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Teoría Psicoanalítica – Cursada 2021

Decimotercera Clase Segunda Parte (de Casas – Volta)

En la segunda parte de la clase, continuaremos avanzando con la puesta en cuestión del principio
del placer y el giro de 1920 que iniciamos en la primera parte. Después de habernos detenido en
los referentes utilizados por Freud en los apartados II y III de “Más allá del principio del placer”
(sueños de las neurosis traumáticas, el juego del Fort - Da, los restos no tramitables en la
transferencia y la compulsión de destino) habíamos llegado a establecer a la “compulsión de
repetición” como un rasgo común a todos ellos, y a la idea de que ese apremio que compele a
repetir los displacentero bajo diversas formas parecía más originario, más pulsional que el
principio del placer considerado hasta ese momento como rector de los procesos anímicos.
El paso que tenemos que dar ahora con Freud es pasar de la descripción de los fenómenos al
intento de su explicación teórica. Para esto tenemos en la bibliografía los apartados IV y V de
“Más allá del principio de placer” (1920), pero también dos artículos posteriores: la 32a
conferencia: “Angustia y vida pulsional” (1932) y “Esquema del psicoanálisis” (1938), en
particular el apartado II.
Lo que aquí se abre para nosotros es bastante complejo desde el punto de vista conceptual. ¿Por
qué? Porque Freud tiene que teorizar, tiene que inventar alguna manera de volver entendible
estos fenómenos. Los conceptos que formaban parte de sus explicaciones previas no le
alcanzan. De hecho arranca el apartado IV de “Más allá …” diciendo: “Lo que sigue es
especulación, a menudo de largo vuelo” (AE, XVIII, p. 24) Para hacerlo va a recurrir a varias
metáforas, a muchas imágenes comparativas; y se va a apoyar en ideas y expresiones que
pertenecen a otros campos dentro de la biología (la embriología, la neuroanatomía), e incluso
reflota algunas viejas ideas de Breuer. Quiere, nos dice “explotar las consecuencias de una idea,
por curiosidad de saber adónde lleva” (AE, XVIII, p. 24).
Esto nos plantea una doble dificultad. Por un lado entender la referencia biológica en sí misma,
para ver qué uso comparativo Freud le da. Pero por otro, y fundamentalmente, tratar de captar
qué es lo que Freud está intentando pensar, sirviéndose de ese lenguaje. Porque es interesante
ver cómo incluso estando inscripto en un paradigma de pensamiento termina viéndose de algún
modo forzado a acuñar nociones completamente paradojales o contradictorias, como lo es la de
una “pulsión de muerte” ya que la pulsión, como sabemos, está eminentemente ligada a la vida.
Pensemos que la biología plantea permanentemente la cuestión de la adaptación del organismo
al medio, explica cómo se mantiene el equilibrio armónico. La psicología muchas veces también
replica esto, por ejemplo Piaget, con sus famosos mecanismos de asimilación y acomodación. Si
bien no operan sobre sustancias, de todos modos está en juego la idea de una adaptación al
medio, de lograr un equilibrio. En cambio aquí, Freud se encuentra con la dificultad de explicar
fenómenos profundamente desadaptativos. Básicamente tiene que dar cuenta de cómo es que el
individuo atenta contra sí, no busca su propio bienestar, esa armonía que supuestamente debería
conseguir si estuviera regido exclusivamente por el principio del placer. Por el contrario, hay algo,
una compulsión que lo obliga a repetir lo displacentero y a obtener satisfacción allí. Por eso dice
que “no hemos propiciado el supuesto de una particular pulsión de agresión y destrucción en el
ser humano en virtud de las doctrinas de la historia ni de nuestra experiencia en la vida, sino que
lo hicimos sobre la base de consideraciones generales a que nos llevó la apreciación de los
fenómenos del sadismo y del masoquismo” (AE, XXII, p. 96).
Van a ver entonces, que Freud vuelve aquí a plantear preguntas similares a las que en su
momento vimos en la sexta clase cuando estudiamos el capítulo VII de “La interpretación de los
sueños” y revisamos el primer ordenamiento metapsicológico (la relación entre percepción y
conciencia, el desplazamiento y procesamiento de las sumas de excitación, el rol de las huellas
mnémicas, la organización en instancias del aparto, etc.). Pero mientras que en aquel momento
estaba en juego situar la dinámica del deseo como motor de un aparato psíquico conformado por
representaciones sobre las que se desplazaba una suma de excitación, aquí se pone en juego
incluir la dimensión pulsional y las dificultades de su regulación. Todo esto es entonces como la
preparación, la “cocina” de lo que en la próxima clase vamos a presentar como la “segunda
tópica”.

El aparato-vesícula: sustancia estimulable y superficie.


