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13 - DECIMOTERCERA CLASE Segunda Parte
13 - DECIMOTERCERA CLASE Segunda Parte
En la segunda parte de la clase, continuaremos avanzando con la puesta en cuestión del principio
del placer y el giro de 1920 que iniciamos en la primera parte. Después de habernos detenido en
los referentes utilizados por Freud en los apartados II y III de “Más allá del principio del placer”
(sueños de las neurosis traumáticas, el juego del Fort - Da, los restos no tramitables en la
transferencia y la compulsión de destino) habíamos llegado a establecer a la “compulsión de
repetición” como un rasgo común a todos ellos, y a la idea de que ese apremio que compele a
repetir los displacentero bajo diversas formas parecía más originario, más pulsional que el
principio del placer considerado hasta ese momento como rector de los procesos anímicos.
El paso que tenemos que dar ahora con Freud es pasar de la descripción de los fenómenos al
intento de su explicación teórica. Para esto tenemos en la bibliografía los apartados IV y V de
“Más allá del principio de placer” (1920), pero también dos artículos posteriores: la 32a
conferencia: “Angustia y vida pulsional” (1932) y “Esquema del psicoanálisis” (1938), en
particular el apartado II.
Lo que aquí se abre para nosotros es bastante complejo desde el punto de vista conceptual. ¿Por
qué? Porque Freud tiene que teorizar, tiene que inventar alguna manera de volver entendible
estos fenómenos. Los conceptos que formaban parte de sus explicaciones previas no le
alcanzan. De hecho arranca el apartado IV de “Más allá …” diciendo: “Lo que sigue es
especulación, a menudo de largo vuelo” (AE, XVIII, p. 24) Para hacerlo va a recurrir a varias
metáforas, a muchas imágenes comparativas; y se va a apoyar en ideas y expresiones que
pertenecen a otros campos dentro de la biología (la embriología, la neuroanatomía), e incluso
reflota algunas viejas ideas de Breuer. Quiere, nos dice “explotar las consecuencias de una idea,
por curiosidad de saber adónde lleva” (AE, XVIII, p. 24).
Esto nos plantea una doble dificultad. Por un lado entender la referencia biológica en sí misma,
para ver qué uso comparativo Freud le da. Pero por otro, y fundamentalmente, tratar de captar
qué es lo que Freud está intentando pensar, sirviéndose de ese lenguaje. Porque es interesante
ver cómo incluso estando inscripto en un paradigma de pensamiento termina viéndose de algún
modo forzado a acuñar nociones completamente paradojales o contradictorias, como lo es la de
una “pulsión de muerte” ya que la pulsión, como sabemos, está eminentemente ligada a la vida.
Pensemos que la biología plantea permanentemente la cuestión de la adaptación del organismo
al medio, explica cómo se mantiene el equilibrio armónico. La psicología muchas veces también
replica esto, por ejemplo Piaget, con sus famosos mecanismos de asimilación y acomodación. Si
bien no operan sobre sustancias, de todos modos está en juego la idea de una adaptación al
medio, de lograr un equilibrio. En cambio aquí, Freud se encuentra con la dificultad de explicar
fenómenos profundamente desadaptativos. Básicamente tiene que dar cuenta de cómo es que el
individuo atenta contra sí, no busca su propio bienestar, esa armonía que supuestamente debería
conseguir si estuviera regido exclusivamente por el principio del placer. Por el contrario, hay algo,
una compulsión que lo obliga a repetir lo displacentero y a obtener satisfacción allí. Por eso dice
que “no hemos propiciado el supuesto de una particular pulsión de agresión y destrucción en el
ser humano en virtud de las doctrinas de la historia ni de nuestra experiencia en la vida, sino que
lo hicimos sobre la base de consideraciones generales a que nos llevó la apreciación de los
fenómenos del sadismo y del masoquismo” (AE, XXII, p. 96).
