Está en la página 1de 547

2

Esta traducción fue realizada por un grupo de personas fanáticas de la lectura


de manera con el único propósito de
difundir el trabajo de las autoras a los lectores de habla hispana cuyos libros
difícilmente estarán en nuestro idioma.
Te recomendamos que si el libro y el autor te gustan lo apoyes dejando tus
reseñas en las páginas que existen para tal fin y que compres el libro si este llegara
a salir en español en tu país.
Lo más importante, somos un foro de lectura
si te gusta nuestro trabajo no compartas
pantallazos en redes sociales, o subas al Wattpad o vendas este material.
3
Traducción
Mona

Corrección
Nanis
Kath
4
Niki26

Diseño
Bruja_Luna_
IMPORTANTE_________________ 3 CAPÍTULO VEINTITRÉS ________ 260
CRÉDITOS____________________ 4 CAPÍTULO VEINTICUATRO _____ 270
SINOPSIS ____________________ 6 CAPÍTULO VEINTICINCO ______ 287
DEDICACIÓN _________________ 9 CAPÍTULO VEINTISÉIS ________ 298
CAPÍTULO UNO ______________ 11 CAPÍTULO VEINTISIETE _______ 311
CAPÍTULO DOS ______________ 27 CAPÍTULO VEINTIOCHO _______ 318
CAPÍTULO TRES ______________ 44 CAPÍTULO VEINTINUEVE ______ 319
CAPÍTULO CUATRO ___________ 48 CAPÍTULO TREINTA __________ 336
CAPÍTULO CINCO _____________ 52 CAPÍTULO TREINTA Y UNO ____ 362
CAPÍTULO SEIS _______________ 56 CAPÍTULO TREINTA Y DOS _____ 365
CAPÍTULO SIETE ______________ 74 CAPÍTULO TREINTA Y TRES ____ 377
CAPÍTULO OCHO _____________ 83 CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO _ 395
CAPÍTULO NUEVE ____________ 92 CAPÍTULO TREINTA Y CINCO ___ 404
CAPÍTULO DIEZ _____________ 103 CAPÍTULO TREINTA Y SEIS _____ 405 5
CAPÍTULO ONCE ____________ 105 CAPÍTULO TREINTA Y SIETE ____ 413
CAPÍTULO DOCE ____________ 119 CAPÍTULO TREINTA Y OCHO ___ 431
CAPÍTULO TRECE ____________ 133 CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE __ 452
CAPÍTULO CATORCE _________ 157 CAPÍTULO CUARENTA ________ 461
CAPÍTULO QUINCE___________ 159 CAPÍTULO CUARENTA Y UNO __ 473
CAPÍTULO DIECISÉIS _________ 167 CAPÍTULO CUARENTA Y DOS ___ 474
CAPÍTULO DIECISIETE ________ 182 CAPÍTULO CUARENTA Y TRES __ 492
CAPÍTULO DIECIOCHO ________ 196 CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO 500
CAPÍTULO DIECINUEVE _______ 219 CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO _ 513
CAPÍTULO VEINTE ___________ 240 EPÍLOGO __________________ 527
CAPÍTULO VEINTIUNO ________ 242 YOU BEAUTIFUL THING, YOU __ 545
CAPÍTULO VEINTIDÓS ________ 254 ACERCA DE LA AUTORA_______ 546
Echo Adler odia a Reign Davidson. Él es la razón por la que
el amor de su vida la dejó sola y con el corazón roto hace dos años.
Así que debería ser fácil mantenerse alejado.
Debería ser fácil no soñar con sus ojos oscuros y malvados, o con sus sonrisas
crueles pero sexys.
Debería ser fácil no pensar en el tipo que arruinó su —felices para siempre.
Sólo que no lo es.
A veces sus miradas intensas le aceleran el corazón, y esas sonrisas suyas la
dejan sin aliento.
Pero tiene que parar.
Porque tiene una misión: volver con su ex novio. Y que le den a Echo si sigue
soñando con Reign.
El tipo que no sólo la enferma de odio, sino que además resulta ser el mejor
6
amigo de su ex.

NOTA: Se trata de una novela independiente


ambientada en el mundo de St.
7
8
Para todas las chicas buenas que han soñado con su “felices para siempre” con
un chico malo. Y lo ha escrito en su diario.

Para mi marido, ahora y siempre. El único hombre sobre el que he escrito en


mi diario.

9
Enamorado (n. f.):
Enamorado de alguien. O amar a alguien hasta la obsesión. Hasta la
enfermedad.

Odiador (n. f.):


Odiar a alguien. Y como resultado, estar obsesionado y poseído; estar enfermo
y consumido por ellos. Como su antónimo, enamorado.

10
Hace seis años.
Bardstown

E
s un criminal.
Tiene que serlo.
En primer lugar, viste todo de negro: vaqueros negros y una
sudadera negra con la capucha puesta. Nada menos que en verano.
Y segundo, está tendiendo con mucho cuidado y cautela una cuerda en el suelo.
También es una muy larga.
Al menos rodea los espesos arbustos que bordean este enorme patio trasero,
y se adentra bien en el bosque que hay detrás de ese patio trasero. Donde actualmente
estoy de pie detrás del grueso tronco de un árbol y observándolo en secreto. 11
O más bien vigilando su espalda, porque está de espaldas a mí, caminando
hacia atrás.
Cuando ha llegado lo suficientemente lejos, supongo, se detiene y se arrodilla
en el suelo, bloqueando completamente mi vista.
No puedo ver lo que está haciendo.
Por qué está doblado sobre esa cuerda.
Sea lo que sea, no puede ser bueno.
Incluso podría ser peligroso.
Lo prudente -prudente significa práctico; también conocido como factible,
realista, sensato, cuestión de hecho- es dar media vuelta y huir. Huir de él. Sobre todo
cuando nadie sabe que estoy aquí, vagando por el bosque en mitad de la noche, y no
en mi habitación, durmiendo como debería.
En mi defensa, esta noche es especial.
Además no podía dormir en mi nueva cama, en la nueva casa, en un nuevo
lugar.
Mis padres y yo llegamos aquí la semana pasada.
Ambos consiguieron un nuevo trabajo, así que hicimos las maletas, dejamos
nuestro antiguo apartamento de Brooklyn y nos vinimos a Bardstown para empezar
una nueva vida. A diferencia de Brooklyn, aquí todo es super abierto: nuestra gran
casa de dos plantas; estos bosques por los que estoy dando un paseo improvisado; el
patio trasero más allá, la gigantesca mansión más allá del patio trasero.
Pero no voy a mentir, echo de menos Brooklyn. Echo de menos a mis amigos,
mi antigua escuela, incluso nuestro viejo apartamento destartalado que tenía más
goteras y tablas del suelo chirriantes que no. Pero no pasa nada. Mi madre siempre
dice que uno hace sacrificios por la gente que quiere. Que así es el amor.
Comprometerse. Para hacer ajustes y ser bueno con las personas que quieres.
Así que soy feliz mientras mis padres lo sean.
Excepto por esto.
No estoy contenta con esto, sea lo que sea que este chico está haciendo.
Quiero decir, si realmente está haciendo algo malo, ¿no debería enfrentarme
a él? ¿No debería detenerlo? Soy nueva aquí, sí, pero estos son mis bosques ahora.
Esta es mi casa, mi propiedad y mi finca.
Bueno, técnicamente no.
Sólo vivimos aquí, pero…
—Sé que estás ahí.
Al oír esas palabras, mis pensamientos se detienen en seco. 12
Sus palabras.
Él las dijo, ¿verdad?
Sí, lo hizo.
Aunque no se haya dado la vuelta ni haya dejado de hacer lo que sea que esté
haciendo.
¿Pero qué hace?
—Puedo oír tus jodidos pensamientos desde allí.
Esta vez, no tengo ninguna confusión sobre quién ha hablado porque sus
hombros se tensan y sus brazos se sacuden, como si todo su cuerpo hablara junto con
sus labios.
O más bien espetándome.
Lo que hace que mi espalda se levante y clave mis dedos en el maletero.
—No son jodidos pensamientos.
Al oír esto, por fin se detiene y se endereza, ladeando ligeramente la cabeza
como si me estuviera prestando atención. Lo único que no hace es darse la vuelta
mientras dice:
—¿Qué?
Sé que no puede verme, pero aun así levanto la barbilla y le respondo:
—Sólo son pensamientos. Punto. No jodidos.
Bueno, eso sonaba mucho mejor y más inteligente en mi cabeza, lo juro.
Además, no tiene gracia.
Pero aparentemente la tiene porque lo hace soltar una risita en respuesta, sus
hombros se mueven de nuevo.
Y esta vez noto que son anchos.
Probablemente porque ahora se ha enderezado y no está encorvado sobre esa
cuerda suya. De hecho, sus hombros son más anchos que los de cualquier chico de
mi clase, ya sea en mi antigua escuela o en la nueva.
—Nada jodidos, ¿eh? —balbucea—. Bueno, hay mucho que desempacar ahí, en
esa declaración. Pero no creo que quieras ir allí. —Frunzo el ceño para saber a qué
se refiere, pero sigue—. Así que, ¿por qué no me dices en qué estás pensando?
Su tono me hace entrecerrar los ojos.
En realidad todo sobre él me hace entrecerrar los ojos.
El hecho de que suene tan divertido, su voz gruesa y áspera -otra cosa que me
he encontrado por primera vez; ningún chico de mi antiguo colegio o del nuevo suena
como él- y que todavía no se haya girado para mirarme a la cara mientras habla, como 13
si pensara que no merezco que me miren a los ojos mientras hablo.
La pura arrogancia.
El puro engreimiento, la altivez, la arrogancia.
¡El egoísmo!
Eso me hace salir de mi escondite -no era un buen escondite de todos modos,
puesto que él ya me había visto- y poner las manos en las caderas mientras digo:
—Estoy pensando en lo grosero que es que me estés hablando y aún no te hayas
dado la vuelta y me hayas enseñado tu cara.
Esta vez creo que no he dicho nada ni remotamente gracioso, pero aun así se
ríe.
Es casi una carcajada, en realidad, y exhalo bruscamente, dispuesta a decir
algo más, algo aún más severo, pero él se levanta tan deprisa y se da la vuelta tan
repentinamente que cierro la boca de golpe.
Y simplemente mira fijamente.
Y contemplo, boquiabierta, atónita y embobada su rostro por primera vez.
Una cara que parece… verano.
Ese es mi primer y muy disparatado pensamiento. ¿Cómo puede alguien
parecerse a una estación?
Pero lo hace.
A pesar de su vestimenta totalmente negra, parece mi estación favorita.
Probablemente porque su piel está muy bronceada.
Es tan playero y bronceado. Como si hubiera estado al sol mucho tiempo. Y
que potencialmente podría estar ahí fuera incluso más tiempo y nunca quemarse.
Además de todo ese cabello.
Que puedo ver ahora que se le ha caído la capucha.
Y aunque su cabello es oscuro, tan oscuro como su ropa, sigo pensando que
tiene un look de surfista.
Probablemente porque es largo, le cae sobre las cejas y a los lados de la cara,
rozando el cuello de la sudadera, suelto, ligeramente ondulado y desordenado.
Así que sí, verano.
A pesar de ser todo oscuro y… peligroso.
—¿Has terminado de mirar, Bubblegum?
Me sobresalto y mis ojos se encuentran con los suyos.
También son oscuros.
Probablemente negros o un tono muy oscuro de marrón; ahora mismo no lo sé. 14
Sólo puedo decir que tienen un destello.
—No estaba… —digo, mis manos salen de mis caderas y simplemente caen
flácidas a mis lados ahora—, mirando.
Mentirosa.
Eres una mentirosa, Echo.
Él también lo sabe, y por eso de nuevo lo divierten mis palabras.
Pero esta vez no se ríe.
Simplemente deja que su boca se curve en una sonrisa ladeada. Y creo que es
peor porque su sonrisa no es sólo una sonrisa. Es una mueca, y le hace parecer aún
más arrogante.
—Bien —dice—. Porque entonces tendría que decirte lo que estaba pensando.
—¿En qué estabas pensando? —pregunto antes de poder contenerme.
Sus ojos brillan un poco más.
—Sobre lo grosero que es que me estés mirando y aún no me hayas dicho tu
nombre.
Tu nombre…
Sus palabras, que vuelven a sonar arrogantes, me ponen al corriente de que
me acaba de llamar algo, ¿no?
Bubblegum.
Me llamó Bubblegum.
Sólo de pensarlo se me revuelven las entrañas.
Ignorándolo, pregunto:
—¿Cómo me acabas de llamar?
Sus labios permanecen torcidos mientras se encoge de hombros.
—Tenía dos opciones: Bubblegum o strawberry. —Y luego dice—: No me
gustan las fresas, así que elegí Bubblegum.
¿Por qué me llamaría así? ¿Qué significa…?
Sabes qué, no me importa.
Cruzo los brazos sobre el pecho y respondo:
—Pues a mí no me gusta Bubblegum.
—Entonces deberías decirme tu nombre.
—Nunca te diré mi nombre.
—Nunca es mucho tiempo, Bubblegum.
—Deja de llamarme así.
—No puedo. —Menea la cabeza lentamente—. Eres un demasiado rosa.
15
—¿Qué?
—Rosa… —repite antes de apartar los ojos de mi cara y dejar que recorran mi
cuerpo.
Mi vientre vuelve a rugir mientras sigo su mirada, mirándome a mí misma.
Que es cuando por fin me doy cuenta.
Lo que está diciendo y por qué me llamó Bubblegum en primer lugar.
—Tú —termina de decir y mis ojos vuelven a posarse en los suyos.
Brilla aún más, su mirada.
Y hace que mi vientre se revuelva más fuerte. A lo que no ayuda el hecho de
que tiene razón.
Como que soy rosa.
O mejor dicho, mi vestido lo es.
Mi flamante vestido con superposición de encaje -lo primero que me
compraron mis padres para celebrar sus nuevos trabajos y la ocasión especial de esta
noche- que adoro absolutamente.
—No soy rosa —le digo—. Mi vestido es rosa.
Sin dejar de mirarme, añade:
—Y las uñas de tus pies. Tus sandalias. —Levanta la barbilla—. Y esa cinta en
el pelo. Todo rosa. Como chicle de mascar rosa, Bubblegum.
Bien, ya es oficial.
Creo que no me gusta mucho.
Sea quien sea.
—Así que voy toda de rosa. ¿Y qué? No es que me lo ponga todos los días. Hoy
es una ocasión especial, ¿de acuerdo?
—Sí, ¿cuál es la ocasión especial?
Frunzo los labios.
—No te lo voy a decir.
Sus ojos brillan mientras dice:
—Empiezas a romperme un poco el corazón, Bubblegum.
Ante sus palabras en voz baja, todo el aire se me escapa de los pulmones.
Por no hablar también de sus acciones.
Al hecho de que se ponga una mano en el pecho y se frote el punto justo encima
del corazón, como si realmente se lo estuviera rompiendo. 16
Dios, ¿quién es este tipo?
Nunca había conocido a nadie como él.
Ni siquiera sabía que existían tipos como él.
Sin embargo, me obligo a respirar y pregunto:
—¿Qué haces aquí, en el bosque?
Mi pregunta no le inquieta lo más mínimo. De hecho, ya tiene una respuesta.
—Siendo interrogado por Bubblegum.
Mis fosas nasales se agitan y sus labios se crispan ante mi disgusto.
—¿Por qué tienes esa cuerda? —Lo miro, tirado en el suelo a su lado—. ¿Qué
vas a hacer con ella?
—Magia.
—¿Es algo malo?
—Define malo.
—Lo es, ¿verdad?
—¿Tienes miedo?
—No.
No parezco muy convincente, ni siquiera para mí misma. Y él sonríe. Como si
le gustara. Como si la perspectiva de asustarme le pareciera divertida. Y luego dice:
—Porque si lo tuvieras, te diría que no tienes nada de qué preocuparte.
—¿Pero alguien más… lo hace?
—Tú no. —Sacude la cabeza lentamente—. Eso es todo lo que necesitas saber.
—No creo…
—Además, no es asunto tuyo —me interrumpe, levantando una ceja
arrogante—. ¿Lo es?
—En realidad es asunto mío.
—¿Y cómo es eso?
—Porque estos son mis bosques.
—Tu bosque.
—Sí, vivo aquí.
Por fin, por fin, toda la diversión y la arrogancia se borran de su cara.
Estoy tan contenta que me cuesta no sonreír y mantener mi propia expresión
arrogante, pero lo hago.
Cualquier cosa con tal de darle la vuelta a la tortilla.
Cualquier cosa. 17
—Vives aquí.
Asiento con la cabeza.
—Sí.
—Aquí —dice, y sus ojos vuelven a recorrer mi cuerpo—. ¿En la mansión?
Mi corazón se sacude en mi pecho.
Por varias razones.
En primer lugar, se trata de una pregunta muy concreta. Y la respuesta es no.
No vivo en la mansión.
Vivo en la casa de carruajes, justo enfrente de la mansión, también conocida
como los aposentos de la servidumbre. A decir verdad, aún no he entrado en la
mansión.
Y segundo, porque he decidido mentir y decirle que sí de todas formas.
Me doy cuenta de que mentir es malo.
Mis padres se van a poner muy tristes si algún día se enteran.
Pero lo he pensado y mentir es el único paso lógico.
Si le digo que esta es mi casa y mi propiedad, se va a sentir intimidado. Me va
a tener miedo y eso debería acabar con su estúpida expresión de suficiencia.
Además, puede que le impida llevar a cabo sus nefastas -también conocidas como
malvadas, pecaminosas, atroces, odiosas, etc.- intenciones.
Así que todos salimos ganando.
Se miente por una buena causa.
Respirando una bocanada de aire, respondo:
—Sí.
Sus ojos se entrecierran mientras me estudia durante uno o dos segundos. No
pasa nada. Es comprensible.
Probablemente esté aturdido por mi revelación.
Y el hecho de que se está metiendo con la chica equivocada.
Una chica poderosa.
—Así que eres una de los Davidson —dice.
—Lo estoy.
No lo soy.
Soy de los Adler -Echo Adler- quienes trabajan para los Davidson. Mi madre es
una de las nuevas cocineras y mi padre es el nuevo jardinero jefe. Pero él no va a 18
saber eso. Él es…
Espera un segundo.
¿Y si lo sabe?
Quiero decir, él está aquí, ¿no? En la finca de los Davidson, ¿y si conoce a todos
los Davidson? ¿Y si es amigo de ellos, de uno de sus hijos? He oído que tienen dos,
ambos mayores que yo y ambos viviendo fuera de la ciudad, uno en la universidad y
el otro en un internado.
Dios mío.
Dios mío.
—¿Los conoces? —pregunto, o más bien chillo en realidad.
Se queda en silencio durante un segundo o dos y me parece ver una sonrisa, o
más bien una mueca, formándose en su boca, pero desaparece tan rápido que
definitivamente creo que me la he imaginado.
Encogiéndose de hombros, dice:
—He oído hablar de ellos. —A continuación, con sus ojos recorriendo mi cara—
. Aunque no sabía que tenían a un lindo Bubblegum viviendo entre ellos.
Bien, gracias a Dios.
Gracias. A Dios.
Me siento tan aliviada que ni siquiera voy a ofenderme porque me llame por
ese ridículo nombre que me retuerce las entrañas. Pero…
¿Acaba de decir “pequeño y lindo Bubblegum”?
Me llamó… linda.
—Ahora ya lo sabes. Así que… —Me aclaro la garganta, ignorando todo una
vez más—. Sea lo que sea que estés intentando hacer, no lo hagas.
—¿Sí?
—Sí.
Sus ojos oscilan entre los míos.
—¿O qué?
Frunzo el ceño.
—O yo…
—Tú —insiste.
Exhalo bruscamente.
—O llamo a seguridad.
Extrañamente, mi amenaza hace que su boca se estire en una sonrisa. 19
Y una vez más, me quedo sin aire en los pulmones durante uno o dos segundos.
Porque esa sonrisa suya no es más que una sonrisa -pequeña, ladeada y… hasta
cariñosa- y no una mueca.
—Porque eres uno de los Davidson y esta es tu mansión —murmura.
—Sí.
Tarareando, me hace un gesto con la barbilla.
—Entonces, ¿para qué es esta fiesta?
Bien.
Hay una fiesta.
Está sucediendo en el patio trasero ahora mismo, justo más allá del bosque.
Oigo las risas, las conversaciones y la música que se cuela entre los árboles.
Otra de las razones por las que esta noche no he podido dormir y he decidido dar un
paseo. Por el ruido y porque mis padres trabajan, así que salir a escondidas era fácil.
No es que yo sea de las que se escabullen, pero aun así…
La fiesta es en honor del hijo mayor de los Davidson, Homer Davidson. Creo
que acaba de graduarse en la escuela de negocios y ahora se dispone a viajar al
extranjero para encargarse de la división europea del Hotel Davidson.
—¿Por qué? —pregunto con suspicacia.
—La misma ocasión que mencionó antes, supongo.
—Yo…
—Espera, ocasión especial. Eso requiere que estés tan —me mira de arriba
abajo otra vez—, rosa.
—Yo no.... —Sacudo la cabeza—. No es asunto tuyo la ocasión que sea. Todo lo
que necesitas saber es que no puedes arruinarlo.
—¿Qué tal si me dices cuál es la ocasión especial y prometo no arruinártela?
—¿Qué tal si prometes no arruinarlo y no llamaré a seguridad?
De nuevo mi amenaza tiene un efecto mínimo en él.
—Entonces, me temo que no podemos llegar a un acuerdo.
Se lleva el brazo al bolsillo, posiblemente buscando algo, y yo le digo:
—Es mi cumpleaños.
Hace una pausa, su atención se centra completamente en mí.
Maldita sea.
No puedo creer que cedí. No puedo creer que se lo dijera.
Lo primero cierto en todo esto.
Es mi cumpleaños. 20
Esa es la ocasión.
Por eso, cuando no podía dormir, decidí ponerme mi vestido de cumpleaños y
dar un paseo a medianoche.
—Tu cumpleaños.
Suspirando, continúo:
—Sí. —Mis ojos van a su brazo que sigue en su posición, a su espalda, muy
posiblemente en su bolsillo—. Y no puedes hacer lo que sea que ibas a hacer.
—¿Cuántos años cumples hoy?
Me echo atrás.
—No te estoy diciendo eso.
—¿Quince?
—Eso no formaba parte del trato.
—No —musita, sus ojos escrutando mi cara—, catorce, ¿verdad?
—Te he dicho lo que querías saber. Ahora, ¿puedes traer tu brazo al frente por
favor?
—Por Dios, no me digas que tienes trece años —sigue adivinando, haciendo
hincapié en “trece”.
—¿Qué, por qué?
—Porque eso te haría demasiado joven.
—¿Para qué? —Estoy tan confundida ahora mismo pero eso no me importa. Sólo
me importa su mano en la espalda—. Escucha, lo prometiste, ¿bien? Prometiste que
no arruinarías la fiesta si te decía lo que querías saber y lo hice. Y una promesa es una
promesa. Una promesa es un juramento. Es una promesa; es una palabra de honor. Es
un pacto, un compromiso, un contrato y un voto. Es un maldito vínculo.
Me doy cuenta de que probablemente no podría haberme vuelto tan loca
enumerando todos los sinónimos.
Pero entonces estoy estresada. Él me estresa. Y cuando estoy estresada,
encuentro consuelo -también conocido como alivio- en el lenguaje y las palabras.
—No sabía que una promesa pudiera ser tantas cosas —dice, en voz baja por
alguna razón, sus ojos se vuelven serios.
—Podría ser porque… —Me tomo un momento para recuperar el aliento—.
Sinónimos.
—Sinónimos.
—Sí.
—¿Qué pasa con ellos?
21
Otro momento para respirar.
—Me gustan. Me gustan los sinónimos. Y las palabras. Soy logófila.
—¿Qué es un logófilo?
—Es como se llama a alguien que ama las palabras en general.
Sigue mirándome y observándome y abro la boca para decirle que pare
cuando habla.
—Dime que no tienes trece años.
Su voz ha bajado. Más profunda.
Y mi corazón late aún más fuerte ahora por ello.
—No tengo trece.
—Entonces catorce.
—Primero dime que cumplirás tu promesa y no arruinarás mi fiesta de
cumpleaños.
Me mira fijamente.
—No lo haré.
Exhalo un suspiro de alivio, o lo habría hecho si él no hubiera hecho lo que
hace en el momento siguiente.
Adelanta el brazo, pero no porque haya abandonado su plan. Sino porque tiene
en la empuñadura lo que quería sacar del bolsillo, una cosa rectangular negra que
enciende con un movimiento del pulgar.
Una llama naranja cobra vida, haciendo brillar su piel veraniega durante uno o
dos segundos antes de que se dé la vuelta y caiga al suelo. En un instante, prende
fuego a la cuerda.
Lo observo todo con el corazón atronador, como a cámara lenta.
Esa chispa solitaria de fuego corriendo a lo largo de la cuerda. Justo cuando
desaparece al doblar la esquina, salgo de mi asombro y corro hacia donde está él, de
espaldas a mí.
—¿Qué has…? —Exhalo, con el pecho agitado—. Me lo prometiste. Prometiste
que no me arruinarías la fiesta. Tú…
Sucede entonces.
Esta enorme explosión. Este boom que destruye todas mis palabras.
Y sigue ocurriendo.
Las explosiones se suceden hasta que se convierten en una cacofonía continua
de sonidos. Mezclados con jadeos de sorpresa y gritos de la gente. Estoy a punto de
gritar también cuando algo se ilumina.
22
Arriba, en el cielo.
Destellos rojos y verdes.
Cientos y cientos de pequeñas chispas centelleantes cayendo del cielo.
Como la lluvia.
Tan espesa y brillante que la noche se convierte en día.
Fuegos artificiales.
Encendió fuegos artificiales.
Es tan inesperado después de lo que acababa de pensar, este magnífico
despliegue de luz y sonido, que yo también hago algo inesperado.
Suelto una carcajada solitaria pero sonora.
—Esto es… —Susurro por encima del crepitar de los fuegos artificiales y de los
gritos y jadeos de la gente—. Esto es hermoso.
—Sí.
Sus palabras en voz baja me hacen mirarle.
Sólo para descubrir que ya me está observando, con las sombras bailando en
su rostro y sus ojos brillando aún más. Y me doy cuenta de dos cosas a la vez.
Primero, que no está hablando de los fuegos artificiales. Su silencioso “sí” se
refería a otra cosa.
Alguien más. Alguien como yo.
Y por muy chocante que sea esta revelación -como cuando me llamó linda-, la
segunda es mucho más chocante para mí.
El hecho de que esas sombras danzantes le hagan parecer… hermoso.
Y sexy.
Dios, es sexy.
Nunca había pensado eso de un chico. Claro, he visto un montón de chicos
guapos, chicos lindos. Pero creo que nunca he visto a un tipo que sea a partes iguales
hermoso y sexy.
Esto es una locura.
¿Verdad que sí?
Pero espera, hay más. Hay una tercera comprensión.
Que sus ojos son oscuros, sí -marrones chocolate para ser concretos-, pero eso
no es todo. También tienen matices rojos. Ahora me doy cuenta porque estoy muy
cerca de él y el cielo nocturno parece arder.
—Y no lo hice —dice, observándome.
—¿No hiciste qué?
23
—Arruinar tu fiesta.
—Tú…
—Porque esta no es tu fiesta, ¿verdad?
Abro mucho los ojos. Igual que su sonrisa.
Pero antes de que ninguno de los dos pueda decir nada, una voz extraña nos
distrae a ambos.
—Lo encontré. —Algo de estática aparece antes de que la voz continúe—: Sí, lo
llevaré ahora.
Sus palabras suenan siniestras, y cuando aparece a la vista, con su walkie talkie
y todo, tampoco me gusta su aspecto. Es grande y robusto y, por lo que parece, un
guardia de seguridad.
Se detiene a unos metros de nosotros y se dirige al tipo que acaba de incendiar
el cielo.
—¿Te diviertes?
Ante la irritada pregunta del guardia, se vuelve hacia él y se encoge de
hombros.
—Podría decirse que sí.
—Asustaste a mucha gente, muchacho.
—Lo he oído, sí.
El hombre sacude la cabeza.
—Tu padre quiere verte.
—Eso pensé.
—¿Vas a venir fácilmente?
—Podría —reflexiona—, pero como me gusta divertirme, voy a decir que no.
El hombre suspira.
—No voy a correr detrás de ti, muchacho. No me pagan lo suficiente para esa
mierda, ¿de acuerdo?
—Sí, mi padre es un idiota tacaño. A pesar de la creencia popular. —Ladeando
la cabeza, continúa—: Por suerte para ti, no me parezco al viejo. ¿Qué tal si me dejas
ir y te pago el doble de lo que te pagan por un mes?
El hombre le mira fijamente durante unos segundos antes de dar un paso
adelante.
—Vamos, Reign. Vámonos.
—Reign… 24
Ese era yo.
Ya lo he dicho.
Su nombre es Reign.
Conozco ese nombre. Sé quién es Reign.
Lo sé.
Levanto los ojos y, de nuevo, me encuentro con que ya me está mirando. Me
completa su nombre.
—Davidson. Ese soy yo. Aunque probablemente no por mucho tiempo. Ya que
mi padre quiere verme.
—Esta es…
De nuevo, termina la frase por mí.
—Mi fiesta, sí. Bueno, la de mi hermano.
Trago saliva, horrorizada, ruborizada.
—Yo… yo no…
Sus ojos, tan únicos e interesantes y aún ardientes, recorren mis rasgos.
—Sí, no ayudas, Bubblegum.
—¿Q-qué?
—Si no quieres que te llame Bubblegum, deberías dejar de ser tan rosa.
Antes de que pueda decir algo más, el guardia habla.
—Vamos, muchacho. No tengo todo el día.
Pero el tipo, Reign, no se mueve.
No deja de mirarme.
—Dime tu nombre.
—Echo.
Algo se mueve entonces sobre sus facciones.
Algo como… alivio mezclado con una emoción misteriosa.
Sea lo que sea, hace que mi respiración se entrecorte. También me hace sentir
alivio.
Porque se lo dije. Se lo dije.
Lo cual es raro porque no quería.
—Echo.
Asiento y, ahora que le he dicho mi nombre, sale el resto de mi historia.
—Adler. Echo Adler. Yo… Mis padres trabajan para los tuyos. Acaban de
empezar. Mi madre es cocinera y mi padre es jardinero. Yo vivo… 25
Mis palabras se detienen bruscamente cuando el hombre da un paso adelante
y, en un alarde de agresividad, agarra a Reign por el brazo.
—Oye, ¿qué demonios? —Pregunto, en voz alta y con rabia—. Déjalo ir.
El guardia me lanza una mirada desdeñosa antes de tirar de los brazos de Reign
y empezar a arrastrarlo.
Abro la boca para protestar de nuevo, pero Reign no me deja.
—¿Dónde vives?
Tragando saliva, respondo:
—En la casa de carruajes. Justo enfrente de… tu mansión. ¿Estarás…
—¿Estaré qué?
Lo veo alejarse cada vez más, con el brazo aún agarrado por el hombre. Y es
un agarre fuerte. Debe estar haciéndole daño. Tiene que dolerle.
—¿Vas a estar bien? —pregunto, preocupada.
Una sonrisa ladeada se dibuja en sus labios. Luego, ignorando mi pregunta,
hace una de las suyas.
—¿Cuántos años tienes?
—Doce.
Sin embargo, no llego a ver lo que pasa por sus facciones al oír mi respuesta.
Porque está casi al final, en la esquina del bosque y el patio trasero, demasiado lejos
para que pueda ver nada, pero me parece oír una maldición murmurada.
Entonces:
—Bueno, feliz cumpleaños, Echo.
Son sus últimas palabras antes de desaparecer.
Y me quedo aquí, mirando el lugar donde estaba hace sólo un segundo.
Oír resonar mi nombre -como su homónimo- en su voz, a través del bosque.
Y en mi corazón.

26
Hace cinco años.
Bardstown

A
veces todavía lo oigo.
Mi nombre en su voz, resonando en el bosque.
Sé que es una locura y sé que ha pasado un año desde aquella
noche pero aun así.
Es aún más loco cuando piensas en el hecho de que ni siquiera vive aquí, en la
mansión, en Bardstown. Vive en Connecticut, en un elegante internado.
Se rumorea que fue una forma de que sus padres se lavaran las manos.
También se rumorea que hay un millón de rumores sobre él.
Sobre el segundo hijo de los Davidson. 27
El hijo malo, el hijo rebelde.
El hijo que sólo les ha traído problemas desde que los Davidson tienen
memoria. Y recuerdan mucho.
Como la vez que lo detuvieron a los doce años por destrozar su colegio, que
fue cuando lo mandaron a ese internado. Luego fue suspendido de dicho internado
por ser pillado vendiendo el examen final antes de los exámenes finales; tuvieron que
hacer una gran donación a la escuela para mantener su plaza.
Hubo un tiempo, incluso antes de esto, en que robó el auto nuevo de su padre
-tenía once años, dicen- y se lo llevó de paseo por la ciudad. Hasta que la policía le
pilló, en algún lugar del pueblo vecino de Wuthering Garden, estacionado en el
aparcamiento de un supermercado, donde había pagado a alguien para que le
comprara cerveza.
Y esto es sólo arañar la superficie.
No hay norma que no haya infringido ni delito que no haya cometido.
Nómbralo y ya lo ha hecho.
Mientras tanto, el hijo mayor de los Davidson, Homer Davidson, es la
personificación del buen comportamiento. Es un hijo obediente y un joven y brillante
hombre de negocios, todo un heredero de la dinastía Davidson.
Era fácil encontrarlo todo, todos los rumores, las historias, las anécdotas.
La gente habla mucho de él por aquí, el personal de cocina, el de limpieza, los
chóferes, los jardineros, los guardias, etcétera. Hablan de lo desafortunado que es
que los Davidson tengan un hijo que siempre está empeñado en avergonzar su
nombre, de lo injusto que es para los Davidson porque no han hecho nada para
merecerlo.
Howard Davidson es un buen empresario. Un ciudadano y empresario
respetado, generoso y amable. Y creo que puedo dar fe de ello de primera mano; el
señor Davidson dio trabajo a mis padres cuando más lo necesitaban. Nos dio un lugar
donde quedarnos, nos ayudó a mudarnos, etcétera.
Pero esa no es la cuestión.
La cuestión es que yo también tengo una historia sobre él.
Una anécdota.
De cómo le conocí la noche de mi duodécimo cumpleaños y prendió fuego al
cielo. Cómo convirtió la noche en día.
Pero no se lo he contado a nadie.
Porque no me dejo llevar por cotilleos ni juicios. Pero sobre todo porque
tampoco se lo ha contado a nadie.
Sobre cómo le mentí.
28
Cómo hilaba historias la noche que nos conocimos.
De hecho, me lo he preguntado.
Cuando se me pasó el shock de la noche, me di cuenta de la enormidad de lo
que había hecho. La maldad, lo horrible, el horror y la depravación de mi mentira
empezaron a calar hondo.
Y me preocupé mucho.
Esperaba y esperaba a que mis padres me llamaran desde mi habitación y me
preguntaran por lo malo que había hecho. Sobre salir a escondidas y vagar por el
bosque a medianoche. Sobre la mentira que había dicho y cómo esa mentira había
hecho que los despidieran.
Esencialmente fingí ser la hija del rey cuando en realidad soy la hija del
jardinero del rey y de la cocinera, ¿no? Por supuesto que habrían sido despedidos
por ello.
Y Dios mío, eso habría sido un desastre.
Especialmente dada la condición de mi padre. Trabajaba en construcción en
Brooklyn, pero un accidente le impidió trabajar muchas horas. Así que no sólo le
despidieron, por un mero tecnicismo para justificarlo, sino que además no pudo
encontrar trabajo durante mucho tiempo. Así que mi madre tuvo que trabajar en dos
empleos diferentes para hacerse cargo.
Sus empleos en la mansión Davidson eran una bendición.
Mi imprudente mentira podría haber arruinado todo eso.
Pero no pasó nada.
Nadie se enteró de lo que hice, y supe que fue gracias a él.
Porque nunca me delató.
Guardó mi secreto, ¿verdad?
No tenía que hacerlo, pero lo hizo.
Y no voy a pagarlo cotilleando sobre él.
Así que siempre que hablan y especulan, lo único que hago es callarme y
simplemente escuchar. Y bueno, escuchar con atención.
Por eso sé que ha vuelto.
Después de todo un año, ha vuelto de Connecticut por unos días. Y por eso
estoy aquí.
Vagando por el mismo bosque.
Casualmente, también el mismo día que el año pasado, mientras se celebra
otra fiesta en el patio trasero.
De nuevo, esto es en honor de Homer Davidson; sus padres hacen muchas 29
fiestas para él. Sus padres hacen muchas fiestas en general, pero de nuevo, ese no es
el punto.
La cuestión es que sé que esto es una locura. Lo que estoy haciendo no tiene
sentido.
No tiene ninguna lógica.
No hay garantía de que vaya a encontrarme con él de nuevo.
Pero yo…
Tenía que hacer algo; está aquí.
Quiero decir, tengo que verlo.
Tengo que hacerlo.
—¿Me buscabas?
Al oír la voz que viene de detrás de mí, el corazón me da un vuelco en el pecho.
Y me doy la vuelta.
Y yo… Dios, es más grande.
Que la última vez que lo vi.
Es más alto. Más ancho. Y ya era bastante alto y ancho por lo que recuerdo.
Sus hombros, que ya eran más grandes que los hombros de cualquier otro
hombre que conozco, parecen ahora capaces de abarcar la puerta de mi dormitorio.
Su pecho parece capaz de tapar la vista del bosque y la mansión desde mi ventana.
Por no hablar de que parece que puede elevarse tan fácilmente sobre la cama
con dosel en la que duermo.
Puede tan fácilmente elevarse sobre mí.
Además sigue pareciendo mi estación favorita.
A pesar de que todavía lleva ropa oscura.
Sigue pareciendo finales de junio con su piel bronceada y ese largo pelo
oscuro de surfista.
—¿Has terminado de mirar, Bubblegum?
Mis ojos se disparan hacia los suyos y como sus palabras son una repetición de
lo que me dijo hace un año, las mías también lo son.
—No estaba… mirando.
Sus labios, que ahora noto más carnosos que el año pasado, se estiran en una
mueca. Su típica sonrisa arrogante hace que mi corazón, ya de por sí acelerado, se
acelere aún más. 30
—Bien —dice—. Porque si lo estuvieras, entonces tendría que decirte lo que
estaba pensando.
—¿En qué estabas pensando?
Sus ojos que sé que tienen matices rojos me miran algo fieros antes de decir:
—Sobre que no me equivoqué y que no lo soñé.
—¿Soñar qué?
—Tú —luego añade—, O lo rosa que eres.
Sin aliento, empuño mi vestido. Que es rosa. Otra vez.
—Es… una ocasión especial —le digo.
—Lo sé.
Bien, tengo que confesar algo.
Cuando mi madre me preguntó qué quería para mi cumpleaños este año y le
dije que un vestido rosa, no estaba dispuesta a admitirlo. Cuando me lo puse esta
noche antes de salir a pasear a medianoche, tampoco estaba preparada para
admitirlo.
Pero ahora tengo que hacerlo, creo.
Que lo hice todo por él.
Quería que se diera cuenta, por si me lo volvía a encontrar.
Y ahora que lo ha hecho, no sé qué hacer.
No sé qué decir excepto:
—Y no me llames así.
—Es strawberry o Bubblegum. —Le brillan los ojos y sacude lentamente la
cabeza—. No me gustan las fresas.
—¿Qué tal si usas mi nombre?
El que he estado escuchando en su voz durante el último año.
No es que se lo vaya a decir.
Porque como he dicho, esto es una locura.
Todo esto es una locura.
El hecho de que yo esté aquí, vestida de rosa, y él esté aquí, llamándome
Bubblegum porque voy vestida de rosa, y nos estemos viendo después de
exactamente un año.
Pero se me ocurre algo.
—Lo sabes… es decir, recuerdas cómo me llamo, ¿verdad?
Porque, ¿y si no lo hace? 31
Existe esa posibilidad, ¿verdad?
Que yo esté loca no significa que él también lo esté. Y sí, por lo que parece
recuerda muchas cosas de esa noche, pero tal vez… ¿lo olvidó?
Esta pequeña cosa.
Mi pregunta convierte su mueca en una sonrisa. Una muy pequeña.
En realidad ni siquiera es una sonrisa en sí. Es más como un movimiento de sus
labios.
—Sí —responde, todavía estudiándome intensamente.
Sintiendo que el rubor se apodera de mis mejillas, recojo un mechón rebelde
y empujo:
—Bueno, ¿qué pasa?
Ante esto, su sonrisa se ensancha.
Como si hubiera dicho algo divertido.
Como si preguntarle si recuerda o no mi nombre fuera algo tan gracioso.
Y sabes qué, a pesar de pensar constantemente en aquella noche durante todo
el año, yo también había olvidado una cosita. Había olvidado lo enojada que me hizo
la última vez.
Qué arrogante era y con qué facilidad me irritaba.
—Tu nombre, ¿eh? Bueno, veamos… —Entrecierra los ojos como pensando y
caramba, estoy a punto de estrangularle—. Por lo que recuerdo, tu nombre también
se conoce como reverberación, reflejo y resonar. ¿No es así? —hace una pausa antes
de añadir—: ¿Echo?
Oh.
De acuerdo.
Quiero decir…
Así que se acuerda.
No sólo eso, también recuerda mi amor por las palabras. Y Dios mío, mi corazón
late con fuerza. Me zumban las venas y siento un aleteo en la barriga.
—Eres un imbécil —le digo, por hacerme creer que no lo recordaba.
Su sonrisa se ensancha cuando dice:
—Tu turno.
—¿Qué?
—Di mi nombre.
El loco palpitar de mi corazón se vuelve más loco mientras respondo: 32
—Reign. —Sus ojos se vuelven aún más brillantes y trago saliva antes de
continuar—: También conocido como mandar y gobernar. O estar en el poder o
dominar.
—Dominar.
—Sí.
—Me gusta cómo suena eso —dice, sin dejar de mirarme con la misma
intensidad.
—Has vuelto —digo entonces.
—¿Qué?
—De Connecticut —continúo—. De tu escuela.
Ante esto, opta por guardar silencio.
Cohibida, me muevo sobre mis pies.
—¿Has vuelto para la fiesta de tu hermano?
—No.
—Oh. —Luego—: Bueno, es que no vienes a casa muy a menudo y…
—¿Y qué?
—Me preguntaba por qué y… Sí.
—Creo que lo sabes, ¿no?
—¿Sé qué?
—Por qué no vuelvo —entrecierra los ojos como si me calibrara—, a menudo.
Lo sé.
Eso sí lo sé.
Es por su comportamiento. Hay rumores de que sus padres no lo quieren aquí.
Le quieren mucho, pero es un pesado, así que lo mejor para todos es que se mantenga
alejado. Así que es muy raro que venga a su casa y, a pesar de todos los rumores y de
no conocerle del todo bien, mi corazón se aprieta por él. Y no puedo evitar decirle:
—Deberías.
—¿Qué?
—Esta es tu casa. —Trago saliva—. Deberías venir de visita. A menudo.
De nuevo mantiene su silencio, mirándome fijamente. Y odio haber sacado el
tema.
Lo único que quería era hablar con él, pero sin querer he tocado un tema que
obviamente le duele.
Abro la boca para decir algo, cualquier cosa, pero él dice:
—¿Y qué más sabes?
33
—¿Qué?
—Sabes a qué colegio voy —continúa, ampliando su postura—. Sabes por qué
no vuelvo aquí. Supongo que sabes mucho más.
—No importa lo que yo sepa. No es importante.
—Es un poco importante.
—¿No podemos olvidarlo?
—No.
—Deberíamos hablar de otra cosa.
—Hablemos de esto.
—Mira —digo, sintiéndome como una idiota por arruinarlo todo tan rápido—.
No creo que te vaya a gustar mucho. Por lo que sé y por lo que dicen.
—Creo que puedo manejarlo.
—No estoy de acuerdo con ellos.
—Probablemente deberías.
Eso en realidad no me sienta bien. Que haya dicho eso.
Por no mencionar que de alguna manera hemos llegado hasta aquí.
Por este tema tan feo y delicado.
—¿Quieres saber lo que sé, lo que dicen de ti? Bien, te lo diré. Dicen que eres
un rebelde. Que rompes las reglas. Un transgresor de la ley, un delincuente, un
infractor, un villano, un criminal. Un bandido. Dicen que eres peligroso y que siempre
estás causando problemas. Menos mal que no viene porque, cuando lo haces,
siempre pones las cosas difíciles. Siempre haces que sea difícil para todos tratar
contigo, especialmente para tus padres que te quieren y sólo quieren lo mejor para
ti. Y que si te veo cuando vuelvas, debería correr en otra dirección. Que no debería
hablarte.
O al menos eso es lo que le han dicho a mi madre durante el último año.
Tengo que admitir que le mentí, o mejor dicho, nunca le dije que sí hablé con
él aquella vez. Y sé que tampoco voy a decirle que me encontré con él esta noche.
No soy una mentirosa, lo juro.
Soy una buena chica, una seguidora de las reglas.
Pero por alguna razón, en este escenario, no quiero seguir las reglas.
—Pero quiero que sepas algo. No le doy mucha importancia a lo que oigo.
Nunca juzgo a una persona basándome en rumores. Especialmente cuando no estás
aquí para defenderte o contar tu versión de la historia. Lo único en lo que creo es que
me ayudaste. La última vez. —Trago saliva, con el pecho agitado por la respiración 34
acelerada—. Te mentí. Me inventé historias y… no debería haberlo hecho.
Normalmente no miento. No soy… no soy una mentirosa, pero aquella noche mentí y
tú tenías todo el derecho a hablar con tus padres de mí, a delatarme. Pero no lo hiciste.
Y yo… estoy agradecida. Así que eso es en lo que creo. En lo que hiciste, no en lo que
oigo.
Cuando termino me doy cuenta de que ahora está mucho más cerca de mí que
cuando empecé a hablar.
Sólo que no se ha movido. No creo.
Creo que soy yo. Me moví.
No estoy en el lugar donde estaba antes. Estoy justo delante de él.
En algún momento de mi discurso, mis piernas se movieron, como si cobraran
vida por sí solas, y me trajeron aquí.
Dónde está.
Donde puedo ver, puedo confirmar, que todo lo que yo pensaba que podía
hacer con su cuerpo - torre y bloque y envergadura - realmente puede hacerlo. De
hecho, lo está haciendo ahora mismo.
Se eleva sobre mí, bloquea el bosque y abarca todo mi mundo con sus anchos
hombros y su pecho musculoso.
Además de sus ojos.
El rojo en ellos brilla.
—Eres un poco dramática, ¿verdad? —murmura mirándome.
—¿Qué?
—Ha sido un discurso muy bueno.
—Yo…
—Y un bandido —dice, ignorándome, con los labios crispados—. Eso es nuevo.
—Eso es mío.
—Tuyo.
—Yo te llamo así. —Luego—: Tú me diste un apodo, así que yo también te di
uno.
Algo destella en su expresión, probablemente placer, creo.
—El Bandido y Bubblegum.
Le observo, hipnotizada y también maravillada.
Si su mandíbula era así de cuadrada la última vez que lo vi o si, junto con el
crecimiento de su cuerpo, su mandíbula se hizo más ancha también. Más cuadrada,
más madura y masculina.
Aunque sigue siendo sexy. 35
Sigue siendo hermoso.
Y sigue siendo el único tipo sobre el que he pensado esto.
—Estaba en este libro que estaba leyendo —le digo—. Un bandido.
—¿Sí?
—Sí. Siempre vestía de negro y siempre salía en mitad de la noche, pero…
—¿Pero qué?
—Pero todavía tenía esta, piel bronceada de verano.
—Piel de verano.
—Como la tuya —le explico—. Ya sabes, como cuando es finales de junio y
estás mucho tiempo al sol. Porque hace mucho calor y hay mucha luz y aún no quieres
volver a casa. Y te pasas el día comiendo sandía y bebiendo limonada y tumbado en
la playa. El verano.
—¿Qué más?
Esta vez, cuando me muevo, soy consciente de ello.
Soy consciente de que doy un paso hacia él, de que las hojas crujen bajo mis
sandalias rosas, de que los dedos de mis pies de uñas rosas se curvan al contemplar
los largos y deliciosos mechones de su pelo.
—También tenía el pelo grueso y oscuro. Ondulado y desordenado. Le caía
siempre sobre la frente, como a ti. Y llevaba una bandana para echarlo hacia atrás.
—No creo que tenga una bandana.
Vuelvo a mirarle a los ojos, que ahora son aún más ardientes.
—También montaba a caballo y llevaba una pistola en la cadera. Y cabalgaba
por la autopista, secuestrando chicas a los lados de la carretera.
—Tampoco creo que haya secuestrado a una chica. —Luego, tras una pausa—:
Todavía no.
Una ráfaga, caliente y fría a la vez, me recorre la piel.
—Era un verdadero azote de la sociedad. Todo el mundo le tenía miedo.
—Eso sí —dice, con voz grave—, suena a mí.
—Pero me gustaba —me apresuro a señalar, tragando saliva.
—Te gustaba.
—Sí. Deja ir a la última chica que secuestra. Incluso la salva, de una mala vida
en casa. Es un buen comentario sobre —me aclaro la garganta, ruborizada—, cómo
los malos pueden ser buenos. Y cómo las personas no son todas malas o todas buenas.
Todos tenemos un lado.
Recorre mis facciones con la mirada una vez antes de decir:
—¿Por eso estás tan cerca de mí? El Bandido. Porque crees que tengo un lado
36
bueno. A pesar de lo que dicen de mí.
—Sí.
—¿Y tú?
—¿Y yo qué?
—Eres una buena chica, ¿verdad?
—Sí.
—¿Tienes un lado malo?
—En realidad, no. Excepto que te mentí. Pero sobre todo intento ser buena.
Trato de seguir todas las reglas y ser buena con mis padres.
—¿Y qué haces, leer libros sobre criminales y bandidos —pregunta entonces—
, y pasear por estos bosques a medianoche?
He venido a verte.
No digo eso.
Porque es una locura, ¿recuerdas?
En vez de eso, respondo:
—Estos bosques son perfectamente seguros.
—No con un bandido en ellos, no.
—Y me encantan los libros.
—Aparte del color rosa y las palabras que quieres decir.
—¿Te gustan las palabras?
—No más que la siguiente persona.
—¿Cuál es tu color favorito?
Se fija en mi cara, mi vestido de cumpleaños, mis sandalias y mis dedos. El lazo
rosa en mi pelo.
—No tengo.
—¿Te gustan los libros entonces?
—Joder, no.
Me muerdo el labio.
—Bueno, algún día escribiré mi propio libro.
Lo haré.
Ese es mi plan. Mi sueño.
Ser escritora.
Para escribir historias, grandes y cortas. Para crear algo. Para construir un
37
castillo de palabras.
—Lo harás, ¿eh?
—Sí. —Suspiro—. Pero por ahora, escribo en mi diario.
Eso le desconcierta un poco, me doy cuenta.
Frunce ligeramente el ceño y sus ojos se vuelven aún más penetrantes cuando
dice:
—Un diario.
—Tengo un diario. Escribo en él todas las noches.
Su ligero ceño sigue fruncido y permanece ahí mientras me estudia de un modo
extraño. Como si me viera por primera vez, o quizá bajo una nueva luz. O puede que
todo esté en mi cabeza, porque en cuanto pestañeo esa mirada misteriosa desaparece
y vuelve a ser el irreverente de siempre.
—Querido diario, eh.
—Más bien Querida Holly. —Y luego—: Doy nombres a mis diarios según cómo
se sientan. Este se siente como Holly, todo lindo y rosa.
—Tal vez deberías llamarlo Bubblegum entonces.
—No…
—Porque suena como tú. Y lo recordaré para la próxima vez.
—¿Qué?
—Que te gustan los diarios.
—No entiendo…
Mis palabras se interrumpen cuando da un paso atrás y hace la cosa más
asombrosa. La cosa más extraña, extravagante y surrealista.
Se arrodilla.
O más bien se pone sobre una rodilla.
Y yo…
Estoy tan sorprendida que todo lo que puedo hacer es balbucear.
—¿Qué...? ¿Qué estás...?
—Darte tu regalo —responde, aparentemente entendiendo mis frases a
medias.
—¿Qué?
Como el año pasado, mete la mano en el bolsillo y saca algo. Por un segundo,
creo que es un mechero y se me revuelve la barriga. No de miedo, sino de emoción.
En previsión de que vuelva a incendiar el cielo. 38
Por mi cumpleaños.
Pero no es un encendedor.
Es otra cosa. Algo brillante.
Algo suena.
Y luego me está tocando.
Me está tocando.
Mi tobillo.
Está tocando, agarrando mi tobillo.
Y antes de que pueda procesarlo, levanta mi pie y lo coloca sobre su muslo.
Mis brazos vuelan y se posan en sus hombros. Todo sucede tan rápido, en un segundo
o dos, que parece magia.
O tal vez sea él.
Parece mágico.
El calor de sus dedos alrededor de mi tobillo y la aspereza de su piel estival
parecen mágicos. O el hecho de que todo en él sea tan duro y musculoso, la
inclinación de sus hombros, el bulto de su muslo.
Es todo... oh cielos.
Duro, acalorado y musculoso. Masculino.
Es el primer chico al que toco así. O que me ha tocado así.
—¿Qué estás haciendo?
Pero sé que no obtendré respuesta.
Porque está ocupado en otra cosa.
Toda su atención se centra en mi pie.
Así que yo también me centro en él y lo que veo me hace apretar su camiseta
con el puño -dios mío, es tan suave-, toda tensa y dura. Me está enrollando algo
alrededor del tobillo, esa cosa brillante que había sacado de su bolsillo. Lo que me
hace darme cuenta de lo que es.
—Una tobillera —susurro.
Observo fascinada cómo sus dedos grandes y fuertes cierran con destreza un
broche muy delicado y frágil mientras me pone su regalo. Cuando termina y lo siento
crujir contra mi piel, vuelvo a doblar los dedos de los pies.
—Me estás regalando una tobillera.
Finalmente levanta la vista.
—Para que no me vuelvas a sorprender.
Trago saliva, flexionando los dedos de mis pies.
39
—Pero no lo hice. Me pillaste la última vez.
Sus ojos castaño rojizos brillan con el recuerdo.
—Lo hice, sí.
Mis dedos en su camiseta se tensan aún más.
—Es precioso.
Igual que los fuegos artificiales del año pasado.
Como sus ojos, su cara, él.
—Sí —me susurra y sé, estoy segura, que no se refiere a la tobillera.
Está hablando de mí.
De mí.
Exactamente como la última vez.
—¿Por eso —trago saliva—, has venido esta noche? Para darme un regalo de
cumpleaños.
Lo hizo, ¿verdad?
Encontrarse con él no fue una coincidencia.
Me buscaba como yo a él.
—Trece, ¿verdad? —ronca.
El corazón me da un vuelco y asiento con la cabeza.
—Sí.
Y él tiene dieciséis años.
Él está en segundo año y yo aún no estoy en la escuela.
Quizá por eso pensó que yo era demasiado joven para él, y apuesto a que aún
lo piensa.
Pero no me gusta.
No me gusta nada.
Apretando el puño en su camisa y clavando el talón en su muslo, digo:
—Yo… no soy tan joven. Quiero decir que no soy, nunca he sido, muy joven.
Son todos los libros que leo. Siempre he sido super mundana y madura por eso. Y mis
profesores siempre me han llamado precoz e inteligente. Es decir —me sonrojo—,
creo que… no creo que haya ninguna razón por la que no podamos ser amigos.
Nosotros...
—Hay una razón.
—¿Qué?
No estoy segura de lo que quiso decir en ese momento. Y, por desgracia, no
40
consigo que me lo explique porque vuelven a interrumpirnos.
Igual que el año pasado.
Por otra voz.
—Jesús, ahí estás.
Mis ojos giran en la dirección de la que procede la voz, pensando que esto no
puede estar ocurriendo de nuevo. No puede venir otro guardia a llevárselo.
Pero no es un guardia.
Es un niño.
Y lo que es más importante, es un chico de la edad de Reign, creo.
Se queda a cierta distancia de nosotros y su mirada -perpleja y confusa- se
clava en mí. Antes de cambiar su mirada hacia Reign y luego más abajo.
A mi pie.
Que me doy cuenta de que todavía está en el muslo de Reign.
Ruborizada, lo quito y me separo de él de un salto.
—¿He interrumpido algo? —pregunta el tipo.
—No —respondo rápidamente aunque la pregunta era para Reign.
No sé por qué estoy tan nerviosa, pero lo estoy. Tal vez porque está
interrumpiendo algo y las ganas de sermonearlo por eso son tan fuertes que he tenido
que decir que no.
Ante mi respuesta, el tipo vuelve a mirarme y ladea ligeramente la cabeza.
Como si intentara averiguar qué está pasando.
Me cohíbe lo suficiente como para recogerme el pelo detrás de la oreja.
Al notar mi acción, el tipo dice:
—Hola.
—Hola —le digo amablemente.
De nuevo, mira a Reign -que ahora se ha puesto en pie- como si esperara algo
de él, pero Reign está extrañamente callado y creo que melancólico. Me pregunto si
es porque está pensando lo mismo que yo, que ese tipo nuevo nos ha interrumpido.
Entonces el tipo me mira y mueve la barbilla.
—Soy Lucas.
—Oh, mmm, soy Echo —digo automáticamente porque es de buena educación.
Pero entonces me congelo porque oigo un gruñido sincero.
Un gruñido.
41
Y juro que viene de Reign.
Pero antes de que pueda confirmarlo, el chico nuevo -Lucas- dice:
—Echo. —Luego, sonriendo—: Bonito nombre.
Bien, esta vez estoy segura de que hay un gruñido. Pero soy demasiado
educada para volver a centrarme en Reign e ignorar el cumplido de Lucas.
—Gracias.
Sin embargo, miro a Reign por el rabillo del ojo y veo que tiene los puños
cerrados.
—Tienes que perdonarlo —dice Lucas, encogiéndose de hombros, robándome
de nuevo la atención—. Reign y los buenos modales no se llevan bien. Aunque ya
estoy acostumbrado. Soy el mejor amigo de este imbécil.
—¿Mejor amigo?
—Sí. Sé que es difícil de creer. —Lucas se ríe—. Viendo lo encantador que soy.
Bueno, es encantador, supongo.
También fácil de llevar y amable.
Pero mi mente está demasiado centrada en Reign para apreciarlo realmente.
Pero mi silencio no disuade a Lucas.
—Así que nunca te había visto por aquí antes de esto. ¿Quién eres?
—Vámonos.
Son las primeras palabras que pronuncia Reign desde que llegó Lucas. Y
aunque son bruscas, no puedo evitar un suspiro de alivio.
Porque habló. Tal vez ahora puedo averiguar lo que está mal.
¿Por qué está Reign frunciéndole el ceño a su propio mejor amigo?
—Pero estoy teniendo una conversación aquí —protesta Lucas con buen
humor, sonriendo.
No es que afecte a Reign en lo más mínimo. Su misterioso mal humor no se
descongela en absoluto. De hecho, empeora y gruñe:
—¿Sí? No me importa una mierda. Vamos.
Con eso, se mueve.
Empieza a alejarse y no voy a mentir, a cada paso que se aleja de mí, mi pecho
se aprieta más, mi respiración se acelera.
¿Adónde va? Aún no hemos terminado nuestra charla y estábamos en medio de
la parte más importante. ¿No deberíamos terminarla?
Además, ¿cuándo voy a volver a verle?
Voy a volver a verlo, ¿verdad?
42
Ni siquiera estoy segura de cuánto tiempo se quedará aquí y…
Estoy a punto de llamarle, pero Lucas habla antes.
—Jesús, ¿cuál es tu problema? I-
Reign se detiene entonces, con los hombros tensos y la espalda moviéndose en
una oleada de aliento. Dándose la vuelta para mirar a Lucas, dice:
—Ella no es nadie.
—¿Qué?
Levanta las cejas.
—Querías saber quién es, ¿no? No es nadie. Al menos, no alguien que importe.
—¿Qué mierda significa eso?
—Significa que ella es del personal. O al menos lo es su madre. Y su padre. —
Cuando Lucas sigue frunciendo el ceño, Reign continúa—: ¿Ves la comida con la que
se están atiborrando? He oído que su madre es toda una chef. Y su padre es muy hábil
con la podadora.
Lucas lo mira fijamente antes de volver a mí por un segundo.
—B-bien. Yo…
—¿Entiendes lo que te digo? —Hace un gesto con la barbilla—. Es una pequeña
sirvienta. Te estás mezclando con la gente equivocada. La gente correcta está allí.
Vamos.
Durante unos segundos después de eso, hay silencio.
Nadie dice nada, ni Reign, ni Lucas y definitivamente yo tampoco.
No podría. Aunque quisiera.
Porque ya se ha dicho bastante, supongo. Por Reign.
Que muy extrañamente noto que está de tal manera que hacemos un triángulo,
él y yo y Lucas. No estoy segura de por qué me fijo en eso. Qué cosa tan extraña de
notar en un momento como este, pero sin embargo lo hago.
Me doy cuenta.
La distancia. La forma.
El hecho de que siga sin mirarme.
Pero Lucas sí. Siento el momento en que sus ojos giran y se posan en mí. Me
arden las mejillas al notar la lástima que hay en ellos.
—Lo... Joder, lo siento mucho. Yo…
Sus palabras se interrumpen de nuevo cuando Reign se da la vuelta y comienza
43
a alejarse.
Ampliando la distancia. Arruinando el triángulo.
Y todo lo que puedo hacer es quedarme aquí y ver cómo se va.
Incapaz de procesar lo que acaba de pasar.
Q
uién: Bubblegum
Dónde: El dormitorio del segundo piso de la casa de carruajes de
la finca Davidson.
Cuándo: 1:15AM; hace cinco años, un día después del
decimotercer cumpleaños de Echo.

Querida Holly,
Ahora vive aquí.
O mejor dicho, ahora va a vivir aquí.
En la mansión.
No sólo eso, también va a ir a mi escuela, Bardstown High West.
No sé qué es más chocante, si que vuelva a vivir a Bardstown desde Connecticut 44
o que vaya a ir a un colegio público como el mío en vez de a un lujoso colegio privado
como al que van la mayoría de los niños ricos.
Pero aparentemente, por lo que he oído, esto es un castigo para él.
Por haber sido expulsado de ese internado.
Toda la mansión bulle con la noticia de que el segundo hijo de los Davidson ha
sido finalmente expulsado por tener drogas en su dormitorio. Marihuana. Como era
su décima infracción o algo así, ninguna donación o influencia de Davidson pudo
salvarlo. Y su padre está furioso. Así que enviarlo a Bardstown High West es su manera
de enseñarle una lección. Algo así como pasar de la riqueza a los harapos por no
apreciar la riqueza.
Así que no está aquí sólo un par de días o el fin de semana, está en casa para
siempre.
Y voy a verlo, no sólo en la finca, sino también por el campus. Porque
compartimos uno con el instituto.
También voy a ver a su mejor amigo, Lucas.
Porque él también ha vuelto.
Lucas Wayne.
En realidad, es más que su mejor amigo.
Lucas es el hermano de Reign, o mejor dicho, el hermano que nunca tuvo,
aunque sí tiene un hermano, Homer. Pero Homer no sólo es ocho años mayor que
Reign, sino que nunca está en casa, por lo que Homer y Reign nunca han sido unidos.
De hecho, Homer encuentra a su hermano pequeño tan decepcionante como el resto
de su familia.
En cualquier caso, Lucas y Reign son inseparables y lo han sido desde los ocho
años.
Donde va uno va el otro.
Lo que hace uno, lo hace también el otro.
Lo que significa que si a Reign le pillaron con drogas, a Lucas también y por
eso también le expulsaron. Y como el padre de Lucas -su madre murió cuando él era
pequeño, según los cotilleos de la mansión- es gran amigo del padre de Reign,
decidieron enviar a su hijo a la misma escuela pública de mala muerte como castigo.
Así que sí.
Eso es lo que me ha pasado hoy.
El chico en el que no he podido dejar de pensar durante un año ha vuelto. Y ha
vuelto para quedarse. Y yo estaría súper contenta con la noticia. Estaría exultante,
extasiada, emocionada y positivamente mareada por la noticia si él no hubiera hecho
lo que hizo.
Si no hubiera dicho lo que dijo.
45
Sirvienta.
Cree que soy una sirvienta.
Cree que soy la gente equivocada.
Y habría estado bien. Hubiera estado totalmente bien, si sólo hubiera dicho
eso. Pero luego tuvo que insultar a mi madre y a mi padre, con su estúpido comentario
del chef y la podadora.
¿Qué significa eso?
¿Por qué lo hizo?
Y si eso es lo que piensa de mí, ¿por qué me hizo ese regalo?
¿Por qué me dio la estúpida tobillera?
¿Sabes qué? Voy a devolverla. Voy a... tirársela a su cara arrogante y engreída
y luego exigirle una explicación.
Exigir saber cuál es su problema.
Ese estúpido idiota.
Ese Bandido.
~Echo
Quién: El Bandido
Dónde: En el dormitorio del segundo piso de la mansión de los Davidson.
Cuándo: 1:15AM; hace cinco años, un día después del decimotercer cumpleaños
de Echo.

La desea.
La quiere, joder.
Y la desea mucho.
La quiere tanto que anoche no podía dejar de hablar de ella. No paraba de
hacerme preguntas. Cómo la conocí, qué estaba haciendo allí con ella, por qué tenía
su pie en mi muslo, si estaba herida, si deberíamos volver y mirar.
La desea como un cachorro enamorado.
Como si fuera la chica más guapa que ha visto en su vida. Le gustan sus
peculiaridades, su amor por el rosa, sus sinónimos, su pelo rubio miel, el hecho de
que tenga un diario hace que algo se mueva en su pecho. Porque él también tiene un
diario. 46
Pero no lo hace, ¿verdad?
Porque yo sí.
Llevo un diario. Y cuando descubrí que ella también lo hace, se me movieron
cosas en el puto pecho. Por primera vez, esas cosas no estaban ligadas a la vergüenza,
a la pena de llevar un diario como un puto marica. Un maldito hábito estúpido formado
en la consulta de un terapeuta que ha resultado difícil de romper.
No sólo eso, la deseo tanto que lo primero que hice al volver a este pueblo de
mala muerte, a esta mansión de pesadilla, fue ir a buscarla, al mismo bosque, a la
misma hora en que la había conocido un año atrás.
Con una joya en el bolsillo trasero.
Que compré con mi propio dinero. Bueno, de la venta de marihuana, pero aun
así.
Y me enfada.
Por muchas, muchas razones.
En primer lugar, porque la quiero. Lo suficiente como para hacer las cosas que
acabo de mencionar.
Y no tiene sentido que lo haga.
Tiene trece malditos años. Es un bebé y apenas la conozco.
Y segundo, estoy enfadado por lo que me enfada que mi mejor amigo también
la quiera.
Tan enfadado que quiero darle un puñetazo en la cara.
Quería darle un puto puñetazo en la cara anoche para que dejara de hablar.
Quería apuñalarle los putos ojos por mirarla.
Y como yo no podía hacer ninguna de esas cosas, le advertí de ella. Le dije
quién era y que no era la chica para él porque es del personal, o la hija del personal.
Algo de lo que él y yo hemos sido advertidos una y otra vez de mantenernos alejados,
por nuestros padres. Al parecer, no se puede relacionar con el personal.
Lo que sea.
Eso no es importante.
Lo importante es que le advertí.
Y no por una estúpida regla inventada, sino porque odiaba cómo la miraba.
Así que sí, estoy enfadado.
Estoy tan jodidamente enfadado que no puedo dejar de mirar a mi ventana
cada cinco segundos. Porque lo primero que veo cuando miro por ella, es la casa de
carruajes. 47
Me pregunto si la ventana que veo cuando me asomo pertenece a ella.
Me pregunto qué estará haciendo ahora mismo. Me pregunto si estará
escribiendo en su diario.
Me pregunto qué pasa con ella.
Es sólo una chica, Jesús. Hay un millón de chicas ahí fuera. Un millón.
Lo que significa que las chicas son prescindibles. Son inconsecuentes. No
importan.
Y sobre todo no importan cuando tu mejor amigo también las quiere.
Así que esto es lo que voy a hacer a continuación: nada.
Absolutamente nada.
No voy a dejar que una chica arruine nuestra amistad.
No importa lo pura, rosa y malditamente dulce que parezca. No importa lo
extrañamente fascinado que esté con ella; mi fascinación desaparecerá.
Ella no vale la pena.
No es jodidamente digna de mi amistad con mi mejor amigo.
Q
uién: Bubblegum
Dónde: El dormitorio del segundo piso de la casa de carruajes de
la finca Davidson.
Cuándo: 11:04 PM; hace cuatro años, una semana después del
decimocuarto cumpleaños de Echo.

Querida Holly,
Me invitó a salir.
Hoy. En la escuela.
Se acercó a mí en la biblioteca para nuestra sesión de tutoría habitual y
simplemente salió con eso.
Voy a ser sincera, tenía la sensación de que quería hacer esto desde hacía
tiempo. Posiblemente desde que me pidió que le diera clases particulares para 48
ayudarle con sus notas. El hecho de que viniera a la biblioteca de nuestro lado de la
escuela y me pidiera que le diera clases particulares a pesar de que todavía estoy en
octavo curso me puso un poco sobre aviso.
Pero aun así me sorprendió.
No es que le falten chicas interesadas en la escuela. Ser una superestrella del
fútbol y el capitán del equipo conlleva muchas ventajas, sobre todo en Bardstown, la
llamada nación del fútbol.
Pero desde que soy su tutora, siempre me invita a sus partidos. Y si acabo
yendo, se asegura de mirarme cada vez que marca un gol.
Así que sí, lo sabía.
Pero como he dicho, estoy conmocionada.
O más bien, no sé qué hacer.
Bueno, hay razones para decir que no.
En primer lugar, sólo tengo catorce años. Todavía no puedo tener citas. En
segundo lugar, aunque mis padres levanten esa restricción, se van a volver
totalmente locos cuando sepan para quién la levantan.
En realidad, no se nos permite confraternizar con nuestros jefes.
Y aunque los Wayne no son nuestros empleadores, siguen siendo amigos de
nuestros empleadores.
Son los mejores amigos de nuestros jefes, ¿no?
Lo que me lleva a la razón más importante para decir no a Lucas: él.
El tipo que me odia.
Y ahora no hay duda de que me odia, ¿verdad?
No después de un año.
No después de un año mirándome como si fuera lo más bajo de lo bajo.
Un bicho bajo sus botas negras. Que quiere aplastar, destrozar, arruinar y
destruir.
Su sirvienta.
Todo porque mis padres trabajan para los suyos.
Porque yo soy pobre y él es rico.
Porque soy del grupo de gente equivocado.
Aún recuerdo lo que dijo de mí aquella noche, el día de mi decimotercer
cumpleaños. Aún recuerdo cómo me miró, o mejor dicho, cómo no me miró, porque
no creía que yo mereciera siquiera esa pequeña cortesía.
Ah, y no olvidemos que al principio le di el beneficio de la duda y traté de ser 49
amable con él, intenté hacerme su amiga, y él rechazó -no, aplastó- todos mis intentos,
haciéndome sentir como una idiota por siquiera pensar que un chico rico como él se
casaría con una sirvienta como yo. Pensé que merecía mi amabilidad porque los
rumores pueden ser falsos y exagerados, pero él me demostró que estaba
equivocada. Me enseñó que todos los rumores sobre él son ciertos.
Y desde que empecé a dar clases a su mejor amigo, su odio hacia mí no ha
hecho más que crecer.
Ahora siento sus ojos clavados en mí. Sus ojos castaños rojizos clavados en mí,
erizándome la piel cada vez que nos cruzamos por los pasillos del colegio. O cada vez
que voy a los partidos de fútbol. Porque, como Lucas, él también juega al fútbol.
Un futbolista estrella.
A quien, como a Lucas, tampoco le faltan chicas interesadas.
De hecho, las vi mirándolo esta tarde. Mientras corría alrededor del campo de
fútbol.
Sin camiseta.
Por favor, qué fanfarrón.
Y es un fanfarrón.
Mientras que Lucas es más sensato y metódico -de ahí lo de capitán, supongo-
, él es más temerario. Es más espontáneo. Le gusta jugar en el campo, dar volteretas
o saltos y hacer trucos durante el partido, sólo para que las chicas griten su nombre.
Maldito imbécil.
Maldito bandido.
Y Temerario. Así es como le llaman, su apodo futbolístico.
Lo cual es apropiado.
Porque es el diablo.
Así que no quiero ni pensar en cómo reaccionaría, qué haría, si se enterara de
que Lucas me ha pedido salir. Que tendría una cita con su mejor amigo.
Pero espera un segundo.
¿En qué estoy pensando?
¿En qué demonios estoy pensando?
¿Quién es él para impedirme que salga con su mejor amigo? ¿Quién es él para
influir en mis decisiones?
Quiero decir, me gusta Lucas, ¿verdad?
Es simpático. Es tranquilo. Siempre ha sido amable conmigo, por eso acepté
darle clases particulares. Lo mejor de todo es que no me mira como si no fuera nada.
Como si no perteneciera a su círculo social. 50
Me mira como si le gustara, como si pensara que soy linda.
Entonces, ¿por qué no puedo salir con él si quiero?
Y sabes qué, lo haré.
Saldré con él y si a Reign Davidson no le gusta, que se joda.
~Echo

Quién: El Bandido
Dónde: El dormitorio del segundo piso de la mansión de los Davidson.
Cuándo: 11:04 PM; hace cuatro años, una semana después del decimocuarto
cumpleaños de Echo.

La invitó a salir. La invitó a salir.


Joder. La. Invitó. A. Salir.
Quién: El Bandido
Dónde: El dormitorio del segundo piso de la mansión de los Davidson.
Cuándo: 1:27 AM; hace cuatro años, el día que Echo le dijo sí a Lucas.
Joder.
Joder. Joder. Joder.
Joder, joder.

Quién: El Bandido
Dónde: En el dormitorio del segundo piso de la mansión de los Davidson.
Cuándo: 3:11 AM; hace cuatro años, el día que Echo le dijo sí a Lucas.

Es mi mejor amigo.
Es como mi hermano. 51
No lo mates. No lo mates.
No le pegues.
No le rompas la nariz.
No. No.

Quién: El Bandido
Dónde: En el dormitorio del segundo piso de la mansión de los Davidson.
Cuándo: 3:19 AM; hace cuatro años, el día que Echo le dijo sí a Lucas.

JODER.
Q
uién: Bubblegum
Dónde: El dormitorio del segundo piso de la casa de carruajes de
la finca Davidson.
Cuándo: 10:13 PM; hace tres años, en el decimoquinto cumpleaños
de Echo.

Querida Holly,
Me quiere.
Hoy me lo ha dicho. Me llevó a un restaurante elegante para mi cena de
cumpleaños y me dijo que me amaba.
De nuevo, como la primera vez que me pidió salir, tenía el presentimiento de
que iba a decir eso.
Había estado soltando bastantes indirectas sobre el para siempre y el futuro y 52
lo que pasará cuando él se vaya a la universidad el año que viene con su beca de
fútbol y yo siga en la escuela.
Sin embargo, fue impactante, no voy a mentir.
Pero lo más chocante fue que yo también le dije que lo quería.
No sabía que iba a decir eso hasta que las palabras salieron de mi boca y él
parecía tan… feliz. Parecía tan emocionado, aliviado y contento.
Así que no supe cómo retractarme, y ahora me alegro de no haberlo hecho.
Porque si lo piensas de verdad, lo quiero.
Lo hago.
Hablemos de lo increíble que es.
Es el novio más increíble de la historia.
El más asombroso.
Es atento, afectuoso, cariñoso.
Es leal. Ni siquiera mira a otras chicas y todavía hay muchas chicas a las que les
encantaría que se fijaran en él, dada su condición de futbolista rockstar.
Ah, y a mis padres también les gusta.
Algo que me preocupaba debido a nuestro diferente estatus social. Pero se los
ganó y ahora es como parte de nuestra pequeña familia.
Así que, ¡viva!
Sin mencionar…
Bien, esto puede sonar muy mezquino, pero voy a decirlo porque este es mi
diario y estos son mis secretos. Pero imagina - imagina - cómo reaccionaría él a esto.
Cómo se tomaría esta noticia.
Va a perder la cabeza, ¿no?
Así es.
El mejor amigo de mi novio. El Bandido.
No debería sonreír ni bailar alegremente en mi cama mientras escribo esto
porque es lo menos importante ahora mismo. Pero Dios mío, se va a volver loco
cuando se entere de que Lucas y yo nos queremos. Que su mejor amigo se ha
enamorado de la Sirvienta, alguien tan inferior a él.
Especialmente cuando se ha pasado todo el último año deseando o intentando
separarnos.
Por cierto, aún no he olvidado el incidente de Halloween del año pasado.
Cuando emborrachó a Lucas en una fiesta de fútbol y le tendió una trampa con una
monja embarazada y Gatubela para que lo sedujeran.
53
Ese maldito imbécil.
Menos mal que mi novio es leal y volvió al día siguiente para contármelo todo.
Porque quién sabe lo que habría pasado.
Bueno, quiero decir que algo pasó.
Lo besé.
Sí, después de que terminara de contarme su lamentable historia y prometiera
decirle a Reign lo que piensa, besé a Lucas. No sólo para mostrar mi agradecimiento,
sino también porque podía ir a decirle a su mejor amigo que se la chupara. Podía
decirle a su mejor amigo que no necesitaba ser seducido por otras chicas porque su
novia era suficiente.
El hecho de que ese fuera nuestro primer beso y que yo lo hiciera en parte -
bueno, en un setenta por ciento- para demostrarle algo a su mejor amigo no es algo
en lo que me preocupe mucho pensar.
Yo lo veo así: teníamos que besarnos alguna vez, ¿no? Así que lo hicimos.
Además llevaba semanas aguantando.
Lo cual es otro punto a favor de Lucas. Que me había esperado.
Todavía me está esperando.
Porque aunque nos besamos y nos toqueteábamos a menudo, no hemos pasado
al siguiente nivel. Aún no lo hemos hecho. Principalmente porque, de nuevo, yo soy
el obstáculo.
Quizá me aterra el dolor que conlleva perder la virginidad, y créeme, me da
mucho miedo. Tal vez sea mi edad; sólo tengo quince años. No hay necesidad de
precipitarse. O quizá sea otra cosa, pero aún no he llegado a ese punto.
Y Lucas no me presiona.
Así que sí, no hay razón para no quererlo y así lo hago.
Y si eso enoja al mejor amigo de mi novio, pues mejor que mejor.
Porque por mucho que él me odie, yo lo odio más. Lo odio con cada fibra de mi
ser. Odio tanto al mejor amigo de mi novio que me pone enferma.
Enferma de odio.
~Echo

Quién: El Bandido
Dónde: En el dormitorio del segundo piso de la mansión de los Davidson.
Cuándo: 12:37 AM; hace tres años, en el decimoquinto cumpleaños de Echo. 54
Ella lo ama.
Ella está enamorada de él. Y él está enamorado de ella.
¿Qué mierda es el amor?
¿Qué significa estar enamorado?
¿Significa que ella es para él? ¿Que se quedará con ella el resto de su puta vida?
¿Y que morirá por ella, que matará por ella? ¿Significa que hará lo que sea para verla
sonreírle o que sus ojos marrones se iluminen cuando le mire?
¿Qué mierda significa?
Quería preguntárselo cuando me diera la feliz noticia. También quería hacer
un millón de otras cosas en las que he estado pensando cada vez más desde que
empezó a salir con ella.
Lo de siempre, ya sabes.
Darle un puñetazo en la cara. Romperle algunas costillas. Llevarlo al hospital.
Matarlo.
Pero no lo hice.
Incluso cuando me dijo que me comportara.
Que me controle cuando ella esté cerca, porque resulta que va a estar por aquí
mucho, mucho tiempo. Quiere que sea su mejor amigo y lo apoye, y que sea menos
obvio que la odio.
Odio.
Ahora, de eso sí sé algo.
Sé lo que se siente odiar. Aborrecer, detestar, desdeñar, abominar y
despreciar, joder.
Es como si te estuvieras quemando.
Es como si te estuvieran abriendo en canal, sangrando constantemente.
Cada segundo de cada hora. De cada día.
Y como estás en constante agonía, quieres que los demás también lo estén.
Quieres que los demás también sufran.
Quieres que sufra.
Porque es ella, ¿no?
Ella es la que ha conseguido arruinar lo único bueno de mi vida. Ella es la que
hace que quiera matar a mi mejor amigo cada vez que le sonríe, cada vez que se
acerca a él, se ríe con él, le habla, le toca.
55
Es por ella que no soporto la felicidad de mi mejor amigo. No soporto estar a
su lado.
Ya no soporto ser su amigo.
Así que sí, sé lo que es el odio. Sé lo enfermo que me pone.
El asco que me da.
Enfermo de odio.
Hace dos años.
Bardstown

A
l principio lo ignoro.
El tap tap tap resonando en mi habitación.
Debe de ser el árbol que hay junto a mi ventana. Las ramas
tienen la costumbre de golpear el cristal cuando hace viento. Mis amigos, cuando
vienen, tienen tendencia a asustarse, pero cuando vives prácticamente en medio del
bosque, te acostumbras.
Pero entonces el tap tap tap casi se convierte en un boom boom boom, y salto
de la cama, con el corazón en la garganta.
Esto no parece un árbol en absoluto. 56
Esto suena como…
Como si alguien llamara a mi ventana.
Como si alguien golpeara el cristal con los nudillos.
Y me doy cuenta de que puedo verlos.
Sean quienes sean.
Las cortinas están cerradas y estoy acostumbrada a ver la silueta borrosa de las
ramas meciéndose suavemente. Sin embargo, esta noche puedo ver también la
silueta de otra persona.
La cabeza, los hombros.
El maldito brazo que se extiende y golpea la ventanilla una vez más, esta vez
más fuerte e insistente. Como si se impacientaran por el retraso.
Oh Jesucristo.
¿Qué hago, qué hago, qué mierda hago?
Vuelven a llamar y, en lugar de correr hacia la puerta y salir corriendo de la
habitación, me precipito hacia la ventana. Antes de darme cuenta, abro las cortinas y
me quedo… entumecida.
Estoy aturdida. Estoy soñando.
Lo estoy, ¿verdad?
Esto tiene que ser un sueño.
No, una pesadilla.
Si estoy viendo lo que estoy viendo entonces definitivamente es una pesadilla.
Porque lo que estoy viendo, o más bien a quién estoy viendo, vive allí.
Sus ojos viven allí.
Marrón rojizo y tan único con pestañas locamente espesas.
Esa mandíbula, cuadrada, esculpida y con barba.
Perpetuamente tensa y apretada. Ofendido.
Como si le hiciera la vida difícil simplemente por existir.
Así que sí, una pesadilla.
Sólo que no recuerdo haberme dormido y creo que nunca habla en mis
pesadillas. Está demasiado ocupado lanzándome miradas condescendientes y
odiosas.
Pero ahora está hablando.
Sus labios se mueven y oh Dios mío, esto no es una pesadilla en absoluto. Esto
es peor. Esto es la realidad.
Está aquí. 57
Aquí.
Fuera de la ventana de mi habitación.
—Abre la ventana.
Me estremezco ante sus palabras. Ante su voz grave y profunda, ahora que
puedo oírla.
Entrecerrando los ojos, intento hablar.
—¿Qué...?
—Abre la ventana.
—¿Qué?
Por fin parece que se le acaba la paciencia conmigo y aprieta la mandíbula.
—Abre la puta ventana.
—¿Cómo has...? —Sacudo la cabeza—. ¿Qué haces ahí fuera?
—Intentando que abras esta puta ventana.
—Por qué... yo no... —Vuelvo a sacudir la cabeza y respiro hondo—. ¿Por qué
no usaste la puerta principal?
No creo que sea la pregunta correcta, dado lo absurdo y extraño que es esto.
Él, fuera de mi ventana. Él, en una rama de ese árbol fuera de mi ventana.
—¿Cómo has llegado hasta ahí? —pregunto entonces, sin darle la oportunidad
de responder.
Me lanza una mirada. —¿Cómo crees? He subido.
—¿Escalaste?
Vuelve a apretar la mandíbula. Y hasta ahí llega su respuesta.
—Pero es un árbol —añado.
—De ahí lo de trepar —luego añade—: A menos que pienses que tengo poderes
mágicos y puedo volar, eso es más o menos lo que haces con un puto árbol. Lo trepas.
Bien, no han pasado ni dos minutos de esta conversación y ya quiero
estrangularle.
—Eres tan…
—¿Y de verdad crees que tus padres me habrían dejado entrar? Si hubiera
llamado a su puerta.
No, en absoluto.
No creo que mis padres le hubieran dejado entrar.
Ahora están abajo, viendo la tele, descansando tras un largo día de trabajo al
servicio de su familia. Si el segundo hijo de su jefe hubiera aparecido en la puerta, se
58
habrían asustado y se la habrían cerrado en las narices. Porque mis padres son los
mejores y lo saben todo, todos los rumores sobre él y sobre cómo me ha tratado todos
estos años. Lo que significa que le habrían echado y le habrían echado la bronca.
Aun a riesgo de perder su empleo.
Suspiro y él lo toma como que estoy de acuerdo con lo que ha dicho.
Luego, con una voz más suave y, de algún modo, también más áspera:
—Abre la ventana, Bubblegum.
Y el aliento que se me escapa entonces es todo estremecimiento y temblor.
Bubblegum.
Su apodo para mí.
Han pasado exactamente tres años desde que me llamó así.
La última vez fue la noche de mi decimotercer cumpleaños. Y hoy cumplo
dieciséis y...
Odiaba ese apodo.
Lo hacía.
Y odio que me llame así. Probablemente para despistarme o algo así. Así que
controlo mis temblores y, estirando el brazo, abro la ventana y retrocedo
inmediatamente cuando él entra en mi dormitorio.
Esto es tan absurdo, ¿no?
Hace un año que no lo veo, desde que se fue a la universidad el año pasado.
Desde entonces no ha vuelto, ni siquiera para las vacaciones. Lo que no es realmente
fuera de lo normal y ahora está de pie en mi habitación.
¿Qué hace aquí?
—¿Es la primera vez que vuelves? Desde que te fuiste a la universidad —le
pregunto, observando cómo se pasa los dedos por el pelo, que me doy cuenta de que
le ha crecido aún más.
Su pelo de surfista, sólo que oscuro.
—¿Por qué? —pregunta, con sus ojos castaño rojizos centelleantes—, ¿me
echabas de menos?
—Sí —le digo, fijándome en sus rasgos afilados y algo más maduros—. Te
echaba de menos como echo de menos que me apuñalen en el ojo.
Pasea sus ojos por mis rasgos.
—Muy salvaje para alguien tan...
—¿Tan qué?
—Rosa. —Luego—: Y femenino. Y bueno. 59
—Bueno, soy una chica y soy buena —digo en tono irritado—. Y por lo que
recuerdo te dije que no me llamaras así.
Ante mis palabras, sus labios se inclinan ligeramente.
—Si recuerdas eso, entonces probablemente también recuerdes que nunca me
importó lo que me dijiste.
—Eso es porque eres egoísta, arrogante y despreciable.
—Más sinónimos para describirme —murmura—. Me alegra ver que sigo
ocupando demasiado espacio en tu bonita cabecita.
—Tú no…
—Además —continúa sobre mí—, todavía no puedes culparme por llamarte así,
¿verdad?
—¿Qué?
En lugar de responderme, mira hacia abajo. A mi vestido.
Y antes de que pueda contenerme, me sonrojo.
Porque, por supuesto, mi vestido es rosa.
Y odio que pueda hacerme hacer eso tan fácilmente. Puede hacerme sonrojar
tan fácilmente y dejarme sin aliento.
—Tú —dice en tono áspero cuando termina de mirarme—. Rosa Bubblegum.
—Yo…
Me olvido de lo que iba a decir porque, cuando termina de mirarme, observa
mi habitación. Y me doy cuenta de que es la primera vez que la mira, mi santuario
personal, mis cosas personales.
Las paredes de mi habitación, las alfombras del suelo, el escritorio junto a la
ventana por el que trepó.
Todo es de tonos rosas suaves y pastel.
Pero no es nada comparado con lo fuerte que se queda mirando cuando por fin
su mirada alcanza mi cama.
En mis sábanas arrugadas y mis almohadas desparramadas.
Mi diario.
Es lo que más mira.
—¿Todavía la llamas Holly? —me pregunta cuando sus ojos –súper intensos de
repente- vuelven a dirigirse a mí.
Mi corazón golpea en mi pecho.
—No.
—Porque no es rosa.
60
Trago saliva.
—No, no lo es.
—Es lo único en tu habitación que no es rosa.
—Sí.
Sí, lo único.
Lo más preciado del mundo para mí no es rosa. Sé que no encaja. No tiene
sentido, pero un día me entraron ganas de empaquetar mis agendas rosas y
comprarme una nueva de cuero marrón.
Cuero marrón oscuro.
—¿Cómo se llama entonces?
Mi corazón late entonces con tanta fuerza que siento que mi pecho se vuelve
negro y azul.
Todo mi cuerpo se está volviendo negro y azul.
—Eso es… —Me aclaro la garganta—. No es asunto tuyo.
No lo es.
Nada de mí o de lo que hago es de su incumbencia.
Así que no sé por qué siento un pellizco en el pecho cuando su expresión se
apaga y una fría máscara ocupa su lugar.
—Tienes razón. No es asunto mío en absoluto. —Vuelve a recorrer mi
habitación con la mirada antes de volver a mí—. Pero me alegra ver que no todo en
tu habitación está cubierto de vómito de unicornio.
Frunzo los labios.
—Ahora que me has insultado hasta la saciedad, ¿te importaría decirme qué
haces aquí?
—Saludando.
—¿Qué?
—Tenemos cosas de las que hablar.
—¿Qué cosas?
Estoy confundida.
Muy, muy confundida.
También estoy distraída.
Por sus bíceps.
Porque ahora están flexionados. Tensos y abultados.
Y eso es porque tiene los brazos cruzados sobre el pecho, de pie junto a mi 61
ventana, con la cadera apoyada en ella y los tobillos cruzados.
Como si estuviéramos teniendo una conversación normal.
Como si esto fuera algo habitual.
¿Qué mierda está pasando?
—Para empezar —comienza, desplegando los brazos y apartando la
ventanilla—, hablemos de lo mucho que tenemos en común.
—¿Qué?
Da un paso hacia mí.
—Cómo que vives en mi casa.
Miro sus botas antes de levantar la vista y dar un paso atrás.
—Esta no es tu casa. Esta es la casa de tu familia.
Otro paso adelante.
—Y trabajas para mi familia.
Doy otro paso atrás.
—Mis padres trabajan para tu familia.
—Cómo ese vestido que llevas ahora mismo —hace un gesto con la barbilla—
, se compró con mi dinero.
—Es el dinero de tus padres que mis padres han ganado. A través del trabajo
duro. Del que probablemente no entiendas el significado.
Sin embargo, mi respuesta no le perturba.
Su expresión es impasible mientras da otro paso hacia mí.
—Cómo el pastel que comiste anoche que también fue comprado con mi
dinero.
Me veo obligado a dar otro paso atrás.
—¿Qué? Eso es... ¿Cómo has...?
Anoche comí un pastel.
Y bueno, como mi mamá estaba súper ocupada con su trabajo, no tuvo tiempo
de hornear así que me compró uno de la panadería, prometiéndome que me lo
hornearía el próximo fin de semana. ¿Pero cómo sabía eso? Cómo...
—Y la fiestecita que piensas dar mañana —continúa—, con tus amiguitos del
colegio, también la pagará mi dinero.
Ay, Dios.
¿Cómo... lo sabe?
—¿Cómo sabes todo eso? ¿Cómo...?
62
—Pero lo más importante —da ese último paso, sus ojos se arremolinan con
algo—, cómo estás saliendo con mi mejor amigo.
Entonces mi columna choca contra el poste de la cama y mi cuerpo se detiene
bruscamente.
Pero sus palabras me golpearon más fuerte.
Me dan justo en el centro del pecho y lo sé.
Por fin sé por qué está aquí.
Puedo verlo en sus ojos, lo acalorados que están, lo duros.
Cómo le palpita la mandíbula, lo tenso que está su gran cuerpo.
—Yo…
—Y vino desde Nueva York para verte esta noche. Por tu maldito cumpleaños.
—Reign, yo…
Levanta el brazo, agarrando el poste de la cama al que estoy pegada, por
encima de mi cabeza.
—Y cómo —aprieta con fuerza el poste, con sus bíceps abultados, amenazando
con rasgar su camiseta oscura—, le rompiste el corazón a cambio.
Yo también amenazo con rasgarme el mío, y el vestido, ante esto.
Con lo fuerte que lo estoy agarrando.
—Yo... yo...
—Lo hiciste —gruñe—, ¿verdad?
Trago saliva y miro su rostro enfadado, con el corazón retorciéndose y
apretándose en mi pecho.
Y no puedo evitar preguntar:
—¿Te... te ha llamado?
—¿Qué mierda crees?
—No quise... No quise...
—Bueno, eso es genial entonces, ¿no? Que no quisieras.
—Lo siento mucho. Yo…
—Hazlo.
—¿Qué?
Aprieta la mandíbula un segundo antes de gruñir:
—Di que sí.
—¿Q-qué? —repito, con los ojos muy abiertos y la respiración temerosa.
Pero, al parecer, no es suficiente para él.
63
Me quiere aún más asustada, aún más temblorosa porque se inclina, sus ojos
arden tan intensamente que siento un sol inclemente mirándome fijamente.
—Toma el teléfono ahora mismo y díselo.
—¿Decirle qué?
Sus fosas nasales se agitan mientras aprieta los dientes.
Mientras se esfuerza por decir las siguientes palabras como si no pudiera
soportar decirlas pero tuviera que hacerlo.
Lo necesita.
Porque por eso vino aquí.
—Dile —dice lentamente—, que te casarás con él.
—No —suelto.
Y me odio por ello.
Incluso más que antes de que él llegara aquí tan bruscamente y yo estuviera en
la cama, volcando toda mi angustia en mi diario. Me odio aún más por decir que no
ahora, que cuando se lo había dicho a mi novio.
Que vino a sorprenderme en mi cumpleaños.
No se suponía que estuviera aquí, y mucho menos que me llevara a cenar por
mi cumpleaños. Se suponía que debía estar de vuelta en Nueva York, como ha estado
el último año, en la universidad, practicando para un próximo partido de fútbol. Pero
dejó todo eso para venir a verme. Dijo que no quería que estuviera sola, ni hoy ni en
mi cumpleaños.
Y yo también me alegré mucho de verle.
Pero entonces fui y lo arruiné todo.
Le hice daño.
Todo porque al final de nuestra comida, me hizo una pregunta y sacó un anillo.
Dijo que aunque somos jóvenes, se siente bien. Se siente como para siempre.
Y este anillo, aunque sea de compromiso, no significa que tengamos que casarnos en
cuanto cumpla dieciocho años. Podría tratarlo como un anillo de compromiso y
podríamos esperar hasta que terminara la universidad, si yo quisiera. Pero él no podía
no darme un anillo y proponerme matrimonio porque veía nuestro futuro muy claro.
Él siendo un jugador de fútbol profesional y yo siendo su mujer.
A diferencia de las otras veces que me había invitado a salir por primera vez o
me había dicho que me quería, ésta no me lo esperaba. Y decir que me asusté es
quedarse corto.
Me asusté muchísimo.
64
Me sentía atrapada. Asfixiada.
Sentía como si alguien estuviera sobre mi pecho, sin dejarme respirar.
Así que corrí.
Le dije que quería volver a casa. Que no podía estar aquí. Que no podía hacer
esto. Y como el mejor novio del mundo, hizo lo que le pedí. Me llevó de vuelta a casa
y he estado encerrada en mi habitación desde entonces.
—No —repite, en voz baja.
—No puedo.
—¿Y por qué no?
—Yo sólo...
—¿Sólo qué?
—N-no puedo. Yo...
—¿Tú qué?
—Porque es demasiado pronto —suelto lo primero que me viene a la cabeza.
Aunque en cuanto lo digo, sé que es mentira.
No es demasiado pronto.
No es por eso por lo que dije que no. Dije que no porque me sentía atrapada y
tengo la sensación de que me sentiría atrapada incluso si él me hiciera esta pregunta
años después.
Y Dios mío, el odio que siento por mí misma sigue creciendo.
¿Por qué me siento así? ¿Por qué me siento atrapada cuando quiero tanto a
Lucas?
—Llevas dos años saliendo con él —le suelta su mejor amigo, con el pecho
ondulando en una respiración agitada.
—Yo...
—Dos años que han parecido dos putos siglos.
—¿Qué?
—¿Qué parte de eso es demasiado jodidamente pronto?
—No lo sé, ¿bien? No lo sé.
Todo lo que sé es que no puedo hacerlo.
Por alguna razón no puedo casarme con el chico que amo. No puedo decirle
que sí y no sé qué me pasa. No entiendo cómo he podido hacerle algo así.
Cómo pude herir así a Lucas.
65
—Tal vez pueda iluminarte entonces —dice, irrumpiendo en mis confusos
pensamientos.
Se acerca aún más, su cuerpo se inclina hacia delante.
Sus anchos hombros se hunden, su rostro esculpido se cierne sobre mí mientras
ronca:
—Es duro, ¿verdad?
—¿Qué?
—Toda esta mierda de la larga distancia —continúa, sus ojos recorren mi
cara—. Es duro para él. Me doy cuenta. El hecho de que no pueda verte tanto o tan a
menudo como le gustaría. No llega a ver tus bonitos vestidos, todos bonitos y
ajustados por arriba pero ondeando y volando alrededor de tus muslos cremosos. No
ve tus gruesas y largas trenzas color miel, siempre atadas con una cinta, a veces con
una horquilla con mariposas. O la forma en que inclinas la cara hacia arriba siempre
que hay sol, como si quisieras absorber cada centímetro de sol, y lo haces, ¿verdad?
Porque tu puta piel brilla, pálida y dorada al mismo tiempo. O porque siempre tienes
una pequeña sonrisa cuando abres un libro. No importa qué libro, tu boca siempre se
inclina hacia arriba. Y que nunca te fijas por dónde vas, así que él tiene que ponerte
la mano encima, agarrarte el codo o tu pequeña cintura, tus delicados hombros, para
poder alejarte de los problemas. Él puede protegerte porque tú no tienes el puto
sentido común de hacerlo por ti misma. Ahora no puede hacer todo eso y lo odia. Odia
que no estés cerca. Que no pueda llegar a ti siempre que quiera, tocarte, olerte —
inspira profundamente como si me oliera, como si fuera él quien echa de menos mi
olor—, o escuchar tu voz. Tu risa.
En algún momento, mientras hablaba, con voz ronca, mi vientre ha tocado
fondo. Ha caído a través de mi cuerpo y es como si estuviera en el aire.
Estoy volando.
Hay viento bajo mis pies y no creo que vaya a bajar pronto.
No con la forma en que está mirando mis labios.
Mi boca.
Como si fuera él quien echa de menos mi risa y no Lucas.
—Reign —susurro.
Levanta los ojos y, en cuanto se fijan en los míos, aprieta la mandíbula.
—Es duro para él. Así que apuesto a que también lo es para ti. —Luego, tras
una pausa—: ¿Lo es?
—Sí —consigo decir a pesar de estar todavía tambaleándome y sin aliento.
Otro apretón.
—Lo echas de menos, eh. 66
—Mucho.
—Mucho.
Asiento con la cabeza.
—Así que tal vez encontraste una manera de hacerlo fácil.
—¿Qué?
—Quizá —dice—, encontraste a alguien que te lo pusiera fácil.
—¿Alguien?
Esta vez, el pulso en su mandíbula se prolonga, volviendo todos sus rasgos
duros, sus ojos violentos.
—¿Quién es?
—¿Quién es quién?
—El idiota que no para de husmear a tu alrededor.
—¿Qué idiota? ¿De qué estás hablando?
—En la biblioteca de la escuela.
—En la escuela... —Luego—: ¿Estás… estás hablando de Evan?
—¿Así es como se llama? Maldito Evan.
—¿Cómo... cómo sabes lo de Evan? —le pregunto, estudiando su rostro.
Cuando sus fosas nasales se inflaman y un músculo salta en su mejilla al oír —Evan —
continúo—: ¿Me estás... me estás espiando? ¿Así es como sabes lo de mi tarta de
cumpleaños y la fiesta y... y Evan?
Dios mío, estoy...
Es...
Es un maldito acosador. Es un maldito criminal.
Bandido.
—Relájate —me dice, probablemente leyendo en mi cara lo horrorizada que
estoy—. Tu novio es un bocazas cuando se trata de ti y de tu puta vida mundana. Y en
cuanto a espiarte, me aseguro de vigilar las cosas que importan. Y lo haces. Por mi
mejor amigo. Por desgracia. Y también es algo bueno, ¿no? Porque ahora lo sé.
—¿Sabes qué? —Le digo bruscamente.
—Porque es demasiado pronto.
—¿Y por qué es demasiado pronto, Reign?
—Es jodidamente pronto, Echo, porque estás dejando a mi mejor amigo, ¿no?
Quizás si lo hubiera dicho de otra manera, de una manera no tan hostil o de una
manera que no parezca que está hablando de sí mismo. Como si me estuviera
metiendo con él y no con su mejor amigo, y por eso está tan jodidamente enfadado. 67
Entonces probablemente no habría hecho lo que hice.
Probablemente no habría levantado el brazo, con las palmas abiertas, para
abofetearle la cara.
Pero lo hice y no, no lo consigo.
Abofetearlo quiero decir.
Porque me detiene a mitad del golpe.
Mi muñeca atrapada en un apretón.
Su agarre.
—¿Cómo te atreves? —Mi pecho se agita—. ¿Cómo mierda te atreves? Eres un
idiota.
—Y todavía no has respondido a mi pregunta.
—Porque es una pregunta de mierda. —Antes de que pueda decir nada más,
me levanto en su cara y continúo—: ¿Y de dónde sacas que me hagas preguntas?
Cuando eres tú el que siempre ha hecho todo lo posible por alejarlo de mí. ¿No fuiste
tú quien lo emborrachó en la fiesta de Halloween aquella vez? Tú eras el que le
enviaba chicas para que me dejara.
Pone cara de no saber de qué estoy hablando.
—¿Qué?
—No me mientas. Sé lo que hiciste.
Se me queda mirando un momento, todavía con cara de despistado, pero luego
habla.
—No tengo ni idea de qué mierda estás hablando y no tengo ningún interés en
averiguarlo. Porque tenemos asuntos más importantes que discutir, ¿no crees? Ahora
contesta a la puta pregunta.
—No. —Aprieto los dientes—. Porque como he dicho, es una pregunta de
mierda. Especialmente viniendo de ti. Especialmente cuando yo nunca, nunca, haría
nada para lastimar a Lucas.
En cuanto lo digo, me doy cuenta de que no debería haberlo hecho.
No debería haber dicho eso último porque no es verdad, ¿no?
Hice algo para lastimarlo.
Me negué a darle lo que pedía.
Salí corriendo.
—Pero entonces lo hiciste, ¿verdad? —dice, clavando sus dedos en mi muñeca.
Sus palabras hacen que me escuezan los ojos.
—Evan es un chico del que soy tutor. Como hice con Lucas. Me reúno con él en
68
la biblioteca tres veces a la semana para repasar sus tareas y trabajos de clase. No
hay nada...
Sacudo la cabeza, inspirando profundamente.
—Yo no le haría eso. A Lucas. Lo quiero. Lo amo más de lo que jamás podría
imaginar amar a alguien. Y sí, este último año ha sido duro. Lo extraño tanto que duele.
Me duele. Pero ni una sola vez, ni por un solo momento, pensé en ir a sus espaldas.
Nunca podría... No soy así. Pero aparentemente, lo soy porque... Porque mira lo que
hice. Esta noche. En vez de apreciar que dejara todo y condujera sólo para
sorprenderme, le rompí el corazón. Y ni siquiera sé cómo arreglarlo porque... me
sentí tan sofocada.
—¿Qué?
Una lágrima cae por mis mejillas y su ceño es tan grande y grueso que podría
asentar mi pulgar en ese surco. —Siempre me has odiado, desde el principio. Por
quién soy, por quiénes son mis padres, por cómo no encajo en tu brillante y fastuoso
estilo de vida. Cómo Lucas podría hacerlo mucho mejor que yo, una sirvienta. Y sabes
qué, tienes razón. Tienes toda la razón. Porque cuando me pidió que me
comprometiera con él, me sentí asfixiada.
Allí. Está ahí fuera.
Le dije.
Mi secreto.
Y qué extraña elección para un confidente.
El tipo que siempre me ha odiado.
Pero ahora que lo he dicho en voz alta, no puedo parar.
—Me sentía atrapada. Sentía como si alguien estuviera sentado sobre mi pecho.
Como si no pudiera respirar, y qué estúpido es eso, ¿verdad? Qué loco y demente
sentirse así. Cuando lo amo tanto. Cuando es el tipo más increíble que he conocido.
Tan leal y cariñoso y Dios, sé lo afortunada que soy. Lo sé. Todas mis amigas de la
escuela me lo dicen. Me dicen que Lucas es el mejor porque sus novios son todos tan
egoístas y desconsiderados y desleales y…
—¿Y qué? —pregunta por lo bajo, bruscamente.
Parpadeo un par de veces para aclarar mi visión, desalojando una gruesa gota
de lágrima.
—Como tú.
Observa cómo gotea.
Se abre paso por mis mejillas sonrojadas, por el lateral de mi boca
entreabierta, aferrándose a mi mandíbula durante medio segundo. Antes de caer.
Abajo en su pulgar. 69
Me estremezco cuando eso ocurre.
Cuando atrapa mi lágrima con la yema de su grueso dedo.
Y me doy cuenta de que me ha soltado la muñeca y no sólo atrapa la lágrima
con la misma mano que estaba usando para agarrar la mía, sino que también me está
limpiando la humedad de la mejilla con esos mismos dedos.
—Como yo —ronca.
Mi corazón late, tamborilea, agita sus alas dentro de mi pecho como si fuera un
pájaro.
Y quedarme quieta es tal lucha que, antes de que pueda pensarlo, mi mano
recién liberada encuentra su camiseta y la agarra con fuerza.
—Sí —susurro, con un cosquilleo en la mejilla donde me está tocando—. Son
todos idiotas como tú.
—Como yo.
—Como tú, no son de fiar.
—No.
—Son todos idiotas.
—Lo son.
—Y peligrosos.
Sus ojos parecen entonces líquidos.
—Como un bandido.
Mi corazón alado da un vuelco y no puedo evitar susurrar:
—Así lo llamo yo.
—¿Llamar qué?
—Mi diario.
—¿Qué?
Retorciéndole la camiseta, le contesto:
—Ahora lo llamo Bandido.
Sus labios se separan y se escapa un largo suspiro, brumoso y cálido.
—¿Por qué?
—Porque intentaba convertir algo malo de mi vida en algo bueno —le digo,
con el cuello levantado y los ojos recorriendo su cara respingona—. Reformarlo, si
quieres. Porque cada vez que pensaba en ti, me enfurecía. Me ponía furiosa y
enojada. Y era tan agotador. No quería sentir eso nunca más. No quería estar enferma
de odio. Así que le puse tu nombre a lo más preciado que tengo en el mundo. 70
—Lo hiciste.
—Sí. Convertir algo malo en algo bueno. Lo leí en un libro.
Y en cuanto lo hice, me acordé de él. Así que me compré un diario nuevo. Una
cuyo color coincidía con el color de sus ojos. Marrón oscuro con matices rojos.
Lo único que no es rosa en mi habitación.
—¿Te ha servido de algo? —me pregunta con el pulgar en la mandíbula, a
milímetros de mis labios.
—Todavía no.
—No lo va a hacer.
—Puede ser. No he perdido la esperanza.
—Deberías.
No sé lo que está pasando.
Pero todo se siente tan… perezoso y pesado y letárgico y caliente.
Su aliento. Mis respiraciones.
Sus ojos. Mi piel.
Su pulgar en mi mejilla, tan cerca ahora de mi boca entreabierta.
Mis nudillos casi acariciando su abdomen duro y estriado.
—Dieciséis, eh —susurra.
—Sí.
Me recorre con la mirada toda la cara, que sé que debe de estar toda sonrojada.
—¿Sigues siendo demasiado madura para tu edad?
Se me corta la respiración.
Y ahora quiero esconder mi cara.
Quiero cerrar los ojos y hundir la nariz en su enorme pecho.
Porque está sacando a colación esa conversación de hace tiempo.
La vergonzosa y unilateral conversación que tuve con él cuando era ingenua y
estúpida y pensaba que quería ser su amiga. Antes de que me enseñara que todos los
rumores sobre él eran ciertos y que debía creerlos y no lo que me decía mi corazón.
—Sí —respondo.
Su pulgar se acerca a mi boca.
—Pero puedes ver por qué no podemos ser amigos ahora, ¿no?
—Porque nos odiamos.
—Sí.
—¿Por qué me diste esa tobillera? —pregunto con los labios temblorosos. 71
Mi pregunta le hace fruncir el ceño.
—¿Qué?
Trago saliva, adelanto la otra mano, la que hasta ahora estaba agarrada al poste
de la cama, y me agarro a su camiseta. Porque necesito algo más resistente.
Para aferrarse.
Algo más arraigado y sólido.
Algo como él en este momento.
Porque es el único que parece estable cuando todo lo demás cambia y se
desliza a mi alrededor.
—¿Por qué me has traído ese regalo? —Le explico—. Si tanto me odiabas, ¿por
qué me lo diste?
¿Era su forma de burlarse de mí de alguna manera, de hacerme daño?
¿Haciéndome sentir importante para que sea más divertido cuando me quite la
alfombra de debajo?
Todavía está en el cajón de mi mesilla de noche, su regalo.
Empujado hacia el fondo, pero sigue ahí.
Tantas veces pensé en devolvérselo. Dejárselo donde lo encontrara más tarde
para no tener que hacerlo cara a cara. Pero no podía hacerlo por alguna razón.
No podía dejarlo pasar.
Presionando su pulgar sobre mi labio, tirando de él, susurra:
—Feliz cumpleaños, Echo.
Sé que debería decir algo ahora mismo.
Algo como, gracias y por favor, ¿puedes alejarte de mí? ¿Puedes dejar de
mirarme así?
Pero no puedo decir nada.
No puedo hacer ruido.
Todo lo que puedo hacer es mirarlo. Y pensar.
Lo que pensaba hace tanto tiempo.
Que es sexy y hermoso.
Simétrico.
Un rasgo afilado deja paso a otro. Pómulos orgullosos que se ahuecan y se
inclinan hacia una mandíbula barbuda. Frente lisa y cejas arrogantes esculpidas hasta
los ojos de gruesas pestañas. Su nariz recta enmarca su boca ancha.
Su boca. 72
Suave y curvada y caramba, parece la almohada más suave.
Y no sé cómo ocurre. No sé quién da el primer paso, pero me aprieto contra
esa almohada de felpa.
Mi boca presiona contra la suya.
Y yo...
Los estoy devorando, sus labios. Me los estoy tragando.
O tal vez es él quien lo está haciendo. Me está devorando, mis labios,
tragándoselos con los suyos.
No, espera.
Creo que somos los dos.
Ambos estamos devorando y tragando.
Y santo Dios, no entiendo cómo sucedió. No entiendo cómo hemos llegado a
esto.
A mí apretada contra el poste de la cama y a él apretado contra mí.
Mientras nos besamos.
Mientras me besa y yo le devuelvo el beso.
Y no sólo con la boca. Nos besamos con todo el cuerpo.
Estamos enredados el uno en el otro.
De algún modo, sus manos están en mi pelo, empujándolo, tirando de él,
deshaciendo mi trenza. Como si fuera lo primero que quisiera hacer en cuanto me
pone las manos encima. Y mis propios dedos están en sus hombros, en sus bíceps,
arañando su piel, tirando de su camiseta. Como si eso fuera lo que yo quería hacer.
Sentir el grosor de esos brazos y rastrillar mis uñas en su piel porque me
enfurece.
Y al parecer, también quería chuparle la lengua.
Porque tenía la sensación de que iba a ser sabroso.
Su lengua iba a ser dulce y deliciosa y tan caliente.
Y vaya si lo es.
Es como chupar el verano.
Es como chupar sol, sandía y limonada.
Todas las cosas que me gustan.
Todas las cosas que se me antojan todo el año.
Tengo la sensación de que yo también sé a todo lo que a él se le antoja. Porque
también me está chupando la lengua. De hecho, lo hace con más fuerza, a mí, a mi
boca. Metiéndome la lengua hasta el fondo, hasta el fondo de mi boca. 73
Y cuando gimo porque no creo que nadie haya estado nunca tan dentro de mí,
se vuelve loco.
Le hace gemir y gruñir y creo que nunca antes había oído un sonido así.
Un sonido tan necesitado.
Quiero más de eso. Quiero escuchar ese sonido para siempre.
Pero un segundo después, es ahogado por otro sonido.
Uno grande.
Una explosión. Lo suficientemente fuerte como para separarnos. Para que entre
la realidad.
Y en el momento en que nos separamos, siento tal escalofrío, un miedo tan frío
que me estremezco.
Pero eso no es nada comparado con lo mucho que tiemblo y me estremezco
cuando giro los ojos a la izquierda y encuentro el origen de aquel fuerte ruido. Era la
puerta de mi dormitorio abriéndose, chocando contra la pared. Y fue él quien lo hizo.
Quien abrió la puerta.
Mi novio.
Que en este mismo instante está en el umbral, observándome.
En los brazos de su mejor amigo.
Presente.
Escuela St. Mary’s para adolescentes con
problemas

