme
como todas las otras veces tras agarrar impulso y girar. Ya cerraba los ojos,
preparada para el impacto, cuando me sentí volar por unos segundos y
luego aterrizar. Me estabilicé torpemente sobre el hielo y giré el rostro de
un lado a otro buscando alguien con quién celebrar. Tras sonreír a todas las
personas que pasaban junto a mí, quiénes aplaudían porque ya me
conocían, decidí repetirlo y repetirlo hasta que mi cabeza empezó a sentirse
mareada.

Miré hacia el cielo, agradeciendo.

No solo pude hacer un Shalow, ya podía hacerlo.


―¿Grace? ―preguntó una voz conocida tras de mí, a lo que me giré para
ver a la señorita Evegnia.

Acababa de llegar a la pista de hielo y usaba su abrigo favorito, el largo y


blanco. Por debajo de este traía un hermoso atuendo azul con lentejuelas
que resaltaba sus ojos. Uno de sus atuendos de competición. Sus mirada se
alumbró al confirmar que era yo quién estaba frente a ella. Su cabello estaba
recogido, pero algunos mechones escapaban de él. Era tan hermosa que a
penas podía aguantar verla, lo cual aumentaba cuando se deslizaba por el
hielo. Me encogí al tenerla frente a mí.

No sabía si ella, al igual que Danielle, ya no me quería.

―¿Has estado patinando sin mí? ―Asentí―. ¿Has aprendido algo?


―Volví a afirmar, pero no sabía si mostrárselo ya que el que me enseñara
cosas fue lo que hizo que Danielle se enojara conmigo―.
¿Puedes mostrarme? ―preguntó de manera más suave, casi suplicante, y
ladeé la cabeza.

―¿Danielle no se enojará?

La mirada de la señorita Evegnia se tornó triste ante mi pregunta.

―Danielle a veces es mala con las demás personas porque solo piensa en
ella, aunque no es su intención. Su carácter es como el de su padre y he
intentado hacer que sea más amable, pero el ejemplo que tiene en casa no
es bueno. Adam la malcría mucho y no se da cuenta de que el que nuestra
hija sea como él no es una bendición en todos los sentidos ya que a veces
hace que se aleje de buenas amigas como tú, así que no te sientas mal por
brillar, Grace. Danielle también brilla a su manera y tú no la haces sentir
mal por eso. Ella es la que se lo pierde. Además, no está aquí. Se fue con
su padre a Nueva York y no creo que regrese pronto. ―Se detuvo y señaló
el hielo―. Enséñame. Dudosa, empecé a patinar hacia el centro del espacio
que tenía disponible.
Quería enseñarle lo mejor de mí a la señorita Evegnia, así que moví mis
brazos como algunas chicas de la escuela de patinaje que venían aquí lo
hacían antes de intentar mi salto sobre el hielo con la mejor energía posible.
Mi corazón se paralizó cuando caí en vez de lograrlo como lo había hecho
tantas veces por la mañana y le ofrecí una mirada suplicante por una
segunda oportunidad, pero ella negó. Empecé a sentir ganas de llorar que
no se detuvieron incluso cuando se situó frente a mí.

Me tendió su mano.

―Creo en ti y sé que ya lo has logrado antes, pero puedo enseñarte un par


de trucos para que no pierdas la técnica. Lograr un salto es simple. Lo
complicado es lograrlo varias veces, printsessa, y aún más lograrlo frente
a millones de personas esperando que falles o los enorgullezcas, pero el
secreto es que solo debe preocuparte no fallarte a ti y enorgullecerte a ti
misma, a nadie más.

Sin dudarlo ni una sola vez, la tomé y atesoré cada pequeña lección que me
dio como un tesoro.

*****

La señorita Evegnia pasó casi dos semanas entrenando conmigo todas las
tardes.

Me enseñó saltos, transiciones, a patinar con gracia y a frenar de la manera


adecuada.

Me dedicó tanto tiempo que empecé a preocuparme por Danielle, por su


reacción cuando se diera cuenta de que había tomado prestada a su madre,
pero una tarde la señorita Evegnia compró chocolate caliente para nosotras
tras patinar y se sentó conmigo en las bancas alrededor del lago. Su
expresión había sido triste y desolada desde que llegamos, todo lo contrario
a lo que solía ser siempre. Me moría por preguntarle qué le sucedía, pero
no quería ser una chismosa.

Tampoco fue necesario que le preguntara.

―Danielle ha decidido quedarse en New York con su padre. No está


interesada en el patinaje. Dijo que el patinaje era tonto y que el único futuro
de una patinadora era conseguir un hombre con dinero luego de que se
acabaran las medallas. Una niña pequeña no piensa esas cosas, ¿sabes?
Debió haberlas escuchado de alguien. De mi suegra, quizás. ―Tomó un
cigarro de su abrigo y lo encendió con dedos temblorosos. Hizo una honda
calada y lo apagó contra la nieve cuando empecé a toser―. Oh, lo siento,
printsessa. Eres tan callada y dedicada que a veces olvido que eres de la
edad de mi hija. ―Se cruzó de piernas, sus ojos en los míos―. Eso no es
todo lo que queda para una patinadora después de las medallas. He
rechazado cientos de propuestas alrededor del mundo para entrenar a las
mejores patinadoras. Incluso podría abrir mi propia escuela en Rusia si
quisiera. Si de hombres ricos se tratara, Adam es un pez muy pequeñito al
lado de los tiburones que me rondaban. Tuvimos una familia porque me
enamoré, ¿pero es el amor el único camino, Grace? ¿Es el que siempre debe
ser elegido? ―Sus ojos azules se cerraron con fuerza entre sí―. Ahora lo
cuestiono, pero la sola idea de abandonar a mi esposo y a mi hija me quema
por dentro. Es por eso que debo regresar con ellos. ―Tragué y su mirada
se volvió triste. Ya todo estaba mejor en casa, la abuela volvió, ¿pero con
quién patinaría? ¿Quién me enseñaría? ¿Quién sería mi ejemplo? ¿Cómo
ganaría una medalla? Como si leyera todas estas preguntas en mi rostro,
Evegnia sonrió. Le hice una seña a su chófer y guardaespaldas y este nos
trajo una caja cuadrada y blanca que a penas cabía en su brazo y colocó
entre nosotras―. Es para ti. ―Me animó a desatar el lazo, lo cual hice con
entusiasmo―. Es todo lo que compré para Danielle para que siguiera mis
pasos. Ella no lo quiere y ya no quiero obligarla, así que ahora es tuyo.

Miré hacia los patines y la decena de trajes sin poder creerlo.

Eran tan hermosos.

―Gracias ―susurré dejando un hermoso par de patines blancos en la caja


antes de abrazarla.

Evegnia me devolvió el abrazo con fuerza.

Me hizo mirarla colocando una mano bajo mi barbilla.

Sus ojos azules estaban llenos de lágrimas.

―Hice que Adam hiciera una donación importante a la escuela de patinaje


de Lake Placid para que admitieran a Danielle. Con eso quedaba pago su
entrenamiento hasta cumplir los dieciocho. Le he dicho a la directiva que
alguien más, una niña pelirroja y pecosa, ocuparía su lugar. Dile a tu abuela
que estarán esperando por ti a las ocho mañana. ―Se levantó tras tomar la
caja y me ofreció su mano, la cual tomé. Me miró mientras caminábamos
hacia su elegante auto. Ya en su interior me mostró todo lo que me obsequió
con cariño. Cuando llegamos a mi casa hizo que su guardaespaldas me
acompañara hasta la entrada. Ella también se bajó nosotros y me abrazó
una última vez antes de irse, sujetándome con fuerza―. Si yo pude salir de
Yakutsk, la ciudad más fría de Rusia, tú saldrás de aquí. Prométemelo.

Escondí mi rostro en el hueco entre su hombro y su cuello.

―Lo prometo, señorita Evegnia.


Capítulo 18

GRACE
Nunca recibí apoyo de mis padres.

No lo necesité.

A los diez años mi abuela se cansó de ellos, de su abuso hacia ambas, y


ganó mi custodia en la corte de New York al comprobar que ninguno de
los dos tenía posibilidades o intenciones de mantenerme o criarme. Desde
entonces nuestra vida mejoró. Estábamos enfocadas en el patinaje y en mi
educación. Sus pequeños ojos marrones se colmaban de arrugas y de
felicidad cada vez que me veía sobre la pista de hielo. Ni siquiera tengo
palabras para describir la emoción en ellos cada vez que traía una medalla
a casa. Los niños son crueles y mi recibimiento no fue el mejor cuando se
dieron cuenta de que sería yo quién ocuparía el lugar de Danielle, quienes
todas esperaban que fuera una promesa del patinaje y trajera una infinidad
de premios a USA, pero el tiempo se encargó de hacerlos cambiar de
opinión.

El tiempo y mi dedicación.

No fue fácil.
Mis extremidades eran más cortas que las de la mayoría de las niñas con
las que entrenaba, quiénes eran altas y esbeltas por naturaleza propia
mientras que tanto mi madre como mi abuela eran mujeres regordetas.
Tampoco tenía el dinero para tener los mismos entrenadores y el mismo
equipo que ellas. Hasta la llegada de los patrocinadores solo podíamos
costear un par de patines al año.

Los jueces se daban cuenta de ello.

―Buena suerte, Grace ―dijo Corinne Winter, mi competencia en las


nacionales a la edad de trece años después de salir de la pista de hielo con
los brazos repletos de rosas y de osos de felpa del público. Ella había
entrenado conmigo en Lake Placid algunas veces, así que nos conocíamos.
También me había defendido de algunas chicas mayores. Me tendió una de
las flores que llevaba y la tomé con profundo agradecimiento―. No dejes
que te intimiden. Saldremos de aquí con una medalla.

Le sonreí.

―¿Eso crees?

―Claro que sí.

Corinne tenía la piel blanca y un cabello negro extremadamente lacio. Sus


ojos azules me recordaban a la señorita Evegnia. Mi sueño era ser como
ella y tomarme unos segundos para recogerlos por mí misma tras una
coreografía perfecta. Nos llevábamos dos años de diferencia, ella siendo
dos años mayor que yo, y no debería sentir ningún sentimiento negativo
hacia su persona porque la abuela me había criado diciéndome que eso era
malo, pero no podía evitarlo. Mientras mis atuendos estaban hechos de los
retazos baratos en la tienda, los suyos provenían de las manos de los
mejores diseñadores. Mi abuela hacía un buen trabajo arreglándolos, pero
no era una costurera profesional. Algunos hilos se notaban. Algunas
costuras quedaban chuecas. Aún así los amaba y portaba con orgullo,
considerándolos los más hermosos del planeta entero porque los había
hecho la persona que más quería en él. El problema venía cuando descubría
que los otros no lo veían igual.

Me llenaba de enojo que fueran tan estúpidos.

Tan crueles.
―Buena suerte, chica de los retazos ―dijo la odiosa niña que venía
después de mí, Amber, a quién siempre recuerdo por sus dos coletas rubias
y por la manera en la que sus padres dejaron de invertir en su carrera como
patinadora de hielo una vez quedó de última en su primera competencia.

Mis ojos picaron antes sus palabras y su madre le dio un golpecito ligero
en la cabeza para que se callara a pesar de que ella misma y su entrenadora
luchaban por contener una risa. Me sacó la lengua y no pude resistir el
impulso de sacársela de nuevo, a lo que mi entrenadora, la señora Claire,
quién estaba algo inconforme conmigo la mitad del tiempo porque le
prometieron entrenar a la hija de una campeona mundial y en su lugar le
dieron a la hija de dos alcohólicos, tomo mis hombros e hizo que me girara
hacia ella. Su cabello negro estaba apretado en un moño en la cima de su
cabeza. Era la persona más alta que alguna vez había conocido, así que no
podía evitar lucir como un pequeño nomo en comparación. Yo y el resto
de la población.

Al igual que Evegnia, era una patinadora retirada.

Ambas habían ido juntas a las Olimpiadas y a través de Claire esta se había
puesto en comunicación con la Escuela de patinaje de Lake Placid. A pesar
de que se pasaba la mitad del tiempo regañándome por todo, fuera o dentro
de la pista de hielo, era una de las mejores entrenadoras de Estados Unidos.
Me estremecí cuando tomó la rosa que Corinne me había dado, pero no me
sorprendí cuando la hizo añicos apretándola en su mano enguantada. La
destruyó como si no sintiera sus espinas.

―Este es tu debut como patinadora. La primera impresión que generes en


los jueces será la que quedará dentro de sus mentes para siempre. No
tendrás otra oportunidad para generar una nueva primera impresión de
nuevo, Grace. Es ahora cuando les cierras la boca y les enseñas que no solo
eres la mejor patinadora de la división, sino también una buena niña. No
solo se trata de patinar bien, Grace Taylor, sino de hacer que te amen.
Debes enamorarlos. ―Su expresión se suavizó por primera vez desde que
nos conocimos. ―. Tu abuela y tú se han esforzado mucho durante estos
años. No sabes todo lo que tuve que hacer para que la Escuela te enviara a
representarlos. Hemos trabajado mucho en esto. No lo arruines. ―Se
endereza, sus ojos nuevamente duros y exigentes. Se cruza de brazos y alza
la barbilla hacia el hielo―. Sal ahí y demuéstrales a todos que no perdí mi
tiempo, pecosa.

Tomé una profunda inhalación.

Desde dónde estaba podía ver a mi abuela esperándome en el banquillo de


las puntuaciones. Al notar que estaba mirándola alzó la mano y me arrojó
un beso, el cual atajé y presioné contra mi corazón.

―Sí, señorita Claire ―murmuré antes de poner un pie sobre el hielo.

Otra cosa que siempre recordaré es la voz de locución del evento al decir
mi nombre en una competencia por primera vez, al igual que la sensación
de sentir miles de pares de ojos sobre mí. Me sentí intimidada, pero una
emoción eufórica se abrió paso a través de mi cuerpo.

Era como haber comido demasiados caramelos y demasiada azúcar ese día.
―Ahora y patinando por primera vez en una competencia nacional, demos
la bienvenida con un fuerte aplauso a Grace Taylor ―dijo el hombre, el
cual fue seguido por la voz de una mujer.

―Grace tiene trece años y hará su debut para nosotros con el Vals de las
flores de Tchaikovsky. Su abuela está aquí el día de hoy para apoyarla.
―Pusieron a la abuela en una pantalla mientras me preparaba y sonreí antes
de cerrar mis ojos y buscar mi posición inicial―. Son sumamente
adorables.

―Así es, Suzanne, ¡es una niña muy tierna!

―La pregunta, Charles, es si tiene lo necesario para ser una campeona.

Mis manos se apretaron en puños y mi nariz se arrugó, claro que lo tenía,


pero la tensión de mi cuerpo desapareció cuando empecé a escuchar la
melodía de mi coreografía. La señorita Claire no solo había practicado
patinaje sobre hielo mientras crecía. También había complementado su
instrucción con clases intensas de ballet, lo cual había aplicado en mí. El
Vals de las flores de Tchaikovsky formaba parte de la obra del Cascanueces
y me la había aprendido sin patines antes de pasar al hielo. Mi traje tenía
retazos que simulaban ser una falda de pétalos. Una vez empecé a girar
sobre el hielo siguiendo los compasees del inicio, nada me detuvo.
Ralentizaba y volvía más rápido mi ritmo dependiendo de la música. Todo
consistía en giros y deslizamientos mientras extendía mis brazos y los
flexionaba.

Luego la música se volvió más rápida y empecé a dar pequeños saltos.

Primero los Salchows, los cuales eran mi fuerte y siempre me hacían sonreír
al recordar a la señorita Evegnia, y luego los bucles. Una vez los jueces
comprobaron que podía hacerlos con la técnica perfecta, hice algunas
transiciones y movimientos de ballet que estaban grabados en mi mente
con fuego. No me tambaleé. No quité la sonrisa de mi rostro en ningún
momento. Quería una medalla dorada, pero mi verdadero premio era ver
cómo el público estaba embelesado conmigo.

No podían apartar sus ojos de mí.

Me sentía limpia y adorada.


Hermosa.
Los mismos movimientos de las mejores escuelas de ballet en el mundo
durante sus recitales eran llevados a cabo por mis brazos gracias a la
instrucción de la señorita Claire. Ante el sonido de las campanadas en la
música empecé a acelerar mi rutina para prepararme para los Axel, dónde
realmente ellos se enfocarían. Para este salto tenía que apoyar todo mi peso
en el filo externo del pie con el que no iba a aterrizar e inclinarme hacia
adelante para agarrar impulso. La patinadora más joven en hacerlo en
nuestro país tras el salto de Tonya Hardin había tenido 14 y estaba
compitiendo conmigo: Corinne.

Esta era mi oportunidad.


La señorita Claire tenía razón.

En lo que diferíamos era que mientras ella buscaba que agradara a los
jueces, cosa que yo sabía que nunca lograría ya que estaba acostumbrada y
resignada a que la reputación de mis padres me persiguiera por siempre, yo
quería algo con que suplantar que lo primero que dijeran al verme fuera
que mi madre les había hecho una obscenidad a cambio de alcohol ya que
había perdido su trabajo en la gasolinera. Más que medallas, lo que más
quería en el fondo de mi corazón era que me amaran.

No era la niña pelirroja hija de una pareja de doctores o abogados de


renombre.

El encanto de mis coreografías se acababa cuando buscaban en mi historial


familiar.

Eso estaba a punto de cambiar.

A penas me impulsé y di tres giros y medio en el aire, o rodé mil doscientos


sesenta grados con los bazos apretados contra mi pecho con fuerza para
lograrlo, lo supe. Lo sentí. Se consolidó cuando caí sobre el hielo y sin
importar que no hubiera nadie aquí apoyándome además de mi abuela y mi
instructora, a medias, no trastabillé y las personas se levantaron para
aplaudir que una niña de trece años hubiera logrado un salto que muchos
no pudieron perfeccionar de esa manera por siglos ya que el primer Axel
se llevó a cabo en 1882 por un patinador noruego en Viena, Axel Paulsen,
y no fue hasta 1989 que la primera mujer, una japonesa llamada Midori Ito,
lo llevó a cabo en un campeonato mundial. Una vez me recuperé del salto
lo repetí tres veces más para dejar en claro que no había sido suerte, la voz
de la señorita Evegnia dentro de mi mente recordándome que lo importante
no era demostrar que podías efectuar un salto varias veces, sino demostrar
que tenías la capacidad de hacerlos cuando quisieras. Una vez empecé a
sentir que me mareaba, me detuve y empecé a hacer transiciones para
recuperar el aliento. Transiciones en las que me fijé en el rostro del público.

Todos me amaban.
Giré e hice saltos simples antes de detenerme frente a todos ellos, quiénes
me aplaudían. Ni siquiera sabía si estaba siguiendo el ritmo de la música
debido al sonido de sus aplausos y vítores, pero no me interesaba. Seguí
moviéndome con emoción hasta terminar mi rutina con los brazos
extendidos hacia arriba y una sonrisa. Sentía mis ojos llenos de lágrimas,
pero me negué a dejarlas caer.

Cumplí mi sueño tomando algunas de las flores que arrojaron en mi


dirección antes de alcanzar la salida, deslizándome sobre el hielo e
inclinándome hacia abajo para tomarlas.

No tenía ningún oso de felpa con mi nombre todavía.

Cuando los ojos de Amber se enfocaron en los míos al cruzarnos, ya no


eran tan maliciosos.

―Buena suerte, Amber ―le dije antes de dirigirme a Claire y a la abuela.

Claire me miró como si no supiera qué decir cuando me detuve frente a


ella. Sabía que lo había hecho bien y sabía que ella lo sabía también, pero
también sabía que aunque ganara no me lo diría. Estaba bien con eso. Esto
era solo una competencia nacional de categoría junior. Las verdaderas
nacionales ocurrirían cuando cumpliera quince años y empezaríamos a
trabajar por un puesto en las Olimpiadas.

Esto era solo el inicio.

Mi entrenadora simplemente se agachó para quitarme los patines.

―Quita esa sonrisa de tu rostro, Grace ―dijo, pero podía escuchar la


emoción en su voz, la cual bajó antes de seguir hablando―. Te dije que no
estabas preparada para el triple Axel y no me hiciste caso ―murmuró en
mi oído mientras caminábamos en dirección a mi abuela para oír mi puntaje
final― . Eso lo pagarás durante tu entrenamiento de mañana. ―Se
enderezó junto a mí cuando me senté al lado de mi abuela―. Ya que
empezaré a entrenarte para un cuádruple. ―La miré, mis ojos
esperanzados, pero ella solo miraba hacia el frente. No pude contenerme.
Tras abrazar a mi abuela, me puse de pie sobre el banquillo y la abracé, lo
que la hizo gruñir. Si lograr un triple Axel era una hazaña, un cuádruple era
casi imposible―. Vuelve a tu puesto, niña ―dijo, pero me dio dos
palmaditas sobre el brazo que me dijeron más que cualquier cosa que
pudiera salir de sus labios.

El solo hecho de que no estuviera gritándome o llorando porque


desperdició siete años de su vida entrenando a alguien sin futuro decía más
que mil palabras: la había hecho sentir orgullosa. ―Felicidades, pequeñita
―dijo la abuela sacando algo de su abrigo.

Las lágrimas que no derramé sobre el hielo se deslizaron por mis mejillas
al ver lo que tenía para mí.

Un pequeño oso de felpa hecho de retazos, con mi nombre bordado sobre


un corazón.

―Gracias, abuela ―murmuré, abrazándola y abrazándolo contra mí.

La señorita Claire se regodeaba de no tener sentimientos, pero creo haberla


escuchado sorber por la nariz. No lo sabría decir con precisión porque justo
en ese momento sonó el pitido que indicaba que estaban a punto de dar mi
puntuación: la combinación de los puntos obtenidos a raíz de los detalles
técnicos y de la presentación. Esta vez solo la voz del hombre, Charles, se
hizo eco en mis oídos.

―Grace Taylor, concursante número cuarenta y ocho, ha obtenido una


puntuación de ciento cincuenta y siete puntos en el programa senior de las
nacionales de patinaje artístico sobre hielo a celebrarse en New York
―dijo, ante lo que mi rostro se giró hacia el de la señorita Claire porque no
había oído el puntaje de Corinne o de ninguna otra concursante en los
vestidores y no sabía lo que significaba eso. Las otras chicas se agrupaban
alrededor de las pantallas y no me dejaban ver o estar lo suficientemente
cerca como para escuchar―. Lo que la posiciona a la edad de trece años en
el primer puesto de una competencia nacional ―dijo, haciendo que mi
corazón se detuviera dentro de mi pecho.
Le había ganado a Corinne.

Había destronado a una reina en mi primera competencia nacional.

La única que quedaba por presentarse era Amber, pero todos sabían que no
superaría mi puntaje. No entrenaba como Corinne o como yo. A veces ni
siquiera asistía a sus prácticas. Su presencia aquí solo era capricho de sus
padres. Una vez Claire procesó la información, se inclinó sobre mí.

―Este es solo el comienzo, pecosa.

*****

Tras recibir una medalla de oro en una competencia nacional y haber


establecido un récord mundial deberías sentir solo felicidad, pero ese no
fue mi caso. Estaba extasiada. Tanto mis manos como las comisuras de mis
labios no dejaban de temblar debido a mi emoción y a lo fuerte que sonreía.
Estar junto a Corinne durante la premiación se había sentido irreal. Una de
las chicas de mi edad a las cuales quería parecerme se encontraba junto a
mí. Las dos nos sonreímos entre sí cuando vino el sujeto con nuestras
medallas. Nos hicieron patinar con las manos entrelazadas para las cámaras
y lo hicimos riendo. Fue como vivir un sueño del cual no quería despertar,
pero tenía que hacerlo.

Debía entrenar.

Debía prepararme para la siguiente competencia.

Para la próxima medalla.


Con la pieza dorada envolviendo mi cuello, bajé hacia los camerinos por
mis cosas. La señorita Claire, la abuela y yo iríamos a comer a un bonito
restaurante con un hombre con sombrero que se había acercado a nosotras
mientras esperábamos que la presentación de Amber terminara. Las otras
competidoras y sus madres me miraban como si lo hiciera por primera vez.
Algunas se acercaron a saludar. Les devolví el saludo, emocionada ante la
idea de finalmente hacer nuevas amigas, pero lo hice rápidamente debido
a que tenía que apresurarme porque debía unirme a mi cena de celebración.

Estaba yéndome con mi mochila de los vestuarios cuando me crucé con


Corinne, quién salía de su camerino en compañía de su madre. Esta última
me miró de reojo antes de apresurar el paso. Los ojos de mi compañera de
competición se encontraban inyectados en sangre y llenos de lágrimas
cuando se enfocaron en los míos. No entendía por qué lloraba. Había una
medalla de plata, un color más bonito que el dorado, colgando de su cuello.
Sus deseos se habían cumplido. Ambas teníamos una.

―¿Corinne? ―pregunté, quería ayudarla―. ¿Por qué lloras? ¿Te


lastimaste?

Hace unos minutos estábamos deslizándonos por el hielo con enormes


sonrisas.

Su respuesta fue empujarme con fuerza de su camino.

Caí en el suelo, frente a todas, y escuché a algunas niñas riendo, pero a


otras jadear con sorpresa.

―Crees que eres especial porque tienes esa brillante medalla colgando de
tu cuello, pero no eres más bonita o talentosa que yo. Solo ganaste porque
pensé que no tendría competencia aquí, así que ni siquiera me esforcé en
prepararme. Pero ese será un error que no volveré a cometer, al igual que
caer en tu triste historia de niña alcohólica ―dijo―. Nos vemos en las
nacionales en dos años. Disfruta de la corona por el tiempo que dure sobre
tu cabeza. Te aseguro que vendrá alguien que no vuela a cerveza y te la
quitará.

Tragué, mis ojos llenos de lágrimas, y no hice más que contemplar a mi


vieja compañera irse.

Su mensaje había sido claro.

Le había quitado un título y pronto estaríamos compitiendo por otro, así


que éramos rivales.

¿Por qué debía ser así?

No soy una escritora súper famosa y mucho menos alguien digno de un


Nobel, pero este capítulo en especial es uno de mis favoritos a lo largo
de todo el tiempo que llevo escribiendo (ya son más de diez años) ya
que muestra cómo la sociedad y la presión social puede influir en el
destino de una persona o varias. Este dato no tiene ninguna relevancia,
que sea mi favorito, pero solo quería mencionarlo porque realmente
me conmovió el inicio de la historia de Grace y Corinne. Me recordó
mucho a Pauline y Savannah "peleando" por Tanner, a cómo a veces
podemos considerar a una de nosotras solo como nuestro rival y no
como una persona.

También recuerden que esto es Impostores y que cada línea que escribo
es una especie de experimento social hecho hacia ustedes.

Juzguen a Sav todo lo que quieran.

Juzguen a Malcolm.

Juzguen a Tanner.

Juzguen a Pauline.

Solo el hecho de juzgar las hace


impostoras.
Las quiero!

Capítulo 19

GRACE

El oro atrae más oro.

Conservé el título de campeona nacional de la liga junior de patinaje sobre


hielo hasta los dieciséis, edad en la que decidí retirarme de ella para
concentrarme del todo en el siguiente título de mi carrera. Corinne no
volvió a participar en ella después de perderlo, enfocándose por completo
en la liga nacional en general. Tan pronto me lo permitió el reglamento, a
la edad de quince años, me uní a ella.

No gané el primer puesto durante mi primer año, ni durante el segundo.

Tuve que conformarme con la medalla de plata por dos años seguidos.

No se sintió tan mal recibirla porque de todas formas los puntos que iba
reuniendo para representar a mi país en las Olimpiadas en un futuro estaban
ahí y siempre perdía contra Corinne por décimas, pero tanto mis
patrocinadores como mi entrenadora, la señorita Claire, esperaban más de
mí. Mucho más. Esperaban excelencia. Esperaban ver oro dorado colgado
alrededor de mi cuello. Esperaban que todo el dinero y toda la dedicación
que habían puesto en mí diera grandes, maduros y jugosos frutos.

Frutos de oro.

―Lo harás bien, Grace ―dijo la abuela mientras le daba algunas puntadas
finales a mi traje. Lo había preparado una famosa diseñadora de trajes de
patinadoras de hielo, pero aún así no había quedado tan ajustado como
quería en la espalda―. Estaré orgullosa de ti sea cual sea el resultado este
año. ―Me giré para verla tras escucharla cortar el hielo. A pesar de que
había llevado una vida tranquila y sin hacerle daño a nadie, su hija y su
esposo la habían desgastado con preocupaciones y eso se evidenciaba en
cada una de sus arrugas. También había empezado a tener problemas con
el corazón y los pulmones que solo empeoraban con los días. La mayor
parte de mi dinero estaba destinado a sus médicos y medicina. No me
molestaba en lo absoluto―. Y aunque no lo diga, Claire también.

Sonrío.

―La señorita Claire quiere que lleve a Lake Placid una medalla de oro.

Estábamos en New York de nuevo, no muy lejos de casa, y la señorita


Claire no dejaba de meterse en problemas y de alardear de mí ante las otras
entrenadoras. Corinne era mi contrincante y viceversa, todo el mundo lo
sabía, y por ende nuestros entrenadores estaban en una especie de guerra
también. No era lo más sano, ni lo que quería, pero ya me había rendidos
con respecto a intentar hacer del mundo un sitio más amble. Con que yo lo
fuera estaba aportando un grano de arena más que suficiente.

Esperaba.

―No necesitas llevar a Lake Placid ninguna medalla de oro ―dijo la


abuela tras toser, una enorme bufanda verde cubriendo su cuello―. Solo
necesitas hacer lo que más amas y ya, Grace. Cuando dejes de sentir ese
fuego en tu pecho y de oír ese cántico de sirena que te llama a la pista de
hielo, se acabó. ―Tomó mis manos, apretándolas. Oí mi nombre siendo
llamado a través de los parlantes para retirarme de los vestidores y
acercarme a la pista. Le sonreí, asintiendo, y ella me devolvió la sonrisa de
una manera que casi hizo desaparecer sus ojos―. Tú no debes estar
agradecida con el patinaje. El patinaje debe estar agradecido contigo
porque lo hiciste un deporte más hermoso al decidir practicarlo.

Mis mejillas se sonrojaron y la abracé antes de acudir al llamado a la pista.

La abuela me estaría esperando en el banco de las puntuaciones, como


siempre.

Ya junto al hielo, esperé a que la participante que siempre iba antes de mí,
Corinne, terminara con su rutina lírica antes de que viniera mi turno. Este
año era importante para nosotras porque cada vez las chicas que enviaban
a representar a su país a las Olimpiadas eran más jóvenes y expertas, así
que podíamos ser reclutadas en cualquier momento. La medalla que se
repartiría entre nosotras el día de hoy definirá quién las dos empezaría a ser
preparada, aunque se rumoraba que podríamos ir ambas.

Esa última posibilidad era con la que soñaba.

Tanto Corinne como yo merecíamos un puesto en los próximos juegos


Olímpicos a celebrarse en Londres, ciudad que quería que la abuela
conociera conmigo. El traje de mi contrincante era azul oscuro y traía
mangas separadas de este que solo se unían con su escote cruzado y con su
falda a través de tiras colgando de sus brazos. Corinne y yo ya no éramos
niñas, sino adolescentes, y mientras ella había crecido alta y esbelta, yo era
pequeña y delgada por todo el ejercicio y comida sana.

Ella parecía una princesa mientras patinaba.

Yo una ninfa o eso decían.

―Pecosa ―dijo una conocida voz a mis espaldas, haciendo que alejara mis
ojos de la técnica impecable y limpia de Corinne para que enfocase mis
ojos en los suyos marrones, estrictos y severos―. Tengo una información
que darte antes de que salgas ahí. Algo que debería callarme para mí, pero
quizás te de la emoción que necesitas para hacer de tu coreografía algo
mucho más emotivo y especial. Darte una motivación extra. ―Mi
respiración se atascó al pensar en lo que podría ser, en la única cosa que
haría que la señorita Claire se emocionara tanto, y no lo pude creer―.
Acabo de recibir una llamada muy importante. ―Trago―. Si tu puntaje de
hoy iguala al de Corinne como ha venido sucediendo, serás enviada a las
Olimpiadas en su lugar ya que tus títulos durante este año suman más
puntos que los suyos, lo cual fue un error de su equipo. Debieron haberla
hecho participar en la categoría junior también o alguna otra competición.
―Mis manos empiezan a temblar, sin poder creerlo―. Las cosas están
cambiando y al parecer a la asociación les emociona la idea de enviar a una
candidata que ha tenido que luchar tanto fuera como dentro de la pista para
resaltar. Solo tienes que hacerlo tan bien como lo haz venido haciendo,
Grace. Solo una sola vez más y tendrás más que un título nacional o
mundial. Serás una leyenda para nuestro país a los dieciséis, para siempre.

Una leyenda.

Una leyenda era más a lo que de niña podía aspirar.

Era lo que menos las personas de Lake Placid esperaban de una Taylor.

―¿Qué hay de Corinne? ―susurré tras procesar la felicidad que sus


palabras me generaron.

Corinne había sido mi rival durante estos años, pero también alguien de
quién había aprendido mucho.

Sabía que para ella era igual.

Sabía que detrás de la niña que me empujó, se encontraba una madre que
la presionaba demasiado.

Sé que detrás de la chica malvada en la que hacen parecer que se convirtió


está la que me regaló una de sus rosas. Lo sé porque la he visto hacer lo
mismo con otras competidoras más jóvenes mientras su madre y su
entrenadora no están observando. Le tendí a mi entrenadora mi oso de
felpa, el cual abrazaba antes de todas mis competiciones, y bebí un pequeño
sorbo de agua de la cantimplora que me ofrece. Claire era como si fuera mi
segunda madre. Sabía que la noticia que me dio me secaría la garganta, así
que la había traído consigo. Por el rabillo del ojo noté cómo Corinne
terminó con su rutina alzando los brazos y dando las gracias al púbico, una
gran sonrisa en su rostro.

No se había equivocado ni una sola vez.

Su rutina había sido impecable.


―Quizás vaya o asista como tu suplente, pero la asociación se enfocará en
apoyarte más a ti tanto mediática como deportivamente. No pongas esa
cara, Grace ―dice esto último colocando una mano debajo de mi barbilla
y alzándola―. No es como si te lo hubieran regalado. Haz luchado por él
y tu puntaje, si haces esto bien, es mayor al suyo. Mereces esto, niña, las
personas que han creído en ti y tú.

Pero también me eligieron porque representaba un beneficio para la imagen


de alguien.

Corinne sufrió lo mismo que solían hacerme por ser una Taylor, pero al
revés.

Y eso estaba mal.

―¿Qué pasa si pierdo? ¿Si quedo en segundo lugar? ―susurro, viéndola


salir y regalarle una rosa a una de las competidoras que se había caído
durante su rutina, la cual se hallaba llorando―. ¿Qué pasa si nuestros
títulos se igualan?

Corinne tenía cinco medallas de oro y una de plata ese año.

Yo tenía seis medallas de oro.

―Grace ―advirtió, sus fosas nasales expandidas, pero ya era demasiado


tarde como para que me hiciera cambiar de opinión―. Grace, no vayas a
hacer nada que nos perjudique ―susurró, su mano en la mía, antes de que
me adentrara en el hielo ante el sonido de mi nombre salir por los parlantes
del estadio que estábamos ocupando en el centro de la ciudad de los
rascacielos.

Mis ojos se cruzaron con los de Corinne mientras me deslizaba por el hielo
para ocupar mi posición inicial y saludaba a todas las personas en las
butacas, algunos de ellos sosteniendo carteles con mi nombre. Eran
ciudadanos de Lake Placid que habían seguido mi carrera de cerca, amigos
de la abuela. Su ex jefe, el doctor Joseph Carson, estaba aquí con su familia.
Era unos años menor que ella, pero había sido uno de los médicos para los
que más le había gustado trabajar cuando aún lo hacía.

Corinne lo había hecho perfecto, pero la expresión de su rostro me decía


que ya le habían dado la noticia de que a pesar de que las probabilidades
de que las dos fuéramos a Londres eran altas, yo era la competidora oficial
por nuestro país. Mi pecho se expandió al tomar una honda bocanada de
aire antes de obligarme a mí misma a concentrarme en mi rutina. Mi
vestuario en esta ocasión era sencillo, una malla y una falda negra. La
magia estaba en la camisa que uno de los chicos de preparación del evento
dejó para mí en el centro del hielo, la cual me puse. Seis jueces se
encontraban ante mí listos para evaluarme y detectar cualquier error o
detalle que no les pareciera, pero hice lo que hacía siempre e ignoré sus
presencias después de dedicarles una pequeña sonrisa con la que les hacía
saber que nadie, ni nada, me robaría la euforia que sentía al estar sobre el
hielo ya que no solo se trataba de si ganaba medallas o premios o no, sino
de lo feliz y plena que me sentía al deslizarme sobe el hielo.

Todo sería más fácil si en lugar de ir paso a paso, simplemente nos


deslizáramos.

Empecé mi rutina, In This Shirt de The Irrepressibles, ascendiendo y


bajando mis brazos antes de girar.

I am lost in a rainbow

Now our rainbow is gone

Overcast by your shadow

As our worlds move on

Ante el sonido de la letra y de la música de fondo empecé a hacer giros. No


eran saltos, pero eran transiciones y movimientos que serían evaluados.
Danza sobre el invierno debajo de mis patines. Cerré los ojos por un
momento y permití que mis extremidades me guiaran, que me llevaran a
dónde quisieran, y los abrí cuando ya me tocaba deslizarme hacia el otro
extremo de la pista agachándome y rozando el hielo con mis manos como
si de un mar congelado se tratara.

But in this shirt, I can be you

To be near you for a while

Mientras patinaba y me preparaba para mi primer salto mis ojos se cruzaron


con los de Corinne. Su madre se encontraba gritándole. A pesar de que no
estaba lo suficiente cerca para oír lo que le decía, me lo imaginaba. Su
puntaje había sido uno de los más altos de la historia del patinaje y se
encontraba en la posición número uno de nuevo, pero aún así su progenitora
consideraba que no era suficiente.

Corinne lloraba.

Cerré mis ojos de nuevo, negándome a recordar mi propia relación con mi


madre en uno de los momentos más felices de mi vida, e hice mi primer
salto doble. Aterricé a la perfección sobre la hoja de mis patines y eso
originó que el público me aclamara. Me negué a ver hacia el sitio en el que
Corinne se encontraba con su madre y continué con mi rutina. Logré todos
mis objetivos e imitar la coreografía que habíamos estado ensayando por
meses a la perfección. Mis transiciones fueron perfectas. Mi rostro debía
emanar la paz que sentía en mi interior mientras me movía. La dicha. El
amor hacia el patinaje.

El amor hacia la vida.

Hacia mi abuela.

Hacia la señorita Claire y la señora Evegnia.

Hacia mis compañeras.

Of you and me, ever changing, moving on now, moving fast.

Giré con una pierna elevada de forma recta en aire antes de inclinarme y
hacerlo de esa manera para después volver a levantarme y sostener con mis
dos manos la hoja de uno de mis patines. Tras hacer este movimiento
empecé a deslizarme para prepararme para mi último salto, mi primer Axel
cuádruple en una competición. Tras tomar impulso me aseguré de mantener
un control sobre mi peso. Estar en el aire se sintió tan bien como siempre:
como si hubieran alas tras mi espalda. Posicioné mis pies para aterrizar una
vez dejé de vencer la gravedad con la final de terminar con mi rutina, pero
a último momento estos se rebelaron.

I am lost.

I am lost.

In our rainbow.

Now our rainbow has gone.

Y me caí.
Capítulo 20

GRACE

La preparación para las Olimpiadas se llevó a cabo en Lake Placid, así que
pude quedarme en mi hogar mientras entrenaba como nunca antes para
traer el máximo premio que un atleta puede llevar a casa. Corinne, a
diferencia de mí, se quedaba con su madre en el único hotel lujoso del
condado. Esto lo sé porque antes de viajar a Londres ambas participamos
en varias ruedas de prensa en su salón de eventos. Éramos las favoritas de
muchas niñas, jóvenes y mujeres que dedicaban parte de su tiempo libre
siguiendo nuestras carreras ya que el patinaje no solo era un deporte a la
vista de todos.

Era arte.

Era ver a una chica volviéndose hada, princesa o lo que quisiera sobre el
hielo.

Era magia.

Y dentro de la magia el programa de chicas por alguna razón recibía más


atención que el de hombres o parejas, así que todos las cámaras siempre se
encontraban apuntando hacia nosotras. Los mejores diseñadores del país,
incluso diseñadores que no tenían ninguna prenda deportiva, se ponían en
contacto con nuestro equipo para vestirnos fuera y dentro de la alfombra.
Teníamos tantos patrocinadores que la abuela y yo pudimos abrir un gran
fondo para mi universidad y su jubilación, lo cual empezaría cuando
hubiera acabado con el patinaje. Todavía no concebía mi mundo sin él, pero
era buena con la escuela en casa. Una de los mejores promedios de New
York en el sistema.

Con eso y mis méritos deportivos cualquier universidad me querría.

Ni siquiera podía imaginar cómo sería si traía el oro a casa.

La Ivy League pasaría a ser solo una opción.

Con respecto a lo que quería estudiar, aún no lo sabía.


Quizás buscaría ser enfermera como la abuela.

Claire todavía estaba enojada conmigo por no haber ganado las nacionales,
pero estábamos tan enfocadas en mi rutina para Londres que no teníamos
ni siquiera tiempo para discutir al respecto. El tema era como un gran
elefante invisible entre nosotras que ambas pasábamos por alto ya que no
solo se trataba de mi rutina, sino de muchas otras cosas. De la nada tomé
clases de cómo actuar en público y ser extra educada y correcta a la hora
de responder las preguntas de la prensa. Cortaron mi cabello y me hicieron
algunos reflejos para que luciera más vivo. Tuve pruebas de maquillaje, de
vestuario y de patines porque pasé de tener un solo par de patines para todo
el año a recibir siete cajas en un día.

En un día malo.

―No puedo creerlo ―murmuré, emocionada, cuando el día de ir a Londres


llegó.

La madre de Corinne se encontraba lejos y la tensión entre nosotras se había


desvanecido por completo cuando nos anunciaron que ambas, por igual,
iríamos a representar a nuestro país. Las dos teníamos el mismo número de
medallas de oro y de plata, así que lo más justo era que nos consideraran a
ambas de la misma manera. Desde entonces Corinne iba abiertamente en
contra de su madre dirigiéndome la palabra. Habíamos pasado de ser las
peores rivales a las mejores amigas porque solo ella entendía mi emoción,
la situación por la que estaba pasando, y viceversa.

Justo en ese momento estábamos a punto de abordar un avión privado.

Ambas traíamos mochilas sobre nuestra espalda que nos habían obsequiado
nuestros patrocinadores, conjuntos deportivos y el cabello recogido. Una
vez empezamos a subir los escalones tras mi abuela y su madre, giró su
rostro hacia mí y sonrió de oreja a oreja con las mejillas rojas por el frío ya
que estábamos en invierno. Tanto su entrenadora como la mía se
encontraban discutiendo tras nosotras sobre nuestras rutinas. Antes solían
odiarse de manera irremediable, pero ahora al menos ganaban algo de dicho
odio tomando en cuenta los detallas que la otra notaba y le sacaba en cara
sobre las rutinas a modo de burla, aplicándolos y resolviendo fallas cuando
no se encontraba mirando.
―Esto solo es el principio, Grace ―dijo, oyéndose emocionada―. El
principio de nuestros sueños.

Le creí.

Le creí no solo por lo estupendo que fue el vuelo privado que su madre
consiguió, sino por el recibimiento que tuvimos en el aeropuerto de
Londres. Nevaba, pero no se sentía como si la nieve cayera sobre nosotras.
Se sentía como polvo de hada y se sentía como si estuviéramos atrapadas
en una hermosa historia. No éramos las únicas atletas que acaban de llegar,
pero la directiva de la delegación de los Estados Unidos se las había
arreglado para hacer que sus atletas se sintieran especiales con globos,
pancartas y papelillo dorado que caía sobre nuestras ropas. Ya instaladas
en el hotel, pasamos el resto de los días previos a la competencia
practicando tanto dentro como fuera de la pista de hielo.

Las otras competidoras a penas nos echaron un vistazo. Mientras en casa


éramos notadas, aquí solo éramos unas más del montón o mucho menos
que eso. Tanto Corinne como yo estábamos acostumbradas a estar en la
mira de todos o figurando entre las favoritas, pero en Londres estábamos
lejos de serlo. Rusia. Italia. Suiza. Todos los países tenían competidoras
que parecían princesas y patinaban como si hubieran nacido solo para eso.
Aunque debí sentirme intimidada al respecto, que es lo que la madre de
Corinne y nuestras entrenadoras querían que sintiéramos, no pude evitar
estar más cómoda sabiendo que la atención y el agobio de la prensa estaba
enfocado en las demás patinadoras. Me confería algo de libertad para
concentrarme en el patinaje y a Corinne también.

A un día de la competencia mi coreografía era perfecta.

Lo vi en el rostro de Claire y de todos los presentes durante el


entrenamiento una vez acabé.

Mi entrenadora, quién no me había dirigido la palabra desde que perdí


nuevamente en las nacionales, se acercó a mí mientras estaba quitándome
los patines y se arrodilló frente a mí.

―Me costó perdonarte por la caída intencional de las nacionales, pero


acabo de hacerlo. ―Retira un mechón de cabello de mi frente―. Porque
sin importar si ganas esa medalla o no, después de lo que acabo de ver
nunca más me atreveré si quiera a pensar que desperdicié un solo minuto
de estos diez años contigo. Cuando te vi deslizarte con tus torpes pies sobre
el hielo la primera vez nunca me habría imaginado que te convertirías en la
favorita de un país entero, pero ahora no solo eres la favorita de millones
de personas. Eres mi favorita y he visto a miles de patinadoras a lo largo
de toda mi carrera. Ninguna de ellas me ha hecho sentir lo que sentí hoy
cuando te vi sobre el hielo, lo cual incluye a esas niñas rusas y europeas
que parecen sacadas del molde de la patinadora sobre hielo perfecta.

―Estás diciendo… ¿que no soy perfecta?

Negó.

―No, no eres perfecta. ―Mi garganta se cerró. Lo sabía, pero esperaba


que el no ser perfecta no fuera un problema aquí como lo había sido en
casa. A veces tener talento no era suficiente―. Eres única. Eres el tipo de
patinadora que solo se ve una vez cada milenio porque aunque no tenías
los pies, tienes el corazón y esa fortaleza fue tan grande que te hiciste a ti
misma invencible e inigualable. Si el jurado no es capaz de verlo mañana
en el programa, es porque están ciegos.

La abracé.

―Gracias, señorita Claire.

Me devolvió el abrazo antes de alejarme manteniendo sus manos en mis


hombros.

―Corinne está aquí. Son iguales. Ya no se trata de dónde provienes o quién


eres. Las dos tienen los mismos recursos y están tras el mismo objetivo. No
vayas a dejar ir esta oportunidad por nada ni por nadie. Te lo ganaste
―dijo―. Ambas nos lo ganamos. Nunca pude ganar una medalla de oro
olímpica y esta es mi oportunidad para hacerlo… a través de ti, Grace.
Cualquiera diría que te estoy usando para cumplir ese sueño frustrado, pero
la verdad quiero esto para ti más de lo que lo quería para mí misma.

Sonreí.

―Lo lograremos.

Se levantó.

―Así es, pecosa. ―Me tendió su mano―. Ahora vayamos a celebrar.


Después de aceptar su mano nos dirigimos con la abuela a uno de los
restaurantes más bonitos a los que puedo recordar haber ido, los cuales
gracias a la cantidad de competencias en las que había participado dentro y
fuera de los Estados Unidos eran muchos. Corinne y su madre también
estuvieron ahí con su entrenadora, pero la expresión en el rostro de mi
compañera no era la mejor. Me acerqué a ella mientras su horrible madre y
nuestras entrenadoras charlaban con nuestros patrocinantes. Sus labios se
curvaron sutilmente hacia arriba cuando me notó deslizándome en la silla
vacía junto a ella.

―¿Todo está bien?

Empezó a asentir, pero luego ese movimiento se convirtió en una negación.

―No, no lo está. Mi triple Axel tiene algunas fallas. ―Revolvió el


contenido de su tazón, el cual no era mucho ya que estaba sometiéndose a
una dieta antes de competir―. Las mismas de siempre.

Mi garganta se cerró.

Mi fuerte eran los saltos. Siempre habían sido los saltos.

El suyo eran las transiciones y el baile.

―¿Por qué no lo resolvemos? ―pregunté, haciéndola alzar su vista del


tazón.

―No podemos, Grace. La pista está cerrada hasta mañana.

―La pista de las Olimpiadas, pero no todas en Londres. Vi una abierta de


camino aquí. Puedo ayudarte. ―Me puse de pie. Solo mi abuela lo notó y
me sonrió, asintiendo. A pesar de que estaba lejos de nosotros en la mesa,
lucía como si hubiera escuchado lo que acabábamos de decir―. Ven,
Corinne.

Tras echarle un vistazo a su madre y asegurarse de que esta no estaba


mirando, se levantó de su asiento y me siguió fuera del restaurante. Ambas
buscamos nuestros abrigos y luego corrimos hacia la calle. Recordaba bien
dónde se encontraba la pista de patinaje porque no estábamos tan lejos del
hotel y la había visto de camino aquí. Cuando llegamos usé algunos dólares
que tenía dentro de mi abrigo y pagué al cambio por dos pares de patines.
Una vez estuvimos sobre el hielo, me aseguré de darle todos mis trucos a
Corinne sobre cómo realizar los Axel y algunos otros saltos. Fue una
ventaja para ella hasta que me enseñó algunas cosas sobre cómo colocar
una buena expresión en el rostro y mover las extremidades de manera suave
mientras patinábamos. Para cuando terminamos no nos importaba si
nuestras rutinas eran perfectas o no. Estábamos acostadas sobre la nieve,
riéndonos.

Las dos nos habíamos caído intentando un Axel de cinco giros.

Imposible.

Mi arma secreta para el día de mañana era un Axel de cuatro, pero uno de
cinco… eso no existía.