Freud ensaya empezar a pensar un aparato psíquico diferente que recibe estímulos externos pero
no con dos caras (polo perceptivo-polo motor) sino como una esfera, cuya característica principal
es que tiene diferenciado dos espacios: un afuera y un adentro: “Puesto que la conciencia brinda
en lo esencial percepciones de excitaciones que vienen del mundo exterior, y sensaciones de
placer y displacer que sólo pueden originarse en el interior del aparato anímico, es posible atribuir
al sistema P-Cc una posición espacial. Tiene que encontrarse en la frontera entre lo exterior y lo
interior, estar vuelto hacia el mundo exterior y envolver a los otros sistemas psíquicos” (AE, XVIII,
p. 24). La relación de exclusión entre memoria (huellas mnémicas o alteraciones permanente) y la
apertura a nuevos estímulos le hace suponer que los otros sistemas no estarían entonces en
“choque directo con el mundo exterior” (AE, XVIII, p. 26).
Nos propone pensar que ese aparato psíquico es como una vesícula (un saco, una bolsa, una
pelota, una esfera) de sustancia estimulable, es decir, de algún tipo de sustancia que se altera al
recibir estímulos. Plantearlo como “sustancia” es una novedad para nosotros. Hasta aquí
estábamos más bien acostumbrados a pensar a lo psíquico a nivel de la significación. Freud
siempre habla de la intencionalidad (Bedeutung) de los procesos anímicos (Cf. AE, VII, p. 37).
Tenemos que interrogarnos entonces por este sustancialismo que aparece acá.
Toda la superficie de la esfera es la que recibe los estímulos y no sólo un polo receptor. Esta
misma superficie la equipara con la conciencia, dijimos. Ya que se trata de una “imagen”
podemos traer estas para aproximarnos a la idea de Freud. Una esfera que recibe los estímulos
que provienen del exterior. Las huellas quedarían en el interior.
“Representémonos al organismo vivo en su máxima simplificación posible, como una vesícula
indiferenciada de sustancia estimulable; entonces su superficie vuelta hacia el mundo exterior
está diferenciada por su ubicación misma y sirve como órgano receptor de estímulos” (AE, XVIII,
p. 26). Por esto pusimos imágenes de células, una porción mínima de vida diferenciada del medio
externo.
El problema de este aparato es que tiene que mantener un funcionamiento, que resulta de la
tramitación de los estímulos que recibe, sin morir. Ya que al igual que todo ser vivo requiere
resistir a igualarse, equipararse, con el medio. Por ejemplo, nosotros para permanecer vivos
debemos resistirnos a tomar la temperatura del ambiente y a mantener la nuestra. Si no
podríamos morir de hipotermia y nos congelamos o de hipertermia y nos asamos por dentro. Es el
problema de la adaptación biológica. Extrapolado al aparato psíquico podemos decir que para
mantenerse en funcionamiento requiere sostener cierto nivel de energía que los estímulos
externos tienden a igualar con el medio ambiente. O sea que no sólo está orientado a recibir los
estímulos externos, sino también a protegerse de lo nocivo de ellos. No sólo percibir, sino poder
filtrar para no recibir daño. Esto lo lleva a pensar que en esa superficie hay una capa protectora
"antiestímulo" que hace de filtro, de atenuador, como "nuestra piel" que sirve para poder sentir y
entrar en contacto con el medio externo apropiadamente, no me acerco mucho al fuego aunque
me caliente en el invierno porque me quemaría o puedo tocar algo y no morir de dolor,
permitiendo pasar sólo lo que es procesable, tramitable por el aparato: “Esta partícula de
sustancia viva flota en medio de un mundo exterior cargado {laden} con las energías más
potentes, y sería aniquilada por la acción de los estímulos que parten de él si no estuviera
provista de una protección antiestímulo” (AE, XVIII, p. 27). Gracias a esto, las magnitudes de
energías del mundo que ingresan pueden propagarse sólo con “una fracción de su intensidad”.
Los estratos contiguos, “escudados por la protección antiestímulo pueden dedicarse a recibir los
volúmenes de estímulo filtrados” (AE, XVIII, p. 27).
Esta es un realidad una vieja idea que encontramos en Freud desde el “Proyecto….” (1895). En
aquel momento él mismo la dibujó así:

(AE, I, p. 358)
Allí decía que en el mundo exterior los procesos constituyen un continuum tanto a nivel de la
cantidad como de la cualidad, mientras que los estímulos que les corresponden a nivel del
aparato son reducidos, limitados y discontinuos.
De los conceptos previos que veníamos trabajando, probablemente el de fantasía sea uno de los
más indicados para que pensemos eso que hacía las veces de una protección antiestímulo frente
a los estímulos desagradables del medio. Recuerden ustedes el rol que Freud le asignaba a los
sueños diurnos, en “El creador literario y el fantaseo” (1908), cuando los acercaba al juego.
Ambas se regían claramente por el principio del placer. Allí decíamos que la fantasía operaba
como un marco que organizaba la realidad para un sujeto.
Aquí, en el apartado IV de “Más allá….” Freud plantea la idea de un sistema que busca
protegerse, preservarse de que sobrevengan estímulos exteriores demasiado fuertes. Esta
barrera protectora es una imagen del funcionamiento del principio de placer, que busca mantener
lo más bajo posible los niveles de energía dentro del aparato. Intenta nivelar, desplegando formas
de transformación de la energía, a través de los órganos sensoriales que son como “antenas” que
procesan “cantidades muy pequeñas del estímulo externo” (AE, XVIII, p. 28).
Recordemos además que por su posición “entre” el exterior y el interior, el sistema P-Cc recibe
también estímulos provenientes del interior. Aquí veremos que las cosas son bastante distintas
respecto de las posibilidades de protegerse: “Hacia afuera hay una protección antiestímulo, y las
magnitudes de excitación accionarán sólo en escala reducida; hacia adentro, aquella es
imposible, y las excitaciones de los estratos más profundos se propagan hasta el sistema de
manera directa y en medida no reducida, al par que ciertos caracteres de su decurso producen la
serie de las sensaciones de placer y displacer” (AE, XVIII, p. 28). Lo que viene de “adentro” tiene
las mismas características que lo exterior no filtrado. Se propaga de manera directa y no
reducida. Para comprender mejor esta idea pueden recuperar lo que habíamos visto en la primera
parte de “Pulsiones y destinos de pulsión” cuando definía a la pulsión como el “estímulo para lo
psíquico”. “El estímulo pusional no proviene del mundo exterior, sino del interior del propio
organismo” (AE, XIV, p. 114). Allí ya nos decía que frente a los estímulos exteriores funcionaba la
posibilidad de la huida, mientras que para los estímulos pulsionales que atacaban desde adentro
la huida era imposible. Pero agregaba: “Desde luego, nada impide esta conjetura: las pulsiones
mismas, al menos en parte, son decantaciones de la acción de estímulos exteriores que en el
curso de la filogénesis influyeron sobre la sustancia viva, modificándola” (AE. XIV, p. 116). Se
genera entonces la paradoja de que a los estímulos pulsionales se tenderá a tratarlos como si no
obrasen desde adentro, sino desde afuera. En realidad vemos que las categorías interior y
exterior resultan insuficientes para pensar lo que está en juego y esto tendrá consecuencias
importantes en la redefinición del trauma que se produce en este texto.

El Trauma: la metáfora de la perforación de la protección contra estímulos y el fracaso de