S
oy una criminal.
Una alborotadora. Una delincuente, una infractora de la ley, una
culpable, una infractora.
O al menos la gente cree que lo soy.
No les culpo.
Es decir, llevo una falda color mostaza, calcetines blancos hasta la rodilla y
Mary Janes negras: el uniforme del colegio St. Mary's para adolescentes con
problemas. Un reformatorio sólo para chicas situado en medio del bosque de la
ciudad de St. Mary's. 74
Y como su nombre indica, sólo van allí los delincuentes.
Criminales que han hecho cosas malas. Que han violado leyes, causado caos,
causado estragos.
Criminales como yo.
Así que esto debería ser fácil para mí. Lo que voy a hacer esta noche.
Esto es acoso.
Bueno, técnicamente, no es acoso.
No es que vaya a esconderme entre los arbustos y agazaparme bajo la ventana
mientras espío con los prismáticos. Ni siquiera tengo prismáticos. Y no hay que
agacharse ni espiar. Puede que haya que esconderse, pero no estoy segura.
—¿Echo?
Mis frenéticos pensamientos se interrumpen cuando oigo mi nombre.
Por un segundo, no logro entender de dónde viene la voz.
Porque aquí no hay nadie.
Estoy sola. Y estoy sentada. Sobre algo.
Parpadeo y miro a mi alrededor, intentando saber dónde estoy exactamente,
cómo he llegado aquí y todo eso.
—Echo —vuelve a decir la voz, esta vez acompañada de un par de golpes
fuertes—. Abre la puerta.
La puerta.
Bien.
La voz entra por la puerta.
Del cuarto de baño en el que estoy sentada sobre la tapa cerrada del váter, con
las manos en el regazo y los ojos clavados en el suelo de baldosas. Y esa voz
pertenece a mi amiga Jupiter.
Me enderezo, respiro hondo y respondo:
—Estoy ocupada.
—No, no lo eres.
—¿Qué?
—Bien. ¿Ocupada con qué exactamente?
Sinceramente, debería haberlo sabido.
Es Jupiter.
Es luchadora, fogosa y demasiado entrometida. 75
Todas cualidades que suelo apreciar.
Porque si no fuera por ella, nunca habríamos sido amigas. Nunca habríamos
llegado a conocernos y a descubrir que no sólo somos amigas, sino las mejores
amigas.
No porque tenga malas habilidades sociales. De hecho, tengo muy buenas
habilidades sociales y siempre he podido hacer amigos con facilidad. Pero resulta
que la Escuela St. Mary’s para Adolescentes con Problemas tiene una forma de
aplastar lo mejor de ti. Sin embargo, a mi amiga del otro lado de la puerta se le
concedió esta buena cualidad. La habilidad de romper barreras.
Y aquí estamos.
Las mejores amigas desde que ambas llegamos a St. Mary's hace dos años.
—Es un baño, Jupiter —le digo mirando la puerta blanca—. ¿En qué crees que
está ocupada la gente? En un baño.
Veo que Jupiter pone los ojos en blanco ante mi respuesta.
—Como si estuvieras usando el baño para cualquiera de sus propósitos.
Me echo hacia atrás y repito:
—¿Qué?
—Siempre me doy cuenta cuando el baño no se utiliza para los fines previstos.
—Eso es... —Sacudo la cabeza—. Lo más ridículo que he oído nunca.
—O —dice—, ¿es lo más increíble que has oído nunca? Que estoy tan en
sintonía con las emociones humanas que puedo sentir la angustia de alguien a un
kilómetro de distancia.
—No —digo, decididamente—. Definitivamente es lo más ridículo. Y no estoy
en apuros. Todo lo que necesito es un poco de privacidad, gracias.
—Claro —se burla—, ¿para hacer qué, pensar demasiado?
—Yo...
—Porque sé que eso es exactamente lo que estás haciendo ahí dentro. Y tengo
dos muy buenas razones para creerlo. —Luego añade—: No, espera. Tres. Tres muy
buenas razones para creerlo. —Antes de que pueda decir nada, empieza a
enumerarlas—: A: Llevas ahí como treinta minutos aunque sabes que tenemos que
irnos pronto y odias llegar tarde a todo porque eres una niña muy buena.
Molestamente buena. B: Te fuiste en medio de una conversación cuando ambas
sabemos que eres demasiado educada para hacer eso. Te quedarías ahí con los oídos
sangrando si tuvieras que hacerlo, pero no te vas. Otra vez porque eres tan
irritantemente buena. Y la tercera razón por la que creo que estás pensando
demasiado es porque eso es exactamente lo que has estado haciendo las últimas dos
semanas. Desde que se te ocurrió el plan.
Tengo que admitir -por mucho que me duela- que tiene razón. En los tres
76
puntos.
Odio llegar tarde a los sitios, y por lo que parece vamos a llegar al menos
quince minutos tarde a nuestro destino. Odio interrumpir a alguien o interrumpir a
alguien cuando está hablando. Y eso es exactamente lo que hice antes de huir al baño.
Estar sola. Para, sí, pensar demasiado.
Por el plan.
El estúpido, estúpido plan.
Que se me ocurrió, por cierto.
Solas. Sin ayuda de nadie.
—Está mal —digo tras varios segundos de silencio—. Lo que estoy a punto de
hacer.
—No, no lo es.
—Es acoso, Jupiter.
—Es casi acoso.
Entorno los ojos hacia la puerta.
—No creo que eso importe. Que es casi acoso.
—¿A quién exactamente?
—A la policía, por ejemplo.
Oigo un largo suspiro.
—Nadie va a llamar a la policía por ti.
—¿Ah, no?
—Bueno —admite—. Otra vez no.
Sí, otra vez no.
Porque ya lo han hecho antes, ¿no?
Sí, soy una de las muchas, muchas personas desafortunadas que han tenido la
mala suerte de que llamen a la policía. De hecho, esa es la razón por la que estoy en
un reformatorio.
Porque hace dos años, hice algo estúpido e ilegal.
Lo que significa que la policía tuvo que involucrarse.
Mira, no estoy diciendo que no me lo mereciera.
Me lo merecía.
Me merecía absolutamente ser arrestada e interrogada. De hecho, creo que me
libré fácilmente. Podría haber pasado meses en un centro de detención de menores
por lo horrible que hice. En cambio, me dejaron salir libre. Con la condición de que
asistiera a un reformatorio.
77
Pero esa no es la cuestión.
La cuestión es que no debería hacerlo.
Nunca debería haber ideado este plan.
—Es que —respiro hondo pero tembloroso—, tengo mucho miedo.
También la oigo suspirar. Pero puedo sentir que es por solidaridad más que
por exasperación.
—Lo sé. Y no es una locura sentirse así después de todo lo que has pasado. Así
que si quieres echarte atrás, podemos hacerlo. Depende de ti. Decidas lo que
decidas, te apoyaremos.
—Por supuesto que lo haremos.
Esta es una segunda voz.
Y pertenece a mi segunda mejor amiga, Poe.
Es un poco loco que la llame mi mejor amiga cuando acabamos de conocernos.
Vamos a la misma escuela y hemos tenido las mismas clases durante los dos últimos
años. Pero no ha sido hasta hace poco que hemos empezado a relacionarnos más y
nos hemos dado cuenta de que antes nos habíamos perdido totalmente el ser amigas.
De hecho, es en su baño donde me he encerrado.
Es su casa.
Desde que decidí hacer esto, Jupiter y Poe me han apoyado
incondicionalmente. El hecho de que estemos aquí, en casa de Poe, cuando no se nos
permite salir del campus, es una prueba de ese apoyo.
Suena arcaico, ¿verdad?
Que no se nos permite ir a ningún sitio fuera del campus.
Pero es nuestra realidad, dada nuestra escuela.
Como es un reformatorio y las chicas que van allí son todas unas alborotadoras,
el objetivo principal de St. Mary’s para que podamos reincorporarnos a la sociedad
como ciudadanas responsables, y para lograrlo tienen unas normas férreas y rígidas.
Desde las más obvias, como llegar puntual a clase, no dejar nunca de hacer los
deberes y sacar buenas notas, hasta otras menos evidentes, como que sólo puedes
ver la tele un determinado tiempo al día; o que todas las noches apagan las luces a las
9:30; o que sólo puedes salir del campus si tienes un permiso firmado, etc.
Ah, y si te portas mal o tus notas están por debajo del mínimo establecido, te
castigan.
Perdiendo privilegios.
Privilegios de televisión, privilegios de salir, privilegios de teléfono.
78
Por otra parte, si vas bien en clase y cumples todas las normas, tus privilegios
aumentan.
Sin embargo, todo esto sólo se aplica durante los meses lectivos normales.
Durante los cursos de verano, las normas son aún más estrictas.
Porque tener que ir a la escuela de verano -cuando se supone que deberías
estar disfrutando de las vacaciones de verano- es en sí mismo una importante señal
de alarma. Significa que probablemente no seguiste suficientes reglas y/o no sacaste
suficientes buenas notas durante los meses normales de escuela.
Ahora es verano.
Lo que significa que estamos en la escuela de verano.
Lo peor es que todas somos mayores.
O mejor dicho, aún mayores.
Se suponía que nos graduaríamos el mes pasado pero... no lo hicimos.
No podía.
Falta de notas, falta de buen comportamiento. Falta de sentido común.
Lo que significa que no debería estar aquí, en el baño de Poe, en la gran casa
mansión de Poe. Ninguna de nosotras debería estar. Pero Poe tiene conexiones y las
usó para sacarnos de St. Mary’s por el fin de semana.
Porque ella es increíble de esa manera, también sacó a Jupiter.
Y ambas están siendo increíbles en este momento también.
Siendo tan solidarias y comprensivas después de todo lo que ya han hecho por
mí. Y soy consciente de que no puedo dejar que lo hagan, ya no.
Hay una razón por la que se me ocurrió este plan. Una razón por la que estoy
haciendo esto. Y sí, hacer esto puede ser estúpido e imprudente, tal vez incluso
peligroso para mí, pero tengo que hacerlo.
Así que por mucho que me gustaría quedarme aquí, escondida como una
cobarde, no puedo.
Respiro hondo, me pongo en pie y me dirijo a la puerta. La abro y veo a mis
dos mejores amigas mirándome preocupadas. Para tranquilizarlas, sonrío y espero
que no sea tan temblorosa como siento.
—No pasa nada —le digo—. Sólo estoy haciendo el tonto. Puedo hacerlo.
—¿Estás segura? —pregunta Jupiter, con sus ojos esmeralda nublados por la
preocupación.
—Sí.
—¿Absolutamente? —pregunta Poe suavemente—. De nuevo, no tienes que
hacer esto si no quieres.
79
—Lo sé. —Vuelvo a sonreír pero esta vez más tranquila; ¿cómo no va a serlo
cuando mis amigas son tan increíbles?—. Pero creo que todo va a salir bien.
Tal vez si lo digo suficientes veces, va a ser.
Ambas me miran fijamente durante uno o dos segundos antes de que Jupiter
asienta.
—De acuerdo. Hagámoslo.
Poe también asiente.
—Así que recuerda, vamos a estar allí todo el tiempo.
—De acuerdo —digo con determinación.
—Lo que significa que todas nosotros te cubriremos las espaldas.
Todas nosotras, sí.
¿He mencionado lo increíble que es Poe?
Si lo he hecho, vale la pena repetirlo.
Porque no sólo me ha apoyado ella misma, sino que ha reclutado a otras
personas para que me apoyen también: sus propias amigas. Todas ellas me han
adoptado a mí y a Jupiter como si fuéramos amigos de toda la vida.
De nuevo, todos fueron a St. Mary's -se graduaron a tiempo- y todas tuvimos las
mismas clases a lo largo de los años, así que las he conocido de lejos. Pero no ha sido
hasta hace poco, desde que empezaron las clases de verano y Poe se hizo amiga mía
y de Jupiter, cuando hemos empezado a intimar. Y cuando le conté a Poe mi plan,
reunió a todo el mundo para prestarme todo el apoyo que pudiera desear.
—Sí —le digo.
—Y podemos irnos cuando quieras —añade Jupiter.
—Entendido.
—Así que no hay nada de qué preocuparse —concluye Poe—. Si dice algo o,
ya sabes, hace algo, estaremos ahí para ti.
Quiero responder a Poe pero me parece que no puedo.
No porque de repente vuelva a tener miedo -quiero decir, los nervios siguen
ahí, pero casi lo tengo controlado-, sino porque siento que un temblor recorre mi
cuerpo.
Siento que se me aprieta el vientre y se me encogen los dedos de los pies.
Si dice algo...
Me pregunto qué dirá. Cuando me vea por primera vez en dos años.
Me pregunto cómo sonará.
¿Se enfadará? Enfadado de que esté aquí cuando me dijo específicamente que
me alejara de él.
80
¿O estará demasiado conmocionado, demasiado aturdido para decir nada?
O tal vez me vea después de tanto tiempo y por unos segundos, se olvide.
Lo que le hice.
Cómo le hice daño.
No lo sé.
Lo único que sé es que diga lo que diga, suene como suene, estoy deseando
que llegue.
Estoy impaciente por oír su voz después de dos largos años.
—Lo sé —por fin reúno la voz para responder a Poe—. Pero no pasa nada. Todo
va a salir bien. Además, como ya me han dicho, ningún tipo en su sano juicio sería
capaz de decir nada molesto, cuando eche un vistazo a esto.
Muevo la mano arriba y abajo por mi cuerpo para decirles lo que quiero decir.
Y como era de esperar, se les escapa una sonrisa y me siento aliviada; no quiero que
se preocupen más por mí.
Además es la verdad de todos modos. El vestido que llevo es lo más bonito que
he visto nunca.
Todo gracias a Poe.
Además de ser una amiga increíble, Poe es una fashionista. Su ojo para el
diseño, los colores y los tejidos es insuperable, y el vestido tipo corsé que ha elegido
para mí me hace parecer más guapa de lo que soy. Se ciñe a mi cuerpo en todos los
lugares adecuados, acentuando mi diminuta cintura y mis pechos de copa C. Por no
hablar de que mi piel pálida y mi cabello rubio ceniza brillan sobre el fondo de la tela
de ante.
Además es azul.
Su color favorito.
Ahora que mi enloquecimiento temporal ha terminado, todas terminamos de
vestirnos y nos dirigimos a nuestro destino: un bar llamado The Horny Bard.
A pesar de lo que sugiere el nombre -probablemente un club de striptease o
algo parecido-, The Horny Bard es un bar deportivo de Bardstown. Es un lugar muy
popular entre todos los jugadores de fútbol, y dado que vivo en Bardstown desde los
doce años, he oído hablar de él. Pero es la primera vez que voy a poner un pie en él.
Y tengo que decir que es el lugar más ruidoso en el que he estado.
Tampoco es sólo la música.
Que es extremadamente ruidoso y muy centrado en los graves; tanto que
juraría que las botellas de licor de la barra y los vasos de la mesa vibran como locos. 81
También son las grandes pantallas de televisión en las paredes oscuras y la gente que
grita, anima e insulta.
Además, tiene que ser el lugar que parece más mazmorra en el que he estado
nunca.
Todo está no sólo oscuro, sino bañado en un resplandor rojizo. Desde la chusma
loca hasta las brillantes botellas de licor, las paredes de ladrillo, las mesas de billar
del fondo, los muebles.
No entiendo cómo este sitio puede ser remotamente popular, pero lo es y está
bien.
Me concentro en cosas importantes.
Como que si la información que tengo es correcta, va a estar aquí esta noche.
Y así debe ser.
Quiero decir, el grupo de chat de Bardstown High West -compuesto por chicas
de mi antigua escuela- no difundiría información falsa sobre esto al menos.
Especialmente cuando vuelve a la ciudad después de dos años enteros y
aparentemente está... soltero.
Así que sigo adelante, ignorando la música a todo volumen, las palabrotas que
dan miedo e incluso el hecho de que piso algo muy pegajoso y casi tengo que
arrancarme el tacón del suelo para poder continuar.
No dejaré que nada, y menos la vulgaridad del bar, se interponga en mi camino
esta noche.
Pero unos instantes después, veo algo que me hace pensar -de forma brusca y
repentina- que he hablado demasiado deprisa.
Porque creo que dejaría que algo se interpusiera en mi camino.
O a alguien.
El único.
Con la piel como mi estación favorita y los ojos como chocolate negro
derretido. Sólo que no son todo chocolate fundido. Hay tonos de rico vino tinto. Que
sólo ves cuando estás cerca de él.
Súper cerca.
Tan cerca que sabes que su piel no sólo parece de verano, también se siente
como tal. Se siente caliente y suave, como tomando el sol.
Tan cerca que sabes que también es duro y fuerte por todas partes. Es como
una montaña de músculos y huesos densos, y tú te sientes frágil y delicada cuando te
rodea con sus brazos.
Y cuando él... 82
Cuando pone su boca sobre ti, la boca que está poniendo en el borde de esa
botella de cerveza de la que está bebiendo, te conviertes en maldita.
Cometes errores. Cometes estupideces.
Y luego pagas por ellos.
Sé todo eso.
Lo sé todo de primera mano.
Porque he estado así de cerca de él. He sentido todas esas cosas.
Su calor. Su fuerza.
Y su maldición.
Porque hace dos años, la noche de mi decimosexto cumpleaños, cometí la
tontería de besarle.
El mejor amigo de mi novio.
Y todavía estoy pagando por ello.
S
oy una puta.
Esa es la explicación número uno.
De por qué besé al mejor amigo de mi novio cuando tenía dieciséis
años.
Por qué besé a un chico cuando estaba enamorada de otro.
La explicación número dos es que soy estúpida.
Soy una puta estúpida.
Por arruinar lo mejor que me ha pasado.
Por herir al hombre que amo.
Ambas cosas, nunca pensé que lo fuera o que alguna vez lo sería. Ambas cosas,
a veces me pregunto por qué fui en primer lugar.
Cuando salía con Lucas, nunca miré a otro chico. Él era todo para mí. Él era el
único. Así que no sé por qué haría lo que hice.
83
No tengo explicación para mi comportamiento estúpido y vulgar.
Igual que no tengo explicación -aún- para lo que había hecho antes de
convertirme en la zorra de Bardstown.
Enloqueciendo y huyendo.
Lo hice, ¿no?
Cuando Lucas me había pedido que me casara con él.
Aún no sé por qué me sentí así.
Atrapada, asfixiada y estrangulada.
Sólo sé que lo hice y que ojalá no lo hubiera hecho.
Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo y deshacer todo el daño. Ojalá pudiera
volver atrás y oír cómo llamaban a la puerta de mi habitación. La llamada de mi novio,
que había vuelto para hablar de lo que había pasado en el restaurante, pero en vez
de eso me encontró engañándole.
Sin embargo, no puedo cambiar nada de eso.
Todo lo que puedo hacer es intentar enmendarlo.
Algo que he querido hacer desde hace dos años y no he podido. Porque Lucas
no me dejaba; ha cortado todo contacto conmigo. Así que hace un par de semanas,
cuando leí en ese grupo de chat que volvía a la ciudad, pensé que era mi oportunidad.
Tenían todo su itinerario publicado, todas las fiestas a las que iba a ir, todas las
reuniones que se organizaban en su honor. Aunque presté atención al itinerario -estoy
aquí, ¿no? - me preocupaba más el motivo de su regreso: su padre está enfermo y
dicen que podría estar muriéndose.
Su padre no es una buena persona. Eso es lo primero.
Solía maltratar a Lucas cuando era pequeño, y sé que Lucas odia a su padre.
Pero también sé que a pesar de todo, es un buen hijo. Lo que significa que aunque ha
tenido una relación difícil con su padre, esto debe ser duro para él, su inminente
fallecimiento.
Sólo que ese estúpido chat nunca mencionó nada sobre él.
O quizás sí, pero más allá de Lucas no presté atención a nada más.
A la única cosa - la única persona - que potencialmente podría detenerme.
Mi mayor error, todos el uno noventa y dos de él.
El mejor amigo de mi novio - exnovio.
Y escucha esto: en lugar de estar al final de este bar tan corriente, está aquí
mismo.
Está sentado frente a mí. 84
Sentado.
Es surrealista, ¿verdad?
¿Cómo es posible?
Bien, sabes qué, déjame hacer un repaso de todo lo que ha pasado desde que
llegué aquí, que me ha llevado a este momento tan onírico.
Así que primero, vine con todas mis amigas. Y sus novios.
En realidad, hay novios y también hermanos.
Una de las chicas, Calliope Thorne, tiene como cuatro hermanos mayores.
Sí, cuatro. De los cuales tres están aquí.
Cuando Poe reunió a todas sus amigas para acompañarme al The Horny Bard,
Callie fue la que señaló que íbamos a necesitar ayuda para entrar en un bar, ya que
todas éramos menores de edad. Así que podría ser una buena idea involucrar a sus
hermanos y a su novio -oh, espera, marido; está casada con un chico guapísimo que
de alguna manera siempre se las arregla para estar a su alcance-, que tienen todos
más de veintiún años.
Fue un camino difícil, por lo que me cuenta Poe, conseguir que se pusieran de
acuerdo, pero lo hicieron. Y estoy muy agradecida por ello. Que tanta gente viniera
a apoyarme.
Pero de todos modos, llegué a la barra y entonces vi.
Me refiero a él, de pie con un grupo de sus amigos.
Y entonces me congelé.
Por un momento o dos.
Y entonces me lancé al pilar de ladrillo más cercano y me escondí.
Porque, ¿en qué mierda estaba pensando? ¿Por qué no estaba pensando en
realidad?
Por supuesto que estaría aquí.
Es el mejor amigo de mi novio, exnovio.
Él va donde va Lucas. Y viceversa.
Y si hubiera tenido siquiera un poco de sentido común, habría prestado
atención a este hecho y me habría preparado. Y entonces no me habría refugiado
como una cobarde detrás de una columna. Gracias a Dios, mis amigas estaban allí
para levantarme y sacarme de allí. Así pude afrontar la situación de frente. Sólo que
nunca hubiera imaginado, ni en un millón de años, que la situación se convertiría en
esto.
¿Así que los novios y los hermanos? Resulta que lo conocen.
Sí. 85
Al parecer, son compañeros de fútbol del instituto. Solían jugar entre ellos, uno
de los hermanos de Callie -Ledger creo que se llama-, su marido y él. Bardstown East
y Bardstown West. Así que se conocen.
De nuevo, si hubiera prestado un poco de atención al fútbol cuando iba a todos
esos partidos, probablemente habría conocido esta pequeña información. Pero no lo
hice y, por lo que parece, no solo se conocen, sino que son muy buenos amigos.
Y están tan felices de verse.
Tan contentos de ponerse al día y mezclarse y hablar como los amigos perdidos
que son.
Incluso riendo.
Él, riéndose justo delante de mí cuando yo me estoy haciendo pedazos ahora
mismo.
No puedo calcular eso.
No puedo calcular nada de esto, nada de lo que está pasando. Y necesito
hacerlo porque el tiempo se acaba. Necesito aclarar mis ideas para poder hacer lo
que vine a hacer.
Hablar con el chico que amo.
Cuyo corazón rompí, no una sino dos veces, en una noche.
Él también está aquí, sentado a tres metros de mí y...
—Te está mirando.
La voz que me susurra al oído me despierta y me ayuda a concentrarme.
Sentada en el sofá, rodeada de mis amigas, he mantenido los ojos pegados al
vaso de zumo de naranja que tenía en el regazo. Intentando parecer fría e impasible.
No como la exnovia desesperada y temblorosa que soy.
—¿Qué? —le susurro.
—Él —repite Jupiter lentamente, con sus ojos verdes brillantes—, está mirando.
A ti.
El corazón me retumba en el pecho.
—¿Q-quién?
Pone los ojos en blanco.
—¿Tú quién crees?
—¿Él?
—Um, sí.
Mi corazón vuelve a palpitar y empieza a latir muy deprisa, fuerte y
caóticamente. 86
Porque han pasado dos años. Dos años enteros y lo había olvidado.
Había olvidado que esto es lo que hace.
Se queda mirando.
Observa.
Mantiene sus ojos castaños rojizos clavados en mí siempre que estamos en la
misma habitación, en el mismo espacio.
Y cada vez que lo hacía, yo sudaba. Temblaba.
Por el calor que hay en ellos.
Del odio que hay en ellos.
Pero entonces, ¿por qué necesitaría mirarme ahora? Ya no soy la novia de su
mejor amigo, ¿verdad?
¿No debería ser feliz ahora?
¿No debería haber disminuido su odio, sino desaparecido por completo?
Consiguió lo que quería.
Ganó.
Aprieto con los dedos el vaso de zumo de naranja.
—No puedo creer que esté haciendo eso. No puedo creer que me esté mirando
delante de su mejor amigo. Después de lo que...
Me detengo porque Jupiter me mira de un modo extraño. Miradas que sugieren
que está confusa ante mi reacción, que no sabe de qué estoy hablando.
Y entonces me doy cuenta de que probablemente no.
Porque no está hablando de lo que creo que está hablando, o de quién.
—Tú... —Me aclaro la garganta, retorciéndome en mi asiento—. Te refieres a
él, ¿no? Quieres decir que Lucas me está mirando.
Me estudia durante uno o dos segundos.
—¿De quién más creías que estaba hablando?
—Nadie.
Ella estrecha los ojos con desconfianza.
—Nadie.
—Sí. —Me aclaro la garganta de nuevo—. Es decir, sabía que hablabas de
Lucas. —Antes de que pueda decir nada más, añado—: Es que estoy muy estresada.
No es mentira.
Lo estoy. Y probablemente por eso, mientras ella se refería a mi exnovio, yo
pensaba que hablaba de su mejor amigo. 87
—Lo sé —dice suspirando—. Lo siento. Ojalá pudiéramos hacer algo. Ojalá
pudiera ir allí y golpear a ese hijo de puta en su maldita y preciosa cara.
Esta vez, sé que está hablando de él con seguridad.
No hace falta decir que Jupiter sabe quién es y toda mi historia con él.
Aunque diré que me he dejado algunos detalles.
Como qué pasó exactamente la noche de la ruptura.
Nunca le dije que yo también era parcialmente responsable. Nunca le conté lo
del beso.
Pero no deliberadamente.
No me propuse mentir ni omitir cosas.
Hace dos años, cuando compartí esta historia con ella, todo estaba tan reciente
y yo estaba tan avergonzada de lo que había hecho. Así que lo pasé por alto. Y dada
mi historia con él, ella simplemente asumió que él podría haber sido el responsable
de la ruptura y yo no la corregí.
—No, está bien —le digo a Jupiter, sintiéndome culpable por ocultarle cosas—
. Es que...
—¿Estamos hablando del villano guapísimo que es tan asquerosamente
guapísimo que lo único que quiero hacer es mirarle y no mirarle al mismo tiempo?
Esa es Callie.
Está sentada a mi derecha, seguida de Bronwyn Littleton o simplemente Wyn,
la otra amiga de Poe. Luego vienen la propia Poe y Tempest.
Que dice:
—Que mi hermano no te oiga decir eso. Va a estallar.
Tempest no va a St. Mary's pero es buena amiga de Callie -lo ha sido durante
años- y ahora de su cuñada. Porque es la hermana pequeña de Reed, el marido de
Callie.
Callie mira a Reed, que, de alguna manera, se da cuenta de que lo está mirando
y le devuelve la mirada. Y Dios, sus ojos son ardientes e intensos. Y tengo que apartar
la mirada porque no quiero entrometerme en su momento de intimidad.
Callie se muerde el labio al ver cómo la mira Reed antes de volverse hacia
nosotros.
—Bien, lo siento. Tienen razón. Ese nombre le pertenece. —Suspira feliz—. Y
sólo a él.
—Lo que significa que necesitamos un nuevo nombre —dice Wyn.
Poe se vuelve hacia ella.
—¿Qué tal Thorne? Porque ya sabes, es una espina clavada y todo eso. 88
Wyn la golpea con el hombro.
—Cállate. Sólo puede haber un Thorne y lo sabes.
—Bueno, técnicamente, hay cinco Thorne —bromea Callie—. Incluyéndome a
mí y a mis cuatro hermanos mayores.
Wyn le lanza una mirada plana.
—Puede que haya cinco Thorne, pero aun así sólo hay una espina original. Mi
Thorne. Y nadie más puede usar ese nombre.
—Ooh —dice Poe, sonriendo—. Posesiva.
Wyn estrecha los ojos hacia Poe.
—Sí, así es.
¿Y por qué no iba a estarlo?
Cuando hablamos de Conrad Thorne, el amor de su vida.
En mi experiencia, Wyn es bastante tranquila y fácil de llevar. Pero cuando se
trata de Conrad, el hermano mayor de Callie y su novio, puede ser bastante intensa.
Lo cual entiendo perfectamente y me encanta.
Poe le saca la lengua a Wyn. Luego:
—Pero tenemos que llamarle de alguna manera.
—Sí, para que podamos quejarnos de él delante de él —añade Jupiter.
—Bandido —suelto.
Y siento mi corazón golpear contra mis costillas.
Golpear, rebozar y magullar.
Siento un cosquilleo en la boca y se me calientan las mejillas.
Probablemente porque hace dos años que no digo ese nombre en voz alta.
También hace dos años que lo escribí.
Después de aquella noche, supe que nada de lo que hiciera convertiría la única
cosa mala de mi vida en algo remotamente bueno. Así que volví a llamar a Holly en
mi diario.
Me prometí que nunca jamás diría ese nombre en voz alta.
Decirlo ahora parece un mal presagio.
—Bandido —repite Jupiter.
—Esa sí que es buena —dice Callie.
—Muy artístico —añade Wyn, que también es artista.
—Sí. —Tempest también está de acuerdo—. Yo habría pensado en un criminal
o algo así. Pero Bandido es mucho mejor. 89
Poe sonríe.
—Va totalmente con su oscuro y misterioso personaje. Además de que nos está
robando a nosotros y a Echo un hecho muy importante.
—¿Qué es eso? —Frunzo el ceño.
—Que tu ex te está mirando. Que fue como empezamos en primer lugar.
Santo cielo.
Mierda.
Sí.
Poe tiene razón.
Así es exactamente como llegamos aquí. Jupiter había señalado que Lucas me
estaba mirando. Lo cual malinterpreté, pero está calando.
Este hecho.
Ese Lucas, mi exnovio, el chico que perdí por mis errores, el chico al que sigo
queriendo, me está mirando fijamente.
Ay, Dios.
Oh Dios, oh Dios, oh Dios.
¿Qué significa eso?
Aferrando aún más fuerte mi vaso de zumo de naranja, pregunto con voz
entrecortada:
—¿Eso es... eso es como una buena mirada o ya sabes, una mala mirada?
—Bien —responde Jupiter—. Definitivamente bien.
—Algo así como que no puede dejar de mirarte fijamente —me informa Callie
con una sonrisa.
—Te lo dije. —Poe sonríe.
Antes de darme consejos.
En realidad, todas me dan consejos. Sobre qué hacer a continuación.
Cómo actuar con calma y cómo demostrarle que no me afecta. Que no sigo
suspirando por él.
Lo cual está muy bien.
Y las escucho.
No porque quiera demostrarle lo bien que estoy después de la ruptura -no lo
estoy y está bien que lo vea-, sino porque no quiero asustarle. No quiero que piense
que he venido aquí por él o que le estoy acosando.
Quiero que esto parezca natural y no amenazador.
90
Yo encontrándome con él aquí para hablar. Para disculparme y empezar a
tender puentes.
Así que el hecho de que me mire de buena manera ayuda un poco a mi
confianza.
Intento espiarle a través de las pestañas o del rabillo del ojo, tratando de captar
su mirada, de establecer algún contacto. Tardo un rato, pero durante uno de esos
sondeos, mis ojos chocan con los suyos.
Y mi corazón se eleva en mi pecho.
Con alegría. Con alegría.
Porque en su mirada encuentro al antiguo Lucas. El que me miraba con
adoración y amor.
Con calidez.
La última vez que le miré a los ojos, parecían heridos. Enfadados y traicionados.
Así que me excuso para ir al baño, con la esperanza de que reciba la señal. Que
me siga.
Dios, por favor, deja que me siga.
En el baño, que por suerte y sorprendentemente está vacío, me miro al espejo.
Me acaricio el cabello. Me lavo las manos.
—Te está mirando —me digo—. Quizá te echa de menos. Quizá te echa de
menos como tú a él y quizá...
No, no voy a ir allí. No estoy pensando en volver con él.
Ahora no.
Ni siquiera alguna vez.
No se trata de eso.
Sólo estoy feliz de que pueda tener la oportunidad de disculparme con él. No
puedo esperar otra cosa, nada más. No después de lo que hice.
Me sonrío en el espejo.
Luego, respirando hondo otra vez, me doy la vuelta y salgo, esperando
encontrarle fuera.
Pero en vez de eso, encuentro a otra persona.
Alguien que me hace detenerme bruscamente. Como si chocara contra un
muro.
Un obstáculo, una valla.
Un problema. 91
Y lo he hecho, ¿verdad?
Porque a quien encuentro fuera del baño es a la última persona que esperaba
encontrar.
De hecho, desearía no haberme encontrado nunca con él.
Ojalá nunca hubiera puesto mis ojos en él en primer lugar.
En Reign Davidson.
El mejor amigo de mi exnovio.
Y
eres una puta.
Eso es lo que me dijo. La última vez que hablamos.
Sus palabras exactas fueron: “Tal vez sea bueno que le hayas
dicho que no. Porque creo que está mejor sin ti después de todo. Está mejor sin la puta
hambrienta que se abalanzó sobre el tipo que dice odiar. Mantente alejada de él. Y de
mí”.
Acudí a él. Por ayuda.
Después de todo lo que pasó, Lucas no tomaba mis llamadas así que como una
idiota, le llamé como último recurso. Quería que fuéramos juntos a ver a Lucas para
poder explicarle que no significaba nada, que nuestro estúpido beso no significaba
nada. Fue un error -un error horrible, horrendo, grave, espantoso- y que haría
cualquier cosa para compensarlo.
Pero rechazó la idea. Se negó a ayudarme.
Se negó a mover un dedo para ayudarme.
¿Y por qué lo haría? Para empezar, nunca quiso que estuviéramos juntos. De
92
hecho, apuesto a que debe haber aprovechado esta oportunidad para poner una cuña
aún mayor entre Lucas y yo.
Así que sí, le llamé para pedirle ayuda y me dio una patada cuando ya estaba
tan deprimida.
Y aquí está de nuevo.
Mirándome. Mirándome fijamente.
Y mi corazón late ahora como solía latir entonces. Mi cuerpo también tiembla
como lo hacía entonces. Me tiembla la piel.
—Bonito vestido —murmura, recorriendo mi cuerpo con la mirada.
Y tengo que apretar la espalda contra la pared.
No sólo por su voz -que dos años después suena mucho más grave y áspera,
más lijada, como si apenas la usara-, sino también por lo que acaba de decir.
Lo que siempre dice. Lo que siempre nota.
Cuando me ve.
Mi vestido.
Es como si no hubiera pasado el tiempo. Es como si le hubiera visto ayer. Que
sólo ayer, cumplí dieciséis años y él trepó por mi ventana. Sólo ayer, me tenía
atrapada entre el poste de mi cama y él mismo.
Y cometí el mayor error de mi vida y lo perdí todo.
No.
No, no, no.
No quiero pensar en eso. No quiero pensar en esa noche ni en nada de lo que
pasó antes.
Así que apago esos pensamientos y doy gracias a Dios por no ir vestida de rosa.
Con el corazón hecho un lío en el pecho, pregunto:
—¿Qué quieres?
Apoyado en la pared de enfrente, se queda de pie, despreocupado, con las
manos en los bolsillos, observándome. A mi pregunta, sus ojos vuelven a mi cara.
—Es bonito.
Por supuesto, ignora completamente mi pregunta.
Porque, ¿cuándo se ha preocupado por lo que yo quiero?
—¿Por qué estás aquí? —Lo intento de nuevo.
—El azul te sienta bien —murmura, decidido a no contestarme.
¿En contraposición a qué, al rosa? 93
Casi lo digo.
Casi.
Pero, afortunadamente, me alejo de él. No quiero comprometerme con él. No
quiero ir por el carril de la memoria con él. Como si fuéramos viejos amigos,
compartiendo algún tipo de broma interna.
No somos amigos.
Nunca lo fuimos y nunca lo seremos.
Por no mencionar que no tengo tiempo para hacer esto con él.
Necesito volver con la gente que realmente son mis amigos. Sus amigos
también, por cierto.
Su mejor amigo.
Necesito volver con su mejor amigo y hacer lo que vine a hacer aquí.
—¿Qué quieres? —Vuelvo a preguntar, esta vez con voz más severa.
Con la esperanza de que podría llegar a él.
Pero claro que no.
Ladeando la cabeza, responde, un poco divertido, un poco no:
—Quiero que me des las gracias.
—¿Qué?
—Era un cumplido.
—Sí, claro —me burlo sin poder evitarlo.
Frunce ligeramente el ceño.
—¿Qué, no lo crees?
No lo digas.
Sólo dale lo que quiere. Dale las gracias para que puedas volver.
—No.
Maldita sea, Echo.
—¿Y eso por qué?
—Porque eres tú.
—¿Y?
—Y nunca haces cumplidos a nadie.
Mueve los labios como si estuviera a punto de sonreír. Lo cual ya sé que no
puede ser el caso.
No con él.
En todo caso, sus labios estarán al borde de una mueca.
94
Arrogante, condescendiente, soy demasiado genial para este mundo.
—Estoy bastante seguro de que sí.
—Bueno, está bien, déjame decirlo de otra manera —digo—. Nunca me haces
cumplidos.
Y ahí está: su sonrisa.
Todo oscuro y en su esplendor.
—Ah —balbucea de nuevo, asintiendo como si llegara a una conclusión de
algún tipo—. Oigo sentimientos heridos.
—No hay...
—Bueno, permíteme rectificar eso.
—Tú no...
—Estás guapa de azul —una pausa—, Echo.
Feliz cumpleaños, Echo.
Echo...
Eso dijo. Esa noche, quiero decir.
De hecho, lo dijo justo antes.
Lo que arruinó mi vida. El beso.
Me doy cuenta de que, salvo por mi nombre, sus palabras de ahora son
completamente distintas a las de antes.
Pero de alguna manera no importa.
No importa una mierda.
Porque las cosas que pasan dentro de mí, el maremágnum de sentimientos que
afloran, son exactamente los mismos.
Me quemo. Ardo en llamas. Muero.
Vuelo.
Como hice aquella noche.
Y esto no es bueno. Esto es muy, muy malo.
Quiero que desaparezca esta sensación de déjà vu. Quiero que se vaya.
¿Por qué no se va?
—¿Qué quieres, Reign? ¿Por qué estás aquí?
Ahora le toca a él apretar los dientes, la mandíbula. Entrecerrar ligeramente
los ojos.
Como si llamarle por su nombre le afectara de la misma manera, como si 95
también le pusiera enfermo.
Si es así, me alegro.
Espero que esté enfermo del estómago como yo lo estoy ahora.
Sin embargo, para mi consternación, se recupera rápidamente y sus facciones
se vuelven relajadas y despreocupadas cuando dice:
—Para saludar. Quiero decir, ¿cuánto tiempo ha pasado, eh? Desde que nos
vimos.
—Dos años. —Luego añado—: Aunque no lo suficiente.
Se ríe entre dientes.
—Y tú estabas sentada ahí fuera, rodeada de todos tus amigos. No tuvimos
oportunidad de hablar, y mucho menos de ponernos al día.
—Si quisiera hablar contigo, lo habría hecho.
—Eso no fue muy amable, ¿verdad? —dice, sacudiendo ligeramente la
cabeza—. Te hago un cumplido y me rompes el corazón.
—No tienes corazón.
—¿Sí?
—Sí. No tienes corazón.
Al oír mis palabras, saca una mano del bolsillo y se la pone en el pecho. En el
lado izquierdo.
Abre bien los dedos y, con ojos brillantes, dice:
—Sea lo que sea, ahora está corriendo.
Trago saliva ante su gesto.
Porque otro recuerdo de una noche de hace mucho tiempo, más de dos años,
asalta mi mente. Cuando hizo algo exactamente así, agarrándose el lado izquierdo del
pecho. Pero me alegra informar que lo apago antes de ahogarme en él.
En vez de eso, me distraigo con su mano grande y morena sobre su pecho
esculpido.
El pecho que parece aún más ancho y grueso que antes. Y sus dedos
bronceados que parecen aún más veraniegos. Probablemente de tanto jugar al fútbol.
Corriendo por el campo, dando patadas al balón, bajo el sol.
No he oído hablar mucho de su carrera, ni siquiera de la de Lucas, porque ya
no vivo en la mansión. Así que estoy al margen de todos los chismes y rumores. Pero
estoy segura de que ambos lo están haciendo muy bien. Estoy segura de que ambos
están arrasando allí con sus habilidades y talento.
—Espero que se acelere lo suficiente como para sufrir un infarto —replico.
Se ríe de nuevo.
96
—No lo descartaría, no. Sobre todo porque te estoy viendo después de tanto
tiempo.
—¿Estás...?
—Porque no estaba mintiendo, Echo. Eres guapa. —Luego, con voz grave—:
Eres jodidamente impresionante.
Mi corazón prácticamente me golpea el pecho entonces.
Prácticamente me hace un agujero en los huesos, intentando salirse de mi
cuerpo.
Conociéndolo, ese sería su objetivo. Arrancarme el corazón del pecho y
dejarme aquí para morir.
Y se me da la razón -Dios, tanta razón- cuando, en un instante, aparece frente a
mí. En un segundo, estaba apoyado en la pared de enfrente y al siguiente, está de pie
justo delante de mí sin apenas dejar espacio entre nuestros cuerpos.
—Aléjate de mí —consigo decir.
Pero es difícil. Muy difícil.
No sólo porque mi déjà vu no va a ninguna parte, sino también porque la misma
cosa que esperaba evitar está justo delante de mí ahora.
Él.
Su cara. Su cuerpo.
Y cómo ha cambiado todo.
Cómo hay diferencias sutiles y no tan sutiles.
Cómo hay un par de líneas alrededor de sus ojos que no estaban allí antes. Una
pequeña marca que le atraviesa la ceja derecha me hace pensar que es el resultado
de una lesión, algo que se hizo en los dos últimos años, porque esa marca no estaba
ahí cuando le conocí.
Un chichón en la nariz. No, espera, dos chichones.
Tal vez la rompió un par de veces.
Además, ahora sus pómulos son aún más pronunciados. Siempre han formado
huecos que descienden hasta su mandíbula desaliñada, pero ahora son más
profundos, su mandíbula es aún más cuadrada. Como si el tiempo hubiera cincelado
sus rasgos, su cuerpo, haciéndolo todo aún más elegante y afilado.
El mayor cambio, sin embargo, está en su cabello.
Algo que me ha costado mucho no mirar y reflexionar.
Antes, su cabello solía ser largo y desordenado, cayendo sobre su frente en
desorden. El cabello de un surfista, sólo que oscuro. Pero ahora es corto. Mucho más
corto, pegado al cuero cabelludo por los lados y espeso y en punta por arriba.
97
Me hace darme cuenta de lo ingenua que era, de lo inocente que era al pensar
que antes parecía un criminal.
No lo hacía.
Ahora lo parece.
Ahora parece peligroso con el cabello corto, la nariz ligeramente torcida y los
pómulos hundidos. Todo endurecido y áspero.
Mostrando su mandíbula desaliñada, dice:
—Pero espero que fuera un regalo.
—¿Qué?
—Un poco demasiado —busca una palabra—, elegante y caro para que se lo
pueda permitir una sirvienta como tú.
Me duele el corazón.
Siempre se reduce a esto, ¿no?
Que no tengo dinero. Que soy pobre. Que mi familia es pobre.
Estoy por debajo de él.
Estoy por debajo de Lucas. Estoy prácticamente por debajo de todo el mundo.
—No soy tu sirvienta.
—Te lo pusiste para él —dice ignorándome—, ¿no?
—No hables de él —le advierto.
Sus ojos recorren mis rasgos.
—Porque viniste aquí por él.
Mi corazón da un vuelco ante su conclusión acertada.
—Vine aquí con mis amigas, ¿de acuerdo?
—Te creería, sabes. —Se inclina aún más hacia abajo mientras su boca se
levanta a un lado en su sonrisa característica—. Si no apestaras a una cosita llamada
desesperación.
Me estremezco.
—Aléjate de mí ahora mismo.
—Toda arreglada y bonita —suelta, ignorando mi orden—. Pero como dije,
espero que haya sido un regalo. Porque odiaría verte gastar dinero que no tienes. Por
algo que nunca tendrás.
—¿Y qué es eso?
—Él.
No debería haber picado como lo hace. Sabía lo que iba a decir. 98
Pero oírlo y esperar oírlo son dos cosas distintas.
Y aunque entendió mal mis intenciones para esta noche -no estoy aquí para
recuperarle-, sabía dónde golpearme para causar el máximo dolor para mí y placer
para sí mismo.
—Y esta vez te asegurarías de ello, ¿verdad? —digo amargamente.
—¿Asegurarme de qué?
—Que no lo entiendo. Porque de todas formas nunca te gusté con él.
—No, no lo hice.
El dolor me apuñala el pecho.
—¿Y qué, ahora descorchas champán todas las noches? Para celebrarlo.
—Y esnifar un par de rayas de cocaína el domingo, por si acaso.
—Que he desaparecido de la vida de tu mejor amigo.
Espero que responda. Que diga una ocurrencia. Que me lo restriegue por la
cara, que haga que me duela más. Pero se queda callado durante unos segundos, sus
ojos castaño rojizo y brillantes se apagan. Luego, murmura:
—Mejor amigo.
—Sí.
Me mira una vez más a la cara antes de volver a ser el arrogante de siempre. Y
yo me pregunto qué ha sido eso.
Ese parpadeo momentáneo en sus facciones.
Pero como siempre, me hace darme cuenta de que tengo otras cosas de las que
preocuparme cuando me dice:
—Claro, sí. La vida es muy divertida.
—Yo…
—Aunque —continúa por encima de mí—, no es tan divertido como lo era verte
ahí fuera. Fingiendo ser distante e indiferente, fingiendo que no te importa, que no te
das cuenta. Cuando los dos sabemos que sí. Lo sabías.
—Sé lo de su padre —suelto.
—¿Qué?
—Sé que se está muriendo, ¿de acuerdo?
Su cara se tuerce de asco.
—Su padre es una puta mierda.
Bueno, sí. No puedo discutir con él en eso.
Pero eso no significa que no le duela a Lucas.
—Aun así. Lucas debe estar pasándolo mal. Siempre se preocupó por su padre. 99
—Y luego, porque no puedo resistirme, añado—: No es que seas capaz de entenderlo.
Porque es un hijo de mierda, ¿no?
Mientras que Lucas tiene una excusa para ser un hijo de mierda -pero no lo es-
, Reign realmente lo es. Y ni siquiera tiene excusa. Sus padres siempre han sido
buenos con él. Siempre han tratado de ayudarlo, de acercarse a él para que pudiera
reformarse. Pero siempre ha sido una decepción para ellos.
Siempre ha sido un rebelde y un alborotador.
Maldito Bandido.
Pero si mi excavación hizo mella en su arrogancia, no lo veo.
Porque es tan despreocupado como siempre.
—¿Qué quieres decir?
—Mi punto es que tal vez deberías dejar de pensar en lo mucho que me odias
por una vez y empezar a pensar en Lucas. Porque tal vez estoy aquí esta noche para
estar ahí para él. Como amigos. Va a necesitar todo el apoyo que pueda conseguir y
estoy aquí para dárselo.
—Sí, no. No necesita nada de ti.
Dios, lo odio.
Lo odio muchísimo.
—También se fijaba en mí, ¿sabes? —digo entonces, sin poder contenerme.
Probablemente no sea lo más sabio que decirle.
Pero me estoy cansando un poco de sus burlas.
Y su maldita vigilancia.
—Bueno —dice, inclinando la cabeza hacia un lado—, no puedes culparle,
¿verdad? Estás guapísima.
—¿Sabes qué?
—Pero no creo que le vaya la desesperación estos días. —Me estremezco de
nuevo y él continúa—: Así que realmente, te estoy ahorrando todos los problemas
aquí. —Inclina la barbilla—. De nada.
Me habría reído.
Si no estuviera tan furiosa.
Porque la idea de que me salve de algo es ridícula.
Es ridículo, irrazonable, absurdo. Ilógico.
—No dije gracias.
—No me importaba.
—Y puedo salvarme sola. No necesito tu ayuda. 100
—Sin embargo, creo recordar otra cosa.
Me pongo rígida.
—No vayas allí.
—Sí, ¿por qué? —Me mira de arriba abajo—. ¿Estás amenazando mi armario
otra vez?
No lo dijo porque sí.
No sólo se burló de mis acciones de hace dos años.
De las que me arrepiento hasta los huesos.
Hasta el alma.
Las acciones estúpidas e imprudentes que destruyeron mi vida. Que cambiaron
el curso de la misma enviándome a un reformatorio.
Así que cuando se negó a ayudarme y me insultó, me enfadé. Me enfadé
muchísimo. Tanto que me colé en su habitación y la destruí como él destruyó mi
corazón.
Pero eso no es lo peor.
Lo peor es que tiene razón. Vuelvo a amenazar su armario; al parecer era de
Italia, algo que su abuela les había regalado a él y a su hermano hace unos años.
Aunque yo no lo sabía cuando lo rompí; me lo dijeron después, en comisaría.
También estoy amenazando su mesita de noche, su escritorio, su puto
ordenador, su cama, el espejo de su baño, sus estúpidas ventanas, las lámparas y todo
lo demás que rompí aquella noche.
A veces todavía no puedo creer que hiciera todo eso. Que estuviera tan
enfadada, con el corazón tan roto, tan loca como para cometer un crimen.
Y eso es lo que da miedo, ¿no?
Que él puede hacerme hacer eso. Que este tipo puede hacerme odiarlo tanto
que destruí mi vida por él.
La arruiné. La arruiné.
Mi vida. La vida de mis padres.
Vandalicé la habitación del hijo de su empleador. Es un milagro que no los
despidieran. Un milagro que sigan trabajando allí.
Y es exactamente por eso que no puedo estar en su presencia.
Reign Davidson es mi kriptonita.
Es mi hierba gatera.
Mi veneno personal. Mi droga de la locura.
Es mi anti-alma gemela que me enferma de odio.
101
—Quiero —repito en voz baja—, que te alejes de mí o acabaré contigo.
Divertido, balbucea:
—Siempre has sido demasiado dramática, ¿verdad?
Aprieto los dientes cuando me lo recuerda.
—Juro por Dios que lo haré. Lo juro. Lo prometo.
—Y una promesa es un maldito juramento, ¿no?
Si pudiera taparme los oídos, lo haría.
Si pudiera meterme la mano en el cerebro y sacar la parte en la que está escrito
Reign Davidson, lo haría.
Tal y como están las cosas, no creo que sirva de nada taparme los oídos. Y no
tengo un puto cuchillo con el que apuñalarme y hacerme una lobotomía.
Así que no puedo evitar que los recuerdos pasen por mi mente. Los recuerdos
de cuando le dije lo mismo, la primera noche que nos conocimos.
Pero lo hago.
De alguna manera lo apago y gruño:
—Estás muerto. Yo…
—Hazme caso —habla por encima de mí, desvanecida toda diversión—,
devuelve el vestido y olvídate de él.
Y luego retrocede.
Volviendo a meterse las manos en los bolsillos, dice:
—Ha sido un placer verte, Echo. Espero que no tengamos que volver a hacerlo.
—Luego—: Y han pasado dos años, dos meses y doce días.
Con eso, se va.
Y me doy cuenta de que las cosas han cambiado. Que todavía nos odiamos,
pero ahora él tiene la sartén por el mango. Él tiene a Lucas y yo no. Y hará todo lo
posible para mantenernos alejados el uno del otro.
Hará todo lo que esté en su mano para evitar que llegue a mi exnovio.

102
Q
uién: Bubblegum
Dónde: La habitación de Jupiter en Bardstown, donde Echo se aloja
el fin de semana.
Cuándo: 3:10 a.m.; la noche de The Horny Bard

Querida Holly,
Lo vi esta noche.
Por primera vez en dos años. Por primera vez desde aquella noche.
Y creo que no lo manejé muy bien.
No fue nada como lo había imaginado y ya sabes cuánto y cuántas
veces lo he imaginado. Imaginado ver al chico que besé la noche de mi
decimosexto cumpleaños.
103
El tipo que odio. El tipo equivocado.
El tipo que me llamó puta por besarle.
Y ojalá, ojalá, eso fuera todo.
Que yo me encontrara con él fue lo único malo que pasó esta noche.
Pero no, también pasó otra cosa.
Me di cuenta de que aún lo recuerdo.
Su gusto.
Y cuando me acorraló en aquel pasillo y se abalanzó sobre mí como
el depredador que es, eso era en lo único que podía pensar.
Que conozco sus gustos.
Sé a qué sabe el mejor amigo de mi exnovio.
Sus labios crueles, mezquinos y sonrientes saben a verano.
Sandía y limonada.
Dios, ¿qué me pasa, Holly? ¿Cómo puedo seguir pensando en ello?
¿Cuándo dejaré de pensar en ello?
¿Cuándo dejaré de dejar que me afecte?
No sólo eso, dejé que arruinara mis planes para la noche.
Después de nuestro estúpido encuentro, tuve que tomarme unos
minutos para recomponerme, así que cuando volví, Lucas ya se había ido.
Mis amigas no tuvieron que decirme por qué; yo ya sabía quién
estaba detrás.
Ahora que ha vuelto, sé que no será la última vez. Intentará
arruinar todos mis planes. Intentará sabotearme a cada paso. No me
dejará conseguir lo que quiero tan fácilmente.
Lo que significa que no puedo dejarle.
Me ha quitado mucho a lo largo de los años. Me ha robado mi control,
mis emociones, mi felicidad. Incluso mi sentido común, y como resultado,
he perdido todo lo que es importante para mí.
Pero no esto.
No me quitará esto. 104
Voy a encontrar una manera de llegar a Lucas.
Y también voy a encontrar la manera de olvidarlo.
Olvidar a qué sabe.
El mejor amigo de mi exnovio.
~Echo
El Bandido

S
oy el segundo hijo.
El hijo nacido después del primero. Obviamente.
Y como segundo hijo, sólo tengo un trabajo: ser como el primero.
Hacer como el primer hijo.
Hablar como él. Caminar como él. Que me gusten las cosas que a él le gustan.
Básicamente, se supone que debo seguir su ejemplo y ser una segunda versión
de él.
Mi hermano mayor.
Que es bueno y responsable. Recto y una estrella en todo lo que hace.
O al menos eso es lo que me han dicho toda la vida.
Una cosa sobre mí: no me gusta que me digan lo que tengo que hacer. No sé 105
de dónde viene, pero es mi principal rasgo de personalidad. Tiendo a enojarme
cuando la gente intenta darme órdenes, así que hago exactamente lo contrario.
Lo que significa que toda mi vida me he tomado un trabajo por mi cuenta: hacer
todo lo posible para fastidiar el primer trabajo que me dieron, y emerger como mi
propia persona.
Malo e irresponsable.
Un rebelde y una decepción.
De hecho, es bastante divertido ser todas esas cosas. Y bastante fácil.
Puedes hacer lo que te dé la gana. Puedes joder a la gente, ir en contra de las
expectativas. Puedes ser egoísta, imprudente, descuidado. No estás sujeto a las leyes
y normas mundanas como los demás. Por no mencionar que puedes irte de fiesta,
beber, fumar y follar todo lo que quieras.
Sin que te importe una mierda.
Y a mí no.
Nunca lo he hecho.
No me importa una mierda. No es mi modus operandi.
O no lo fue hasta hace dos años.
Dos años, dos meses y doce días.
Y tengo que decir que no veo el atractivo. No veo por qué la gente le da tanta
importancia. Es muy molesto e inconveniente y prefiero volver a las andadas.
Pero no puedo.
Al menos no esta noche.
Cuando mi mejor amigo -el único amigo que he tenido- se empeña en arruinar
su vida intoxicándose con alcohol o contrayendo una ETS, o ambas cosas.
En el último minuto, más o menos, desde que lo encontré merodeando por la
improvisada barra de esta aburridísima fiesta organizada por uno de nuestros
compañeros de fútbol del colegio, se ha tomado dos chupitos. Es decir, un trago cada
minuto, lo que hace que lleve al menos cinco o seis desde que empecé a buscarle.
Me dijo que iba a buscar un baño en cuanto llegáramos. O se dejó engañar por
esas dos rubias que están colgadas de sus brazos ahora mismo o mintió.
Maldito estúpido.
Exhalo un suspiro de rabia y paso entre la gente que intenta golpearme en la
espalda o hablarme al pasar. No entiendo qué hay en mi expresión de enfado que
dice “ven a hablar conmigo, soy un tipo simpático”.
En realidad, qué hay en mi comportamiento pasado en el instituto que diga que
pueden acercarse a mí en absoluto, no lo sé. Siempre he tratado de ser lo menos
106
accesible posible.
Por suerte, a mitad de mi irritante viaje para llegar hasta mi mejor amigo, él
empieza a dar tumbos hacia mí, con esas dos chicas a cuestas, y así nos encontramos
en algún punto intermedio. Pero antes de ocuparme de Lucas, tengo que ocuparme
de las chicas que ha traído consigo.
Me interpongo en su camino, deteniéndolas mientras Lucas sigue adelante,
probablemente demasiado borracho para darse cuenta de que sus rubias
compañeras han sido interceptadas.
Maldito estúpido.
Cuando veo que se acomoda contra la mesa de billar -el lugar donde habíamos
acordado estar para la fiesta antes de toda su mentira del baño- y me convenzo de
que no se va a caer de culo y romperse el tonto cuello, me vuelvo hacia las chicas.
Que me miran con bonitas sonrisas.
Debería saber quiénes son. Ambas me resultan familiares y, dado que están en
esta fiesta, es muy probable que hayan ido al mismo colegio que Lucas y yo. Pero por
mi vida que no puedo ubicarlas.
—Hola, Reign —dice una de las chicas.
Voy a llamarla chica número uno.
—¿Te diviertes? —pregunta la segunda chica, llamémosla chica número dos.
Joder, no.
No me divierto.
Ver a tu mejor amigo prácticamente suicidarse no es divertido.
Verle hacerlo una y otra vez desde hace dos años tampoco es divertido.
La verdad es que no es nada divertido.
No obstante, respondo:
—Claro. —Así puedo llegar a la parte principal—. Creo que ha tenido
suficiente.
—¿Qué? —dice la chica número uno, confusa.
—Es hora de que te vayas.
La chica número dos también está confusa.
—¿Irme?
No veo cómo algo de lo que dije podría ser confuso, pero aun así, trato de
explicarlo.
—Deberían irse las dos.
—¿Irte? —vuelve a preguntar la chica número dos—. ¿Qué quieres decir? 107
—Acabamos de llegar —afirma lo obvio la chica número uno.
—Y teníamos muchas ganas de esta fiesta —dice la chica número dos.
—Sí. —La chica número uno rebota, sonriendo—. Desde que nos enteramos de
que ibas a volver.
Entonces la chica número dos da un paso adelante, tocándome en el brazo.
—Sé que ha pasado tiempo pero... —Agita sus largas y rizadas pestañas—.
Esperábamos ir al bosque y divertirnos. Como la última vez.
La chica número uno añade:
—Y esta vez también podríamos llevar a Lucas.
—Ya que se perdió toda la diversión la última vez —dice la chica número dos.
—Me alegro tanto de que ahora esté soltero —sigue la chica número uno.
—Aunque creo que nunca entendí realmente por qué el hecho de que tuviera
una relación le impidió venir con nosotros en primer lugar. Pero no pasa nada. Esta
vez podemos compensarlo —concluye la segunda chica, sin dejar de pestañear.
Dos cosas: No sólo parece que los dos son de la misma escuela que Lucas y yo,
sino también que puede que me las haya follado. Muy posiblemente ambas al mismo
tiempo y en el bosque. Lo que significa que debemos haberlo hecho en el coche. Y
como lo he hecho muchas veces en el bosque y en el coche, parece que aún no
recuerdo quiénes son.
Y segundo, realmente quiero preguntarle esto.
—¿Eso funcionó conmigo la última vez?
—¿Qué?
—Eso. —Levanto la barbilla para señalar sus ojos—. Donde parece que tu ojo
está teniendo un ataque.
Ella retrocede y repite:
—¿Qué?
—No puede ser —reflexiono—. No soy tan superficial, ¿verdad?
—¿Perdón?
—Bueno. —Entonces me encojo de hombros—. Más o menos lo soy. Dame un
par de tetas fantásticas con un vestido ajustado y no suelo discriminar. —Ella lo toma
como un cumplido, dado que su expresión de fastidio desaparece y sonríe, y va a
decir algo, pero no la dejo—. Pero con lo ajustado que es tu vestido esta noche, es
hora de que te vayas.
La chica número uno dice:
—Pero nosotros...
—Si no quieres que se te eche encima.
108
—¿Qué? —chilla la chica número dos.
Señalo con el pulgar por encima del hombro.
—Hacia donde se dirige claramente. Mi amigo, ahí atrás, no tiene más que un
hígado y un par de riñones, a pesar de lo que él parece creer. Así que repito: vete.
Los dos me miran con el ceño fruncido, sin moverse, y yo suspiro.
—Miren —empiezo, clavándoles a las dos mi mirada más mala y cruel—, eso
no va a pasar. Si quieren una polla para saltar, no va a ser la mía. Ni la suya. Ni siquiera
creo que sea capaz de levantársele a estas alturas y la mía no se levanta por chicas
con las que ya me he follado una vez. Así que dense la vuelta y vuelvan a la fiesta para
que puedan buscar otro objetivo, ¿está bien? La noche aún es joven y seguro que
alguien caerá en su rutina de marear los ojos.
Lo último que veo antes de darme la vuelta son sus bocas abiertas.
Misión cumplida.
Ahora a la siguiente tarea: mi mejor amigo con ganas de morir.
Completamente ajeno al hecho de que acabo de echar a sus amiguitas, lanza
dardos al tablero mientras da largos tragos a su cerveza. Algo que no me había dado
cuenta que había traído con él.
Culpa mía.
Sin embargo, ahora se detiene.
Me acerco a él.
—Es hora de irse.
No para de lanzar -y fallar- mientras dice:
—Pues vete.
—Te vienes conmigo.
—No.
—Sí, lo haces.
—No.
—Realmente quieres que te saque de aquí como a un niño de cinco años,
¿verdad?
Su boca esboza una sonrisa sin humor.
—Uno, no eres capaz de sacarme de ningún sitio. Y dos —otro trago de
cerveza—, depende.
—¿Jodidamente de qué?
Me mira un segundo antes de lanzar otro dardo.
—Sobre si has decidido o no hacer de mi niñera esta noche. 109
—Prefiero guardaespaldas, pero tú decides —le respondo—. Tú eres aquí el
chico que no sabe cuándo parar.
Se ríe entre dientes.
—Bueno, aprendí de los mejores, ¿no?
Pero lo hizo.
Yo le enseñé todo esto, salir de fiesta, beber, fumar.
Siendo el testarudo de mierda que está siendo.
Aunque me estoy arrepintiendo.
—Escucha...
—Y ahora no podrás jugar con la chica que te traje. Las dos son mías.
—Ambas se han ido.
Eso le da una pausa.
—¿Qué?
—Las eché.
Mira a su alrededor para confirmarlo y, cuando lo hace, vuelve hacia mí.
—Que te jodan, hombre. Iba a dejarte la rubia.
—Las dos eran rubias.
Eso también le da que pensar. Como si él mismo no lo supiera.
Probablemente no lo hizo.
Dado lo jodido que está ahora mismo.
Luego, encogiéndose de hombros:
—Da igual. Hablaron demasiado de todos modos. No estoy de humor para
pasar por el aro y tener una conversación antes de que me chupen la polla.
—Encantador.
—Sí, como tú cuando abres la boca.
Bien.
Yo soy el imbécil entre nosotros dos. Entendido.
—Ahora que hemos establecido que ambos somos encantadores —lo intento
de nuevo—, creo que es hora....
—¿Qué tal si jugamos por ello?
—¿Qué?
Inclina la cabeza hacia un lado, señalando el tablero.
—¿Qué te parece si ganas, nos vamos? Si gano yo, nos quedamos. 110
Le miro a la cara.
Sobre todo sus ojos.
Parecen borrachos y drogados. A saber qué más hizo, además de
emborracharse, mientras buscaba el baño. Conociéndole, probablemente se habría
tomado una pastilla o dos.
Normalmente, no me importa.
Estoy muy a favor de las drogas recreativas. Joder, yo era un traficante de poca
monta en el instituto, sobre todo de medicamentos con receta y hierba, pero sí. Estoy
a favor de cualquier cosa que te ponga tan jodido como quieras para que no tengas
que pensar demasiado en las cosas.
De hecho, mataría por un porro ahora mismo.
Pero desde que me convertí en la niñera, como la llama Lucas -hace dos años,
dos meses y doce días-, he renunciado a todo eso. No puedo olvidarme de las cosas.
No me lo merezco.
Y quizá yo también me lo merezca.
Pasando por todos los putos aros y jugando a sus juegos.
Porque no es culpa suya que sea así.
Es mía.
—¿Seguro que quieres hacer esa apuesta? —Levanto la barbilla hacia él—.
Dado que probablemente estás viendo doble ahora mismo y esa no es realmente la
condición en la que quieres estar cuando estás tratando de hacer un tiro.
Le hace reír de nuevo.
Y luego, sin responderme, se vuelve hacia el tablero y lanza el dardo.
Que rasga el aire y da en la diana un segundo después.
Y luego:
—De nuevo, aprendí de los mejores.
Eso también es cierto.
Le enseñé a disparar.
Cuando acabábamos de hacernos amigos y venía a mi casa a pasar el rato.
Por un segundo, nos veo. Como éramos antes. Cuando éramos niños, los dos
de ocho años, los dos segundos hijos y, por lo tanto, ya todos jodidos. Pero lo más
importante, ambos nunca tuvimos un amigo antes que el otro.
Los dos éramos rechazados, así que hicimos nuestro propio club. Hicimos
nuestras propias reglas. Creamos nuestra propia familia.
Hermanos.
111
Éramos eso.
Al menos hasta que lo arruiné todo y empezó a odiarme.
Joder.
Joder.
Respirando hondo, afirmo:
—No estoy jugando contigo.
Admirando su obra durante un segundo, se vuelve hacia mí, con un desafío
evidente en su mirada:
—¿Por qué, tienes miedo de no poder ganar?
—Mira, no quiero ganar, ¿de acuerdo? Volvamos antes de que empieces a
vomitar tus órganos.
—No, no creo que lo haga.
Maldito Cristo.
Realmente no me está dando ninguna opción, ¿verdad?
No quiero hacerlo.
No quiero hacerlo, joder.
Pero lo haré.
—Y qué, te vas a quedar aquí bebiendo hasta caer en el olvido —digo con voz
llana.
No me presta atención mientras responde:
—Ese es el plan.
—Y no crees que estás siendo un poco obvio en este momento. Un poco cliché.
Joder.
Joder, joder, joder.
No me dejes hacer esto, Lucas. No me dejes hacer esto.
Pero lo hace.
—La ves después de dos años y lo primero que haces es ponerte hecho una
mierda y ligarte a dos tipas, las dos rubias, para que te chupen la polla. —Veo cómo
su cuerpo se tensa ante mis ojos y siento cómo algo negro y afilado se aloja bajo mi
caja torácica—. Y lo haces para demostrarte a ti mismo lo bien que estás con todo
esto. Cómo viste a tu exnovia después de mucho tiempo y no sentiste nada.
Su marco se tensa aún más y esa cosa oscura en mi pecho se retuerce.
—Odio tener que decírtelo —continúo, a pesar de no querer hacerlo—, pero ni
siquiera era el tono adecuado de rubio. Y esto es exactamente lo contrario de lo que 112
alguien podría hacer después de ver a su exnovia de la que todavía está colgado.
Allí.
Ahora sólo será cuestión de segundos que ocurra.
Uno. Dos. Tres. Cua…
Su puño golpea mi mandíbula y mi cabeza se inclina hacia un lado.
La picadura es aguda, palpitante.
Tan jodidamente insoportable que tengo un fuerte impulso de frotarlo. Pero así
es como sabes que no debes hacerlo. Debes dejar que duela porque te lo mereces.
Espero que otro puñetazo vuelva a sacudirme todo el cuerpo -quizá sea más
fuerte, más agudo, más punzante, con punzadas como pequeños terremotos-, pero no
llega y miro a mi mejor amigo.
Mi hermano.
El tipo al que he traicionado.
Respira con dificultad. Cualquier signo de su embriaguez ha desaparecido,
dejando sus ojos alerta y llenos de ira. Llenos de odio y asco y sí, decepción.
Me han mirado así toda la vida.
Mi padre, mi madre, mi hermano. Todos los que conozco y me conocen me han
mirado así alguna vez. Y siempre me ha parecido bien. He sobrevivido, incluso me
he deleitado, siendo el malo, el choque de trenes.
Pero esto corta.
Esto escuece más que su puñetazo.
—Mantente alejado de mí.
Con esas acaloradas palabras, da media vuelta y se marcha, dirigiéndose al
patio trasero.
Si cree que voy a hacer lo que dice, es que no ha prestado atención a los últimos
dos años, dos meses y doce días.
No voy a ninguna parte.
De hecho, él es la razón por la que he vuelto a esta ciudad de mierda.
Porque sabía que volver a Bardstown sería duro para él.
Su padre se está muriendo.
Aunque no hay amor perdido entre ellos -su padre es un puto monstruo
maltratador-, sigue siendo un asco. Que el hombre que te crió, cuya aprobación
siempre has anhelado pero nunca has conseguido, vaya a morir pronto. Yo mismo
pasé por eso hace un par de años cuando murió mi monstruoso padre, así que lo sé.
Además no he vuelto desde esa noche.
La noche que lo arruiné todo.
113
Así que sí, al volver aquí sabía que le bombardearían los recuerdos. Sabía que
iba a ser aún más imprudente, más bala perdida de lo que ha sido en los últimos años.
Lo que significa que de ninguna manera iba a dejarlo solo en un momento como este.
Aunque sabía que no le gustaría.
No le ha gustado que esté cerca de él estos dos últimos años.
Pero no me importa.
Si insiste en intentar destrozar su vida cada vez que puede, yo insistiré en hacer
de niñera y velar por él.
Incluso ahora, lo sigo hasta el patio trasero y lo encuentro de pie en un rincón
poco iluminado, con la mirada perdida en la distancia. Al menos ya no bebe. Y quizá
después de descargar parte de su ira conmigo, se muestre un poco más receptivo a
la idea de marcharme. Que es todo lo que quería para empezar.
Habla en cuanto llego a él.
—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos?
—¿Qué?
Tiene la mirada fija en el suelo oscuro y extenso que tenemos delante, así que
no puedo obtener una lectura exacta de él. Pero parece como si estuviera en trance.
—Me salvaste de esos matones. En el patio de recreo. Les diste una paliza.
Lo hice.
Darles una paliza y sí, me acuerdo.
Tenía ocho años e incluso a esa edad era un poco mierda.
Causando problemas, armando jaleo, rompiendo todas las reglas establecidas
por mi padre o cualquier forma de autoridad. Todo porque mi hermano mayor era la
personificación del buen comportamiento; el patrón oro con el que se medían todos
los demás, especialmente yo, el segundo hijo.
Y, por supuesto, fracasó.
Así que rompí reglas. Rompí cosas. Me metí en peleas. Pegué a otros niños en
la escuela.
Para que conste, nunca me metí con niños más pequeños. Eso iba en contra de
mis propias normas. Normalmente me metía con los más grandes, los que utilizaban
su tamaño para aterrorizar a otros niños en la escuela. Era divertido ponerlos en su
sitio.
Por eso salvé a Lucas.
Era el chico nuevo, pequeño, y un grupo de chicos se metía con él.
—Lo recuerdo —le digo tragando saliva.
—Tú me enseñaste a luchar —murmura. 114
También lo hice, sí.
Cuando descubrí que no sólo se metían con él en la escuela, sino también en
su propia casa, por su propio padre, le enseñé algunos movimientos.
—Y tú me enseñaste a jugar al fútbol —respondo.
Su boca se divide en una pequeña sonrisa.
—Porque lo hacías fatal.
—Sólo porque es un juego de mierda.
No me gusta el fútbol.
Nunca lo hizo.
De hecho, odio este deporte porque me obligaron a practicarlo. Es algo en lo
que todos los Davidson están metidos. No hace falta decir que mi hermano era una
estrella.
Un natural, según mi padre.
Y yo era un maldito desastre natural.
Sin embargo, Lucas lo arregló.
A cambio de salvarle el culo, prometió enseñarme fútbol, algo a lo que jugaba
para escapar de su vida familiar. Y con el tiempo, se me dio bien. Me volví
jodidamente excelente. Tanto que gané una beca de fútbol para ir a la universidad.
Lucas también arregló mi actitud enfurecida, o más bien la compensó con la
suya encantadora. Y yo, por mi parte, solucioné su problema de que las chicas
siempre le hicieran la pelota.
En resumen, somos inseparables desde que teníamos ocho años.
Bueno, hasta ahora.
—Nunca había tenido un amigo antes de ti. Tú fuiste mi primer amigo. Mi único
amigo. —Luego, volviéndose por fin para mirarme—: Mi hermano.
Cada vez me cuesta más respirar. Estar de pie y no caer de rodillas, bajo la
presión de mi pecho, la carga sobre mis hombros.
Pero se lo merece.
Se merece que esté aquí, dándole la cortesía de mirarle a los ojos como un
hombre.
—Eras mi puto hermano, Reign —gruñe, dando un paso hacia mí—. Hasta que
lo arruinaste. Hasta que lo destruiste todo. Cada puta cosa que me importaba.
Permanezco en silencio.
Porque tiene razón.
Destruí todo lo que le importaba. Su felicidad. Sus sueños. Su amor. Su maldita 115
vida. Y si no encuentro alguna manera de detener lo que ha estado haciendo, podría
incluso perder su objetivo de toda la vida de convertirse en un jugador de fútbol
profesional. Es una prueba de lo buen jugador de fútbol que es que, a pesar de que
bebe hasta casi morir cada noche, todavía se presenta a entrenar y se las arregla para
patear traseros. O mejor dicho, es una prueba de lo mucho que me odia que se
presenta al entrenamiento para patearme el culo. Y yo se lo permito porque sí, se
merece todas las oportunidades para aniquilarme.
Así que no tengo nada que decir o hacer excepto aceptarlo.
Aceptar lo que quiera repartir.
—¿Sabes lo que vi cuando la miré esta noche? —pregunta, dando otro paso
hacia mí—. Te vi a ti. Vi tus manos sobre ella. Tu puta boca sobre ella. Como aquella
noche. Cada vez que pienso en ella, pienso en ti. En tu traición. Sobre el hecho de que
la persona en la que más confiaba en este mundo me jodió. Me jodiste, Reign. Y
aparentemente, lo has estado haciendo durante años. —Aprieta la mandíbula—. Eso
es lo que me dijiste, ¿no? Cuando te pregunté por qué. Cuando te pregunté por qué
mierda besabas a mi chica, me dijiste que llevabas mucho tiempo queriendo besarla.
Que la habías deseado todo el tiempo que fue mía.
Lo hice.
Se lo dije cuando me preguntó.
Podría haber mentido.
Podría haber dicho que era una locura temporal, que me había olvidado de mí
mismo por un momento. Y aunque todo eso era cierto -me olvidé de mí mismo por un
momento-, no era toda la verdad.
La verdad era mucho más fea. Mucho más traición que un simple beso de dos
minutos. Y él necesitaba saberlo. Se merecía saber quién era yo.
Lo que era.
Una serpiente. Un traidor.
Un maldito pedazo de mierda que rompió la primera regla de la amistad:
codiciar a la chica de mi mejor amigo.
—Así que debería ser obvio, ¿no? —Continúa, con los ojos entrecerrados y
goteando veneno—. Por qué estoy bebiendo hasta caer inconsciente y deseando que
me la chupe una rubia. Tú me hiciste esto. Me has reducido a esto. Así que puedes
tomar tu rutina de niñera y largarte.
Entonces me toca a mí dar un paso al frente.
Me toca apretar los dientes y entrecerrar los ojos.
—Sí —gruño bajo—. Fui yo. Y no te atrevas a olvidarlo.
—¿Qué? 116
—Yo soy el culpable. Yo. —Me golpeo el pecho con una mano—. Lo que
significa que tienes que dejar de beber hasta morir. Tienes que dejar de arruinarte la
vida, porque yo ya te la he arruinado bastante. ¿Me entiendes? Si quieres que me
vaya, me iré. No me volverás a ver. Pero tienes que dejar de castigarte por las cosas
que hice. Antes de que sea demasiado tarde. Antes de que pierdas todo por lo que
has trabajado. Antes de que hagas algo de lo que puedas arrepentirte después.
—¿Sí? ¿Y qué es eso?
—Tú también quieres castigarla —digo entonces.
Respira agitadamente y sus ojos se vuelven rasgados, pero no dejo que eso me
disuada.
—Al menos, eso es lo que querías hacer, allá. En el bar esta noche. Castigarla
por lo que pasó. Te vi. Te vi mirándola y luego a esa chica en la pista de baile.
Arrastro un fuerte suspiro al recordarlo.
Conozco al tipo casi de toda la vida; puedo leerlo como a un libro. Y allí atrás,
se estaba preparando para castigarla a ella también. E iba a involucrar a esta chica al
azar que no había dejado de mirarlo desde que habíamos llegado.
Muy de escuela media pero efectivo.
Si quieres hacer daño a la chica que te ha hecho daño.
—¿Por eso me sacaste de allí? —pregunta—. Porque iba a castigarla.
—Te saqué de allí porque no eres tú mismo —le respondo—, ya no.
—Demasiado preocupado por ella —se burla—, ¿no?
Aprieto los dientes con más fuerza ante sus palabras, casi cediendo y apartando
la mirada de él.
Pero de algún modo encuentro la fuerza suficiente para aguantar.
Para no robarle esta oportunidad de darme una puñalada.
—Está bien, ella es una chica grande. Ella podría haberlo manejado. Y si no,
estoy seguro de que habrías estado allí. Para lamer sus heridas y hacer que todo sea
mejor para ella. A ella le gusta eso, por cierto. Lamer. No es que tenga que decírtelo,
pero aun así —luego añade, burlándose—, aunque ya han pasado dos años así que a
saber qué más le gusta.
La rabia, roja y ardiente, fluye por mis venas.
Estoy acostumbrado. Estoy acostumbrado a sentir rabia y odio y amargura,
pero por primera vez en los últimos dos años, esta rabia se dirige hacia mi mejor
amigo.
—De verdad que tienes que parar —vuelvo a gruñir, mis palabras suenan
graves y ásperas.
—¿Qué, no crees que ha aprendido nuevos trucos por el camino?
117
Mis puños están tan apretados que mis nudillos tienen su propio latido.
—Sólo un consejo, hermano… —dice hermano como si fuera una palabrota—…
si puede hacérmelo a mí, el tipo al que dice amar, podría hacértelo a ti también. Así
que yo no perdería el aliento con ella.
—Para. De. Hablar.
Apenas reconozco mi voz, mis palabras se confunden. Pero a él no le cuesta
entenderme.
—¿O qué?
O te daré un puñetazo en la cara.
Te romperé la nariz.
Sacarte todos los dientes.
Arrancarte la lengua y tritúrala.
Arrancarte los putos pulmones de la garganta para que nunca, jamás, digas nada
contra ella.
Pero no lo digo.
Tampoco hago nada.
Simplemente me quedo ahí, vibrando de rabia. De violencia.
A Lucas se le escapa un largo suspiro y da un paso atrás.
—Vete a casa. Lo que haga con mi vida, a quién castigue, no es asunto tuyo,
¿bien? Sólo vete.
Se da la vuelta y empieza a alejarse.
—Fue un beso —me encuentro diciendo a su espalda.
Hace una pausa y se gira para mirarme.
—Que empecé yo. —Continúo, aunque él ya lo sabe; se lo conté hace dos años,
sabiendo que no podría salvar nuestra amistad pero con la esperanza de que al menos
pudiera salvarles a él y a ella—. Yo fui primero por ella. Y sí, quise besarla durante
mucho tiempo. Eso es cosa mía. Pero un beso no borra años de lealtad. Su lealtad.
Hacia ti. No borra ni cambia lo que ella sentía por ti. Lo mucho que te amaba. Así que
si quieres estar enojado conmigo por el resto de tu vida, es tu decisión. Pero es hora
de que la perdones.
Y hasta que lo haga, no voy a dejar que se acerque a él. Voy a ser el maldito
guardián si tengo que serlo, pero no voy a dejar que mi mejor amigo la lastime con lo
que se ha convertido.

118
El Bandido

L
o veo en cuanto entro en el estacionamiento del gimnasio.
La iluminación es jodida, pero no se le puede confundir. Destaca
como un puto bicho raro con su traje de tres piezas, su corbata que aún
no parece aflojada a las dos de la mañana y su cabello tan jodidamente
pulido que parece mojado. Por no hablar de su Bentley entre el desguace de
camionetas oxidadas y coches de segunda mano, contra el que está apoyado.
Bien podría llevar un cartel que dijera: “Eh, estoy forrado. Asaltantes
bienvenidos”.
¿En qué mierda está pensando?
Esta no es la parte de Bardstown que suele frecuentar. Ni siquiera creí que
conociera este lugar.
Yo Mama's So Fit -así se llama el gimnasio- no es precisamente un
establecimiento de lujo. Lo frecuentan sobre todo personas con problemas de ira, que 119
necesitan un lugar donde destrozar cosas y no ser constantemente arrestados por
ello.
Pero aparentemente sí lo sabía, y ahora tengo que tener la confrontación que
he estado evitando desde que volví.
Joder.
Sus ojos se posan en mí en cuanto me bajo de la moto, una Harley Davidson por
la que me he dejado el puto culo. Se endereza cuando empiezo a caminar hacia él.
Mi puto hermano mayor.
—¿Qué te ha pasado en la cara? —me pregunta en cuanto me detengo,
mirándome la mandíbula donde Lucas me pegó un tiro hace sólo una hora.
—Eso es muy grosero. Nací así.
—¿Te has peleado?
—Pero si tienes algún problema, deberías hablarlo con mamá.
Me mira fijamente durante unos segundos antes de decir:
—Está en Italia este verano.
—Ah, pues entonces seguirá siendo un misterio.
Sus labios se crispan durante uno o dos segundos o, al menos, eso parece. Pero
no puede ser verdad; mi hermano tiene cero sentido del humor.
—¿Dónde está tu casco? —pregunta a continuación.
—De vuelta en Nueva York.
La desaprobación delinea sus rasgos como sabía que lo haría.
Por eso mentí.
Está en mi habitación, en alguna parte. Soy imprudente, pero no tanto como
para olvidarme el casco en otra ciudad.
—No es precisamente una elección inteligente —dice entonces—, cuando vas
montado en esa máquina de la muerte.
—También es la máquina que podría ayudar a quitarte ese palo del culo. Así
que tal vez deberías probarla alguna vez.
Echa un vistazo a mi moto antes de decir:
—No, gracias.
Me encojo de hombros.
—Bien. Que sea así.
Me mira fijamente durante unos instantes. Luego:
—Te alojas en un motel. 120
—Probablemente debería preguntarte cómo sabes eso. O cómo sabías que iba
a estar aquí, en el gimnasio, y que es jodidamente espeluznante que mi propio
hermano me esté acosando, pero supongo que para qué molestarse, ¿no? No es como
si fueras a parar.
—No lo haré, no. Pero no soy yo personalmente quien te acosa —dice—. Tengo
un tipo. Y por lo que me ha dicho, estos son los dos únicos sitios que frecuentas desde
que volviste.
Lo he hecho.
En realidad, son los dos únicos sitios a los que voy siempre que vuelvo. Porque
no es la primera vez que vuelvo. No es que le haya dicho a nadie por qué vuelvo -no
es asunto de nadie- y sólo vuelvo en verano durante unas semanas.
Hasta ahora a mi hermano nunca le había importado, pero al parecer algo ha
cambiado este verano.
—Así que cuando no apareciste por el motel, vine aquí —termina. Luego mete
la mano en el bolsillo del traje y saca un pañuelo de aspecto impecable—. Aunque no
puedo decir que me haya gustado estar aquí.
Primero: No puedo creer que esté diciendo la palabra pañuelo.
Segundo: mi hermano siempre lleva uno.
Con sus iniciales bordadas en negro: HAD.
Homer Alexander Davidson.
Y tercero: con una floritura, abre ese trozo de tela y se limpia los dedos.
—¿Qué mierda estás haciendo? —no puedo evitar preguntar.
—Limpiándome los dedos.
—¿Por qué?
—Porque toqué el pomo de la puerta cuando entré en el gimnasio para
preguntar por ti.
—Qué trágico.
—En efecto. —Asiente—. Mi desinfectante de coche está fuera. Así que tengo
que limpiarme la mano cada cinco segundos. No es que crea que vaya a ayudar,
entiendes.
—Por supuesto que no.
—Pero la esperanza es eterna.
Mi hermano mayor, damas y caballeros.
Jodido culo atascado.
—Me emociona ver que no has cambiado —le digo—. ¿Te importaría decirme
por qué estás aquí y por qué mierda has estado reventándome el teléfono estas dos
últimas semanas?
121
Se vuelve a poner el pañuelo, bien doblado, y se mete las manos en los
bolsillos, observándome de nuevo en silencio.
—¿Cómo estás?
¿Qué mierda?
¿Estamos intercambiando cumplidos ahora?
No nos hemos visto en dos putos años, no nos hemos hablado ni en dos putos
años, y esto es lo que me dice.
Voy a decir algo despectivo pero luego me tomo un momento.
Y en ese momento, lo estudio y como dije, no ha cambiado mucho.
Se parece muchísimo a nuestro padre.
La misma cara -afilada y severa, carente de toda emoción-, el mismo sentido
del vestir, los mismos ademanes. Es como si nuestro padre siguiera vivo, y apuesto a
que lo está.
A través de su primogénito.
—Estoy fantástico, gracias. Pero perdóname si no me preocupo lo suficiente
como para preguntarte cómo estás.
Sus ojos -exactamente iguales a los de papá, pero de un tono más claro que los
míos- recorren mis rasgos, mi cuerpo.
—Has adelgazado.
—Y ahora tienes barriga. —Me acaricio la mía—. ¿Estás seguro de que este es
el look que quieres? Ninguna chica te va a besar.
Estoy mintiendo, por supuesto.
Como en tantas otras cosas en su vida, mi hermano mayor también destaca en
fitness.
Además de jugar al fútbol en el instituto y la universidad, y ahora de forma
recreativa, es cinturón negro de kárate y practica jiujitsu por diversión. En todo caso,
sus músculos parecen aún más afilados y fuertes bajo ese traje.
Y sé de una chica que moriría por besarlo.
Maldito suertudo.
—Si hubieras tomado alguna de mis llamadas o te hubieras molestado en
llamarme tú mismo, yo...
—¿Habrías qué? —le pregunto cuando se detiene.
Y entonces veo algo en la cara de mi hermano que por un segundo me hace
pensar que es un truco de la luz.
Pero como ya he dicho, la iluminación de este estacionamiento es una mierda, 122
lo que significa que la incomodidad que estoy viendo en la cara de mi hermano es
real. De hecho, se mueve nerviosamente antes de tomar una respiración agitada.
—Habría hecho arreglos para ti en el hotel.
—En el hotel.
Asiente.
—Sí.
De nuevo, tengo que tomarme unos momentos entonces.
Para estudiarle. Para estudiar esta nueva expresión en su rostro.
—¿Seguro que puedes hacer eso? —pregunto finalmente.
Su malestar desaparece ahora, aprieta la mandíbula irritado.
—Sí, se me permite hacer lo que quiera.
—No lo creo. Porque estoy bastante seguro de que sigues siendo la putita de
papá.
Y papá nunca me habría querido cerca de su precioso hotel. O de la mansión
en la que crecí. O cualquiera de las propiedades de los Davidson, para el caso.
Algo de lo que se ocupó legalmente antes de morir.
—Mira, la razón por la que te he estado llamando es —dice mi hermano con un
largo suspiro, sin elegir morder el anzuelo como suele hacer—, que me gustaría
invitarte a cenar.
—¿Qué?
—¿Qué tal el próximo sábado? A las siete.
El próximo sábado estoy ocupado, así que no podré ir.
Pero lo más importante, ¿qué mierda?
Esto es aún más extraño que nosotros intercambiando cumplidos. ¿Desde
cuándo cenamos juntos mi hermano y yo?
Entorno los ojos hacia él.
—¿Estás borracho ahora mismo?
El disgusto cubre sus facciones.
—No.
—¿Drogado? —le pregunto a continuación, estudiando sus rasgos en busca de
señales que indiquen que podría estar colocado—. ¿Estás colocado? Fumas un poco
de hierba, hermano mayor, ¿eh? ¿Por eso dices locuras?
No se digna a responder.
123
—Porque está bien si lo has hecho. Puedes contármelo. No voy a juzgarte. Ni
siquiera son drogas de verdad, hombre.
—Me gustaría —dice, muy serio—, fumar hierba. O me drogaba o me
emborrachaba. Por desgracia, o te bebías todo el licor o te fumabas toda la hierba
que había en Bardstown.
Suelto una risita sorprendida.
—Culpable. Pero puedo ayudarte. Sólo tienes que decirlo. Todavía tengo mis
viejos contactos. —Luego, como no puedo evitarlo—. Quizá te relaje lo suficiente
como para hacerlo.
Se pone rígido.
Y me encanta.
Jesús, ¿cómo he podido olvidarlo?
Que mi hermano es un puto mojigato y siempre me ha gustado provocarle así.
Vuelve a ponerse de pie, esta vez con otro tipo de incomodidad en sus
facciones.
—¿Sabes qué? Creo que deberíamos hablar en otro momento. Está claro que
no...
Niego lentamente con la cabeza, con una sonrisa en los labios.
—No, hablemos ahora. ¿Y? ¿Ya la has besado?
Su mandíbula se aprieta.
Jodidamente épico.
—No quiere decírmelo —le digo—. Y se lo he preguntado. Como una maldita
adolescente con una erección por los chismes.
Otro apretón, y luego:
—¿Quieres ser tan grosero o te sale natural?
Extiendo los brazos.
—Todo es natural, hermano mayor. Y puedo enseñarte. Darte algunos
consejos. —Luego, guiñando un ojo sugestivamente—. Sobre cómo verter sirope de
arce por todas tus tortitas. O espera, ¿son sus tortitas y tu sirope de arce?
Le sale vapor por las orejas.
O lo sería. Si estuviéramos en algún dibujo animado.
Y quiero partirme de risa.
Dios, me perdí esto.
Lo único que echo de menos de mi hermano mayor: burlarme de él por su 124
prometida, Maple Mayflower.
O mejor dicho, la prometida concertada de mi hermano.
Así que un día, nuestro padre -que Dios le joda- y el padre de ella se reunieron
y decidieron que sus hijos se casarían entre sí llegado el momento. Por supuesto mi
hermano estuvo de acuerdo porque ¿cuándo le ha dicho que no a papá? Ella también
estuvo de acuerdo porque supongo que tiene la misma aflicción que mi hermano, de
estar siempre de acuerdo con lo que diga su padre.
Lo que significa que han estado comprometidos toda su vida. Probablemente
desde que mi hermano era un novato y ella estaba en segundo grado o algo así.
Extremadamente asqueroso y arcaico, pero qué sé yo.
Aunque nunca han actuado como una pareja normal.
A pesar de que estaba claro que algún día se casarían, no hay contacto entre
los dos. No tienen citas. No se hablan, ni siquiera se miran.
Bueno, al menos mi hermano no.
Siempre ha estado demasiado ocupado con sus estudios, los deportes, el
negocio, como para dedicarle a la pequeña Arce -o Pancakes, como la llamo yo, para
fastidiarla- su tiempo y su atención. Y a pesar de la insensibilidad de mi hermano, ella
está bastante obsesionada con él, lo ha estado toda su vida. No veo por qué,
sinceramente. Ella podría hacerlo mucho mejor que un tipo con el rango emocional
de cartón -no es que yo sea mejor, pero aun así- y que se ofende a la menor mención
de algo íntimo entre un hombre y una mujer.
A veces me pregunto si mi hermano de treinta años es virgen, joder.
Quiero decir, eso no puede ser cierto, ¿verdad?
Debe haberlo hecho; si no con Arce, con otra persona.
Porque si no, lo siento por Pancakes.
Aparte de Lucas, supongo que podrías llamarla mi amiga. Claro, empezó como
una forma de molestar a mi hermano mayor. Pero luego supongo que creció en mí y
se convirtió en la hermana pequeña que nunca tuve.
—Tan fácil —murmuro, sacudiendo la cabeza—. De todas formas, no creo que
pueda ir el sábado. Ni nunca. Que tengas una puta noche increíble, hermano mayor.
Estoy a punto de hacerme a un lado pero él habla.
—Lo sé.
Suena baja y gutural, su voz.
Como si las palabras fueran arrancadas de su pecho y yo me pongo
instantáneamente alerta.
—¿Qué?
—Encontré algo. 125
—¿Qué has encontrado?
—El diario de papá.
Essstá biiieeen...
¿Y?
Nuestro padre tenía un diario; lo sabía.
Pero sólo por accidente.
Tropecé con él hace mucho tiempo mientras intentaba encontrar algo en su
estudio que pudiera romper. Me obligaba a ir a la consulta del terapeuta y yo odiaba
estar allí. Por aquel entonces él tenía la teoría de que mi falta de notas y de
concentración era el resultado de una enfermedad, como el TDAH o algo así, porque
le había costado mucho aceptar que su segundo hijo no era como el primero. Que era
un rebelde y no un aburrido charco de barro que había que moldear en un jarrón
brillante.
Entonces era demasiado pequeño para leer el contenido del diario cuando lo
encontré. Pero antes de que pudiera siquiera intentarlo, me atraparon. Los resultados
no fueron agradables, dejémoslo ahí. Y aunque después de aquel incidente seguí
colándome en su estudio y robando cosas y rompiéndolas, nunca fui por su diario.
Pero empecé a escribir el mío. Cuando tuve edad suficiente y uno de mis terapeutas
quiso que llevara un registro de mis pensamientos de ira.
He tenido suficiente terapia para saber que era mi esfuerzo inconsciente de
buscar la aprobación de papá.
Menuda estupidez.
Pero no importa.
Porque no llevo un diario. Ya no.
No durante dos años, dos meses y doce días.
Por lo que parece, mi hermano no sabía nada de los diarios de nuestro padre.
Lo cual es sorprendente porque pensaba que mi padre y Homer eran muy amigos y
conocían los secretos del otro.
Bueno, no todos los secretos, pero sí la mayoría.
Vuelve a respirar con fuerza y su pecho se dilata mientras repite:
—Así que lo sé.
—¿Sabes qué?
—Lo que te hizo.
Entonces dejo de respirar.
Dejo de pensar. Me congelo.
Mientras su pecho se expande en una aguda y agónica respiración.
Pero no basta para calmarle. No basta para tranquilizarlo ni para calmar la 126
expresión de dolor de su cara. Así que se mueve un par de veces más, se pasa una
mano por el cabello, revolviendo esos mechones -algo que veo por primera vez, su
cabello revuelto- para decir lo que quiere a continuación.
—Tenía... —Traga saliva—. Lo tenía escrito. Lo que hizo para... para castigarte.
Las palizas. El hambre. Cómo te encerraba en tu habitación, en el sótano o en tu
armario. Para enseñarte... para darte una lección. Medicándote. Sabía que te llevaba
a los médicos pero yo...
No lo sabía.
No, no lo hizo.
Nadie lo hizo.
Porque era un secreto; el largo y bien guardado secreto de mi padre.
Así que lo primero que me viene a la cabeza ahora mismo es lo jodidamente
estúpido que es.
Qué jodidamente imprudente por su parte.
Escribir sus propios crímenes.
Algo que hizo todo lo posible por ocultar. Algo que nunca quiso que nadie
descubriera. Algo que me dijo que la gente no creería aunque se lo contara.
Por su imagen.
Por lo generoso y amable que era.
A los ojos de los demás, quería decir.
Mi hermano vuelve a pasarse los dedos por el cabello mientras continúa:
—No sabía el resto. No sabía lo malo que era. Nunca... nunca lo supe. Nunca vi
nada de lo que él... Él no era...
Así conmigo.
De nuevo, no lo dice porque no tiene que hacerlo.
Se da a entender que, aunque compartíamos padre, en realidad no lo teníamos.
Como el resto del mundo, mi hermano conoció a un padre diferente al mío.
Tuvo un padre estricto pero alentador, orgulloso y jodidamente cariñoso, en lugar del
que estaba perpetuamente enfadado. Perpetuamente decepcionado. Que siempre
intentaba moldearme como él quería y, cuando me negaba, se convertía en un matón.
Gritar, chillar, pegar y sí, encerrar y matar de hambre, medicar, lo que se le
antojara, lo que le apeteciera ese día, lo hacía.
Y, por supuesto, en secreto.
En privado.
Así nadie vería su verdadero rostro.
Nadie sabría que el generoso y honrado Howard Davidson era un puto
127
monstruo que pegaba a su propio hijo.
Pero el terco hijo de puta que era, me lo llevé todo.
No me quebré. No obedecí.
Y eso le enojaba aún más.
Así que, de nuevo, qué puta idea más estúpida escribirlo todo donde alguien
pudiera leerlo.
Genial, papá. Simplemente genial. Eres un imbécil, ¿no?
—¿Por qué no...? —pregunta, sus facciones aún se retuercen de agonía—. ¿Por
qué no dijiste algo?
Entonces me invade la ira.
Una gran ola de ira.
—A ti, querrás decir —digo con sorna.
—Yo…
—No te dije nada, hermano mayor —gruño, con la voz baja y vibrante—,
porque no creí que te importara. No creí que te importara una mierda que tu
maravilloso padre le estuviera pegando a tu pedazo de mierda de hermano. Eso es lo
que pensabas de mí, ¿verdad?
Tiene la cortesía suficiente para parecer avergonzado.
—Yo...
—Porque eres como todo el mundo. —Entonces me encojo de hombros—. No
es que te culpe a ti ni a nadie. Me he ganado cada centímetro de mi reputación y estoy
jodidamente orgulloso de ello. Pero no te quedes ahí interrogándome sobre lo que
hice o dejé de hacer.
Cuando realmente lo hice.
Le dije a alguien.
Nuestra madre.
Incluso un par de veces, cuando era pequeño y lo bastante estúpido como para
pensar que me ayudaría.
Alerta de spoiler: no fue así.
Me dijo que me portara bien y fuera bueno como Homer y pararía. Y luego
siguió ignorándolo y guardando el secreto de mi padre como su buena cómplice.
Así que sí, no pensé que a mi hermano le importara.
Es ocho años mayor que yo. Cuando yo estaba en la guardería, él ya estaba en
el internado, siendo el estudiante y deportista estrella, viviendo su vida lejos de casa,
lejos de mí, viniendo a casa sólo un par de veces al año. 128
No tenía lugar para mí en su vida.
Nunca lo hizo.
Era -es- el hijo de mi padre y sí, admito que cuando era pequeño tenía la
fantasía de que mi hermano mayor vendría a salvarme de nuestro monstruoso padre,
pero luego crecí. Me di cuenta de que nadie iba a venir a salvarme, y mucho menos
mi propia familia, de la que yo necesitaba salvarme.
Así que nunca se lo dije a nadie.
Ni siquiera a Lucas.
Quizá debería haberlo hecho -porque él estaba pasando por lo mismo-, pero
nunca me atreví después de mis encuentros con mamá. Así que todo lo que Lucas
sabía era lo que todo el mundo sabía: que yo era un alborotador malcriado que mis
padres tenían muy mala suerte de tener. A pesar de eso, seguía siendo mi amigo.
—Yo... —Empieza mi hermano—. Yo... no sé qué decir excepto que lo siento.
Jodidamente lo siento mucho, Reign. Desearía... te decepcioné. Desearía haberte
tratado diferente. Ojalá lo hubiera sabido. Ojalá hubiera...
—No importa.
Porque no es así.
No cambia nada.
No cambia el pasado, el hecho de que no lo sabía y que ahora lo sabe. Y por lo
que parece, está arrepentido. La razón por la que no lo dudo es porque acaba de
lanzarme la palabra con J. Homer es demasiado educado para hacer eso, así que sí,
supongo que su remordimiento es genuino.
Pero como he dicho, no importa.
Somos lo que somos.
Él es el hijo predilecto y yo el jodido.
Tenemos vidas diferentes, caminos diferentes y nada cambiará eso jamás.
—Me gustaría —dice, con los ojos clavados en mí—, arreglarlo de alguna
manera.
—¿Arreglarlo cómo?
—Me gustaría que vinieras a trabajar conmigo.
—¿Qué?
—En la empresa.
Ante esto, una vez más me encuentro deteniéndome. Congelado.
Incapaz de decir una sola palabra.
—Sé que te excluyó del testamento y confiscó tu fondo fiduciario. Pero he
estado hablando con nuestros abogados. Hay una manera de devolvértelo todo, todo 129
el dinero, ahora que poseo la mayoría de las acciones. Y quiero hacerlo. Te
pertenece, Reign. La mitad de esta compañía es tuya. Pero yo... —Su pecho se
expande—. Quiero que vengas a trabajar conmigo.
—Para hacerlo realidad, querrás decir.
Su expresión es fría, pero veo lo firme que tiene la mandíbula.
—Sí.
—Aunque acabas de decir que ese dinero me pertenece.
Deja pasar unos segundos en silencio. Luego:
—Será a tiempo completo durante el verano. Y luego, cuando empiecen las
clases, podrías trabajar a tiempo parcial. Entiendo que tienes fútbol y otras
obligaciones. Trabaja conmigo hasta que te gradúes y será todo tuyo.
De acuerdo.
Todo mío.
Maldito imbécil.
—Eres igual que él, ¿verdad? Haz esto y te daré aquello. Saca un sobresaliente
y no te encerraré más en tu habitación. Compórtate y no te pegaré en las costillas.
Ponte en fila y te llevaré al médico por ese brazo roto que te di.
Veo a mi hermano estremecerse.
—Mira, necesitas esto. Necesitas el dinero, ¿verdad? Lo necesitas. No sé cómo
te las has arreglado, pero necesitas el dinero.
Tengo que reírme de esto.
Una risa fuerte y furiosa.
—Papá me dejó hace dos años, hermano mayor. Qué bien que pienses en mí
ahora.
Cuando dije que nuestro padre tomó medidas legales para alejarme de la
mansión, me refería a esto. Me echó de su testamento y específicamente tenía una
cláusula que decía que yo nunca podría poner un pie en ninguna de sus propiedades.
Y aunque esto es un secreto para la mayoría de la gente, tuvo que pedir ayuda a sus
abogados, a algunos altos cargos de la empresa y a mi hermano.
—Reign…
—Pero ya tengo trabajo.
—¿Qué trabajo?
—No es de tu maldita incumbencia.
Si mi hermano pensaba que me he estado muriendo de hambre todo este
tiempo sin el dinero de nuestro padre, es que realmente no sabe una mierda de mí. 130
No soy más que ingenioso.
Mi matrícula universitaria ya está cubierta por mi beca. Siempre supe que mi
padre nunca pagaría mis estudios y que encontraría la forma de quedar como un
mártir culpándome de ello. Lo cual habría estado bien; realmente no me importa.
Ni para la universidad ni para el fútbol.
Yo no soy como Lucas. No me interesa hacer carrera en el fútbol. La única razón
por la que fui fue porque él iba allí. Y accidentalmente conseguí una beca también,
para la misma universidad. Así que pensé por qué mierda no. Si eso me sacaba de
esta ciudad infernal, que era lo único que me importaba, entonces estaba de acuerdo.
En cuanto al resto de mi mierda, tengo un trabajo.
Lucho.
Por dinero.
El gimnasio en el que estaba a punto de entrar, antes de ser asaltado por mi
hermano, no es sólo un gimnasio de boxeo; también organizan peleas de aficionados.
La mayoría son legales y todos los púgiles cobran bien. Algunos combates, sin
embargo, no lo son y los púgiles cobran obscenamente bien por ellos.
Tan bien que sólo tengo que trabajar durante el verano y estoy listo para el
resto del año.
Básicamente, este es como mi trabajo de verano, lo ha sido durante los últimos
dos años.
—Sé que no he estado ahí para ti. —Empieza mi hermano porque no sabe
cuándo dejarlo—. Nunca he estado ahí para ti. De hecho, he sido feliz. Lo admito.
Cuando papá te dejó, pensé que te lo merecías. Después de todos los años de mierda
que nos hiciste pasar, tus fiestas, tu bebida, tus drogas. Todas las veces que te
arrestaban o te expulsaban o todas las veces que la gente simplemente te dejaba. Y
luego, cuando todo pasó con esa chica, los Adler... En vez de culparla a ella, te culpé
a ti. Pensé que debías haber sido tú. Porque siempre eres tú, ¿no? Tú eres el
problema. Tú haces las cosas. Tú arruinas las cosas. Las arruinas. Así que pensé que
debías haberle hecho algo, que debías haberla empujado a hacer lo que hizo. Pensé
que después de todo, cortar contigo, repudiarte era lo menos que papá podía haber
hecho y... —Sacude la cabeza, haciendo una mueca—. Te fallé. Te fallé, Reign. No fui
un buen hermano mayor. No fui... Pero yo...
—No.
—Pero...
—Tenías razón.
Frunce el ceño.
—¿Sobre qué?
—Pensar eso —le digo, con las manos en los costados—. Pensar que fui yo. 131
Porque lo era.
Yo fui responsable de ello. Por empujarla a hacer lo que hizo.
Aunque no me disculpo por todas las otras mierdas que he hecho en mi vida,
asumo la responsabilidad por esto. Por hacerla hacer lo que hizo, y
consecuentemente arruinar su vida.
Si no hubiera estado tan enfadado conmigo mismo por lo que había hecho,
tanto como para desquitarme con ella, no habría hecho lo que hizo. Si no le hubiera
dicho todas esas cosas crueles, no habría cometido un maldito delito.
Sin embargo, cuando me enteré de que lo había hecho y de que la habían
arrestado por ello, fui a ver a mi padre. A confesarle. Para decirle que había sido yo
quien la había provocado y que debía dejarla ir y castigarme a mí, lo que hizo
repudiándome.
Algo que probablemente habría hecho algún día de todos modos, pero
supongo que entonces tuvo la oportunidad y la aprovechó. Pero aunque pensaba que
eso le satisfaría y la salvaría, no fue así. Aun así la envió a ese reformatorio.
Así que sí, fui yo.
Yo era el problema, no ella.
Lo único bueno es que está fuera de ese lugar. Ya debe haberse graduado.
Debe estar de vuelta donde siempre perteneció, con sus padres, en la mansión.
Antes de que se lo jodiera todo.
Así que protegerla del nuevo Lucas es lo menos que podía hacer.
Exhalando un suspiro de rabia, me centro en mi hermano.
—No quiero tu puto dinero, ¿bien? No vuelvas más por aquí.