―Quiero que una de nosotras gane la medalla de oro ―dijo Corinne,


haciendo que girara la cabeza hacia ella. Corinne miraba hacia el cielo lleno
de estrellas de Londres, el cual estaba enmarcado por edificios antiguos y
hermosos, y yo la veía a ella. Veía su talento. Veía todo lo que una
patinadora debía ser e incluso a estas alturas no dejaba de preguntarme si
yo también lucía así―. Lo merecemos, Grace, ¿no? ―Asentí―. Hemos
trabajado duro por esto por tanto tiempo.

―Pero no somos las únicas que lo han hecho ―susurré―. Las rusas, las
francesas…. todas ellas también merecen una medalla de oro. Deberían
darnos una a todas, no hacernos competir por una.

Sonrió.

No pude evitar sumergirme en la nieve cuando se posicionó sobre mí, su


cabello negro y lacio haciendo una cortina entre nosotras. Me reí, pero sentí
mi corazón paralizarse dentro de mi pecho cuando me di cuenta de que
Corinne no estaba riendo. Me estremecí cuando se inclinó hacia debajo.

―Si gano una medalla de oro será gracias a ti, Grace ―dijo, acercándose
todavía más―. Y a que no te rendiste conmigo a pesar de que mi madre y
yo te dimos miles de razones para hacerlo.

Reí, nerviosa.

―No fue nada, Corinne, yo…

Mis palabras fueron cortadas por sus labios.


Por su beso.

Mi primer beso.

Su boca se movió torpemente sobre la mía, pero estaba tan sorprendida que
lo único que podía hacer era quedarme quieta y estática debajo de ella.
Cuando terminó y se alejó de mí a penas podía respirar.

―¿Es tu primer beso? ―preguntó y asentí―. Lo siento.

Ahora lucía como si se quisiera enterrar sobre la nieve.

No sabía si me gustaban los chicos o las chicas porque nunca me había


tomado mi tiempo para pensar en eso porque mi mente siempre había
estado puesta en el patinaje. Sin embargo, había sentido algo extraño en mi
estómago al besarla. No sabía si se trataban de mariposas, pero nunca antes
lo había experimentado. Corinne se levantó e hice lo mismo que ella solo
para atraerla hacia mí y besarla de nuevo.

*****

Las patinadoras entraban y salían de la pista sin importar estarle robando


las miradas a millones de personas, contando las que estaban frente a
nosotros y las que nos veían a través de la televisión. Corinne y yo
habíamos sido preparadas en camerinos separados, pero tuvimos unos
minutos a solas para darnos ánimo mutuamente. No hablamos del beso y
eso estaba bien. Tendríamos tiempo para hacerlo después. Antes de que
llegara mi turno, el cual siempre después era el de Corinne, tomé hondas y
profundas inhalaciones de aire y ambas celebramos cuando la posicionaron
de número uno.

Venía mi turno.

―Tú puedes hacerlo ―dijo sonriendo. Se veía hermosa dentro de su traje


rosa con degrade a blanco―. El programa corto es nuestro y si alguien va
a superarme, esa eres tú.

Le devolví la sonrisa, pero lo cierto era que estaba muy nerviosa.

Corinne debió notarlo en mis ojos, pues me apretó el hombro y me dio una
de sus rosas como la primera vez que nos habíamos cruzado en una
competición. La apreté contra mi pecho antes de tendérsela a Claire, quién
solo asintió debido a la emoción que sentía, y abrazar a mi abuela con
fuerza.

―Tú puedes lograr cualquier cosa que te propongas, Grace. Ve por esa
medalla ―dijo en mi oído antes de que un ataque de tos y la voz de los
locutores la alejaran de mí, pero inmediatamente empezó a caminar hacia
el banquillo de puntuaciones en el que se sentó para esperarme.

Mi traje era blanco y suelto, su falda larga y liviana.

.Cubría mis brazos y mi cabello rojo se encontraba trenzado en la cima de


mi cabeza como una corona, pequeñas flores, margaritas, adornándolo.
Saludé tanto al público como a las cámaras antes de deslizarme sobre el
hielo en búsqueda de mi posición inicial. Una vez una versión extendida y
larga de Stay With Me de Sam Smith, pero sin letra, solo instrumental,
empezó, comencé a moverme con suavidad y fluidez. Permití que mis
extremidades se dejaran llevar por las notas que inundaba mis oídos, tal y
como me había dicho Corinne que lo hiciera. En lugar de pensar en los
movimientos que vendrían a continuación, pensé en la canción y el
sentimiento que contenía y lo dejé fluir a través de mí. Moví mis brazos y
piernas de la manera adecuada en cada transición.

Me olvidé del mundo a mi alrededor al punto en el que mi coreografía se


volvió mi realidad.

Logré mi triple Axel.

Dos Salchow.

Muchos Toe Loop.

Infinidad de Flip.

Mi mente era impecable, pero en mi mente se hallaba la señorita Evegnia.

Mi abuela.

La señorita Claire.

Corinne.

El silencio se había apoderado del estadio en el que nos encontrábamos


mientras patinaba, el público estaba tan embrujado como yo, y me preparé
a través de varios círculos y deslizamientos para darles lo que tanto
ansiaban, un Axel cuádruple, el primero en la historia de las Olimpiadas.
Si lo lograba avanzaría a los primeros lugares y me mantendría ahí por
mucho. De vuelta a la primera vez que intenté un salto, me deslicé en el
hielo, me preparé y salte tan humanamente como era posible.

Y lo logré.

Frente a toda la población mundial, di cuatro giros en el aire antes de


aterrizar sobre la hoja de mis patines de forma limpia y pulcra. La multitud
enloqueció y no pude evitar celebrar antes de tiempo alzando mis manos
en el aire, permitiéndome por primera vez en mi vida ser un poco
egocéntrica. Hice algunos bucles y di algunos giros mientras escuchaba a
las personas todavía exclamar. El baile sobre el hielo me había consumido
al punto en el que podía realizarlo con los ojos cerrados, pero los abrí al
estarme preparando para hacer mi Salchow final, el salto que manejaba
como si se tratara de respirar, me di cuenta de que el grito de las personas
no se debía solamente a mi actuación.

Había una multitud alrededor del banco de puntuación.

Mi oso de retazos se encontraba en el suelo.

Un integrante del equipo de paramedicos de las Olimpiadas intentaba


reanimar a mi abuela para que despertara, pero esta no lo hacía. Sin darme
cuenta mi pie nunca llegó a pisar el suelo al aterrizar, sino mi torso y debido
al impulso mi espalda no tardo en doblarse sobre sí misma como si mi
esqueleto se hubiese convertido en el de un escorpión. Recordaba tanto la
sensación de las lágrimas deslizándose por mis mejillas como mi corazón
roto y el crac que hizo mi columna vertebral al chocar contra la valla de la
pista del hielo y prácticamente romperse en dos. La luz me alumbraba, pero
todo se hizo oscuro.
Capítulo 21

El día siguiente es un desastre desde que me levanto.

Se supone que tenía que ir a ver a Grace para continuar con mi fisioterapia
a las ocho, pero a las cuatro de la mañana un insistente golpeteo en mi puerta
hace que me levante abruptamente de mi cama. Se escucha como si el
mundo se estuviera acabando del otro lado de la madera, por lo que me
apresuro en en entrar en mis pantalones del complejo y tomo mis zapatillas
deportivas del suelo y mi sudadera para ponérmela más tarde. Los golpes
no hacen más que aumentar, así que mi pecho asciende y desciende
bruscamente imaginando los peores escenarios: un incendio, un tsunami,
un ataque terrorista.

El maldito fin del mundo.

Un sonrojo cubre mis mejillas cuando abro la puerta y las personas tras mi
hermano ríen.
―Por teléfono te escuchabas muy animado, pero viendo todo lo que
invernas a diario no creo que lo logres. ―Hace sonar su silbato, su
expresión dura―. ¡Vamos, Reed, veinte vueltas al complejo! Tu abdomen
me da vergüenza. Si sigues así solo lograrás el título a quién come más
salchichas en la feria.

A pesar de mi irritación mis labios se curvan al identificar al entrenador


Dawson en pijama, pero Tanner no permite que me acerque a él. Toca su
molesto pito junto a mi oído hasta que empiezo a ponerme las zapatillas y
a correr. A veces siento que lo odio, odio que sea tan parecido a mi padre y
que todo llueva sobre él sin ningún sacrificio, pero es mi hermano y que
esté aquí lo demuestra. El entrenador Dawson, quién lidera el equipo que
han traído para mí, se encoje de hombros.

Se supone que él es mi entrenador, no el desquiciado de mi hermano.

―Lo siento, Malcolm, pero es el del dinero y no jodes con el del dinero.

Bufo, pero después no puedo evitar reír cuando salgo al exterior y el viento
golpea mi rostro.

Tampoco sentir que la humedad se desliza por mis mejillas, secándose


contra ellas, y no precisamente porque sea infeliz. No sé a qué costo, pero
el idiota lo logró. Logró traer todo lo que necesitaba en casi la misma
cantidad de horas que consume venir de Texas a aquí en auto. Mucho
menos.

Sin cuestionarme.

Sin hacer preguntas.

Solamente porque se lo pedí, mi maldito hermano está aquí.

*****

Recuerdo jugar en un campo y hacer anotaciones que hagan que todos


griten mi nombre con cariño.

Entrenar hasta perder el conocimiento no tanto.

Después de correr Dawson me hace realizar abdominales sin que tenga que
usar mi brazo malo siguiendo las sugerencias de Tanner. Luego hago
cardio. Después realizo mis sesiones habituales de fisioterapia con Casper,
quién ya tiene un uniforme azul con el logro de nuestro patrocinante, Reed
Imports, al igual que el resto. Ya que no me he cambiado ni dado una ducha
desde que desperté, no tengo el mío puesto todavía. Me siento del otro lado
de la mesa de fisioterapia frente al lago y contemplo de reojo a mi hermano,
quién bebe una limonada sentado en una tumbona.

Hay un portátil en su regazo y dice estar trabajando, pero en realidad ha


pasado el rato gritándome.

Dawson se encuentra a su lado roncando.

―Muy bien ―dice después de que terminamos, levantándose―. ¿Qué tal


ves su brazo, Casper?

Lo miro con el ceño fruncido.

―¿No hay ningún sobrenombre desagradable para él?

Tanner, quién lleva un conjunto deportivo Adidas de Reed Imports, me mira


como si no supiera a qué me refiero. Olvido la conversación al notar que
Adidas está patrocinándonos… ¿tan rápido?

―No sé de qué hablas. ―Se da cuenta de que mi mirada está clavada en el


logo sobre su pecho y sonríe―. Apuesto todo lo que tengo a que estás
arrepintiéndote de no haber aceptado mi ayuda antes.

Sonrío echándome hacia atrás en mi silla, exhausto y hambriento.

―Ya no tengo nada, así que no tengo miedo.

―Pesimista ―gruñe el entrenador Dawson en sueños―. ¿Por qué no me


dijiste cuán rico era tu hermano antes? Habría renunciado a los Kings y me
habría dedicado solo a ti desde que te conocí.

―Así es Malcolm ―dice Casper rellenando el vaso de mi hermano con


té―. Oscuro y depresivo.

Pongo los ojos en blanco cuando Tanner ríe, pero mi diversión se esfuma
cuando veo tanto al doctor Callaghan como a Grace Taylor dirigirse a
nosotros. Mi cuerpo se tensa al recordar sus palabras de ayer en el lago, en
las cuales me advertía que tendría que irme si cambiaba el rumbo de mi
recuperación, y Tanner percibe el cambio en mi actitud con el ceño
fruncido. Hemos estado haciendo un alboroto en su centro de rehabilitación
desde esta mañana, así que entiendo el enojo en el rostro de Callaghan, pero
no estaba listo para enfrentarme a la ira de alguien que usualmente suele ser
pacífico y calmado.

―Reed, debemos hablar. No puedes traer a tantas personas al complejo sin


autorización.

―¿Con cuál de los dos Reed, Dr. Callaghan? ―pregunta mi hermano,


haciendo que el doctor Callaghan mire entre ambos con las mejillas
encendidas debido a la rabia―. Malcolm es su paciente, pero yo soy su
representante ahora. No puede tomar ninguna decisión sobre él sin
involucrarme.

―A los dos ―gruñe―. Los quiero a los dos en mi oficina ahora.

Tanner asiente, pero el doctor Callaghan no se queda para verlo.

Se da la vuelta y regresa al interior del complejo.

Lo sigo, pero antes de hacerlo mis ojos se topan con los de Grace.

Esta no es capaz de mantenerme la mirada y la aleja de mí para regresar a


su conversación con Casper.

―Si no es en la forma en la que lo dices o a tu modo, ¿entonces no es sanar?


―pregunto―. ¿Tengo que convertirme en algo que no quiero ser sin
haberlo intentado todo antes solo porque va contra tu método? Si es así,
Grace Taylor, me estás haciendo un favor al bajarte del barco ya que no
estarás haciendo lo mejor para tu paciente, sino siguiéndole el hilo a tu libro
de motivación.

―Malcolm ―gruñe Casper, pero solo niego.

―No necesito más personas diciéndome qué hacer para ser feliz. Sé que lo
entiendes.

A través de su perfil puedo ver la manera en la que traga.

Ya que evidentemente no dirá nada, sigo a Tanner a la oficina de su jefe.

*****

En su oficina el doctor Callaghan se encuentra detrás de su escritorio.

Se ve como si en cualquier momento pudiera sufrir un infarto. Tanner luce


ansioso y no deja de mover erráticamente su pie, actuando desde esta
mañana como si hubiera ingerido mil litros de cafeína de camino aquí. A
penas cierro la puerta tras de mí siento la pesadez del ambiente golpearme.
Callaghan inclina su mano hacia el asiento libre y lo ocupo tras ponerme
mi sudadera. Sus manos viajan a la madera frente a él y se inclina hacia
adelante, su expresión enojada y decepcionada.

―Te dije que la Dra. Taylor era tu última oportunidad, Malcolm.

Mi barbilla se endurece.

Separo los labios para contestar, pero mi hermano me interrumpe.

―Es un centro de rehabilitación. Trajimos a Malcolm aquí para que lo


repararan ―dice Tanner―. No estamos haciendo nada que impida eso, sino
todo lo contrario. No veo en este contrato de admisión ninguna cláusula que
vaya en contra de opiniones o ayuda externa, sino todo lo contrario.
―Empieza a tomar fotos del documento frente a él―. Aún así se lo enviaré
a mi abogado para que lo lea. No sé con quién demonios se piensa que está
tratando, pero no puede expulsar a mi hermano sin fundamentos. ―Lo
mira―. ¿Es porque su madre es latina? Si es así, tenemos cómo luchar por
sus derechos. Malcolm nació en los Estados Unidos, creo, y estoy seguro
de que paga todos sus impuestos.

El doctor Callaghan aprieta el puente de su nariz.

―Tu hermano me ha dado razones para expulsarlo desde que llegó.

Tanner me mira.

―¿Ves? Se está refiriendo a tu color de piel. Es un racista. Esto es un


crimen de odio.

Agacho la mirada.

Si no lo hago sufriré un ataque de ira por Tanner o de risa por la expresión


del Dr. Callaghan.

―¿Malcolm? ―Alzo mi mirada hacia él, quién se ha sentado del otro lado
del escritorio y se está forzando a sí mismo a tomar hondas bocanadas de
aire para tranquilizarse―. ¿Puedes explicarnos por qué la doctora Taylor
se rehúsa a trabajar contigo o por qué no pueden llegar aun acuerdo?

Me cruzo de brazos.
―La doctora Taylor se niega a ser mi médico de cabecera si mi plan es
regresar al fútbol.

El doctor Callaghan se echa hacia atrás, viéndome como si lo hubiera


entendido todo.

―Cuando vi el alboroto que estaban haciendo en el lago y que atenta contra


la salud mental del resto creí que solo se trataba del lunático de tu hermano,
con todo respeto, haciendo de las suyas. Me enojé porque creí que le estaban
faltando el respeto a mis especialistas trayendo a alguien más para cuidar
de ti de esa manera tan descarada. No sería la primera vez que alguien se
rehúsa a ser tratado por Grace debido a su condición. ―Me mira―. Pero
ahora me doy cuenta de que los dos están desquiciados. Sabes que tu brazo
no va a volver a funcionar como antes, existe un cero de posibilidades, e
hiciste que tu hermano trajera a todas esas personas de la NFL solo para
cumplir con tu capricho. No eres depresivo y débil, Malcolm. ―Traga, su
expresión dura―. Eres testarudo, terco y malcriado y en tu camino hacia
cumplir esta obsesión tuya terminarás acabando con todos nosotros.

―Gracias a Dios ―dice Tanner mientras continúa enviándole fotografías


a Ryland del documento de admisión, sin mirarnos―. Pensé que era el
único que lo veía de esa manera.

Tanto el doctor Callaghan como yo lo ignoramos.

―No quiero volver a jugar con mi brazo dañado ―murmuro―. Estoy


entrenando el izquierdo.

Ahora el doctor Callaghan me ve como si hubiera perdido la razón.

―Creo que nuestra ala psiquiátrica te quedó pequeña. Haré que te remitan.
A ambos. ―Toma su teléfono y empieza a marcar un número, pero mi
hermano se levanta y lo toma. Para impedir que el doctor Callaghan lo
alcance tira del cable de la línea al desconectarlo, su expresión seria―.
¿Perdón?

―Mi hermano entró aquí por su brazo derecho, no por el izquierdo.


Mientras no haga nada que pueda atentar contra el bienestar de la
extremidad que están atendiendo no debería ser un problema. Puede
preguntarle en qué le falló a la doctora Taylor para que lo dejara, pero desde
mi perspectiva fue ella quién le falló a él y no solo eso. Como usted mismo
acaba de mencionar, su ala psiquiátrica le quedó muy pequeña a mi
hermano y no hacen más que empeorarlo diciéndole una y otra vez que no
es lo suficientemente bueno como para cumplir sus sueños. ―Relame sus
labios―. En vista de que se trata de un paciente que tuvo un intento de
suicidio, no creo que la historia quede muy bonita en la prensa.

Cualquiera estaría aterrado, pero el doctor Callaghan le mantiene la mirada.

Le doy el crédito de ello.

―¿Es una amenaza?

―No. Si piensa que iremos corriendo a los medios para destruirlo en este
momento si lo corre, está equivocado. Soy un hombre ocupado y prefiero
gastar mis energías encontrando a los mejores especialistas, incluso mejores
que ustedes, para Malcolm. Son buenos, Joseph, pero no son los únicos.
Estoy seguro de que habrá algún equipo alemán mucho más avanzado
―dice Tanner echándose hacia atrás, dejando el teléfono sobre la mesa. Se
sienta a mi lado como si no acabara de soltar veneno por la boca y se cruza
de piernas―. Le estoy diciendo lo que mi hermano le dirá a la prensa
cuando gane su tercer Super Bowl y cuente la historia de cómo fue que se
recuperó de una lesión así. Es su decisión si está del lado bueno de ella, lo
que le conviene a usted y a su negocio, o del lado malo sin retorno.
Conociéndolo, Malcolm pondrá esa cara de cachorro muriendo de hambre
contra la que no tendrá oportunidad. ―Me señala―. ¿Ve? No tiene rival
contra esa expresión. Lo odiarán.

Las manos del doctor Callaghan se aprietan.

Luce en conflicto hasta que algo pasa por su mente y sonríe.

―Está bien ―dice y mi pecho desciende con alivio rápido: demasiado


rápido―. De parte del centro estamos de acuerdo con esto. Hablaré con
Grace y ayudaremos a Malcolm hasta dónde podamos, pero entenderá,
señor Reed, que no podemos hacer nada de esto sin el permiso de su
verdadero representante legal. Sin él ni siquiera su presencia aquí es posible
a menos que él lo permita. Me tomaré unos días para contactarlo. Mientras
tanto la doctora Taylor y Casper seguirán con la terapia como…

―Buenos días, Campbell & Co, ¿en qué puedo ayudarlo?

Me tenso al ver a mi hermano, quién deja su teléfono con el nombre del


despacho de mi esposa sobre el escritorio. Quién acaba de responder es Isla,
su secretaria. No he hablado con Savannah desde que esta vino a visitarme
y mi garganta se cierra al pensar en hacerlo. Al darme cuenta de que no
estoy listo.
De que no sé si lo esté alguna vez.

―Isla, hola, ¿puedes hacerme dos favores?

―Tanner ―suspira ella―. Ryland está con Jenna en clases de natación.


Por eso no te responde.

―Ya que respeto su tiempo de calidad juntos, ahora es solo un favor.

―¿Cuál?

―Necesito comunicarme con Savannah. Es urgente.

―Está en una reunión ahora con un cliente, ¿es demasiado urgente?

―Sí.

―¿Trata de Malcolm?

Tanner me mira, rodando los ojos.

―Sí.

―¿Intentó… tú sabes de nuevo?

Mi hermano disfraza una risa con tos.

―Sí. Se arrojó del quinto piso del centro de rehabilitación.

―Oh, por Dios, ¡ya te pongo en comunicación con Sav! ¡Qué horrible! ¡Lo
siento mucho!

Al final de su línea Isla está llorando, por lo que entrecierro los ojos en su
dirección.

―No fue tu culpa.

Se escuchan más lloriqueos y sonidos de movimiento mientras Isla entra en


el despacho de Sav.

Cuando esta se pone en la línea, no suena angustiada en lo absoluto.

Frunzo el ceño.

―¿Qué quieres, Tanner?


Mi hermano me mira con la frente arrugada también.

―¿Isla no te contó?

―Sí.

―¿Por qué no estás llorando?

―El centro de rehabilitación solo tiene cuatro pisos ―sisea, haciendo reír
al doctor Callaghan―. ¿Por qué armas todo este drama? ¿No tuviste
suficiente con lo que pasó en el centro de rehabilitación cuando tu padre
llegó? Malcolm no quiere verme y no hay nada que pueda hacer al respecto
para hacerlo cambiar de opinión porque en el estado en el que se encuentra
cualquier cosa que diga solo podría herirlo más. ―Su voz se vuelve triste
y mis dedos cosquillean debido a las ganas que siento de abrazarla, pero no
puedo. No puedo hacerlo―. Dime lo que quieres para que pueda seguir
trabajando.

―No mentí. Se trata de Malcolm ―murmura―. Quiere entrenar su brazo


izquierdo y necesita tu permiso. De lo contrario no permitirán que el equipo
que conseguí para él haga su trabajo.

―¿Su brazo izquierdo?

No escucho incredulidad en su voz, sino más bien preocupación y


confusión.

Es la mejor compañera que podría haber soñado con tener.

Sé que nunca cortaría mis alas.

―Sí. Es diestro ―responde Tanner sin ninguna pizca de humor negro o


sarcasmo en su voz―. El doctor Callaghan está aquí. Necesita oír que no
estás en contra de ello para que podamos seguir.

Un tenso silencio se apodera de la línea.

―¿Tú estás ahí?

Tanner toma aire antes de responder.

―Sí. Estoy aquí con ambos.

―¿Y Malcolm quiso verte?


―Sí, él me llamó ―dice con un tono de voz suave―. Y sé que te llamará
cuando esté listo para hablar contigo, pero en este momento no se trata de
ti, Savannah, solo de él. Necesita esto, ¿comprendes?

El silencio regresa.

―¿Podría hablar con él sin estar en altavoz? ―Tanner me mira y asiento,


tomando el teléfono. Me alejo en dirección a la ventana y lo presiono contra
mi oído. Sav debe escuchar mi respiración, puesto que empieza a hablar
sabiendo que solo yo la estoy escuchando―. Si tu enojo por la recaudación
desapareció tan rápido no logro entender qué fue lo que hice mal o por qué
no quieres verme. Si al menos pudieras decirme lo que hice mal sabría por
qué tengo que disculparme o qué tengo que enmendar, pero no me lo pones
fácil haciéndome adivinarlo estando a kilómetros de distancia.

Presiono mis párpados juntos, bloqueando mi vista de Grace y Casper en el


lago.

―Sav, no se trata de ti. Yo…

―¿Esto es realmente lo que quieres? ―pregunta―. ¿Darle otra


oportunidad al fútbol?

―Sí.

―¿Entiendes el riesgo? ¿Eres consciente de que podría no funcionar o que


podrías lesionarte otra vez?

―Sí, ya lo he pensado.

―Bien ―susurra―. Pon el altavoz de nuevo, Mal.

―Sav, por favor, no uses ese tono de voz. No quiero lastimarte, pero no
puedo desconcentrarme.

―Deja que hable con Callaghan ―gruñe, a lo que suspiro y vuelvo a


regresar el teléfono al escritorio―. ¿Doctor Callaghan? ―pregunta y el
hombre dice que la escucha―. Estoy de acuerdo con cualquier decisión que
tome Malcolm y hablaré con mi abogado para que a partir de ahora su
hermano lo represente legalmente. Está más que claro que se entienden
mejor entre ellos y Tanner puede ser muchas cosas, un poco imbécil como
ya debió haber comprobado por usted mismos, pero sé que nunca lastimaría
a su hermano. Él es el indicado.
El doctor Callaghan asiente, su mandíbula apretada.

―En dicho caso solo necesito la aprobación de la junta médica para


empezar.

Miro a Tanner, quién se ve al borde del colapso, y pienso que de verdad


tendremos que irnos de aquí, lo que retrasará todo hasta encontrar otro
especialista, hasta que vuelvo a escuchar la voz de Savannah.

―Tómese el tiempo que quiera, pero hasta que no se tome una decisión con
respecto a Malcolm no llenaré de trabajo al personal. Les haré las cosas más
fácil dejando de enviar los cheques de cientos de miles de dólares que ha
recibido desde que lo contacté por primera vez y con los cuales me dijo que
había llenado varias habitaciones del centro. ―Las mejillas del doctor
Callaghan se sonroja―. Y entenderá que en vista de que la mayoría de ellos
estaban destinados a Malcolm y a su recuperación, quizás exija de vuelta el
dinero que hemos abonado por él para poder costear su nueva terapia. Le
diré a mi secretaria que le envíe mi número de cuenta y esteré esperando el
reembolso.

―Señora Reed…

―Señora Campbell para usted.

―Señora Campbell, no creo que sea necesario. ―Callaghan evita


mirarnos―. Colaboraremos.

―Me alegra oír eso.

Sav nos cuelga.

Tanner toma su teléfono, viéndose tan afectado como nosotros por la


llamada.

―¿Me dijo imbécil, no?

Me levanto, sin responder, y los dejo a ambos atrás.

Una vez en el pasillo me apoyo en la pared, hiperventilando mientras la


culpa me consume.

Si Sav no cortó mis alas, yo no puedo hacer lo mismo con las suyas.

Cuando Tanner sale del despacho, tomo sus hombros y lo presiono contra
la pared.
―¿Sav aceptó formar parte del proyecto, cierto?

Tras escuchar mi pregunta su expresión se oscurece. Él me empuja hacia


atrás.

―¿Qué crees tú?

No respondo.

La respuesta es obvia.

Le hice a la mujer con la que estoy casado lo mismo que me estaban


haciendo.

Lo mismo de lo que acaba de salvarme.

Tanner se aleja cuando se da cuenta de que entendí. Yo me deslizo hacia


abajo y escondo mi rostro en mis rodillas, deshecho como sabría que lo
estaría a penas la escuchara.

Si antes tenía motivos para mantenerla lejos, ahora tengo motivos y razones.
Capítulo 22

Entrenar sin un equipo es una mierda.

Mis días empiezan a estar llenos de sesiones de fisioterapia y de prácticas


para perfeccionar mis lanzamientos con el brazo izquierdo, pero hasta
dónde sé no hay nadie a parte de mi hermano y de Edward Thompson con
quién pueda practicar. Tanner lo hace conmigo incontables veces, pero
sigue sin ser suficiente. Tras un par de semanas asumiendo el compromiso
de permitir que mi brazo derecho sane y descanse tras tantos años de mérito,
finalmente se siente como si regresar al fútbol fuera posible.

Hay un aparato que conectan a mi nuevo brazo estrella mientras lanzo que
dice que todavía me falta coordinación en los músculos, pero cuando el
balón vuela en el aire y cae directamente en los brazos del entrenador
Dawson no una, sino diez veces seguidas, se siente como si lo hubiera
logrado.

Se siente como la esperanza.

―No estuvo mal ―dice Tanner después de ver mi última jugada―. Para
un chico de preparatoria.

Gruño en su dirección, acercándome a mi botella de agua.

―Podrías evaluar la verdadera capacidad de mi brazo si estuviera en el


campo.

Mira a su alrededor.

―Pensé que ya estábamos en el campo.

―Imbécil ―río―. Me refiero a un campo de fútbol.


―Lo sé, pero no quería aceptar que una idea tan estúpida hubiera pasado
por tu mente. ―Se levanta, dejando su computadora en su tumbona. Ha
estado trabajando aquí desde aquí de esa manera desde que llegó―. No creo
que estés listo para estar en un campo todavía. ¿Qué crees que pasaría si
alguien accidentalmente o no golpea tu brazo dañado? No solo
retrocederemos y violaremos la única condición que impuso Callaghan para
permitir esto, sino que perderemos cualquier posibilidad de entrar a las
rondas de reclutamiento este año y deberemos esperar al próximo, cuando
seas un año más viejo.

―Me expulsaron de la NFL por mi discapacidad. No por mi edad.

Se encoje de hombros, rellenando su vaso de té frío.

―Yo solo te advierto lo que pasará, chico.

Suspiro.

―¿Entonces pretendes que vaya a la ronda de reclutamiento sin haber


jugado tan si quiera una vez? ―Me quito el aparato que cuelga de mi
brazo―. La fisioterapia, los entrenadores, los suplementos, el patrocinio.
Te agradezco por todo lo que haz hecho por mí en tan poco tiempo, pero
ambos sabemos que si no entreno con un equipo no tiene ningún sentido.
Es como sacarle punta a un lápiz y no escribir con él. ¿Cómo demonios
evaluarás su calidad si no lo haces? ¿Cómo sabrás que la punta no se
romperá cuando llegue el momento de hacerlo? Ya tengo esperanza, pero
quiero seguridad.

La mandíbula de mi hermano se aprieta.

―Lo hablaré con Dawson y Callaghan, pero no es como si pudieras


practicar con los Kings de nuevo.

Trago al pensar en mi viejo equipo.

El equipo que me dejó a mi propia suerte.

―No, ¿pero podrías contratar a algunos jugadores para mí?

Tanner se cruza de brazos.

―¿Hablas de crear un equipo de profesionales solo para que entrenes?


―Afirmo―. Malcolm, eres mi hermano y eso ha hecho que no tenga
límites al momento de invertir en ti como tu patrocinante, pero creo que no
tienes ni la más remota idea de cuánto dinero hemos gastado estas dos
semanas y….

―No tienen por qué ser costosos ―lo corto.

Deja escapar una risa cínica.

―¿Entonces recojo vagabundos de la calle y los hago ponerse


protecciones?

Separo los labios para responder, pero una voz suave y femenina interrumpe
nuestra conversación.

―¿Malcolm? ―Me giro para ver a Grace. Está en su silla de ruedas frente
a nosotros y su expresión es tímida. Sus mejillas están rojas y su cabello
está atado en una coleta en la cima de su cabeza―. ¿Podemos hablar un
momento? ―Ya que sigue siendo mi doctora y hace bien su trabajo, afirmo.
Sus ojos viajan a mi hermano, quién ha regresado a su tumbona, a su celular
y a su portátil―. ¿A solas?

Me acerco a ella.

Podría decirle a Tanner que se vaya, pero estoy seguro de que si lo hago me
enviará a la mierda. Grace se encoje dentro de su silla cuando pongo mis
manos en los manubrios de esta y la empujo en dirección al sendero que
lleva al lago. Veo a Dawson trotar hacia nosotros debido a que el
entrenamiento se pausó, pero no nos alcanza al darse cuenta de que vamos
a tener una conversación privada. Me detengo cuando llegamos al agua y
me alejo de ella en dirección a esta. He estado entrenando desde esta
mañana y mi cuerpo arde, por lo que me quito los zapatos y me arremango
el pantalón para caminar sobre la orilla. Cuando llevo mis ojos a la pelirroja,
esta observa atentamente mis piernas con anhelo.

Al darse cuenta de que la estoy mirando, a la espera de que hable, el sonrojo


en su rostro pecoso crece.

Ni siquiera la he visto más de dos veces en los últimos días.

Todo lo que necesita saber de mí o indicarme lo maneja a través de Casper.

―Estoy aquí para disculparme ―susurra―. Tenías razón. No debí haberte


impuesto la idea de que tenías que ser como yo. Cada caso es diferente y si
esto es lo que quieres, debo limitarme a hacer mi trabajo tan bien como
pueda. Callaghan piensa que tengo una ventaja sobre todos los demás
médicos porque mis pacientes siempre sabrán que sé cómo se sienten y se
les hará más fácil confiar en mí, pero esto también es un arma de doble filo
porque es como revivir mi lesión una y otra vez.

Meto las manos en mis bolsillos, observándola pequeña y vulnerable


mientras expone sus sentimientos.

No se siente bien.

Me adelanto hacia ella.

―Eso significa que lo superaste, pero quizás no lo olvidaste.

Sus labios forman un puchero.

―¿Quién olvida el momento en el que lo pierde todo o cómo se sentía hacer


lo que más amas?

―Nadie. ―Grace se tensa cuando paso mi mano por sus rodillas, haciendo
ademán de alejarse de mí, pero no la dejo hacerlo―. Tranquila ―susurro,
dejándola sobre la parte seca de la orilla, pero al alcance del agua. Me
observa, tragando, mientras le quito los zapatos y meto sus pies en el agua.
Se estremece al sentirla debido a que está fría, pero después una pequeña
sonrisa se apodera de su rostro. Sus dedos son pequeños y hay algunas
cicatrices en ellos similares a las que posee Alice, la chica del ballet que
conocí durante el desayuno, pero estas ya han sanado. Mi frente se arruga
cuando los veo moverse levemente y asciendo mi mirada a la suya―.
¿Cómo es que puedes moverlos?

―Aún conservo un poco de sensibilidad, pero no la suficiente como para


volver a caminar.

―¿No hay ningún procedimiento que pueda ayudarte?

Agacha la mirada hacia sus manos y me siento junto a ella, queriendo


entender.

La llamé una cobarde pensando que se había rendido con sus piernas, pero
sé que estaba siendo un imbécil, enojado al momento por su actitud, y que
debe ser más profundo que eso.

―Al principio, tras mi lesión, no lo había, pero con los avances que ha
tenido la medicina y la tecnología existe una operación que podría
ayudarme. Mi columna se rompió y cuando me atendieron lo único que
hicieron en ese entonces fue acomodarla lo suficiente como para que
pudiera usar la parte superior de mi cuerpo, pero no profundizaron en ello.
El año pasado Callaghan consiguió al mejor equipo de neurocirujanos y
traumatólogos del mundo, incluyéndolo, para ayudarme, pero no pude.

Mi confusión crece.

―¿Por qué?

―El riesgo de la operación es la cuadriplejía y es muy alto, cerca del


sesenta por ciento. Con los médicos que Callaghan consiguió podría
descender al treinta o al cuarenta, pero sigue siendo elevado. ―Aparta sus
ojos del lago para enfocarlos en mí―. Si me lo hubieran propuesto
inmediatamente tras mi lesión habría aceptado sin dudar porque no habría
tenido nada que perder, pero me esforcé duro en construir lo que tengo
ahora. Sé que quizás para ti suena como conformarme y que seguramente
piensas que soy una cobarde por no haber acepado, pero no quiero perderlo
todo de nuevo.

La observo fijamente.

Sus ojos color miel están llenos de tantas emociones que no soy capaz de
procesarlas todas, pero la entiendo. Es como verme a mí mismo en un
espejo. Se amerita valor para perseguir un sueño que todos creen
inalcanzable, pero también para no hacerlo. La culpabilidad de haberle
hablado como lo hice me invade. Definitivamente Grace Taylor merece un
mejor paciente que yo.

―No creo que seas una cobarde.

―¿No? ―susurra, realmente afligida, y niego.

―No ―murmuro―. Creo que eres la persona más valiente que conozco y
soy realmente afortunado de tenerte en nuestro equipo. ―A pesar de que
sonríe, algo en sus ojos se apaga al escucharme y no vuelve a encenderse
de nuevo. No logro entender el qué―. Lo siento si fui un imbécil antes.

Una sonrisa enorme se apodera de su rostro mientras ríe.

―No es tu culpa. ―Mira fugazmente hacia Tanner―. Creo que lo


heredaste.

―¿Así que te diste cuenta?


―No tienes ni idea de todas las quejas que ha recibido Callaghan del
personal. Al parecer nada es lo suficientemente bueno para tu hermano. A
su lado creo que eres un ángel, Malcolm. Estoy feliz porque me haya tocado
el hermano bueno. ―Le devuelvo la sonrisa, pero algo en mi interior se
retuerce, recordándome todas las cosas malas que he hecho. No soy tan
bueno, Grace, quiero decir, pero las palabras no salen porque la ilusión en
sus ojos es demasiado hermosa. Había olvidado lo que se sentía ser visto de
esa manera―. La cocina lo odia debido a cómo ha llenado su buzón con
quejas.

―Hablaré con él ―prometo.

―Por favor. Me preocupa que estrese a otros pacientes o que estos también
empiecen a pensar que estamos en Versalles. ―Suspira, mirando hacia el
frente―. Me alegra haber arreglado las cosas, ¿sabes? Cuando te conocí
sentí una conexión con tu caso y habría sido una equivocación dejarlo ir,
pero estaba tan asustada por ti. Me has dado motivos para dejar de estarlo
estos días, pero no puedes culparme. Ser dotado con un brazo proyectil para
el fútbol es bueno, pero con dos… eres un milagro.

―¿Me has visto a través de las cámaras de seguridad de nuevo?

El sonrojo regresa a su rostro.

―No estaba segura de si querías verme y tenía que estar al tanto de ti


―explica mientras la miro, pero se ve como si quisiera decir más, así que
guardo silencio―: Eres mi paciente.

Le sonrío, agradecido con ella por no darse por vencida conmigo a pesar de
todo.

―Gracias por eso, Grace Taylor.

―De nada.

―Bien ―dice una voz tras nosotros, haciéndome girarme para ver a mi
hermano acercarse a nosotros guardando el teléfono en el bolsillo de su
uniforme de patrocinador. No tengo ni idea de cuántos tiene, pero son
muchos. Lo sé porque cada modelo es diferente ya que está buscando el
ideal antes de salir en televisión. Adidas trabaja para él como su perra―.
Supongo que este festival del perdón significa que no serás un grano en
nuestro culo y que nos apoyarás como una buena, dulce y pequeña doctora
lo haría, Grace Taylor, ya que conseguí un equipo para que Malcolm
entrene.
Grace me mira con el ceño fruncido.

―Mal, eso sería peligroso. Hemos avanzado mucho, no te lo voy a negar,


pero tu brazo derecho no ha sanado del todo y ellos son animales. Cualquier
golpe podría hacer que retrocediéramos.

Tanner se detiene junto a ella y ambos elevamos el rostro para verlo.

―Es por eso que empezaremos desde un nivel que no represente un peligro
para Malcolm.

―¿A qué te refieres? ―le pregunta y yo también quiero saber la maldita


respuesta.

―A que Malcolm hará su primera aparición pública en la Escuela Rufus


M. Brown en veinte minutos.

Mi ceño se frunce.

―¿Me harás entrenar en una escuela preparatoria?

Sus labios se curvan con malicia ante mi pregunta.

Sin responder, se da la vuelta.

―¡El autobús se irá en un quince minutos!

Pongo los ojos en blanco.

Se refiere a su autobús de Reed Imports, el cual también tiene publicidad


de patrocinante.

Estaría bien con una van, pero es un maldito autobús de treinta y dos
puestos.

Solo somos siete: Casper, Tanner, Dawson, dos chicos más que manejan
todo lo relacionado a la ingeniería tras mis lanzamientos y de mi cuerpo y
nosotros. Alejo mi mirada de la espalda de Tanner al escuchar la risita de
Grace, la cual hace que su nariz se arrugue y que luzca aún más adorable.

―¿Qué sucede?

―Nada. ―Niega, un brillo travieso en sus ojos―. ¿Me ayudas a


levantarme? ―pregunta―. Debo ir con ustedes para no tener que reportarlo
a Callaghan. Si lo hago probablemente hará que nos retrasemos o que
perdamos la cita mientras redacta el permiso por lo mucho que odia a
Tanner.

Algo dentro de mí se torna cálido al escucharla pedirme ayuda.

Durante el poco tiempo que la conozco he visto que odia hacerlo.

―Claro que sí.

Saco sus pies del agua. Un problema llega cuando me doy cuenta de que
están mojados y que quizás sería desagradable para ella que los metiera así
dentro de sus zapatos. Tampoco creo que le guste la idea de entrar descalza
al complejo y que sus pacientes la miren así, pues he visto la forma en lo
que lo hacen y es como si fuera una especie de religión para ellos. Sin
pensarlo demasiado, me quito la camiseta y los limpio con ellos ante de
tomar sus medias y terminar de cubrirlos con sus zapatillas. Cuando termino
alzo la mirada hacia sus ojos y estos no dejan de verme fijamente.

Preocupado al recordar que había sudor en mi franela y que quizás eso la


molestó, me limito a tomarla en brazos de nuevo y a llevarla hacia su silla.
Después de ponerme mis propios zapatos tomo los mangos de esta y nos
adentro en el complejo, pero a medio camino su rostro se gira hacia mí.

―No es necesario que sigas ayudándome. A partir de aquí puedo hacerlo


sola.

Afirmo.

―Sé que puedes, pero no me molesta ayudarte.

―Malcolm… ―dice y suena realmente contrariada.

Como si le causara vergüenza.

Pero maldita vergüenza me debe ocasionar a mí haber sido tan idiota antes,
no solo con ella.

Con todo.

―¿Dónde está tu habitación, Grace? ―pregunto y suspira, dándose cuenta


de que no tengo pensado dejarla ir por su propia cuenta porque podría
tardarse más de esa manera y luego mi hermano sería un bastardo que la
dejaría, ente lo cual probablemente discutiríamos y terminaría golpeando
su cara.
―Por allá.

Señala un ascensor al fondo del pasillo contrario a donde está la mía.

Me dirijo a él y ya en su interior pulso el único botón en el panel, lo cual es


extraño.

Al intuir mi confusión, alza el rostro hacia mí.

―Callaghan construyó un ala del complejo solo para mí ―explica, pero no


termino de entender hasta que llegamos a su habitación y veo cómo todo en
su interior es más bajo para que pueda alcanzarlo. La decoración es bonita.
Hay mesas de madera de color azul y un montón de adornos cuelgan del
techo. Uno de ellos tiene campanas y estas suenan cuando un gato pasa por
debajo de ellas. Es negro y pequeño, solo un poco más grande que mi
mano―. Él es Rufus.

Me inclino para acariciarlo cuando me alcanza, pero su pelaje se eriza y


gruñe antes de saltar lejos.

―Creo que no le gusto.

―Es un gato de la calle. Solo lleva un mes conmigo. Yo tampoco le gusto


aún ―susurra, su voz triste mientras rellena su tazón con alimento―. Me
cambiaré. ¿Esperas aquí o nos encontramos abajo?

―Puedo esperarte aquí.

―Bien. ―Sonríe―. No me tardaré.

Me encojo de hombros.

Debo pasar por mi habitación para cambiarme, pero a Tanner no le quedará


de otra que esperarme. Grace desaparece en un pasillo amplio con tres
puertas y mientras regresa observo los elementos que componen su casa.
Pocos de ellos son personales, pero mi mirada se clava en las escasas
fotografías adornando algunas estanterías dónde una Grace más joven posa
con una anciana que debe ser su abuela. También hay fotos de esta misma
mujer en su mejor época, junto a Callaghan. Era enfermera. Deslizo mis
ojos fuera de ellas y los llevo a una alberca con acceso de barras en una
especie de invernadero en una terraza. Todo este lugar es cálido y dulce,
mágico, como ella.

Rufus no lo sabe, pero tuvo suerte.


―Estoy lista ―dice después de un momento, vestida con uno de esos
uniformes de Reed Imports.

Mis labios se curvan mientras niego.

―No puedo creer que Tanner te haya dado uno.

―Me dio cinco ―ríe, pero después su expresión se torna seria y suave―.
Tu hermano te ama.

Mis hombros se tensan, pero me obligo a mí mismo a continuar sonriendo.

―Creo que ama mucho más la idea de manejar algo. Ahora somos de su
propiedad, aunque no te des cuenta porque estás demasiado deslumbrada
con su uniforme y el autobús. ―Espero a que tome una cantimplora con
agua y un paquete de galletas de la cocina para llevarla al ascensor. Antes
de bajar en él, sin embargo, me percato de Rufus observándonos desde el
invernadero―. ¿Por qué no lo llevamos? ―pregunto―. Quizás pasear un
poco al aire libre lo relaje.

―Los animales están prohibidos en el complejo. Por eso no lo saco de aquí.


―Me mira―. ¿Podrías…?

―Sí ―la corto adentrándome en el departamento de nuevo, dejándola a


bordo del ascensor.

―¿Dónde está su arnés?

―En el primer cajón ―responde, señalando hacia un mueble de la cocina.

Tomo su arnés, el cual es azul bebé, y veo a Rufus por el rabillo del ojo.
Cualquier movimiento que haga lo enviará lejos de mí, como antes, así que
soy más rápido que él y lo arrincono contra una de las esquinas del
invernadero. Una vez es consciente de que no hay ningún sitio al que pueda
escapar, lo tomo y tengo cuidado mientras hago que entre en el arnés. Ya
con su correa en mano, me dirijo al ascensor y lo hago aterrizar en el regazo
de Grace, dónde se pone cómodo con una mirada enojada.

De nuevo en el primer piso, la dejo en la salida.

Tanner nos espera en la recepción y sus cejas se alzan al verme.


―¿No te has cambiado? Estamos retrasados cinco minutos. ―Su frente se
arruga al reparar en Rufus―. ¿De quién es ese feo gato callejero? Con un
proyecto de caridad tenemos suficiente.

―Tanner ―advierto, pero Grace solo sonríe.

―Es mío. Puedes hacerle un uniforme de Reed Imports si quieres.


Necesitamos una mascota.

La expresión arrogante de mi hermano flaquea al oírla y juro ver algo de


arrepentimiento en sus ojos.

Se inclina hacia Grace y me aparto cuando lleva sus dedos a las orejas de
Rufus, quién sorpresivamente se deja acariciar por este y ronronea. Esto
hace que Grace emita un emocionado sonido de sorpresa.

―Le gustas ―dice, mirándolo―. No ha querido a nadie hasta ahora,


incluyéndome.

Tanner la mira, sonriéndole de una manera que no he visto en mi hermano


en un tiempo.

―Creo que tienes razón. Podríamos necesitar una mascota. Algo que
humanice la terquedad y la horrible personalidad de Malcolm ante los
medios. ―Se echa hacia atrás, llevando sus ojos negros a uno de los chicos
que se encargan de las máquinas que ponen sobre mí para medir mi fuerza
y la coordinación de mis músculos―. Tú, tómale las medidas al gato. ―Me
mira―. Y tú date prisa.

Afirmo, dándome la vuelta para cambiarme.

Ignorando el sentimiento extraño en mi pecho.


Capítulo 23

Todos llevaban su uniforme de Reed Imports y la otra opción en mi armario


era el uniforme gris del complejo del cual ya estoy cansado, así que no me
quedó más remedio que usar el conjunto azul oscuro que todos ellos cargan.
Al entrar en el autobús mi ceño se frunce al ver a mi hermano sentado junto
a Grace, hablando y riendo de ella de cosas cuando Tanner no suele hacer
ninguna de las dos y hay otros veintiocho puestos dónde sentarse. Rufus se
halla en su regazo, ronroneando.

―Nuestra estrella ha llegado, arranquemos ―le indica al chófer al verme,


haciendo reír a la pelirroja.

Mis dientes se aprietan.

¿Por qué tiene que ser tan molesto todo el tiempo?

Ya no soy un niño.

Ya no puede hablarme así todo el tiempo.


―¡Por aquí! ―grita Casper al final.

Tenía pensado sentarme solo, así que finjo no escucharlo, pero solo grita
más fuerte.

Con el autobús ya en movimiento, ocupo asiento junto a él.

―¿Dónde has estado todo el día? ―le pregunto, identificando emoción en


sus ojos.

―Recibí un nuevo par de prótesis. Estas podrían permitirme practicar surf


cuando me acostumbre.

Mis labios se curvan.

―Eso es genial, Casper. Espero estar ahí para verte.

Él sonríe también.

―¿En serio Malcolm Reed haría eso por su fisioterapeuta?

Niego.

―No, claro que no. ―La emoción abandona sus ojos―. Por un amigo.

La sonrisa vuelve a su rostro.

―Toda la vida esperé conectar con alguien, ¿sabes? ―dice―. Pero el mar
es mi único amor. Nunca he sentido algo tan siquiera similar a lo que siento
sobre las olas por alguien o por algo.

―¿Así que eso eres? ¿Un tritón?

Se encoje de hombros, pero asiente.

―Creo que eso es lo más cerca que estarás de entender, así que sí. Soy un
tritón.

Cansado de intentar descifrarlo, cierro el tema ahí. Terminamos el viaje en


silencio, el cual nos toma tan solo diez minutos porque la escuela no queda
tan lejos del complejo. Nos bajamos del autobús en el estacionamiento y
empiezo a entender la sonrisa maliciosa de Tanner al entrar en la Escuela
M. Brown, específicamente en su campo de fútbol, y descubrir que no se
trata de adolescentes.
Son niños.

Estamos en una escuela primaria.

Antes de que pueda controlar mi respuesta, un hombre con un micrófono


me señala.

―¡Demos la bienvenida a Malcolm Reed!