Van a ver entonces, que Freud vuelve aquí a plantear preguntas similares a las que en su
momento vimos en la sexta clase cuando estudiamos el capítulo VII de “La interpretación de los
sueños” y revisamos el primer ordenamiento metapsicológico (la relación entre percepción y
conciencia, el desplazamiento y procesamiento de las sumas de excitación, el rol de las huellas
mnémicas, la organización en instancias del aparto, etc.). Pero mientras que en aquel momento
estaba en juego situar la dinámica del deseo como motor de un aparato psíquico conformado por
representaciones sobre las que se desplazaba una suma de excitación, aquí se pone en juego
incluir la dimensión pulsional y las dificultades de su regulación. Todo esto es entonces como la
preparación, la “cocina” de lo que en la próxima clase vamos a presentar como la “segunda
tópica”.
(AE, I, p. 358)
Allí decía que en el mundo exterior los procesos constituyen un continuum tanto a nivel de la
cantidad como de la cualidad, mientras que los estímulos que les corresponden a nivel del
aparato son reducidos, limitados y discontinuos.
De los conceptos previos que veníamos trabajando, probablemente el de fantasía sea uno de los
más indicados para que pensemos eso que hacía las veces de una protección antiestímulo frente
a los estímulos desagradables del medio. Recuerden ustedes el rol que Freud le asignaba a los
sueños diurnos, en “El creador literario y el fantaseo” (1908), cuando los acercaba al juego.
Ambas se regían claramente por el principio del placer. Allí decíamos que la fantasía operaba
como un marco que organizaba la realidad para un sujeto.
Aquí, en el apartado IV de “Más allá….” Freud plantea la idea de un sistema que busca
protegerse, preservarse de que sobrevengan estímulos exteriores demasiado fuertes. Esta
barrera protectora es una imagen del funcionamiento del principio de placer, que busca mantener
lo más bajo posible los niveles de energía dentro del aparato. Intenta nivelar, desplegando formas
de transformación de la energía, a través de los órganos sensoriales que son como “antenas” que
procesan “cantidades muy pequeñas del estímulo externo” (AE, XVIII, p. 28).
Recordemos además que por su posición “entre” el exterior y el interior, el sistema P-Cc recibe
también estímulos provenientes del interior. Aquí veremos que las cosas son bastante distintas
respecto de las posibilidades de protegerse: “Hacia afuera hay una protección antiestímulo, y las
magnitudes de excitación accionarán sólo en escala reducida; hacia adentro, aquella es
imposible, y las excitaciones de los estratos más profundos se propagan hasta el sistema de
manera directa y en medida no reducida, al par que ciertos caracteres de su decurso producen la
serie de las sensaciones de placer y displacer” (AE, XVIII, p. 28). Lo que viene de “adentro” tiene
las mismas características que lo exterior no filtrado. Se propaga de manera directa y no
reducida. Para comprender mejor esta idea pueden recuperar lo que habíamos visto en la primera
parte de “Pulsiones y destinos de pulsión” cuando definía a la pulsión como el “estímulo para lo
psíquico”. “El estímulo pusional no proviene del mundo exterior, sino del interior del propio
organismo” (AE, XIV, p. 114). Allí ya nos decía que frente a los estímulos exteriores funcionaba la
posibilidad de la huida, mientras que para los estímulos pulsionales que atacaban desde adentro
la huida era imposible. Pero agregaba: “Desde luego, nada impide esta conjetura: las pulsiones
mismas, al menos en parte, son decantaciones de la acción de estímulos exteriores que en el
curso de la filogénesis influyeron sobre la sustancia viva, modificándola” (AE. XIV, p. 116). Se
genera entonces la paradoja de que a los estímulos pulsionales se tenderá a tratarlos como si no
obrasen desde adentro, sino desde afuera. En realidad vemos que las categorías interior y
exterior resultan insuficientes para pensar lo que está en juego y esto tendrá consecuencias
importantes en la redefinición del trauma que se produce en este texto.
Aquí, en el apartado IV, hace jugar la oposición entre “energía libre” y “energía ligada” para
orientarse un poco. Admite la conjetura de que “la «ligazón» („Bindung") de la energía que afluye
al aparato anímico consiste en un trasporte (Uberführung) desde el estado de libre fluir hasta el
estado quiescente” (AE, XVIII, pp. 30-31). Es interesante esta idea del transporte. No deja de
tener resonancias con lo que sucede a nivel de la transferencia (Übertragung) y la posibilidad o
imposiblidad que allí se abre para la elaboración del exceso energético.