132
E
sta noche, soy una criminal.
Y no es sólo porque vaya a la Escuela St. Mary’s para
Adolescentes con Problemas, sino también porque estoy acosando.
De verdad.
No hay dos opciones. No hay zonas grises.
Y sí, hay que esconderse, agacharse y escabullirse.
Primero, salir de St. Mary’s.
Es medianoche y ya ha pasado el toque de queda de las nueve y media. Lo que
significa que debería estar en la cama, profundamente dormida, pero voy de puntillas
por el pasillo de cemento de mi residencia para escabullirme del edificio e irme fuera
del campus: a una casa en Bardstown.
Donde se celebra una fiesta en honor de mi exnovio. Y aunque estoy en contra
de toda forma de acoso y sigo temiendo cualquier consecuencia nefasta para mí, voy
a ir allí para tener una segunda oportunidad de hacer lo que no pude hace dos días. 133
Esta vez, sin embargo, no tengo a mis amigas conmigo.
No quería involucrarlas y potencialmente meterlas en problemas cuando sabía
que iba a romper el toque de queda. Además, todavía no conocen toda la historia. Y
hasta que no les diga la verdad, no puedo seguir aceptando su ayuda y su apoyo.
Así que voy por mi cuenta y, una hora más tarde, llego a mi destino.
Aunque no supiera que es aquí donde se celebra la fiesta, me daría cuenta. Es
la única casa de esta tranquila calle que hace tanto ruido y, respirando hondo, entro.
Mi plan es encontrar a Lucas y no dejar que nada, nada en absoluto, me disuada.
Lo busco en el abarrotado vestíbulo, en el salón, en el comedor y en todas las
demás habitaciones que puedo encontrar entre la multitud y la multitud de cuerpos.
Pero cuando no lo encuentro, me dirijo al patio trasero y, Dios mío, ahí está.
Y durante un segundo o dos, simplemente me quedo en mi sitio y le miro
fijamente.
A mi novio, exnovio.
Está de pie en un grupo, con un vaso roja en la mano, sonriendo a algo que
alguien está diciendo, y parece tan guapo. Tan familiar.
Su cabello rubio y sus ojos azules.
Dios, le echo de menos.
Le echo mucho de menos.
No sé cómo he pasado los dos últimos años sin él. Sin verle, sin hablar con él,
sin reírme con él. Y el hecho de que pueda hablar con él esta noche me deja sin aliento
y emocionada.
También aterrorizada.
Puedes hacerlo, Echo.
Sí que puedo.
Vuelvo a respirar hondo y me dirijo hacia él. Pero vuelvo a detenerme porque
un segundo Lucas se estaba riendo de algo y al siguiente está... ocupado haciendo
otra cosa.
Algo como besarse.
Esta chica que salió de la nada.
Quiero decir, que...
Estaba tan ocupada mirando a mi exnovio que no me di cuenta de que ella se
le acercaba. No me di cuenta de que intentaba robarle la atención hasta que él se
apartó de la conversación y se la prestó a ella. Y entonces, antes de que pudiera
parpadear, él estaba inclinado, reclamando su boca.
Y joder, antes de que pueda parpadear, hay otra chica en la mezcla. 134
De nuevo, quién sabe de dónde ha salido, pero ahora está aquí y Lucas se lo
está montando con ella mientras la primera mira. Y el grupo en el que estaba parece
estar muy contento por ello. Se ríen y aplauden y le animan, le incitan a hacer más,
como si esto fuera una especie de espectáculo.
Y le encanta.
Les está dando lo que quieren.
Cambiando de chica. Besándolas a las dos a la vez.
Levantando el puño.
Detestable.
Eso es jodidamente odioso.
Detestable, ofensivo, objetable, y me recuerda a él.
Me recuerda a algo que haría él, el mejor amigo de mi exnovio, y voy a vomitar.
Voy a vomitar en serio ahora mismo. Voy a...
Chillo cuando, de repente, siento que alguien me agarra del brazo y tira de mí
hacia atrás, arrastrándome en realidad, llevándome a alguna parte. La única razón por
la que le dejo es porque mi alivio es muy grande.
Al ser sacado a la fuerza de esa horrible escena.
De Lucas besando no a una, sino a dos chicas.
¿Quiénes eran?
¿Fue una de ellas su...?
Antes de que pueda terminar mi pensamiento, me arrastran a una habitación.
Una habitación desconocida que al principio está a oscuras, pero que luego se
inunda de una luz brillante, casi de neón, antes de que oiga una puerta que se cierra
con un chasquido.
Haciéndome ver que ahora tengo problemas mayores.
Problemas potencialmente peligrosos.
Me doy la vuelta, dispuesta a gritar, pero mi mirada se cruza con un par de ojos
familiares.
Marrón rojizo y brillante.
Y tan bonito que todos mis gritos se apagan.
Lo cual creo que no debería haber pasado. Todavía debería gritar. Todavía
debería pedir ayuda.
Que le conozca, el desconocido con el que estoy encerrada en un cuarto de
baño -esto es un cuarto de baño; de eso me doy cuenta aunque no haya podido apartar
la vista de él-, no significa que no sea peligroso. 135
Es un bandido.
Claro que es peligroso.
Así que hago acopio de ingenio, dispuesta a gritar cuando gruñe, con las
facciones marcadas por el disgusto:
—¿Qué mierda haces aquí?
Grita, Echo.
Pero todo lo que hago es parpadear, con la boca entreabierta. Entonces:
—¿Qué... qué te ha pasado ahí?
Le señalo la mandíbula.
Aparte de sus ojos brillantes, ése es el punto más llamativo de su cara. Ese
floreciente moratón rojo y morado a la izquierda de su mandíbula desaliñada y muy
afilada.
Que se aferra a mi pregunta.
—¿Cómo sabías que iba a estar aquí?
Su gruñido es aún más grueso que antes y me doy cuenta de que sus preguntas
son probablemente más sensatas e importantes que las mías. Más urgentes y
relevantes para la situación.
Aun así, no puedo olvidar su moratón.
Parece vicioso. Enojado.
Doloroso.
—¿Estuviste —trago saliva, mirándola con cuidado—, en una pelea o algo así?
Podría haberlo sido.
No es precisamente el tipo más sensato que he conocido.
En la escuela, lo veía con moretones aquí y allá. Incluso fui testigo de cómo se
hizo algunos. Se metía en peleas con la gente por todo el campus, a lo que siempre
seguía Lucas apartándole y acompañándole al despacho del director. Lo suspendían
por un día o le quitaban el derecho a jugar al fútbol.
Sin embargo, siempre los recuperaba; era uno de los mejores jugadores y, al
parecer, no importaba que también fuera un bala perdida siempre que pudiera chutar
un balón a la red con pericia.
—Sí, estoy harto de que me lo pregunten —responde con el ceño fruncido.
—¿Por qué, quién más hizo esta pregunta?
Su mandíbula se tensa aún más.
—¿Ahora le acechas?
Acosadora.
136
Sí, lo hago.
Pero aún no estoy preparada para responderle.
—Bueno, es una conclusión normal. Siempre te estás metiendo en peleas —le
digo.
—¿Qué es esto? —Me inclina la mandíbula magullada—. ¿Tu disfraz de
acosadora rechazada?
—¡Eh! —Me echo hacia atrás, la capucha que cubría mi cabello rubio ceniza se
cae, haciendo que mi cabello se desparrame por mis hombros—. Mi disfraz no tiene
nada de malo. Ni siquiera es un disfraz. Son unos vaqueros y una sudadera con
capucha.
—¿Desde cuándo usas vaqueros?
—Llevo vaqueros todo el tiempo.
—No, no la haces.
—Yo... —Frunzo los labios—. ¿Por qué siempre te preocupa tanto lo que llevo
puesto? Me pongo lo que me pongo. No es asunto tuyo lo que llevo puesto.
Odio que me conozca tan bien.
No soy una chica de vaqueros. Me gustan los vestidos, las faldas y las cosas
veraniegas.
Pero lo que más odio es que se haya dado cuenta tan fácilmente de que es mi
ropa de acosadora. Oscura y diseñada para ocultarme. No sólo para poder escapar
sin ser detectada de St. Mary’s, sino también porque ésta es una fiesta donde la gente
me conoce. Y si la gente me conoce, entonces también saben lo que hice.
Hace dos años.
Y no estoy de humor para que me acosen por ello, ni para que se burlen, ni
para que se rían de mí, ni para que se mofen de mí. Que es lo que hacían entonces.
Después de todo lo que pasó, ir al colegio fue una pesadilla y no tengo ninguna gana
de repetir esa experiencia esta noche.
De ahí mi disfraz de acosadora y gótica.
—Ahora háblame de tu moratón —le ordeno.
No lo hace.
Porque está... mirando.
Mi carabello esparcido, específicamente.
Y me mira de una forma que me hace sentir expuesta y cohibida.
Con sus ojos intensos y pesados.
Casi aturdido. 137
Carraspeo entonces, incapaz de soportarlo, y él aparta los ojos y los lleva a mi
cara. Entonces:
—Un moratón es un moratón. No es asunto tuyo cómo me hice el moratón.
Touché.
Levanto la barbilla.
—Bueno, espero que duela.
—Así es.
—Bien.
—Necesitas...
—Es... —Empuño mis manos—. ¿Es... una de las chicas su novia?
Oh Dios, por favor no.
Por favor, no digas que sí.
Sé que no tengo derecho a pedir eso. No tengo derecho a sentir este dolor en
mi pecho. Especialmente cuando yo le hice lo mismo a él.
Pero Dios, duele.
Duele tanto, tanto.
Su mandíbula se tensa y no puedo evitar centrarme en ese moretón de nuevo,
sintiendo mi propio corazón latiendo y haciendo tictac, antes de que responda:
—No.
Ante esta respuesta, se me escapa un suspiro aliviado.
—Entonces, ¿quiénes eran?
Mantiene el silencio unos segundos.
—Sólo algunas chicas.
—¿Así que no las conoce? ¿Pero cómo es eso...?
Otra respiración agitada de él antes de afirmar:
—Te llevo a casa.
—¿Qué?
—Vamos. Vámonos.
—Qué, no. No voy a ninguna parte contigo.
—Te dije que te alejaras de él, ¿no?
—Por desgracia para ti, no puedes decirme lo que tengo que hacer.
—Vamos —dice lentamente, dando un paso adelante—, vámonos.
Doy un paso atrás. 138
—No.
—Echo—advierte.
Me tiemblan los pies al dar el siguiente paso atrás, pero lo doy.
—Estás llevando esta mierda del mejor amigo un poco demasiado lejos, ¿de
acuerdo?
—No voy a repetirme.
—Entiendo que eres su mejor amigo y que son como hermanos y lo que sea.
Pero no puedes decidir quién habla con él. No eres su portero o... no sé, niñera o...
Da otro paso adelante.
—Desafortunadamente para ti, lo soy. Así que vamos.
Miro hacia atrás.
—Tal vez quiera hablar conmigo también.
—Muy jodidamente improbable.
Ignoro el dolor en mi pecho. Porque existe la posibilidad de que tenga razón.
Pero no quiero que me lo recuerde.
—Te dije que me estaba mirando, ¿recuerdas? En el bar —le insisto, a pesar de
mi buen juicio.
—Y te dije que no puedes culparlo.
—Yo no...
—O a cualquier hombre —continúa—, si sigues poniendo tus tetas delante de
sus narices.
Jadeo.
Tengo que hacerlo porque acompaña sus palabras con una mirada.
Una mirada muy larga y persistente a mis... tetas.
La forma en que me mira me hace sentir expuesta de nuevo. La forma en que
pasa a mirarme el resto del cuerpo, deteniéndose en lugares como mis muslos y
pantorrillas cubiertos de mezclilla, me hace pensar que ahora mismo me está
imaginando con un vestido.
Me está imaginando en... nada.
Y tengo este gran impulso de cubrirme de él.
De sus ojos intensos, bonitos y obscenos.
—Eres tan... —Respiro hondo—. No acabas de decir eso. No acabas de hablar
de mi...
Mi indignación le hace sonreír.
Y el tipo odioso y detestable que es, me mira deliberadamente el pecho
139
durante un segundo o dos antes de encogerse de hombros.
—Bueno, qué puedo decir, tienes buenas tetas.
—Para —le ordeno, con el pecho agitado, las tetas pesadas y extrañas por sus
miradas—. No digas esa palabra.
Su sonrisa se convierte en una risita.
Y no sé cómo es posible pero es aún peor que su mirada descarada.
Porque su risita es francamente sucia.
—Creía que te gustaban las palabras —murmura.
—Yo...
—¿O tal vez estás buscando otro sinónimo aquí?
—Yo no...
—¿Qué tal aldabas? Jugs, fun bags, hooters. Faros.
—Dios mío.
—Oh mi Reinado es la frase que buscas, creo.
Pensaba que tenía miedo de ir a la cárcel, pero creo que no es así.
Creo que valdrá la pena si consigo matarlo primero.
—Soy la novia de tu mejor amigo, tú... —Dios, no encuentro palabras—. Vulgar
psicópata. Así que tienes que parar, ¿bien? Sólo detente.
—Ex sin embargo, ¿no?
—Para —susurro.
Finalmente, parece que he hecho algunos progresos.
Porque su diversión desaparece y dice:
—Entonces no me enojes y haz lo que te digo.
Y entonces exploto.
Estallo contra él por ser tan arrogante y dominante.
Tan odioso que me pone enferma.
—Primero —empiezo, con las manos en puño—, por mucho que quieras
creerlo, no soy tu sirvienta. Nunca lo he sido y nunca lo seré. No recibo órdenes tuyas.
Tú no me dices lo que tengo que hacer. Segundo, no te acerques a mí. Deja de avanzar
sobre mí como un maldito depredador o algo así. Tercero, estoy aquí para hablar con
Lucas y no me iré hasta que lo haga. —Luego—. Oh, e incluso cuando me vaya, no me
iré contigo. Así que retrocede.
Bien. 140
Eso estuvo bien.
Estoy muy orgullosa de mí misma.
O lo estaría. Si hubiera escuchado algo de lo que acabo de decir y obedecido.
Tal y como están las cosas, no lo hace.
Todavía avanza sobre mí.
De hecho, da un paso muy largo y brusco -al menos, eso me parece a mí- hacia
mí, lo que me hace estremecerme. Sobre todo cuando las punteras romas de sus botas
chocan contra mis zapatillas.
Luego, agachándose, clavando en mí su mirada enrojecida, dice:
—Primero, conmigo es la única forma de que te vayas. Y te irás, me aseguraré
de ello. Segundo, no hables con Lucas cuando está así, borracho y drogado. Cuando
no sabe distinguir entre arriba y abajo. Tercero, tal y como yo lo veo, siempre has
sido mi sirvienta y cuanto antes aceptes ese hecho, mejor, porque entonces no
tendremos que pasar por todo esto de que pretendes tener todo el poder y yo tengo
que recordarte que tienes menos que ninguno. Y por último, ¿no es depredador un
sinónimo de criminal?
Entonces me da un vuelco el corazón.
Seguido de varios golpes más mientras continúa:
—No exactamente, pero más o menos, ¿no? Encaja. Justo ahí, con un infractor
de la ley, un delincuente y un criminal. —Luego, hundiendo aún más la barbilla y
bajando aún más la voz—: Un bandido que monta a caballo y secuestra chicas en
mitad de la noche. Aunque tengo que decir que me gustan las chicas atrevidas. Me
gustan luchadoras y salvajes. Chicas que no huyan del peligro sino hacia él. Así que
tú con tu rosa Bubblegum y tu rutina de niña buena no tienes de qué preocuparte. Me
aburres más que los libros que te gusta leer y eres más fuerte que los somníferos que
tengo que tomar para dormirme estos días. Perseguirte, y mucho menos secuestrarte,
es lo último que tengo en la agenda esta noche.
Quiero volver a taparme los oídos.
Meter la mano en mi cerebro y sacar esa pieza que contiene todos los
recuerdos.
De él.
El mejor amigo imbécil de mi exnovio.
Pero no puedo.
Todo lo que puedo hacer es quedarme aquí y mirarle a los ojos.
Sus ojos parpadeantes y brillantes.
Rodeados de las pestañas más espesas que he visto nunca.
141
Todo lo que puedo hacer es respirar bocanadas de su aroma, veraniego y
soleado. Exactamente como lo recuerdo.
Y esa es la cuestión, ¿no?
No quiero recordar. No quiero recordar nada del pasado.
Todo lo que quiero es seguir adelante, avanzar.
Así que me centro en eso.
Sobre Lucas.
—¿Por qué —respiro hondo y cierro los ojos un segundo—, está Lucas borracho
y colocado como una cuba?
La respuesta de su mejor amigo es el silencio.
Y una mirada beligerante.
Pero me niego a echarme atrás.
—¿Por qué no distingue arriba de abajo? ¿Qué significa eso? —De nuevo no me
dice nada y, a pesar de mi buen juicio, estiro el cuello, mi cuerpo aún más y me
levanto en su cara—. ¿Por eso besaba a esas chicas y montaba ese espectáculo
asqueroso? Dímelo. Dime lo que querías decir. ¿Por qué Lucas está así? ¿Qué le pasa?
¿Qué...?
—Lo que pasa —habla en tono mordaz—, es que eso es lo que hace Lucas ahora.
—¿Qué?
—Bebe. Fuma. Toma pastillas y folla. —Ahora le ha empezado a latir el pulso
en la mejilla—. Con quien quiere. Donde quiera.
—Pero así... así no es él. Es...
—Como he dicho, así es como es ahora. Autodestructivo. Se pasa la noche de
fiesta y no le importa nada más.
—Le importa el fútbol —suelto.
Lo hace.
Siempre le ha importado.
Sobre ser elegido en el draft, ser profesional.
De que le siga a donde vaya a jugar.
De hecho, me hacía sentir un poco incómoda hablar de ello. Porque yo siempre
quise acabar en la NYU y estudiar escritura creativa, y Lucas lo sabía. Pero él siempre
me decía que se podía estudiar escritura creativa en cualquier parte y que seguir
juntos era más importante. Y como no era algo súper urgente, simplemente optaba
por no discutir.
Pero esa no es la cuestión. 142
La cuestión es que Lucas tiene el fútbol y le encanta. Y no va a hacer nada que
ponga en riesgo sus posibilidades de ser elegido el próximo enero y hacerse
profesional.
—Bueno, si sigue por este camino, no va a quedar mucho por lo que
preocuparse.
—Pero eso es... Él no... —Tengo que hacer una pausa, hacer que mi corazón
deje de latir tan fuerte para que al menos pueda oír mis propias palabras—. ¿Por qué?
Yo no... Yo...
—¿Por qué crees? —me dice, con sus ojos intensos y penetrantes.
Durante unos segundos, me niego a creerlo.
Me niego a escuchar lo que me dice. Me digo que está mintiendo.
Que esto no es verdad.
No puede ser.
El fútbol es la vida de Lucas. El fútbol lo es todo para él.
Pero entonces yo también lo era, ¿no?
Me lo decía. Me lo mostraría.
También me lo enseñó esa noche. En mi decimosexto cumpleaños.
Cuando le rompí el corazón.
Traicioné su confianza. Lo lastimé de la peor manera posible.
Con su mejor amigo.
Su. Mejor. Amigo.
Con la respiración agitada, le miro. Miro sus pómulos arqueados, sus cejas
arrogantes. Sus ojos ardientes, su boca afelpada.
Ese moretón en la mandíbula.
Y quiero...
Quiero morderlo. Quiero arañarlo, arañar su siempre bella y siempre sexy
cara.
Quiero tirarle del cabello oscuro y erizado. Golpear su pecho que respira
agitadamente.
—¿Por qué no estás haciendo algo entonces? —pregunto, pero no le doy la
oportunidad de responder—. ¿Por qué no lo detienes? ¿Por qué no lo detuviste antes
de que se emborrachara y se volviera loco? ¿Qué haces aquí conmigo? ¿Por qué no
estás ahí fuera, cuidando de él?
—Yo...
—Se supone que eres su mejor amigo —casi grito, poniéndome de puntillas— 143
. Se supone que tienes que cuidar de él. Se supone que tienes que asegurarte de que
está bien. Se supone que...
De repente, todas mis palabras mueren.
Se disuelven en mi garganta. Se convierten en cenizas.
Mientras siento un calor abrasador fluyendo por mis venas.
Y me doy cuenta de que es porque me está tocando.
Agarrándome.
Mi muñeca.
Sus dedos largos y oscuros envuelven mi piel pálida y, por muy chocante que
sea el contraste, por muy chocante que sea el ardor de su piel en mi piel, es incluso
impresionante que yo también le esté tocando.
Que fui yo quien empezó.
Poniendo mis manos sobre su ancho pecho.
No sé cuándo lo hice.
No sé en qué momento mis manos se disparan y van hacia él y en qué momento
mis dedos aprietan su camiseta. Y con fuerza, porque tengo los nudillos blancos y las
uñas clavadas en las palmas.
—No lo soy —retumba.
Y es tan bajo y grueso que le vibra el pecho.
Incluso el suelo tiembla bajo mis pies, o al menos eso parece.
—¿Qué? —susurro.
Sus dedos se aprietan alrededor de mi muñeca.
—Su mejor amigo.
Respiro.
—Ni siquiera soy su amigo.
—No lo entiendo.
Sus ojos ardientes se entrecierran y su agarre pasa de apretado a casi doloroso.
—No pensaste que eras la única, ¿verdad?
—T-tú...
—Que fuiste la única que cometió el mayor error de su vida esa noche. No
pensaste —gruñe—, que eras la única que lo está pagando.
Pero yo...
Eso es lo que pensé, sí.
Eso es exactamente lo que pensaba.
144
Que soy la única.
Que yo era la desterrada de la vida de Lucas mientras él se quedaba.
Mientras Lucas me cortaba, pensé que Reign tenía la oportunidad de enmendar
su error. Van a la misma universidad. Juegan en el mismo equipo. Por supuesto, Reign
debió usarlo a su favor y arregló su amistad con Lucas.
Por no hablar de que su larga historia habría desempeñado un papel en su
reconciliación.
Mi agarre de su camiseta se tensa también, mis ojos se entrecierran, escuecen.
—P-pero... Los dos son... Han sido... Han sido amigos desde que eran niños y...
—¿Y qué? —suelta.
—No pensé que nada pudiera interponerse entre ustedes dos.
—Algo puede.
El corazón me da un vuelco.
—Yo.
—Tú.
No puedo...
No puedo comprenderlo. No puedo entender el concepto de que ya no son
amigos.
—Resulta que soy un amigo de mierda —dice, con un destello en los ojos que
no puedo nombrar, o quizá estoy demasiado atontada ahora mismo para nombrarlo—
. Resulta que soy el tipo de amigo que no desearías ni a tu peor enemigo. Así que no
me sorprende que esté fuera de control. Que se esté volviendo loco, y el hecho de
que yo esté ahí para él, que insista en estar ahí para él, para cada una de sus cagadas,
parece empeorarlo todo. Pero yo hago eso, ¿no? Arruino las cosas. Las destrozo.
Destruyo todo lo que toco. —Otra flexión de la mandíbula—. No pensé que arruinaría
esto también. No pensé que lo tenía en mí. Destruir la única cosa buena en mi vida
dejada de la mano de Dios.
Sólo cuando termina me doy cuenta de lo que parpadeaba en sus ojos.
Lo que aún parpadea.
Remordimiento.
Arrepentimiento. Contrición. Culpabilidad.
Me sorprende que haya tardado tanto en reconocerlo. Cuando lo veo todos los
días.
En el espejo.
En mis propios ojos.
Por herir a la persona más importante de mi vida.
145
Aunque también lo hizo, ¿no?
También hirió a la persona más importante de su vida. Sólo que yo creía que
tenía la oportunidad de arreglarlo. Además, en mis momentos de mucha rabia y
bajón, he asumido lo peor.
Que tal vez me echó la culpa a mí. Tal vez le dijo a Lucas de mí.
Que fui yo, la puta, la que se le insinuó. Eso es lo que dijo por teléfono, ¿no?
Entonces, ¿por qué no se lo dijo también a Lucas? No sólo para salvar su amistad, que
yo no creía que estuviera en peligro, sino también para mantenernos separados. Algo
que él siempre quiso hacer.
—Tú no... —susurro, mi agarre a su camiseta sigue igual de apretado y
doloroso.
—¿No hice qué?
Me relamo los labios.
—Echarme la culpa a mí.
Me mira la boca un segundo.
—No era tuya.
—Pero fui yo quien…
Sus dedos se flexionan, cortándome el paso.
—No importa.
—Pero...
Se inclina entonces, haciéndome apretar aún más los puños sobre su pecho
tembloroso.
—No importa. No importa.
—Lo siento —suelto.
Se estremece ligeramente.
—¿Qué?
Dios, ¿qué estoy diciendo?
Aunque no haya aprovechado la oportunidad que en el fondo pensé que
tendría, para alejarme de Lucas, no significa que no sea culpable.
Es absolutamente culpable.
Por un millón de cosas que vinieron antes. Por años de cosas.
Pero en este momento, cuando el remordimiento es tan denso en su mirada y
todavía estoy tambaleándome por su revelación, Dios, ¿cómo es posible que ya no
sean amigos? No puedo evitar decirlo. 146
No puedo evitar confesarme.
—He estado celosa de ti.
—Celosa.
Trago saliva y asiento con la cabeza.
—Porque pensé... pensé que tenías la oportunidad de arreglarlo todo. Pensé
que no te habían castigado. Pensé que habías salido ileso. Después de lo que pasó.
Pensé que aún conseguías ser su mejor amigo y... y yo soy la exnovia loca que fue
bloqueada de todas partes. Ni siquiera me dio la oportunidad de disculparme. Toda
esa noche, seguí llamando y llamando y mandando mensajes y él no respondía. Y
luego lo hizo, a la mañana siguiente y yo estaba...
—Feliz —termina por mí.
—Sí —susurro, tragando saliva de nuevo—. Sólo que descolgó para decirme
que nunca jamás volviera a llamarle. Que habíamos terminado y lo entendí, ya sabes.
Entendí por qué después de... todo. Pero no me dejó hablar. No me dejaba explicarle
y yo...
Y así lo llamé, el mejor amigo de Lucas.
Para pedir ayuda.
Pero ambos sabemos cómo acabó.
Con su habitación destrozada y yo en un reformatorio.
Sacudo la cabeza:
—Así que sí, he estado celosa. De ti. De tu amistad. Del hecho de que fui la
única que lo perdió todo.
Pero se siente tan mezquino ahora que lo digo en voz alta.
Tan vengativo.
Sí, no hay amor perdido entre él y yo.
Pero por alguna razón, no me siento bien.
No me siento reivindicada.
Por el hecho de que conseguí mi deseo. Está sufriendo y es culpable y
miserable como yo. Que por primera vez en mi vida, veo sus ojos, sus rasgos agudos
y hermosos nadando en culpa.
Todo lo que siento es... tristeza. O incluso más triste.
Que tantas cosas fueron destruidas esa noche.
Confianza. Lealtad. Amor. Amistad.
Todo perdido por culpa de un beso.
Un beso fue todo lo que hizo falta. 147
Para lanzar una guerra. Para romper corazones. Para mover el suelo bajo
nosotros.
—Bueno, espero que te guste el sabor del champán —dice, irrumpiendo en mis
pensamientos—. Porque parece que serás tú quien lo celebre esta noche.
Me estremezco cuando me devuelve mis propias palabras, de The Horny Bard.
—Yo no...
—Pero antes de eso —su pecho se mueve en un suspiro—, tienes que salir de
aquí.
—Yo…
—No está en condiciones de escucharte. Y tú no quieres escuchar lo que tenga
que decir cuando está así. —Mira mis puños en su camiseta—. Podría romper tu
corazoncito rosa.
—Sí, como si te importara —me burlo más por costumbre que por otra cosa.
Pero entonces hago una pausa.
Porque él también hace pausas.
Estaba en proceso de retirar mis manos de su cuerpo pero ante mis palabras,
se congela un segundo y yo me quedo... en silencio y pensando.
Y lo que estoy pensando es...
Es francamente ridículo.
La verdad es que es divertidísimo.
Ni siquiera sé por qué se me ocurrió. ¿Por qué pasaría por mi mente ni siquiera
por un microsegundo? Que de alguna manera está tratando de... protegerme.
Protegerme. A mí.
Es lo más disparatado que he pensado en mi vida.
Pero antes de que pueda contenerme, pregunto, apretando con más fuerza su
camiseta:
—¿Por eso me dijiste que me mantuviera alejada de él? En el The Horny Bard.
Porque ha cambiado y podría romperme el corazón.
Él dispara sus ojos hacia arriba, de nuevo tratando de soltar mis manos.
—Tu corazoncito rosa, pero sí.
Dios mío.
Dios mío.
Lo está haciendo.
Intenta protegerme.
Él es... 148
Menudo idiota.
Menudo imbécil.
Después de años atormentándome, menospreciándome, haciéndome sentir
menos que nadie, ahora se lanza a protegerme. Quiero decir, ¿dónde se mete?
Durante varios segundos, no puedo decir nada.
No tengo palabras. Estoy jodidamente...
Pero necesito decir algo. Necesito abordar esto. Sea lo que sea.
Sea la broma ridícula que sea.
—De acuerdo, hablemos de esto —empiezo, mirándolo a los ojos, soltando su
camiseta—. Porque siento que tenemos que hablar de esto. Y es lo más loco que he
dicho nunca, pero ahí va. —Respiro hondo—. No necesitas protegerme.
Espero que diga algo al respecto.
O al menos mostrar algún tipo de reacción.
Conmoción tal vez. O diversión que incluso diría algo como esto.
Pero no lo hace.
Así que sigo.
—Porque eso es lo que estás haciendo, ¿no? Me estás protegiendo.
De nuevo, le doy la oportunidad de reírse de mí.
En cualquier momento sonreirá y dirá algo malo. Va a decir que he perdido la
cabeza y que debería dejar de avergonzarme.
Pero una vez más, no lo hace.
Lo único que hace es mover la mandíbula de un lado a otro, con el pulso
latiéndole en la mejilla, mientras me mira fijamente. Y yo...
Me siento enfadada. Otra vez.
Pero ahora que tengo alguna confirmación sobre mis sospechas, también me
siento... sin aliento.
Mi corazón se acelera como un pájaro loco y trago grueso.
—Te das cuenta —empiezo despacio, con el pecho agitado—, de que esto es
una locura, ¿verdad? Te das cuenta de que la idea de que tú, Reign Marcus Davidson,
me protejas a mí, Echo Ann Adler, es una puta locura. Más que una puta locura. Es
irreal. Es antinatural. Es maldita ciencia ficción.
Bien, debería calmarme.
O le daré un puñetazo en la cara. Y me desmayaré de lo rápido que me late el
corazón.
—No necesito que me protejas. —Continúo con voz más calmada—. Ni siquiera 149
sé por qué querrías hacerlo. Soy yo y eres tú. Nos odiamos. Nos ponemos enfermos
el uno al otro. En todo caso, necesito protección de ti. No de mi exnovio. Puedo
manejar a mi exnovio, ¿de acuerdo? Así que no necesito tu protección. Lo que
necesito es...
—Lo único que tienes que hacer es alejarte de él —me dice cuando me quedo
pensativa.
—Pero acabas de decir que está en espiral.
—Sí y puedo manejarlo.
—No puedes.
—Yo…
—Ya no eres su amigo.
Sus fosas nasales se encienden al recordarlo.
—Y tú no eres su puta novia.
Respiro profunda y dolorosamente.
—Has tenido dos años. Dos años, Reign, y no has sido capaz. —Parece que va a
decir algo, pero no se lo permito—. Y no es culpa tuya. Siento haberlo sugerido. De
verdad que lo siento. Sé que eres un buen amigo. Quiero decir, lo sabría, ¿verdad?
Los he visto juntos. He soportado tu odio durante años porque siempre pensaste que
yo estaba por debajo de él. Así que por favor créeme cuando te digo que eres un
buen amigo. Pero tal vez necesitamos intentar algo diferente. Por eso no debo
alejarme de él. Es por eso que tengo que hacer algo. Tengo que intervenir y salvar a
Lucas.
—Salva a Lucas.
—Sí. —Asiento con determinación—. Creo que tengo que arreglar lo que
rompí.
Exactamente.
Lucas está sufriendo, ¿no?
Como yo, Lucas sigue lidiando con lo que pasó hace dos años.
Demonios, como su propio mejor amigo. Bueno, exmejor amigo ahora.
Dios, qué desastre.
De todos modos, es por eso que Lucas está arremetiendo.
Por eso hace lo que hace.
Así que necesito limpiarlo, este desastre. Necesito arreglarlo todo.
—No.
—¿Qué? —Lo miro con el ceño fruncido—. ¿Cómo que no? ¿Qué...?
—Significa que no estás haciendo nada. 150
—Yo no...
—Viste lo que pasó, ¿verdad? —me corta, casi gruñendo, mirándome con tanta
rabia que debería sentir miedo—. Viste lo que hizo. Así que no vas a hacer nada. Lo
que vas a hacer es alejarte de él. Así que te voy a llevar a casa y te vienes conmigo
sin abrir tu boca chirriante a kilómetro por segundo y sin darme el mayor dolor de
cabeza de la historia de la humanidad. ¿Lo has entendido? Tú. Yo. La mansión. Ahora
mismo, joder.
Para cuando termina, su voz es puro gruñido.
Y estoy tan aturdido que ni siquiera sé lo que digo. Pero hago palabras.
—No vivo en la mansión.
Frunce el ceño.
—¿Qué?
—¿Qué?
Lo que hace que frunza más el ceño. Me mira en silencio durante un par de
segundos y, cuando no digo nada -ni siquiera sé qué quiere que diga ahora-, la
impaciencia se dibuja en sus facciones y suelta:
—¿Cómo que no vives en la mansión?
—Significa que no vivo en la mansión. —Cuando su impaciencia aumenta y un
verdadero gruñido sale de su pecho, le explico, mi propia impaciencia asomando
ahora la cabeza—. ¿Recuerdas que rompí tu armario hace dos años? Además de un
montón de otras cosas.
Sus ojos se entrecierran, diciéndome que no aprecia mi sarcasmo.
—¿Y recuerdas cómo me arrestaron por ello y luego me enviaron a un
reformatorio?
Sus ojos se entrecierran aún más.
—Ahora vivo allí. En la escuela St. Mary’s para Adolescentes con Problemas.
Ergo, no vivo en la mansión.
—Sí, lo haces.
—¿Qué?
—Porque te graduaste, joder.
Oh. Está bien.
Bien.
No lo sabe. Que no lo hice.
¿Por qué lo haría? Ya no vive en la mansión. No hay forma de que se entere.
Y sinceramente, si tuviera más control de mis facultades, probablemente nunca 151
se me habría escapado delante de él. No quiero que sepa que sigo ahí. Que sigo en
el instituto, en un reformatorio, mientras el resto del mundo ha pasado a cosas más
grandes y mejores.
Pero ahora que ya casi lo he dicho todo, puedo llegar hasta el final.
Sonrojada, me encojo de hombros.
—No lo hice.
Sé que entiende lo que digo.
Es la forma en que su cuerpo se ha tensado, los músculos de su pecho
crispados. Luego, como para confirmar y asegurarse realmente de que estoy
diciendo lo que digo, pregunta:
—¿No hiciste qué?
Suspiro, odio tener que explicárselo, odio tener que decírselo y punto.
—No me gradué.
Deja pasar otro latido.
Pero entonces, lo pierde.
De hecho, pierde los papeles y truena:
—¿Qué mierda quieres decir con que no te has graduado?
Es tan inesperado que me estremezco.
No entiendo su reacción.
Sin embargo, le explico:
—Significa que no me gradué. No tenía suficientes créditos para graduarme, así
que voy a...
—Mentira.
—¿Qué?
—Y una mierda —suelta, con los ojos tan entrecerrados que parecen rendijas
y los orificios nasales encendidos como si fuera un animal enfurecido—. Eres
jodidamente inteligente. Eres una de las personas más inteligentes que conozco.
Siempre eres la mejor de tu clase. Das clases particulares a la gente. ¿Cómo mierda
no tienes suficientes créditos para graduarte?
Ahora estoy aún más confundida. De lo que estaba antes, quiero decir.
Su arrebato me ha descolocado por completo.
El hecho de que parezca que... le importa.
Por inesperado que sea, es aún más inesperado que sienta un calor que florece
en mi pecho.
Siento un arrebato de placer. 152
Y ni siquiera puedo evitarlo.
No puedo pararlo.
La aceleración de mi corazón. La respiración entrecortada.
Yo sabía que él lo sabía, lo de mis notas y las clases particulares; yo era tutora
de su mejor amigo. Además, yo era la novia de su mejor amigo y había tantas
ocasiones en las que Lucas anunciaba al mundo -generalmente en voz alta en la
cafetería o en el patio- que su chica había sacado otro sobresaliente, o que su chica
había ganado el concurso de debate.
Y como Reign siempre estaba cerca, escuchaba a Lucas cantar mis alabanzas.
Solía ser tan embarazoso y entrañable también.
Así que, por supuesto, Reign conoce mi expediente académico.
Pero no sabía que eso era lo que pensaba de mí.
Que esto es lo que piensa de mí.
Recogiéndome el cabello detrás de la oreja, digo:
—Bueno, eso era... antes. Antes de todo. No he sido la mejor de mi clase, la
mejor de nada en realidad, en dos años. —También esquivo sus ojos, incapaz de
sostener su intensa mirada—. Resulta que tener el corazón roto mientras estás
atrapado en una jaula no es muy propicio para estudiar. —Me aclaro la garganta—.
En fin, ahora voy a la escuela de verano y debería poder graduarme en unas semanas.
Y entonces podré volver a la mansión. Por fin.
Me miro las zapatillas.
Sus zapatos.
Al suelo.
En cualquier lugar menos en él.
Dios, qué vergüenza.
Incluso más avergonzada que cuando tuve que decirles a mis padres que no
me iba a graduar después de todo. Llevan dos años acostumbrándose a mis bajas
notas. Mientras que cuando me detuvieron se quedaron súper sorprendidos, esta vez
casi esperaban que ocurriera.
Esperaban que metiera la pata.
Él, en cambio, sigue pensando que soy la misma chica que era antes de cumplir
dieciséis años.
Lista, inteligente y sensata.
No lo soy.
Soy estúpida, tengo el corazón roto y estoy tan desesperada como para trepar
153
por paredes de ladrillo y acosar a mi exnovio.
—Y NYU —murmura.
Levanto la vista.
—¿Qué pasa con eso?
Sus rasgos están en blanco pero su cuerpo sigue tenso.
—¿Todavía vas a ello?
De nuevo, sé que él lo sabía. Lucas hablaba de ello a menudo. Sobre todo para
desanimarme.
Pero no sabía que había archivado esa información para sacarla a relucir ahora.
Sacudo la cabeza, con las mejillas aún encendidas por la vergüenza.
—No aceptan a gente que no se gradúa a tiempo. —Luego no puedo evitar
añadir—: Y aunque lo hicieran, seguro que no les dan becas. —Que es la única
manera en que podría ir. Quizá el año que viene, no sé. Una vez que tenga suficientes
créditos para transferirme o algo así.
Antes de que todo ocurriera, mi camino estaba forjado.
O al menos, lo era en mi mente.
Sabía que podría conseguir una beca. Mis notas eran excelentes. Mis
actividades extraescolares también eran excelentes. Todos mis profesores me
querían. Sabían que iba a llegar lejos. El único problema era la reticencia de Lucas y
la expectativa de que le siguiera a donde fuera.
Pensé que cuando llegara el momento, me ocuparía de ello.
Pero nunca llegó.
Y ahora aquí estamos.
Encerrada en este baño, mientras hay una fiesta al otro lado de la puerta. Y mi
exnovio probablemente sigue besándose con esas dos chicas.
Lo que me recuerda que esta conversación no es importante.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos.
Tengo cosas más importantes de las que preocuparme.
—Nada de esto es importante, ¿de acuerdo? —le digo a Reign, que me mira
fijamente como si no fuera a dejar de hacerlo nunca, con misteriosas emociones
parpadeando en sus ojos, todos tensos y quebradizos—. No es importante que siga
en St. Mary's y que ya no vaya a NYU. Lo importante es que Lucas está cayendo en una
espiral. No puede seguir así. No puede seguir haciendo lo que está haciendo. Por no
hablar de su amistad. Todo está roto ahora. ¿No quieres recuperar a tu mejor amigo? 154
Tal vez pueda ayudar y…
—¿Todavía le quieres?
Sus palabras son murmuradas, pero bastan para detener las mías.
Y susurro:
—Sí. Nunca paré.
—Incluso después de lo que viste —continúa.
—Él... —Aprieto las manos, con el corazón latiéndome dolorosamente en el
pecho—. Él también me vio.
Contigo.
Esta vez, cuando su mandíbula se tensa, el hematoma en el lado de su boca
pulsa también.
Y a pesar de saberlo mejor, mucho mejor, mis ojos se posan en sus labios y se
me escapa un suspiro.
Una respiración acalorada.
Un aliento que de alguna manera huele a sandías y limonada.
De hecho, el aire huele a sandías y limonada. Mi lengua se anima con su sabor.
El sabor de su beso...
Dios, por favor. Ahora no.
No cuando está aquí.
Cuando Lucas también está aquí, a poca distancia.
Entonces aparto la mirada de su boca, estremeciéndome.
Noto que él también se estremece, que su pecho se mueve como una ola.
Y creo captar que su mirada también se aleja de mi boca. Pero puede que me
lo esté imaginando, porque sus facciones siguen tensas e inexpresivas y yo continúo:
—Lucas es el amor de mi vida. Nada cambiará eso. Ni el hecho de que esa
noche cometiera un error, dos errores muy grandes. Ni el hecho de que él se enfade
por ello. Siempre le querré.
—Siempre, eh —murmura.
Asiento.
—Es como tú y yo.
—¿Cómo tú y yo?
—Esto. Mi amor por Lucas. —Respiro hondo—. Siempre lo amaré como
siempre te odiaré a ti.
Siempre. Siempre. Siempre. 155
Dejo que esa palabra repita en mi cabeza mientras le miro fijamente.
En sus ojos marrones rojizos. Su cabello, ahora de punta. Esa mandíbula
magullada.
Y me mira fijamente, a mis mejillas sonrojadas y mi pelo desparramado. Como
si absorbiera lo que acabo de decir. Mis palabras. Mi odio hacia él.
Luego, alejándose de mí, me dice:
—Mañana.
—¿Qué?
—Si quieres hablar con él. Me aseguraré de que lo hagas.
—¿Lo harás?
—Me aseguraré de que esté en condiciones de escucharte.
—Yo... Tú... ¿Cómo? Yo no...
—Y luego lo arreglamos.
—¿Nosotros?
—Tú y yo.
—¿Tú y yo?
Lanza una breve inclinación de cabeza, algo relampaguea en sus facciones. Una
mirada pensativa, pero también algo más.
—Tenemos que devolverte a donde perteneces.
—¿Perdón?
—Con él.
Parpadeo y le miro.
Sus ojos van y vienen entre los míos.
—Necesitamos que vuelvas con él. Es la única forma de que deje de caer en
una espiral. Esa es la única manera de arreglarlo. Arreglando su relación. —Mientras
me tambaleo por eso, añade—: Pero eso es todo. Eso es todo por lo que tienes que
preocuparte, tú y él. No de nuestra amistad. No de lo que se te ocurra. Sólo de ti. Y él.

156
Q
uién: Bubblegum
Dónde: Dormitorio en la Escuela St. Mary’s para Adolescentes con
Problemas.
Cuándo: 2:30 a.m.; justo después de que Reign deje a Echo en el
campus.

Querida Holly,
Yo pertenezco a él.
Con Lucas.
No es una idea nueva. No es una idea que nunca haya tenido, volver
con él. Especialmente en aquellos primeros días, cuando todo había
sucedido. Pero luego pasó el tiempo, sin ningún contacto de él, y perdí la 157
esperanza.
Pero ya ha vuelto.
Ha vuelto y tengo miedo.
No debería tener esperanzas. No debería soñar.
Ni siquiera debería pensar en ello.
Pero lo hago y todo gracias a... él.
El tipo que nunca quiso que estuviéramos juntos en primer lugar.
El tipo que siempre ha dejado claro lo mucho que me odiaba por ser
su mejor amigo, que yo daba por hecho que habría hecho todo lo posible
por mantenernos separados a Lucas y a mí a lo largo de los años, es el que
ha tenido esta idea.
Él es quien va a ayudarme a recuperar a Lucas.
De nuevo, debería tener miedo, pero no lo tengo.
Extrañamente no tengo ningún miedo.
Por lo que he visto esta noche.
En sus ojos marrón rojizo.
Esa culpa. Ese arrepentimiento. Ese dolor que siento por Lucas.
Y así, a pesar de años de odio y fricción entre nosotros, estoy
haciendo esto.
Acepto su ayuda.
Estoy recuperando a mi exnovio y estoy arreglando todo.
Incluyendo mi muy mala costumbre de pensar en ello. Siempre que
está cerca.
El beso.
Ese beso de sandía, limonada y verano.
~Echo

158
El Bandido

H
abía oído historias al respecto.
Mary's School para Adolescentes con Problemas, un
reformatorio sólo para chicas.
Y admito que como una mierda, siempre había supuesto cosas
sobre ello. Sobre las chicas que van allí. Lo salvajes que deben ser. Qué locas y
dementes, dispuestas a todo. Quiero decir, tienes que serlo, ¿no? ¿Para acabar allí?
Soy un cerdo, qué puedo decir.
Y los cerdos imbéciles como yo no pensamos en nada profundo, en nada que
realmente importe.
Cosas como que es un reformatorio.
Entre comillas, una prisión.
Con paredes de ladrillo y edificios de hormigón y putas rejas en las ventanas. 159
Cosas diseñadas para atrapar. Para asfixiar.
Una jaula.
Me di cuenta de todo eso más tarde, mucho más tarde. Demasiado tarde en
realidad.
Después de que mi padre sellara su destino.
Y ya que yo era responsable de eso, de que su vida estuviera patas arriba y
destrozada, pensé que lo menos que podía hacer era dejarla en paz. Lo menos que
podía hacer era dejar de vigilarla. Como solía hacer, cuando aún vivía en la mansión
y Lucas y yo estábamos en Nueva York.
Me decía a mí mismo que era por Lucas.
Para asegurarme de que la chica de Lucas estaba bien.
Y así fue.
Bueno, probablemente el ochenta por ciento.
Bien, bien. Sesenta y cinco.
Joder, bien.
Veinte. Veinte por ciento.
El resto era todo yo. Yo siendo mi habitual pedazo de mierda, serpiente mejor
amigo.
Sin embargo, cuando la enviaron a St. Mary’s, me eché atrás. La dejé en paz.
Y por eso no lo sabía.
No tenía ni idea de que seguía atrapada en ese lugar. Donde tuve que dejarla
esta noche, y luego verla mientras luchaba por saltar ese muro.
Digo vigilar porque no me dejó ayudarla.
Ella lo tuvo muy claro después de que se asustara y gritara cuando le puse las
manos encima. Así que como un hijo de puta tuve que retroceder.
Quería golpear algo. Quería romper algo con mi rabia.
—Jesús, joder. Baja ya.
Parpadeo al oír la voz.
Y salir de mis pensamientos furiosos, dándome cuenta de dónde estoy.
Las duras luces del techo. El olor a sudor y sangre. El ruido de las botas sobre
el cemento. Los gemidos, los gruñidos, el sonido de la carne golpeando la carne.
El escozor ardiente y el doloroso latido del puñetazo.
Es Ledger, uno de mis buenos amigos, se me echó encima.
Entre otros muchos puñetazos y jabs, ya que estamos en el ring del Yo Mama's. 160
Jadeando, me centro en él.
—Entonces deja de golpearme como una maldita niña y haz que suceda.
Él también jadea, el sudor le corre por la cara y el cuerpo a chorros. Pone las
manos en las caderas y me mira fijamente.
—Estás en una forma rara esta noche.
Lo estoy.
Más que nada porque llevaba un par de días deseando subirme al ring.
Especialmente después de lo que mi hermano me había soltado la otra noche.
Y lo que he descubierto esta noche sobre ella.
Es decir, necesito que me jodan.
Y necesito que se ponga las pilas y lo haga por mí.
Me limpio la sangre del labio partido.
—Sí, tú también. Excepto que apestas.
Tararea, estudiándome.
—Creo que sé por qué.
—¿Por qué apestas? Sí, si es así, por favor, ilumíname, joder.
Su fea cara se ilumina con una lenta sonrisa.
—Es ella, ¿verdad?
Me pongo rígido, con los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada.
Pero no capta el mensaje de que tiene que callarse ya.
—¿Qué ha pasado?
Gruño, con las manos entrelazadas.
Sonríe satisfecho.
—¿Te rechazó otra vez?
—Deja de hablar, joder.
Su sonrisa se transforma en una carcajada.
—Sí, lo hizo, ¿verdad? Si me hubieras escuchado y seguido mi consejo sobre
las chicas, nada de esto estaría pasando.
Voy a pegarle ahora.
Y voy a seguir golpeándolo hasta que quede tendido en el suelo.
Lo que sería una maldita tragedia, porque no es por eso que lo llamé. No es por
eso por lo que suelo llamarle.
Lo llamo cuando quiero joderme.
Cuando quiero que me peguen y me castiguen por todos mis pecados. Algo 161
que no puedo hacer cuando hay colegio (no puedo ir al entrenamiento de fútbol con
cara de atropellado), así que los veranos son mi único respiro.
Así que realmente necesito que se calle la boca y me haga pagar.
—Sí —insisto—. Porque fingir que odias a una tipa porque es la hermana
pequeña de tu rival del instituto, del instituto, hombre; de eso hace siglos, mientras
suspiras en secreto por ella durante tres años es un movimiento muy suave. ¿Cuándo
es la boda?
Con eso debería bastar.
Eso debería hacer que se arrepintiera de habérmelo dicho. Como yo me estoy
arrepintiendo de decírselo.
No, en realidad ahora mismo me estoy arrepintiendo de toda nuestra amistad.
Ledger y yo nos conocemos desde el instituto. Ambos jugábamos al fútbol en
nuestros colegios y nos enfrentábamos con frecuencia. Pero mientras vivíamos en
Bardstown éramos meros conocidos de paso, ahora somos amigos, ya que ambos
vivimos en Nueva York y nos cruzamos a menudo.
De hecho, fue él quien me habló de Yo Mama.
Lo dirige un amigo de sus hermanos, Ark Reinhardt, y Ledger lleva años yendo.
El tipo tiene problemas de manejo de la ira. Probablemente de su infancia: un padre
vago y una madre enferma. Y cuando se enteró de mis problemas -cómo rompí todo
hace dos años, dos meses y catorce días- me dijo dónde ir para tratarlos.
Pero mientras yo también acepté un trabajo aquí, él no lo ha hecho.
Ya tiene un gran trabajo, ser jugador profesional de fútbol del New York City
FC. Aunque, el tipo ha sido suspendido por algunos partidos. Por golpear a uno de
sus compañeros en el campo.
Estúpido cabeza caliente de mierda.
Ante mi pinchazo, me dice:
—El mismo día que el tuyo, hijo de puta.
Resoplo.
—Sólo pégame, ¿bien? Sólo hazlo, joder.
Por fin, se da cuenta de que lo necesito.
Que realmente lo necesito esta noche.
Y abre y cierra el puño.
—Bien. Pero para que lo sepas, si no te ocupas de tus putos problemas, vas a
hacer que te maten y acabarás un día a dos metros bajo tierra.
Ruedo los hombros, preparándome.
—Tomo nota. Y para que lo sepas, si no te ocupas de tus problemas, algún día 162
matarás a alguien y acabarás entre rejas.
Me escupe a los pies, se limpia la boca.
—Veamos quién llega primero.
Y con eso, lanza el siguiente puñetazo y luego el siguiente y el siguiente,
descargando su agresividad sobre mí como si persiguiera a un demonio. Y yo lo
acepto todo como si me persiguiera uno.
No sé durante cuánto tiempo, pero al final consigue tumbarme. Caigo al suelo
con un enorme ruido sordo y se me escapa un suspiro doloroso pero aliviado mientras
cada parte de mi cuerpo palpita y palpita con sus propios latidos.
Ledger me ayuda a levantarme y me lleva a los vestuarios, donde me limpio los
cortes. Cuando llevas toda la vida jugando al fútbol, aprendes a cuidarte de unos
cuantos rasguños y moratones. Aunque por lo que parece, puede que también tenga
que vendarme las costillas y coserme algunos de los cortes junto con la limpieza;
Ledger ha hecho bien su trabajo.
Dado que se trata de un gimnasio al que acuden idiotas como nosotros a los que
les encanta dar dolor o recibirlo, está equipado con literas donde puedes pasar la
noche si estás demasiado jodido para ir a otro sitio.
Ya lo he hecho antes, pero creo que esta noche puedo arreglármelas para
volver a mi motel. Cojeando, salgo y encuentro mi moto en el estacionamiento. Me
subo a ella, pero en lugar de arrancarla y marcharme, saco el teléfono del bolsillo
trasero y marco el número.
Quería esperar hasta la mañana, pero a la mierda.
No me importa si son las tres de la mañana y debe estar durmiendo. Tengo que
hacerlo esta noche y seguiré llamando hasta que conteste.
Que afortunadamente lo hace después de sólo unos pocos anillos.
—¿Reign? ¿Estás bien? —pregunta mi hermano con voz aturdida.
—Sí. —Me aclaro la garganta—. Sí, todo está bien.
—Son las tres de la mañana —dice mientras oigo el crujir de las sábanas de
fondo—. ¿Qué...?
—Lo haré.
Silencio.
Completo y absoluto.
Lo que significa que entendió lo que quise decir.
Entendió que trabajaría para él a cambio de recibir mi dinero.
—Lo harás —dice en voz baja.
—Sí.
—Hasta tu graduación el año que viene. 163
Muevo la mandíbula de un lado a otro, odiando haber llegado a esto.
Odiando que estoy dejando que mi hermano gane.
Pero está bien.
No es nada comparado con lo que merezco.
—Sí. —Entonces, la razón principal por la que llamo—. Pero quiero que hagas
algo por mí primero.
Otros segundos de silencio antes de que diga:
—¿Qué?
—Si vengo a trabajar para ti, quiero que se lo des a los Adler. Mi dinero.
Esta vez, el silencio es aún más largo.
Y sé que sus ruedas deben estar girando a mi petición. No es que me importe.
Mientras cumpla su promesa, no me importa lo que piense.
—Los Adler.
—Sí. —Trago grueso—. Disfrázalo como quieras. Diles que lo haces para
compensar lo que pasó. Lo que nuestro viejo les hizo. Cómo él... —La envió lejos, la
encerró para perseguir su retorcida venganza contra mí—. Y luego quiero que hagas
algunas llamadas telefónicas.
—¿Qué llamadas?
—A la Universidad de Nueva York.
—NYU —murmura, pensativo.
—Quiero que la metas —digo, sabiendo y odiando que él ya lo sabe.
Quién es ella.
—¿Cómo se supone que voy a hacerla entrar?
—No me importa una mierda. Encuentra una manera. Estás lleno de putas
conexiones, ¿no? Encuentra una en NYU y haz que suceda.
Oigo un suspiro antes de que pregunte:
—¿Es importante para ti?
Agarro el teléfono con fuerza.
—¿Crees que te estaría llamando si no fuera así?
—Supongo que no.
—¿Vas a hacer esto o qué?
—Si lo hago, ¿cuál es la garantía de que te quedarás? Hasta el año que viene.
—No lo hay. Pero eso es lo que me va a costar venir a trabajar para ti.
Esperaba otro silencio pensativo, pero no tarda en responder:
164
—Bien. Lo haré. —Suelto un suspiro de alivio cuando continúa—: Pero no con
tu fondo fiduciario.
—¿Qué?
—Ese dinero es tuyo. Puedo...
—No —gruño—. Tiene que ser mi fondo fiduciario. Tiene que ser mi dinero. El
dinero que me pertenece. Vas a darles ese dinero. Vas a decirles que te sientes
generoso y que deberían usar ese dinero para la Universidad de Nueva York. Que
deberían usarlo para... ella. Mi dinero.
Tiene que ser mío.
No sé por qué esto es tan importante para mí.
Por qué quiero que su futuro esté pavimentado por algo que viene de mí, pero
lo está.
Yo pagaré su educación, sus sueños, y nadie más.
Yo.
—De acuerdo —dice mi hermano, después de unos segundos—. Tu dinero.
—Bien.
—Y haré algunas llamadas por la mañana. A ver qué puedo hacer para que
venga.
Por primera vez esta noche, siento que puedo respirar entonces.
No, no cambia el pasado y lo que hice.
Pero quizá esto arregle algunas cosas rotas.
Esto podría traerle algo de... felicidad. Aliviar su angustia un poco.
—¿Entonces el lunes? —pregunta mi hermano cuando permanezco en silencio.
Suspiro.
—Sí.
—Nueve en punto. En punto.
Si cree que por hacerme un favor me voy a convertir en su perra, es que se lo
está pensando muy mal.
—Nueve y media —contesto.
—Nueve quince.
—Bien.
—Ponte un traje —me dice entonces.
—Sobre tu cadáver. —Luego—. En realidad, no es mala idea. Me pondré un
traje en tu funeral. 165
Me ignora.
—Una camisa entonces. No una camiseta.
—No intentes cambiarme, hermano mayor.
—Y zapatos de vestir.
—Muchos lo han intentado y han fracasado.
Sigue ignorándome.
—Con calcetines.
—Jesús. —Frunzo el ceño—. ¿Con qué clase de gente te juntas que no lleva
calcetines con los zapatos?
—Gente con pies malolientes aparentemente.
Mis labios se crispan.
—Bien. Llevaré calcetines y camisa. Pero nada de pantalones de vestir. Mis
chicos necesitan espacio para respirar.
—Bueno, si los míos pueden, puedes estar seguro de que los tuyos también.
Pero puedes quedarte con tus vaqueros si quieres —una pausa, y luego—, hermanito.
Se me escapa una carcajada de sorpresa.
—¿Acabas de soltar un chiste? ¿Un chiste verde?
Juro que puedo sentir su diversión, incluso su pequeña sonrisa, a través del
teléfono. Luego:
—Nos vemos el lunes. Y Reign. —Suspira antes de añadir—: No te arrepentirás
de esto.
Y entonces, se fue.
Menos mal, porque estuve a punto.
Decirle que lo hará.
Se arrepentirá.
Porque tenía razón. No hay garantía de que si hace todas estas cosas por mí,
me quedaré hasta el próximo año. Y no lo haré. No tengo intención de quedarme.
Tengo toda la intención de faltar a mi palabra.
Porque me voy a ir.
Después de arreglar las cosas.
Después de haber sacado a Lucas del borde de la destrucción y después de
haberla puesto donde debe estar, con él, voy a despegar.
Voy a dejar atrás esta ciudad, la universidad, el puto fútbol, todo. 166
Porque soy un bandido, ¿no?
Un bandido que roba cosas.
Que les robó el amor una vez.
Así que lo mejor es que me vaya tan lejos que no vuelva a hacerlo.
Robársela.
La exnovia de mi mejor amigo.
E
sto es difícil.
Sabía que lo sería, pero no sabía cuánto.
Esto es aún más difícil que contarle a Jupiter sobre la ruptura.
Cómo ocurrió y qué hice.
Finalmente se lo dije en la biblioteca esta tarde. También se lo habría dicho a
Poe, pero estaba castigada con el director. Pero de todos modos, le dije lo que hice y
luego le dije lo que voy a hacer ahora. Todo mi plan para recuperar a mi exnovio.
No estaba muy contenta.
Especialmente cuando le conté lo que hizo, en la fiesta. El beso en el patio
trasero. Pero la cosa es que ella no lo entiende.
Ella no entiende cómo esto es mi responsabilidad.
Cómo necesito arreglar a Lucas porque fui yo quien lo rompió.
Lo que significa que no importa lo difícil que sea esto que estoy haciendo en
este momento, tengo que aguantarme y hacerlo: Trepar por la valla con mi vestido y 167
sandalias de tacón.
Bueno, tacón bajo, pero tacón al fin y al cabo.
Anoche fue mucho más fácil -aunque creo que me resbalé un par de veces-,
pero entonces llevaba unos vaqueros y unas zapatillas. Tal y como están las cosas,
creo que me voy a caer.
Me voy a caer.
Ahora tengo que afrontar los hechos. Mi talón está atascado en el hueco entre
los ladrillos. Mi dobladillo también está atascado. En o sobre algo, y mi agarre a la
pared está resbaladizo y sudoroso. Y aunque probablemente sólo han pasado diez o
veinte segundos desde que me encontré en esta posición, no creo que pueda
aguantar mucho más.
Pero no pasa nada.
Está bien.
Sólo está a unos metros del suelo, así que no es como si fuera a morir o a resultar
terriblemente herida. Debería soltar la pared ahora.
Ay, Dios.
Tengo miedo. Estoy jodidamente aterrorizada.
Hazlo, Echo. Sólo hazlo.
No puedes quedarte aquí el resto de la noche.
Piensa en Lucas.
Bien, bien. De acuerdo.
Por Lucas.
Respiro entrecortadamente y suelto el aire.
Y caigo.
O al menos empiezo a hacerlo.
Mi corazón empieza a desbocarse y a sumergirse profundamente en mi cuerpo
cuando me detengo bruscamente.
Porque hay un agarre.
Un agarre fuerte, firme y apretado.
En mi cintura.
Es casi demasiado apretado en realidad. Hasta el punto del dolor.
Pero no me importa.
Tampoco me importa a quién pertenece. O que pudiera reconocerlo, su
rudeza, su calor, sin que nadie tuviera que decírmelo. Bueno, dado el hecho de que
íbamos a encontrarnos aquí, es lógico quién sería, pero aun así. 168
Es él.
Son sus manos.
Y por una vez, estoy muy agradecida por ellas.
Por una vez, estoy tan agradecida de que me toque. Me tiene.
Me tiene...
Justo cuando ese pensamiento flota en mi cabeza, me tira al suelo y me hace
girar. Y estoy tan mareada por mi casi caída y sus rápidos movimientos que me agarro
de nuevo a él.
Me agarro a sus bíceps, mis dedos se clavan en sus duros músculos.
—Yo no... no necesitaba que hicieras eso. Yo no...
—Sí, lo hiciste.
Todo su cuerpo vibra con el gruñido.
Y me estremezco.
Tiene razón. La hacía.
Pero eso no significa que sea fácil para mí aceptarlo. Que necesito su ayuda.
Especialmente después de cómo me rechazó hace dos años.
Especialmente cuando a pesar de eso sigo aceptando su ayuda para recuperar
a Lucas.
—Estaba bien —insisto estúpidamente—. Era sólo mi tacón. Es...
—A la mierda tu tacón.
Me estremezco de nuevo.
Por el veneno de su voz. Por la violencia de sus dedos que se flexionan y
agarran mi cintura.
Apuesto a que su cara también parece violenta.
Pero como la noche es oscura y los árboles que nos rodean tapan la luna en el
cielo, no puedo ver realmente, y gracias a Dios por ello.
Trago saliva y clavo las uñas en su piel suave.
—Y mi vestido. Es...
Me clava los dedos en la cintura.
—Bueno, a la mierda tu vestido también.
Se me revuelve el estómago ante esto.
—Fue sólo como una caída de dos metros. No tienes que gruñirme como un
oso.
Creo que sus fosas nasales se agitan mientras muerde: 169
—Es suficiente para romperte tu imprudente culito vestido. Cuando no sabes
una mierda sobre trepar por las cosas.
No puedo evitar arañarle mientras mi voz destila sarcasmo:
—Oh, siento no ser una experta en trepar por las cosas. Como tú. Hace poco
que he empezado a hacerlo. Desde que me enviaron a este reformatorio. Pero si das
clases o algo así, me encantaría tomar una. Para que no me grites en la cara la próxima
vez —luego digo—: Y para que conste, ahora trabajamos juntos. Colegas, si quieres.
Estaría muy bien que no me dieras ganas de matarte cada dos minutos.
Se le mueve la mandíbula.
Esto, lo noto claramente.
Y entonces me doy cuenta de otra cosa.
Que ahora me valgo por mí misma. Que ya no necesito que me apoye.
Lo que significa que debería retroceder y quitar mis manos de sus bíceps. Lo
que también significa que él debería retroceder y quitarme las manos de encima.
Por no mencionar que debería dejar de intentar estudiar su cara.
Los matices de todo porque están ocultos por las sombras. Todo porque tengo
el fuerte impulso de estudiar la curvatura de sus pómulos y contar el número de sus
pestañas.
Ah, y su boca.
Su boca de felpa, de almohada, de sandía.
Justo cuando el pensamiento pasa por mi cabeza, él se mueve.
Como si lo supiera.
Sabía en qué estaba pensando y, avergonzada, le sigo la corriente.
Una vez que nos hemos alejado el uno del otro, exhala un fuerte suspiro.
—Vámonos. No tenemos mucho tiempo.
Y sin más, se da la vuelta y empieza a caminar hacia la autopista. Cuando
salimos del bosque, abro mucho los ojos.
Porque ahí está.
Su motocicleta.
Es real. No soñé que ahora tiene una motocicleta.
No soñé que me montaba en ella anoche cuando no paraba de insistir en
llevarme de vuelta al campus, nope. Mientras que anoche otras cosas tuvieron
prioridad en mi cerebro, esta noche estoy super duper intrigada por su moto.
Una moto de verdad.
—¿Qué le ha pasado a tu coche? —pregunto mientras él está ocupado 170
agachado y jugueteando con algo que no puedo ver—. O más bien autossss.
Porque tenía muchos.
Supongo que cuando naces rico, puedes cambiar de coche como de ropa. Y lo
hizo. Cambiarlos mucho quiero decir. De rojo cereza a gris plomo, tenía coches de
todos los colores, marcas y modelos.
Así que esto es una especie de sorpresa.
Esta moto elegante con mangos altos y neumáticos que parecen enormes, que
ahora me doy cuenta, he visto en la televisión.
—Oye, es una Harley Davidson —digo, fijándome en el logo de la parte
delantera—. Reign Davidson conduce una Harley Davidson. —Me río—. Hechos el
uno para el otro. ¿Por eso la tienes? —Uno mis manos con entusiasmo—. ¿Te vas a
casar algún día con tu moto, Reign? Podría ser una historia de amor épica. Quiero
decir, si supieras lo que es el amor, pero tal vez Harley pueda enseñarte y…
Se me atragantan las palabras cuando se da la vuelta.
Y lo veo.
Ahora que no estamos bajo la espesa copa de los árboles, veo su cara.
Y Dios santo, es... una carnicería.
Su cara está destrozada.
Tiene el labio inferior partido e hinchado. Tiene un corte en un lado de la frente
y otro en la ceja derecha. Uno de sus ojos está a punto de cerrarse. El puente de la
nariz está oscuro y descolorido. Por no hablar de las pequeñas heridas que tiene en
la mandíbula y las mejillas.
—¿Pero qué...? —Exhalo, mi mirada apenas capaz de tomar y registrar todo el
caos—. ¿Qué te ha pasado?
Por supuesto, no contesta.
Ni siquiera creo que pueda, porque míralo.
Mira su mandíbula. Está fuertemente apretada.
Tan fuerte que puedo ver el músculo de su maltrecha mejilla tenso.
Vibrando también, como si apretara los dientes.
Es por el dolor, ¿no?
Está sufriendo.
Está sufriendo mucho.
¿Cómo demonios se las arregló para atraparme allí? ¿Cómo demonios ha
venido en motocicleta hasta aquí?
No, en realidad, ¿cómo diablos está siquiera de pie?
171
—Tú... yo no... ¿Qué... pasó?
Me ofrece algo.
—Ponte esto.
Es el casco.
Pero lo ignoro.
Porque ahora que sé que tiene ese aspecto, su voz también suena dolida, y sigo
insistiendo.
—¿Qué te ha pasado? Estabas bien la última vez que te vi. Sólo tenías ese
moretón y...
Dejo de hablar cuando se acerca a mí y me pone él mismo el casco en la cabeza.
Pero antes de que empiece a abrocharme la correa, le agarro de las muñecas.
—Cuéntame lo que ha pasado. ¿Quién te hizo esto?
Vuelve a apretar los dientes.
—¿Por qué?
—Porque —flexiono los dedos, notando una herida como un corte en su mejilla
que ahora está cosida, pero aun así—. Pareces... pareces la muerte. Parece que
sufres.
—¿Y?
—Y esto es mucho peor que el moretón en la mandíbula de la otra noche. Esto
es... ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué... qué hiciste?
Jesús.
Se metió en una pelea, ¿no?
Aunque en todos los años que lo he visto meterse en peleas, nunca se había
visto así. Nunca se había visto tan destrozado. No puedo ni imaginar lo que debe
haber hecho para que alguien lo golpee así.
No puedo...
Y Dios, estoy tan... enfadada.
Estoy tan furiosa con esta persona desconocida. Estoy tan enfadada y...
—¿Estás preocupada por mí? —pregunta, su voz ahora es pura grava.
Irrumpiendo en mis, sí, preocupados pensamientos.
Y el hecho de que pueda leerme tan fácilmente me hace decir:
—Qué, no.
Su mirada recorre mi rostro respingón y yo trato de ordenar mis facciones.
Intento aparentar calma. 172
No sólo porque no quiero que sepa que me ha atrapado, sino también porque,
para empezar, ¿por qué iba a preocuparme? ¿Por qué me importa si está sufriendo o
si parece atropellado por un camión?
—Porque parece que lo estás —suelta.
Y entonces le solté las muñecas.
—No.
También intento retroceder pero no puedo.
Por su estúpido casco y sus dedos aún agarrados a las correas.
Su boca, partida e hinchada como está, se estira en una pequeña mueca.
—Porque si lo estuvieras, te dejaría hacerlo.
—¿Dejarme hacer qué?
—Limpiar mis heridas.
Se me escapa la respiración de golpe.
—No tengo ningún interés en limpiar tus estúpidas heridas.
Se lame los labios partidos.
—Incluso dejaré que me vendas.
Le lanzo una sonrisa fingida.
—Sí, porque eso es lo que aspiro a ser. Ser tu niñera además de tu sirvienta.
Se ríe entre dientes.
—Niñera, sí. Me vendría bien una buena niñera como tú.
Me llevo las manos a los costados.
—Totalmente. Primero déjame darte un rodillazo en tu sitio especial y me
pongo a ello.
Pero si pensé que mis comentarios sarcásticos le molestarían, me equivoqué.
Aparentemente nada le molesta ni le impide escudriñar mi cara.
Y lo único en lo que siempre se fija de mí: mi vestido.
Esta le había hecho maldecir hace unos instantes, pero ahora la mira como si
fuera la primera vez. Y supongo que es por primera vez, porque al igual que su rostro
golpeado, mi vestido también estaba oculto por la oscuridad.
Así que ahora lo lleva, desde los tirantes de espagueti y el escote cuadrado
hasta el dobladillo con volantes que se detiene un centímetro por encima de mis
rodillas.
Cuando termina de mirar mi vestido y de dejarme sin aliento, dice:
—Una niñera guapa no vestida de rosa.
No es que lo que haya dicho esté mal o sea falso.
173
No voy vestida de rosa.
Pero aun así me hace retorcerme un poco. Su observación. Por alguna razón.
Pero levanto la barbilla y digo:
—Sí, porque el azul es su color favorito.
Por eso también vestí de azul en The Horny Bard. Y sí, llevar un vestido cuando
voy a una fiesta en la que la gente podría reconocerme es peligroso, pero necesito
estar lo mejor posible esta noche.
Necesito impresionar a mi exnovio.
De ahí mi elección del vestido, el lazo e incluso las sandalias.
Estoy de pies a cabeza, toda azul.
Aunque, su mejor amigo -exmejor amigo- me dice:
—Pues siento decirlo, pero te faltó un punto.
Le habría preguntado qué quiere decir con eso, pero no hace falta.
Entiendo.
Cuando esos parpadeantes ojos marrones rojizos suyos se posan en mi boca.
Que es rosa.
Pintada de rosa, quiero decir, con labial.
Nunca fui fan del labial ni de ningún tipo de maquillaje, pero Poe me ha
convertido. Y necesitaba toda la confianza esta noche.
—Se llama labial, idiota —le digo cuando no deja de mirarme los labios,
haciendo que hormigueen, y él levanta los ojos—. Intento estar lo mejor posible,
¿bien? Dada la misión de esta noche.
Con sus ojos brillantes e intensos clavados en los míos, retumba:
—Dada la misión de esta noche, ¿por qué no te preocupas más por tu exnovio
y menos por lo que le ha pasado a mi cara? Ahora estamos trabajando juntos, no
trenzándonos el cabello o intercambiando historias de la época. O lo que sea que te
guste hacer con tus amigas.
—Yo…
—Y si se te ocurre ponerte en plan reina del drama en mi lugar especial,
asegúrate de que no llevas puesto el color favorito de tu novio. No creo que le haga
mucha gracia verlo estropeado y goteando cuando decida enseñarte lo que les pasa
a las buenas sirvientas convertidas en niñeras cuando no tratan con respeto el regalo
que Dios me ha dado —luego agrego—, exnovio.
Se abrocha la correa y retrocede, dispuesto a adentrarse en la noche.
Y me quedo pensando que esto es duro. 174
Trabajar juntos sin querer matarlo.

—Está solo —le digo al tipo que me trajo a la fiesta.


—Sí.
—Y no parece borracho. —Entrecierro los ojos, intentando distinguirlo—. No
lo creo, al menos.
—No lo está —luego dice—, todavía.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Pagué a alguien para que lo vigilara.
Ante esto, aparto la vista de mi objetivo, mi exnovio, y lo miro a él, su exmejor
amigo.
—¿En serio?
Tiene los ojos clavados en Lucas y la mandíbula amoratada.
La que luego se desencaja para raspar:
—Tuve que hacerlo.
Porque en estos días, Lucas no puede mantenerse alejado del licor y la
autodestrucción.
Bien.
Por eso estoy aquí.
Respirando hondo, murmuro:
—Supongo que es mi señal entonces.
Ante mis palabras, asiente con fuerza y da un paso atrás.
Como poniéndose en un segundo plano y dejando que Lucas sea todo mi foco
de atención.
Como debe ser.
Y así empiezo a caminar hacia lo único que debería importarme, no los
moratones de Reign en los que sigo pensando aunque me haya dicho que no lo haga,
ni lo mucho que le odio. O en que pagó a alguien para que vigilara a Lucas y yo
pudiera hablar con él.
Como me había prometido la otra noche.
Hasta que vine aquí y lo vi, no le creí.
Nunca pensé que sería capaz de lograrlo, pero lo hizo.
175
De hecho, si lo piensas, nunca habría podido hablar con Lucas si no hubiera
sido por él. Si no fuera por su intervención y la creación de todo el asunto.
Y a pesar de nuestra reciente pelea, estoy agradecida.
Esta fiesta, aunque al aire libre, sigue pareciendo tan concurrida como la de
anoche, pero le encuentro fácilmente.
Como la otra noche, Lucas está de pie en un grupo charlando, sin el vaso rojo.
Él me siente tan pronto como me muevo en su periferia.
Una sacudida recorre mi organismo cuando sus ojos se iluminan al
reconocerme.
No voy a mentir, lo que pasó la otra noche me hace querer volver atrás. Me
hace querer abandonar este plan y pedirle a Reign que me lleve de vuelta a St. Mary’s.
Porque aunque había dicho -con toda valentía y confianza- que puedo arreglármelas
sola, tengo el mal presentimiento de que tal vez no pueda.
Pero...
Es Lucas. Es el amor de mi vida.
Tengo que hacerlo.
Así que sigo marchando.
Lucas observa mi aproximación con una expresión que no puedo leer. Y sin
apartar los ojos de mí, se inclina hacia uno de los chicos, probablemente para
excusarse, y empieza a caminar también hacia mí.
—Hola —susurro cuando llegamos el uno al otro.
No responde a mi saludo. Simplemente me mira con ojos impasibles.
Trago saliva y empuño mi vestido.
—Yo... uh, ¿cómo estás?
Quiero hacer una mueca.
Qué comienzo más flojo.
Aburrido. Aburrido. Aburrido.
Hablamos después de dos años y esto es lo que se me ocurre.
Aunque si piensa que es raro o patético, no lo sé. No puedo saberlo porque está
tan inexpresivo como siempre mientras responde:
—Bien.
—¿Estás —me aclaro la garganta, sintiéndome incómoda—, disfrutando de la
fiesta? 176
Eso me provoca una reacción, o un indicio de ella. Cuando sus labios se curvan
en una pequeña sonrisa que no se parece en nada a sus antiguas sonrisas cálidas y
cariñosas. Y me doy cuenta de por qué cuando murmura:
—No tanto como la de anoche.
Bien.
Por ese trío de besos en el que lo había encontrado.
Se me parte el corazón por la mitad aunque me diga a mí misma, con el corazón,
que no lo haga. Me digo que no tengo derecho a ponerme triste o celosa por ello.
Y tampoco tengo el derecho ni el lujo de dar marcha atrás.
Que es lo que quiero hacer. Otra vez.
Sólo que ahora el impulso es mucho más fuerte.
Aprieto las manos con más fuerza e intento articular alguna palabra, cualquier
palabra aceptable serviría ahora mismo, pero él habla primero.
—¿Qué estás haciendo aquí, Echo?
—He venido a verte —suelto, incapaz de decir otra cosa que no sea la verdad.
Su rostro no traiciona ninguna emoción mientras murmura:
—¿Y The Horny Bard?
Me arden las mejillas.
—Eso también.
Pero no pasa nada.
Está bien si él sabe el nivel de mi desesperación. Si sabe que le he estado
acosando.
Querer verle, hablar con él.
Que vea mi amor por él.
Si arregla las cosas, entonces no quiero mi dignidad.
Me mira fijamente durante unos instantes. Luego:
—¿Qué quieres?
A ti.
Te quiero a ti.
Es muy difícil no decir eso.
Me costó mucho no desahogarme y contarle mis intenciones.
Pero aunque me parece bien que sepa que soy su acosadora, tampoco puedo
empezar a declararle mi amor eterno después de dos largos años.
Así que opto por algo neutro pero importante. 177
—Me he enterado de lo de tu padre. Lo siento mucho. No... no puedo imaginar
lo que debes estar sintiendo ahora.
Se pone rígido durante unos instantes.
Pero luego se recupera y se encoge de hombros.
—Es lo que hay.
—Conozco a tu padre... —Sacudo la cabeza, frunciendo el ceño—. Él no era...
bueno. Contigo. Y sé que esto debe ser difícil de procesar para ti y desearía... Yo...
Lo siento mucho, Lucas. Yo...
—¿Eso es todo?
Su tono despectivo me desconcierta.
Durante uno o dos segundos, no se me ocurre nada más que decir.
Pero luego respiro hondo y sigo adelante.
—Yo... quería disculparme.
Vuelve a ponerse rígido.
Mucho más que cuando mencioné a su padre.
Pero entonces, ¿de quién es la culpa?
Así que por enésima vez esta noche, me mantengo firme y empiezo:
—Sé que suena... Suena ridículo. Tan insuficiente y pequeño, yo
disculpándome por algo tan grande pero... Soy tan logófila, lo sabes, ¿verdad? Soy
una gran logófila. Siempre estoy recitando sinónimos y anotando nuevas palabras en
mi diario, pero ahora mismo no tengo otra palabra que no sea lo siento. Por todo lo
que hice. Eras la última persona a la que quería hacer daño, y sé que la gente lo dice
mucho y no puedo creer que yo sea una de esas personas, pero es la verdad.
»Lo eras todo para mí, Lucas, y te quería. Y nunca pensé, ni siquiera soñé, que
podría hacerte daño. Pero lo hice y por eso, nunca seré capaz de perdonarme. Y tú
tampoco tienes que hacerlo. No estoy diciendo lo siento por eso. Lo siento porque te
lo mereces. De mí. Te mereces muchas cosas de mí y una disculpa es la menor de
ellas. Te mereces saber que me arrepiento. Me arrepiento de todo lo que hice esa
noche. Cada cosa. Y vivo con ello cada día. Vivo con mi arrepentimiento. Y me
gustaría que pudiera cambiar las cosas, pero no lo hace. Y puede que mi
arrepentimiento no tenga sentido para ti, pero yo... no podría seguir sin que lo
supieras. Sin arriesgarme a que tal vez mejore un poco las cosas para ti. Dios, espero
que así sea. Así que lo siento, Lucas. Por todo.
Ojalá tuviera más palabras.
O al menos mejores palabras que las que yo le di.
Pero no lo hago y me enfado conmigo misma. 178
Me hace sentir tan inadecuada y pequeña.
Más cuando dice, tan inexpresivo como siempre:
—Bien.
—Yo…
Lo que iba a decir es interrumpido por alguien que le llama por su nombre. Una
chica entra corriendo, morena y sonriente, abrazándole. Y está tan llena de energía y
entusiasmo que tengo que retroceder para dejarle espacio.
Rompe el abrazo, ignorándome por completo, y sonríe a Lucas.
—Te he estado buscando por todas partes. —Tira del brazo de Lucas—. Vamos,
tengo que enseñarte algo. Tengo que enseñarte algo.
La forma en que dice “algo” me hace pensar que se trata de algo parecido a lo
que ocurrió ayer en ese patio trasero.
Lucas también lo cree.
Porque me mira, sus labios se dibujan en una sonrisa, mientras la chica sigue
saltando sobre sus pies, ignorándome por completo.
Dando un paso atrás, Lucas dice:
—Diviértete esta noche, Echo.
Sin más, se da la vuelta y se marcha, rodeando con sus brazos los hombros de
la chica. Y lo único que puedo hacer es verle marcharse mientras me pregunto
estúpidamente si era una chica diferente a las de anoche. Estaba más ocupada con lo
que estaban haciendo que nunca me tomé el tiempo de memorizar sus caras.
Pero supongo que no importa.
Si es diferente o igual.
Estoy bastante segura de que van a hacer lo mismo que hizo ayer.
Angustiada, triste y con el corazón roto, doy un paso atrás, con la vista nublada
por las lágrimas.
Y tropiezo.
Realmente duro.
Tan fuerte que creo que estoy a punto de caerme, pero por segunda vez esta
noche, alguien me atrapa.
Y es él, ¿no?
Me atrapó como lo hizo antes en la pared.
Esta vez, voy a darle las gracias como es debido. Voy a ser amable. No voy a
discutir. No voy a pelear. Y una vez que le haya dado las gracias, le pediré que me
lleve de vuelta. Le pediré que me saque de este lugar.
—Oye, ¿estás bien?
179
Me congelo.
No es su voz.
No es su toque.
He estado tan angustiada que antes no me había dado cuenta. Pero ahora
parpadeo para despejar los ojos y poder ver de quién se trata. Y me pongo aún más
rígida cuando por fin descubro la identidad de la persona que me ha salvado.
Brad Cavanaugh.
Mierda.
Mierda, mierda, mierda.
Iba a mi colegio y estaba en el equipo de fútbol. No era muy amigo de Lucas,
pero se conocían y, por asociación, también me conocía a mí. Sin embargo, no puedo
decir que me cayera muy bien. Siempre me dio escalofríos.
Y resulta que había una razón para ello.
Después de que Lucas y yo rompiéramos, Brad fue el primero de los muchos
chicos que me hicieron proposiciones. Fue el primero en decirme que quería que
fuera su novia. Cuando me negué, se convirtió en la primera persona en dejar notas
desagradables en mi taquilla, insultándome y acosándome en general por haberle
rechazado.
Y por ser una zorra y besar al mejor amigo de mi novio.
No exageraba cuando decía que las últimas semanas en mi antiguo colegio
habían sido un infierno. Y definitivamente no estaba exagerando cuando me puse esa
sudadera con capucha anoche.
Dios, de todas las personas que me reconocerían, tenía que ser Brad.
—Sí, estoy bien. Gracias —digo, tratando de dar un paso atrás.
Sin embargo, no me deja, manteniendo su agarre intacto.
—Echo Adler. Cuánto tiempo sin verte. —Sonriendo, me mira de arriba abajo—
. ¿Cómo diablos estás?
Su sonrisa es viscosa y espeluznante y todas las cosas que me dan ganas de
salir corriendo.
Y de nuevo, intento escapar pero él no me deja ir.
—Estoy bien, como he dicho. ¿Me devuelves el brazo, por favor?
—Sigue siendo muy educado. Me gusta.
—Yo...
—Aunque no tienes por qué serlo. —Baja la voz—. Todos sabemos que no eres
la buena chica que aparentas ser.
Me estremezco ante su burla.
180
No es el primero de este tipo que recibo.
Pero aún me escuece, y apretando los dedos, me inclino hacia atrás.
—Mira, ya me iba, ¿bien? ¿Me devuelves el brazo para que pueda hacer eso?
Se ríe, sus ojos divertidos pero del tipo malo, del tipo mezquino.
—Pero si acabas de llegar.
—Yo...
Ladea la cabeza y me interrumpe.
—Estás un poco dolida. Lo comprendo. He visto lo que ha pasado. Cómo tu
chico te ha dejado tirada hace un momento. Pero escucha —me retuerce un poco el
brazo, afirmando su dominio mientras se inclina aún más—-, no tiene por qué ser así.
¿Qué tal si te hago sentir mejor? Tú y yo.
—No quiero sentirme mejor. Todo lo que quiero es que me dejes ir.
—Vamos —me engatusa—. Sabes que siempre me has gustado. Te mostré mi
corazón, pero me rechazaste. Pero puedo pasarlo por alto. Tal vez todavía tenías el
corazón roto por todo aquello. Pero ya han pasado dos años. Esta podría ser nuestra
oportunidad. Esta podría ser...
—No —le digo, mirándole fijamente—. Nunca tendremos una oportunidad. No
quiero una oportunidad contigo, con alguien que me ha hecho proposiciones. Así que
quiero que...
Me sueltes.
Eso es lo que iba a decir y tal vez alejarme también, si aquella vez no me
hubiera escuchado.
Así las cosas, no creo que lo necesite.
Porque Brad ya me ha soltado, antes incluso de que pudiera terminar mi frase,
y ahora está en proceso de ser empujado hacia atrás. O más bien tirado hacia atrás
por el cuello de su camiseta, con los ojos muy abiertos y sorprendidos.
Tanto como los míos.
Y no para, este tirón.
Hasta que Brad se aleja de mí y se vuelve a arrimar a un árbol.
Realmente duro.
Todo se logra en pocos segundos: Brad soltándome y siendo empujado y
sujetado a un rincón casi apartado.
Y todo lo consigue él.
Esta vez, estoy segura de que es él.
Veo su ancha espalda, sus músculos tensos y crispados bajo la camiseta.
Incluso puedo ver el codo del brazo levantado con el que está inmovilizando a Brad
181
contra el árbol.
Y asfixiándolo.
El exmejor amigo de mi exnovio.
B
rad va a morir.
Va a morir porque Reign lo está matando.
Reign lo está matando.
Santo cielo.
—¿Qué mierda crees que estabas haciendo? —gruñe en la cara de Brad—. ¿Por
qué mierda tenías tus manos sobre ella?
—¡Reign! —grito, poniéndome en movimiento y corriendo hacia ellos—. Déjalo
ir.
Eso sólo hace que apriete más a Brad, que se agita.
—Sabes que vas a morir ahora, ¿verdad? Sabes que voy a matarte. Por tocarla.
Por tocar lo que es mi...
—Reign, no. —Le agarro de la camiseta, intentando apartarle—. Déjalo ir.
Golpea la cabeza de Brad contra el árbol, haciéndole gemir y quejarse.
182
—¿Tienes unas últimas palabras, hijo de puta? Algo que decir antes de que
haga que te ahogues con tu propia puta lengua.
Brad forcejea con más fuerza, con los ojos desorbitados y su boca hace ruidos
de asfixia..
Así que aumento mis esfuerzos.
Tiro y tiro de la camiseta de Reign, de su brazo, mientras le suplico:
—Por favor, Reign. Suéltalo. Lo estás matando.
No es lo correcto porque eso sólo aumenta la fuerza de Reign y gruñe en la cara
de Brad, enseñando los dientes, como si afirmara su propio dominio sobre Brad.
—Reign, sólo llévame a casa, ¿de acuerdo? —Lo intento, aún tratando de
sacarlo de esta rabia—. Sólo llévame a casa, por favor. Esto no me gusta. No quiero
estar aquí. Por favor.
Y finalmente, esto funciona.
Suelta a Brad y se vuelve para mirarme.
Y noto que sus ojos están inyectados en sangre.
Sus ojos son violentos y tormentosos.
Tengo la sensación de que este es el aspecto de un depredador, un león o un
lobo, una pantera, antes de despedazar a su presa. Pero en lugar de alejarme de él y
de su peligrosa aura, me acerco. Me lamo los labios resecos y susurro:
—Déjalo ir.
Esos ojos sangrientos suyos se clavan en mi boca por un segundo.
Antes de apretar su magullada mandíbula y soltar a Brad.
Mientras Brad tose y resuella, Reign sigue mirándome fijamente y yo le
devuelvo la mirada.
En las líneas tensas de su cara. Esos hematomas palpitantes, casi brillantes.
En su tembloroso y salvaje cuerpo.
El Bandido.
El depredador que tan descaradamente atacó a alguien.
Para mí.
Para protegerme.
—Yo...
No sé lo que iba a decir y ni siquiera importa ahora. Porque Reign se vuelve
hacia Brad, que sigue intentando recuperar el aliento, desplomado y agitado, y le
agarra del cuello de la camiseta. Lo empuja de nuevo al maletero, haciendo que el
corazón se me vuelva a subir a la garganta, y ronca: 183
—Si alguna vez, alguna vez, le pones las putas manos encima, te mato,
¿entendido?
Cuando todo lo que Brad hace es mirarle temeroso, Reign le zarandea, como si
intentara soltarle la respuesta que quiere oír.
Y lo hace porque Brad asiente y chilla:
—S-sí. Lo entiendo.
—Bien. —Otra sacudida—. Ahora discúlpate con ella.
—Reign, no creo que sea necesario —apostillo.
Se levanta en la cara de Brad de nuevo.
—¡Discúlpate!
Frenéticamente, Brad me mira y gimotea.
—Lo s-siento. Lo siento, joder, ¿bien? Por tocarte. Por proponértelo. Por todo,
joder.
—Te perdono —luego, a Reign—, Ahora déjalo ir.
Por fin, joder, por fin lo hace. Y Brad empuja a Reign que retrocede fácilmente
y se escabulle.
No espero a que Brad desaparezca del todo para volverme hacia ese loco y
demente y extrañamente protector -protector- que tengo delante.
—¿Qué intentabas hacer? —pregunto, empujándole los hombros—. ¿Estás
loco? Podrías haberlo matado de verdad, Reign. Podrías haber...
—Proposición —dice en voz baja, con la mirada tan intensa como siempre.
—¿Qué?
—¿A qué se refería cuando dijo que te había hecho una proposición?
Oh, mierda.
Le quito la mano del hombro y retrocedo, repitiendo:
—¿Qué?
Optar por hacerse el tonto es lo único que se me ocurre.
Porque parece que quiere ir tras Brad otra vez.
Estúpido Brad.
Da un paso hacia mí.
—¿De qué estaba hablando?
—Nada —le digo, negando con la cabeza—. No hablaba de nada. No tiene
importancia.
—No es importante —dice, inclinando la barbilla hacia mí—. ¿O no es nada? 184
—Son las dos cosas. No es importante. Nada —digo rápidamente,
retrocediendo.
Y de alguna manera me encuentro en la misma posición que Brad.
La columna vertebral pegada a ese árbol con este pedazo de hombre delante
de mí.
Sólo que no tiene que poner un solo dedo sobre mi cuerpo para dejarme sin
aliento.
Lo hace con los ojos inyectados en sangre y la cara magullada.
—Dímelo.
Sus palabras son ásperas y roncas, pero dominantes.
Y no hay duda de que si no se lo digo, no lo dejará pasar.
Es mejor darle lo que quiere.
Pero no voy a hacerlo sin tomar antes algunas precauciones. Así que voy por
su camiseta otra vez. La aprieto con fuerza contra sus costillas. Con las dos manos.
Entonces:
—Te lo diré. Pero tienes que prometerme que no perderás la cabeza e irás por
él otra vez.
Su mirada se dirige a mis manos sobre su cuerpo.
A mis enclenques puños que, si somos sinceros, no harán mucho por retenerlo.
Pero tengo que hacer algo. Tengo que asegurarme de que no vuelva a atacar a
Brad.
—Prométemelo, Reign —le digo.
Levanta la vista.
—No.
Tiro de su camiseta.
—Reign, tienes que prometérmelo. Tú...
—Porque una promesa es un juramento y la romperé.
—Tú...
Se lame el labio partido.
—No quiero romper un juramento que te hice.
No digo nada después de eso.
Y él tampoco.
Supongo que no hace falta.
No hay necesidad de palabras cuando un torrente recorre mi cuerpo.
185
Un subidón de calor.
Tan caliente que me escuece la piel.
Me duele el cuerpo.
Y mi mente parpadea. Con recuerdos. Con cosas del pasado.
Normalmente, lucho contra ello.
Lucho cuando salen a la superficie, pero ahora mismo no tengo fuerzas.
Ahora mismo, dejo que vengan.
Mientras estudio las manchas rojas de sus ojos. Mientras cuento sus pestañas.
Y respira su aroma veraniego, a sol y a sandía.
—Se refería a hacerme proposiciones —le susurro a Reign—. Cuando pasó
todo, cuando... cuando Lucas rompió conmigo, la noticia corrió por todas partes. En
la mansión, obviamente, pero también en la escuela. Y así... así que los chicos se me
acercaban y me pedían salir, dejaban notas en mi taquilla, ese tipo de cosas. Pero no
de buena manera. De mala manera. Se me insinuaban porque yo era... una zorra que
engañaba a su novio con su mejor amigo y pensaban que yo era un buen partido.
Me doy cuenta de que para cuando le he contado la lamentable historia, se ha
quedado rígido.
Incluso más que antes.
Se ha vuelto acalorado e intenso, con la mandíbula apretada de una forma que
debe ser dolorosa para él con todos estos moratones. Sus ojos se ensangrientan aún
más.
—¿Reign? —Le pincho, intentando despertarle.
Un pulso salta en su mejilla.
—No termina, ¿verdad?
Su voz grave y rasgada hace que mi corazón se acelere.
—¿Qué no lo hace?
—Esto. —Una pausa, luego—, Mi cagada.
Mis puños se aprietan en su camiseta.
—¿Tu qué?
Aprieta los dientes con fuerza, sus ojos se entrecierran, sus palabras murmuran
en voz baja.
—Lucas está jodido. Está así de cerca de perderlo. A punto de perder todo por
lo que ha trabajado. Tú sigues en esa escuela de mierda. Cuando deberías estar
afuera, lista para ir a la Universidad de Nueva York. Lista para convertirte en un puto
escritor o lo que mierda quieras ser. Pero no lo eres, ¿verdad? Por mi culpa. Y ahora 186
me entero —traga saliva dolorosamente, golpeando el árbol con una mano—, de que
hay cabrones ahí fuera que se atrevieron a mirarte. Que se atrevieron a pensar que
podían hablarte así y que no habría consecuencias. Y se atrevieron porque yo la
cagué. Por lo que hice. Por todas las líneas que crucé, todas las reglas que rompí y
yo...
—Eh —le paro entonces.
No sólo con mis palabras, sino también con mis manos.
Que quito de sus abdominales y pongo a cada lado de su cuello para agarrarlo,
para que me mire, me mire de verdad, para que se concentre.
—No hiciste nada, Reign —le digo cuando sé que me mira y me ve—. No hiciste
nada solo. Yo también estaba allí. Yo también lo hice. La culpa no es sólo tuya.
También es mía. Mi culpa es mayor y lo sabes. —Cuando parece que va a decir algo,
le aprieto el cuello y sigo—. Y no me estoy preparando para ir a la Universidad de
Nueva York porque la haya cagado. Porque mis notas no eran lo suficientemente
buenas. Tú no tuviste nada que ver. Nada. Y terminé en St. Mary's en primer lugar
porque violé la ley. No me lo pediste. ¿Fuiste un imbécil conmigo por esa llamada
telefónica? Sí. ¿Siempre has sido un imbécil conmigo? Claro que sí. Pero eso no
significa que tuviera que hacer lo que hice. Eso no significaba que tenía que tomar
represalias en la forma en que lo hice. Siempre supe que había una posibilidad de
que pudiera tener un impacto en mí, en mis padres. Dios, lo sabía, Reign. Lo sabía,
joder. Pero aun así elegí hacerlo. Así que no es tu culpa. Es mía. Y yo... lo siento. —
Una vez más, parece que va a decir algo, pero le empujo—. Por lo que hice. Por
irrumpir en tu habitación y luego... destrozarlo todo. Tus trofeos de fútbol, tus
muebles. Todas las fotos, chucherías. Las cosas que debían importarte. Cosas que...
—No lo hicieron —dice, con la boca entreabierta y los ojos desorbitados.
Y aprieto mis dedos en su cuello, clavando mis uñas.
—¿Qué?
—Nada importaba. Ninguna cosa en esa habitación me importaba más que...
Mis propios labios se separan mientras le miro fijamente. Mientras espero a
que termine su frase.
¿Más que qué?
¿Qué le importaba?
Pero no dice nada.
Y decido no entrometerme por alguna razón.
—Bueno, lo siento de todos modos.
Nos miramos fijamente durante unos instantes y me doy cuenta de que es...
tranquilo.
Qué manera tan rara de describir este momento. 187
Lleno de respiraciones tormentosas y miradas intensas. Con tanto calor
irradiando de su piel, tanto sudor corriendo por la mía a causa de ello. Con mis uñas
clavadas en su piel y sus dedos arañando la corteza.
Pero es lo que es.
Y lo que es, es calmante de alguna manera.
Quizá porque llevo mucho, mucho tiempo con esto.
Lo que me pasó en el colegio, cómo me trató la gente; lo que le hice a su
habitación, lo arrepentida que he estado por ello. Cómo puse en peligro mi futuro y
el de mis padres.
Llevaba mucho tiempo queriendo purgar esto. Solo que no sabía que iba a
purgarlo ante él -no tenía intención de pedirle perdón nunca; el imbécil exmejor
amigo de mi exnovio- y que, al hacerlo, sentiría alivio.
Y como confesarle las cosas me ha traído tanta paz, decido decirle.
—Lo arruiné.
—¿Qué?
—La disculpa. —Frunce el ceño mientras sigo—: Creo que la he cagado. Fue la
peor disculpa de la historia. Como, nunca. Quiero decir, yo no esperaba que me
perdonara de inmediato o ya sabes, incluso ser amable conmigo o algo así, pero...
Su mirada es penetrante.
—¿Pero qué?
—Se fue con otra chica, Reign.
Sus bíceps se flexionan a ambos lados de mí, sus ojos brillan de ira.
Y creo... creo que es en mi nombre.
Con la respiración acelerada y la extraña sensación de que está de mi lado, de
que puede sentir mi dolor, le cuento el resto de la historia.
—Se fue con una chica y... y sabía lo que hacía. Sabía que me estaba haciendo
daño. Él... yo no tuve un impacto en él. No llegué a él como quería. Yo no...
—Lo hiciste.
—No, no lo hice. Apenas me hablaba. Apenas me miraba, y mucho menos me
hablaba.
—Lo hizo.
—No, no lo hizo, Reign —insisto—. Tú no estabas allí.
—No podía quitarte los ojos de encima.
—Él... ¿qué?
¿Qué ha dicho? 188
Mi corazón palpita entonces.
—¿C-cómo lo sabes?
No hay respuesta.
Pero entonces no creo que lo necesite. Creo que ya lo sé.
—¿Estabas...? —Trago saliva, frotando mis pulgares sobre la gruesa vena de su
cuello—. ¿Mirándome? Con él.
Nada.
Excepto un pulso en su mandíbula.
Un tic.
Y de nuevo, no necesito que él lo diga. Lo sé.
—¿Por qué? —susurro.
Su pulso late bajo mis dedos. Mi pulso también late con fuerza.
Aparte de eso, sigue guardando silencio.
Sigue mirándome con ojos brillantes y centelleantes.
—Porque me estabas protegiendo —afirmo.
Y lo digo sin ira, sin la indignación que había sentido anoche.
Lo sentí como un insulto. Una intrusión.
Porque vino de él, esta protección.
Pero esta noche, no.
Esta noche, se siente... seguro.
Tal vez porque él me protegió, de Brad.
Tal vez porque después de lo que Lucas hizo esta noche, completamente sobrio
y sin influencia, Reign fue la primera persona en la que pensé. La primera persona a
la que quería ver.
—Te quité los ojos de encima durante diez malditos segundos —dice
finalmente, su voz pura grava y bordes dentados—. Y lo siguiente que sé es que mi
mejor amigo ya no está ahí y ese cabrón te está machacando.
El corazón se me oprime en el pecho y me muerdo el labio.
—Gracias.
Su pecho se mueve en una gran respiración.
—Por salvarme de Brad.
Otro gran suspiro.
No sé por qué lo digo entonces, pero siento que debo hacerlo. 189
—Sin embargo, no soy tuya para que me protejas.
Y entonces, parece que respiramos, que existimos como uno.
Si mi respiración es agitada, la suya es temblorosa.
Si mi corazón se acelera dentro de mi pecho, puedo sentir su pulso a cientos de
kilómetros por segundo.
Apuesto a que su sangre se siente tan caliente como la mía. Su piel
definitivamente se siente tan caliente como la mía.
Y cuando se acerca aún más, acercando su boca a un pelo de mí, apuesto a que
siente algo en sus apretadas tripas como yo en mi blando vientre.
Algo que se retuerce y se enrosca.
En remolino y en picado.
—Lo eres —ronca.
Me sobresalto.
—¿Qué?
Muy duro.
Es imposible que no se diera cuenta.
Es imposible que no note cómo mis dedos se han convertido en garras y cómo
los arrastro sobre su pulso, su piel suave y caliente. Cómo le araño y cómo no puedo
parar.
Porque mira lo que me está haciendo.
Fíjate no solo en lo que acaba de decir, las palabras más extrañas de la historia,
sino también en cómo me mira. Mi cara, sonrojada y definitivamente rosada; mis
labios temblorosos; el pulso en la base de mi garganta.
Mi vestido.
Dios, cómo mira mi vestido, las partes que cubre y las que no.
Mi pecho agitado, mis hombros, mis brazos.
Mis piernas.
Y todo es aún más obsceno de lo que era allí, en St. Mary’s, junto a la carretera.
Porque él no lo está haciendo para conseguir un aumento de mí.
No hay un giro burlón en sus labios ni diversión en sus ojos.
Sólo lleva una expresión en este momento: posesividad.
Al rojo vivo y ardiendo.
Como si realmente fuera suya. Como si fuera suya desde hace tiempo. Años.
Desde el primer momento en que me vio. Desde antes incluso.
Y luego, me explica cómo. 190
—Eres la chica de mi mejor amigo, ¿verdad? Así que lo eres. Eres mía. Para
proteger. Para protegerte. Para guardarte, cobijarte y mantenerte a salvo —hace una
pausa después de enumerar todos los sinónimos—, de todos los hijos de puta que hay
ahí fuera. De cada maldito hijo de puta que cree que puede abalanzarse sobre ti
ahora. Que cree que estás indefensa y sola y que eres presa fácil. Porque no lo estás.
Estás bajo mi puta protección, ¿entiendes? Así que te vigilaré. Te vigilaré y —sus ojos
se posan entonces en mi boca, haciéndola cosquillear e hincharse—, le arrancaré la
vida a cualquiera que piense que puede ponerte las manos encima.

Creo que me quedé dormido.


Mientras montaba en su motocicleta.
Mi pecho pegado a su musculosa espalda. Mis brazos rodean su elegante
cintura. Mi mejilla apoyada en su hombro. La única forma en que sé con certeza que
me estoy despertando ahora es que abro los ojos parpadeando cuando llegamos a St.
Mary’s y me doy cuenta de que tengo que desenredarme de él para bajar.
Pero no creo que nadie pueda culparme por quedarme dormida.
De hecho, es una sorpresa que no me haya dormido las dos veces que he
montado con él.
Es tan cálido, con el verano cosido a su propia piel.
Y fuerte con todos estos músculos acordonados.
Pero supongo que la primera vez, cuando cabalgué con él, aún estaba
sorprendida de que me envolviera así. Y la segunda vez -que fue esta noche- estaba
demasiado enfadada con él y nerviosa por lo que me deparaba la noche.
Y a pesar de lo desastroso que ha resultado todo, esta vez he conseguido
dormirme porque algo ha cambiado.
Puedo sentirlo.
Entre él y yo.
Ahora se siente seguro.
Es de locos y extraño, porque hace sólo un par de horas, aunque trabajábamos
juntos, yo seguía desconfiando tanto de él. Pero me siento como si hubiera vivido toda
una vida en estas cortas horas y ahora he salido por el otro lado.
Así que, de pie junto a su moto, vuelvo a mirar sus moratones.
—¿Te lo merecías?
Y luego espero.
Con la respiración contenida.
191
Para ver si ha vivido toda una vida en estas cortas horas como yo o no.
También se ha bajado de la moto y, mirándome, me dice:
—Sí.
Mis ojos se disparan hacia los suyos, hacia su voz ronca.
Como si él también hubiera despertado de su letargo, y creo que lo ha hecho.
Porque él salió del otro lado. Como yo.
Con el corazón acelerado en el pecho, susurro:
—¿Qué has hecho?
Tarda un momento en contestar.
—Rompí algo.
Frunzo el ceño.
—¿Romper qué?
—Algo que importaba.
—¿Qué hace eso...?
—Toma.
Sé que lo hizo deliberadamente. Para disuadirme de interrogarle.
Y estoy tan intrigada en este momento que quiero seguir en él. Quiero
presionarlo.
Pero no lo haré.
Porque siento que lo que tenemos ahora es frágil.
Y súper nuevo.
No quiero pincharlo para no reventarlo.
Además, hay otras cosas que exigen mi atención. Especialmente cuando veo lo
que quiere decir con “aquí”.
Está entre nosotros, en la palma de su mano.
Levantando la vista, pregunto:
—¿Un teléfono?
—Tómalo.
Lo miro de nuevo antes de volver a levantar la vista.
—¿Quieres que... quieres que tome este teléfono?
—Sí.
Parpadeo un par de veces. 192
—¿Por qué?
—Porque no tienes —responde pacientemente.
—Pero sí tengo —le digo.
—En St. Mary’s —aclara.
En eso tiene razón. No tengo teléfono en St. Mary’s.
La tecnología personal de cualquier tipo está prohibida, incluyendo teléfonos
móviles, ordenadores portátiles, iPads y demás. Si es necesario, utilizamos los
teléfonos y ordenadores comunes de la escuela.
Pero eso sigue sin explicar por qué me da un teléfono.
Pero se apiada de mí y me dice:
—Trabajamos juntos, ¿no? Colegas, si quieres. —Asiento y continúa—: Así que
tienes que poder contactar conmigo y yo contigo. En caso de emergencia.
—Oh.
—Es fácil de esconder. —Me quedo muda, pero me da toda una explicación—
. Como no te permiten tener un teléfono en tu escuela de mierda, te compré un
teléfono plegable. También es una mierda, pero es pequeño, compacto y lo puedes
esconder fácilmente. Probablemente en tu cómoda o en el fondo de tu armario.
Debajo del colchón. —Entonces levanta la vista—. Sólo asegúrate de esconderlo en
un lugar donde puedas llegar a él fácilmente pero nadie más pueda. Y siempre,
siempre apágalo cuando no lo estés usando. Y, joder, tenlo siempre en silencio.
Tampoco en vibración, ¿entendido? Y bajo ningún concepto lo lleves en la mochila o
en los bolsillos. Ponlo en un lugar seguro y déjalo ahí.
Durante varios segundos después de que termine de instruirme sobre cómo
esconder un teléfono ilegal, me limito a mirarle fijamente.
Estaba instruyendo, ¿no?
En tono cortante y severo. Diciendo lo que hay que hacer y lo que no.
Quiero decir, probablemente lo habría descubierto por mi cuenta. Bueno,
excepto lo del vibrador. Definitivamente lo habría dejado en vibración.
Oh, y definitivamente, definitivamente lo habría llevado a todas partes conmigo.
—¿Por qué no? —pregunto.
—¿Por qué no qué?
—Llevarlo conmigo en mi mochila.
Me mira fijamente un segundo y luego:
—Porque no quieres que nadie te lo encuentre.
—Claro. —Parpadeo—. Porque aunque alguien lo encuentre en mi habitación,
que no lo hará porque lo esconderé bien, aún tengo la posibilidad de negar que es
193
mío. Pero no puedo hacerlo si me lo encuentran encima.
Asiente, un asentimiento corto y severo, como sus pedantes instrucciones.
—Agárralo.
Todavía no lo sé.
—¿C-cómo lo sabes?
—¿Saber qué?
—Que no se me permite tener teléfono. —Trago saliva—. Y que tengo una
cómoda y un armario en mi habitación.
Bueno, esto último podría ser sólo una casualidad.
Quiero decir, no es raro tener este tipo de cosas en tu dormitorio. Pero algo me
dice que esa no es la razón por la que lo sabía.
Sus labios se fruncen ligeramente. Como si no le gustara la pregunta y no
quisiera responderla.
Incluso llega a apartar la mirada de mí.
Pero no voy a dejar pasar esto.
—¿Reign?
Suspira, grande, su pecho se expande, sus anchos hombros se mueven.
—Pregunté por ahí. —Luego agrega—: Después de leer el manual.
—¿Qué?
De nuevo, está claro por sus facciones cerradas que no le gusta esta línea de
conversación. Pero mala suerte, no voy a dejarlo pasar. Me acerco a él y le pincho.
—Reign, ¿leíste el manual de St. Mary’s?
Otro suspiro, igual de largo y fuerte que el anterior.
—Tienes que conocer las reglas para romperlas, ¿no?
—Y entonces, ¿preguntaste por ahí?
—Sí. Para asegurarme.
—¿Para asegurarnos de qué?
—Que no te atrapen. —Un segundo después, añade—: Porque tienes habilidad
para ello, ¿no?
Sí.
Me atraparon.
La última vez fui demasiado buena chica para tener cuidado. Así que me está
enseñando a romper las reglas de la manera correcta y me mantiene a salvo.
Protegiéndome. 194
—¿Vas a agarrarlo o no? —me pregunta cuando todo lo que hago es mirarle
fijamente, atónita y sin aliento.
—Sí —sale volando la respuesta, y entonces lo hago.
Lo cojo, este pequeño teléfono negro, fácil de esconder, y susurro:
—Gracias. Y no es una mierda.
Y entonces sonrío.
Una pequeña y temblorosa sonrisa.
Frágil como esta cosa nueva entre nosotros.
Su mirada se posa en mi boca y se queda mirándola.
La única cosa rosa en mi cuerpo.
—Rosa del desierto —susurro.
Levanta la vista.
—¿Qué?
—Mi tono de labial —le explico—. Así es como se llama. Rosa del desierto.
Le brillan los ojos.
—No llevabas labial. Cuando vivías en la mansión.
—No —le digo—. No me gustaba el maquillaje y esas cosas.
—Sólo libros y palabras.
Asiento.
—S-sí. Pero yo... Una de mis amigas es muy buena con el maquillaje y esas
cosas. Así que me enseñó y...
—¿Y qué?
Apretando el teléfono contra mi pecho, me encojo de hombros.
—Pensé que lo necesitaba. Esta noche.
Para estar guapa para él.
Para su exmejor amigo.
—No lo hiciste.
—¿Qué?
Sus facciones se tensan y ordena.
—Es tarde. Vamos.
Al igual que antes, empieza a caminar. Pero esta vez, va hacia la pared de
ladrillos; lo sé. Porque quiere ayudarme a trepar. Porque sabe que no sé trepar.
Y a diferencia de antes, se lo permití. 195
No discuto. No peleo.
Todo lo que hago es sentirme agradecida y segura.
A
ntes de mudarnos a Bardstown, teníamos una vida difícil.
Aunque mis padres siempre lucharon por llegar a fin de mes, el
accidente de mi padre fue un duro golpe para nuestra familia. Vi cómo
mi madre se las apañaba con dos -a veces incluso tres- trabajos, sin
rechistar. Vi a mi padre frustrado por no poder ayudar. Y a veces los veía discutir y
pelearse por estas cosas.
Así que hice todo lo que pude para facilitarles la vida.
Hice mis tareas a tiempo. Hice los deberes a tiempo. Iba al colegio y volvía
enseguida. Casi nunca salía con amigos porque sabía que tenía que ayudar en casa.
Sabía que tendría que hacer la cena o lavar los platos o la ropa o lo que fuera.
Y siempre me he enorgullecido de ello.
En ser sensata y buena. Por ser capaz de cuidar no solo de mí misma, sino
también de mis padres cuando lo necesitaban.
Me cuidaron, ¿no?
Así que era justo que yo también cuidara de ellos. Porque eso es lo que hace
196
una familia. Nos cuidamos unos a otros y los ponemos por encima de nuestras
necesidades.
Entonces, ¿cómo ha ocurrido?
¿Cómo es que mis padres apenas pueden mirarme? Y mucho menos hablar
conmigo.
Estoy en casa el fin de semana y estamos todos sentados a la mesa cenando. Es
como esos dos años en los que mi padre estaba de baja y todo en casa era sombrío y
deprimente.
Hay muy poca conversación y cada uno de nosotros se limita a mantener la vista
en su plato. De vez en cuando tintinean los cubiertos, chirría la silla o se aclara la
garganta, pero no mucho más.
Soy yo.
Yo lo hice.
Mis acciones de hace dos años se llevaron la poca alegría que tenían mis
padres y los dejaron así, todos tensos y estresados. A veces me pregunto si es mejor
cuando no estoy cerca. Me pregunto si mi madre y mi padre al menos hablan entre
ellos si no conmigo.
Tal y como están las cosas, ahora mismo nadie habla con nadie.
Y como siempre, no puedo soportarlo.
No puedo evitar intentar arreglarlo. Intentar llenarlo con algo, lo que sea.
Así que miro a mi madre y le digo:
—Esto está muy rico, mamá.
Levanta la vista -sus ojos son tan marrones como los míos; en realidad soy un
calco de mi madre, el mismo color, el mismo cabello rubio ceniza y una complexión
menuda- y me hace un gesto con la cabeza.
—Gracias.
—¿Nueva receta? —Hago girar el tenedor en mis espaguetis—. Siento que
hiciste algo diferente con la salsa.
Y está delicioso como siempre.
Mi madre es una maga en la cocina, sobre todo cuando se trata de preparar
algo delicioso con las sobras. Siempre intentaba que me interesara por la cocina y sus
recetas. No soy tan buena como ella, pero sé cocinar. También tengo un paladar
exigente, gracias a ser el conejillo de indias de mi madre.
Creo que se acuerda, aunque lleve dos años enfadada conmigo. Porque sus
ojos brillan y una pequeña pero afectuosa sonrisa aparece en su boca.
—Lo hice, sí. 197
Animada, yo también sonrío.
—Es agrio pero no realmente. Como que también es dulce.
Su sonrisa crece.
—¿Lo es?
Siempre lo hacía, me ponía a prueba y se burlaba de mí, y cuando lo hacía bien,
me miraba con cariño y asentía, diciendo que yo era incluso mejor que ella a mi edad.
Asiento, tomando sólo la salsa con la cuchara y probándola.
—Sí que lo está. Está buenísimo, mamá. ¿Qué has hecho?
Le brillan los ojos.
—Salsa Worcestershire y azúcar morena.
—Para, no. Ni siquiera puedo decirlo.
Se ríe entre dientes y mira a mi padre.
—Tu padre tampoco.
Que tiene una sonrisa propia en su rostro bigotudo.
Mi padre parece uno de esos héroes de los ochenta, con patillas y un espeso
bigote que se riza ligeramente en los extremos. Súper elegante y súper fuerte. Me
encanta su bigote. A mi madre también y sé que por eso no se lo quita.
Mi padre haría cualquier cosa por mi madre.
Y se nota en sus ojos oscuros cuando la mira.
—Oh, puedo.
—Pues dilo —lo reta mi madre.
La sonrisa de mi padre crece mientras se mete más espaguetis en la boca.
—No puedo hablar con la boca llena.
—Acabas de hacerlo.
Sacude la cabeza, se sirve más espaguetis con el tenedor y se señala la boca.
Mi madre le tira la servilleta.
—Tu padre es un mentiroso.
Y me alegra mucho verlo.
Verlos jugar entre ellos como siempre lo han hecho.
Dios, por favor, quédense así.
Por favor, san felices.
Pero claro que no.
Porque lo arruino con mis palabras irreflexivas: 198
—Dios mío, una de mis amigas, Callie. Mamá, es tan buena repostera. Tan, tan
buena. Tienes que probar sus cupcakes. Y sus galletas, ni siquiera puedo. Son... —Me
detengo al notar la absoluta quietud en la habitación.
La absoluta quietud en sus rostros.
Mierda.
Lo olvidé por completo.
Se me olvidó por completo que no les gusta hablar de St. Mary’s. O de cualquier
cosa relacionada con ese lugar. Mis clases, mis amigas, cómo vivo allí, qué hago.
Todas las reglas y normas que tengo que seguir.
Creo que sólo quieren olvidar que voy a un reformatorio.
Que sigo yendo allí. Que fui tan estúpida como para no graduarme a tiempo.
Pero claro que no pueden.
Así que simplemente evitan hablar de ello.
Mientras que él se adelantaba y leía el manual, y preguntaba por ahí...
No lo hagas, Echo. No pienses en él ahora.
No delante de tus padres.
Con la cara ardiendo de vergüenza, bajo los ojos al plato.
—Lo siento.
La habitación vuelve a estar en silencio, tensa y llena del estúpido tintineo de
los cubiertos. Y estoy tan frustrada que estoy a punto de echarme a llorar, suplicando
a mis padres que por favor, por favor, me perdonen por todo lo que he hecho.
Pero entonces habla mi madre.
—Queríamos hablarte de algo.
Levanto los ojos, con el corazón en la garganta.
—¿Sobre qué?
Mi madre mira a mi padre y él se endereza en la silla. Yo también lo hago
porque ya está.
Por eso me pidieron que volviera a casa, ¿no?
Mis padres me enviaron un correo electrónico ayer por la tarde y me dijeron
que querían que fuera a verlos este fin de semana. Fue repentino e imprevisto; no es
algo que se haga en St. Mary's y ellos lo saben. Aun así, me firmaron el permiso y
tomé el autobús para volver a casa este viernes por la tarde.
Llevo toda la tarde esperando a que me digan por qué.
Aunque tengo la sensación de que puede que ya sepa la razón.
Dado que toda la mansión bulle con ella. 199
Mamá me mira.
—Tu padre y yo lo hemos hablado y, aunque los dos somos cautelosos a la hora
de decírtelo, creemos que es lo mejor.
Me sudan las manos y dejo la cuchara.
—¿El mejor curso de acción para qué?
—Para controlar la situación —dice mi padre.
Miro a mi madre y a mi padre.
—Bien. ¿Qué pasa?
Mi madre es la que me responde.
—Lucas ha vuelto a la ciudad.
Se me corta la respiración y lo único que puedo hacer es mirar a mi madre en
silencio.
—Su padre está enfermo —me dice—. Y ha vuelto a la ciudad por eso. Dicen
que cualquier día... su padre podría fallecer.
—¿Cómo...?
—Alguien en la mansión —responde mamá.
A mis padres les gustaba mucho Lucas. Y eso siempre me hizo muy feliz, que
mi novio y mis padres se llevaran bien. Así que cuando rompimos, mis padres se
decepcionaron.
Especialmente decepcionado por cómo lo provoqué. Cómo mi traición lo
provocó.
No creo que pudieran entender que su buena y responsable hija hiciera algo
tan imprudente.
—Pero no es por eso por lo que queríamos que vinieras a casa este fin de
semana —dice mi padre y yo me pongo alerta.
Mi madre y mi padre vuelven a mirarse y detecto un movimiento bajo la mesa.
Tienen las manos juntas; lo sé. Lo han hecho mucho desde que ocurrió todo, como si
tuvieran que formar su propio equipo. Ellos contra mí.
No les culpo, pero eso no significa que no les duela.
Y que hoy en día me duela todo no significa que me haya acostumbrado.
—Él también ha vuelto —dice mi madre.
Lo sabía.
Cuando vi su correo electrónico, supe que eso era exactamente de lo que 200
querían hablarme.
De él.
No Lucas, sino el imbécil de su exmejor amigo.
El chico al que besé el día de mi decimosexto cumpleaños y con el que todo
saltó por los aires. El chico al que mis padres siempre han odiado, pero más después
de aquel beso.
Y a quien mi padre intentó golpear esa noche.
Dios, nunca había visto a mi padre tan enfadado. Tan enfurecido y furioso.
En un segundo estaba sorprendida de que Lucas me hubiera visto con su mejor
amigo, al siguiente corría detrás de él, intentando detenerlo, hablarle, explicarle. Y
un segundo después, mi padre estaba sobre Reign.
Era un desastre.
Un gran lío gigante.
Mi padre tenía a Reign inmovilizado contra la pared, gritándole en la cara. Mi
madre intentaba hacer retroceder a mi padre. Yo estaba llorando, tratando de hacer
retroceder a mi padre también. Y sé que habría matado a Reign, o al menos le habría
roto algunos huesos del cuerpo, si mi madre no lo hubiera alejado. Y esa fue la última
vez que ambos lo vieron antes de que dejara la ciudad y regresara a Nueva York.
Así que sabía que su regreso sacaría a relucir viejas heridas. Vieja ira, viejo
dolor.
Lo único bueno es que no está aquí.
Como aquí, en la mansión.
Se aloja en un motel, algo de lo que no tenía ni idea hasta que llegué a casa esta
mañana y oí a unos cuantos guardias hablar de ello. Todos se callaron cuando me
vieron cerca, pero ya había oído suficiente.
Preguntándome.
¿Por qué iba a alojarse en un motel cuando tiene una gran mansión a su
disposición?
Especialmente cuando no ha vuelto en dos largos años.
Ni siquiera para el funeral de su padre.
Pero, de nuevo, ahora no es el momento de insistir en ello.
Me sonrojo, bajo ambas manos a mi regazo y entrelazo los dedos, sacando
fuerzas de mí misma como mis padres están sacando las suyas.
Fuerza para mantener la calma. Para no temblar ante su simple mención.
Para no traicionar que ya sé todo lo que me están contando ahora mismo.
Pero, sobre todo, necesito fuerzas para decirles que no tienen nada de qué
preocuparse. Que no repetiré los mismos errores ni haré nada que pueda volver a
201
herirles de esa manera.
Que pueden confiar en mí.
Pero no me dan la oportunidad, ya que mi madre continúa:
—Y quiero que nos prometas algo.
—¿Prometerte qué?
—Que no tendrás nada que ver con él.
—¿Qué?
Mi padre se remueve en su asiento, impaciente.
—No te queremos cerca de ese imbécil, ¿me oyes? En cualquier lugar cerca de
él.
—Scott, relájate —dice mi madre. Luego se vuelve hacia mí—: Prométenoslo,
Echo. Prométenos que no tendrás contacto con él mientras esté aquí.
El corazón me da un vuelco en el pecho.
Golpeando y golpeando mientras digo:
—M-mamá, te lo dije. Te lo he dicho un millón de veces, no tengo ningún interés
en él. Lo que pasó... —Mis dedos se entrelazan aún más fuerte—. Fue un error. Nunca
tuve la intención ni quise hacer nada con él. Yo no...
—Pero ocurrió de todos modos —gruñe mi padre—. Ocurrió y puede volver a
ocurrir. Y si ocurre...
—Scott, baja la voz, por favor —dice mi madre, tratando de calmarlo.
Pero puedo ver la ira en su cara. En su cara también.
—No, no lo haré —le dice—. Trepó por su ventana. Por su puta ventana, Annie.
Mientras estábamos en la casa. Mientras estábamos abajo. Tuvo la maldita audacia de
entrar en mi casa y seducir a mi hija. Y mi hija fue tan estúpida como para dejarse
seducir por él. Mi hija.
Esta ha sido siempre la teoría dominante en mi casa.
Que Reign fue quien me sedujo y me llevó por mal camino.
De nuevo, probablemente porque no pueden imaginar a su hija haciendo algo
así sin coacción.
Creo que ya es bastante duro para ellos lidiar con el hecho de que su hija se
estaba enrollando en su habitación mientras ellos estaban abajo viendo la tele, y con
un chico que no era su novio, además de que dos días después, destrozó la habitación
de dicho chico y fue detenida por ello, que no pueden comprender nada más.
No pueden calcular que hice lo que hice por mi propia voluntad.
202
Besos, vandalismo y acabar en un reformatorio, donde sigo yendo.
—Debería haberle dado una paliza hace dos años —continúa mi padre,
gruñendo—, debería darle una paliza ahora mismo. Por volver. Por poner un pie...
—Pero papá —le corté—. Él no... él no me sedujo. Ya te lo he dicho. Yo estaba...
—Echo—me dice mi madre—. No.
—Pero mamá...
—No, ni una palabra.
Me muerdo el interior de la mejilla para dejar de hablar.
De explicarles -probablemente por enésima vez- que no me coaccionó ni me
engatusó. No me forzó ni me volvió estúpida con la seducción.
—No queremos hablar de ello —dice mi madre mientras papá se sienta
resoplando—. No queremos oír hablar de ello. Nos has hecho daño, Echo. Has puesto
nuestras vidas patas arriba. Después de todo lo que hemos hecho por ti, después de
todo lo que tu padre y yo te dimos, así es como nos lo pagas. Nos pagaste volando
todo en pedazos. Siendo imprudente, estúpida y egoísta. Podríamos haber perdido
nuestros trabajos, nuestros medios de vida. Te das cuenta de eso, ¿no? Podrías
habernos costado todo por lo que habíamos trabajado. Especialmente cuando
conoces la condición de tu padre. Confiábamos en ti. Dependíamos de ti y nos
apuñalaste por la espalda. Sin mencionar que arruinaste tu propio futuro. No sólo
perdiste un novio bueno y cariñoso, sino también todos tus sueños de ir a la
Universidad de Nueva York.
Tiene razón.
Lo hice.
Cambié la vida de todos, no sólo la mía. Los apuñalé por la espalda. Los
traicioné cuando confiaban en que yo sería buena. Por primera vez, mis padres tenían
buenos trabajos. No tenían que romperse la espalda para mantenerme y yo amenacé
todo eso con mis acciones estúpidas e imprudentes.
—Así que no queremos oír nada de tu boca —continúa mi madre—, excepto
una cosa y sólo una cosa. Queremos que nos prometas que te alejarás de él, de ese
chico. No tendrás ningún contacto con él. Ningún contacto, Echo.
—Sabes cómo es, ¿verdad? Sabes lo problemático que es. Siempre ha sido una
fuente constante de vergüenza para la familia Davidson, una fuente constante de
decepción. Ni siquiera apareció en el funeral de su padre, Echo. Su propio padre. El
señor Davidson no merecía eso. No merecía que le faltaran el respeto así. Era un buen
hombre. Y tú lo sabe mejor que nadie, ¿verdad? Pudo haber presentado cargos
entonces, pero no lo hizo. Te dejó ir. Aun así nos mantuvo. Se lo debemos, Echo. Le
debemos mucho. Prométenos que serás buena. Que no pondrás en peligro todo por
lo que hemos trabajado, no otra vez.
Mis ojos rebosan lágrimas, pero no las dejo caer.
203
Esta vez las controlo. Hago que se queden quietas.
No voy a actuar como una víctima y llorar por esto. No merezco llorar por esto.
Sobre todo cuando ya he roto la promesa que quieren que haga.
Cuando ya he tenido contacto con él.
Y no voy a parar.
No puedo.
Tengo que hacerlo bien. Tengo que arreglar las cosas.
No sólo con Lucas, sino también con mis padres.
¿No?
No puedo entrar en la NYU ni cambiar el hecho de que aún no me he graduado.
Pero si vuelvo con él, quizá mis padres me perdonen por fin. Si hago que todo vuelva
a ser como antes, entonces verán que sigo siendo su buena hija y que pueden contar
conmigo.
Así que sí, voy a arreglar las cosas.
Y me está ayudando.
El tipo del que quieren que me aleje. El tipo que creen que me sedujo.
No lo hizo.
En absoluto.
Y quizá, sólo quizá, pueda aprovechar esta oportunidad para convencerles por
fin de ello. Para demostrárselo. Hacerles ver que no sólo no me sedujo, sino que no
es el imbécil malvado e inhumano que creen que es. Que incluso yo pensaba que era.
Sé que mentir es malo, pero sólo lo hago para demostrarles que soy buena.
—Lo prometo.

Quiero hacerlo.
Llevo dos días queriendo hacerlo.
Desde que me dio este teléfono.
He estado jugando con la idea de enviarle un mensaje de texto, pero me he
estado deteniendo.
Por muchas, muchas razones.
La mayor es el desastre de la última vez que tuvimos contacto por teléfono.
Aunque sé que estoy siendo irracional aquí. Las circunstancias son totalmente
diferentes. Antes, éramos enemigos acérrimos y para siempre. Ahora, no tanto.
204
Ahora trabajamos juntos y hemos pasado página.
Ahora me hace sentir segura.
Lo que me lleva a la segunda razón: este teléfono es sólo para emergencias.
Un teléfono de trabajo, por así decirlo.
Y ahora no estamos trabajando. La otra noche, mientras volvía al campus, Reign
me dijo que la próxima oportunidad de ver a Lucas sería en algún momento de la
semana que viene, lo cual permíteme señalar que me alivia mucho; después de dos
encuentros muy desastrosos con mi exnovio, necesito un descanso. Necesito alejarme
de él por un tiempo. Así que ni siquiera hay necesidad de encender el teléfono.
Sin embargo.
Hay una gran cosa.
Que mi teléfono del trabajo tiene... aplicaciones de lectura.
Sí.
Tiene una aplicación para libros electrónicos, algo que me encanta. Pedazos.
En realidad soy fan de ambos, libros de bolsillo y libros electrónicos, y por eso
leo en los dos. Lo que significa que leo dos libros a la vez.
Pero por mucho que me gusten los libros de bolsillo, tengo que decir que me
gusta aún más la idea de llevar una biblioteca en el bolsillo. Me encanta la idea de
hojear esa biblioteca con un simple toque de mis dedos y de poder leer hasta bien
entrada la noche, incluso cuando todo está oscuro a mi alrededor. Solía hacerlo
mucho: libros de bolsillo durante el día y en los alrededores de la escuela, e-books
por la noche, tumbada de lado con el teléfono apoyado en la almohada.
Así que debería mandarle un mensaje, ¿no?
Si no por otra cosa, al menos para darle las gracias. Por regalarme este teléfono
con aplicación de lectura. Aunque es difícil leer en la pequeña pantalla, sigue siendo
lo mejor que me han regalado. Tal vez ni siquiera sepa la bondad que me ha hecho.
En mi habitación, apoyada en las almohadas, enciendo el teléfono y abro la
aplicación de mensajes.
Su número es el único guardado aquí. Ah, y el nombre con el que está guardado
es Bossman.
Sí, divertidísimo.
Sacudiendo la cabeza, tecleo:
Hola.
Me muerdo el labio y pulso enviar.
Pero entonces me entra el pánico. Son como las 12:01. Tal vez esté durmiendo. 205
Entonces envío:
¿Estás durmiendo?
Lo que me asusta aún más porque empiezo a preguntarme si sabe quién soy.
Así que decido decir:
Aquí Echo.
Después de eso, cierro los ojos y dejo caer el teléfono sobre mi barriga.
Estupendo. Simplemente genial, Echo.
¿Por qué eres tan idiota?
Por supuesto que sabe quién soy. Me compró este teléfono. Puso su propio
número en mi teléfono. Por supuesto, pondría el mío en el suyo también. Bajo
Sirvienta, apuesto.
Unos segundos después, mientras me retuerzo de vergüenza, me zumba la
barriga.
O lo hace el teléfono en mi barriga.
Me apresuro a agarrarlo y, con el corazón encogido, abro su respuesta.

Bossman
Lo sé.
Y sí.

No sé lo que significa ni pruebo que entiendo inmediatamente lo que quiere


decir. Él sabe que soy Echo y sí, está durmiendo.
Incluso puedo oírle decir eso.
En su tono seco y sarcástico envuelto en su timbre áspero y profundo mientras
yace despierto en su cama o dondequiera que esté.
Frunzo el ceño y tecleo:

Sirvienta
Ha. Muy gracioso.

Su respuesta llega al instante:


Bossman
¿Qué es lo que quieres?
206
Esto también lo oigo.
Grosero y mezquino.
Exhalo bruscamente antes de teclear,

Sirvienta
Hay una cosa que se llama cortesía.
¿Has oído hablar de ella, Reign?

Bossman
No, Echo.
¿Qué es la cortesía?

Sirvienta
Significa ser amable con la gente.
También conocido como ser civil, cortés, respetuoso y educado.

Bossman
Ah, ahora lo entiendo.

Sirvienta
¿Entiendes qué?

Bossman
Eres el profesor de inglés por correo que pedí por error.

Resoplo.
Como si tal cosa.

Sirvienta
Por favor. No podrías pagarme, aunque quisieras. �

Bossman 207
Sí, yo iba por una stripper de todos modos.

Entrecierro los ojos y miro el teléfono.


Porque juro por Dios que también puedo oírlo. También puedo imaginar su
sonrisa burlona y sus ojos divertidos mientras observa mi expresión contrariada y mis
labios fruncidos.

Sirvienta
Por qué siempre eres tan burdo? �

Bossman
Porque siempre eres tan fácil.

Sirvienta
Por favor, ¿podemos tener una conversación normal por una vez? �

Bossman
Claro. Tengamos una conversación normal por una vez.
Así que dime.

Sirvienta
¿Decirte qué?

Bossman
El color de tus bragas.

Esta vez el teléfono cae sobre mi vientre por sí solo. Me tiemblan las manos y
se me escapa un gran jadeo. Incluso me siento en la cama. El teléfono se desliza hasta
mi regazo, donde lo miro como si fuera una serpiente o algo así.
Una cosa peligrosa.
Trago saliva y lo agarro. Y tecleo:

Sirvienta
¿Qué? �
208

Bossman
¿Llevas algo?

Sirvienta
¿QUÉ? � �

Bossman
Espero que no.
¿Y un sujetador? ¿Llevas sujetador?

Sirvienta
Para. �

Juro por Dios que ahora le oigo reír entre dientes.


Sucio y mugriento.
Haciéndome sentir acalorada e inquieta.
Bossman
¿Sí?

Sirvienta
Sí.

Bossman
Fuiste tú quien me envió el mensaje.

Sirvienta
Para de hablar. Que no me preguntes por mi... ropa interior.

Imagino otra risita.


Maldita sea. 209
Probablemente debería haber escrito “bragas” para intentar ser atrevida
delante de él. Pero no pude.
Mis dedos no escribirían esa palabra.

Bossman
Bueno, ese es el único tipo de conversación que hago por mensajes de texto.

¿Se refiere a sexting?


Lo hace, ¿verdad?
Imbécil.
Suspiro con fuerza y tecleo:

Sirvienta
En ese caso, lo siento por cualquier chica que te envíe un mensaje.

Bossman
No lo hagas. Todos se van muy satisfechas al final.
Siento que bajó la voz y alargó “satisfecho”.

Sirvienta
Sí porque eso es lo que toda chica quiere: sextear con Reign Davidson. �

Bossman
Eso y quitar el ing al final. Porque muchos también quieren eso con Reign
Davidson.

Sirvienta
Cómo de egoísta hay que ser para referirse a uno mismo en tercera persona?

Bossman
Mucho. Pero sólo porque tengo un gran ego. Un ego enorme. Un ego de
proporciones épicas. 210

Sirvienta
¿Cómo cabe entonces en tu cabecita?

Bossman
Mi cabeza está bien, créeme. Es una lucha, sin embargo, para que quepa en
mis pantalones.

¿Qué hace...?
Oh Dios. Dios.
Yikes.
No puedo creer que entré en eso. No puedo creerlo.

Bossman
Te metiste en esa, ¿verdad?
Pobre Echo.
Sirvienta
Cállate. �

Está sonriendo. Lo sé.


Lo sé.

Bossman
También sexting, eh. No creía que conocieras esa palabra.

Sirvienta
Conozco muchas palabras, muchas gracias.

Bossman
Sí, eres logófila. Lo recuerdo.
211
Me muerdo el labio y tecleo,

Sirvienta
Quería darte las gracias. �

Bossman
¿Por qué?

Sirvienta
Por el teléfono.

Bossman
Ya lo has hecho.

Sirvienta
Sí, pero no sabía que tenía aplicaciones de lectura.
Es increíble. Me encanta leer en mi teléfono. Solía hacerlo todo el tiempo,
tarde en la noche, en la oscuridad. Me quedaba dormida así. Con el teléfono en el
pecho o en la barriga. Era la mejor sensación.
Así que gracias. De nuevo. Por darme eso. Lo echaba de menos. Mucho.
Desde que fui a St. Mary’s y esto es simplemente... increíble. No hay otra palabra
para esto.
Bueno, regalo. Esa es otra palabra para ello. Es un regalo. Probablemente ni
siquiera sabías todo esto, pero sí. Gracias.
�������
Quizá he dicho demasiado de lo que era necesario, pero tenía que decirlo.
Tuve que hacerlo.
Me dio lo mejor que nadie podría tener.
En realidad, nadie lo había hecho antes.
Lucas siempre odió mi lectura. Bueno, odiar es una palabra muy fuerte. Solía...
disgustarle un poco y nunca le interesó mucho. Era un tipo muy deportista. No le
gustaban los libros, lo cual está bien. Pero odiaba cuando me enfrascaba tanto en un
libro que no le prestaba atención.
212
Así que no leía mucho cerca de él ni hablaba de lectura.
Además, yo iba a estudiar literatura y escritura creativa en la Universidad de
Nueva York. Eso también nos puso en una situación delicada.
Pero en fin.

Bossman
Lo hice.

Parpadeo ante su respuesta.

Sirvienta
¿Que hiciste qué?

Bossman
Saber.

Me quedo mirando su mensaje durante unos segundos. Hasta que hago clic.
Hasta que entiendo lo que quiere decir y entonces no puedo teclear lo bastante
rápido.

Sirvienta
¿Sabías que leo en mi teléfono?

Bossman
Sí.
No era difícil de adivinar. Ya que lees todo el tiempo.

Dejo el teléfono un segundo.


Y respiro.
Simplemente respiro. Y miro por la ventana.
Las cortinas están cerradas, así que no veo nada. Pero si no lo estuvieran, lo
haría.
Miro directamente a su ventana. 213
A través de los verdes terrenos de Davidson Manor.
Ahí es donde está su dormitorio.
No es que esté aquí. En la propiedad. Pero aun así.
Luego lo vuelvo a recoger y tecleo de nuevo.

Sirvienta
¿Sabías que podía descargar libros en él?

Bossman
Te lo di, ¿no?

Sí, lo hizo.
Así que era obvio. Que lo sabía.
¿Por qué no se me ocurrió? ¿Por qué no sumé dos más dos?
Probablemente porque esto está sucediendo demasiado rápido.
Todo sucede demasiado rápido. Todo cambia y se desplaza con demasiada
rapidez.
Está pasando del tipo que me hacía enfermar de odio al tipo que... no lo hace.
Otro texto aparece en mi pantalla.