Sin que pueda retroceder debido a que la atención de un montón de padres


y de personas de Sun Valley que han venido para organizar una especie de
fiesta a mi alrededor, no me queda de otra que caminar hacia el campo
mientras saludo a los demás y firmo algunos autógrafos. Por el rabillo del
ojo noto a mi hermano empujando la silla de Grace, quién no luce
mortificada por ello, mientras se ríen de algo que solamente ellos escuchan
debido al ruido que hacen las personas y la música que pusieron de fondo.
Dirijo mi vista al frente cuando el entrenador Dawson me empuja hacia el
equipo de chicos con protecciones. Algunos de ellos son más pequeños que
estas. Deben tener de entre ocho a diez años. Algunos poseen chalecos de
color naranja, otros de color verde. Me miran con ojos amplios y
emocionados, formando un círculo alrededor de su entrenador para
recibirme.

―Bienvenido al equipo ―dice él, un hombre de color a mediados de los


sesenta, dándome un chaleco que me hace pertenecer al equipo naranja.
Lleva una gorra de los Bears de Chicago, mi oponente en el Súper Bowl,
así que ni siquiera intento caerle bien―. Tengo entendido que calentaste
ya. Nosotros también lo hemos hecho, así que no perdamos el tiempo
haciéndolo, celebridad. Estarás en tu posición habitual. Ya los chicos la
conocen. ―Los mira―. ¡Vamos, equipo, el perdedor recoge todo!

―¡Entendido, entrenador Gigants!

Suspiro y troto hacia mi grupo, el cual se posiciona en un extremo del


campo.

Saludo hacia las cámaras que disparan flashes hacia nosotros.

Ya con solo los chicos con chaleco naranja, sonrío al oír a su capitán, un
chico de cabello negro. Es un niño bastante común, de complexión delgada
y facciones que podrías ver en cualquier lado. Lo único que le caracteriza
son sus mechones desordenados y la presencia de algunas pecas por el sol
en su rostro. Una vez habla su tamaño deja de ser importante. Tiene la voz
de un maldito líder.
―Chicos, sé que ellos tienen a Steven como defensa y que todos le tenemos
miedo a Steven, pero si logramos aplacarlo podremos lograr que Malcolm
tome el balón y haga una anotación. Ganaremos. Esta vez lo haremos.
Tengo fe en el equipo y ustedes también deben tenerla.

No necesito girar el rostro para saber que Steven es el chico con más tamaño
entre ellos y cara de bully.

―¿Pero tu brazo no está roto? ―pregunta otro de ellos metiéndose un dedo


en la nariz.

―Simon ―gruñe el capitán, pero el chico rubio de grandes ojos no deja de


verme.

―No sé qué es lo que te han dicho, pero las cosas no duran rotas para
siempre.

Esperaba que mi frase fuera inspiradora, pero el niño simplemente se encoje


de hombros.

―No me importa si perdemos. Solo vengo aquí porque mi papá quiere que
practique fútbol. Es el único que no acepta que no soy bueno, pero siempre
he estado en el equipo naranja.

Miro al resto, mi ceño fruncido.

―¿Qué significa estar en el equipo naranja?

―Significa que somos basura ―dice un chico de piel oscura y cabello


rizado.

―Noah ―le llama la atención el líder, pero realmente ninguno aquí a parte
de él parece desear ganar.

O tener esperanza en hacerlo.

―Es la verdad, Lincoln. No tenemmos ninguna oportunidad.

Ante sus palabras se dirige a la zona de alineación, donde están los demás,
y el resto lo sigue.

Me quedo a solas con Lincoln, quién se ve como si le hubieran roto el


corazón.
Tras suspirar, me dirijo a él.

―Una vez jugué un partido solo, ¿sabes? El último. Solo tenía la ayuda de
uno de mis amigos.

Me mira.

―¿Ganaste?

Afirmo.

―Sí, pero me lesioné. Aunque no te va a gustar lo que te voy a decir,


necesitas a tu equipo.

Sus manos se aprietan en puños.

―Ellos ni siquiera tienen esperanza de ganar.

Me encojo de hombros.

―Entonces vamos a dársela. ―Lo miro de arriba abajo―. ¿Cuál es tu


posición?

―Soy un receptor.

Afirmo, trotando hacia a la alineación.

―Quédate en la zona de anotación y no pases de ahí.

Él necesita enseñarle a su equipo que puede ganar.

Y yo necesito demostrarle a un país entero que puedo arrojar un maldito


balón como un dios.

Cuando el silbato del entrenador Gigants suena, me apodero del balón antes
de que lo haga Steven y corro hasta alejarme de los chicos de chaleco verde
porque no tengo pensado lastimar a ninguno de ellos, lo cual me tienta
cuando el gran chico empuja a Simon, el rubio de ojos grandes, y la sangre
empieza a manar de su nariz. Conteniendo una sonrisa ya que a pesar de
que se traten de niños esta es la primera vez que juego en un campo tras mi
lesión y lo aprecio, cierro los ojos y me concentro en regular mi respiración
antes de tomar la posición habitual de lanzamiento. Una vez lo hago, lo
arrojo.
Steven se detiene unos segundos después tras de mí, alcanzándome
demasiado tarde.

Los brazos de Lincoln están extendidos hacia el frente para atajarlo y este
va directo hacia ellos.

Todos los chicos en el campo se detienen para ver si es posible que hayamos
anotad un touchdown tan rápido, pero algo sucede al último segundo y
Lincoln no es capaz de atajarlo, dirigiéndose prácticamente a la posición
opuesta a dónde cae el balón. Suspiro, pero hago un gesto con la mano para
decirle que todo está bien. Los demás ríen, menos sus amigos, y regreso
con ello. Tenemos una nueva oportunidad unos minutos más tarde, cortesía
de Noah y de cómo tacleó a Steven a pesar de que eso le representó un buen
golpe, su espíritu por el juego renovado, pero vuelve a pasar lo mismo.

Una y otra vez.

No quiero hacer sentir mal a Lincoln, pero los chicos empiezan a esforzarse
de verdad.

Durante el segundo tiempo lo envío a la banca para darle la oportunidad a


otro a pesar de que me hace sentir mal la expresión de su rostro. El siguiente
chico no es el mejor tampoco y lo deja caer algunas veces, pero lo ataja lo
suficiente como para que ganemos y sea el equipo verde quién deba recoger.

La cara del entrenador Gigants es un poema.

―Tu brazo luce bastante bien ―dice cuando paso junto a él al acabar―.
Creo que si le pones empeño podrías ganar la división infantil. ―Algunos
padres a su alrededor ríen y yo sonrío tensamente.

El equipo de Reed Imports me espera para regresar y evaluar mi desempeño


en el campo, pero no me voy sin despedirme de los chicos. Estos dejan de
beber agua y se reúnen a mi alrededor para despedirme y decir que están
ansiosos por el siguiente partido, pero Lincoln permanece lejos. Los del
equipo verde nos miran desde lejos y me acerco a algunos de ellos para
firmar sus uniformes a pesar de los gruñidos de desaprobación de su
entrenador. Estoy yéndome, sin embargo, cuando un acontecimiento llama
mi atención. Steven le arroja a Lincoln una de las botellas de agua de
plástico que recogía y a pesar de que este estaba prácticamente frente a él,
no lo vio o fue capaz de esquivarla.

―Estúpido ciego ―se ríe, a lo que cada músculo en mi cuerpo se tensa.


En cuestión de segundos estoy frente a Lincoln.

A diferencia de la mayoría de los chicos, sus padres no están en ningún lado


por aquí hoy.

―¿Lincoln? ―pregunto al detenerme frente a él y gira su rostro hacia mí,


pero no alza su mirada hacia mi cara. Me arrodillo frente a él y coloco dos
dedos frente a su rostro―. ¿Cuántos dedos ves?

―¿Cuatro?

Trago, asintiendo.

Le doy unos golpecitos en la cabeza.

―Eso es chico. Fue un buen juego el que jugamos.

―¿De verdad lo cree?

Afirmo.

―Tu equipo recobró la esperanza. Eso es lo importante.

Asiente.

―Eso creo.

Sin poder decirle nada más debido al nudo en mi garganta, me acerco


nuevamente al entrenador Gigants. Este se encuentra recogiendo sus cosas.
Ya algunos de los niños se han ido con sus padres, pero quedan algunos que
todavía desean autógrafos y los medios de prensa. Tanner, Grace, Casper y
el resto se han acercado para irnos, pero no he terminado aquí todavía. Me
aclaro la garganta para atraer su atención a mí, lo cual hace enderezándose
con el ceño fruncido con disgusto.

―¿Qué más necesitas a parte de mi campo y mis jugadores, Reed?

―Quizás saber por qué pusiste a un niño ciego como receptor ―siseo, las
venas en mi cuello marcándose, y sus labios se curvan hacia arriba mientras
se encoje de hombros con desinterés.

Qué maldito imbécil.


―El equipo naranja solo sirve para que el verde entrene. Ellos saben que
no pertenecen aquí. Si no pueden resistirlo son libres de irse en cualquier
momento. Es su testarudez lo que les impide hacerlo.

O sus esperanzas.

O sus ganas de ser alguien un día, añado para mí mismo al ver a la madre
de Lincoln finalmente llegar.

Es una mujer joven que abraza a su hijo con todo el amor del mundo en un
uniforme de mesera, inconsciente de todo el daño que le están haciendo en
un sitio en el que se supone que deberían protegerlo. Mis dientes se aprietan
entre sí y todo mi cuerpo empieza a temblar.

―¿ Cómo puedes saber si pertenece o no pertenece aquí cuando lo pusiste


en la peor posición para él?

Se encoje de hombros.

―Es culpa de su madre si no tiene gafas. Probablemente ni siquiera se ha


dado cuenta de que las necesita. Tiene dos malditos trabajos y no le presta
la atención que debería al chico.

Me adelanto un poco más, consciente de que que Tanner ha empezado a


acercarse.

―No me importa si su madre no se dio cuenta. Tú lo hiciste y lo has puesto


una y otra vez en una posición en la que lo único que hacen es burlarse de
él y de su problema, incluyéndote.

Mi respiración empieza a volverse errática mientras el recuerdo de todo lo


que me hicieron viene a mí.

Jasper, mi representante, quién se supone que debía protegerme y terminó


vendiéndome.

Los directivos, quiénes debieron haber estado agradecidos por todo lo que
di por el equipo.

Mis compañeros.

Quizás es una locura querer volver, pero no puedo permitir dejarlos ganar.

No puedo permitir que sigan haciéndole esto a Lincoln.


Y no puedo permitir que viva la misma maldita historia que yo con su madre
soltera y cero posibilidades o peor ya que dudo que, para mal o para bien,
haya un hermano mayor en su vida.

―No es mi culpa que sea un maldito ciego ―gruñe, dándose la vuelta―.


Si tan preocupado estás por él cómprale unas gafas y fóllate a su madre por
diez dólares. He oído que eso es lo que cobra.

No puedo aguantarlo más.

Tomo su hombro y lo giro para golpearlo como lo merece, pero antes de


que si quiera piense en hacerlo una mano se posiciona sobre el mío y me
hace dar la vuelta, interrumpiendo.

―¿Qué demonios crees que haces? ―sisea Tanner―. Toda la prensa de


Sun Valley está aquí.

―Puso un chico ciego como receptor ―susurro inclinando la cabeza hacia


Lincoln y su madre.

Tanner los ve y el entendimiento alumbra su mirada, pero niega.

―No puedes hacer este tipo de escándalo. Todo el mundo está mirando.
―Baja la voz―. Vámonos. Te prometo que Reed Imports ayudará a
Lincoln y a su madre. Aunque está lejos de nuestra cede en Texas, haré que
entre en el programa de Reed & Campbell. Te prometo que tendrá una
buena vida, pero no arruines la tuya haciendo algo estúpido por alguien que
no merece la pena. ―No dejo de temblar y lo nota, así que lleva sus manos
a mi rostro―. Entiendo cómo te sientes. Yo me siento así a veces.

―Y nada te ha impedido terminar en prisión por causas que valen la pena


―gruño.

Afirma.

―Lo valían, pero esto no solo te enviaría a prisión. Estás frente a todos. Te
arruinarán mediáticamente. A la luz pública se verá como si hubieras
golpeado al entrenador de una escuela de fútbol de niños pequeños después
de que te cediera los espacios. Quedarías como el maldito villano y ese
nunca ha sido tu papel. ―Me da una palmada en la mejilla, consciente de
que su discurso me ha hecho entrar en razón―. Además de ayudar a
Lincoln podría hacer que suplantaran al entrenador, si quieres.
Afirmo, consciente de que a veces este maldito psicópata me consiente
demasiado.

A veces, cuando eso le da una excusa para ser malvado.

―Haz eso.

Pero cuando estamos a punto de irnos, el entrenador Gigants vuelve a llamar


nuestra atención.

Este pasa por detrás de la madre de Lincoln y toca intencionalmente su


trasero mientras se retira del campo, algo que la mujer simplemente ignora
abrazando a su hijo sobre sí a pesar de la mirada desolada en su rostro. No
soy el único en notarlo. Los padres. Los reporteros. Mi hermano. Veo a este
último con los dientes apretados, la impotencia recorriéndome incluso más
de cómo lo hizo cuando lesioné mi brazo, y Tanner gruñe con algo que se
escucha como resignación.

―Creo que la historia de alguien que salva a una pobre mamá acosada por
un pervertido no suena tan mal. ―Me mira. Afirmo, adelantándome, pero
pone su mano sobre mi pecho, deteniéndome―. Y quizás el papel de
villano y la cárcel sean incompatibles contigo, pero no conmigo.

Tras decir esto trota hacia el sitio en el que se halla Gigants.

Toca su hombro y le dice algunas palabras antes de proceder a la acción.

Me apresuro en ir tras él para contemplar el momento en el que su puño


impacta contra el rostro del profesor, quién se desploma en el suelo. Mi
hermano, quién no esperaba dejarlo inconsciente, me mira antes de empezar
a correr en dirección al autobús. Lo imito al darme cuenta de la seguridad
de la escuela está persiguiéndonos. La prensa también. Por fortuna ya todos
están dentro de él, contemplando el intercambio a través de las ventanas,
para cuando llegamos. Tanner le ordena a uno de los chicos de la
maquinaria quedarse y tomar los datos de Lincoln para la ayuda en contra
de la expresión mortificada en su rostro ya que sabe que será quién deberá
dar explicaciones a las autoridades, pero órdenes son órdenes y termina
bajándose del autobús. Nos ponemos en marcha y no puedo evitar chocar
los cinco con el hijo de puta, quién se limita a negar antes de sentarse junto
a mí.

―Nunca pensé que diría esto, pero necesito una cerveza. ―Casper hace un
sonido que suena a aprobación y Tanner gira el rostro hacia Grace―. ¿Qué
opinas de eso, doc? ¿Malcolm puede beber?
Esta sonríe.

―Creo que una cerveza o dos mientras me explican por qué la policía nos
persigue estaría bien.

Tanner y yo fruncimos el ceño, dándonos cuenta que sus palabras son


ciertas al ver por la ventana.

―Por favor, chófer, detenga el autobús a menos que quiera que usemos la
fuerza.

Mi hermano gruñe.

―No puedes estar hablando en serio.

Pero es en serio.

La policía hace que todos, menos Grace y Rufus, nos bajemos del autobús
y presionemos nuestro rostro y las palmas de nuestras manos contra el
metal. Por fortuna no hay nadie cerca para fotografiarnos mientras nos
manosean en búsqueda de armas o drogas. Tanner trata de comprarlos, pero
eso solo hace que lo metan en la patrulla por intento de soborno a una
autoridad. La situación cambia, sin embargo, cuando uno de los oficiales
toma mi identificación y lee mi identidad en voz alta.

―¿Malcolm Reed? ¿De los Kings?

Afirmo.

―Era de los Kings. Ahora solo estoy aquí recuperándome.

―¿En el complejo de Callaghan? ―pregunta, a lo que afirmo.

―Tiene coherencia lo que dice ―murmura el otro policía, dejando ir a


Casper―. Este es mitad acero.

El oficial que me observa ladea la cabeza con curiosidad.

―Me dijiste que nos llamaron porque tu hermano golpeó al entrenador


Gigants porque acosaba a la madre de un niño.

Afirmo.

―Así es, oficial.


Suspira, dándole nuevamente el permiso para conducir a nuestro chófer.

―Todo sería más fácil si las personas prefirieran llamarnos a volverse


delincuentes.

―Quizás si todos ustedes hicieran bien su trabajo lo haríamos ―gruñe


Tanner, entrando en el autobús.

―Námaste ―se despide de ellos Casper, intentando aligerar la tensión que


dejó atrás el pelinegro.

Hago ademán de unirme a ellos, pero el oficial me detiene.

―Espera, Reed, sé que quizás esto no es del todo correcto, ¿pero podrías
darnos autógrafos? Soy de Texas. Me gustaría tenerlo. Carl también es un
fanático. Quizás nuestros hijos lo aprecien. Estaban con los niños con los
que jugaste. Llegamos rápido porque estábamos ahí viéndolos.

Afirmo, tomando su bolígrafo y su libreta.

―¿Para quién va dirigido?

―Para Albert el primero ―responde―. Y el siguiente para Simon.

Mis cejas se alzan. Elevo la mirada para ver al padre del pobre rubio que no
dejaba de sangrar en el campo y que claramente odiaba estar ahí. Separo los
labios para aconsejarle no obligar a su hijo a hacer algo que no quiere, pero
luego recuerdo cuán horrible era Gigants y la promesa de Tanner de hacer
que lo echaran y los mantengo cerrados. Quizás el problema fue el método,
no el deporte.

―¿Y los tuyos? ―le pregunto al otro oficial, el cual es extremadamente


callado y serio.

También enorme.

―Carl y Steven.

Vuelvo a alzar la vista de la libreta.

Steven el bully es hijo de un oficial.

Genial.
Termino por comprender por qué la decepción de mi hermano con el
sistema judicial de este país.

―Tomen.

Me doy la vuelta para subir al autobús, pero nuevamente la voz de Albert


me detiene.

―Sé que ya te he molestado demasiado, pero jugar fútbol es mi sueño


frustrado y espero que Simon logre cumplirlo por mí. Me lesioné en mi
último año de universidad y luego todo se fue atrás. ―Lo observo―.
¿Crees que nuestros hijos tengan alguna oportunidad? Tú eres de los
grandes. Debes saber.

Niego, subiendo en el autobús.

―Lo único que sé es que una gran responsabilidad que tienen como padres
es hacer que sus hijos sean los únicos que puedan responder a esa pregunta,
no alguien más, ni siquiera ustedes o yo.

Sin escuchar nada más, entro en el medio de transporte de Reed Imports.

―Nos soltaron gracias a mis amenazas ―escucho a Tanner mascullar


mientras habla por teléfono, a lo que sonrío antes de dirigirme a un par de
asientos vacíos y sentarme en uno de ellos.

Cierro mis ojos y apoyo la parte posterior en el asiento, disfrutando del


viaje.

La voz de Grace del otro lado, también sola, me hace abrirlos.

―¿Supongo que todavía iremos por esas cervezas?


Capítulo 24
Terminamos en un bar cerca de una de las tantas montañas de Sun Valley.

Es el típico bar de barriles y un montón de objetos colgando de las paredes


que verías en las películas. El ambiente es cálido y ruidoso e
inmediatamente trae una sonrisa a mi rostro, pero una mueca hastiada al
rostro de mi hermano. Dejo de empujar la silla de Grace cuando
encontramos una mesa libre para nosotros tres, el chófer, el chico extra y
Casper. Tanner pide una ronda de cervezas para los seis.

Mientras la esperamos sus ojos negros viajan a su acompañante, la cual se


encuentra entre nosotros.

―Estábamos hablando de cómo fue estudiar medicina en Stanford.

Grace asiente.

De camino aquí Tanner le contó la razón por la que nos persiguió la policía,
lo que se suponía que iba a hacer yo, así que no tengo ningún tema para
hablar con ella. Me enfoco en Casper, pero este está ocupado entablando
conversación con Bill, el chófer, y el otro chico, Patrick. Soy el primero en
beber su cerveza cuando llegan, resignándome a ser el indeseado tercero
entre nosotros tres.

―Callaghan hizo que instalaran rampas y que mejoraran sus ascensores


para mí.

―¿Te ayudó a entrar en la universidad? Stanford es un buen lugar.

Niega.

―Participé en las Olimpiadas. Todo el planeta vio cómo me lesioné. Fui su


proyecto de caridad e inclusión aunque muchos no estuvieron de acuerdo
con eso, pero al diablo. ―Tanner ríe al escucharla maldecir. No puedo
evitarlo. Yo también―. Lo difícil fue obtener mi especialización, pero
Callaghan era el director del departamento de traumatología. Me ayudó con
sus amigos a convertirme en cirujano y luego hizo él mismo el resto del
trabajo. Por lo general no opero, pero Malcolm fue un caso especial.

Los ojos de mi hermano brillan.

―Malcolm es especial.

Grace asiente.

―Lo es. Nunca había tenido un paciente como él.

La expresión de Tanner se llena de humor.

―¿Suicida?

Gruño.

―Estoy aquí, ¿sabes? ―reclamo, pero solo se encoje de hombros―. Idiota.

―No ―prosigue Grace como si nuestra pequeña pelea no hubiera


sucedido―. Terco.

―Se llevó toda la terquedad de la familia.

Grace me mira tras tomar un sorbo de su cerveza.

―Y tú todo el sarcasmo y la arrogancia.

La expresión de Tanner se torna en blanco por un momento y por un


instante creo que está preparándose para decirle algo a Grace Taylor por lo
que tendremos una pelea, pero luego hace lo impensable y tira de su cabeza
hacia atrás para dejar escapar una estruendosa carcajada.

Ella lo hizo reír, otra vez.

―Brindo por eso y por tu sinceridad. ―Tras alzar su vaso en el aire le da


un sorbo y me mira. Tras relamer sus labios de una forma maliciosa y
psicópata que reconozco, dice―: Ella me gusta.

Las mejillas de Grace se sonrojan.

―Tú también me caes bien.


Mi hermano aumenta la tensión extendiendo su mano a través de la mesa y
tomando la suya.

La acaricia por unos segundos.

Grace se estremece y al instante deseo hacer que la suelte, puesto que es


obvio que solo juega con ella.

―Me refería a que me caes lo suficientemente bien como para querer


invitarte a continuar esta conversación en algún otro momento, ¿quizás con
un café o con una copa de vino?

Miro a Grace intentando transmitirle con los ojos que debe decir que no,
pero ella afirma.

―Eso estaría bien, para hablar. ―A pesar de su respuesta afirmativa aleja


su mano, riendo―. Eres guapo, millonario e inteligente, ¿qué tipo de chica
no querría salir contigo, Tanner?

Mi hermano le ofrece una encantadora sonrisa.

―Tu gato callejero me ama. Esos son puntos extras, ¿no?

Grace afirma, riendo.

―Estoy segura de que ninguna te dice que no cuando te pones en modo


príncipe.

―No lo sé, Grace, no suelo invitar a muchas chicas a salir, pero tú llamaste
mi atención.

Eso es cierto.

Solo le he conocido una novia en la vida a mi hermano y con ella se casó.

Y una amante.

El resto del tiempo ni en mi adolescencia ni en mi niñez o adultez lo he


visto perder su tiempo con alguien, exceptuando algunas salidas casuales o
compañía para los eventos de su empresa.

―Tú también llamaste la mía ―susurra y a partir de entonces deduzco que


Tinder se apoderó de sus almas mientras no veía. Desvío la mirada hacia la
entrada, deseando encontrar una excusa para irme y dejar a los tortolitos
solos, pero nuevamente la voz de Grace capta mi interés mientras suplantan
mi cerveza porque he terminado con la mía―. Tu exterior es frío y
desagradable, pero escondes un gran corazón que se preocupa demasiado
por Malcolm. He visto a muchos abandonar a su suerte a sus familiares en
el complejo. Me alegra que no seas uno de ellos. Que seas apuesto, tengas
dinero y te lleves bien con Rufus no te da puntos, pero lo mucho que quieres
a tu hermano sí. ―La sonrisa de Tanner se tambalea, pero el hijo de puta
logra mantenerla en su lugar―. Me encantaría tomar ese café o esa copa de
vino para entender cómo surgió ese apego tan grande que sientes hacia él,
como si fueras su padre en lugar de su hermano y Malcolm fuera lo que lo
que más protegieras en el mundo.

Mi pecho también se hunde al oírla.

A pesar de sus palabras el tono de Grace deja claro que no tiene ningún tipo
de interés extra, pero sé cómo es mi hermano y sé por experiencia propia
que siempre obtiene lo que quiere cuando se lo propone, incluso si eso me
jode. No sería la primera vez que se mete con alguien importante para mí,
una mujer, y la arruina. Mis dientes se aprietan cuando veo a Tanner asentir.

―Mi asistente se pondrá en contacto contigo.

Y desafiando todo lo que representa, toma su mano y la besa.

Sus ojos negros están fijos en los míos mientras lo hace, pero después los
cierra y al volverlos a abrir solo pueden fijarse en la pelirroja de rostro lleno
de pecas y mirada inocente y frágil.

Hijo de puta.

Bebo el contenido restante de mi cerveza y voy por otra antes de forzarme


dentro de la conversación de Casper, Bill y Patrick sobre delfines y
crustáceos. No escucho más de la conversación de Tanner y Grace, pero
todos en la mesa concentramos nuestra atención en un mismo punto cuando
tres chicas se detienen frente a nosotros. Son dos rubias y una morena. Sus
atuendos, shorts o vestidos, son cortos y sus cuerpos parecen sacados de
una pasarela de Victoria’s Secret. Sus ojos están en mí y mi hermano.

La música se ha apoderado del lugar desde que llegamos, así que sé lo que
van a pedir.

―Hola, mi nombre es Audrey y estas son mis amigas, Melissa y Johanna


―ríe, cruzando sus brazos por encima de su ombligo expuesto. Escondo
una risa ante la expresión en el rostro de mi hermano, un jodido asexual, y
de Casper, quién se ve como si no entendiera el idioma en el que hablan―.
Me preguntaba si les gustaría bailar con nosotras un par de canciones.
Estamos de vacaciones aquí y no habíamos visto chicos más atractivos hasta
que llegaron.

El ceño de Tanner se frunce.

―¿Qué edad dijiste que tenían?

―Veintiuno ―responden y mi hermano bufa, mirando hacia su teléfono.

―No me refería a tu identificación falsa, niña. Lo siento, pero no tengo


interés en ser tu padre.

La chica se ve como si estuviera a punto de llorar ante su respuesta.

Pasa de Tanner.

Me mira y me encojo de hombros, enseñándole mi anillo de casado.

―Lo siento.

Sus ojos se deslizan entonces a Casper, quién parece ser su última opción.

Este se compadece de ella, poniéndose de pie. Las tres chillan.

―Heterosexuales ―les dice, rodando los ojos, y el grupo ríe, invitando a


Bill, quién en cualquier momento podría dar su último aliento debido a que
tiene ochenta años, y Patrick, un chico de veintitantos que parece salido de
un sótano en el que se fabrican los nuevos avances tecnológicos.

Miro a Grace, cuya mirada se alumbra cuando cambian de canción.

Esta también contiene anhelo.

Un anhelo tan grande que mi estómago se encoje.

―¿Quieres bailar? ―le pregunto y no me miente, asintiendo.

Tell me something, girl

Are you happy in this modern world?

Or do you need more?

Is there somethin’ else you’re searchin’ for?


―Mataría por bailar. Después de patinar era lo que más amaba hacer
―responde lo suficientemente bajo como para que yo solo escuche. Como
si a pesar de llevarse bien con mi hermano, no estuviera lista para compartir
eso con él―. La canción de esa película me encanta, ¿la has visto?

Niego.

―¿Cómo se llama?

―A Star Is Born.

―¿La de Lady Gaga? ―Afirma―. ¿Y quién canta con ella?

―Bradley Cooper.

―No sabía que Bradley cantara.

Su frente se arruga con diversión.

―Hablas como si lo conocieras.

Sonrío.

―Hemos ido a algunas fiestas juntos. Soy del medio, ¿recuerdas?

Su expresión se vuelve suave mientras me ve, pero también incómoda.

―Claro.

―Quizás algún día pueda presentártelo. ―Su mirada se alumbra. Le echa


un vistazo a la pista y ríe ante los movimientos de Casper. Los movimientos
de Bill y de Patrick, incluso el de las chicas, quiénes vuelven a llamarme
para que me una a ellas. Niego y Grace ríe. Su risa me atrae de vuelta a su
rostro―. Bailemos ―susurro en su dirección, a lo que niega e insisto―.
Puedes pararte sobre mis pies. Los moveré y sostendré tu cintura. No quiero
alardear, pero soy lo suficientemente fuerte.

Grace solo parpadea en mi dirección.

―Sé que eres lo suficientemente fuerte ―susurra―, pero no sé si yo lo sea.

―¿Por qué lo dices?

Separa los labios para responder, pero no la dejo terminar.


Me pongo de pie y la tomo en brazos con la misma facilidad con la que la
sostengo siempre.

Mis labios se curvan hacia arriba cuando tira de su cabeza hacia atrás,
riendo. Casper exclama con emoción al verla, besando su mejilla, y me
ayuda a que se estabilice sobre mis pies. Una vez la mantengo sujeta contra
mi cuerpo como prometí, siendo cuidadoso con respecto al lugar donde
pongo mis manos, no que tengo que hacer más que mecerme debido a que
el ritmo de la canción es lento.

I’m off the deep end, watch as I dive in

I’ll never meet the ground

Crash through the surface, where they can’t hurt us

We’re far from the shallow now

Dejo escapar una débil risa cuando el ritmo aumenta con Lady Gaga
alardeando de sus cuerdas vocales y empiezo a girar con Grace, a lo que
grita y deja caer su cabeza hacia atrás, disfrutando y mirando hacia el techo
repleto de hileras e hileras de bombillas que chocan contra su rostro,
alumbrándolo de tal forma que sus pecas parecen pequeños puntos de luz.
Cuando la música se vuelve aún más intensa con el sonido de los platillos,
curvo su espalda hacia atrás y me inclino sobre ella como si estuviéramos
bailando de verdad, lo cual se siente como tal. Al ayudarla a enderezarse la
canción ha terminado y por la forma en la que se me queda viendo, con las
pupilas dilatadas y sin respirar, creo que la he lastimado de alguna manera,
pero luego deshace el agarre que sus manos mantienen sobre mi chaqueta.

Y la expresión que hasta hace solo un momento estaba llena de felicidad se


llena de dolor.

―Maldita lisiada ―dicen dos tipos frente a la barra, señalándonos y


riéndose.

Grace se estremece y al volver la vista a ella me doy cuenta de que está


llorando.

―Te dije que no era tan fuerte ―solloza―. Llévame al complejo, por
favor.

Trago, consciente de la oleada roja que me inunda.


Ya que no quiero que Grace sea víctima de ello, la dejo en su silla con
Tanner, quién ya se ha puesto de pie y mira fijamente a los imbéciles, y me
acerco a ellos, pero no soy el primero en hacerlo. Casper lo es mirándolos
con una expresión oscura en el rostro que no había visto jamás. Cuando
termina de decir lo que les está diciendo, lo cual puedo adivinar, uno de los
sujetos lo empuja y mi fisioterapeuta reacciona tomando una botella y
rompiéndola sobre su cabeza, a lo que su amigo intenta asaltarlo.

No se lo permito.

Tras mirar a Tanner y ofrecerle una disculpa con los ojos, lo alcanzo antes
de que lo haga y lo golpeo.

Al menos uso mi brazo izquierdo para asegurarme de no lastimar más el


derecho.

*****

Nunca he estado en prisión.

No tras las rejas.

Las veces que he acabado en la cárcel han sido para visitar a mi hermano,
quién tiene un amplio historial con la justicia debido a que aunque su vida
siempre está regida por el control, suele estallar. Recuerdo perfectamente
la primera vez que terminó en una bajo mi conocimiento. Mi padre había
ido a uno de mis juegos durante la universidad y había fingido tener mérito
en mi educación.

Tanner no lo aguantó sin darse cuenta de que estaba provocándolo.

En ese entonces no lo sabía, pero nuestro abuelo se encontraba al borde de


la muerde y Wagner tenía la esperanza de que si lograba que se
decepcionara de su nieto el hombre cambiaría su testamento. Tanner pasó
un mes en prisión, así que no pudo ver a nuestro abuelo morir, pero yo sí lo
hice.

Wolfgang Reed hizo que nos reuniéramos unos días antes de partir.

Él, un abogado y yo.

Hasta la fecha Tanner no había logrado que nuestro padre me reconociera


voluntariamente como su hijo y el anciano estaba consciente de la basura
que era, quizás también sabía que gracias a él su nieto estaba en prisión, así
que jugó una última carta antes de partir concediéndomelo él mismo.

―No quiero ―le había dicho―. No quiero nada que provenga del hombre
que envió a mi hermano a prisión solo por diversión y lastimó tanto a mi
madre. Tu hijo es quién debería estar muriendo.

Los ojos negros del anciano se habían llenado de tristeza, pero sus labios se
curvaron.

―Esto no es por tu padre ―dijo mientras se enderezaba en la cama―. Es


por tu hermano.

―¿Qué tiene que ver mi hermano?

―Su apellido también es Reed. Él nunca ha renegado de ti a pesar de lo


que eso ha representado para él en el mundo en el que vive, bajo las
creencias en las que ha crecido, ¿pero tú si lo harás?

Guardé silencio por un momento antes de volver a hablar.

―No creo que a Tanner le importe si tenemos el mismo apellido o no.

―No, pero hicieron un trato. ¿Quién crees que lo ha ayudado en ocasiones


a mantenerlo? Él viene aquí y me dice que necesita dinero para salir con
una chica que sabe que no le daría su padre, pero nunca he visto a mi nieto
con una chica. Entonces, Mal, ¿a dónde va todo ese dinero? ―Miré hacia
mis manos. Tanner seguía en prisión, pero los fondos seguían llegando a mi
cuenta. A la de mi madre. A pesar de que a veces no lo usara porque no iba
a ser un despilfarrador, ahí estaba siempre un nuevo depósito. Yo no había
podido mantener mi promesa porque no había manera en la que lo hiciera,
no sin abogados que hasta la fecha no podíamos costear ya que al tratarse
de la disputa de una empresa hablábamos de millones o cientos de miles de
dólares, pero él si había mantenido la suya de cuidarnos.

Tras tragar la bilis que vino a mi boca ante la idea de llevar ese apellido,
ascendí la vista hacia él.

―¿Está seguro de que funcionará?

―Es muy tarde para que cambie el testamento. Mi estado actual no me lo


permite legalmente, pero si pudiera corregirlo y dejarle todo a mis nietos lo
haría. Esta es la solución más rápida y eficaz.
Asentí.

―Bien.

Tomé el documento que me tendió y lo firmé, aceptando ser oficialmente


Malcolm Reed.

Una vez lo hice el abogado de nuestro abuelo se ocupó de llevarme de


regreso a casa. Wagner había prohibido que cualquiera se acercase a él, así
que habíamos tenido que entrar a la casa disfrazados de enfermeros. Antes
de volver al campus, sin embargo, hice que me llevara a la prisión dónde se
encontraba Tanner y pagué su fianza, pero no logré que saliera al instante.

Ellos dijeron que necesitaban unos días para hacer papeleo.

Al día siguiente Wolfgang murió.

Unas semanas después Wagner descubrió que nunca llegaría a la


presidencia de Reed Imports.

Su hijo con a penas un año de graduado estaba ahí.

―¿Pasa algo contigo? ―pregunta una voz a mi lado, haciendo que alce la
vista del suelo.

Ryland nos sacará de aquí, pero Ryland estaba en Houston con su esposa y
su hija cuando Tanner llamó. Eso significa que a menos que nos liberen
estamos atrapados tras los barrotes por un día o dos.

Me pongo de pie, acercándome a la figura de mi hermano apoyada contra


el metal.

―¿Debería pasar algo?

Descruza sus brazos.

―No lo sé, dime tú. ―Me observa fijamente―. Noté que te molestó que
me acercara a Grace.

Niego.

―No me molesta que quieras salir con ella. Me molesta que la uses para
divertirte. Ella no es así.

―¿Así cómo? ―cuestiona, oyéndose feroz.


―Un juguete, como acostumbras a tratar a las personas, en especial a las
mujeres.

Quiera admitirlo o no, en eso se parece mucho a nuestro padre.

Mi mayor miedo es parecerme a ellos en eso.

Mi madre se esforzó por mí.

Sav se esforzó por mí.

Grace…

Detiene mis pensamientos colocando sus manos a ambos lados de mi rostro,


presionándolo para que no tenga más opción que verlo. Trago cuando junta
su frente con la mía, todas las emociones del mundo contenidas en sus ojos
negros sin fondo y en el centro de mi pecho, en la punta de mi lengua.

―Grace es buena compañía, pero dejaría de salir con ella si supiera que te
molesta.

Niego, mi cuerpo temblando con un sentimiento que no puedo definir.

Que no quiero definir.

Que no soportaría definir.

―No me molesta.

Pero él sigue.

―Si ella juega un papel importante en tu vida, ya sea como una amiga o
una amante, y no quieres que arruine todo lo que representa para ti
follándomela como a cualquier otra con un cuerpo y una cara bonita cuando
para mi hermano es algo mucho más valioso, entonces dímelo, así sea con
los malditos ojos, y solo eso bastará para que me mantenga alejado porque
eso es lo que haría un buen hermano.

Mi garganta se seca.

No soy capaz de responder.

Me suelta.
Sin dirigirme nuevamente la palabra, llama al oficial para pedir que lo
cambien de celda.

Fin del mini maratón

-se muere-

Capítulo 25
Ryland llega a Sun Valley por la mañana, casi al mismo tiempo que lo hace
la primera nevada del año. No viene solo. Una niña de unos dos años y
medio, con sus brillantes ojos claros y el cabello marrón de Isla, toma su
mano dentro de un gran abrigo amarillo que no deja ver nada más de su
cuerpo a excepción de las botas para nieve cubriendo sus pies y sus manos
enguantadas. Ryland nos señala mientras el oficial nos libera,
arrodillándose para estar a su altura y poder susurrar a su oído algo que
oímos ya que no se esfuerza en lo absoluto por bajar la voz.
―¿Ves a esos tipos de ahí? ―Jenna asiente―. Nunca puedes estar con
ninguno así. Son criminales. ―La alza, llevando sus labios a su mejilla para
besarla―. Debes mantenerte lejos de los criminales.

―Cállate ―sisea Tanner, caminando como una especie de zombie hacia la


salida.

―Él es lindo ―canturrea Jenna, señalándome.

En la recepción de la policía nos esperan Casper, Patrick y el otro chico.

Ellos nos dan un par de abrigos y la indumentaria para salir de aquí sin
congelarnos.

―Bueno, Malcolm es el único de los Reed sin antecedentes penales. Él


podría ser una opción.

―¿Es un chico bueno como tú, papi?

―Nunca ningún chico será tan bueno contigo como tu padre, pero es mucho
mejor que el resto.

―¡Lo quiero de regalo de navidad!

A pesar de que me siento como una mierda sonrío hacia Jenna cuando me
ve con ojos soñadores. Firmamos la boleta de salida y después buscamos
irnos finalmente de la comisaría. Algunos oficiales me piden un autógrafo,
pero los ignoro. En el marco de la entrada de esta, sin embargo, se hallan
otras personas esperando por nosotros. Grace, cuya mirada se alumbra al
vernos, pero posee evidentes ojeras bajo los ojos. Isla, quién sostiene dos
tazas de café para nosotros y las agita para saludarnos.

Y Sav.

No sé quién se detiene primero, si mi hermano o yo, pero ambos lo


hacemos.

No importa lo que use, siempre consigue verse como el sueño de cualquiera


hecho realidad. En esta ocasión lleva un traje para nieve completamente
blanco y un abrigo del mismo color con botas altas. Su cabello está suelto
y brilla como nada más lo hace, enmarcando su rostro con los ojos más
bonitos.

Es preciosa.
Mi esposa quizás es la mujer más hermosa que haya visto.

En cualquier otro momento la tomaría en brazos y giraría con ella entre


ellos, pero cuando la alcanzo tras recuperar el aliento se limita a verme,
deshaciendo la preocupación en su mirada al comprobar que estoy bien,
antes de llevar sus ojos a Grace y sonreírle de una manera que hace que me
tense.

―¿Vamos a desayunar a ese café que me recomendaste?

Grace me mira antes de girar el rostro hacia ella y asiente.

―No tengo problemas en ser tu guía.

―Eres tan amable ―le dice mi esposa mientras se encarga de su silla, por
lo que Grace, también ya dentro de un abrigo azul y vaqueros blancos con
flores bordadas, le da indicaciones de hacia dónde ir.

El resto se mantiene tras ella ya que no se siente como si hubiera otra


opción.

El pueblo de Sun Valley está lleno de nieve, pero hay máquinas limpiadoras
en la acera que mantienen el camino libre para las personas que transitan
sobre ellas. Después de caminar dos cuadras con el sonido de estas de
fondo, junto con la conversación que mantienen Savannah y Grace sobre
las boutiques del lugar, finalmente llegamos a un establecimiento de dos
pisos al estilo cabaña colonial.

Está repleto de flores en la entrada.

Nos sentamos en una mesa en su interior, cerca de la chimenea.

―Bien, ¿quién quiere un chocolate caliente? ―pregunta Ryland, a lo que


los chicos y Sav se apuntan.

Grace, Isla, mi hermano y yo seguimos bebiendo café. Después de que


pedimos nuestra comida todos consiguen alguien con quién hablar, incluso
Jenna, pero por alguna razón soy excluido de todas las malditas
conversaciones. No entiendo la mayoría de las cosas de las que hablan
Ryland y Tanner, cosas relacionadas con Reed Imports, ni soy tan joven
como para unirme a la conversación sobre videojuegos que mantiene
Casper con los asistentes de mi hermano. Cuando intento unirme a la
conversación de Grace, Isla y Savannah esta última ni siquiera mira en mi
dirección cuando hablo.
Decido que he tenido suficiente cuando se excusa para ir al baño.

―Ya regreso ―dice poniéndose de pie, a lo que yo también me levanto


después de que se aleja.

Por el rabillo del ojo percibo la mirada de mi hermano en mí, pero no le


pienso dar ningún tipo de explicación sobre por qué voy tras mi esposa. Por
fortuna el baño de damas no tiene a nadie más que a Savannah dentro, por
lo que no hay ningún testigo de cómo soy golpeado verbalmente cuando,
mientras se lava las manos frente al espejo, coloco mi barbilla sobre su
hombro y nos miro en el reflejo.

La pareja perfecta ante los medios.

La chica de mis sueños.

―Eres hermosa, Savannah Campbell.

Sonríe, sacudiendo sus manos.

―Gracias. ―Se gira entre mis brazos, por lo que nuestros labios están a
centímetros de distancia, pero solamente me puedo concentrar en sus ojo
grises llenos de enojo silencioso―. ¿Sabes cuánto maquillaje tuve que usar
para verme así? Tres capas de base que cubrieran la palidez de mi rostro
porque ni siquiera recuerdo la última vez que salí a tomar el sol. Dos de
corrector para deshacer mis ojeras porque ya no sé lo que es dormir sin tener
pesadillas relacionadas a ti.

―Sav… ―murmuro, retrocediendo para darle su espacio ya que


comprendo por completo su enojo y sé que lo merezco―. ¿Podemos hablar
esto como adultos? No tienes que ignorarme frente a todos.

Se acerca solo para empujarme, lo que me sorprende ya que Savannah


nunca había hecho algo así.

Pero tampoco se había molestado conmigo así.

―¿No te gusta que te ignoren, cabrón? Pues aguántalo, porque así como tú
te has sentido durante esta media hora yo me he sentido por meses en los
que solo he intentado hallar formas de hacerte sentir mejor. En los que dejé
de hacer muchas cosas que necesitaba hacer porque me tomaba demasiado
en serio mi papel como esposa y no soportaba la idea de perderte. Meses en
los que me hiciste creer que estabas enojado conmigo por haber actuado a
tus espaldas por algo que no hice para lastimarte, sino porque creía que era
lo mejor para ti ya que en ese momento ni siquiera sabías quién eras,
Malcolm.

Mi pecho se hunde al ver lágrimas de ira e impotencia en sus ojos.

―No estoy enojado contigo, Sav.

―Ahora lo sé ―dice, secándose los ojos con un pañuelo frente al espejo


para evitar que su maquillaje se corra. Cuando termina estampa el papel
contra mi pecho―. Y eso es peor porque significa que solo no querías
verme y lo único que espero ahora es que tengas el valor de decirme por
qué.

―Savannah…

Se queda esperando mi respuesta, pero esta no es capaz de abandonar mi


boca.

Su mirada se llena de decepción.

―No merezco esto, ¿cierto? No he sido tan mal esposa. Yo en verdad lo he


intentado.

Mi garganta se seca.

―No. No lo mereces. Has sido estupenda. El del problema soy yo y soy yo


quién no te merece.

Se acerca a mí.

Por un momento pienso que va a besarme, pero se limita a hacer que


nuestros rostros estén a centímetros de distancia y a observarme. Su mano
se dirige a mi mejilla y la roza con sus dedos.

No entiendo a dónde quiere llegar.

Tras unos segundos solo se separa de mí y se dirige a la puerta, cerrándola


con un portazo.

―Vete a la mierda, Malcolm.

*****

El grupo se disuelve, gracias a Dios, cuando Isla, Grace y y Savannah


deciden ir con Jenna al spa del hotel cinco estrellas en el que se están
quedando ya que todos no pueden hacerlo en el completo. Regresamos al
complejo después de comer, dónde por fin puedo darme una ducha y
descansar antes de retomar mi rutina de entrenamiento en la tarde tras
recibir un mensaje de mi hermano, pero este no está ahí cuando bajo a
reunirme con el equipo frente al lago. Grace y Casper sí, junto con el
entrenador Dawson. Este aumenta la intensidad de mis ejercicios tras
obtener el permiso de mi médico.

Cuando terminamos me dejo caer frente al lago, pero ya no me puedo


sumergir en él.

Las bajas temperaturas no lo permiten.

―Maldición ―exteriorizo mis sentimientos sintiendo los copos de nieve


caer sobre mi rostro.

Por el tiempo que hemos estado casados Tanner y Savannah se han visto
forzados a estar dentro de la misma habitación, no solo por mí. Se han
reunido para atender asuntos de su programa académico. Lo que no sabía
era que esta estuviera en constante comunicación con su empresa, lo cual
equivale a él aunque ella misma no lo quiera admitir, pero nunca me ha
dado razones para sospechar que siga existiendo algún interés en él de su
parte. Con Tanner las cosas han sido diferentes.

Sigue siendo mi hermano.

Nuestra relación sigue siendo la misma.

Pero el cuchillo está ahí, hundido en su pecho, y yo solo lo observo


desangrarse en silencio.

Porque es más fácil estar enojado con él que admitir que fui un hermano
de mierda.

Porque es más fácil ignorar a Sav que ver cuán mal esposo he sido, cuán
mal amigo.

Pero el momento hablar sobre la verdad está cada vez más cerca.

Y la sola idea de perder a alguno de los dos me destroza.

―¿Mal? ―pregunta Grace desde el final del camino, haciendo que me


levante ya que no puede pasar de ahí debido a la nieve―. ¿Tu bazo está
bien? ¿La intensidad del entrenamiento fue muy fuerte?
Niego, deteniéndome frente a ella.

―Todo está bien. ―Mis labios se curvan―. ¿Hiciste algo con tu cabello?

Este sobresale de un sombrero con bolitas. Se ve más brillante y suave que


antes.

Toda ella, en realidad.

Su piel. Sus uñas. Su maquillaje.

Es como una versión 2.0 de Grace, pero sin dejar de ser Grace.

―Sí ―admite con las mejillas rojas―. Savannah me dio algunos consejos.

Trago.

―Fueron buenos consejos.

―Gracias. ―Inclina su cabeza hacia el complejo―. ¿Entramos? Está


haciendo mucho frío.

Afirmo aunque realmente no sea ese mi caso.

He estado helado desde antes de que llegó el invierno.

Pero Grace es el tpo de persona que hace que no necesites el fuego para
entrar en calor.

****

Isla y Ryland organizan una cena para nosotros en el hotel en el que están
quedándose con Sav y Jenna. Este está en una cabaña casi en la cima de una
de las montañas de Sun Valley desde dónde se pueden ver las luces del
pueblo durante la noche. Grace, Casper y el resto del equipo, incluyendo al
entrenador Dawson y a Callaghan, fueron invitados. El médico a cargo del
complejo se rehusó a venir, pero le envió un ramo de flores en
agradecimiento a la pareja que Isla recibe con una sonrisa cuando llegamos.

―Son hermosas. Las pondré en agua.

―Son de parte del doctor Callaghan.

Isla ríe entre dientes.


―Probablemente teme que Savannah vuelva a exigir su dinero.

Mis labios se curvan ya que está en lo cierto.

Tras abrazarla y dejarla con Grace, con quién charla animadamente sobre
un montón de cosas que debieron hallar que tienen en común durante el día
de spa, me acerco al lugar de la reunión en el que se halla el resto charlando
con copas de vino y aperitivos en mano. Mi esposa se encuentra apoyada
en la barandilla llevando un vestido manga larga color negro, pero con
destellos y reflejos azules. Su cabello negro cae lacio sobre su espalda.
Combina lo que usa con botas para nieve negras. Aunque sus manos se ven
un poco azules por el frío, el carisma y la sonrisa se mantiene en su rostro.

Me quito el abrigo.

Sin saber si me rechazará o no, lo deposito sobre sus hombros cuando lo


alcanzo, deteniendo por un momento la conversación que mantenía con
Ryland. Los ojos de este brillan al ver mis movimiento.

―Qué buen esposo eres, Malcolm, pero deberías calmarte un poco aquí.
Me dejas en ridículo.

Me tenso.

Savannah se limita a mirarme mientras toma las solapas de mi chaqueta,


yéndose después.

―Iré a ver si Isla necesita ayuda para la cena.

―Bien ―le digo como si esperara mi respuesta, pero no lo hacía.

Termino hablándole a su espalda.

Escucho a Ryland reír. Este hace ademán de unirse a ella y a su familia,


pero lo detengo.

Esta mañana cuando hablaba con Jenna percibí el timbre sarcástico en su


voz.