Y es justamente aquí donde Freud retoma el ejemplo de los sueños de las neurosis traumáticas,
el fracaso de la función del sueño, y dice que en ellas se ha producido una vasta ruptura de la
protección antiestímulo. Ubicando a la angustia, el apronte angustiado (que en ellas faltó) como la
última trinchera, la última defensa anticipatoria frente a lo peor, el trauma, el exceso económico.
La angustia como señal expectante conlleva una sobreinvestidura de los sistemas que reciben el
estímulo, pero en este caso la trinchera defensiva faltó. “Descubrimos, así, que el apronte
angustiado, con su sobreinvestidura de los sistemas recipientes, constituye la última trinchera de
la protección antiestímulo. En toda una serie de traumas, el factor decisivo para el desenlace
quizá sea la diferencia entre los sistemas no preparados y los preparados por sobreinvestidura”
(AE, XVIII, p. 31). Podemos repensar entonces estos sueños, que no son cumplimiento de deseo
por vía alucinatoria dentro el marco del principio del placer, pero que contribuyen a esa “otra
tarea” que debe resolverse antes de que el principio de placer pueda recuperar su imperio. Freud
dice que “estos sueños buscan recuperar el dominio {Bewältigung} sobre el estímulo por medio de
un desarrollo de angustia cuya omisión causó la neurosis traumática” (AE, XVIII, p. 31). De ahí
entonces que el individuo despierte con renovado terror.
Aquí podemos empezar a traer las preguntas que habían quedado pendiente al final de la primera
parte de la clase: ¿Recuerdan? ¿Qué función cumple la compulsión a la repetición, en qué
condiciones aflora y qué relación guarda con el principio del placer? Freud plantea que se nos
abre una perspectiva sobre una función del aparato anímico que sin contradecir completamente al
principio del placer, parece independizarse de él y resulta más originaria que el propósito de evitar
el displacer.
Volviendo a estos sueños, podemos considerar que la función relativa al cumplimiento del deseo
sólo podría ingresar a jugar su rol “después que el conjunto de la vida anímica aceptó el imperio
del principio de placer. Si existe un «más allá del principio de placer», por obligada consecuencia
habrá que admitir que hubo un tiempo anterior también a la tendencia del sueño al cumplimiento
de deseo. Esto no contradice la función que adoptará más tarde” (AE, XVIII, p. 32). Una vez que
el principio del placer recupera su dominio, el sueño podrá volver a funcionar como cumplimiento
del deseo. Mientras tanto será, como dijimos en la primera parte, un “intento” de cumplimiento.
En relación a las neurosis de guerra, Freud recuerda lo dicho anteriormente sobre la reducción de
las posibilidades de contraer la neurosis en el caso de que el trauma fuera acompañado de una
herida física. Esto genera no sólo una marca, una huella en el cuerpo, sino que moviliza
enormemente la redistribución de la libido. Recordemos lo visto en “Introducción del Narcisismo”
sobre la enfermedad orgánica como una vía privilegiada para su estudio. El órgano enfermo se
comporta como un órgano erógeno y reclama sobre si una redistribución de la libido decíamos
entonces. La falta de apronte angustiado en las neurosis traumáticas elevaría el monto de la
excitación en juego, pero la herida física “ligaría” el exceso de excitación gracias al reclamo de
sobreinvestidura narcisista del órgano en cuestión.
Es en el apartado V del texto que Freud retoma esto. Revisa el lugar de las pulsiones como los
estímulos psíquicos con los que se ha venido dando batalla a lo largo de gran parte de su obra:
“el elemento más importante y oscuro de la investigación psicológica” (AE, XVIII, p. 34). Fuentes
de excitación interna, nos dice, fuerzas constantes que generan perturbaciones económicas. De
las cuales surgen mociones que no obedecen al tipo de proceso ligado sino libremente móvil y
que pulsan en pos de la descarga.
Este es un tema en cierto sentido conocido por nosotros, pero que no deja de plantearnos
algunas preguntas. Recuerden cuando vimos el sueño como formación del inconsciente con sus
maestros artesanos, la condensación y el desplazamiento. El proceso primario supone para Freud
energía libre disponible para condensarse, desplazarse, y el proceso secundario se corresponde
con las alteraciones de la investidura ligada.