Bossman
Es una mierda de teléfono pero es una mierda de teléfono en el que puedes
descargar libros. Pensé que lo encontrarías útil.

¿Es útil?
¿Lo encontraría útil?
Esa es la palabra con la que va. Después de todo lo que dije.
Después de todo lo que dije, se lo quita de encima como si nada. Como si...

Sirvienta
No es una mierda. ¡No llames mierda a mi teléfono! � Y es más que útil.
¡¡¡¡Me encanta!!!!
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡!!!!!!!!!!!!!!!!!
214
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Le habría enviado aún más signos de exclamación, pero tengo los dedos
demasiado sudorosos y temblorosos para ello.

Bossman
¿Sólo lo dejas encendido por la noche? Para leer.

Me muerdo el labio porque vuelvo a oírle.


Su voz áspera y baja, rasposa.
De repente, me doy cuenta de que esa es su voz cariñosa.
Es la voz que usa cuando está siendo... amable.
No puedo creer que me esté dando cuenta de todo esto sólo ahora. Seis años
después de conocer al tipo.

Sirvienta
Sí.
Bossman
¿Y está en silencio todo el tiempo?

Sirvienta
Lo está.

Bossman
¿Y no lo llevas contigo?

Sirvienta
No, no lo tengo. Se queda en el fondo de mi armario.

Bossman
Bien. 215
Me muerdo el labio con más fuerza.
Como mis mejillas, todo mi cuerpo se sonroja con su “bien”.
Sus elogios.

Sirvienta
Aunque ahora no estoy en la escuela.

Bossman
¿Dónde estás?

Sirvienta
En casa.
Mis padres querían que viniera de visita el fin de semana.

Pero no estás aquí.


Y luego, como no puedo contenerme, tecleo,
Sirvienta
Saben que Lucas ha vuelto. Que tú has vuelto. Y ellos,

Respiro hondo antes de seguir escribiendo,

Sirvienta
No quieren que tenga nada que ver contigo. Me hicieron prometer que me
alejaría de ti.

Lo envío y empiezo otro texto.


Mientras tanto, aparece el suyo.

Bossman
Bueno, son listos, ¿no?
216
Sacudo la cabeza mientras termino de teclear y pulso enviar.

Sirvienta
Creen que me sedujiste aquella noche, pero sabemos que no fue así. Pero no
me escuchan. He intentado explicárselo muchas veces. Pero voy a demostrárselo.
Voy a demostrarles que tú no hiciste nada. No hiciste nada solo. Voy a arreglarlo,
Reign. Voy a arreglarlo todo. Lo que mis padres piensan de ti. Tu amistad con
Lucas. Todo.

Bossman
No.
Joder, no.
¿No te lo he dicho ya? De lo único que tienes que preocuparte ahora es de ti
misma. No necesito que me arregles nada.
Excepto tal vez bajar un poco el tono de tu drama. Porque todo lo que hice
fue comprarte un maldito teléfono con un montón de libros. No tienes que
empaparme con tus lágrimas de agradecimiento.
Ni siquiera me inmuto ante esto.
En el bombardeo de sus textos groseros.
Uno, porque sé -con seguridad- que lo hace deliberadamente, para
desanimarme. Y menos mal que no volvió a llamar a mi teléfono “pedazo de mierda”.
O realmente lo habría empapado en lágrimas. Sólo para molestarlo.
Y segundo, porque algo más me viene en este momento.
Algo sobre esa noche.
La noche que mi padre se abalanzó sobre Reign.
Lo recuerdo todo, todo el caos, todo el desorden. Pero, por alguna razón, es
ahora cuando me doy cuenta de que todo el alboroto había venido de todo el mundo
menos de él.
Mi madre le gritaba a mi padre. Yo le gritaba a mi papá, y mi papá le gritaba a
él.
Pero este tipo maleducado al otro lado del teléfono, en algún lugar al otro lado
de la ciudad, no dijo ni una sola palabra.
Era silencioso. Y era pasivo.
Se lo llevó todo. Cualquier cosa que mi padre le dijera. Cualquier cosa que 217
hiciera.

Sirvienta
¿Por qué no hiciste nada? Aquella noche.

Bossman
¿Hacer qué?

Sirvienta
Cuando mi padre te agarró. Cuando te estaba amenazando. No dijiste nada.
Sólo lo tomaste todo. ¿Por qué? Tú eres el jefe. Podrías haber hecho cualquier cosa.
¿Por qué no lo hiciste?

Espero su respuesta.
Pero nunca llega.
Pasan los segundos. Minutos. Sin respuesta.
Por decepcionante que sea su silencio, no necesito que me diga por qué.
Ya lo sé.
Y no puedo creer que me haya llevado todo este tiempo darme cuenta de esto.
Que podría haber dicho algo, hecho algo. Podría haber sido el imbécil de siempre
del que la gente siempre habla, del que yo siempre he sido testigo, y haber hecho la
vida de mis padres aún más difícil.
Pero no lo hizo.
Por su culpa.
Todo, todo esto, es por su culpa.
Y me hace daño. Y daño y maldito daño.
Me hace daño.
Por él.
Me dan ganas de correr a mi ventana y escabullirme para ir a buscarlo.
Dondequiera que esté.
Porque no está aquí, ¿verdad?
No está al otro lado del terreno verde. Algo que siempre he odiado, nuestros
dormitorios en el mismo nivel, nuestras ventanas tan alineadas la una con la otra.
Pero ya no, no en este momento.
En este momento, lo quiero aquí.
218
Quiero abrir las cortinas y mirar su ventana. Quiero saber que está ahí arriba y
no en algún lugar de la ciudad que no conozco. Estoy tan desesperada que estoy a
punto de mandarle un mensaje. Estoy a punto de preguntarle dónde se aloja, por qué
no está aquí donde debería estar.
Cuando veo una sombra en mi ventana.
Una silueta oscura.
De cuerpo grande y hombros anchos.
E incluso antes de que esa sombra se mueva y vea un brazo levantarse y
golpear mi ventana, ya estoy fuera de la cama. Ya estoy corriendo y abriendo las
cortinas.
Para revelarlo.
E
stá aquí.
Aquí.
Justo aquí. Fuera de mi ventana.
Igual que aquella noche. La noche de mi decimosexto cumpleaños.
Está encaramado a la rama más cercana, con sus musculosos brazos apoyados
en el marco, de aspecto despreocupado y atlético.
Precioso.
Con su piel de verano y sus ojos castaños rojizos.
Tanto que me congelo.
Y tiene que ordenar:
—Abre la ventana.
—Estás aquí.
Me mira fijamente durante uno o dos segundos. 219
Y cuando parece que sigo sin comportarme como un ser humano normal,
repite:
—Abre la puta ventana, Echo.
Echo.
Ese es mi nombre, sí.
Pero eso no es lo que dijo esa noche. Eso no es lo que me llamó.
Me llamó por su nombre.
No me había llamado así desde que volvió, y yo estaba feliz por ello. Contenta,
emocionada y extasiada. Pero en este momento, me pregunto.
Si volverá a llamarme así.
Me sacudo el pensamiento de encima y me dirijo a la ventana. Tiro del pestillo
y le dejo entrar.
Sube tan elegante y atlético como hace dos años. Su pierna se abalanza, sus
brazos se flexionan mientras se agarran al alféizar de la ventana y se mete dentro.
Tarda unos dos segundos en conseguirlo, pero a mí me parecen dos años o así.
Cuando puedo verlo a cámara lenta.
Cada baile, cada contracción, cada juego y flexión de sus músculos.
Dios, es un jugador de fútbol hasta la médula.
Todo músculos elegantes y gracia artística.
Y me equivoqué antes cuando dije que es tan agraciado como hace dos años.
No lo es.
Es más elegante que antes.
Más grande también, empequeñeciendo todo lo que había en el dormitorio de
mi infancia.
Empequeñeciéndome.
—Has venido —digo, como si te hubiera llamado.
Lo hice.
Sólo que no con tantas palabras y no exteriormente.
Pero aun así me oyó.
Y no puedo dejar de mirarle. A su cara.
Sus moratones parecen menos furiosos que hace dos noches. Siguen ahí y
siguen igual de feroces, pero no parecen tan vivos como antes. Tan palpitantes y
dolorosos.
Gracias a Dios. 220
También me recorre la cara con la mirada.
—Te estabas descontrolando un poco.
—No lo estaba.
Así era.
Todavía lo estoy.
Mi respiración es entrecortada. Y mis ojos están abiertos como platos y
definitivamente estoy toda sonrojada y rosada.
—Estabas a punto de ponerte emo conmigo.
—Se llama expresar emociones.
—No vas a enumerar ahora cien sinónimos diferentes, ¿verdad?
—Yo…
—Porque realmente no pedí un profesor de inglés.
Sí, pidió una stripper.
Todo lo contrario del profesor de inglés, logófila certificada que soy.
Me sonrojo aún más y trago saliva.
—Podrías haber contestado a mi mensaje.
Menea la cabeza lentamente.
—No soy fan de los mensajes de texto.
—O llamar.
—Tampoco me gusta llamar.
Me pregunto si, al igual que los mensajes de texto, prefiere el sexo telefónico
a una simple llamada amistosa.
Conociéndole, probablemente sí.
Y admito que estaba siendo sarcástica en los textos anteriores, pero sé que eso
es lo que todas las chicas quieren: que Reign Davidson las folle por teléfono.
Que ahora está viendo mi habitación.
Como si se reencontrara con ella.
Mi dormitorio no ha cambiado mucho desde la última vez que estuvo aquí. Soy
igual de desordenada y amante incondicional del rosa que antes. Y él puede verlo en
mis libros de texto desparramados, mi ropa desparramada y mis bolígrafos rosas.
Abre un cuaderno, hojea las páginas, agarra un fajo de tarjetas de estudio y me
las tiende enarcando una ceja.
—Eh, es para el colegio —le contesto, sintiéndome ligeramente sin aliento ante
su expresión arrogante—. Tengo exámenes en unas semanas. Los finales. 221
¿Y no es maravilloso?
Mi tiempo en St. Mary's se acerca a su fin y Dios, podría morir de felicidad.
—Bien —dice y sé que lo dice en serio.
Está ahí en su tono mordaz y su mandíbula palpitante. Realmente odia esa
escuela para mí.
Contengo una oleada de mariposas lo suficiente como para decir:
—No iré a la universidad de mis sueños, pero estoy deseando salir de allí.
Aunque voy a ir a la universidad comunitaria en lugar de NYU, realmente no
puedo.
Estoy deseando que se acaben los toques de queda, las normas, los uniformes
y las clases con ventanas enrejadas. También me mudaré a la mansión y me
desplazaré a clase desde aquí.
Aunque eso es un poco menos atractivo, teniendo en cuenta cómo son mis
padres, pero aun así.
—Puede que sí.
—¿Puede que sí qué?
—Ir a la escuela de tus sueños.
—¿NYU?
—Esa es la escuela de tus sueños, ¿no?
—Sí, pero ¿recuerdas que te dije que no puedo ir? —Suspiro—. No aceptan
estudiantes de reformatorios y seguro que no tengo dinero para ir si me aceptaran de
todas formas.
Me lanza una mirada inescrutable que me parece rara.
Pero antes de que pueda pensar en ello, rompe mi mirada y mira por encima
de mi hombro.
—Sigue siendo lo único que no es rosa en tu habitación —murmura, con los ojos
clavados en algo.
No tengo que girarme para saber exactamente lo que está mirando.
Es mi diario.
Está en medio de mi cama rosa, igual que hace dos años; escribía en ella antes
de decidir enviarle un mensaje.
Me devuelve la mirada, brillante y oscura.
—¿Todavía lo llamas Bandido?
Sabía que me iba a preguntar eso.
Lo sabía.
222
Pero aun así no estaba preparada para el latido de mi corazón ante su pregunta.
Y también para la vergüenza.
Este extraño pellizco en el pecho, porque no.
No llamo a mi diario por ese nombre, ya no.
Si me hubiera preguntado esto hace dos días, me habría jactado de ello. Le
habría dicho alegremente que no, que ya no soy tan estúpida. Soy bastante estúpida,
pero no tanto.
Pero ahora, esta noche, no quiero que lo sepa.
No quiero decírselo.
Pero de alguna manera él ya lo sabe.
—No, no lo harías.
—¿Por qué no?
Su mirada es penetrante.
—Porque probablemente lo descubriste.
Sé lo que es “eso” pero sigo preguntando:
—¿Descubrir qué?
—Que algunas cosas malas no pueden reformarse. Algunas cosas malas no
tienen nada bueno. Siguen siendo malas para siempre.
Ahora me duele.
O más bien me duele más de lo que ya me dolía.
Antes de venir aquí tan de repente.
Y no puedo evitar preguntar:
—¿Dónde te alojas?
Frunce el ceño ante el repentino cambio de tema.
—Sé que no te quedas en la mansión —le digo.
—¿Por qué? —pregunta en su lugar—, ¿también piensas acosarme a mí?
—¿Por qué te alojas en un motel?
A pesar de mi perpetua reticencia a evocar el pasado, recuerdo que solía
pensar mucho en esto. Cuando le conocí. Me preguntaba por qué no volvía a casa.
Incluso le esperaba. Yo...
No, Echo.
No.
No vayas allí. No tan lejos en el pasado.
Apoya la cadera contra mi escritorio y me observa durante un momento. 223
—No estoy seguro de que la gente me quiera aquí.
Su respuesta franca, práctica y sincera me hace doler aún más al decirle:
—Es la primera vez que vienes desde aquella noche, ¿verdad? Ni siquiera
viniste al funeral de tu padre.
Su expresión se apaga ahora.
Las hermosas líneas negras y azules de su rostro se cierran como un puente
levadizo, y no tengo esperanzas de traspasar jamás sus muros.
—No lo hice —dice con voz llana.
—¿Por qué no?
—No quería.
—Era tu padre.
—Soy consciente.
—¿Y no pudiste... dejar de lado tus diferencias por un día y estar ahí para él?
Cuando murió.
—No —responde.
—¿Por qué odias a tu padre? —Pregunto finalmente, sin rodeos.
Porque necesito saberlo.
Porque hay muchas cosas que necesito saber sobre él ahora.
Tantas cosas que no entiendo.
Cosas que he visto; cosas por las que me ha hecho pasar en el pasado. Y luego
están las cosas que está haciendo ahora.
¿Cómo las concilio?
Cómo concilio que haya pasado de ser el mejor amigo imbécil de mi exnovio
a este hombre que está a pocos metros de mí. Que arde en culpa y arrepentimiento.
Que me salvó la otra noche. Que quiere protegerme. Que me regaló una biblioteca
en la palma de la mano y sabe más de St. Mary’s que mis propios padres.
—Era un buen padre, ¿verdad? —le pregunto cuando todo lo que hace es
permanecer en silencio—. Era un buen hombre. Un buen patrón, un patrón amable.
No presentó cargos contra mí cuando yo... Aunque podría haberlo hecho. Pero no lo
hizo. No despidió a mis padres. Le debemos mucho, a tu padre. Mucha gente se lo
debe. Y cuando ni siquiera apareciste en el funeral, todos hablaron. Han estado
hablando durante años. Han estado...
No es información nueva. Nada de lo que he dicho es nuevo o un misterio en
modo alguno.
Pero quiero que diga algo.
Quiero que me dé algo nuevo. 224
Quiero que me diga que toda esa gente está equivocada.
Oh Dios, eso es lo que quiero, ¿no?
Quiero que me diga que todos esos rumores, todo lo que la gente dice y ha
dicho siempre es falso. Que tal vez haya una razón para ello. Una gran, gigantesca
razón de por qué es como es, aparte de ser un imbécil desagradecido.
Yo también me lo preguntaba. Pero luego me enseñó que no había nada que
preguntarse.
Y finalmente dice algo, pero no lo que yo quiero que diga.
—Bueno, si la gente lo dice, seguro que tienen razón.
—No, no la tienen —le digo con firmeza, a pesar del pasado y de todo—. La
gente puede equivocarse. La gente puede equivocarse muchas veces. La gente
puede exagerar. Pueden contar historias. Pueden malinterpretar. Porque quizá no
conozcan la verdadera historia. Tal vez hay mucho que no saben. Y si no lo saben,
entonces necesitan saberlo. Yo lo necesito. Necesito saber, Reign. Así que tienes que
decírmelo. Tienes que decir algo, darme algo. Tienes que...
—Una pequeña reina del drama, ¿no?
Me sorprende haber dejado de hablar, dado que sus palabras murmuradas
eran mucho más bajas que las mías. Mucho más que los latidos de mi corazón.
Mi corazón se está volviendo loco ahora mismo.
A punto de salirme del pecho. Listo para explotar.
O lo era, hasta que pisó el freno.
Ahora estoy jadeando, apenas puedo respirar lo suficiente, mientras él
continúa en voz baja, con cara de diversión:
—No te me vas a desmayar, ¿verdad?
—¿Perdón?
—O peor —continúa, moviendo sus ojos arriba y abajo por mi cuerpo—,
empaparme con tus brillantes lágrimas rosas.
—Yo…
—Porque pensé que ya habíamos superado eso.
—Tú...
—Seguro que eres guapa de mierda cuando lloras pero tengo esta camiseta y
prefiero que no la estropees con tus mocos de niña.
—No... va a haber mocos.
Sus labios se crispan.
—Porque entonces tendré que quitármela, y no creo que puedas soportar eso. 225
Parpadeo.
Y luego pienso.
Sobre que me llame guapa de mierda. Incluso cuando estoy goteando mocos
sobre él.
Y entonces pienso en la camiseta que lleva puesta y en la que se supone que
me gotean los mocos.
Es una cosa oscura de aspecto suave con cuello redondo.
Se ajusta perfectamente a sus anchos hombros, resaltando sus músculos
arqueados y acordonados.
Y luego pienso en que se la quite.
Cómo pasamos de mi pequeño arrebato a esto, no lo sé. Esa es su brujería,
creo, que puede hacerme saltar de una emoción a la siguiente sin problemas.
Pero en lo único que puedo pensar ahora mismo es en todas las veces que le
he visto sin camiseta.
Jugar al fútbol en el colegio; hacer ejercicio en los terrenos de la mansión;
correr de madrugada por las calles.
Todo bronceado y reluciente, parecía finales de junio incluso en la nieve.
Y tan asqueroso que siempre lo miraba aunque me daba asco.
Lo que significa que tiene razón.
No podría soportarlo si se quitara la camiseta y me enseñara su hermoso y
esculpido cuerpo de dios del fútbol. Nada menos que en mi habitación.
Dios mío, está en mi habitación ahora mismo.
Quiero decir, lo sabía.
Simplemente no pensé en las implicaciones.
Supongo que tenía tantas ganas de verle que no se me ocurrió que no debería
estar aquí. Si nos atrapan después de haber hecho la promesa de no verle nunca jamás,
mis padres sólo van a odiarle aún más.
—No puedes estar aquí —suelto, decidida a protegerle ahora.
Algo en mis palabras, o tal vez la forma en que las he dicho, sin aliento y a la
vez con urgencia, toca una fibra sensible en él. No del tipo emocional. Del tipo que
está hecho de una parte de picardía, dos partes de peligro y tres partes de diversión.
—¿Sí? —Le brillan los ojos—. ¿Por qué no?
—Porque mis padres están durmiendo al final del pasillo.
Mal dicho.
Porque eso sólo hace que se interese aún más. Hace que se levante del
escritorio, como si se estuviera preparando para saltar. 226
—¿Entonces?
Me muevo hacia atrás.
De nuevo, un error.
Porque de alguna manera mi bondad desencadena su maldad.
Pero no puedo evitarlo. No sé de qué otra manera ser.
Siento algo que me recorre la espina dorsal, algo parecido a la emoción, es un
hecho que decido ignorar. Porque esto no debería ser emocionante. Esto es un gran,
gran riesgo que está tomando y tiene que entenderlo y marcharse.
—Así que si mi padre se entera de que estás aquí, entonces…
—Me dará una paliza.
—Sí.
—Probablemente intente matarme también.
—Lo hará.
—Aunque no soy tan fácil de matar.
—Pero lo eres.
—Sí, ¿cómo es eso?
—Porque tú se lo permites. Por eso.
Siento que algo choca contra mi espalda. El poste de la cama.
Porque todo este tiempo, él se acercaba y yo retrocedía.
Una especie de baile.
A la que sucumbe mi bondad de niña cuando él está cerca.
—Como hiciste aquella noche. —Continúo, estudiando sus moratones en
curación que mi padre va a empeorar si se entera de que Reign está aquí arriba, en
mi habitación—. Porque no creas que no lo sé. Ahora lo sé. Sé que no detuviste a mi
padre, que no dijiste una palabra aunque podrías haberlo hecho. Aunque a todos los
efectos, tú también eres el jefe de mi padre. Y también sé que hiciste todo eso porque
te sentías culpable. Sentías que lo que había pasado era culpa tuya. Cuando es una
locura y no es cierto en absoluto. Y puedes decir que no un millón de veces pero te
lo voy a demostrar. Así que tienes que irte. Ahora.
Es como si no pudiera oírme.
O más bien puede, simplemente no le importa.
Porque mi segundo arrebato de la noche -Dios, por qué no puedo calmarme
cuando él está cerca; por qué tengo como cero frialdad cuando se trata de este tipo-
lo hace sonreír.
No una mueca, sino una sonrisa auténtica, aunque pequeña.
227
Ladea la cabeza, sus ojos vivos y fijos en mí.
—Sabes, me estás rompiendo el corazón ahora mismo.
—Tú no... Tú no tienes corazón. No tienes corazón.
Mentiras.
Es cualquier cosa, menos despiadado. Ahora lo sé.
Se pone una mano en el pecho.
—Bueno, sea lo que sea, está corriendo ahora mismo.
Trago saliva temblorosamente, recordando exactamente sus mismas palabras
de la noche de The Horny Bard.
—Espero que se acelere lo suficiente como para sufrir un infarto.
Se ríe entre dientes y se me revuelve la barriga.
—Vengo hasta aquí por ti y esta es la bienvenida que recibo.
—Estoy tratando de salvar tu vida, idiota. Y yo no te llamé.
Otra mentira.
Probablemente más grande que el primero.
—Vine de todos modos. Y digámoslo una vez más, no necesito que me salves.
—Yo…
—Aunque no puedes evitarlo, ¿verdad?
—¿No puede evitar qué?
—Esto. Ser tan buena chica.
—Soy una buena chica.
—Lo sé. Siempre intentando arreglar las cosas, salvarlas.
—Eso no es…
—Realmente es una tragedia.
—¿Por qué?
Baja la voz.
—Porque las chicas buenas no son muy divertidas.
—Eso no es... Eso no es verdad.
—¿No?
—Me divierto mucho —digo tímidamente.
Tararea, sus ojos todo tipo de vida.
—No tan divertido como otras chicas de St. Mary’s. 228
—¿Qué?
—Pero es lo que es, supongo. —Luego, dando un paso atrás—, Buenas noches,
Echo.
Da otro paso atrás, pero mi mano se estira sola y lo agarra.
Ni siquiera voy a pensar en cómo mis dedos se aferran a él, a su camiseta en la
cintura.
O que algo dentro de mí se desliza en su lugar.
Ahora que lo estoy tocando, su calor.
En lugar de eso, me centro en lo que acaba de decir.
—¿Qué?
Baja la mirada hacia mi enclenque agarre como siempre hace, probablemente
para enfatizar exactamente lo enclenque que es y repite mi palabra, sólo que con
calma.
—¿Qué?
Le miro con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir con que no soy tan divertida como otras chicas de St.
Mary’s.
Algo brilla en sus ojos, un desafío, creo.
—Significa que no eres tan divertida. También conocido como aburrida,
tediosa, monótona. —Luego, paseando su mirada por mis mejillas sonrojadas—, Sin
color.
Ahora respiro con dificultad.
—No soy... incolora —luego añado—: ¿Y cómo lo sabes?
—¿Cómo sé qué?
—Si lo soy o no. ¿Cómo sabes algo de las chicas de St. Mary’s?
Deja pasar unos instantes antes de responder:
—He tenido algunos encuentros, por así decirlo.
—¿Qué tipo de encuentros?
—Enganches.
—¿Qué?
—A lo largo de los años.
Retuerzo mis dedos en su camiseta.
—Te has enrollado con una chica de St. Mary’s.
—Sí. 229
—¿Quién?
—¿Por qué?
—Sólo curiosidad.
—No lo estés.
—Dímelo —insisto—. Voy a St. Mary's. Es mi colegio. Tengo derecho a saber
quién.
¿Cómo?
Es ridículo lo que acabo de decir.
No tengo ningún derecho a saberlo. Ni siquiera sé por qué quiero saberlo, pero
quiero.
—¿Ah, sí? —murmura, sin creerse mis chorradas.
Le doy un tirón de la camiseta.
—Dime quién era la chica, Reign.
No lo hace.
O al menos no de inmediato. Primero, me revisa.
No es como si no me hubiera visto desde que llegó. Me ha visto. Hemos estado
frente a frente todo este tiempo, mirándonos. Pero por alguna razón esta es la primera
vez que tiene en cuenta mi aspecto.
Lo que llevo puesto.
Tal vez porque me mira de la misma manera que lo hizo en mi habitación hace
sólo unos minutos. Lentamente y como si me estuviera reencontrando. Por eso se da
cuenta de que estoy lista para ir a la cama.
Llevo el cabello suelto, trenzado y la mayor parte esparcido por la cara. Llevo
una camisa de dormir rosa claro con los hombros al aire que me llega a medio muslo.
Sólo ropa normal.
Pero, joder, ¿cómo pude olvidarlo?
Que no llevo sujetador.
Dios mío.
Uno, porque odio los sujetadores y dado el tamaño de mis tetas, siempre tengo
que llevar uno. Siempre, sin falta. Y dos, porque como ya he dicho, estoy lista para ir
a la cama y ¿quién lleva sujetador mientras duerme?
Y ahora que lo recuerdo, mi situación sin sujetador, me pregunto si se habrá
dado cuenta.
Dios, por favor, no dejes que se haya dado cuenta.
Qué vergüenza. 230
Pero entonces no pienso en mi situación sin sujetador ni en si él lo sabe porque
cierra esa brecha que acababa de crear y yo me muevo con él.
Hasta que mi columna está justo donde estaba hace unos segundos, pegada al
poste de la cama. Solo que esta vez creo que está mucho más cerca porque sigo
tocándole, tirando de su camiseta.
Está lo suficientemente cerca para que haga todas las cosas que nunca quiero
hacer.
Pero siempre se puede y se hace de todos modos.
Cuento sus pestañas. Estudio las motas rojas de sus ojos y la curva de sus labios
carnosos.
Lleno mis pulmones con él.
Estoy en el proceso de hacer todo eso cuando dice:
—Una chica no. Chicas.
Me pongo rígida.
—¿Cuántos?
Me está mirando intensamente, penetrantemente y sé que debería ocultarle
mis sentimientos. Pero ahora mismo ni siquiera sé lo que siento para poder ocultarlo.
Excepto que no me gusta cómo suena eso. Chicas.
En absoluto.
—Bueno —dice—, había una en este bar. Se coló con un grupo de gente, creo.
No tenía edad para estar allí. Y luego otra en esta fiesta. De nuevo, creo que se coló.
Sin invitación. Y luego, hubo una que encontré en el bosque una noche.
—¿Qué bosque? —pregunto—. ¿Los de la finca?
—Sí.
Levanto la otra mano y agarro su camiseta, extremadamente enfadada ahora.
—¿Qué estaba haciendo en esta finca?
Sus palabras son informales pero su mirada es pesada y casi significativa.
—Dando un paseo.
—O allanamiento, más bien.
—No pregunté. No me importaba.
Por supuesto, no lo hizo.
Idiota.
—¿Qué aspecto tenía? —pregunto a continuación.
—Cabello oscuro. Ojos azules. 231
Todo lo contrario que tú, Echo.
Qué, no. No me importa.
No se trata de eso. No es por eso por lo que pregunto.
De nuevo, no estoy segura de por qué pregunto, pero definitivamente no es por
eso.
Por supuesto.
—¿Y? —picoteo.
—¿Y qué?
—¿Qué más? ¿Qué más parecía? —Y luego—: Por favor, no me digas que no
notaste nada más en ella, excepto su brillante cabello oscuro y sus mágicos ojos
azules.
Mi irritación le divierte. Como siempre.
—Sí, mágica es la palabra.
—Yo…
—Y me di cuenta —murmura.
—¿Y qué fue lo que notaste, Reign?
—Su piel, para empezar.
—¿Qué pasa con ella?
—Cremosa —dice, todavía mirándome a los ojos—. Pálida de mierda. Como si
estuviera hecha de polvo de luna.
Polvo de luna.
Eso sí que son palabras.
Es una palabra a la que se aferra mi corazón logófilo. Es una palabra que sé que
voy a archivar en el fondo de mi mente. Para pensar en ella más tarde.
Así podré odiarlo como es debido.
Así que puedo odiarlo tanto que me pone enfermo.
Aun así, consigo preguntar:
—¿Y?
—Sus labios.
—Labios.
—Sí. Lamible. —Se lame los labios como si recordara los de ella—. Rellenos.
Jugosos como una fruta.
—Parece maravillosa —digo con fuerza.
—Lo era. —Asiente y yo le clavo las uñas en la camiseta, odiándola y deseando 232
quitársela.
Porque quiero llegar a su piel.
Quiero arañarle la piel.
Tal vez debería haberle empapado en mis lágrimas después de todo, así ahora
estaría con el pecho desnudo y disponible para que le arañara y le sacara sangre.
—Aunque —continúa, acercándose a mí, poniendo su mano en el poste de la
cama, por encima de mi cabeza—, esa no fue la mejor parte.
—¿Cuál fue la mejor parte?
Vuelve a lamerse los labios.
—Su vestido.
—¿Por qué, porque era escaso?
Porque se daría cuenta, ¿no?
—No —retumba—. Esa es la cosa, sin embargo, no lo era. Cubría casi cada
parte de ella.
—Entonces, ¿por qué?
—Porque aunque la tapaba —baja la voz—, podía ver.
—¿Ver qué?
—Todo.
Mi corazón se acelera ahora.
—¿Cómo?
—Como la línea de sus bragas.
Se me corta la respiración. Y luego explota.
En el hecho de que dijo bragas.
Algo que había escrito en los textos. Lo dijo exactamente como me lo
imaginaba en mi cabeza.
Exactamente.
Bajo, áspero, profundo.
Y juro por Dios que siento mis propias bragas cobrar vida, el elástico
clavándose en mi carne, la tela rozándome la piel.
—Yo…
—Y su lindo ombligo.
Meto la barriga al sentirlo.
Mi propio ombligo.
Aunque no creo que eso sea posible, pero ahí lo tienes. 233
—Parecía tan frágil. Tan jodidamente delicado y pequeño. Como un golpe en
su pequeño y apretado vientre. Se me hizo la boca agua.
Ni siquiera intento decir nada en esto.
Sé que no sería capaz.
—Y lo mejor —baja la voz y se inclina—, es que pude verle las tetas.
—¿Qué? —chillo.
—Sí, no llevaba sujetador, ves. Así que pude ver sus jodidas tetas turgentes.
Todo redondo y pesado y tan jodidamente regordete. Como su boca. Ya sabes,
madura y jugosa. Afrutada. Algo en lo que podrías hundir tus dientes y simplemente
chupar.
Su “chupar” me golpea en el pecho, en mis propios pechos, y éstos se vuelven
más pesados que antes.
Más pesados y más llenos.
Hinchados.
Y me doy cuenta de que nunca debí hacerle esta pregunta.
Debería haber dejado que se fuera.
Porque no quiero oír nada más. No quiero oírle hablar de esa chica salvaje que
conoció una noche en el bosque.
Cuya piel estaba hecha de polvo de luna y cuyos labios le recordaban a jugosas
frutas.
—Sus pezones también, por cierto —continúa, ajeno a la agitación de mi
interior—, también pude verlos. Del tamaño de una moneda y tan jodidamente duros.
Como balas. Sólo rosados y sonrosados. Ligeramente más oscuros que el vestido que
llevaba. Me hizo preguntarme cuánto más duros se pondrían si los chupaba. Apuesto
a que mucho, mucho más duros. Mucho más oscuro también, que la raída camiseta de
dormir rosa que llevaba. —Luego—, Pero no quería asustarla. Parecía que nunca le
habían chupado los pezones.
Respiro más fuerte. Mucho más fuerte que antes.
También estoy ligeramente mareada.
Por no mencionar que mi cuerpo está zumbando. Mi cuerpo está... cantando.
Esa es la única palabra.
Me tiembla la barriga y me pesan mucho los pechos. Tan dolorosamente
pesados.
Pero eso no es nada ante lo doloridos que tengo los pezones. Están tan duros
que arden de dolor. Están agujereando mi raída camiseta rosa. Me...
¿Cómo?
234
Espera un segundo. Sólo espera.
¿Dijo camiseta de dormir rosa raída?
Lo hizo, ¿verdad?
Él...
Mis ojos se agrandan y se me escapa un grito ahogado.
Se dio cuenta. Se dio cuenta.
Por no mencionar que estaba mintiendo, ¿no?
—Estabas... mintiendo —digo en voz alta mis pensamientos.
Su gruñido de asentimiento es su única respuesta, y yo retiro las manos,
dispuesta a cruzar los brazos sobre el pecho y cubrirme, dispuesta incluso a
empujarlo.
Pero no me deja.
Porque se acerca aún más, apiñándome contra el poste de la cama, sin dejar
apenas espacio entre nosotros para que levante los brazos a modo de defensa. Y
cuando le miro a los ojos, tragando saliva y sonrojándome, veo que no le hace ninguna
gracia.
Como suele ser.
Cuando caigo en uno de sus dobles sentidos o chistes verdes.
Sus ojos son intensos. Ardientes.
Son más rojos que marrones cuando susurra:
—Mi turno, ¿sí?
—¿Turno para qué?
—Saber.
Se me corta la respiración.
—No hay nada que...
—¿Lo has hecho?
—¿Hacer qué?
En lugar de responder, baja los ojos y, aunque sigo mirándole fijamente, sé lo
que está mirando. Sé que los está mirando.
Mis tetas, mis pezones.
Porque hace que duelan.
Está haciendo que ardan aún más.
—Reign —susurro como una súplica, pidiéndole que pare.
Afortunadamente, levanta los ojos.
235
—Te los chuparon.
No puedo creer que me pregunte eso.
No puedo creer que estemos teniendo esta conversación. Esta... esta
conversación asquerosa e inapropiada, y exhalo una bocanada de aire, con el vientre
apretado, dolorido como mis tetas.
—Eso... eso no es asunto tuyo. No puedo... creer que me preguntes eso.
—Creo que sí.
—Es n-no. Es...
Mis palabras se esfuman ante lo que sucede a continuación en sus facciones.
Sus rasgos afilados se afilan aún más, su mandíbula se tensa y sus pómulos se arquean.
Incluso sus ojos llameantes se afilan.
Se vuelven... depredadores.
Posesivo.
Es como un fuego, esa posesividad.
Como una estrella caliente entre nosotros.
Entre nuestros cuerpos estrechamente unidos que respiran salvajemente.
—Eres la chica de mi mejor amigo —dice con voz áspera—. ¿No lo eres?
Lo soy.
Sí.
Aunque, me avergüenza admitir que de todas las razones por las que pensé
que esta conversación es inapropiada, ser la chica de su mejor amigo no era algo que
estuviera en mi lista.
Pero debería haberlo hecho.
Porque esa es la razón más importante.
Trago saliva.
—Sí. Y por eso no deberías preguntar...
—Y ya llevan dos años separados.
—Eso es...
—Y por eso es asunto mío. Mi derecho. A saberlo —dice, mordiendo de verdad,
con los ojos entrecerrados.
Debería sonar ridículo.
Lo que acaba de decir.
Lo hizo cuando lo dijo.
Pero de alguna manera no lo hace. Ahora mismo no. 236
No cuando mi respiración es agitada y me duelen los pezones.
Y me arde la piel por su piel.
Su posesividad.
—¿Saber si alguien más me ha tocado? —susurro.
—Sí. Porque sé que él no lo ha hecho.
No, no lo ha hecho.
Lucas no me ha tocado de esa manera. Nunca llegamos a esa parte.
No se lo permitiría.
Por alguna razón.
Nos besábamos y nos tocábamos por encima de la ropa. Pero yo no le dejaba
meter la mano por debajo. Y él siempre respetó eso. Respetaba mis límites.
Su mejor amigo -o más bien exmejor amigo- no.
Borra mis límites, mis muros, para hacerse espacio.
Y normalmente me defiendo. Me mantengo firme.
Pero en este momento, yo soy una pluma, ligera y frágil, y él es el huracán,
cruel y contundente.
—No, no lo ha hecho —susurro.
Se lame el labio partido.
—Entonces tengo derecho a saber si estás en las mismas condiciones en las
que te dejó mi mejor amigo.
Hay tantas cosas mal aquí.
No soy un objeto. Puedo estar en cualquier estado en el que quiera estar.
Además, su mejor amigo definitivamente no está en las mismas condiciones en
las que lo dejé.
Así que debería dejar esto.
Pero no puedo.
No cuando él -el huracán- prácticamente parece que su vida depende de mi
respuesta, la pluma. Cuando parece que va a apagar, su fuego, el ojo de su tormenta,
si no dejo que me sople.
Si no dejo que me haga pedazos.
—¿Entonces preguntas por tu amigo? —pregunto, con la piel de gallina.
Su mandíbula se aprieta. Dura.
—Sí.
Siento esa fuerza en mi vientre. 237
—¿Y si te dijera que alguien lo ha hecho?
Su mandíbula se aprieta de nuevo. Sólo que más fuerte.
—Entonces estarías firmando su sentencia de muerte.
Esta vez siento esa violencia en mi pecho.
—¿Matarías a alguien sólo por tocarme?
No sé por qué pregunto eso si ya lo sé.
No sólo me lo dijo sino que me lo mostró con Brad la otra noche.
—Por tocar lo que pertenece a mi mejor amigo —me dice.
Que es lo que hago.
Pertenezco a su mejor amigo.
Es el amor de mi vida.
Y esa es la intención con la que le respondo, por su mejor amigo, pero por qué
me parece que también se lo estoy diciendo a él.
—No. Nadie me ha tocado.
Su nuez de Adán se sacude con un trago grueso.
—Estoy en las mismas condiciones en las que me dejó. —Continúo y sus ojos
brillan—. Por tu mejor amigo.
Y entonces me acerco a él.
Me relamo los labios, atrayendo su mirada hacia mi boca mientras digo:
—Ahora que tienes tu respuesta, quiero que esperes aquí.
Levanta los ojos y frunce el ceño.
Pero no dice ni una palabra y tengo la sensación de que no puede.
Que yo siga siendo intocable para su mejor amigo es de alguna manera un
jodido gran alivio para él. Tan grande que no puede formar palabras. Está
ligeramente mareado.
Bien.
De todas formas no quiero que hable.
—Voy a ponerme algo apropiado. Algo más adecuado para la compañía.
Especialmente la compañía del pervertido exmejor amigo de mi exnovio. Y luego,
cuando vuelva a salir, vamos a ver una película, tú y yo.
En esto, él habla.
—¿Qué?
Le sonrío. Una sonrisa pequeña pero segura.
—Sí, estoy pensando en Titanic. 238
Parece horrorizado.
—¿Qué?
Sonrío más.
—Porque creo que te empaparé con mis lágrimas después de todo.
Se echa hacia atrás.
—¿Qué mierda?
Vuelvo a acercarme a él.
—Es romance, Reign. Me encanta el romanticismo. El romance me hace sentir
bien. Me hace querer reír y llorar al mismo tiempo. Y como eres el exmejor amigo de
mi exnovio, es tu deber sentarte aquí y secarme las lágrimas y sonarme la nariz
cuando Jack muera al final.
—No.
Me encojo de hombros.
—Lo siento, hermano código. Yo no hago las reglas.
Es una prueba de lo sorprendido que está, de lo horrorizado que parece estar
ante la perspectiva de ver Titanic conmigo, que soy capaz de maniobrar y girar su
enorme cuerpo hacia la cama, y luego empujarle sobre ella.
Una pluma girando la trayectoria de un huracán.
Se desploma sobre el colchón, pero se apoya en los brazos, con los muslos
abiertos y los ojos fijos en mí, todavía asombrado y ligeramente horrorizado.
—Así que siéntete como en casa, ¿de acuerdo? Y te enseñaré lo salvaje que
puede ser una chica de St. Mary’s.
Al oír mis palabras, sus ojos se entrecierran y por fin recobra el sentido común
y gruñe.
Ha.
Eso le enseñará a no meterse conmigo.
Y me cuentan cuentos falsos y me hacen preguntas inapropiadas, y me llaman
buena chica aburrida.
Cuando me doy la vuelta para ponerme más ropa, juro que le oigo murmurar:
—Maldito Titanic. La puerta era lo suficientemente grande para dos.

239
Q
uién: Bubblegum
Dónde: El dormitorio del segundo piso de la casa de carruajes de
la finca Davidson.
Cuándo: 22:40; una noche después de la noche de cine con Reign

Querido Bandido,
Me cubriste con una manta.
Cuando dejaste mi habitación la otra noche después de ver no una
sino dos películas.
Bueno, en parte.
Empezamos con Titanic y, como ya les había dicho, acabé llorando.
A ratos durante toda la película. Y como buen exmejor amigo de un
exnovio, me diste pañuelos de papel. Pero supongo que en un momento 240
dado te cansaste de pasarme los pañuelos y en realidad me ofreciste tu
camiseta.
En realidad, no.
Como que no te quitaste la camiseta y me la ofreciste, no.
Pusiste tu gran mano en un lado de mi cabeza e hiciste que me
apoyara en el apretado globo de tu hombro. Así pude llorar sobre él y
empapar la tela de tu camiseta después de todo.
No dijiste ni una palabra. Ni siquiera me miraste. Simplemente
mantuviste los ojos en la pantalla, la mandíbula apretada, y atrajiste mi
cabeza hacia tu cuerpo con tu mano cálida y fuerte, y automáticamente
supe qué hacer. Acurrucarme contra ti.
Fue muy chocante.
En realidad, lo que más me chocó fue que no me chocara llorar en tu
hombro. El hecho de que se sintiera tan natural.
Ver una película contigo.
De todos modos, cuando Jack se había hundido en el fondo del océano
a pesar de que la puerta era lo suficientemente grande, cargué Orgullo y
Prejuicio en mi portátil. No dijiste nada y no quité la cabeza de tu hombro.
Pero, por supuesto, me quedé dormida en medio de ella y lo siguiente
que supe es que ya era de día. Y estaba bajo las sábanas, con la cabeza en
la almohada y no en tu hombro musculoso y perfumado de verano. Lo que
significa que debiste ponerla ahí, ponerme ahí antes de irte.
Volver a poner todo en su sitio.
Como era antes de que entraras.
Y ahora te conozco lo suficiente para saber que lo hiciste para
protegerme.
Porque eres así.
Te guste o no.
Y esto es lo que soy: una buena chica.
Y te guste o no, yo también te protegeré. 241
~Echo.
T
res días después, estoy al borde de otra fiesta.
Sucede en el mismo lugar que la última fiesta, en el bosque. Y
probablemente asista el mismo grupo de gente. Creo que no hace falta
decir que no me gustan las fiestas. En absoluto. Nunca me gustaron, ni
siquiera cuando iba a ellas con Lucas. Pero era mi novio y quería hacerlo feliz, así que
iba. Y el hecho de que ésta sea como mi tercera fiesta en sólo diez días o así, hace que
las odie aún más.
El único consuelo es que está aquí conmigo.
El exmejor amigo de mi exnovio.
Nos situamos al borde de la conmoción, observando la escena.
O más bien está observando la escena, yo estoy perdida en mis pensamientos.
Pienso en que es la primera vez que le veo después de la noche de cine, y que
ni siquiera le he dado las gracias por arreglar mi habitación y a mí. Desviando la
mirada de la fiesta a la que de todas formas no estaba prestando atención, lo miro a
mi lado. 242
—Gracias.
Me mira de reojo, con el ceño fruncido.
Sus hematomas se han calmado un poco más, lo cual es bueno.
Lo mejor es que no tiene ninguno nuevo.
Lo que significa que no ha estado en ninguna pelea últimamente. Todavía es un
misterio para mí por qué estaba en la primera, pero estoy feliz de todos modos.
—Por lo de la otra noche —le explico, cuando lo único que hace es mirarme
como si me hubiera vuelto loca—. Por... meterme bajo las sábanas. Y ya sabes,
guardar mi portátil y mis cosas antes de que te fueras.
No veo dónde está la confusión ahora que lo he explicado todo.
O si es, de hecho, confusión lo que le hace fruncirme el ceño todavía.
—Sólo digo. —Continúo—. Porque no lo había hecho. No lo había hecho,
Agradecerte, quiero decir. —Entonces—, La siguiente línea es tuya. Y se supone que
es “de nada”.
Al oír esto, se vuelve hacia mí con un agudo suspiro.
—¿Has escuchado algo de lo que acabo de decir?
—¿Qué? —Entonces me doy cuenta—. ¡Oh! Lo siento. Estabas diciendo algo.
Lo estaba.
Mierda.
Mientras observaba la escena, me decía algo. Y me avergüenza decir que no
entendí nada. Me quedé totalmente en blanco.
Voy a disculparme, pero murmura una palabrota antes de decir:
—Ahora quiero que prestes atención, ¿bien?
—Bien. Lo siento.
—Tengo a alguien —empieza bruscamente, haciéndome saber que mi
interrupción no le ha gustado nada—, cuidándole ahora mismo. Lo que significa que
está sobrio como antes. Pero esta vez también está solo. Y va a seguir así. Me
aseguraré de ello. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
Asiento.
Porque lo entiendo. Está diciendo que no sólo ha pagado a alguien -otra vez-
para que cuide de Lucas, sino que también se va a asegurar de que no llegue ninguna
chica al lugar.
¿No es así?
—Nadie te va a molestar esta vez. —Continúa, dándome la razón, sus rasgos
ondulan con la rabia residual de mi parte, de la otra noche—. Vas a hablar y él va a 243
tener que escuchar. Aunque tenga que atarlo a un árbol para que eso ocurra. —Luego,
murmurando para sí mismo—: En realidad, tal vez debería de todos modos. Las cosas
habrían sido mucho más fáciles si lo hubiera hecho.
—¿Cómo se hicieron amigos, Lucas y tú?
Dado que ahora es todo negocios y odiaba que me distrajera antes, no era una
pregunta acertada.
Pero como ya he dicho, hay mucho que descubrir sobre él.
Hay tanto que aprender, y ahora no puedo contenerme.
Tengo que saberlo.
Todo.
Por supuesto, eso no significa que me lo vaya a decir.
Pero luego lo hace.
—En el patio del colegio.
Mis ojos se agrandan ante este bocado de información que me ha lanzado.
—Era nuevo y por eso algunos chicos se metían con él —termina.
—¿Y?
—Y entonces me metí con ellos. Como en, literalmente, los recogí y los arrojé.
—Mierda.
—Yo era un niño grande. —Se encoge de hombros—. También ayudó un poco
que ya me tenían miedo.
No creo que sea posible que mis ojos se abran más, pero lo hacen.
Totalmente, porque.
Porque sí.
—Le has salvado —susurro por encima del fuerte tamborileo de mi corazón.
Sus rasgos se arrugan con algo parecido al asco.
—Joder, no. Yo también fui un matón. Sólo que mis objetivos eran otros matones
que se metían con alguien más pequeño que ellos. Pero es lo mismo.
Sacudo la cabeza.
—Creo que lo salvaste totalmente.
Suspira bruscamente.
—Sí, y mi recompensa fue una suspensión de una semana.
—Lo salvaste.
—Porque antecedentes de violencia. No era la primera vez que salvaba a
alguien así. 244
—Salvado —insisto—. A él.
Cierra los ojos como si no pudiera soportarlo más.
—Oh, Jesús.
—He cambiado de opinión —le digo.
Abre los ojos de golpe.
—¿Sobre qué?
—Tú no eres el bandido.
—¿Qué?
—Eres Robin Hood.
Abre y cierra la boca de felpa, como si quisiera decir algo pero no pudiera.
Supongo que piensa que soy demasiado ridícula para las palabras.
Pero no pasa nada.
No me importa.
Porque sé que no lo soy.
Soy muy, muy poco ridícula cuando digo:
—De los matones. Porque tú eres el matón que salva a los niños de otros
matones. Así que eres el matón que intimida a otros matones.
—Sí, muy poético y un puto bocado —suelta, contrariado—. ¿Podemos por
favor, por el puto amor de Dios, cortar el drama ahora?
—Es poético —digo, asintiendo—. Y un trabalenguas. También lo es “exmejor
amigo de exnovio”, pero eso no significa que no sea verdad. Además no puedo cortar
el drama. Soy escritora.
Su pecho se mueve bruscamente, en una respiración agitada.
—Mira...
—Y puede que a veces los chicos malos tampoco puedan evitarlo. Salvar a la
gente.
Sus ojos se entrecierran y sonrío.
Aunque tiene razón.
Es hora de cortar por lo sano y cambiar de marcha.
—¿Me estarás vigilando entonces? —pregunto—. Con él.
Inmediatamente, se le va la cara de disgusto y contesta:
—Sí.
Como si nunca se le hubiera ocurrido no hacerlo. 245
Ni por un segundo.
Y probablemente no lo hizo.
—Todo el tiempo, ¿verdad?
Parezco necesitada. Ya lo sé.
En cualquier otra circunstancia o con cualquier otra persona, me sentiría
avergonzada.
Pero no con él.
No cuando asiente con determinación, incluso más rápido que su respuesta
anterior.
Yo también asiento.
—Bien, supongo que ahora iré a buscarle.
Pero antes de irme, le doy esto, esta última cosa.
Que instintivamente sé que quiere.
—Es azúcar de sandía.
Sus ojos se posan en mi boca porque ya sabe de qué estoy hablando. Que le
estoy diciendo el nombre de mi labial.
Mantiene la mirada durante un rato.
Como para memorizar el tono, diferente del Desert Rose, que llevé la última
vez. Este es un tono rosa más brillante con algo de rojo mezclado.
Cuando termina, da un paso atrás.
Como hizo la otra noche, poniéndose en un segundo plano para que yo pudiera
centrarme en su mejor amigo.
Y así es.
Voy en busca de Lucas.
Y mientras camino, le digo a mi corazón que deje de latir por Reign cuando voy
a ver a su mejor amigo. Le digo a mi mente que se centre en la tarea que tengo entre
manos y no en el hecho de que una vez salvó a Lucas.
Para cuando veo a Lucas, he conseguido controlar todos mis pensamientos.
Como ha dicho Reign, Lucas está solo excepto por un tipo que está con él, y
ambos están como acurrucados al borde de la fiesta, en una zona apartada. Pero
cuando me ven llegar, el tipo se va y Lucas se queda allí, con los ojos clavados en mí.
—Hola —le digo, acercándome a él.
—Estás aquí.
—He venido a verte. 246
—¿Otra disculpa?
—No.
—Bien.
—La última vez no fue muy bien.
Sus labios se crispan ante mi taciturna afirmación.
—No, no fue así.
Un movimiento muy sutil pero mi corazón salta en mi pecho.
—Así que me preguntaba... —Me retuerzo las manos, debatiendo cómo
expresarlo mejor—. Probablemente soy la última persona a la que quieres ver ahora,
pero me preguntaba si podríamos... ¿hablar? Sé que estás pasando por un momento
difícil y no... no tienes que hablar de eso si no quieres. Probablemente no quieras y...
podemos hablar de otra cosa, cualquier cosa, ¿ponernos al día? —Dios, eso suena
horrible, ponernos al día, como si todo lo que hubiéramos sido fueran amigos lejanos
y nada más—. O ya sabes, lo que sea.
Espero a que me rechace.
Esto es aún peor que la disculpa que le había dado la otra noche.
Mejor me doy la vuelta y vuelvo.
Pero da la casualidad de que no tengo que hacerlo porque él dice:
—De acuerdo.
—¿Qué?
Recorre mis facciones con la mirada.
—Hablemos.
Mi corazón vuelve a saltar en mi pecho.
—Oh, eh, bien. —Entonces sonrío vacilante—. Bien, yo...
—Bonito vestido —me interrumpe, sus ojos azules recorren mi cuerpo de arriba
abajo.
—Gracias —digo, intentando sentirme relajada ahora que estamos hablando—
. Es tu color favorito.
—Y por eso te lo pusiste.
El hecho de que lo sepa me hace sonrojar.
Aunque no es que fuera difícil de adivinar. Que me he puesto este color por él
o que mi cabello me enmarca la cara porque a él le gusta así.
Lo que me hace darme cuenta de algo super obvio.
En los dos años que salí con él, vestí mucho de azul. Me vestía de azul más que 247
de rosa, que es mi color favorito. Incluso cuando salía con mis amigas, llevaba su color
favorito. Y llevaba el cabello suelto, aunque siempre he preferido las trenzas.
Sabía que lo hacía todo para hacerle feliz. Era mi novio y quería dárselo todo.
Así que vestía del color que a él le gustaba; escuchaba la música que él elegía; no
hablaba de la Universidad de Nueva York, a pesar de que siempre había sido la
universidad de mis sueños; ni del libro que estaba leyendo en ese momento, porque
al principio, cuando empezamos a salir, me dijo que los libros le dormían y que
prefería el deporte.
Nunca hice nada que pudiera traer conflictos entre nosotros.
Excepto esa noche.
Cuando dije que no.
Por qué estoy pensando en esto ahora mismo o por qué me parece una
revelación tan grande, no lo sé, pero así es y así es.
—Y por eso llevas el cabello así —dice, inclinando la barbilla hacia arriba.
—Yo... yo...
—¿Qué quieres, Echo?
Su brusca pregunta me hace dar un respingo.
—¿Qué?
—Quieres algo, ¿verdad? —dice, con ojos y tono inescrutables—. Y antes de
que digas que quieres disculparte o ponerte al día, voy a detenerte y decirte que no
te creo.
—Yo...
Espera a que responda, pero soy demasiado gallina para decir nada.
—¿Tú qué?
Conozco la respuesta a su pregunta.
Desde que volvió a la ciudad no he pensado en otra cosa que en la respuesta a
su pregunta. Pero, ¿cómo expresarlo con palabras? ¿Cómo le dices, oye, quiero que
dejes de joder tu vida y también que perdones a tu mejor amigo, que siempre ha sido
como un hermano para ti, y que volvamos a estar juntos, de una forma agradable y con
tacto?
—¿Me has echado de menos, Echo? —me pregunta mientras sigo en silencio y
pensando.
Y me agarro a ese salvavidas como si me estuviera muriendo de verdad.
—Sí. Dios, sí. Lo hice.
Da un paso hacia mí. 248
—Yo también.
Mi corazón tamborilea en mi pecho con su cercanía.
—¿Lo hiciste?
Sigue acercándose.
—Lo hice, sí. Te quería, ¿verdad?
Te quería.
Tiempo pasado.
Porque tiré ese amor como si no significara nada. Yo hice que eso sucediera y
por eso reprimo el escozor que siento por eso, la tristeza.
—Yo también te quería. Tanto —le digo, intentando inyectar en mi voz todas las
emociones que siento.
Me mira fijamente a los ojos, con los labios entreabiertos, el pecho moviéndose
con respiraciones lentas pero largas.
—Creo que tengo una idea.
—¿Sobre qué?
Sus labios se inclinan hacia arriba, pero no hay humor en su sonrisa.
—Teniendo en cuenta cómo apareces constantemente donde voy, toda
arreglada y guapa. Dado lo desesperada que pareces ahora, por hablar, por estar a
mi lado en mis momentos difíciles, sólo hay una cosa que podrías querer, ¿no? —
Antes de que pueda decir nada, dice—: Me quieres a mí.
Ha dado en el clavo y me estremezco.
—Yo...
—¿No es así?
Me sonrojo tanto y me tiembla tanto la boca que no puedo contestarle.
—Yo... yo sólo...
Luego se adelanta y me pasa un dedo por la mejilla.
—Tengo que decir que es agradable verte haciendo todo el trabajo esta vez.
Me sobresalto de nuevo.
—Lucas, yo...
—Además —sigue como si no quisiera oír lo que tengo que decir—, es justo,
¿no? Viendo cómo hice todo el trabajo la última vez. Persiguiéndote, corriendo detrás
de ti. Mientras que todo lo que hiciste fue engañarme. Todo lo que hiciste fue
mantenerme encadenado.
—Yo no... no te he engañado. 249
—Probablemente tenemos diferentes definiciones de encadenamiento
entonces.
—Yo no...
—Cuando digo encadenar, Echo, quiero decir —aprieta la mandíbula—, que
no llegué a follarte.
Mis ojos se amplían ante su tono severo y despectivo.
—¿Qué?
—Por todo el trabajo que hice por ti, por todo lo que tuve que pasar, ni siquiera
tuviste la decencia de abrirme esas piernas.
—Lucas, tú...
Sus ojos se vuelven duros.
—No tuviste la decencia de darme lo que me pertenecía. Por derecho —se
burla—. Pero qué egoísta tienes que ser, que salimos durante dos putos años y ni una
sola vez pensaste en mí. Ni una sola vez pensaste por lo que debía estar pasando.
Mi corazón golpea dentro de mi pecho.
Bueno, tal vez dos cosas.
Hubo dos cosas en las que le dije que no.
Su anillo en mi decimosexto cumpleaños y esto.
Llevar las cosas más allá de besarse y enrollarse.
Y Dios, qué mal momento para darme cuenta de que la razón por la que era una
novia tan flexible era porque no le dejaba llevar las cosas más allá. Porque lo hice
esperar y entonces hice todo para complacerlo en otras áreas.
Pero no es el momento de revelaciones y epifanías.
Doy un paso hacia él.
—Lucas, no fue así. No fue...
—Ya que nos estamos poniendo al día, déjame que te ponga al día sobre el
hecho de qué era para mí, sin embargo —dice, con los ojos duros—. Podría haberlo
hecho yo, ¿sabes? Podría haberlo sacado de otro sitio. Lo que no recibía de ti, y con
lo ingenua que eras, nunca habrías sido capaz de entenderlo. Y la verdad de Dios,
estuve tentado. Estuve tan jodidamente tentado, tantas jodidas veces.
—Lucas…
—Pero lo mantuve en mis pantalones. Me lo guardé, joder.
Me estremezco de nuevo.
—Yo...
—Pero en vez de eso me apuñalaste por la espalda.
Mi madre había dicho lo mismo y ese mismo dolor me recorre el cuerpo cuando 250
Lucas también lo dice.
El mismo dolor. El mismo dolor.
La misma vergüenza.
—Así que las cosas van a cambiar ahora —prosigue.
—¿Qué?
Me mira fijamente durante unos segundos.
—Quieres que vuelva y estoy dispuesto a trabajar contigo. Pero necesito algo
a cambio.
—¿A cambio?
—Sí. —Me hace un gesto con la barbilla—. Esa cosa entre tus piernas.
—¿Qué?
Sonríe.
—Abres esas piernas para mí y soy tuyo.
Doy un paso atrás.
—Lucas…
—No debería ser difícil, ¿verdad? Besaste a mi mejor amigo como la zorra
traicionera que eres. Sabiendo lo que haría a nuestra relación, sabiendo que estabas
arruinando todo. Esto debería ser pan comido para una zorra como tú.
Las lágrimas corren por mis mejillas.
—Lucas, por favor.
—Me dejas follarte como la zorra que eres —dice, su voz baja y despectiva—.
Y soy todo tuyo, nena.
Se me escapa un pequeño sollozo.
—Lo siento mucho, Lucas. Yo...
—Por muy bonitas que sean tus disculpas, no me interesan —dice, fríamente—
. Y si todo lo que vas a hacer es llorar delante de mí, entonces creo que hemos
terminado aquí. Porque tengo ganas de follar y me estás matando la erección.
Y luego se va.
Se aleja y no sé qué hacer.
No sé cómo detenerlo. Qué decirle para que deje de odiarme.
Qué hacer para arreglarlo todo.
Y yo sólo...
Sólo quiero a Reign ahora.
Y es como por arte de magia, por esa extraña telepatía que tenemos, aparece 251
delante de mí.
Como hizo la otra noche cuando quise que estuviera cerca.
—¿Qué mie...? —dice, asimilando mis lágrimas—. ¿Qué mierda ha pasado?
Miro fijamente su rostro borroso.
—Él...
Su mandíbula se aprieta.
—¿Qué mierda ha hecho? ¿Qué mierda te ha dicho?
—N-nada. Él...
Respirando agitadamente, se mueve sobre sus pies.
—Voy a matarle, joder.
Cuando parece que va a ir en busca de Lucas y probablemente le haga lo
mismo que a Brad, le agarro de la camiseta.
Empuño la tela y sacudo la cabeza.
—No, no lo harás.
Eso no le gusta y queda claro en su cara furiosa.
—Echo, joder...
—Me odia. Me odia de verdad.
¿Y por qué no iba a hacerlo?
Fui una mala novia. Nunca me había dado cuenta hasta ahora.
Quiero decir, sabía que lo que había hecho estaba mal.
Pero esta noche, pude ver mi relación con Lucas bajo una luz diferente. En una
nueva y horrible luz. Donde nunca le di todo de mí. Donde todo lo que hice fue tomar,
hacerlo esperar y esperar y luego apuñalarlo por la espalda.
¿Por qué querría volver conmigo?
¿Por qué querría tener algo que ver conmigo?
—No lo hace.
—Nunca tuve la oportunidad —le digo, hipando—. Nunca tuve la oportunidad
de arreglar nada porque... lo rompí todo de mala manera. Estaba tan...
—¿Tan qué?
Ríos de lágrimas corren por mis mejillas.
—Enfadado. Estaba tan enfadado, Reign. Y no sé qué podría hacer para que me
perdonara. Para conseguir que se detuviera. Para que volviera contigo.
Porque de alguna manera, en este momento, eso es lo único que importa.
Para salvar su amistad. 252
La que empezó en aquel patio de recreo hace tantos años.
Se le escapa un gruñido.
—Te lo dije, ¿no? No tienes que preocuparte por mí. No necesitas...
No le doy la oportunidad de decir lo que sea que iba a decir porque me muevo.
Sin pensarlo, rodeé su cuerpo cálido y fuerte con los brazos y lo abracé.
Aprieto mi mejilla contra su pecho duro pero reconfortante y empapo su
camiseta con mis lágrimas calientes.
No espero que haga nada.
No espero que me devuelva el abrazo. Probablemente piense que estoy siendo
demasiado dramática. Probablemente ni siquiera le guste, aunque la otra noche me
dejó llorar sobre él.
Pero hace algo.
Después de varios segundos de estar rígido y tenso mientras respiraba
agitadamente, deja que sus músculos se relajen un poco. Y entonces, en el giro más
asombroso de los acontecimientos, levanta los brazos y los envuelve alrededor de mi
cuerpo.
Entonces por fin respiro.
Una respiración con hipo, entre lágrimas, pero una respiración al fin y al cabo.
Mientras me entierro en su pecho.
Me escondo en su cuerpo y él me deja. De hecho, él mismo hace que suceda
cuando me agarra con más fuerza y pone su gran mano en mi nuca para apretar aún
más mi mejilla contra su cuerpo.
Y Dios, se siente tan bien.
Siento que podría dormir así, apretada contra su cuerpo de verano.
Lloriqueando, susurro:
—Por favor, llévame a casa. Quiero ir a casa.
No dice nada, pero siento que exhala un suspiro y asiente, y cierro los ojos
aliviada.

253
El Bandido

—T
ú —le ladro a la chica desnuda que monta a Lucas en cuanto
irrumpo en su dormitorio—, bájate de él y lárgate.
Le tiro la ropa para que quede claro.
Bueno, asumo que es su ropa porque la acabo de recoger del suelo. Pero quién
mierda sabe con la puerta giratoria que tiene mi mejor amigo.
Pero me importa una mierda.
Siempre y cuando haga lo que yo quiero.
Pero primero tiene que dejar de gritar y agitarse al verme.
—Oye —le chasqueo los dedos para que se calle—, escucha, ¿puedes cerrar la
puta boca, bien? Nadie va a hacerte daño. Sólo vete.
Milagrosamente, me hace caso y se calla, aunque sus ojos están temerosos.
Luego recoge la ropa que le he tirado y sale corriendo de la habitación, 254
probablemente avergonzada.
No debería.
No estoy aquí por ella y no es como si no hubiera visto una chica desnuda
montando una polla antes.
Lo he hecho, y últimamente siempre parece ser la polla de mi mejor amigo.
Que parece molesto porque interrumpí su coito.
Se arrastra hasta la cama y se sube los pantalones para cubrirse.
Bien.
Aunque no me opongo a apretarle el cuello mientras su polla cuelga al viento,
agradezco la cortesía de que aparte su puto órgano flácido de mi vista.
Y al segundo siguiente, lo estoy inmovilizando contra la pared.
Cuando abre la boca para decir algo, le aprieto la muñeca en el cuello para
que se calle.
—La hiciste llorar.
Le aprieto el cuello con tal violencia que empieza a hacer ruidos de ahogo y a
arañarme la muñeca.
Pero soy más fuerte que él.
Siempre lo fui y siempre lo seré.
Y me hago aún más fuerte en este momento con mi rabia.
Pesa más que mi culpa en este momento; mi modus operandi habitual estos dos
últimos años.
—La has hecho llorar, joder —le gruño.
Sigo sin dejarle hablar.
Sigo manteniendo ese fuerte control sobre él.
—Te dije que pararas, ¿recuerdas? Te dije que frenaras o te pasarías de la raya.
—Continúo, poniéndome rojo—. Adivina qué, esa línea era esta noche. Y la has
cruzado, joder.
De algún modo, encuentro dentro de mí la forma de aflojar un poco el agarre y
dejarle respirar.
—Suéltame. —Jadea.
—No —muerdo—. No hasta que te haga entender algo muy importante, maldito
testarudo.
Sus ojos están furiosos y apuesto a que los míos también.
Pero él no sabe el nivel de rabia que tengo ahora mismo, su profundidad, su
amplitud, su altura. 255
Porque si lo hiciera, perdería esa mirada y se acobardaría a mis pies.
—Vas a perderla —le digo—. Para siempre. Para... joder... siempre. —No
puedo evitar apretarle la garganta en cada pausa allí atrás—. Ella lo está intentando,
¿lo entiendes? Ella está tratando de hacer las paces. Está intentando decirte que se
preocupa por ti. Que todavía te quiere y que haría cualquier cosa por volver contigo.
No le importa que te hayas convertido en un pedazo de mierda inútil que sólo es capaz
de hacerle daño. Eso no le importa. Lo único que le importa es que te quiere y que
cometió un error. Porque eres tan perfecto, ¿no? Tan jodidamente perfecto que ni
siquiera te das cuenta de lo que estás tirando.
Su respiración es aguda y profunda y aprieta la mandíbula con tanta fuerza que
parece que se está haciendo mucho daño.
Bien.
Estupendo.
Me ahorra la molestia de romperle la puta cara.
—Así que tienes que superar tus celos y ver realmente lo que tienes delante.
Tienes que sacar la cabeza de tu puto culo apestoso y arrastrarte. ¿Entiendes? Te
arrastras a sus pies como si tu vida dependiera de ello. Lames sus pies, ¿sí? Lames el
puto suelo que pisa. Le lames la maldita tierra. Trátala como el precioso e invaluable
regalo que es o te mataré. Voy a ahogar la vida de ti y ni siquiera estoy bromeando.
Así que ponte las pilas. Ahora mismo, joder.
Sigo sujetándole la garganta unos segundos más.
Para que me entiendas.
Sólo para asegurarme de que lo entendía.
Cuando parece que lo hace o al menos eso creo, lo suelto.
Doy un paso atrás y lo veo desplomarse contra la pared.
Entonces saco mi teléfono y le envío un mensaje.
Sentado en la mesilla de noche, a su lado, se enciende su teléfono y frunce el
ceño.
—Ese es su número —le digo y vuelve a centrarse en mí—. Vas a llamarla y vas
a decirle que lo sientes. Y luego vas a prometerle que no volverás a hacer lo que has
hecho esta noche. Y Lucas —me acerco a él de nuevo, mirándole a los ojos—, si no lo
haces, no te dejaré de mi pie como lo estoy haciendo esta noche.
Entonces me doy la vuelta, con intención de marcharme.
Pero sólo llego a la puerta cuando me dice:
—Sí, porque siempre has sido mucho más fuerte que yo.
Hay una amargura en su tono que no había oído antes y me doy la vuelta con la
mano en el pomo.
256
Ahora se ha alejado de la pared y jadea mientras dice:
—Lo sabía.
—¿Saber qué?
—Que la querías.
—¿Qué?
Se limpia la boca con el dorso de la mano.
—Antes de que me lo dijeras.
Entonces me congelo.
Mis dedos agarrando con fuerza el pomo. Mi corazón golpeando en mi pecho.
Se ríe ante mi reacción.
—Sé que pensabas que eras muy sutil. Pero no lo fuiste.
Mi agarre del pomo de la puerta se tensa aún más.
Y ladea la cabeza.
—Lo he sabido desde el primer momento. Desde la primera noche que la vi en
el bosque. Pude ver lo enamorado que estabas de ella. Lo jodidamente enamorado
que estabas de ella. No te culpaba. Había algo en ella que la hacía irresistible. Ella
tenía ese efecto en mí también. Y pensé que vendrías a mí para contármelo. Tal vez
incluso decirme que retrocediera cuando te dije que me gustaba. Pero nunca lo
hiciste. Nunca dijiste una puta palabra. Nunca dijiste que era tuya. En vez de eso, te
esforzaste en ser un imbécil con ella. Prácticamente la empujaste hacia mí. Lo que fue
bastante gracioso cuando lo piensas. Todas las veces que tuve que decirte que te
apartaras, que te comportaras. —Se ríe de nuevo—. Admito que lo hice para
divertirme más que nada, y tal vez eso me hace un mal amigo. Porque mientras tú lo
hacías todo por nuestra amistad, yo te dejaba. Pero yo la quería a ella.
Esperaba que sus palabras provocaran un rugido en mí.
Un torrente en mis oídos. Un tamborileo en mi pecho.
Pero no hay nada.
Lo único que hay es un silencio sepulcral mientras le escucho.
Mientras absorbo cada palabra que está diciendo en mi torrente sanguíneo.
—La deseaba como nunca había deseado nada en toda mi mierda de vida —
dice, con la mirada clavada en mí, los ojos duros, calculadores—. Y mi vida era una
mierda. Lo sabes, ¿verdad? Siempre lo ha sido. Y por eso pensé que me la debía. Me
la merecía por toda la mierda que pasé mientras crecía. Por no mencionar, que ambos
sabemos que no eres un buen partido de todos modos. Sí, eres rico y guapo y toda
esa mierda que toda chica quiere. Pero no eres exactamente el tipo de chico que una
chica puede llevar a casa de sus padres, ¿verdad? Ambos sabemos que no eres el 257
tipo de chico que podría hacer feliz a una chica como Echo. No lo tienes en ti. No estás
hecho para eso. Pero yo podría. Podría hacerla feliz. Podría darle amor y compromiso
y ser la clase de novio que ella merece. Así que no iba a renunciar a ella. No iba a
entregártela cuando sabía que yo era claramente la mejor opción. Cuando ni siquiera
luchaste por ella.
»Así que sí, lo supe desde el principio. Lo mucho que la querías. Y la tomé de
todos modos. Y entonces ella se enamoró de mí y por primera vez en mi vida dejada
de la mano de Dios, tuve algo bueno. Tenía algo propio. Incluso el fútbol no era mío.
Te acuerdas de eso, ¿verdad? Cómo me intimidaban, mis compañeros de equipo.
Porque era pequeño. No les importaba mi talento. No les importaba que pudiera jugar
tan bien como cualquiera de ellos. Que incluso podía jugar mejor que ellos. No les
importaba nada de eso hasta que llegaste tú. Hasta que hiciste saber que yo era tu
amigo. Así que sí, no tenía nada mío, excepto a ella. Aunque la empujaste hacia mí,
hice que me amara. Hice que se enamorara de mí. Incluso conseguí gustarle a sus
padres.
»Pero entonces, tuviste que ir y quitarme eso. Tenías que hacer que todo girara
en torno a ti, ¿no? Tenías que apuñalarme por la puta espalda porque cómo no ibas a
hacerlo. Porque eso es lo que eres, ¿no? Eso es todo de lo que eres capaz. Traicionar
a la gente, joderla. Decepcionarlos.
La llamo reina del drama.
Pero no creo estar siendo dramático cuando digo que siento como si algo
hubiera muerto dentro de mí.
No estoy siendo jodidamente dramático cuando digo que tengo pena.
En lo profundo de mi pecho, de mis entrañas.
Y que en los últimos minutos que estuvo hablando, he pasado por las cinco
etapas.
Negación, ira, negociación, depresión, aceptación.
Negar que lo que quería ocultarle, aquello por lo que me torturaba, es algo que
él ya sabía. ¿Y cómo es posible?
Está mintiendo. Tiene que estarlo.
Pero, por desgracia, no lo está.
Entonces la ira que él conocía mientras yo ardía en mi propio infierno. Cuando
yo anhelaba y suspiraba y me odiaba por ello, él me lo permitía.
Negociando que daría cualquier cosa por volver, por no entrar en esta
habitación. Para no quedarme aquí y escucharle decir todas las cosas que acabaron
con nuestra amistad.
Porque lo hizo.
La mató.
Depresión porque el único amigo que he tenido está muerto y no hay forma de
258
que podamos volver. No hay forma de que pueda recuperar a mi mejor amigo.
No es que pensara que podría -no después de toda mi confesión sobre algo que
él ya sabía- pero aun así. Ahora incluso la más mínima esperanza ha muerto.
Y finalmente la aceptación de que lo que acaba de decir es cierto.
La empujé hacia él y lo hice por nuestra amistad. Porque creía que se la
merecía. Se merecía cosas buenas después de la vida que había tenido. Y sí, yo he
tenido más o menos la misma vida pero él es mejor hombre que yo.
Tiene más que ofrecer que yo.
Definitivamente no soy el tipo de chico que una chica lleva a casa de sus
padres. Nunca quise serlo y nunca lo seré. No sé nada sobre el amor, el compromiso
y lo que mierda sea sobre lo que hacen películas. Del tipo que a ella le gusta ver y
llorar. Nunca entendí la pasión y el romanticismo de los que se habla en los libros.
Del tipo que a ella le gusta leer y que algún día escribirá.
Todo lo que sé es cómo ser una decepción.
Para eso me he entrenado y eso es lo que soy.
Además, todo esto es una mierda de todos modos, ¿no?
Porque está enamorada de él. Y tomó la decisión correcta, eligiéndolo a él.
Así que nada ha cambiado realmente.
Bueno, excepto la parte de la amistad muerta.
De pie en la puerta, con los dedos agarrando el pomo con fuerza, digo:
—Gran historia. Me gustó especialmente la parte de cómo nuestra amistad de
años se ha ido por el retrete.
—Oye, tú lo hiciste primero cuando besaste a mi novia.
—Sí, ¿pero entonces no me has explicado ya cómo no habría sido tu novia si yo
no la hubiera empujado hacia ti? —Le miro a los ojos mientras continúo—: Porque los
dos sabemos que si yo hubiera ido por ella, tú no habrías tenido ninguna oportunidad.
Así que tal vez aún quede un poco de rabia de mi maldito proceso de duelo.
El odio brilla en sus ojos durante un segundo antes de decir:
—Sabes qué, creo que voy a llamarla después de todo. Y luego voy a pedirle
que tome una decisión.
He cambiado de opinión.
Tal vez le rompa las piernas y lo deje en el suelo antes de irme.
—Entre tú y yo.
Quiero decir cosas pero no le daré la satisfacción.
No conseguirá nada de mí después de esta noche. 259
Así que guardo silencio.
—¿Y a quién crees que va a elegir? Al amor de su vida o al tipo que la enferma
de odio.
Le echo una última mirada a él y a su cara sonriente antes de marcharme.
Cuando llego a mi moto, marco el número de Ledger. Lo toma incluso antes de
que suene el primer timbre. Significa que está tan colocado como yo.
Para joder a alguien.
Bien.
Me ofrezco voluntario.
—Hola —dice, con voz alerta.
—Nos vemos en Yo Mama's en veinte minutos.
—Joder, sí.
Sé que a Homer no le gustará, más moretones. Ya estuvo a punto de cagarse
cuando aparecí con aspecto de atropellado en mi primer día en su oficina, pero va a
tener que aguantarse.
Tengo un cadáver que enterrar.
A
currucada junto a la ventana enrejada de mi dormitorio, escribo en mi
diario.
O intento.
Pero no vendrán palabras y tampoco el sueño.
Pero entonces se enciende mi teléfono con una llamada y me despierto
sobresaltada.
Como si saliera de un trance.
En lugar del nombre “Bossman” parpadeando como esperaba, es un número.
Lo tengo memorizado. Sé a quién pertenece.
Y mi corazón empieza a latir tan fuerte que me sorprende que el vigilante
veinticuatro horas acampado en la recepción no irrumpa en mi habitación para ver a
qué viene tanto jaleo.
Con dedos temblorosos, acepto la llamada y me pongo el teléfono en la oreja.
—¿Lucas? 260
—Hola —me saluda.
—Qué... me estás llamando —digo.
—Supuse que debería.
—¿Cómo...? ¿Cómo conseguiste este número? Nadie tiene este número. Nadie
lo sabe...
Oh.
Alguien tiene este número.
Él.
Es la única persona que lo tiene y se lo dio a Lucas. ¿No es así?
Le dio mi número a Lucas para que llamara.
Y no tengo que preguntarme por sus intenciones; ya lo sé.
Lo hizo para ayudarme. Lo hizo para ayudar a Lucas.
Para ayudar a unirnos.
—Te he estado llamando todo el día —dice entonces Lucas.
—Uh, mi teléfono... —Me lamo los labios—. Lo mantengo apagado. No se nos
permiten teléfonos en St. Mary’s.
Se queda en silencio un segundo antes de decir, desinteresadamente:
—Bien. De acuerdo. En fin.
Y tengo que admitir que su desinterés por mis asuntos me irrita un poco.
Pero no pasa nada.
Hay otras cosas de las que preocuparse aparte de que mi exnovio no se
interese por mi reformatorio.
—Escucha, sobre lo de anoche —empieza Lucas—, no debería haber dicho
esas cosas. Llevé las cosas demasiado lejos.
Me rodeo el abdomen con el brazo y susurro:
—Estabas enfadado.
Suspira.
—Lo estaba.
Me muerdo el labio.
—Por todo lo que pasó.
—Sí. Yo... —Se le va la voz y me meto los dedos en la cintura, esperando a que
hable. Entonces—: Me hiciste daño, Echo. Lo que pasó me hizo daño. Y desde
entonces estoy enfadado contigo. No sé por qué estoy más enfadado, si por el hecho
de que huyeras cuando te di el anillo o porque horas después te encontré besando a
261
mi mejor amigo.
Me estremezco.
—Durante mucho tiempo —continúa—, pensé que ambas cosas estaban
relacionadas. Que dijiste que no porque lo hacías a mis espaldas. Que todo el odio
que sentías por él, todas las maneras en que me decías que te ponía enferma eran
mentira. Que estabas tonteando con él y...
—Lucas, no —le corté—. Mi huida, el decirte que no, no tuvo nada que ver con
él. Fui yo. Fue mi extraña obsesión. Yo nunca, nunca, iría a tus espaldas. No con tu
mejor amigo. Con nadie. Y siento mucho que te sintieras así. Que te haya hecho sentir
así. Nunca fue mi intención. Si pudiera volver atrás y deshacer todo el daño que he
hecho, lo haría en un santiamén. Me retractaría de todo lo que hice. Y Lucas, yo... Todo
lo que dijiste anoche... Era verdad. Fui una mala novia. Te hice esperar. Te hice... Y
luego dije que no cuando me propusiste matrimonio...
Y sigue siendo algo que no he podido averiguar ni solucionar.
Todavía me siento atrapada ante la idea de decir que sí.
Y a veces, cuando pienso en volver con él y en que vuelva a hacerme la
pregunta, me quedo paralizada. Me entra el pánico.
No voy a mentir, también empiezo a tener pánico cuando pienso en tener sexo
con él. Como él tan claramente quería ayer.
Qué extraño es eso. Qué injusto para Lucas.
Y eso corre de mi cuenta.
Ese es mi problema.
Miro al techo oscuro y suelto un suspiro. Y con eso, todos mis pensamientos.
—Estos dos últimos años han sido difíciles. Para mí, sin duda. Pero también para
ti. Yo... sé que has cambiado. Quiero decir, lo vi con mis propios ojos. Todas las fiestas
y las chicas. Pero también sé sobre... tus clases, tus notas. Sobre el fútbol. Te
encantaba el fútbol, Lucas. Amas el fútbol. El fútbol es tu vida. Tienes tantos planes.
Tantas cosas que quieres hacer, que siempre quisiste hacer cuando saliste de
Bardstown. Y has trabajado muy duro para ello. Más que la mayoría de la gente. No
puedo... No puedes tirar eso por la borda. No puedes tirar por la borda algo por lo
que has trabajado toda tu vida. Por lo que hice.
Dios, por favor, deja que escuche.
Esto es importante.
Esto es más importante que cualquier otra cosa en este momento. No puede
arruinar su vida por mi culpa. La culpa me comería viva.
—Así que has estado hablando con él —dice.
Y me tenso.
262
No hemos hablado de él, ¿verdad?
No hemos tocado el tema de su exmejor amigo. Al menos no como es debido.
Y definitivamente no sobre todas las cosas que han cambiado ahora, entre él y
yo.
Todos los nuevos avances y descubrimientos que he hecho.
—¿Es tu amigo ahora? —pregunta Lucas entonces.
—Sí —susurro.
Y es tan extraño que lo sea. Que el tipo que solía hacerme odiar es alguien en
quien he llegado a confiar.
Pero lo que es aún más extraño es que se siente como una mentira. Llamándole
amigo.
Para mí es mucho más que un amigo.
Sólo que no sé cómo más podría llamarlo, y si lo supiera, se lo diría a Lucas.
—¿Sí? —El tono de Lucas es duro—. Porque por lo que recuerdo, lo odiabas.
No soportabas verlo. Le destrozaste la habitación. No es que no se lo mereciera, pero
ahora me dices que eres amiga suya. El tipo que besaste por error.
—Sé cómo suena —le digo—. Pero no es así. La única razón por la que
empezamos a hablar fue porque nos importas. Él se preocupa por ti. Se arrepiente de
lo que pasó. Como yo. Cometió un error como yo y está tratando de arreglar las cosas.
Yo también y…
—¿Lo decías en serio? —me corta, no interesado en hablar de su ex mejor
amigo conmigo—. Lo que dijiste anoche.
—¿Qué?
—Que quieres que volvamos juntos.
El corazón me golpea en el pecho.
Slams y slams.
—Mira, tienes razón —me dice cuando lo único que hago es respirar más
rápido de lo normal como una tonta—. Los dos últimos años han sido duros. Lo has
visto casi todo. Y sí, me encanta el fútbol. Y me doy cuenta de que si sigo por este
camino, podría perderlo para siempre. Y por eso estoy dispuesto a... hacer lo que tú
intentas hacer. A arreglar las cosas. Estoy dispuesto a dejar las fiestas, las chicas y
todo lo que eso conlleva, y centrarme en lo importante. El fútbol y tú.
—¿Yo?
—Sí. Porque te extrañé. No mentí sobre eso anoche.
—Yo también —respondo—. Tampoco mentí sobre eso.
Un largo suspiro.
—Así que estoy dispuesto a volver a las cosas como estaban. Entre nosotros. 263
Estoy dispuesto a perdonarte.
Está dispuesto a perdonarme.
Dos años.
Dos largos años he esperado para oír esas palabras. Ni siquiera pensé que
alguna vez las oiría.
Eso y el hecho de que me aceptaría de vuelta.
Pero antes de que pueda reaccionar a esta afirmación, continúa.
—Pero quiero que dejes de hablar con él.
—¿Qué?
—Si vamos a intentar las cosas de nuevo, entonces necesito que cortes todos
los lazos con él. Vas a tener que cortar esa amistad o lo que mierda sea que tengas
con él.
—Pero...
Su suspiro es agudo, casi impaciente.
—Te lo dije, Echo, lo que hiciste me jodió. Y si hay alguna esperanza de que lo
nuestro funcione, tiene que irse.
Mi respiración es frenética.
Mis latidos, mis pensamientos.
Mis palabras también, y ni siquiera sé si él puede entenderme pero aun así
sigo.
—Pero él es tu mejor amigo. Es...
—No lo es —responde con un último tipo de voz—. Ya no somos amigos y nunca
lo seremos.
—Dios, Lucas, no puedes —digo con urgencia, poniéndome de rodillas en la
cama—. No puedes dejar que lo que pasó arruine las cosas entre ustedes dos. No
puedes dejar que yo arruine las cosas. Tienes que creerme cuando te digo que fue un
gran error. Él...
—Tu error, ¿no?
—Sí. Mío. De hecho, Lucas, escucha...
Pero me corta de nuevo antes de que pueda confesarle la verdadera razón de
mi error de aquella noche.
—Por eso mi vida ha cambiado. Mi vida se ha vuelto difícil. Mi vida necesita un
puto arreglo.
—Dios, sí. Y…
—Así es como se arregla. 264
Mis palabras se han secado y todo lo que puedo hacer es jadear y jadear.
—Así es como haces las paces. Lo dejas ir y vuelves a mí. Estoy dispuesto a
olvidar ese beso, Echo. Estoy dispuesto a olvidar que me dijiste que no. De hecho,
estoy dispuesto a olvidar lo jodida que era nuestra relación. Cómo me engañaste. Y
lo hiciste, ¿verdad? Te llamaste a ti misma mala novia.
—Sí.
—Así es como te vuelves bueno. Así es como arreglas todo lo que has hecho.
Pasan segundos en los que lo único que puedo hacer es abrazarme la cintura,
clavarme las uñas en la carne y mantener los ojos clavados en el suelo agrietado de
mi dormitorio, con el teléfono agarrado a la oreja.
Creo que mi cerebro piensa que si no me muevo ni hago ruido, no pasará nada
malo.
El suelo no se moverá y el mundo no se derrumbará.
Porque eso es lo que parece.
Que el mundo se desmorona.
—Pero él te salvó —susurro mientras una lágrima patina por mi mejilla—. Te
salvó en aquel patio de recreo. Hace tantos años. Es un buen amigo, Lucas. No le
hagas esto. No le hagas esto.
Tan suaves como fueron mis palabras, las suyas son igual de ruidosas y
burlonas.
—Sí, le encanta contar esa historia, ¿verdad? Cómo me salvó —luego agrega—
, escucha, no tienes que sentirte tan mal por él. No le importas, a pesar de lo que
piensas. A pesar de todo lo que te ha mostrado. Todo es mentira. ¿Recuerdas la fiesta
de Halloween? Donde me emborrachó tanto con todas esas chicas encima.
Lo recuerdo.
Recuerdo haberme enfurecido tanto por ello. Recuerdo odiar a Reign por ello.
Pero ahora que lo pienso, después de todo lo que he visto y después de todo lo
que ha hecho, no me lo puedo creer.
No puedo creer que Reign haya hecho algo así.
Pero si Reign no lo hubiera hecho, ¿por qué Lucas diría que sí?
¿Por qué Lucas... mentiría?
Eso no tiene sentido. Eso...
—¿Y recuerdas cómo nunca quiso que estuviéramos juntos? Ese es el tipo al
que besaste y al que defiendes. Es incapaz de pensar en nadie más que en sí mismo.
Así que piensa en eso y llámame cuando estés lista.