la ligazón.
Ahora bien, ¿qué pasaría si esa capa de protección antiestímulo se rajara, se rompiera? Es como
si de golpe se rompiera el casco del barco y comenzara a entrar agua, a inundarse y hundirse,
tipo el Titanic!
¿Cómo llamamos a la situación que rompe la barrera e inunda el aparato psíquico de
estimulación (dejando de poder funcionar de manera habitual, bajo el principio del placer) y que el
aparato no sabe qué hacer con ello? Eso se llama situación traumática. Se trata de una afluencia
desmedida de estimulación que por el quiebre de la capa protectora, desborda toda posibilidad de
tramitación. Sería el caso de la neurosis traumática, situación con una intensidad desmedida que
desborda toda posibilidad de tramitación y domeñamiento: “Llamemos traumáticas a las
excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protección antiestímulo. Creo
que el concepto de trauma pide esa referencia a un apartamiento de los estímulos que de
ordinario resulta eficaz. Un suceso como el trauma externo provocará, sin ninguna duda, una
perturbación enorme en la economía {Betrieb} energética del organismo y pondrá en acción todos
los medios de defensa. Pero en un primer momento el principio de placer quedará abolido. Ya no
podrá impedirse que el aparato anímico resulte anegado por grandes volúmenes de estímulo;
entonces, la tarea planteada es más bien esta otra: dominar el estímulo, ligar psíquicamente los
volúmenes de estímulo (Reizmengen psychisch zu binden) que penetraron violentamente a fin de
conducirlos, después, a su tramitación (Erledigung)” (AE, XVIII, p. 29).
Esto rápidamente nos lleva a hacernos una pregunta ¿Cómo piensa Freud entonces al trauma?
El trauma es reformulado aquí en términos económicos, una cantidad en exceso que provocará
una perturbación del equilibrio energético. Cantidades que perforan la protección antiestímulo y
que pondrán en acción los medios defensivos. En el “Proyecto ….” decía cosas similares al
referirse a la vivencia del dolor, magnitudes hipertróficas de excitación. En un primer momento el
principio de placer quedará abolido. Dice Freud que el aparato se debe otra tarea: “ligar”,
“dominar” los volúmenes de estímulos que penetraron violentamente para poder conducirlos a su
tramitación. Cuando se produce un tsunami, el agua no circula por los canales de riego habituales
o facilitados, no sigue los caminos previos (el del principio del placer) más bien arrasa con todo.
Se intentará controlarlo repitiendo algo que procura orientar, ligar (en el sentido de unir) algo de
este exceso. Repite la misma situación para domarla, domesticarla, ligar algo de ese exceso de
energía que irrumpió en el aparato.
¿Cómo se haría esto? ¿Qué sucede en la vida anímica frente a esta intrusión? Se produce una
enorme “contrainvestidura”, energía propia del aparato que se moviliza en torno al punto de
intrusión, provocando un empobrecimiento correlativo de los otros sistemas psíquicos. Por eso la
parálisis o rebajamiento de cualquier otra operación psíquica frente al trauma. Tiempo después
Freud nos dirá que “Es enteramente verosímil que factores cuantitativos como la intensidad
hipertrófica de la excitación y la ruptura de la protección antiestímulo constituyan las ocasiones
inmediatas de las represiones primordiales” (AE, XX, p. 90), punto interesante y coherente con los
desarrollos previos en “La represión” (1915), cuando insistía en que la represión primordial
operaba y permanecía por pura contrainvestidura (AE, XIV, p. 178).
Son procesos de transformación de energía. Un sistema de elevada investidura puede
transformar la energía fluyente en quiescente, es decir “ligar” estos volúmenes psíquicamente. Es
una cuestión de relación de fuerzas la que plantea Freud. No es sólo la magnitud del estímulo
invasor. Si así fuera, uno podría pensar que salvo que suceda una situación traumática andaría
todo bien, una suerte de “volvemos a 1895”, lo traumático como accidental. Pero no se trata sólo
del factor externo, sino con qué se lo puede anticipar y contrabalancear desde dentro: “Cuanto
más alta sea su energía quiescente propia, tanto mayor será también su fuerza ligadora; y a la
inversa: cuanto más baja su investidura, tanto menos capacitado estará el sistema para recibir
energía afluyente, y más violentas serán las consecuencias de una perforación de la protección
antiestímulo como la considerada” (AE, XVIII, p. 30). Es otra manera de pensar las condiciones
previas para que el trauma se constituya como tal, esa referencia al apartamiento de los
estímulos que hasta ese momento era eficaz y el umbral más allá del cual el sistema fracasa:
“acaso cada quien tenga cierto umbral más allá del cual su aparato anímico fracase en el dominio
sobre volúmenes de excitación que aguardan trámite” (AE, XX, p. 140).
En este punto debemos introducir una pregunta incómoda. ¿Qué sucede en relación al trauma
con los estímulos interiores? Freud ya nos había dicho que no hay membrana que valga para los
estímulos que provienen del interior y que habrá que tratarlos como exteriores. La pulsión es una
fuerza constante de origen endógeno pero de la que hay que defenderse como si fuese externa.
¿La ausencia de barrera frente a estímulos interiores (como la pulsión) tiene como consecuencia
un inevitable trauma? Frente a las pulsiones como estímulos que provienen del interior no hay
capa protectora. Son equivalentes a los estímulos externos que rompen la protección. En
consecuencia, la pulsión, por definición, es un estímulo equivalente a un estímulo traumático
externo. El traumatismo pulsional es “éxtimo”: interno y externo a la vez. Y no puede ser
considerado como accidental, sino que es estructural.
Freud nos aclara aquí que todas estas elucidaciones metapsicológicas que está introduciendo
tienen un carácter vago e impreciso, “no sabemos nada sobre la naturaleza del proceso
excitatorio en los elementos del sistema psíquico (…) operamos de continuo con una gran X que
trasportamos a cada nueva fórmula” (AE, XVIII, p. 30). De hecho en la “32° Conferencia”, dirá
abiertamente que “La doctrina de las pulsiones es nuestra mitología” (AE, XXII, p. 88). Al lado de
los mitos del padre (“Complejo de Edipo” y “Tótem y tabú”) esa incógnita a despejar tomará la
forma discursiva de un nuevo dualismo pulsional.