―¿Cuál es tu maldito problema?

Frunce el ceño y por un momento creo que no obtendré una respuesta, pero
luego habla.
―Sabiendo que soy el único amigo real que tiene tu hermano, ¿algo te hace
pensar que podría tener un problema contigo? ―Ryland es uno de los tipos
más relajados que conozco, así que me sorprendo cuando me dirige una
mirada que da a entender que no soy del todo de su agrado―. ¿Algo que
quizás no te permita dormir por las noches? ―Se inclina sobre mí para
volver a hablar en voz baja y que yo solo escuche―. Yo no te compro el
número suicida y depresivo. Soy abogado, Malcolm, y no estoy donde estoy
por esta bonita cara. Sé cuando las personas esconden algo y sé cuándo
mienten. ―Se echa hacia atrás―. Pero esta noche le prometí a mi esposa
una bonita cena con sus amigos, lo cual te involucra por ser el esposo de
Savannah y el hermano de Tanner, y eso es lo que tendrá.

Dicho esto esto se aparta de mí y se da la vuelta.

Giro el rostro intentando que sus palabras no me afecten, pero lo hacen.

Veo a Casper reír frente al fuego con Dawson y el resto del equipo.

Veo a Grace charlando con las chicas en la cocina, junto con Jenna, a quién
se les une Ryland. La paredes son de cristal, así que puedo ver todo lo que
sucede en su interior. La pelirroja les tiende los platos que necesitan
mientras Savannah sirve la comida sobre ellos e Isla y Jenna la llevan a la
mesa. No hay ninguna tensión entre ellas. Mi esposa charla con mi médico
como lo haría cualquier otra, lo que significa que no piensa que algo más
que una relación médico-paciente esté sucediendo entre nosotros. Tomo
una bocanada de aire, aceptando la copa que uno de los trabajadores del
hotel me tiende, antes de continuar deslizando mi mirada por la enorme
suite que el matrimonio alquiló.

Mis ojos se detienen en mi hermano.

En el hecho de que está mirando hacia el mismo lugar, de lo que él se da


cuenta cuando gira su rostro hacia mí y alza la copa de la que bebía vino en
su mano para que brindemos como si fuéramos socios.

Pero no quiero ser su maldito socio.

Quiero retroceder en el pasado e impedir que alguna vez conozca a mi


esposa.

Pero no se puede.

―¡La cena está servida! ―grita Ryland con Jenna en brazos, dirigiéndose
a la mesa dentro de la suite en la que han preparado todo―. ¿Más vino?
―pregunta hacia mí cuando están sentados, a lo que afirmo. Ryland, quién
conozco desde hace un tiempo y no debería ser tan hijo de puta, rellena mi
copa―. ¿No tiene un sabor familiar para ti? ―pregunta, a lo que Sav gira
su rostro levemente hacia mí.

―¿Qué cosa? ―pregunta.

―El vino que nos costó tanto conseguir para hoy, ¿sabes cuál es?

―Seguro es algo caro de lo que ni siquiera sé pronunciar el nombre ―dice


Casper, pero solo Grace e Isla ríen ante su comentario, ajenas a lo que hay
detrás del dialogo.

Niego y Savannah simplemente aparta la mirada.

―Es de una exclusiva cosecha británica de una vieja familia aristócrata.


Han intentado expandirse y habituar sus precios al mercado actual, pero no
obtienes la experiencia que en verdad vale la pena si no pagas lo suficiente
por ello ―dice una voz que conozco bien viendo directamente hacia mis
ojos―. Es una cosecha Van Allen de mil ochocientos noventa y dos
―dice―. Pero ese no es el vino favorito de tu esposa. ―Siento el mismo
cuchillo que está en su pecho en el mío, pero sigo siendo incapaz de
ayudarlo―. El vino favorito de tu esposa es de la cosecha Van Allen de mil
ochocientos noventa y tres.

Giro el rostro hacia ella para confirmar esto, pero ella ya no se encuentra en
su silla.

―Iré a hablar con ella. Seguro le sentó mal el cambio de clima y presión
atmosférica.

Pero niego, echando mi silla hacia atrás.

―Yo voy.

Ya no puedo seguir ignorando mis responsabilidades.

Isla me mira con duda en sus ojos, pero termina regresando a su puesto. La
suite que poseen es una especie de departamento, así que Savannah se está
quedando con ellos. Tomo aire mientras intento adivinar cuál es su
habitación. Una vez descarto las que están vacías, voy por la que está en el
fondo.

Toco.
No recibo ninguna respuesta, así que intento abrirla, pero se encuentra
cerrada.

―¿Sí? ―pregunta del otro lado, su voz nasal.

Mierda.

―Sav, ¿podemos hablar? Te están esperando allá afuera. Si no estás ahí no


será igual de divertido.

―No creo que pueda divertirme ahora.

Deslizo mis dedos por la madera, consciente de que está apoyada en ella de
la misma manera que yo por cómo se oye.

―¿Es por mí?

No duda al responder.

―Sí.

―¿Quieres que me vaya?

―Sí. ―Me echo hacia atrás cuando sale de la habitación―. Lo siento por
haberte empujado y tratado de esa manera en el baño, pero hoy me he
enfrentado a mucho y no sé cómo manejarlo. Mañana cuando me sienta
mejor podemos hacer un tiempo para nosotros dos en la noche. Ahora, sin
embargo, no soporto verte y si te quedas arruinaré la cena de Isla y de
Ryland porque ella solo estará preocupada por mí y no quiero hacerlo, ni
incomodar a los invitados con problemas que solo son nuestros.

Trago.

―¿Cómo puedes estar tan segura de que te sentirás mejor mañana?

―Si no es así te toca esperar a que yo tenga la fuerza para hablar contigo
de la misma manera que yo he esperado por ti, pero dudo que ese sea el
caso. ―Se da la vuelta―. Yo siempre encuentro la manera de estar bien.
Esta no será la excepción ―dice más para sí misma que para mí.
Capítulo 26
Después del desastre de la cena de Isla y Ryland me dirijo a la salida de la
cabaña en la que estoy para tomar un taxi. Lo espero en la salida
sintiéndome de la misma manera que lo hice el día del incidente, pero sin
alcohol y sin Marcus para ayudarme a sobrellevarlo. Asiento hacia la
recepcionista, una mujer madura de aspecto impecable, después de que da
mi dirección y me indica que espere afuera.

Estoy por subirme a él cuando escucho el sonido de una voz tras de mí.

―¡Malcolm! ―grita ella, haciendo que me gire.

A pesar de lo mal que me siento giro el rostro hacia la voz que se encuentra
llamándome y una sonrisa se adueña de este a ver a Grace rodar su silla de
ruedas con rapidez hacia mí, rechazando la ayuda del botones cuando este
se acerca para empujarla con la excusa. Dejándole en claro que no tengo
pensado irme, muevo mis manos en señal de interrogación y la espero.
Respira con dificultad cuando se detiene frente a mí. Durante el poco
tiempo que estuve en la suite solo tuve ojos para mi esposa y cabeza para
mi hermano, así que no pude apreciar cuán adorable se ve con su vestido
naranja con brillos.

Una flor se encuentra en su muñeca como si fuera a un baile de graduación


de preparatoria.

Cuando me nota mirándola sus mejillas se ruborizan todavía más.


―Jenna y yo jugábamos.

―Bien ―digo, pero sigo sin entender por qué me siguió.

―Tu custodia sigue con nosotros ―murmura, explicándomelo sin que se


lo pida―. Viniste con Casper, pero él todavía no quiere irse y yo he pasado
todo el día con las chicas. Mañana pedí el día libre porque Savannah me
invitó a ir de compras, así que le dije que podía tomar su lugar y regresar
contigo. ―Bosteza―. Estoy cansada. Tus amigos tienen mucha energía.

Mis amigos.

―En realidad son los amigos de mi hermano y de Sav ―gruño


colocándome tras ella y empujándola hacia el taxi, cuyas puertas se
mantienen abiertas para nosotros.

Meto a Grace en su interior y el chófer se encarga de la silla.

Cuando la acompaño y nos ponemos en marcha, la nieve cayendo sobre el


parabrisas, gira su rostro hacia mí y sonríe de tal manera que sus ojos color
miel lucen más pequeños a raíz de eso.

―Tu esposa es maravillosa.

Afirmo.

―Soy un hombre afortunado.

―¿Por qué prohibiste que te visitara en el complejo? ―pregunta―.


Cuando me lo dijeron deduje que quizás Savannah podría ser mala para tu
recuperación de alguna manera porque no tienes ni idea de la cantidad de
familiares a los cuales se les ha prohibido la entrada. Padres abusivos.
Exigentes. Primos, hermanos o parejas interesadas que no están ahí cuando
la cosas se ponen difíciles.

A pesar de que no sé si esté listo para hablar de esto con alguien, empiezo
a abrirme porque es un cáncer que ha estado consumiéndome por dentro
desde hace ya varios años.

―Savannah salía con mi hermano antes de casarse conmigo. Él estaba


casado mientras lo hacían. Rompieron y después yo hice mi movimiento.
No se la quité, Grace. Tanner la perdió.
Ante mi confesión veo al chófer alzar la vista hacia nosotros a través del
espejo retrovisor, pero Grace solo asiente como si mis palabras no le
hubieran causado ninguna impresión.

―Lo deduje.

―¿Cómo?

―Me refiero solo al hecho de que salieran, no a todo el drama detrás de


eso. ―Presiona sus labios fuertemente entre sí, como si no estuviera segura
de decir lo que dirá, pero termina haciéndolo―. Tu hermano es una persona
completamente diferente cuando está cerca de ella.

Afirmo, sin poder contradecirla.

―Él ni siquiera habla cuando mi esposa está en la misma habitación que


él.

―No es solo eso. Es como si se tomara en serio la vida cuando ella está ahí.
No hay humor negro o sarcasmo. ―Sus labios hacen una mueca―. ¿Eso es
lo que ha estado destruyéndote? ¿Celos? ―Llevo mi vista hacia el exterior,
contemplando los edificios de afuera, y la sensación de su mano sobre la
mía hace que lleve nuevamente mis ojos a los suyos―. Está bien si no sabes
cuál es su vino favorito. Estoy segura de que sabes cosas como cuál es su
pizza o su golosina favorita.

―Su pizza favorita es cualquiera que contenga mucha charcutería. Sus


galletas favoritas son las Oreos. Le gusta la luz natural en su estudio. ―La
sonrisa de Grace crece como si hubiera demostrado su punto, pero se
deshace al oírme de nuevo―. Pero estoy seguro de que Tanner sabe esas
cosas también.

Y estoy segura de que ella sabe más de él de lo que yo sé.

Dándose cuenta de que es un tema complicado, lleva su rostro hacia la


ventanilla de la misma manera que yo lo hacía y se limita a contemplar el
exterior. La imito. Pasan los segundos y estamos llegando al complejo
cuando finalmente decide continuar con nuestra conversación, la cual había
dado por muerta.

―Nunca vamos a saber todo de una persona, incluso si convivimos con


ellos a diario. Todos tenemos secretos, sueños o inseguridades que
mantenemos para nosotros mismos o que a veces desconocemos.
Me limito a asentir mientras salgo del taxi, ansiando alejarme tan rápido
como pueda de todo.

―Tienes razón.

Nunca conoces lo suficiente a una persona.

Nunca sabes cuán podrida en realidad puede estar por dentro mientras todos
dicen que brilla por fuera.

Eso es lo que nos caracteriza a los hombres del árbol familiar Reed.

Y estoy comenzando a aceptar que no soy muy diferente a ellos.

****

Al día siguiente tampoco veo a mi hermano, al menos no hasta el almuerzo.

Cuando he terminado mi entrenamiento por la mañana y Dawson me dice


que puedo ir a comer y a descansar un rato antes de ir a conocer al nuevo
entrenador de la escuela Brown y jugar con los chicos, lo veo en la salida
del complejo con su equipaje a un costado. Haba por teléfono mientras un
hombre guarda sus pertenencias en un auto oscuro. Mi ceño se frunce ya
que no me dijo que se iría.

Le hago una seña a Casper para decirle que continúe hacia la cafetería sin
mí antes de acercarme.

―Hey ―saludo intentando obviar cuán nervioso y patético sueno―. ¿Qué


pasó con tu uniforme?

Como un maldito niño que está a punto de ser abandonado.

Tanner me ha hecho una seña con el dedo para que espere, como si fuera
otro de sus clientes y no su hermano, y se aleja unos pasos de mí. Espero
como un imbécil a que termine de hablar antes de obtener una respuesta, lo
que me lleva a esperarlo con atuendo deportivo para el frío sentado en la
acera.

Cuando se detiene frente a mí no me levando, limitándome a observarlo


desde abajo.

―Me voy.

―Eso es evidente, viejo.


Su mandíbula se aprieta.

―No soy tu viejo, Malcolm. Soy tu hermano ―gruñe y niego.

Las temperaturas son frías, pero el brillo del sol es tan potente sobre
nosotros que tengo que entrecerrar uno de mis ojos para observarlo bien.
Mi tono de voz es despreocupado, pero por dentro me estoy rompiendo
porque ha estado diferente conmigo desde esa conversación en la cárcel.

Aún más desde que llegó Savannah.

―Pensé que también eras mi patrocinador.

Se encoje de hombros.

―Eso sigue siendo así, ¿o acaso has visto al dueño de Adidas o Nike
pegados al culo de los deportistas que modelan sus marcas? ―pregunta y
niego―. Tengo cosas que hacer en Texas. Tengo una importadora que
manejar. Tenemos, en realidad, por si llega el momento en el que decides
recordar que no solo se vive de sueños. Está bien tenerlos, pero por lo
general la gente trabaja para lograrlos.

Me pongo de pie.

―Yo estoy trabajando a diario para hacerlo.

Su expresión se endurece.

―Sí, eso está bien, pero me refiero al hecho de que ese trabajo que haces
va acompañado de la preocupación de en dónde dormirán esa noche o cómo
pagarán las cuentas si su dinero se acaba. La mayoría de ellos no tienen un
hermano que puede servirles de colchón en el caso de que la cartera se les
vacíe demasiado rápido.

Trago.

―¿Me estás sacando en cara todo lo que has hecho por mí?

Tanner niega.

―No. ―Sus hombros se hunden y finalmente se quita las gafas,


enseñándome sus ojos cansados y decepcionados―. Me lo estoy sacando
en cara a mí mismo. ―Se acerca y me abraza. No le devuelvo el abrazo
porque no he terminado de asimilar sus palabras, ni el hecho de que me esté
abandonando cuando más lo necesito, pero aún así me estrecha con fuerza
antes de dejarme ir―. Te permití muchas cosas. Te perdoné muchas cosas
y puedo seguir haciéndolo, pero lo que sí no puedo tolerar es el
desagradecimiento tan profundo que tienes hacia todo lo que te rodea,
incluyéndome e incluyendo a tu esposa. No le das el valor a nada, Malcolm,
porque solamente estás concentrado en ti, en el fútbol y de nuevo en ti. Ese
es tu problema, no tu maldito brazo. ―Siento la humedad resbalar por mis
mejillas ante sus palabras, pero no la detengo―. En la fiesta de recaudación
me dejé llevar por la curiosidad y le pregunté a los jugadores de los Kings
por qué te abandonaron en el juego. En ese momento no los escuché
realmente debido a que mi amor por ti me cegaba, pero ahora entiendo su
respuesta. ¿Quieres saber cuál fue? ―Niego, pero él de todas maneras la
dice―. Él nos abandonó primero. Él traicionó nuestra hermandad primero.
―Sacude su cabeza ―. Tienes un serio problema dando a las personas por
sentado. Yo te lo aguanto porque eres mi hermano, pero nadie más lo hará.
―Toma la puerta de su auto―. Tienes talento. Tienes mi dinero. Esa
combinación no va a fallar. No me necesitas.

No respondo.

Me limito a verlo subirse en su auto y despedirse con la mano hasta que le


entra otra llamada.

****

La tarde es una mierda después de que Tanner se va. Me quedo encerrado


en mi habitación y me excuso para no ir a mi entrenamiento porque no es
igual sin el maldito desquiciado gritándome cosas. Casper intentan sacarme
de mi dormitorio, incluso Callaghan viene, pero me excuso en tener
malestar estomacal. Eso resulta contraproducente para mi solicitud para
salir con Savannah más tarde, pero por fortuna esta logra convencer al
doctor de dejarme ir cuando me alisto y paso por su oficina.

Por su cara estoy seguro de que volvió a mencionar algunos ceros.

Cuando llego a la suite de Savannah son las seis de la tarde. El sol a penas
empieza a ocultarse, pero estaba ansioso por verla y arreglar las cosas entre
nosotros. Con tener problemas con una de las personas más importantes
para mí a la vez es más que suficiente. Al verla levantarse de la silla en la
que se encontraba sentada, sin embargo, sé que algo anda mal. Su cabello
cae lacio sobre su espalda. Sus mejillas están rosadas. El enterizo para
esquiar que usa resalta su cuerpo de manera sobrenatural. En teoría nada
está mal visualmente con ella, pero lo siento en mis malditas venas.

Lo confirmo cuando me doy cuenta de que no lleva su anillo.


―¿Té?

Niego.

―¿Dónde está tu anillo? ―pregunto, pero no responde.

Vuelve a sentarse e inclina la cabeza hacia el banco frente a ella.

Es entonces cuando reparo en la fila de documentos sobre la mesa.

Mi pecho se hunde al darme cuenta de lo que son y empiezo a negar, pero


toma mi mano y la aprieta.

―Antes de ser mi esposo eras mi amigo. Eras la persona a la que llamaba


cuando había tenido un día difícil o con la que simplemente pasaba el rato
porque no se me venía a la mente nadie más con quién hacerlo. Nadie con
quién me sintiera tan cómoda o a gusto. Apreciada. No quiero que eso
cambie ―dice, las lágrimas deslizándose por sus mejillas―. No sé por qué
razón no quieres que esté ahí para ti, pero no voy a perder el resto de mi
vida intentando descubrir por qué cuando te lo pregunté directamente y no
fuiste capaz de responder a pesar de lo mucho que eso me destrozaba. Al
igual que yo no insistí en ello y respeté tu decisión de no hacerlo, espero
que tú también respetes la mía. ―Toma una honda bocanada de aire antes
de continuar―. Me prometí a mí misma que no volvería estar en esta
situación de nuevo. Quizás las personas dirán que no luché lo suficiente,
pero hay cosas por las que no se deben luchar. Cuando te traje aquí y durante
todos los meses que estuviste mal estaba luchando por ti porque te amaba y
no me interesó hacerlo, pero no puedo luchar por tu amor o por tu
consideración. Esas son cosas que tú deberías darme sin siquiera sentir que
me las das.

―Sav. ―Las palabras se atascan en mi garganta―. Yo te amo.

Pero ella niega, su frente presionada contra la mía.

―No, Malcolm, ya no lo haces. No como tu pareja. Pensé que lo primero


que harías al verme en la comisaría sería besarme a pesar de que
probablemente te habría abofeteado después, pero te limitaste a verme. Ni
siquiera te intereso lo suficiente como para entablar una discusión conmigo
acerca de algo o para llamarme para hacerme saber por ti mismo que
volverías a intentarlo con el fútbol.

Afirmo, de acuerdo con todos sus reproches.


―Lo lamento.

―Yo también, pero lo sentiría mucho más si pierdo más que un matrimonio
y también te pierdo a ti. ―Se sienta en mi regazo y me abraza. No puedo
contenerme y escondo el rostro en el hueco de su cuello, sintiendo las
lágrimas deslizarse por mis mejillas. Alza mi rostro después de un rastro―.
Quiero volver a ser tu amiga. Quiero que vuelvas a ser capaz de decirme las
cosas. Quiero que ambos estemos bien y cumplamos todas nuestras metas
sin que el otro represente ataduras para ello. ―Acaricia mi rostro con
cariño―. Nunca cortaría tus alas, así que no cortes las mías. Lo que más
añoro ahora es sentarme a diseñar sin sentir el peso de la responsabilidad
de tener que hacer algo para que estés bien, pero no tener idea de qué, y el
desgaste que conlleva hacer eso las veinticuatro horas.

La contemplo.

Contemplo el rostro de la hermosa mujer ante mí y lo siento.

Después de tres malditos años, siento mi pecho vibrar de nuevo sin


culpabilidad.

Respirar de nuevo.

―¿Qué es lo primero que harás? ―respondo tras alcanzar el bolígrafo y


darle mi maldita firma.

No tengo que leer el documento para saber que proviene del despacho de
Ryland.

Lo que sé con seguridad es que mi hermano no tiene ni idea de esto.

De haberlo hecho sé que su actitud al verme esta mañana habría sido


diferente.

Sav me sonríe, llorando.

―Irme de aquí. ―Besa mi frente―. Sun Valley es bonito, pero los climas
míos no son los míos.

―¿Regresarás a Texas?

―Sí, pero no a Houston. Me tomaré unas vacaciones con unos amigos.

Mi frente se arruga ya que estaba preparado para dejarla ir desde el primer


momento en el que demostró interés en mí, incrédulo ante la idea de tener
a alguien como ella, pero no para imaginarla con alguien más. Mucho
menos alguien que no la merezca o que no la conozca realmente.

Alguien como yo.

―¿Los gays?

Arruga su frente, levantándose y tendiéndome la mano para que yo también


lo haga.

―Sí, pero no son gays. Son bi. ―Pone los ojos en blanco―. ¿Cuántas
veces debo explicártelo?

―Lo siento, todo eso de la orientación sexual me confunde.

Rueda los ojos mientras se limpia las lágrimas, lo cual me hace sonreír con
un sentimiento cálido y a la vez desgarrador en el pecho. Estoy seguro de
que llorará toda la noche de la misma manera en la que yo lo haré, deseando
poder embriagarme, cosa que no puedo hacer ya que las bebidas alcohólicas
están prohibidas en el complejo, pero también de que estaremos bien porque
la conexión que hay entre nosotros sigue ahí a pesar de que acabamos de
divorciarnos. Mi sonrisa triste se transforma en una risa cuando sostiene el
documento de divorcio y lo agita en el aire de manera victoriosa.

―Eso fue fácil, Mal. Acabas de perderlo todo.

Su expresión se vuelve seria, así que dejo de reír y se lo arrebato con el ceño
fruncido.

Mi corazón empieza a latir rápido.

Sav no haría eso.

Me relajo al recordar que firmamos un acuerdo prenupcial antes.

―¿Te quedaste con la casa y con los autos? ―La observo asentir―. ¿Por
qué?

No me molesta el dinero. Solo es curiosidad.

Se acerca a la sala, poniéndose cómoda frente a un plasma.

La sigo, sentándome a su lado y aceptando la bandeja de pizza que me


tiende.
Pizza con pepperoni para ella.

Pizza con vegetales para mí.

Grace tiene razón.

Quizás no sé cuál es su vino favorito, pero nunca olvidaré eso.

―Porque hay una cláusula de infidelidad en nuestro acuerdo.

Frunzo el ceño tras tragar,.

―Sav, nunca te habría sido infiel.

―Mal. ―Se apoya en el espaldar del mueble y acaricia mi hombro―. Ya


no soy tu esposa. Puedes decirme la verdad sin que enloquezca. Grace es
una chica hermosa por dentro y por fuera. Ha pasado por tanto y aún así ha
encontrado la manera de ser una inspiración para muchos, incluyéndote. Es
entendible que hayas caído tan rápido. Admito que estoy un poco
preocupada por ustedes porque no sé cómo reaccionará Callaghan ante esto
porque su centro significa mucho para él, al igual que Grace, y son el típico
romance prohibido entre un médico y un paciente, pero ya nuestro
matrimonio no es un impedimento para ello y si en verdad se aman todo es
posible. Créeme. Que no haya funcionado para nosotros no significa que no
vaya a funcionar para ustedes.

Cuando termina de hablar me limito a mirarla mientras mastica.

―Savannah, ni siquiera nos hemos besado.

Su nariz se arruga.

―¿Sexo sin sentimientos? Eso es muy frío de tu parte, Malcolm, pero


entiendo que haya sido tu mecanismo para no sentirte mal por estarme
engañando, lo cual supongo que es el karma. Fui la amante de alguien una
vez, así que ya estaba prácticamente prescrito que me engañarían.

Niego, extendiendo mi mano para ocultar un mechón de cabello tras su


oreja.

―Sav, nunca te habría lastimado así. Quizás nuestro matrimonio no


terminó como pensábamos porque nadie se casa pensando que va a fracasar,
aunque quizás lo arruinaste un poco con ese acuerdo, pero jamás te habría
cambiado por alguien más y mucho menos desconociendo que querías irte.
―Sus ojos grises vuelven a humedecerse, viéndome como si no me creyera,
y dejo la pizza de lado para atraerla a mi pecho. La abrazo y beso la cima
de cabello con la esencia más pura de lo que siento hacia ella: cariño. Un
cariño perpetuo que no desaparecerá nunca. Después de que la escucho
sonar varias veces su nariz contra mi suéter, hago que alce la mirada―. No
hemos tenido sexo. Lo juro.

Pero niega.

―No lo entiendes ―susurra, alejándose―. Eso lo hace peor.

―¿Por qué?

―Porque en todo el tiempo que estuvimos juntos nunca me viste a mí como


la ves a ella. ―Se pone de pie, sirviéndose vino de nuevo―. A mí me veías
como uno de tus trofeos del Super Bowl ―explica mientras rellena la
mía―. A ella como si ni siquiera necesitaras el fútbol para ser feliz.

―Sav…

―Pero no soy quién para reprocharte nada ―murmura y por un momento


creo que va a mencionar algo relacionado a mi hermano, pero termina
diciendo―: No cuando yo misma quiero besarla. ―Le arrojo un cojín, el
cual esquiva―. ¿Qué? Estoy soltera y creo que percibí cierta vibra en ella.
Estaba tan interesada en mi cabello y en mi cuerpo mientras pasábamos
tiempo de chicas.

―Savannah ―advierto, haciéndola consciente de que soy un hombre y de


que ella está empleando un lenguaje altamente sexual que no había usado
en un buen tiempo al hablar de Grace.

Vuelve al sofá, sonriendo.

―Si tú no te la follas como evidentemente ella quiere que la folles lo haré


yo y terminará pasando lo que siempre ocurre.

Río, echando mi cuello hacia atrás al recordar nuestra época de noviazgo y


algunas de nuestras aventuras de casados. Al principio fui un tipo
tradicional y caballeroso, pero ella me pervirtió.

―¿Se enamorará de ti? ¿Grace Taylor?

―Sí, y luego viviremos juntas en nuestra casa y jamás te invitaremos a


nuestras pijamadas.
La contemplo.

Realmente la contemplo reír y ser ella misma.

Salvaje.

Alocada.

Apasionada.

Extrañaba esto.

Extrañaba limitarme a contemplar su fuego sin quemarme.

―Cualquier persona en su sano juicio se enamoraría de ti, Sav ―le digo,


ya fuera de bromas.

Me ofrece una mirada triste.

―Menos tú.

―Lo estuve desde el primer momento en el que te vi ―murmuro―, pero


luego enloquecí.

Se apoya en mí y envuelvo mi brazo alrededor de ella.

―Te extrañé, Mal ―confiesa y no sé si se refiere a si me extrañó o extrañó


nuestra amistad como era antes.

Refiriéndome en mi caso a ambas, respondo:

―Yo también te extrañé.

Capítulo 27

En un mismo día mi hermano y mi esposa me dijeron adiós.

Esta vez no fui capaz de retener a ninguno de los dos conmigo.

Tomando en cuenta todo lo que ha pasado, eso habría sido más allá de
egoísta de mi parte.

Ya es demasiado.
Aunque me muero por quedarme con ella contemplo a Sav dormida sobre
mi pecho, sus ojos tan hinchados como los míos debido a que pasamos la
última hora llorando, borrachos, y acaricio su mejilla antes de juntar sus
labios con los míos una última vez. Intenté esconderlo, pero renunciar a la
chica de mis sueños me está matando por dentro debido a muchas causas.
Nuestro divorcio para mí se siente como un mal necesario debido a que
sentía que no podía seguir arrastrándola conmigo al fondo del pozo en el
que me encuentro sumido porque de lo contrario ni siquiera yo podría salir
de él.

Cargar con Sav era como tener un ancla atada al tobillo.

Estoy seguro de que resulté en lo mismo para ella.

A pesar de que la amo con todo mi corazón, solo que no como merece.

No sinceramente.

―Reed ―susurra abrazándose a mi almohada, deteniéndome de irme


cuando me encuentro bajo el umbral de la habitación tras arropar su
cuerpo―. Gracias por anotar por mí.

Aunque sé que nunca sabré si se refiere a mi hermano o a mí, afirmo y me


regreso para presionar mis labios contra su frente. No iba a irme de aquí
hasta asegurarme de que estuviese bien. Pudimos haber tenido sexo de
despedida, me moría por tener sexo de despedida, pero Sav merecía más
que eso.

Merecía ser abrazada.

Merecía saber que aunque a veces no lo pareciera, amaba mucho más de


ella que su cuerpo.

El problema está en que nunca supe que hacer con todo lo demás.

Que esto siempre me intimidó porque solo soy un patético jugador que
depende de su cuerpo para ganar dinero, un tipo con la mentalidad de un
parquero con millones en su cuenta, como dice Tanner, y ella es la mujer
más impresionante en la que algún pobre bastardo podría fijarse.

―Gracias a ti.

Tras decir esto guardo la imagen de ella en mi mente y salgo al pasillo.


Son a penas las once y media de la noche, así que no me sorprende
encontrarme con Isla, Jenna y Ryland en el pasillo del hotel cuando salgo
de la suite. La mirada preocupada de Isla viaja a mí a penas me identifica.
Creo que es la persona más agradable y pacífica que he conocido en mi
vida.

Mientras tanto su marido, quién usualmente también es agradable, me lanza


dagas con los ojos.

―¿Firmaste o tendremos que vernos en un juzgado? Porque si es así debo


comprarme un traje para celebrar, digo, para vernos en la corte―pregunta
Ryland con Jenna dormida entre sus brazos y mis labios forman una mueca.
Su esposa lo mira con recriminación y se encoje de hombros―. Solo digo.
Necesito saber para decirle a mi modista. Sabes que no me gusta verme mal,
cariño, y que nunca repito un maldito traje en la corte. Si lo hiciera no
tendría la reputación que tengo.

Ahora entiendo por qué Tanner y él son tan cercanos.

―¿Me veo como un hombre felizmente casado? ―pregunto y la tensión en


sus hombros se va.

Se ve aliviado, pero también agradecido.

―Así que tienes consciencia.

―¿Estás bien, Malcolm? ―pregunta ella, ignorándolo.

Afirmo.

Fuerzo una sonrisa en su dirección, la cual solo aumenta la preocupación


en sus ojos.

―Acabo de divorciarme de la mujer que amo, pero sí.

―Mal ―susurra antes de acercarse y envolverme en sus brazos―. Hiciste


a Savannah muy feliz durante estos años, pero quizás ambos quieren cosas
diferentes ahora. Tú necesitas sanar y cumplir tus sueños. Ella también
necesita hacer lo mismo y volver a enfocarse en el trabajo como lo hacía
antes. Por experiencia sé que Sav puede amar a alguien, pero que no será
feliz si deja de lado su parte ambiciosa. No fue un peso para ella hacerlo
por ti, pero ya no era ella misma. Tú también te veías mal. ―Aprieta mi
brazo―. Pero no dejarás de ser importante para ella. Te adora y sé que tú
también a ella.
Acaricio su mano con agradecimiento.

―Gracias, Isla. ―Aclaro mi garganta―. ¿Puedo hacerte una pregunta?

La mujer asiente y luego mira a Ryland.

―¿Cariño? ¿Puedes dejarnos a solas un momento?

Su esposo gruñe, pero se dirige con Jenna a la suite. Antes de desaparecer


en su interior besa la cima de su cabeza y me fulmina con la mirada una
última vez. Ya a solas tomo una profunda bocanada de aire.

―¿Sav renunció al proyecto de Tanner?

Isla traga, sus mejillas sonrojándose.

―Le dijo a él que no lo tomaría porque pensaba que eso podría lastimarte
y ser malo para tu recuperación, pero la junta directiva de Reed Imports es
la que está esperando una respuesta escrita. Tanner se ha mantenido
apartado de todo porque no quería incomodarla y son ellos los que le
buscarán un reemplazo si no responde. Hay un plazo para hacerlo. ―Mira
hacia el piso―. Savannah me pidió que lo rechazara porque no podía
hacerlo por sí misma, pero yo no he enviado la carta oficial aún. Planeaba
hacerlo cuando faltaran unos días en el caso de que cambiara de opinión.
Una oportunidad como esta es… Dios. Malcolm, ella tiene que aceptarlo.
Sé que es complicado, pero debe hacerlo. Le daría a Campbell & Co lo que
necesita para dejar de solo diseñar casas bonitas y lujosas. Ninguna
constructora o idiota en la industria podrá aplastarnos después de formar de
algo así.

El alivio me invade como nunca antes.

―Eres la mejor, Isla. ―Beso la cima de su cabeza, lo que hace que se


sonroje―. ¿Savannah trajo su computadora de trabajo? ―Niega y
maldigo―. ¿Tienes acceso a su correo electrónico? ―Vuelve a negar―.
¿Podrías hacerme un favor? Juro que te lo devolveré si alguna vez necesitas
de mí.

Asiente.

―Mientras no implique algo que pueda herir a mi amiga, sí.

―Esto no la herirá ―le prometo―. ¿Vinieron en el avión de Reed Imports?


Afirma, lo cual no tiene sentido debido a que Tanner se fue por carretera.

¿Por qué se iría por carretera teniendo su jet privado aquí?

Lo compró hace un par de años y pasó semanas invitándome a acompañarlo


a sus viajes para descubrir pro sí mismo que tan lejos podía llegar llenando
el tanque de gasolina solo una vez, pero lo rechacé por la misma razón por
la que he estado rechazándolo desde que tengo uso de razón.

―Sí, ¿lo necesitas? Hasta donde sé sigue en la pista. Puedo hablar con
Ryland para que lo aliste.

―Necesito ir a Texas ―le digo con urgencia―. Y necesito que me traiga


de vuelta luego.

Afirma.

―Bien, ¿irás solo o acompañado?

―Acompañado ―respondo, lo que hace que su semblante cambie.

―Mal…

―No me dejarán salir del complejo sin supervisión médica.

Suspira.

―Está bien. ―Aún viéndose nerviosa debido a ello, se da la vuelta para


entrar a la habitación―. Está en la pista en una hora. Eso es lo que por lo
general les toma arreglarlo todo.

―Bien. ―La abrazo una última vez, alzándola, a lo que grita y Ryland se
asoma en la puerta―. Gracias, Is ―susurro en su oído antes de correr en
dirección a las escaleras del hotel.

―¡No vuelvas a acercarte a mi esposa! ¡Soy el maldito mejor abogado de


Texas! ¡Me tomaría solo diez minutos encontrar una razón para ponerte tras
las rejas! ―grita el rubio a mis espaldas, lo cual no ignoro.

―¡Tu esposa es demasiado buena para ti!

―¡Lo sé y por eso la cuido cada maldito segundo de mi vida! ¡Para que no
me pida el puto divorcio!

Aunque me doliese admitirlo, Ryland hacía un buen trabajo en eso.


*****

La habitación de Casper está en la primera planta del complejo.

Después de que golpeo varias veces su puerta, este abre usando una pijama
azul con estampado de hojas de marihuana. Su cabello rubio está revuelto
en la cima de su cabeza. Separa los labios a penas me ve, preocupación en
sus ojos, pero entro en su habitación y busco una mochila o algo donde
pueda guardar ropa. La encuentro en su armario y finalmente respondo a
sus preguntas.

―Necesito ir a Texas y necesito que me acompañes. Meteré aquí algunas


de tus cosas.

Tomo algunos vaqueros y dos juegos de camisas, además de un par de


zapatos que ni siquiera veo.

―Me estás jodiendo, Malcolm, ¿estás ebrio o drogado? ¿Quién mierda te


dio drogas?

―Sav me pidió el divorcio y se lo di. Ya no estoy casado ―le digo―.


Necesito ir a nuestra casa y hacer algo antes de que ella llegue. Se irá
mañana por la noche de Sun Valley así que debemos partir ahora o será
demasiado tarde.

Me mira, parpadeando.

―¿Es dinero? ¿Tienes una caleta? ―Lo miro con el ceño fruncido, sin
responder, y niega―. Estos heterosexuales y sus bienes mancomunados.
¿Por qué no solo hiciste una maldita ceremonia espiritual en Fiyi, hombre?
Eso es lo que hacen todos los tipos inteligentes con dinero.

Estampo la mochila contra su pecho.

―¿Me puedes acompañar o no?

Traga, viéndome.

―Solo si me prometes que pasaremos por la playa de regreso.

―No iremos en auto. Iremos en el avión privado de mi hermano.

Su ceño se frunce.
―Entonces supongo que eso lo hará más sencillo. ―Cuelga la mochila de
sus hombros―. Por cierto, eres todo un pequeño hermano menor
consentido, ¿te lo han dicho? ―Tanner me lo dijo. No con esas palabras,
pero lo hizo―. Malcolm. ―Se detiene cuando llegamos a la salida,
inclinando su cuerpo hacia el pasillo dónde están las oficinas principales
del complejo. La oficina de Callaghan, quién estará feliz de saber que
Savannah ya no estará ahí para amenazarlo con dinero para lograr que haga
todo lo que queramos―. No podemos irnos todavía. Soy solo un
fisioterapeuta y necesitas un permiso médico.

Probando sus palabras, los guardias en la puerta nos ven sigilosamente.

Trago.

Si se lo pido a Callaghan sé que será un hijo de puta y no me ayudará.

El tipo realmente empezó a odiarme.

―¿Qué hay de Grace? ―susurro―. ¿Crees que podamos convencerla?

Casper niega.

―Tiene otros pacientes, ¿sabes? No todo gira alrededor de ti.

―¿Por qué todo el mundo está empeñado en decirme eso? ―gruño,


dirigiéndome al ascensor para el menos hacer el intento, puesto que de lo
contrario tendré que escapar de aquí.

Necesito ir a Texas.

Necesito estar en mi casa una última vez antes de que Savannah llegue y
haga lo que hacen las mujeres que acaban de divorciarse, como cambiarla
o venderla.

O demolerla.

―¿Quizás por que nunca tomas en cuenta los sentimientos de otros? Al


principio pensé que era debido a tu depresión, pero ahora que
evidentemente estás mejor me doy cuenta de que viene de antes y por lo
que dices no soy el único. Los que te rodean pasaron de decir pobrecito
Malcolm, está tan mal porque lo perdió todo, debemos entender a ya no se
ve como si fuera a arrojarse de las escaleras, así que podemos dejar de
justificar todo lo que hace y lanzarle mierda porque él no es el único que
sufre.
Curvo mis labios, pero la espina se clava profundo en mí.

Es justamente así que me he sentido últimamente, como si me dijeran esas


palabras.

Pero no estoy bien.

No lo estaré hasta que vaya a mi casa en Texas.

Las puertas del ascensor se abren en el piso de Grace Taylor y me sorprendo


al descubrir cuán fácil es acceder en él. Mi ceño se frunce cuando no la veo
por ninguna parte, ni en la sala, ni en el comedor, y Casper, quién es su
amigo, regresa de las habitaciones sin haberla encontrado. Mi mirada se
desvía a la piscina entonces, de dónde sale Rufus con su pelaje erizado
debido a la molestia como siempre. Camino hacia ahí y entonces me doy
cuenta de que se encuentra flotando en la piscina, sus ojos cerrados. Luce
tan en paz consigo misma mientras deja que el agua la mueva de un lado a
otro que a penas puedo apartar mi mirada de la imagen que ofrece rodeada
de flores y buenas vibras.

Su cuerpo pálido y delgado está cubierto por un bikini verde menta.

Por primera vez desde que la vi siento algo de atracción hacia su cuerpo, no
puedo evitarlo y más aún con las palabras de Savannah y la fantasía de ellas
dos fresca en mi mente, pero es demasiado pronto.

Es demasiado pronto como para imaginarme a mí mismo con alguien más


que no sea Sav.

Lo cual no significa que no sienta una conexión con Grace Taylor que no
haya sentido con nadie más.

―¿Grace? ―la llamo y se sorprende tanto al vernos a Casper y a mí


observándolas, ya que estaba dormida, que abre los ojos abruptamente y se
hunde en el agua. Ambos compartimos una mirada y esperamos que salga
a la superficie, pero no lo hace―. Mierda ―siseo antes de empezar a
quitarme los zapatos y entrar con la ropa puesta en el agua, nadando hacia
el sitio en el que se encontraba.

No la encuentro a pesar de que extiendo mis brazos en las profundidades


para alcanzarla.

Es tan pequeña y la piscina es tan grande y profunda.


Mierda.

Mierda.

Mierda.

―¿Grace? ―la llamo, pero no obtengo ningún tipo de respuesta y el agua


empieza a lastimar mis ojos, el aire a desaparecer de mis pulmones, así que
salgo a la superficie para tomar una honda bocanada de aire y después bajar
de nuevo, pero me detengo cuando la veo aferrada a la orilla.

Su frente está arrugada y Casper solo ríe dirigiéndose a la cocina, diciendo


algo sobre los heterosexuales y su urgencia genética por ser el caballero de
brillante armadura de mujeres que ya no lo necesitan. Rufus solo nos
contempla como si todos fuéramos imbéciles desde el umbral de la puerta.

Juro que es mi hermano versión gato.

―¿Por qué te arrojaste así? ―pregunta mitad riendo, mitad preocupada―.


Sé nadar.

―¿Entonces por qué tardaste tanto en salir?

―Estaba nadando por debajo del agua hasta el borde. Es más fácil para mí
hacerlo por debajo. Por encima es más trabajo para mis brazos. ―Me
detengo junto a ella―. ¿Por qué están aquí?

Tomo una profunda respiración antes de responder.

Tengo el presentimiento de que tendré que hablar de ello mucho antes de


que las personas se acostumbren a mi nuevo estado y al hecho de que no
odio a Sav, ni ella a mí, y ambos decidimos no tener drama. Sé que algunos
pensarán que pudimos haberlo intentado más o que debió haber sido más
traumático, pero a la mierda con ellos. Solo ella y yo sabemos lo que
vivimos. Lo que sentimos.

Por qué lo hicimos.

De mi parte sé que la amaré por siempre y que siempre será importante para
mí.

Que no quiero seguir lastimándola y que me quema profundamente cada


una de las veces que lo hice y no lo noté porque, como dijo Casper y como
dan a entender todos, solo veo por mí mismo.
Pero puedo cambiar eso.

Quiero cambiar eso.

Solo espero que no sea demasiado tarde.

Los ojos color miel de Grace se apagan.

―Lo siento mucho por eso, Malcolm. Espero que todavía puedan ser
amigos. Sav es genial.

―Lo seremos si impido que me odie para siempre.

Su frente se arruga.

―¿A qué te refieres, Malcolm?

―Necesito ir a nuestra casa en Texas y hacer algo antes de que Sav llegue.
Se va mañana, así que necesito irme ahora mismo en el avión de mi
hermano. ―Trago―. Y necesito que me acompañes.

Grace niega.

―Malcolm, no puedo. Tengo más pacientes y… ―Se acerca,


oliéndome―. ¿Estás borracho?

Niego.

―Solo bebimos vino.

Pone los ojos en blanco.

―El vino también embriaga y estamos hablando de una cosecha que tiene
dos siglos fermentándose.

―Pero no es porque estoy ebrio que he decidido ir a Texas. ―Traga―. Es


porque estoy cansado de que las personas me digan que solo pienso en mí
mismo y aterrado de que tengan razón, Grace. Savannah es, después de mi
madre y de mi hermano, quién más me ha apoyado y querido. Era mi
esposa, pero también era mi amiga, y yo le fallé. No podré cumplir mis
sueños si sé que impedí que los suyos lo hicieran. Le debo esto. ―El hipo
escapa de mí y mis mejillas se sonrojan―. De verdad necesito ir a Texas.
Necesito resolverlo. Necesito ir a mi casa una última vez antes de que la
demuela.
Grace traga, pero sus ojos no abandonan los míos.

El agua está fría y toda ella se ve cálida.

Sospecho que lo haría incluso estando en el Polo Norte.

―Nada de lo que dices tiene ningún sentido ―susurra―. Y tengo


responsabilidades. La misma responsabilidad que siento hacia ti la tengo
con el resto de mis pacientes. ―Por alguna razón sus palabras suenan a
mentira, pero no lo hago notar―. Puedo convencer a Callaghan de darte un
permiso estricto por la mañana y dejar que Casper te acompañe.
Seguramente te alcanzará el tiempo.

Niego.

―Necesito estar en Texas antes de que Sav llegue. Dijo que se iría por la
noche, ¿pero y si cambia de opinión? ¿Y si se da cuenta de que el avión en
el que vino ya no está?

Su expresión se suaviza.

―Mal, lo siento mucho, pero no puedo hacer…

Corto sus palabras presionándome en su contra y llevando mis manos a sus


mejillas.

Violando el distanciamiento que la relación médico-paciente amerita.

Grace se aferra al borde como si temiera ahogarse, pero jamás la dejaría


hundirse.

―Debe haber algo que quieras. Algo que nadie haya podido cumplir para
ti hasta ahora o que te haya sido negado. Casper quiere ver el mar y tengo
planeado llevarlo de regreso. ―Grace mira hacia la cocina, dónde veo a
Casper preparar emparedados para llevar como si ya supiera que nuestro
sigue en pie, y regreso su atención a mí girando su rostro con suavidad―.
Dime qué es y lo haré realidad.

Sus ojos color miel se llenan de lágrimas.

―Malcolm ―advierte, pero no la escucho sabiendo que hay algo.

―Dímelo, Grace. Dime lo que quieres para que pueda cumplirlo. No soy
mi hermano, pero soy un maldito Reed y nadie nunca me dice que no.
Ella traga, resistiéndose, pero finalmente cede y eso me hace sentir como
una mierda por usar mi apellido y los usuales medios de mis genes para
lograr algo.

Pero también estoy aliviado.

―Quiero ver una vez más a la mujer que me enseñó a patinar.

Tras oír sus palabras no queda más por decir, así que me echo hacia atrás.

―Hecho.

Capítulo 28
El viaje a Houston nos toma cuatro horas.

Llegamos a las seis en punto de la mañana al sitio en el que solía vivir.

Cuando el chófer se detiene frente a mi hogar y todos nos bajamos del auto
me tomo un tiempo para contemplar la hermosa mansión que Savannah creó
para nosotros. No puedo evitar verlo todo como si fuera la primera y la
última vez que voy a estar aquí. Todos los detalles entre clásicos y
modernos. Toda la hermosa naturaleza a su alrededor con el amanecer
apareciendo tras de ella.

Aparto mis ojos cuando los siento picar.

Nadie dijo que decir adiós iba a ser fácil.

Ya no se trata de lo que yo quiera, sino de lo que es correcto.

De lo que debí haber hecho desde el comienzo y lo que no.

―Ya entiendo por qué no querías quedarte en Sun Valley ―silba Casper―.
Tu casa es más grande.

―Es una casa muy bonita ―susurra Grace tras alcanzarnos, viendo hacia
mí con preocupación.

Solo puedo asentir.

Es la casa más hermosa de la cuadra.

―Savannah la diseñó. ―Miro hacia ellos mientras avanzo―. Se dedica a


diseñar casas para ricos.

―Linda forma sutil de recordarnos que eres rico ―gruñe Casper tras de
mí.

Ya que no estoy de ánimos para hablar con si quiera una pizca de humor,
lo ignoro y continúo con mi camino hacia la puerta principal. Tras tocar mi
ex ama de llaves se asoma, preparada para recibir a Sav y conmocionada al
observarme a mí en su lugar después de tantos meses.

―¿Señor? ―pregunta parpadeando como si estuviera viendo un fantasma


y no como si tuviera que llamar a la policía porque estoy irrumpiendo en
propiedad privada, a lo que solo puedo suponer que la noticia de mi divorcio
todavía no se ha filtrado a la prensa.

Bien.

No quiero estar en la ciudad cuando Larissa se entere.

―Hola. Solo vine a buscar algo. ―La rodeo para entrar en la mansión en
el mejor código postal de Houston―. Ellos vienen conmigo. Por favor,
dales de comer mientras lo resuelvo.
Muchas preguntas se asoman en su mirada, pero no me quedo para
responderlas.

En su lugar me dirijo al estudio de Sav.

Ignorando las punzadas que se apoderan de mi pecho al recordar todas las


veces que entré aquí a buscarla porque consideraba que ya había trabajado
lo suficiente y debía descansar, que simplemente vine a molestarla o
besarla, me acerco a su computadora de escritorio y la enciendo. Me sé su
contraseña de inicio, así que voy directamente a su correo cuando se inicia.
Este siempre está abierto por defecto. Busco en la bandeja hasta encontrar
el correo de Reed Imports.

Lo imprimo.

Mientras el papel está listo me doy cuenta de que hay más correos entre ella
y ellos acerca del programa, pero ni siquiera los reviso. Me enfoco en mi
trabajo y en escribirle una carta que le diga todo lo que no fui capaz de
decirle ayer viéndola a los ojos, una explicación para mis actos que
entenderá.

Sobre por qué no luché más.

Sobre por qué permití que nuestro matrimonio fracasara.

Sé que a veces es difícil aceptar cosas.

Sé que a veces es fácil arruinar cosas.

Pero algo que el mundo debe aceptar es que eres talentosa, Savannah.

Y eso es algo que no puedes permitir que ningún Reed arruine.

Con amor,

Malcolm Reed.

P.D: Si lo siento fuera suficiente, lo escribiría.

Quizás no sé cuál es el vino favorito de mi ex-esposa, pero tras un poco de


práctica en una hoja consigo firmar su propuesta de trabajo como ella lo
haría. Agradezco mi tiempo en la calle como adolescente rebelde por eso.
Cuando termino escaneo el documento y lo envío. Apago la computadora,
forzándome a alejar la mirada de su foto de inicio, ambos esquiando en
Aspen, y lo dejo todo tal y como estaba, con la excepción de la propuesta
firmada junto al teclado y mi carta. Ya de regreso en la sala de mi vieja casa
veo a Grace y a Casper comiendo huevos revueltos con tocino y tostadas en
el comedor. Estar aquí es demasiado doloroso para mí, a penas puedo
resistir la tentación de tomar una botella de Jack Daniel’s y bebérmela
entera de un trago, así que debo irme y cerrar el ciclo de una vez por todas.