265

—Oigan, tengo que hablar con ustedes dos —les digo a Jupiter y Poe en cuanto
las encuentro.
Es la hora de comer y están sentadas fuera, en el patio, en uno de esos bancos
de hormigón. De hecho, el resto de la escasa población de St. Mary's también está
aquí, desperdigada por el espacio. Es verano y ha salido el sol, y ésta es la única
manera que tenemos de tomar un poco, dado que estamos atrapadas en esta prisión
de hormigón que es un reformatorio.
Jupiter me lanza un lápiz cuando me siento.
—Ahí lo tienes.
—Sí, yo...
—¿Quieres salir de aquí o no? —pregunta con severidad.
Sujetando su sombrero púrpura, Poe se inclina hacia delante.
—¿O quieres quedarte en St. Mary’s el resto de tu vida?
Sacudo la cabeza.
—Escucha, yo...
—No, escucha tú —dice Jupiter enfadada—. Tenemos finales.
Poe me blande un libro de texto en la cara.
—Tenemos que estudiar para recuperar nuestras vidas.
Cierto.
Finales la semana que viene.
Lo recuerdo. Simplemente no me importa en este momento.
—Tengo un problema —digo cuando se calman.
Ambas me miran durante uno o dos segundos. Luego, Jupiter dice:
—Lo sabía.
Poe también asiente, soplándose el flequillo.
—Sí.
—Bueno, sí, tengo un problema y…
—Han pasado dos días —me interrumpe Jupiter.
Poe sacude la cabeza.
—Y no has dicho nada.
—Lo sé. Yo…
—Pero te hemos dado tiempo —me dice Jupiter. 266
Poe da una palmada en su libro de texto.
—Pero ese tiempo ya pasó.
—Dios mío —me inclino hacia delante y las miro una a una—, lo sé. Por eso
estoy aquí. Por eso he dicho que tengo un problema. ¿Pueden dejarme hablar?
—Correcto —dice Poe.
—Lo siento —murmura Jupiter. Luego—: ¿Cómo podemos ayudar?
Ugh.
Me encantan.
Me han apoyado tanto a mí y a mis planes endebles y poco elaborados. Me han
escuchado, me han ayudado, y yo les habría contado mi cita/no cita con Lucas de hace
dos días. Como les he contado todos los acontecimientos y citas.
Pero he estado tan triste.
Tan triste y miserable.
Pero desde la llamada de Lucas anoche, esa tristeza ha sido sustituida por
determinación.
—Yo... —trago saliva—. Dijo que estaba... listo para perdonarme e intentarlo
de nuevo.
Veo las emociones pasar por sus caras. Sorpresa durante uno o dos segundos,
seguida de euforia en mi caso. Que dura uno o dos segundos más, pero acaba siendo
sustituida por confusión.
Y luego preocupación.
Probablemente porque no parezco tan eufórica como debería.
—De acuerdo —dice Poe, asintiendo.
—Sí. —Jupiter también asiente—. De acuerdo.
—Es que... personalmente pensé que era algo bueno. Que te perdonara. —Poe
mira a Jupiter—. ¿Verdad?
Jupiter asiente a Poe.
—Sí. Es algo bueno. Es exactamente para lo que Echo ha estado trabajando. —
Se vuelve hacia mí y repite—: ¿Verdad?
—Sí —susurro—. Pero.
—¿Pero? —pregunta Jupiter.
—Pero él quiere que yo... —Suspiro—. Haga algo primero.
Poe frunce el ceño. 267
—¿Hacer qué?
—Quiere que deje de hablar —me preocupo el borde del libro de texto de
Jupiter—, o de tener cualquier tipo de contacto con... Reign. Pero yo...
Ambas me dan tiempo para ordenar mis pensamientos.
—No quiero —les digo—. No voy a hacerlo.
Mi tono decidido les habría escandalizado hace unos días. Como cuando les
conté que había quedado con Reign por la noche y que me había ayudado con Lucas.
Pero no es así.
Lo entienden.
Porque ahora lo saben. Saben todo lo que yo sé sobre Reign.
Sobre el imbécil del exmejor amigo de mi exnovio.
Que resulta que no es tan imbécil después de todo.
Quiero decir, lo es.
Pero ya no del tipo que me enferma de odio. Es del tipo que me protege, me
mantiene a salvo, me da calor y me hace reír y, sí, ruborizarme.
Del tipo al que no me rindo.
Ni siquiera es una pregunta. Lo supe en cuanto Lucas colgó el teléfono.
No voy a renunciar a Reign y me jode que Lucas quiera que lo haga.
¿Por qué lo hace?
Es Reign. Es su mejor amigo. Su hermano.
Entiendo que, dada la situación, la confianza de Lucas se tambalee. Por
supuesto que lo está. Pero si puede darme una oportunidad, ¿por qué no puede
dársela también a Reign?
Si el delito lo cometimos los dos, ¿por qué me perdona a mí y no a él?
—A Lucas no le va a gustar —me dice Jupiter.
Me doy cuenta de eso.
Me doy cuenta de que esta no es la forma de ser una “buena” novia. Y después
de todo lo que he hecho, probablemente debería darle a Lucas lo que quiera.
Pero si no renunciar a Reign me convierte en una mala novia, que así sea.
Acabo de encontrarlo. Es mi amigo -bueno, más o menos; quiero decir que es
más, pero aun así- y yo no abandono a mis amigos.
—Bueno, él va a tener que lidiar —le digo.
—¿Pero estás preparada para afrontarlo? —pregunta Poe—. Esto es lo que
querías.
—Lo hice —digo, apretando los dientes—. Pero no así.
268
Ambas me miran, probablemente tratando de determinar lo seria que estoy.
Pero entonces, tanto Poe como Jupiter sonríen y chocan los cinco.
—Me alegro mucho de que digas eso —dice Jupiter.
—Yo también.
Ahora a las dos les encanta Reign. Especialmente Poe, después de contarles
cómo me regaló un teléfono con aplicaciones de lectura.
Porque alguien también le dio algo.
Una máquina de coser. Una máquina de coser púrpura.
Porque a Poe no sólo le encanta la moda, sino también hacer moda. Es decir,
hacer vestidos.
Así que alguien -un hombre- que se preocupa mucho por ella le regaló una
máquina de coser. También resulta ser su tutor convertido en director de la escuela,
sí, nuestro director; director Alaric Marshall.
En realidad, ella también lo odiaba.
Es una larga historia, pero ahora parece que ese odio ha desaparecido y algo
más ha ocupado su lugar. Algo que hace que mi amiga sonría y se sonroje más a
menudo.
De todos modos, me calienta el corazón ver que a mis amigas les gusta Reign.
Que como yo, finalmente ven la verdad.
—Por eso necesito su ayuda —les digo—. Ha bloqueado mi número.
—¿Qué, por qué? —pregunta Jupiter.
Sacudo la cabeza, con el corazón apretándome en el pecho.
—Probablemente porque Lucas le dijo algo.
Si Lucas me dijo algo, estoy bastante segura de que le dijo algo a él. Estoy
bastante segura de que ocurrió la noche en que Reign convenció a Lucas para que me
llamara. Aunque no puedo decir exactamente lo que pasó, sé que debe haber sido
horrible.
Debe haber sido horrible.
Porque desde el ultimátum de Lucas, he estado intentando llamar a Reign pero
no puedo.
No puedo llamar. No puedo enviar mensajes de texto.
Lo que significa que estoy bloqueada.
—Necesito hablar con él —les digo a mis dos amigas—. Necesito decirle que
no lo voy a hacer. Que no me voy a rendir con él. Que no lo voy a hacer. 269
No sólo eso, voy a hacer que Lucas perdone a Reign.
Sé lo que dirá.
Sé que maldecirá un montón de veces y me dirá que no me preocupe.
Pero no me importa. Como no me importa el falso ultimátum de Lucas.
Pero primero.
—Tengo que encontrarlo y necesito tu ayuda para hacerlo. —Miro a Poe—. Es
amigo del marido de Callie, ¿verdad? ¿Reed? ¿Puedes hablar con ella? ¿Puedes
preguntarle si Reed sabe dónde está Reign? Se aloja en un motel. Pero no sé cuál y
necesito encontrarlo.
Poe me cubre la mano.
—Considéralo hecho. Voy a conseguirte toda la información que necesitas para
localizarlo.
L
edger Thorne, con su larga melena ondulada y sus brillantes ojos oscuros,
es una fuerza de la naturaleza.
Una fuerza oscura y furiosa de la naturaleza.
Y su atención -más bien agresión- se centra en otra fuerza de la naturaleza,
Tempest Jackson.
Si alguien me hubiera dicho que presenciaría la furia de estas dos fuerzas,
digamos, esta mañana, le habría dicho que estaba loco.
Así las cosas, estoy agradecido de que ambos estén aquí.
Verás, cuando Poe dijo que iba a conseguirme toda la información para
localizar a Reign, no mintió. Ella me trajo todo, además de un compañero.
Resulta que Reed, el marido de Callie, sí sabía dónde estaba Reign y no era en
el motel. Sino en un gimnasio llamado Yo Mama's So Fit, especializado en boxeo. Al
parecer, hace ejercicio aquí casi todas las noches, incluida esta noche, y su
compañero de entrenamiento es el hermano de Callie, Ledger Thorne.
La cuñada de Callie y mi nueva amiga, Tempest, que vive en Nueva York pero 270
me visita con frecuencia, lo oyó por casualidad y se ofreció a ayudar. Porque este
gimnasio está situado en una zona muy apartada y poco iluminada de Bardstown.
Incluso vino a recogerme al sitio de siempre en un brillante coche deportivo rojo, que
conduce como una loca; de verdad que pensé que iba a morir esta noche.
En estos momentos está enfrascada en un enfrentamiento con Ledger, a quien
Callie y Reed ordenaron que nos vigilara. Y ahora que la veo con él, me pregunto si
decidió llevarme no solo por la inseguridad del entorno, sino también porque Ledger
iba a estar aquí.
No es que me queje.
Como ya he dicho, estoy súper agradecida de que decidieran ayudarme. Muy
parecido a la noche del Horny Bard..
—¿Cuál es tu problema, imbécil? —pregunta, mirando a Ledger y
levantándose con la cadera ladeada—. Déjanos entrar.
Ugh.
Siento totalmente su frustración.
Así que tal vez me queje un poco porque, al parecer, hay un problema.
Cuando llegamos aquí hace diez minutos, nos dimos cuenta de que el gimnasio
estaba cerrado. Sin embargo, antes de que mi corazón cayera en picado, vimos a
Ledger saliendo de una puerta trasera, lo que me dio un poco de esperanza de que
tal vez el lugar no estuviera cerrado después de todo.
Pero en lugar de dejarnos entrar, se ha plantado entre nosotros y esa puerta de
acero, y estoy a punto de empezar a gritar de rabia e irritación.
Escucha, el hecho de que esto sea un gimnasio de “boxeo” ya me está dando
náuseas.
Porque, ¿desde cuándo boxea Reign?
Es futbolista. Juega al fútbol. Da patadas a un balón embarrado en un campo.
Incluso tiene una beca para eso.
No es un luchador.
Por eso tenía tantos moratones en la cara, ¿no?
Así que necesito que Ledger Thorne se aparte del camino para poder entrar y
poner fin a lo que sea que Reign crea que está haciendo. Y gritarle y luego exigir
respuestas.
—¿Qué haces aquí? —pregunta Ledger a Tempest en lugar de hacer lo que
queremos que haga.
—Mi hermano te lo dijo, ¿no? —dice Tempest, apretando los dientes—. Estoy
aquí con una amiga. Y necesita ver a tu amigo. Que está ahí dentro.
—Tu puto hermano me dijo que si hubiera podido encerrarte en una habitación, 271
lo habría hecho. En un puto latido. Pero como sabes escaparte, ahora de alguna
manera es mi puta responsabilidad cuidarte. —Me hace un gesto con la mandíbula—
. Y a tu amiga.
Hay que admitir que Reed dijo eso.
Poe me dijo que el hermano de Tempest estaba muy frustrado. No quería que
ni Tempest ni yo nos acercáramos a ese gimnasio. Pero, por supuesto, no le hicimos
caso. Y si Halo, la hija recién nacida de Callie y Reed, tuviera un horario fijo para
dormir o comer, nos habría acompañado él mismo. Así las cosas, le tocó a Ledger
ayudarnos.
Tempest aprieta las manos.
—No tienes que hacerme de niñera, ¿de acuerdo? No soy una niña. Así que
estás libre de culpa. Sólo…
—Y una mierda que lo estoy —suelta—. Y a la mierda que no lo eres.
Tempest suspira y lo mira.
—Mira, si quieres ser el lacayo de mi hermano y cumplir sus órdenes, allá tú.
Pero si piensas por un segundo...
Se acerca, con los ojos desorbitados.
—¿Qué mierda me has dicho?
Tempest parece dispuesta a echarle la bronca, pero yo intervengo con las
palmas en alto.
—Está bien, vamos a calmarnos, los dos. Escucha, Ledger —dirige sus ojos
hacia mí y apenas puedo reprimir un estremecimiento al ver lo aterrador que parece
a pesar de mi propia ira—, siento haberte molestado esta noche. Y estoy muy
agradecida de que estés aquí para ayudarnos, a mí. Estás aquí para ayudarme cuando
probablemente no me conoces pero yo...
—Te conozco.
—Oh. —Abro y cierro la boca un segundo, sorprendida—. Bueno, aun así te
doy las gracias. Pero si tú...
—Tú eres la razón por la que está tan cerca de perderlo.
Se me cae el corazón.
—¿Qué?
—Y la razón por la que permito que esto ocurra. Quizá puedas hacerle entrar
en razón —añade antes de volverse hacia Tempest—. O le habría dicho al imbécil de
tu hermano dónde metérsela. —Se levanta y respira hondo—: Quiero que se queden
cerca de mí, ¿de acuerdo? Este no es lugar para ninguna de las dos. Y no, no quiero
oír ninguna estupidez ahora mismo sobre lo que pueden o no pueden hacer. Esto no
es sobre feminismo o alguna mierda. Se trata de seguridad y puto sentido común. —
Dirige este comentario a Tempest, que estaba en proceso de decir algo, 272
probablemente discutiendo—. Las dos están bajo mi protección esta noche, y si tengo
que perseguir a alguna de las dos, no voy a estar contento.
—¿Pero no eres siempre infeliz? —Tempest frunce las cejas—. ¿Angry Thorn?
Ledger se la queda mirando un momento, con el rostro inexpresivo pero los
rasgos tensos.
—Sí. Lo que significa que no quieres hacerme aún más infeliz, ¿de acuerdo,
Firefly? Venga, vámonos.
Si no hubiera estado tan ansiosa tras el comentario de Ledger sobre Reign
“perdiéndose” probablemente habría apreciado más que Tempest, a pesar de todas
sus bravatas, se sonrojara muchísimo en “Firefly”. Y que los ojos de Ledger brillaran
más cuando lo hizo. Por no hablar de que me habría preguntado por sus problemas
de ira y por qué la gente le llama “Angry Thorn” su apodo futbolístico.
Pero ahora tengo mis propios problemas, e ignorándolo todo, sigo a Ledger al
interior del edificio.
Que sé que es más o menos del tamaño de un gimnasio de instituto.
En realidad, puede que antaño fuera un gimnasio escolar, con gradas de
madera que rodeaban una cancha del tamaño de una de baloncesto. Pero ahora todo
es de hormigón, desde el suelo hasta los escalones. Y no hay aros ni las líneas
dibujadas en el suelo que indican a los jugadores desde dónde lanzar la pelota.
Sin embargo, hay un ring.
Como un ring de boxeo.
Y toneladas y toneladas de luces deslumbrantes enfocadas en ese ring.
Tantas luces que el resto del espacio está a oscuras.
Y ahí es donde decido centrarme, en ese ring, en lo que ocurre en su interior,
bajo esos focos.
Hay dos personas, dos hombres concretamente.
Ambos tienen el torso desnudo y son altos e imponentes. Uno de ellos tiene un
cuerpo ancho con músculos gruesos, mientras que el otro tiene un cuerpo más
aerodinámico y elegante, construido para la velocidad.
Sin embargo, eso no significa que este tipo más estilizado no tenga músculos o
definición.
Tiene definición.
Sus músculos están repletos y más afilados. Más afilados.
Apretado y fibroso.
Se puede ver la forma clara de ellos, la densidad.
Podrías estudiar ese cuerpo en una clase de anatomía. Dibujar diagramas
basados en él. Construir modelos y estructuras científicas.
273
Veo cómo se rodean, con las manos cubiertas por una especie de gasa blanca
y en posición de lucha. Un segundo más tarde, sin embargo, no hay nada de eso al
respecto, porque con los puños levantados, comienzan a luchar.
Y cuando ese primer puño vuela y golpea la mandíbula del tipo más elegante,
jadeo.
Como si despertara de la niebla.
Conozco esa mandíbula.
Es angulosa y cuadrada y está siempre cubierta de barba incipiente. Es su
mandíbula.
Es él. Es su cuerpo aerodinámico.
La que he visto varias veces en el pasado. En la mansión, en la escuela, en el
campo de fútbol.
Todo suave y de piel veraniega.
Tan vital y vivo.
Ese mismo cuerpo suyo recibe ahora una paliza.
Dios mío.
Dios mío.
Ese otro tipo lo está matando. Lo está matando totalmente y pasó tan rápido.
El primer puñetazo voló y le alcanzó en la mandíbula; luego lanzó un puñetazo
que alcanzó al otro tipo justo debajo del plexo solar. Y después de eso hubo una serie
de puñetazos que el otro tipo lanzó y que Reign fue capaz de esquivar, agacharse y
saltar, al tiempo que asestaba unos cuantos puñetazos. La campana sonó, señalando
el final de la ronda. Y luego sonó de nuevo para señalar el comienzo de otro.
Pero ahora, ahora no hay saltos o agacharse o como mierda se llamen todos
estos movimientos defensivos.
Ahora sólo hay golpes.
El sudor y la sangre vuelan por el aire, y los huesos y los músculos chocan entre
sí. Y entonces el tipo más grande le da la vuelta a Reign y le rodea el cuello con los
brazos -los dos- y aprieta y aprieta.
Santo cielo.
Está tratando de ahogar a Reign.
Es entonces cuando empiezo a correr.
Empiezo a oír ruidos, gritos, vítores y abucheos a mi alrededor.
Como si esto fuera un espectáculo.
¿Qué le pasa a la gente? 274
¿Por qué nadie lo impide? ¿Por qué nadie hace nada?
Resulta que yo tampoco puedo hacer nada. Porque choco contra algo. Una
especie de valla metálica que rodea el ring. Y justo cuando decido que voy a trepar
por ella, aunque mis habilidades como escaladora no son nada del otro mundo,
alguien me agarra del brazo por detrás.
Es Ledger.
Sé que está diciendo algo, claramente algo relacionado con mi huida de él
cuando nos había dicho específicamente a Tempest y a mí que no lo hiciéramos. Pero
no me importa y ni siquiera le oigo, con los ojos clavados en el horror que está
ocurriendo en el ring.
Tampoco oigo a otro par de tipos, uno de ellos con tatuajes asomando por las
mangas de su chaqueta de traje, que llegan sólo unos instantes después y ahora están
enzarzados en una conversación con Ledger. Creo que ese tipo tatuado es alguien
importante y oigo que Ledger le llama Ark o algo así.
Pero da igual.
Ark puede irse a la mierda. Ledger también y todas estas otras personas que
están tratando de detenerme.
Frustrada, enfadada y muerta de miedo, grito:
—Reign. ¡Reign!
No tengo muchas esperanzas de que me oiga por encima del jaleo y estoy
dispuesta a gritar aún más fuerte. Estoy lista para derribar el techo, las paredes, el
maldito cielo, por él.
Pero Jesucristo, sí me escucha.
Como siempre, mi voz le llega de algún modo y su mirada vuela hacia mí.
La fuerza de sus ojos castaño rojizos es tal que retrocedo ligeramente.
Empiezo a forcejear aún más con Ledger ahora que me mira con el ceño
fruncido.
Entonces sus ojos se desvían.
Se dirigen a algo por encima de mí, momento en el que todo su rostro cambia.
Se vuelve tenso, furioso e incluso mortal. Y entonces, con los músculos, las venas y las
emociones palpitando en su rostro, se echa hacia atrás y se libera de la presa.
Gracias a Dios.
En cuestión de segundos, Reign empuja a su oponente contra el suelo, le da
puñetazos y le golpea la cara contra el cemento. Y unos segundos después, el tipo
golpea su mano contra el suelo y cede.
Suena la campana y los ojos de Reign vuelven a mí y, jadeante, se levanta con 275
una clara intención.
De venir a mí.
Mi respiración deja de existir cuando, quitándose la cinta y limpiándose la
boca, empieza a cargar hacia mí.
Date prisa, por favor.
Sin romper el contacto visual, salta por encima del ring y aterriza con un golpe
sordo que creo que hace vibrar la tierra bajo mis pies.
Definitivamente vibra en mi vientre.
Y entonces está de pie ante mí, con los ojos oscuros y tormentosos, el cuerpo
sudoroso y salpicado de sangre, respirando agitadamente. Luego, pasando su mirada
por encima de mis hombros, me espeta:
—Deja de tocarla.
Eso también vibra en mi vientre.
Su gruñido profundo.
Me doy cuenta de que va dirigido a Ledger, que me suelta el brazo al instante.
Y levanta las palmas de las manos en un gesto de paz durante un segundo antes
de darle la espalda a Reign.
Pero no le importa.
Porque tiene otras cosas importantes que hacer.
Como inclinarse sobre mí.
Mi cuerpo se arquea por sí solo, mis manos se agarran a sus hombros, aunque
no tengo ni idea de sus intenciones. Sigo sin entender qué quiere hacer cuando sus
manos llegan a mi cintura y me sujetan.
No es hasta que mis pies abandonan el suelo y un grito ahogado sale de mi
boca, que entiendo lo que está tratando de hacer.
Intenta levantarme y echarme sobre su hombro, poniendo mi mundo patas
arriba.
Antes de empezar a caminar.
Llevándome sobre su hombro como el premio de la victoria de un gladiador.
Observo cómo salimos de la arena de combate y atravesamos un estrecho
pasillo. Pasamos de puerta en puerta, todas de acero y de color gris, hasta que nos
detenemos en una y entramos. En cuanto enciende las luces, que iluminan una hilera
de taquillas de color gris oscuro y un montón de literas, me da la vuelta de nuevo y
me tumba en el suelo.
O más bien me hace sentar en algo sólido, probablemente de madera, con las
piernas colgando. Y él está cara a cara conmigo de nuevo. Su pecho ondulante y sus
ojos tormentosos. 276
—Me levantaste y... y me llevaste —susurro lo obvio, con las manos todavía
agarrando sus bíceps.
—Porque intentabas saltar la barandilla.
—Yo-yo estaba tratando de llegar a ti. Estaba...
—Y no se puede saltar sobre cualquier cosa para la mierda.
—Eso no es…
—¿Qué haces aquí? —pregunta enfadado, con varios cortes y rasguños en la
cara.
Mis manos suben y van a su mandíbula, temblorosas.
—Estás sangrando.
Me agarra de ambas muñecas, apartándolas de su cara.
—¿Qué mierda haces aquí, Echo? ¿Cómo... cómo sabías que estaba aquí?
—Tus moratones se estaban curando. Estaban mejorando y desapareciendo
y...
Sus dedos alrededor de mis muñecas se flexionan y aprietan con irritación.
—¿Quién te dijo que me encontraras aquí? ¿Quién ha sido? ¿Fue ese hijo de
puta de ahí fuera? ¿Fue Ledger? Voy a...
—¿Entiendes lo que te digo? —grito entonces, apretando mis manos en su
fuerte agarre—. ¿Lo entiendes? Tus moratones se estaban curando. Tus moratones
estaban desapareciendo. Iban desapareciendo. Estabas mejorando. Habías dejado
de parecer como si te hubiera golpeado una bola de demolición y ahora pareces
como si debieras estar muerto. Parece como si fueras a morir pronto. Y quiero saber
por qué. ¿Por qué estabas ahí fuera? ¿Qué estabas haciendo? ¿Por qué estabas
peleando cuando eres un jugador de fútbol? Cuando no eres un maldito luchador.
¿Qué es esto? ¿Qué es este estúpido puto lugar donde la gente coreaba mientras te
daban una paliza como si fueran los Juegos del Hambre?
—Escucha...
—No —vuelvo a gritar—. Tú escucha. ¡Tú! Si no me contestas ahora mismo o si
haces algún estúpido comentario sarcástico y tratas de darme órdenes o de sacarme
de quicio, te juro por Dios, Reign Marcus Davidson, que derribaré todo este lugar.
Quemaré todo este lugar. Lo quemaré hasta los cimientos, ¿bien? Y luego voy a llorar
y sollozar como la chica histérica y dramática que crees que soy. Así que respóndeme
ahora mismo: ¿Qué mierda estabas haciendo ahí fuera?
Pensaba que gritar como una loca y ponerme en su contra me calmaría un poco.
Pero estoy tan nerviosa como cuando estaba viendo esa horrible pelea. Y no ayuda
que Reign me haga esperar un par de segundos más mientras me mira fijamente con 277
la ira reflejada en los ojos y aprieta los dientes.
Entonces, muy, muy a su pesar, retumba:
—Peleando.
Si estaba tratando de apaciguarme, entonces tiene que hacerlo mejor que eso.
—Pensé que esto era un gimnasio.
—Lo es.
—¿Qué clase de gimnasio es este?
—De los que montan peleas de vez en cuando.
—¿Por qué se peleaban?
—Porque es mi trabajo de verano.
—¿Trabajo de verano?
—Un trabajo que tienes durante el verano.
Exhalo bruscamente.
—¿Desde cuándo tienes un trabajo de verano?
—Ya que no puedo exactamente tener un trabajo como este y jugar al fútbol.
—No te pases de listo conmigo —espeto, levantando la barbilla—. ¿Para qué
necesitas un trabajo si eres asquerosamente rico?
Esta vez, cuando aprieta los dientes y mueve su magullada mandíbula de un
lado a otro, siento que está convirtiendo sus dientes en polvo.
O ceniza tal vez.
Con la forma en que sus ojos marrones rojizos están ardiendo.
—Porque no lo soy —dice finalmente.
—¿No eres qué?
—Asquerosamente rico.
—¿Qué estás…?
—Mi padre —dice con una respiración agitada—, me excluyó de su testamento
antes de morir.
—¿Qué?
Se le enciende la nariz.
—Lo que significa que canceló mi Amex y me quitó las llaves de sus asquerosas
y ricas arcas. Así que ahora tengo que trabajar por ello. Como el resto de los mortales.
Pero con el fútbol y mis clases, sólo puedo hacerlo en verano. De ahí un trabajo de
verano.
—¿Por qué? —pregunto, frunciendo el ceño—. ¿Por qué haría eso?
278
—Probablemente se cansó de aguantar al imbécil de su hijo.
—No, eso no es una respuesta. —lo fulmino con la mirada—. Dime por qué hizo
eso. Y... —Me relamo los labios—. ¿Por eso no fuiste al funeral? Por el testamento.
¿Porque estabas enfadada con él?
—No vine al funeral —dice—, porque no podía.
—¿Qué significa eso?
Sus dedos me aprietan las muñecas.
—Significa que si hubiera puesto un pie en la propiedad de Davidson o cerca
de mi familia, me habrían arrestado.
—¿A-arrestado?
—Sí. Ese fue el último deseo de mi padre. Conseguir una orden de alejamiento
contra mí. —Entonces—: Su abogado fue muy útil explicando todos los términos a
través de la llamada.
Mi respiración es muy fuerte en este momento.
Muy ruidosa y muy rota también, creo.
Muy estrangulada.
Igual que mi corazón dentro de mi pecho.
Mi primer instinto es decir que no puedo creerlo. Que Howard Davidson, el
hombre generoso y amable que era, nunca le habría hecho algo así a su hijo. Él amaba
a su hijo. Hizo todo lo que pudo para reformarlo, mientras que Reign hizo todo lo que
pudo para rechazar y decepcionar a su familia.
Pero eso no es cierto, ¿verdad?
Eso no es cierto en absoluto.
Estoy empezando a verlo.
—Puedes borrar esa puta mirada de tu cara —me dice con dureza—.
Probablemente no habría aparecido, incluso sin la orden de alejamiento.
Lo habría hecho.
Lo sé.
Lo sé de corazón.
A pesar de que acabo de descubrir que probablemente no sé nada sobre su
padre y su relación -como hace dos segundos- y a pesar de que sólo conozco a Reign,
realmente conocerlo, desde hace unas dos semanas, todavía puedo decir con toda
certeza que habría aparecido en el funeral de su padre.
Aunque lo hubiera hecho a regañadientes. 279
Y con ira.
Porque aquí hay mucho de eso. Ira.
Profundidades ocultas. Cosas ocultas que hace poco empecé a sospechar pero
de las que no estaba segura.
Pero en lugar de corregirle, le pregunto:
—¿Por qué nadie sabe nada de esto? ¿De que tu padre te ha repudiado, de que
ha pedido una orden de alejamiento contra ti?
—Porque así es como mi padre hacía las cosas —dice—. En secreto.
—En secreto.
—Sí. —Un pulso salta en su mejilla ensangrentada—. Porque le encantaba
hacerse el bueno. El gran hombre que nunca podía hacer nada malo. Al que todo el
mundo quería.
Sí que le querían, señor Howard Davidson.
Y odiaban a su hijo.
Ay, Dios.
—Es que... —Trago saliva—. ¿Es por eso que tienes una moto ahora?
—Sí.
—Y el motel. ¿Por eso te quedas allí en vez de en la mansión?
—Sí.
—Porque tu padre te puso una orden de alejamiento —le digo—. Por eso no
has estado en casa en dos años. Dos años, dos meses y...
Espera.
Espera.
¿Es una coincidencia?
Que todo en su vida explotó casi exactamente cuando explotó en la mía.
Un escalofrío recorre entonces mi cuerpo.
¿Es una coincidencia?
—El interrogatorio ha terminado ahora. Tú…
—No —le digo con determinación, con temor—. Dime si hay alguna conexión.
—Echo
—Dime si lo que hice está relacionado de algún modo con lo que hizo tu padre.
—Trago saliva entrecortadamente—. Contigo.
—No.
Es mentira. Es una puta mentira. 280
Lo sé.
Clavo mis uñas en sus bíceps acalorados.
—Sólo dime la verdad. Sólo quiero saber la verdad.
Por favor, dímelo.
Se lo ruego con los ojos. Con cada aliento que doy.
Con todo mi cuerpo.
Y sé cuándo cede. Su pecho se estremece con su respiración agitada y sus
dedos se aflojan alrededor de mis muñecas.
—Cuando me enteré de lo que había pasado en la mansión, de que te habían
arrestado, yo... —Aprieta los dientes, como si se negara a hablar de ello incluso
ahora. Pero luego continúa—: Quería que retirara los cargos. Quería que me castigara
a mí. Porque yo era responsable de lo que hubieras hecho. Así que me ofrecí. Y él
aceptó. Me echó de su testamento, me desheredó, me dijo que me mantuviera alejado
y toda esa mierda.
Sus ojos brillan y parpadean con su furia, con sus recuerdos.
—Pensé que si se desquitaba conmigo, se olvidaría de ti. Olvidaría todo lo que
había planeado para ti. Pero supongo que lo subestimé. Subestimé cuánto me odiaba.
Porque no te dejó sola después de todo, ¿verdad? Te envió a St. Mary’s. Y lo hizo
porque sabía lo mucho que yo no quería que lo hiciera. Lo hizo porque sabía lo
importante que era para mí que permanecieras —otro apretón de dientes—, a salvo.
Segura.
Quería mantenerme a salvo. Quería protegerme incluso entonces.
Entonces era él.
No su padre.
Como pensaban mis padres. Como pensaba todo el mundo.
Como pensaba.
Fue él quien evitó que acabara en un centro de menores, no el estimado y
generoso Howard Davidson.
Mi madre incluso me hizo escribirle una carta, una carta de disculpa, una carta
de agradecimiento. Por perdonarme aunque actué tan tontamente. Por perdonar a
mis padres y permitirles conservar sus trabajos. Y yo también la escribí feliz. La
escribí sintiéndome culpable y agradecida.
Aunque la parte de culpa era legítima, mi agradecimiento no lo era.
No debería haber ido a él.
Pertenecía a su hijo.
281
Su segundo hijo, al que todos consideran una decepción.
Pero no lo es, ¿verdad?
Es el tipo más maravilloso que he conocido.
De lo más maravilloso, en capas y complicado.
—Tú... tú me salvaste. —Se tensa bajo mis manos—. Y te castigó por ello.
Entonces se inclina sobre mí, apoyado en los brazos, con las manos extendidas
sobre la estructura de madera -una mesa- en la que estoy sentada, y su cuerpo se
mueve.
En ese momento me doy cuenta de que está entre mis muslos abiertos.
Y mis muslos abiertos rodean sus caderas en lugar de estar tumbados
pasivamente sobre la mesa. Quizá debería parecer inapropiado, y estoy segura de
que lo es por un sinfín de razones que ahora mismo no se me ocurren, pero no me
importa.
Aprieto aún más mis muslos alrededor de sus caderas, mis miembros se
deslizan por sus músculos sudorosos y densos.
Si nota que me froto contra él, no me da ninguna indicación.
Su atención se centra en mi cara, en lo que está a punto de decirme.
—Primero, si mi padre no me hubiera repudiado por esto, lo habría hecho por
otra cosa. Se veía venir. Tarde o temprano. Probablemente eligió ese momento sólo
porque sí. Y segundo, yo no te salvé. No pude salvarte. Aun así terminaste en esa
escuela, ¿no? Por mi culpa. Porque mi padre quería castigarme.
Luego, burlándose:
—En realidad, conociendo a mi padre, nunca habría presentado cargos contra
ti de todos modos. Como he dicho, le encantaba hacerse el gran hombre. El hombre
que todos creían tan generoso. Probablemente te habría dejado ir por su cuenta,
habría llamado a unos cuantos periodistas para dar una gran entrevista sobre ser
indulgente y lo que mierda fuera. Lo hizo todo porque yo interferí, porque le hice
saber lo mucho que me importaba. Aunque debería haberlo pensado mejor. Debería
haber... —Traga grueso—. Es que...
El periódico local publicó una entrevista sobre su padre.
Sobre su generosidad y amabilidad.
Así que, de una forma retorcida, al final todo le salió bien y eso lo odio tanto.
Odio a su padre.
—¿Era sólo qué? —le pincho.
Observo el juego de emociones en su rostro magullado y maltrecho.
282
La rabia, la frustración, el arrepentimiento, mientras dice con voz grave:
—No podía arriesgarme. No podía arriesgarme. No podía arriesgarme a que
mi padre te castigara por algo que en realidad no fue culpa tuya. —Entonces—: Así
que como quieras verlo, fui yo quien te envió allí. Mis acciones.
Entonces se me forma un nudo en la garganta.
Un bulto grande y dentado.
Sacudo la cabeza.
—No, me salvaste de ir a un sitio peor. Me protegiste. Incluso entonces.
Incluso cuando me odiaba.
Sin embargo, no le gusta. Que le estoy dando crédito.
Así que gruñe:
—No, no lo hice. Yo…
Con mucho gusto habría discutido con él toda la noche, pero no quiero hacerlo.
No en este momento.
Quiero calmarlo.
Hablar con él. Hacer que se sienta mejor.
Así que le interrumpo.
—¿Entonces tu padre siempre ha sido así?
Pero eso no es todo. No sólo le interrumpo con mis palabras. También lo hago
con acciones.
Froto mis palmas sobre los globos de sus hombros, mis pulgares presionan
suavemente sus músculos tensos, y sus ojos se vuelven líquidos. Y fundidos.
Como si le estuviera gustando, mi improvisado e inexperto masaje.
—Sí —susurra.
Amaso el punto donde su cuello se une a su hombro.
—¿Pero sólo contigo?
—Sí.
—N-no con Homer o...
—No. Homer es el buen hijo. El hijo obediente. El tipo de hijo que mi padre
siempre quiso.
—¿Y tú qué eras?
—Lo contrario. —Malo. Decepcionante. Un rebelde. —Sus labios se curvan en
una pequeña sonrisa sin humor—. Yo era el tipo de hijo que él no quería, con el que
no sabía qué hacer, así que se divertía conmigo.
283
—¿Qué... qué clase de diversión?
Me mira fijamente a los ojos, fija y fijamente y siento que estoy así de cerca de
perderme en ellos.
—De esas en las que a veces acabas con el labio partido o la nariz rota. —
Luego, lamiéndose la gotita de sangre del labio, continúa—: Así que, como puedes
ver, soy un luchador. No sólo un jugador de fútbol.
—Él... —Mis dedos lo aferran con fuerza, protectores, mientras mi corazón
palpita con fuerza—. ¿Él te golpeó?
—A veces, sí. Cuando otras cosas no funcionaban.
—¿Qué otras cosas?
—Cosas como encerrarme en mi habitación. Quitarme mis juguetes y toda esa
mierda.
—Reign, eso es…
—Cada vez que me castigaba, hacía algo peor para vengarme. Y entonces, me
castigaba más fuerte, así que me daba la vuelta y hacía cosas aún peores, y así una y
otra vez. Hasta que se rindió cuando me hice mayor. Supongo que crecí más alto que
él, más fuerte. Sabía que no podía conmigo, no podía pegarme, no podía encerrarme
ni asustarme. Así que me envió a Connecticut.
Ese internado.
Al que todos decían que le habían enviado porque su padre no sabía qué más
hacer.
Su padre, el malvado matón. Que se metía con Reign, alguien más pequeño que
él.
De ahí viene, ¿no?
Los instintos protectores de Reign. Su necesidad de salvar a la gente.
Mi Robin Hood.
Me aferro más a su cuerpo.
—Creo que tu padre era un hombre horrible, horrible.
Sus labios se crispan.
—Pensé que pensabas que mi padre era un hombre maravilloso, maravilloso.
—No sabía la verdad.
—Y ahora que lo sabes —retumba con fuerza—, no necesito que me
compadezcas.
Las lágrimas me escuecen entonces.
Pero, de algún modo, las disimulo. Me las trago. 284
No puedo derrumbarme ahora. No puedo empezar a sollozar y llorar cuando
me habla, cuando me cuenta cosas. No puedo hacer que se trate de mí cuando se trata
de él.
Sobre este chico roto y magullado.
Tanto por dentro como por fuera.
Que no me compadezco en absoluto, sino que lo admiro. Por sobrevivir a todo
eso. Por sobrevivir y crecer hasta convertirse en alguien capaz de preocuparse por
los demás. Que entiende el significado de la amistad, la lealtad y la protección.
Mi roto, hermoso y maravilloso Bandido.
—No me das pena —le digo, y mis dedos vuelven a amasar sus músculos—. No
después de cómo te vi luchar ahí fuera.
Hace una mueca, que con sus numerosos moratones debe ser muy dolorosa,
pero no deja que se le note.
—Ese tipo era un imbécil.
—Era más grande que tú.
—Era un maldito idiota.
—Que te estaba pegando.
—Le estaba dejando.
—¿Por qué?
—Porque se suponía que tenía que perder.
—Estabas... ¿Qué? —Frunzo el ceño—. ¿Se supone?
Su pecho se mueve de nuevo, en un gran suspiro, y aprieta los dientes.
Como si acabara de recordarlo él mismo. Que se suponía que iba a perder.
¿Qué significa eso?
—Sí, se supone —murmura una palabrota y me mira beligerante—. Lo cual me
arruinaste por completo, por cierto. Con todos los gritos como si me estuviera
muriendo y tu mundo se estuviera acabando.
—Te estabas muriendo —insisto, alterada—. Te estaba estrangulando.
—Estaba haciendo que pareciera creíble, Jesús. Iba a claudicar en un segundo.
—Sacude la cabeza antes de continuar—: Me has costado diez putos de los grandes
con tu drama y tus lágrimas rosas de niña.
Ignorando sus groseros comentarios, me acerco a él y frunzo el ceño.
—Un momento, ¿es por eso por lo que tenías que perder? Porque te pagaban
por ello.
Su mandíbula se tensa.
—Sí.
285
—Pero eso es... ¿Es legal?
Su mandíbula tics un poco más.
—Sí. —Luego—: Y no.
—¿Qué hace eso...?
—No todas las peleas están arregladas. Esta lo estaba. Algo que estaba
esperando desde hace días, joder.
—Oh Dios, ¿por qué?
—Porque significa más dinero.
—¿Y?
—¿Qué y?
—Siento que hay una “y” ahí.
Ahora le molestan mis preguntas. Me doy cuenta.
Está llegando a su límite.
Pero responde:
—Y me lo merezco. Recibir una paliza.
Y entonces parpadeo, con los labios entreabiertos pero sin apenas respirar.
Porque cree que recibir una paliza casi mortal es lo que debe recibir por lo que
hizo.
Por besarme. Por traicionar a Lucas. Por enviarme a St. Mary’s.
Se lo merece por los pecados que ha cometido durante dos años, dos meses y
cuántos días hace que no puedo recordar. Y la razón por la que lo hace es porque
arde con él cada segundo de cada día.
Si fuera como yo y llevara un diario, apuesto a que marcaría los días en él.
Días y días de culpa, fuego y guerra en su interior.
Y por eso tengo que decírselo ahora.
Tengo que decirle que le elijo a él. Que nunca jamás me rendiré con él.
Que no dejaré que sufra así.
—¿Terminaste? —pregunta, sus ojos atentos e imperdonables.
Dejo que mi cuerpo se suelte, mis dedos se agarran a su cuello como un ancla,
lista para él.
—Sí.
—¿Vas a responder a mis preguntas ahora? 286
—Ajá.
—Bien.
—¿Q
uién te dijo que estaba aquí?
—El marido de Callie.
—¿Reed?
—Sí. —Asiento y me lanzo con toda la explicación—. Callie es mi amiga. Bueno,
hace poco se ha convertido en mi amiga. Y le pedí a Poe, mi otra amiga, que también
se ha hecho amiga mía hace poco, que me ayudara a encontrarte. Y que le pidiera a
Callie que le preguntara a Reed sobre dónde...
—¿Por qué? —pregunta impaciente.
—Porque pensé que Reed sabría dónde...
—Jesús —gruñe—. ¿Por qué querías encontrarme?
Claro, eso.
—Porque quería hablar contigo —susurro—, y has bloqueado mi número.
Sus ojos se entrecierran.
287
—¿Y eso no te dio la pista de que no quería hablar contigo?
—Bueno, sí —digo mordiéndome el labio.
Me observa mordiéndome el labio casi con la mirada.
—Pero decidiste acosarme de todos modos.
Solté mi labio hormigueante.
—No estaba acechando. Esto no es acoso.
—Sí, no. Esto es más o menos acoso 101.
—Así que, bien. De acuerdo. Estaba acechando. Pero sólo porque quería
contarte cosas.
—¿Qué cosas?
Dejando escapar un profundo suspiro, le miro a sus enfadados pero hermosos
ojos oscuros.
—Que somos amigos.
—¿Qué?
—Tú y yo. —Trago saliva—. Ahora somos amigos.
Me mira fijamente durante uno o dos segundos.
—¿Cómo es eso?
—Porque hemos progresado.
—Progreso.
—Sí. —Asiento—. En los últimos días.
De nuevo, me estudia durante unos segundos.
—¿Qué tipo de progreso?
—Bueno —me aclaro la garganta, ruborizándome bajo su intensa mirada—.
Para empezar, ya no nos ponemos enfermos de odio.
—No lo hacemos.
Me sonrojo más.
—No. Y me has estado ayudando. Con mi problema. Y protegiéndome y
vigilándome. Y vimos esa película juntos la otra noche. Además, nos mandamos
mensajes y sé que lo llamas teléfono del trabajo, pero a veces solo te mando mensajes
para hablar contigo y pienso...
—Sí, así es.
Clavo mis dedos en su cuello.
—Sé que odias mandar mensajes.
—Sí. 288
—Pero a veces... —Mi corazón se acelera muy rápido ahora—. A veces sólo
quiero hablar contigo.
Su mandíbula se tensa mientras me mira fijamente.
—Y ahora has bloqueado mi número.
A pesar de que sólo he tenido este teléfono durante poco más de una semana
y de que fue el fin de semana pasado cuando empecé a enviarle mensajes sólo porque
sí, seguía sintiéndolo como una pérdida.
No poder contactar con él.
Porque lo hago sólo para saludarle.
O hablarle del libro que he descargado. Que nunca hubiera sido posible si no
fuera por él. O que me quedé despierta toda la noche para leerlo.
Eso es lo que hacen los amigos, ¿no?
Hablan entre ellos. Se envían mensajes y se llaman.
Y aunque sé que no se siente como un amigo o sólo como un amigo, no sé de
qué otra manera llamarlo.
Como Reign no me contesta, le digo:
—Y por eso he venido aquí, porque quería pedirte que me desbloquearas y
preguntarte por qué me bloqueaste en primer lugar. Y tengo que decirte que…
Mis palabras se cortan cuando tira de mi cabeza hacia atrás.
Lo tira hacia atrás, en realidad, con su mano en mi cabello.
En realidad su mano está en mi trenza. Está envuelta alrededor de mi trenza.
Tan fuerte que mi cuello está todo torcido y estirado y aunque nunca he estado
en una posición como esta, donde estoy tan completamente tomada y dominada, no
siento miedo.
Nada de sus ojos furiosos o sus manos ásperas me da miedo.
Todo es emocionante. Y estimulante y eufórico.
—¿Tu novio sabe que estás aquí? —retumba, su tono mordaz—. Siendo mi
amiga.
Trago saliva y él observa el juego de los delicados músculos de mi garganta
como una especie de depredador.
—He…
—Porque no creo que le vaya a gustar mucho. Tú —sus dedos tiran de mi
cabello—, conmigo.
Flexiono los muslos alrededor de sus delgadas caderas y aprieto su cabello
como respuesta.
—Exnovio. —Sus cejas se fruncen y le explico—: Has dicho novio. No lo es. 289
Sigue siendo mi ex.
Su ceño se frunce aún más antes de murmurar:
—Jesús. No ha llamado, ¿verdad?
—Lo hizo. La noche siguiente.
—¿Se disculpó?
Asiento, o lo intento.
Pero su agarre en mi cabello me detiene, me emociona de nuevo.
—Sí. —Entonces—: Se lo pediste, ¿no?
—No debería haber tenido que hacerlo.
Y este es el tipo con el que se supone que debo cortar lazos.
Locura.
Si Lucas piensa que voy a renunciar a Reign, está jodidamente loco.
—Entonces —continúa, estudiando mis facciones—, ¿por qué mierda sigue
siendo tu ex?
—Porque te elijo a ti.
Palidece.
Literalmente palidece ante mis palabras y su agarre de mi cabello se afloja.
—¿Qué?
—La noche que llamó —le digo, manteniéndolo aún sujeto—, dijo que... me
perdonaría. Y que me aceptaría de vuelta, pero tengo... tengo que cortar los lazos
contigo. —Llevo entonces mis dedos a su cara magullada y ensangrentada y la agarro
suavemente—. Pero no voy a hacerlo. No voy a cortar lazos contigo. Te elijo a ti, ¿está
bien? No estoy segura de por qué Lucas está haciendo esto. Por qué está dispuesto a
perdonarme a mí pero no a ti. Pero voy a arreglarlo.
—No —sujeta.
—Sabía que dirías eso. Lo sabía. Pero no voy a echarme atrás —le digo—. No
me echaré atrás. Eres mi amigo y no me voy a rendir contigo. No lo haré. Además me
acabo de dar cuenta de algo.
—¿Qué?
—Que estamos en paz. —Cuando frunce el ceño confundido, le digo—: Sé que
crees que te mereces todo lo malo. Pero quiero que pienses en algo. Quiero que
pienses en el hecho de que estamos en paz, tú y yo.
—Incluso.
—Sí. Crees que me provocaste. A hacer lo que hice esa noche. Años de
tormento y luego esa llamada telefónica que me hizo colarme y destrozar tu 290
habitación. Bueno, está bien. Digamos que me provocaste, pero fui yo quien lo hizo.
Si no quieres echarme la culpa a mí, entonces está bien. Pero nos deja a mano. Tú
siendo un imbécil gigante conmigo durante años y yo destruyendo el dormitorio de
tu infancia. Ya está. A mano.
Exactamente.
Estamos en paz. Ambos somos culpables.
Y me cansé de dejarle contar días, meses y años de arrepentimiento.
—Eso es jodidamente ridículo.
—Es una puta genialidad y lo sabes. Además —alzo las cejas—, me has salvado
de ir a la cárcel.
—Yo…
—Y puedes decir lo contrario hasta el fin de los tiempos pero no me lo creeré.
Seguiré escribiéndote notas de agradecimiento. Seguiré creando quintillas para ti. Y
te daré una serenata con un radiocasete sobre lo agradecida que estoy. —Cuando
parece que va a decir algo más, intervengo rápidamente—. Y en cuanto a lo otro, lo
de que Lucas no te perdona, también tengo la solución.
—¿Qué puta solución?
Ahora gruñe.
—Voy a decírselo.
—¿Decirle qué?
—Que fui yo. Que fui yo quien te besó primero.
Lo hice.
Lo recuerdo vívidamente. Lo recuerdo como a cámara lenta.
En el mismo momento en que me incliné hacia delante y puse mi boca sobre él.
Y lo besé.
También recuerdo que se quedó quieto.
Como conmocionado.
Mientras yo era la que movía mis labios sobre los suyos, saboreando su boca
afelpada como si nunca tuviera suficiente.
Y seguí hasta que se rompió.
Hasta que empezó a devolverme el beso, y entonces no hubo forma de
detenernos.
No hasta que todo estalló.
Así que sí, fui yo.
Quien lo hizo. Quien lo empezó. 291
Y por eso siempre pensé -sobre todo después de aquella llamada y de cómo
se negó a ayudarme- que debía de habérselo contado todo a Lucas. Que debió
echarme la culpa a mí porque sí me pertenecía, y preservar su amistad.
Pero no lo hizo.
Guardó mi secreto.
Me recuerda a la primera vez que nos conocimos. Cuando le había mentido y
él me protegió guardando mi secreto.
De alguna manera siempre me ha protegido, ¿no?
Así que no, no voy a renunciar a él.
Y le estoy devolviendo a su mejor amigo.
—Voy a decirle a Lucas que fui yo. Yo hice el primer movimiento. Y si él quiere
estar enojado por eso, entonces puede estar enojado por eso. Pero no puede
perdonarme a mí y no a ti. Tiene que perdonarnos a los dos. Tiene que aceptarnos a
los dos, no sólo a mí. No es justo para ti. No es justo después de todo lo que has pasado
y después de todo lo que has hecho por él.
Sé que un beso es un beso, y que Reign me devolvió el beso tras su no
participación inicial.
Pero eso no cambia el hecho de que fui yo quien empezó.
Y aunque lo he mantenido en secreto todo este tiempo, creo que tengo que
soltarlo. Lo decidí justo después de su llamada telefónica. Exactamente en el
momento en que decidí que no voy a renunciar a Reign; aunque no había ninguna
decisión involucrada allí, pero aun así.
Lucas tiene que saberlo todo y tiene que perdonar a su mejor amigo. Y de
nuevo, si eso me convierte en una mala novia, que así sea. Encontraré otras formas de
ser buena.
—Lo hiciste, ¿verdad? —dice en voz baja.
Mi asentimiento es brusco, avergonzado.
—Sí.
—¿Por qué?
—¿Qué?
En respuesta, me pone las manos encima.
En mi cintura y se agarra como hizo cuando me cargó como botín de guerra. Y
no voy a mentir, me encanta. También me encanta cómo se mueve entre mis muslos
abiertos, ajustando nuestras posiciones para que estemos aún más pegados.
Bien. 292
También le rodeo el cuello con los brazos, con más fuerza y firmeza, y me
agarro a él.
No quiero que se vaya a ninguna parte.
No puede ir a ninguna parte.
—¿Por qué hiciste el primer movimiento?
Su pregunta en voz baja me hace salir de mi feliz aturdimiento y parpadear.
—¿Qué, qué quieres decir?
Manteniendo la mirada fija y firme, dice:
—Me odiabas entonces, ¿verdad?
—Sí.
—Entonces —se lame el labio partido—, ¿por qué te me lanzaste?
Trago saliva.
—Yo... Fue... fue un error.
Sus dedos en mi cintura se tensan durante unos segundos, casi empuñando mi
vestido.
—¿Fue así?
—Sí —le digo—. Ya lo sabes. Cometí un error. Los dos lo cometimos.
¿No se ha establecido ya?
Un error. Ambos lo cometimos.
Así que no sé por qué estamos hablando de esto ahora.
Pero parece que sí, porque continúa, ahora con sus manos subiendo y bajando
por mi cintura:
—Aunque es un error interesante, ¿no? Besar al mejor amigo de tu novio.
Sus grandes y cálidas manos bajan desde mis costillas hasta mi cintura,
recorriendo todo mi torso, y sus pulgares se encuentran en medio de mi apretado
vientre.
Distrae.
Es difícil concentrarse en lo que dice, en lo que me pregunta, cuando me
acaricia así toda la barriga.
Tan íntimamente.
Más íntimamente de lo que puedo soportar.
Así que trato de alejarme de él.
Intento soltar mis tobillos de su espalda y deslizar mis brazos lejos de su cuello.
Pero no me deja. Me acerca a él, baja las manos hasta mis muslos y las sube por su
elegante cintura. 293
Antes de inclinarse de nuevo sobre mí y murmurar:
—Un error es algo como olvidar un aniversario, por ejemplo. U olvidar el
cumpleaños de tu novio. Regalarle a tu novia una rosa en vez de una puta margarita,
que casualmente es su flor favorita. Eso es un error.
—Lo era —le digo, con mis dedos clavados en sus hombros desnudos—. Te dije
un millón de veces que lo era. Cometí un error. No sé por qué estamos hablando de
esto. No sé...
—Estamos hablando de esto —me aprieta la cintura, haciéndome arquear la
columna—, porque besar al mejor amigo de tu novio no es un error.
—Eso es...
—Besar al mejor amigo de tu novio es un deseo secreto prohibido.
Sacudo la cabeza.
—N-no para mí.
Sus ojos marrones rojizos son penetrantes, cómplices.
—¿No?
Mientras que las mías son frenéticas y amplias.
—No. Nunca pensé en ti de esa manera. Nunca pensé... Ni siquiera quería tener
nada que ver contigo. No quiero nada contigo, no así.
Ay, Dios.
Dios mío.
Estoy entrando en pánico. Estoy entrando en pánico.
Porque sus ojos oscuros parecen depredadores.
Animalescos.
Ese brillo. Esa sonrisa.
¿Por qué sonríe?
¿Por qué recorre con sus ojos mi cara, mi boca entreabierta y temblorosa?
Antes de bajar a mi cuerpo. Y yo también.
No puedo resistirlo.
No puedo resistirme a mirar lo que está mirando.
Y detiene mis respiraciones, mis pensamientos durante unos segundos, cómo
somos.
Mi vestido se ha subido, dejando al descubierto más muslos de lo normal. Y lo
que queda al descubierto se ciñe a su cintura lisa y sudorosa.
Y qué íntimos nos vemos así. 294
Cómo contrastan nuestros cuerpos.
Yo soy tan pálida y cremosa. Y él es tan veraniego y aceitunado.
Cómo mis muslos son carnosos y suaves. Y cómo hay malditos cortes en sus
oblicuos, una escalera en sus abdominales. Esa V que baja hasta sus calzoncillos de
boxeo.
Y entonces miro hacia arriba y me doy cuenta de que tenía razón.
Ahí fuera, quiero decir.
La gente podría estudiar su cuerpo para la ciencia.
Incluso magullado y negro y azul, parece... épico.
Se ve tan cortado y elegante y fuerte y, espera...
Hay un tatuaje.
En su pecho. En el lado izquierdo.
Números.
De aspecto aleatorio. Que no puedo entender ni pies ni cabeza. Pero sé que
estos dígitos de aspecto limpio no estaban allí antes. No cuando aún vivía en la
mansión.
—Creo que sí —murmura.
Levanto los ojos, horrorizada.
—¿Y-yo qué?
—Quieres algo conmigo —me recuerda nuestra conversación antes de que me
distrajera tanto.
Continúo apartándole.
—Yo no. Yo…
—Creo —dice, quedándose quieto a pesar de mis esfuerzos—, que sientes algo
por mí.
—¿Qué? —casi chillo.
—Y yo también siento algo por ti.
Entonces me congelo.
Me congelo totalmente.
Mis uñas se detienen donde están, clavadas en su piel, aplastando la vena de
su cuello. Mis ojos permanecen fijos en los suyos. Mantengo la columna encorvada y
los labios entreabiertos, respirando entrecortadamente.
Ya no sonríe.
También su mirada engreída y arrogante. 295
En cambio, sus rasgos son todos intensos. Sus ojos son líquidos.
Los moratones de su rostro le dan un aspecto tan peligroso como frágil.
Como si él fuera capaz de aplastarme, pero yo también soy capaz de aplastarlo
a él.
—¿Qué? —susurro.
Me mira a la cara con sus ojos fundidos.
—Te devolví el beso, ¿verdad? ¿Por qué crees que lo hice?
—Yo no... Yo no...
Piensa.
No pensé por qué. Ni por él ni por mí.
Lo he apartado, lo he hecho a un lado, el beso.
Porque, de todos modos, no hay nada que pensar.
Es el exmejor amigo de mi exnovio.
Y yo soy la exnovia de su exmejor amigo.
Pero antes de que pueda decírselo, dice:
—Lo hice. Porque quería. Porque tengo algo. Por ti.
—P-pero eso es...
—Una cosa muy grande.
—Estás mintiendo.
Está mintiendo.
¿No es así?
Tiene que estarlo.
No tiene sentido. Es extraño. Es absurdo.
Es como lo de su protección de hace unos días.
Excepto que esto es aún más una ficción que él tratando de protegerme.
A mí.
La sirvienta.
No...
—Ojalá.
—Tú... —Apenas puedo pensar, y mucho menos formar palabras—. Siempre
fuiste tan...
—Horrible para ti.
—Sí. —Luego, para probar mi punto, repito—: ¡Sí!.
Horrible. Espantoso. Odioso.
296
Sus labios se curvan en una pequeña y triste sonrisa.
—Parte de mi encanto. Y en parte consecuencia de querer a la chica de tu mejor
amigo cuando no deberías.
Todo mi cuerpo se estremece.
Mis músculos sufren espasmos. Mi corazón tiene espasmos.
Mientras le miro a los ojos, sorprendida, incrédula, tan confusa.
—Yo no... no entiendo esto.
Las cosas parpadean en sus ojos, grandes olas de emociones.
—Yo tampoco.
—¿Desde cuándo?
—Esa primera noche.
La primera...
—¿La noche de los petardos?
—Sí.
Apenas recuerdo esa noche.
Apenas recuerdo nada, excepto una cosa.
Una cosa estridente.
—Pero eso fue... —Me lamo los labios que se secan rápidamente—. Eso fue
antes de Lucas.
—Lo sé.
—Te caía bien antes de Lucas.
—Lo hacías.
Me tomo unos instantes para recomponerme. Pero me habría gustado más. Me
habrían gustado horas, días y probablemente semanas para recomponerme.
Pero no tengo tanto tiempo.
Quiero saberlo.
Quiero saberlo todo.
—Si te gustaba antes... de Lucas, entonces por qué no... Nunca dijiste nada.
Nunca... —Y luego vuelvo a repetir todo porque no tiene sentido para mí—. Fuiste tan
horrible conmigo. Pensé que me odiabas. Pensé que me odiabas con él. Pensé...
Oh Dios, no lo hizo.
No me odiaba con su mejor amigo. O más bien no por las razones que siempre
pensé.
Creo que me odiaba con él porque... sentía algo por mí.
297
Santo cielo.
Mierda.
É
l puede verlo.
En mi cara.
Que por fin lo estoy entendiendo. Por fin estoy comprendiendo lo
que me está diciendo.
—Nunca dije nada —dice, sus ojos graves, sus rasgos graves también como si
esto fuera lo más importante de su vida, la verdad más importante—. Porque tú
también le gustabas. Porque era mi mejor amigo. Nunca dije nada, te traté como una
mierda, porque quería que lo eligieras a él.
—Elegirlo.
—Sí. Porque era una mejor opción.
Esto me contrae el corazón.
Contrae. Y constriñe. Se ahoga.
Por el dolor en su voz. Frustración. Por la ira.
—Así que me limité a mirar —susurra. 298
Lo aprieto con mis extremidades, con el pecho agitado.
—¿M-miraste?
Sus manos vuelven a acariciar.
Subiendo y bajando por los costados de mi cuerpo, desde las costillas hasta la
base del vientre, mientras retumba:
—Todo el tiempo.
Y no puedo evitar preguntar:
—¿En la escuela?
—Uh-huh. En la cafetería. En la biblioteca. Los partidos de fútbol.
Especialmente los partidos de fútbol. Siempre venías a los partidos de fútbol.
—Para Lucas —susurro.
—Sí, para él —dice, sus palabras ligeramente cortadas—. Te sentabas delante
con un grupo de amigas. Animabas cada gol que marcaba. Cada puto pase. Cada
regate. Aunque no te interesara nada el partido.
Tiene razón.
Nunca me aficioné al fútbol. A pesar de que era la vida de mi novio.
Pero como buena novia, siempre fui a apoyarle y nunca dejé entrever que me
aburría como una ostra en sus partidos.
—El fútbol es aburrido.
Sus labios se crispan.
—Para ti, sí. —Luego—: Porque cuando algo te interesa, tus ojos brillan. Se
vuelven oscuros y amplios. Te ríes sin tener que recordar que deberías hacerlo. Tus
mejillas se sonrojan. Tu... —se lame el labio partido—, todo tu cuerpo se ilumina.
Tiene razón. Eso creo.
Quiero decir, en realidad nunca he notado estas cosas en mí, pero él sí.
Porque me observaba.
Me observó.
Sentía algo por mí.
El exmejor amigo de mi exnovio.
—A él le gustaba que yo estuviera allí —le digo.
—Sí, también lo sé. No paraba de hablar de ello —dice, con su pulgar
presionando mi barriga en el deslizamiento hacia abajo, haciendo que mi respiración,
ya entrecortada, se vuelva aún más entrecortada—. Sobre cómo su novia estaba allí,
en primera fila, viéndole jugar. —Entrecierra los ojos, como perdido en sus
recuerdos—. A veces pensaba que intentaba darme celos. 299
—No lo haría.
—Lo haría.
—¿Ponerte celoso?
—Joder, sí. —Vuelve a lamerse los labios y yo me muerdo los míos, mirándole
hacerlo—. Si fueras mía, Echo, si estuvieras ahí para mirarme, le daría celos a él y a
todos los hijos de puta de ahí fuera. Y por eso a veces me lo preguntaba.
—¿Te preguntabas qué?
—Si alguna vez lo hiciste. Mirarme.
—Lo hice. —Suelto, mis uñas clavándose en su piel.
—¿Sí?
—Te he visto jugar. Siempre.
Estaba allí para apoyar a Lucas, no para mirar a su mejor amigo, pero lo hice.
Me fijaba en cada gol que metía, en cada pase, en cada regate, y luego me
odiaba por hacerlo.
—No sé nada de fútbol —continúo—, pero siempre pensé que eras... magnífico.
—Magnífico.
—Sí. La forma en que —busco una palabra—, te movías. La forma en que te
deslizabas por el campo. Como el viento. Como algo salvaje y libre. Imparable.
No se llama Daredevil por nada.
Siempre fue imprudente y rápido. Corría riesgos.
Enfureció e impresionó a sus entrenadores y comentaristas. Hablaban de ello
a menudo. Hacía cosas -correr a una velocidad imposible, dar volteretas hacia atrás
en el aire, hacer volar el balón por el estadio- como nadie.
Ni siquiera Lucas.
Aunque Lucas era el capitán, siempre hablaban de Reign. Siempre era a él a
quien alababan por hacer posible lo imposible.
—Y luego, cada vez que te besaba delante de mí —dice bruscamente, con sus
dedos rozando cerca, tan cerca, de mis pechos—, quería partirle la puta cara.
—No lo hiciste. —Jadeo, aferrándome a él con más fuerza.
—Y entonces, por supuesto, estarías llorando por él porque así es como eres,
pero no me importaría. Seguiría haciendo lo que siempre he querido hacer.
—¿Hacer qué?
—Echarte sobre mi hombro y llevarte lejos.
Como hizo esta noche después de su pelea.
Y el hecho de que quisiera hacerlo siempre, me hace preguntar sin aliento:
300
—¿Dónde?
—En algún lugar lejos de él. Algún lugar donde pueda secar tus lindas lágrimas
y hacer que me beses como lo besaste a él.
Ahora estamos tan cerca gracias a sus maniobras.
Con cada respiración frenética e hipo que hago, mi pecho se arrastra contra el
suyo.
Mis tetas se arrastran contra su tatuaje.
—Eso no es... —Sacudo la cabeza—. Eso no está bien.
—Sí, me lo imaginaba. —Se ríe suavemente—. Y si no te gusta eso, no te va a
gustar lo que te diga a continuación.
—¿Qué?
—Que cada vez que me mirabas —baja la voz, con un brillo travieso en los
ojos—, se me ponía dura.
Me estremezco.
—Tú...
—Cada vez que te enfadabas porque decía algo ofensivo, o actuabas como si
no pudieras soportar verme, buscaba un aula vacía o un lugar apartado donde
pudiera masturbarme. —Otra lamida de sus labios y oh Dios mío, voy a alcanzarlo y
morderlo si no detiene eso—. Cada. Jodida. Vez. Probablemente tenga el récord
mundial de masturbarme en una clase de instituto.
Quiero reírme.
Quiero hacerlo.
Pero no puedo. No puedo hacer nada excepto balbucear unas palabras.
—Yo... Yo no... Eso es...
Haciéndole soltar una risita.
Y su risita es aún peor que él relamiéndose los labios -lo cual no es una
sorpresa, pero aun así-, que un acelerón se enciende en mi vientre cuando continúa:
—Pero eso no es nada comparado con lo que haría cuando tu novio me lo dijera.
—¿Decirte qué?
Se inclina más y mis tetas no sólo rozan su pecho, sino que están aplastadas
contra él. Están aplastadas contra su duro, duro, pecho.
Tanto es así que su misterioso tatuaje podría ser el mío.
Su calor podría ser el mío.
Sus latidos también. 301
Y por si fuera poco, este contacto repentino y abrumador entre nosotros, se
adelanta y me acaricia el costado de los pechos. Su áspero pulgar entra por fin en
contacto con mi rolliza carne, y mis muslos se sacuden y suben por sus apretados
oblicuos.
—Que aún no lo habías dejado.
—Dejado qué...
Oh.
¡Oh! Quiere decir...
Se refiere a mi virginidad.
Lo que estaba preguntando la otra noche. Por su mejor amigo.
—Es... —Sigo, sonando indignada o queriendo al menos—. No era asunto tuyo.
Se ríe de nuevo y sus manos se agitan aún más sobre mi cuerpo.
—No, no lo era. Era más que asunto mío.
—¿Qué?
—Era mi maldita obsesión.
Ahora me acaricia con más fuerza. Aprieta mi vientre, masajea mis costados,
presiona mis pechos.
Le diría que parara.
Sólo que yo hago lo mismo. Le froto las palmas de las manos por los hombros,
le acaricio los bíceps, los lados del cuello, le tiro del cabello.
—Y por eso le preguntaba —traga saliva—, si ya te había follado la cereza.
—Tú...
—Intentaba hacerlo a escondidas. —Continúa—. Intentaba provocarle en los
entrenamientos, echarle mierda sobre sus pases. Le decía que se soltara, que echara
un polvo y entonces se enfadaba y me decía que no podía. Porque su inocente novia
no lo haría. O cuando nos emborrachábamos, intentaba que hablara. Yo compartía
mis escapadas sólo para que él compartiera las suyas. Y él nunca tenía nada.
—Eso es... —le tiro del cabello, buscando una palabra—, furtivo.
—Sí, lo sé. Ya lo he dicho.
Clavo mis talones en la parte baja de su espalda.
—Eres un idiota.
—Un idiota obsesivo —me corrige—. Que luego se masturbaba en su
habitación, junto a su ventana.
—¿Ventana?
—Porque podía ver la tuya a través de la mía. 302
Espera, ¿qué?
Él...
—¿Harías... eso mientras miras mi ventana?
Otra risita.
—Sí, Echo, yo hacía eso, pararme en mi ventana mientras miraba la tuya. A
veces incluso te veía a ti. Revoloteando en tu habitación, con tu cabello rubio miel en
tu trenza de niña buena y tu cuerpecito firme en tu pijama rosa. A veces te sentabas
en tu cama a leer. Y olías tu cabello. Dios mío, me volvía loco cuando hacías eso. Olías
la cola de tu trenza, la enroscaba en tus pequeños dedos. Salpicaba por toda la
ventana.
Voy a decir algo, pero siento un tirón en el cabello y me doy cuenta de que está
tirando otra vez de mi trenza. Vuelve a enrollarla alrededor de su mano, pero esta vez
con más suavidad. Esta vez quiere sentirla. Quiere frotar la cola con el pulgar.
Y quiere verse a sí mismo haciéndolo.
—Lo sabía —murmura.
—¿Saber qué?
—Que sería suave. —Otro tirón—. Como la seda. De terciopelo. Lo sabía. Y me
lo imaginé.
—¿Imaginar qué?
Levanta la vista.
—Follar con tu cabello.
Me sobresalto.
—¿Qué?
—Sí, creo que nunca me he imaginado cogiéndome el cabello de alguien.
Excepto el tuyo. Es que... —Tira de nuevo, casi con saña—. Hay algo en él. Todo color
miel y grueso y rico y suave. Tan jodidamente dulce.
Se lleva mi trenza a la nariz y la huele, haciéndome estremecer de nuevo.
Tiene los ojos cerrados y gruñe suavemente, aspirando una bocanada.
—T-tienes un fetiche con el cabello —le digo—. Es a-asqueroso.
No es asqueroso.
En absoluto.
Lo que es, es excitante. Dios mío, es excitante.
Creo que nunca me había sentido así.
Estar... caliente y excitada. Y excitada.
Bueno, excepto por ese beso que compartimos. En el que no voy a pensar. 303
No quiero pensar en ese beso.
Aun aspirando mi olor, dice:
—No, tengo un fetiche con Echo.
Se me corta la respiración.
—Reign, creo que no deberíamos hablar de esto. Tengo novio.
Abre los ojos.
—Exnovio.
—Reign…
—Y mientras me follaba el puño, viéndote oler el cabello, pensando que me
follaba tu trenza, me imaginaba que la guardabas para mí.
Mi corazón golpea dentro de mi pecho, muy, muy fuerte.
O tal vez sea su corazón.
Retumbando dentro de su pecho y reverberando dentro del mío porque ahora
mismo somos básicamente un solo cuerpo.
—No lo estaba —le digo, deprisa, con urgencia, con miedo, sabiendo
exactamente lo que quiere decir.
—Imaginaba lo que se sentiría al tomar lo que es mío.
—No es tuyo.
No lo es.
No lo es.
No lo es.
Nunca lo fue. Nunca lo será.
Pero al lugar entre mis muslos no parece importarle. El lugar entre mis muslos
está zumbando. Está vivo y palpita. Y no sé cómo hacer que pare.
Y lo que dice a continuación tampoco ayuda.
—Estarías apretada, lo sabía. —Soltando mi trenza entonces, él abarca mi torso,
apretándolo como un todo, como probando un punto—. Ya lo sé.
Mi columna se arquea.
—No, yo...
—Conociendo mi suerte, probablemente estarías cosida.
—Eso es...
—Conociendo mi suerte, Echo, probablemente empezarías a llorar a la
primera visión de mi polla.
Le rasguño el cuello. 304
—No me pondré a llorar.
—Eres una llorona —me dice—. Llorarás.
—No lo haré.
—Probablemente empezarías a berrear de lo grande que es.
—No puede ser tan grande.
—Qué grueso y enojado.
—¿Por qué iba a estar enojado?
Vuelve a apretarme las costillas, haciéndome jadear mientras dice con los
dientes apretados:
—Por ti. Por lo apretado que tienes el coño. Qué estrecho y pequeño, dos tallas
más pequeño para mi polla. Y cómo quiere entrar. Quiere meterse en el agujero de
tu apretado coño, pero no puede. Tiene que ser paciente.
Ahora me retuerzo mucho.
Por su generoso uso de la palabra con “p”.
De algún modo, aún soy capaz de decir, remilgadamente:
—La paciencia es una v-virtud.
Lanza una carcajada, esta vez sin humor.
—Sí, aunque no lo parece. —Luego, otro apretón de mi cuerpo—. Pero lo
intentaré, Echo. Por ti. ¿Sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque si no, te haré sangrar. —Luego—. Bueno, sangrarás de todos modos,
pero aun así.
—Tú no... Tú no sabes eso.
—Lo sé. Lo sé, Echo. Conociendo mi maldita suerte, llorarás y sangrarás. —
Luego—: Por mi culpa.
Y Dios, parece tan arrepentido de eso.
Tan desgarrado por el remordimiento que quiero decirle que está bien.
Está bien.
Lloraré y sangraré, ¿y qué? Les pasa a casi todas las chicas cuando es su
primera vez. He leído suficientes libros para saberlo. He oído suficientes historias.
—No pasa nada —le digo, todavía agarrándole el cuello, su pulso palpitando
bajo mis manos—. Muchas chicas sangran y...
—No, no lo está —dice, con la mandíbula desencajada—. No está bien, pero
haré que lo esté. Haré que esté bien, cariño. 305
Succiono el vientre, temblando de nuevo.
Esta vez más duro que todas las veces anteriores debido a su cariño.
—¿Cómo?
Sube las manos y me acaricia las mejillas.
Tan suave, tan tiernamente.
Que quiero llorar.
—Primero, te limpiaré —me dice, con el pulgar frotando la manzana de mi
mejilla—. Con el más suave de los paños. De seda, piel o algo así. Encontraré uno. Y
luego te prepararé un baño. Con aceites de baño y lo que les guste a las chicas. Y si
eso no funciona, te pondré hielo en el coño, nena. Lo congelaré y luego lo lameré. Lo
chuparé en la boca para que se vaya el escozor.
—Reign, por favor...
—Y si nada funciona —continúa, presionándome la cara con los dedos—, me lo
bebo de un trago, joder.
—¿Qué?
Acerca mucho sus labios a los míos.
Super duper cerca.
Lo más cerca que puedes estar sin tocarte y odio eso.
Quiero tocar.
Quiero que toque mi boca con la suya.
Pero lo único que hace es susurrar:
—Me lo beberé todo. Tus lágrimas, tu sangre virgen, el jugo de tu coño. Me
bañaré en eso, lo que me des, ¿entiendes?
Me quedo con la boca abierta.
Y juro, juro, que saboreo la sangre en mi lengua.
Como en solidaridad.
—Haría cualquier cosa. Si fueras mía, haría cualquier puta cosa para que todo
fuera mejor. Si me dejas metértela, haré lo que sea para que todo esté bien.
La necesidad gutural que acuchilla su rostro me deja sin aliento.
Me hace agarrarme a su muñeca y susurrarle:
—¿Quieres…?
Se pone alerta cuando me acobardo de decir las palabras.
—¿Quiero qué?
Trago saliva, clavo las uñas en su muñeca y me sonrojo como una loca. 306
Lo nota, el rubor en mis mejillas, y sus ojos se vuelven... líquidos otra vez.
Todo brillante y tierno.
Y susurra:
—¿Qué pasa, cariño?
Dios, ¿qué está haciendo?
No soy su cariño. No soy su nada.
Yo no...
Y aun así, pregunto:
—¿Te pondrás un condón?
No sé por qué pregunté eso. Por qué entró en mi cerebro.
Pero así fue.
Como si todo esto estuviera ocurriendo de verdad. Como si esto fuera real.
No lo es.
Es todo mentira. Todo es su imaginación.
Traga saliva.
—¿Quieres eso? Quieres que me ponga una goma.
—Sí. —Asiento, con el corazón latiéndome dentro del pecho—. Tienes que
hacerlo. Yo no... no tomo la píldora y...
—¿Y qué?
—Has estado con... otras chicas.
Ahí está. Por eso.
Por eso entró en mi cerebro.
Por otras chicas. Por sus... escapadas, como él decía.
Y Dios, estoy celosa.
Estoy tan, tan celosa.
Estoy ardiendo de celos. Como aquella noche.
Cuando hablaba de las chicas de St. Mary’s, aunque eso también era mentira.
Me mira fijamente a los ojos con su mirada penetrante y me dice:
—Estoy limpio. Nos hacemos las pruebas. Por el equipo.
—De acuerdo.
—Y no he...
—¿No has hecho qué?
307
—No he estado con nadie en mucho tiempo.
Mi corazón empieza a acelerarse porque de alguna manera sé cuánto tiempo.
Pero sigo preguntando:
—¿Cuánto tiempo?
Me mira fijamente a los ojos.
—Dos años, dos meses y veinticinco días. Bueno, un poco más que eso, pero sí.
Ay, Dios.
No lo ha hecho... no desde el beso. No desde que me besó y...
—Y antes de eso nunca, nunca, lo he hecho a pelo, Echo. Nunca me he follado
a una chica piel con piel. Nunca quise hacerlo. No sólo porque es jodidamente
estúpido hacerlo sino también...
—¿También qué?
Entonces se queda en silencio. Muy silencioso. Y un ligero ceño se frunce entre
sus cejas como si pensara. Luego:
—Supongo que... siempre que imaginaba todas las cosas que imaginaba sobre
ti, imaginaba estar piel con piel. Sin barreras. Nada entre nosotros. Ni una sola cosa.
Ni siquiera una fina pieza de látex. Y aunque sabía que nunca llegaría a estar contigo,
aún mantenía una estúpida y jodida esperanza. Todavía pensaba... ¿y si...? Y
entonces... supongo que me estaba preparando. Lo estaba guardando para ti. —Se
burla suavemente entonces, perdido en sus pensamientos—. No es que sea un logro
o algo así, guardar eso. Pero sí, lo hice. Como si lo estuvieras guardando para mí.
—No lo estaba —susurro suavemente, sin inflexión ni fuerza.
—Muy inteligente, sin embargo, Echo —dice, ignorándome de nuevo—. Que
hayas preguntado eso. Jodidamente inteligente. Porque puedes confiar en que nunca
te haré daño de esa manera, pero no puedes confiar en mí con lo otro.
—¿Qué otra cosa?
Entonces sus ojos se vuelven posesivos. Tan, tan posesivos cuando dice:
—Lo de la píldora.
—¿Qué?
—Años, te vi con él —dice, sus rasgos tan crudos y afilados—. Años, te vi ser
suya. Años, Echo. No pensaste que si te tenía, si me acercaba a esos muslos cremosos
como la mierda, no te enviaría de vuelta con tu pequeño coño rosado lleno de mi
semen, ¿verdad?
Un suspiro brota de mí entonces.
Mi estómago se ahueca.
Y mi coño palpita aún más fuerte. 308
—No lo harías. Tú...
—Sí —susurra, sus dedos sujetándome posesivamente, como un depredador
aferrando a su presa—. Lo haría. Lo haría, joder. Te llenaría de mi semen y te enviaría
de vuelta con él, conmigo chorreando por tus muslos lechosos. Te enviaría de vuelta
con mi tarta de crema en tu coño, Echo. Incluso me correría en tu barriguita y en tus
tetas jugosas, te regaría todas tus partes buenas y maduras con mi semen y luego te
lo restregaría, para que olieras a mí cuando fueras a ver a tu ex puto novio. Y si no
tomas la píldora, entonces.... —Se encoge de hombros—. Es el mejor regalo de
despedida, ¿no? Su novia llevando un pequeño secreto en su vientre. El bebé de su
mejor amigo.
Tardo unos segundos en reunir fuerzas.
Reunir mis pensamientos dispersos y confusos lo suficiente para decir:
—No, no harías eso.
Se ríe de nuevo.
Pero esto no es sucio. Esto es mezquino. Esto es burlarse.
Como sus palabras.
—¿No lo haría?
—No, no lo harías —le digo con firmeza, mirándole a los ojos—. Tú nunca harías
eso. Tú no eres así. Sé que quieres que piense eso. Pero no lo eres. Intentas asustarme.
Estás tratando de evitar que vaya con Lucas, que le cuente sobre...
—Bueno, ya lo hice.
—¿Qué?
Su mandíbula se aprieta entonces.
Los moratones palpitan en su cara. Y lo hacen con tanta violencia que se
disuelve cualquier ilusión que pudiera hacerme de que parece frágil a causa de ellos.
—Te preocupa tanto que me perdone cuando él está dispuesto a perdonarte a
ti, ¿verdad? —empieza, sus manos siguen enmarcando mi cara pero falta esa ternura
y calidez—. Bueno, está dispuesto a perdonarte a ti y no a mí porque lo sabe.
—¿Sabe qué?
—Sobre mi obsesión con su novia.
Mi boca se abre.
Es la única reacción que puedo darle ahora mismo.
A la información que le parezca más impactante.
Lucas lo sabe.
—Sabe que quiero lo que le pertenece. Sabe que te quiero a ti y por eso no te
quiere cerca de mí. —Luego—: Pero imagina lo que pasaría si le dijera que su novia
me quiere de vuelta.
309
—Yo…
—Leí tu diario.
Pensé que sabía lo que significaba sentir miedo. Te ponías tensa y rígida.
Pero no sabía que a veces también te quedas flácida. No sabía que tu cuerpo
podía volverse débil, como si se hundiera. Y me está pasando ahora mismo.
Mis manos se separan de su muñeca y mi ceño se frunce.
—Aquella noche. Cuando estaba en tu habitación, leí tu diario. Leí todas las
cosas que habías escrito. Sobre esa noche. Sobre ese beso. Sobre cómo todavía
sueñas con ello. Cómo al azar, de la nada, me saboreas. En tu lengua.
Ahora apenas respiro.
Apenas.
Y continúa:
—Sandías, ¿sí?
Entonces me da un tirón.
Me obliga.
Como si supiera que estoy cerca de la muerte y por eso me inyecta vida.
Me está inyectando odio.
—Debo decir, sin embargo, que eres una escritora fantástica, Echo. Naciste
para escribir. Lástima que tu diario esté lleno del mejor amigo de tu exnovio. Bueno,
exmejor amigo. Pero te haces una idea, ¿no?
Tengo la garganta seca.
Todo rasposo y crudo.
—Tú...
—Puedes adelantarte y decirle quién hizo el primer movimiento, si quieres.
Para ser una buena chica. Para arreglar las cosas. Y tal vez lo hagas. Quizá todo vaya
bien. Pero entonces no sé cómo arreglarás las cosas que se rompen si le digo lo que
sé. Lo que tengo es mucho más dañino, ¿no? Tal vez pueda perdonarte por besar a su
mejor amigo de entonces, pero dudo mucho que sea tan generoso contigo... hablando
poéticamente de ese beso en tu diario durante años.
—¿Por qué estás...? —Parpadeo, mi cabeza temblando—. ¿Por qué estás
haciendo esto?
Su respiración es aguda y sus dedos siguen acunando mi cara.
—Porque sigues olvidando que soy un imbécil. Sigues olvidando que me odias.
Que te doy asco. Te dije que no podíamos ser amigos, ¿recuerdas? Hace años. Esta
es la razón. Porque soy un egoísta hijo de puta y para que no se te olvide en el futuro 310
y me fastidies de mierda, también te voy a dar un ultimátum. De esos que recordarás
el resto de tu vida.
—¿Q-qué?
—Si quieres que guarde tu secreto, entonces quiero lo que me debes.
—¿Qué significa eso?
—Significa —su boca se curva en una sonrisa fría—, que quiero mi pago.
—¿Qué?
—Sé que crees que soy una especie de buen tipo. Que te ayudé o te salvé o lo
que mierda sea que estés pensando, por la bondad de mi corazón, pero —dice, aún
acunándome tiernamente las mejillas y mirándome fijamente—, no tengo mucho
corazón, ¿recuerdas? No tengo corazón. Así que quiero algo a cambio. Quiero lo que
no le has dado a nadie más. Ni siquiera a él. El tipo que amas. Tu jodido exnovio.
Porque lo estás guardando para mí.
Sé lo que dice.
Lo sé.
Pero sigo sin encontrarle sentido. Sigo sin encontrarle sentido a lo que está
haciendo.
—Dame esa cerecita apretada a la que tanto te aferras y guardaré tu secreto.
Dejaré que te quedes con lo que crees que te di, tu exnovio.
El Bandido

N
o quería leer su diario. Eso es lo primero.
Yo, por ejemplo, sé lo privado que es. Lo íntimo que es.
Lo único que quería era tocarlo.
Tocar lo único que nos ha conectado desde el principio.
O más bien nos había conectado, puesto que ya no me permito escribir.
Y luego tocar llevó a abrir. Eso llevó a hojear las páginas amarillas. Pero incluso
entonces no tenía intención de leer ninguna de sus palabras.
Hasta que accidentalmente abrí una entrada antigua y me topé con “sandía”.
No sé por qué me fascinaba tanto esa palabra. Esa palabra escrita en la misma
frase que “beso”.
Mira, me he preguntado sobre ese beso. Sobre por qué lo haría si me odiaba.
Y la única explicación lógica es que estaba angustiada después de lo que había 311
pasado esa noche. Después de todo el desastre de la propuesta. Y como estaba
enamorada de mí, se consoló en mis brazos.
Otra cosa: Sí, sé lo de su enamoramiento. Cuando nos conocimos. ¿Por qué si
no habría tenido que empujarla hacia Lucas? Sabía que ella sentía algo por mí -
equivocadamente- así que la aplasté.
Que todavía piense en ese beso fue una revelación. Pero como le dije a Lucas
la otra noche, no significa nada. Un beso de dos minutos no niega su amor por Lucas.
Pero, de todos modos, cuando leí esa palabra en su diario, no hubo quien me
parara. Leí esa línea y luego otra, y otra, y lo siguiente que supe es que había leído
todo el párrafo.
Pero entonces mi autodesprecio se convirtió en demasiado para mí para seguir
adelante y así que lo cerré y lo puse de nuevo en su lugar.
A pesar de todo, a pesar de mi horrenda invasión de la intimidad, no tenía
intención de sacar el tema.
Alguna vez usarlo contra ella.
Pero tenía que hacerlo.
Eso es lo segundo. Que tenía que hacerlo.
No quería chantajearla, pero no me dejó otra opción.
Tenía el presentimiento de que haría algo así. Que podría oponerse al llamado
ultimátum de Lucas. Es la niña buena que hay en ella. Queriendo salvar a todos,
arreglar todo. Así que pensé en bloquear su número y ayudar a mi mejor amigo
muerto por última vez. Supuse que si la ignoraba por unos días, se daría por vencida
y estaría con quien se supone que debe estar.
Pero claro que no. Tenía que venir a buscarme.
Tenía que acosarme, joder.
Así que tuve que improvisar.
Tenía que asustarla de alguna manera. Espantarla para siempre.
Asustarla para que vuelva con el puto amor de su vida.
—¿Sigues vivo?
La voz de mi hermano me despierta.
Porque, por supuesto, eso es lo que necesito ahora mismo. El tercer grado de
mi noble hermano mayor.
Le miro a través de la mesa de la sala de conferencias.
—Desgraciadamente.
Siempre arreglado y pulido, me devuelve la mirada, su cara es una máscara de
312
desaprobación.
—Hay mejores formas de suicidarse.
Me lamo el labio partido, me encanta el escozor.
—Qué puedo decir, me gusta torturarme.
—¿Eso es lo que haces? En ese gimnasio tuyo.
Me quedo mirándole unos instantes antes de decir:
—Por millonésima vez, es un gimnasio de boxeo. Me encantaría decirte que
nos sentamos a hacernos trenzas y a hablar de nuestro próximo proyecto de punto.
Pero eso sería una mentira y no soy un mentiroso. Va contra mis principios.
Le lanzo una sonrisa fingida.
Mi hermano mayor me mira fijamente.
—Aparte de que causa muy mala impresión a nuestros socios, sentarse frente
a un matón callejero mientras se discuten los permisos de terreno y otras necesidades
relacionadas con el hotel, me gustaría recordarte que soy cinturón negro de kárate.
También he sido entrenado en jiujitsu y artes marciales mixtas y nunca me he visto
así.
Me encojo de hombros.
—No sé si te has enterado, pero en el bar se dice que soy un desastre. —Me
señalo la cara magullada—. De ahí viene eso.
Homer aprieta la mandíbula en señal de desaprobación.
—Puedo averiguar muy fácilmente lo que pasa en ese gimnasio. Eres
consciente de ello, ¿verdad? Te estoy dando la oportunidad de confesar.
—¿Sobre qué?
—Si estás metido en algo malo. —Vuelve a mirarme a la cara—. Algo peligroso.
—¿Y si lo estoy?
Exhala bruscamente.
—Entonces ponle fin.
Lo único malo que está pasando es que estoy lanzando peleas, y soy
jodidamente bueno en ello. A pesar de eso, metí la pata en la última, enojando a
mucha gente. Incluyendo a mi jefe, Ark Reinhardt. Como era mi primera ofensa, mi
único castigo fue una advertencia de una frase y dos peleas más en mi agenda esta
semana. Para compensar el dinero perdido.
Ark es muy bueno cuidando de sus luchadores y manteniendo su negocio legal
y en alza. Lo que significa que incluso si mi hermano pone sus compinches en él,
probablemente no será capaz de encontrar mucho.
Pero no quiero que lo haga. 313
No quiero que interfiera en mis asuntos, ni que se vea así.
Como si me estuviera haciendo algún tipo de favor. Como si se abalanzara para
ser mi héroe.
No necesito putos héroes.
Me convertí en mi propio héroe y en el villano de todos hace mucho tiempo.
—¿Por qué, para que puedas apaciguar tu culpa? Por no venir a rescatarme
cuando realmente te necesitaba. —Aprieto los dientes—. No lo hice. Y no lo hago
ahora. No soy tu proyecto benéfico. Si quieres uno, ve al refugio y adopta un puto
cachorro, ¿está bien?
Sé que le he enojado.
Pero incluso su ira está pulida y controlada, sin apenas parpadear en su rostro
cuidadosamente inexpresivo. Luego, me lanza un gesto seco con la cabeza:
—Como quieras. Pero quiero que sepas que estoy aquí, si me necesitas.
—No lo haré —le digo—. Y lo mismo digo. Sobre mejores formas de suicidarse.
—¿Perdón?
En respuesta, inclino la barbilla hacia los expedientes extendidos sobre la
mesa.
Son las putas siete y seguimos en la oficina, preparando una reunión para
mañana. Al parecer es para un gran proyecto en Indonesia, porque por qué no íbamos
a tener un hotel al otro lado del mundo y por qué no iba a traerme mi hermano a un
proyecto así para “formarme”.
Un proyecto que me está matando lentamente.
Sólo han pasado un par de semanas desde que empecé a trabajar aquí y tengo
que admitir que no sé cómo mi hermano y todas estas personas que trabajan aquí de
nueve a cinco no se han suicidado de puro aburrimiento. O por el hecho de que todos
tienen que llevar una puta corbata.
Pero yo no. Soy muy firme al respecto.
Pero cada uno a lo suyo.
Homer suspira y cierra la carpeta que tiene delante.
—Supongo que podemos dar por terminada la noche.
Yo también cerré el archivo y me levanté de un salto.
—Sí, has acertado, joder.
Me muero de hambre.
Necesito una hamburguesa con queso -no, dos hamburguesas con queso- y un
pedido grande de patatas fritas. Y luego me voy a remojar en un baño helado para al
menos poder estar de pie para mi pelea de esta noche. Lo mejor de las peleas es que 314
no tengo que hacer mucho. Pero me gusta esforzarme.
Casi estoy saliendo por la puerta cuando mi hermano me detiene.
—¿Estás libre el próximo sábado?
Me giro.
—¿Me estás pidiendo una cita otra vez?
Suspira con fuerza.
No es la primera vez que me pide que vaya a hacer algo con él. Hemos estado
trabajando hasta tarde la mayoría de las noches y él siempre está listo con sus
invitaciones a cenar y todo eso. Y de nuevo, me jode que se esfuerce tanto.
Intentando ser mi puto amigo cuando le he dicho mil veces que no necesita
serlo.
—Me gustaría invitarte a jugar al fútbol conmigo —dice entonces.
—¿Qué?
—Tenemos un pequeño club —dice, aclarándose la garganta como si le diera
vergüenza—. Sólo algunos viejos amigos de la escuela y compañeros de equipo.
Jugamos dos fines de semana al mes y —carraspea de nuevo—, a todos les encantaría
conocerte.
Sé lo de su pequeño club de fútbol.
Se reúnen en el club de campo de Bardstown dos veces al mes para lanzar la
pelota de forma recreativa. Mi hermano fue el que empezó, probablemente cuando
yo estaba en primero de bachillerato.
Y la única razón por la que lo sé es porque recuerdo sentirme... celoso.
Del hecho de que mi hermano se fuera a jugar con sus amigos del colegio en
vez de conmigo.
Lo sé, lo sé. Lo sé, estúpido.
Mi hermano y yo no podíamos -no podemos- soportarnos, y mucho menos jugar
al fútbol juntos.
Y luego está el pequeño hecho de que ni siquiera me gusta el fútbol.
Pero sentí lo que sentí, y su invitación me regresa a cuando tenía catorce años
y deseaba irracionalmente que mi hermano mayor me invitara.
Metiéndome las manos en los bolsillos, pregunto con fuerza:
—¿Y por qué les encantaría conocerme?
Él hace lo mismo con las manos y me pregunto si de ahí me viene a mí esta
costumbre. Si es así, me gustaría mucho romperla, pero tal y como están las cosas,
tengo las manos en puño y no quiero mostrar cómo me está afectando esta 315
conversación.
—Saben lo buen jugador de fútbol que eres —dice—. Y les encantaría jugar
contigo.
—¿Y cómo saben que juego al fútbol?
—Puede que haya mencionado algo.
—¿Y cómo podrías saber algo sobre qué clase de jugador soy?
Me mira fijamente un instante antes de ponerse en pie y suspirar.
—Te he visto jugar. Por desgracia, sólo en vídeo, pero es evidente que eres
bueno. Eres muy bueno, Reign. Tienes un talento natural. Una gracia natural y
atletismo. A la gente no se le puede enseñar eso, lo que tú tienes.
Aprieto los puños.
—Estoy conmovido pero…
—Sé que nunca he dicho esto y probablemente debería haberlo hecho, pero
—me corta y me mira todo serio—, eres mucho mejor jugador de lo que yo nunca fui.
Y sé que harás grandes cosas con él cuando te elijan el año que viene y…
Lanzo una carcajada, esta vez cortándole el paso.
Cortando lo que sea que esté tratando de hacer.
—¿Qué es esto, cómo ser hermano mayor en diez días? —me burlo—. No sé si
hay más formas de decirlo, pero no necesito un hermano mayor. ¿Bien, hermano
mayor? No necesito que me felicites por mis habilidades futbolísticas ni que me veas
jugar. O que me digas lo brillante que es mi futuro. Especialmente cuando la única
razón por la que empecé a jugar fue porque me obligaron. Y me vi obligado a jugar
por ti. Que resultara ser mi billete para salir de aquí es una cruel ironía del destino.
Pero si crees que quiero “que me elijan” o hacerme profesional o lo que sea, entonces
no eres tan listo como nuestro maravillosamente muerto padre pensaba.
Entonces frunce el ceño.
Probablemente una primera reacción externa de él.
—Tengo que decir... que estoy ligeramente confundido. Pensé que estabas
entrando en los drafts.
—No estoy seguro de por qué pensarías eso, pero no. No me gusta. —
Entonces—: No me gusta el fútbol. De hecho, odio el fútbol. Y no tengo intención de
jugarlo más allá de la universidad.
—Reign, estoy seguro de que no lo dices en serio —dice mi hermano—. No
mentía cuando dije que tienes talento natural para esto. No puedes dejar que tu
talento se desperdicie. Es un error. Tú...
—Puedo, en realidad —bromeo—. Verás, no me importa hacer lo correcto. Lo
que significa que no voy a jugar al juego que te gusta el resto de mi vida sólo porque 316
soy bueno en él.
—Reign…
—Bien, esto está empezando a enojarme, ¿de acuerdo?
Cierra la boca agradecido, aunque sus ojos gritan rabia.
Lo que sea.
No es mi trabajo hacerle sentir mejor.
—Esto no es lo que acordé. Haz lo que te pedí y, a cambio, trabajo contigo en
la oficina. No necesitas invitarme a tu exclusivo club de fútbol ni aconsejarme sobre
qué hacer con mi futuro. No necesitamos estrechar lazos ni tener una conversación
sincera. Nunca lo hicimos antes y no vamos a empezar ahora. Así que —suspiro—,
declino tu invitación. Y la próxima vez que quieras invitar a alguien a una cita, ¿qué
tal a tu prometida? Estaría encantada de ir contigo.
Eso le enoja aún más y yo me alegro.
Al menos ahora está a mi nivel.
Me doy la vuelta y salgo de la sala de conferencias.
Maldito imbécil.
Pensé que Homer era como mi padre, pero me equivoqué. Es peor.
Al menos con mi padre, siempre supe a qué atenerme. Siempre supe lo que
debía sentir. Odiarlo tanto como él me odiaba a mí, porque era un monstruo hasta la
médula.
Mi hermano mayor, sin embargo, es otro tipo de demonio.
Quiere ser mi amigo. Quiere arreglar las cosas. Quiere ser mi maldito
hermano.
Jesucristo.
Por favor, líbrame de todas las putas buenas personas y sus putas buenas
intenciones.
No tengo ningún interés en ser salvado o en ser la clase de hermano que Homer
quiere. Ni siquiera sabría por dónde empezar para soltar mi ira y dejar de odiarle.
Siempre iba a dejarlo una vez que lo terminara.
La tarea de volver a juntarla con él.
Y ahora que mi hermano ha cumplido su promesa -me ha mandado un mensaje
esta mañana para decirme que estaba hecho-, ni siquiera eso me retiene aquí. Quería
darle la cortesía de quedarme hasta que termináramos este proyecto dentro de unas
semanas. Pero si va a insistir en matarme con amabilidad, quizá deba dejarlo
plantado.
317
Le vendrá bien.
A ella también le vendrá bien, joder.
Q
uién: Bubblegum
Dónde: Dormitorio en la Escuela St. Mary’s para Adolescentes con
Problemas.
Cuándo: 11:23 p.m.; un día después de que Reign confiese su
enamoramiento de Echo.
Querido Bandido,
Durante años, me lo pregunté.
Me preguntaba por qué me diste esa tobillera.
Ahora lo sé.
Durante años, también me pregunté por qué no la había tirado. Por qué la
guardaba en mi mesilla de noche. Por qué cada vez que lo abría, me esforzaba por
oír el tintineo de sus campanillas.
Ahora creo que también lo sé.
~Echo 318
S
oy oficialmente una graduada de la escuela secundaria.
Desde hace una semana, en realidad.
Nunca pensé que algo que siempre fue tan seguro en mi vida,
graduarme en el instituto, se convertiría en algo que pendiera de un hilo, pero así fue.
Y ahora me alegro de que haya terminado. Que estoy fuera de esa escuela con
ventanas enrejadas y altas paredes de ladrillo.
Además, tuvimos una última explosión, una fiesta de graduación que
organizamos todas las chicas de St. Mary’s, incluida yo. Fue divertido a pesar de los
pequeños contratiempos, que tienen que ver con Poe y cómo desapareció de la fiesta
durante unas horas. Pero resumiendo, ahora todo va bien y voy a echar mucho de
menos a mis amigas.
Es una suerte que todas vivamos tan cerca. En la semana que ha pasado desde
los finales y la mudanza de la residencia a casa de nuestros padres, ya nos hemos
reunido una vez como grupo. Fuimos a una feria increíble el fin de semana, todas las
chicas y sus respectivos novios y maridos, y fue superdivertido.
Bien, estoy mintiendo.
319
No fue un fin de semana divertido.
Es decir, estuvo bien ver a todas mis amigas y salir con sus parejas, pero no
creo que me lo pasara tan bien como los demás. Tampoco creo que me alegre tanto
como los demás de graduarme y seguir adelante con mi vida.
Porque hace poco me di cuenta de que no he seguido adelante.
Sigo atascada.
En el mismo lugar en el que estaba hace dos años.
Sigo atascada en la noche en que cumplí dieciséis años.
Así que es justo que esta noche, en un intento de seguir adelante, me ponga el
vestido que llevé aquella noche.
Un vestido rosa de verano con escote corazón y tiras de cintas que me he atado
a los hombros formando un nudo de mariposa. También me peino igual, en una trenza
suelta, y la sujeto con un coletero rosa. Me arreglo las uñas, también rosas, y llevo
sandalias rosas.
Lo único que he cambiado de aquella noche es que me pinté los labios de rosa,
porque entonces no me gustaba maquillarme.
Por último, les digo a mis padres que me voy a dormir a casa de mi amiga
Jupiter. Como no les gusta ninguna de mis amigas de St. Mary’s, no les hace mucha
gracia. Ni siquiera les gustó que fuera a la feria. Pero como estamos a punto de
graduarme por fin, al menos me dejan ver a mis amigas.
Pero, por supuesto, no voy a ir a su casa.
Bueno, al menos no de inmediato.
Y me siento mal por mentirles, pero tengo que hacerlo.
Primero tengo que ir al lugar donde conseguiré seguir adelante. Y ahí es donde
me lleva Jupiter cuando viene a buscarme a casa.
—¿Seguro que quieres hacerlo? —me pregunta mientras me dispongo a salir
de su coche.
El interior del coche está oscuro, pero aún puedo distinguir la preocupación en
su rostro.
—Sí, estoy segura.
—Siento que esto lleva el desastre escrito por todas partes.
—Sí —estoy de acuerdo con ella—. Pero esta es la única manera.
—¿Pero lo es? —Frunce el ceño—. Porque no tienes que hacer nada. Podrías
simplemente... olvidarlo.
—Podría —vuelvo a asentir, agarrando mi bolsa de viaje—, pero está claro que
320
tengo muy buena memoria. Y si intento olvidarlo otra vez, podría acabar haciendo
algo aún más desastroso que lo que hice la última vez.
Ella hace una mueca.
—De acuerdo. Llámame cuando lo hayas hecho.
Mi corazón da un vuelco al oír “hecho”.
Lo cual es una locura porque es en lo único que he pensado.
Hacerlo.
Acabar de una vez.
Seguir adelante.
—Sí, lo haré —digo, sonriendo ligeramente—. Gracias.
Estoy listo para salir de nuevo cuando ella suelta:
—Siento que como tu mejor amiga, debería darte algunos consejos.
Le lanzo una mirada.
—No puedes.
—Podría intentarlo. Podría...
—¿Lo has hecho antes?
Ella frunce los labios.
—No. —Levanto las cejas y ella refunfuña—: Pero lo he visto antes. He leído
sobre ello. Conozco su teoría.
—Yo también. Pero por desgracia, esto no es una discusión de grupo. No
estaremos hablando de ello. Lo estaré haciendo.
Otro escalofrío recorre todo mi cuerpo al decir “haciendo”.
—Bien. Como quieras. Sólo pensé que podría ayudar.
Sintiéndome mal ahora, alargo la mano para abrazarla.
—Lo haces. —Aprieto su cuerpo con fuerza—. Ven a buscarme cuando te
mande un mensaje y pasaremos el resto de la noche viendo películas.
Y con suerte, me sentiré como una persona nueva.
Una persona conmovedora.
Me devuelve el apretón.
—De acuerdo. Buena suerte.
Finalmente, salgo del coche y suelto un suspiro tembloroso, leyendo un letrero
de neón: Motel Bardstown.
Es el típico motel en forma de L con una barandilla de metal negro y
habitaciones que dan al estacionamiento y a la autopista. Camino entre camiones y
321
coches estacionados, buscando el número de habitación que quiero. Por Poe y Callie,
sé que la razón por la que -quién- he venido se aloja en la habitación once y pasa la
noche aquí. Poe le preguntó a Callie, y Callie le preguntó a Reed, quien le preguntó
a Ledger. Potencialmente podría haber preguntado yo misma a Ledger; incluso
conseguí su número de teléfono de Callie. Pero no quería parecer demasiado
acosadora, así que opté por la vía más respetuosa.
Y aquí estoy.
Antes de perder el valor, levanto la mano y llamo a la puerta gris.
Probablemente sea yo y mis nervios, pero creo que mi golpe resonó por todo
el estacionamiento.
Pero está bien. No pasa nada.
Pero entonces oigo pasos que se acercan.
Y juro que reverberan por todo el estacionamiento también.
Y el pulso en mi cuerpo, bajo en mi vientre, haciéndome presionar una palma
sobre él.
Por fin llega el clic de la puerta, que creo que va incluso más allá del
estacionamiento y de mi cuerpo y llega a toda la ciudad. Haciéndome pensar que todo
Bardstown sabe que estoy aquí.
De pie frente a él.
El exmejor amigo de mi exnovio, vistiendo su color favorito.
Y sé que ahora es su color favorito.
Lo sé.
También sé que está sorprendido de verme.
Frunce el ceño y separa ligeramente los labios.
Y probablemente añadiendo a su sorpresa estoy yo, diciendo:
—Hola.
No dice nada.
Menos mal. No quiero quedarme aquí fuera y mantener una conversación con
él en la que me siento tan expuesta, así que añado:
—¿Puedo pasar?
Su ceño no hace más que fruncirse.
—Qué…
No le doy tiempo a responder y paso a toda velocidad. Y el hecho de que esté
conmocionado juega a mi favor porque retrocede y me deja.
Su habitación es como me imagino una típica habitación de motel. Paredes 322
grises, sábanas grises en una cama de matrimonio y cortinas grises en las ventanas.
Una cómoda a un lado de la cama y un par de sillas al otro. Además de un armario y
una puerta entreabierta que daba al cuarto de baño.
Cuando vivía en la mansión, nunca entraba en su dormitorio. Excepto cuando
fui a su habitación a destrozarla. Y aunque su habitación estaba justo enfrente de la
mía, y nuestras ventanas daban al espacio del otro, siempre me aseguré de no mirar
nunca jamás.
Y ahora que sé por qué nunca miré, miro todo lo que hay aquí.
Me doy cuenta de que tiene la ropa tendida sobre las sillas y los zapatos
desparramados junto a ellas. En la mesa hay unas cuantas cajas de pizza y latas de
refresco. Una bolsa de viaje junto al armario, y sus llaves y una cartera de cuero negro
sobre la cómoda.
Él es como yo en el departamento de desorden.
No es realmente sorprendente, dado que también tenemos otras cosas en
común.
—Qué demonios…
Me giro al oír su voz.
—¿Esta es tu ropa de oficina?
Cierra la boca y no voy a mentir, me encanta.
Le encanta interrumpirme, ¿verdad? Así que ahora es su turno.
Aunque yo también tengo curiosidad por saberlo.
En todo el tiempo que hace que le conozco, creo que nunca le he visto con una
camisa abotonada. Suele llevar una camiseta o un jersey de fútbol o uno de esos
chalecos holgados para hacer ejercicio. Estos últimos siempre los he odiado más
porque son muy sexys, dejan al descubierto sus bíceps abultados y sus oblicuos lisos
y recortados. Pero ahora que le veo con camisa de vestir, tengo que decir que quizá
sea una camisa lo que más odio.
Porque la forma en que la tela de algodón se ciñe a sus anchos hombros y a su
pecho es más que sexy.
Es criminal.
Tiene los botones de arriba abiertos, lo que deja al descubierto una gran parte
de sus clavículas y ese pecho esculpido, y las mangas están dobladas hasta los codos,
mostrando sus antebrazos acordonados. Por no mencionar que el color claro resalta
lo veraniega que es su piel.
Cómo a pesar de llevar algo tan civilizado y respetable como una camisa de
vestir, es cualquier cosa menos eso.
Pero, por otra parte, nadie podría confundirlo con un joven magnate de sala de 323
juntas.
No con su cara todavía negra y azul.
De hecho, también se ha hecho algunos moratones nuevos; hablaremos de eso
en un segundo.
Cuando termino de mirarlo, vuelvo a su cara.
Y sí, sigue frunciendo el ceño.
Aunque su confusión se ha disipado y parece que espera mis indicaciones -
bien- con las manos metidas en los bolsillos y los ojos castaño rojizos clavados en mí.
Levanto las cejas.
—¿Y bien? ¿Lo son? Porque es de lo único que se habla en la mansión. De ti
trabajando con tu hermano.
Es verdad.
Es un tema muy candente estos días.
Algo se mueve entonces en sus facciones.
—Te graduaste.
Y me doy cuenta de que ese algo es admiración. Incluso felicidad.
En mi nombre.
El hecho de que ni siquiera tuviera que recordarle lo de mis finales y que lo
dedujera de mi comentario de improviso sobre la mansión, me da ganas de
abofetearle.
Por lo que hizo hace dos semanas.
Por lo cruel que fue cuando siempre parecemos estar tan en sintonía el uno con
el otro.
Así las cosas, lo único que hago es levantar la barbilla y decir:
—Sí, lo hice.
Sus labios se curvan en una pequeña sonrisa.
—Eres libre.
Sacudo la cabeza.
—Todavía no.
Por eso estoy aquí, ¿no?
Ser libre.
Ha vuelto a fruncir el ceño. Este es aún más feroz que el anterior.
—¿Qué...? 324
—¿Dónde está tu corbata? —le corté de nuevo.
Exhala un suspiro molesto, su pecho ondulando en su camisa.
Es duro para él.
Que yo dirija la conversación.
Mala suerte. Este es mi espectáculo esta noche y no tiene elección.
—No me gustan —responde, con sus ojos castaños rojizos disgustados y
clavados en mí.
—Cierto. Porque te gusta crear tus propias reglas.
—También me gusta cuando la gente llama antes de venir.
—Bloqueaste mi número, ¿recuerdas?
—Y aun así no pareces captar la indirecta.
Dejo caer mi bolsa de viaje al suelo.
—Por eso he decidido mudarme. Pensé que no podrías evitarme si vivíamos
juntos.
Sus ojos bajan hasta el bolso rosa que hay en el suelo -he elegido el bolso más
femenino de mi armario- antes de volver a subir hasta mi cara.
Y Dios mío, su expresión no tiene precio.
Aún más impagable es su sorprendido:
—¿Y una mierda?
No iba a reírme, pero a la velocidad a la que se puso pálido, me permito una
pequeña sonrisa.
—No estoy aquí para ponerte trabas. Así que relájate, ¿quieres, jefe?
Sus ojos parpadean y esa expresión arrogante vuelve a aparecer en su rostro.
Si a eso le unimos su ropa de oficina, me doy cuenta de que esta noche tiene
toda la pinta de ser el jefe, aunque con tendencias criminales.
El segundo hijo de los Davidson, rico y procedente de la vieja familia.
Pero eso no es cierto, ¿verdad?
Gracias al imbécil de su padre.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —sus labios se perfilan en una pequeña
sonrisa burlona—, ¿sirvienta?
Su tono grave me golpea en el vientre y me deja sin aliento por un segundo,
pero sigo adelante.
—Quiero saber si es así como lo hiciste.
—¿Hacer qué? 325
—Meterme en la Universidad de Nueva York.
Ah, sí, ¿he mencionado que entré en la Universidad de Nueva York?
La escuela de mis sueños.
Que pensé que estaba fuera de mi alcance potencialmente para siempre.
No sólo porque no podía graduarme a tiempo, sino también porque no había
forma de que pudiera permitírmelo sin una beca. Pero resulta que no sólo conseguí
entrar -gracias a la generosidad de un tal Homer Davidson, que convenció a mis
padres para que presentaran una solicitud en mi nombre y consiguió que me
aceptaran a pesar de que era demasiado tarde incluso para presentar la solicitud-,
sino que ahora ni siquiera necesito una beca para ir. Porque hace poco hemos
conseguido mucho dinero.
De nuevo cortesía de Homer Davidson.
Dijo que era una recompensa por el duro trabajo de mis padres y un regalo de
graduación para mí. Dijo que mi futuro no debía sufrir por un error que cometí hace
dos años. Que confiaba plenamente en que había aprendido la lección y que haría
grandes cosas.
Lo que significa que me voy a NYU en cuatro semanas.
O eso creen mis padres.
La cara de Reign se ha quedado completamente en blanco.
—No sé de qué estás hablando.
—Lo sabes —le digo mirándole a los ojos—. Sabes muy bien de lo que hablo.
Eres el único que sabía de mis planes en la Universidad de Nueva York y el único que
tenía los medios para hacer algo al respecto. Ah, y no nos olvidemos de tu legendaria
culpa. Por todo. Porque aparentemente, el mundo entero gira a tu alrededor y se
sienta sobre tus hombros. A pesar de que hace muy poco te dije lo contrario.
—Yo…
—Si juntas todo eso —alzo la barbilla, interrumpiéndole una vez más y, Dios
mío, es la mejor sensación del mundo—, y si lo añades al hecho de que todo el mundo
sabe lo mucho que odiabas a tu padre y a su empresa, por una buena razón, pero de
todos modos estás trabajando allí, me hace pensar que hay una conexión entre los
dos. Así que podemos discutir sobre ello toda la noche si quieres, o simplemente
podrías decirme la verdad.
Sé que no me equivoco.
Sé que hay una conexión.
Igual que había una conexión entre que yo destrozara su habitación y él fuera
repudiado.
Oigo su largo aliento hasta aquí, al otro lado de la habitación donde estoy.
Entonces: 326
—Bien. Has descifrado el código. Enhorabuena.
Mierda.
Me lo temía.
—Y él... —reprimo el pavor—, ¿te pidió que trabajaras con él?
Me hace un gesto seco con la cabeza.
—Durante un año.
—¿Qué?
Esto no es bueno.
Esto es un maldito desastre.
No quiero que trabaje en un sitio donde no quiere. Ahora que sé la verdad
sobre su padre, quién sabe cómo sea su hermano. Quién sabe qué clase de hombre
ha crecido y si Reign está a salvo con él. Quiero decir, sé que está a salvo físicamente,
pero ¿y emocionalmente y...?
—Mi hermano está bien —dice, irrumpiendo en mis pensamientos.
No se me escapa que, una vez más, estamos tan en sintonía que sabe lo que
estoy pensando. Y sí, me dan ganas de pegarle otra vez. Pero tengo otros problemas
que necesitan más mi atención.
—¿Seguro?
Suspirando, asiente.
—No es como... él. No en el sentido que estás pensando. Es molesto, pero no...
—¿Malo?
—No.
—¿Lo prometes?
Su mandíbula se aprieta.
Sé que si me promete que lo que me dice es verdad, puedo confiar en ello.
Porque una promesa es un juramento.
Y está muy ligado a nuestra historia.
Hay muchas cosas relacionadas con nuestra historia, pero centrémonos
primero en esto.
Asintiendo secamente de nuevo, dice:
—Sí. Así que relájate, ¿quieres, sirvienta?
Mi alivio es tan grande que ni siquiera me importa que me haya devuelto mis
propias palabras.
—¿Así que vas a trabajar con él durante un año entero?
—No. 327
Y así de simple me siento mal por su hermano. Porque ahora que Reign ha
conseguido lo que quiere, se va a retractar del trato, ¿no?
Le sacudo la cabeza.
—Creía que no rompías promesas.
Me mira fijamente un instante antes de decir:
—Sólo las que yo te haga.
Me doy un segundo para dejar que el maremoto de emociones me invada. Que
recorra cada parte de mi cuerpo, dejando a su paso piel de gallina y respiraciones
entrecortadas.
Y luego:
—Quiero que devuelvas el dinero.
—¿Qué?
Respira hondo.
—No quiero tu dinero. Así que por favor pídele a tu hermano que lo devuelva.
Sé que ha sido difícil para él ir a mi ritmo en esta conversación.
Pero ahora es muy difícil.
Ahora le está costando con la forma en que sus moretones han cobrado vida y
su mandíbula hace tictac.
—No.
—Es muy generoso, pero no me parece apropiado —le digo.
—No es mi problema lo que pienses.
—No creo —respiro hondo—, que a mi novio le guste mucho que otro hombre
me pague los estudios.
Golpe bajo; soy consciente de ello.
Pero en sus palabras, no es mi problema.
No es mi problema que se estremezca. Y que sus ojos se vuelvan ásperos y
ligeramente agonizantes ante mi comentario.
No es tu problema, Echo.
No después de lo que hizo.
—Bueno —aprieta los dientes—, tu novio va a tener que vivir con el hecho de
que mi polla es más grande que la suya. Siempre lo ha sido. Desde siempre he sido
yo quien ha pagado tu puta educación. Yo soy quien ha pagado el techo sobre tu
cabeza, la ropa sobre tu cuerpo y la comida en tu barriga. O mi familia lo ha hecho.
La misma diferencia. Ha vivido contigo siendo mi sirvienta durante años, puede
sobrevivir un poco más. 328
Dios, me hace enojar tanto.
Me vuelve loca.
Esto es exactamente lo que había dicho la noche que entró en mi habitación
por mi ventana. La noche de mi decimosexto cumpleaños, en la que sigo atrapada.
Entonces pensé que era su arrogancia habitual, pero ahora sé que no es así.
Ahora sé que era su... obsesión.
—Puedes usar ese dinero, Reign —le digo—. Es tu dinero. Es legítimamente
tuyo. Por favor, recupéralo para que no tengas que casi matarte en el ring cada dos
semanas.
En todo caso, mi insistencia le ha enfadado aún más. No es que esperara menos
de él, pero aun así. Y realmente no quiero dar el siguiente paso, pero lo daré, si él me
obliga.
Lo cual hace.
—¿Realmente crees que eso me hará parar? Devolver el dinero.
Suspiro porque no es así.
El dinero no es realmente el factor motivador aquí.
Ojalá lo fuera. Y por eso tuve que probar eso primero.
—¿Por eso has venido? —pregunta entonces, moviéndose sobre sus pies—.
Porque después de lo que pasó la última vez, enfurecerme no es una opción muy
inteligente.
—¿Por qué, porque conoces mi secreto y podrías arruinarme?
—Muy fácilmente.
—Bien. —Yo también me muevo—. Entonces no me dejas otra opción. Si no lo
dejas, se lo diré a todo el mundo.
—¿Decirles a todos qué?
—Sobre tus peleas. Sobre cómo se arreglan algunas de ellas. Porque no eres
el único que sabe cosas, ¿verdad?
Permanece en silencio. Pero sus ojos prometen caos.
No es que me importe.
—No estoy bromeando. Y creo que lo sabes.
Por eso le sobresale una vena y le late en la sien.
Luego, suspirando, digo:
—No puedo ver lo que te haces. No lo soporto. Y no lo soportaré. No lo toleraré
en absoluto. He intentado explicarte varias veces que tienes que dejar de castigarte,
329
pero no me escuchas. Así que así es como van a ir las cosas: vas a parar o se lo contaré
todo a todo el mundo. Te delataré y me pondré histérica y dramática contigo. Y sabes
que puedo hacerlo. Sabes que soy muy capaz de eso. Así que vas a parar. No me
importa cómo. Ni siquiera me importa si quieres o no. Todo lo que me importa es que
tú...
—De acuerdo.
—¿Qué?
—Bien —repite, con los ojos y las facciones graves—. Me detendré.
Frunzo el ceño con desconfianza.
—¿Lo harás?
—Sí.
—¿Así de fácil?
—Así de fácil.
Mi sospecha aún no ha desaparecido.
—¿Y lo prometes?
Deja pasar un segundo y luego asiente.
—Te lo prometo.
Gracias a Dios.
Gracias a Dios.
—Gracias —digo entonces—. Por ambas cosas. Por prometer parar y... por
NYU.
Durante unos segundos no hace más que mirarme. Luego, encogiéndose de
hombros con fuerza:
—No ha sido nada.
Se equivoca. Fue todo.
Como tantas otras cosas que ha hecho.
Este tipo magullado y maltratado. Que hace las cosas más tiernas de la forma
más cruel.
Mi Bandido.
—Tengo preguntas —digo, pasando a lo siguiente en mi agenda.
La otra razón importante por la que he venido esta noche.
Con una bolsa de viaje.
Percibe el cambio en nuestra conversación, muy posiblemente el cambio que
le revelará por fin la razón de mi visita. Y se pone aún más alerta que antes al
preguntar:
330
—¿Sobre?
—¿Cuánto —trago, apretando las manos—, has leído?
De mi diario.
No importa su respuesta, no va a cambiar que lo haya leído. Que violó mi
privacidad de una manera tan grosera. Violó mi confianza. La violó.
Transgredido, sobrepasado, contravenido.
Pero aun así, me gustaría saberlo.
Me gustaría saber cuánto de mi corazón, de mi alma, llegó a ver.
Y doy gracias cuando, tragando grueso, me da una respuesta directa.
—Un párrafo.
Eso no me dice nada.
Mis párrafos pueden ir de una línea a toda la página. Soy caótica en ese sentido.
Y de nuevo, una palabra es demasiado, pero aun así tengo que saberlo. Tengo que
saber exactamente cuánto, cuántas.
—¿Cuánto duró el párrafo?
Otro trago.
—Tres líneas.
—¿Y eso es todo?
—Sí.
—¿Lo hiciste para...? ¿Lo hiciste para divertirte?
—No.
—¿Para hacerme daño entonces?
—Joder, no.
—Entonces, ¿por qué?
Paso los siguientes segundos en agónica espera mientras él se limita a
observarme. Entonces:
—Sentir...
Dios.
—¿Sentir qué, Reign?
Otro trago, como si su garganta se estuviera secando y rascando rápidamente.
—Sentirme cerca de ti.
Menos mal que hay una pared detrás de mí, ¿o es la única cómoda de su
habitación? 331
No lo sé.
Todo lo que sé es que estoy muy contenta de tener algo en lo que apoyarme.
Porque me tiemblan las rodillas. Me tiemblan las rodillas. Se golpean entre sí.
Y ojalá pudiera simplemente derrumbarme.
Desearía poder... tocarlo.
Dios, quiero tocarlo. Tantas, tantas ganas.
Y ahora que sé por qué es muy difícil detenerme.
Pero siento que si lo hago, podría romperse. Está tan tenso en este momento.
Tan fuertemente enroscado, como si revelar esta única cosa vulnerable sobre
sí mismo pudiera arruinarlo.
Podría arruinarme a mí también.
Así que espero y pregunto:
—Pero sabes que estuvo mal, ¿no?
—Sí.
—Me hiciste daño. Aunque no querías.
—Lo sé.
—Lo usaste en mi contra, Reign. Usaste mis pensamientos más profundos y
oscuros contra mí.
Su pecho se estremece con un suspiro.
—Lo sé y yo...
—¿Tú qué?
Y entonces lo rompo.
Sin ponerle un solo dedo encima, veo cómo se quiebra.
Le veo moverse sobre sus pies.
Veo cómo saca las manos de los bolsillos y se pasa los dedos por el cabello de
punta. Incluso tira de algunos mechones mientras responde:
—Y me arrepiento, ¿está bien? Me arrepiento de haberlo usado contra ti. Me
arrepiento de haber tocado tu diario. Tocar algo... —Sus facciones se ondulan de asco,
de auto recriminación, mientras da un par de pasos hacia mí y luego retrocede—. Me
arrepiento de haber tocado algo tan precioso y puro. Pero yo... Como un idiota, no
pude contenerme y entonces tú... no quisiste escuchar. No quisiste...
Finalmente, suspira, sube y baja los hombros y me mira fijamente a los ojos, los
suyos llenos de tormento.
—Lo que dije aquella noche fue una idiotez. Esa puta mierda del ultimátum. Lo
hice para asustarte. Lo hice para que huyeras y fueras directa a sus brazos, donde 332
perteneces. Pero aquí estás. Otra vez. Aquí estás, siendo una maldita buena chica,
tratando de salvarme. No necesito que me salves, ¿de acuerdo? Lo que necesito de ti
es que te vayas. Vete con tu novio y vive feliz para siempre. Lo que necesito de ti,
Echo, es que dejes de perseguirme. Con tus grandes ojos marrones y tus malditos
vestidos rosas. Ni siquiera sé por qué llevas rosa esta noche o por qué tus labios
brillan así. Como, ¿qué es esa mierda? Por qué tu boca de morritos brilla como una
puta diana, como algo de lo que no puedo apartar la vista. No lo sé y no me importa
una mierda. Lo único que me importa es que me dejes en paz de una puta vez. Porque
si no, te voy a hacer cosas peores que leer tu puto diario. ¿Entiendes?
Lo hago.
Entiendo que él estaba tratando de asustarme ese día. Quiero decir, él es el
tipo que ha guardado mis secretos, grandes y pequeños, a lo largo de los años.
Siempre supe que nunca me delataría.
Por eso quiero darle una bofetada y un puñetazo por intentar apartarme así.
También entiendo que está sufriendo. Que estoy haciendo que le duela.
Probablemente como me lastimó cuando leyó mi diario. Probablemente más
que sus moratones. Porque le he visto manejarlos bien.
Pero esto... esto, no lo está llevando bien.
Yo aquí con mi vestido rosa y mi labial rosa.
La exnovia de su exmejor amigo. Que ha deseado durante tanto tiempo y se ha
odiado a sí mismo por ello.
Así que finalmente le digo por qué he venido aquí.
—No puedo —digo negando con la cabeza—. Todavía no.
—¿Por qué mierda no?
—Porque tenías razón.
—¿Qué?
—Siento algo por ti.
Pensé que si por fin le confesaba que me había enamorado de él, me caería un
rayo encima. O al menos el suelo se abriría y caería en él.
Ambas cosas muy dramáticas pero, dada la situación, bastante ordinarias.
Especialmente cuando tengo en cuenta que he tenido este enamoramiento
durante seis años. Tanto como él.
Eso es lo que me dijo, ¿no?
Que siente algo por mí desde aquella primera noche.
Bueno, yo también.
Sólo que lo había bloqueado. Lo había metido tan adentro que casi lo había
olvidado. 333
Pero mi corazón no, ¿verdad?
Por eso lo besé.
Por eso di el primer paso.
—He estado pensando en ello —le digo—. Desde la noche de su pelea. Desde
que me hablaste de tu... flechazo. Fue como si hubieras pulsado un interruptor o algo
así y ahora no puedo dejar de recordarlo. Es una locura, lo sé. Es una locura que no
recordara algo tan importante. Pero supongo que estaba... tan herida. Tan
profundamente herida, cada vez que te comportabas como un imbécil conmigo. Cada
vez que hacías algo malo, me dolía tanto que lo guardaba muy dentro de mí.
Mientras que hace unos momentos era todo nervios y emociones desgarradas,
ahora está completamente quieto.
Completamente congelado.
Como si mis palabras le hubieran hechizado.
—Había olvidado lo loca que estaba por ti —digo, estudiando su hermoso
rostro, su cuerpo alto y haciéndolo sin culpa por una vez—. Pensaba en ti
constantemente. Después de aquella primera noche, quiero decir. Después de cómo
iluminaste todo el cielo, convirtiendo la noche en día. Pensé que fue el mejor
cumpleaños de mi vida, encontrarte en el bosque. Y estúpida y dramática como era,
también te busqué en mi siguiente cumpleaños. Me enteré de que habías vuelto y fui
a buscarte. Pero en vez de eso... encontré al amor de mi vida.
Hago una pausa aquí, recojo mi respiración, mis pensamientos, mi maldito
corazón.
Porque es la verdad.
Me dolía pensar en el pasado, así que cada vez que me acordaba de algo, lo
empujaba hacia abajo.
Me digo a mí misma que no vaya allí.
Me digo a mí misma que mire hacia delante. Que me centre en el presente.
Para no recordar.
Y con el tiempo se me dio bien, supongo. En el olvido.
—Y tú pensarías que enamorarme de tu mejor amigo haría que mi
enamoramiento por ti desapareciera. Empezar una relación con él lo detendría. Pero
no fue así. Puede que lo haya empujado muy dentro de mí y lo haya olvidado, pero
mi corazón no. Mi alma lo recordó. Así que sí, besarte no fue un error. Bueno, no de
la manera que he estado asumiendo. Era mi deseo secreto prohibido. Pero... —
Suspiro largo y tendido—. Eso no cambia el hecho de que sigo queriendo a Lucas.
Quien es mejor opción.
¿Pero lo es? 334
Sé que Reign piensa eso. Sé que Lucas me quería y que fue un buen novio para
mí. Sé que mis padres también le querían.
También sé que si Reign no me hubiera empujado hacia él, nunca habría ido
por Lucas.
Ahora lo sé.
Estaba loca por Reign. Loca hasta el punto de la destrucción. Loca hasta el punto
de que me habría enfrentado al mundo entero por él. Me habría enfrentado a mis
padres por él.
Y me habría roto el corazón de todos modos.
Porque eso es lo que es, ¿no?
Lo he visto. Va de chica en chica sin más. Y sí, no ha estado con nadie en dos
años, eso no cambia el hecho de que algún día volverá a ser el playboy que solía ser.
Y por eso Reign es la elección equivocada para mí.
Le habría dado mi corazón y él lo habría roto en mil pedazos.
Pero eso no es importante.
Lo que habría ocurrido no tiene nada que ver con lo que ocurrió.
Me enamoré de su mejor amigo. Le elegí a él y ahora está dispuesto a perdonar
mi traición.
Está dispuesto a darme otra oportunidad.
Y he decidido aceptarlo.
—He decidido cortar lazos contigo —le digo a Reign—. Si eso es lo que Lucas
necesita, entonces voy a dárselo.
Por fin veo un movimiento en su cuerpo.
Un pulso en su mandíbula. Un parpadeo en su párpado. Sus manos inertes
formando puños.
—Pero primero necesito seguir adelante —continúo—, de ti.
Más pulsaciones. Más parpadeos.
Sus puños se tensan aún más.
—Necesito ir a Lucas con un corazón puro. No puedo... no puedo ir con él
contigo en mi corazón también. Mi enamoramiento debería haber terminado pero no
lo hizo. Y me siento tan culpable por eso. Tan culpable por quererte. Tan culpable de
que tengamos esta conexión. Esta loca... química. Estamos tan en sintonía el uno con
el otro. Nosotros...
—Sé que tú también te sientes culpable. Por todo. Lo que significa que ambos
necesitamos seguir adelante. Ambos necesitamos limpiar nuestras conciencias.
Ambos necesitamos terminar con esto. Te quiero fuera de mi sistema y necesito salir
del tuyo. No puedo vivir con este dolor, esta culpa, este enamoramiento que siento
335
por ti, y tampoco voy a dejar que tú vivas con ello.
Exactamente.
Acabar con esto es la única forma de avanzar.
Es la única forma de que sea libre. Podría obligarle a no hacerse daño. Podría
explicarle cosas, pero nada curaría su culpa excepto purgarla de su sistema.
Y lo mismo me ocurre a mí.
No puedo ser una buena novia para Lucas -del tipo que se merece; del tipo que
no le hace esperar como yo hice- a menos que purgue a su exmejor amigo de mi
sistema.
Abro y cierro los puños y, antes de perder el valor, levanto las manos muy
nerviosas y desato las cintas que sujetan mi vestido rosa. Con un movimiento de la
mano, el vestido se deshace, cae con un suave susurro y una ráfaga de aire y se
acumula alrededor de mis pies.
Dejándome toda desnuda.
Luego, susurro:
—Quiero que tomes mi virginidad.
T
iene los ojos muy abiertos.
Nunca los había visto tan anchos. Tampoco los había visto nunca
tan oscuros.
Está lleno de cosas.
Tantas cosas que ni siquiera puedo empezar a entender o desenredar. Aunque
me pregunto si una de esas cosas podría ser algo que me hiciera sonrojar.
Porque tal y como están las cosas, no me sonrojo.
No, espera. Soy yo.
Lo que quiero decir es que, aunque me sonrojo, no tengo ningún deseo de
taparme. No tengo ningún deseo de esconderme de esos grandes ojos castaño rojizos
que parecen más rojos que marrones, más ardientes quizá que el sol dormido.
Sin embargo, diré que aunque no estoy muy segura de lo que está pensando,
apuesto a que una de esas cosas podría ser que soy demasiado dramática. Que todo
mi numerito del vestido cayendo a mis pies era demasiado de película. 336
Sinceramente, no lo creo.
Creo que era perfecto. Para simbolizar este momento.
Este loco, demente, retorcido momento.
De que se lo entregue.
Esa cosa que nunca he querido dar a nadie, ni siquiera al hombre que amo.
Pero no veo otra manera.
No veo cómo podemos seguir adelante el uno del otro, si no hacemos esto. Si
no nos decimos adiós de esta manera. La última vez nuestro flechazo acabó en un beso
-sólo-, pero si no nos deshacemos de este enamoramiento, quién sabe qué más
acabaríamos haciendo.
Cuánta más culpa tendríamos que afrontar.
Así que sí, ambos necesitamos esto.
Acurrucando los dedos de mis pies desnudos en la rasposa alfombra gris -me
he quitado las sandalias hace un minuto o dos mientras él me miraba como si fuera de
otro planeta- digo:
—¿Reign?
Nada.
Sigue mirándome fijamente, a la cara para ser más específicos.
No mi cuerpo desnudo.
Trago saliva.
—Di algo.
Parpadea.
Al menos está vivo.
Doy un paso hacia él y se sobresalta. Su mano se levanta y me dice:
—No lo hagas.
—¿No qué?
Retrocede, su cuerpo choca contra la puerta.
—Sólo... sólo quédate donde estás.
—¿Por qué?
—Porque...
—¿Porque qué?
—Jesús. Joder. —Luego—. Porque yo lo digo, joder.
Esta situación no tiene nada de gracioso. O al menos, no debería haberlo.
Estoy desnuda -desnuda- delante de un hombre por primera vez en mi vida,
pidiéndole que me quite la virginidad. Eso es serio. Pero su aspecto tan... asustado
337
me hace sonreír un poco y dar un paso hacia él.
—Sabes que en realidad no eres mi jefe, ¿verdad? Quiero decir, estaba
bromeando cuando te llamé jefe.
Se aprieta aún más contra la puerta y su pecho empieza a agitarse.
—Y sabes...
Una vez más, se detiene y yo le doy un codazo, avanzando.
—¿Sé qué?
Aprieta los ojos. Incluso aprieta un puño contra ellos por un segundo, como si
le doliera tanto.
—¿Puedes dejar de caminar hacia mí? No puedo pensar ahora.
No debería disfrutar tanto de su agitación. O que no pueda lanzarme sus
habituales réplicas secas. Pero lo hago.
Estoy tomando todo el placer que puedo. Por hacerlo sentir incómodo.
Por ser tan salvaje para él.
Le gustan las chicas salvajes, ¿no?
Así que aquí estoy.
Todavía sonriendo y acercándome a él despacio, muy despacio, le digo:
—Se llama Glitter Glitter Baby.
—¿Qué?
—Mi labial.
Su mirada se desvía un segundo hacia mi boca.
—¿Por qué brilla?
—Porque es brillo.
—¿Qué mierda es brillo?
—Es un tipo de textura brillante.
Mirándolo de nuevo, se lame los labios, murmurando.
—Lo que sea.
Dios, qué tipo es a veces.
—¿Quieres probarlo? —pregunto a continuación.
Sus ojos vuelven a posarse en los míos y sus puños se cierran a los lados.
—¿Qué mierda?
—Me lo puse para ti.
—Jesucristo. 338
—También me puse mi vestido rosa para ti.
—Entonces, por el amor de Dios, por favor, póntelo de nuevo.
—Es el mismo que llevaba la noche que me besaste.
—Lo sé.
—¿Ah, sí?
Él también frunce el ceño, hace una mueca.
—Sí, Echo, lo sé. También sé lo que llevabas en tu duodécimo cumpleaños, en
el decimotercero, en el decimocuarto y en el decimoquinto. Esa no es la puta cuestión.
Eso tiene el poder de darme una pausa y detenerme en seco.
Así es.
Sé que tiene una extraña habilidad para recordar cosas, pero esto es una
locura, incluso para él. Especialmente cuando ni siquiera estaba allí para un par de
mis cumpleaños.
—Ni siquiera estabas... —Me aclaro la garganta, consiguiendo seguir
avanzando—. Estabas en Nueva York para mi decimoquinto cumpleaños.
Recuerdo concretamente que Lucas me dijo que Reign se había ido a Nueva
York ese fin de semana de fiesta con algunos de sus compañeros de equipo. Mientras
que Lucas había decidido quedarse a celebrar mi cumpleaños. Así que no había forma
de que Reign me hubiera visto.
—No, no lo estaba.
—Pero él...
—Quería estar —me corta con voz áspera—. Había hecho planes para estar en
Nueva York, pero no pude. Volví.
—¿Por qué?
Una mueca.
—Tenía que... tenía que ver.
—¿Ver qué?
—Lo que llevabas puesto —responde, con una voz aún más áspera y afilada,
sus ojos castaño rojizos penetrantes—. Si ibas de rosa, como siempre. Así que conduje
de vuelta desde Nueva York, te vigilé a través de Lucas y me quedé delante de tu
ventana porque, para cuando volví, me dijo que acababa de dejarte.
Eso también tiene el poder de detenerme, pero sólo hay unos pocos pasos más.
Unos pasos más y estaré allí.
Donde está mi Bandido.
Así que presiono. 339
—¿Te paraste frente a mi ventana?
Un músculo de su mejilla palpita.
—Sí.
—En el caso de que me vieras.
—Sí.
Esto es de alguna manera aún más salvaje que él haciendo eso mientras miraba
mi ventana.
Me muerdo el labio.
—¿Qué llevaba puesto?
Me mira fijamente a la boca casi con violencia. Luego:
—Un vestido rosa claro. Tenía... flores rosa oscuro y mangas abombadas.
—Eran rosas —le digo, con el corazón acelerado en el pecho, el cuerpo
zumbando de estar tan, tan cerca de él ahora, tan cerca—. Y se llaman mangas
casquillo.
Se inclina hacia delante, con la cara agitada y enfadada.
—No me importa un carajo qué tipo de flores eran. No va a importar qué tipo
de flores eran. Cuando llegues aquí. Cuando llegues donde pueda tocarte. Te dije
que si seguías persiguiéndome, iba a hacer cosas peores. Te lo dije, hace sólo diez
minutos. Así que si no me escuchas, voy a pensar que es una broma. Porque es una
broma, ¿no? Una especie de venganza por lo que hice esa noche. Lo entiendo.
Entiendo la venganza. Respeto la venganza. Pero si crees que voy a ser noble y no
tocarte, si crees que no voy a poner mis manos sobre ti, sobre tu piel cremosa, y hacer
exactamente lo que me estás retando a hacer, entonces eres jodidamente estúpida.
Eres una jodida estúpida, Echo, si crees que voy a dejarte salir de aquí sin tomar lo
que tan descuidadamente me estás lanzando. Así que para antes de llegar aquí.
No. Me. Detengo.
Me pongo donde pueda ponerme las manos encima.
Su aliento es tal que choca contra mi piel cremosa. Chocan y soplan y hacen
que se me ponga la piel de gallina. Hacen que mis pezones también cobren vida, mis
tetas, mi vientre.
Ese lugar entre mis piernas.
Todo rebosa vida, y eso es mucho decir porque mi cuerpo desnudo ya estaba
hinchado y rebosante de unas mil vidas desde que me quité la ropa.
—No me llamo Echo —susurro y sus ojos se desorbitan—. Me llamo
Bubblegum. Tú me pusiste ese nombre, ¿recuerdas? Aquella primera noche. Porque
dijiste que era demasiado rosa. Que ahora sé que es tu color favorito. Porque es mi
color favorito, y porque por eso siempre haces comentarios sobre mis vestidos. —Y 340
luego—: Ah, y podría haber sido una fresa. Pero odias las fresas, así que soy
Bubblegum.
Su respiración es aún más ruidosa ahora. Incluso más agitada.
Su pecho sube y baja de forma salvaje, caótica. Y aunque él es el que está
vestido, si me concentro, apuesto a que puedo ver todo el camino a través de su
corazón debajo. Retumbando y golpeando dentro de su caja torácica.
—Y la siguiente vez que nos vimos, te dije que yo también te había dado un
nombre. —Su estremecimiento es seguido por un gruñido, bajo pero suave—. Así que
aquí estoy, donde puedes ponerme las manos encima. ¿Qué vas a hacer al respecto,
Bandido?
Tic toc, el tiempo pasa.
Vuelve a gruñir. Me mira fijamente. Aprieta la mandíbula.
Parecen años.
Pero supongo que sólo un par de segundos después hace algo al respecto.
Sólo un par de segundos después me pone las manos encima y estoy acabada.
Muero. E iré al cielo.
Tiene que ser el cielo.
Porque no sólo me pone las manos encima -las dos en la cara- sino que también
me pone la boca encima.
Lo que significa que esta vez, él hace el primer movimiento.
Aunque podemos discutir que yo hice el primer movimiento cuando me quité
la ropa. Y luego seguí acercándome a él. Pero fue él quien hizo los tocamientos y...
Echo. Dios, ¿a quién le importa ahora?
Bien.
Soy idiota.
A quién le importa quién hizo el primer movimiento, siempre y cuando alguien
lo haya hecho. Mientras el resultado sea el mismo: un beso.
Nuestro segundo.
O quizás la continuación del primero. Porque no es un beso suave ni mucho
menos. O uno lento.
No está tratando de facilitarme las cosas. No está tratando de darme tiempo
para adaptarme, no.
Este beso es una fiesta en toda regla.
Una borrachera en toda regla de bocas, lenguas y dientes.
Y sandía y verano. 341
Porque todavía sabe a eso. Todavía sabe como mi fruta favorita y se siente como
mi estación favorita.
Me reiría de alegría, si pudiera.
Daría gracias a Dios, si también pudiera, por hacer que me quedara como mi
vestido favorito.
Pero no puedo porque ahora estoy ocupada.
Estoy superocupada comiéndomelo, metiéndole la lengua por la garganta
mientras chupo la suya, chocando mis dientes contra él. Inclinando mi columna hacia
él cuando se abalanza sobre mí, con su pecho duro presionando el mío blando, e
inclinando mi cara en el ángulo que él me forma para que pueda penetrarme más
profundamente.
Estoy ocupada, ocupada, ocupada explorándolo.
Sus ásperos terrenos contra mis suaves planos.
Mis curvas desnudas contra las suyas vestidas.
Mis pezones arrastrándose sobre su camisa de algodón, chocando contra sus
botones. La parte superior de mi vientre presionando contra la hebilla de su cinturón.
Mis muslos rozando sus pantalones de vestir.
Y luego están mis manos.
Acariciándole los hombros, masajeándole el cuello, tirándole del cabello.
Y rasguñando.
Estoy arañando todo lo que cae en mis manos.
No sé por qué siempre acabo haciéndolo, arañándole como si fuera una gata
en celo. Pero parece que le encanta. Parece que le gusta tanto que me gruñe en la
boca. Entonces sus propias manos, que estaban concentradas en mantenerme quieta
mientras él bebe de mi boca, se mueven.
Y hace lo mismo.
Sus manos ásperas y cálidas en mi cabello, alrededor de mi cuello, por mis
costados.
Volviendo a subir para pellizcarme el lateral de las tetas.
En ese momento gimo.
Incluso creo que grito en su boca cuando sus dedos tocan mis pesados pechos.
Y cuando gruñe en respuesta, me muevo inquieta contra él porque quiero más.
Porque quiero que vuelva a hacer eso, gruñir como un animal y apretarme las
tetas.
Quiero que me apriete el coño incluso.
Quiero que meta su mano entre mis muslos y haga lo que está haciendo con mis 342
pechos ahora mismo, frotarlos, acariciarlos y trabajarlos con sus dedos ásperos y
luchadores.
Quiero que me trabaje el coño.
Y también quiero que me folle el coño.
Y Dios mío, ¿he mencionado en todo esto que está tan bueno?
Que su boca es tan cálida y ardiente y una bola de fuego. Su cuerpo también lo
está y yo sudo, tiemblo, me ruborizo y me quedo sin aliento.
Me estoy volviendo loca.
Mis pensamientos se entrecortan y pienso las cosas en medias frases y
completamente desordenadas para que tengan sentido.
Además estoy muy mojada.
Ahí abajo quiero decir.
Estoy toda pegajosa, cremosa y febril.
Y mojada.
¿He mencionado mojada? Y...
De repente, no pienso en nada mientras el aire entra en mis pulmones como un
intruso no bienvenido. Porque ha roto el beso. También me ha tomado en brazos y
estoy tan aturdida que ni siquiera recuerdo que mis pies hayan abandonado el suelo
y que mis muslos hayan subido para rodear sus delgadas caderas.
—Que... —Jadeo en su boca.
Él también jadea, sus ojos oscuros y ardientes.
—Te lo advertí.
Le lamo los labios, descaradamente.
—No... no pares.
Siento que me aprieta la cintura y me tira del cabello, lo que me hace darme
cuenta de que me rodea con los dos brazos. Me mira a los ojos drogado y gruñe:
—¿Estás segura?
Lo que a su vez me hace darme cuenta de dónde están mis manos -enterradas
en su cabello- y entonces tiro de sus mechones.
—Voy a morir si no me besas.
Se ríe, que es más o menos simplemente una bocanada de aire, su pecho se
mueve.
—Escucha, yo...
Le tiro del cabello con más fuerza y ondulo contra él.
—Bésame, Bandido, o te juro que te mataré antes de morir. Y... 343
Me besa.
Bien.
Probablemente porque se asustó. Lo que es aún mejor, porque no estaba
mintiendo.
Soy consciente, de una manera muy vaga, de que nos estamos moviendo.
Que ha empezado a andar sin dejar de besarme y chuparme el labio,
mordisqueando y mordiendo. Algo que me doy cuenta de que me encanta. Que me
dé pequeños mordiscos en los labios, haciéndolos picar de una forma tan deliciosa.
Lastimándome la boca mientras le hacía el amor.
Pero, de nuevo, mi felicidad dura poco.
Porque una vez más rompe el beso. Además, me doy cuenta de que ya ni
siquiera estoy en sus brazos.
Que estoy tumbada en la cama y él se cierne sobre mí.
Frunzo el ceño.
—Q-qué…
Me hace callar con un beso fuerte y un mordisco, antes de apartarse de mi
cuerpo y volver a ponerse en pie, e inquieta, me subo sobre los codos para ver qué
hace.
Y cuando lo veo, inmediatamente me doy cuenta de que romper el beso fue la
idea correcta.
Estaba siendo estúpida. Egoísta.
Porque aunque le he visto varias veces sin ropa -bueno, sin camiseta, pero aun
así-, a mí todavía no me ha visto.
No me había visto hasta ese momento.
Hasta ese momento, sólo me había mirado a la cara. No había bajado.
Pero ahora sí.
Ahora está mirando cada parte de mí. Desde mi trenza despeinada hasta mis
mejillas sonrojadas. Mi pecho que respira rápidamente y mis tetas temblorosas. Mis
pezones duros, de color baya. Mis clavículas. Mis costillas, la curva de mi vientre. Mis
muslos y pantorrillas.
La cosa brillante alrededor de mi tobillo.
Su regalo.
Desde hace mucho tiempo.
Sus ojos vuelan hacia mí cuando la ve.
Mordiéndome el labio, le digo:
344
—Pensé que te gustaría. Yo llevando tu regalo para ti.
Su nuez de Adán salta y sus ojos se encienden en llamas.
Lo que significa que le gusta.
Aunque me pregunto si le gustarán las otras cosas.
Mi cuerpo desnudo, por ejemplo.
Sé que estoy pálida. Sé que no tengo muchos músculos. Tengo cero fuerza en
la parte superior del cuerpo, como demuestra mi falta de habilidad para escalar.
Básicamente soy un ratón de biblioteca normal, pálida y blanda.
Y quizá, dado que es un dios de los músculos y un atleta, debería
avergonzarme. Probablemente debería pedirle que apagara las luces. Pero no sólo
ese barco ha zarpado cuando me desnudé delante de él, sino que además creo que
pedirle que me sumerja en las sombras sería cruel.
Sería tan, tan insoportablemente cruel para él.
Porque me está devorando con los ojos. Me está devorando con ellos. Igual que
me devoraba con su boca y sus manos.
Y al igual que cuando me estaba besando, su cuerpo está todo caliente ahora.
Puedo sentirlo desde aquí.
El calor que irradiaba su piel. La necesidad.
Crudo, sexual y animal.
De modo que todo su armazón vibra.
Todo su imponente cuerpo está tenso y se agita y se estremece con sus
respiraciones.
Empuño las sábanas y gimo:
—¿Reign?
Sus ojos se clavan en los míos.
—Eres...
Arrugo la nariz.
—¿Demasiado rosa?
Se le escapa un suspiro.
—Jodidamente hermosa.
Me sonrojo.
—¿Sí?
Vuelve a tragar saliva.
—Incluso más de lo que imaginaba.
345
Yo también trago saliva.
—E imaginaste mucho.
—Sí.
El nudo en mi garganta se hace más grande.
—Yo también.
Dios, es un alivio admitirlo. Es un alivio no pelear conmigo misma. Para no
empujar estas cosas hacia abajo. Y me alegro de habérselo dicho. Tan contenta.
Porque veo emociones pasando por sus facciones.
Conmoción. Asombro. Incredulidad. Alivio.
Que no es el único.
No lo es.
No está solo en su dolor.
—Lo hiciste, ¿eh? —gruñe, sus dedos puño.
—Sí. Eres el... eres el primer hombre que me ha parecido sexy. —Le sonrío
tímidamente—. Ni siquiera conocía el significado de sexy antes de eso.
Otra bocanada de aire, esta vez acompañada de una arrogante inclinación de
labios.
—Y yo no conocía el significado de hermosa. Hasta que te vi en aquel bosque
aquella noche.
Oh, Dios.
Dios mío.
Aprieto las sábanas con más fuerza.
—Reign…
—No estabas bromeando —traga saliva de nuevo—. Sobre lo que quieres que
haga.
Sacudo la cabeza.
—No.
—Porque no quería mirar —dice, recorriendo con sus ojos mi cuerpo una vez
más—. A ti.
—¿Por qué no?
—Hasta que miré, pude fingir... —Se lame los labios—. Podía fingir que no era
real. Que no eras tú a quien estaba tocando. Aunque a quién mierda engañaba, eras
tú. Nadie... se ha sentido nunca como tú, pero yo... Quizá, sólo quizá, podría sobrevivir
a esto, ¿entiendes? Si no mirara. Pero ahora lo he hecho. Ahora te he visto. Ahora 346
estoy... —Otro trago—. Viéndote y eres... la cosa más hermosa que jamás he visto.
Estás hecha de polvo de luna y azúcar y... Si te echas atrás ahora, yo...
—No lo haré.
Nunca jamás me echaré atrás.
No cuando se ve así. Todo superado.
No cuando habla así.
¿Cuándo ha hablado así? ¿Cuándo ha sido... dramático?
Porque él estaba siendo eso allá atrás, ¿no?
Sólo a mí me sonaba perfecto.
Tan, tan perfecto.
Su pecho vuelve a temblar.
—Así que eres mía de verdad.
Ahora me toca a mí temblar.
Es hora de que se me entrecorte la respiración y se me llene la garganta de
emociones. Y palabras.
Bueno, sólo una palabra: Sí.
Soy realmente suya.
Suya. Suya. Suya.
Pero de alguna manera mi cerebro entra en acción y susurro:
—P-para esta noche.
Y es como si hubiera roto algo. Algo precioso.
No sólo dentro de mi pecho, sino también dentro del suyo.
Y fuera lo que fuera, duele.
Especialmente cuando todas las emociones que parpadeaban en su rostro se
desvanecen, dejando atrás cosas afiladas.
Los picos afilados de sus pómulos, los huecos afilados, la mandíbula afilada.
No me gusta.
No me gusta nada. Sólo hace que me duela más y suelto:
—Es p-porque a los dos nos duele. Y estamos sufriendo y creo... que solo
quiero que se acabe. Quiero que sigamos adelante y...
Y entonces se quita la camisa y mis palabras se esfuman.
Se lo arranca de cuajo, enganchándolo en la espalda y arrancándolo de su
cuerpo. Y entonces...
Luego sólo hay músculos. 347
Kilómetros y kilómetros de ellos. Bronceados, veraniegos y ondulantes.
Todo repleto y elegante. Denso.
Tan hermoso.
Y sí, sexy. Una obra de arte. Tanto que incluso los moratones negros y azules,
los numerosos cortes y rasguños, no le quitan nada de atractivo a su cuerpo.
Sin embargo, me retuercen el corazón. Por lo brutales que parecen. Qué
dolorosas.
Y todo por el tormento de dos años. Tal vez incluso de antes de eso.
Por querer lo que no le pertenece.
La chica de su mejor amigo.
Levanto los ojos y me fijo en su pecho ondulado.
—Antes no tenías eso.
Me refiero a su tatuaje.
Una serie de números, en letra llana, en el lado izquierdo de su pecho. Esta
noche puedo verlos bien: 1510.234 3023.456 La primera vez que me fijé en su tatuaje,
hace dos semanas, no entendía qué se suponía que era. Y esta noche, después de leer
y releer los números, sigo sin entenderlo.
—No, no lo hice.
Levanto la vista y le miro a los ojos.
—¿Qué es?
—Algo que importa.
Confundida, frunzo el ceño.
—¿Qué significa eso...?
De repente, mis palabras se detienen y se disuelven en mi lengua como el
azúcar porque él se agacha y sus esculpidos abdominales se curvan. Lo cual está bien,
o estaría bien, si no me hubiera agarrado los tobillos al mismo tiempo. Los dos, y con
fuerza. Y sin dejar de mirarme, me besa uno.
El de la tobillera, que me hace meter barriga y morderme el labio.
Ante su gesto a la vez tierno y posesivo.
Y luego se sube a la cama.
Se mete entre mis piernas, que ensancha.
Se ensanchan y se ensanchan y sigue así hasta que tengo el corazón en la
garganta y los ojos grandes como platos.
Su sonrisa ha vuelto. 348
Es pequeña, pero no por ello menos potente.
Uno pensaría que eso apagaría el fuego de sus ojos, el fuego que los hace
parecer oscuros y brillantes, pero no es así. De algún modo, la sonrisa arrogante de
su labio partido y la mirada atenta de sus ojos van de la mano.
Funcionan muy bien y lo hacen parecer más grande que la vida.
Hacen que parezca una fuerza de la naturaleza.
La fuerza que está separando mis piernas y no sé... no sé por qué o qué está
haciendo y...
—R-Reign…
Sacude la cabeza.
—No hables.
Mi vientre se aprieta ante su áspera orden.
—¿Pero qué...?
—Eres mía, ¿verdad?
—Sólo por...
—Sí, esta noche. —Me aprieta el tobillo—. Te oí la primera vez.
—Yo…
—Así que ahora me escuchas —dice, flexionando su agarre—. Has terminado.
Hablando y exigiendo. Quieres quitar el dolor, ¿no?
Asiento con impaciencia.
—Sí.
—Quieres seguir adelante. Quieres terminar con el maldito sufrimiento, ¿sí?
—S-sí.
Su mandíbula se tensa.
—Así que esta noche, yo pongo las reglas, ¿entendido?
—Odias las r-reglas.
—No las que yo hago.
—Pero...
—Esta noche, mi palabra es ley. Mis reglas son tu puta promesa. Tu juramento.
¿Sabes por qué?
—¿Porque eres mi jefe?
Sus ojos brillan con arrogancia.
—Sí. Pero también, yo soy tu Bandido y tú eres mi Bubblegum. 349
Me resbalan los codos y casi vuelvo a tumbarme en la cama.
Casi me caigo.
Con escalofríos. Y temblores. Con alivio.
Que por fin, por fin me llamó por su nombre. Por fin me llamó como yo quería
que lo hiciera.
Aunque siguiera negándolo.
Seguí luchando conmigo misma.
—Así que quiero que cierres la puta boca y me dejes hacer lo que quiero. —
Continúa, con la mirada afilada—. ¿De acuerdo, Bubblegum?
Suelto un suspiro.
—Ajá.
Se lame los labios como un depredador que se prepara para entrar a matar.
—Buena chica.
Su elogio ronco hace que se me contraiga la barriga.
O tal vez podría ser el hecho de que en el momento siguiente, cae sobre mí.
Exactamente como un depredador también.
Aunque cae sobre mí es una afirmación errónea.
Casi cae sobre la cama.
Se apoya en su abdomen mientras vuelve a separarme las piernas hasta que
casi hago un split. Y entonces, con sus manos ásperas y rasposas sobre mis muslos,
se queda mirándome.
En mi coño.
Y el hecho de exhibirme así ante él me hace arquear las caderas y volver a
morderme el labio.
Me hace sonrojar muchísimo.
Durante las dos últimas semanas, he imaginado este momento varias veces. Yo
yendo a su motel; yo confesándole mi enamoramiento; y luego yo diciéndole lo que
tenemos que hacer para purgarlo.
Siempre supe que iba a haber un beso.
Y luego, por supuesto, sexo.
Pero cada vez que llegaba a la parte del sexo, nunca podía imaginármelo con
claridad. Y no es que no haya leído libros o visto películas. Lo he hecho y también me
masturbo como una chica normal. Así que no entendía por qué.
Ahora puedo. 350
Es porque nunca podría haber imaginado esto.
Nunca me hubiera imaginado tumbada en su cama de motel, con él entre mis
muslos.
O que estuviera tumbada boca abajo y yo mirara su cabeza morena, sus
hombros ondulados, la parte superior de su espalda transformándose en colinas
musculosas.
Apoyado en sus codos, él... mira.
En el lugar entre mis muslos.
Con tal enfoque y concentración y Dios, devoción.
Y yo ya estaba muy mojada por sus besos mordaces.
Estaba tan empapada y descuidada, pero ahora, bajo su escrutinio, me mojo
más.
Siento una gota de mi jugo deslizándose por mi agujero y él gruñe.
Es tan profundo que la cama retumba con él.
Y me gusta tanto que arqueo aún más las caderas, sintiendo cómo se escapan
un par de gotas más. Como si fuera un vaso lleno de lujuria y mis jugos se
desbordaran. Y entonces doy un respingo porque me frota el pulgar ahí, justo en mi
agujero, justo en el centro de mi coño.
—Lo sabía —ronca.
—¿Saber qué? —susurro, mirando su ceño fruncido.
Sigue mirándome el coño, examinándolo.
—Que estarías así de apretada.
Salto de nuevo porque sus palabras van acompañadas de un empujón de su
pulgar en mi agujero.
Aunque sólo un ligero empujón.
Como tanteando el terreno.
—Yo... a los chicos les gusta eso, ¿no?
Sus ojos saltan hacia los míos.
—No tienes que preocuparte por lo que les gusta a los chicos.
—Yo…
Su mano en mi muslo se flexiona.
—No. Mío, ¿recuerdas?
Trago saliva ante su tono posesivo.
—¿Te gusta?
Vuelve a mirarme el coño, con el pulgar dando vueltas sobre mi agujero.
351
—Sí. —Luego—: Lo que significa que no es algo bueno para ti.
Lo sé.
Porque dolerá.
Pero no voy a ser una llorona. Aunque quiera. Tanto, tanto.
Porque le he pedido que lo haga.
Así que digo:
—No lloraré.
Sin dejar de rodear mi agujero, vuelve a levantar la vista.
—Lo harás.
Lo haré. Lo sé.
—No sangraré.
Su mandíbula se aprieta.
—Eso también pasará.
También lo sé.
Porque no es que esté en mis manos. Tampoco está en las suyas.
Pero no pasa nada. No pasa nada.
Sobreviviré.
—¿Tienes un condón?
Le arden los ojos.
—Sí.
Me relamo los labios.
—¿Te lo pondrás?
Él también se lame los labios.
—¿Quieres que me lo ponga?
Asiento con la cabeza.
—S-sí. No... no tomo la píldora, ¿recuerdas?
Durante varios segundos, da vueltas y vueltas con su pulgar alrededor de mi
agujero. Mientras me mira fijamente. Como si lanzara un hechizo o algo así. Frotando
mi coño para hacer magia.
Y hace magia.
Porque cuanto más rodea mi agujero, cuanto más me mira, más inquieta me
pongo.
Cuanto más goteo. 352
Y palpito.
Oh sí, estoy palpitando. En todo esto, me olvidé de la palpitación. Las
pulsaciones.
El apretón no sólo de mi agujero sino también de mi clítoris.
Dios, mi clítoris.
Que aún no ha tocado.
—Eso aún no significa que tenga que llevarlo —dice finalmente.
Tardo un segundo en entender lo que quiere decir. Mis labios se separan
cuando lo hago.
—Pero...
—Porque... —Me lanza una sonrisa ladeada—. Siempre puedo retirarme.
Mi respiración se entrecorta.
—Pero eso no es…
—Siempre podría —continúa, en un tono tan coloquial, con el pulgar dando
vueltas y vueltas—, venirme en tu vientre suave y cremoso.
—Reign…
—Aquí mismo.
—¿Dónde?
Aparta la mano de mi muslo y la lleva hacia arriba. Acaricia mi vientre cremoso
antes de dar un golpecito con el pulgar en el sitio.
—En tu pequeño y apretado ombligo.
—En mi...
Mete el pulgar en él, como está haciendo con mi coño.
—Sí. Podría correrme aquí mismo. Llenar este botoncito con mi carga. Aunque
—entrecierra los ojos como si estuviera debatiendo sus opciones—, si consigo
hacértelo a pelo, me voy a correr tanto que podría pintar casi todo tu puto cuerpo con
mi semen. Entonces tal vez...
—¿Quizás qué?
—Debería correrme en tus tetas.
Me retuerzo mientras él sigue acariciando mi vientre y mi centro.
—¿Mis tetas?
—Ajá. —Luego las mira—. Podría venirme en tus tetas lechosas. Lavar sus
pezones rosa Bubblegum con mi semen y cuando termine, podría usar mi semen
como grasa.
—¿G-grasa para qué? 353
Me mira a los ojos.
—Para follarte las tetas.
Se me abren mucho los ojos.
—Fo-fo-llar...
—Sí. —Asiente, lanzándome una mirada plana—. Si reviento mi carga en tus
putas tetas sexys, Bubblegum, las tetas con las que me he estado masturbando
durante años, las tetas que veo en mis putos sueños, mejor que creas que me las voy
a follar. Voy a tener que follármelas.
Me retuerzo de nuevo o tal vez nunca paré.
—Yo... tú...
Oigo crujidos como si se estuviera acercando a mi coño.
—Voy a tener que frotar mi carga por todas tus tetas como un animal. Para que
tu piel brille, como tus labios ahora mismo. Y luego voy a tener que rellenarlas muy
bien. Hacerlas jugosas y maduras para follar como haría con tu coño. Y cuando
termine, los juntaré en mis ásperas manos y haré un valle. ¿Sabes para qué será ese
valle?
Siento sus palabras en mi coño.
También siento su cálido aliento ahí.
Pero no sé por qué. No sé qué me pasa, pero siento el vientre muy apretado.
Tengo los pezones duros como piedras y me hormiguean las tetas.
Y encima, mis ojos no se mantienen abiertos.
Se me han cerrado los ojos y me he dejado caer en la cama, incapaz de
sostenerme, tan aletargada y somnolienta. Y tan jodidamente débil de lujuria.
Me relamo los labios y susurro:
—¿Para qué?
—Para mi polla —dice y creo sentir su pulgar entrando y saliendo de nuevo—.
Voy a hacer un valle bien apretado para que se deslice mi puta polla gorda. Muy
apretado, ¿sí? Y luego voy a cabalgar tus tetas, Bubblegum. Voy a cabalgarlas, a
mecerlas y a golpearlas. De nuevo, como lo haría con tu maldito coño. Voy a subir y
bajar por tus cremosas y soñadoras tetas y sólo porque soy un hijo de puta, voy a
chocar con tu mandíbula. En tus labios.
—¿Por qué?
—Porque soy codicioso, ves. —Ahora presiona su mano en mi bajo vientre,
masajeando mi pelvis mientras los dedos de su otra mano prácticamente nadan en mi
núcleo empapado y goteante—. Porque follarme tu coño virgen y descargarme en tus
tetas no es suficiente para mí. Ni siquiera follarte las tetas es suficiente. 354
—Entonces, ¿qué es?
—Haciendo que lo lamas.
—¿L-lamer qué?
—Mi polla.
Vuelvo a sacudirme y aprieto las sábanas con más fuerza.
—¿Qué?
—Sí. Voy a llamar a tu boca cada vez que suba por tus tetas para que la abras y
me des un lametón.
—Pero nunca he hecho eso antes.
—¿No?
—No.
Tararea, su voz áspera y profunda, tan parecida a sus dedos sobre mi cuerpo.
—Aunque realmente me ayudaría.
—¿Lo haría?
—Ajá. Haría que me corriera más rápido y te daría un collar de perlas.
—¿Qué es un...? —Mi cabeza se mueve de lado a lado—. ¿Qué es un collar de
perlas?
—Un collar de perlas, Bubblegum —me explica pacientemente mientras juega
con mi coño y, Dios mío, con mi clítoris. Lo siento. Lo siento—, es cuando una chica
muy, muy buena como tú lame la polla de un chico muy, muy malo como yo. A pesar
de que ella nunca ha lamido una polla antes. A pesar de que su boca es virgen al igual
que su coño rosado. Ella todavía lo hace. Para hacerlo feliz. Para quitarle el dolor. Ella
lo lame cada vez que él quiere.
—¿En serio?
—Sí. —Enrolla mi manojo de nervios entre sus dedos mientras sigue—. A veces
también lo chupa porque es una buena chica, ves. También deja que se la meta en la
boca. Deja que deslice su enorme polla en su dulce boquita y que se la folle como si
fuera su coño y sus tetas. Y cuando ella hace eso, cuando deja que ese chico malo se
folle su boca de niña buena, él la recompensa. Tiene que hacerlo. Ella ha sido tan
buena chica. Así que se corre en todo su cuello y le hace bonitas joyas con su semen
blanco nacarado.
En este punto, todo lo que puedo hacer es deslizar mis piernas arriba y abajo.
Todo lo que puedo hacer es balancear mis caderas, y esperar. Y desear y rezar.
Que me convierta en su niña buena. Rezo para que sea lo suficientemente
buena como para que también me dé un collar de perlas.
355
—Quiero eso —le digo.
—¿Sí? ¿Quieres que te regale un collar de perlas, cariño?
—Sí. Por favor. Quiero ser tu niña buena.
De hecho, creo que nunca he querido otra cosa en mi vida.
No buenas notas. No un sobresaliente en un trabajo.
Ni siquiera los elogios y la confianza de mis padres.
—Entonces tienes que dejarme que te folle a pelo —me dice.
Me retuerzo y me estremezco.
—Oh, pero... pero no puedo. Yo…
—Vamos, Bubblegum —engatusa—. Lo haré tan bueno.
Sacudo la cabeza.
—N-no.
—Te haré sentir muy bien, nena.
—Pero yo...
—Te voy a follar muy duro y profundo.
—R-Reign…
—Te voy a follar muy duro, Bubblegum. Sólo déjame entrar sin goma.
—Yo... —Me relamo los labios—. Bien. Bien.
Y entonces exploto.
Mis miembros inquietos, mis puños sudorosos, mi pelvis pesada y mis tetas que
hormiguean.
Todo se desmorona y, sin embargo, se une en un crescendo.
Porque me pone la boca encima.
Lo sé. Eso, lo sé seguro.
Aunque tengo los ojos cerrados y estoy delirando, medio loca de lujuria, sigo
sabiendo que me acaba de dar un buen golpe en el centro, enroscando su lengua
caliente sobre mis jugos, mi clítoris, y haciendo que me corra sin más.
Haciéndome chorrear.
Dios, estoy chorreando. Estoy literalmente chorreando.
Siento que los jugos me salen a borbotones y oigo sus gorgoritos y sorbidos.
Seguidos de gruñidos y zumbidos de satisfacción. Como si lo que le estoy dando
supiera tan bien.
Definitivamente se siente muy bien.
Me hace gemir y arquearme. Haciéndome ondular no sólo mis caderas sino
356
todo mi cuerpo mientras me corro y corro y fluyo en su boca y pienso que nunca
pararé.
Y me doy cuenta de que ésta era la magia que estaba tejiendo.
Me hipnotizaba con su voz áspera y sus palabras sucias.
Así podría relajarme e ir todo suelto.
Me doy cuenta de que tengo razón cuando, una vez que termina mi clímax
aparentemente interminable, siento que se levanta de un salto. Cuando abro los ojos,
ya se ha quitado los pantalones y se está bajando la goma que me acaba de convencer
de que no se ponga.
Mi corazón se acelera al ver su polla por primera vez.
Aunque es una visión parcial porque está girado de lado y sus manos cubren la
mayor parte. Lo que sé que también está haciendo a propósito para que no me asuste.
Y así se lo permití.
Dejo que me proteja de todo lo malo y aterrador, incluso de su gruesa y dura
polla, y muevo los ojos para contemplar el resto de su cuerpo. Sus musculosos muslos,
salpicados de vello oscuro; los apretados globos de su culo y, Dios santo, ¿cómo es
posible que sea tan hermoso?
¿Cómo es que su culo se ve mejor que el mío?
Todo apretado y redondo y mordible.
También se puede rasgar.
Pero entonces todo sobre él me hace querer rasgar, rasgar, rasgar.
Un segundo después, mis pensamientos se interrumpen porque está de nuevo
en la cama y se arrastra sobre mí. Se acomoda entre mis muslos y noto que sus labios
están brillantes e hinchados. De mi coño, pienso, y me encanta.
También me encanta que me cubra lentamente con su cuerpo como una sombra
cálida y veraniega.
Y entonces su polla -la cosa de la que me estaba distrayendo- se posa en mi
vientre y aquí está.
Sobre mí y apoyado en sus codos.
Se lame los labios mientras me mira fijamente y me doy cuenta de que no solo
tiene la boca brillante, sino también la mandíbula.
—Yo... es que...
—Tú —retumba, con los ojos encendidos—. Sí, me has empapado la puta boca,
Bubblegum.
—¿Empapado?
Sus labios brillantes se crispan. 357
—Y mi mandíbula y mi garganta.
Me retuerzo debajo de él, sintiendo el roce de su polla en mi estómago.
—Yo no...
—Se llama eyacular.
Mis ojos se agrandan.
—No lo hice.
—Te has corrido.
—No lo hice.
Lo hice. Lo hice.
Porque la forma en que me he corrido esta noche ha sido diferente a todas las
otras veces que me he corrido. De hecho, sigo corriéndome. Mi coño aún se agita y
se retuerce, y noto cómo mis jugos me corren por todo el cuerpo y me embadurnan
los muslos.
—Supongo que si te lo hago crudamente y te follo las tetas te excitaré de verdad
—bromea.
Le agarro los oblicuos y le rasgo.
—No lo hice.
Se ríe, inclinándose más cerca.
—Casi me hace estallar en los putos pantalones.
—No lo hice —exhalo, asombrada.
Oh Dios, ¿qué le pasa a mi vocabulario?
¿Dónde están todas las palabras?
—Sí, estabas tan sexy, viniéndote así.
—¿Es... es normal?
—¿Quieres ser normal, cariño?
Me lo pienso. Luego sacudo la cabeza.
—No.
—¿Sí? Entonces, ¿qué quieres ser?
Eso es fácil.
Posiblemente, lo más fácil que he tenido que responder nunca.
—Tu buena chica —susurro.
Veo las emociones pasar por sus facciones, haciéndole tragar saliva.
Antes de bajar a darme de nuevo un beso duro y mordaz. 358
Esta vez creo que es una recompensa.
Por darle la respuesta correcta. Por querer ser suya.
Sólo por esta noche, Echo.
Lo sé, lo sé. Pero no quiero pensar en eso ahora.
Rompiendo el beso, susurra:
—¿Lista?
Sí, ahora sí.
Estoy total y absolutamente preparada.
Asiento.
—Sí. Y gracias.
Frunce el ceño.
—Por... por quitarme el miedo.
Exhala un gran suspiro, sus músculos rozando mi cuerpo, su polla, toda dura y
caliente, mientras responde, bruscamente:
—Todo va a ir bien.
Lo sé.
Él va a hacer que así sea.
Vuelvo a asentir.
Se agacha y ajusta mis muslos alrededor de sus caderas, deslizando nuestras
pieles, poniendo su polla justo donde está mi agujero, rozándolo.
Luego.
—Pon tus manos sobre mis hombros.
Lo hago.
—No me sueltes.
—De acuerdo.
—Pase lo que pase.
—De acuerdo.
Entonces, con sus ojos clavados en los míos, lo hace. Empuja hacia dentro.
No, espera. Empuja hasta el fondo.
Y todo lo que puedo pensar es que lo sabía. Sabía que esto dolería. Sabía que
sentiría el estiramiento, el ardor, la punzada, el puto dolor sobre el que siempre leo.
También sabía que lloraría. Que mis lágrimas correrían por mis ojos y empaparían mi
cabello, las sábanas de abajo.
Y sangraría. 359
Siempre, siempre lo supe.
Pero no sabía que habría alguien que pasaría por el mismo dolor que yo.
Quizá no físicamente, pero sí emocionalmente.
Alguien cuyos ojos se nublarían igual que los míos, y cuyo cuerpo se pondría
igual de tenso.
Alguien que lamiera mis lágrimas entonces.
Que pasaría su lengua por los lados de mis mejillas, mis ojos, y se las bebería.
Que me aliviaría con dulces zumbidos y besos por toda la cara y la garganta.
Quien esperaría.
Para que mi cuerpo se adapte a su tamaño.
Por su circunferencia y su invasión.
Hasta que ese dolor inicial se convierte en inquieto placer.
Pero sobre todo, no sabía que ese alguien sería él.
Mi Bandido.
El tipo que conocí en el bosque hace tantos años.
Pero también es el tipo que convirtió la noche en día, ¿no? Y si pudo hacer eso,
si pudo iluminar así la noche, ¿por qué no iba a poder convertir el dolor de perder mi
virginidad en algo tan placentero?
Ahora que lo observo encima de mí, con sus rasgos afilados y hermosos, sus
ojos intensos y clavados en mí, mientras entra y sale de mi cuerpo, me doy cuenta de
que no podría haber sido otro.
Tenía que ser él.
El primero.
Nadie más habría tenido sentido. Mi virginidad le pertenecía a él y sólo a él.
Y entonces, viene hacia mí.
Enrosca su fuerte cuerpo atlético y se inclina hacia abajo, poniendo su boca en
mi teta. Se lleva un pezón a la boca y ya no pienso en nada.
No soy capaz de pensar. Sólo puedo sentir.
Su cálido aliento, su boca caliente. Sus fuertes succiones en mi pezón. Sus
manos en mi cabello, tirando y tirando.
Su polla en mi coño.
Bombeando y golpeando y ganando velocidad.
Tanta velocidad que me balanceo con él. Que también le estoy tirando del
cabello. Le araño los hombros, la espalda. Le clavo las uñas en el culo.
Me muevo con él.
360
Y también es fácil moverse.
Nuestros cuerpos prácticamente se deslizan el uno contra el otro. Porque
estamos tan calientes y sudorosos. Estamos tan empapados y brumosos. Estamos
ardiendo, su piel de verano y mi cuerpo de polvo de luna, y es tan bueno.
Es tan, tan bueno.
Hasta el dolor de barriga me sienta bien.
El dolor, la tensión. El maldito aceleramiento.
Lo siento todo hinchado y estirado, igual que mi coño, y sólo empeora -y
mejora- cuando se corre en mi boca. Cuando me penetra la boca igual que hace un
segundo me penetraba la teta, y entonces nos besamos, gemimos y jadeamos y, como
la última vez, exploto.
Todo se desmorona y se recompone.
Pero esta vez, soy mucho más consciente de ello. Estoy mucho más despierta
para mi orgasmo.
Para que mi coño volviera a manar y empapara su polla.
Ahora parece más grande.
Mucho más grande que hace sólo dos segundos.
Y entonces rompe el beso, mi Bandido, y sus suaves caricias se vuelven bruscas
y desordenadas al apoyarse esta vez en las manos, despegándose de mi cuerpo.
Sólo para que pueda arquearse y sacudirse.
Echa la cabeza hacia atrás mientras todos los músculos de su torso se tensan y
ondulan.
Y se viene, gruñendo.
Aullando incluso.
Se corre y se corre y se corre, empujando dentro de mí, golpeando mi cuerpo,
sacudiéndolo con su fuerza. La fuerza de su clímax.
Su hermoso y erótico clímax.
Su hermoso y erótico cuerpo con cada músculo y vena en relieve.
Creo que nunca he visto nada más hermoso que su orgasmo. Creo que nunca
he visto nada más hermoso que él y punto.
Y entonces tengo que abrazarle. Tengo que apretar mi cuerpo contra el suyo
para poder alcanzarlo.
Le rodeo el cuello con los brazos y vuelvo a bajarlo.
Afortunadamente, capta el mensaje, porque me rodea con sus brazos y hunde
361
su cara en mi cuello.
Y luego espero.
Con su polla todavía palpitando dentro de mí y sus brazos alrededor de mi
cuerpo, para que esta conexión entre nosotros se rompiera.
Espero a que llegue el alivio.
Espero y espero.
Pero lo único que viene son mis lágrimas.
El Bandido