Aquí, en el apartado IV, hace jugar la oposición entre “energía libre” y “energía ligada” para
orientarse un poco. Admite la conjetura de que “la «ligazón» („Bindung") de la energía que afluye
al aparato anímico consiste en un trasporte (Uberführung) desde el estado de libre fluir hasta el
estado quiescente” (AE, XVIII, pp. 30-31). Es interesante esta idea del transporte. No deja de
tener resonancias con lo que sucede a nivel de la transferencia (Übertragung) y la posibilidad o
imposiblidad que allí se abre para la elaboración del exceso energético.
Y es justamente aquí donde Freud retoma el ejemplo de los sueños de las neurosis traumáticas,
el fracaso de la función del sueño, y dice que en ellas se ha producido una vasta ruptura de la
protección antiestímulo. Ubicando a la angustia, el apronte angustiado (que en ellas faltó) como la
última trinchera, la última defensa anticipatoria frente a lo peor, el trauma, el exceso económico.
La angustia como señal expectante conlleva una sobreinvestidura de los sistemas que reciben el
estímulo, pero en este caso la trinchera defensiva faltó. “Descubrimos, así, que el apronte
angustiado, con su sobreinvestidura de los sistemas recipientes, constituye la última trinchera de
la protección antiestímulo. En toda una serie de traumas, el factor decisivo para el desenlace
quizá sea la diferencia entre los sistemas no preparados y los preparados por sobreinvestidura”
(AE, XVIII, p. 31). Podemos repensar entonces estos sueños, que no son cumplimiento de deseo
por vía alucinatoria dentro el marco del principio del placer, pero que contribuyen a esa “otra
tarea” que debe resolverse antes de que el principio de placer pueda recuperar su imperio. Freud
dice que “estos sueños buscan recuperar el dominio {Bewältigung} sobre el estímulo por medio de
un desarrollo de angustia cuya omisión causó la neurosis traumática” (AE, XVIII, p. 31). De ahí
entonces que el individuo despierte con renovado terror.
Aquí podemos empezar a traer las preguntas que habían quedado pendiente al final de la primera
parte de la clase: ¿Recuerdan? ¿Qué función cumple la compulsión a la repetición, en qué
condiciones aflora y qué relación guarda con el principio del placer? Freud plantea que se nos
abre una perspectiva sobre una función del aparato anímico que sin contradecir completamente al
principio del placer, parece independizarse de él y resulta más originaria que el propósito de evitar
el displacer.
Volviendo a estos sueños, podemos considerar que la función relativa al cumplimiento del deseo
sólo podría ingresar a jugar su rol “después que el conjunto de la vida anímica aceptó el imperio
del principio de placer. Si existe un «más allá del principio de placer», por obligada consecuencia
habrá que admitir que hubo un tiempo anterior también a la tendencia del sueño al cumplimiento
de deseo. Esto no contradice la función que adoptará más tarde” (AE, XVIII, p. 32). Una vez que
el principio del placer recupera su dominio, el sueño podrá volver a funcionar como cumplimiento
del deseo. Mientras tanto será, como dijimos en la primera parte, un “intento” de cumplimiento.
En relación a las neurosis de guerra, Freud recuerda lo dicho anteriormente sobre la reducción de
las posibilidades de contraer la neurosis en el caso de que el trauma fuera acompañado de una
herida física. Esto genera no sólo una marca, una huella en el cuerpo, sino que moviliza
enormemente la redistribución de la libido. Recordemos lo visto en “Introducción del Narcisismo”
sobre la enfermedad orgánica como una vía privilegiada para su estudio. El órgano enfermo se
comporta como un órgano erógeno y reclama sobre si una redistribución de la libido decíamos
entonces. La falta de apronte angustiado en las neurosis traumáticas elevaría el monto de la
excitación en juego, pero la herida física “ligaría” el exceso de excitación gracias al reclamo de
sobreinvestidura narcisista del órgano en cuestión.