Son demasiados recuerdos.

Buenos y malos, pero sobre todo buenos.

La gente a veces piensa que los malos son los peores, pero si es así es porque
nunca han sentido la nostalgia de saber que nunca volverás a ser tan feliz
como esa vez o a estar tan en paz como esa vez.

Tan ignorante al pensar que las cosas serían tan fáciles.

En mi caso lo lo fui al tomar a la mujer que una vez amó a mi hermano y


creer que eso sería todo.

―Los espero en el auto ―les digo antes de salir, ignorando los llamados
de la ama de llaves para que me les una y coma ya que mi estómago en este
momento se encuentra cerrado.

Son demasiadas cosas pasando dentro de mí en un momento.

Son demasiadas cosas que debieron haber pasado antes.

Cuando entro al auto mi chófer le baja el volumen a la radio. Con la cabeza


apoyada contra el asiento me tomo mi momento para sentir el dolor pasar a
través de mí, pero no permito que me destruya como sucedió después de
que perdí el fútbol y me digo a mí mismo que no he perdido a Sav del todo
para hacerme sentir mejor, pero no lo logro. Solo hay una cosa que podría
hacerlo, pero no puedo.

Esto debe ser suficiente.

Ruego porque sea suficiente para ambos.

―¿Malcolm? ―llama una voz, abriendo la puerta para verme del otro
lado―. ¿Está todo bien?

Ladeo la cabeza para ver a Grace, sus mejillas rojas.

Más allá noto a Casper trotar hacia nosotros con un recipiente de comida
para llevar.
Desvío la mirada hacia la calle, cansado de la vista de mi viejo hogar.

―Sí. Ya hice lo que vine a hacer. Podemos seguir. ―Meto la mano en mi


bolsillo, buscando mi celular. Grace permitió que me lo devolvieran por
unos días. Cuando el auto comienza a moverse y se sienta junto a mí se lo
tiendo, lo cual hace que su expresión palidezca y sus manos empiecen a
temblar con emoción Estamos fuera del complejo, así que lleva más de su
rora ropa casual. Una falda larga con bordados. Un suéter rosa. Es como la
combinación de una abuela, una hippie y una cristiana, pero cuando la vez
no percibes ningún aura vieja o polvorienta. Es tan joven y brillante―. ¿Es
ella?

Asiente, en shock.

Cuando alza su rostro hacia mí veo lágrimas deslizándose por sus mejillas
llenas de pecas.

Esta mujer es verdaderamente importante para ella.

―Sí ―susurra, abrazándome―. Es ella. Muchas gracias, Malcolm.

A pesar de que el abrazo se supone que es para reconfortarla a ella y no a


mí, no puedo evitar absorber algo a través del vínculo de consuelo que se
forma de manera tan natural entre nosotros.

―Gracias a ti por aceptar venir con nosotros, Grace Taylor.

Una vez se separa de mí veo su nariz arrugada mientras se limpia los ojos.

―¿Por qué siempre me dices Grace Taylor? ¿Por qué no solo Grace o
doctora Taylor?

―¿Por qué no lo diría?

Se encoje de hombros.

―Nunca me ha gustado mucho mi apellido ni lo que representa, a


excepción de mi abuela.

―Creo que tenemos eso en común, solo que en mi caso la excepción es mi


hermano. ―Por el rabillo del ojo veo a Casper viéndonos desde el asiento
delantero, así que bajo la voz―. Grace es horrible.

Ríe suavemente.
―Lo sé. Mi madre estaba ebria cuando me lo puso.

―¿Dando a luz?

―Sí.

Hago una mueca.

―Nuestro padre también era algo alcohólico.

―Mi madre era completamente alcohólica. Mi padre igual.

―Lo siento por eso. ―Me acomodo sobre el asiento para verla mejor
mientras charlamos―. Contestando a tu pregunta, no tengo ni idea de por
qué te llamo Grace Taylor. Me recuerda a un personaje femenino del salvaje
oeste y amo esas películas. Solo me gusta cómo suena.

Sus mejillas se sonrojan, pero la sonrisa no abandona su rostro.

―A mí también, pero me sentiría más cómoda si en el complejo me dices


doctora Taylor.

Echo la cabeza hacia atrás, riendo mientras niego.

―Creo que es muy tarde para que empecemos a ser formales. No me siento
como si fueras superior a mí en ningún aspecto, Grace Taylor. Los dos
provenimos del mismo infierno. La pérdida nos hizo almas gemelas. ―Su
expresión se torna nerviosa al desviar la mirada y tragar, por lo que me
fuerzo a explicarme mejor―. Somos iguales. Nunca aceptaría un señor
Reed o un Reed de tu parte.

Ríe hacia mí.

―Nunca te diría Reed o señor Reed, ni a tu hermano. Después de todo por


lo que he pasado los Reed no me intimidan. Mi único miedo es que mi
condición empeore y ya no ser capaz de ayudar a los demás. Perder todo
por lo que he trabajado duro estos años. ―Sus ojos se llenan de
resignación―. Y no hay nada que amenace eso, entonces no le tengo miedo
a nada.

―¿Ni siquiera a la muerte?

Grace niega.

―Ambos sabemos que hay cosas peores que la muerte.


Pienso en cómo me sentí los primeros días tras la lesión, en cómo me siento
ahora, y afirmo.

―Tienes razón, Grace Taylor. Las hay.

*****

Tengo una parada más que hacer antes de continuar con los próximos dos
destinos de nuestro viaje. Sigo sin estar seguro acerca de ello, pero las
palabras de Tanner tampoco abandonan mi mente. El entrenador Dawson
me ayudó a arreglarlo y a permitir que me dejaran entrar al estadio, pero me
enfrento por mí mismo a mi viejo equipo cuando todos ellos se encuentran
en los casilleros. Casper y Grace insistieron en acompañarme, a lo que me
negué e hice el chófer aceptara darles una vuelta por Houston antes de
bajarme del auto y enfrentar uno de mis mayores demonios.

Uno con el de todas maneras volvería a cruzarme en el futuro.

O varios de ellos, en realidad.

―Muchas gracias por venir ―susurro en dirección a una figura familiar


que me espera en la entrada de las duchas, la cual se levanta del banquillo
en el que se encontraba sentado en el exterior y se acerca.

―Malcolm ―dice Marcus, abrazándome. Me inspecciona colocando sus


manos sobre mis mejillas, lo cual me hace sentir un poco incómodo por lo
cerca que está y culpable por haberlo hecho sentirse así―. Estás bien.
―Sus hombros descienden con alivio―. Me alegra verlo, hombre.

―Lo sé. ―Aprieto su hombro―. Muchas gracias por haberme sacado del
agua ese día.

Una mirada atormentada cruza sus ojos.

―Fue un infierno para todos. No solo para ti, Malcolm. Todos la pasamos
mal, sobre todo Sav.

―Lo sé ―repito metiendo las manos en el interior de mis bolsillos


vaqueros.

―¿Has hablado con ella o sigues evadiéndola? ―pregunta y afirmo―. ¿Ya


te dieron de alta?

Niego.
―Solo estoy aquí haciendo unas cuantas diligencias. Debo regresar al
complejo. ―Llevo mi mirada a su rostro de nuevo―. Nos divorciamos.
―Su frente se arruga con una mezcla de sorpresa y preocupación―. Pero
seguimos siendo amigos. Es lo mejor para ella, ¿sabes? Merece más.

Marcus aprieta mi hombro.

―Si no fuera porque temiera que volvieras a intentar matarte te invitaría a


embriagarnos. Tienes el corazón roto escrito en toda la cara. ―Inclina la
cabeza hacia las duchas―. ¿Estás seguro de esto? Puedes evitarlo. Nadie
está esperando que te disculpes después de todo lo que pasó.

Afirmo.

―Son cosas que debo hacer para poder continuar, ¿entiendes?

Asiente, suspirando y ajustando la gorra de los Dallas sobre su cabeza.

―Hay que hacerlo entonces.

Ambos nos giramos en dirección a la puerta. En mi caso tomo aire antes de


empujarla. Una vez el ambiente familiar oprime mi pecho, el olor a sudor
con desodorante, jabón y metal en la mezcla, avanzo un par de pasos en
dirección a mi viejo casillero y a mi viejo grupo. Todos ellos detienen las
conversaciones que mantenían y se giran para verme, llamándose entre sí.
Algunos me saludan, pero otros agachan la mirada y el resto me ve
fijamente, mi lesión significado nada para ellos.

Sigo siendo un traidor.

―¿Qué hacen aquí? ―pregunta Kyle, uno de los receptores, recorriéndome


de arriba abajo con la mirada a pesar del hecho de que está desnudo, al igual
que muchos más aquí. Nos conocemos desde hace años y estuve ahí cuando
se casó, cuando su madre murió de cáncer, así que el trato que mantenemos
ahora duele―. Ustedes ya no pertenecen a este equipo.

Montana, el defensa de los Kings, se acerca a él. Su piel es oscura y su


cabello está conformado por trenzas. Venimos del mismo feo barrio en
Houston, pero es mucho más joven que yo.

―Déjalos hablar, Ky. Se necesitan bolas para venir aquí. ―Mira hacia mi
brazo―. ¿Cómo está eso?

―En recuperación.
―¿Lo que dicen sobre la lesión es cierto? ¿Tienes la triada? ―pregunta
Maximilian, un rubio de herencia italiana―. ¿No podrás volver a jugar
jamás?

―Con mi brazo derecho no.

La frente de Twoson, uno de los jugadores con más edad en la NFL, se


arruga.

―¿Qué mierda significa eso, Malcolm?

―Estoy entrenando mi brazo izquierdo para regresar, pero no será a los


Kings.

Al escucharme las duchas se llenan de silencio de nuevo.

Kyle, de nuevo, es el primero en romperlo. No me extraña. Edward y él son


cercanos.

―¿Entonces estás aquí para decirnos que no somos lo suficientemente


buenos para ti de nuevo?

Niego.

―Estoy aquí para pedir disculpas si los hice sentir así con mi retirada. No
fue personal. Solo buscaba cumplir mis metas y nunca pensé que les estaba
haciendo algún mal al dejarlos atrás. ―Trago―. Quizás no merecía ser
abandonado en el campo de esa manera, pero ustedes no merecían eso.
Fuimos un buen equipo mientras duró. Logramos dos Súper Bowls
seguidos. Fuimos la maldita sensación.

Twoson se levanta abruptamente al oírme.

Los demás se separan para hacerle espacio.

Marcus se adelanta para protegerme de él, pero niego y terminamos frente


a frente.

Sus manos van a mis hombros y los aprieta.

―Estuviste en el nacimiento de mi nieta, Malcolm. Fuiste a su baby


shower. Fue personal. A la mierda los Super Bowls. Eras nuestro hermano
y cuando brillaste te olvidaste de nosotros. ¿Qué diferencia habría hecho
para ti quedarte a parte de unos cuantos millones? Ninguna. ¿Para nosotros?
Todo. Sino pregúntale a cualquier puto comentarista cuál es nuestra
posición en el tablero ahora.

No tengo que hacerlo, Cole la tatarea.

―Nueve.

―Un maldito nueve después de estar en la cima. Si estuvieras con el Dallas


ahora seríamos un veinte.

Decidido a entrar en su juego, lo empujo lejos de mí.

Esta vez son los otros jugadores los que se adelantan en su defensa, pero
Twoson los detiene.

―Tú estuviste en mi boda y aún así me dejaste ahí afuera. De lo único de


lo que soy culpable es de haber tomado la mejor decisión para mi carrera
sin consultárselo primero ―siseo, mirándolos a todos―. Pero nunca estuvo
en mi maldita cabeza lastimarlos. Eran como hermanos para mí.

―Si así es como tratas a tus hermanos me alegra haber sido hijo único
―sisea alguien por algún lugar, pero no le presto atención más allá del picor
que eso ocasiona dentro de mi pecho.

―No se trata de que te hayas ido ―dice Twoson―. Sino de cómo lo


hiciste.

―¿Y cómo fue eso?

―Sin mirar atrás. Marcus por lo menos se preocupó por nuestros


sentimientos y se tomó un momento con todos, ¿pero tú? Tú decidiste agitar
tu mano e ignorarnos, Malcolm, porque hacer eso era mucho más fácil para
ti que tomar a cada uno de nosotros y decirle a los ojos que te vas porque
ya no éramos lo suficientemente buenos para ti. Te habríamos odiado, pero
habríamos entendido. Habríamos entendido que era lo mejor para ti y te
habríamos deseado lo mejor, pero pretendías que ignoráramos el hecho de
que no valíamos nada para ti y que fuéramos extras para tu escenario una
última vez. ―Mi garganta se cierra. Twoson lo nota y toma una honda
bocanada de aire―. Mira. Estábamos enojados. Solo queríamos perder,
pero ninguno de nosotros quería que te lesionaras y que tu carrera se
arruinara. Lo sentimos por eso y estoy seguro de que el defensa del otro
equipo también lo siente.

Kyle asiente entre dientes.


―Es una situación de mierda. Lo siento por tu brazo, Malcolm.

―Lo sentimos todos ―dice Maximilian, viéndose como si pudiera respirar


bien en meses.

―Discúlpanos, hombre.

―Lo lamento ―continúan.

Asiento, cortándolos y abrazando a Twoson.

―Yo también lo siento. Tienes razón. Me sentía como una mierda por dejar
al equipo. No por abandonar a los Kings, sino por dejarlos a ustedes, pero
soy de los cobardes que prefieren empujar el arrepentimiento al fondo de
su mente para no sentirlo. Simplemente llega un momento en el que son
demasiadas acumuladas allá atrás y una de ellas alcanza la luz, revelando la
existencia de las demás.

Twoson afirma.

―Estás disculpado, chico. ―Mira mi brazo―. ¿Qué tal lo haces con el


izquierdo?

―Bueno. ―Mis labios se curvan―. Gano juegos contra niños de ocho


años.

Todos ríen, incluyéndolo.

―Debes estar bromeando. Seguramente eres bueno.

―No tan bueno como antes, pero estoy entrenando para las rondas de
reclutamiento.

―¿Como un mortal? ―pregunta Kyle, deteniéndose junto a él. Afirmo―.


¿Por qué?

―Dudo que algún equipo me quiera con mi lesión.

―Apuesto todo lo que tienes a que con tu lesión sigues siendo mejor que
nuestro nuevo mariscal ―dice Maximilian―. Es solo un chico y están
llenando su cabeza de mierda. Le están haciendo creer que puede ganar un
juego sin el resto de nosotros y no es así. Ese es privilegio de unos cuantos.

Mi frente se arruga, entendiendo por qué están en el nueve.


―¿Están perdiendo a propósito? ¿No le temen a la directiva?

Una chispa se prende en los ojos oscuros de Twoson.

―No nos pueden echar a todos al mismo tiempo, ni pueden perder a todos
sus jugadores al mismo tiempo. A penas están recuperándose de haberte
perdido a ti. ―Mira mi brazo izquierdo―. Estuviste aquí antes, Malcolm,
¿crees que tienes alguna posibilidad? ―Asiento―. ¿De cuántas yardas
hablamos?

―Setenta.

El silencio se apodera de las duchas.

Twoson se sienta en uno de los bancos metálicos.

―¿Cómo es posible?

―Los milagros existen.

Mira hacia Kyle.

―Creo que podemos extender nuestra rebeldía un poco más.

―¿Hasta cuándo? Ya me amenazaron una segunda vez por dejar caer el


balón. No habrá una tercera.

―Vamos ―insiste―. Solo hasta que encontremos la forma de que lo vean


jugar.

Trago, negando.

―Chicos, la directiva me trató como una mierda. No puedo volver a los


Kings.

Twoson vuelve a levantarse.

―No se trata de los Kings, ¿no?

Me detengo, pensándolo y estremeciéndome al recordar que no es así.

Se trata de ellos, de mi equipo, y del fútbol.

Se trata de mí.
El Dallas ya no significa nada. Con hacer lo que amo me basta.

―Tienes razón. No se trata de ellos. Estoy dentro.

―Yo también ―dice Marcus a mis espaldas, lo que me hace girar hacia él.

―Tienes un contrato con los Cowboys.

Se encoje de hombros.

―Solo me aceptaron porque así irías tú. Con el único con el que me llevo
bien es Ibor. Me dejarán ir.

Mis labios se curvan, la emoción apoderándose de mí.

―Solo necesito un tiempo más para prepararme.

―¿Pero puedes empezar ahora mismo? Queremos ver de lo que eres capaz.

Asiento, sintiendo un nudo en mi maldito pecho.

¿Las mismas personas que te lastimaron pueden ser las mismas que te
sanen?

Si lo hicieron sin intención, la respuesta es sí.

Ahora puedo ver que los lastimé tanto o más de lo que ellos me hirieron a
mí.

―Claro que sí. Vamos al campo, Kings ―digo dándome la vuelta y


trotando hacia la salida.

―¡Sí, capitán! ―gritan a mis espaldas, haciéndome llorar como un maldito


niño.

Y reflexionar tanta mierda.

*****

Pasamos cerca de sie horas entrenando y jugando. Los chicos se quedan


asombrados con el potencial de mi brazo, pero también me ayudan a notar
fallos en los que no había caído en cuenta porque no es hasta ahora que
juego de verdad con ellos. Grace y Casper llegan al cabo de dos horas con
camisetas y gorras turísticas de la ciudad, pero no interrumpen. Me animan
desde la barra, gritando mi nombre cada vez que hago una anotación. Para
cuando salgo del campo son alrededor de las nueve de la noche y mi
estómago ruge porque no almorcé, así que acepto cuando uno de los chicos
nos invita a los tres a comer pizza en su casa con el resto antes de irnos de
Houston. Grace, quién más nerviosa lucía al respecto debido a unirse al
resto, sonríe mientras arrastro su silla hacia la mansión de Maximilian junto
a Twoson, quién no ha parado de enseñarle fotos de sus nietas desde que
salimos del estadio.

Tiene cinco hijas y estas también tuvieron niñas.

Es un hombre bastante blando cuando se lo propone.

―Tras cada jugador se esconde una gran mansión ―canturrea Casper, a lo


que sonrío y separo los labios para responder, pero el sonido de mi teléfono
sonando hace que me detenga.

Isla.

―Un momento. Sigan adelante. Necesito responder.

―¿Todo está bien? ―Asiento―. Bueno, te esperamos adentro.

―Ya voy. ―Me alejo para contestar―. ¿Isla?

―Malcolm ―responde ella del otro lado―. ¿Has hablado con Sav?

―Mi teléfono no ha sonado hasta ahora, ni he hablado con ella desde ayer,
¿por qué?

―Se fue a Texas en auto. Dijo que necesitaba pensar y pasar tiempo a solas.
―Asiento debido a que eso sería algo propio de Sav. Ella ama conducir―.
Pero anunciaron una tormenta de nieve en Sun Valley hace dos horas. El
clima está horrible, no hay señal y no responde. Ryland está cuidando a
Jenna, pero Jenna no deja de llorar porque quiere que esté con ella y no
puedo porque no sé dónde está Savannah. Larissa y Will tampoco dejan de
llamar. Ya saben del divorcio y…

―Isla ―murmuro―. Respira. Inhala. ―Ella lo hace―. Exhala.

―Gracias.

―Encontraremos a Sav ―le prometo.


―¿Sí? La policía no puede salir tampoco. Nadie puede salir ―solloza―.
Tenemos que esperar a que deje de nevar para ir a buscarla, pero no deja de
hacerlo. La tormenta se ve eterna.

―Está bien ―murmuro―. Lo resolveremos.

―Bien.

―Te voy a colgar para hacer una llamada y luego te llamo, ¿sí? Sé de
alguien que la va a encontrar.

―Sí. Está bien.

Le cuelgo.

Tras tragar el nudo que se apodera de mi garganta debido a lo que estoy a


punto de hacer, marco el único número que me sé de memoria desde los
trece. Este responde tras el segundo timbre.

―¿Malcolm? ―gruñe del otro lado―. ¿Eres consciente de la hora?

―Lo sé.

―Si no fuera por tu intento de suicidio anterior no te habría respondido.


Pensé en no hacerlo, pero después se me vino a la mente la idea de que
podrías morir por mi culpa y no me quedó de otra.

―Gracias.

―¿O esto es una llamada de despedida? ―pregunta, su voz seria―.


¿Malcolm?

―Se trata de Sav. Se fue.

―¿Con esta tormenta? ―pregunta, delatándose así mismo―. Esta


tormenta que veo en las noticias.

―Sí. Ella lo hizo. Nos divorciamos ayer. Estoy en Houston haciendo unas
cosas.

El silencio se apodera de la línea.

Cuando vuelve a hablar, no sé cómo definir su tono de voz.

―¿Cómo supiste que sigo aquí?


―Porque tú nunca me habrías abandonado ―murmuro―. Y porque no te
veo a ti mismo haciendo un viaje de más de un día de carretera cuando
tienes un avión privado.

El silencio se apodera de la línea.

Escucho sonido de movimiento del otro lado, como si se pusiera un abrigo.

―¿Hace cuánto tiempo se fue?

―No lo sé. Esa información la tiene Isla.

―¿Sabes alguna otra cosa?

―No.

―Bien.

Separo los labios para hacerle prometer que la hallará, pero no me lo


permite. Cuelga.

Capítulo 28.5
SAVANNAH

No sabría decir el momento exacto en el que la nieve empezó a cubrir la vía


de asfalto ante mí de la manera más violenta de todas, como si el clima
buscara equiparar la forma en la que mi corazón y mis emocione se hallan
congeladas, pero sí sé cuándo me orillé en la carretera tras empezar a sentir
que no era capaz de reconocer las curvas en la vía, ni los autos que venían
delante de mí. Estuve a punto de impactar contra dos de ellos. Uno por mi
culpa. Otro por la suya. Cuando casi sucede con el tercero y termino con
uno de mis neumáticos dentro de un risco, apago el motor y me limito a
sentir las oleadas de ansiedad que se generan en mí a raíz de ello. El miedo.
La desazón en el corazón.

Quiero irme de aquí.

Quiero ir a casa, a un hogar dónde no todo me recuerde a un Reed, y


empezar de cero.
Quiero alejarme de ellos, pero estoy segura de que de igual manera
responderé cuando Malcolm me llame para decir que encontró el amor en
su traumatóloga y que quiere que asista a su boda.

Que seguiré trabajando con Tanner en nuestro programa.

Sea cual sea la fuerza que me mantiene unida a ellos es cruel y mi alma es
necia.

Opté por un viaje en auto porque necesitaba pensar y porque necesitaba


colocar distancia entre nosotros o cualquier cosa que me recordara a ellos,
lo cual incluía el avión privado de Tanner, pero claramente fue una mala
decisión, al igual que lo fue tomarme una botella de vino entera yo sola
antes de salir. Afortunadamente la embriaguez ya pasó con el miedo y solo
estoy mareada y nerviosa. Transpirando a pesar de que nos encontramos
varios grados bajo cero. Tiro de mi cabeza hacia atrás y trago tras encender
el radio para al menos tener una idea de cuándo saldré de mi auto de
alquiler, el cual tampoco es el mejor en el mercado, pero me permitían
entregar en su sede en Texas.

―Los meteorólogos señalan que la tormenta de hoy podría extenderse por


dos días más, así que las clases estarán canceladas por ese tiempo. Las
autoridades saldrán el día de mañana para ayudar a cualquiera que se haya
quedado atascado en la carretera. Esperemos que no haya ningún daño
grave. Esto es Sun Valley 102.8 FM, tu estación de información y música
romántica. Ahora vamos con algo de música para disfrutar del ambiente que
crea esta violenta tormenta de nieve llamada Ángel caído.

Trago.

Extiendo mi mano para apagar la voz porque estoy gastando batería, pero
la canción me lo prohíbe.

A broken heart is all that’s left

I’m still fixing all the cracks

Lost a couple of pieces when

I carried it, carried it, carried it home


Tomo una honda bocanada de aire, concentrándome en la letra para no
entrar en pánico.

Ya han pasado dos horas desde que me accidenté y noté que mi teléfono no
tenía señal.

La calefacción ha estado encendida desde entonces, pero no creo que dure


mucho más sin encender el auto y no puedo darle vida al motor por el riesgo
que eso representa debido a mi posición en el borde del abismo. Mis ojos
se llenan de lágrimas que dejo caer libremente por mis mejillas. Ni siquiera
me he bajado del auto por lo asustada que estoy de que moverme haga que
caiga en el risco. No sé qué tan profundo es este, pero casi todos los son al
punto de que una caída es una muerte segura.

No quiero morir aquí, no así.

No teniendo este como el último capítulo en mi vida.

Merezco más que esto.

Cualquiera merece más que tener tanta mala suerte en el amor, pero solo
me queda volver a intentarlo.

Luchar y rezar por tener una nueva oportunidad para hacerlo.

Me estremezco violentamente cuando una mano golpea mi ventanilla,


haciendo que alce la vista para ver de quién se trata antes de darle la
instrucción al auto de bajarla presionando el botón para que lo haga, pero
la batería está tan baja que el cristal congelado a penas se mueve unos
centímetros antes de detenerse. Suelto un gemido lleno de frustración y
angustia. De miedo a que la persona que vino a ayudarme se dé media vuelta
y se vaya. Sin moverme, pego lo más que puedo mis labios a la ventana.

No tengo fuerzas para gritar, así que rezo porque me escuche.

―Me quedé sin batería. La ventanilla no baja y la calefacción acaba de


apagarse.

Como prueba de ello empiezo a titiritar.


La figura del otro lado que no puedo identificar por la oscuridad y por la
nieve no se mueve, por fortuna, pero intenta abrir la puerta tirando de la
manija y tiemblo.

―¡No! ―grito―. ¡No puedo bajarme sin un gancho tirando del auto! Estoy
en el borde del risco.

Él se detiene al instante, alejándose.

Veo su sombra pasar por delante del capó y confirmar lo que le digo.

Creo escucharlo maldecir, pero el sonido de la tormenta es tan fuerte que


nubla todos mis sentidos.

Cuando vuelvo a oírlo junto a mí todo mi cuerpo se paraliza.

―Savannah ―dice, su voz más dura y seria que nunca―. Necesito decirte
algo, pero también necesito que no entres en pánico. ¿Entiendes lo que
acabo de decir? Si lo haces dímelo, por favor.
Trago.

―Te entiendo.

Se toma unos segundos para prepararse antes de informarme.

―La mitad derecha de tu auto pasó la línea del abismo. La rueda derecha
de atrás está por colapsar también. El viento lo está empujando cada vez
más, así que no podemos esperar por una grúa. Debemos sacarte de aquí.
Rápido. ―Afirmo, de acuerdo, pero luego recuerdo que él no puede verme
y doy mi consentimiento en voz alta―. Necesito que le pases el seguro a la
puerta y necesito que tomes mi mano a penas te bajes en el caso de que el
auto decida irse. Eso es todo lo que necesito que hagas. ―Su voz se vuelve
ronca―. ¿Puedes hacerlo, Sav? Sé que estás asustada y con frío, ¿pero
puedes?

Asiento, sollozando.

Creí que solo era una rueda, pero están por ser dos.
Dos y luego mi auto entero, conmigo dentro.

―Sí.

―Bien, pasa el pestillo, por favor. Te tomaré a penas pueda. Prometo que
no te dejaré ir.

Obedezco, pero girándome para liberar el pestillo el metal se sacude y grito,


lo cual solo hace que todo se sienta más tenso e inestable, pero no puedo
evitarlo. Nunca en mi vida he estado más asustada. Al momento en el que
la puerta está libre, él tira de ella hacia atrás y luego de mi brazo,
atrayéndome hacia sí con tanta fuerza que ambos terminamos luego sobre
una montaña de nieve en el suelo. Parte de mí se encuentra sobre su pecho
y soy consciente de que debería moverme, pero por unos segundos esa tarea
se vuelve imposible. Mi cuerpo no hace más que temblar y refugiarse en el
suyo.

Eso empeora cuando un sonido tras nosotros nos hace alzar el rostro y ver
el auto en descenso por el acantilado de nieve, a lo que solo puedo
permanecer con los labios entreabiertos, en shock.

―Pude haber estado ahí ―murmuro―. Pude haber muerto ahí.

Tanner asiente.

―Pudiste haber estado ahí, pero saliste a tiempo. ―Lucha por


incorporarse, así que yo también lo hago―. ¿En qué demonios pensabas
saliendo con este clima, Savannah? ¿Querías matarte? ¿El suicidio es
contagioso? ―Niego, pero continúa hablando, su tono evidentemente
furioso ante la situación en la que acabo de ponerme―. ¿Por qué si quiera
pregunto? Claramente no pensabas en lo absoluto y casi te mueres por eso.
Por alguien que no vale la pena en este contexto.

En otro momento lo habría abofeteado por hablarme así, pero ahora solo
puedo darle la razón.

No estaba pensando.

Solo quería irme, como quiero irme ahora.


Me levanto y giro el rostro de un lado a otro tras evaluar la catástrofe y
asegurarme de que nadie haya salido herido, siendo una fortuna que el
acantilado no se conecte con la carretera, sino con una sección de tierra sin
construcción alguna, antes de intentar comprender qué medio de transporte
usó para venir aquí. El aliento sale espeso de mi boca al ver un juego de
esquí abandonado a un lado de la carretera. Estamos en una montaña en
descenso, así que tiene algo de lógica que los haya usado.

―¿Esquiaste hasta aquí? ―pregunto y asiente a secas.

―Ningún auto que no haya salido hace dos horas va a lograrlo. Están
sumergidos en la nieve.

Las lágrimas regresan a mis ojos y su expresión se ablanda.

Ahora ambos estamos perdidos en medio de la nada, en la nieve, sin cómo


regresar. En ascenso su truco no va a funcionar y aunque estamos solo a
una hora o menos a pie del hotel, dudo que lo logremos. Desde hace media
hora no he visto otro auto pasar por la carretera. Está usando un abrigo y
pantalones oscuros, así que se me hace difícil identificarlo en la oscuridad
hasta que se encuentra frente a mí, la pantalla de su teléfono alumbrando su
rostro pálido, con leves zonas azules, y hermoso.

―Vi una cabaña de camino aquí. No está tan lejos.

Niego.

―Puedo esperar por ayuda aquí. No creo que sea correcto que vayamos ahí.

Tanner aprieta tanto la mandíbula que las venas de su cuello se marcan.

―Te casaste con mi hermano para que me rindiera contigo. No porque él


te amara o tú lo amaras ―sisea, dándose la vuelta para empezar a caminar
en dirección a la cabaña de la que habla: conmigo o sin mí―. ¿Qué mierda
importa lo que es correcto a estas alturas? Ven conmigo o muere congelada.

Me estremezco, impactada por sus palabras ya que llevaba tres años sin que
me hablara así.

Tres años sin realmente hablar, en realidad.


Lo alcanzo en medio de la carretera, obligándolo a girarse.

―No eres quién para decir a quién amo y a quién no.

Sus facciones se aprietan.

―No. No lo soy. ―Toma mi mano―. Pero debemos buscar refugio y


entrar en calor. Esa sí es mi maldita decisión, no dejarte morir en ese auto
y ahora no dejar que lo hagas en la nieve. ―Tira de mí con él―. No siento
mis jodidos dedos. Date prisa o perderemos alguna parte del cuerpo.

Gimoteo, sin poder soltar su mano debido a la ventisca.

Tanner lleva sus lentes para esquiar, así que no le molesta como a mí.

―Creo que ya has perdido la cordura. No entiendo por qué no solo llamaste
a la policía.

Se tensa, pero no se gira para verme.

―La policía prefería recoger tu cadáver mañana. No salir hoy. ―Veo la


cabaña a la que se refería al final de una pequeña colina―. Agradece que
haya sido yo. Ahora tendrás una cama donde dormir.

―Tanner… ―advierto, pero eso no lo detiene de tomar mi bufanda y


envolverla en su mano cuando la alcanzamos, dirigiendo luego su puño a la
pequeña ventana junto a la puerta.

Los cristales caen en trozos sobre el pórtico.

―La manija está lejos ―sisea―. Ya casi.

Seguido de sus palabras la puerta de la pequeña construcción de tronco se


abre. Tanner retira su mano y me devuelve la bufanda antes de pasar.
Cuando entro no siento ningún tipo de alivio ya que todo sigue sintiéndose
insoportablemente frío para una chica de Texas acostumbrada a usar shorts
cortos y faldas, pero se pone a trabajar en preparar el fuego mientras yo me
retiro los guantes de las manos, encontrándolas rojas y sensibles. A penas
puedo moverlas. Tanner consigue leña en algún sitio y abre el gas de la
chimenea. Cuando el fuego finalmente se apodera de ella, me acerco.

Se levanta con lentitud, quitándose la chaqueta.

Cuando me mira lo hace como si a penas soportara hacerlo, pero no pudiera


evitarlo.

―Una parte de mí nunca te tocaría después de que te follaste a mi hermano,


otra...

Niego.

―No tienes por qué hacerlo. El fuego nos mantendrá calientes.

―Te lo follaste por tres años, Savannah ―repite, acechándome―. Por tres
años me hiciste creer que lo amabas, pero las cosas se pusieron difíciles y a
penas luchaste por quedarte a su lado.

Niego.

―Me juré a mí misma que no me pondría a sí misma en esa situación.

―¿En qué situación? ¿Con un Reed?

―No ―murmuro, manteniéndole la mirada a pesar de lo mucho que duelen


todos los recuerdos. Todo lo que hice por él y él jamás hizo por mí―.
Luchando por el amor de alguien más.

Sus labios se curvan cruelmente.

Tiemblo cuando mi espalda choca contra el mesón.

―¿Lo dices por Grace Taylor? ¿Por esa bonita doctora? No voy a fingir
que no entiendo la decisión de Malcolm. ―Sus ojos negros brillan―. Su
maldito encanto hace que te olvides de su discapacidad.

Lo empujo, pero a penas se mueve.

―No fue su decisión. Fue la mía. Yo se lo dejé a ella.


A este punto Tanner está tan cerca que puedo olerlo.

Sigue oliendo igual.

A limpio.

A orden.

A control.

―¿Así que te divorciaste porque sería menos doloroso de esa manera?


―susurra―. ¿Haber dado el paso tú borra el hecho de que mi hermano
pequeño te cambió frente a tus propios ojos por una mejor mujer? Una que
sabe lo que quiere. Una que no escapa de lo que en verdad desea y cumple
todas sus metas sin la necesidad de tener siempre un hombre al lado.
Alguien auténtica y…

No logra terminar.

Mis manos sobre su abrigo lo cortan.

La sensación de mis labios sobre los suyos antes de que mi lengua explore
su boca.

Para cuando termino con él y me alejo sus ojos están brillosos.

―¿Crees que Grace Taylor u alguna otra mujer pueda hacerte sentir de esa
manera?

No responde.

Me toma en brazos, instándome a rodear su cintura con mis piernas, y nos


acerca al fuego mientras me besa con tanta intensidad que el aire se hace
insuficiente. Todo su cuerpo tiembla, pero se fuerza a sí mismo a no abrir
la boca y arruinar el momento como cada vez que habla y suelta su veneno
lleno de sarcasmo. Siento que desnuda mi alma, no mi piel, cuando me quita
la ropa con rapidez. La urgencia en sus movimientos grita que tiene miedo
de detenerse y que todo esto se arruine, pero estoy bien con eso.
Yo siento la misma urgencia.

―Tanner ―jadeo cuando se limita a observarme sobre la alfombra de


pelusa.

Niega, volviendo a la realidad.

―Eres mucho más hermosa de lo que recordaba.

Se inclina hacia abajo para besarme, pero lo detengo con mis manos.

―Esto solo será cuestión de una vez. No quiero tener nada que ver con los
Reed luego de esto.

Varias emociones pasan por sus ojos al oírme, pero no identifico ninguna.

―Como quieras ―gruñe―. De todas formas no iba a comprometerme con


la ex mujer de mi hermano.

Por alguna razón sus palabras hacen que nuevamente mis ojos se llenen de
lágrimas, pero lo olvido cuando guía la punta de su miembro a mi entrada
y agacha la cabeza para sumergirla en mis tetas. Enredo mis dedos en su
cabello, forzándolo a mirarme cuando empieza a entrar en mí con los
pantalones desabrochados, sin camisa. Quiero que tenga nuevo material
para los siguientes años que pase sin tenerme. Por si existe una próxima vez
en el futuro en la que estoy desconsolada y me apetezca usarlo como uno
de mis amantes. Como uno más de mis juguetes, porque en eso se convirtió.

En uno más.

Pero su gran tamaño me recuerda que no lo es, el cual me hace sisear.

―Tanner ―sollozo, pero no me presta atención.

Continúa estirando mi centro, sus brazos apoyados en la madera del suelo


por encima de mi cabeza, hasta que está por completo dentro de mí y refugia
su rostro en el espacio entre mi hombro y mi cuello.

Tras solo dos estocadas en las que no puedo evitar gemir, se estremece.
Y se corre.

―¿Tanner? ―pregunto, preocupada, pero esto solo es un incentivo para


que continúe dándome la vuelta y tomándome desde atrás, su mano
presionando mi espalda baja para que mantenga el torso pegado al suelo, a
lo que no puedo evitar aferrarme a la alfombra por toda la intensidad de lo
que siento al estarme follando al que hasta hace un par de días era mi
cuñado.

Es solo morbo.

No hay cenizas renaciendo entre nosotros.

Todo el fuego que había ahí alguna vez se extinguió, dando origen a este
hielo que nace de ambos.

Un frío que también quema.


Capítulo 28.6
No sé en qué momento todo terminó y todo inició, pero sé que cuando se
detiene mi cuerpo desnudo está sobre el suyo y nos encontramos frente a la
chimenea. Tomo una honda bocanada de aire antes de incorporarme sobre
uno de mis brazos y mirarlo dormido a mi lado, sin poder evitar deslizar
mis dedos por su nariz y sus pómulos y preguntarme si estoy ante un
hombre o ante un monstruo.

Nunca sabré la respuesta.

Cada vez que estoy por descubrirlo, sus acciones me contradicen.

O sus palabras.

Me detengo cuando su mano rodea mi muñeca, deteniéndome de seguir


tocándolo.

Esto que siento en este momento me recuerda por qué no pudo ser.

―¿Crees que tengan comida?

Mis mejillas se sonrojan.

―¿Ya no me odias?

Esta vez las suyas son las que se llenan de color.

―Nada de lo que dije fue una mentira, pero quizás exageré en algunas cosas
y definitivamente no te odio. No cuando estamos solos o cuando estás frente
a mí. ―Se sienta, cubriendo su desnudez con su manta mientras me mira―.
Tengo dos teorías sobre ti, Savannah. Me sentiría mejor conmigo mismo si
tan solo pudieras decirme la verdad para así poner todo en orden y
continuar.

Afirmo.

Yo también quiero que todo se ponga en orden.


―¿Cuáles son?

―O lo amabas y de verdad te rompió el corazón ―susurra―. O solo te


escondías de mí.

Tomo una profunda inhalación, alcanzando mi trozo de manta antes de


responder.

―Cuando me casé con tu hermano realmente lo amaba, Tanner. ―Miro la


manera en la que mi respuesta hace algo extraño en su rostro, trayendo
extrañas emociones a su rostro, pero después las esconde―. No luché por
él porque estaba cansada de esperar que me diera la señal de que hubiera
algo por qué luchar. Luego vino esta bonita doctora con todas las cualidades
que dijiste. Notar el vínculo entre ambos fue demasiado. Lo corté por lo
sano ―Alcanzo mi ropa interior―. ¿Qué más quieres saber? Me gustaría
enviarte a la mierda, pero no sé cuántas horas vayamos a pasar aquí y no
quiero pelear. ―Cuando termino de ponerme la ropa interior lo contemplo,
de rodillas junto a él―. También está este sentimiento de agradecimiento
en mi pecho. Pude haber muerto ahí afuera y tú viniste por mí, esquiando.
―Mis ojos se llenan de lágrimas y su expresión se suaviza―. Qué jodido
debe estar el mundo para que la persona que más daño te hizo sobre él sea
la única que se sacrifique así por ti.

―Sav ―susurra, atrayéndome a su pecho―. Esto lo hice por Malcolm. Él


me llamó.

Sus dedos se deslizan por mi espalda.

En su tono de voz detecto que solo dice eso porque eso nos quitaría tanto
de encima a los dos.

Pero ninguno de los dos lo cree.

No me resisto. Escondo mi rostro sobre su piel y dejo que las lágrimas se


deslicen por mis mejillas.

―¿Por qué sigo cometiendo errores? ―sollozo―. ¿Qué está mal en mí?

Alza mi rostro hacia él colocando sus manos en mis mejillas.

―No es lo que esté mal en ti, Savannah. Es lo que está mal en los demás.
Deja de sentirte mal por las cosas que haces. Nada de lo que haces un error.
Es parte de la vida. Las personas se divorcian todo el tiempo. Me hubiera
gustado que mis padres lo hicieran, pero no pasó. ―Sus dedos acarician mi
piel―. Para de buscar ser buena porque así como eres, un maldito agujero
negro para todos, eres perfecta y un día llegará un hombre que lo valore y
no tema perderse en ti. Serás su mundo entero. Ni siquiera pensará en otra
estando o no tú en una habitación. Es posible que lo logres, Sav, así que no
te conformes con menos. ―Presiona sus labios contra mi frente―.
Lamento no haber podido ser ese hombre para ti y me disculpo en nombre
de mi hermano porque tampoco lo fuera. Ambos esperábamos más de él.
―Se pone de pie, extendiendo su mano―. También lo siento por antes. Por
cómo terminó todo entre nosotros y por cómo te hablé hace un momento.
La situación me volvió un desquiciado.

Sí, admito para mis adentros, y lo disfruté.

Pero ya se acabó.

Sabiendo que no tendré otra oportunidad para hablar de esto de nuevo y de


que después de que me vaya de Sun Valley ya no habrá nada más que nos
conecte, la acepto y me mantengo frente al fuego mientras se dirige a la
cocina para abrir los cajones en búsqueda de algo que podamos comer.

―¿Por qué no me dijiste sobre los papeles de divorcio? Pauline me contó


que los recibió.

Se tensa al escuchar mi pregunta, sus ojos viajando a los míos al instante en


el que hago la pregunta.

Deja en el mesón las dos latas con frijoles verdes que consiguió y se acerca.

―¿Habría cambiado algo? ―pregunta ya frente a mí―. Si te lo hubiera


dicho, ¿habría cambiado algo?

Tomo una honda bocanada de aire, pensando en ese escenario.

Pero ahora me es más imposible que antes idear uno en el que acabemos
juntos y felices.

Su actitud sigue ahí.

Mi actitud sigue ahí.

Es como si estuviéramos condenados eternamente a hacernos daño.

―No lo sé ―susurro, sintiendo frío e intimidación ante la sola idea de


atravesar por eso de nuevo.
Su nuez de Adam se mueve.

No hay luces en el exterior, ni en el interior, y la única que hay proviene de


la chimenea.

―Yo tampoco lo sé, pero me hubiera gustado tener la oportunidad de


averiguarlo.

Mi corazón ya de por sí roto se hace añicos al oírlo.

No por mi yo de ahora, sino por mi yo de antes. Ella esperó tanto por esas
palabras.

―Lo siento mucho por todo también.

Poniéndome de puntillas y armándome de valor, rodeo su cuello con mis


brazos y lo abrazo. Tanner presiona las palmas de sus manos contra la piel
expuesta de mi espalda y me abraza de vuelta con fuerza, sabiendo tan bien
como yo que esta podría ser la última vez que tenemos algún tipo de
conexión con el pasado. Cuando nos alejo porque simplemente la
intensidad que proviene de él es demasiado, sus labios buscan los míos y
mi boca se abre para él, pero no he terminado de hablar.

Necesito ser escuchada.

Necesito saber que mis deseos serán respetados sin que tenga que haber un
Reed de por medio.

Sin que tenga que herirlo.

―Lo que suceda en esta cabaña ―le digo, mis dedos presionados contra su
mejilla al mismo tiempo que siento los suyos desabrochar nuevamente mi
sujetador. Acabamos de terminar de follar como animales sobre la
alfombra, pero ambos claramente queremos más―. No saldrá de aquí
jamás. Necesito que me jures que será otro más de nuestros secretos,
Tanner. Otro más para el baúl.

Su personalidad nunca va a cambiar, pero cumpliendo mis deseos de esta


manera ahora que Malcolm no es una muralla para él me demostrará que en
realidad alguna vez signifiqué algo más allá de un consuelo cuando todo
iba mal. Me mira por unos segundos como si mi petición lo matara y
asiente.
―Este pequeño error será nuestro secreto y no volverá a repetirse. Es el fin
que necesitábamos.

―El fin ―repito sobre sus labios, caminando hacia la recámara.

―Sí, Sav. El puto fin con letras mayúsculas y subrayado ―jadea antes de
tomarme en brazos y estamparme contra la pared, a lo que tiro de mi cabeza
hacia atrás y río por la forma en la que deposita besos en mi cuello,
haciéndome cosquillas, y luego desciende por mi abdomen, arrodillándose.
Su boca se desliza por mis muslos―. Este es nuestro maldito fin y siempre
será así.

Enredo mis dedos en su cabello oscuro, gimiendo cuando me baja las bragas
para sumergir su rostro en mi carne y lamer con hambre, no como un
preámbulo. Una vez me roba suficiente el aliento, se incorpora y junta
nuestros labios. Extiendo mi mano hacia atrás para buscar la manija de la
puerta. Al encontrarnos es como si una fuerza externa nos empujara dentro
y hacia la cama que no sabemos a quién diablos pertenece, pero hemos
decidido rebautizar como nuestra por el momento. Estamos lejos del fuego
de la chimenea, así que me encuentro agradecida cuando me cubre con su
pie. Ahora que su veneno se ha disipado, se toma su momento
recordándome por qué estaba tan obsesionada, lo cual se se siente como un
recuerdo lejano y familiar, besando cada centímetro de mi cuerpo antes de
estrecharme contra él y animarme a incorporarme mientra nos besamos y
se adentra en mí.

Deslizo mis manos por su espalda, marcándolo, y sisea, pero no me detiene.

Mis sentimientos pueden seguir congelados, pero sigue siendo buen sexo y
buen sexo de despecho.

Lo que sí es igual es que no puedo evitar ver a Tanner como algo más que
el enemigo.

No puedo evitar verlo como mi amigo o como la persona que más me


conoce en el mundo.

Como mi único compañero cuando las luces se apagan y la verdad sobre


lo que soy sale a flote.

Una hipócrita.

Una mentirosa.
Un impostor.

Porque aunque fui feliz, me arrepentí de haberme casado al momento en el


que abandoné la Iglesia.

Y lo que se siente peor en este momento no es haber dejado a Malcolm o


estar aquí con Tanner.

Es darme cuanta de cuánto extrañaba mi libertad.

A Savannah Campbell.

Como si leyera eso en mi rostro, su frente se junta con la mía y nuestros


dedos se entrelazan.

―Eres un maldito agujero negro, Sav ―susurra viéndose enfermo, pero a


la vez embargado por tanto placer que a penas siente los síntomas. Envuelvo
su cintura con mis piernas y lo sostengo mientras empieza a ir más rápido,
llenándome y llevándome al borde del orgasmo de nuevo. Su piel pálida
está sonrosada. Sus ojos negros fijos en los míos―. Un huracán. ―Tomo
aire con brusquedad luego de lo siento venirse en mi interior de nuevo, a lo
que vuelvo a recordar que al día siguiente deberé tomar una pastilla
anticonceptiva porque ni siquiera han pasado doce horas y ya me siento
embarazada―. Nena ―gruñe, dejándose caer sobre mí y luego girándose
para llevarme a su pecho―. Eres mi puto fin. ―Acaricia mi rostro en la
oscuridad―. Si pudieras retroceder en el tiempo, ¿a dónde irías?

Hay tantos sitios a los cuales me desearía ir que a penas puedo decidirme
por uno.

―Iría a dónde todo comenzó. ―Me acomodo sobre la cama, girándome


para que no sea capaz de verme mientras respondo. Es más cómodo hablar
de esa manera hablaría―. Iría a mi primer error.

―¿Conocerme?

Siempre tan egocéntrico.

―No ―murmuro y se separa para que caiga boca arriba sobre el colchón,
a lo que puede verme―. Iría con la Sav de trece años y le diría que no
entrara en esa habitación. Que no fuera a esa fiesta. Que no fuera tan
estúpida. ―Su expresión se endurece y paso mis dedos por encima de ella,
comprobando que todavía tengo el poder de suavizarla―. ¿A dónde irías
tú, Tanner? ¿Tienes tantos lugares como yo?
Niega.

―Solo uno.

Mi frente se arruga ya que pensé que se arrepentiría de varias cosas, como


haber ido a prisión por mí.

No una, sino unas dos o tres veces.

―¿Cuál es?

―Iría a un baño de un salón de belleza en Austin.

Me incorporo, sentada frente a él en la oscuridad.

―¿Y qué cambiarías? ―continúo con las preguntas, pero él solo niega.

―Esa no era la pregunta. ―Alisa mi cabello hacia atrás, sonriendo―.


Nunca pensé que diría esto en mi maldita vida, pero iré a calentar los
frijoles. ―Se levanta, desnudo―. Esquiar diez kilómetros y caminar otros
dos me dio hambre. ―Empieza a salir de la habitación, pero no lo consigue.
Lo intercepto antes de que se vaya, viéndolo fijamente―. ¿Sav?
―pregunta―. Este es el fin ―recuerda, pero no lo escucho llevando mi
mano a su barbilla y manteniéndola ahí para besarlo.

Cuando termino me alejo.

―No importa si fue por Malcolm, gracias por ser el hijo de puta que me
salvó.

Se limita a verme, pero luego solo asiente.