E
cho de menos escribir en mi diario.
No es algo en lo que piense a menudo. Porque no es algo que me
gustara hacer en primer lugar.
Pero tengo que admitir que lo echo de menos.
Y esta noche lo echo de menos con un dolor que no he sentido en los dos putos
años que han pasado desde que lo dejé.
Si aún escribiera, probablemente escribiría sobre su cabello.
Cómo se extiende sobre mi almohada. Cómo la luz de la luna se refleja en ella
y la hace parecer hilada con oro y azúcar. Todo en ella está hecho de azúcar, por
cierto. No voy a hablar de eso ahora porque estoy hablando poéticamente de su
cabello, pero aun así...

362
De todos modos, escribiría sobre cómo seguí jugando con ella esta noche,
mientras yacía en mis brazos, toda gastada y rosada por su orgasmo épico.
Otro pequeño desvío aquí: Jesucristo, pero mi Bubblegum es una eyaculadora.
¿Quién mierda lo iba a saber?
Quién mierda iba a saber que tenía en mis manos un maldito milagro.
Además es sabrosa. El jugo de su coño es como ambrosía.
Pero volvamos a su cabello.
Así que seguí jugando con ella y entonces me miró con unos ojos muy
adormilados y se desató la cinta. Así que pude agarrarla de verdad. Así que pude
desatar su trenza y pasar mis dedos por los hilos de seda, hacer un puño con ellos,
frotarlos en mi boca, mi nariz.
Frotándomelas por todo el cuerpo.
Escribiría sobre cómo hacía todo eso y ella me dejaba.
Con una sonrisa dulce y somnolienta.
Entonces, escribiría sobre su vestido.
Rosa y floreado con esos lazos. Que usó esta noche.
Joder, pero esas cintas me hacen algo. Hacen algo a mi ya perversa cabeza. En
realidad, todos sus vestidos hacen algo a mi mente sucia y cachonda, pero esas
correas de cinta se llevan la palma.
Y luego escribiría sobre cómo la hice dormir desnuda.
Quería ponerse la ropa, no el vestido rosa, sino lo que había traído.
En su bolsa de viaje rosa de niña.
Un camisón blanco; lo vi.
Apuesto a que fue probablemente una de sus razones. Sobre que el blanco es
el color de la paz.
Porque vino aquí a buscarlo, ¿no?
Vino aquí para acabar con el maldito sufrimiento. El dolor. Para acabar con esta
conexión entre nosotros.
Chica estúpida. Chica valiente.
Viniendo a mí de esa manera.
Durmiendo así en mi cama. Toda inocente y confiada.
Mientras me siento en mi silla y la observo.
Mientras me imagino violando su cuerpo de mil maneras diferentes.
En todas las formas que he pensado a lo largo de los años.
De tantas y tantas maneras que me la vuelve a poner dura.
No es que antes no lo estuviera. 363
He estado oscilando entre una semi erección y una erección completa desde el
minuto después de que terminamos.
Y como soy su Bandido, grande y malo, palmo mi polla y empiezo a
masturbarme.
Empiezo a follarme el puño mientras observo su cuerpo dormido. Sus párpados
parpadeantes, su boca entreabierta. Su pecho subiendo y bajando suavemente.
Delicadamente. Maravillosamente. Esa tobillera brillante en su pierna.
Mi hermosa y valiente niña.
Sólo que no es mi chica, ¿verdad?
Pero eso no me impide masturbarme con ella hasta correrme sobre mi
estómago con un gruñido bajo.
Y luego espero.
Como si hubiera estado esperando horas y horas, otra vez desde el minuto
después de terminar.
Por todas las cosas que dijo que pasarían si tomaba su cereza.
Toda la jodida lista de cosas que había prometido que pasarían.
Espero y espero.
Pero no pasa nada.
Excepto cuando el reloj marca la medianoche, avisándome de que se me ha
acabado el tiempo.
Ahora es suya.

364
N
o pude dormir en toda la noche.
Seguí escribiendo en mi diario hasta que salió el sol.
Aunque si alguien me preguntara qué escribo, no podría
decírselo. Tampoco podría decirles cuándo dejé de escribir. Ni lo que he hecho en
todo el día.
Hasta este momento.
Cuando estoy sentada en el coche de mi mejor amiga, estacionada al borde del
bosque.
Donde otra fiesta está en pleno apogeo.
Mis padres creen que sigo en mi fiesta de pijamas con Jupiter y más o menos
es así. Solo que como anoche, estoy dando un pequeño rodeo.
—¿Estás segura de esto?
Al igual que anoche, el rostro de Jupiter está oculto en el oscuro interior de su
coche. Pero puedo ver claramente su preocupación. 365
—Sabes, anoche me preguntaste lo mismo.
—Lo sé. —Suspira—. Pero vuelvo a preguntar.
Porque es una buena amiga. Es la mejor amiga que una chica puede pedir.
Tengo suerte de tenerla.
Tan afortunada que podría empezar a llorar aquí y ahora. Podría derrumbarme
bajo esta presión en mi pecho. Pero no quiero.
Porque es un día feliz.
Es el día de mi libertad, de mi independencia.
Es el día en que vuelvo con el chico del que me enamoré cuando sólo tenía
catorce años.
—Estoy segura —le digo, con la voz entrecortada.
Lo cual supongo que ella nota.
—Porque no suenas segura. No has sonado segura en todo el día. Tampoco has
parecido segura en todo el día. De hecho, no te has visto bien en todo el día.
No recuerdo lo que hice en todo el día, así que tendré que creer en su palabra.
Aun así, la tranquilizo.
—Estoy bien.
Ahora, si tan sólo mi voz dejara de trabarse en mi garganta. Ojalá dejara de
dolerme el pecho.
Ojalá. Ojalá. Ojalá.
—No, no lo harás.
—Jupiter…
—Le echas de menos.
Otra vez con ganas de llorar. Queriendo berrear y derrumbarme bajo esta
presión.
Y esta vez, es más difícil contener las lágrimas.
Esta vez, es más difícil recordarme que es un día feliz.
—Sí, ¿verdad? —pregunta con voz suave.
Trago grueso.
—Yo...
—Y aún no han pasado veinticuatro horas.
No, no han pasado.
Sólo han pasado dieciocho horas y trece minutos desde... desde todo. 366
Desde aquella habitación de motel gris. Esas sábanas grises.
Esa habitación desordenada.
Eso ahora parece... acogedor. Incluso hogareño.
De una manera que nada se ha sentido en los últimos dos años. O incluso seis
años.
Ni siquiera mi propio dormitorio rosa.
—Escucha. —Jupiter se inclina hacia mí—. No pasa nada si le echas de menos.
No pasa nada si ya no quieres hacer esto. Si has cambiado de opinión después de lo
que pasó entre ustedes anoche. No pasa nada, Echo.
—Yo... No es... Es... tengo que hacer esto. Yo...
—¿Por qué?
—Porque... —Me retuerzo las manos en el regazo, apenas capaz de respirar
ahora—. Porque Lucas depende de mí. Él es... Su vida. Su carrera. Todo por lo que ha
trabajado. Todo pende de un hilo. Por mi culpa. Porque lo traicioné. Y por eso
depende de mí, ¿no lo ves? Depende de mí arreglarlo. Además, todo se está
desmoronando para él ahora que su padre está enfermo. No puedo decepcionarlo.
No puedo...
Por no hablar de mis padres.
Esta es mi oportunidad de recuperar su confianza. De redimirme a sus ojos.
Para volver a ser su niña buena.
—Sí, mira, pensé que dirías otra cosa —dice.
—¿Qué?
—Pensé que dirías que lo amas.
—Por supuesto que sí. Por supuesto que...
—Si es así, Echo, ¿por qué no estaba en tu lista de cosas?
Mi corazón se acelera. Las palmas de las manos me sudan y tiemblan.
Mucho más sudorosas y temblorosas que hace un minuto.
Mi respiración prácticamente empaña la ventana ahora mismo mientras digo:
—N-no, yo... Es... Tengo que hacer esto, Jupiter, ¿bien? Tengo que hacer que
todo vaya bien. Porque nunca... nunca quise interponerme entre ellos. Nunca quise
romper su amistad. Ser la razón por la que dos mejores amigos se pierdan el uno al
otro, y ahora lo han hecho. Su vínculo está roto y Lucas está furioso. Y él...
Está arrepentido y dolorido.
Está torturado.
Sobre quererme. Sobre el beso. 367
Y por eso acudí a él anoche. Para arreglarlo todo.
Para que él y yo siguiéramos adelante.
Para purgar esta culpa de él y convertirme en una buena novia para mi exnovio.
Y ahora que tenemos -tenemos, ¿no?-, tengo que volver a Lucas.
Porque todavía no he perdido la esperanza. Incluso después de que Reign me
dijera que Lucas lo sabe. Esta pequeñísima esperanza de que puedan volver a ser
amigos. Que de alguna manera puedo traerlos de vuelta el uno al otro.
Mira, Reign siempre ha estado solo, ¿de acuerdo?
Siempre ha sido incomprendido y juzgado por la gente. Y que me aspen si
también es juzgado por Lucas.
Y aunque arreglar la espiral descendente de Lucas y recuperar la confianza de
mis padres son importantes para mí. Sé que Reign me habría detenido anoche si se lo
hubiera dicho. Así que no lo hice.
Que ésta es la razón principal.
Para Reign.
Voy a darle a Lucas lo que quiere para convencerlo de alguna manera de que
perdone a Reign.
Ah, y también el amor.
Amo a Lucas.
¿Lo haces?
—Echo. —Jupiter me agarra las dos manos en el regazo y me las aprieta—. No
es tu responsabilidad, cariño, ¿de acuerdo? Arreglar las cosas. Arreglar la carrera de
Lucas o su corazón roto o su amistad con Reign. No puedes hacer que todo esté bien.
No cuando se trata del precio de tu propia felicidad. Tu propio corazón. No es justo
para ti. Tienes que pensar en ti misma. Tienes que pensar en lo que quieres.
Pero no puedo pensar en lo que quiero.
No puedo ser egoísta.
En el amor no se puede ser egoísta. En el amor, haces cosas por los demás. Te
sacrificas. Eres buena.
Pero Dios, no quiero ser buena.
Por una vez, sólo quiero ser yo misma.
No. Para.
—Yo... —Cierro los ojos un segundo para concentrarme—. Creo que me voy a
ir ahora.
Veo que no quiere, pero al cabo de un momento me suelta las manos.
—De acuerdo. De acuerdo. Llámame, ¿bien? Iré a buscarte. —Luego—. A 368
menos que tu exnovio sea tan posesivo y dominante como su mejor amigo. Lo cual no
creo que ocurra, pero aun así.
El corazón me da un vuelco. Varios latidos en realidad.
Pensando en que Jupiter tiene razón.
Mi exnovio no es tan posesivo y dominante como su exmejor amigo.
O lo fue anoche.
No me dejó llamar a Jupiter para que me llevara. Dijo que de ninguna manera
dejaría que otro me llevara a donde carajo quisiera ir. No después de lo que... pasó.
Así que él mismo me dejó en casa de Jupiter anoche.
Hace dieciocho horas y diecisiete minutos, a partir de ahora.
Con las piernas temblorosas, salgo de su coche y empiezo a caminar.
Hacia la fiesta.
Hacia Lucas.
Desearía no estar haciendo esto en una fiesta, pero aquí es donde Lucas dijo
que estaría. Cuando lo llamé ayer y le dije que quería encontrarme con él; antes de ir
al motel.
Era la primera vez que hablábamos. Desde que me dio el ultimátum hace dos
semanas.
Desde entonces, había habido silencio de radio entre nosotros. Yo nunca le
llamé y él no tenía motivos para hablar conmigo hasta que me decidí.
Pero ahora sí.
Sin embargo, a medida que me acerco más y más a la fiesta, a la música a todo
volumen y a las carcajadas, a la multitud feliz y al amor de mi vida, mi corazón se
acelera.
Mi mente también está acelerada.
Mi cuerpo tiembla y suda. Siento que camino hacia algo desastroso. Estoy
caminando hacia algo de lo que puede que nunca vuelva.
Porque estoy caminando tan lejos, tan lejos...
De él.
Pero entonces, lo hago por su amistad.
Lo hago por él.
Para él. Para él. Para él...
Y de repente me detengo. Porque recuerdo algo.
Bueno, ahora lo recuerdo todo -del pasado quiero decir- pero ahora lo
recuerdo de una manera diferente.
369
Recuerdo todas las otras cosas que hice por él.
Todas las otras cosas que hice, las sentí por él.
La primera vez que pensé que Lucas era amable conmigo en aquel bosque, la
noche de mi decimotercer cumpleaños.
La primera vez que besé a Lucas.
La razón por la que dije que sí a salir con Lucas en primer lugar.
Todos estos pensamientos pasan por mi cabeza como un carrete de película.
Seguido de estos recuerdos:
Pensé que Lucas era amable conmigo esa noche porque él era malo conmigo.
Besé a Lucas porque quería demostrarle algo.
Dije que sí a una cita con Lucas porque sabía que no le gustaría.
Lo sabía.
Incluso lo escribí en mi diario.
En mi maldito diario.
Que leyó. Y se dio cuenta. Con sólo tres líneas, se dio cuenta de que estaba
enamorada de él.
Imagina que las leyera todas. Imagina que los leyera todos.
Todos mis diarios.
Seis años.
Seis malditos años de páginas. Y cada una está llena de él.
Cada página es como me hace sentir.
Cuánto le odio. Lo enferma que me pone.
Podría llamarlos mis Diarios del Odio.
Ay, Dios.
Ay, Dios.
Dios mío.
Y entonces, de nuevo en flashes, mis propias palabras escritas vienen a mí.
Cada vez que hacía algo que me hería, escribía sobre cómo buscaba consuelo
en Lucas. Cada vez que me hacía llorar con sus insultos, escribía sobre cómo Lucas
es el mejor novio del mundo por secarme las lágrimas. Cada vez que me miraba
fijamente con sus ojos fríos, yo escribía sobre lo agradecida que estaba de que Lucas
tuviera ojos amables para poder hacerme olvidar los suyos de color marrón rojizo.
Por no mencionar que a mis propios padres les gustaba Lucas por lo mucho que
odiaban a Reign. Cómo siempre comparaban a los dos y me decían lo afortunada que
370
era de que alguien como Lucas fuera mi novio y no Reign.
Y ahora, en este momento, vuelvo con Lucas gracias a él.
Voy a volver porque quiero devolverle a Reign su mejor amigo.
Eso es lo que escribí en mi diario anoche. Ahora lo recuerdo.
Y el hecho de que él piensa que Lucas es la elección correcta para mí. Él dijo
eso, ¿no?
Dijo que ese era mi lugar. Con Lucas.
De hecho no sólo lo ha dicho, sino que me lo ha mostrado.
Y escribí todo eso.
Enumeré todas las cosas que había hecho, todas las formas en que me había
empujado hacia Lucas desde la primera noche en que nos conocimos.
Si lo amas, ¿por qué no estaba en tu lista de cosas...?
Porque yo no.
No amo a Lucas. Voy a volver con él por su ex mejor amigo -y una variedad de
otras razones- pero no por él.
No, no, no.
Eso no es cierto, ¿verdad?
No puede ser verdad.
No puede...
Quiero a Lucas. Yo...
Aquí de pie, en la oscuridad del bosque, con una fiesta enfurecida a poca
distancia, jadeo.
Jadeo y jadeo y me siento mareada.
¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Cada acción en mi relación con Lucas era una reacción igual y opuesta a su ex
mejor amigo.
Mi amor por Lucas nació de mi odio por él.
Nació de lo mucho que me hizo sentir.
Nació de nuestra conexión. El flechazo que había enterrado muy dentro de mí
y que quería matar.
No hay forma de matarlo.
Ahora está en mi alma. Siempre ha estado ahí y siempre lo estará.
Será...
Doy un respingo cuando siento que me agarran del brazo y me hacen girar, 371
solo para mirar fijamente unos ojos que me resultan familiares.
Marrón rojizo y brillante.
Un rostro familiar, afilado y magullado por sus peleas, y hermoso.
Mi Bandido.
—Reign —exhalo.
La copa de los árboles nos cubre de oscuridad pero, como siempre, puedo ver
cuando se le encienden las fosas nasales. Todavía puedo ver cuando mueve la
mandíbula de un lado a otro, respirando fuerte y ruidosamente.
Con una pizca de gruñido.
Mi propia respiración también es ruidosa.
Pero Dios mío, también son fáciles y tranquilas.
Mucho más fáciles y tranquilas de lo que han sido desde que me dejó en casa
de Jupiter anoche.
—Qué…
Se da la vuelta, me corta el paso y empieza a andar. Comienza a arrastrarme
detrás de él, llevándome a alguna parte. Y así, de la nada, me aleja de la fiesta, del
chico que amaba, o creía amar.
Y Jesucristo, el alivio es tan grande.
Que le dejé.
Dejo que me arrastre, que me lleve donde quiera.
Sólo que creo que el problema es que no soy lo bastante rápida para él. Que
no puedo igualar sus largas zancadas. Así que se detiene y gira para mirarme de
nuevo, pero antes de que me estrelle contra él, se agacha y me levanta.
Me echa sobre sus hombros como si no pesara nada.
Y quizá para él, no.
Quizá para él soy ligera como una pluma y estoy hecha de polvo de luna.
Como para mí, es seguro y su fuerte cuerpo está hecho de mi estación favorita.
Así que ni siquiera emito un sonido, excepto quizá unos cuantos jadeos y
gemidos bajos cuando mi barriga choca contra su fuerte hombro y sus acordonados
brazos rodean la parte trasera de mis muslos desnudos. Y entonces vuelve a andar y
yo me agarro a su camiseta, entierro la nariz en la parte baja de su espalda y cierro
los ojos.
Dios.
Él está aquí. De alguna manera está aquí.
De algún modo, vuelvo a estar en sus brazos. Puedo olerle de nuevo, sentir su
calor. Siento lo vital y vivo que está mientras su pecho sube y baja contra mí. 372
Un par de minutos después, se detiene y me deja en el suelo.
Apoya los brazos en el tronco áspero, me aprieta contra el árbol y yo me arqueo
hacia arriba, acercando aún más mi cuerpo. Respirando agitadamente, me recorre
con la mirada toda la cara, el cuello encorvado y el cuerpo inclinado. Y mientras él
hace eso, yo hago mi propio barrido.
Lo bebo con los ojos.
Aunque sólo han pasado dieciocho horas y cuarenta y un minutos desde la
última vez que le vi, le he echado de menos.
Dios, le echaba tanto de menos.
—¿Cómo has...? —susurro, con los dedos aún agarrados a su camiseta—.
¿Cómo sabías que estaba aquí?
Sus ojos vuelven a mi cara y sus rasgos se tensan y parpadean con violencia.
—Porque está aquí.
—Yo... Reign, yo…
Se inclina más cerca, sus bíceps se tensan a ambos lados de mí.
—No funcionó.
—¿Qué?
—Tu estúpido plan de mierda —dice, con los dientes apretados—, no funcionó.
Mis labios se separan en una respiración entrecortada.
—Reign, escucha...
—No, he terminado de escuchar. He terminado —dice, sus ojos rebosantes de
caos—. Yo te vi primero. Antes. Te encontré primero. Y luego esperé un puto año
entero para volver a verte. Esperé un puto año entero para ver a la chica que vi en el
bosque aquella noche. Y luego, esperé y esperé y esperé cuatro malditos años para
besarla. A pesar de que era mi sirvienta. Trabajaba para mi puta familia, así que a
todos los efectos, tenía derecho. Yo. A hacer lo que me diera la puta gana con ella.
Pero en lugar de ejercer ese derecho, la observé. Durante esos cuatro años. La vi
enamorarse de mi mejor amigo y me odié por ello. La odié por ello. La odié y odié
tanto que me enfermé. Ella me enfermó. Pero aquí está el truco, ves. Ella no había
terminado. No había terminado de enfermarme, así que dos años después de
besarme, después de excitarse ella misma, vino a mí otra vez. Me dijo que quería que
tomara su cereza. Porque tenía un plan. Un jodido plan muy estúpido para curar mi
enfermedad. De curar la suya también, por cierto. Para poder arreglarlo todo. Así
podría detener el sufrimiento, el dolor. Para poder volver con el imbécil de mi mejor
amigo. Pero...
Mi corazón está atrapado en una prensa.
Un tornillo de banco que me ahoga. 373
Haciendo que le cueste latir. Haciendo difícil respirar.
—Reign, por favor escúchame. Yo…
—Pero fracasó —dice con voz gutural y rasposa—. No sólo fracasó épicamente,
sino que lo empeoró todo. Ahora estoy más enfermo. De lo que estaba antes. Estoy
más loco. Más loco, más obsesionado. Estoy jodidamente poseído, ¿entiendes? Y
duele. —Se golpea el pecho con una mano—. Aquí. Me duele, Echo. Incluso más que
antes. Así que ahora —se lame los labios—, tengo un plan.
Tuerzo mis puños en su camiseta.
—¿Qué plan?
—Planeo —explica con los ojos entrecerrados—, tomar lo que quiero. Tomar lo
que me pertenece por derecho. Lo que debería haber sido mío desde el principio.
Lo que debería haber sido suyo.
Yo.
Debería haber sido suya; tiene razón.
Ni siquiera sabe cuánta razón tiene. Ni siquiera se lo he dicho todavía.
Todas las cosas que he descubierto. Hace sólo unos momentos.
Con el corazón en la garganta, susurro:
—Yo.
—Sí, tú —confirma, su voz lijada a un susurro también, rasposa y baja—. Porque
sabes que si yo no me hubiera echado atrás, Lucas no habría tenido ninguna
oportunidad. Si no te hubiera empujado hacia él, tu puto novio no estaría dando
ultimátums. Dejé que te tuviera. Dejé que se quedara contigo. Como un regalo. Pero
me estoy retractando porque ahora es mi turno. Es mi maldito turno de tener lo que
quiero. Y he pagado mis deudas, ¿no? Las he pagado y algo más y ahora he terminado.
Me cansé de sentirme culpable por lo que quiero. Ya no me siento culpable por
mirarte, por ese beso, por querer algo que no me pertenece. Porque resulta que sí
me perteneces, ¿no?
Trago saliva, respiro, me derrumbo y me reúno en un solo instante.
—S-sí.
Su pecho sale agresivamente mientras gruñe:
—Y tampoco sólo por una noche.
—No.
—Sí —gruñe—. Eres mía, Echo. Eres jodidamente mía hasta que decida
devolverte.
—¿Qué?
Se acerca aún más, su pecho me oprime con cada respiración que hace, con
374
cada palabra que dice.
—Por eso has venido aquí, ¿no? Para volver con él. Para volver con tu exnovio
con tu corazón puro y amoroso. Y puedes hacerlo. Pero no antes de que esté curado.
No antes de que hayas calmado este dolor en mí. Este dolor. Tiene que haber algo de
justicia, Echo. Alguna maldita compensación por todas las formas en que me has
consumido. Sin mencionar, por idear el plan más estúpido en la historia de la
humanidad. Para que puedas volver con él y arreglarlo todo como la buena chica que
eres cuando me hayas pagado tu deuda. Cuando me hayas arreglado. Cuando hayas
arreglado mi enfermedad. Siempre quisiste arreglarme, ¿verdad? Pues aquí tienes tu
jodida oportunidad de oro.
Durante el último mes, he estado consumida por mi necesidad de salvar a
Lucas. De arreglar las cosas por él. Sólo esta noche -hace unos momentos- me he dado
cuenta de que esa necesidad no tenía nada que ver con el amor. Era mi culpa. Esta
pesada, sofocante culpa de tener una mano en su espiral descendente.
Siento una necesidad inmediata de calmarlo a él también, a este tipo frente a
mí.
Siento esta necesidad inmediata y urgente de mejorar las cosas para él.
Para pagar mi deuda por hacerle sufrir. Por hacerle mirar.
Pero esto es diferente.
Oh Dios, esto es tan diferente.
Sí, soy culpable por no haberme dado cuenta antes de mis sentimientos. Por
hacerle creer a él y a mí misma que estaba enamorada de su mejor amigo cuando
nunca lo estuve.
Nunca me enamoré de Lucas porque odiaba a Reign.
Pero este impulso de arreglar las cosas por él no proviene de un sentimiento
de culpa sofocante y asfixiante, sino de algo que se siente tan bien y cálido y
liberador.
Algo que parezca verano, sandía y limonada.
Algo que me hace querer rodearle con mis brazos y no soltarle nunca jamás.
Algo así como lo…
No, no pienses eso ahora, Echo. Cuando todo todavía sigue convulsionando.
Así que sólo puedo darle una respuesta.
Que quiero darle.
Que le doy con todo mi corazón que late rápidamente y mi alma palpitante.
—Bien —susurro.
Su pecho sigue apretándose contra el mío, su respiración sigue siendo agitada. 375
—¿Qué?
Abro los puños y deslizo las manos hacia arriba.
Me acerco a su pecho y se lo masajeo, deslizándome ya en mi papel de niña
buena.
Su chica buena.
Porque soy suya.
Siempre lo fui.
—Te arreglaré —susurro de nuevo, clavando mis dedos en sus músculos
forjados en acero.
Su pecho se estremece.
Su corazón retumba bajo mis palmas.
—Pagaré mis deudas.
Su boca se entreabre mientras su mirada febril va y viene entre mis ojos. Luego:
—Así que eres mía.
Anoche tenía un calificativo en su declaración, y me cortó tan profundamente
decirlo. Porque era una mentira. Esta noche, sin embargo, puedo decirle la verdad.
Y sonriendo, lo hago.
—Soy tuya.
Pero entonces pone su propio calificativo y me estremezco.
—Hasta que te devuelva.
Pero está bien. No pasa nada.
Pensaré en todo eso más tarde.
Ahora mismo, necesito centrarme en esto.
En darme cuenta por fin de todas las cosas nuevas que acabo de encontrar
enterradas en mi corazón.
En él.
Así que mantengo la sonrisa aunque las lágrimas me escuezan los ojos.
—Hasta que me devuelvas.
Y entonces hago el primer movimiento.
Por nuestro tercer beso.

376
N
os estamos besando.
Nos estamos devorando.
Como si no pudiéramos volver a hacerlo.
Como si tuviéramos miedo de no volver a hacerlo.
Que es la verdad, ¿no?
Lo de anoche fue cosa de una sola vez.
Pero gracias a Dios, gracias a Dios, volvió.
Gracias a Dios, volvió a tiempo. Gracias a Dios, me di cuenta de las cosas a
tiempo.
Gracias a Dios, ahora me levanta en sus brazos. Se mete entre mis muslos.
Presiona su cuerpo, su pelvis contra la mía.
Oh Jesús, sí.
Y es como si por fin me hubiera despertado.
Todo el día he estado en este estado de niebla, los bordes del mundo 377
embotados y poco claros.
Sin embargo, ahora todo está claro.
Con él entre mis piernas, llenando ese espacio vacío, soy consciente de todo
lo que me rodea.
La rasposa corteza a mis espaldas. El aire caliente del verano. La noche oscura.
El hecho de que me esté frotando justo ahí. Se mece y gira contra mí justo donde está
mi clítoris.
Y Dios santo, ahí está su polla.
Puedo sentirlo a través de las capas y capas de nuestra ropa.
Y se siente grande. Enorme.
Tan grande como anoche, estirándome, invadiéndome, y quiero eso otra vez.
Lo deseo tanto.
Gimo en su boca, tirándole del cabello.
—Pensé que era demasiado tarde —dice roncamente—. Pensé que habías
vuelto con él.
Sacudo la cabeza, jadeando contra sus labios.
—No. No podría. Yo…
Me da besos con la boca abierta a lo largo de la columna de la garganta.
—Te habría alejado de él. Te habría arrancado de sus brazos, si hubiera tenido
que hacerlo. Te habría secuestrado.
Inclino el cuello hacia un lado, dándole todo el acceso, dándole toda mi piel,
mis venas para que las chupe.
—Habría ido contigo. Habría ido donde tú quisieras.
—Le habría matado, joder. —Continúa—. Habría matado a cualquiera que
intentara detenerme. Yo…
—Shh —susurro, meciéndome contra él, restregando esa tienda en sus
pantalones—. Estoy aquí. Estoy aquí. Estoy contigo.
Gruñe.
Duro y profundo.
Mientras lame, chupa y muerde.
—No voy a dejarte ir.
—No voy a ninguna parte.
Vuelve a gruñir y tira de los tirantes de mi vestido, del cuello. Arqueo la
espalda para abrirme la cremallera por detrás y ayudarle. Me tira de él y de mi
sujetador, dejando al descubierto mis pechos, y se agarra a un pezón. 378
Casi grito y bailo en sus brazos mientras chupa y chupa y chupa.
Como si bebiera de mí.
Chupando su medicina.
Sorbiendo lo que le hará sentirse mejor, así que enhebro mis dedos en su
abundante cabello oscuro y aprieto su cara contra mis tetas. Deseando que beba más.
Deseando que lo tome todo de mí, todo el alivio, toda la ambrosía.
Pero entre chupada y chupada, pregunta:
—¿Te encuentras bien?
Presiono su nuca para dirigir su boca hacia mi teta.
—¿Q-qué?
Me chupa el pezón profundamente.
—En tu coño.
Jadeo, con el pezón dolorido por su succión, pero no lo suficiente.
—S-sí.
—¿Lo cogiste, nena? —Otra profunda, profunda chupada—. Las pastillas.
Anoche, antes de dejarme, me dio un Advil. Para el dolor. Lo que me pareció
útil porque sentí dolor donde no debería haberlo. Pero también me dijo que me
tomara otro hoy para estar segura.
Esto me pareció excesivo y se lo hice saber.
Pero como el mandón maniático del control que es -que permítanme decir que
es tan sorprendente cuando se trata de él y sus maneras de chico malo, pero resulta
que es un maniático del control cuando se trata de mí- se puso firme, y como me dolía
tanto despedirme de él, acepté.
Y tome una. Bueno, dos. Porque me pidió que tomara dos.
Que es lo único que recuerdo haber hecho a lo largo del día.
—Ajá —respondo, gimiendo—. Lo hice.
—¿Dos?
—Sí —digo impaciente.
Me muerde ligeramente el pezón y me recompensa con un:
—Buena chica.
Arqueo un poco más la espalda, acicalándome bajo sus elogios. Pero, para mi
gran decepción, deja de chupar.
Jadeando, pregunto:
—¿Qué ha pasado? ¿Qué...? 379
Gime y deja caer la cabeza sobre mi pecho.
—Joder.
Le tiro del cabello.
—¿Qué pasa?
Gira la cabeza, su aliento resopla sobre mi piel acalorada.
—Mierda. Joder. Joder.
—Reign, háblame —insisto, acariciándole la mandíbula, haciendo que levante
la vista...
Sus ojos están doloridos y dilatados.
—No lo tengo.
—¿No tienes qué?
—El condón.
—¿Qué?
Su mandíbula se mueve bajo mis dedos.
—No lo tengo conmigo. Yo no...
Oh, no.
Mierda. Estúpido condón.
Sé que dije que necesitaba usar un condón anoche. Pero la cosa es que...
Mis pensamientos se detienen cuando se aleja de mí y, automáticamente, me
aferro más a él. Automáticamente le rodeo el cuello con los brazos, le rodeo las
caderas con los muslos y me aferro a él.
No voy a dejar que se vaya.
No hay manera.
Acabo de encontrarlo.
Acabamos de encontrarnos.
—¿Qué estás haciendo?
Se le escapa un suspiro, sus ojos pierden lentamente su mirada de ebrio de
lujuria.
—Llevándote a casa.
—¿Qué, por qué?
—Porque necesitas alejarte de mí.
Aprieto mis extremidades a su alrededor.
—No necesito alejarme de ti.
Otro suspiro y un movimiento de cabeza. 380
—Estaba siendo codicioso de todos modos.
—Tú...
—Acabas de perder tu cereza anoche. —Continúa—. No puedo follarte todavía.
—¿Por qué no?
—Porque necesitas descansar.
—No —le digo, apretándole de nuevo—. Lo que necesito es tu polla.
—Echo
—Y lo que tú necesitas es mi coño —digo, retorciéndome contra su polla que
sigue dura y creo que palpitante también, para dejar claro mi punto de vista.
Sus fosas nasales se agitan.
—No.
Frunzo el ceño, incrédula.
—No lo dices en serio. No puedes decirlo en serio. Tenemos que tener sexo.
Una pequeña pizca de diversión brilla en sus duros ojos.
—No, no tenemos que tener sexo. Venga, vamos.
Intenta alejarse de nuevo y, por supuesto, no le dejo ir.
Le agarro la cara con las manos y hago que me mire.
—Escucha, no necesitas un condón, Reign. Tú...
—Sí, lo hago.
—No, no tienes que hacerlo —insisto—. Porque...
—Porque —me corta, apretándome ahora, flexionando sus brazos alrededor de
mi pequeño cuerpo—, has perdido la puta cabeza y has olvidado lo que te dije. Has
olvidado que si tuviera la oportunidad, haría todo lo que estuviera en mi mano para
dejarte embarazada. Cada puta cosa en mi poder para hacer realidad mi enferma y
retorcida fantasía.
—¿Qué, qué fantasía?
Entonces guarda silencio.
Sus fosas nasales se agitan, sus ojos parpadean con algo.
—Reign. —Me relamo los labios—. ¿Qué fantasía?
—No es nada.
—No, dime. ¿Tienes... fantasías sobre dejarme... embarazada?
La palabra con “e” me produce escalofríos. También me pone furiosamente
cachonda.
Sé que hemos hablado de esto antes. Pero eso fue sólo... hablar, ¿verdad?
381
Nunca dijo nada sobre sus fantasías o lo que sea.
—¿Quieres conocer mis fantasías? —pregunta.
—Sí.
—¿Los seis años de ellas? Seis años de sueños y pensamientos. Sueños y
pensamientos que me mantuvieron cuerdo. Mientras te veía con él.
Ahora mi corazón late con fuerza.
Se acelera y retuerce dentro de mi pecho.
Por la necesidad en su voz. El dolor gutural y áspero que ha sufrido. Y como la
noche en que me confesó su enamoramiento, quiero saberlo.
Quiero saber todo lo que soñó, lo que pensó.
Con la que fantaseaba.
Y luego quiero hacerlo todo. Por él. Con él.
No por la culpa, sino por ese algo más en lo que no quiero pensar ahora.
Porque tengo la sensación de que sus sueños podrían ser parecidos a los míos.
Sus sueños podrían ser los que me encantaría ver detrás de mis párpados cerrados
ahora que mis ojos están abiertos a todo lo que hay en mi corazón.
—Dime —susurro.
Suelta una risita baja, una bocanada de aire.
Y normalmente sus risitas son sucias y eróticas pero esta es pura tortura.
—¿Por qué?
—Porque a partir de esta noche, cada vez que cierre los ojos, yo también quiero
verlos. Esos sueños. Quiero verlos.
Aunque ya lo hice.
Pero no es algo que necesite saber ahora mismo. No es algo en lo que tengamos
que entrar.
Sobre todo cuando su rostro magullado palpita con una emoción profunda y
pesada y su nuez de Adán se balancea con un trago espasmódico.
Y creo que lo hará.
Creo que me dará sus sueños, pero antes quiere mirarme. Quiere recorrer mis
rasgos con la mirada. Lo cual está bien.
Puede tomarse su tiempo.
Ciertamente tomé el mío, ¿no? Para darme cuenta de todo.
Así que puedo ser paciente. Puedo dejar que me atormente y me torture como
yo lo hice con él.
Mientras mira fijamente mi vestido desaliñado.
382
Mis tetas desnudas, mis pezones brillantes.
Incluso mis piernas desnudas. Porque el vestido se me ha subido y me llega
muy arriba de los muslos, casi hasta las bragas.
Algo de lo que no me había dado cuenta hasta ahora.
Algo de lo que probablemente debería avergonzarme.
Aunque estemos escondidos detrás de un árbol y haya oscuridad alrededor,
seguimos al aire libre. Seguimos entrelazados el uno con el otro y, si alguien pasa,
podría parecer que estamos haciendo algo... ilícito.
Algo que debería hacerse a puerta cerrada.
Pero no me importa.
He ocultado tan bien mis sentimientos hasta ahora, que ya no quiero ocultarlos
más.
No quiero volver a taparlos. No quiero tapar cómo soy con él, tan diferente, tan
descarada, tan llena de felicidad y paz.
Así que el suyo.
Por fin, por fin, palmea una teta con su mano áspera y dice:
—Follarte las tetas.
Me arqueo ante sus caricias.
—Oh, lo sabía.
Se ríe suavemente.
—Sí, eso es bastante popular conmigo. Justo ahí arriba, en mi top cinco.
—Tienes un top cinco.
—Tengo un top ten —me corrige—. Pero vamos a ir con cinco por ahora.
Me muerdo el labio y digo:
—¿Qué más?
Entonces aparta sus ojos hambrientos de mis tetas y se dirige a mi trenza. La
tengo medio suelta y colgada del hombro, con la cola rozándole el torso.
Lo agarra y se la enrolla en la muñeca como hizo la noche de su pelea. Da una
calada, un resoplido y se la frota en los labios. Y pienso que es lo más sexy que he
visto nunca; también pensé lo mismo aquella noche.
Que no hay nada en este mundo más ardiente y sexy que Reign Davidson
oliendo mi cabello, esparciendo mi aroma por su preciosa cara. Y aprieto su camiseta
por los hombros, retorciéndome contra él.
Lo que le hace abrir los ojos, oscuros y dilatados.
Luego:
383
—Follar con tu cabello. Pero eso ya lo sabías también.
Tengo hipo.
—P-pero no sé cómo harías eso.
Lo que le hace reír de nuevo. Este también se tortura al decir:
—Bueno, se me da bien improvisar. Pero creo que empezaría frotando mi polla
en ella. En tu cabello rubio miel. Mojándolo y ensuciándolo con mi semen. —Tira de
mi trenza, observando su mano morena alrededor de mis mechones—. Y entonces
agarraría un puñado y lo envolvería alrededor de mi gruesa carne. Y luego me la
follaría. Follaría tu cabello como follo mi puño pensando en ello. Y luego me correría
en cinco malditos segundos.
Trago saliva.
—¿Cinco segundos?
—Sí. —Levanta la vista—. Si consigo follarme tu cabello, Bubblegum, me
correré en menos de cinco segundos.
—Pero me lleva mucho tiempo atarme las trenzas.
—Sí, con eso cuento —dice, con ojos intensos y divertidos a la vez—. Cuento
con que mi buena chica tarde al menos una puta hora en peinarse. Porque eso hará
que sea aún más divertido para mí estropearlo.
Frunzo el ceño cuando siento que vuelve a tirar de mi trenza.
También gimo, toda cachonda, ante la perspectiva de que me estropee el
cabello.
—Eso es mezquino —le digo.
Lo que le hace reír de nuevo.
—Bueno, ¿y si te dijera que es bueno para tu cabello?
—¿Te lo follarías?
Su boca se levanta en una sonrisa ladeada.
—Sí, y viniéndome por todas partes.
—Yo…
Se inclina y susurra contra mi boca:
—Y por tu piel.
—¿Tu semen es bueno para mi piel?
—Ajá —susurra, besándome suavemente la boca—. Mi semen te va a dejar toda
rosa y bonita. Brillante como la mierda. Así que deberías dejar que me corra en tu
cara todos los días. Dos veces al día.
—Te lo estás inventando. 384
Tararea, sonriendo contra mis labios.
—Puede ser. Pero deberías dejarme hacerlo de todos modos.
—¿Está en tu top cinco?
—¿Hacerte un facial? Joder, sí.
—¿Así es como se llama?
—Sí. Es como una recompensa, ves.
—Como el collar de perlas.
Me besa suavemente los labios.
—Sí, exactamente así.
Le devuelvo el beso.
—¿Qué más?
Volviéndome a besar, continúa:
—Quiero atarte.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—¿Con cuerdas?
—Sí. —Otro beso—. Pero sobre todo mi cinturón. Tengo un bonito cinturón de
cuero negro. Suave y flexible. Apretado.
Mi corazón se acelera de nuevo.
—Nunca... nunca me han atado antes.
—Sí, lo sé, Bubblegum —dice—. No creí que lo hubieran hecho.
—¿Es...? —Trago saliva—. ¿Va a doler?
Ante esto, su risita es definitivamente sucia y erótica y me hace gemir.
—Mi pobrecito llorona.
—No lo soy —refunfuño aunque lo soy.
—No, no dolerá —me dice, besándome y besándome, dándome ahora su
lengua—. No la parte de atar.
—Entonces, ¿qué parte?
—La parte que viene después de tenerte atada en mi cama.
—¿Qué vas a hacer?
En respuesta, me da su lengua para que la chupe.
Como un caramelo tal vez. Como un anestésico. 385
Una droga para mantenerme sedada y tranquila.
Una poción para mantenerme dócil y obediente. Para que no me asuste cuando
me diga lo que tiene que decirme. Para que no grite demasiado cuando me golpee.
Y sabiendo todo eso, sigo chupando y chupando.
Porque quiero ser golpeada. Quiero ser obediente.
Quiero estar bajo su influencia y ser su niña buena.
—Ya lo sabes, ¿verdad? —me arrulla—. Sabes lo que te haré cuando te ate.
Mis labios se deslizan contra los suyos cuando susurro:
—Creo que sí.
—Sí, porque esa es mi fantasía número uno.
—Para dejarme embarazada.
—Sí, cariño. Soñar con atarte en mi cama y criarte es como he vivido mi vida
desde hace años. Tanto que ya ni siquiera creo que sea mi obsesión. Ni siquiera creo
que sea una enfermedad.
Me estremezco contra él.
—Entonces, ¿qué es?
—Es mi puta religión. —Me retuerzo de nuevo mientras él sigue—: Pensando
en cortarte toda la ropa es como rezo ahora. Pensando en romper tus bonitos vestidos
rosas es como respiro. Así es como existo, joder. Y te vas a vestir de rosa para mí,
Bubblegum. Será mejor que lo creas.
—Porque el rosa es tu color favorito.
—Sí. —Entonces sus ojos se endurecen—. Y porque odio el maldito azul.
Me tira del vestido para enfatizar su punto, porque voy vestida de azul.
Y porque sabe por qué.
Y entonces prometo no volver a vestirme de azul. Llevar siempre mi color
favorito por él. Porque por eso también es su favorito.
—No lo haré.
—Joder, sí, no lo harás —ronca, frotando nuestros labios—. Te vestirás de rosa
y, aunque me encantas de rosa, le clavaré un cuchillo. Te lo cortaré para poder llegar
al verdadero premio. Mi verdadero color favorito. El color de tu piel suave como el
puto polvo de luna.
Entonces se me pone la piel de gallina.
Por su tono posesivo. Su tono gruñón.
—¿Y luego qué? —pregunto.
Exhala bruscamente.
386
—Y entonces, abriré tus piernas y te alimentaré con mi polla. Te la meteré en
el coño y seguiré hasta que esté justo donde quiero estar. Justo en el lugar con el que
sueño.
—¿Qué punto?
—Tu útero.
—Mi ú-útero.
—Sí, nena. —Me besa suave y húmedamente—. Te meteré la polla hasta el
fondo del útero y luego me la follaré. Me follaré tu útero y puede que te duela, ¿bien?
Mi barriga se aprieta.
—¿Podría?
—Sí. Si te follo tan profundo y tan fuerte, puede que te duela la barriga. Podría
hacerte llorar.
—Pero no lo haré —le digo con valentía—. No lloraré.
Me besa de nuevo.
—Lo harás. Pero no pasa nada. Porque como anoche, lo lameré todo. Haré que
todo sea mejor para mi Bubblegum.
—Sé que lo harás —susurro, devolviéndole el beso.
—Bien —elogia—. Entonces, me follaré tu vientre. Lo follaré y lo follaré, todo
el tiempo pensando y pensando en tu vientre hinchándose.
Jadeo ahora, incapaz de arrastrar suficiente aire.
Mientras me cuenta su historia erótica. Mientras me cuenta su sueño favorito.
Lamiéndose los labios, continúa:
—Lo follaré mientras pienso en tu vientre creciendo y expandiéndose. Cada
vez más grande. Pero esa no será la única parte de ti que será más grande.
—¿Qué más?
Me da un beso fuerte.
—Tus tetas también crecerán.
Sus palabras me producen un cosquilleo en las tetas.
—Oh, sí.
Y sus ojos vuelven a mis pechos desnudos.
—Se volverán grandes y pesados. Cremosos. —Los palpa de nuevo, los dos al
mismo tiempo—. Lechosos.
Sin palabras, me arqueo hacia él, ofreciéndole más. 387
—Jesucristo, el día que empieces a gotear desde aquí —se ocupa de mis
pezones—, habré terminado. Será el fin del juego para mí.
—Yo...
Se ocupa y ocupa de mis pezones, observándolos con ojos febriles y maníacos.
—Joder, rendiré culto en el altar de ellos. Lo haré. Me aferraré a ellos, lo juro
por Dios, y nunca jamás los soltaré. Beberé de ellos de sol a sol.
Jadeo, tímida y acalorada.
Muy extrañamente cachonda. Aun así, la buena chica que hay en mí protesta.
—Pero R-Reing, eso es... No.
—¿Hablas en serio, ahora mismo? —pregunta incrédulo, todavía mirándome
las tetas, todavía jugando con ellas pero ahora con el ceño fruncido—. ¿En serio vas a
alejarme de tus lechosas tetas?
—Yo... yo...
—Porque moriré —gruñe, hinchando mi carne.
—Te estás poniendo dramático.
Al oír esto, levanta la vista.
—Joder, no. Querer beber de las tetas de mi chica, que va a tener a mi puto
bebé, no es drama. Así son las cosas. Así es como voy a demostrarle que estoy
agradecido. Estoy jodidamente agradecido, Bubblegum, contigo. Por hacerme el más
feliz que he sido en mi vida.
Y entonces, me derrumbo y digo:
—Bien. Bien.
Porque, ¿cómo no?
¿Cómo puedo quitárselo?
No soy cruel. No soy tan buena chica.
Lo que soy es su niña buena.
Así que puede beber de mis tetas si quiere.
—¿Sí? —pregunta con una voz áspera y apenas perceptible—. ¿Me dejarás
chuparte las tetas entonces?
—Oh Dios, sí. Sí.
—Incluso cuando se ponen doloridas y sensibles.
—S-sí. Porque las harás mejores.
—Joder, sí, lo haré. —Me recompensa de nuevo con un beso—. Haré que todo
sea mejor para ti, te lo prometo. Y sabes que no rompo mis promesas. 388
—No, no la haces.
—Así que sí, si me dejas alimentarme de tus tetas preñadas, te cubriré de
diamantes y te tapizaré de terciopelo. Te follaré el coño una y otra vez, y te alimentaré
con mi semen.
Estoy tan metida en la telaraña de sus sueños que no distingo el arriba del
abajo. Pero eso es lo que hizo anoche también. Me envolvió en sus sucios cuentos y
me hizo sentir tan cachonda, caliente y segura.
Así que le digo:
—Pero si ya... ya estoy embarazada, no hace falta... no hace falta....
—Escúchame con mucha atención, Bubblegum, ¿de acuerdo? —Se pone serio,
sus ojos lujuriosos y graves—. Si te dejo embarazada, si crío tu coño como quiero,
mejor que estés preparada para que te folle las veinticuatro putas siete, ¿de acuerdo?
Me follaré tu coño preñado. Me alimentaré de tus tetas preñadas y me correré por
todo tu apretado vientre de embarazada cuando no esté inundando tu caliente coño,
¿bien? Así que cerremos esa discusión aquí mismo.
—Oh Dios, Reign. Por favor, para. No puedo...
—Pero —dice, interrumpiéndome—, nada de eso puede pasar hasta que me
corra dentro de ti. Hasta que me corra de verdad. Y acabo de empezar a follarte,
¿verdad? Acabo de empezar. Y tenemos un largo camino por delante.
—Entonces, hazlo —le digo, impaciente—. Vente dentro de mí.
—Bueno, incluso si lo hago, no sabemos si funcionará. No sabemos si te dejaré
embarazada sólo por follarte una vez.
Le retuerzo la camiseta.
—Entonces fóllame dos veces.
—¿Sí?
—Sí.
—Bien. Te follaré dos veces. Y tres veces. Y luego cuatro veces. —Me da un
beso tranquilizador en los labios—. Te follaré tantas veces como haga falta para
preñarte, ¿bien? Porque tengo un trabajo que hacer, ¿no? No te he atado a mi cama
sólo por joder. Hay un propósito, ¿no?
—Ajá.
—¿Y cuál es el propósito, cariño?
—Para p-preñarme.
—Sí —susurra feliz—. Para preñarte como mi buena sirvienta.
Ahora mi vientre se aprieta rítmicamente.
Con cada palabra que dice. 389
Como si mi cuerpo estuviera fuera de mi control.
Al igual que su cuerpo. Que se está moviendo ahora.
Meciéndose en el mío tan rítmicamente como mi vientre.
Porque está tan perdido en sus sueños como yo.
—¿Qué pasa cuando estoy embarazada?
Todo su cuerpo se estremece ante esto.
Sacudidas.
—Entonces, me golpeo el puto pecho en señal de victoria —dice roncamente—
. Aúllo en señal de victoria. Grito al maldito cielo que he ganado. Que ahora puedo
quedarme contigo. Porque de eso se trata todo esto, ¿no, Echo? Quiero atarte a mi
cama y follarte una y otra vez. Incluso cuando me digas que pare. Incluso cuando me
digas que te estoy lastimando el coño, lastimando tu barriguita, destrozando tu vientre
con lo mucho que lo he follado y destrozado y me he corrido en él. Todo esto para
preñarte como mi buena sirvienta. Para no tener que mirar. Para no tener que
quedarme al margen y verle estar contigo. Jugar contigo. Jugar con mi Bubblegum.
Especialmente cuando ella es mía. Ella fue mía desde el principio. Desde la primera
vista. Pero tuve que regalarla. Tuve que compartirla. Tuve que ver a alguien más jugar
contigo, mi muñeca.
Entonces me da un beso fuerte.
Un beso duro y áspero mientras mi corazón se retuerce en mi pecho.
—Por eso. Así de retorcido soy, que sueño con arruinar tu vida sólo para poder
ganar a mi mejor amigo. Sólo para poder alejarte de él, robarte. Así que no, no
tendremos sexo esta noche. No sin una goma y...
Entonces le pongo una mano en la boca.
Y con la respiración agitada, me acerco a su oído y finalmente le susurro:
—No necesitarás condón, Reign. Porque tomo la píldora.
Se sacude.
Un gran movimiento estremecedor. Que siento en mis huesos.
Como si hubiera estallado una bomba.
Y me doy cuenta de que tal vez sí.
Tal vez por eso todo se vuelve tan silencioso.
Hasta ahora hemos respirado y jadeado, gimoteado y gemido. Pero ahora, no
hacemos ningún ruido. Ahora me mira fijamente, su cara y sus ojos afilados, sus labios
apenas se mueven cuando dice:
—Lo haces.
—Sí. 390
—¿Cuándo?
—Hace unas dos semanas.
No tiene que recordar para calcular lo que significa. Ya lo sabe.
—La noche de la pelea.
Asiento y su mano sube hasta mi cuello. La nuca, donde me agarra con fuerza,
apretándola.
El corazón me da un vuelco ante su acción depredadora, posesiva.
—Fui a la enfermería, a la clínica del colegio y vi a la doctora al día siguiente.
Me hizo una receta.
—Así que mentiste.
—Anoche.
—¿Por qué, porque no confiaste en mí para usar un condón?
—Confié en ti —le digo sinceramente.
—Entonces, ¿por qué?
Sí, por qué.
Porque quería mantener las distancias con él. Porque ayer pensé que era suya
pero sólo por una noche. Y por eso, aunque fui a la clínica a tomar la píldora -por él,
por cierto; fui justo después de la noche de la pelea, justo después de que me
confesara que le gustaba y me dijera que quería follar conmigo a pelo, así que sí, era
por él-, seguí manteniéndolo en secreto.
Para que todo siga como hasta ahora.
Dios, soy idiota, ¿verdad?
He sido una idiota durante seis años.
Por no reconocer la verdad.
Por no ver quién es él para mí.
—Porque no sabía que era tuya.
Su rostro se endurece.
—¿Y por qué me lo dices ahora?
Le peino el cabello de punta con los dedos. Los trazo sobre sus rasgos picudos
y magullados, su piel estival marcada por moratones desvanecidos. Los entierro en
su barba incipiente y susurro:
—Porque ahora lo sé. Sé que soy tuya. Soy tu buena sirvienta. Porque debería
haber sido tuya desde el principio. Porque no tienes que mirar, ya no. Puedes jugar.
Sólo tú puedes jugar conmigo ahora. Puedes hacer realidad todos tus sueños. Todos
los seis años de hermosos sueños y maravillosas fantasías. 391
Aun así, el silencio domina durante unos instantes.
Aun así, me observa inmóvil y congelado.
Hasta que no lo hace.
Hasta que se acerca a mi boca y la reclama de nuevo en un beso. Y entonces
nos devoramos como hace unos minutos. Nos retorcemos y nos tiramos del cabello y
de la ropa. Y entonces me baja y me hace girar. Me empuja hacia el árbol y yo voy,
sólo porque estoy toda flácida y suelta.
Sólo porque soy suya.
Así que dejé que me arreglara.
Dejo que rodee el árbol con mis brazos y apoye mi mejilla en él. Dejo que me
tire de las caderas y me ensanche las piernas.
Finalmente, me sube el vestido y deja mi culo al descubierto ante sus ojos
castaños rojizos. Lo que ve le hace apretarme las nalgas y abofeteármelas.
Así, sin más.
Sin ninguna advertencia. Sin ningún preámbulo.
Si no estuviera tan fuera de mí, habría gritado por el golpe. Por la abrupta
grieta.
Así las cosas, lo único que hago es gemir y mirarle, parpadeando, abrazada a
mi árbol como apoyo.
—Jódeme —murmura como para sí mismo, retorciéndome las bragas—. Rosa
con corazoncitos. Voy a arder por esto, ¿verdad?
—N-no.
—Lo hago. Porque cada vez que un tipo como yo —mira hacia arriba,
golpeándome el culo de nuevo—, se folla a una chica como tú, un ángel llora en el
cielo.
Le habría dicho algo si hubiera podido.
Pero el impacto de su palma me deja sin habla. Ah, y siento cómo desliza mis
bragas por mis muslos desnudos. Me hace quitármelas y las levanta.
Las huele.
Como me hizo en la trenza.
Lamiendo también la entrepierna antes de guardárselas en el bolsillo y bajarse
la cremallera de los pantalones.
Mis ojos bajan hasta donde están trabajando sus dedos, esperando ver por
primera vez su polla. Pero él se inclina sobre mí, deja caer su pecho sobre mi columna
y me besa suavemente la mejilla, ocultando de nuevo su polla de mi vista.
Probablemente para protegerme. 392
—Porque cada vez —me tira hacia atrás—, que un perro Bandido se folla en
bruto el coño de su Bubblegum, el puto Dios pone el grito en el cielo. Me alegro por
ti, cariño. Me alegro de que me lo ocultaras. Que me negaras el placer de follarte en
pelo.
Quiero volver a decirle que no.
Que yo no era buena. Que era mala por ocultárselo.
También quiero preguntarle qué es el perro en bruto.
Pero no puedo.
Todo lo que puedo hacer es jadear y gemir. Porque él elige ese preciso
momento para entrar en mí.
Todo desnudo y en bruto.
Así que supongo que eso es lo que significa, perro en bruto.
Hacerlo sin condón.
Y Dios mío, ¿hay alguna otra forma de hacerlo?
¿Hay otra forma de que te follen que no sea pegada a un árbol como yo, con la
espalda arqueada y el vestido hecho un lío, y tu chico -este chico bueno, grande y
sexy que lleva seis años obsesionado contigo- dándotela por detrás?
No, no creo que lo haya.
Tampoco creo que dijera la verdad hace un momento.
Cuando dijo eso de le negué el placer de follarme en bruto.
Porque no sólo se lo negué a él, también me negué el placer a mí misma y me
alegro mucho de no tener que hacerlo más. También me alegro de que me tenga
atrapada entre él y el árbol, con una mano sujetándome la cadera y la otra
apretándome el pecho. Me alegro de que esté respirando junto a mi boca, gruñendo
y gimiendo junto a mí para que yo pueda deleitarme con su éxtasis.
Así puedo deleitarme con su euforia al bombearme desnudo.
Y Dios, definitivamente parece eufórico.
Tiene los ojos cerrados, la boca entreabierta, su pecho se estremece a mi
espalda, y no puedo evitar querer tocarle. No puedo evitar querer sentir su felicidad
con mis dedos.
Así es.
De alguna manera consigo dejar de rasguñar la corteza y me dirijo a su cara.
Consigo agarrarlo con los dedos.
En ese momento, se despierta.
Abre sus ojos oscuros, muy oscuros y dilatados, y me mira. Y en el momento en
que lo hace, me corro. 393
Es tan extraño.
Que me corra sólo por el contacto visual.
Sólo por ser testigo de las profundidades de su obsesión, su posesión, pero lo
hago.
Me corro en su polla y si tuviera más experiencia o si estuviera con otra
persona, me avergonzaría haberme corrido en su décimo golpe probablemente.
Décimo golpe muy profundo y duro, pero como es, no lo hago.
Así, me retuerzo y me arqueo bajo él.
Mi coño se agita y contrae sobre su longitud.
Y Jesús, gime de nuevo.
También acelera sus embestidas. Tanto que ahora, cada vez que toca fondo,
sus caderas golpean mi culo. Sus muslos cubiertos de vaqueros golpean los míos
desnudos. Y sus dedos me aprietan.
Mis propios dedos siguen en su cara, su mandíbula dura, sus pómulos salientes.
Y así, cuando se corre, lo siento en todas partes.
Lo siento en mis dedos cuando su mandíbula se afloja, en mi espalda cuando su
pecho vibra con su profundo gemido.
Y en mi coño y en mi vientre.
Cuando se corre.
Se corre justo donde me dijo que se correría. Justo donde quería.
Profundo y alto en mi vientre.
Lo siento palpitar ahí. Y por un segundo pienso que si me pongo una mano en
el vientre, podría sentirlo allí también. Su gruesa polla haciendo mella, palpitando
justo bajo mi piel, llenándome y llenándome.
Y por eso siento una extraña tristeza.
Que su sueño no podrá hacerse realidad.
Porque tomo la píldora.
Pero está bien. Al menos le di esto. Y parece que le gusta. Tiene los ojos
cerrados y los labios entreabiertos, y se sacude y estremece sobre mi cuerpo.
Como su polla dentro de mí.
Cuando termina su clímax, abre los ojos y susurra:
—Mía.
Mi coño se aprieta de nuevo sobre su longitud y le susurro:
—Tuya.
394
E
stá jugando con mi cabello.
Siento que me tiran de los mechones del cuero cabelludo y
vuelvo la cara para mirarlo.
Tumbado en la hierba bajo las estrellas, tiene los ojos cerrados y
la boca relajada. Su pecho sube y baja tan suavemente que bien podría estar
durmiendo.
Pero no lo hace.
Los dedos de su brazo extendido -que también actúa como mi almohada- hacen
efecto.
Rebuscando entre mis mechones rebeldes, rizándolos, tirando ligeramente de
ellos.
Como estaba haciendo anoche.
Así que hago lo que hice anoche también.
Le abro mi trenza.
Así tiene más espacio para jugar. Para que sus dedos retocen y bailen sobre mi
395
cabello.
—Tienes un fetiche con el cabello —susurro, mirándolo.
Abre los ojos, sus labios se curvan perezosamente.
—Tengo un fetiche con Echo.
Me da un vuelco el corazón, tanto por sus palabras como por su voz que suena
tan perezosa como esa sonrisa ladeada en su cara.
Me pongo de lado y siento sus bíceps flexionarse bajo mi mejilla.
Poniéndole una mano en la cara, le digo:
—Estás muy guapo.
Sé que guapo no es una palabra de niño en sí. Pero está tan guapo así, relajado
y somnoliento. Le brillan los ojos y tiene la boca hinchada y húmeda por nuestros
besos de antes.
Se lame su boca regordeta.
—Y te ves tan follascinada.
¿Cómo?
—¿Qué es follascinada?
—Una chica que está fascinada por el sexo. También conocida como ebria de
sexo o simplemente obsesionada por el sexo.
—Primero, eso no es una palabra. Y segundo, no lo estoy.
—Primero, acabo de convertirlo en una palabra. Y segundo, lo eres porque
ambos sabemos que mi polla hace magia.
—Si tu polla hace magia, Bandido, entonces mi coño es un hechicero porque
nunca te habías visto tan relajado.
Tararea, se gira de lado hacia mí y me pone la otra mano en la cintura.
—Eso es, Bubblegum.
Le saco la lengua y él se ríe.
Y me doy cuenta de que, además de ser sucio y vulgar, sus risitas también
pueden hacerme sonreír.
También pueden llenarme de felicidad.
Luego, suspirando y contemplando su bonita cara, le susurro:
—Me alegro mucho de que ya no se peleen.
—A mí también. Ser chantajeado es divertido.
—Tú me chantajeaste primero.
—Sí, porque ser acosado también es divertido. 396
Entorno los ojos hacia él.
—Oye, tú me acosaste primero.
Sus ojos recorren mis rasgos.
—Sí, supongo que sí.
Acerco mi mano a su cabello y rizo sus mechones como él riza los míos.
—¿Cómo supiste de este lugar?
Porque es un lugar precioso.
Tiene una hierba espesa y verde como una alfombra, bosques espesos a un
lado y un lago resplandeciente al otro. Además, el cielo se ve muy bonito desde aquí,
estrellado y con ojos de luna.
Cuando terminamos en la fiesta a la que nunca llegué, le dije a Reign que aún
no quería volver a casa. No estaba lista para dejarlo, no estaba lista para que nuestra
noche terminara. Así que le dije que me llevara a algún sitio en su moto.
Y me trajo aquí.
A este hermoso lago y al tipo de bosque que realmente me gusta, todo pacífico
y tranquilo.
—Solía venir mucho por aquí —dice—. Antes, cuando...
Se detiene y aprieta la mandíbula y lo sé.
Lo que intenta decir.
Así que termino la frase por él.
—¿Cuando tu padre solía ser malo contigo?
Me lanza una breve inclinación de cabeza y yo me inclino para darle un beso
en los labios.
Como una especie de recompensa por decírmelo.
Ya sé que no es fácil para él hablar de las cosas. Cuando has guardado tantos
secretos toda tu vida -el maltrato de su padre, su enamoramiento de mí y Dios sabe
cuántas cosas más- no es fácil compartirlos.
Pero me alegro de que lo intente.
—Cuando era pequeño —dice, con una mirada lejana—, no podía huir. Me
quedaba atrapado donde él decidiera ponerme. En mi habitación, en un armario. En
el sótano. Pero entonces crecí. Podía... salir de cosas, lugares. Ventanas. Así que me
escapaba. Iba a —traga saliva—, la casa de Lucas a veces. A veces robaba los coches
de mi padre y conducía por ahí. Un día, encontré este lugar y era tan... tranquilo. Tan
bonito. No quería irme.
Si parpadeo, sé que se me caerían las lágrimas.
397
Sé que están sentadas ahí, en el borde.
Así que no lo hago.
No quiero llorar delante de él ahora. No quiero que se trate de mí, que él tenga
que consolarme. Porque sé que lo haría.
Aunque sí digo:
—Eres el tipo más increíble que he conocido.
—¿Qué?
Me inclino más hacia él.
—El tipo más increíble, maravilloso y fuerte que he conocido, Reign Marcus
Davidson.
Me estudia unos instantes antes de decir:
—Y tú eres la chica más dramática, femenina y jodidamente emo que he
conocido, Echo Ann Adler.
Sacudo la cabeza e insisto:
—Sé que no te gusta oírlo, pero lo eres. Eres muy fuerte, Reign. Has
perseverado. También conocido como persististe; seguiste; aguantaste; machacaste;
fuiste tenaz y mírate ahora.
—¿Mirarme qué?
—Vives en Nueva York —digo en tono de “duh”—. Estás en la universidad.
Tienes una beca de fútbol. Te van a reclutar el año que viene. Vas a ser un jugador
increíble. Eres un jugador increíble, Reign. Tan increíble que un día irás a la liga
europea. Tú…
—No lo haré.
—Lo harás. Tengo toda la fe en ti. Vas a ser…
—No voy a entrar en el draft.
Espero a que diga algo más, a que añada algo a lo que acaba de decir.
Pero cuando no lo hace, digo:
—¿Qué?
Mientras yo alucino, él vuelve a encogerse de hombros muy
despreocupadamente.
—No me interesa que me elijan.
—¿Cómo es posible que no te interese que te elijan?
—Porque no —dice, todavía todo relajado—. Porque no quiero jugar al fútbol.
—¿Estás loco? —Le doy un jalón en el cabello—. ¿De qué estás hablando?
Quieres jugar al fútbol. Eres tan bueno al fútbol.
398
Creo que cuando termino, mi voz es tan fuerte que resuena por todo el bosque.
Y el suspiro que emite en respuesta es igual de fuerte.
E impaciente.
—No, no haré.
—Pero...
—Sabía que mi padre no me habría pagado los estudios, no es que me
importara, pero aun así. Se habría inventado alguna excusa, me lo habría echado
encima para salvar las apariencias, para que yo supiera que era la única manera de
salir de la ciudad. La única manera de ir a la misma universidad que mi mejor amigo.
Nunca tuve planes de jugar al fútbol.
—Pero tú... —mi propia voz pequeña e insegura—, tú amas el fútbol.
Burlándose, continúa:
—No, joder. Odio el fútbol. Siempre lo he odiado y siempre lo odiaré. Es otra
cosa más que mi padre me obligó a hacer porque a mi hermano se le daba muy bien.
Otra forma de controlarme, de moldearme en algo que no soy.
Mis lágrimas amenazan con caer de nuevo.
Y esta vez es más difícil hacer que paren porque también me crece un nudo en
la garganta. Haciendo que me duela y me duela por él.
Me duele este niño roto.
Este chico malo rebelde roto.
Ojalá pudiera decirle algo. Desearía poder hacer desaparecer lo que sea que
haya vivido. Volver atrás en el tiempo y borrar todo el dolor, todo el daño que le hizo
su padre. Por toda la gente que le malinterpretó.
Por mí.
¿En qué estaba pensando? ¿Por qué no lo vi antes?
¿Por qué no miré más allá de la superficie, más allá de su mezquindad y
crueldad, y vi quién es en el fondo?
¿Por qué dejé que me empujara hacia su mejor amigo?
—Yo... yo... odio esto —digo finalmente, con palabras tan inadecuadas—. No
me gusta esto. No me gusta esto para ti. Yo…
Suspira, sus dedos me aprietan el vestido en la cintura.
—No importa, ¿de acuerdo? No planeo quedarme para el reclutamiento y toda
esa mierda de todos modos.
—¿Qué?
Su expresión se apaga entonces y odio esto aún más.
Lo odio hasta la médula.
399
Que me está dejando fuera. Que hay algo que no me está diciendo.
Y tengo la sensación de que algo va a ser la información que realmente no me
va a gustar.
—Reign —produzco, bajando mi mano a su cara—. Dímelo.
Su mandíbula tics durante unos segundos más antes de decir:
—No me quedo.
—¿Qué significa eso?
—Significa —dice suspirando—, que no me voy a quedar a trabajar con mi
hermano durante un año y que no me voy a quedar a la universidad ni al
reclutamiento. Me marcho.
El miedo se apodera de mi respiración.
—¿Cuándo? ¿Dónde?
De nuevo, sus hombros se mueven arriba y abajo despreocupadamente, como
si esto no fuera lo más desastroso que he oído nunca.
—No sé dónde. Lejos de aquí. Jodidamente lejos.
Le aprieto la mejilla.
—Eso no es una respuesta. Eso no me dice nada. Eso apenas es nada, Reign.
Eso es...
—Es la única respuesta que tengo —me corta—. Y en cuanto a cuándo...
Hace una pausa aquí y oh Dios mío, lo sé.
Ya sé cuándo.
Sé lo que va a decir y no quiero que lo diga.
No quiero que diga ni una palabra más.
Pero antes de que pueda detenerlo, continúa:
—Cuando esto termine. —Aprieta el puño en mi vestido, tirando de la tela
mientras añade, con los dientes apretados—: Cuando vuelvas con él.
Sé que debería tomarme un segundo aquí.
Debo hacer una pausa y formular mi respuesta correctamente y con tacto.
Porque sé que es importante.
Pero estoy enloqueciendo. Estoy perdiendo la cabeza y las palabras se me
escapan.
—¿Y si no quiero volver con él?
Se pone rígido a mi lado.
Siento cómo sus músculos se convierten en piedra. Sus bíceps dejan de 400
flexionarse bajo mi mejilla y su pecho deja de respirar. Incluso su estómago, pegado
al mío, se vuelve sólido y denso.
Lo único que se mueve en su cuerpo reposado son sus ojos, que se vuelven
ardientes al buscar mi expresión.
—¿Esto es por lo que acaba de pasar? —pregunta, sus palabras son bajas y
gruñonas—. Entre nosotros.
De nuevo, debería elegir mis palabras con cuidado, pero no lo hago.
—¿Y si lo es?
Entonces respira.
Su inhalación termina en un gruñido bajo y una fuerte sacudida de su cuerpo.
Luego, casi rasgándome el vestido con la mano, me dice:
—Entonces yo diría que ya hemos terminado.
—¿Qué?
Se levanta sobre mi cara, su aliento caliente empaña mi piel.
—Entonces diría, Echo, que eres más estúpida de lo que pensaba. Y anoche
pensé que eras bastante estúpida. Fuiste jodidamente estúpida e ingenua cuando te
desnudaste para mí y me tiraste un puto hueso. Sin saber cuánto he querido
desgarrarlo, a ti.
—Reign…
—Porque si eliges esto, a mí, lo que mierda te hice allí, la forma en que te utilicé
para aliviar el dolor de mi polla, antes que volver con el hombre que te quiere, que
te ha querido durante putos años, entonces mejor me voy ahora y no vuelvo nunca
jamás.
Esta vez mis lágrimas se derraman y no las detengo en absoluto.
—N-no, Reign, por favor…
Se me viene encima entonces.
Me tumba boca arriba y se cierne sobre mí, se cierne como una amenaza y a la
vez como mi salvación. Enmarcando mi cara entre sus ásperas manos, me dice
guturalmente:
—¿Entiendes lo que está pasando entre nosotros? ¿Entiendes que esto es sólo
follar? Esto es sólo sexo. ¿De acuerdo, Echo? Sólo te estoy follando. Te estoy usando
para curarme. Para sacarte de mi sistema y poder seguir adelante. Lo mismo que
querías hacer ayer. ¿Te das cuenta de eso?
Suelto un suspiro mientras se me saltan las lágrimas.
—S-sí.
Baja a lamerlas.
401
—Entonces tienes que volver con él. Tienes que volver a la vida que habías
planeado para ti, ¿sí? NYU, Lucas. Nueva York, convertirte en una escritora
importante. Tienes que volver.
Sollozo.
—Yo…
Entonces empieza a besarme, pequeños y tiernos besos por todas mis mejillas
húmedas.
—No puedes dejar que esto, lo que sea que estemos haciendo aquí, te lo
arruine, ¿entiendes? No puedes dejar que te arruine la vida, Echo. De eso se trata. Por
eso hice lo que hice entonces, empujarte hacia él. Por eso he hecho lo que he hecho
todos estos años. No puedes dejarme. Dime que lo entiendes. Dime o yo...
Le rodeo con los brazos y le estrecho contra mí.
—Lo quiero. Lo quiero.
Me mira fijamente, con los labios húmedos por mis lágrimas.
—¿Sí?
—Sí. —Vuelvo a tener hipo, intentando calmarme, calmar mis sollozos.
—Me he arrepentido de muchas cosas en mi vida cuando se trata de ti, Echo.
Pero no hagas que me arrepienta de esto —dice—. No hagas que me arrepienta de
haber ido por ti.
—No lo haré. No lo haré —susurro con fuerza—. Sólo no me dejes.
Su pecho se estremece mientras limpia los regueros de lágrimas con los dedos.
—No lo haré. No mientras entiendas que no soy el hombre para ti. Soy el
hombre equivocado.
Milagrosamente he dejado de llorar y le rodeo con mis brazos.
—Lo comprendo. Lo comprendo.
Me busca la cara unos segundos antes de murmurar:
—Buena chica.
Y como la loca que soy, me acicalo ante sus elogios aunque se me rompa el
corazón. Le devuelvo el beso cuando viene a reclamar mi boca. Le abro los muslos
cuando me separa las piernas. Dejo que me suba el vestido y me aparte las bragas
mientras me arqueo bajo él antes de ir por su propia ropa. Me arqueo cuando me
mete la polla y empieza a follarme bajo las estrellas.
Pero no mentía al decir que lo entiendo.
Lo hago.
Entiendo que es el hombre equivocado para mí. Entiendo que sólo me está
utilizando y que no tiene ningún interés en quedarse. Que se irá en cuanto termine
conmigo. 402
Ya sabía que si le entregaba mi corazón, sólo lo rompería.
Pero ahora también entiendo otra cosa.
Entiendo que a veces el chico equivocado es el chico adecuado para ti. A veces
el chico equivocado es el que ves en tus sueños. Escribes sobre él. Escribes sobre
todas las cosas que te hace sentir. Todas las formas en que te lastima y te hace llorar.
Y luego escribes sobre todas las formas en que te hace reír. Todas las formas
en que te hace sonrojar y volar. Todas las formas en que te hace sentir segura y
protegida.
A veces el tipo equivocado es una parte de tu alma.
Está hecho de lo que sea que esté hecha tu alma.
Y por eso tienes que elegirlo.
Tienes que elegirlo porque no es una elección.
No es una competición. Es el destino.
Es el destino.
Está escrito no sólo en tus diarios de odio, sino en el cielo. Que se volvió
brillante la noche en que se conocieron.
No su ex mejor amigo.
Nunca jamás su ex mejor amigo.
Sin mencionar, que entiendo que no puedo decirle nada de esto a él. Porque se
irá. Porque piensa que debería estar con el chico adecuado y no con el que quiero
estar.
Y no puedo permitírselo.
Acabo de encontrarlo. No voy a dejar que se vaya.
Así que me tumbo debajo de él mientras me folla como un chico obsesionado,
y yo le follo de vuelta como una chica obsesionada también.
Una chica con un secreto.
Y es que nunca jamás le dejaré marchar. Incluso cuando se vaya, se quedará
en mi corazón.
Porque no es el único que está enfermo.
Yo también.

403
Q
uién: Bubblegum
Dónde: La habitación de Jupiter
Cuándo: 4:01 a.m.; la noche en que Echo se convierte en Reign
Querido Bandido,
Estoy enferma.
Llevo seis años enferma. Pero no es el tipo de enfermedad que pensaba que
tenía.
No estoy enferma de odio.
Estoy enferma de lo contrario al odio.
Anti-odio.
Estoy enferma de amor.
~Echo.