Ahora bien, comentemos este párrafo: “La tarea de los estratos superiores del aparato anímico
sería ligar la excitación de las pulsiones que entra en operación en el proceso primario. El fracaso
de esta ligazón provocaría una perturbación análoga a la neurosis traumática; sólo tras una
ligazón lograda podría establecerse el imperio irrestricto del principio de placer (y de su
modificación en el principio de realidad). Pero, hasta ese momento, el aparato anímico tendría la
tarea previa de dominar o ligar la excitación, desde luego que no en oposición al principio de
placer, pero independientemente de él y en parte sin tomarlo en cuenta” (AE, XVIII, pp. 34-35). ¿A
dónde estamos yendo? Dice Freud energía libre, sin ligar, excitación pulsional que tendrá que ser
ligada por los estratos superiores del aparato psíquico.
De lo dicho parece desprenderse que hay dos formas de energía libre en el aparato. La primera,
libre pero disponible para desplazarse y condensarse, vale decir montarse en la cadena de
representaciones e impactar en la conciencia como una formación de lo inconsciente (capturada
entonces por el principio del placer); y esta segunda manera que Freud puede pensar a estas
alturas que es una energía libre sobre la que habrá que hacer algo “previamente” para que pase a
estar disponible y se cifre en lo inconsciente. Este nuevo aspecto de la energía libre está más allá
de la captura por las leyes del inconsciente y el principio del placer. Ahora bien, arribamos a una
idea central propuesta por Freud, el fracaso de esta ligazón provocaría una perturbación análoga
a las neurosis traumática y sólo tras una ligazón lograda podrá establecerse el imperio del
principio del placer. ¿Antes qué sucede? Dominar o ligar la excitación en forma independiente del
principio del placer.
Y podemos desde acá reconducir los ejemplos del Fort-Da y la compulsión de repetición en
análisis que nos muestra un carácter pulsional demoníaco, en oposición al principio del placer.
Pero hay una diferencia entre ellos. No resultará lo mismo la repetición en el juego, ya que esta
inaugura el placer de la repetición como ganancia de satisfacción. Vale decir, acá no hay fracaso
de la ligazón como si ocurre en las neurosis traumáticas. El Fort-Da liga la excitación de las
pulsiones en juego en el proceso primario y comienza la posibilidad de la sustitución con este par
de opuestos que señalan la alternancia entre presencia y ausencia. ¿Qué dice Freud?, logro
cultural, renuncia pulsional y dominio de la impresión intensa. “Cada nueva repetición parece
perfeccionar ese dominio procurado” (AE, XVIII, p. 35).
¿Y en el análisis? Plantea aquí una diferencia: “En el analizado (…) su compulsión a repetir en la
transferencia los episodios del período infantil de su vida se sitúa, en todos los sentidos, más allá
del principio del placer” (AE, XVIII, p. 36). Quizá la explicación que nos da en el apartado donde
tomó el ejemplo no es del toda satisfactoria pero esto, creemos, es debido a que no cuenta con la
explicitación de la segunda tópica. Vemos asomarse algo allí cuando nos dice de dónde proviene
esta insistencia que se nos presenta como resistencia al análisis. Recuerden que ahí plantea, no
del inconsciente reprimido, ya que este no se resiste sino que retorna. Se trata de otra cosa. Dice
claramente: “las huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias del tiempo primordial, no
subsisten en estado ligado, y es más acaso sean insusceptibles de proceso secundario” (AE,
XVIII, p. 36). Esboza la idea de que lo reprimido primordial, eso que no adviene jamás como
recuerdo, supone algo insusceptible de ligazón. Y la compulsión de repetición se instala como un
estorbo terapéutico, en particular hacia el momento de lo que debería ser la finalización de la
cura.