―De nada.
Capítulo 29
Paso el resto de la noche llamando a Isla e intentando convencer a las
autoridades de Sun Valley con las que puedo comunicarme de ir por
Savannah y Tanner, quién tampoco aparece luego de irse del sitio en el que
estaba quedándose para ir por mi ex esposa. Una parte de mí sabe que la
encontró, que conmigo fuera del escenario encontrará la manera de volver
a regresar a ella, pero la otra á aterrada de que las dos personas que más
quiero en el mundo estén desaparecidas. No duermo pensando en ello.

Twoson se da cuenta de que algo anda mal y nos invita a quedarnos en su


casa.

―Chico, las malas noticias viajan rápido. Si algo les hubiera pasado ya lo
sabrías ―dice mientras se detiene bajo el umbral de mi habitación con una
pila de mantas―. Duerme un poco. Cuando duermes el tiempo pasa más
rápido. Por la mañana tendrás noticias de ellos. Te lo prometo.

Afirmo, aceptando las sábanas.

―Gracias. ¿Grace y Casper…?

―Están bien. La doctora Taylor está en la habitación de nuestra Sue y


Casper en otra de invitados ―responde la esposa de Twoson, una agradable
mujer de color con bonita sonrisa.

―Muchas gracias por acogernos hoy. Mañana nos vamos.

―Pueden quedarse el tiempo que quieras. Si no puedes dormir y necesitas


tomar algo de la cocina, puedes hacerlo. Esta es tu casa. ―Sonríe―. Tu
hermano y tu esposa estarán bien.

―Gracias, Zoe.

―De nada, cariño. ―Ella y su esposo salen de mi habitación―. Descansa.

Lo intento.

Cierro los ojos, pero las náuseas a penas me permiten acostarme por unos
segundos antes de que tenga que incorporarme de nuevo. Hace veinte
minutos hablé con Ryland y este seguía sin tener noticias de Sav o Tanner.
El avión de Reed Imports no puede salir de la zona debido a la tormenta y
tampoco conseguí un vuelo habilitado, privado o público, en el que
pudiéramos regresar. Estoy de brazos cruzados al otro lado del país
esperando que las dos personas más importantes para mí aparezcan.

Me incorporo cuando un puño se estrella varias veces contra la puerta de


mi habitación.

―¿Malcolm?

Con mi mano en la manija, me detengo de abrir.

Grace Taylor.

Una de las razones por las que Savannah me dejó.

Una de las razones por las que se perdió en la nieve y mi hermano la siguió.

Por la que ahora podría perder a ambos.

Me echo hacia atrás, rehúsandome a verla a pesar de que en el fondo sé que


no es su culpa.

Pero no merezco su maldita compasión.

No quiero su maldita compasión. Quiero que ellos estén bien para poder
estar bien también.

―¿Malcolm? ―repite, pero no abro.

Vuelvo a sentarme en un sofá, viendo hacia la piscina mientras espero que


alguien llame.

*****

A las cinco de la mañana Ryland lo hace.

Me incorporo, soñoliento, y alcanzo el teléfono.

―¿Malcolm? ―pregunta, a lo que aclaro mi garganta.

―¿Los encontraron?

―Sí. Las líneas volvieron y Tanner pudo ponerse en contacto con las
autoridades. Encontró a Savannah. Están esperando que limpien el camino
de la carretera para buscarlos. Fue una tormenta que ocurre cada veinte
años, ¿puedes creerlo? ―Niego, la emoción obstruyendo mi garganta―.
Ellos están bien. Puedes seguir con tu viaje. ―Hace una pausa―. ¿Tú estás
bien?

―¿Ahora te importa?

Suspira.

―Malcolm, no es personal. Me caes bien, hombre, pero ambos sabemos


que no actuaste de la mejor manera al ir tras Savannah sabiendo que antes
había sido de tu hermano. Tanner nunca dice las cosas, pero te perdonó en
ese entonces porque pensaba que la amabas y porque, mierda, te ama. No
habrá nadie que te ame más que él, Malcolm. ―Toma aire―. Pero ahora
todos estamos confundidos al ver que ni siquiera luchaste por tu esposa.
Desde donde estoy ahora se ve como si solo hubieras querido lastimar a tu
hermano casándote con ella, lo cual significa en su mente que lo traicionaste
por nada.

Mi mano se aprieta con fuerza en torno al teléfono.

¿En serio las personas creen que soy tan básico?

―Muchas gracias, Ryland.

―¿Por qué demonios me das las gracias, hombre? ¿Por estar casado y
cederte el puesto del soltero más codiciado de Texas? Si es así, de nada. No
fue una pérdida. Ahora soy el hombre casado más deseado.

―No ―respondo, una sonrisa en mi rostro―. Por ser un mejor hermano


para él que yo.

No le permito responder.

Cuelgo.

Como un zombi me dirijo hacia el baño para obtener una ducha y lucir
presentable cuando le diga a todos que mis familiares aparecieron, pero mi
teléfono no tarda en sonar y en hacer que me regrese al interior de mi
habitación. No tardo en tomarlo y en responder al ver el nombre de Tanner
en la pantalla.

―Ryland me dijo que lo llamaste y que estabas teniendo un


comportamiento extraño, ¿vas a matarte?

Río, feliz como nunca antes lo había estado de escuchar su odiosa voz.
―Si no hubieras aparecido probablemente pude haberlo hecho ―le
devuelvo la broma.

Aunque podría no ser broma.

Espero nunca tener que averiguarlo.

―¿Estás consumiendo esteroides? ¿Por eso eres tan cursi y femenino?


―pregunta, genuina curiosidad en su tono de voz, y mi risa aumenta. La
suya no tarda en unirse. Tras un momento en el que solo nos quedamos en
silencio, aclara su garganta―. Malcolm, Sav está aquí. ¿Quieres hablar con
ella?

―Eso estaría bien.

―Bien.

―¿Hola?

Mis extremidades se aflojan al oír su voz, así que tengo que sentarme.

―Sav, qué bien que estás bien.

―Sí. Aunque no quiero reconocerlo en voz alta enfrente de tu hermano, él


me salvó. Mi auto estaba a punto de caer en un risco y estaba demasiado
aterrada como para bajar. Pude haber muerto anoche por esa tormenta, pero
necesitaba tanto irme de aquí ―susurra―. Me contó que estás en Texas,
¿por qué?

Trago.

―Estoy reunido con los Kings. Pidieron disculpas. Yo también les pedí
disculpas por abandonarlos.

―Eso es increíble, Mal. Me alegro mucho por ti.

No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que saboreo mis propias
lágrimas.

―¿Él fue un imbécil contigo, Sav? ―No responde, pero escucho cómo se
aleja, probablemente porque donde está Tanner puede oírnos. Su silencio
contesta por ella―. Mi hermano solo es así de imbécil cuando lo lastiman
o cuando está asustado. El sarcasmo y todo lo que dice son su escudo.
―Lo sé, Malcolm. Conozco a Tanner. El asunto es que alguien como él...
no es para aguantar a diario.

―Nadie te culpará por querer tomar un descanso.

Ríe.

―Lo he intentado, pero en la cabaña en la que estamos solo hay una


habitación. ―Trago al escucharla, consciente de lo que eso podría
significar, pero sin querer pensar en ello. Ya no es mi esposa. Ya no me
pertenece―. No sabes cuánto me alegra intuir que estás a punto de volver
a cumplir tus sueños.

―No sabes cuánto me alegra a mí también.

Savannah piensa que solo hablo de los míos, pero me refiero a ambos.

―Bueno, el camino está cerca de ser despejado. La tormenta paró esta


mañana, pero dicen que regresará pronto. Si no nos vamos ahora no nos
iremos nunca ―susurra―. Muchas gracias por pedirle a Tanner que viniera
por mí y por preocuparte a pesar de que ya no estamos casados.

―Él fue el que te encontró. Creo que sería el único en encontrarte en medio
de una tormenta.

―Sí.

Mi mano se aprieta en torno al teléfono.

―Entonces es a él a quién debes agradecer, no a mí.

Algo me dice que si no lo hubiera llamado de igual forma él lo habría hecho.

Antes de que Sav responda, cuelgo y continúo con mis planes de alistarme
para irnos de Texas.

Cuando bajo al comedor ya todos se encuentran reunidos en torno a la mesa.


Twoson. Su esposa. Una de sus nietas, Emily. Grace y Casper. Ellos
detienen la conversación que mantienen al oírme llegar. Aunque por dentro
estoy destrozado, ellos me acompañaron y merecen que haga un esfuerzo.
Mis labios se curvan hacia arriba tras tomar asiento para unírmeles, ya
ansiando comer.

―Ellos están bien.


Casper se echa hacia atrás con alivio.

―Bien. No tenía suficientes reservas de té para tranquilizarte de camino a


Sun Valley.

Niego.

―Nuestros planes siguen en pie. ―Miro a Grace―. Iremos a New York.

Sus ojos brillan, pero no comenta nada al respecto y el recuerdo de que no


le abrí la puerta anoche viene a mi mente. Separo los labios para
disculparme, pero Twoson se pone de pie con su plato con panqueques de
Zoe que huelen a gloria. Inclina la cabeza hacia el jardín.

―Malcolm, ¿podemos hablar antes de que te vayas?

Esperando que mis ojos transmitan mis disculpas, me levanto y lo sigo.

Nos sentamos en una mesa en el jardín de su casa.

―Maximilian es amigo de uno de los nuevos directivos que llegaron


aprovechando la baja en las acciones del equipo que hubieron después de
que te fueras ―dice cuando nos encontramos a solas―. Él habló con él esta
mañana y le contó sobre tu brazo derecho y tu recuperación. López lo está
haciendo mal tanto como con el equipo como en el campo, así que está
dispuesto a darte una oportunidad. ―Lo observo―. Solo si quieres podrías
estar en los Kings para esta temporada.

―Eso sería en un mes.

Afirma.

―La prueba sería en dos semanas.

―Yo… mi recuperación. ―Niego―. No he terminado.

―Te mueves en el campo como si sí lo hubieras hecho. El resto de ella la


puedes llevar a cabo aquí en Texas. Ya atravesaste un infierno, chico. No
le temas a las cenizas. ―Aprieta mi hombro izquierdo―. Este brazo podría
llevarte al salón de la fama y hacer que el equipo gane nuestro tercer Super
Bowl.

Conmovido por su inesperada propuesta, asiento.

―Lo pensaré.
―Hazlo. ―Se queda en silencio por un momento―. Por cierto, lo siento
por tu matrimonio.

Me tenso.

No le he dicho a nadie todavía.

―¿A qué te refieres?

―Vamos, chico. No soy imbécil. Tienes una casa aquí y no te quedaste en


ella. ―Su expresión se suaviza―. Savannah era una gran mujer y fueron
una bonita pareja mientras duró. Quédate con eso.

Afirmo, levantándome.

―Eso pretendo. ―Extiendo mi mano―. Muchas gracias por permitir que


nos quedáramos aquí.

La estrecha.

―Muchas gracias a ti por perdonanos. Si esto se lleva a cabo, todo volverá


a hacer como antes.

Trago, identificando el problema.

Amo el fútbol, pero no sé si deseo que todo vuelva a ser como antes.

Quiero más.

*****

Nos toma tres horas y media en un vuelo privado llegar a New York. A
penas ponemos un pie en el aeropuerto guío a Grace a la salida, Casper
caminando todo el tiempo frente a nosotros tomándole fotos a todos. Aquí
hace frío, pero no tanto como en Sun Valley. Sonrío cuando Grace me pide
que la acerque a la orilla de la acera en el exterior para alzar su brazo y pedir
un taxi al estilo neoyorquino.

Cuando estamos dentro le doy la dirección que el investigador privado me


envió.

Durante el trayecto Grace finalmente me dirige la palabra otra vez.

―La hija de la señorita Evegnia y ella eran mis vecinas cuando éramos
niñas. Gracias a ella aprendí a patinar. Mis padres eran las parias del
condado en el que vivía. Nunca estaban pendientes de mí y siempre se
metían en problemas. Me hacían sentir sucia y denigrada, todo lo contrario
a lo que sentía al estar en una pista de hielo. ―Me observa, sus ojos en tono
miel llenos de tanta ilusión y esperanza que a penas puedo soportarlo. Lleva
un abrigo marrón por encima de un vestido con flecos. Su cabello rojo se
ve más brillante que nunca. También usa labial. Se preparó para la
ocasión―. Le debo todo.

―¿Incluso tu dolor?

Grace entiende mi pregunta.

Si no hubiera empezado a patinar, probablemente hoy estaría de pie.

―Siempre me pregunté cómo se sentiría el amor, ¿sabes? Ese tipo de amor


al cual no puedes renunciar. ―Mira por la ventanilla antes de volver a
observarme―. Creo que es como lo que siento yo por el patinaje. Incluso
sabiendo que el resultado sería este, no renunciaría a los años que pasé sobre
el hielo. Fueron los mejores años de mi vida. Lo que vino luego está bien.
Sé que significa mucho y que me ha permitido continuar, pero el recuerdo
de cómo era todo antes… es mágico. Mi patines me enseñaron a sentirme
valiosa. Hermosa. Fuerte. Capaz de todo. Le debo eso a la señorita Evegnia.

Mi garganta se seca y me quedo sin respiración.

―¿Por qué no habías venido antes?

―¿Quieres saber la verdad?

―Sí.

―Estoy asustada de su reacción cuando me vea. ―Sus ojos se llenan de


lágrimas―. No quiero ver lástima en la mirada de la mujer que me hizo ser
una de las patinadoras más aclamadas de mi época.

―Grace ―murmuro su nombre, mi corazón roto―. Si llega a sentir lástima


por ti nos vamos. Nunca he conocido a una persona que merezca tantas
cosas buenas como tú. No te conformes con menos, incluso viniendo del
hermoso recuerdo que tienes sobre la señorita Evegnia, quién ya debe ser
señora.

Ríe, sorbiendo por su nariz.

―En mi mente siempre será la señorita Evegnia.


―1907 St, Bronx. ―La frente de Grace se arruga al detenernos―. Hemos
llegado.

―¿Malcolm? ―Me mira―. No puede ser aquí. El esposo de la señorita


Evegnia era rico.

Me encojo de hombros.

―Yo solo tomé la dirección que me dieron. ―Me bajo del auto mientras
Casper le paga al taxista. Saco la silla de ruedas y nuestras mochilas del
maletero. El rubio viene a mí con Grace en brazos. El humo y el desastre
que nos rodea a penas nos permite respirar―. Es ese edificio de allá. ―Se
lo señalo al rubio antes de caminar hacia una construcción de ladrillos con
una barbería y un estudio de tatuajes abajo. No entramos todos en el
pequeño elevador, así que Casper se queda abajo―. ¿Grace? ―pregunto
mientras andamos por el pasillo del piso nueve, el cual tiene algunos
roedores.

―¿Sí?

―Podemos irnos si quieres.

Puedes conservar el recuerdo de la señorita Evegnia tal y como está en tu


mente.

Lo piensa por un momento, pero luego niega.

―Claro que no, Malcolm.

Suspiro, consciente de que no le va a gustar lo que encuentre tras la puerta


principal de su departamento, pero aún así elevo mi mano en el aire y la
toco. Trago cuando un hombre desnudo salvo por sus pantalones la abre, su
boca cubierta con un cigarrillo. Sus cejas se alzan al vernos.

―No sabía que Eve hiciera esas cosas también.

―¿Perdón? ―murmura Grace, ya al borde de la histeria―. ¿Quién eres tú?

―Solo uno más ―dice antes de tomar su camisa y salir.

―Espera aquí ―le indico a pesar de que todo lo que nos rodea me hace
querer llevármela lejos.

Debí haber traído una maldita arma.


Cuando llego a la sala mis ojos se topan con los azules de una mujer, quién
se cruza de piernas al verme. Lleva una bata que se desliza con facilidad
por su cuerpo, así que me revela su piernas. Todo a su alrededor intenta ser
el elegante, incluyendo la decoración, pero el papel tapiz se cae de las
paredes. Tomo una honda bocanada de aire. A pesar de los años es justo
como la describió Grace, solo que más arruinada. Me detengo junto a ella
ignorando la manera en la que relame sus labios.

―Hay alguien que quiere verte, Eve ―murmuro.

―Por los tríos son doscientos. ―Se levanta―. Aunque a un tipo tan guapo
como tú no le cobraría.

Detengo su mano cuando la alza para tocarme.

―Te pagaré quinientos si recibes a alguien de tu pasado en tu casa y eres


amable.

Su frente se arruga.

―¿A quién de mi pasado?

―Su nombre es Grace Taylor.

Su máscara flaquea. A pesar de que la necesidad de dinero está escrita en


su cara, retrocede.

―No. No quiero verla. ―Retrocede, sus ojos llenos de lágrimas―. Dile


que se vaya.

―Te daré la cantidad de dinero que quieras.

―No se trata de dinero ―sisea con marcado acento ruso, acercándose a la


puerta para echarme. Su largo cabello rubio se desliza por su espalda, lo
único hermoso que queda de ella―. Se trata de no arruinar los recuerdos de
mi printsessa sobre mí, recuerdos en los que todavía soy hermosa y valgo
algo para alguien. Puedo soportar vivir aquí como Eve sabiendo que
Evegnia sigue viva en ellos.

―Evegnia… ―murmuro, alertándola, pero es demasiado tarde.

Ella se paraliza cuando se detiene frente a Grace, sus ojos llenos de shock
y dolor.

No lástima.
―Printsessa ―llora, viéndola, y Grace también lo hace. Se abrazan―.
¿Qué te pasó?

―¿Qué te pasó a ti? ―solloza Grace―. ¿Por qué vives en este lugar?
¿Dónde está Danielle?

El rostro de Evegnia se contrae mientras se separa de ella.

―Con su padre. Mientras yo elegí dejar de patinar para ser madre, ella
siempre lo eligió a él. También los escogí a ellos sobre ti y no sabes cuánto
me arrepiento de eso cada día de mi vida ―llora―. Debí aceptar ese trabajo
en Lake Placid. Debí haberme quedado contigo y haberte entrenado. Corté
cualquier comunicación con el patinaje una vez vine a New York, pero me
arrepiento tanto de haberlo hecho.

―Me lesioné ―llora la pelirroja, volviéndose esto tan íntimo que empiezo
a salir del departamento.

Esta comparte una mirada conmigo antes de que me vaya y asiente,


aceptando quedarse a solas con la señorita Evegnia. Cuando me encuentro
en el pasillo me topo con Casper, quién camina hacia mí con dos sujetos
grandes de aspecto intimidante. Problemas, pienso, pero luego estos me
alcanza.

―Mal, les dije que estaba aquí contigo, pero no me creyeron.

―¿Qué sucede?

Uno de ellos me ve de reojo.

―Así que tú eres Malcolm Reed, de los Kings.

―Sí, so yo. ―Los miro―. ¿Por qué?

Un tenso silencio se apodera del pasillo.

Cuando el otro responde, mis hombros se relajan.

―Somos fanáticos, hombre, ¿por qué no nos aceptas una cerveza?

Mis labios se curvan.

―Lo siento. Estoy recuperándome de la lesión. No puedo beber de esa


manera.
―¿Qué tal de un poco de marihuana?

Miro a Casper, quién se encoje de hombros.

―Es medicinal y Grace seguro tardará ahí adentro, ¿por qué no?

Capítulo 30
No sé qué esperaba que saliera de la conversación entre Grace y la señorita
no tan señorita Evegnia, pero definitivamente no era ver a esta última con
un par de maletas de mano al abrirse la puerta de su departamento un par
de horas después. Su rostro está oculto por un sombrero de aspecto antiguo
y caro, quizás cosas que quedaron de su matrimonio, y cuerpo por un abrigo
blanco con algunas manchas de lavado. Aunque es como si usara un disfraz,
se ve mucho mejor que en bata e insinuándose por unos cientos de dólares
que de todas maneras saco de mi bolsillo cuando extiende su mano hacia
mí.

―Gracias.

Niego, pasando de ella para ayudar a Grace a salir.

―¿En dónde quieres que te dejemos?


Ya caminando por el pasillo, la señorita Evegnia se gira para mirar a mi
traumatólogo.

―¿Dónde dijiste que vamos, printsessa? ¿Idaho?

Me detengo para mirar a Grace, quién alza su rostro hacia mí con una
sonrisa tímida.

En ese momento supe muy dentro de mí que no podía negarle nada a esa
sonrisa.

―La convencí de aceptar un trabajo en el complejo. Callaghan siempre está


necesitando gente.

―¿Supongo que irá con nosotros a la playa?

Grace asiente.

―Será bueno para ella salir de aquí. ―Su frente se arruga―. ¿Dónde está
Casper?

―Esperándonos en el taxi. ―Antes de buscar a Grace había buscado uno


para dejar al rubio casi inconsciente y flotando en el asiento copiloto. Dijo
que podría fumarse un porro por sí solo, pero cayó como un bebé―. ¿Hay
alguna otra cosa que quieras hacer en la ciudad antes de irnos?

Niega. Nuevamente esperamos que Evegnia descienda en el ascensor antes


de usarlo nosotros.

―New York es la ciudad en la que más incómoda me he sentido y ni


siquiera llevo un día aquí. No es un buen sitio turístico para los inválidos.
Si no fuera por ti y por Casper me llevarían por delante.

Le sonreí, pero algo dentro de mí se retorció debido a que tenía razón.

Las personas en New York llevan un ritmo de vida muy agitado para
alguien como Grace. Las calles están llenas, no como en Sun Valley, y cada
quién está estrictamente enfocado en lo suyo. A decir verdad a mí tampoco
me gusta. Prefiero vacacionar en pueblos pequeños, en Los Ángeles o
Miami y vivir en Texas, dónde en cualquier momento puedo escapar a
alguna de mis propiedades. En nuestro corto matrimonio Savannah me
convenció de invertir un poco de mi dinero en bienes raíces, así que poseo
algunos ranchos y mansiones en distintas zonas de nuestro estado.
Tanner no tiene idea de ello por obvias razones.

Nunca me sentí cómodo hablando de Savannah con él o si quiera


mencionando su nombre.

No sé si eso cambiará ahora, pero lo dudo

―Nos quedan algunos minutos en ella y nos vamos.

―¿Ya sabes a qué playa iremos?

Asentí.

―Regresaremos a Texas.

Sus ojos color miel brillan.

―Realmente te gusta ahí, ¿no? ―Asiento ―. ¿En qué ciudad creciste?

―Houston, ¿y tú? ―respondo, hablando con ella en el elevador y mientras


salgo del edificio.

―En Lake Placid, a cuatro horas en carretera.

Mi frente se arruga.

―¿Es ahí donde celebran los juegos de invierno?

―Sí y todavía pertenece al estado de New York, pero es más cerca ir a


Canadá que venir aquí. ―Me sorprendo al ver a Evegnia esperando por
nosotros junto al taxi. Ya había guardado su equipaje en el maletero y sin
que se lo pidiéramos, toma la silla de Grace y se la do al chófer para que la
guarde después de que elevo a la pelirroja en brazos para montarla en el
auto. Quizás su compañía no será del todo mala y realmente sí quiere a
Grace, lo que es bueno porque ya me he quedado sin efectivo―. Vivía con
mi abuela. Fue ella quién me apoyó con el patinaje, pero cuando murió
vendí nuestra casa.

―¿Qué hay de tus padres? ―le pregunto mientras el auto ya está en


marcha.

Se encoge de hombros.

―Ellos no estuvieron ahí.


―Lo siento. ―Ya que se abrió a mí, no puedo evitar hacer lo mismo―. Mi
padre era el jefe de mi madre. Ella era una inmigrante y Wagner ya estaba
casado cuando se conocieron. Se aprovechó de su situación y de su
ingenuidad. Tanner ya existía. Él no formó parte de mi vida, exceptuando
momentos puntuales en los que solo aparecía para recordarme que nunca
sería digno de su apellido, y fue mi abuelo quién me lo dio, pero solo para
que así mi hermano pudiera tener más acciones en Reed Imports. Tanner,
por otro lado, siempre estuvo ahí. Yo acepté ser un Reed para poder
regresarle algo de lo que había hecho por mí. Nuestro padre nos odia a
ambos por eso.

Los corazones prácticamente salen de los ojos de Grace al escucharme.

―Tanner es un buen hermano.

―Se esfuerza por serlo. ―Tomo una honda bocanada―. Yo también


quiero serlo, ¿sabes? Pero no es tan fácil. Él siempre ha sido bueno en todo.
En la Escuela. En el fútbol. Yo solo era su sombra. Incluso estando en
ciudades diferentes y siendo de edades diferentes me comparaban con él y
las personas en ese entonces todavía no sabían que éramos hermanos, así
que imagina cómo fue después de que se supo. Literalmente los
reclutadores me buscaban para que los convenciera de unirse a sus equipos,
no por mí, y era tan bueno en el campo como él, pero mi hermano tiene algo
que hace que lo quieran.

Su nariz se arruga.

―¿Su sombra, Malcolm? Eso es un pensamiento un poco estúpido de


mantener tomando en consideración lo mucho que te ama. Entiendo lo que
es ser la sombra de alguien. Fui la sombra de muchas patinadoras hasta
alcanzar mi máximo potencial, pero la diferencia en este caso es que tu
hermano nunca te vería como su sombra. Eso debería tener mucho más
valor para ti que lo que digan los demás, incluso tú a ti mismo. ―Continúa
hablándome como si estuviéramos solos. A pesar de que no lo estamos, así
se siente―. Sé que aún está muy reciente para ti y que mi pregunta debe
doler… ¿pero no crees que te hayas acercado a Savannah por él? ¿Porque
de alguna manera incorrecta querías demostrarte a ti mismo que eres mejor?
Sé que Sav es hermosa, talentosa y que cualquier hombre desearía estar con
ella, pero quizás muy dentro de ti te atrajo por eso.

No.

Sav era la chica de mis sueños mucho antes de saber lo suyo con mi
hermano.
Yo la entendí y la aprecié primero, cuando él solo la hería.

―No ―respondo mirando por la ventana―. Tanner no tuvo que ver con
eso.

Pero es una mentira.

Lo tuvo que ver todo y Grace está en lo correcto, pero no me presiona para
que continúe hablando sobre ello, decidiendo en cambio apoyar la parte
posterior de su cabeza en el asiento y cerrar los ojos.

******

He venido varias veces a Corpus Christi antes.

Con Savannah. Con el equipo. Con mi madre. Con Tanner.

Mi hermano tiene grandes planes para la zona en varios ámbitos, la cumbre


de ellos la construcción de un puerto independiente propiedad de Reed
Imports, pero yo soy feliz teniendo un lugar al cual llegar. Nunca había
estado en la casa frente a la playa que Will me recomendó comprar, así que
tuve que hacer que la limpiaran a penas vi en la web que Corpus estaba
teniendo olas suaves que Casper podría domar. Para cuando llegamos el
rubio a penas puede moverse, así que debo cargar con él hasta su habitación
en el segundo piso porque la única que está abajo es para Grace Taylor.
Cuando termino mi frente se arruga al ver a Evegnia alistándose para salir,
su cuerpo dentro de un bikini rojo y un pareo.

―Iré a dar una vuelta ―dice colocándose las gafas―. Grace está en la
habitación y…

Sus palabras se detienen cuando sostengo la puerta de salida para ella.

―Grace Taylor es una buena persona. No es como tú. No es como yo. Ella
puede confiar en ti cuánto quiera porque yo no lo haré, lo que significa que
mantendré un ojo sobre ti, Evegnia. Te está dando una segunda oportunidad
en la vida y si no la valoras vamos a tener un problema. ―Libero la puerta
para ella―. Soy menor que tú, así que no voy a jugar a ser tu padre, pero te
quiero aquí a las nueve para ir a cenar. Grace te adora y estoy seguro de que
le encantará pasar un buen rato contigo.

Sus ojos brillan.


Me estremezco, no de una buena manera, cuando presiona su mano contra
mi pecho.

Se relame los labios.

―Eres mucho más atractivo cuando te pones los pantalones, niño. Esa
charla en el auto sobre estar a la sombra de tu hermano… ―Niega, su
acento ruso causándome náuseas por cómo lo usa de forma seductora―.
Eso no fue sexy. ―Me mira de arriba abajo―. Esto sí es sexy. Incluso ya
no quiero irme.

Retrocedo.

―Puedes hacer lo que quieras siempre y cuando no lastimes a Grace Taylor


de nuevo.

No me quedo el tiempo suficiente como para verla marcharse, pero sí para


contemplar el destello de culpa en sus ojos azules. Crecí en un feo barrio de
Houston, así que sé cuando una persona se está aprovechando de otra o no
tiene tan buenas intenciones. Cuando finge ser algo que no es.

―¡No la trates como una inválida! ¡Ella no necesita alguien que la cuide!
―dice, pero no la escucho.

Evegnia no me transmite buena vibra.

―¿Terminaste de desempacar? ―le pregunto a la pelirroja luego de tocar


su puerta y entrar a su habitación, a lo que esta se incorpora sobre sus codos
sobre la cama de sábanas blancas, dónde se encontraba recostada mirando
hacia la playa gracias a la buena vista de su dormitorio.

Lleva un vestido blanco, así que su falda también estaba hacia arriba.

Ignoro el hecho de que por un momento vi sus muslos, así como el inicio
de sus bragas, pero sus mejillas se encuentran rojas debido a que también
se dio cuenta de ello. Tras alisar su falda hacia abajo, mantiene sus ojos
color miel en los míos y responde.

―Sí. ―Ve hacia la ventana―. Desde aquí puedo ver las olas.

Me acerco a ella. Estamos en una playa privada, así que nadie va a


molestarla aquí.
Quizás no puedo ofrecerle un mundo donde solo la vean como una más,
pero puedo darle esto.

―¿Desde cuándo no entras al mar?

Lleva su mirada a la mía.

―¿Sinceramente? Solo fui a la playa una vez con mi abuela. Tenía seis.
―Aunque se ve un poco avergonzada por ello, pide ayuda―. ¿Podrías
llevarme? Mi silla de ruedas no llega hasta la orilla.

―Ni siquiera tenías que pedirlo, Grace Taylor.

―¿Entonces por qué estás tardando tanto en hacerlo? ―ríe, a lo que no sé


qué demonios contestar.

No puedo dejar de verla.

Forzándome a salir de mi estupor porque sino pensará que tengo algún otro
trastorno del cual no se ha percatado, me extiendo hacia ella, pero en lugar
de pasar mi brazo por debajo de su rodilla como sería habitual cargo con su
cuerpo sobre mi hombro izquierdo, lo cual me permite correr por la casa y
luego hacia las olas. Me quito los zapatos una vez mis pies se hunden en la
arena. Sus gritos de emoción son música para mis oídos. Nos arrojo al agua
con un seco chapuzón en el que me doy la vuelta, ella sobre mí, para recibir
todo el impacto del golpe. Quizás no es muy caballeroso o delicado de mi
parte, pero algo en mí sospecha que Grace Taylor está cansada de ser tratada
con cuidado.

Por fortuna para ella los Reed no somos cuidadosos.

Todo lo contrario.

―¿Estás bien? ―pregunto con ella en brazos, el agua onda, pero no lo


suficiente como para que no pueda mantenerme de pie sobre la arena y
perder el equilibrio, soltarla.

Grace escupe agua y parpadea para alejar la sal de sus ojos, pero sus labios
sonríen.

Dejan de hacerlo cuando deslizo mi mano por su frente para alejar el cabello
rojo de esta.

―Malcolm ―susurra, sus brazos rodeando mi cuello, pero no la escucho.


Solo puedo ver sus labios, entre rojos y rosados, y marcarlos como mi
objetivo.

Sin saber si estoy enviando todo a la mierda con eso, me inclino hacia abajo
y la beso.

El agua se desliza por mi cabeza, corriendo hacia abajo, y su boca sabe a


sal. Un sonido gutural nace de lo más profundo de mi garganta cuando
entreabre tímidamente sus labios hacia mí luego del shock que representa
mi movimiento para ella. Grace se agita entre mis brazos para que la suelte
y eso hago, limitándome a observarla y a observar su reacción, su rostro
enrojecido, una vez se mantiene flotando con sus brazos frente a mí. Se
hunde en el agua por un momento y me adelanto para socorrerla, pero me
detengo cuando desliza su vestido por encima de su cabeza y lo arroja a
alguna parte del agua.

Hago lo mismo con mi camisa antes de atraerla de nuevo a mí.

―Malcolm ―gime, sus dedos arañando la piel de mi nuca al instarla a


rodearme con sus piernas.

―Tienes permiso de aferrarte a mí ―murmuro contra su boca antes de


sumergir mi lengua en ella, a lo que se contorsiona y frota su centro contra
el mío de una manera que me hace sisear.

Se siente bien.

Se siente demasiado bien.

No debería sentirse tan bien querer follar a un ángel o una condena segura
al infierno.

―Malcolm ―vuelve a jadear cuando una ola hace que empuje mi pelvis
contra ella.

No estoy pensando. Solo sintiendo. Deslizo mis manos hacia su cintura y


alzo su cuerpo para que sus pequeños pechos estén a la altura de mi boca.
Grace Taylor se arquea hacia atrás cuando hago a un lado su lencería sin
copas con mis dientes y muerdo suavemente su pezón antes de empezar a
succionarlo. Es rosado y pequeño, pero se encuentra duro. Empieza a gemir
y no creo poder resistirlo más.

Se tensa cuando llevo mis dedos a su centro, acariciándolo.


El agua nos rodea, pero siento la viscosidad característica de la humedad de
una mujer.

―Estás mojada y no me refiero a agua salada ―susurro sobre su oído,


bajándola de nuevo, a lo que se estremece y se aprieta contra mí, sus piernas
regresando a su sitio a mi alrededor.

Sus párpados caen pesadamente sobre sus ojos mientras la toco.

―Quiero más ―murmura cuando ya van dos dedos dentro de ella―. Estoy
cansada de tocarme. Quiero sentirte dentro de mí a ti, no a tus dedos. Quiero
algo más grande que eso.

Mi estómago se contrae al imaginarla inocente y dulce sobre su cama,


explorándose y dándose placer.

―¿Quieres que te folle en el agua? ―pregunto y el sonrojo en su rostro


crece―. ¿Quieres mi polla?

Grace asiente, su rostro contra mi hombro, y desabrocho mi pantalón.

―Dios, sí ―gime cuando me froto directamente en su contra tras hacer


desaparecer sus bragas.

Quiero llevarla a la arena, pero una parte de mí sospecha que se siente mejor
aquí dentro.

Más libre.

―¿Estás segura? ¿Entiendes que no estoy listo para una relación de nuevo
y que en este momento solo se trata de tu placer, Grace Taylor? ―pregunto
y asiente, sus dedos yendo nuevamente a mi nuca.

Le gusta ese lugar.

Manteniéndola apretada contra mí con una mano, me termino de


deshacer de su ropa interior con la otra y guío la punta de mi miembro hacia
su estrecha abertura. Grace tira de su cuello hacia atrás, su ceño fruncido
con dolor y placer, cuando me hundo en ella. Su sensibilidad ahí debe estar
intacta, puesto que aprieta cada centímetro de mi anatomía con fuerza.
Hundo mi rostro en su delgado cuello de la misma manera que ella lo hace
en el mío mientras sostengo sus caderas y la insto a subir y bajar sobre mí.

Las olas solo causan que mis embestidas sean más hondas.
Cuando gime y se estremece, corriéndose, la sigo.

Aún dentro del agua siento mi semen chorrear de su centro debido a cuánto
tiempo ha pasado desde la última vez que mantuve relaciones sexuales con
alguien o que estuve de ánimos para masturbarme.

―Malcolm ―solloza, lo cual entiendo.

Fue intenso.

Inseguro sobre si podré con su peso, beso su nariz.

―¿Qué tal si nos damos una ducha y vemos si Casper despertó? Estaba
ansioso por probar sus prótesis.

Grace Taylor asiente, su expresión ida.

―Está bien, ¿pero me puedes dar un tiempo a solas en el agua?

Niego.

―Puedo verte desde la orilla, pero no te dejaré sola. Las olas están salvajes.

El sonrojo vuelve a su rostro.

―Me di cuenta.

Sonrío, soltándola en una parte un poco menos honda, y salgo del agua.
Tenía pensado sentarme en la arena y simplemente verla, pero dichos planes
se van al traste cuando me giro y noto un ligero rastro de rojo ir desde el
agua hasta la posición en la que me encuentro. Impactado, observo que este
proviene del sitio en el que el botón y la cremallera de mis vaqueros se
encuentra. Ya que no sé cómo demonios reaccionar ante el hecho de que
Grace Taylor acaba de darme su virginidad y evidentemente no quiere que
lo sepa, troto hacia la casa para cambiarme antes de que se percate de que
lo sé.

Porque no soy quién para juzgar.

Todos tenemos nuestros secretos y las razones tras ellos.

Y el derecho a mantenerlos por tanto tiempo como creamos necesario.


Capítulo 31

El muelle de Corpus no está tan lleno, lo cual es bueno ya que nadie se


interpone en mi camino y en el de Grace. Ya son las ocho de la noche y ambos
perdimos la esperanza de que Evegnia regresara a tiempo o Casper despertara, así
que nos alistamos para ir a comer a penas terminamos. En un principio estaba
preocupado porque el ambiente entre nosotros cambiara después de lo que pasó
en la playa, pero eso no sucedió. Grace sigue sonriéndome y sonrojándose de la
misma manera en la que lo hacía antes.

Las luces alrededor del muelle alumbran su rostro cada vez que lo gira hacia mí.

Estoy tan concentrado en él y en determinar la cantidad de pecas que contiene que


no me doy cuenta del momento en el que una figura familiar se detiene frente a
nosotros, su ceño fruncido. Grace me mira con confusión, pero esta se desvanece
cuando se da cuenta de que conozco a la mujer con el bebé.

―Pauline.

―Malcolm ―dice, su hijo de un año y medio colgando de su cadera. Este me


sonríe antes de esconder tímidamente el rostro en el pecho de su madre. Ese chico
pudo haber sido mi sobrino―. ¿Qué haces aquí? ―Mira a Grace Taylor―. ¿Y
quién es ella? ¿Dónde está Savannah? ―Mi rostro se contrae al escuchar el
nombre de mi ex-esposa―. La he llamado, pero no responde. Va directo al buzón.

―Hola ―saludo―. Savannah probablemente está con sus amigos de la


universidad.

La confusión en su rostro crece.

―¿Qué amigos de la universidad?

―Ibor y su esposo.

Mis respuestas claramente no son de ayuda.

―¿Por qué Savannah estaría con ellos mientras tú estás aquí, Malcolm?

Tomo una honda bocanada antes de responder.

―Nos divorciamos. ―Inclino la cabeza hacia la pelirroja―. Esta es Grace


Taylor, mi doctora.

Una emoción peligrosa brilla en los ojos de la rubia.

―Fuiste rápido.

Mi mandíbula se aprieta. Separo los labios para mandarla al infierno, pero la


pelirroja interviene.

―Mucho gusto, Pauline.

Pero Pauline a penas la mira.

El niño se agita y Reece, su novio, pero quién no ha admitido ser su novio, se


acerca con un algodón de azúcar en mano para tomarlo, lo cual le deja la vía libre
a Pauline para asesinarme si ese es su deseo. Él la observa con calidez. Lleva una
camisa de recuadros, jeans y un sombrero de vaquero. Tomando en cuenta que
ella luce como una monja con su vestido largo y blanco, son una pareja curiosa.

―Iré al parque de atracciones con Raze para que puedan hablar ―dice y ella
asiente―. Hey, Malcolm.

―Hola.

―¿Cómo sigue tu brazo?


―Todo está bien, hombre. Gracias por preguntar.

―Los acompañaré ―murmura Grace en mi dirección antes de seguirlos haciendo


rodar ella misma su silla a pesar de la dificultad que representan los tablones de
madera del muelle.

Espero a que se vayan para dirigirle la palabra a la ex de mi hermano, quién


siempre ha sido rara.

―Fue Savannah la que me pidió el divorcio. No yo a ella.

―¿Y eso te libra de la culpa? Supongo que lo hizo porque fuiste el esposo del
año.

Trago.

―Los dos decidimos no luchar. No eres quién para juzgarme. ―Bajo mi voz―.
¿Te recuerdo que todo el tiempo que estuviste con mi hermano lo hiciste sabiendo
que Savannah sentía cosas por él? ¿Que no eras tan buena persona antes y que
quizás sigues sin serlo todavía? La lastimaste antes, Pauline, así que no tienes
derecho a venir y decirme que estás enojada por cualquier cosa que le pase a
Savannah.

Pauline se estremece ante mis palabras, pero aparta su mirada furiosa de la mía.

―Las personas cambian, Malcolm, y las únicos a los que les debía una disculpa
ya me han perdonado. El resto puede odiarme y no podría importarme menos.
Quizás desde afuera se ve poco sano o hipócrita, pero es el resto quién ha decidido
quedarse en los errores del pasado. No nosotros. Nosotros hemos cambiado. Quién
no lo crea no vio a Savannah llorar conmigo cuando Raze nació, ni a tu hermano
preocupado por su salud o por sacarme de la cárcel. Quién no lo cree no siente el
dolor que yo siento en el corazón ahora, ni la decepción, ante el hecho de saber
que Sav no tuvo su final feliz a tu lado. Nunca me has caído bien y siempre he
pensado que no mereces a Tanner, que lo que le hiciste al ir tas la mujer por la
que sentía cosas fue detestable, pero te soportaba porque Sav se veía tan
convencida de que eras el indicado que nos convenció a muchas al punto de por
lo menos fingir alegría. ―Trago, sin entender por qué mierda esta pequeña mujer
me dice todo esto―. Tal vez piensas que no me corresponde a mí decir esto, pero
te equivocas. Ellos son mi familia. Son la familia que escogí.

―Y vaya buena familiar resultaste ser.

Me mira, tristeza en sus ojos.


―Creo que la razón por la que nunca me he acercado a ti es porque me recuerdas
a mí misma antes, cuando tenía miedo de perderlos a ambos y fingía ser una
persona que no era para lograrlo. No sé si estás fingiendo como un día yo lo hice,
pero sé que nunca es demasiado tarde como para cambiar. Si no te gusta lo que te
digo puedes insultarme todo lo que quieras. No me interesa. Tengo un bebé que
me adora. Un novio. Amigos. Lo que opine Malcolm Reed de mi vida no vale
nada. ―La tensión en mis hombros se aligera, el cansancio apoderándose de
mí―. Yo era igual a ti, Malcolm, obligando a dos personas a permanecer a mi
lado sin importar qué, pero dejé de serlo. Ahora es tu turno.

Se da la vuelta para caminar hacia dónde Reece y Raze se encuentran con Grace,
pero la detengo colocando una mano sobre su hombro, a lo que se gira con rapidez.
La suelto ya que nunca sabes cómo podrá reaccionar Pauline ante algo. Es la
versión oscura y retorcida de una mojigata.

―¿Por qué todo el mundo me echa la maldita culpa cuando lo único que he hecho
es intentar reparar lo que mi hermano destrozó? Algo en lo que claramente fracasé
porque a tu amiga le gusta la mala vida. Es la persona más sana que conozco.
Quién ha llevado una infancia más feliz. Quién lo ha tenido todo. Nada de eso
importa, su ausencia de problemas paternales, porque por alguna razón Savannah
es una maldita adicta al dolor. Desperdicié tres años intentando hacer que quisiera
algo mejor, pero no lo logré. Sus ansias por retorcerse en el lodo como un puerco
siguen ahí. ―Sus pupilas se dilatan ante mis palabras. Me acerco más. Mis
movimientos no la intimidan, sino todo lo contrario. Pauline se mantiene en su
lugar―. ¿Crees que soy estúpido, Pauline? ―siseo―. ¿Crees que no sé que ya se
cogió a Tanner? ―No puedo evitar elevar la voz, a lo que veo por el rabillo del
ojo cómo Grace y Reece miran hacia nosotros. Me fuerzo a bajarla porque lo
menos que quiero es un alboroto. Sé que estoy diciendo cosas de las que me
arrepentiré más tarde y que incluso estoy sonando peor que mi hermano, pero no
puedo evitarlo. Las llevo adentro y de no hacerlo simplemente explotaré, dañaré
de nuevo mi brazo, o ambos, y no habrá más Malcolm Reed porque habré saltado
de un puente―. ¿Qué opinas de eso, Pauline? ¿Qué opinas de que le haya firmado
el divorcio a Savannah hace un par de días y ya esté en su cama? ―exijo saber―.
¿Qué mierda tienes que decirme acerca de mi hermano follándose a mi ex?

Una sonrisa curva sus labios, adornando su expresión de desquiciada.

―Que entonces sí existe.

Me inclino sobre ella, sintiendo mis malditas venas arder.

―¿Qué mierda existe?

Se pone de puntillas, sus labios rozando los míos y no de una forma romántica.
Sí de una manera en la que podría ahorcarla.

No sé cómo Tanner la soportó por tanto tiempo.

Cómo continúa haciéndolo.

Probablemente por Raze, de quién la loca lo hizo padrino. Pobre niño.

―El karma.

Se gira para irse, pero vuelvo a impedírselo.

Su tono de voz me hizo sentir como me sentía cada vez que recibía un mensaje de
una persona en particular antes de la lesión. Una persona que debió haber estado
lo suficientemente cerca como para saber cosas privadas acerca de mí. Esta vez
cuando intenta soltarse de mi agarre no se lo permito.

Esta pequeña rubia me debe una explicación.

―Tú eras mi hater.

Ni siquiera lo niega.

―Sí. ―Alza el mentón como si fuera algo de lo que estar orgullosa―. Lo era
hasta que Savannah me dijo que necesitabas ayuda y apoyo para no volver a
intentar suicidarte. ―Tira de su brazo tan fuerte que se escapa de mi mano. El
shock me impide retenerla―. Pero después de esto cuenta con que el propósito
inicial de mi cuenta regresará. No porque seas estúpido, algo que no eres, o porque
seas tan superficial que siento asco al verte, reduciendo durante estos tres años a
Sav una mujer que admiro, a un adorno que colgar de tu brazo o a un trofeo, sino
porque crees que eres mejor que nosotros y sé, en el fondo de mí, que no solo no
lo eres, sino que eres peor. Si no es así mírame a los ojos y niégalo y te juro por
Dios y por lo más sagrado en mi vida, que es mi hijo, que me retractaré.

Separo los labios para hacerlo.

Yo soy mejor.

Ninguna palabra sale de mi boca, estas se atoran en mi garganta, y sus ojos brillan
con satisfacción. Se da la vuelta para recoger a su hijo, quién viene caminando
hacia ella con pasos cortos, rápidos e inestables, una sonrisa en su rostro de
mejillas rojas y llenas de vida. Es rubio, como ella, pero regordete, lo cual se ve
aún más acentuado debido a su traje de marinero, el cual le queda pequeño.
―¡Mami! ―grita cuando lo alcanza y por alguna razón estoy tan concentrado en
el niño, en el dolor que inunda mi pecho al recordar que Sav y yo estábamos a
punto de intentar tener hijos cuando todo pasó, que no me percato del momento
en el que Reece se me acerca y golpea mi cara con su puño.

Puede ser un sujeto calmado, pero golpea como un boxeador.

Caigo en el suelo y soy consciente de la sangre deslizándose por mi pómulo, pero


no se lo devuelvo.

―Por si se te vuelve a ocurrir volver a sujetar a Pauline o alguna otra mujer como
lo hiciste.

Mis dientes se aprietan entre sí.

Me levanto.

―Tu mujer es una asesina. No creo que no sepa cómo defenderse de cualquiera.

Se adelanta hacia mí.

―Lo es, Reed, y yo fui su cómplice, así que deberías tener más cuidado con quién
te metes. Tanner me dio motivos para considerarlo de la familia, pero tú solo lo
eres por ser su hermano y estoy seguro de que no le molestaría olvidarlo si le
dijera la manera en la que acabas de tratar a Pauline.

Trago, harto de todo.

Harto de mi hermano y de Savannah.

Harto de Pauline, su novio e incluso de su perfecto hijo.

Harto de que toda la culpa recaiga sobre mis hombros.

―Haz lo que quieras, Ryerson. No me interesa.

Dicho esto me doy la vuelta, planeando regresar a casa porque no hay manera en
la que pueda quedarme aquí, y por unos segundos casi me olvido de Grace. He
avanzado unos pasos cuando debo regresar para tomar el mango de su silla, la cual
arrastro rápidamente por el muelle en silencio. Cuando regresamos al auto que
guardo en el garaje de la casa, un Audi de lujo, me tomo mi momento antes de
encenderlo. Grace no dice absolutamente nada, limitándose a verme desde el
asiento copiloto hasta que la tensión es demasiado evidente en el aire y me fuerzo
a mí mismo a aclarar mi garganta.
―Pauline es la ex esposa de Tanner ―murmuro, pero su mirada sigue viéndose
confundida―. Ellos estaban juntos cuando Savannah inició su relación con mi
hermano. Ella era la otra. Él la trataba como la mierda y ahora yo ahora quieren
hacerme sentir como el culpable de que ella se sienta así. ―No puedo evitarlo.
Tengo el maldito corazón roto y las lágrimas se deslizan por mis mejillas sin que
pueda contenerlas. Ni siquiera las siento―. Estoy seguro de que pasó algo entre
ellos en Sun Valley, pero sigue siendo mi culpa ―río, tirando de mi cabeza hacia
atrás―. Sigue siendo mi culpa porque por mí él está en su vida. ―Giro el rostro
hacia ella―. Savannah es impulsiva por naturaleza. Hace las cosas y luego se
arrepiente. Desde la primera vez que la vi sabía que me rompería el corazón y aún
así se lo serví en bandeja de plata, pero en este momento es como si dos personas
lo hubieran pisoteado, ella y mi hermano, y eso no es lo que me quema ahora,
Grace. ―Se extiende hacia mí tanto como puede y me abraza, a lo que no puedo
evitar sumergir mi rostro en su pecho―. Lo que lo hace es que lo que yo le hice.
Lo que yo le hice a Tanner, lo cual es exactamente lo mismo que me hicieron
ahora.