Es en el apartado V del texto que Freud retoma esto. Revisa el lugar de las pulsiones como los
estímulos psíquicos con los que se ha venido dando batalla a lo largo de gran parte de su obra:
“el elemento más importante y oscuro de la investigación psicológica” (AE, XVIII, p. 34). Fuentes
de excitación interna, nos dice, fuerzas constantes que generan perturbaciones económicas. De
las cuales surgen mociones que no obedecen al tipo de proceso ligado sino libremente móvil y
que pulsan en pos de la descarga.
Este es un tema en cierto sentido conocido por nosotros, pero que no deja de plantearnos
algunas preguntas. Recuerden cuando vimos el sueño como formación del inconsciente con sus
maestros artesanos, la condensación y el desplazamiento. El proceso primario supone para Freud
energía libre disponible para condensarse, desplazarse, y el proceso secundario se corresponde
con las alteraciones de la investidura ligada.
Ahora bien, comentemos este párrafo: “La tarea de los estratos superiores del aparato anímico
sería ligar la excitación de las pulsiones que entra en operación en el proceso primario. El fracaso
de esta ligazón provocaría una perturbación análoga a la neurosis traumática; sólo tras una
ligazón lograda podría establecerse el imperio irrestricto del principio de placer (y de su
modificación en el principio de realidad). Pero, hasta ese momento, el aparato anímico tendría la
tarea previa de dominar o ligar la excitación, desde luego que no en oposición al principio de
placer, pero independientemente de él y en parte sin tomarlo en cuenta” (AE, XVIII, pp. 34-35). ¿A
dónde estamos yendo? Dice Freud energía libre, sin ligar, excitación pulsional que tendrá que ser
ligada por los estratos superiores del aparato psíquico.
De lo dicho parece desprenderse que hay dos formas de energía libre en el aparato. La primera,
libre pero disponible para desplazarse y condensarse, vale decir montarse en la cadena de
representaciones e impactar en la conciencia como una formación de lo inconsciente (capturada
entonces por el principio del placer); y esta segunda manera que Freud puede pensar a estas
alturas que es una energía libre sobre la que habrá que hacer algo “previamente” para que pase a
estar disponible y se cifre en lo inconsciente. Este nuevo aspecto de la energía libre está más allá
de la captura por las leyes del inconsciente y el principio del placer. Ahora bien, arribamos a una
idea central propuesta por Freud, el fracaso de esta ligazón provocaría una perturbación análoga
a las neurosis traumática y sólo tras una ligazón lograda podrá establecerse el imperio del
principio del placer. ¿Antes qué sucede? Dominar o ligar la excitación en forma independiente del
principio del placer.
Y podemos desde acá reconducir los ejemplos del Fort-Da y la compulsión de repetición en
análisis que nos muestra un carácter pulsional demoníaco, en oposición al principio del placer.
Pero hay una diferencia entre ellos. No resultará lo mismo la repetición en el juego, ya que esta
inaugura el placer de la repetición como ganancia de satisfacción. Vale decir, acá no hay fracaso
de la ligazón como si ocurre en las neurosis traumáticas. El Fort-Da liga la excitación de las
pulsiones en juego en el proceso primario y comienza la posibilidad de la sustitución con este par
de opuestos que señalan la alternancia entre presencia y ausencia. ¿Qué dice Freud?, logro
cultural, renuncia pulsional y dominio de la impresión intensa. “Cada nueva repetición parece
perfeccionar ese dominio procurado” (AE, XVIII, p. 35).
¿Y en el análisis? Plantea aquí una diferencia: “En el analizado (…) su compulsión a repetir en la
transferencia los episodios del período infantil de su vida se sitúa, en todos los sentidos, más allá
del principio del placer” (AE, XVIII, p. 36). Quizá la explicación que nos da en el apartado donde
tomó el ejemplo no es del toda satisfactoria pero esto, creemos, es debido a que no cuenta con la
explicitación de la segunda tópica. Vemos asomarse algo allí cuando nos dice de dónde proviene
esta insistencia que se nos presenta como resistencia al análisis. Recuerden que ahí plantea, no
del inconsciente reprimido, ya que este no se resiste sino que retorna. Se trata de otra cosa. Dice
claramente: “las huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias del tiempo primordial, no
subsisten en estado ligado, y es más acaso sean insusceptibles de proceso secundario” (AE,
XVIII, p. 36). Esboza la idea de que lo reprimido primordial, eso que no adviene jamás como
recuerdo, supone algo insusceptible de ligazón. Y la compulsión de repetición se instala como un
estorbo terapéutico, en particular hacia el momento de lo que debería ser la finalización de la
cura.