404
N
o me arrepiento del beso.
He tardado dos años, tres meses y otros tantos días en
reconocerlo.
Que el beso en sí no es lo que lamento.
Lamento cómo sucedió. Lamento cómo perjudicó a las personas importantes
para mí.
Especialmente mi exnovio.
Porque nunca debió serlo.
Mi novio, quiero decir.
Nunca debí decir que sí a salir con él. Nunca debí hacerle creer -ni a mí misma-
que le quería.
Cuando amaba a otra persona.
Le quiero, ¿verdad?
Amo al tipo que una vez me hizo enfermar de odio. Sólo que no era odio. Era 405
amor.
Amor todo negro y azul como su bello rostro. Amor bañado en sandía
envenenada y limonada agria.
Amor envuelto en crueles calores de verano y frías sonrisas mezquinas.
Así que le quiero.
Me encanta Reign Marcus Davidson.
El exmejor amigo de mi exnovio.
Mi gran Bandido malo y maravilloso.
Pero nunca lo supe.
Eso es lo que hay que lamentar: no haber comprendido nunca mis propios
sentimientos y haber herido así a tanta gente. Eso es lo que tengo que arreglar. Eso es
de lo que debería sentirme culpable.
Lo que significa que tengo que decírselo a Lucas.
Y disculparme por lo correcto esta vez.
Aunque no, no le voy a decir que estoy enamorada del chico que ahora odia
completamente. O que siempre he estado enamorada de él.
Porque primero, no quiero herir a Lucas más de lo que ya lo he hecho.
Y segundo, no quiero matar todas las posibilidades de reconciliación entre
ellos dos. Ya la estoy arriesgando al no volver con Lucas después de su ultimátum. No
quiero dañar más sus posibilidades.
Tan pronto como tomo la decisión de decírselo a Lucas, me entero de que la
tragedia que sabíamos que estaba a la vuelta de la esquina ha sucedido: El padre de
Lucas fallece. Ocurre justo al día siguiente de cuando tenía que encontrarme con él
en aquella fiesta y el funeral es dos días después. Al que asisto con un sinfín de
sentimientos.
Tristeza por Lucas por haber perdido a su padre; aunque no había amor
perdido entre ellos. Nerviosismo por verle porque aún no he dado una respuesta a su
ultimátum y quizá no pueda hacerlo ahora, dadas las nuevas circunstancias.
Pero sobre todo, lo que siento es pavor.
Porque sé que si estoy en el funeral con mis padres, él también estará.
Y lo está.
Viste de negro como los demás: camisa de vestir negra, pantalón de vestir
negro y chaqueta de traje negra.
Sin embargo, entre el mar de negro, sigue destacando.
Sus moratones de colores, su cabello de punta.
406
Esos hombros anchos y ese cuerpo alto.
Probablemente porque aunque lleva un traje como todos los hombres de aquí,
no hace nada por domar sus peligrosas vibraciones de bandido. Por no mencionar
que el sol le da de forma diferente a como le da al mundo, reconociendo su piel
veraniega y sus ojos ardientes.
O tal vez me golpea de manera diferente al resto del mundo.
Porque es el chico del que estoy enamorada.
Es el tipo que por fin entiendo que veo con gafas de color de rosa y un corazón
rojo pulposo.
Así que es muy difícil quitarle los ojos de encima.
Para no buscarlo entre la multitud mientras entierran al padre de Lucas en un
ataúd de roble pulido.
Pero intento ser respetuosa.
Por todas las personas involucradas. Por Lucas, por mis padres.
Pero sobre todo intento ser respetuosa con él.
Ha pasado años viéndome enamorarme de su mejor amigo, ser la novia de su
mejor amigo. Y aunque no tengo ninguna intención de volver con Lucas, él no lo sabe,
así que, que me aspen si tiene que volver a pasar por eso, aunque solo sea un
segundo.
Por no mencionar, que me parta un rayo si ve amor en mis ojos y se arrepiente
de haber actuado finalmente sobre sus sentimientos y haber venido por mí.
Aunque no lo está poniendo muy fácil.
No sólo por su elegante traje, sino también porque mientras yo intento ser una
buena chica para él, él no tiene que hacer lo mismo por mí.
No tiene por qué ser bueno.
No tiene que apartar la mirada de mí ni dejar de mirarme desde el otro lado
del espacio.
Dondequiera que he ido hoy, sus ojos castaño rojizos me han seguido.
Los he sentido en la nuca, subiendo y bajando por mi columna vertebral,
acariciando mi cuerpo, mi cara, mi vestido.
Mi trenza; la cosa con la que está obsesionado.
Así que cuando durante la recepción, Lucas me busca en su casa, no me gusta.
En absoluto.
Dice que quiere hablar conmigo en privado y, cuando voy a protestar, mis
padres insisten. Y antes de que me dé cuenta, me encuentro siguiendo a Lucas por su
gran salón hasta un largo pasillo que conduce a unas habitaciones en la parte de atrás. 407
Y a cada paso que doy, lo siento.
Siento que sus ojos se vuelven aún más ardientes, más acalorados. Apuesto a
que su cuerpo está tenso en este momento, temblando de la forma en que lo hace
cuando todos sus músculos se ponen extra tensos y rígidos. Sus moratones deben de
estar palpitando junto con su barbuda mandíbula.
Ojalá pudiera darme la vuelta y decirle que no pasa nada.
Pero no puedo.
Así que, encogida e inquieta, entro en el estudio del padre de Lucas como me
han indicado.
—Hola —le saludo, sin saber qué más decir.
Vestido de negro, como los demás, y con corbata -a diferencia de él-, Lucas
está en la puerta, apoyado en ella, con sus ojos azules clavados en mí. Tiene el mismo
semblante sombrío que en el entierro y se me encoge el corazón.
—Lo siento por tu padre —susurro, frotándome las manos en los muslos.
Finalmente se encoge de hombros, que parecen más anchos con la chaqueta.
—Todos sabíamos que iba a pasar.
—Pero aun así, no puede ser fácil.
—Bueno, ahora se ha ido y no quiero hablar de ello.
—Bien. Lo entiendo.
Durante unos segundos, se queda mirándome.
Hay una razón por la que me trajo aquí, y aunque estoy ligeramente nerviosa
por ello -porque creo que conozco esa razón-, voy a ser paciente y dejar que me la
cuente cuando quiera.
—No apareciste en la fiesta.
Lo sabía.
Quería llamarle al día siguiente y quedar con él. Pero entonces nos enteramos
de la noticia y pensé que no era el momento adecuado para hablar de estas cosas.
Para agravar su ya complicado duelo.
Pero supongo que si quiere hablar de ello, deberíamos hacerlo.
—Iba a hacerlo pero...
—¿Pero qué? —pregunta impaciente.
Respiro hondo y digo:
—Pero me he dado cuenta de algo.
—¿Qué? 408
—Que nunca me disculpé por lo correcto.
Frunce el ceño, moviéndose sobre sus pies.
—¿Qué mierda se supone que significa eso?
Entonces me tomo un momento para mirarle.
Su cabello rubio y sus ojos azules. Su piel clara.
Su cuerpo alto.
Ha cambiado; puedo verlo.
Y no en su aspecto, que ha madurado, sino también en su comportamiento. En
su forma de comportarse. Ahora parece cerrado, tenso y rígido. Tal vez hastiado y
cínico.
Enojado.
Eso es cosa mía.
Por traicionarlo.
Me pregunto si no hubiera besado a su mejor amigo, ¿seguiría teniendo ese
aspecto? Si hubiéramos seguido juntos, ¿seguiría pareciendo... infeliz?
Y creo que lo habría hecho.
Incluso si era feliz cuando estábamos juntos -que no creo que lo fuera-, con el
tiempo se habría vuelto infeliz. Se habría vuelto descontento. Se habría enfadado y se
habría vuelto hastiado y cínico.
Habría ocurrido algún día.
Con o sin beso.
Porque nunca habría sido capaz de hacerle feliz a largo plazo.
Nunca habría podido darle todo lo que se merece.
Aun así habría dicho que no a su propuesta.
—Tenías razón —digo finalmente, mirándole a los ojos—. Sobre lo que dijiste
aquella noche.
Frunce el ceño.
—¿Qué?
—Que fui una mala novia —le explico, y su ceño se frunce—. Fui una mala novia
para ti. Antes no lo sabía. No me había dado cuenta. No me daba cuenta de lo que te
hacía. O quizá sí, no lo sé. Todo lo que sé es que nunca me entregué a ti,
completamente, como una novia debería. Y por eso intenté compensarlo. Intenté
vestirme con tu color favorito, escuchar el tipo de música que te gustaba. Intenté
llevar el cabello como a ti te parecía bonito. Intenté ver deportes contigo. Intenté
interesarme por las cosas que te gustaban. Lo intenté. Y aunque entonces no sabía por
qué hacía todo eso, ahora lo sé. Sé que no soy la adecuada para ti. Sé que no soy el
tipo de chica que te hará feliz, Lucas. Que te dará todas las cosas que quieres, todas
409
las cosas que mereces. Y lo siento mucho. Siento mucho haber tardado años en darme
cuenta. Años para darme cuenta de que no soy la chica para ti.
»Y Dios, te hice pasar por tanta pena. Te hice pasar por tanto dolor. Te traicioné.
Rompí tu confianza. Rechacé tu propuesta. Te envié por este horrible camino y... Lo
que dije antes sigue en pie, Lucas. Nunca sabrás cuánto lamento haberte hecho pasar
por esto, pero por favor, que sepas que no me lo merezco. No vale la pena arruinar tu
vida por mí. Así que, por favor, no lo hagas.
De nuevo, reina el silencio durante un rato.
De nuevo, me sostiene la mirada durante lo que parecen horas.
Entonces:
—Así que lo elegiste.
Entonces me estremezco.
No sólo porque tiene razón -aunque no en el sentido que él está pensando; yo
lo elegí hace seis años y no lo sabía-, sino porque lo que acabo de decir no tiene nada
que ver con Reign.
Es sobre él y yo.
Y lo equivocados que estamos el uno para el otro.
—Lucas, eso no es…
—Incluso después de lo que te dije. Incluso después de cómo me rompiste la
primera vez.
—Lucas…
Da un paso adelante.
—Te dije que lo dejaría todo. Por ti. Te dije que me centraría en lo importante.
En lo que importa, y sabiendo eso, sabiendo cómo me jodiste, aun así lo elegiste a él.
—Lucas, no se trata de eso. No tiene nada que ver con él. Se trata de...
—Entonces, elígeme a mí.
—Lucas…
Avanza unos pasos más, con los ojos duros.
—Si no se trata de él, si no lo has elegido, entonces vuelve conmigo.
—Pero Lucas, no soy adecuada para ti. No somos el uno para el otro. Nunca te
amé de la manera...
Otros pocos pasos adelante y entonces él está justo aquí.
Me agarra del brazo antes de que pueda pensar en retroceder.
—¿Crees que eso me importa ahora mismo? —muerde, su agarre se flexiona, 410
apretándose a mi alrededor.
—¿Qué?
—No me importa. No me importa una mierda si me querías o no. Puedes
aprender a amarme. Porque incluso cuando no me querías, nos las arreglábamos para
pasarlo bien juntos, ¿no? —Su agarre se aprieta aún más—. Tú lo intentabas. Así que
puedo intentarlo ahora. Puedo intentar que me guste lo que a ti te gusta. Libros,
¿verdad? Te gustan los putos libros. Puedo leer libros. Me pueden gustar.
Sacudo la cabeza.
—Lucas, no. No debería ser así. Intentarlo es bueno hasta cierto punto, pero...
—A la mierda con eso. A la mierda lo que debería ser. Hicimos recuerdos.
Hicimos planes. Podríamos tener eso otra vez. Podríamos estar juntos otra vez.
Mis ojos lagrimean ante su apretón.
—No, Lucas. No podemos serlo. Nunca debimos serlo.
Aprieta de nuevo, hasta el punto de dolor real ahora.
—¿Tienes idea de lo que estás haciendo? ¿Alguna idea de cómo me afectará
esto?
Me retuerzo en su agarre.
—Lucas, por favor. Suéltame.
Se inclina más cerca, clavando sus dedos grandes y fuertes en mi brazo.
—Acabo de perder a mi padre, Echo, y ni siquiera tuviste la decencia de
esperar. Ni siquiera tuviste la decencia de fingir.
—Lucas, por favor —imploro, forcejeando—. Me estás haciendo daño. Tú...
—Sí, ¿qué mierda pasa con mi dolor? ¿Qué mierda? —me sacude, sus ojos
maníacos ahora—, ¿sobre lo que me hiciste pasar?
—Y lo siento por eso. Siento que yo...
—Sentirlo no lo compensa, ¿verdad? —suelta, mordiendo, acercándose tanto a
mí que ahora tengo miedo.
Temo que pueda hacer algo.
Algo drástico.
—Lucas, por favor, yo...
Y sin más, me deja y da un paso atrás.
Y Dios, puedo respirar de nuevo.
Tomo grandes bocanadas de aire, con el brazo dolorido y los ojos escocidos
por las lágrimas.
Lucas me mira durante uno o dos segundos, todavía enfadado. Pero al menos
esa mirada maníaca ha desaparecido de sus ojos.
411
Entonces:
—Bueno, jódete, Echo. Por hacerme perder el tiempo. Por engañarme y luego
dejarme. Sin darme los bienes por los que había estado trabajando.
Se me retuerce el corazón.
—Lucas…
—Y que te jodan por elegirle a él. Siempre es él, ¿no? Tiene que ser el puto
centro de atención.
Sacudo la cabeza.
—No. No se trata de él.
Entrecierra los ojos. —Pero lo es, ¿no? De alguna manera siempre se trata de
él.
—Es...
Suspira entonces.
—Bueno, dile que voy por él. Dile que vigile su espalda.
Mi corazón vuelve a dar un brinco de miedo, pero antes de que pueda
preguntarle qué quiere decir con eso, se da la vuelta y sale a grandes zancadas de la
habitación.
Y me quedo ahí, jadeando y con el brazo dolorido.
Pero sólo durante unos segundos.
Después de eso me voy corriendo de allí.
Tengo que salir de aquí, ir a buscarlo.
Asegurarme de que está bien.
No tengo ni idea de lo que Lucas quería decir con su amenaza, pero tengo que
asegurarme de que está a salvo.
Por no mencionar que tengo que asegurarme de que no ha perdido
completamente la cabeza. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que Lucas me llevó
a este estudio, pero Reign debe estar enloqueciendo.
Así que tengo que tranquilizarlo. Asegurarle que sigo siendo suya.
Sin embargo, a mitad del pasillo, me detengo bruscamente.
Cuando lo veo de pie ante mí.
A sólo unos metros.
Sus ojos son fieros y su pecho sube y baja como si hubiera una tormenta en su
interior.
Una tormenta violenta y eléctrica. 412
Una tormenta que sabía que se estaba gestando.
Me necesita. Me necesita.
Y por esta intensa conexión entre nosotros, por esta extraña y maravillosa
telepatía, sabe que se lo daré. Lo que necesite para calmarse.
Así que abre una puerta a su lado.
He estado en casa de Lucas suficientes veces como para saber que hay una
puerta que da a un cuarto de baño y, cuando desaparece dentro, le sigo. Entro en el
oscuro espacio y él cierra la puerta tras de mí.
Me aprieta contra la madera, su cuerpo, duro y tenso, me atrapa, me inmoviliza.
Sólo entonces, cuando me tiene en sus garras, pulsa el interruptor e inunda el
espacio de luces brillantes.
Mis ojos se fijan en los suyos.
Los ojos que he visto en mis sueños desde que tenía doce años.
—Reign —susurro, agarrando la chaqueta de su traje, respirando con dificultad
contra él.
En respuesta, gruñe, profundo y bajo en su pecho, que resuena en el mío.
Y viene por mi boca.
V
iene por mi aliento.
Por mi corazón que late en el fondo de mi garganta, en la punta
de mi lengua que él está chupando. Que está besando.
Intenta beberme. Tragarme por su garganta. Romperme en
dulces pedacitos y comerme.
Quiero decirle que vaya más despacio.
Que no me coma demasiado, demasiado rápido o se pondrá aún más enfermo.
Pero, ¿a quién quiero engañar?
Estoy haciendo lo mismo.
Me lo estoy comiendo demasiado y demasiado rápido. Bebiendo de sus labios,
empapándolo con mi lengua.
Porque no es el único que está enfermo aquí, ¿verdad?
—Te ha follado —gruñe, con una mano en el cabello, revolviéndome la trenza,
y la otra en la cintura, tirándome del vestido. 413
Le agarro del pelo también, tiro de la chaqueta de su traje.
—No, no lo hizo. Sólo...
Me besa entonces, robándome las palabras.
—Te llevó a una habitación.
—S-solo para hablar.
—Cerró la maldita puerta.
—¿Lo hizo?
—Sí. Jodido idiota —gruñe, sus dedos pellizcan y tiran.
—¿C-cómo lo sabes?
—Lo he comprobado.
—¡Reign! —digo, exasperado.
—Qué, no pensaste que te dejaría a solas con él, ¿verdad? Te hizo llorar la
última vez que estuviste a solas con él.
—Pero eso aún no significa que pudieras seguirme. Me seguiste, ¿verdad? Me
seguiste.
—Sí, te seguí. Como si eso fuera noticia. Siempre te sigo. Siempre te acecho.
Te acecho hasta la puta mierda y lo sabes.
Dios, este tipo.
Cierro los ojos un segundo y le aprieto el cabello.
Entonces:
—Mis padres están aquí, ¿te das cuenta? Mis padres están aquí, Reign. ¿Y si
vieran que me sigues? Ellos ya te odian. Ellos...
—Que se jodan tus padres —dice, inclinándose más hacia mí—. No te voy a
dejar sola con él.
No creo que sea el momento de recordarle que es él quien quiere que vuelva
con Lucas.
Él es el que piensa que Lucas es la elección correcta para mí.
Sacudiendo la cabeza, le digo:
—Estaba bien. Te lo prometo. Sólo hablamos. No hizo nada.
No es del todo cierto, pero da igual.
—A menos que quisieras quedarte a solas con él —dice, ignorándome por
completo, con voz grave pero rasposa.
—¿Qué?
Y entonces esa tormenta dentro de él se intensifica. 414
Esta locura que retumba bajo sus músculos densos y su cuerpo sólido se
dispara.
—Finalmente te diste cuenta, ¿no? Por fin te diste cuenta, joder.
Le agarro con más fuerza.
—¿Me diste cuenta de qué?
Se lame el labio partido.
—Que le echas tanto de menos que ya no puedes estar lejos de él.
—Qué, no. Reign…
—Que no puedes ser mía porque eres suya.
—¡Reign, no! —casi grito, a pesar de saber que todo el mundo está fuera,
incluidos mis padres.
Pero como él, ya no me importan mis padres.
Que se jodan mis padres. Que se jodan todos.
Sólo me preocupo por él.
Sólo me importa este loco que dice esas locuras.
Cosas celosas.
—Tenía que vigilarte —raspa.
—Oh Dios, Reign, escucha…
—No pensé que sobreviviría esta vez —dice, su voz es pura grava—. No pensé
que sería capaz de soportarlo. Estaba... Necesito salir y matarlo. Necesito...
—No, tienes que quedarte aquí. Conmigo.
—Y hacerte mirar.
—Reign, no.
Se inclina más cerca.
—Puedo hacerlo, sabes. Me encantaría hacerlo. Me encantaría arrancarle la
cabeza y tirártela a los pies. Y luego —hace una pausa mientras su mano en mi cintura
se desliza hacia arriba y tira de mi trenza, estirando mi cuello hacia atrás—, entonces
me encantaría follarte, Echo. Me encantaría follarte junto a su cadáver. Sobre el
cadáver del hombre con el que se supone que deberías estar. El tipo al que he matado
sólo porque se supone que deberías estar con él y no conmigo.
No sé qué hacer aquí.
No sé si debería decirle que no.
Que en vez de romper todos los lazos con él, rompí todos los lazos con mi
exnovio. Los rompí y nunca jamás volveré. Nunca jamás lo dejaré, mi Bandido.
Quien me dejará primero. 415
Que me dejará ahora mismo si se lo digo.
Que no amo a Lucas. Le quiero a él.
Pero no me da la oportunidad de hacer nada y sigue adelante, perdido en sus
celos.
—En realidad, debería haberlo matado la primera vez que lo besaste. Debería
haberle matado porque él se llevó tu boca primero.
Acuno sus mejillas arañadas y raspadas.
—Nunca le besé como te beso a ti.
Es la verdad.
Del tipo que puedo darle.
Y me alegro de ello. De poder darle al menos esto.
—¿Sí? ¿Y cómo es eso?
Con amor.
Puro y sin adulterar, amor enfermizo.
—La forma en que dice que voy a morir si no consigo tu boca.
Se ríe con dureza, tirando más fuerte de mi trenza.
—Eres un puto drama, ¿verdad? —Un beso fuerte—. Mi puta reina del drama.
—Sí, tuya —susurro.
—¿Qué más, qué más te hizo?
—¿Qué?
Su pecho choca contra el mío, presionando mis tetas. Que luego agarra con su
otra mano.
—¿Te ha tocado aquí?
Trago saliva, mi pecho se levanta en su mano mientras el arrepentimiento me
invade.
—R-Reign.
—Dímelo. Solía ser muy reservado al respecto. Cuando le preguntaba. Todo lo
que conseguía de él era que nunca te había follado. Pero quiero saberlo ahora.
Necesito saberlo. ¿Alguna vez puso sus sucias manos en tus lechosas tetas?
—S-sí. Sobre mi ropa.
Entonces me aprieta la teta. Fuerte, muy fuerte.
En un gesto de posesión.
—Por encima de tu ropa. Qué puto mierda.
—R-Reign… 416
—Apuesto a que no lo tocó así, ¿eh? —gruñe sobre mi boca—. Apuesto a que
fue todo suave y apropiado. Apuesto a que fue todo un caballero cuando sobo estas
malditas tetas. Por encima de tu puta ropa.
Entonces va y la golpea.
Me da una palmada en el pecho, haciéndome estremecer y gemir.
Poniéndome cachonda e indefensa.
Poniéndose cachondo e indefenso también.
Porque gime y me da otro beso en la boca como si no tuviera suficiente.
—¿Llegó hasta aquí?
Por aquí, se refiere a mi coño.
Me lo demuestra.
Me empuja con la pelvis, mete su musculoso muslo entre mis piernas y me lo
frota.
Y la chica cachonda que soy, me restriego en él.
Follo mi coño hinchado y cargado en su muslo como si no tuviera suficiente.
Pero él odia eso.
Odia que aún no le haya contestado, así que para castigarme me suelta la teta
y va por mi cintura. Me la agarra y me hace parar, me deja toda hambrienta y famélica.
—Respóndeme —gruñe, sus violentas palabras se derraman ahora por mi
garganta como limonada—. ¿Llegó a tocar tu coño rosado?
—Una vez. —Sus cejas se fruncen y me apresuro a explicar—: Sobre mi ropa.
Estábamos... estábamos besándonos y él... metió la mano ahí, pero yo se lo impedí.
Le dije que no podía...
—Nunca he oído esa historia —dice con aire despreocupado, suavemente—. Y
menos mal, ¿verdad, cariño?
—Reign, por favor.
—Dime por qué.
—Reign…
—Dime por qué, Echo. Dime qué habría hecho yo, si hubiera oído esa historia
antes.
—Habrías... —Me muerdo el labio y él viene por él, mordiéndolo él mismo,
haciéndome gemir de nuevo—. Lo habrías matado.
Mi respuesta le divierte, sus labios se crispan.
—Estaba pensando más bien en cortarle el brazo y tirarlo a la basura por
tocarte ahí abajo, joder. Pero esto también funciona. Esto es incluso mejor. —Un beso 417
suave ahora—. Buena chica.
Y me pone tan jodidamente cachonda y necesitada y, Dios mío, tan locamente
enamorada de él que gimo:
—Por favor, Reign. Ahora no importa. No importa. Me tienes. Me tienes. Tienes
mi coño primero y...
—Le dijiste tu nombre.
—¿Qué?
—La primera noche que le conociste. Te preguntó tu nombre y se lo diste. Así,
sin más.
—¿La noche en que me diste la tobillera?
—Joder, sí —gruñe, con la mandíbula crispada, sus dedos haciendo estragos
en mi vestido, en mi trenza—. Le diste tu puto nombre como si le perteneciera. Pero
no a mí.
—¿No a ti?
Se lame los labios de nuevo, con los ojos desorbitados.
—Sí. Me hiciste esperar. Me hiciste esperar hasta el puto final. No me dijiste
cómo te llamabas y yo me moría por dentro. Me arruinaba, me destrozaba a cada
segundo, que no me lo dijeras. Que no supiera el nombre de la pequeña Bubblegum
rosa que me dejó sin aliento.
Oh.
Oh, Dios.
Lo recuerdo. Recuerdo que él preguntaba y preguntaba y yo me negaba a
decírselo.
No se lo dije hasta el final.
Y sí, recuerdo que le di mi nombre a Lucas fácilmente.
Pero no porque perteneciera a Lucas, como él piensa, no. Sino porque dárselo
a Reign fue como regalarlo. Entregárselo. Ponerlo en su posesión.
Ponerme en su poder.
Para siempre.
Y eso me asustó.
Todo sobre él me asustaba entonces. Todos los sentimientos que invocó en mí,
desde el primer momento. Todas esas emociones. Esas mariposas y esa piel de
gallina.
Esta intensa atracción que no me dejaba alejarme de él.
De ese chico misterioso que llevaba una sudadera negra con capucha en
verano y salió de la nada.
Ese chico que se ha convertido en el hombre que amo.
418
Protector, posesivo y celoso. Y tan adorable para mí.
Entonces sólo hay una cosa que hacer.
Para compensar lo que hice. Por todos los miedos que tuve.
Lo beso.
Le beso y le beso, le seduzco con mi boca. Como él ha hecho en el pasado
conmigo.
Haciéndome olvidar dónde estoy y lo que viene.
Y cuando está todo suelto, lo empujo hacia atrás y me arrodillo.
Todo antes de que pueda siquiera darse cuenta de lo que ha pasado.
Sin embargo, cuando mis manos suben a su cinturón, se sobresalta.
—¿Qué...?
Le miro, todavía trabajando en su cinturón.
—Tenía miedo.
—¿Qué?
—De darte mi nombre. Darte aunque fuera un pedacito de mí porque sabía que
si lo hacía te pertenecería. Para siempre. —Su rostro parpadea con una mirada
posesiva que me roba el aliento, pero sigo—: Pero ya no tengo miedo. No tengo
miedo. Soy libre. Y tuya.
¿No?
Ahora soy libre. No tengo miedo.
Lo he dejado todo atrás. He cortado todos los lazos que me alejaban de él.
Y como la otra noche cuando vino a buscarme, me siento aliviada y en paz.
Siento que este es mi sitio.
A sus pies, de rodillas.
Amándolo.
Noto cómo se le tensan los abdominales bajo la camisa negra de vestir.
—Echo…
—Estaba preocupada —le digo, desabrochándole el cinturón y abriéndole el
botón del pantalón de vestir—. Cuando me agarró. Sabía que te dolería. Sabía que te
volverías loco aquí. Y por eso te hago sentir mejor.
Me pone una mano temblorosa en la barbilla, haciéndome levantar la vista.
—¿Seguro que no hizo algo?
Su tono preocupado y protector me da ganas de contárselo. Que Lucas me
asustó por un segundo o dos, y lo amenazó. Pero si lo hiciera, se pondría furioso por 419
mí.
Así que no se lo voy a decir.
Tampoco voy a decirle que puede que haya roto irrevocablemente su amistad.
Que por mucho que lo intenté, Lucas se empeñó en creer que era culpa suya.
En lugar de eso, me centro en la tarea.
Ya le he bajado la cremallera de los pantalones, revelando su ropa interior gris
oscura y ese enorme bulto.
—No, no lo hizo.
—¿Mencionó el ultimátum?
—Sí.
—Puto idiota.
Le froto el bulto con las manos.
—No pasa nada. Yo me encargo.
Se sacude bajo mis caricias antes de agarrarme la barbilla con fuerza:
—¿Qué le has dicho?
Le miro a los ojos y le susurro:
—Que no soy suya.
—Todavía no.
Me trago el “nunca jamás” y le doy lo que quiere.
—Todavía no.
Respira hondo, todo su cuerpo se mueve con él.
—Bien.
No sé muy bien cómo lo hago, pero consigo mantenerme fuerte y no
derrumbarme ante la absoluta miseria y desesperanza de la situación. Mis manos se
dirigen a la cintura de sus pantalones y calzoncillos, con el objetivo de empujarlos
hacia abajo y revelar por fin lo que mantiene oculto para protegerme.
Porque como he dicho, ya no tengo miedo.
No de una sola cosa en este mundo ahora.
Pero pone sus manos sobre las mías y me dice:
—¿Qué crees que estás haciendo?
Parpadeo.
—Haciéndote una mamada.
Sus abdominales se crispan y se ahuecan bajo la camisa.
—¿Por qué? 420
—Te lo dije. Para que te sintieras mejor.
Me agarra con fuerza.
—Y crees que una chica follada dos veces y aún prácticamente virgen llorando
por mi polla va a hacerme sentir mejor.
—No lloraré.
Su agarre se tensa aún más mientras inclina la barbilla y dice:
—No, no lo harás. Sollozarás a mis pies en dos segundos y medio.
—Ya no tengo miedo.
Se inclina ligeramente, con los ojos encendidos y lujuriosos.
—No tengo la maldita paciencia para enseñarte ahora mismo, Echo, ¿de
acuerdo? O para consolarte como una especie de buen chico cuando acabes
empapando mi monstruo con tus lágrimas y tu saliva. Así que aparta tu boca
chupapollas de mí o voy a pasar de ella y asfixiarte con esa cosa que estás tan ansiosa
por chupar, ¿bien? —Se endereza entonces—. No necesito que una buena chica me
haga sentir mejor ahora mismo.
—Entonces no lo seré.
—¿No serás qué?
—Una buena chica.
—¿Qué?
Trago saliva, me acerco a él y mis tetas rozan sus muslos.
—Seré la chica que quieres. El tipo de chica que te gusta. Una chica salvaje.
Eso es lo que me dijiste, ¿recuerdas? Así que seré eso. Seré lo que tú quieras que sea.
Porque soy tuya. Tú me hiciste tuya. Viniste por mí y no me iré a ningún lado hasta
que me dejes hacerte sentir mejor. No me iré a ninguna parte hasta que arregle esto,
tu enfermedad.
Me observa, su mirada recorre mi rostro. Espero parecerle ansiosa.
Espero parecer hambrienta y lista para servirle.
—Una chica salvaje —ronca.
Asiento con la cabeza, apretando mis tetas contra sus piernas.
—Sí.
—¿Conoces otra palabra para eso, para chicas salvajes?
—Dímelo.
Vuelve a agacharse, pero esta vez se acerca mucho a mi cara respingona, estira
la mano y me agarra por la nuca, tirando de mí hacia arriba.
—Una zorra —susurra y me lame la boca, haciéndome desear lamer la suya—.
Una golfa. —Me lame de nuevo y esta vez consigo atrapar su lengua con la mía—. Una 421
ramera —otra lamida de nuestras lenguas—, una prostituta, una puta de mierda —una
lamida y una chupada—. ¿Quieres ser mi puta de mierda, Echo?
—Sí.
Sus ojos se vuelven malvados y brillan.
—Sabes lo que hacen las putas, ¿verdad?
—Sí.
—¿Qué?
—Chupan pollas como recompensa. —Vuelvo a lamerle la boca—. Lo que
significa que ya soy tu puta. Porque lo quiero. Quiero mi recompensa. Quiero que me
des un collar de perlas.
Sus rasgos se mueven y ondulan con las cosas.
Su garganta también.
Pero antes de que pueda descifrarlas, vuelve a besarme, gruñendo
posesivamente. Luego:
—Bien. Tú ganas. Tienes que chupármela. Pero veamos si puedes ganarte esa
recompensa.
Y entonces, se endereza.
Sus ojos desafiantes.
Mientras me deja hacer mi trabajo y ganarme mi recompensa.
Y cuando realmente consigo ver su polla un segundo después, sé que voy a
hacerlo.
Lo sé porque es dura, su polla. Y larga.
Llega hasta su ombligo, o lo haría si estuviera de pie. Tal como está, no puede.
Y eso es porque además de ser súper dura y larga, su polla es también súper gruesa.
Prácticamente está siendo derribada por su propio peso.
Su polla es un monstruo.
En eso tenía razón.
Un monstruo hermoso, delicioso y jodidamente tentador.
También tenía razón en que iba a llorar.
Pero no con miedo, sino con alegría.
Y ahora que lo he visto, su polla es exactamente el tipo de polla que tendría un
tipo como él. No es que tenga experiencia en ello, pero aun así.
Una gran polla mala para un gran Bandido malo.
Que se ha arrancado la chaqueta del traje y la ha tirado al suelo, además de 422
subirse el faldón de la camisa por el torso impresionantemente estriado, para poder
ver lo que estoy haciendo abajo.
Lo que me recuerda que debería estar haciendo algo en lugar de quedarme
mirándolo como si estuviera enamorada.
Así que extiendo la mano, la agarro y me pongo manos a la obra.
Me meto la cabeza en la boca y caramba, sabe a sandía.
Con un toque de almizcle y sal.
Y entonces sé definitivamente que mi premio está en la bolsa, porque ¿quién
puede resistirse a una polla que sabe a su fruta favorita. Quién no se vuelve loca
lamiéndola, chupándola y babeándola.
Esclavizándose por él, adorándolo como una puta.
Como una especie de puta codiciosa y desvergonzada.
Una zorra con grandes instintos sin embargo.
Algo muy sorprendente de mí misma, pero luego no tanto.
Le estoy chupando la polla, ¿no?
Le estoy chupando la polla al hombre del que estoy enamorada.
El tipo para el que soy a la vez una buena chica y una puta.
Así que, por supuesto, sé lo que hay que hacer.
Por supuesto, sé que debo retorcer la base con mis pequeñas y suaves manos.
Y que debo chupar su nudosa cabeza. Que debo mojarla todo lo que pueda y lamer
con fruición esa vena de la parte inferior de su polla.
Y con todo lo que estoy haciendo, gime.
Se tensa. Se sacude.
Sus muslos se flexionan rítmicamente. Sus abdominales también se flexionan
rítmicamente.
Tiene las manos apretadas a los lados, pero de algún modo sé que quiere
abrirlas y ponérmelas encima.
Y entonces ocurre.
Cuando me lo meto hasta el fondo, no hasta el fondo del todo, ya que aún soy
una novata, pero intento llevármela al menos hasta el fondo de la boca, sus puños se
abren y sus manos vuelan hacia mi cabeza. Sus dedos se enroscan en mi trenza y
entonces es su turno.
Para follarme la boca como si fuera su puta personal.
Su juguete personal.
¿Y soy, no? 423
Antes tenía que compartirme, pero ahora soy suya. Puede jugar conmigo todo
lo que quiera.
Puede tirar de mi boca hacia arriba y hacia abajo por su vara, dándome arcadas
a veces, haciéndome lagrimear a veces también. Y se lo permito encantada.
Lloro alegremente por él y lo ahogo en mi saliva.
Gimo alegremente por él.
Que es lo que estoy haciendo, gimiendo para él, cuando me folla.
Su gruesa polla se vuelve aún más gruesa, sabrosa y palpitante, y sé que ha
llegado el momento.
Ahora es cuando obtengo mi recompensa.
Y no defrauda.
Se saca la polla a latigazos y a tiempo también, para correrse en toda mi
barbilla y mi garganta.
Poniéndome guapa y decorándome con su caliente y almizclado semen.
Y además de regalarme un collar de perlas, me regala también uno hecho con
sus dedos.
Se agacha y me agarra la garganta. Me obliga a mirarle a los ojos, todos oscuros
y dilatados de color marrón rojizo, mientras me aprieta el cuello mientras me
restriega ese semen por la piel.
Como marcándome.
Recompensándome aún más. Dándome crédito extra por ser tan buena puta.
Jadeando y con la boca hinchada, susurro:
—Gracias.
—Mi niña buena —murmura, apretando mi garganta de nuevo—. Mi preciosa
puta de mierda.
Antes de que pueda decir nada, me levanta y me besa. Me mete la lengua. Y
apuesto a que puede saborearse a sí mismo, pero no creo que le importe. Sólo quiere
besarme.
Pero eso no es todo.
Quiere hacer más. Quiere jugar más.
Me da la vuelta, me empuja contra la puerta y se arrodilla. Y como estoy tan
aturdida y borracha de su semen, no puedo comprender lo que está haciendo. Por
qué está en el suelo detrás de mí y tiene las manos en mis caderas, bajándome las
bragas. Por qué me sube el vestido y pone su boca ahí.
En mi coño.
Sin embargo, cuando me da el primer lametón, me doy cuenta. 424
Quiere hacer lo que acabo de hacerle.
Quiere comerme el coño. Y quiere hacerlo por detrás.
No sólo eso, quiere hacerlo por debajo de mi vestido, que deja caer sobre él.
Mientras me ensancha las piernas y me agarra el culo, abriéndome y dándome otra
profunda y larga lamida.
Gruñendo.
Lo que me hace llevar mi mano hacia atrás y agarrar su cabeza, o más bien mi
vestido donde se esconde su cabeza. Y entonces me lame, me come y me chupa el
clítoris. Siento su cabeza moviéndose bajo mi vestido, arriba y abajo, de lado a lado,
y estoy tan cerca.
Estoy vergonzosamente cerca.
Y me habría venido.
Me habría corrido en su garganta si alguien no hubiera llamado a la puerta. Si
alguien no hubiera...
¿Qué?
Alguien ha llamado a la puta puerta.
Alguien está llamando a la puta puerta.
Justo donde está mi mejilla.
—¿Echo? ¿Estás ahí?
Mi mano vuela entonces.
Desde donde sujetaba la cabeza de Reign, me la paso por la boca, con los ojos
muy abiertos. Mi cuerpo temblaba tanto de excitación como de miedo.
Lucas.
Es Lucas.
—Echo —vuelve a llamar a la puerta—. Si estás ahí, avísame. Tus padres están
preocupados. Ellos... No lograste volver y si estás...
—Estoy aquí.
¿Qué?
Dios mío.
Dios mío.
¿Por qué he dicho eso? ¿Por qué he hecho ruido?
—¿Echo? —Otro golpe—. ¿Estás bien? ¿Qué... qué está pasando?
Intento apartarme de la puerta.
Intento enderezarme, pero me doy cuenta de que no puedo. 425
Eso es porque no me deja ir.
Además ahora puedo verlo.
Ahora puedo ver sus ojos, su boca oscura y húmeda, su cabello revuelto de
estar ahí debajo.
Bajo mi vestido y entre mis muslos.
Sigue agarrado a mi culo, sus manos son tan fuertes y capaces que no puedo
apartarlas. No puedo apartarle. Con el corazón retumbando en mi pecho, sacudo la
cabeza y la boca, suéltame.
Su respuesta es sacudir la cabeza.
Una vez y muy despacio.
Seguido de entrar y lamerme.
Justo delante de mis ojos. Mientras mira a los míos, se acerca y me lame.
Y como la puta que soy, apenas puedo reprimir un gemido.
—¿Echo? Respóndeme. ¿Qué mierda está pasando? ¿Qué...?
—Estoy bien. Solo necesito un poco de... tiempo —digo con una mueca,
apretando los labios.
Porque no se detiene.
El tipo de rodillas detrás de mí.
No se detiene con una sola lamida, va por todo.
Como estaba haciendo antes de que Lucas apareciera en la puerta.
Me está comiendo con el mismo entusiasmo y abandono que antes. Sólo que
ahora veo cómo mueve la cabeza. Veo sus manos flexionando mi culo. Aprieto su
cabello y me arqueo contra él.
Pero, por supuesto, eso no significa que esta pesadilla no esté ocurriendo.
Eso no significa que mi exnovio no esté al otro lado de la puerta.
Y parece preocupado.
—¿Estás... estás llorando? Dime qué está pasando, Echo. Suenas rara.
—No... estoy bien —consigo decir—. Yo... yo sólo... ¿Puedo hablar contigo
como en un segundo o dos? Enseguida salgo...
—No, no voy a ninguna parte. Necesito saber que estás bien. Que realmente
estás bien. Por favor, cariño.
Oh Dios, no me llames así.
Como era de esperar, la “novia” de Lucas no cae bien a su ex mejor amigo. Sus
manos en mi culo se tensan hasta el punto del dolor y gruñe en mi coño,
mordisqueando mi clítoris con sus dientes, empujándome mucho más cerca del 426
clímax.
Y va a ser grande.
Lo sé.
El hecho de que todo esto esté ocurriendo, de que me esté comiendo con un
testigo al otro lado de la puerta, me pone aún más desvergonzada y cachonda.
Y tengo que pararlo.
Necesito parar mi orgasmo.
Así que en un arrebato de lo que podría ser lo más desastroso del mundo, me
bajo el vestido, lo tapo y abro la puerta.
Pero sólo unos centímetros.
Sólo para poder asomarme y mostrarle que estoy bien.
Lucas frunce las cejas al verme.
Sólo Dios sabe qué aspecto tengo ahora mismo.
Aparentemente un choque de trenes con mis mejillas sonrojadas y el pelo
revuelto, y es evidente en su tono.
—Jesús, cariño, ¿estás bien?
De nuevo, sé que a Reign no le va a gustar.
Y no lo hace.
Pero supongo que este segundo “cariño” no le sentó nada bien, porque además
de apretarme el culo de forma realmente dolorosa y morderme el clítoris, también
hace otra cosa.
Algo que nunca imaginé que haría él ni nadie.
Lame... ahí.
En mi otro agujero.
Y Dios santo, es un milagro que lo único que haga sea agarrarme a la puerta
con fuerza y meter los dedos de los pies en mis Mary Janes negras mientras digo:
—Estoy bien, Lucas. Sólo necesito un minuto después del estudio, ¿bien?
¿Puedes entenderlo, por favor? Sé que tienes buenas intenciones y que mis padres
también las tienen. Pero sólo necesito un rato a solas. Por favor.
Y con eso, cierro la puerta con un chasquido, apenas saliendo viva de aquello.
Entonces quiero girar y dársela a Reign. Golpearlo. ¿En qué estaba pensando?
¿Qué intentaba hacer? Podrían habernos atrapado. Podrían haberlo atrapado, y
entonces mis padres lo odiarían aún más.
Pero apenas consigo respirar aliviada después de Lucas, y mucho menos
hilvanar una retahíla de frases airadas, cuando me lleva al límite, el tipo que está ahí
abajo, atormentándome, lamiéndome el coño como si fuera suyo. Sin importarle nada.
427
Ese tipo gruñe en mi interior y me chupa el clítoris con tanta fuerza que me
corro.
Y me doy cuenta de que realmente no me estaba chupando hasta entonces.
Realmente no estaba tratando de hacerme venir cuando su ex mejor amigo
estaba aquí. Simplemente estaba jugando conmigo, mostrándome a quién
pertenezco.
Demostrándome que soy suya.
Al menos por ahora.
Así que, mientras eyaculo en su boca, me olvido de estar enfadada con él.
Y entonces sale de detrás de mí y presiona su pecho, que respira agitadamente,
contra mi columna vertebral. Me arqueo contra él mientras se acomoda, con su polla
aún descubierta y dura contra el pliegue de mi culo.
—¿Crees que se lo ha creído? —me raspa al oído.
Abro los ojos somnolientos, cierro la boca babeante y respondo:
—Estoy...
Me lame un lado de la cara como siempre le gusta hacer.
—¿Crees que realmente se creyó que su amada quería estar sola?
Me echo hacia atrás y le pongo la mano en la cara.
—Yo no...
—¿O crees que lo sabía? —No me da la oportunidad de decir nada mientras
continúa, meciendo sus caderas, frotando su polla arriba y abajo por el pliegue de mi
culo—. Creo que lo sabía.
Me balanceo hacia atrás, con el pecho presionando la puerta, los pezones duros
y doloridos.
—No.
—De hecho, apuesto a que te echó un vistazo, a tus labios de abeja y lo supo.
—¿Cómo?
—Porque, nena, tus labios de abeja ya no parecen de abeja.
—¿Qué?
—Parecen pijas.
Me sacudí.
—Eso no es... Eso no es una palabra.
Tararea, lamiéndome de nuevo, sin dejar de mover las caderas.
—Sí, lo es. Es algo que pasa cuando una chica como tú, con una boca de abeja, 428
chupa una polla como una puta. Como si la chupara para ganarse su recompensa. Y
entonces ella chupa esa polla tan bien, tan jodidamente bien, que su boca se hincha.
Se pone toda roja e hinchada. Todo suave y brillante y pucheros. Se vuelve aún más
mordible, como picada por una puta polla monstruosa. Y todos sabemos quién es tan
idiota como para obligarla a hacer eso cuando toda su familia está aquí.
—No —susurro, enredando los dedos en su cabello y apoyando la cabeza en
sus fuertes hombros.
Me besa la frente.
—Todos sabemos quién es tan imbécil como para comerle el coño cuando
habla con su exnovio, ¿no?
Muevo la cabeza de un lado a otro.
—Tú no eres...
—Y puede que en este momento se lo esté diciendo a tus padres. Le está
diciendo a tu papá que estás aquí. Y que no estás sola como le dijiste. Estás conmigo.
—No, no lo es.
—Y por supuesto, cuando tu padre se entere, va a venir corriendo, ¿verdad?
Va a venir corriendo a salvarte de mí. Salvarte del chico malo que sedujo a su niña
buena hace dos años.
El corazón se me acelera en el pecho y le doy un jalón en el cabello.
—No, no lo hiciste, Reign. No lo hiciste...
Me roza la mejilla con su barba incipiente.
—Probablemente esté pensando que te estoy seduciendo en este momento.
Que probablemente te estoy forzando. Probablemente piense que, como un bandido
como yo no tiene ninguna oportunidad con una Bubblegum como tú, mi única opción
—baja la voz—, es violar su rosado coño y arruinarle la puta vida, arruinársela a todos
los demás hombres.
Entonces le rasguño.
Su cuello, creo, o su mejilla, mientras me retuerzo contra él.
Y gime:
—No lo hiciste. No lo hiciste. Nunca lo harás. No me importa lo que piense la
gente. Lo que tú pienses. Eres bueno. Eres mío. Y yo soy tuya. Soy tu Bubblegum.
Sus manos sobre mi cuerpo se vuelven aún más posesivas y violentas.
—Sí, lo eres, ¿verdad? Eres mía. Eres mi preciosa Bubblegum y sólo yo puedo
jugar contigo.
—Oh Dios, sí.
—Tu cuerpo es mi patio de recreo ahora. Mi maldito templo, ¿no?
—Sí, el tuyo. 429
—Tu dulce coño es mi país de las maravillas —sigue diciendo, con sus dedos
tirando y pellizcando, haciendo que me duela, poniéndome aún más cachonda—.
Puedo comérmelo. Me lo follo. Puedo lamerlo hasta que explote en mi boca y me llene
de la medicina que necesito, ¿no?
—Dios, Reign. Sí.
—Y tus tetas. —Entonces me las aprieta, tirando de mis pezones—. También
son mi medicina, ¿no?
—Ajá.
—Y no me importa lo que esté pasando ahí fuera. No me importa si el mundo
arde o se hace pedazos. Cuando necesito mi medicina, la necesito. Cuando necesito
tus tetas, las necesito. Bebo de ellas como bebo de tu coño. Cuando me da la puta
gana.
—Siempre.
Me vuelve a pellizcar los pezones a través del vestido.
—¿Y sabes qué más?
—¿Qué?
—Tu culo también es mío.
—Reign…
—Es mío para follar. Mío para comer. Mío para lamer.
—Es... yo...
—Ve a decirle eso a tu papá, ¿de acuerdo? Y a tu jodido exnovio. Dile que el
culo de su novia también es mío. Lo necesito por mi estado. Lo necesito por lo enfermo
que estoy, por lo obsesionado que estoy con ella. Y sabe como un puto caramelo. Y
cuando me lo folle, y más vale que crea que me follaré a su amada por el culo, también
sabrá a caramelo.
Con esas palabras, empuja dentro de mí.
Y estoy tan mojada y cachonda que mi coño lo recibe prácticamente con los
brazos abiertos. Mi coño se amolda a su gruesa longitud y juro que esta vez lo siento
más grueso que otras veces. Probablemente porque ahora lo he visto. He visto la polla
que usa para volverme loca y desordenada. La polla que usa para disolverme en el
éter y hacerme fluir como un río sobre él.
Y ahora mismo, también me hace ver estrellas.
Desde el principio. Desde el primer golpe.
Su polla, sus empujones, sus gruñidos, todo su puto cuerpo me tiene apretando
y apretando alrededor de su gruesa vara. Ya me estoy corriendo y me folla durante
el orgasmo como un poseso. Se folla mi coño agitado, mi coño baboso y pastoso, sin
darme ni un segundo de respiro. 430
Porque está enfermo.
Necesita su medicina. Quiere bañarse en su medicina.
Lo necesita, me necesita, para estar mejor.
Y me folla y me folla contra la puerta hasta que se corre dentro de mi coño. Y
luego me folla sobre la encimera y luego me folla en el suelo hasta que estoy toda
suelta y enloquecida. Hasta que me ha inundado el vientre con su carga y vuelvo a
casa de mis padres con el vientre hinchado y él corriéndome por los muslos.
Sirvienta/Bubblegum
Hola. �
¿Estás durmiendo?
No puedo conciliar el sueño. �
Sé que no te gustan los mensajes, pero háblame.

Jefe/Bandido:
Sabes cuál es el único tipo de mensaje que me gusta, ¿verdad?

Sirvienta/Bubblegum
Bien.
Camisón rosa. 431
Jefe/Bandido
¿Y?

Sirvienta/Bubblegum
Con encaje alrededor del cuello.

Jefe/Bandido
¿Solo alrededor del cuello?

Sirvienta/Bubblegum
A lo largo de la parte inferior también. Y en las mangas.

Jefe/Bandido
¿Mangas abombadas?

Sirvienta/Bubblegum
Se llaman mangas casquillo, Reign.

Jefe/Bandido
Me importa una mierda cómo se llamen.

Sirvienta/Bubblegum
Claro que no. Eres un animal salvaje y testosterónico. �

Jefe/Bandido
Y tú eres una buena chica nadando en estrógeno y purpurina rosa.

Sirvienta/Bubblegum
Aunque sigue siendo tuya.

Jefe/Bandido 432
Joder, sí, sigue siendo mía.
¿Qué más?

Sirvienta/Bubblegum
Bragas rosas.

Jefe/Bandido
¿Con corazoncitos?

Sirvienta/Bubblegum
No. Estas tienen lindos lunares y lazos de encaje.

Jefe/Bandido
Que me follen.

Sirvienta/Bubblegum
Me da igual lo que digas Bandido, pero creo que estás demasiado obsesionado
con mis bragas. �

Jefe/Bandido
Estoy demasiado obsesionado con todo lo tuyo, Bubblegum, pero no estamos
hablando de mí.

Sirvienta/Bubblegum
¿Por qué no? Creo que deberíamos hablar de ti. Dime qué llevas puesto.

Jefe/Bandido
Nada.

Sirvienta/Bubblegum
Ni de broma.
De verdad no llevas nada puesto? �
� �
433

Jefe/Bandido
¿Por qué, eso te excita?

Sirvienta/Bubblegum
No, la verdad es que no.
Creo que estoy bien.

Jefe/Bandido
Eres una maldita mentirosa, Bubblegum.

Sirvienta/Bubblegum
Y tú eres un puto fanfarrón, Bandido. �

Jefe/Bandido
Llámalo como quieras. Sé que hago sonar todas tus campanas.
Sirvienta/Bubblegum
No todas. Tal vez como, tres de ellas.

Jefe/Bandido
Nena, hago música en tu puto cuerpo y lo sabes.

Sirvienta/Bubblegum
Bien. Como quieras. �
Dime qué es tu tatuaje.

Jefe/Bandido
No.

Sirvienta/Bubblegum
¿Es un cumpleaños? 434
Jefe/Bandido
No.

Sirvienta/Bubblegum
Un número de teléfono.

Jefe/Bandido
No.

Sirvienta/Bubblegum
¿Una fecha importante?

Jefe/Bandido
Sí.

Sirvienta/Bubblegum
¡Ay, Dios mío! ¿En serio? �
� �

Jefe/Bandido
No.

Sirvienta/Bubblegum
Ugh. Eres lo peor.

Jefe/Bandido
Lo sé.

Sirvienta/Bubblegum
Te echo de menos. �

Jefe/Bandido 435
Te dejé hace dos horas, Bubblegum.

Sirvienta/Bubblegum
¿Entonces? ¿No puedo echarte de menos si me dejaste hace dos horas? Pues
mala suerte, amigo, así es.

Jefe/Bandido
¿Amigo?

Sirvienta/Bubblegum
Y déjame decirte que no te mataría decirme que tú también me echas de
menos. �

Jefe/Bandido
Eso no lo sabemos.

Sirvienta/Bubblegum
Creo que deberíamos probar esa teoría.
Jefe/Bandido
Y creo que deberías irte a dormir.

Ay.
Imbécil.
No, no un imbécil. Solo un chico muy, muy terco.
Del que estoy enamorada.
Que en los próximos quince o veinte minutos va a venir a mí. A mi ventana.
Porque siempre lo hace. Siempre que le mando un mensaje.
Por eso lo hago.
Por eso estos días mantengo las cortinas abiertas y también una luz nocturna
encendida. Así puedo verle en cuanto aparece. Para poder saltar de la cama y correr
hacia él. Para que me bese y yo le devuelva el beso, y entonces podamos hacer las
cosas que siempre acabamos haciendo cuando nuestras bocas se tocan.
Y entonces lo veo. 436
La rama que hay junto a mi ventana se agita y se tensa. Una sombra se mueve,
e incluso antes de que aparezca por la ventana, salto de la cama y corro hacia ella.
Abro la ventana y él entra, trayendo consigo el aroma de las noches de verano y la
brisa fresca.
Su cuerpo acalorado y sexy, sobre el que me subo en cuanto sus pies tocan el
suelo.
Y sus grandes manos que me agarran el culo, tirando de mí hacia él.
Por fin me encuentro con el cielo.
Porque su boca está en la mía, besando, mordisqueando, chupando.
Follando.
—Viniste corriendo —exhalo entre besos.
—Odio mandar mensajes —murmura, amasándome el culo.
—No, viniste porque te llamé.
—Deja de hablar.
—Y porque me echabas de menos.
En respuesta, me muerde el labio inferior y lo chupa profundamente,
gruñendo.
—Y mira, no te mató. Nunca lo hace.
—Sé mi niña buena y cierra la puta boca, ¿sí?
Y así lo hago.
Porque tiene razón. Soy su chica buena y tenemos cosas más importantes que
hacer.
Como besarnos y tirarnos de la ropa. Como él estropeándome la trenza y yo
metiéndole la mano bajo la camiseta para tocar su misterioso tatuaje.
Me encanta tocarlo, que conste.
También me encanta besarlo y lamerlo y luego bombardearlo a preguntas
sobre su significado. Hasta ahora no me lo ha dicho, pero algún día lo averiguaré. Soy
lista, inteligente y decidida.
También cachonda.
Muy cachonda.
Que cuando se tumba conmigo en la cama, abro automáticamente los muslos
para que pueda acomodarse entre ellos. Para que me suba el camisón y me baje las
bragas.
Jadeando, se detiene a mirarlas.
No mentía cuando dije que está obsesionado con mis bragas.
Está obsesionado con lo femeninas y delicadas que son. Todo encaje y rosa. 437
Cómo siempre tienen corazoncitos o puntitos o gatitos y florecitas.
También le obsesiona cómo huelen y, como siempre, se los lleva a la nariz para
olerlas. Para lamerlas también. Justo en la entrepierna, justo donde se acuna mi coño,
ensuciándolas. Porque, admitámoslo, lo único que hago últimamente es pensar en él,
así que mis bragas están siempre húmedas y pegajosas.
Y le encanta lamerlas.
Para probarme.
También le encanta hacerme saborear.
Cuando termina de esnifar mis bragas como si fueran una droga, me las acerca
a la nariz. Me hace oler mi almizcle antes de abrirme los labios. Y mirándole fijamente
a sus ojos ardientes, lo hago. Saco la lengua y lamo la tela, y sus fosas nasales se
dilatan.
Luego, las empuja.
Me mete las bragas por los labios, llenándome la boca con ellas.
—Sabes por qué estoy haciendo esto, ¿verdad?
Asiento, mordiendo la tela húmeda, retorciéndome debajo de él, frotando mi
coño desnudo arriba y abajo de su polla aún cubierta de vaqueros.
—Porque no queremos que nadie nos oiga.
Sacudo la cabeza con firmeza, porque no es así.
Baja a plantarme un beso en la boca llena.
—No queremos que tu papá se entere de que no estás sola. Que hay un bandido
en tu habitación. —Sin dejar de plantarme besos suaves por toda la cara y la boca
estirada, baja a trabajar en sus vaqueros y a sacarse la polla, oh, gracias a Dios;
mientras ronronea—: Quién va a machacar el coño de su niñita. ¿Quién va a hacer que
su pequeña se corra sobre su gran polla de Bandido? Mientras él le inunda el coño,
esperando y rezando para que su pequeña píldora anticonceptiva no funcione.
Porque sabes que estoy esperando eso, ¿no? Lo que estoy deseando, Bubblegum.
Gimo.
Y me retuerzo.
Porque me vuelve loca con su cuerpo, sus palabras. Porque eso es todo lo que
puedo hacer de todos modos.
Lentamente, empuja dentro y yo me arqueo, clavándole las uñas en los bíceps.
—Y porque no es como si fuera a parar, ¿verdad? Maldita niña de papá. Aunque
venga corriendo a su habitación y se ponga encima de esta cama de niña con una
pistola apuntándome a la cabeza. Voy a seguir follándomela. Todavía voy a soltar mi
carga dentro de ella mientras la hago venir. Porque ya no es la niñita buena de papá,
¿verdad? Ahora es mi niñita buena. Mi buena putita. Y luego será incómodo para ti. 438
Ser follada y quizás incluso inseminada delante de tu papi. Así que agárrate esas
bragas, ¿bien? No hagas ruido y déjame follar ese coño.
Y lo hace.
Me folla como si hace días no me follara.
Cuando acaba de tenerme hace tan solo dos horas. Junto al lago. Donde me
llevó en su moto.
Pero así es él.
Así soy yo y así son las cosas entre nosotros.
No podemos quitarnos las manos de encima. No podemos estar separados más
de unas horas. Empezamos a enfermar. Empezamos a tener antojos y a volvernos
locos.
Desde el funeral de hace una semana, nos vemos todos los días. Y todos los días
es lo mismo.
Viene por mí cuando todos duermen.
Me manda un mensaje para que esté lista y se queda delante de mi ventana
mientras lo hago. Siempre llevo un vestido rosa y pintalabios rosa, además de su
tobillera. Me ayuda a bajar de la ventana porque sabe lo mal que se me da trepar. Y
luego nos vamos en su moto. Solemos montar un par de horas antes de parar siempre
en el lago. Allí hacemos lo que hicimos aquella noche: tumbarnos en la hierba fresca
y espesa a mirar las estrellas.
También hablamos.
Dios, cómo hablamos.
Bueno, yo soy la que más habla, lo cual no es ninguna sorpresa, pero él
responde. No se calla ni divaga ni intenta distraerme cuando le hago preguntas. O
más bien lo hace entre el veinte y el treinta por ciento de las veces, lo que sin duda
es una mejora con respecto a antes.
Le pregunto por su infancia, su padre, su madre, su hermano mayor. Le
pregunto por los rumores que oía en la mansión y él los desmiente casi todos. Porque
casi todos son exagerados o tenían otra capa en la historia.
Como los rumores sobre que robaba los coches de su padre; lo hacía para huir
de los abusos de su padre cuando no tenía vehículo propio. O que le pillaran
vendiendo hierba, porque intentaba ganar dinero para no tener que depender de su
padre.
No digo que sea un santo.
Solo digo que no es todo pecador.
También hablo mucho de mis cosas. Hablo de mis sueños, de mis libros. Los
libros que estoy leyendo, los libros que quiero leer, los libros que quiero escribir. Y
me encanta. Me encanta que escuche todas las tramas y los arcos de las historias. Él 439
escucha y tiene su propio comentario que dar. Como por ejemplo, lo estúpida que es
la heroína por perseguir ella misma al asesino, o lo prejuiciosa y tonta que puede
llegar a ser la gente de un pueblo pequeño.
Y qué jodido alivio es.
Hablar de todas las cosas que me gustan sin sentirme culpable. Sentir que estoy
haciendo algo mal, algo tonto. Porque a la otra persona no le gusta.
También le hablo de mis padres. Cómo fue crecer en Brooklyn. De las
dificultades económicas, del accidente de mi padre, de cómo siempre he intentado
ser una buena chica para ellos y de cómo siguen enfadados conmigo por lo que hice.
A pesar de que mi ingreso en la Universidad de Nueva York les ha ayudado un poco,
mi desliz de hace dos años aún está fresco en sus mentes y todavía no confían en mí.
Y la forma en que reacciona es... inesperada.
—¿Y qué? ¿Esperan que seas una buena chica el resto de tu vida? Eso es una
tontería. Y demasiada puta presión —refunfuña, tumbado en la hierba conmigo
echada sobre su cálido pecho, sacudiendo la cabeza un día—. Puedes cagarla.
Puedes ser quien eres sin sentirte culpable por ello. Sin sentirte juzgado o que eres
malo.
No había pensado en eso.
Quiero decir, lo he pensado para otras personas pero nunca para mí. Siempre
pensé que así es como se supone que debes ser. Se supone que debes ser bueno y
perfecto para la gente que amas. Se supone que debes sacrificarte por ellos. Se
supone que tienes que hacerles felices.
Y si no lo haces, eres malo.
Cometes un error y eres malo.
Pero quizá no lo sea.
Tal vez solo soy... yo.
Y se me permite ser yo. Se me permite ser salvaje y libre sin sentirme culpable.
Sin estar siempre preocupada por si lo estoy haciendo todo bien. Sin toda la presión
y el compromiso sobre mi felicidad.
Jupiter dijo lo mismo, ¿no? Dijo que debería pensar en mí.
Y no lo entendí en ese momento.
Ahora sí, creo.
Gracias a él.
Me levanto sobre los codos y le miro, sin palabras.
Tiene la cabeza apoyada en el codo, los bíceps contraídos y me mira con el
ceño fruncido. 440
—¿Qué?
—Eres un genio. —Bajo y beso un moratón que se desvanece—. Eres un
maldito genio.
Sus labios se crispan.
—¿Es eso cierto?
Beso otro moratón que se desvanece.
—Sí. Lo eres. Lo eres. Un genio. —Un beso—. Un cerebrito. —Otro beso—.
Intelectual. —Otro beso más—. Mente maestra. Un nerd alfa.
Su mano se levanta y me agarra de la nuca, acercándome.
—No soy un nerd.
Entonces sonrío.
—¿Eres tímido, Reign Davidson? ¿Va a afectar a tu reputación? No pasa nada.
—Le beso la punta de la nariz—. No le diré a nadie lo friki que eres. Además he dicho
nerd alfa. Alfa. Así que creo que vas a estar bien. Quiero decir...
Me calla con un beso gruñendo.
Y luego me pone encima y me enseña a montar su polla.
Mientras me chupa las tetas y me hace gemir hasta el cielo.
En fin, después de todo eso, todos los paseos en moto y las increíbles charlas
junto al lago y todo el sexo, me lleva de vuelta a casa. Me ayuda a subir al árbol y me
deja de donde me llevó, en mi dormitorio. Y entonces intento dormirme y no puedo.
Así que leo en el teléfono que me regaló —ahora tengo un iPad y montones y
montones de libros de bolsillo, pero su teléfono es el único en el que leo— hasta que
me derrumbo y le envío un mensaje de texto.
Y luego viene por mí otra vez.
Me folla en la cama de mi infancia y se acurruca conmigo. A veces acabamos
viendo una película, pero nunca la terminamos porque a mitad de camino —quizá
incluso antes— acabamos besándonos de nuevo. Acabamos besándonos y, la mayoría
de las veces, no se conforma con besarme los labios, sino que necesita besarme
también en otra parte.
Ahí abajo.
Siempre se lo permito, por supuesto, pero a veces hago mis propias
exigencias.
A veces le ruego que me dé su polla para poder besar y chupar algo también.
Así que hemos ideado una estrategia para eso. O mejor dicho, él lo ha hecho. Cuando
me está comiendo, si yo también tengo hambre, me da la vuelta y me pone encima.
Con mi boca en su polla y su boca en mi coño, un sesenta y nueve. Siempre había
leído sobre eso, pero nunca lo había experimentado.
441
Es intenso.
Tan jodidamente intenso.
Pero no más intenso que cuando se niega a complacerme.
Cuando a veces se niega a darme su gran polla de Bandido mientras me come.
Esas veces me arranca un orgasmo de locura y, cuando aún estoy tambaleándome,
suelta y jadeante, sale de entre mis muslos, con la boca oscura y húmeda y
chorreando mis jugos, y se sienta a horcajadas sobre mi pecho. Me folla las tetas o
simplemente mete su polla en mi boca jadeante.
En esos momentos, se vuelve loca.
Me folla la boca como me folla el coño, empujando y golpeando y arando en mi
boca, sus pelotas golpeándome en la barbilla, su olor ahogándome de la mejor de las
maneras. Se agarra al cabecero y mueve las caderas a un ritmo que me recuerda al
de un bailarín o al atleta que es.
Y cuando estoy empapada de mi propia saliva y lágrimas de alegría, tanto en
los ojos como en mi coño otra vez cachondo, se corre con un gemido de dolor. A veces
en mi garganta, a veces en la punta de mi lengua. Otras veces en mi cara, mi cuello,
mis tetas.
O su favorito, mi cabello.
Siempre que se viene sobre mi cabello, se asegura de limpiarme. Me lleva a la
ducha, me lava amorosamente los mechones y el resto de mi cuerpo cansado y
saciado. Bueno, no saciado porque tanto follarme la boca me excita de nuevo, así que
también follamos en la ducha.
Y luego, luego nos vamos a dormir.
No hace falta decir que me encantan las noches de cine.
De todos modos, cuando me despierto por la mañana, siempre encuentro mi
cama vacía. Lo cual entiendo, por supuesto. No puede ser pillado durmiendo en mi
cama por la mañana.
Pero eso no significa que no duela.
O el hecho de que no se quede conmigo en mi habitación la primera vez,
cuando me trae de vuelta del paseo. Por qué tengo que mandarle un mensaje, decirle
que le echo de menos —sin que él me diga lo mismo— antes de que venga por mí
otra vez.
Es porque esto es solo sexo para él.
Solo me está utilizando. Esto no es algo permanente y pertenezco a otra
persona.
Y aunque me siento diferente, no se me permite hablar de ello.
Porque soy su chica buena. Y porque si lo hago, se irá. 442
Pero escribo sobre ello en mi diario.
Que, ahora si lo leo, lo llamaría los diarios de una enferma de amor.
Escribo que, aunque se va por las mañanas, en realidad no me deja. Sigue ahí,
la textura de su piel permanece en mis dedos de tanto tocarle; la forma de sus
musculosos hombros está impresa en mis muslos de tanto chupármela; el sabor de
sus labios revolotea en los míos de tanto besarnos.
Por no hablar de su polla en mi coño.
Tan profundo y alto en él que lo siento en mi barriga.
Y me toco la barriga cada vez que puedo.
También miro el móvil cada vez que puedo.
Porque para ser un tipo que odia mandar mensajes, le gusta mandarme
muchos. Durante todo el día, de hecho. Y uno pensaría que todos son mensajes sucios,
pero no lo son. Algunos son solo mensajes al azar sobre lo que está haciendo en ese
momento. Como leer un archivo de su hermano que le hace querer suicidarse. O una
foto de su hermano con cara de millonario en una reunión muy aburrida.
Y otras veces le gusta darme órdenes y sí, son sucias.
Como comerme el almuerzo sin mis bragas. O pedirme que suba a mi
habitación mientras preparo la cena para todos y me corra. Y luego enviarle pruebas
de mis dedos mojados. Y luego a veces me pide fotos de mi trenza, mis vestidos rosas,
mis dedos de los pies pintados de rosa.
Y luego me llama al azar solo para oír mi voz.
O simplemente para oírme respirar.
Guardo todos sus mensajes, todas las fotos que le pido a cambio de todas las
fotos que me pide. Una foto de sus manos grandes y fuertes, de los botones de la
camisa que lleva puesta, de lo que está almorzando, de su cabello. Incluso un día le
hago llevar corbata y que me mande una foto de eso, y me hace mandarle una foto de
mis tetas desnudas a cambio de hacerle pasar por la tortura.
De todos modos, parece una relación, ¿no?
Parece algo que una novia haría por un novio y viceversa.
Aunque mi relación anterior no era nada como esto.
No estaba siempre pegada al teléfono, mirando y esperando a que llegara otro
mensaje. No siempre caminaba con una mayor conciencia de mi propio cuerpo, de
mi respiración, de los latidos de mi corazón, de un dolor desesperado en el pecho.
Y definitivamente no me gustaba dar sorpresas.
Lo cual hago, en su gimnasio.
El mismo donde lo encontré peleando.
Ya no lucha, pero va allí con regularidad, todos los días de hecho, para hacer 443
ejercicio después del trabajo.
Y aunque no sé nada de hacer ejercicio, sé que requiere una enorme cantidad
de energía, así que le llevo este batido que he preparado. Y tengo que decir que
parece totalmente sorprendido.
No solo por mí, sino también por el batido.
—Lo has hecho tú —retumba, jadeante, mirando el frasco que le tiendo.
Es difícil hablar ahora, o incluso pensar, porque está gloriosamente desnudo.
Bueno, medio desnudo. En algún momento del entrenamiento debió de arrancarse la
camiseta del gimnasio, que ahora está tirada en el suelo, donde estaba levantando
unas pesas horribles cuando entré.
Así que durante unos segundos, todo lo que puedo hacer es observar sus
músculos tensos, ondulándose y crispándose con sus respiraciones aceleradas.
Ah, y el sudor.
Tanto, goteando, encharcándose por todas partes.
Entonces, recomponiéndome.
—Eh, sí.
—Para mí —dice, con la voz aún más ronca y los ojos más intensos que antes.
—Sí. —Trago saliva, todavía sosteniéndolo.
En respuesta, se limita a mirarme fijamente, con la boca entreabierta, mientras
su cuerpo sigue sintiendo las secuelas de su entrenamiento, pero se va recuperando
poco a poco.
Me llevo la taza al pecho y la abrazo, sonrojada.
Quizá me pasé.
Tal vez no debería haber venido aquí.
Tal vez piense que soy estúpida y demasiado dramática y femenina.
—Mi madre, como sabes, es cocinera, ¿verdad? Y también sabes que me
enseña cosas. Y vi esta receta realmente increíble para un batido de proteínas de
chocolate negro y menta en Pinterest. Porque sé que haces mucho ejercicio. Y sé que
nunca me has dicho si te gusta el chocolate o la menta pero pensé que a quién no le
gusta el chocolate o la menta y por eso te hice uno. Porque lo necesitas. Para, uh,
energía y para ser capaz de levantar lo que sea que estés levantando y...
Se adelanta y me detiene.
Gracias a Dios.
También me acepta el batido, abre la tapa y se lo traga todo de un trago. De un
solo trago. Además, no deja de mirarme mientras lo hace, su nuez de Adán sube y
baja y, cuando termina, tapa el batido, se limpia la boca con el dorso de la mano y
444
viene hacia mí.
Me da un beso en la boca.
—Dos sesenta y cinco.
Abro los ojos parpadeando.
—¿Q-qué?
—Eso es lo que levanto en pesas.
Me quedo con la boca abierta.
—Oh vaya. Eso es...
Se acerca para darle otro beso.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por hacer la cosa más deliciosa que he probado nunca.
—Oh... yo... —Trago saliva—. De nada. Es...
No me da tiempo a pronunciar mis siguientes palabras porque me agarra de la
mano y empieza a arrastrarme hacia alguna parte. Tengo que acelerar el paso para
poder seguirle, mis sandalias repiquetean en el suelo de cemento, el único ruido
femenino, me doy cuenta, en este espacio tan dominado por los hombres. Con
gruñidos y gruñidos y pesas golpeando el suelo.
Pronto, empuja una puerta de hierro para revelar una habitación con literas y
taquillas y más bancos. El mismo de la noche de la pelea.
—Fuera —le gruñe a alguien que no me había dado cuenta de que estaba
tumbado en una de las camas—. Ahora.
Tal vez sea la voz de Reign o verme sin aliento lo que hace que suceda, pero el
tipo —también sin camiseta y, Dios mío, con tantos moratones que me estremezco—
sale arrastrando los pies y nos quedamos solos él y yo.
—¿Quién era? —le pregunto a Reign, que está en el proceso de dejar la taza a
un lado y recogerme.
Me sienta, no en la mesa como antes, sino en uno de los bancos, y se arrodilla
entre mis muslos.
—Solo un chico.
Puse mis manos sobre sus hombros sudorosos.
—¿Qué le pasó?
—Pelea. —Luego, relamiéndose los labios—, Y aparentemente no tiene una
pequeña reina rosa del drama que le chantajee para que deje de hacerlo.
—Oh, yo... —Me sube el vestido por los muslos y pongo mi mano sobre la 445
suya—. ¿Qué estás haciendo?
—Comer la otra cosa más deliciosa que haces para mí. —Luego—: Bueno, tu
coño hace eso pero no voy a discriminar.
—Oh.
Sus labios se crispan y me reclama la boca en un beso corto, terminándolo con
un lametón.
—¿Cómo se llama éste? —murmura, inclinando la barbilla hacia mis labios.
Mi pintalabios.
Pregunta por el nombre del bonito tono rosa.
Otra cosa que le obsesiona porque siempre me lo pregunta.
—M-mujer peligrosa.
Se ríe entre dientes y lo siento en mi coño, que ya está haciendo lo más
delicioso para él.
—¿Eres una mujer peligrosa, Bubblegum?
Me muerdo el labio.
—Lo soy.
Se ríe de nuevo.
—Bueno, estoy de acuerdo. —Sus manos reanudan su tarea de subirme el
vestido por los muslos, desnudando mi piel—. Mira lo que haces por mí.
—¿Qué?
—Abrir las piernas así y dejar que te coma. —Vuelve a lamerme la boca—. A
pesar de que no he cerrado la puerta y cualquiera podría entrar.
—R-Reign…
—Y mira lo que me obligas a hacer por ti. —Llega donde quiere, al vértice de
mis muslos, dejando al descubierto mis bragas rosas—. Poniéndome así de rodillas.
Haciéndome meter la cara entre tus muslos cremosos para poder lamer ese coñito
rosa de reina del drama como un puto perro rabioso para que todo el mundo lo vea.
Y con eso, lo hace.
Desliza mis bragas a un lado y mete la cara entre mis muslos desnudos para
llegar hasta mí. Y lame mi crema como un animal para que todo el mundo lo vea.
Que como a él, no me importa después de mi inicial —también débil— reserva.
Supongo que porque no tengo que ser perfecta todo el tiempo. No con él.
Nunca con él.
Con él, por fin puedo ser yo misma. Puedo ser salvaje. 446
Además no creo que deje que nadie vea nada de todos modos.
Es súper territorial en ese sentido.
Y me dan la razón porque alguien entra en la habitación.
Sucede cuando termina de comerme el coño y lamer toda esa crema. Cuando
ya se ha bajado los pantalones grises y el corpiño de mi vestido y está dentro de mí,
llenando mi coñito rosado de reina del drama con su polla.
En ese momento, alguien entra en la habitación, pero antes de que pueda
darme cuenta, me esconde. Me pone la mano grande en la nuca y me mete la cara en
su pecho deliciosamente sudoroso. Se hace cada vez más grande para ocultarme con
su cuerpo y se da la vuelta para gritarle a quienquiera que haya entrado que —se
largue de una puta vez.
Pero no tengo ni idea de quién era, porque no para de follarme y, mientras
estoy metida y escondida en su pecho, me dedico a lamerle el tatuaje.
Así que sí, me protege como sabía que lo haría.
Como si realmente fuera su reina.
Como un novio protege a su novia.
Pero no somos eso.
No somos novios, porque esto es solo sexo.
Aunque me gustaría señalar que hemos conocido a los amigos del otro, incluso
hemos salido con ellos, como una pareja de verdad.
No es ninguna novedad que tenemos amigos en común. Quiero decir que toda
mi operación de acoso, primero en The Horny Bard y luego en Yo Mama's So Fit, tuvo
éxito precisamente porque tenemos vínculos comunes.
Y una de esas amigas, Callie, que vive con su marido Reed en esta bonita casa
de cristal en Wuthering Garden, suele organizar un partido de fútbol durante el fin de
semana una vez al mes más o menos. Como ahora soy una de las chicas de St. Mary's
—junto con la propia Callie, Poe, Wyn, también Jupiter y Tempest; su otra amiga
Salem también es una chica de St. Mary's, pero ahora está en California con su novio
Arrow, jugador de fútbol profesional, así que no puede ir—, también me invitan a mí.
Ah, y como Reign está aquí de veraneo y conoce a varios de los implicados —
Reed y Ledger e incluso a los otros hermanos de Callie, Stellan y Shepard—, también
está invitado.
Así que vamos juntos.
Y pasar el rato con toda la pandilla.
Además, el director Marshall está allí.
O más bien Alaric. 447
Porque ahora es el novio de Poe.
Y me alegro mucho de ello.
Mientras todos los chicos juegan al fútbol en el patio trasero, todas las chicas,
junto con la niña de Callie, Halo, se reúnen en estas preciosas mantas de picnic y
charlan. Además, echan miraditas a todos los chicos. ¿Y por qué no iban a hacerlo?
Son hombres muy, muy sexys.
Además, todos son muy atléticos.
Corren. Se desvían. Esquivan. Gritan y se enfadan. Cabecean el balón. Incluso
dan volteretas y caen de pie riendo. Como si fuera normal. Como si todo el mundo
debiera dar volteretas en el aire y chocar los cinco.
—Futbolistas, ¿eh? —dice Callie, chocando con mi hombro, mirando fijamente
a su marido, Reed, que acaba de recibir el balón y lo está regateando con tal finura
que solo podría ser magia.
—Lo sé.
En serio, los futbolistas, con sus cuerpos estilizados y estilizados, tienen que ser
los más sexys.
El fútbol es arte.
O quizá lo sean los futbolistas.
—Y ni siquiera sabía que mi hombre sabía jugar —suspira Poe, mirando
fijamente a su novio, que recibe el balón de Reed y ahora está intentando pasárselo a
un delantero de su equipo, probablemente.
Estoy de acuerdo con Poe. Alaric es profesor de historia, o lo que es lo mismo,
un nerd académico. Así que sí, fue una sorpresa para nosotros también. Pero
aparentemente, no hay nada que no pueda hacer.
—Bueno, ya lo sabía. —Wyn se encoge de hombros, mirando a su hombre,
Conrad, que ha conseguido robarle el balón a Alaric y ahora está intentando hacer su
propio pase—. Mi hombre es el entrenador y yo apesto totalmente en el fútbol.
Choco esos cinco.
Conrad es el entrenador de Mary's durante un tiempo, pero ahora tiene un
nuevo trabajo: entrenar al equipo profesional de fútbol de Nueva York. Junto a su
hermano menor Stellan, el entrenador asistente, y Ledger y Shepard, ambos
jugadores del equipo.
Normalmente viven en Nueva York, Shep, Stellan y Ledger, pero están aquí el
fin de semana.
De todos modos, mientras todos nos quedamos mirando y alabando a los
futbolistas, Tempest tiene otras ideas. 448
Tiene a Halo en el regazo mientras mira fijamente a un tipo en particular,
Ledger Thorne, con su pelo alocado y sus ojos furiosos. Quien, antes de que Reed
recibiera el balón, había anotado.
—Yo, por mi parte, estoy super por encima del fútbol —dice, con la barbilla
levantada.
¿Soy yo o eso fue muy fuerte? ¿Y Ledger lo oyó?
Definitivamente nos lanzó una mirada.
Callie la fulmina con la mirada.
—Oye, mi marido es futbolista. Que además resulta ser tu hermano. Nos
conocimos en un partido de fútbol, ¿recuerdas?
—Da igual —refunfuña Pest—. Pero que conste que no me gustan los futbolistas.
No me gusta cómo están siempre tan obsesionados con sus entrenamientos y rutinas
y ejercicios y goles y regates y vueltas corriendo alrededor del campo. Creo que los
atletas, en general, son muy superficiales y exaltados. No hay profundidad en ellos.
Cero capas. —A continuación, levanta el dedo—. A los rockstars, en cambio, los
acepto. Toda esa angustia y poesía. Qué rico. —Luego, besa la linda cabeza rizada de
Halo—. ¿Verdad, Halo? Tú y yo vamos a buscarnos un artista. El arte es lo más
importante.
Wyn choca los cinco con Tempest.
Pero no creo que ese comentario fuera para Wyn ni para ninguno de nosotros
en realidad.
Definitivamente era para Ledger. Quien definitivamente la escuchó y, en
respuesta a su comentario, patea el balón tan fuerte que casi derriba el poste de la
portería cuando golpea la red.
Y luego está Jupiter.
Mi luchadora y parlanchina mejor amiga que no ha dicho una palabra en todo
esto.
Así que me acerco a ella y le susurro:
—Hola.
Me lanza una mirada sorprendida.
—Hola.
—Creo que deberías decírselo —le digo.
Los ojos de Jupiter se abren de par en par porque sabe de qué estoy hablando.
Y de quién: Callie.
—No.
—Sé que tienes miedo de sincerarte con ella. Pero ella es la más agradable.
449
Ella...
Respira bruscamente.
—No.
—Pero...
—No. Fin de la discusión.
La miro.
—Y qué, te vas a quedar aquí sentada mirando.
—No estoy mirando.
—Lo haces.
—Echo.
—¿Así que no viste el gol que hizo? —pregunto, levantando las cejas—. Ah, y
no te sobresaltaste cuando se resbaló y cayó hace unos minutos.
Ella traga saliva.
—No importa. Es asqueroso. Y tiene novia.
Mi corazón se retuerce por mi mejor amiga.
—Por eso tienes que decírselo. Necesitas gente de tu lado. Y ella lo estará,
créeme. Lo entenderá. Y no es culpa tuya. Ni de lo asqueroso, que ni siquiera me
parece asqueroso en absoluto. Y tampoco lo segundo —bajo aún más la voz—, que a
pesar de todo eso, te guste su hermano de todas formas.
Sus ojos esmeralda se nublan.
—No puedo.
—Así que nunca le dirás quién eres.
—No.
—Pero Jupiter, creo que eso es un error. Creo que...
Me cubre la mano y la aprieta.
—Déjalo. Por favor.
Entonces sí.
Porque no quiero aumentar su miseria. Es muy miserable amar a alguien sin
que lo sepa, sin que siquiera reconozca tu presencia. Es aún más miserable amar a
alguien cuando sabes que no debes hacerlo por muchas razones que escapan a tu
control. Y aunque creo que Jupiter debería hacer lo que le digo, la apoyaré pase lo
que pase.
Por cierto, el tipo del que estamos hablando es Shepard Thorne, uno de los
hermanos de Callie. Y me gustaría tanto que no tuviera ya novia y que se fijara en mi 450
guapa mejor amiga. A pesar de que ella piense que es asqueroso.
No lo es y no lo hace.
Durante todo el partido, y me rompe el corazón.
De todos modos, si no es por la miseria de mi mejor amiga, es uno de los
mejores días de mi verano hasta ahora.
Incluso cuando todos mis amigos me interrogan sobre lo que está pasando
conmigo y mi propio jugador de fútbol. Que por cierto es el mejor jugador entre todos
los chicos de aquí. Incluso marca el gol de la victoria, por lo que me alegro mucho
por él y me entristece que no vaya a jugar profesionalmente.
Mis amigas me inundan a preguntas.
Probablemente no debería habérselo contado todo de principio a fin, pero
desde que todas recuperamos nuestros teléfonos, tras graduarnos en St. Mary's,
estamos continuamente chateando, enviándonos mensajes y llamándonos. Así que
estas chicas ya conocen cada parte de mi historia, las buenas, las malas y las
embarazosas.
Excepto la parte de que lo amo.
No lo saben. Nadie lo sabe. Solo mi Bandido; el diario llamado Bandido.
Porque no creo que pudiera soportar decirles que el tipo que piensa que esto
es solo sexo, es también el tipo del que estoy enamorada.
Hará que todo sea más difícil.
Lloraré cuando se lo cuente. Serán comprensivas. Me dirán que se lo diga. Que
confiese.
Y entonces será mucho más difícil para mí ser su niña buena.
Será mucho más difícil para mí mantener este secreto.
Mucho más difícil de lo que ya es.
Porque cada vez que le mando un mensaje diciéndole “te echo de menos”
quiero decirle “te amo”.
Cada vez que me llama su niña buena, quiero decirle “te amo”.
Cada vez que me toca o me besa o me folla, quiero decirle “te amo”.
Te amo. Te amo. Te amo solo a ti.
Le he amado durante mil años. Y lo amaré durante mil años más.
Lo amaré hasta el fin de los tiempos.
Porque es el tipo con el que se supone que debo estar.
Es el hombre adecuado para mí.
Él.
Mi Reign. Mi Bandido. 451
El Bandido

S
é que se acerca.
El final.
Cuando tendré que renunciar a ella.
En un par de semanas, se mudará a Nueva York para ir a la universidad y tendré
que dejarla marchar.
Con él.
Tendré que...
Joder.
Solo de pensarlo me dan ganas de romper esta botella de cerveza en la mano.
Me dan ganas de aplastarla entre los dedos, y también podría hacerlo. Con la rabia
que burbujea dentro de mí cada vez que pienso en ello. 452
Este irracional... algo.
No tengo un nombre para ello.
Por lo que me pasa cada vez que pienso en renunciar a ella y dejar que se la
quede.
La sensación es muy parecida a la de cada hueso que se rompe en mi cuerpo,
cada músculo dolorido después de un largo día de entrenamiento, después de un
combate agotador. Y cada respiración no hace más que aumentar el trauma.
Pero la dejaré ir.
Lo haré.
Es lo que hay que hacer, y aunque no sea yo quien haga lo jodidamente
correcto, voy a hacerlo.
Por ella.
Haré lo que sea por ella.
Así que sí, se me acaba el tiempo.
Lo que significa que esto es jodidamente inútil.
Sentado aquí, en El Bardo Cachondo.
Además, me acaba de mandar una foto del libro que va a leer esta noche —Jane
Eyre— con su dulce sonrisa. Porque quería verla y ella nunca me niega nada. Aunque
me da mucha caña y su selfie iba acompañado de un mensaje.
Sirvienta/Bubblegum
No me importa lo que digas, Bandido, pero creo que estás demasiado
obsesionado con mi sonrisa. �

Jefe/Bandido
Estoy demasiado obsesionado con todo sobre ti, Bubblegum. Ahora dame un
beso.

Y lo hace. Una selfie en la que me sopla un beso con su boca rosada y fruncida,
seguido de otro mensaje.

Sirvienta/Bubblegum
¡Disfruta de tu noche de fiesta! �
� � � �

Pero divago, cosa que hago a menudo cuando pienso en ella. 453
¿Dónde estaba?
Sí, desperdiciando el poco tiempo que tengo con ella con una noche de juerga
con mis putos amigos.
Hemos reclamado nuestro sitio habitual, un rincón con un montón de sofás de
cuero mullido y toda la intimidad que necesitamos. Cuando íbamos al instituto,
solíamos venir mucho aquí a buscar coños fáciles. Y como todos éramos jugadores de
fútbol, bien conocidos en la ciudad, todo lo que necesitábamos era una identificación
falsa y una sonrisa arrogante.
Por nosotros, esta noche al menos me refiero a mí, Ledger, Reed, Shep, Stellan,
y bueno, mi hermano, Homer.
Porque además de descarada, mi Bubblegum también es muy regañona y
mandona.
Una jodida chica típica.
De alguna manera se le ha metido en la cabeza que debo ser amigo de mi
hermano.
Solo porque ella accidentalmente leyó un par de textos en mi teléfono de
Homer acerca de invitarme a jugar con su club de nuevo. Que haya mirado mi teléfono
no es un problema para mí. Ella puede mirar lo que quiera; no tengo nada que
esconder.
Es la primera persona que lo sabe todo sobre mí.
Muy raro y surrealista.
Pero en fin, lo que sí me molesta es que desde que ella vio esos mensajes, no
lo dejó pasar. No paraba de darme la lata, preguntándome y diciéndome que debería
darle una oportunidad a mi hermano. Que debería intentar arreglar las cosas.
—Mira, tu padre se ha ido, menos mal. Él era el problema en tu relación —me
dijo una noche la semana pasada—. Él era el veneno y ya no está aquí. Lo que significa
que ahora tienen la oportunidad de arreglar su relación. Tu hermano realmente
quiere conocerte, Reign. De hecho, creo que se le ocurrió esta idea de trabajar para
mí durante un año, solo para que ustedes pudieran acercarse. Solo ve al partido. Un
partido. Hazlo. Te gustará. Y si no te gusta, no vuelves, ¿de acuerdo? Pero creo que
deberías. No dejes que tu padre gane, Reign. Era un hombre horrible. No dejes que
los castigue a ti y a tu hermano. Arréglalo.
Así que, por supuesto, dije algunas cosas.
Sobre su comportamiento de “arréglalo”. Sobre su complejo de niña buena.
Lo que significa que ella también dijo algunas cosas. Sobre mí siendo terco e
idiota.
Así que tuvimos una especie de pelea, que terminó con ella llorando y yo
lamiendo esas lágrimas, y finalmente cediendo. 454
Porque no puedo hacerlo.
No puedo verla llorar; me duele el pecho.
Sin embargo, no iba a jugar al fútbol con Homer, el juego que odio por su culpa;
tengo mis límites. Así que lo invité aquí. En mi terreno, entre mis amigos.
Y que me jodan, pero había felicidad en su cara.
Cuando había hecho la invitación.
También lo hice con muy poca antelación. Hace un par de horas, justo cuando
salíamos del trabajo —que por cierto sigue siendo una mierda— pensando que él
podría tener planes. Los tenía. Pero los canceló para encontrarse conmigo aquí. Ni
siquiera lleva su ropa habitual, un traje de tres piezas con un pañuelo. Lleva una
camisa de vestir y pantalones de vestir; no es realmente ropa de bar, pero
definitivamente es un cambio para él.
Pero lo más importante es que no lo estamos pasando tan mal.
Homer específicamente.
Probablemente porque no es tan novato como me gustaría. Es amigo de Stellan
y Shep, o lo era en el instituto. Tienen más o menos la misma edad y jugaban al fútbol
el uno contra el otro. Aunque habían perdido el contacto después de aquello, parece
que están reconectando bien.
—No más, de acuerdo —dice Shep—. Amo a mi maldita sobrina. La quiero
muchísimo. Pero si tengo que ver una puta foto más de ella haciendo caca, me voy a
volver loco, Jackson.
—Que te jodan, gilipollas —refunfuña Reed, hojeando otra foto de su niña,
Halo—. No estaba haciendo caca en esa foto. Estaba jugando con un juguete de caca.
Y aunque así fuera, no sería asqueroso. Porque mi niña hace caca de purpurina y se
tira pedos de unicornio.
—Oh, Jesucristo. —Shep levanta las manos—. Por favor, que alguien haga parar
a este imbécil. Está matando mi erección.
Reed le hace una seña antes de mostrar otra foto de Halo, la número mil
probablemente, desde que nos sentamos.
Ledger sacude la cabeza y da un trago a su cerveza.
—No es como si pudieras hacer algo al respecto. Tienes una puta novia,
¿recuerdas?
—¿Para quién crees que es mi erección, genio? —Shep le responde.
—De acuerdo, genio —se burla Ledger—. A menos que sepas cómo
teletransportarla mágicamente aquí desde la jodida Nueva York, aún no puedes hacer
nada al respecto. 455
Shep lanza una mirada a su hermano menor.
—Sí puedo. Se llama teléfono.
—Creo que el término correcto es sexo telefónico —dice Reed antes de señalar
a Ledger con la barbilla—. Lo que significa que vas a necesitar tapones para los oídos
esta noche.
Es el turno de Shep de tirarle los trastos a Reed.
Durante todo esto, mis ojos se dirigen inevitablemente a Stellan, el gemelo de
Shep.
Según Ledger, que es el mayor chismoso del mundo, hay cierta tensión entre
los gemelos. Con respecto a la novia de Shep, Isadora. Aparentemente, Stellan
también la quiere. No es que Shep lo sepa, o eso me dice Ledger. No estoy al tanto de
muchos detalles pero todo lo que puedo decir es que si es verdad, eso fue un golpe
bajo por parte de Ledger.
Por sacar algo así delante de Stellan.
Que no le quita ojo al teléfono de Reed, mirando las fotos de su sobrina como
si su vida dependiera de ello.
Me inclino hacia Ledger.
—Buen trabajo, imbécil.
—Solo intento que se le pase. Porque no está sucediendo. Shep está
jodidamente loco por su chica. Además, ¿qué está pensando, yendo tras la chica de
su gemelo? Es la mayor puta violación del código de los hermanos y... —Me mira a
mí, a mi mandíbula—. Bueno, ya sabes lo que está pensando.
—Cállate la boca o te obligaré.
Sonríe.
—Eso no es muy amable. Iba a disculparme pero ahora no lo haré.
Aprieto la mandíbula.
—Eso es porque eres un puto imbécil. ¿Y por qué no te preocupas por salir de
tu depresión, eh?
Le da otro trago a su cerveza.
—Vete a la mierda, estoy bien.
—Claro que sí.
No lo está.
Ledger está de mal humor; siempre está de mal humor, pero desde el partido
de fútbol de la semana pasada en casa de su hermana, su humor es más negro que de
costumbre. Es Tempest. Se pone así después de verla. Lo odia todo, les da patadas a 456
las cosas, monta en cólera y luego se calma.
Lo que sea.
Todo lo que quiero ahora es salir de aquí.
Lo que hago cuando mi propio hermano empieza a hablar mal de mí.
Bueno, no es una bofetada, pero podría serlo. Porque habla como si me
conociera. Como si supiera algo de mí, de mi vida y de mis jodidas habilidades
futbolísticas.
—Por supuesto, él es mucho mejor que yo —le dice a Shep—. Y me gustaría
poder atribuirme el mérito, pero es todo suyo.
Elijo ese momento para levantarme de mi asiento.
—Ya es hora de irme.
La única cara en la que me fijo mientras digo eso es la de mi hermano y se tensa.
Veo un destello de decepción y, por alguna razón, me hace dudar. Me hace pensar
que si las cosas fueran distintas, si fuéramos como Ledger y Stellan y Shep, si
estuviéramos más unidos, yo...
¿Pero qué coño?
¿Desde cuándo dudo cuando decepciono a la gente? ¿Desde cuándo eso hace
que yo mismo me sienta decepcionado?
Razón de más para largarme de aquí y que Homer no se acerque a mí.
Así que me abro paso por el bar, esquivando a la multitud, intentando no chocar
con la gente.
Pero por desgracia sí.
Choco contra alguien.
El último alguien que quería esta noche.
El último de nuestro grupo.
Es la primera vez que le veo desde el funeral de su padre. Al que admito que
fui muy, muy a regañadientes. Lo cual es mucho decir, porque cuando volví a
Bardstown, mi único objetivo era estar allí para mi mejor amigo. Aunque él no quería
que estuviera. Aunque me odiara a muerte y me haya odiado durante dos largos años.
Pero ahora me doy cuenta de que puede haber sido más largo.
Puede que haya sido desde la primera vez que nos vimos.
Le hago un gesto con la barbilla.
—Hola.
Pero no me devuelve el saludo, su mirada se vuelve dura.
Miro la bebida que tiene en la mano. 457
—Cerveza. Un poco ligera para ti, ¿no?
—Me estoy preparando para ello. Lo más fuerte.
—No creí que necesitaras ningún estímulo. Después de dos años de beber
empedernidamente, debes ser más vodka que agua ahora mismo.
—Lo sabrías, ¿verdad? —casi se burla—. Ya que has sido mi niñera durante dos
años.
En realidad me estoy dando cuenta de que he sido su puta niñera durante
mucho más tiempo.
Verás, he tenido tiempo para pensarlo.
Todos los años de amistad. Todos los años de hermandad.
Resulta que solo era unilateral y yo era demasiado estúpido para verlo.
He estado demasiado ciego.
Lo que yo pensaba que era amistad era más bien una codependencia. De él
hacia mí y viceversa.
Necesitaba a alguien que lo salvara de su vida de mierda y patética. Y yo
necesitaba a alguien que... me necesitara. Que me quisiera por lo que era debido a
mi vida de mierda y patética.
¿No?
Le salvé de esos matones, y él me salvó de sentirme una decepción perpetua.
Y luego seguí salvándolo.
Le salvé cada vez que no compartía mis abusos porque no quería quitarle los
suyos. De todos modos, no soy de los que comparten mucho, y él lo hizo aún más fácil
manteniéndolo todo sobre él y su patética vida.
Incluso le salvé de sentirse rechazado cuando renuncié a la capitanía de fútbol.
Ah, y nunca le dije que el entrenador me la había ofrecido primero. Porque siempre
pensé que todo lo que había aprendido sobre fútbol lo había aprendido de él y, de
todos modos, ni siquiera me gustaba el juego.
Así que era suyo.
Incluso le di a la chica, y me quema —me quema, joder— que él sea la elección
correcta para ella. Que él puede darle todo lo que yo no puedo. Él puede amarla
cuando yo ni siquiera conozco el puto significado de la palabra.
Cuando todo lo que parezco hacer es atacarla con mi cuerpo o hacerla llorar
con mis crueles palabras. Y cuando no estoy haciendo eso, sueño despierto con
hacerlo. Sobre vandalizarla, mutilarla, poseerla. Absorberla en mi cuerpo para que
no sepa dónde empieza ella y dónde acabo yo.
Es enfermizo.
Insano. Egoísta. Decepcionante. 458
—Eso he sido, sí. Pasaré a recoger mi cheque pronto —bromeo, sintiéndome
enfadado, más bien conmigo mismo por ser una eterna decepción e inadecuado—.
Ahora, si me disculpas...
—¿Lo sabe ella?
—¿Qué?
Su ira es total ahora, parpadeando no solo a través de sus ojos, sino también
todo su cuerpo tenso.
—Que estás aquí. ¿Lo sabe ella?
No voy a mentir, mi corazón se aprieta ante sus palabras.
Por el tono de sus palabras.
Burlón.
Conocedor.
—Porque no creo que le vaya a gustar. Tú buscando coños mientras te tiras el
suyo.
—¿Qué mierda me has dicho?
Se ríe entre dientes.
—¿Estás diciendo que has venido aquí a meditar, joder?
Doy un paso más hacia él.
—Estoy diciendo que no hables así de ella, joder.
Otra risita, ésta más fuerte.
—Me pregunto qué diría si se lo dijera.
—No hay nada que contar, joder.
—Que su nuevo novio está al acecho. Nada menos que en su antiguo coto de
caza.
¿De qué coño está hablando?
¿Cómo coño lo sabe?
Sobre ella y yo.
Para ser claro, no me importa una mierda si lo sabe. Que estoy con ella. De
hecho, nada me daría más placer que restregárselo en su fea puta cara. Que la chica
que ama está conmigo. Después de años ocultando mis sentimientos y sintiéndome
jodidamente culpable por ellos, nada me gustaría más que gritárselo a los cuatro
vientos.
Pero como he dicho, es la elección correcta.
Lo que significa que volverá con él.
Por el chico que ama. Todavía.
459
El tipo al que quiere arreglárselo todo.
Joder. Joder. Joder, joder.
Solo la tomo prestada. Solo egoístamente mantenerla conmigo hasta que la
trabajo fuera de mi sistema.
Como si fuera un objeto. Una especie de juguete.
Eres asqueroso, ¿verdad, maldito gilipollas?
Así que me guste o no, voy a tener que mantenerlo en secreto, ella y yo. De su
ex novio que quería que cortara conmigo, y con razón. Porque que me aspen si la
hace llorar otra vez y por mi culpa nada menos.
—No sé de qué estás hablando —digo, las palabras me saben a ceniza en la
boca, los dedos me hormiguean con la necesidad de apretarle el cuello.
—Eres un maldito bastardo, lo sabes —se burla.
—Soy consciente.
—Al menos ten la puta decencia de tratarme con respeto.
—No puedo. —Sacudo la cabeza—. No te respeto.
—Ella me lo dijo, imbécil.
—¿Qué te dijo?
—Que te eligió a ti.
—¿Qué?
Aprieta los dientes, la ira relampaguea en sus facciones.
—Le ofrecí mi corazón. Le ofrecí todo lo que siempre quiso y me dijo que me
fuera a la mierda. Me dijo que nunca me había amado. Que mintió. Todos estos años,
estaba mintiendo. Y por eso estaba terminando y te eligió.
No puedo respirar.
No puedo tomar aire, joder.
No puedo...
—Pero oye —dice, acercándose aún más a mí—, un consejo: no te pongas
demasiado cómodo. Nunca se sabe cuándo hará lo que me hizo a mí, a ti. Y dado que
me está llenando el teléfono de mensajes, ese día podría llegar antes de lo que
esperabas. Una vez infiel, siempre infiel, ¿no?
Lo hago entonces.
Alivio el hormigueo de mis dedos y le doy un puñetazo en la garganta.
Cuando se desploma en el suelo, me agacho y gruño:
—No hables así de mi chica, joder.
Y dejándolo ahí, me voy corriendo.
460
Estoy corriendo por mi vida.
Estoy corriendo hacia la chica que me mintió.
Ella mintió.
H
ice algo malo.
Seré la primera en admitirlo.
Hice algo muy de novia.
Aunque no soy novia y cuando lo era, nunca había hecho algo así. Pero bueno,
no había hecho ni la mitad de las cosas que he hecho ahora que soy novia no novia.
Pero en fin.
Retuve el sexo.
O amenacé con hacerlo.
Le dije a mi novio no-novio que no me acostaré con él hasta que salga con su
hermano mayor. Y luego me sentí tan mal que me puse a llorar.
Y luego me acosté con él de todos modos.
Pero la buena noticia es que salió con su hermano.
Aunque me habría alegrado más si se hubiera ido a jugar al fútbol. Cosa que 461
odia.
O más bien dice odiar.
Digo afirmaciones porque no creo que odie el fútbol. Al menos, no el juego en
sí. Creo que lo que odia es que fue algo que le obligaron a hacer. Por culpa de su
hermano mayor. Y que sigue siendo el deporte favorito de su hermano mayor. Y como
odia todo lo relacionado con el gilipollas abusivo de su padre, como debe ser,
también incluye el fútbol.
Pero voy a decírselo.
Lo he decidido.
Voy a decirle que no odia el fútbol. Odia lo que representa.
Y luego le diré que lo amo.
Lo sé, lo sé. Sé que no debería.
Esta información es aún más desastrosa que lo del fútbol. Además soy su niña
buena y por eso debo mantener la boca cerrada y debo dejarlo estar.
Pero no puedo.
Porque dejarlo mentir es en realidad mentir.
Y aunque al principio estaba bien no decírselo, no revelarle que había cortado
todos los lazos con mi ex novio, ya no lo está. Ya no puedo mentirle. No puedo
guardármelo dentro.
Necesita saberlo.
Quiero que lo sepa.
Y si eso me convierte en una chica mala, que así sea.
Porque él es quien me enseñó a ser yo misma. Y amarle forma parte de mí.
En cuanto a cuándo haré todo esto, no lo sé. Creo que necesito un plan, un
momento apropiado para hacer la gran revelación. Como hice con lo de mi
virginidad.
Que es en lo que estoy pensando, en vez de leer mi libro, cuando le veo.
En la ventana.
Sonrío como una loca, tiro el libro y salto de la cama para dejarle entrar. Y en
cuanto sus pies aterrizan en el suelo de mi habitación, le bombardeo a preguntas.
—¿Cómo ha ido? ¿Estuvo bien? ¿Te divertiste? —Doy saltitos arriba y abajo,
con suerte conteniéndome porque mis padres están durmiendo al final del pasillo—.
Por favor, dime que te divertiste. Porque creo que te divertiste. Bueno, espero que te
hayas divertido. Realmente quiero que te hayas divertido. Porque realmente quiero
que salgas con él otra vez. Creo que esto podría ser como algo habitual para ti. Como
un tiempo de hermandad. Y...
462
—¿Por qué?
—¿Qué?
—¿Por qué quieres que esto sea algo habitual? —pregunta.
Lo cual está bien.
No es que su pregunta sea fuera de lo común.
Aunque diré que es un poco raro. Quiero decir, ¿por qué no querría que esto
fuera algo normal para él? Quiero cosas buenas para él. Quiero que tenga una buena
relación con su hermano. Quien, por lo que he llegado a entender, está tratando de
enmendar las cosas. Está intentando por todos los medios ser amigo de su hermano
pequeño, al que abandonó sin darse cuenta mientras crecía.
Pero esa no es la cuestión aquí.
La cuestión es su tono y la expresión de su cara.
Es plana.
En blanco. O muy cuidadosamente diseñada para que lo parezca.
Hacía semanas que no le veía hacer esto. No desde que vino a buscarme al
bosque.
Así que me da que pensar, su comportamiento.
Aun así, sigo adelante.
—Uh, porque es tu hermano. Y creo que se preocupa por ti. Y creo que tú
también te preocupas por él. Y sé lo que vas a decir ahora. Sé que vas a negarlo. Pero
lo niegas. Y eso es porque no te fuiste. Querías dejar de trabajar para tu hermano,
pero no lo hiciste. En realidad estás haciendo el trabajo. Trajiste tu trabajo el otro día,
cuando viniste a verme, ¿recuerdas? Esos archivos y esas cosas que habías traído.
Lo hizo.
Hace unos días, Reign llegó con un montón de archivos.
Pensé que saldríamos como de costumbre, pero me dijo que tenía que leer y
escribir un informe; sus palabras fueron “un puto informe”, así que nos quedamos en
casa. Dijo que la única forma de leer esos aburridos expedientes —expedientes de
mierda que inducen al coma— era si yo estaba allí con él y si podía verme la cara
bonita.
Así que eso es lo que hicimos.
Me miraba la cara bonita, me besaba de vez en cuando —bueno, a menudo—
y me obligaba a hacer cosas, como subirme el camisón para enseñarle las bragas,
quitármelas para olerlas y hacerlas girar alrededor de su dedo grande y moreno.
Mientras escribía su informe.
Y mientras leía, cuando me dejaba. 463
Fue lo más divertido que había leído.
Además, dio lugar al sexo más alucinante de la historia.
—Odiabas escribir ese informe. Pero eso es aún mejor —le digo—. Porque
aunque lo odiabas, lo hacías por tu hermano. Eso se llama ser un buen hermano. Eso
es lo que la familia hace por los demás.
Finalmente, me hace reaccionar.
Sus cejas se fruncen.
—¿Por qué?
—¿Por qué qué?
—¿Por qué te importa?
—Porque... sí.
Otra reacción.
Él moviéndose hacia mí. Dando un pequeño paso, pero de alguna manera se
siente grande.
De alguna manera se siente amenazador.
Y eso no tiene sentido.
—Eso no es una respuesta, ¿verdad? —dice, sus ojos parpadean con algo que
no entiendo.
No estoy orgullosa de ello, pero entonces doy un paso atrás.
De nuevo, es el tono. Es su comportamiento.
—Reign, yo...
—¿Qué tal si te pregunto otra cosa?
—¿Qué?
—Algo para lo que quizá tengas una respuesta.
—Reign, ¿qué está pasando? ¿Qué estás...?
—¿Lo hiciste? —pregunta, dando otro paso adelante.
Y lo odio pero retrocedo.
—¿Hice qué?
Durante unos segundos, se queda mirándome. Se limita a recorrer con sus ojos
castaño rojizos mi cara, mi cuerpo, mi camisón rosa, mi trenza suelta.
Y no es que no lo haya hecho antes.
No es que no me haya mirado un millón de veces desde que le conozco. Pero
nunca lo ha hecho como lo está haciendo ahora.
Nunca lo ha hecho con odio crudo y sin adulterar. 464
Y eso es mucho decir, porque durante mucho tiempo pensé que me odiaba.
Durante mucho tiempo pensé que sus miradas eran crueles y frías.
No lo eran.
No hasta esta noche.
—Reign, ¿qué...?
—¿Le mandaste un mensaje?
—¿Qué?
Sus ojos se vuelven aún más duros.
—A él. ¿Le mandaste un mensaje?
—¿Mensaje a quién?
—Tu novio.
Y entonces lo sé.
Sé por qué me mira así. Y lo que está pasando aquí.
Porque lo sabe.
Creo que lo sabe todo. Cada cosa.
A pesar de que es totalmente desaconsejable, digo:
—Ex-novio.
Aprieta los puños y da otro paso adelante.
Esta vez, sin embargo, me mantengo firme.
Aunque este último paso era el más amenazador y peligroso de todos los
anteriores.
—¿Le mandaste o no —dice, con palabras mordaces—, un mensaje de texto?
—Eh…
—¿Reventaste o no su puto teléfono con mensajes?
—Reign, no...
—¿Fuiste o no fuiste a mis putas espaldas y le reventaste el puto móvil a
mensajes, Echo?
Levanto la mano.
—Reign, escucha…
—¿Lo hiciste? —se inclina entonces, sus ojos ardientes—, ¿lo hiciste o no, Echo?
—No me da tiempo a decir nada y sigue—: Fuiste a mis espaldas cuando sabías que
eras mía. Cuando te dije específicamente que eras mía. Cuando me prometiste que
eras mía. ¿Hiciste eso o...?
—Lo hice —me apresuro a decir.
465
Y el aliento que toma en ese momento es tan fuerte y tan pesado que suena
como un gruñido.
Me estrecho más contra él.
—Pero solo porque soy tuya.
Otra respiración gruñona.
—P-porque quería...
—¿Querías qué?
Sus palabras también son gruñidos. Y aprietan mi corazón.
Me aprietan el alma.
Porque sé cómo va a sonar esto. Lo horrible que va a sonar.
Cómo saldrá a la luz la verdad.
Todas mis mentiras me están alcanzando.
Pero por lo que parece, ya lo han hecho, así que...
Aprieto las manos y susurro:
—Quería arreglarlo.
Su cuerpo se estremece.
Con una tormenta, creo.
Y desearía poder envolverlo en mis brazos ahora mismo y hacer que esta
furiosa tormenta desapareciera. Como hice en aquel funeral. Pero creo que me lo he
buscado yo y él con mis mentiras y ocultando cosas.
—El día del funeral —empiezo, con el corazón en la garganta—, cuando Lucas
me llevó al estudio de su padre. Yo... Él quería hablar sobre el ultimátum. Quería
saber mi decisión. Y se lo dije. Le dije que no podía... —Respiro hondo—. Volver con
él. Le dije que sería un error volver con él. Que yo no era la chica que podía hacerlo
feliz. Que podía darle todo lo que se merecía. Así que... corté lazos con él. Y él asumió
que fue por ti. Pensó que te estaba eligiendo y dijo algunas cosas enojado. Te
amenazó, y yo... le mandé un mensaje hace unos días… dos mensajes; no estaba
reventando su teléfono ni nada, para... hablar con él. Para ver dónde estaba su cabeza
y si de alguna manera podía convencerlo de... no estar enojado contigo. Porque fui
yo quien lo rechazó, no tú. Así que sí, para arreglarlo.
Como una buena chica.
Quería arreglar esto para Reign. Quería buscar esperanza.
Que un día podrían volver a ser amigos.
Por eso mandé mensajes a mi ex novio a sus espaldas, por el chico que amo.
Que siempre he amado.
466
En ese momento supe que lo que estaba haciendo estaba mal. No soy una
experta en relaciones —Dios, no lo soy, y tampoco soy una experta en el amor—, pero
sí sé que no debes tener secretos cuando estás enamorado.
Que cuando estás enamorado, deberías poder decirles quién eres, qué eres.
Deberías poder contarles todos tus oscuros secretos.
Todos tus oscuros y profundos deseos, sueños y fantasías.
Cuando uno está enamorado, debe ser el diario del otro.
Cuando estás enfermo de amor, perdidamente enamorado.
Y mi ex-novio no lo era. Eso en sí mismo debería haber sido una pista, pero sí.
Ahora lo sé gracias a él.
Por mi Bandido.
Y cuando le confesé mis sentimientos, también iba a contarle esto.
Así que tal vez está bien que lo sepa ahora.
Que lo sabe todo.
Su mandíbula está tan cerrada en este momento, tan apretada que quiero
acunarla en mi mano y trazarla con cariño. Como hace una novia.
Porque soy su novia.
Le guste o no.
De hecho, no le gusta. Porque desencaja la mandíbula y pregunta:
—¿Por qué?
También lo entiendo.
Sus “por qué” de antes. Lo que quiere saber.
—Porque así es.
Sus cejas se fruncen.
—Te escogí. Antes que a él. —Y entonces lo dejé salir—. Y eso es porque estoy
enferma. Estoy enferma de amor por ti.
Supongo que lo que dicen es cierto.
Que hay paz en ser uno mismo.
Y he estado sintiendo eso en las últimas semanas. Desde que descubrí que lo
amaba. Que lo he amado todo el tiempo.
Desde entonces me siento más feliz, más ligera, más una conmigo misma.
Pero no así.
No como lo increíble que me siento ahora mismo.
Qué eufórica, extática y arrebatadora. 467
Y también devastada, destruida y demolida.
Porque mi éxtasis ha llegado a costa de su odio. Su furia. Su ira ardiente.
Todo lo cual puedo ver en su cara ahora mismo.
Su cara negra y azul y hermosa.
La cara de mis sueños.
Y pesadillas.
—En realidad, no —digo entonces—. No te elegí a ti antes que a él. Nunca lo
elegí a él antes que a ti. Porque nunca hubo otra opción. No tenía otra opción que no
fueras tú. Y ojalá lo hubiera sabido, ¿sabes? Desearía haber sido más inteligente. Y
siempre pensé que lo era. Quiero decir, leo libros. Era, soy, un ratón de biblioteca.
Soy escritora. Escribo en mis diarios todos los días. Y la gente que escribe es muy
autorreflexiva. Son muy conscientes de sí mismos. Muy en contacto con su yo interior.
Pero resulta que no lo era. Y supongo que es porque siempre pongo demasiada
presión y énfasis en lo que se supone que debo ser. Lo que se supone que debo hacer.
Cómo se supone que debo hacer felices a los demás. Cómo se supone que debo hacer
lo correcto y hacer feliz a mi novio. Y así, en todo eso, nunca descubrí lo que
realmente quiero.
—Y lo que realmente quiero es no estar con él. Lo que realmente quiero es no
ser su novia. Lo que realmente quería cuando me invitó a salir era decirle que no.
Porque quería salir contigo. Lo que de verdad quería, cuando iba a esos partidos de
fútbol a verle, era verte a ti. Cuando le puse Bandido a mi diario, fue porque en vez
de un diario, quería contarte mis secretos a ti. Cuando me mirabas de forma tan cruel
y condescendiente, quería darte una bofetada en la cara y decirte que quiero que me
mires como si fuera la única chica que ves. Y entonces, cada vez que me ponía un
vestido rosa, sabiendo que no le iba a gustar, lo hacía por ti. Que aunque mantenía
mis ojos lejos de la ventana de tu habitación, siempre tenía las cortinas abiertas para
saber que estabas allí. Que podía verte con solo girar la cabeza, con una rápida
mirada de reojo. Lo que realmente quería, Reign, cuando me besó por primera vez,
era besarte a ti. Y así lo hice. La noche de mi decimosexto cumpleaños. Pero te
equivocaste. No lo hice porque fuera un secreto deseo prohibido, besar al mejor
amigo de mi novio. Lo hice, lo hice todo, porque te amaba.
—Te debo una disculpa sin embargo. Por no haberme dado cuenta. Que no me
di cuenta de que te amaba cuando te conocí. Y por eso te hice sufrir. Pero lo hice. Te
amé. Te amé cuando me alejaste y me hiciste odiarte. Te amé cuando estaba con él y
te amo ahora cuando no lo estoy. Y te amaré incluso cuando te vayas. Incluso cuando
me rechaces y salgas corriendo de aquí, pensando que te traicioné cuando te dije que
sería tu chica buena. Que volvería con él al final de todo esto. No volveré. Lo siento,
pero no lo haré.
—Y para responder a tus porqués, por qué quería arreglarte las cosas con tu
hermano y con Lucas. Lo que probablemente pienses que tiene algo que ver con mi 468
complejo de niña buena. Lo tenía. Pero solo cuando estaba tratando de arreglar las
cosas con Lucas. Me di cuenta de que intentaba arreglar las cosas por él porque tenía
la culpa de una niña buena. Pero ya no soy una chica buena. Ni siquiera una chica
mala. Solo soy una chica. Que quiere amar a un chico y que quiere quitarle todo su
dolor. Y por eso ella hará cualquier cosa para arreglar sus problemas, para reparar
las cosas rotas, para curar sus moretones. Porque para ella, no es arreglar o salvar.
Es amar. Porque así es como un Bubblegum quiere a su Bandido. Porque así es como
te quiero.
Ojalá tuviera agua ahora mismo.
O pañuelos.
O ambas cosas.
O tal vez un poco de fuerza para seguir adelante. O al menos quedarme aquí.
Porque duele.
La forma en que me está mirando. La forma en que todavía me está mirando.
Como si no me conociera.
Como si no supiera nada.
Como si todo fuera una revelación para él
Y entonces, me hace más daño.
Diciendo:
—Se acabó.
Lo sabía. Sabía que diría eso.
Pero eso no significa que no duela.
Eso no significa que no me ponga furiosa.
Así es.
Me pone tan jodidamente furiosa que no tengo que encontrar la fuerza para
seguir adelante. Ya está ahí, en mi rabia, en mi dolor, mientras pregunto:
—¿Por qué?
Le vibran los puños en los costados. Le vibra el pecho.
Todo su cuerpo tiembla mientras gruñe:
—Porque no entiendes lo que estamos haciendo aquí. Porque te dije que en
cuanto convirtieras esto en algo más, en algo que no es, me iría.
No puedo creer que me haya dicho eso.
Después de todo lo que le dije, tiene la audacia de hacer que se trate de algo
tan tonto y mezquino como el sexo.
Y no solo eso, da un paso lejos de mí. 469
Que cierro en el siguiente segundo.
De hecho, acorto todas las distancias y acorto todas las distancias y me pongo
codo con codo con él.
—No, tú no entiendes lo que estamos haciendo aquí.
Aprieta tanto la mandíbula que me duelen los dientes.
—Aléjate de mí, joder.
—No. —Sacudo la cabeza, furiosa—. No hasta que te haga entender. No hasta
que te haga entender que es algo más. Que esto no es solo sexo. Tú también me
quieres.
—¿Qué carajos?
Parece tan horrorizado ahora mismo.
Tan ofendido y alarmado.
Asqueado.
Que solo alimenta mi furia aún más.
—¿Recuerdas hace dos semanas, ese funeral al que fuimos los dos? Perdiste la
cabeza cuando viste a mi ex novio llevarme a una habitación cerrada. Y luego me
inmovilizaste contra la puerta del baño y me follaste como si no quisieras parar. Y
antes de eso, ¿recuerdas cómo intentaste chantajearme para que te diera mi
virginidad? Cómo leíste mi diario porque querías sentirte cerca de mí. Sin mencionar,
¿recuerdas la semana pasada, Reign? Cuando no paraba de hablar de la Universidad
de Nueva York y te enfadaste tanto.
Lo hizo.
Todo porque vio un folleto morado y blanco en mi mesa cuando vino: un folleto
de la Universidad de Nueva York.
Cuando lo tomó y empezó a hojearlo, me salí por la tangente hablando de lo
emocionada que estaba, de las ganas que tenía de ir y de cómo acababa de recibir
información sobre mi dormitorio y alojamiento y mi lista de cursos y todo eso.
Sí, admito que puede que me haya pasado un poco.
Solo para sacarle una reacción.
Porque aún no lo ha dicho, pero sé que el que yo vaya a la Universidad de
Nueva York es algo así como su fecha límite autoimpuesta. Eso es cuando él está
planeando dejarme ir y estar con mi ex-novio.
Y cuando seguí hablando y hablando de ello, se puso todo agitado y molesto.
Me folló antes de irnos de paseo. Me folló, justo al lado del lago. Luego me comió justo
después de eso. Y luego me trajo de vuelta y me folló dos veces más.
A pesar de todo, tenía su boca pegada a la mía.
470
Tenía su boca comiéndome y besándome y robándome todo el aliento.
No me dejaba ir. No me daba un respiro.
—Todo eso, no era solo sexo. Eras tú siendo celoso. Eso era que estabas loco,
irracionalmente posesivo. Eso era que no lidiabas con que me fuera pronto a la
universidad. Porque cuando me voy a la universidad, te dejo a ti también, ¿no? Ahí es
cuando crees que vuelvo con él. Ahí es cuando crees que empiezo mi felices para
siempre. Con el chico correcto. Con el tipo que se supone que debo elegir. Pero no
quieres que lo haga. Porque me quieres para ti. Quieres que viva mi felices para
siempre contigo. Te llamas enfermo porque me quieres demasiado, ¿no? Porque estás
obsesionado conmigo. Quieres protegerme de todo. Quieres besar mis lágrimas.
Quieres llevarme de paseo, ayudarme a bajar la ventanilla. Quieres escuchar mis
divagaciones sobre mis libros; quieres ver películas que odias; quieres arreglar cosas
por mí, hacerme sonreír, enviarme a la Universidad de Nueva York con tu dinero y
hacer que mis sueños se hagan realidad. ¿No es cierto? Pero sobre todo, quieres que
elija a un chico que crees que es mejor que tú. El tipo que crees que me daría todas
las cosas que quiero. Es porque me amas. Esto es amor. Estás enfermo de amor, y
deseo...
Así como así, toda mi ira se drena.
Me agoto y me duele el corazón.
Mi enfermo corazón.
Y sé que lo único que me hará sentir mejor son sus brazos a mi alrededor. Lo
único que le hará sentirse mejor son los míos a su alrededor.
Pero sé que no lo permitirá.
Así que me rodeo con los brazos y susurro, con una lágrima cayendo por mi
mejilla:
—Y ojalá fueras solo eso.
Lo sigue con sus ojos castaño rojizos, su rostro que se cura rápidamente se
vuelve tenso y... angustiado.
Porque sé que no puede verme llorar.
Y también sé que no sabe cómo hacer que pare.
—Pero no lo eres, ¿verdad? —continúo, cayendo otra lágrima—. También eres
un segundo hijo. Una decepción.
Se estremece ante eso.
Retrocediendo. Dando un paso atrás de mí como si ahora me tuviera miedo.
Como si una niña llorando, con su camisón rosa y su trenza despeinada, bañada
en amor rosa y desamor, fuera algo a lo que temer.
—No vayas allí.
471
—Eso es lo que te han dicho toda la vida —digo, moqueando, ignorándole—.
Eso es lo que te ha dicho tu padre, ese hombre horrible. Eso es lo que le ha dicho al
mundo. Y eso es lo que creen. Crean todos esos rumores sobre ti, todas esas mentiras.
Lo malinterpretan. Y tengo que admitir que yo también lo malinterpreté y, de nuevo,
me disculpo por ello. Me dejé llevar por el mal camino, dejé que me apartaras en
lugar de mantenerme firme en mi creencia de que había algo más en ti, el bandido
que conocí en el bosque aquella primera noche. Pero eso no es lo peor. Lo peor es
que tú también te malinterpretas. Tú también crees todos los rumores, todas las
mentiras sobre ti. Crees que eres una decepción. Que eso es de lo que eres capaz. En
realidad crees que eres todo malo, todo irredimible, todo pecador.
Sollozo y me tapo la boca con una mano para no hacer demasiado ruido.
Para no tener el corazón demasiado roto.
Porque puedo ver que le está afectando.
Veo que le duele hacerme daño.
—Pero quiero decirte algo, algo que tú me dijiste. Me dijiste que no puedo ser
buena todo el tiempo. Que no puedo ser perfecta. Que puedo ser quien quiera ser.
Puedo ser yo misma. Así que te digo que tú también puedes ser tú mismo. Se te
permite ser quien quieras ser y no lo que el mundo cree que eres. No lo que tu padre
creía que fueras. Y lo que eres es un niño maltratado que intentó sobrevivir de la única
manera que sabía. Lo que eres es un amigo leal que salvó a un chico nuevo de los
matones. Eres un chico que está aprendiendo a ser un buen hermano, que lucha con
ello pero que sigue aprendiendo y creciendo. Pero sobre todo, eres un chico que
enseñó a una chica a ser ella misma.
—Me enseñaste a ser yo misma. A ser feliz. Cómo amar sin culpa. Tú me
enseñaste eso, Reign. Tú eres la razón por la que me conozco a mí misma. Eres la
razón por la que sé lo que quiero. El tipo de amor que quiero. El tipo de relación que
quiero. Me lo has demostrado, estas últimas semanas. A ti. Así que aunque no creas
nada de lo que he dicho hoy, quiero que lo entiendas. Quiero que me entiendas
cuando digo que no eres una decepción. Nunca lo fuiste y nunca lo serás. No para mí.
Nunca para mí. Para mí, vales la pena amarte. Vale la pena creer en ti. Vale la pena
elegirte y yo te elijo a ti, Reign Davidson. Siempre te elegiré. Aunque tú no quieras.