No piensen que desaparece la idea del conflicto entre las pulsiones sexuales y el yo junto al Ideal,
sólo que, como Freud dice, pasan a ser conflictos más caseros, de poca monta, que por otra
parte se situarían en el terreno del Eros. Además recuerden que la introducción del narcisismo en
la teoría había puesto en cuestión en gran medida al primer dualismo pulsional en la medida en
que el yo era también sexualizado. Es decir, todo lo que aprendimos hasta el momento sobre las
formaciones del inconsciente, el concepto de pulsión sexual y su expresión en el síntoma, las
regulaciones de la pulsión sexual, etc. nos dejan en el terreno de la pulsión de vida. La novedad
entonces es la pulsión de muerte. Atreverse a formularla le significó a Freud y al mundo del
psicoanálisis una gran indigestión. ¿Por qué decimos esto? Porque formularla resulto una tesis
revulsiva incluso para muchos de sus discípulos. Pensar que lo “constitutivo” del ser humano está
conformado por este nuevo dualismo que incluye “lo peor”, la posible destrucción del aparato
psíquico, si la pareja pulsional se rompe, si se desmezclan totalmente...
Esto que no termina de ligarse lo obliga a Freud a repensar el aparato psíquico y postular un
segundo ordenamiento metapsicológico lo que llamamos “segunda tópica” con sus instancias Yo,
Ello y Superyó. Quedando la mudez de la pulsión de muerte en la causa de las “resistencias
mayores” al tratamiento, como obstáculo estructural a la cura. Esto es lo que vemos señalado en
la 32° Conferencia (1933), la pulsión de muerte (Todestrieb) quedará articulada a la Reacción
terapéutica negativa, a la necesidad de castigo y a la satisfacción a partir del sufrimiento mismo
“que sólo podíamos clasificar entre los deseos masoquistas” (AE, XXII, p. 100). Son temas que
abordaremos en las clases siguientes cuando entremos en las unidades 14 y 15 del programa.
Señalemos simplemente por ahora una orientación para nuestro trabajo, teniendo en cuenta que
Freud señala que esta “necesidad de castigo es el peor enemigo de nuestro empeño terapéutico”
(AE, XXII, p. 100).
Pero también debemos destacar en este mismo texto un aspecto o una cara más simbólica de la
pulsión de muerte en tanto es una condición de que se produzca la ligazón o la vida, citemos a
Freud: “No aseveramos que la muerte sea la única meta de la vida, no dejamos de ver junto a la
muerte, la vida” (AE, XXII, pp. 99-100). La muerte es como el carril, como el riel por el que la vida
circula. Gracias a la muerte la vida puede a veces también cobrar más espesor y algún esbozo de
sentido. Si fuéramos inmortales ya nada tendría sentido. A fin de cuentas, esa tan mentada y
conservadora “reproducción de lo anterior” debemos repensarla. ¿Cómo entender eso anterior
que nos precede? ¿Cómo entender la imagen de esa fragmentación de partículas que la
sustancia viva intenta reagrupar y volver a fusionar?
En “Esquema de psicoanálisis” (1938) Freud nos dice que “Tras larga vacilación y oscilación, nos
hemos resuelto a aceptar sólo dos pulsiones básicas: Eros y pulsión de destrucción. (La oposición
entre pulsión de conservación de sí mismo y de conservación de la especie, así como la otra
entre amor yoico y amor de objeto, se sitúan en el interior del Eros. La meta de la primera es
producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una ligazón {Bindung}; la
meta de la otra es, al contrario, disolver nexos y, así, destruir las cosas del mundo. Respecto de
la pulsión de destrucción, podemos pensar que aparece como su meta última trasportar lo vivo al
estado inorgánico; por eso también la llamamos pulsión de muerte. Si suponemos que lo vivo
advino más tarde que lo inerte” (AE. XXIII, p. 146).
Si salimos de los términos de la embriología y de la filogenia, si salimos de la proyección sobre un
plano aparentemente biológico, podemos decir que lo que precede nuestra entrada en la
existencia es el orden simbólico. Es lo que nos sucede también posteriormente con un nombre
puesto en las sepulturas. Esto último es algo que no sucede en los animales. Existimos entonces
en lo simbólico desde que se habla de nosotros, desde antes de nacer. Sobrevivimos en lo
simbólico mientras queden marcas, recuerdos, imágenes y huellas de nuestro pasaje por la vida.
La disolución de los nexos, esa fragmentación de la pulsión de muerte puede entenderse
entonces como la segmentación, como la división de los eslabones de la cadena asociativa a la
que el analizante se entrega al hacer uso del lenguaje en la experiencia analítica misma. Eso que
se repite, puede también entenderse como la insistencia demoníaca de la cadena asociativa que
hace del inconsciente en su mudez un destino fatal para el sujeto.