Compulsión de repetición y pulsión de muerte


En este punto del texto Freud introduce una pregunta clave que le abrirá la puerta para el planteo
de su nuevo dualismo pulsional: “Ahora bien, ¿de qué modo se entrama lo pulsional con la
compulsión de repetición? (AE, XVIII, p. 36)
Para poder responderse esto, realiza un desvío por referencias de la biología, la herencia y la
embriología. Traten de no perderse demasiado en ese lenguaje que utiliza. Mantengamos más
bien la referencia clínica, lo que sucede en el tratamiento analítico. Señala que hasta ahora
estábamos acostumbrados a pensar a la pulsión como un factor que esfuerza en el sentido del
cambio y del desarrollo. De hecho hablábamos de la importancia del desarrollo de la función
sexual desde la anarquía infantil hasta su organización adulta definitiva, y todo lo que atentaba
contra el despliegue acabado de esta figuraba entre los obstáculos al tratamiento como “punto de
fijación”, o “restos infantiles”. Esto era algo sobre lo que el análisis pretendía operar para disolver.
Sin embargo, la presencia de esta compulsión a repetir, le empieza a hacer pensar a Freud que
no todo en la pulsión es una fuerza dinámica impulsora de cambios sino que también hay un
carácter “conservador”. En consecuencia, empieza a pensar en un nuevo dualismo: “junto a las
pulsiones conservadoras, que compelen a la repetición, hay otras que esfuerzan en el sentido de
la creación y del progreso” (AE, XVIII, p. 37). La idea que empieza a tomar consistencia es que
“una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un
estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas” (AE,
XVIII, p. 36).
Lo que se nos presenta clínicamente como dirigido al cambio vital y al progreso es una suerte de
“engañosa impresión”, cuando en realidad hay un factor de fondo que es la naturaleza
conservadora de las pulsiones, algo que empuja a repetir y que como vimos, se encuentra más
allá del principio del placer.
Así plantea Freud una relación directa entre la compulsión de repetición y la dimensión pulsional:
“En lo inconsciente anímico, en efecto, se discierne el imperio de una compulsión de repetición
que probablemente depende, a su vez, de la naturaleza más íntima de las pulsiones; tiene
suficiente poder para doblegar al principio de placer, confiere carácter demoníaco a ciertos
aspectos de la vida anímica, se exterioriza todavía con mucha nitidez en las aspiraciones del niño
pequeño y gobierna el psicoanálisis de los neuróticos en una parte de su decurso” (AE, XVII, p.
238).
Si prestamos atención, podemos decir que esencialmente lo que está en juego en la discusión de
estos párrafos es ¿qué cambia y qué no cambia en un paciente gracias al tratamiento analítico?
Las intervenciones del analista bajo transferencia quedarían ubicadas del lado de las fuerzas
perturbadoras externas que empujan al cambio, a las modificaciones. Sin embargo Freud,
enfrentado al obstáculo de la compulsión de repetición parece no poder concluir más que: “La
meta de toda vida es la muerte; y, retrospectivamente: Lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo”
(AE, XVIII, p. 38). La oposición “vida/muerte” es puesta allí como correlato de oposición
“cambio/repetición”.
Las pulsiones sexuales y las pulsiones de autoconservación quedan entonces de un mismo lado,
como fuerzas que empujan al desarrollo y al cambio. “Son las genuinas pulsiones de vida” (AE,
XVIII, p. 40), nos dice. Encuentra en las células germinales (Ej. óvulo y espermatozoide) que se
sueltan de los organismos mortales para reproducir la vida la prueba palpable de algo vital que
contraría el propósito final de la muerte o regreso a lo inorgánico. A las otras las denominará
“pulsiones de muerte”.
Retomemos entonces la idea central: si el fracaso de la ligazón equivale a un trauma interior es
aquí donde podemos pensar a la “pulsión de muerte” justamente como esta energía insuceptible
de ligazón, por fuera del marco de las representaciones, como este más allá del principio de
placer. En otras palabras la pulsión de muerte equivale a un “trauma interno”.
Dicho de manera sencilla, todos llevamos el trauma dentro. Este funcionamiento más allá del
principio del placer no es exclusivo de aquellos que padecieron un trauma externo, sino que todos
tendemos a repetir porque siempre hay un punto imposible para ligar, a nivel del exceso que
conlleva la pulsión, allí donde se agota el sentido sexual, allí donde la polaridad sexual no logra
simbolizarse porque solo hay un término en juego (“sexualidad y diferencia de los sexos no
existían al comienzo de la vida”, AE, XVIII, p. 40).
Freud redefine entonces las pulsiones, las clasifica a partir de este descubrimiento de la pulsión
en la compulsión a la repetición. Esta repetición tiene al menos dos aspectos. Por un lado, se
repite como un intento de ligar ese exceso, repetición que no es absolutamente infructuosa
porque algo es posible de ser ligado. Es el rostro más amable de la repetición, su función de
intentar ligar. Es la que suele ser incluso más fácil de entender. Pero por otro lado la repetición es
la manifestación de lo que queda por fuera, de lo que queda al margen de las palabras, y que
induce una forma particular de satisfacción masoquista. Freud considera que esos fenómenos
donde la compulsión empuja a repetir lo displacentero son “la piedra del escándalo” para la teoría
y están destinados a proporcionar “la piedra angular de la teoría que la sustituya” (AE, XXII, p.
97).
Lo que en la experiencia analítica implica la intrusión indeseada, con “fidelidad no deseada”, del
pasado en el presente pertenece a este ámbito. “Nos ha llamado la atención que las vivencias
olvidadas y reprimidas de la primera infancia se reproduzcan en el curso del trabajo analítico en
sueños y reacciones, en particular las de la trasferencia, y ello no obstante que su despertar
contraríe el interés del principio de placer; y nos hemos dado la explicación de que en estos casos
una compulsión de repetición se impone incluso más allá del principio de placer” (AE, XXII, p. 99).
Aquello de la pulsión que puede ligarse y que circula por el aparato psíquico como lo veníamos
pensando antes del giro del 20 como aquello que queda bajo la regulación simbólica de la ley del
padre, Freud lo llamará "pulsiones de vida". Y aquello que queda como energía libre, como un
saldo a tramitar que no se agota, que no puede ser canalizado al circular por las representaciones
(bajo el reinado del principio del placer, la vida del deseo), la llama "pulsión de muerte". Este
costado de un exceso no regulado denuncia y constata la inconsistencia del padre como agente
de la regulación pulsional.
Este nuevo dualismo pulsional: pulsión de muerte y pulsión de vida, verán que en la “32°
Conferencia” (1932) y en el capítulo II de “Esquema de psicoanálisis” (1938) es planteado con
nombres escogidos por Freud de la mitología griega (Tánatos y Eros) y sus dioses que
impresionan como fuerzas poderosas, batallas de otra dimensión a las que estaba acostumbrado
a pensar. “Entonces las pulsiones en que nosotros creemos se nos separan en estos dos grupos:
las eróticas, que quieren aglomerar cada vez más sustancia viva en unidades mayores, y las
pulsiones de muerte, que contrarían ese afán y reconducen lo vivo al estado inorgánico. De la
acción eficaz conjugada y contraria de ambas surgen los fenómenos de la vida, a que la muerte
pone término” (AE, XXII, p. 99).