472
Q
uién: Bubblegum
Dónde: El dormitorio del segundo piso de la casa de carruajes de
la finca Davidson.
Cuándo: 1:53 AM; la noche en que Echo le dice a Reign que lo ama.
Querido Bandido,
Te fuiste.
Y duele.
Mi cuerpo. Mi corazón. Mi alma.
Me duele.
Te he mentido sobre cosas pero no te mentí cuando dije que te creo.
Y así es.
~Echo
473
L
e hice sangrar un día.
En los hombros y en la parte superior de la espalda.
Un poco en el lateral del cuello también, y me dijo que no era la
primera vez que lo hacía.
Que lo hacía mucho. Lo hice sangrar.
—No —jadeé, montándome a horcajadas sobre su cuerpo, sentándome a su
espalda y observando mi obra.
Tenía la cara vuelta hacia un lado, la mejilla apoyada en los brazos cruzados.
—Eso es lo que pasa cuando te follas a un gato infernal.
Le tiré del cabello mientras trazaba y acariciaba las marcas de los arañazos que
le había dejado.
—¿Te duele?
Mirándome fijamente a los ojos, respondió:
—Sí. 474
—¿Qué, de verdad? —Horrorizada, volví a ver las marcas de los arañazos—. Lo
siento mucho. Yo...
En lugar de palabras, salió un chillido.
Porque de repente, se dio la vuelta y cambió de posición. Y me encontré a
horcajadas sobre su estómago en lugar de su espalda. Y fue un chillido fuerte
también, pero eso estaba bien. Estábamos en su habitación gris de motel en vez de
en mi dormitorio rosa.
Agarrándome por la cintura, murmuró:
—Bueno, lo siento ya no vale la pena discutirlo, ¿verdad, Bubblegum?
Mis manos se posaron en sus hombros desnudos.
—¿Entonces qué, Bandido?
Una luz brilló en sus ojos castaño rojizos, una luz traviesa.
—Tengo algunas cosas en mente.
Oh, no.
Conocía esa mirada. Conocía ese tono.
Sacudí la cabeza.
—No.
Se rió entre dientes.
—Sí.
—Ni en un millón de años.
—Un millón de años, eh. Ahora tenemos algo con lo que trabajar.
—¿De verdad? ¿Un millón de años es algo con lo que trabajar?
—Es mejor que nunca.
Dios, me hizo reír.
Y por eso seguí negando con la cabeza.
—No.
Sus labios se crisparon.
—Vamos, Bubblegum, no seas tan llorona.
Le di un golpe en el pecho.
—Se me permite ser una llorona por esto.
Me tiró hacia él.
—Solo la punta.
Choqué nuestras narices. 475
—No.
Me devolvió el gesto, metiendo la mano bajo la camiseta negra que llevaba
puesta.
—¿Qué tal un dedo? Dos dedos.
Se me cortó la respiración cuando sus dedos encontraron mi culo desnudo.
—No.
—Un dedo —dijo, trazando ahora el pliegue de mi culo, haciéndome retorcer.
Haciéndome frotar mi coño en su estómago estriado.
—No.
Entonces se detuvieron, esos dedos, justo donde está mi anillo fruncido. Y
trazando eso con sus dedos, dijo:
—¿Qué tal un pulgar?
A estas alturas, supongo que sabía que simplemente le estaba tomando el pelo.
Que un día lo dejaría.
Mi culo era suyo.
Claro que lo habría hecho. Le habría dado cualquier cosa.
Pero jugar con él era mucho más divertido en ese momento.
Me mordí el labio.
—No.
—Te prometo que te sentirás bien —susurró contra mis labios—. Haré que te
sientas bien, cariño. Es lo menos que podrías hacer, ¿no? Por hacerme sangrar.
Creo que dije que también me hizo sangrar cuando me quitó la virginidad.
Pero ahora no me acuerdo. Todo lo que sé es que acabé riéndome y
poniéndome cachonda. Extraña combinación, pero él me hace eso.
O lo hacía.
Él me hacía eso.
Está en pasado.
¿Verdad que sí?
Él y yo pertenecemos al tiempo pasado. Se acabó. Él se ha ido.
Lleva fuera más de doce horas.
¿O eran trece? Tampoco me acuerdo.
Solo sé que siento que sangro como su espalda y sus hombros. Siento que mi
corazón sangra tanto dentro como fuera de mi cuerpo. Y estoy coloreando el mundo
de rosa y rojo con él. 476
¿Quién iba a decir que me iba a convertir en una gata durante el sexo?
¿Quién iba a saber que dolería tanto cuando se fuera?
Quiero decir, tenía alguna idea. Pero ni siquiera yo esperaba que se sintiera
así.
Un segundo parece que me estoy muriendo y desangrándome, y que mi mundo
se ha acabado. Y al siguiente me siento como después de nuestra pelea por lo de su
hermano. Estaba enfadada después de esa pelea, y triste. Pero sabía que no era el
final. Sabía que volvería. Sabía que me llamaría o enviaría un mensaje de texto o
tocaría mi ventana en cuanto cayera la noche.
Y lo hizo.
Nos peleamos un lunes y vino a verme el martes.
Huyó y yo lloré y luego me calmó de la única forma que sabía.
De la única manera que lo necesitaba.
Yo también lo necesito ahora.
Necesito que venga.
Mi madre cree que tengo fiebre. Dice que parezco cansada. Tengo los ojos
hinchados y una ligera fiebre. También dice que estoy pálida. Se me ha ido todo el
color de la piel. Ojalá pudiera decirle que ya no estoy rosada porque estoy
sangrando.
Y el chico por el que me volví toda rosa me ha dejado.
Ahora no tengo motivos para ser rosa.
No tengo motivos para salir de la cama.
Así que me quedo en ella todo el día, bajo mis sábanas rosas, abrazando mi
almohada rosa y amortiguando mis sollozos con ella. Porque mis padres están en casa
y no quiero alarmarlos más de lo que ya lo he hecho. Ni siquiera les habría dejado
saber tanto —estoy acostumbrada a ser una niña buena y cuidar de mí misma cuando
me pongo enferma; no hay dinero para niñeras y mis padres tienen demasiados
trabajos—, pero supongo que ese barco ha zarpado. Así que cuando entran y salen,
me controlan, me traen sopa y medicinas, lo acepto todo obedientemente. Soy una
buena paciente para ellos.
Aunque lo que tengo no lo explique la ciencia.
Lo que tengo es una enfermedad. Del corazón.
Y la reina del drama que soy, es lógico que sufra síntomas físicos de ello.
Es apropiado que me esté muriendo por ello.
Es apropiado que esté cantando su nombre en mi almohada, tratando de
invocarlo, tratando de hacerlo aparecer.
477
Y de repente lo hace.
De repente, a través de mis lágrimas silenciosas, oigo abrirse la ventana y me
siento en la cama.
Con los ojos muy abiertos y el corazón tembloroso, veo cómo se sube. Veo sus
pies aterrizar en el suelo de madera y, en cuanto lo hacen, salgo de la cama en un
repentino estallido de energía.
En un repentino arrebato de vigilia.
Cruzo hacia él y me planto ante su cuerpo alto y que apenas respira.
Digo apenas respirando y lo digo en serio.
También lo digo en serio cuando digo que se parece a mí.
Todo enfermo de angustia.
Su cabello despeinado y sobresaliendo por los lados. Los ojos rojos y dilatados.
El vello de la mandíbula más grueso de lo habitual. Sus mejillas más hundidas
también.
Sí, se parece a mí.
Apuesto a que si lo tocara, descubriría que también tiene fiebre.
—Has venido —susurro.
Sus rasgos se tensan un segundo en respuesta.
—¿Qué... qué haces aquí? —pregunto con voz temblorosa.
Mi voz esperanzada.
¿Será que está aquí porque se lo cree?
¿Cree que me ama y que deberíamos estar juntos?
—Estoy aquí —dice, con voz gruesa—, para que entiendas por fin lo que no
somos.
Oh.
No está aquí para lo que yo quiero que esté. Está aquí para decirme lo
contrario.
Para demostrarme lo contrario.
Que es cuando me doy cuenta de que estaba equivocada. No se parece a mí.
Se ve mucho, mucho peor.
Porque no solo no está lidiando con nuestra ruptura, sino que tampoco está
lidiando con la verdad. La verdad de que inevitable e irrevocablemente me ama.
Así que todo mi cansancio desaparece.
Mi propia angustia dejada de lado en favor de su crisis.
—Mis padres —susurro mientras mi corazón empieza a latir por primera vez en 478
todo el día, acelerándose a cada segundo que pasa—. Están... Están abajo.
No es su hora habitual de venir.
Suele venir cuando mis padres están profundamente dormidos, ajenos al
mundo y a lo que hace su hija en su habitación. Y aunque ahora es de noche —no sé
dónde se ha ido el tiempo, pero veo la luna a través de mi ventana—, están bien
despiertos, ocupados en el piso de abajo.
—Lo sé —dice, sin apenas mover los labios.
—De acuerdo —digo.
Me pregunto qué estoy haciendo.
No he olvidado lo que pasó la última vez.
Cómo hace dos años, en una noche muy parecida a ésta, había venido y todo
se había ido al infierno.
Pero el caso es que todo tenía que irse al infierno para que las cosas se pusieran
en su sitio. Todo tenía que desmoronarse y romperse en pedazos para que
pudiéramos rehacernos.
Para que pudiéramos estar aquí hoy, él y yo.
Tan enamorados pero también en guerra.
Yo, en camisón rosa, como ayer, como la encarnación del amor. Y él, vestido
de negro, también como ayer, con aspecto de verano y odio.
Así que quizás esta vez también funcione.
Así que al final de esto, todo caerá en su lugar también.
Doy un paso hacia él y es como si algo en su interior se hubiera desatado.
Algún lazo, alguna cadena, y es libre.
Respirar, su pecho moviéndose en una gran ola.
Y me abalanzo a él, sus brazos rodeándome con un apretón mortal.
Entonces nos besamos.
Así es como empiezan todas las cosas entre nosotros, con un beso. Con nuestras
bocas devorándose la una a la otra, nuestras lenguas lamiéndose y lamiéndose,
nuestros dientes chocando, nuestros dedos tirando de nuestros cuerpos.
Pronto me levanta del suelo y me tira en la cama.
Luego se arrodilla sobre el colchón, una criatura muy masculina y dominante
sobre mi cama muy femenina y sumisa. Apoyada en los codos, con los muslos flácidos
y abiertos, veo cómo se agarra la parte de atrás de su camiseta oscura y se la quita,
dejando al descubierto su torso musculoso.
Ese misterioso tatuaje.
1510.234 3023.456
479
Con una punzada, me doy cuenta de que puede que nunca sepa lo que
significan ahora. Si se sale con la suya, si gana hoy, puede que nunca sepa lo que
significan estos números. Pero más que eso, puede que nunca vuelva a sentir el calor
de su piel, a sentirla. La textura, la suavidad, la solidez de su cuerpo estival.
Entonces paso a la acción.
Me pongo de rodillas y aprieto la boca contra sus clavículas.
Paso mis dedos por su six pack, por esa V, por sus elegantes oblicuos.
Lo beso y lo lamo por todas partes. Paso la lengua por sus pezones oscuros y
apretados, por todos y cada uno de los números de su tatuaje, intentando descifrarlo
a través de su sabor.
Después le beso los abdominales, el ombligo, besando y lamiendo cada
peldaño de la apretada escalera de sus abdominales.
Y habría hecho más, mucho más, pero me agarra de la trenza desordenada y
me aparta la boca de su cuerpo.
Le miro a los ojos ardientes y le susurro:
—Dime qué significa tu tatuaje.
—No.
Clavo mis uñas en su pecho.
—Dime que me amas.
Me agarra el pelo hasta el punto de dolerme.
—No.
—Te amo —susurro.
Aprieta la mandíbula.
—Cierra la puta boca.
—Te amo —vuelvo a decir porque no lo haré.
Y así me calla con la boca.
Castigándome con pequeños mordiscos y profundas chupadas, intentando
demostrarme que no me quiere.
Y yo le devuelvo el beso con toda mi lengua suave y mi boca afelpada,
intentando demostrar que sí.
Pero entonces tengo que separarme de él en un suspiro.
Porque acaba de hacer una locura.
Me arrancó el camisón.
Retorció los tirantes tan fuerte que se rasgaron las costuras. Y mientras me 480
tambaleo con eso, tira del frágil cuello y lo desgarra también.
Rasgando mi camisón por la mitad.
Gruñendo y esforzándose.
—Este era mi... —Le araño los hombros—. Favorito.
Su respuesta es agarrarme la teta y apretarla posesivamente.
—Lo sé.
Le araño más fuerte.
—Este también era tu favorito.
Lo era.
Rosa claro con margaritas blancas. Por eso me lo puse hoy.
Para sentirme más cerca de él.
—Me importa un carajo —ronca, tirando de mi pezón con más fuerza.
—Qué…
Se acerca entonces.
—Traje mi cinturón.
Mis ojos se abren de par en par. Mi respiración se entrecorta.
—¿Tu cinturón de cuero negro?
—Sí.
—¿Para atarme?
Su respuesta es un apretón de mandíbula y lo sé.
Que sí, que por eso lo ha traído.
Trago saliva.
Ya ha hablado de ello antes, por supuesto. Muchas veces. La mayoría en broma,
a veces con intenciones serias. Pero nunca lo hizo. Porque supongo que sabía cuánto
me gustaba tocarlo.
Arañarlo.
Por no hablar de lo mucho que le gustaba eso también.
Todavía lo sabe. Todavía ama eso.
Solo porque nos peleamos ayer y terminamos las cosas no significa que se
olvidó.
¿Pero de verdad cree que esto me haría cambiar de opinión?
Que esto me derrotaría.
¿Decepcionarme? 481
—De acuerdo —susurro—. Confío en ti.
Odia eso.
Mi fácil aquiescencia.
Pero mala suerte. No me importa. Confío en él. Creo en él y si no le gusta, que
se joda. Así que antes de que pueda decir nada más, le doy un beso.
Y volvemos a empezar.
Besándose, mordiéndose, devorándose, volviéndose locos el uno por el otro.
Enfermando y obsesionándonos.
Como hemos estado los últimos seis años.
Por fin, me tumba en la cama y se arrodilla entre mis muslos abiertos. Se quita
el cinturón con movimientos lentos y deliberados, como dándome tiempo para
echarme atrás. Me da tiempo para decir que no.
Pero todo lo que hago es mirarlo.
Con la respiración contenida.
Con respiraciones anticipadas.
Aunque sé que voy a odiar no poder tocarlo, también me gusta la emoción.
Siempre me está protegiendo, ¿verdad?
Siempre intenta evitar que me haga daño, aunque sabe muy bien que puedo
cuidar de mí misma. Bueno, ahora voy a estar realmente indefensa.
Voy a estar realmente atrapada, con las manos atadas y enjaulada bajo su gran
cuerpo musculoso.
No puedo esperar a que me cuide entonces.
No puedo esperar a ver cómo me protege entonces. Cómo se vuelve frenético
con su necesidad de mantenerme a salvo.
Solo eso ya me moja.
Me está goteando todo el coño.
Además del hecho de que se ve tan sexy, quitándose ese cinturón. Tiene un
aspecto tan... dominante y aterrador cuando se coloca el cinturón alrededor del
antebrazo venoso como hace con mi trenza.
Mis labios se separan. Mis tetas desnudas se agitan con mi respiración.
Cuando gruñe:
—Brazos arriba.
No sé cómo lo hago, pero levanto los brazos, arqueo el cuerpo y arqueo la
columna. Y cuando sus ojos brillan y sus músculos se estremecen con mi rendición, 482
no sé cómo consigo no saltar y buscar su boca para besarla.
Desciende hacia mí, moviéndose como una sombra cálida, como hace siempre,
y me coloca el cinturón alrededor de las muñecas, sintiendo el cuero caliente, suave
y flexible. Erótico.
Al igual que su cuerpo duro y suave sobre mí.
Tres bucles, no, cuatro.
Antes de que tenga un apretón fuerte.
Lo suficientemente apretado como para que no me libere, para que no
recupere el uso de mis manos.
Bien.
Toda indefensa y sonrojada, yo.
Todo dominante y protector, él.
Cuando termina, me mira a los ojos.
—Mantenlas ahí.
Asiento, sin palabras.
Pero son mis ojos los que hablan.
Tengo los ojos muy abiertos y sin pestañear y le miro con todo el amor.
Que sí oye como siempre me oye a mí.
—Jesucristo —gruñe, con las cejas fruncidas y enfadado—. Deja de hablar,
joder.
—No he dicho nada.
—Entonces deja de mirarme así.
—No puedo. Te amo.
Aprieta los ojos como si mi confesión le hubiera dolido. Luego, abriéndolos,
dice:
—Veamos cuánto me amas cuando te folle por el culo.
Ahora que se ha acomodado entre mis muslos abiertos, los levanto y rodeo con
ellos su cintura caliente.
—Te querré más.
Enmarcando mi cara con sus manos, gruñe:
—Eres una jodida ilusa, ¿verdad?
—No, tú lo eres.
—Y una reina del drama.
—Sí. Pero tú también. 483
Su agarre en mi cara palpita.
—Crees que me darás tu culito prohibido que me muero por follar desde hace
días, y mágicamente te declararé mi amor eterno.
—No lo sé —digo, con los dedos crispados por encima de mí—. Tiene que
haber algo mágico en mi culito prohibido si llevas días queriendo follártelo. Eso
espero.
No le gusta mi descaro y se nota en sus palabras apretadas.
—Te va a doler. Voy a hacer que duela.
—No lo harás. Harás todo lo posible para que no duela.
—Tú...
Entonces se me ocurre algo.
—Oh, mis bragas.
—¿Qué?
—Métemelas en la boca para que no haga ruido.
Sus ojos recorren mis rasgos durante un segundo.
—No.
—Reign…
—Que oigan. Deja que vengan corriendo. Tal vez te hagan entrar en razón
cuando me vean violando tu culito, estúpida niña imprudente.
—No es una violación y yo soy una estúpida niña imprudente enamorada —
levanto mi cara hacia la suya—, gran matón en negación.
Nuestros dientes chocan con el siguiente beso.
Nuestros cuerpos también dan bofetadas.
Y luego procede a hacer lo que siempre supe que haría. Lo que he estado
esperando que hiciera.
Él cuida de mí.
Él me protege.
Me prepara. Para su brutal invasión.
Me besa, lame y chupa cada parte de mi cuerpo. Me deja pequeños mordiscos
en las tetas. Pequeños pellizcos en mi temblorosa barriga. Me frota el interior de los
muslos con su cabello mientras me come.
Me folla con su lengua. Con sus dedos.
Primero mi coño y luego mi culo.
Intenta ensancharme todo lo que puede.
484
Y lo mejor es que es muy paciente.
Es tan gentil y tierno que no sé cómo decirle que tal vez esto no es exactamente
hacer su punto. Tal vez que sea tan insoportablemente cariñoso y maravilloso conmigo
no me va a convencer de que no lo hace.
Pero entonces, no es como si pudiera hacer palabras en este momento.
Tampoco es que pueda pensar ahora mismo.
Lo único que puedo hacer es retorcerme y retorcerme bajo sus manos, bajo sus
atenciones.
Pero recuerdo mantener los brazos en alto y guardar silencio. Me acuerdo de
no hacer ni un solo ruido. Estoy incluso más callada que las noches en que me llena la
boca con mis bragas empapadas. Soy aún más cuidadosa. Que me aspen si alguien
se atreve a hacerle daño.
Para cuando termina de prepararme, creo que me he corrido tres veces y
también lo he empapado a él, a mis muslos y a mis sábanas. Y estoy tan descerebrada
y hambrienta de él, con el culo apretado, que apenas siento dolor.
Cuando entra.
Cuando se balancea dentro y fuera y gana entrada una pulgada a la vez.
O puede que sí sienta el dolor. Siento el estiramiento de la invasión, de ser
conquistada por su monstruosa polla, pero el placer, la victoria de tenerlo ahí, el
hecho de haberlo hecho y de que él me haya ayudado a conseguirlo, vence a
cualquier incomodidad que pueda estar sintiendo.
Mi amor por él prevalece sobre todo lo demás.
Y susurro, sudorosa y ruborizada, con la cabeza ladeada y la vista borrosa:
—Te amo.
No puedo decir lo que pasa entonces.
Porque no lo sé con seguridad.
Porque estoy demasiado delirante para saber nada más que el estiramiento de
mi culo y el palpitar de su polla dentro de él mientras entra y sale. Pero lo siento
estremecerse. Siento que se pone caliente y pesado y... relajado incluso, sus
miembros sudorosos rozando los míos, resbalando con sus caricias.
Le oigo gemir y gruñir y entonces siento sus labios sobre los míos.
Apretando besos tiernos. Besos babeantes.
Besos empalagosos, resbaladizos y húmedos.
Tan húmedos que cuando nos separamos, seguimos unidos por los hilos de
nuestra saliva. La saliva de su lengua se acumula en mi boca y creo que somos uno.
Nunca he estado tan cerca de nadie, intercambiando alientos, intercambiando fluidos, 485
intercambiando amor.
Esto es amor.
Tan salvaje y enfermo y tan bonito.
Y no sé cómo es posible, pero me corro una vez más, apretando su polla en mi
culo, y siento que él también se corre. Llenando mi canal con su crema.
Y es maravilloso.
Y a los dos nos gusta tanto que no dejamos de venir en años.
Incluso cuando dejamos de corrernos, no dejamos de besarnos.
Nunca dejaremos de besarnos.
Nunca pararemos...
Pero lo hacemos.
Y lo hacemos a lo grande.
Un choque y un grito y luego mi visión se reduce a destellos.
Reign siendo empujado lejos de mí. La cara de horror de mi madre. La cara de
llanto de mi madre. Alguien saca a Reign de mi habitación. Alguien a quien no puedo
ver porque mi madre está ahora inclinada sobre mí. Mi madre me está haciendo algo
en las manos. Cuando mis manos se liberan me doy cuenta de que estaba desatando
el cinturón.
Pero no quiero que se desate el cinturón.
No quería que lo hiciera.
Estoy tratando de mostrarle a Reign que lo amo. Y que él también me ama. Y
ahora que ha tomado mi culito prohibido, me declarará su amor eterno. Porque fue
mágico, como sabía que sería, y es hora de que se enfrente a la verdad.
Es hora de que crea.
Quiero decírselo a mi madre.
Pero entonces me sienta en la cama, mientras llora y grita y dice cosas que no
entiendo. Pero cuando me envuelve en una manta que me da un calor que no quiero,
se me disipa la niebla.
Mi estado de coma se rompe y me doy cuenta de lo que está pasando.
Me doy cuenta de que la puerta...
La puerta no estaba cerrada.
Siempre cierro la puerta. Siempre.
Después de lo que pasó hace dos años, siempre me aseguro de cerrarla con
llave. No importa si estoy leyendo dentro o durmiendo o estando con Reign en mitad
de la noche. Mi habitación siempre está cerrada. Y hoy no lo estaba porque mi madre 486
y mi padre estaban muy preocupados por mí.
Y así, por supuesto, ha ocurrido lo peor.
Por supuesto, en mi insensata imprudencia, mi pesadilla se ha hecho realidad.
Entonces alejo a mi madre.
No sé de dónde saco fuerzas, pero la empujo con tanta fuerza que sus brazos se
sueltan de mi alrededor y salgo corriendo de mi habitación.
—Echo, para —grita mi madre—. Vuelve aquí.
Pero tengo que irme.
Necesito salvarlo.
Mi padre va a terminar lo que empezó hace dos años.
Así que me apresuro a bajar las escaleras y arranco por el pasillo para llegar
al salón. Donde me doy cuenta de que las cosas están aún peor. Porque está vacío y
la puerta principal está abierta de par en par.
Y Dios mío, veo gente.
Salgo corriendo por la puerta y se me cae el corazón al estómago.
Cae al suelo.
Porque mi padre está golpeando a Reign y él está dejando que mi padre lo
haga. Mi padre está literalmente golpeándolo y Reign no hace absolutamente nada
para detenerlo.
Nadie hace nada para detenerlo.
Toda esta gente —ni siquiera sé de dónde han salido— está simplemente ahí
de pie, boquiabierta y mirando, sin mover un solo dedo. Es exactamente como la
noche de la pelea.
Y como aquella noche, mis pies avanzan mientras grito:
—Papá, para.
Pero solo puedo dar un par de pasos antes de que me detengan. Otra vez, como
aquella noche.
Esta vez, por mamá.
Me ha alcanzado y me abraza. Intenta hacerme callar, pero yo no me callo.
—Papá, por favor. Deja de pegarle. Deja de pegarle. —Lucho contra su abrazo,
llorando y sollozando—. Papá, por favor. Dios mío, para. Por favor, para.
Pero no me escucha.
Mi padre simplemente no escucha y ahora, Reign está en el suelo y mi padre le 487
está dando patadas en el estómago. Y hay mucha sangre.
Hay moratones que florecen y cobran vida en su torso desnudo.
Así que me dirijo a Reign. Dirijo mis súplicas a él.
—Reign, contraataca —grito, todavía forcejeando, aun intentando apartar a
mamá—. Defiéndete, por favor. Por favor, no... —Me vuelvo hacia mi madre, que está
llorando—. Mamá, por favor. Detén a papá. Por favor. Va a matar a Reign. Por favor,
mamá, detenlo.
Algo de lo que he dicho le ha llegado y me suelta.
Probablemente para ir con papá.
Y estoy lista.
Yo también estoy lista para correr, pero entonces alguien me agarra.
Y es Lucas.
Lucas.
¿Qué hace Lucas aquí?
En ese momento me doy cuenta de que era él quien estaba en mi habitación.
Él fue quien se llevó a Reign.
Quiero preguntarle qué hace aquí. Pero decido que no tengo tiempo para eso.
No tengo tiempo para preguntas. Así que en vez de eso le digo:
—Déjame ir.
Al ver a mi madre intervenir, algunas personas también se han acercado. Están
intentando que mi padre pare. Y me siento tan aliviada, si es que alguien puede
llamarlo así, de que al menos a Reign no le estén pegando. Una vez más, intento ir
hacia él, pero Lucas no me deja.
De hecho, me arrastra.
Me arrastra dentro de casa y es tanto más fuerte que yo o incluso que mi madre
que apenas puedo resistirlo. Apenas puedo hacer que pare. Por no mencionar que no
puedo hacer mucho aunque quisiera por culpa de la estúpida manta. Porque si lucho
demasiado, perderé la poca dignidad que me queda.
Después de lo que acaba de pasar.
¿Pero qué ha pasado? ¿Quién entró en mi habitación?
¿Qué hace Lucas aquí?
Pero, de nuevo, no tengo tiempo para preguntas estúpidas.
Así que en cuanto Lucas me hace entrar por la puerta, le digo:
—¿Qué haces? ¿Por qué me apartaste? ¿Por qué...? —Trato de apartarlo—.
Tengo que volver ahí fuera. Necesito ir con él. 488
Me agarra de los brazos y me hace quedarme quieta.
—No necesitas ver eso.
—Pero yo...
—¿Te hizo daño?
—¿Qué?
—Tu vestido. Tu... —Frunce el ceño—. Tus manos. Estaban atadas.
—Oh, Jesucristo. —Intento apartarme de él otra vez—. Eso... Eso no es asunto
tuyo.
—Lo es —dice, apretando su agarre—. Si te estaba haciendo daño. Si él estaba
vio…
—No —grito, horrorizada—. No fue él. No fue...
Dios mío, qué está pasando.
¿Qué hago...?
¿Cómo es que Reign está ahí fuera, pasando por toda esa mierda ahora mismo,
y yo estoy aquí de pie, medio vestida, respondiendo a las ridículas preguntas de mi
ex novio sobre la violación?
—Yo quería eso, ¿de acuerdo? —le digo, con todo el cuerpo ruborizado y
tembloroso—. Lo deseaba. ¿Puedes dejarme ir ya, por favor? Necesito irme ya.
Necesito...
—Estaba en El Bardo Cachondo.
—¿Qué?
—Anoche. Estaba en el bar, Echo —me informa Lucas—. Estaba por ahí
buscando chicas.
—No, fue así. Fue allí con su hermano. Él... —Miro al techo—. Dios mío, ¿por
qué estamos hablando de esto? ¿Por qué estamos...?
—Sabía que haría esto.
—¿Hacer qué? —Aprieto los dientes—. ¿Hacer qué, Lucas? No ha hecho nada.
—Lo supe desde el principio. Sabía que te arruinaría. Sabía que sería malo para
ti. He sido amigo de él desde que éramos niños. Lo he visto pasar por chicas así y
cuando apareciste, se volvió loco por ti. Pude verlo. Pude ver lo mucho que te quería.
Pero supongo que le quedaba algo de decencia para dejarte ir y no intentar nada
contigo. Y gracias a Dios porque hubiera sido fácil para él. Porque estabas
completamente bajo su hechizo. Estabas completamente encaprichada con él, Echo.
—¿Qué?
—Podía verlo —dice—. Lo buscabas en la escuela. Le buscabas, intentando
fingir que no lo sabías. Te le quedabas mirando cuando creías que nadie te miraba. Y
yo... tenía que poner fin a eso. Tenía que protegerte, ¿lo entiendes ahora? Te amé
489
desde el primer momento, Echo. Y tenía que salvarte de él. Tenía que salvarte de ti
misma y desearía... Dios, desearía que me escucharas porque mira lo que hizo.
Parpadeo.
—¿Lo sabías?
Frunce el ceño.
—Lo hice, sí. Como dije, era fácil ver que estabas...
—No, sobre él. Que yo le gustaba. ¿Lo sabías?
—Sí. —Suspira bruscamente—. No tienes que parecer tan sorprendida. Como
él. Joder, en serio. ¿Qué creían los dos, que soy idiota? Que no me daría cuenta de
estas cosas, sus miradas, sus suspiros llenos de anhelo. Sí, lo sabía.
Y entonces hago una pregunta muy extraña, fuera de tema. Ni siquiera sé por
qué llegó a mi cerebro pero lo hizo y digo:
—¿Y la fiesta de Halloween?
—¿Qué?
—Aquella en la que dijiste que te emborrachó y te puso chicas encima. Él —
respiro temblorosa—, no hizo eso, ¿verdad? No...
Lucas frunce el ceño, sus facciones se arrugan.
—¿Qué más da ahora? Eso fue hace años. Eso fue...
—Contéstame —le digo—. ¿Lo hizo o no lo hizo?
Otro suspiro agudo de él.
—No, no lo hizo. Como de costumbre, esa noche estaba haciendo de niñera,
¿de acuerdo? Me emborraché y estuve a punto de besar a una chica. Y él me detuvo.
Me recordó que tenía una novia en la que tenía que pensar. Quien no me besaría, por
cierto. Pero eso está en el pasado, ¿de acuerdo? Y ya hemos hablado de esto. No me
importa todo eso. Y a ti tampoco debería porque yo no lo hice. No besé a nadie, y
entonces, ¿puedes volver a mí? ¿Puedes por fin ver que soy el chico adecuado para
ti?
—Fui yo —digo entonces.
—¿Qué?
—Besé a Reign esa noche. Fui yo quien empezó. Y lo hice porque había querido
besarle durante mucho tiempo. Porque lo amaba. Desde el principio. Y lo amo ahora.
Se congela.
Se queda quieto. En mi confesión.
Que solo di para hacerle daño.
Sí, puedo admitirlo. Puedo admitir que lo hice para lastimarlo. 490
Porque le hizo daño.
¿No es así?
Hirió a mi Reign. Ha estado lastimando a mi Reign durante años.
Lo sabía todo.
Todo.
Sabía que su mejor amigo, su hermano, me deseaba. Sabía que yo también
quería a su mejor amigo. Sin mencionar que mintió sobre Reign. En muchas
ocasiones. Porque lo de Halloween no fue la única vez que mintió. No fue la única vez
que Lucas me dijo algo que Reign había hecho y mi odio por Reign aumentó.
Y todo eso lo hizo porque sabía que a mí también me gustaba Reign, ¿no?
Vio lo locos que estábamos el uno por el otro, desde el principio, desde el
principio.
Pero aun así vino por mí.
Y aunque no me preocupo por mí en este escenario, sí me preocupo por él.
Mi Bandido.
Así que sí, lo hice para hacerle daño.
—Maldita zorra —exhala, con ojos duros y furiosos.
Y entonces no me importa. No me importa si se me resbala la manta o pierdo
toda mi dignidad, voy por él.
Voy por su cara. Su pelo, su pecho. Su maldita ingle.
Me vuelvo loca. Me vuelvo nuclear.
Y no paro hasta que oigo sirenas.
Policías.

491
El Bandido

—¿E
stás bien?
—Sí —le digo a mi hermano, mirando por la
ventanilla del coche mientras él conduce y yo veo
pasar el mundo.
Suspira, se remueve en su asiento.
—No van a presentar cargos.
—No importa.
—Porque, bueno, no vamos a presentar cargos.
—No hay nada por lo que presentar cargos.
—Te rompió la nariz.
Me encojo de hombros, prefiriendo guardar silencio. 492
No hay nada que decir, excepto que ojalá me hubiera roto algo más que la
nariz.
Durante un rato, cuando el Sr. Adler me daba patadas en las costillas, tuve
grandes esperanzas de que me rompiera al menos una de ellas. Pero no hubo suerte.
Salí casi ileso.
Unos cuantos moratones, una nariz rota y una noche en una celda.
Eso también solo porque yo insistí.
Dije que volvería a casa de los Adler y terminaría lo que él había empezado, y
así me tuvieron dentro hasta que me tranquilicé lo suficiente. Y bueno, porque le dije
a mi hermano que no se tirara los trastos a la cabeza y abogara.
Si mi padre viviera, me quedaría allí para siempre; él lo haría así.
Así las cosas, se ha ido y mi hermano tiene la ilusión de que soy un buen tipo y
no merezco pasar mi vida en la cárcel. Por no mencionar, que tiene suficiente dinero
para hacer que estas cosas sucedan y aquí estamos.
Yo volviendo en su Bentley después de pasar una noche en la cárcel.
—Podrías haberte defendido.
—No.
—¿No vas a ese gimnasio de boxeo? Entonces no es como si no supieras.
—No quería.
Hace un sonido de no compromiso. Entonces:
—Bueno, tal vez esto ayude con tu menguante credibilidad en la calle. Dado
que tus viejos moratones se estaban desvaneciendo y ahora tienes nuevos.
—Sí, las reuniones deberían ser interesantes otra vez.
Oigo una risita.
—Así que la amas.
Veo pasar un árbol con flores rosas.
—Sí.
Es inútil negarlo.
Es inútil llamarlo algo que no es.
Es amor.
Aunque me he enterado hace poco.
Que lo que siento por ella se llama amor.
Estos celos irracionales. Esta loca obsesión. Esta loca necesidad de acercarme
a ella, de meterme de algún modo en su cuerpo y vivir allí. De alguna manera meterla
dentro del mío para que pudiera vivir envuelta en mi corazón. 493
Si por mí fuera, lo llamaría enfermedad.
Pero supongo que el amor también funciona.
O tal vez en alguien como yo el amor se parece a la enfermedad, no lo sé.
Lo único que sé es que sí.
La quiero.
—¿Y cuál es el problema? —pregunta.
—Yo —le digo, sin dejar de mirar por la ventana—. Yo soy el problema.
Un par de minutos de silencio.
Entonces:
—¿Cómo es eso?
—No soy tú —respondo.
—¿Qué?
Suspiro, las costillas me palpitan con un dolor sordo que sé que no tiene nada
que ver con la paliza que me han dado —no ha sido nada; las he pasado peores—,
sino con este amor que llevo dentro.
—No soy bueno —le digo—. No soy responsable. No sigo las reglas como tú.
—De acuerdo. ¿Y?
—Así que soy el segundo hijo. Soy la decepción.
Pasan otro par de minutos antes de que Homer pregunte:
—¿Y?
Vuelvo a suspirar, esta vez con fuerza.
—Y tengo miedo de ser siempre así. Tengo miedo de decepcionarla como hago
con todos los demás. Y ella se merece algo mejor que yo.
Eso es, ¿no?
Siempre ha sido así.
Lo que se merece y lo que soy.
Quiero decir, mira lo que pasó. Mira lo que hice anoche.
No solo violé su cuerpo, también violé su intimidad.
En lugar de dejarla en paz como un ser humano decente, de protegerla como
un ser humano decente, la expuse al mundo. Todo porque no podía soportar lo que
me había dicho.
Quería purgar esta angustia dentro de mí.
Que sus palabras habían causado.
Y la única forma que conocía era ir a verla. 494
Demostrarle que no soy el tipo que ella cree que soy.
Y bueno, lo hice, ¿no?
Así que sí, yo soy el problema.
—Nunca quise dirigir la empresa —dice Homer.
—¿Qué?
—Nunca quise formar parte de esto.
—Sí y por eso te entrenaste tan duro para ello toda tu vida.
Se ríe de nuevo.
—Nunca dije que sabía que no lo quería.
Frunzo el ceño, sin dejar de mirar por la ventana.
—No fue hasta que falleció y me convertí realmente en el jefe... En realidad —
recula—, no fue hasta que dejé la universidad y fui a la escuela de posgrado cuando
me di cuenta de que no quería dedicarme a esto.
Finalmente me vuelvo hacia él.
—¿De qué coño estás hablando?
Me mira durante un segundo.
—Me di cuenta de que no quería sentarme en una oficina todo el día y dirigir
reuniones. No quería leer informes y hacer tratos y todo lo que eso conlleva. Pensé
que lo quería. Me dijeron que lo quería. Y cuando la gente te dice algo, cada día de tu
vida, empiezas a creerlo. Sus creencias se convierten en tus creencias. Y antes de que
te des cuenta, estás atrapado. Estás enjaulado y no sabes qué hacer. No sabes cómo
liberarte, si es que puedes liberarte aunque lo intentaras. Así que estás atrapado. A
veces te quedas atascado para siempre. A veces no tienes la oportunidad de
desatascarte.
Le miro fijamente, mi hermano mayor, con su traje de tres piezas, sin
despeinarse.
Todo apropiado y perfecto.
Me mira de nuevo, con los labios torcidos en una sonrisa sin gracia.
—Me dijo que yo era el heredero. Que se suponía que tenía que ser de una
determinada manera, y yo le creí. Tú también le creíste, ¿verdad?
Trago grueso.
Cuando ella me había dicho lo mismo, me enfadé. Estaba furioso.
Que tuvo la osadía de echarme en cara todo lo que había compartido con ella.
Le mostré las partes que yo mismo no reconozco que están ahí y ella las cogió y me
las echó en cara.
El abuso. Los rumores. Las malditas mentiras que la gente creía sobre mí.
495
Pero ahora, mirando a mi hermano, no siento la misma rabia.
Siento... miedo.
Creo que él —y a su vez ella— podrían tener razón.
—Sé que lo hiciste —continúa—. No te culpo. Nos engañó a los dos. Y eso es
porque él es la decepción.
—¿Qué?
Otra mirada hacia mí. Luego:
—La decepción no eres tú, Reign. Tardé algún tiempo en darme cuenta. No eres
tú, son ellos. Es el mundo. El mundo te ha decepcionado. Nuestro padre, que se
suponía que era una figura de autoridad amorosa y paciente, abusó de ti. Nuestra
madre, que debería haberte cuidado, protegido, le dejó hacerlo. Incluso ahora,
¿dónde coño está? De vacaciones en Italia en lugar de estar preocupada por su hijo.
Tu hermano, yo, otra vez que debería haber cuidado de ti, te ignoró. Y tu mejor amigo.
Que ayer se plantó delante de la policía y dijo que intentabas forzar a alguien. Mintió
sobre ti a la policía. Intentó arruinar tu vida. ¿Cómo llamas a eso, sino una jodida
decepción épica?
Lucas se lo dijo a la policía.
Que cuando abrió la puerta de su habitación, la encontró atada y llorando.
Encontró su ropa arrancada y a mí encima, forzándola. Violándola.
Es una decepción, ¿verdad?
Sabía que no estábamos en buenos términos. Lo sabía.
Sabía que me odiaba. Yo también le odiaba.
Pero nunca esperé que hiciera lo que hizo. De hecho me sorprendió por un
segundo que lo hiciera. Pero luego, como siempre, lo acepté.
Lo acepté porque pensé que decía la verdad.
Estaba abusando de ella.
No en el sentido de una violación, sino en el sentido de que la he utilizado
egoístamente.
Donde he estado egoístamente, a propósito, manteniéndola conmigo para
saciar mis propias necesidades.
Así que me creí todo lo que dijo.
Me lo creí.
—No lo hizo —digo entonces.
—¿No hizo qué?
...no creía los rumores. Las mentiras. 496
En realidad nunca lo hizo. Ni siquiera cuando nos conocimos. Fue mi
comportamiento de imbécil lo que la alejó, lo que finalmente la convenció de que
debía odiarme. No los chismes sobre mí.
Ayer tampoco se lo creía. Cuando de nuevo, yo estaba tratando de hacer lo
mismo. Tratando de mostrarle quién soy en el fondo.
De hecho, me defendió.
Se paró frente a todos, sus padres, la gente de la mansión, los policías, Lucas,
y dijo que no. Ella seguía diciendo que me amaba. Que me quería, que lo deseaba.
Que Lucas estaba mintiendo. Todos mentían.
Excepto yo.
Tragando saliva de nuevo, respondo:
—Ella no me ha decepcionado. No me ha decepcionado. Jamás. De hecho, me
dijo que yo no era una decepción en absoluto. No para ella.
—Sí —asiente mi hermano—. Lo que solo puede significar una cosa.
—¿Qué?
—Que ella también te ama.
Me vuelve a doler el pecho.
Y de nuevo, no es por la paliza que recibí. Es por lo que siento por ella.
El amor.
Ella me ama.
Sé que lo ha dicho muchas veces. Pero recién ahora lo estoy asimilando.
Me ama.
Me ama, joder. Me ama desde esa primera noche.
Me ha amado incluso cuando me odiaba.
Incluso cuando hice que me odiara.
—Así que mi pregunta de nuevo: ¿Cuál es el problema? ¿Qué coño estás
haciendo?
Exactamente.
¿Qué coño estoy haciendo?
Ella me ama. Aparentemente yo también la amo.
Yo creo que soy una decepción. Ella no lo cree. Ni siquiera mi hermano.
Dice que creo en las cosas equivocadas. Creo en la gente equivocada.
Y si puedo creer a la gente equivocada, si puedo creer al mundo y a la mierda
de mi padre, ¿por qué no puedo creerla a ella? La única persona que nunca me ha
decepcionado. La única persona que me ha amado a pesar de todo. 497
¿Por qué no puedo creer lo que ella cree de mí?
Santo cielo.
Mierda.
Miro a mi hermano, el dolor aumenta en mi pecho.
—Nada.
—¿Qué?
—No hay ningún problema. Quiero decir, yo soy el problema pero realmente
no hay problema.
Y si le creo, si sigo creyéndole, entonces tal vez un día...
Un día podré creerlo yo mismo.
Que en realidad soy más de lo que me dijeron que era.
Realmente soy más que un segundo hijo.
—Por fin, puta madre —murmura Homer.
—Maldijiste. Otra vez.
—Parecía la ocasión para ello.
Mis labios se crispan.
—No va a ser fácil, para que lo sepas —dice entonces—. Ir tras ella, quiero
decir.
—Lo sé.
No solo no la protegí anoche, también me aseguré de que estoy en la lista de
mierda permanente de sus padres. El tipo de lista de mierda de la que nunca podré
salir.
Pero voy a intentarlo.
Y seguiré intentándolo hasta que lo consiga.
Porque, como ella, no voy a rendirme.
No en ella. No en mí.
No en este amor.
—Porque ser pillado desnudo en la habitación de su hija no es la forma en que
quieres empezar con sus padres —añade Homer.
Me restriego una mano por la cara dolorida y magullada.
—Voy a necesitar una corbata.
—Vas a necesitar mucho más que una corbata, pero empezaremos con eso.
—¿Por qué tengo la sensación de que estás disfrutando con esto?
—Porque es así. —Luego—: Además, ser bueno se vuelve aburrido. 498
Y entonces me derrumbo y lo digo.
—Lo sé.
—¿Sabes qué?
—Por qué querías que trabajara contigo durante un año.
Se pone rígido.
—Para que puedas ganarte el dinero.
—No —le digo—. Para que puedas ganarte mi confianza y llegar a conocerme.
Sus dedos se tensan sobre el volante.
—Y no te culpo.
—¿No?
Sacudo la cabeza, riendo sin gracia.
—Porque si no, nunca te habría dado una oportunidad. —Luego—: No confío
en lo fácil.
Su postura permanece rígida.
—Lo sé.
—Y no es culpa tuya.
—¿Qué no lo es?
—Que no estabas allí. Nunca te lo dije. No lo sabías. Y cuando lo hiciste —hago
una pausa para tomar aliento—, viniste por mí.
Se toma su tiempo para responder.
Probablemente absorbiendo mis palabras.
La verdad.
Porque no le culpo. Ya no.
Es duro culpar a alguien que intenta hacer lo correcto.
Que intenta ser más de lo que siempre supiste que era.
Hace otro sonido de no compromiso, lo que significa que no se lo creyó. La
verdad. Lo cual está bien, supongo. Seguiré diciéndoselo entonces.
Hasta que lo haga.
Y luego:
—Si la oferta de tu club de fútbol sigue en pie, me encantaría unirme a ustedes.
Eso hace que se relaje.
También le hace sonreír un poco.
—¿Sí? 499
—Sí. Me encantaría tener la oportunidad de patearte el culo.
Se ríe de nuevo.
—Sí, ya lo veremos.
Yo también me río.
Y luego pienso en lo feliz que se pondrá. Cuando se lo diga.
Que estoy haciendo lo que ella siempre quiso que hiciera.
Que estoy estrechando lazos con mi hermano.
Pero más que eso, estoy creyendo.
Creo.
En lo que me dijo. En ella.
Y el hecho de que estoy enamorado de ella. Llevo años enamorado de ella y
por fin, joder, por fin voy a dar el paso.
Por fin voy por ella.
Mi dulce, amante del rosa, descarada, reina del drama Bubblegum.
É
l mintió.
Por mí.
En todo esto, eso es lo único en lo que puedo pensar. Que le mintió
a Lucas.
Sobre el beso.
Quién empezó. Le dijo a Lucas que fue él. Y lo hizo para protegerme. Para
mantenerme a salvo. Para de alguna manera hacer que Lucas y yo llegáramos a una
reconciliación.
Y nunca lo hubiera sabido.
Si Lucas no lo hubiera soltado anoche.
Nunca hubiera sabido que me protegía incluso entonces.
Pero entonces, ¿estoy realmente sorprendida? 500
Siempre me ha protegido. Siempre ha velado por mí, incluso cuando pensaba
que era lo peor de mi vida.
No lo era. Nunca lo fue.
Fue lo mejor que me ha pasado nunca. Lo más mágico y trascendente.
Mi Bandido.
Lo que hace que lo que hice anoche sea aún peor.
Mientras él me protegía desde el primer día, yo dejaba que mi ira y mi
mezquindad se apoderaran de mí.
Y por eso está en la cárcel, ¿no?
O mejor dicho, por eso tuvo que pasar la noche en una celda.
Porque en mi furia vengativa, le dije a Lucas la verdad. Y ese imbécil se
desquitó con su mejor amigo. Ese bastardo al que creía querer. Con el que quería
volver. Sin mencionar que es el imbécil por el que aún me siento culpable.
A pesar de saber que sincerarme con Lucas en el funeral era la decisión
correcta, seguía sintiendo que mi ceguera absoluta y mi falta de autoconciencia le
habían hecho daño de la peor manera. Todo este dolor podría haberse evitado si
hubiera sabido quién y qué quería.
Mientras eso siga siendo cierto, que se joda.
Que le jodan a él y a su puto dolor.
Que se joda por desquitarse con el tipo que siempre, siempre le apoyó. Le
apoyó y le quiso como a su propio hermano.
Acusó a ese tipo del peor crimen que se te pueda ocurrir.
Lo peor.
Y yo tuve algo que ver. Yo.
Si no hubiera dejado escapar la verdad sobre el beso, Lucas nunca habría
hecho lo que hizo.
Además, dejé la puerta abierta, ¿no?
—Oye.
Parpadeo ante la voz —la de Jupiter— y me centro. Creo que llevo un rato
mirando fijamente a la ventana de mi habitación y he empezado a preocupar a mis
amigas: Jupiter, Poe, Callie y Wyn.
Hoy están todas aquí; vinieron a primera hora de la mañana, cuando llamé a
Jupiter para contarle todo lo que había pasado anoche. El hecho de que todas ellas
abandonaran todo lo que les pasaba en la vida —Poe y Wyn se van a mudar pronto a
Nueva York con sus novios, Callie tiene una hija recién nacida, Jupiter abandonó a su
hermana pequeña, Snow, después de haber lamentado ya el hecho de haber estado
alejada de Snow durante dos años; Jupiter quiere a su hermana con locura— y que
501
vinieran a rescatarme es suficiente para hacerme romper a llorar y dar gracias a mis
estrellas de la suerte por haberlos conocido de algún modo.
—Hola —le digo.
Ella sonríe tristemente.
—¿Alguna novedad?
Mis dedos se aprietan alrededor del teléfono en mi regazo.
—No.
—Bueno, quizá solo esté… —se encoge de hombros Callie, sentándose en la
cama frente a mí, apoyada contra el poste de la cama—, ocupado.
—Exacto. —Asiente Poe, que está sentado a mi lado como Jupiter—. Tal vez
acaba de salir y no ha tenido oportunidad de revisar su teléfono.
No, todas sabemos que salió a primera hora de la mañana y ahora es de noche.
Pero entiendo su necesidad de hacerme sentir mejor.
Comprendo toda su necesidad de hacerme sentir mejor.
No es que puedan, pero aun así.
—O su teléfono murió —ofrece Wyn desde al lado de Callie—. Es una
posibilidad. Pasó toda la noche en una celda. No pudo cargar su teléfono
exactamente.
Todas murmuran y yo les sonrío.
—Gracias, chicas. Tal vez esté bien. Quizá no haya... —Me aclaro la garganta—
. Y ya saben, pueden irse. Voy a…
—No —dice Jupiter con determinación—. No iremos a ninguna parte.
—Vamos a quedarnos aquí contigo —añade Poe—. Todo el tiempo que
necesites, ¿bien? Sabemos cómo te sientes. Mil pensamientos deben estar corriendo
por tu cabeza en este momento. Todos ellos malos. No quieres estar sola con ellos.
Tienen razón.
No quiero.
Pero también me siento mal por sacarlas así.
—Cuando Reed —empieza Callie con la tristeza parpadeando en sus ojos
azules—, no admitía que me quería, me sentía tan desgraciada, ¿sabes? Como aquí.
—Se lleva una mano al pecho—. Solía sentir como si me hubieran arrancado un trozo
de corazón o algo así. Todo parecía tan descolorido y sombrío. Así que sí, lo sé. Todos
lo sabemos. Lo que significa que nos quedaremos todo el tiempo que nos necesites.
—Sí —asiente Jupiter—. Por no hablar de toda la mierda que pasaste con la
policía y la gente estúpida e ignorante.
Wyn asiente.
502
—Lo mismo le pasó a Conrad. Por culpa de mis padres. Mi padre hizo que lo
arrestaran. —Sacude la cabeza—. Todavía no puedo creerlo. Todavía no puedo creer
que se lo llevaran así. Así que nos quedamos.
Sí, ocurrió cuando aún estábamos en St. Mary.
Aunque por aquel entonces yo no era amiga de Wyn ni de ninguna de estas
chicas, excepto de Jupiter, sí que vimos llegar a un par de tipos y llevarse a Conrad,
o más bien al entrenador Thorne. El padre de Wyn usó su influencia para que lo
arrestaran por estar involucrado con ella.
Así que lo sabe.
Y una lágrima corre por mi mejilla.
Tanto por mí como por ella, porque ahora que sé lo que se siente, ver al hombre
que amas siendo arrastrado de esa manera, esposado y sangrando... No se lo desearía
a nadie.
—Bueno, gracias. Sé que no es... suficiente, pero...
—Cállate. —Jupiter me da un abrazo lateral—. No tienes que agradecérnoslo.
Somos mejores amigas y eso es lo que hacen las mejores amigas.
Todas están de acuerdo y les digo que tengo que ir al baño a refrescarme. Pero
en realidad voy porque no puedo deshacerme de las imágenes de anoche.
Van y vienen.
Los flashes.
El hecho de que sucediera realmente, cada una de las cosas que sucedieron,
sigue siendo surrealista para mí. Todavía me parece irreal. Bizarro. De pesadilla.
Una broma extravagante.
Primero que fue Lucas —una vez más— quien nos encontró así.
Al parecer, había venido a hablar conmigo porque le había enviado esos dos
estúpidos mensajes de texto hacía un par de días. Mis padres le dijeron que estaba
enferma en la cama y, como siempre han confiado en él y les cae bien, le dejaron
subir y llamar a la puerta de mi habitación.
E hizo eso, pero yo no lo había oído.
Así que la abrió para ver cómo estaba.
Cuando se dio cuenta de lo que había encontrado, avisó a mis padres y mi
madre vino corriendo. El hecho de que fuera mi madre y no mi padre quien me viera
así, es probablemente el único consuelo que puedo sacar de esto.
Luego vinieron los llantos, los golpes, los gritos mientras todo el mundo —o al
menos todo mi mundo— miraba, y Lucas arrastrándome hacia dentro.
Y me dijo la puta verdad.
Mostrándome sus verdaderos colores. 503
No estoy segura de quién llamó al novecientos once, pero quienquiera que
fuera probablemente salvó la vida de Lucas, para mi desgracia. Porque antes de eso,
estaba empeñada en matarlo con mis propias manos. Estaba empeñada en vengarme
por Reign.
De cómo durante años, Lucas se aprovechó de él.
Durante años, dejó que Reign sufriera. Dejó que Reign fuera torturado y
agonizara por el hecho de que me quería a mí, la chica de su mejor amigo. Todo el
tiempo esparciendo rumores sobre él. Mintiéndome sobre él.
Pero como dije, cometí un grave error yendo tras Lucas de esa manera.
Así que cuando llegó la policía, hice todo lo que pude para corregirlo. Hice
todo lo que pude para convencerlos de que lo amaba. Que todo lo que pasó fue
consentido. Todo lo que pasó entre nosotros anoche estaba tan lejos de esa palabra
fea y horripilante de la que Lucas acusaba a Reign, que ni siquiera sabía cómo alguien
podía pensar diferente.
Cómo alguien podía pensar que era otra cosa que amor.
Yo le amaba y él me amaba aunque no lo supiera.
Eso era amor.
Siempre ha sido amor, esta cosa entre nosotros.
Aun así, se lo llevaron.
Y ahora no puedo ponerme en contacto con él. No me devuelve los mensajes.
No contesta mis llamadas. Hace una hora más o menos, mis llamadas comenzaron a ir
a su buzón de voz.
A pesar de lo que dicen mis amigas, creo que sé por qué.
Creo que ha terminado conmigo.
Terminó conmigo la noche que le dije que lo amaba. Vino a decírmelo, a
demostrarme que se había acabado. Y solo porque todo se fue a pedazos una vez más,
no significa que haya cambiado de opinión.
Así que sí, se acabó.
Y creo que me estoy muriendo.
Yo también lo habría hecho. De pie junto al lavabo, mirando mi cuerpo pálido
y sin vida en un vestido rosa, mis piernas temblorosas habrían cedido y me habría
caído muerta al suelo, si no hubiera oído que llamaban a la puerta.
—¿Echo? —dice Jupiter, con urgencia—. Sea lo que sea que estés haciendo ahí
dentro, que sé que no es para lo que se usa un baño desde que sabes que tengo esos
sentidos, tienes que salir. Ahora mismo.
Me agarro al borde del lavabo.
504
—Estaré... estaré fuera en un segundo. Eh…
—No, no en un segundo. Ahora mismo. —Incluso sacude el pomo—. Sal de
aquí. Ahora mismo, joder.
—Ella tiene razón —dice Poe, llamando a la puerta—. Ven aquí.
A lo que sigue el mismo tipo de órdenes de Callie y Wyn. Y confusa y también
alarmada porque quién sabe qué nueva pesadilla infernal es esta, abro la puerta.
—¿Qué...?
Pero Jupiter me toma de la mano y empieza a arrastrarme. Me saca de mi
habitación, me lleva por el pasillo hasta el rellano y, una vez más, quiero preguntarle
qué demonios se cree que está haciendo.
Pero de repente, no me importa.
No me importa nada, ni una sola cosa en todo este mundo, excepto eso.
Excepto él.
Parado en mi puerta.
No, llenando toda mi puerta con sus anchos hombros y esa imponente figura
que desde el primer día —incluso cuando solo tenía quince años— me ha fascinado.
Y no solo de pie y llenando toda mi puerta, está de pie y llenando toda mi puerta
con una rosa en la mano.
Una sola rosa blanca.
Y Dios, lleva corbata.
Una corbata negra sobre una camisa de vestir granate oscuro.
Y... y... está bien afeitado.
¿Cuándo fue la última vez que lo vi sin su barba incipiente? No me acuerdo.
Además, ahora lleva el pelo corto y de punta, como el primer día que volvió a mi vida
en el Bardo Cachondo.
En las últimas semanas le había crecido el cabello, que serpenteaba a un lado
de la cara y rodeaba el cuello. Y aunque aún no había recuperado la longitud que
tenía cuando vivíamos en la mansión, lo estaba consiguiendo y, Dios mío, me
encantaba hundir las manos en aquellos mechones oscuros.
Me encantaba tirar de ellos, tirar de ellos.
De hecho, eso es lo que estuve haciendo todo el tiempo anoche y...
¿Qué estoy haciendo?
¿Por qué estoy simplemente de pie aquí, mirándolo, cuando él está aquí?
Está aquí.
¿Qué hace aquí?
—Salí a buscarte algo de comer —me susurra Jupiter al oído, mientras todas
505
mis chicas se ponen a mi alrededor, observándome—. Y sonó el timbre mientras
subía y él estaba allí. Así, sin más, y corrí a buscarte.
Estoy a punto de hacer lo mismo, correr quiero decir.
Cuando escucho esto:
—¿Qué haces aquí?
Es mi madre.
Y me doy cuenta de que no está solo. Está en la puerta con una rosa y una
corbata, y mis padres están delante de él. Y lo están mirando igual que yo. Como
todas las chicas que me rodean.
Su pecho se mueve en un suspiro y aprieto las manos.
Porque parecía que se había estremecido.
Como si le doliera la respiración y fuera por los golpes, ¿no?
Todos los puñetazos, patadas y Dios sabe qué más que mi padre le propinó
cuando llegué a ellos. Así que, de nuevo, estoy a punto de bajar corriendo hacia él,
pero Jupiter me agarra la mano y Poe me agarra la otra.
Ambas niegan con la cabeza, y no lo entiendo.
¿Por qué me detienen? ¿Por qué...
—Esto es —empieza, y contengo la respiración—, para usted.
Le ofrece la rosa a mi madre y noto que sus hombros se endurecen. También
me doy cuenta de que no hace ademán de cogerla.
Y continúa:
—Tengo que admitir que fue idea de mi hermano —con una pequeña sonrisa
de autocrítica—. No se me dan muy bien estas cosas. Pero me dijo que debía llevar
algo y lo único que se me ocurrió fue una rosa. Una rosa blanca. Para la paz.
Mi madre sigue sin hacer ningún movimiento para aceptarla y yo ya estoy
harta.
Intento ir de nuevo.
Pero de nuevo, mis amigas me detienen.
Jupiter articula, Todavía no.
Poe va, Espera. Déjale hacer esto.
Que haga qué, quiero preguntar.
No necesita hacer nada. Lo que necesita es a mí ahora mismo, yendo hacia él y
disculpándome por lo que hice. Por mi participación en lo que pasó anoche. Pero mi
padre elige ese momento para dar un paso adelante, rompiendo mis pensamientos,
y yo agarro con más fuerza las manos de mis amigas. 506
—¿Qué demonios haces aquí? —pregunta mi padre, amenazante.
Pero mi madre está ahí para calmarlo. Le pone una mano en el brazo y le dice:
—Scott, no.
Los hombros de mi padre se endurecen, pero a mi madre no le importa. Se
vuelve hacia Reign y finalmente, finalmente, acepta la rosa.
—Gracias.
Le dedica una breve y sombría inclinación de cabeza antes de volverse hacia
mi padre, que sé —aunque esté de espaldas— que ahora mismo está furioso, y le dice:
—He venido a disculparme.
—No necesitamos…
Mi madre lo detiene de nuevo con un bajo.
—Scott.
Observo cómo la mandíbula de Reign se tensa durante un segundo antes de
que vuelva a exhalar.
—Lo comprendo. Entiendo que esto debe de ser difícil para ambos.
Probablemente soy la última persona a la que quieren ver en la puerta de su casa.
Especialmente cuando es la primera vez que hago esto. Parado en su puerta. —
Mantiene la mirada en mi padre, los hombros rectos, los pies separados—. Y eso es
lo primero por lo que me gustaría disculparme. Que esta es la primera vez. Que en el
pasado, violé la privacidad de tu casa, entrando en ella como un ladrón. Entrando a
hurtadillas como un ladrón. Se merecían algo mejor y nunca se lo di. Nunca pensé en
lo irrespetuoso que era todo esto.
—No, no lo has hecho —suelta mi padre y noto que la mano de mi madre en su
brazo se aprieta cada vez más.
Esto es insoportable para mí.
Yo, sin poder verlo bien. No ser capaz de tomar su mano y estar a su lado.
Mientras él se enfrenta así a mis padres.
Pero creo que entiendo por qué mis amigas me detuvieron.
Creo que tienen razón; tiene que hacerlo.
Tiene que disculparse con mis padres.
Está claro en su cara —en su hermosa y de nuevo magullada cara— que
necesita afrontar esto de frente, lo que pasó anoche. Que necesita decir las cosas que
está diciendo, y nadie lo sabe mejor que yo.
Que siente las cosas profundamente. Mucho más profundamente que nadie que
yo haya conocido.
Arrepentimiento. Culpa. Lealtad. 507
—No lo hice —continúa, moviéndose sobre sus pies—. Y eso es culpa mía. Es
algo con lo que tendré que vivir. Pero lo peor con lo que tendré que vivir es el hecho
de que yo… —Hace una pausa para respirar hondo otra vez y Dios, puedo ver cuánto
le duele—. No la protegí. Fallé anoche —dice con los ojos nublados y la voz baja y
áspera—. Y puedo soportar cualquier cosa en el mundo, cualquier cosa, excepto eso.
—Su mandíbula se aprieta un poco—. Desde que la conocí, a su hija, yo... Bueno, he
hecho muchas cosas jodidas. He hecho muchas cosas de las que me arrepiento en lo
que a ella respecta. Y siempre lo achaqué a lo que soy. Una decepción. Siempre he
sido eso. Siempre me he enorgullecido de eso, pero... —Otro apretón de
mandíbula—. Esto es lo único que nunca podré perdonarme. La única cosa por la que
no quiero ningún perdón. Eso me perseguirá para siempre, no haber sido capaz de
mantenerla a salvo. No siendo capaz de mantenerla fuera de peligro.
En esto, se hace realmente difícil simplemente quedarse aquí y dejarle hacer
esto.
Realmente difícil no ir a él y poner fin a esto.
No me importa si él quiere hacer esto. Si quiere disculparse o arreglar las cosas
o lo que sea que esté haciendo ahora mismo.
Me da igual.
Tengo que hacerle saber que fui yo quien falló. Fui yo quien dejó la puerta
abierta. Fui yo quien provocó a Lucas.
Yo. Yo. Yo.
No él.
—No lo hiciste —dice mi padre, sus palabras suenan apretadas—. No
protegiste a mi hija. Hiciste que yo tampoco la protegiera. Tienes razón. Eres la última
persona que querríamos ver en nuestra puerta. Porque no solo entraste en mi casa y
le faltaste el respeto a mi familia, sino que también descarriaste a mi hija. La
convertiste en algo que ya no reconocemos. Una extraña y…
—Scott, para —dice mi madre con severidad.
—Pero...
—No, ahora no —le dice mamá a papá, antes de dirigirse a Reign—.
Agradecemos que hayas venido y nos hayas dado la cortesía de disculparte. Pero
como tú y mi marido ya han dicho, eres la última persona a la que queremos ver o con
la que queremos tener algo que ver. Eres la última persona en la que queremos
pensar. Porque sí, has convertido a nuestra hija en una extraña. Una extraña que
guarda secretos, dice mentiras y actúa a nuestras espaldas. Esa no es la hija que
criamos. La criamos para ser buena. Para seguir las reglas. Para ser responsable y
cuidar de la familia. Pero... —Ella suspira—. No eres fuiste el único.
—Anoche me di cuenta de que nosotros también teníamos algo que ver en esto.
Tuvimos una larga charla, Echo y nosotros, anoche. Y me di cuenta de que, aunque le
enseñamos a ser buena, a cuidar de la gente a la que quiere, nos olvidamos de
508
enseñarle a ser buena consigo misma, a cuidar de sí misma. Me olvidé de eso. Una
hija aprende de su madre, y yo siempre fui una niña buena. Siempre seguí las reglas
y eso es lo que le enseñé. Eso es lo que le enseñamos. Quizá porque mi madre
también me lo enseñó a mí, no lo sé. Pero mientras crecía, le enseñé a Echo a ser
como yo misma. Era importante porque siempre luchábamos por las cosas, y
después, con el accidente de mi marido, tuve que hacer compromisos y concesiones,
y tal vez dependí demasiado de ella para que las cosas siguieran funcionando. Así
que sí, me olvidé de enseñarle a ponerse a sí misma en primer lugar, y eso es lo que
lamento. Es algo con lo que viviré.
Mi visión es borrosa pero puedo ver que mi madre se mantiene rígida. Mi
padre también. Y desearía no haberles contado todo esto. Ojalá no hubiera tenido esa
larga charla con ellos anoche.
Cuando confesé todo lo que había en mi corazón.
Salí de mi escondite y les hablé de mi relación con Lucas, de lo rota que estaba
y de cómo ni siquiera lo sabía. Sobre el error que cometí hace dos años que me llevó
a St. Mary y lo mucho que me arrepiento, pero realmente me gustaría dejarlo atrás.
Y entonces les conté todas las cosas con las que lucho, con las que siempre he
luchado.
Ser buena. Ser perfecta. Ser feliz y no culpable todo el tiempo.
Y escucharon, en silencio, con atención.
Bueno, mi madre lo hizo. Mi padre interrumpía con su propio enfado. Pero
ambos prestaron atención a lo que yo decía y, por difícil que fuera la conversación,
sentí alivio al final. Sentí que era una conversación importante.
Además, por fin podía hablarles de St. Mary, de mis amigas y de mi estancia
allí. Así es como todos mis amigos pudieron venir y pasar todo el día conmigo.
Pero tampoco quiero que mi madre se culpe por cosas del pasado. Tampoco
quiero verla sufriendo. Solo quiero seguir adelante. Quiero que nuestra familia mire
hacia el futuro.
—Y Echo nos dijo que fuiste tú quien se lo enseñó —continúa—. Que necesita
cuidar de sí misma. Que necesita... ponerse a sí misma en primer lugar y yo... te estoy
agradecida por ello. Y también por la Universidad de Nueva York. Por darle una
segunda oportunidad y...
—Se lo merece —dice con determinación—. Se merece lo que quiera.
Los hombros de mi madre suben y bajan en un suspiro.
—Sí. Pero de nuevo, eso no significa que sea fácil para nosotros, tenerte aquí.
Que nuestra hija te diga que te ama. Que quiere estar contigo. Especialmente cuando
sabemos, cuando siempre hemos sabido cosas de ti. Cuando hemos oído cosas, visto
cosas. 509
En este momento, mi madre ha tomado la mano de mi padre y están ahí de pie
como un equipo, y caramba, yo también quiero hacer eso.
Quiero hacer nuestro propio equipo. Con Reign.
No quiero que se quede ahí, tenso y solo, con las manos en los costados. Quiero
deslizar mi mano entre las suyas y quedarme a su lado. Ahora y siempre.
Pero mis amigos siguen sin dejarme ir y mi madre empieza a hablar.
—Echo también nos ha hablado de eso. Sobre los rumores y cómo son falsos.
O exagerados. Cómo la verdad es diferente. Sobre usted y el Sr. Davidson. Nunca nos
dio detalles, pero nos cuesta creerlo, ¿entiendes? Porque le debemos mucho a tu
padre. La mayoría de nosotros aquí lo hacemos. Pero a pesar de los recientes
acontecimientos, elegimos creerle. Lo que significa que cuando dice que está
enamorada de ti...
—¿Cuáles son sus intenciones hacia nuestra hija?
Es mi padre y no puedo evitar gritar:
—¡Papá! No.
No era así como quería dar a conocer mi presencia. Gritando desde lo alto de
la escalera y escandalizando a todos, incluidos mis amigos que estaban a mi lado.
Pero tenía que hacerlo.
Tenía que evitar que mi padre hiciera preguntas inapropiadas.
Bueno, en realidad no.
Quiero decir, entiendo por qué querría preguntar esto, pero no quiero que lo
haga.
Porque no sé cuál va a ser su respuesta. Porque temo que su respuesta sea algo
que no quiera oír. Porque estoy... muerta de miedo.
Y lo he estado.
Quiero ir a verle. Tengo que ir con él ahora.
Mientras tanto mi madre como mi padre se giran para mirarme, yo mantengo
mi atención en el chico al que quiero a rabiar. Cuyos ojos se han posado en mí, y se
ven tan intensos y brillantes que ya no es una mirada, ni una mirada fija, ni una mirada
de reojo.
Es un toque.
Una atracción. Una gravedad. Una fuerza.
Sus ojos marrones rojizos son la vida que corre por mis venas y mi torrente
sanguíneo y que me dan el empujón para correr. Para bajar las escaleras y mientras
corro hacia él, puedo ver.
Puedo ver cosas moviéndose dentro de él también. 510
Como si mi mirada marrón y mis pasos le afectaran de la misma manera.
Hacen que su pecho se estremezca, sus pies se muevan, su boca se entreabra.
Y entonces estoy allí.
Entre él y mis padres.
Lo asimilo, su mandíbula afeitada, su cabello corto, esos ojos. Los moratones.
Su labio partido.
Entonces me acerco a él. Paso a su lado.
Le agarro la mano.
Lo agarro —o más bien su puño— como he querido todo este tiempo y me doy
la vuelta.
Enfrentarme a mis padres. Mi padre y sus facciones hirvientes; mi madre y sus
ojos compasivos y cautelosos a la vez, sosteniendo aquella rosa solitaria.
Eso tiene el poder de derrumbarme por completo.
Me intimida un poco hacer esto, enfrentarme así a mis padres, pero haré lo que
sea para apoyar y apoyar al chico del que me enamoré cuando solo tenía doce años.
Respiro hondo y digo:
—Mamá, papá, los quiero a los dos y les agradezco de verdad su preocupación.
También entiendo de dónde viene, y puedo ver que esto no es fácil para usted de
ninguna manera. Pero no tienen que interrogarlo así. Está parado en la puerta. Ni
siquiera le has pedido que entre y...
—Arreglar todo.
Habla, cortándome.
También despliega sus dedos y los enhebra con los míos. Y tengo que juntar
las rodillas para mantenerme en pie. De puro gozo, de puro alivio, del calor
absolutamente delicioso y de la aspereza de su mano, deslizándose en la mía.
Mis padres han cambiado sus ojos hacia él ahora.
Y aunque no ha pasado desapercibido que le llevo de la mano, optan por no
comentarlo.
—Arreglar todas las cosas que he hecho en el pasado —dice, con voz grave y
rasgos decididos—. Arreglar lo que hice anoche. No solo arreglarlo, sino también
asegurarme de que no vuelva a ocurrir. Y no volverá a ocurrir. —Su apretón se hace
más fuerte—. No volverá a ocurrir. Nunca pondré a su hija en una situación en la que
pueda resultar herida; en la que no pueda protegerla; en la que no consiga
mantenerla a salvo. No tienen muchas razones para creerme o creer cualquier
promesa que haga, pero alguien me dijo una vez que una promesa es un juramento.
Es una promesa. Es una palabra de honor. Es un pacto, un compromiso y un voto. Una 511
promesa es un vínculo y mi intención es proteger ese vínculo.
Le estoy arañando.
Le araño el dorso de la mano, los nudillos. Sus dedos.
No es mi intención, pero es involuntario.
Está fuera de mi control. Igual que están fuera de mi control esas lágrimas que
vuelven a brotar de mis ojos cuando le miro. Al ver su rostro decidido. Esa mandíbula
angulosa hundida en la fuerza. Esos pómulos altos, todo entrelazado con fuerza de
voluntad. Su nariz obstinada. Su ceño resuelto.
Y entonces, me derrumbo y suplico.
—Mamá, papá. Por favor, ¿puedo hablar...?
—Me gustaría pedirle permiso para hablar…
Los dos lo decimos al mismo tiempo y también nos detenemos al mismo tiempo.
Pero mientras él tiene la paciencia, la resolución de ser fuerte, yo no. Porque en
cuanto se detiene, con sus dedos aún entrelazados en los míos, vuelvo a empezar.
—Por favor, mamá. A solas. Solo un ratito. Yo…
—Bien. —Mi madre asiente.
—Annie...
—Déjalos —le dice a mi padre. Luego, a Reign—: Pero como dijo Echo, solo
por un rato. Todavía no hemos olvidado lo que...
—Si no nos la traes antes de treinta minutos, iré por ti —amenaza mi padre, y
suelta la mano de mi madre y sale de la habitación.
Mi madre suspira y me mira.
—No más de treinta minutos. Y los dos se quedarán aquí fuera.
Eso me enfurece un poco. Como si Reign no estuviera en condiciones de entrar
en casa y yo estuviera a punto de protestar —para alguien que no discutía ni se
enfrentaba a sus padres en absoluto, me he vuelto muy libre y me he acostumbrado
a hacerlo desde que me abrí anoche—, pero Reign se me adelanta.
—Comprendo. La tendré de vuelta a tiempo.
Mi madre asiente y retrocede para cerrar la puerta.
En cuanto lo hace, tiro de su mano y me doy la vuelta.
Y empieza a caminar.

512
N
o estoy seguro de a dónde vamos o incluso cómo es posible que lo estoy
arrastrando detrás de mí —el tipo que me puede manipular con mucha
facilidad y lo ha hecho en numerosas ocasiones— pero tengo que llegar
lejos de mi casa. Necesito alejarme de la gente que le mira como si fuera un criminal.
Como si pudiera atacar en cualquier momento.
Cuando llego a un lugar del bosque donde solo puedo ver destellos de mi casa
y el tejado de estuco, me detengo y doy media vuelta. No le doy oportunidad de
hablar mientras digo:
—No les he contado todo.
—¿Qué?
—Sobre tu padre —le explico, con mis dedos apretados alrededor de los
suyos—. O sea no les di los detalles. No les di todos los detalles. Solo que no era un
buen hombre y...
—No importa —dice, sus ojos clavados en los míos, sus dedos agarrando los
míos con la misma fuerza—. Que le den a mi padre. No me importa ahora y tampoco
me importó la otra noche. Simplemente... me pilló por sorpresa y me cabreé.
513
Lo he entendido.
También me habría cabreado. Me enfadé cuando me dijo que había leído mi
diario y luego lo utilizó en mi contra. Aunque mi intención nunca fue utilizar sus
profundos secretos en su contra, entiendo por qué se habría quedado un poco
desconcertado.
—Me cansé de que todos te culparan —le digo—. Todo el mundo pensando que
tú eres el malo.
Un moratón le palpita en la cara.
—Tampoco soy un santo. No…
—¿Te duele? —Le corto porque tengo tantas cosas que decirle y preguntarle.
Un sinfín de cosas, y no sé cuánto tiempo más podré guardarlas dentro de mí.
Es como si él también entendiera mi inquietud. Mi necesidad de preocuparme
por él. Y así, pacientemente sacude la cabeza y dice:
—Está bien.
Me acerco más a él, observando los nuevos moratones sobre los antiguos.
—Sí, ¿verdad? Tu cara está como... Sé que duele, Reign, ¿de acuerdo? Te he
visto. Me di cuenta. No puedes respirar sin estremecerte. Son tus costillas, ¿verdad?
—Miro hacia su pecho, mi mano vuela de su agarre y llega a su pecho donde la apoyo
muy, muy suavemente—. ¿Están rotas? Sí, ¿verdad? Tus costillas están...
Entonces me acuna las mejillas, haciéndome levantar la vista, con sus ásperas
manos rozando mi suave piel, mientras repite:
—No pasa nada.
—Reign…
—No hay nada roto —dice, apretándome las mejillas con fuerza—. Confía en
mí. Hice que me las revisaran. Tuve que hacerlo. Homer no me dejaba en paz. Así
que, como he dicho, estoy bien. He tenido peores. Todo va a salir bien. Voy a estar
bien.
Se me escapa un suspiro, mis ojos se cierran con alivio.
Se pondrá bien.
—Ahora, necesito...
Abro los ojos.
—Ha sido culpa mía.
—¿Qué?
Le agarro de las muñecas y le miro a los ojos.
—Se lo dije. 514
—¿Dijiste qué a quién?
Reign ya sabe que fue Lucas quien nos encontró y por qué vino en primer lugar;
Lucas fue muy claro y lo dijo en voz alta anoche con la policía. Y aunque Reign lo sabe,
no sabe qué papel jugué yo en la debacle de anoche.
—Sobre el beso. —Luego, como si la verdad quisiera salir corriendo, sigo—:
Le dije que fui yo quien empezó. Que yo te besé primero. Que siempre quise besarte
porque siempre... y que lo hice para hacerle daño. Lo hice porque estaba enfadada.
Estaba furiosa. Porque él lo sabía. Todo el tiempo supo lo que sentías por mí, y te dejó
sufrir. Dejó... —Trago grueso, mis dedos se aprietan alrededor de sus muñecas—. Lo
siento, Reign. Nunca quise interponerme entre ustedes dos. Eso era lo último que
quería. Nunca quise romper una amistad. Nun…
—No lo hiciste —ronca, con las fosas nasales ensanchadas.
—Yo…
—Nunca fue una amistad. —Traga saliva—. No como yo pensaba, al menos.
Tiene razón.
Y esa es la tragedia, ¿no?
Que el tipo que Reign creía su mejor amigo, su hermano, no era más que una
serpiente. No era más que un ser humano celoso y débil y patético que no solo
contribuyó a los rumores sobre él, sino que además intentó arruinarle la vida anoche.
Dios, y pensar que quería reparar su amistad.
Quería que sus diferencias desaparecieran. Tanto que le envié un mensaje a
Lucas a sus espaldas.
—¿Por qué no dijiste nada? —pregunto a continuación—. ¿Por qué no me lo
dijiste?
¿Por qué asumiste esta carga tú solo?
¿Por qué siempre haces eso?
Mueve la mandíbula de un lado a otro y entrecierra los ojos como pensativo.
Luego:
—Porque no sabía cómo hacerlo. Yo...
Espero a que recapacite.
—No soy —sacude la cabeza una vez—, bueno compartiendo. Y... Y me dolió.
Pero luego pensé que tal vez me lo merecía. Por todo lo malo que he hecho en mi
vida. Así que no tenía sentido contarle nada a nadie.
Me muerdo el interior de la mejilla.
Frunzo los labios.
Hago todo lo que puedo para no llorar. Sollozar y gemir.
Por él.
515
Por el dolor que veo en sus rasgos tensos. Por todo el dolor que ha sufrido. A
manos de las personas que deberían haber sido las más cercanas a él.
—Así que no es culpa tuya. Lo que haya hecho, es culpa suya. No de ti. —Luego,
casi sin hacer ruido, vacilante, añade—: Y quizá tampoco de mí.
Mi voz, en cambio, es completamente fuerte y vehemente.
—Sí. Tú no, Reign. No es tu culpa. No te mereces eso. No mereces que te
traicionen así.
Algo cambia entonces en su rostro.
Su expresión se reorganiza. Sus ojos se derriten y se vuelven decididos. Como
cuando hablaba con mis padres de sus intenciones.
Me frota las mejillas con los pulgares.
—Te creo.
Entonces doy un paso atrás.
Me zafo de su abrazo. Pongo distancia entre nosotros.
Cuatro pasos de distancia.
Pero entonces decido que necesito dos más. Así que retrocedo dos pasos más.
Y mientras retrocedo, lo observo.
Veo cómo aprieta los puños a los lados. Sus ojos se entrecierran. Su nuez de
Adán se sacude al tragar saliva. Sus rasgos se vuelven quebradizos y doloridos.
Aunque odio verle sufrir así, también tengo que dedicarme un momento a mí
misma.
También tengo que prepararme para lo que venga después.
Te creo, dijo.
Pero no sé qué quiere decir con eso. ¿Quiere decir ahora, hoy, lo que acabo de
decir? ¿O quiere decir todas las otras cosas que he querido que crea?
Así que con el corazón colgando del techo, en equilibrio entre nosotros,
susurro:
—Has venido.
—Me has llamado —me dice, sin perder el ritmo, sin hacerme esperar ni un
solo segundo.
Se me hace un nudo en la garganta al oír la respuesta.
La que he querido que me diera desde que me convertí en suya.
Aun así, levanto la barbilla y me mantengo fuerte.
—No lo hice. No pude. Tu teléfono... estaba...
516
—Muerto —dice, sus ojos directos y francos—. Eso creo, al menos. No lo he
mirado en todo el día. Ni siquiera pensé en mirarlo en todo el día. Tardé jodidas horas
en el puto hospital y mi hermano no me dejaba en paz y luego... Luego vine aquí.
Miro su corte de cabello. Su mandíbula bien afeitada. Su corbata.
Esa rosa.
Tragando saliva, susurro:
—Para disculparme con mis padres.
—Sí.
También cierro los puños.
—¿Eso es todo?
—No.
—Entonces, ¿qué más?
En esto, me hace esperar un poco y creo que es porque ahora tiene el mismo
problema. Como yo antes. Donde yo tenía tantas cosas que decir, tantas cosas que
estaban arañando para salir. Él también tiene muchas cosas que decir, que salir.
Me asusta y me emociona a la vez.
Porque no sé qué son exactamente esas cosas.
—Todo —dice finalmente.
—No creo que...
Sepa lo que eso significa.
—Son coordenadas —dice entonces, sus ojos penetrantes.
—¿Qué?
Abre los puños y levanta una mano.
Se la pone en el pecho. En el lado izquierdo, sus dedos se abren de par en par.
Y lo sé.
Lo que quiere decir.
—Los números —confirma—. Son coordenadas.
Estoy... contenta. De que me contara lo del tatuaje en su pecho.
Pero también estoy confusa porque aún no tengo ni idea de lo que significa.
—Uh, coordenadas. ¿Quieres decir —arrugo la nariz—, como, de un lugar?
Asiente con la cabeza.
—Sí.
—¿Qué lugar? 517
—Este lugar. —Luego—, Aquí.
—No... entiendo.
Sus ojos recorren mis rasgos con deliberada lentitud. Luego suspira, baja la
mano, vuelve a apretar los dedos y dice:
—Siempre me das las gracias por las cosas, ¿verdad? Así que supongo que
ahora es mi turno. De darte las gracias.
—¿Por... qué?
—Por no creer nunca —dice—, los rumores, las habladurías. Solo creías lo que
yo te mostraba, nunca lo que oías. Me odiabas por cómo me comportaba contigo más
que por lo que la gente hablaba de mí y yo... Sí, gracias por eso. Y por lo de anoche
también. Por defenderme. Por defenderme. Nadie había hecho eso antes. Nunca
nadie había estado a mi lado y se había enfrentado al mundo por mí. Conmigo. Pero
sobre todo, nadie ha creído en mí, Echo. Nadie. No antes de ti.
Hace una pausa y se me llenan los ojos de lágrimas.
—Eso es porque la gente es estúpida e ignorante.
Y los odio.
Y te amo tanto.
Y por favor, di que tú también me amas. Por favor.
Sus labios se crispan ligeramente.
—¿Sabes que siempre dices que convertí la noche en día la primera vez que
nos vimos?
—Sí.
Sacude ligeramente la cabeza.
—No creo que haya sido yo. Creo que fuiste tú.
—¿Yo?
—Sí. —Asiente, mirándome fijamente a los ojos con tal intensidad que me
quedo sin aliento—. Tú convertiste mi noche en día. La noche en la que había estado
viviendo durante quince años. Fuiste tú quien me hizo ver el sol aquella noche. Me
hiciste ver el verano. Sandías y limonada y sol. Todo porque entraste en mi vida con
un bonito vestido rosa. —Luego, encogiéndose de hombros—. Bueno, al principio
pensé que era rosa. Pero resulta que hay ciento cincuenta tonos de rosa: rosa
caramelo, flor de cerezo, rosa empolvado, rosa francés, rosa castaño, joder. Y el que
llevabas esa noche se llamaba rosa clavel. Lo busqué más tarde esa noche. ¿Quién
coño iba a saber que había tantos tonos de rosa? Quién coño iba a saber que el rosa,
de todos los colores, se convertiría en mi favorito. Se convertiría en el color con el
que vería el mundo. El color que vería en mis sueños. Se convertiría en el color de
cada pensamiento que tuviera, de cada respiración que hiciera, de cada latido de mi
corazón. Pero entonces, no debería sorprenderme, ¿verdad? Porque eso es lo que
518
haces. Cambias las cosas. Cambias el mundo. Tú cambiaste mi mundo. Con tus libros
y palabras. Con tu diario. Dios, tu maldito diario.
Se ríe suavemente, perdido en sus recuerdos.
—Y pensé, joder. Pensé, ¿quién coño es ella? Pensé, ¿cómo es que la he
encontrado ahora? La chica que no solo es rosa y bonita como una puta flor, sino que
además escribe un diario. Como yo.
Parpadeo.
—¿Qué?
Sus ojos son ahora líquidos, brillantes y fundidos, profundos charcos de
emociones.
—Siempre lo odié. Escribir en un diario. Me hacía sentir como un maldito
marica. Pero fue algo que aprendí en la consulta de un terapeuta y me costó mucho
dejar el hábito. Pero cuando te conocí, como tantas otras cosas en mi vida, no me sentí
tan mal. No lo sentí como algo vergonzoso. Se sintió como... una conexión. Contigo.
Sentí que algo me ataba a ti. Algo secreto pero poderoso. Algo como magia.
—Pero de todos modos, lo dejé. Dejé de escribir cuando pasó todo porque ya
no quería esa conexión. No quería estar atado a ti. No merecía estar atado a ti y esa
es la cuestión, ¿no? Lo que merezco. Lo que creo que merezco. Y lo que creo que
merezco no eres tú.
—Tenías razón —dice, moviéndose sobre sus pies—. Cuando dijiste que creo
lo que el mundo cree de mí. Creo todas las mentiras, todos los rumores. Creo que soy
una decepción. Y si decepciono a todo el mundo, ¿qué me impide decepcionarte a ti?
¿Qué me impide romperte el corazón, aplastar tus sueños y hacerte desgraciada? Y
podría soportar cualquier cosa en este mundo, Echo, cualquier cosa menos eso:
Decepcionarte. Decepcionar a la chica que cambió mi mundo. Que hizo salir el sol en
mi oscura, oscura vida. Quien me hizo ver todo a través de lentes color rosa. Que me
enseñó que hay ciento cincuenta tonos de rosa. Quiero decir, eso no habría sido justo,
¿verdad? Para ella. Para ti. Así que siempre pensé que mi única opción era alejarte.
Mantenerte lejos. Pero eso no es verdad. Hay otra opción. Algo en lo que no había
pensado. No hasta ahora. No hasta hoy.
Vuelve a ponerle la mano en el pecho.
—Y es que en lugar de llevarte en mi corazón, de llevar el lugar donde nos
conocimos la primera vez y el mundo se volvió rosa, el mundo se convirtió en algo
digno de ser vivido, camino a tu lado. Tomo tu mano y camino por este mundo contigo.
Te cuido. Te protejo. Te mantengo a salvo. Destruyo todo obstáculo que se cruza en
tu camino. Mato todo lo que te hace daño. La otra opción, Echo, es que yo crea. En ti.
Que te crea como tú crees en mí.
Sus fosas nasales se agitan con un largo suspiro. 519
Un aliento tan largo que hasta su garganta se mueve con él, mientras lo engulle.
Su estómago también se contrae y se mueve con él.
—Mi padre, cuando estaba creciendo, trató de cambiarme. Trató de
convertirme en algo aceptable para él. Pero no cambié. Me aseguré de no cambiar.
Así que no sé si puedo cambiar ahora, pero quiero creer que puedo. Quiero creer que
puedo darte todo lo que te mereces. Que puedo ser quien tú quieras que sea. O si no
es eso, entonces quiero creer que puedo arreglarlo. ¿Entiendes? Que puedo arreglar
las cosas por ti. Que puedo arreglar lo que rompo. Puedo arreglar todas las lágrimas
que te haré llorar. Puedo arreglar todas las veces que te haré enojar; todas las veces
que pelearemos porque actúo como un idiota. Quiero creer que puedo arreglar las
cosas para ti.
—Y por eso, te prometo que lo haré. Creeré. Será duro, y probablemente la
cagaré un millón de veces. Pero te prometo que seguiré creyendo como tú sigues
creyendo en mí. Te prometo que no me rendiré como tú no te rindes. Tendré fe como
tú tienes fe. Te prometo que cambiaré tu mundo, Echo, como tú cambiaste el mío. Que
convertiré cada estación en verano y cada noche en día. Que te alimentaré con sandía
y limonada por el resto de tu vida. Que te mantendré caliente y bajo el sol. O moriré
en el intento. Y sabes que cumpliré mi promesa porque fuiste tú quien me enseñó que
una promesa es un vínculo, ¿no? Es un compromiso y es un juramento. Un juramento.
Y ese es mi juramento hacia ti: creer. Así que supongo...
Emociones crudas e intensas se mueven en sus facciones durante unos
segundos.
Entonces:
—Supongo que lo que quiero decir es que la razón por la que he venido hoy
aquí no es solo para disculparme con tus padres, sino también porque quería
preguntarte algo.
—¿Preguntarme qué?
Abre y cierra el puño.
—Algo que debería haberte preguntado en cuanto te vi. Aunque fueras
demasiado joven para mí.
Yo también abro y cierro los puños.
También respiro muy, muy fuerte. Mientras parpadeo, manteniendo las
lágrimas a raya.
Porque quiero ver su cara. Quiero recordar su cara cuando me pregunte.
—¿Qué, Reign?
Ante esto, despliega los puños y deja los dedos así, abiertos y vulnerables.
Como lo está él ahora.
—¿Quieres ser mi novia, Echo?
No es mi intención hacerle esperar.
520
Tenerlo en ascuas esperando mi respuesta.
Pero no creo que pueda hablar todavía. Estoy demasiado abrumada. Estoy
demasiado emocionada.
Soy demasiado todo.
Seis años.
Esperé esto durante seis años. Lo esperé cuando ni siquiera sabía que lo estaba
esperando. Y entonces... respiro.
Simplemente lo absorbo. Como el sol. Como el verano. Como todas las cosas
bonitas que me ha prometido.
Cosas que ni siquiera necesito pero que sé que él me dará de todos modos.
Porque él es así.
El chico que amo.
El chico de negro con el que tropecé en este bosque.
—¿Por qué? —Pregunto entonces y él lo sabe.
Exactamente lo que estoy preguntando.
Y me lo da.
Las palabras.
—Porque creo que te amo.
Esto también tengo que absorberlo. Y lo hago con los labios entreabiertos y los
ojos cerrados.
También lo hago con los puños abiertos, dejando que cada palabra, cada
sensación se filtre en mí. Así que nunca jamás olvido el momento en que finalmente
admitió.
Finalmente me dijo que me ama.
Creo que te amo...
Entonces abro los ojos de golpe.
—¿Tú crees?
Estudia mis rasgos.
—Sí.
Aprieto los dientes, mi felicidad, mis demasiadas emociones olvidadas.
—¿En serio? Incluso ahora. ¿Crees?
Y Dios mío, míralo.
Le divierte. 521
No puedo creer que esté divertido. Que sus labios se muevan y sus estúpidos y
bonitos ojos parpadeen.
Y entonces da un paso hacia mí.
—Sí. Porque no creo que amor sea la palabra adecuada para lo que siento por
ti.
Entrecierro los ojos.
—Entonces, ¿cuál es la palabra correcta?
Otro paso.
—Obsesión. Porque estoy obsesionado contigo.
Me desinflo ligeramente.
—Oh.
Otro paso más.
—Anhelo. Porque te anhelo con cada aliento que doy. Te he anhelado con cada
aliento que he tomado desde el primer momento en que te vi.
Trago saliva.
—¿Qué más?
Paso número cuatro.
—Locura. Porque estoy loco por ti.
Ay, Dios.
—¿Y?
Paso número cinco.
—La vida. Porque eres el pulso que late en mis venas.
Tengo hipo.
—Yo...
Me alcanza entonces, en el escalón número seis.
—Enfermo. Porque estoy enfermo por ti. Porque lo que siento por ti, Echo, no
tiene nombre. No se puede describir con palabras. Ni las tuyas ni las mías. Porque lo
que siento por ti no es algo que nadie haya sentido antes por nadie. Pero si quieres,
podemos llamarlo amor. Y yo puedo decirte que te amo todos los días. Hasta que, en
toda tu gloria logófila, inventes una nueva palabra o un vocabulario totalmente nuevo
en el que quepa todo, cada una de las cosas que siento por ti.
Y me doy cuenta de que acaba de dar seis pasos.
Una por cada año que hace que nos conocemos.
Que nos hemos amado.
¿Y no es eso lo más poético de la historia?
522
¿A quién le importa el amor cuando el chico del que me enamoré está haciendo
poesía para mí, de la nada? ¿A quién le importa el amor cuando el chico por el que
estoy obsesionada, por el que estoy loca, por el que vivo y al que anhelo con cada
respiro me acaba de decir que me ha estado llevando en su corazón?
Me lo dijo, ¿verdad?
Que lleva en el pecho el bosque donde nos conocimos.
El amor parece tan tonto y pequeño cuando lo piensas todo.
Tiene razón.
Le pongo una mano en el pecho, donde está su tatuaje.
—¿Realmente son coordenadas de donde nos conocimos?
Su pecho sube y baja con la respiración.
—Esa era la única forma en que podía mantenerte cerca. O mejor dicho, la
única forma en que me permití tenerte cerca. Después de todo.
—Porque... —Empuño su camisa—. Dejaste de escribir en tu diario.
—Sí.
Santo Dios, tiene un diario.
Un diario.
Como yo.
Quiero decir...
¿Qué posibilidades hay?
¿Cuáles son las putas posibilidades?
—¿De qué color es? —Exhalo.
—Negro.
—Quiero leerlo.
—Puedes.
—Y no solo tres líneas.
—Es tuyo.
—¿Sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque creo... —Me acerco a él—. Creo que así es como se arregla.
—Lo haré —dice con determinación.
—Así es como arreglas el no decírmelo. Todo este tiempo. Ocultando ésta loca
conexión entre nosotros. Esta loca y enorme y masiva y gigantesca conexión.
—Sí.
523
Se me retuerce el corazón.
—Y quiero que vuelvas a escribir en tu diario.
—De acuerdo.
—Porque quiero esa conexión contigo —le digo, sin aliento—. Quiero todas las
conexiones contigo. Quiero estar tan conectada a ti que nadie, ni siquiera tú, pueda
separarnos. Porque tú lo hiciste. Tú nos separaste. Tantas veces, Reign. Durante tantos
años.
Finalmente, levanta las manos y me enmarca la cara.
—No lo haré. Lo prometo.
Así que me quedo así, mirándole fijamente a los ojos, apenas respirando,
apenas aguantando.
Apenas pudiendo comprender que esto es real.
Que me ama de verdad.
No, en realidad no.
Siente por mí más de lo que la palabra “amor” podría explicar o describir.
—Sabes, no necesitas hacer todas esas cosas por mí —le digo a continuación—
. Todo lo que acabas de decir. No las necesito de ti.
—Lo sé. —Sus labios se inclinan en una pequeña sonrisa ladeada—. Pero te las
daré de todos modos.
Me muerdo el labio.
—¿De qué color es? Mi vestido.
No deja de mirarme a los ojos.
—Fucsia.
Sacudo la cabeza.
—No puedo creer que sepas eso.
—No podía dormir esa noche. Así que eso es lo que hice. Investigué los tonos
de rosa.
Aprieto los ojos.
—Dios, Reign.
Él también se acerca.
Hasta que nos rozamos.
—Entonces —pregunta—, ¿serás mi novia?
Abro los ojos y susurro: 524
—Sí.
Es una palabra sencilla.
Después de todas las palabras hermosas y sinceras que ha dicho. Después de
cómo creó poesía para mí.
Pero supongo que es suficiente para él.
Porque se estremece.
Su frente cae sobre la mía. Luego:
—Lo que dije fue en serio, Echo. Lo dije en serio. Creeré, ¿de acuerdo? Seré un
buen novio para ti. Te lo prometo. Arreglaré todo. Y... sé que hay mucho que tengo
que arreglar. Desde anoche. No te protegí. Y Dios, yo... te di por el culo, nena. Y luego
no me quedé para asegurarme de que estabas bien. E incluso antes de eso, te usé
para tener sexo. No…
—Estamos bien.
—¿Qué?
Llevo mis manos a su rígida mandíbula.
—Te mentí. Te oculté secretos. Y una novia no hace eso. Le envié mensajes a
tus espaldas y lo siento mucho. Y luego lo ataqué. Así que ahora estamos bien. Y no
me usaste por sexo. Eso fue amor, ¿recuerdas?
—Amor.
—Sí. —Luego—: Y también, me tomé las pastillas.
—Lo hiciste.
—Sí —susurro, sonriendo ligeramente—. Sabía que te castigarías por ello. Por
no ser capaz de cuidarme después de... Así que me tomé las pastillas. Y estoy bien.
No me duele nada.
Se le escapa un suspiro de alivio.
—Buena chica.
Me estremezco.
—Te amo.
Otro respiro.
Mientras sus ojos se cierran por un segundo. Como lo hacían los míos cuando
quería absorberlo todo.
—Llevas corbata —señalo lo obvio con mis propios labios crispados.
Se ríe y su cálido aliento me acaricia la boca.
—Así es.
—Odias las corbatas. 525
—Sí.
—Te cortaste el cabello.
—Lo hice.
—Y te afeitaste.
—No quería parecer un criminal delante de tus padres. O al menos, no otra vez.
—Te luciste.
—¿Con qué?
—Le diste una flor a mi mamá.
—Es lo menos que podía haber hecho. Después de lo que esperaba que hiciera
por mí.
—¿Qué?
—Tú. —Me presiona la mejilla—. Darme la oportunidad de al menos hablar
contigo.
Se me aprieta el corazón.
—Te amo, Reign.
Su mandíbula se tensa antes de decir:
—Yo también te amo. Muchísimo, Echo.
Y entonces, ambos hacemos el movimiento.
Nos acercamos el uno al otro y nos besamos.
Nos besamos y nos seguimos besando.
Hasta que llegue el momento de irme.
Me acompaña hasta la puerta y me deja con mis padres, como había prometido.
Me dice que me llamará más tarde. Porque ahora es mi novio. Y aunque no quiero que
se vaya, le dejo marchar y cierro la puerta con una sonrisa.
Porque ahora soy su novia.
Por fin.
Después de seis largos años.

526
P
arece mágico.
Claro que sí.
Míralo.
Atravesando el campo con su pelo oscuro, ahora mucho más largo —tan largo
como entonces—, volando por los aires. Saltando de portería en portería a una
velocidad que debería ser imposible. Como el balón que rebota y avanza. Y marcó el
primer gol a los seis minutos de juego.
Estamos en el minuto treinta y dos y el marcador sigue 1-0. Y lo sé, sé que aún
queda mucho y cualquiera que sepa algo de fútbol sabe que en este partido las cosas
cambian a falta de segundos.
Así que probablemente no debería confiarme demasiado.
Pero sí.
Porque es él y como he dicho, es mágico.
Ah, y este chico atrevido, que hace cosas imposibles, cosas que nadie hace 527
nunca.
—¿Estás segura? Como en, realmente segura acerca de su situación de vida .
Aparto la vista del juego para centrarme en la chica que está sentada a mi lado.
Un par de años mayor que yo, Maple Mayflower es guapísima. Con sus ojos color
whisky y su pelo rubio como el trigo, tiene que ser una de las chicas más guapas que
he visto nunca.
También tengo que decir que al principio no me gustaba nada.
Aunque es una de las personas más dulces que he conocido.
—Sí —digo suspirando, con el corazón apretándome en el pecho.
—Va a ser duro.
—Lo sé.
—No los envidio, chicos.
Vuelvo a mirar hacia el campo.
—Yo tampoco.
—Especialmente cuando piensas en cómo se acaban de encontrar.
Hace unos cuatro meses.
Sinceramente, parece que fue ayer. Se siente como si hubiera parpadeado, y
el tiempo simplemente se desvaneció. Y pasamos de besarnos en esos bosques a yo,
sentada aquí y viéndole ser la estrella del partido, hablando de nuestra inminente
separación.
Entonces Maple me golpea el hombro.
—Pero lo superarán.
La miro de nuevo.
—¿Tú crees?
—Sí, por supuesto —dice, pasándome el brazo por el hombro y
abrazándome—. Si alguien puede hacerlo, son ustedes dos.
Trago saliva.
—Sí.
Tiene razón.
Si alguien puede soportar esta separación, somos él y yo.
Somos nosotros.
Hemos soportado muchas cosas. Hemos pasado por muchas cosas a lo largo de
los años y aun así hemos llegado al otro lado. Así que sé que también superaremos
esto: yo quedándome en Nueva York para ir a la NYU y él, siendo elegido para jugar
con el LA Galaxy.
528
Bueno, el draft no es hasta el mes que viene, pero ya está casi decidido. En
realidad, muchos equipos han mostrado su interés por él a lo largo de los años —más
aún en los últimos meses, desde que expresó su deseo de entrar en el draft—, pero
el Galaxy le ha cortejado seriamente y le ha hecho la mejor oferta.
Y sé que él quiere ir allí.
Le encanta su equipo. Le encanta su oferta. Y por lo que tengo entendido de sus
numerosas reuniones, llamadas telefónicas y demás, allí es donde tiene más espacio
para crecer.
Además ese equipo tiene a Arrow Carlisle.
Es uno de los mejores jugadores que tiene un futuro brillante en la liga europea,
y es uno de los favoritos personales de mi novio. Pero lo más surrealista es que resulta
que Arrow es el novio de una de mis amigas de St.
Aunque nunca tuve la oportunidad de conocerla antes de esto, hemos llegado
a conocernos en los últimos meses. Con un par de viajes que él y yo hicimos a Los
Ángeles —y nos divertimos mucho, por cierto, viajando juntos como pareja— y un
puñado de veces que volaron a la Costa Este, hemos conseguido acercarnos.
Y la amo totalmente.
Hablamos mucho de fútbol porque Salem es una excelente futbolista por
derecho propio y sabe todo lo que hay que saber sobre este deporte. Y yo estoy
decidida a aprender todo lo que pueda para apoyar a mi novio. No porque compense
algo, sino porque quiero tomarlo de la mano y estar a su lado en todo lo que haga.
Como él hace conmigo y mis libros y mi escritura. Yo también empecé a escribir una
novela; de hecho, fue él quien me animó a hacerlo.
Pero en fin.
Salem también me dio a conocer a la mejor artista de todos los tiempos, Lana
Del Rey, y su música inquietante, romántica y melancólica. Ha sido una gran
inspiración para mi trabajo. Solo por eso ya somos mejores amigas para siempre.
Pero a lo que quería llegar es que, aunque odio que nos vayamos a separar
pronto, sé —tengo plena fe— que lo superaremos.
Y me encanta que Maple diga eso.
No puedo creer que la odiara en algún momento. Al principio, cuando la conocí
por primera vez. Pero solo porque parecía tan cercana a él, el chico que amo. Y por
eso estaba celosa. Pero luego descubrí que son más como hermanos, así que todas
mis reservas desaparecieron.
Por no mencionar, que está un poco involucrada con su hermano mayor.
Involucrada y perdidamente enamorada.
Que aunque no lo hubiera sabido ya, lo sabría cuando un segundo después
Homer aparece en las gradas. Todo trajeado y pulido.
529
Porque se congela.
De verdad. Con los ojos muy abiertos y los labios ligeramente entreabiertos.
También deja de respirar mientras le ve abrirse paso entre la multitud revoltosa y
gritona para llegar hasta donde estamos sentadas. Solo respira y aparta la mirada
cuando llega hasta nosotras y toma asiento a mi lado.
Luego, hace todo lo posible por ignorarlo.
Mientras se sonrojaba furiosamente y se mordía los labios.
Pero sé que me escucha cuando me dice:
—¿Me he perdido algo?
—Un gol.
—Mierda. —Luego—, ¿él?
—¿Quién más? —digo con voz fanfarrona.
Sus labios se crispan.
—Claro que sí.
Los míos también.
Porque es gracioso, palabrotas saliendo de la boca de Homer Davidson. Tiene
que ser el tipo más arreglado que he visto nunca. Con un caro traje de tres piezas,
una corbata perfectamente anudada, un pañuelo en el bolsillo y ni un solo cabello
fuera de su sitio, Homer parece la personificación de un hombre de negocios exitoso
y elegante.
Parece intimidante para la gente que no lo conoce, pero no para mí.
O al menos, ya no.
Para mí, simplemente parece un hermano mayor.
Un hermano mayor orgulloso y feliz que asiste a todos los partidos en los que
juega su hermano pequeño. A veces llega tarde, como hoy, pero siempre llega. Que
habla con su hermano y discute las estrategias de juego y a qué equipo debería ir su
hermano. Que ahora mismo está viendo el partido como si no hubiera nada más
importante en el mundo que su hermano en el campo, practicando el deporte favorito
de ambos.
Dios, me hace tan feliz.
Me hace muy feliz que ahora tengan una relación. Una buena relación. La que
deberían tener dos hermanos, en la que se apoyan mutuamente y se incluyen en los
acontecimientos de sus vidas. Pero más que eso, me alegra el hecho de que el chico
al que amo haya admitido finalmente que le encanta el deporte al que se vio obligado.
Tardó un poco y yo le insistí mucho, pero lo consiguió.
Que conste que siempre supe que lo haría.
530
Tenía fe. Además me prometió hace cuatro meses que lo intentaría. Que
creería, y yo sabía que él nunca rompe sus promesas.
Así que este momento es perfecto.
Lo único que lo haría más perfecto es que yo no estuviera sentado donde estoy.
Entre las dos personas que creo que secretamente quieren sentarse juntos, Homer y
Maple.
Solo que el problema es que si hubieran estado sentados juntos, Homer estaría
rígido como una roca y Maple no respiraría en absoluto, lo que probablemente la
llevaría a desmayarse y quizá algo más.
Es muy extraña.
Su dinámica.
Mi novio —me encanta decirlo— piensa que si Homer no siente lo mismo por
Maple, entonces debería romper el compromiso y dejar que ella siga adelante. Pero
yo creo que él también suspira por ella. Pero nunca hace nada y me pregunto por qué.
A menudo he pensado en interferir porque sé lo que se siente cuando amas a
alguien pero te contienes por la razón que sea. Pero claro, él me ha prohibido hacer
nada. Piensa que no es asunto nuestro, su relación, y que ambos son adultos y lo
solucionarán por su cuenta.
Personalmente, no lo creo.
Creo que la gente necesita ayuda de vez en cuando, un empujón en la dirección
correcta. Así que cuando termina el partido -3-0, a favor de su equipo, me apresuro a
salir de las gradas, dejándoles a los dos atrás para que se peleen entre ellos. Maple
me mira, pero yo le guiño un ojo y le digo:
—Buena suerte. —Sus mejillas sonrojadas y su mirada son lo último que veo
antes de darme la vuelta y dirigirme al lugar donde debo encontrarme con él.
Aunque ya se lo he dicho un millón de veces, que no necesita interrumpir sus
entrevistas o conversaciones después del partido para venir a verme, sigue
haciéndolo. Probablemente sea el primer jugador en salir del vestuario y marcharse.
Así que me abro paso rápidamente entre la multitud que avanza lentamente y
llego a la entrada de los vestuarios justo cuando las puertas de acero se abren de
golpe. Ya estoy sonriendo de alegría, dispuesta a felicitarle saltando a sus brazos,
cuando veo que no es él.
Es su mejor amigo.
O mejor dicho, ex-mejor amigo. O mejor aún, el tipo que nunca debería haber
sido su amigo para empezar.
Se me cae la sonrisa y él se detiene bruscamente al verme.
Por supuesto, esta no es la primera vez que veo a Lucas. Va a esta universidad. 531
Juega en el equipo y, como voy a todos los partidos, lo veo por ahí. Pero esta es la
primera vez que me lo encuentro así, cuando estamos solos él y yo.
Y tengo que decir que me da náuseas.
También enfadada.
Tan enfadada como estaba esa noche.
Ni que decir tiene que mi furia contra él no se ha calmado ni siquiera en cuatro
meses. Aún recuerdo su crueldad, su pura maldad cuando acusó a Reign de un crimen
tan atroz. Lo que me hace pensar —y lo pienso a menudo— que esto debe de ser
mucho peor para Reign, cruzarse con Lucas todo el tiempo, jugar con él, compartir
vestuario con él.
No es que el chico que amo haya dicho algo sobre eso, pero aun así. Apesta
que Reign tenga que ver a Lucas todo el tiempo. Y por mucho que tema nuestra
inminente separación, quiero que llegue más rápido para que Reign no tenga que
verlo más. Porque Lucas probablemente se quede en Nueva York.
—Hola —dice con la bolsa de deporte colgada del hombro y frotándose las
manos para protegerse del frío.
Mientras yo estoy ardiendo e hirviendo en mi chaquetón rosa.
Me alejo un paso de él en respuesta, permaneciendo en silencio.
Cuando comprende que no voy a decir nada, su boca se curva en una pequeña
sonrisa ladeada.
—Bueno, yo también me alegro de verte —luego agrega—: Supongo que le
estás esperando.
—Siempre —digo yo, que entiendo que suena un poco infantil.
Pero creo que se me permite un poco de mezquindad aquí.
Especialmente en nombre de Reign.
Lucas se ríe.
—Así que todo va bien, supongo.
—Todo va muy bien, sí.
Asiente, con los ojos fijos en mí.
—Fantástico. Aunque por lo que he oído, se va pronto.
—¿Y?
—Así que —se encoge de hombros—, siempre te gustó demasiado la
Universidad de Nueva York. Eso tiene que echar por tierra todo lo genial.
—Sabes, creo que lo resolveremos —le digo, con el corazón tamborileando de
rabia—. Porque me estoy dando cuenta de que cuando quieres a alguien, haces todo
tipo de cosas por esa persona. Cosas que nunca pensaste que harías. Y además
felizmente.
532
Y entonces se me ocurre.
Que tengo razón.
Haces cosas por las personas que te importan, cosas que nunca pensaste que
harías. Y eso es tanto la belleza como la maldición de esta cosa llamada amor. Y
aunque siempre ha sido una maldición porque nunca había sabido dónde poner el
límite, creo que esta vez es más bien algo hermoso.
Odio que esto se me esté ocurriendo ahora. Y especialmente después de
hablar con Lucas. Pero voy a tomar la epifanía como viene a mí.
—Y tú sabes mucho de amor —murmura, sus rasgos a la vez duros y sueltos con
algo parecido a la nostalgia.
—Creo que sí —digo, asintiendo—. Al menos, ahora. Él me enseñó.
Lo hizo, ¿verdad?
En el poco tiempo que llevamos juntos, me ha enseñado mucho sobre el amor,
las relaciones y la lealtad. Y lo más loco es que él es el que pensaba que no sabía nada
al respecto. Que todavía no lo sabe.
Pero no pasa nada; tengo la misión de hacerle creer.
En ese momento, la puerta vuelve a abrirse de golpe, y él aparece por fin con
una camiseta oscura recién puesta, un pantalón de chándal gris y solo una sudadera
con capucha; Dios sabe cómo se las arregla para mantenerse caliente con eso, pero
lo hace. Lleva su propia bolsa de deporte colgada del pecho y el cabello mojado y
desordenado. Sus ojos castaños rojizos se iluminan cuando me ve, pero entonces se
fija en Lucas y esos bonitos ojos suyos empiezan a brillar con una luz diferente.
Como sabía que harían.
Odia cuando un chico me mira mal. Así que estoy bastante segura de que
hablar con mi ex entra en esa categoría. En realidad sería una categoría propia.
Cuando da un paso amenazador hacia Lucas, con la mandíbula apretada y los
ojos entrecerrados, hago mi movimiento. Me acerco a él y, rodeándole el cuello con
los brazos, levanto la cara y le doy un beso.
Al principio se queda helado, probablemente sorprendido de que le ataque
así. Pero luego sigue la corriente, me rodea con sus brazos musculosos y seguros y
me devuelve el beso.
De hecho, me besa mejor.
Sus brazos me rodean, me aferran a él, su lengua penetra en mi interior y se
adueña de cada centímetro de mi boca abierta. Y el beso que empecé para distraerle
se convierte en algo más.
Algo más.
Lo que siempre ocurre cuando somos nosotros.
533
Nos separamos, probablemente años después —o al menos eso parece—,
cuando algunos de sus compañeros de equipo nos vitorean, aplauden y silban a
nuestro alrededor. Sonrojada, escondo la cara en su cálido pecho y él los manda a la
mierda. Con el rabillo del ojo veo que Lucas se ha ido.
Bien.
Cuando ha echado a todos sus amigos risueños, me mira.
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿Te estaba molestando? —pregunta, sus ojos van y vienen entre los míos, con
un ligero enfado aún latente en ellos.
—No.
Su pecho se mueve con una respiración entrecortada.
—Porque si lo hizo, yo...
—No.
—Y estás segura.
—Sí, lo estoy. —Le beso la mandíbula—. Además, no solo te besé para
distraerte de darle una paliza y acabar así con tu racha de cuatro meses, una semana
y cuatro días sin peleas ni moratones.
Que espero que se convierta en eterna. Me refiero a la racha.
Porque no puedo expresar lo feliz que me hace que su hermoso rostro y su
magnífico cuerpo no tengan moratones. De que no sufra el dolor que sufría antes.
—Entonces, ¿qué más?
Acerco mi mano a su cara para acunarla.
—Cumplir tu fantasía.
—¿Qué fantasía?
—La que tenías —me relamo los labios—, sobre hacerle mirar.
Entonces lo entiende.
Y sus ojos se vuelven intensos.
—¿Sí?
—Sí —susurro, sonriendo—. Una vez me dijiste que si yo fuera tuya, harías todo
lo posible para que todos a tu alrededor, incluido él, se pusieran celosos, ¿recuerdas?
—Y ahora eres mía —me dice brusca y posesivamente, sus brazos
flexionándose a mi alrededor.
—Lo soy. Así que pensé que sería mejor ponerme al día y darte todo lo que 534
siempre has soñado. —Hablando de eso, suelto—: Y por eso he tomado una decisión.
Entorna los ojos con desconfianza.
—Decisión.
Asiento con la cabeza.
—Sí.
—¿Sobre qué?
Respirando hondo, respondo:
—Sobre ir contigo. A Los Ángeles. —Se pone rígido, pero sigo—: Mira, sé lo
que dirías. Dirías que no debería renunciar a mis sueños. Que siempre quise ir a la
Universidad de Nueva York y que debería hacerlo. Pero la cosa es que los sueños no
tienen que ser tan rígidos, ¿sabes? Los sueños deben ser fluidos y siempre
cambiantes. Y sí, cuando estaba con... él, nunca pensé que podría renunciar a NYU y
seguirlo hasta el fin del mundo. Y eso es porque nunca sentí por él lo que siento por
ti. Te amo, Reign. Eres el amor de mi vida y ahora sé lo que eso significa. Significa
que haría cualquier cosa por ti. Te seguiría a cualquier parte. Mis sueños te incluyen
ahora. Mi vida de ensueño te incluye y nunca jamás pensé que podría ser tan feliz.
Amarte y ser amada por ti es mi felicidad, Reign. Y así, me voy. Voy a donde tú vayas.
Así que puedes ahorrarte todos tus argumentos porque he tomado una decisión.
Dios mío.
Sienta tan bien, tan jodidamente bien, decir eso por fin.
Durante los dos últimos meses, cada vez que salía este tema, me decía que
siguiera mis sueños y que hiciera lo que quisiera. Y como durante mucho tiempo mi
sueño fue ir a la Universidad de Nueva York, pensé que eso era lo que debía hacer.
Pero sé que ahora tengo razón.
Sé que lo que acabo de decir me resuena más que cualquier otra cosa.
Porque sí, los sueños cambian.
Porque cambias. Porque de vez en cuando, llega alguien y te cambia. De vez
en cuando, llega alguien y te hace ver el mundo de otra manera. En ciento cincuenta
tonos de rosa y a través de gafas tintadas de verano.
Te enseña lo que significa amar y ser amado, y construir tu vida con alguien.
Así que voy a ir. No porque él quiera o porque eso es lo que hace una buena novia,
sino porque yo quiero. Una diferencia que él mismo me enseñó.
—No voy a ir a Los Ángeles.
—¿Qué?
Me mira a la cara durante unos segundos. Luego agrega:
—He rechazado su oferta. O mejor dicho, les he hecho saber que no la
aceptaré. 535
—¿Qué? —pregunto de nuevo pero mucho más estridente.
Con su habitual irritación, me hace esperar la respuesta. Y estoy a punto de
volverme loca con él cuando suspira y da un paso atrás, murmurando:
—A la mierda.
—¿Qué? ¿A la mierda qué? —pregunto mientras le veo caminar hacia atrás,
quitándose la bolsa y dejándola caer al suelo con un ruido sordo.
Se detiene tras un par de pasos antes de avanzar y quitarme el aliento.
Lo secuestra por completo y me deja helada y sin aliento.
Mientras se arrodilla.
Bueno, una rodilla.
—Que... —Exhalo—. ¿Qué estás haciendo? —Pero antes de que pueda decir
algo, le digo—: ¿Me estás regalando otra tobillera?
Porque eso es lo que hizo.
La última vez, cuando se arrodilló en el bosque donde nos conocimos.
—No.
Enrosco los dedos de los pies y me muevo sobre ellos, como para sentir el que
llevo alrededor del tobillo. Luego, inútilmente:
—Porque no hace falta.
—Bien. Porque como dije, no te voy a dar una.
—Me encanta la vieja —digo, de nuevo inútilmente.
—Lo sé.
—¿Cómo?
Sus labios se crispan.
—Porque nunca te la quitas.
—No. Porque me encanta.
—Eso ya lo has dicho.
—Bien. —Mi corazón late con fuerza—. Entonces, ¿qué estás haciendo?
—Preguntarte algo.
—¿Por qué lo haces desde ahí abajo?
—Porque es el tipo de cosa que preguntas cuando estás de rodillas.
Oh, Dios.
De acuerdo.
Bien, de acuerdo. De acuerdo. 536
Me lo imaginaba.
En el momento en que se arrodilló, me di cuenta de que esto era diferente. Esto
era —es— tan jodidamente diferente que antes.
Por un lado, su expresión es demasiado intensa para un simple rodillazo. Por
otro, siempre hemos estado tan en sintonía con el otro y lo que estamos pensando y
sintiendo. Así que sí, me lo imaginé.
Implica una pregunta como él dijo. Y una respuesta.
Ah, y una joya.
Eso va en tu dedo.
Y en el momento en que se arrodilló, supe cuál iba a ser mi respuesta.
—Sí —suelto, arruinando por completo el momento.
Completamente.
Idiota, Echo.
—¿Si qué?
—Me casaré contigo —le digo porque tenía razón.
A la mierda.
Quiero decir, ya está ahí fuera, mi sí. Y sé que a los hombres les gusta tener el
control de estas cosas y tal, pero el caso es que yo soy incontrolable. Estas cosas
dentro de mí que estoy sintiendo son demasiado salvajes para ser controladas o
contenidas por reglas.
Demasiado salvajes. Demasiado indomables. Demasiado eufóricas, felices y
rosas.
Y demasiado jodidamente maravillosas para ser contenidas dentro de mi caja
torácica.
—Todavía no he preguntado —dice, sus facciones destellan divertidas.
—Pero me casaré contigo de todos modos.
—¿Sí?
—Dios, sí.
—Entonces, tienes que calmarte y dejarme preguntar, Bubblegum.
Me aprieto las mejillas con las dos manos, intentando calmarme.
—Bueno, sí. De acuerdo. Lo siento.
Se toma otros segundos para estudiarme, mi figura sin aliento en un chaquetón
rosa, mi pelo rubio miel recogido en el tipo de trenza intrincada que le gusta.
Y por supuesto, mis mejillas sonrojadas. 537
Los asimila durante más tiempo y con la más grave de las expresiones.
Entonces.
—Compré este anillo —saca uno de su bolsillo—, hace cuatro meses. El día que
decidí creer. El día que vine a verte. Y desde entonces lo llevo en el bolsillo. Duermo
con él. Como con él. Lo escribo en mi diario todas las noches. Incluso lo llevo a los
entrenamientos y lo guardo en mi taquilla porque no puedo... no puedo soportar la
idea de separarme de él. No puedo soportar la idea de que desaparezca cuando no
estoy mirando. Supongo que tengo la loca idea de que este anillo eres tú de alguna
manera. Que parpadearé y desaparecerás. Que estos últimos meses resultarían ser
un sueño. Bueno, han sido un sueño. Mejor que cualquier sueño que haya tenido, pero
sí. Yo...
Luego, mirando fijamente el anillo, dice:
—Lo único que sé es que quiero que lleves mi anillo. Llevo mucho tiempo
queriendo que lo lleves, probablemente mucho antes de comprarlo. Pero cada vez
que pensaba en dártelo, pensaba que no era suficiente. Las palabras que había
planeado decir. O el momento en que había planeado hacerlo. O simplemente el
hecho de que aún no te he mostrado todo lo que podemos ser juntos. Todas las formas
en que puedo amarte o apreciarte o ser la clase de novio que te mereces. Pero a la
mierda, ¿sí? Porque me imagino que si usas mi anillo, podría mostrártelo por el resto
de nuestras vidas. Así que aunque todo lo que acabo de decir no sea suficiente, este
momento no sea suficiente, y me quede mucho camino por recorrer, quiero que
tengas este anillo.
Entonces levanta la vista, sus ojos líquidos y su rostro vulnerable.
—Porque estoy loco por ti. Estoy obsesionado contigo. Eres la vida en mis
venas y eres lo que anhelo más que el aire. Estoy enfermo por ti, Echo, y quiero que
te cases conmigo. ¿Lo harías?
En este punto, solo estoy llorando.
Estoy berreando y me doy cuenta de que me equivoqué.
No arruiné el momento.
Porque acaba de salvarlo.
Con sus hermosas palabras y su hermoso rostro y su hermosa alma.
Y me doy cuenta de que ha salvado el momento cuando, de repente, estoy en
sus brazos. Y empapo su sudadera con mis lágrimas mientras me mece de un lado a
otro. Y cuando sigo sin calmarme, hace lo único que consigue que me calme, que me
arrulle hasta la sumisión.
Me besa.
Pone su boca suave y cálida sobre mí y me droga con ella. Y de nuevo, parece
que seguimos besándonos durante años y años mientras el mundo pasa a nuestro
alrededor. 538
Al tomar aire, susurro, con hipo:
—Tienes razón.
Me enmarca la cara con manos ásperas.
—¿Sobre qué?
Vuelvo a tener hipo.
—Soy una reina del drama.
Me planta un beso duro pero dulce en los labios.
—Eres mi reina del drama.
—Arruiné totalmente tu sudadera.
—Todas mis sudaderas son tuyas para arruinarlas.
Hundo mis dedos en su pelo.
—No puedo creer que lleves cuatro meses con un anillo.
—Esto era lo único que me mantenía cuerdo y a ti a salvo.
—¿A salvo de qué?
Sus ojos brillan.
—De que te secuestre y te lleve lejos.
—Como un bandido.
—Sí —susurra, sus dedos enterrados en mi pelo y flexionándose—. Y obligarte
a casarte conmigo.
—No tienes que forzarme.
Sus labios se crispan.
—¿No?
Aparto la mano de su cabello y la pongo sobre su pecho. Mirando hacia abajo,
susurro:
—Hazlo.
Él también baja la mirada y, desenredando los dedos de mis mechones, se
adelanta y lo hace.
Pone su anillo en mi dedo.
Lo acerco y lo miro con todo el amor de mi corazón. Un diamante solitario en
medio de otros diminutos en un anillo de plata.
—Es precioso —digo.
—Sí.
Levanto la vista y lo encuentro mirándome y sé que no está hablando del anillo,
como siempre.
539
Y me doy cuenta, una vez más, de que tenía razón.
Mientras estaba empeñada en quedarme en la Universidad de Nueva York y
me sentía atrapada cuando Lucas me había hecho la misma pregunta, ahora lo único
que me apetece es abrir las manos y reír de alegría. Ahora lo único que siento son
unas ganas locas de saltar y volar como un pájaro libre.
Supongo que no es la pregunta, sino la persona que hace la pregunta.
Y mi persona es él.
Mi Bandido.
Lo que me hace estar aún más decidida a ir a Los Ángeles con él.
—Reign, yo...
—Si no podía soportar la idea de separarme del anillo —dice, con las facciones
tensas y afiladas—, ¿qué te hace pensar que puedo separarme de ti cuando llevas mi
anillo?
—Pero Reign, tu sueño. Tu…
—Los sueños cambian, ¿no? —Me agarra la mano con su anillo y la lleva de
nuevo a su pecho—. Ni siquiera era mi sueño antes de que llegaras. Ni siquiera sabría
que tenía este sueño, si no fuera por ti. Así que no me importa una mierda. No me
importa dónde pueda jugar mientras estés conmigo. Si soy tan jodidamente bueno
como dicen que soy, mi futuro es brillante en cualquier lugar. Haré mi futuro donde
sea. Además, es mi turno.
—¿Tu turno para qué?
—Llegar a un acuerdo.
—¿Qué?
Se encoge de hombros.
—Pusimos Jungla de Cristal el fin de semana pasado cuando tú querías ver
Notting Hill. Así que esta semana me toca a mí darte lo que quieres. ¿Te acuerdas?
Sí.
Tenemos un sistema en el que nos turnamos para comprometernos. Porque en
cuanto empezamos a salir nos dimos cuenta de que, aunque tenemos muchas cosas
en común, también hay muchas cosas que nos separan. A él le gustan las películas de
acción, mientras que a mí me gustan las románticas. A él le encanta la comida china,
mientras que a mí me encanta la mexicana. A él le gusta ir de excursión y hacer cosas
atléticas mientras que yo lo único que quiero hacer es sentarme en mi sofá y leer o
escribir. A él no le interesan los libros, mientras que yo no paro de hablar de ellos.
Así que ideamos un sistema en el que ambos nos turnamos para hacer las cosas
que le gustan al otro.
540
Y sí, la semana pasada me tocó a mí comprometerme, lo que significa que ahora
le toca a él.
Le doy un puñetazo a su sudadera.
—Esto es más que una película y comida para llevar, Reign.
Su mandíbula se aprieta.
—Lo sé. Lo que significa que va a pasar, así que tienes que ponerte a ello y
pronto.
El corazón se me oprime en el pecho.
—No puedo... no puedo creer que hicieras eso por mí.
Su agarre sobre mi cuerpo se flexiona.
—Lo hago por mí. Estoy enfermo, ¿recuerdas?
Este tipo.
Lo amo tanto. Muchísimo.
—Yo también estoy enferma —susurro, depositando un suave beso en su
boca—. Lo que significa que cuando me gradúe, será mi turno. Para ir donde tú vas.
De hacer lo que tú haces.
Y antes de que pueda decir nada, le doy otro beso y esta vez, cuando salimos
a tomar aire, nuestras frentes están juntas y yo estoy en sus brazos con los muslos
alrededor de su cintura.
Sonriendo, susurro:
—Así que creo que ya no eres mi novio.
—Sí, ¿entonces qué soy?
Mi sonrisa se ensancha.
—Mi prometido.
—Aunque no por mucho tiempo.
—¿Por qué no?
—Porque estoy pensando en el sábado.
—¿Sábado para qué?
Me aprieta con sus brazos.
—Por casarnos.
Eso me da una pausa.
—¿Te refieres a este próximo sábado? 541
—Sí.
Agarro su camiseta por el hombro y me alejo de él.
—Solo falta una semana.
Hace una mueca.
—Parecen años, pero viviremos.
Empuño con más fuerza su camisa.
—¿Estás loco?
—De ti, sí.
—No —le digo—. No me voy a casar contigo en una semana.
—¿Por qué diablos no?
—Porque apenas puedo decírselo a todos los que conozco el sábado, y mucho
menos organizar una gran y fastuosa boda.
Por no hablar de que ahora que a mis padres les empieza a gustar Reign —a mi
madre más que a mi padre— querrían participar en toda la planificación y esas cosas.
Y Dios mío, no puedo esperar a llamarla esta noche y contárselo, y a todos mis amigos
también.
Levanta las cejas.
—Va a haber una gran y lujosa boda.
—Um, sí. —Pongo los ojos en blanco—. Quiero una gran boda. Y quiero música,
flores y pastel. Quiero un pastel, Reign. Y quiero pájaros volando y gente bailando. Y
quiero llevar un bonito vestido blanco y que tú lleves un esmoquin precioso. Además
de las invitaciones de boda con filigrana ornamentada. Sí, quiero una gran boda y...
Me detengo al darme cuenta de que sus labios están a punto de sonreír y de
que me estaba tomando el pelo. Le doy un puñetazo en el hombro.
—Imbécil.
Se ríe entre dientes.
—Bueno, me habría casado contigo el sábado, pero si quieres una gran boda,
te daré una gran boda, Bubblegum.
Pego una sonrisa falsa.
—Gracias, Bandido.
—Pero tienes que darme lo otro.
—¿Qué otra cosa?
—Sobre quién se lo cuenta a los niños.
—¿Qué niños?
—Nuestros hijos. —Luego, con una sonrisa de satisfacción—: Sobre cómo una
542
vez papá se metió en la habitación de mamá por la ventana. Y que mientras mamá se
retorcía debajo de papá y le gritaba al oído lo bien que la hacía sentir, los pillaron y...
—¡Imbécil! No puedo creer...
Se echa a reír y así me reclama la boca.
Todavía riendo y feliz.
Y vale, bien. Yo también estoy feliz.
A pesar de que acaba de traer a colación el día más vergonzoso de mi vida. El
día que pensé que nunca sería capaz de pensar sin romper a llorar y estar triste.
Pero entonces, él es mágico, ¿no?
Puede convertir la noche en día. Hace cosas imposibles.
Incluido el bloqueo de todo lo que me rodea. Por eso ahora oigo todos los
aplausos y vítores a nuestro alrededor, lo que me hace darme cuenta de que el mundo
entero, o al menos nuestro mundo, fue testigo de su propuesta.
Así que sí, soy feliz y me río porque estoy en sus brazos.
Mi Reign. Mi Bandido.
Mi futuro marido.
Quién: El Bandido
Dónde: En la residencia universitaria de Reign en Nueva York.
Cuándo: 3:03 AM; el día que Echo dice sí a la propuesta de Reign.
Dijo que sí.
Ella dijo que sí.
Sin embargo, no estaba seguro de si lo haría. No sabía si era demasiado pronto.
Pero tenía esperanza.
Estos días, tengo mucha esperanza.
Gracias a ella.
Aunque tengo que decir que me hubiera gustado hacerlo mejor. Me refiero a
la propuesta.
No mentí cuando le dije que llevaba meses con este anillo. Que había estado
intentando encontrar un momento perfecto, orquestar un momento perfecto, algo
digno de ella y de lo que siento por ella, pero que no había sido capaz de encontrarlo.
Pero hoy le he dicho definitivamente que no al LA Galaxy y entonces ella no paraba
de hablar de cómo se mudaría por mí, y tuve que hacerlo.
A pesar de lo decepcionante y carente que fue, ella dice que fue perfecto. 543
Que no podría haber imaginado un momento mejor que el que yo había elegido
al azar. Dice que ahora siempre amará el invierno —una estación de la que no es
fanática— porque en invierno fue cuando le di mi anillo.
Pero le creo.
Esa es la otra cosa que estoy haciendo estos días: creer.
Por no mencionar que mi chica es muy fácil de complacer. Todo lo que hago es
de alguna manera perfecto para ella. No puedo entenderlo, pero sí. Sin embargo, eso
no significa que pueda aflojar. Que no debería intentar hacer más, darle más, ser más
para ella.
Mi Bubblegum se merece el mundo y se lo voy a dar. Como prometí.
Lo que significa que a partir de mañana, tengo que empezar a planear la boda.
Su boda perfecta.
Sé que planear una boda puede ser femenino y embarazoso y lo que sea. Pero
haré cualquier cosa por ella. Elegiré las flores, la alianza, el pastel, la puta vajilla de
boda, si eso la hace feliz.
Por ahora, sin embargo, tengo que irme.
Está durmiendo —desnuda; como si alguna vez la dejara llevar ropa en mi
cama, sobre todo cuando tenemos la habitación para nosotros solos— y si no me
acurruco con ella durante estos meses de invierno, empieza a tener frío y a estar
inquieta. Y tiene que estudiar temprano por la mañana, lo que significa que necesita
dormir.
Pero sí, mañana.
Mañana empiezo a planear la puta boda perfecta con la chica de la que me
enamoré cuando tenía quince años. La chica que hace girar mi mundo. Que lo ilumina
con su sonrisa, con sus vestidos rosas, sus historias y su drama.
Y su amor.
Mi Bubblegum.

FIN
(Para Reign y Echo)

544
(Bad Boys of Bardstown #1)

Tempest Jackson, de diecinueve años, quiere un bebé. 545


No, su reloj biológico no corre, pero está desesperada por un amor
incondicional. Rechazada por todos, excepto por su hermano, y a punto de ser casada
por su padre para obtener beneficios económicos, ansía tener a alguien a quien
abrazar y llamar suyo.

Llega Ledger Thorne. Dios del fútbol, devastadoramente guapo y rival de


su hermano.
Había una vez algo entre ellos. Algo hermoso. Pero mientras Tempest creía
estar locamente enamorada, Ledger sólo la utilizaba para una mezquina venganza.
Así que Tempest tiene un plan: seducir al idiota sexy que le rompió el corazón,
utilizarlo para quedarse embarazada y luego dejarlo en la estacada como él la dejó a
ella, para casarse con un desconocido.
Sólo que el problema de hacer bebés es que no se siente como una venganza.
Se parece mucho a eso que solían tener: Caliente y tormentoso, intenso e íntimo.
Pero Tempest no es tonta. Ella se apegará al plan.
¿Porque no fue Ledger quien convirtió lo hermoso de ellos en algo feo?
Ahora le toca a ella...
Escritora de malos romances. Aspirante a Lana Del Rey del mundo de los libros.
546

Saffron A. Kent es una autora de novela romántica


contemporánea y New Adult, superventas del USA Today.
Tiene un máster en Escritura Creativa y vive en Nueva York con su marido, nerd
y comprensivo, y con un millón y un libros.
También escribe en su blog. Sus reflexiones sobre la vida, la escritura, los
libros y todo lo demás se encuentran en su DIARIO, en su sitio web
(www.thesaffronkent.com).
547

También podría gustarte