―Mal ―susurra, sus dedos deslizándose por mi cabello. Me siento culpable por
ensuciar su vestido con bordados, pero no puedo evitarlo―. Te diría que te aman
y que su intención no es lastimarte, pero sé que eso ya lo sabes. ―Su voz se vuelve
suave―. No estoy confundida y en silencio por eso, sé lo que es que te rompan el
corazón y cuán difícil es recuperarte de eso, sino por cómo te comportaste en el
muelle. ―Me obliga a mirarla presionando mis manos contra mis mejillas―.
¿Quién eres y en dónde quedó el dulce jugador de fútbol que me trata como si
supiera exactamente como quiero ser tratada?

Trago.

―Necesito romper mi voto de sobriedad para contártelo.

Grace asiente, sus labios viajando a mi frente.

―Entonces vayamos por unas botellas de vino antes de ir a casa.

Sus deseos son órdenes, gracias a su voz vuelvo a sentirme en calma, así que
pongo en retroceso el auto y abandono el estacionamiento del muelle.

*****

Compramos tres botellas de vino, chocolate y papas con queso en un mini market
antes de regresar a casa. Esa es nuestra cena, lo cual apresura que caigamos
borrachos sobre la cama de Grace después de cuarenta minutos de haber llegado.
Ni siquiera siento el golpe en mi pómulo. Me acaba de contar la historia sobre
cómo su primer beso fue con una chica, lo que encuentro caliente, clichés básicos
de un hombre de los que no puedo escapar, y termina en mi cuerpo sobre el suyo
mientras la beso.

Grace detiene mi mano cuando la sumerjo en la falda de su vestido, yendo hacia


sus bragas.

―No ―susurra, incorporándose―. Me prometiste que me dirías quién eres,


¿recuerdas? ―Acaricia mi rostro con las yemas de sus dedos, sus ojos marrones
llenos de emoción y vida―. Por eso te permití romper tu voto de sobriedad. Si
hubiera querido sexo estoy segura de que lo habría logrado sin alcohol.

―Me alegra lo segura que te oyes al decir eso ―murmuro intentando que olvide
esa conversación inclinándome hacia ella para volver a besarla, pero me aparta
presionando mis manos contra su pecho.

―Malcolm ―advierte.

―No creo que estés lista para conocerme y verme sin odio después de hacerlo.

―Pruébame ―murmura, determinación en su mirada.

No creo que exista alguien que lo esté.

Oculto mis ojos por un momento con mi brazo, todo el fiasco de la noche
regresando a mí.

Se suponía que la llevaría a cenar a un bonito restaurante italiano en el muelle al


que Sav nunca le llamó la atención. Se suponía que la haría pasar una buena noche
en compensación a todo lo que ha hecho por mí, no esto, pero quizás Pauline tiene
razón. Quizás deba dejar de ocultar que no soy mejor.

Me incorporo, lo cual imita sentándose y apoyándose en el cabezal de la cama.

Alcanzo la botella de vino y le doy un sorbo directamente del pico.

Si hay alguien con quién alguna vez haya sentido que pueda abrirme, esa es Grace
Taylor.

Y sigo sin tener idea de por qué.

―¿Cuál es el error más grande que has cometido conscientemente?

Me roba la botella, dándole un sorbo.

Cuando termina me mira y a su manera es tan hermosa que mi pecho duele.


Duele porque debería darle todo de mí, no solo los escombros.

―Entregarle todo de mí a alguien incluso cuando me dijo que no estaba dispuesto


o listo para recibirlo, pero no me arrepiento ―susurra, sus ojos llenos de lágrimas,
antes de verme de nuevo―. ¿Tú?

Trago.

―Esto no será sencillo de decir.

Toma mi mano, transmitiéndome fuerzas.

―Puedes hacerlo, Malcolm. Guardaré tu secreto incluso si no es correcto hacerlo


porque más incorrecto sería inmiscuirme revelando algo que no es mío antes de
que estés listo para hacerlo por ti mismo ―susurra―. Lo prometo.

―Bien.

Capítulo 32
Cometemos el error de pensar que solo existen malos y buenos en una historia.
Pero a veces la realidad es tan compleja que ni siquiera deberías tomarte la
molestia de intentar entenderla porque nunca conocerás todas sus caras. La verdad
es que el destino es salvaje y la manera en la que te enseña lecciones sobre cómo
es estar en los zapatos de los demás perversa. Yo solo sé que he pasado toda la
vida intentando no parecerme a mi padre y a mi hermano, pero terminé siendo
peor que ellos. Un Reed en toda su esencia cuando nadie está mirando.

Pero alguien siempre está mirando.

Recuerdo tener arrebatos de ira de niño y sentir verdadera frustración conmigo


mismo después de cada vez que Wagner hacía acto de presencia en casa. Golpear
la puerta con la punta de mi zapato en lugar de con mi puño cerrado y hacerlo más
de una vez, incluso cuando ya sabía que mamá ya me había escuchando. No era
lo suficientemente bueno para él y para mi hermano y además de ello mi madre
no hacía más que darle la razón al hijo de puta besando el suelo por el que pisaba
como si los Reed fueran dioses y nosotros miserables. Como si eso no fuera
suficiente la distancia no minimizaba el hecho de que constantemente me
estuvieran comparando con Tanner a pesar de que nadie sabía que éramos
hermanos. Si arrojaba el balón cincuenta yardas mientras mis compañeros lo
hacían veinte, estableciendo un nuevo récord en Houston, este ni siquiera le
llegaba a los talones a los suyos en Austin y todos, tanto entrenadores como
compañeros en el campo, me lo recordaban al mencionarlo como la nueva
promesa del fútbol de Texas.

Dos ciudades diferentes.

Dos vidas diferentes.

Mismos genes.

Toda la vida crecí odiando a Tanner. No me quedó más remedio que hacerlo. La
sociedad me robó cualquier elección al respecto al convertirme en su sombra.
Ante mis ojos tenía la vida perfecta mientras yo tenía absolutamente nada, por lo
que fue un completo choque para mí darme cuenta siendo un adolescente de que
nada era como nuestro padre decía o como parecía. Mi hermano era adorado, pero
no porque fuera un Reed. Ser un Reed no tenía nada que ver con eso. Mi padre y
yo éramos la evidencia de ello. Las personas querían a Tanner porque todos
querían tenerlo de su lado y él ni siquiera tenía que esforzarse para ello, solo ser
él mismo.

Wagner y yo éramos los indeseados.

Darme cuenta de eso me llevó a un sitio más oscuro que en el que estaba antes.
No importaba cuán fuerte lo intentara o cuánto entrenara, los reclutadores nunca
estuvieron interesados en mí hasta el día en el que mi hermano tomó mi puesto.

―¡Aquí voy! ―grita Casper antes de arrojar todo el peso de sí mismo sobre una
tabla de surf, su cuerpo dentro de un traje entero de natación color verde,
dejándonos a Grace y a mí atrás. Estamos en un corredor de cemento sobre el cual
chocan las olas. Dejamos su silla en el auto, así que se halla sobre mi espalda y
sus brazos rodean mi cuello mientras mis manos sujetan sus piernas por detrás de
sus rodillas. Su mejilla está apoyada en mi hombro y de vez en cuando frota su
nariz contra mi cuello―-. ¡Eso es, Poseidón, toma entre tus brazos de nuevo a uno
de tus súbditos!

Mis labios se curvan al oír sus palabras momentos antes de que una ola lo arrastre.
Me preocupo solo por unos segundos ya que no tarda en aparecer de nuevo en la
superficie soltando un sonido lleno de felicidad. Llevo mi atención de nuevo a
Grace una vez nos encontramos al final del corredor y nos sentamos en el borde,
nuestros pies hundidos en el agua. Lleva un bikini naranja. Yo solo bermudas. Por
unos minutos su silencio es reconfortante, pero luego hace que me pregunte si
algo ha cambiado entre nosotros después de ayer. Después de presenciar lo que
pasó con Pauline y de oír lo que nadie más que ella, mi dulce e inocente
traumatóloga, sabe de mí.

―¿Todo está bien, Grace?

Ella tarda en llevar sus ojos color miel a mí.

Cuando lo hace parpadea antes de dirigirme la palabra.

―Sí ―murmura y después sonríe, pero el gesto no llega a sus ojos―. ¿Por qué
no lo estaría?

Me encojo de hombros, llevando mi mirada al mar.

―No es fácil conocer el secreto más profundo de alguien.

Pero ella solo niega, lo cual percibo por el rabillo del ojo.

―No es eso.

―¿Entonces qué es? ―pregunto llevando mis ojos de nuevo a los suyos, a lo que
traga y niega―. ¿Grace? ―insisto―. ¿Te estás arrepintiendo de haberte
involucrado con uno de tus pacientes? ―Vuelve a negar, sus labios curvados
hacia arriba como antes, y la tensión desaparece un poco de mis hombros―.
¿Puedes decírmelo?
Aunque le toma unos segundos, finalmente asiente.

―Me pregunto cómo me sentiré cuando tengas que volver a Texas. ―Inclina su
rostro hacia atrás para verme mejor. A veces olvido que es un tercio de mi
tamaño―. Ni siquiera se me ha pasado por la mente que seas mi paciente desde
que todo comenzó. Es obvio que he hecho más que encariñarme contigo,
Malcolm, pero sé que es diferente para ti. ―Sus hombros se hunden―. No estás
listo para una relación y de estarlo dudo mucho que algo entre nosotros funcione.
Tu vida está en Texas. La mía está en Idaho. Pertenecemos a dos mundos
completamente diferentes. Quizás la Grace antes de la lesión te hubiera seguido
el ritmo, pero yo no puedo.

No.

No estoy listo para una relación.

Aún así agacho la cabeza para juntar sus labios con los míos por un momento tras
asegurarme de que Casper no está mirando hacia nosotros. Sus pupilas se dilatan
y no puedo evitar deslizar mis dedos por un lateral de su rostro, apreciando su
textura. Grace es hermosa, pero es como una flor que no quiero arrancar de su
habitad natural porque si lo hago me temo que tarde o temprano terminará
marchitándose.

Y ya he hecho el suficiente daño.

Mi consciencia no soporta más.

Mi espalda y mis hombros están a un pecado más de colapsar.

―Eres especial para mí, Grace Taylor. No quiero ensuciarlo pensando en eso.
Cualquier nombre que pudiera ponerle a la conexión que he tenido contigo se
siente insuficiente, ¿sabes? Y sé que no volveré a sentirla con nadie más. ―Tomo
sus manos entre las mías y las beso―. Muchas gracias por haberme sacado del
pozo.

Algo de furia asoma en sus ojos marrones al oírme, pero la disfraza rápido con
aceptación y resignación, mirando nuevamente hacia el agua tras conseguir sus
manos se regreso sobre su regazo. Si mi pecho no estuviera entumecido desde
hace tiempo estoy seguro de que ardería en este momento por no poder
corresponderle.

Grace Taylor merece a alguien mejor.


―De nada ―susurra simplemente, haciéndome sentir como un bastardo―. ¿Qué
tienes pensado hacer con lo que me dijiste? ―pregunta y mi ceño se frunce.

―¿A qué te refieres?

―¿No tienes planeado hacer nada? ―pregunta y niego―. ¿Malcolm? ―exige,


pero no hay nada más que pueda hacer al respecto, solo enterrarlo. Grace debe
deducir que esas son mis intenciones, pues su frente se arruga con descontento―.
Es tu asunto, pero no serás libre hasta que enfrentes las consecuencias.

Es algo en lo que he pensado mucho, así que le presto más atención.

―¿Cómo lo sabes?

¿Es decirlo en voz alta realmente la solución?

Grace traga, viéndome como si me entendiera en vez de juzgarme, y contesta.

―Solo lo sé.

*****

Después de varios intentos Casper por fin pudo montar una ola. Fue un momento
glorioso que me llenó de paz que se repitió hasta que el agotamiento lo hizo
desmayarse dentro del agua. Luego de eso decidimos dar una vuelta por Corpus
Christi antes de regresar a Idaho. Casper aún trae su traje para el agua y sostiene
su tabla en su contra con orgullo. Grace contempla todo a su alrededor como no
pudo hacerlo anoche cuando vinimos al muelle anoche. Vamos a almorzar a ese
bonito restaurante italiano con pantallas en las que veo un partido de fútbol
mientras comemos. Termina y aún estamos allí. El noticiero tras él y estoy
tendiéndole un canasto de pan con ajo a Grace cuando la noticia en la pantalla
llama mi atención, haciendo que la deje caer contra la mesa.

Ex jugador de los Kings, Malcolm Reed, se divorcia de su esposa.

Tras tenderle el canasto a Grace, que mira en la misma dirección que yo y me


dedica una mirada llena de preocupación, tomo mi teléfono y solamente ingreso
mi nombre en el buscador de Google. Los resultados de la búsqueda reflejan que
mi lesión ha pasado a segundo plano y que mi vida amorosa ha ocupado el primer
lugar. Un triángulo entre mi hermano, Savannah y yo.
En una página incluso hicieron una línea de tiempo sobre ello.

Especulan que el matrimonio de Tanner y Pauline se acabó por Savannah.

Especulan que mi matrimonio con ella fracasó por mi hermano.

Sabía que mi divorcio sería mediático, pero no sabía que sería de esta manera.
Que involucraría a alguien más que a nosotros o esta maldita historia amarillista.

Me levanto.

―Debo usar el teléfono. Ya regreso.

Sin esperar una respuesta de mis acompañantes me dirijo al balcón de madera. Es


de día, por lo que puedo ver la manera en la que las olas chocan contra el muelle
en el que el restaurante italiano se encuentra. Tomo una honda bocanada de aire
antes de marcar el número de mi hermano, con quién no he hablado desde que le
pedí que fuera por Savannah en la tormenta. Ni siquiera pienso en esa noche ya
que si lo hago sé que iré a un sitio oscuro que no me puedo permitir visitar.

―Supongo que estás viendo lo mismo que yo ―dice tras el primer timbre.

―Sí.

Suspira.

―Intentaré hacer que los medios se callen, pero ya el daño está hecho. Lo que me
importa en este momento es saber quién mierda nos delató. La prensa tiene
detalles sobre nosotros que solo una persona dentro de nuestros círculos de
confianza sabría. ―Hay silencio por un momento―. Confío plenamente en el
mío, ¿qué hay del tuyo? ¿Se te viene a la mente el nombre de alguien que pudo
haberte vendido?

Separo los labios para decirle que nadie que conozco me delataría, pero luego
recuerdo nuestro viaje en taxi desde el departamento de Evegnia al aeropuerto en
New York y cierro la boca. Confío en todos, sobre todo en Casper y Grace, pero
no en ella y la mujer estuvo lo suficientemente cerca como para oír todo lo que
dije.

―Creo que ya encontré un culpable.

Nuevamente su silencio me expresa cuáles son sus sentimientos ahora.


―Espero que tengas las bolas para hacerte cargo. ―No sé qué decir al respecto,
así que no respondo. Debo encontrar la manera de lidiar con esto sin lastimar a
Grace―. ¿Sabes cómo se siente Savannah? Esto la salpica.

Afirmo aunque no puede verme.

La salpica más que a todos, en realidad, ya que la prensa optó por etiquetarla como
la causante de todo el daño. Como la mujer que destrozó un matrimonio y que
envió el suyo propio, perfecto ante los ojos de todos, a la borda en mi peor
momento. Tanner simplemente quedó como el fruto prohibido y la tentación
hecha hombre. Yo como el cornudo. Pauline como una pobre víctima.

―Voy a llamarla para asegurarme de que esté bien.

―Bien ―dice y por un momento creo que eso será lo único, pero luego añade―:
Oí que te fue bien con los Kings. Supondré que volverías con ellos si te lo pidieran.

―Sí.

―Esta mañana cuando llegué había una interesante propuesta en mi escritorio.

Mi garganta se cierra.

Ni siquiera me molesto en preguntar por qué no me lo había dicho antes.

―¿Qué decía?

―Quieren tomarte en consideración antes de hacer cualquier jornada de


reclutamiento para un nuevo mariscal, pero necesitan que te vayas a Houston y
concluyas tu rehabilitación allá. No te lo había contado porque quería hablar con
Callaghan primero, pero aún si se niega podría hacerse y ya que te has puesto en
contacto conmigo primero, ¿por qué reservarme esta información?

Trago.

―Bien.

―Tienes tres días para pensar en una respuesta, Malcolm. La doctora o tu sueño.
Soy tu hermano, pero también soy tu representante y la verdad es que aunque sean
unos hijos de puta, no vas a tener una oportunidad como esta en bandeja de plata
tan pronto. Prácticamente lo retomarás en donde lo dejaste.

―Está bien. Pensaré en ello.

―Me odio por decir esto, pero no lo pienses demasiado.


Cuelga.

Tras tomar aliento, marco el número de Savannah.

A diferencia de Tanner ella responde al último timbre y el alivio que siento hacia
la idea de no hablar con mi ex esposa me hace sentir culpable. No debería ser así.
No cuando Sav no ha hecho nada para merecérselo.

―¿Mal? ―pregunta, su voz preocupada haciendo estragos con mi consciencia.

―Hola, bebé.

Mi pecho se oprime al momento en el que el apodo escapa de mi boca y me inclino


sobre la barandilla queriendo que la tierra me trague, pero algunas cosas no se
desprenden tan rápido. Savannah guarda silencio por un momento, pero luego
aclara la garganta y me habla como si no hubiera cometido ese desliz.

Pero ella siempre será mi bebé dentro de mi cabeza.

Mis ojos pican por cuán duro fue renunciar a ella.

Pero era lo correcto.

―¿Sucede algo? ―pregunta, su tono de voz preocupado.

De fondo escucho algunas risas infantiles, así que supongo que ya está con Ibor y
su familia. Sav no habla mucho de ello, pero sé que ya la idea de ser madre está
en su cabeza. Es amorosa y exitosa. Su empresa es una de las mejores en Texas
en materia de diseño de interiores. Podría ser madre sin la necesidad de un padre
si quisiera.

―¿Qué estás haciendo?

―Estoy en la piscina con Weston Jr. Sus papás salieron a ver una presentación de
ballet de su hermana ―explica―. ¿Pasó algo, Malcolm? No te oyes bien. Puedo
ir en el primer avión a dónde sea que estés si es grave. Solo debo esperar que
lleguen.

Tras oírla solo puedo pensar que todo habría sido más fácil si Sav fuera más hija
de puta, pero la verdad es que la mujer que todos creen inalcanzable es tan bonita
por dentro como por fuera. También me gustaría decirle que no pasa nada, pero
no puedo permitir que la noticia de lo que está sucediendo la tome por sorpresa.

―¿Puedes buscar tu nombre en Google?


―¿Por qué…? ―pregunta, pero su voz se desvanece y supongo que lo hizo―.
Oh.

―Lo siento, Savannah.

Nuevamente el silencio se apodera de la línea.

―Supongo que no podían dejarme ir en paz, ¿no?

―No ―susurro.

―Al menos ya sé que se acabó ―gruñe y lo sincera que suena en lo referente a


su odio por la prensa me hace sentir como un bastardo porque fue por mi culpa
que ella estaba en la mira de ellos. Debí haberlo notado mientras todavía
estábamos casados y haber protegido su privacidad un poco más, pero estaba
demasiado cegado por la idea de ella posando junto a mí en cada fotografía y con
lo bien que nos veíamos. Ahora que nuestro matrimonio se ha terminado es como
si me arrojaran a la cara todo lo que hice mal―. Malcolm, no te preocupes por
esto. No es nada a lo que no esté acostumbrada y estoy segura de que Tanner
demandará a algunas personas porque odia que hablen de su vida privada y esto
lo involucra en más de un sentido. Concéntrate en tu rehabilitación y olvida la
prensa.

Niego.

―Eres demasiado buena con todos, Sav.

Suspira.

―No te confundas.

Mi frente se arruga.

―¿En qué aspecto?

―Si no estuviera tan cansada de pelear contra este tipo de cosas estaría
contactando a mis propios abogados, pero la estoy pasando muy bien con Weston
Jr, ¿no es así, pequeño West? ―El niño murmura un tierno sí y Savannah ríe
suavemente. Él también lo hace y no puedo evitar que la escena me enternezca.
Estoy seguro de que será una buena madre en un futuro―. Eres un pequeño niño
rubio con esos ojos tan dulces. Ven y abrázame. ―Tomo una profunda respiración
y eso le recuerda que sigo en la línea―. Adiós, Malcolm. Gracias por avisar. Fue
dulce de tu parte hacerlo y si te lo preguntas, no te culpo.
El alivio se apodera de mi pecho al saber que está bien, pero no sé por qué me
sorprendo. Ella siempre encuentra la manera de estarlo.

―Adiós, Sav.

Capítulo 33

GRACE

Después de que mi espalda prácticamente se dividiera en dos piezas la sociedad


de patinaje artístico me hizo lo mismo que la NFL le hizo a Malcolm. Me
adoptaron como su proyecto de caridad para quedar bien ante los medios y
costearon todo tratamiento experimental o no que existiera para ayudarme. Me
decían que un día volvería a patinar como antes solo para que no los demandara
porque se comprobó que además de la distracción que me llevó a caer, habían
escalones de hielo en la pista debido a que no se barrió bien.

Pero eso no pasó.

El tiempo pasaba y la idea de volver al hielo se hacía cada vez más lejana.
Tras la muerte de la abuela me quedé increíblemente sola. Mis padres volvieron
y fingieron ser buenos conmigo por un tiempo, pero solo querían dinero. El doctor
Callaghan me salvó de ellos y me acogió en el centro, tratándome como su hija.
Se convirtió en mi guía debido a su pasada relación de amistad con la abuela.

Solo supe dos cosas sobre Corinne después de mi accidente.

Se había llevado la medalla de plata de las Olimpiadas.

Me había besado para confundirme y ganar siguiendo las instrucciones de su


madre, lo cual me confesó durante su única visita al hospital tras mi lesión.
Después de eso desapareció de las competiciones y solo escuché el rumor de que
con el tiempo se dedicó a entrenar otras chicas, pero nunca lo confirmé. No sé si
fue la primera persona en romperme el corazón o si esos fueron mis padres, pero
fue otra persona más que me abandonó. Mientras veo a Malcolm inclinado sobre
la barandilla del restaurante, me retiro hacia atrás de la mesa y me acerco a Casper,
quién deja de manipular su teléfono al verme. Consigo tener un pequeño vistazo
de él antes de que lo oculte. Al verme y ver la petición en mi rostro la ignora.

―Savannah y Malcolm hacían una buena pareja. Lástima que no funcionó.

―¿Puedo ver lo que veías? ―pregunto en voz alta y niega.

―No.

Mis cejas se alzan.

―¿Por qué no?

Me mira con los ojos en blanco.

―No soy estúpido, Grace. Sé que tienen algo y no necesitas ver lo que veía.

Mis mejillas se sonrojan.

―¿Desde cuando….?

―¿Desde que los vi casi besarse en la piscina de tu apartamento? Incluso yo tuve


una erección debido a la electricidad que fluía entre ustedes. ―Su expresión se
suaviza―. No creo que tenga que decirte que Malcolm no es para ti y que
terminará rompiéndote el corazón. Creo que eso ya lo sabes, ¿no es así?

Trago.

―Sí.
―Él sigue enamorado de su ex esposa, Grace.

―Lo sé.

Su tono de voz se vuelve aún más suave, lo que no creí posible.

―Mereces más ―murmura, pero es en lo único en lo que no estoy de acuerdo.

Malcolm puede estar confundido. Puede no saber lo que quiere. Puede tener
demasiado odio y envidia hacia su hermano en su interior, pero es exactamente
como yo. Nadie puede decir que es mejor o que es peor cuando los dos fuimos
hechos de la misma manera y por el mismo material. Una vez Casper vuelve a
tomar su teléfono ante el silencio que se establece entre nosotros, lo tomo por
desprevenido cogiendo su celular. Me dije a mí misma que no me dejaría afectar
por este tipo de cosas, pero no puedo evitar la opresión en mi pecho al ver un viejo
vídeo de Savannah, hermosa y completa, corriendo hacia Malcolm después de que
este termina de jugar un partido. Las cámaras los enfocan, al igual que las luces
del estadio, y no hay manera en la que no pueda decir que no son la pareja perfecta.
Ella con su cabello largo y negro y escultural figura dentro de una camiseta ancha
de los Kings. Él siendo el hombre más hermoso que alguna vez he visto en
rehabilitación portando el uniforme y las protecciones de su viejo equipo.

La sensación es familiar a lo que siento cuando veo vídeos de mí patinando antes


del accidente o de este mismo. Como si me arrebataran una extremidad o el
oxigeno de cada célula de mi organismo. Casper se limita a verme en silencio
mientras continúo deslizando mi dedo por la pantalla como una masoquista.

Viendo lo que no puedo tener.

Lo que Malcolm quiere para él y yo no puedo darle.

El que tenga una discapacidad no significa que deba quedarse conmigo.

Él se lesionó, pero sanó y volvió a hacer lo que tanto amaba.

Yo no.

―¿Puedes llevarme a casa? ―le pregunto tras devolverlo a la mesa, a lo que su


rostro se inunda de algo que odio con todo mi ser: lástima, pero no quiero su
lástima. No necesito su lástima o la de nadie―. No me siento bien.

―Sí ―responde poniéndose de pie, pero antes de que si quiera nos alejemos del
restaurante Malcolm regresa a nosotros con el cabello castaño oscuro, no negro
como todos piensan, desordenado debido a la brisa salina.
Solo verlo y saber que es inalcanzable como lo que es, una estrella, resulta
doloroso.

―Tenemos que irnos ―dice abruptamente al pasar junto a nosotros, arrojando un


billete de cien a la mesa a pesar de que sospecho que gastamos mucho menos.

Sé que algo anda mal cuando ni siquiera mira en mi dirección y en lugar de


ayudarme como ha hecho desde el momento en el que nos conocimos, deja que
Casper lo haga. Es como si de repente hubiera dejado de ser especial para él, lo
cual es una línea ondulante de a veces no y a veces sí que me vuelve loca.

******

Es estúpida la manera en la que sabemos que algo nos lastimará o que algo está
incorrecto, pero aún así lo hacemos como si hubiera una fuerza mayor que nos
empujara sin descanso hacia ese camino. No solo se trata del amor. También está
en cómo gastamos el dinero cuando no deberíamos. En cómo confiamos en
alguien y le brindamos nuestro apoyo incondicional a pesar de que vemos todas
las señales.

―¿Evegnia? ―susurro al llegar a la casa de Malcolm frente a la playa a penas


este abre la puerta y obtengo un vistazo de la rubia arrastrando sus maletas hacia
el recibidor. Sus labios se separan con sorpresa al vernos. No hemos pasado
tiempo con ellas desde que llegamos porque dijo que quería dedicarse a hacer
turismo, así que no entiendo qué sucede―. ¿A dónde crees que vas? ¿Qué es esto?

No pienso encarcelarla o tratarla como otro más de mis pacientes que necesita
rehabilitación, pero se supone que habíamos llegado a un acuerdo y que no se
deshacería de esta manera. Que teníamos una gran meta que cumplir juntas.

Con su viejo abrigo blanco, sus ojos azules se llenan de pesar al verme.

―Lo siento mucho, Grace, pero conocí a alguien y…

―¿De casualidad esa persona trabaja en los medios amarillistas? ―pregunta


Malcolm, a lo que Evegnia gira el rostro con la frente arrugada hacia él.

―No. Es contador y se llama Stuart. ―Me ve―. Es mi segunda oportunidad en


esta vida, printsessa. Lo conocí en la playa. Se quedó impresionado conmigo y mi
pasado como patinadora, no con mi cuerpo. ―Sus ojos brillan―. Me invitó a vivir
con él. Es viudo y dijo que se siente tan solo en casa. ―Suspira, acercándose y
arrodillándose frente a mí con una mano apoyada en mi rodilla―. ¿Entiendes, no?
―¿A dónde se irán a vivir? ―murmuro.

―A Miami.

A kilómetros de Sun Valley.

La miro intentando recordarle todas nuestras metas, así como lo que pasó la última
vez que las dejó de lado por un hombre, pero desvía su mirada de la mía como si
no pudiera soportar esto y ya fuera oficial que escogió el camino fácil, como
siempre.

Trago.

―Te visitaré a penas tenga una extensión de su tarjeta de crédito con mi nombre.
Lo prometo. ―Se levanta y camina hacia sus maletas, a lo que solo puedo
contemplarla sintiendo el mismo ardor en mi pecho que sentí cuando se fue y me
dejó siendo una niña. Dolió más que la ausencia de mis padres debido a que
Evegnia me enseñó a esperar cosas buenas de ella. Ellos no―. Adiós a todos y
gracias por el viaje ―dice tras escuchar el sonido de un claxon afuera.

Ni siquiera me giro para ver en qué auto se va.

Me limito a contemplar la cocina con los ojos llenos de lágrimas.

Malcolm hace ademán de acercarse, pero niego y ruedo mi silla hacia mi


habitación en el primer piso, dónde me encierro y me recuesto en mi cama para
llorar. Antes de entrar en ella veo al ex jugador de la NFL, o jugador activo, ya no
lo sé, seguirla, pero no me interesa lo que ninguno de los dos haga.

No espero nada de nadie a parte del abandono.

*****

El abandono es lo seguro.

El abandono siempre llega tarde o temprano porque nadie nació dependiendo de


otra persona para sobrevivir, solo de tu madre y por un tiempo determinado.

Y a veces ni siquiera tu madre te quiere y aún así sobrevives.

*****
Comprobando mi teoría, el rostro de Malcolm se torna extraño cuando llega el
momento de regresar a casa y nos encontramos en el avión privado que alquiló
para nosotros. Pudo haber pedido el de su hermano, pero tengo la idea de que las
cosas han estado tensas entre ellos desde la tormenta en Sun Valley. Ambos
permanecemos en silencio durante todo el viaje, cada uno apoyado contra la
ventanilla de su fila de asientos, y Casper es el único que intenta entablar
conversación, pero se rinde y se duerme al darse cuenta de que no lo logrará.

Tanto Malcolm como yo estamos apagados.

Cuando por fin el avión aterriza en Idaho y el frío hace que deslice una manta por
encima de mis hombros, Malcolm finalmente se acerca a mí tras pedirle a Casper
que nos deje a solas. Sé que algo está a punto de pasar cuando me ve fijamente, a
lo que llevo rápidamente mi mirada a otro lugar porque no puedo verlo
directamente a los ojos sin recordar lo que hicimos entre las olas.

La primera vez en años que me sentí viva y sin miedo.

Que me sentí desnuda y el ardor de la exposición me gustó.

Malcolm se sienta en el asiento vacío junto a mí y el olor cítrico de su colonia


hace que los dedos de mis pies se aprieten debido a la cercanía entre nosotros.

―¿Estás bien, Grace?

A pesar de que no lo estoy, él es mi paciente, no yo el suyo.

Afirmo.

―Sí.

―Evegnia es una zorra ―dice y no puedo contradecirlo, así que no lo hago, pero
me sorprenden esas palabras viniendo de él ya que nunca pensé que insultaría a
una mujer, pero tampoco pensé que lo vería pelear con una y estuvo a punto de
perder el control con esa chica rubia en el muelle. Recordar la manera en la que
su pequeño hijo corrió hacia ella al percibir la tensión entre ellos, preocupado,
todavía revuelve cosas oscuras en mí―. No porque se prostituya o se vaya a ir
con otro tipo que evidentemente solo quiere su cuerpo, sino por dejarte de nuevo.

Me encojo de hombros.

―Si quitáramos de la ecuación la palabra dejar todo sería más fácil, ¿no crees?
Tanto para el que se va como para el que se queda. Cada quién sigue el camino
que escogió, ya sea el que alguien más le impuso o no, y tendrá sus razones, así
como las tiene el que deja atrás para no seguirlo. ―Veo fijamente hacia sus ojos
marrones, sabiendo a qué viene todo esto―. ¿No te quedarás aquí, verdad?

Supe que sería difícil para él regresar al frío de Idaho después de verlo en su
elemento en el calor de Texas. Firmó autógrafos y charló con cada persona, con
cada fan que se consiguió, como si el tiempo entre su lesión y el hoy no hubiera
existido y nuevamente fuera Malcolm Reed, el número treinta y uno de los Kings.

Después de limitarse a verme en silencio, niega.

―No, Grace Taylor. Recibí una oferta de los Kings ―murmura―. Lo siento.

Afirmo.

―Está bien.

Deseando poder levantarme y colocar distancia entre nosotros tan rápido como
pueda debido a que cada segundo a su lado se siente como un año menos de vida,
llevo mi mirada a la pista de aterrizaje donde Casper me espera con mi silla.

Es entonces cuando me doy cuenta de la ausencia de maletas junto a él.

Solo veo las mías.

―¿Casper…?

―Le pregunté a Casper si quería formar parte de mi equipo. Aceptó porque le


prometí que estaría cerca de la playa y que podría cuando quisiera a Corpus. Lo
soborné. De otra manera no habría aceptado. ―Me ve―. Pero no creo que haya
nada con lo que pueda sobornarte a ti, ¿no es así? ―Trago cuando presiona sus
dedos, rústicos y callosos en contra de su rostro de príncipe, contra mi mejilla
suave y sensible debido a su toque―. Porque si lo hay me gustaría intentarlo.

Lo hay.

Lo hay, pero luego pienso en la manera en la que Savannah corría hacia él y él la


atajaba entre sus brazos antes de hacerla girar en el aire en medio del campo, en
frente de millones de personas, y lo olvido. Este no es el cliché convencional de
dos personas rotas. Es la realidad de que algunos tienen más capacidad que otros
para sanar aún cuando se han enfrentado a las mismas heridas y a los mismos
escenarios.

Algunos se estancan.

Se rinden.
Otros se levantan sin importar cuántas veces lo empujen de vuelta al suelo.

Eso es lo que más amo y admiro de Malcolm.

―No lo hay ―susurro, las lágrimas deslizándose por mis mejillas ante lo que
estoy a punto de hacer―. Si me voy contigo terminaría convertida en otra
Savannah o en otro Tanner, Malcolm, y no lo merezco. Nadie merece que sigas
depositando todo el peso de tu felicidad sobre sus hombros, lo cual es lo que haces.
Aunque no niego que se sintió bien lo que vivimos, no fue lo suficientemente
bueno como para que me guste ser asfixiada de esa manera. A nadie le gusta. ¿Por
qué crees que ellos se fueron a la menor oportunidad? ―Traga―. Ya no te
soportan y yo no quiero llegar a ese punto. Eres mi paciente y te tengo un cariño
especial porque pasamos por situaciones similares, pero a parte de eso… no hay
nada más. ―Niego, sintiéndome horrible debido a todas las emociones en su
rostro―. Lo siento, pero no voy a renunciar a todo lo que construí por un hombre
que sigue enamorado de su ex.

Malcolm puede ser dulce, pero al final del día es un Reed.

Por el poco tiempo que llevo conociéndolos he descubierto que estos son hirientes.

Se hieren entre ellos, a los demás y a sí mismos.

Se levanta tras pasar sus manos por debajo de mis rodillas y alzarme.

―Bien, porque nunca serás como ella. Savannah era la chica de mis sueños.

Aunque no debería dejarme llevar por las emociones dentro de mí, estas me
dominan y termino diciendo algo de lo que me arrepiento a penas las palabras
salen de mi boca. Estamos en la pista y el frío nos rodea como un tornado,
prácticamente congelándonos, pero no hay nada que podamos hacer. Pasamos del
mar durante un cálido día de verano a estar sumergidos en un río helado.

Y este río no se puede descongelar.

Mientras me deja en el asiento trasero de un auto, hago que lleve sus ojos a mí.

―Los sueños son solo sueños si no se hacen realidad y resulta que la realidad es
la que importa ―susurro―. Pero tú has mentido tanto que ya no sabes ni dónde
vives, ni quién eres o a dónde vas y estarás perdido, Malcolm, hasta que digas la
verdad.

Tras depositarme sobre el cuero se echa hacia atrás como si lo acabara de empujar.
―Adiós, Grace.

Aunque mi nombre no debería hacerme llorar como un bebé, lo hace.

*****

Me tomo unos días de descanso.

Callaghan me ve mal, con los ojos hinchados y moqueando, y me cree cuando le


digo que he contraído un resfriado. Le conté lo que sucedió con Evegnia y me
confesó que su estado cuando la encontré en New York fue la razón por la cual
nunca me reveló su ubicación, la cual sabía porque una vez se la pedí, ya que no
quería que mis memorias sobre ella se arruinaran, pero no necesito a Evegnia.

No necesito a nadie.

Me prometí a mí misma hace muchos años que no me volvería una alcohólica


como mis padres, pero me permito serlo durante un par de días en los que no hago
más que retorcerme y llorar sobre mi cama. Luego de que la fase de duelo pasa y
se abre paso el enojo hacia absolutamente todo, el cual me hace solo ver rojo, abro
una vieja caja en mi armario y tomo un caja de cartón con cintas de patinaje,
medallas y trajes. Los patines que usé en las Olimpiadas siguen en su interior.

Se ven igual.

Solo unas gotas de sangre sobre ellos delatan la gran tragedia a la que
sobrevivieron. Las ignoro y barro las mejillas fuera de mi rostro antes de
ponérmelos y tomar un abrigo. Son las dos de la mañana, así que esquivo a la
seguridad del complejo saliendo por la puerta trasera. Esto no debería ser una
prisión, pero así se siente. Callaghan intenta disfrazarlo, pero sé que para él
también soy un activo.

Un proyecto.

Un bien.

Salvar a los otros no solo es mi propósito, también es mi jaula.

¿Quién me salva a mí?

El Uber me mira con las cejas arriba cuando le digo que me deje cerca de un
parque que a estas horas se encuentra abandonado, pero que posee un corredor
por el cual se me hace más fácil transitar. Hacelo por la nieve en silla de ruedas.
Me pregunta si desea que me espere, pero niego y sigo adelante a pesar de que en
el trayecto la resistencia del camino hace que mis dedos sangren debido a la fuerza
que necesito emplear para alcanzar la pista de hielo natural que se creó a partir de
una pequeña laguna artificial. Muchas familias vienen aquí de día, pero en este
momento es solo mía.

Mía y de la mujer con un abrigo blanco patinando sobre ella.

Mi respiración se atasca dentro de mi pecho al ver a Evegnia con una nueva


versión de su legendario abrigo blanco haciendo saltos y giros dignos de una
patinadora olímpica nata. Sostiene una cajita con música, la cual me sorprende al
no ser clásica. Es una versión más suave de la canción original, sin embargo, y no
puedo evitar sentirme identificada o pensar en Malcolm mientras la escucho.

Whatever it Takes de Imagine Dragons.

A penas me ve se detiene.

―Tengo dos días aquí esperando por ti ―dice frenando con gracia frente a mí―.
Intenté encontrarte en el complejo, pero Callaghan no me permitió acercarme.
Tienes razón sobre él, printsessa. Ese hombre no te ve como un ser humano.

―¿Qué pasó con Stuart?

Hace una mueca.

―Se enojó conmigo cuando descubrió que usé su tarjeta de crédito para un viaje
en primera clase y para este abrigo. ―Gira sobre sí misma, haciéndome reír―.
¿Te gusta? Es de una nueva marca de ropa de lujo que casi nadie conoce. Venice.

―Es hermoso.

Se acerca al sitio en el que la nieve y el hielo se encuentran.

Su mirada azul se suaviza al ver mis patines.

―Te adoro, printsessa, pero no eres el motivo por el que estoy aquí. ―Mis dedos
se aferran a los suyos cuando los toma y tira de mí hacia ella―. Estoy aquí porque
abandonarte fue la representación de abandonarme a mí misma y no puedo
permitir que suceda de nuevo. ―Su agarre viaja a mis muñecas para volverse más
fuerte y enseñarme a hacer lo que más amo en el mundo de nuevo―. ¿Lista?

Afirmo, el agua enfriándose sobre mis mejillas.

―Sí.
Cierro los ojos.

Aunque el único lugar en el que me permito a mí misma estar de pie sin miedo es
el agua, todo mi cuerpo se siente en paz cuando descubro que sobre el hielo es lo
mismo. Evegnia patina en retroceso y me arrastra con ella. Cuando siento su
agarre deslizarse fuera del mío como una caricia maternal que ha llegado a su fin,
abro los ojos y enderezo mi espalda al darme cuenta de que estoy patinando.

Y eso es el por qué Malcolm y yo somos el uno para el otro.

Por qué aunque no pueda decir que exista amor entre nosotros, nos merecemos
entre sí.

La diferencia es que lo que al le tomó meses lograr, a mí me tomó diez años.

Pero somos iguales en la magnitud de lo que seguimos ocultando por temor.