(Así los pintó Antonio Belluci en 1700)

No piensen que desaparece la idea del conflicto entre las pulsiones sexuales y el yo junto al Ideal,
sólo que, como Freud dice, pasan a ser conflictos más caseros, de poca monta, que por otra
parte se situarían en el terreno del Eros. Además recuerden que la introducción del narcisismo en
la teoría había puesto en cuestión en gran medida al primer dualismo pulsional en la medida en
que el yo era también sexualizado. Es decir, todo lo que aprendimos hasta el momento sobre las
formaciones del inconsciente, el concepto de pulsión sexual y su expresión en el síntoma, las
regulaciones de la pulsión sexual, etc. nos dejan en el terreno de la pulsión de vida. La novedad
entonces es la pulsión de muerte. Atreverse a formularla le significó a Freud y al mundo del
psicoanálisis una gran indigestión. ¿Por qué decimos esto? Porque formularla resulto una tesis
revulsiva incluso para muchos de sus discípulos. Pensar que lo “constitutivo” del ser humano está
conformado por este nuevo dualismo que incluye “lo peor”, la posible destrucción del aparato
psíquico, si la pareja pulsional se rompe, si se desmezclan totalmente...
Esto que no termina de ligarse lo obliga a Freud a repensar el aparato psíquico y postular un
segundo ordenamiento metapsicológico lo que llamamos “segunda tópica” con sus instancias Yo,
Ello y Superyó. Quedando la mudez de la pulsión de muerte en la causa de las “resistencias
mayores” al tratamiento, como obstáculo estructural a la cura. Esto es lo que vemos señalado en
la 32° Conferencia (1933), la pulsión de muerte (Todestrieb) quedará articulada a la Reacción
terapéutica negativa, a la necesidad de castigo y a la satisfacción a partir del sufrimiento mismo
“que sólo podíamos clasificar entre los deseos masoquistas” (AE, XXII, p. 100). Son temas que
abordaremos en las clases siguientes cuando entremos en las unidades 14 y 15 del programa.
Señalemos simplemente por ahora una orientación para nuestro trabajo, teniendo en cuenta que
Freud señala que esta “necesidad de castigo es el peor enemigo de nuestro empeño terapéutico”
(AE, XXII, p. 100).

Pero también debemos destacar en este mismo texto un aspecto o una cara más simbólica de la
pulsión de muerte en tanto es una condición de que se produzca la ligazón o la vida, citemos a
Freud: “No aseveramos que la muerte sea la única meta de la vida, no dejamos de ver junto a la
muerte, la vida” (AE, XXII, pp. 99-100). La muerte es como el carril, como el riel por el que la vida
circula. Gracias a la muerte la vida puede a veces también cobrar más espesor y algún esbozo de
sentido. Si fuéramos inmortales ya nada tendría sentido. A fin de cuentas, esa tan mentada y
conservadora “reproducción de lo anterior” debemos repensarla. ¿Cómo entender eso anterior
que nos precede? ¿Cómo entender la imagen de esa fragmentación de partículas que la
sustancia viva intenta reagrupar y volver a fusionar?
En “Esquema de psicoanálisis” (1938) Freud nos dice que “Tras larga vacilación y oscilación, nos
hemos resuelto a aceptar sólo dos pulsiones básicas: Eros y pulsión de destrucción. (La oposición
entre pulsión de conservación de sí mismo y de conservación de la especie, así como la otra
entre amor yoico y amor de objeto, se sitúan en el interior del Eros. La meta de la primera es
producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una ligazón {Bindung}; la
meta de la otra es, al contrario, disolver nexos y, así, destruir las cosas del mundo. Respecto de
la pulsión de destrucción, podemos pensar que aparece como su meta última trasportar lo vivo al
estado inorgánico; por eso también la llamamos pulsión de muerte. Si suponemos que lo vivo
advino más tarde que lo inerte” (AE. XXIII, p. 146).
Si salimos de los términos de la embriología y de la filogenia, si salimos de la proyección sobre un
plano aparentemente biológico, podemos decir que lo que precede nuestra entrada en la
existencia es el orden simbólico. Es lo que nos sucede también posteriormente con un nombre
puesto en las sepulturas. Esto último es algo que no sucede en los animales. Existimos entonces
en lo simbólico desde que se habla de nosotros, desde antes de nacer. Sobrevivimos en lo
simbólico mientras queden marcas, recuerdos, imágenes y huellas de nuestro pasaje por la vida.
La disolución de los nexos, esa fragmentación de la pulsión de muerte puede entenderse
entonces como la segmentación, como la división de los eslabones de la cadena asociativa a la
que el analizante se entrega al hacer uso del lenguaje en la experiencia analítica misma. Eso que
se repite, puede también entenderse como la insistencia demoníaca de la cadena asociativa que
hace del inconsciente en su mudez un destino fatal para el sujeto.

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