Capítulo 34
GRACE
La cirugía de la que le hablé a Malcolm frente al lago sigue
siendo mi realidad.
No le mentí. Tomé una cirugía similar años atrás, pero para
recobrar la movilidad de mis piernas del todo necesito volverme
a someterme a los mejores expertos, a los avances tecnológicos
y al cuidado absoluto de Callaghan. No hay nada que desee más
que volver a caminar sobre tierra firme sin tener que recurrir a
una andadera para dar dos pasos que agotarán todas mis
energías y dejarán en evidencia la atrofia de mi sistema
nervioso, óseo y muscular, pero el riesgo sigue siendo
demasiado alto. No debería ser tan cobarde siendo médico, pero
son los médicos quienes más miedo sienten a veces debido a
que conocen cuáles son las cosas que podrían salir mal tras una
intervención o durante ella.
Podría perder la movilidad absoluta de mis extremidades.
Podría quedarme en una cama para siempre.
Podría perder todo por lo que he trabajado tan duro.
¿Pero eso esta es la vida que quiero?
Aunque si fuera por mí pasaría toda la noche deslizándome por
el hielo con ayuda de Evegnia, noto el cansancio en sus ojos y
en mi propio cuerpo, así que inclino la cabeza hacia una
montaña de nieve y esta nos guía hacia allí. Prácticamente nos
arrojamos sobre ella una vez la alcanzamos. Mi corazón está a
miles de kilómetros de distancia, en Texas, pero mi mente está
en un beso de años atrás. En Corinne y nuestro beso. En cómo
rompió mi corazón luego con una revelación hiriente de la
misma manera que Malcolm lo hizo al recordarme que nunca
sería como su ex.
El amor nunca ha sido duradero para mí, sino más bien como
una caricia que termina con uñas enterradas en mi piel, pero que
de todas formas añoro porque la otra opción es no sentir nada
en lo absoluto. Si eres de las personas que creen que no hay
nada peor que el odio, estás equivocado. La indiferencia mata.
La ausencia de amor en tu vida te consume.
Pasar toda la vida anhelando que llegue tu turno es una agonía.
Tal vez suene cliché, pero fue bueno mientras duró.
―¿Grace? ―pregunta Evegnia junto a mí tras sacar un paquete
de cigarrillos de su abrigo y encender uno de ellos,
tendiéndomelo. No fumo, pero algo me lleva a aceptarlo
después de que toma una calada. Ella ríe cuando toso a raíz de
ello, ahogándome, y se lo devuelvo―. Del uno al diez, ¿qué tan
enamorada estás?
Tras recobrar el aliento concentro mi atención en las estrellas.
Sé que Malcolm está lejos de ser el mejor, pero también sé que
se muere por mejorar y que lo destroza no lograrlo. Sé que
nunca me lastimaría, al menos no de forma intencional, y sé que
jamás he sentido que alguien me comprende como él lo hace.
Pero también sé que nunca me amará de la manera que quiero.
Que de no haber estado roto por unos minutos, nunca se habría
fijado en mí.
¿Eso me convierte en una aprovechada?
Quizás.
Pero estoy segura de que todos en esta vida nos hemos
aprovechado de alguien.
De mí lo han hecho millones de veces.
―No creo que exista un número ―murmuro, lo que hace que
Evegnia suspire.
―Estaos tan jodidas.
Río.
―Conocí la historia de una pareja que está aún más jodida que
yo, pero aún así sospecho que incendiarían el mundo entero con
tal de estar juntos. ―La miro―. Si Malcolm se sintiera así por
mí haría lo mismo, pero sé que él no lo hace.
Gira su rostro hacia mí tras liberar una secuencia de anillos de
humo.
―¿Cómo puedes estar segura de eso? Por lo que vi ni siquiera
él sabe lo que siente.
―Si me amara lo sabría.
Yo lo supe a penas lo vi.
Supe que había algo en él que me destrozaría.
―Algunos hombres son estúpidos, Grace Taylor.
Llevo mi mirada de nuevo a las estrellas, recordando nuestro
tiempo juntos y buscando señales de que ese fuera el caso.
Recordando cómo fue la primera persona que no me hizo sentir
incómoda al arrastrar mi silla. Cómo lavó mis pies. Cómo me
ayudó a bailar sobre sus zapatos en el bar y cómo se arriesgó a
golpear a un hombre por burlarse de mí, terminando en prisión,
aunque su hermano le había dejado claro que podía perjudicar
su carrera. En ese entonces podría haberme casado con él al día
siguiente porque, bueno, es uno de los hombres más hermosos
de los Estados Unidos y que te cuide de esa manera tiene su
efecto en ti, pero luego apareció su ex esposa, una de las
mujeres más hermosas de la Galaxia, y la caída dolió debido a
que recordé que nunca podría hacer más que observarlo.
Luego se divorció, pero me enseñó su lado oscuro.
Y aún así todavía me habría casado con él en otras
circunstancias.
En otro momento.
En otra época.
―Quiero ser la persona que corra hacia él después de acabar un
partido ―susurro de repente, oyendo las lágrimas que se
deslizan por mis mejillas en mi voz―. Eso es lo que quiero. Esa
a es la historia que me muero por vivir. No esta, Evegnia.
Sus propios ojos se llenan de lágrimas cuando me ve.
―Luchaste tanto por tus sueños, printsessa. No merecías nada
de lo que te pasó.
Extiendo mi mano para estrechar la suya.
―Tú tampoco lo merecías.
Apaga su cigarrillo contra la nieve.
―No, pero me lo busqué. ―Se sienta, su rostro ladeado para
verme―. ¿Qué es lo que te detiene de tomar esa cirugía de la
que me hablaste? ¿Callaghan?
Aunque volver a la época en la que Callaghan controlaba cada
aspecto de mi vida, lo cual también hace ahora, pero de forma
menos sutil, me causa escalofríos, sé que ningún médico
superaría sus capacidades y que haría hasta lo imposible por
obrar un milagro conmigo. A su forma retorcida e idealizada en
la que se ve a sí mismo como un Dios curandero me quiere, así
que no es eso lo que temo.
―La soledad. Estoy tan sola que no puedo pensar en lo que
vendrá si algo sale mal.
Casper se fue con Malcolm. Aunque me escribió millones de
veces para disculparse por no haberme contado antes, sigo sin
responderle. Mis padres nunca estuvieron ahí. Mi abuela, la
única que sí lo hizo, murió mientras se destrozaban mis sueños.
Lo que más temo no son las consecuencias de la operación.
Es la soledad si algo sale mal.
―Estoy aquí, printsessa ―dice atrayéndome contra sí―. Y esta
vez no me iré.
A pesar de que suena segura de ello, ya se ha ido antes.
Quiero hacerlo, pero no le creo.
*****
Mi enojo dura más de lo que duró mi enojo después del
incidente en las Olimpiadas.
Por el momento van tres meses.
Lo único que sé de Malcolm vía televisión, noticieros e internet
es que ya forma parte de los Kings de nuevo y está ganando más
partidos que antes con su brazo izquierdo. El milagro, lo llaman
ahora, y están en lo cierto. Su recuperación fue un milagro. Las
posibilidades que alguien tiene de alcanzar el éxito de esa
manera dos veces en una misma vida son casi nulas, pero él lo
logró. Una persona convencional con el corazón roto se sentiría
mal por él, pero yo no soy así. Viendo sus partidos con Rufus
sentado en mi regazo me siento mal debido a que es obvio que
su camino nunca volverá a cruzarse con el mío, pero también
estoy sumamente feliz por él.
No importa que ya sea un titular de la prensa que está saliendo
con la madre de uno de los niños que conoció en Sun Valley y
Reed & Campbell acogió bajo su ala.
Rufus araña mi brazo, sacándome de mi ensoñación, cuando el
medio tiempo del Super Bowl en el que se presenta The
Weeknd por segunda vez en la historia inicia y Save Your Tears
comienza a inundar mi departamento. Los Kings son dueños del
marcador con 13 puntos. Tras cepillar mi cabello frente al
espejo de la entrada, ruedo mi silla de ruedas hasta el ascensor
y le permito el acceso a la persona del otro lado. Mis labios se
curvan al ver a Evegnia con el uniforme de personal del
hospital. A pesar de que oficialmente forma parte del equipo de
limpieza, extra oficialmente solo se dedica a cuidar nuestro
departamento y a mí.
Y a molestar a Callaghan, con quién tiene una vibra intensa.
Muy intensa.
El hombre enviudó hace tres años y Evegnia recobró su belleza
con más fuerza que antes entrenando conmigo en la pista de
hielo, aunque lo único que sigo haciendo es mantener el
equilibrio sobre mis patines, así que no me extrañaría que
terminara bajo el encanto ruso de mi mentora, pero confieso que
me parecería repugnante.
―¡Sorpresa! ―dice haciéndose a un lado, lo que delata la
presencia de otras personas tras ella. Trago al notar a Joseph y
a quién lo acompaña. Evegnia deja una botella de vino sobre mi
regazo―. ¿Pensaste que te dejaríamos sola viendo ese
espantoso show? Nos tardamos porque empezó a nevar de
camino aquí y teníamos que buscar a alguien en el aeropuerto.
―Si me hubieras dicho que necesitarías comprar todas estas
cosas para esta noche habría enviado a alguien a la tienda más
temprano, Evegnia, pero te gusta hacer que trabaje como un
maldito obrero. ―Joseph se detiene frente a mí, sus ojos suaves
al notarme. Después de que Evegnia le gritara en más de una
ocasión la manera en la que me sentía empezó a tratarme de
forma diferente. Más como una persona y menos como un ave
en su jaula, su herramienta o un caso de caridad. Me preocupó
la idea de lastimarlo, pero por lo demás todo fue bien. Nuestra
relación mejoró aunque ahora todo el tiempo me mire como si
necesitara pensar dos veces en lo que va a decir antes de
hacerlo―. Pensé que te gustaría… ¿cerrar el ciclo?
O más bien reabrirlo, gruño en el interior de mi mente.
―Gracias.
Joseph, quién me conoce como un padre, acaricia mi cabeza
antes de quitarse el abrigo y reunirse con Evegnia en la cocina,
dejándome a solas con una morena unos años mayor que yo y
el cabello negro en un corte pixie. Lleva jeans y un suéter blanco
cuello de tortuga bajo un abrigo negro en el que mantiene las
manos escondidas. Botas para nieve. Al igual que cuando era
joven no puedo evitar sentirme desgarbada en comparación,
pero también he atravesado por tanto y he trabajado tanto en mí
misma que eso es lo último que pasa por mi mente.
Ella se agacha para tomar su maleta antes de avanzar hacia mí.
Girl, take me back’cause I wanna stay
Save your tears for another
I realize that I’m much too late
And you deserve someone better
Save your tears for another day
―Hola, Grace ―dice ella deteniéndose frente a mí, su mirada
nerviosa.
Save your tears for another day.
―Hola, Corinne.
*****
Aunque fue doloso regresar al pasado y escuchar cómo su
madre la obligaba a ser mala con las demás, incluyéndome,
Callaghan tenía razón. Escucharla decir que no se aprovechó de
mí simplemente porque así lo quiso se sintió bien. También
liberador. Después del momento incómodo que representó eso
con The Weeknd de fondo, terminamos de ver el Super Bowl.
Los Kings ganaron, lo cual no fue ninguna sorpresa, al menos
para mí, y tras el partido la nueva novia de Malcolm corrió hacia
él. Él, siguiendo claramente un patrón, la atajó y dio vueltas con
ella en el aire.
Con la mirada atenta de todos en mí, incluso Corinne, tomé una
honda respiración como si lo estuviera haciendo tras recibir una
puñalada.
Eso también se sintió como cerrar un ciclo.
―Voy al baño ―anuncio, apresurándome en alcanzarlo y en
dirigirme al inodoro.
Prácticamente me arrojo en el suelo frente a él antes de liberar
el contenido de mi estómago, segura de que los sándwiches de
Evegnia me cayeron mal, en su interior. Cuando termino de
vomitar y mi mundo dando vueltas hace que termine acostada
sobre las baldosas, cierro los ojos para tranquilizarme. He
estado muy enferma en los últimos meses debido a la depresión
y la ansiedad, lo cual incluye vómitos. No es nada raro que lo
esté ahora también, en especial cuando acabo de aceptar que lo
que viví con el menor de los Reed fue solo una ilusión, un
momento de debilidad de su parte ya que su tipo son las
morenas, y que mi primer amor ha aparecido en mi puerta para
decirme cuán especial soy y disculparse por romperme el
corazón.
Es demasiado.
―¿Grace? ―pregunta Joseph desde el umbral de la puerta,
haciendo que abra los ojos y me deslice hacia atrás para agarrar
fuerzas e incorporarme. Él se detiene frente a mí y libera sus
anteojos de su rostro, enseñándome directamente su mirada
preocupada y ansiosa―. Me dijiste que no tenía por qué
preocuparme por tus nauseas. Me dijiste que no eran un motivo
de preocupación. ―Arremanga su camisa y presiona una toalla
por encima de mis labios para limpiar el vómito que quedó
deslizándose de la comisura de de mi boca―. ¿Por qué me
mentiste?
―Tu psicólogo dictaminó que eran normales durante los
ataques de ansiedad.
Su barbilla se endurece.
―Un psicólogo no es un maldito médico. A la mierda la
psicología. ―Presiona una mano sobre mi frente. Tras
observarme un poco más, pasa sus manos por debajo de mi
cuerpo y me lleva a mi habitación. Me siento mal, pero ello no
tiene un origen somático. Si me hicieran una placa en este
momento, mi corazón no mostraría evidencias de estar roto.
Una vez llegamos a mi habitación con Evegnia y Corinne
pisándonos los talones, me deja sobre mi cama y me arropa con
una manta que envuelvo apretadamente a mi alrededor. No
tengo fiebre, pero siento tanto frío―. Espera aquí. Voy a
tomarte una muestra de sangre.
―Bien ―susurro.
Callaghan retrocede, pero termina mirándome desde el umbral
de la puerta antes de irse.
―La peor cosa que alguna vez hice durante mi carrera como
médico no fue a un paciente, sino a una colega ―murmura,
viéndose atormentado consigo mismo―. Nunca debí haberlo
aceptado en este complejo. Tú solías ser feliz.
Trago, negando, pero no se queda para ver este gesto, trotando
hacia la salida.
No era feliz.
Estaba sola.
Incluso si ahora duele, al menos no me siento así.
Los tengo a Evegnia y a él junto con la certeza de que ninguno
se irá.
―Te prepararé un té de Casper ―dice la rubia tras presionar
sus labios contra mi frente, su lado maternal saliendo a la luz
conmigo.
Danielle no sabe de lo que se pierde.
―¿Qué sientes? ―pregunta Corinne recostándose junto a mí.
Es graciosa la forma en la que vuelvo a sentirme como si tuviera
dieciséis años cuando la veo, lo cual se debe, en parte, a que
luce y suena igual como en aquel entonces. Como un sueño
inalcanzable y una princesa de hielo de cabello negro. Me contó
que estuvo casada hace unos años y que ese hombre exigía
cosas de ella que no podía darle, pero que ahora es libre y que
se alegró cuando Evegnia la contactó. Tenía una propuesta de
trabajo para enseñar patinaje en Sun Valley desde hace años que
finalmente aceptó para alejarse de su pasado y retomar nuestra
amistad justo donde la dejamos, confesión que me hizo
sonrojar.
Justo donde lo dejábamos estábamos besándonos en la nieve.
Pero aunque suene un poco Malcolm de mi parte y siga
considerando a Corinne como una de las personas más
atractivas, no estoy lista para eso.
―Como si los trozos de mi corazón nunca pudieran unirse de
nuevo.
Se acomoda junto a mí, su hombro acariciando el mío.
―Sé cómo es ―murmura―. Pero aunque suene cliché, tu
corazón volverá a juntarse. Es más fácil cuando alguien más te
lo rompe. ―Ladea el rostro para mirarme y yo también lo hago,
apreciando su nariz puntiaguda―. Lo difícil es cuando te lo
rompes tú misma. ―Sus ojos se llenan de lágrimas―. Mi
corazón fue lo que nunca pude darle a Christian, ¿quieres saber
por qué? ―Niego, pero de todas formas me lo dice―. Porque
mi corazón se quedó hace diez años en una habitación de
hospital en Londres. ―Trago, también llorando―. Lo siento,
Grace. No estaba lista para admitir que me había enamorado
irremediablemente de mi contrincante.
Mi barbilla tiembla.
―No cumpliste tu promesa. No ganaste.
Sus labios se curvan hacia arriba mientras sonríe.
No puedo evitar deslizar mi cuerpo hacia el suyo cuando me
abraza.
―Estaba enojada con mi madre y conmigo misma. No lo
merecía.
―Lo merecías más que nadie, Corinne.
―No más que tú ―susurra en mi oído. No puedo evitar soltar
una risita, moqueando un poco, cuando empuja mi hombro
hacia las sábanas y se posiciona sobre mí sin aplastarme―. La
escuela de patinaje para la que voy a empezar a trabajar… ellos
necesitan un traumatólogo de confianza. No tendrías que dejar
tu trabajo aquí.
Aunque la idea de trabajar con patinadoras debería ser
insoportable, me sorprendo cuando encuentro que me gusta la
idea de regresar a ello de alguna manera.
―Me encantaría ―murmuro, sus labios sobre los míos, pero
cualquiera que se al rumbo de nuestra conversación se corta
cuando Callaghan regresa.
Rufus nos mira desde la puerta como si quisiera asegurarse de
que estoy bien, pero no deseara mostrar su debilidad. Es un gato
tan extraño. Aunque pensar en el apellido Reed me causa dolor,
definitivamente es Tanner versión gato. Mi frente me arruga
cuando me percato de que Callaghan no trae un torniquete, ni
agujas, sino algo completamente diferente que trae de nuevo
bilis a mi boca.
―¿Qué es eso? ―pregunto, incorporándome, y se acerca para
tomarme en brazos de nuevo, dejándome sobre el retrete del
baño de mi habitación.
―¿Te saltaste la clase sobre pruebas de embarazo de la Escuela
de Medicina al igual que lo hiciste con la de métodos
anticonceptivos? ―gruñe él―. Es una prueba de embarazo,
Grace, y creo que ya sabes lo que tienes que hacer ahora.
Trago, observándola sobre el lavado.
Sin hacerla ya sé el resultado.
¿Cómo no pensé en eso antes?
Al momento en el que la idea se instala en mi mente, trayendo
lágrimas de angustia y de felicidad a mis ojos, la pantalla de mi
teléfono abandonado junto a la pasta de dientes se alumbra. Me
extiendo para tomarlo, sorprendiéndome por segunda vez en la
noche al ver que he recibido un mensaje por directo de
Instagram.
Varios.
savannahcampbell: Lamento mucho que lo suyo no haya
funcionado.
savannahcampbell: Malcolm es un idiota.
savannahcampbell: Estás mejor sola.
savannahcampbell: Y si no quieres estarlo puedes llamarme.
savannahcampbell: Iremos por hombres.
savannahcampbell: ¿Alguna vez has ido a un club de
strippers?
savannahcampbell: ¿Hay si quiera alguno en Sun Valley?
Sonriendo de forma temblorosa, le respondo a la mujer con el
mejor cabello que he visto en mi vida, al igual que con el mejor
corazón aunque todo en su actitud diga lo contrario. Otra me
habría odiado por babear tras su esposo como evidente y
bochornosamente lo estaba haciendo. Ella me dejó el camino
libre porque se negó a humillarse a sí misma luchando por su
amor. Viendo todo en retrospectiva y tras conocer a Malcolm,
ahora lo entiendo. Entiendo que no vale la pena mendigar.
No cuando te superan tan fácil.
dragracetaylor: ¿Cómo ha funcionado para ti?
savannahcampbell: ¿El qué?
dragracetaylor: La soledad.
savannahcampbell: Me ha ido bien. He pasado todos estos
meses diseñando y de vacaciones con mis amigos o solo
meditando en casa.
dragracetaylor: ¿Y eres feliz?
Su respuesta tarda un poco más en llegar.
savannahcampbell: Lo seré.
savannahcampbell: Y tú también.
Sus palabras me hacen sonreír, la esperanza adueñándose de mí,
pero luego esa sonrisa se deshace cuando me doy cuenta de que
me guste o no tengo que hablar con Malcolm. Tras encontrar su
perfil, el cual he seguido y dejado de seguir en múltiples
ocasiones, abro la sección de mensajes y le escribo por primera
vez.
Borré su número, así que solo puedo contactarlo a través de
aquí.
dragracetaylor: Estoy embrazada.
dragracetaylor: Y no quiero tener que decirle a mi hijo que su
padre es un impostor.
dragracetaylor: Aunque lo nuestro no haya funcionado no
deseo que él se decepcione de ti, Malcolm.
A pesar de que pensé que le tomaría meses a su equipo leer el
mensaje y enseñárselo, me sorprende la rapidez con la que lo
lee y responde.

Capítulo 35
La vida tiene curiosas formas de poner todo en su lugar.
Tras un año de mierda, salvo por algunos momentos llenos de una luz cegadora,
fui feliz como nunca antes corriendo por el campo en búsqueda del balón. Como
resultado de todo el entrenamiento que he recibido y de la fisioterapia de Casper,
más los doctores que consiguió Tanner, los Kings ganamos nuestro tercer Súper
Bowl 31 a 26. Ni siquiera puedo describir la euforia que me embarga por dentro
cuando se anuncia el final del juego y todo el equipo se reúne para saltar y
celebrar.

El papelillo cae sobre nosotros.

Mi brazo derecho arde debido a una caída antes de llegar al medio tiempo, pero
sé que no es nada que Casper no pueda solucionar y mientras no sea el izquierdo,
todo estará bien. Twoson palmea mi espalda, felicitándome por el lanzamiento
que nos concedió la victoria, y Edward se acerca para darme las gracias, pero
niego como cada vez que se acerca con ese brillo en sus ojos. Una de las
condiciones que impuse para regresar al equipo después de que se dieron cuenta
de que definitivamente podía hacerlo, fue que le dieran una segunda oportunidad
a él también. Ese gesto hizo que todos volvieran a confiar en mí.

No fue adrede.

Darme cuenta de ello me hizo darme cuenta de cuán manipulador puedo llegar a
ser sin darme cuenta, lo que ya hago, pero no es como si los demás sufrieran
debido a ello. Al menos no en este caso. Una vez termino de intercambiar
felicidades con el resto de los jugadores, mis ojos se dirigen a la hermosa morena
de ojos azules esperando por mí tras la barra del equipo. Tanto ella como su hijo
corren en mi dirección y acorto el camino para atajarla y girar con su cuerpo entre
mis brazos.

Una sensación de deja vu me embarga, pero la ignoro y junto mis labios con los
de Julia tras dejarla sobre el césped, mis manos enguantadas dirigiéndose a su
cintura. Salimos desde hace un mes. No sé si es el amor de mi vida, pero encajo
bien con ellos y ellos encajan bien conmigo. Lincoln y yo pasamos mucho tiempo
entrenando juntos después de que entrara en el programa. Todo con Julia empezó
cuando empezó a traer muestras de lo que aprendía en la Escuela de Cocina, a la
que ahora podía asistir gracias a la ayuda de Tanner, a los entrenamientos y nos
pedía nuestra opinión sobre ello. Luego fue una cena en su nuevo hogar.

Luego un beso mientras fregábamos los platos.

Luego una invitación a salir de mi parte porque, ¿por qué no?

Grace decidió quedarse en Sun Valley.


Grace terminó siendo tan correcta y perfecta como mi hermano y Savannah.

Julia, en cambio, me hace sentir como un dios con cada maldita mirada. Deslizo
mis dedos por su espalda hasta que terminan envueltos en su cabello negro y tiro
suavemente de su cabeza hacia atrás para besarla frente a todos. Un collar de
diamantes que salió de mi arreglo se halla alrededor de su cuello, el cual casi
nunca se quita cuando salimos. Cuando termino y prácticamente se deshace entre
mis brazos, trayendo un oscuro sentimiento de satisfacción a mi pecho que se
siente correcto, me enfoco en Lincoln y despeino su cabello oscuro. Sus anteojos
están empañados debido a la emoción y su rostro se encuentra eufórico.

No aguanto y lo tomo entre mis brazos.

Este pequeño chico será una estrella un día.

Mi medio para devolverle a la vida todo lo que me dio y equilibrar la balanza para
no perder de nuevo frente al karma.

―¡Ganamos, Malcolm!

Miro con orgullo su camiseta con mi número y mi apellido.

―Así es, chico.

Lincoln me sonríe, pero luego enfoca su atención en el resto del equipo. Ellos lo
llaman, así que lo suelto para que corra sobre el césped. Exhausto, pero extasiado,
llevo mis ojos a Julia e inclino mi cabeza hacia los casilleros.

―¿Me acompañas?

Ella sonríe, asintiendo, y toma mi mano.

Ya que es hermosa y mira todo a su alrededor como si estuviera maravillada,


siendo el prototipo de chica que los demás envidian ya que se preguntan qué vi en
ella, no como Savannah, quién siempre estuvo a mi altura o un peldaño más arriba,
o como Grace, con quién me sentí identificado, nos fotografían juntos y nos puedo
ver formando parte de la portada de varias revistas, portales y periódicos mañana.

Cuando llegamos a los casilleros presiono mi cuerpo contra el suyo.

―Malcolm ―susurra, sus dedos entrelazados en mi cabello mientras presiono mi


mano contra la costura de sus pantalones cortos―. ¿Lo quieres aquí?

Gruño enterrando mi rostro en su cuello.


―Sí.

Empiezo a bajar mis pantalones, pero el sonido de alguien además de nosotros


entrando hace que me separe abruptamente de su cuerpo. Me trago una maldición
cuando veo a Tanner junto a un repartidor de flores. Rosas rojas. Estamos en
Houston, el Super Bowl fue aquí este año, así que al instante sé de dónde vienen
pese a que Larissa ha dejado claro de varias maneras cuánto me detesta.

Primero fueron mensajes.

Luego llamadas.

Después visitas a mi casa y declaraciones a la prensa en las que Savannah tuvo


que intervenir. Presiono un beso contra la frente de Julia, en mis ojos una disculpa.

―Necesito hablar con mi hermano, ¿me esperas en la salida?

Afirma.

―Está bien. ―Sus labios gruesos y rosados sonríen―. Iré por Lincoln. ―Se gira,
sus mejillas rojas al concentrarse en Tanner―. Hola, Tanner. Espero que estés
bien.

―Igualmente ―dice él en su dirección de forma seca.

No se ha acostumbrado al hecho de que sea mi novia.

En lugar de molestarme, me alegra saber que no tiene ningún interés en ella.

Una vez Julia se va, se acerca a mí con el chico de las entregas. Mis labios se
curvan hacia arriba cuando sostengo la tarjeta y leo lo que mi ex esposa escribió
en ella.

Sabía que lo lograrías.

Con amor,

Sav.

Tanner, quién ni siquiera la mira, espera a que el repartidor se vaya y estamos a


solas para llevar sus ojos negros a los míos. Hizo acto de presencia aquí como mi
patrocinador, pero la verdad es que no nos hemos visto demasiado en los últimos
meses. Está demasiado ocupado en Corpus Christi con la planificación de su
nuevo puerto, en lo cual también Savannah está trabajando a la distancia. Sé
porque hemos ido a comer y de copas un par de veces cuando vengo a casa.
Compré un nuevo penthouse en el centro que decoró mientras estaba de viaje.

Aún no le he hablado de Julia, así que debe estar odiándome por la forma en la
que me expuse con ella en la televisión, más tomando en cuenta que siempre evité
sus preguntas sobre Grace y qué sucedió con ella.

Pero ni siquiera yo sé la respuesta.

Un minuto teníamos una fuerte conexión y al siguiente me lastimaba


indiscriminadamente luego de que le pidiera que se fuera conmigo. No soy
imbécil. Sé que mi mundo pudo haberla intimidado, pero yo estaba dispuesto a
cambiar las reglas para que tuviera un espacio dentro de él así fuera como mi
doctora. En ese entonces acababa de terminar con Savannah y mis sentimientos
eran confusos, pero estaba seguro de que la quería en mi vida y que dolía alejarnos.

En otra vida.

―¿Crees que fue buena idea exponer a tu nueva novia de esa manera?

―¿Por qué lo dices como si Julia fuera una más del montón?

―Quizás porque te he conocido tres parejas amorosas en el último año. ―Se


detiene junto a mí. A pesar del enojo en su voz, veo orgullo en sus ojos. Mi pecho
se llena de calidez cuando me envuelve entre sus brazos. Calidez que se
transforma en culpa cuando llevo mis ojos a las flores de Savannah. La disfrazo
bien cuando retrocede y presiona su mano contra mi hombro―. Reservé en un
buen restaurante para celebrar. Despídete del equipo y ve por tu chica y su hijo.
Nos están esperando.

Mi ceño se frunce hacia su forma de referirse a Julia, como si presintiera que no


va a durar, y tomo mi teléfono para escribirle que iremos a comer antes de ir a la
fiesta de celebración de los Kings. Mi frente se arruga, sin embargo, al ver uno de
los millones de mensajes que estoy recibiendo en Instagram en este momento.

dragracetaylor: Estoy embrazada.

Dejo de caminar, la sangre abandonando mi piel y haciendo que me tambalee, al


leer. Solo estuvimos juntos una sola vez y no tenía ni idea de si podría embarazarse
con su discapacidad, así que no me preocupé. Sé que Grace no me mentiría y
mucho menos con algo así, por lo que termino sentado en uno de los bancos.

Sin que haya procesado el primer mensaje, llega otro.


dragracetaylor: Y no quiero tener que decirle a mi hijo que su padre es un
impostor.

dragracetaylor: Aunque lo nuestro no haya funcionado no deseo que él se


decepcione de ti, Malcolm.

Mi frente empieza a sudar.

Voy a ser padre.

Grace está embarazada.

Soy un maldito impostor.

Mi hijo se decepcionará tanto de mí cuando lo sepa.

Mi hijo se decepcionará de mí como yo me decepcioné de Wagner.

Con dedos temblorosos, respondo.

malcolmreed: No te preocupes por eso.

malcolmreed: Aunque no haya funcionado, estoy feliz por este bebé.

malcolmreed: Intentaré ser un buen padre, Grace.

Miro a mi hermano, quién se arrodilla frente a mí con la frente fruncida con


preocupación. Claramente mi pánico interior se ve reflejado en mi exterior. Las
lágrimas se deslizan por mis ojos al darme cuenta de que tendré un hijo con la
mujer que amé sin darme cuenta y de que nunca le faltaré el respeto ni a él ni a su
madre intentando tener algo con ella después de haberla dejado atrás de esa
manera.

Porque este es el real nunca seré lo suficientemente bueno.

Al menos no hasta que quede libre de pecados y pueda volver a empezar.

Ser un hombre digno de un pequeño Reed al que espero no defraudar.

―¿Sucede algo? ―pregunta mi hermano, a lo que simplemente niego y me pongo


de pie, envolviéndolo en mis brazos como no lo hice hace unos segundos.

―Solo estoy agradecido contigo.

Su rostro se contrae.
―¿De nuevo tus tendencias suicidas o son los esteroides?

Sonrío, envolviéndolo de nuevo en mis brazos mientras todo en mi interior se


colapsa dado que esta puede ser la última vez que lo haga. Tras separarme y
evaluar su mirada incrédula, inclino la cabeza hacia la salida de las duchas.

―Vayamos al restaurante. Julia ya está en camino.

La arruga en su frente crece.

―¿Cómo demonios supo dónde era?

Me encojo de hombros.

―Creo que me lo dijo porque tiene una sorpresa preparada para mí.

Mientras caminamos hacia el exterior le digo la madre de Lincoln que necesitaré


hacer unas cosas con Tanner y que nos vemos en casa para arreglarnos juntos para
el evento de mas tarde. Ella me pregunta qué sucede, pero no respondo. En su
lugar entro en el deportivo de Tanner escapando de los flashes de los reporteros.
En el camino hacia el restaurante invito a otra persona. Mis labios se curvan hacia
abajo cuando recibo insultos como respuesta, pero los merezco tan jodidamente
tanto que no la contradigo. Una vez fuera de un nuevo restaurante de ariscos en la
ciudad Tanner y yo somos escoltados hacia la entrada debido a la gran multitud
que me reconoce en la entrada. Ya dentro nos dirigimos a una mesa en el fondo,
lejos de los demás clientes, y somos atendidos por un mesero que me pide
discretamente una firma. Tanner y yo empezamos a hablar del partido, pero está
sentado frente a mí, viendo directamente hacia la entrada, y su voz se vuelve baja
cuando identifica a nuestra invitada. Sé que es ella sin que me lo diga. Me lo dicen
sus pupilas dilatadas y cómo su rostro usualmente blanquecino cobra color.

¿Qué mierda le hice a la única persona que ha dado todo por mí?

―¿Savannah? ―pregunta como si se tratara de un espejismo.

Ella se acerca a nosotros dentro de un abrigo oscuro que se retira y guinda en la


silla en la que está a punto de sentarse entre nosotros, mirándome con acusación
en sus ojos grises. Por debajo lleva un vestido negro ceñido y con cuello de
tortuga. Las botas de cuero del mismo color la hacen ver más alta y su cabello
sigue igual de brillante. Las vacaciones en Dallas con sus amigos debieron ser
buenas. Luce estupenda, incluso diría que más estupenda que en cualquier otra
época.

Hay un brillo especial en ella, pero no sabría decir en qué.


―¿Pasa algo? ―pregunta, mirándome―. ¿Por qué no hay nadie más aquí? ―Sus
cejas se alzan mientras se echa hacia atrás en su asiento, su mirada mordaz―.
¿Qué hay de tu nueva novia? Me habría gustado conocerla y saber por qué le
rompiste el corazón de esa manera a Grace Taylor. Es una chica tan estupenda,
Malcolm.

Miro hacia la mesa, consciente de la mirada de ambos en mí.

Conscientes de que estoy a punto de alejarlos de mí para siempre.

―Grace Taylor está embarazada.

Escucho el sonido de mi hermano ahogándose con el agua, seguido de la


maldición de Savannah, y poco a poco alzo la vista hacia ellos para verlos
mirándome como si me hubiera vuelto loco, pero no tengo nada que decir al
respecto.

Asumiré toda la responsabilidad en lo referente a mi hijo.

Eso está claro.

―¿Y te besaste con otra en televisión nacional? ―cuestiona Tanner y casi puedo
ver el tic en su ceja―. Maldición, Malcolm. No he querido decirte esto porque
son palabras duras, pero cada vez te pareces más a Wagner y ni siquiera te crió.
Lo hice yo. ―La decepción en su mirada es evidente―. Entiendo que no estés
con ella porque no te dé la regalada gana, pero le debes el respeto que nuestro
padre no tuvo por tu madre o por la mía, maldito imbécil. ―Se aferra a los bordes
de la mesa, ya absolutamente fuera de sí―. Pero tu hijo ni siquiera ha nacido y ya
tienes una suplente para su madre, ¿qué tan bien crees que le sentará esta historia?

―Nunca le prometí nada a Grace ―murmuro y hace ademán de levantarse, pero


Savannah lo detiene colocando una mano sobre su brazo y luego mirándome.

―Malcolm es una buena persona, Tanner ―dice, defendiéndome, pero ni siquiera


ella suena como si lo creyera―. Estoy seguro de que hay una explicación
razonable para todo esto, al igual que para esta reunión, y que está a punto de
decírnosla.

Tanner la mira fijamente por unos segundos.

Estos están llenos de tensión hasta que finalmente traga y se sienta de nuevo, a lo
que Savannah lo imita. Luego de eso ambos, mi mejor amiga y mi hermano,
concentran sus ojos en mí y trago, mi garganta completamente seca.
―No tengo una explicación para lo que pasó con Grace más que el hecho de que
tuvimos sexo y la embaracé. No estamos juntos, pero es especial para mí y mi hijo
también lo será. ―Veo a mi hermano―. Te prometo que les daré su lugar. ―Sus
hombros pierden algo de tensión, pero continúa viéndome con resentimiento. Mi
mirada se dirige entonces a Savannah―. Los invité a ambos aquí porque hay algo
que quiero decirles. ―Tomo una honda bocanada de aire―. Hace ocho años
estaba resentido con la vida por preferir a mi hermano para todo. Nadie me notaba
salvo para compararme con él dentro y fuera del fútbol. Eso cambió cuando tuve
una pequeña lesión durante un partido y se hizo pasar por mí. Con el casco nadie
lo notó y un reclutador por fin hizo una propuesta, pero no fue debido a mis
méritos. Eso me destrozó ya que comprobaba mi teoría de que Tanner era el
elegido para todo y yo el puto bastardo con mal olor. ―Miro a Savannah―. Ese
día mi hermano me invitó a una de las fiestas que organizaba su fraternidad y
decidí hacerme pasar por él. No pude resistirme a la idea de saber cómo se siente
ser un dios cuando una chica en un vestido negro se acercó. ―Ella se tensa,
asimilando la información, y empieza a negar, pero extiendo mi mano y sujeto la
suya―. Estuviste conmigo, no con él, Sav, y no lo recuerdas con detalle porque
estabas drogada. ―Miro a mi hermano, quién se ha quedado en blanco―. No lo
sabía cuando estuve con ella, de otra manera no la habría llevado a la cama, pero
esa noche los escuché a ti y a Freck hablando acerca de alguien drogando a sus
chicas. Sav no estaba borracha, pero bebió del vaso de una persona antes de venir
a mí. Yo la vi. ―Sintiendo mi corazón romperse, pero mis pulmones llenos de
oxígeno de nuevo, los veo a ambos―. Lo siento.

Pero ninguno de ellos habla.

Se ven como si no pudieran creer lo que acabo de decirle.

No.

Como si no quisieran creerlo.

Sav es la primera en reacciona levantándose, lágrimas deslizándose por sus


mejillas mientras mira de mí a mi hermano y se da cuenta de que lo que digo es
cierto.

―Yo… yo… ―Cubre su boca, mirándome―. Yo confiaba en ti, Malcolm ―dice


y no puedo hacer más que agachar la mirada―. No solo eras mi esposo, eras mi
mejor amigo. Sabías lo mucho que sufrí por él y pudiste detenerlo todo en
cualquier momento diciendo la verdad y no lo hiciste. Permitiste que me
obsesionara, permitiste que me enamorara y…. ―Se detiene abruptamente,
llevando sus ojos a Tanner, lo que veo ya que alzo el rostro―. Nunca me mentiste.
No me recordabas porque no fuiste tú y eso significa que fui todas las cosas que
dijiste que era. Tenías tanta razón al odiarme. ―Retrocede, trastrabillando en sus
zapatos altos, y Tanner por fin reacciona levantándose para sostenerla, pero Sav
se aferra a una silla―. Me metí en tu relación. ―Las lágrimas se deslizan por sus
mejillas―. Arruiné tu relación con Pauline pensando que me amabas, pero… pero
nunca fuiste tú. ―Me mira―. No sabes lo que empezaste. Ni siquiera tienes idea
de todo el daño que causaste.

Trago.

―Nunca pensé que te enamorarías de él. Si lo hubiera sabido…

―¡Cállate! ―grita Sav, enloqueciendo frente a todos, quiénes miran hacia


nosotros―. ¡Solo cállate, Malcolm, no quiero saber nada más de ti! ¡Estás muerto
para mí! ¡La envidia que le tienes a tu hermano te ha hecho un monstruo! ―Mira
a Tanner, ahogándose en sus propias lágrimas―. Tenías razón. Nunca me
mentiste. No estabas manipulándome. En verdad no entendías por qué te acosaba.
Era yo quién no entendía que no me querías y quién nos lastimó a ambos
forzándolo ―solloza―. Lo siento tanto, Tanner. Siento no haberte escuchado y
comprendido.

―No es tu culpa, Savannah ―dice él alcanzándola y rodeando su tembloroso


cuerpo con sus brazos, lo que a penas puedo soportar ver debido a todo el dolor
que emana mi ex esposa. Él alisa su cabello negro hacia abajo hasta que se calma
y alza sus ojos grises hacia él―. No tenías forma de saber que este hijo de puta se
hacía pasar por mí para follar a chicas de dieciocho años que van a su primera
fiesta de fraternidad. ―Me estremezco y lleva sus ojos negros a los míos―.
Porque así de feo como suena es como sucedió, Malcolm, y como no tengo
planeado endulzarlo. ―Toma el abrigo de Sav y lo pasa por encima de sus
hombros―. Más te vale conseguir una buena urna porque después de este
momento estás muerto para mí también. ―Hace ademán de irse con mi ex esposa,
pero se detiene y me mira por encima de su hombro con algo que jamás creí ver
en su mirada dirigido a mí: indiferencia. Ya no somos hermanos―. Espero que al
menos tengas las bolas de ser un buen padre ya que si no lo eres no dudaré en ser
mejor que tú en eso también.

Y sin decir más ambos se van, liberándome de la culpa.

De la oscuridad que me consumía vivo.

Duele, pero algunos dolores son necesarios y este se siente de esa manera.

Fin del ciclo.


Epílogo
Sun Valley, Idaho.

Seis meses después.

―No creo poder soportar esto ―dice Corinne junto a mí, haciendo ademán de
querer vomitar antes de ofrecerle una mirada de disculpa a Grace y salir corriendo
de la habitación dentro de un traje quirúrgico, lo cual me deja a mí con la pelirroja,
quién a su vez me mira como si estuviera a punto de llorar.

―Tengo miedo, Malcolm.

Mi corazón se rompe al oírla.

No solo se refiere al bebé, a nuestro hijo, sino a la decisión que tomó.

Me gustaría tener las palabras adecuadas para hacer que todos sus miedos
desaparezcan, pero no hay nada que no le haya dicho ya. Trago el nudo en mi
garganta debido a que debo ser un hombre ahora más que nunca y transmitirle
seguridad a la madre de mi hijo aunque por dentro me esté muriendo de nervios.

―Lo sé, Grace Taylor, pero vamos a estar aquí. ―Limpio su frente. La anestesia
le impide sentir el dolor de la cesárea, pero sigue consciente. Debe sentir parte de
lo que el médico hace allá abajo, sin embargo, ya que sus dientes se aprietan y su
ceño se frunce de vez en cuando―. Esperando para cuidar de ti con nuestro hijo.

Solloza, lo cual hace que deslice mis dedos hacia sus pulgares.

Unos segundos después parpadea para alejar las lágrimas de su rostro y sonríe.
Me encuentro a mí mismo haciendo lo mismo al escuchar el llanto de nuestro hijo,
un saludable niño de casi tres kilos y medio que afectó desfavorablemente el
estado de la columna de su madre. Aunque todos estuvimos más preocupados que
ella durante el embarazo por ello, a Grace ni siquiera le interesó. Mi tiempos se
dividió en partes iguales entre Idaho y Texas a penas supe que estaba esperando a
mi bebé.

Estuve presente, pero está claro que ella se sacrificó más por el niño que ponen en
mis brazos, retorciéndose para escapar de su manta. Al sentirlo en mi contra no
puedo soltarlo, mirándolo fijamente a los ojos. No son míos o de Grace.

No son café.

Son jodidamente oscuros, como los de mi padre.

Como los de Tanner.

El consuelo que necesito ante la ausencia de mi hermano me lo proporciona mi


hijo dejando de patalear y llorar con fuerza para mirarme, puesto que es como una
especie de niño platillo listo para cocinar y nació con todos los elementos. Duró
más de lo previsto dentro de Grace. Su fecha se pasó. Cansados de esperar
contracciones que nunca llegaron, le hicieron una cesárea de emergencia. Debió
haber nacido en el séptimo o en el octavo mes siguiendo las recomendaciones de
Callaghan para que no lastimara tanto a su madre, pero ella no lo permitió.

―Felicidades, señor Reed, tiene un hermoso niño de casi cuatro kilos. ―Acaricia
el cabello de Grace, quién solo puede mirarnos mientras escucha a nuestro hijo
llorar―. Felicidades, Grace. ―Su tono de voz se vuelve suave―. Lo hiciste tan
bien.

―Es hermoso ―susurro dejándolo caer con cuidado sobre el pecho de su madre.

―Está tan calentito ―dice ella mirándome antes de concentrarse por completo
en él. Yo apoyo mi mi mano sobre su espalda para mantenerlo en su lugar―.
¿Logan? ―pregunta―. ¿Crees que tiene cara de Logan o de Francisco?

Suelto una risa baja.


Mi hijo es pelirrojo, como ella, y de ojos oscuros.

Su frente está arrugada mientras succiona su puño y se presiona contra su madre


casi con posesividad. Acaba de nacer y se nota cuánto la ama y cuánto la
protegería a pesar de solo ser un recién nacido. Eso me hace sentir orgulloso.
Saber que recibirá la crianza adecuada junto a dos mujeres maravillosas que le
enseñarán tantos valores. Yo solo respetaré cada cosa que digan y le enseñaré a
jugar fútbol.

Definitivamente no es un Francisco.

Tampoco será un Malcolm porque no permitiré que cometa mis mismos errores.

Escribiré un manual para él sobre cómo ser un Reed si es necesario.

―Logan ―susurro―. Logan Reed.

―Estoy de acuerdo ―susurra Grace, lo que me hace sonreír debido a que nos
prometimos no tomar ninguna decisión con respecto a nuestro hijo sin que el otro
diga esa frase. Corinne, su prometida, nos ayuda tanto como puede, pero tratamos
de no poner ninguna responsabilidad sobe sus hombros porque Logan es la
nuestra. Lo mismo sucede con Julia, con quién continúo saliendo. Ella y Lincoln
vendrán en unos días a conocer al bebé y a Grace. Estoy nervioso por ello ya que
le di el ultimátum de que mi hijo y su madre siempre irán primero y sé que no lo
tomó bien, pero necesitaba advertirle dado que he notado sus celos hacia ella y mi
hijo y no puedo permitirlo por mucho que los quiera a ella y a Lincoln―. Es
perfecto, Malcolm.

―Sí ―murmuro.

Grace Taylor aspira el aroma de su cabello antes de darme una mirada


significativa.

―Prométeme que lo cuidarás y le darás todo el amor que no recibiste de niño.

―¿Otra vez? ―susurro y afirma.

―Sí.

Lo tomo en brazos cuando la doctora a cargo de la cesárea me da una mirada


significativa. Del otro lado del quirófano veo a Joseph entrando con su equipo
médico. Grace a penas puede soportar estar sentada y hay lesiones extrañas en su
cuerpo que deben examinar que surgieron a raíz del embarazo a pesar de toda la
fisioterapia que recibió, así que le harán una operación de emergencia en la que
también aceptó someterse a procedimientos que no había tomado en cuenta antes.
Su meta es volver a caminar, aunque sea con ayuda de un bastón, para estar más
presente en la crianza de nuestro hijo. Mientras se recupera me quedaré con ellos.
Sun Valley terminó convirtiéndose en mi segundo hogar y poseo una cabaña aquí
con espacio tanto para él como para sus dos madres. Ellas viven ahí debido a todas
las comodidades que las convencí de aceptar para hacer la rutina de Grace más
fácil y mantienen el lugar cálido y lleno de amor mientras no estoy.

Logan Reed es un niño tan afortunado al tener dos chicas que lo darán todo por
él.

Realmente espero que Julia y Lincoln se habitúen a mi familia.

―Lo cuidaré. ―Sonrío hacia Corinne al verla entrar de nuevo con una filmadora
en mano. Cualquier color azul ha desparecido de su rostro y le tiendo a Logan
cuando extiende sus brazos, sus ojos brillosos―. Creo que se parecerá a su madre.

Pero Corinne niega.

―Tiene su color de cabello, pero su rostro es igual al bebé en las fotos que nos
enseñó Claudia. Es precioso ―susurra. A pesar de la ausencia de dos de las
personas más importantes para mí, la sala de espera está llena con familiares y
amigos. Casper. Evegnia. Algunos chicos del equipo que viajaron solo para
acompañarme, entre ellos Marcus, Twoson y Edwards―. ¿Cuál es su nombre?
¿Ya lo decidieron?

―Logan Reed.

Corinne sonríe juntando sus narices.

Al principio no era su persona favorita, ella tampoco la mía, pero luego de que
ver cuán duro me esforzaba por estar ahí para Grace y para nuestro hijo empezó a
tolerarme. Formó parte de esto tanto como nosotros y aprendí a apreciarla. Ahora
la considero parte de mi familia y por la forma en la que mi hijo presiona la palma
de su mano contra su mejilla, reconociendo la voz que le dijo durante todo el
embarazo qué hacer para no ser un idiota como su padre, sé que Logan también.

―Es bonito.

―Estoy tan feliz de que los tenga a ambos para cuidar de él ―dice Grace,
trayendo nuestra atención a ella, y mi garganta se cierra. Corinne me tiende a
Logan antes de inclinarse para juntar sus labios y acariciar su rostro. Grace
murmura algo hacia ella, pero luego nos mira a Logan y a mí. No sé qué será de
mi hijo ni de mí si algo malo le sucede y ni siquiera quiero pensar en eso, así que
no lo hago―. Regresaré pronto ―llora―. Quiero enseñarle a patinar y si no llego
a hacerlo quiero que se lo digas. ―Afirmo aunque eso me destroza―. Los amo a
los tres.

―Nosotros también te amamos.

Grace sonríe, llevando su atención luego a Callaghan y a su equipo.

Después de eso una enfermera me arrebata a mi hijo y salimos del quirófano. La


llevarán a otro en un rato para continuar con los procedimientos que necesita, la
cual vendría siendo su segunda operación importante tras lesionarse. Ha tenido
otras, infinidad de ellas, pero ninguna de esta magnitud. Podría volver a caminar
luego de esto o sufrir alguno de los riesgos de los cuales me habló.

Tras presionarme contra la pared del pasillo, consciente de la mirada de todos en


mí, recibo un suave y breve abrazo de parte de Corinne antes de que esta camine
hacia la máquina expendedora de café. Soy consciente de que es una buena mujer,
aunque un poco una princesa del hielo, y de que ama a Grace, así como también
de que mi rechazo hacia ella en un principio se debió a que todavía sentía cosas
por la madre de mi hijo ya que cometo el error de iniciar algo sin terminar lo que
hacía antes, pero sigo sintiendo cosas por Grace, solo que diferentes, y nunca le
faltaría el respeto a ella o a mi hijo creyendo que soy merecedor de ella otra vez.

Ella está bien como está.

Yo también.

A pesar de que mi corazón está roto, tengo un motivo para respirar a través de la
herida al cual le sonrío con una pared de cristal entre nosotros hasta que finalmente
una enfermera me invita a pasar a la sala de neonatos para alimentarlo.

Un nuevo Reed.

Una nueva generación.

Una nueva oportunidad para hacer las cosas bien incluso si hacer las cosas bien
significa dolor y aceptar que no eres el bueno.

Pero nadie nunca lo es por completo y pensar lo contrario de ti mismo te hace un


impostor, así como también esperarlo de los demás.

Dándole de comer a mi hijo, mi frente se arruga cuando un repartidor se detiene


frente a la pared de cristal. Sostiene un arreglo azul con un oso de felpa que es
casi de la mitad de su tamaño. Me hace señas y una enfermera sale a atenderlo,
pero me llama con la mano para que me acerque. Está hecho de muchas rosas
azules, así que Savannah es la primera en venir a mi mente ya que el servicio me
dijo que llenó la cabaña de flores para recibir a Grace, haciendo énfasis en que
eran para Grace y para el bebé, y supongo que estas también son de su parte, pero
mi teoría sobre ello se desvanece cuando me dice que hay una tarjeta para Logan.

La tomo tras pedirle al repartidor que deje las flores con las otras.

Tras volver a sentarme con Logan en brazos, la leo.

Bienvenido a este horrible mundo lleno de mentiras y deslealtad, pequeño Reed.

Espero que no te haga demasiado daño.

Con amor, tu tío Tanner.

P.D: Las puertas de mi casa siempre estarán abiertas para ti.

Aunque me hace sentir como una mierda, no puedo evitar sentir envidia de mi
propio hijo tras leer, pero tampoco estar agradecido al saber que la persona que
más estuvo ahí para mí y la que más decepcioné siempre estará ahí para él
también. Quizás Logan sea más inteligente que yo y siga sus consejos.

Espero que lo sea.

Pero si de todas maneras es como yo y comete errores...

Ahi estaré para aceptarlo tal y como es una y otra vez como el lo estuvo para mí.
Nota de Autora y Agradecimientos
Ok.
En primer lugar, sé que muchas esperaban un final y una
historia diferente.
Es por eso que ante todo quiero recordarles que esta historia
trataba de Malcolm, no de los demás, y que si hubieron algunos
extras o puntos de vista de otros fue porque su participación en
la trama era importante ya que, en el caso de Savannah y
Tanner, son vitales para él. Y después de todo lo que hemos
visto en Impostores claramente este libro no iba a tratarse de él
y Sav jugando a la casita feliz. Si hubiera sido así ni siquiera me
hubiera molestado en escribirlo porque no está en mí escribir
una historia sin motivo alguno.
En este sentido, la historia de Malcolm trató sobre envidia.
Trató sobre cómo esta puede ser tan grande que puede cegarte,
hacerte ver las cosas de manera equivocada a pesar de que
claramente no es así como suceden las cosas y convertirte en un
imbécil aunque no lo seas.
Con respecto a Mal, lo que lo destruía en los últimos años era
saber todo el daño que le estaba haciendo a Savannah y a Tanner
y no poder decirlo. Una vez se casó con ella y logró lo que
quería, tener a la chica de sus sueños, no sabía cómo decir la
verdad sin perder a las dos personas más importantes para él.
¿Amó a Sav? Sí, solo que de una manera completamente
diferente a lo que ella y Tanner tenían. ¿Por qué renunció a ella
tan fácil? Porque la culpa lo estaba comiendo vivo ya que para
él era cada vez más obvio que ella no era la única que se había
obsesionado a raíz de su engaño. Su hermano también y
Malcolm no solo le había quitado a Tanner lo que más quería,
sino lo único que él había visto que él quería.
Y en su relación con Tanner simplemente era más fácil para él
sentir odio a culpa.
A darse cuenta de que estaba equivocado.
En lo referente al pasado, lo único que diré es que todos son
culpables de terminar en ese bucle y la vida para ustedes sería
más fácil si simplemente lo ven de esa manera en lugar de
buscar señalar a un solo personaje. Malcolm lo inició, pero
Tanner, Pauline, Sav y el resto lo siguieron.
Y todos son impostores, incluso quién lee esto.
Muchas gracias a todo el fandom tóxico (con amor) de la saga
por estar ahí siempre.
Este libro, al igual que el resto, solo se lo puedo dedicar en
verdad a ustedes y a todo el amor que sienten por la trama, el
cual les confieso que a veces es incluso mayor al que yo siento
porque escribir sobre estas personas a veces me pone enferma.
Pero así es la belleza de la fealdad de la naturaleza humana.
Te hace querer vomitar, pero aún así no puedes evitar abrir un
poco un ojo para apreciarla.
Con amor,
Oscary.

Siguiente Libro
Título desconocido (Impostores #4):
La vida nos ha enseñado que cuando finalmente crees que
conoces a una persona solo estás escalando en la punta del
iceberg de lo que es.
No juzgues.
No asumas.
Solo lee y conoce lo poco de mí que te compartiré porque me lo
has suplicado.
Si no te gusta nadie te está obligando a quedarte.
Lees esto bajo tu propio riesgo. Por culpa de tu curiosidad y de
tus ansias de jugar con fuego. ¿Y qué es lo que dicen de la
curiosidad y de esos juegos? No tengo que repetir ningún
estúpido refrán. Ya lo sabes.
Y yo también.
(Abril 2022).

Nuestra (Spin Off de Impostores):


Se suponía que Sofía solo sería la niñera de sus hijos.
Se suponía que el matrimonio gay que la contrató no la vería de
esa manera:
Como si quisieran devorarla.
Como si quisieran que se volviera adicta a ellos.
Pero lo hacen, ellos la quieren.
No solamente quieren una mujer que ame y cuide a sus hijos.
Buscan un nueva obsesión a la cual volverse adictos.
Y Sofía podría serlo.
Advertencia: contenido +21, homo y una gran cantidad de tríos
que no leíste en un solo libro antes.
(Libro ya en curso: historia de Weston, Ibor y Sofía

Escena postcréditos
Corpus Christi, Texas.
Seis meses antes.
A pesar de que sigo sin reproducir en mi mente lo sucedido en
ese restaurante de mariscos, no puedo evitar sonreír ante el
sonido que hace Casper al deslizarse de su tabla debido a la
fuerza de la ola que intentaba montar, cayendo al mar, y Lincoln
ríe viéndome y señalándolo. Subo mis gafas y achico mis ojos
debido al sol.
Ellos están aquí desde una semana con Julia, disfrutando de las
vacaciones de Lincoln de la escuela, y yo me reuní con ellos
aquí ayer porque estaba asegurándome de que todo estuviera
bien con Grace. En un par de semanas iré a visitarla de nuevo y
quizás me quede un mes o dos mientras busco una casa allí.
Quiero un sitio en el que la madre de mi hijo pueda estar con
tranquilidad y que no se parezca en lo absoluto a la jaula de
Callaghan, la cual sugirió ampliar.
Mi hijo no será una ave presa en su centro.
Su madre tampoco seguirá siéndolo, ni su odiosa ex con la que
al parecer tiene algo. Corinne es desagradable y odiosa, pero
intento ser cordial con ella por Grace Taylor. Se nota en sus ojos
cuánto la quiere y no deseo hacer nada que la lastime.
Más, al menos.
―Cariño ―dice Julia saliendo de mi casa en Corpus en un
bikini rojo, su cuerpo cubierto con un poco de harina en ciertos
lugares ya que se encontraba amasando el pan para las pizzas
caseras del almuerzo―. Te llaman.
Me tiende mi teléfono, el cual acepto tras ponerme de pie y
besarla.
Mi frente se frunce al identificar un número desconocido en la
pantalla.
―Dame un minuto y te acompaño.
―Bien ―murmura, sonriendo, antes de regresar al interior de
la casa.
Con mis ojos puestos en su bonito trasero, respondo.
―¿Buenos días?
―Buenos días, señor Reed. Lo contacto del Hospital Quentin
de Houston porque su nombre aparece en la ficha médica de
nuestra paciente, Savannah Campbell, como su esposo y
número de contacto en el caso de no poder contactar con ella,
el cual es el caso. ―Mi frente se arruga. Separo los labios para
decirle que ya no estamos casados, preocupado por Savannah y
considerando llamarla o ir a verla por un segundo, así me odie,
pero la enfermera se me adelanta―. Y también quiero
felicitarlo.
Mi ceño se frunce todavía más.
―¿Por qué me felicitaría?
―¡Porque usted será padre! ¡Hay un pequeño Reed en camino!
¿Qué...?
Mi garganta se seca.
Mi mundo entero empieza a dar vueltas.
No pude haber embarazado a dos mujeres a la vez.
Mujeres que actualmente no son mi pareja, sino Julia.
Sin importar cuán buen padre sea, siempre seré el imbécil que
no controló su pene, lo cual es gracioso tomando en
consideración que llevaba meses sin tener sexo con Savannah
antes de divorciarnos y que solo lo hice con Grace una vez.
Soy algo así como el mujeriego que ha tenido menos sexo.
―¿Cuántos meses?
Hay un sonido de papeleo antes de que responda.
―Tres y…
―Gracias por la noticia. Le enviaré el número del Reed al cual
debe notificarle esto.
Cuelgo, exhalando con alivio.
Un embarazo a la vez para manejar es más que suficiente.
Un Reed nuevo al año también debería serlo por el bien de la
humanidad.
Pero ahora son dos.
Al menos mi hijo tendrá un primo de su edad con el cual jugar
si sus padres lo permiten, pienso mientras tomo asiento
nuevamente en la tumbona y miro hacia Lincoln y Casper están
intentando procesar la noticia que acaban de darme.
Seré tío.
Tanner será padre.
De un hijo de Sav.
Mierda.
Final

También podría gustarte