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LA ‘’OTRA MÚSICA’’ Y PISTAS PARA ESCUCHARLA

Por Toto Merino


Nada se logra escribiendo una pieza de música.
Nada se logra escuchando una pieza de música.
Nada se logra tocando una pieza de música.
Nuestros oídos están ahora en excelentes condiciones.
- John Cage.

Está la música del Paraíso en todas las cosas.


- Hildegard von Bingen.

Ésta es la primera vez que escribo en serio sobre música. Tengo 15 años
tocándola, aprendiéndola y desaprendiéndola, gozándola y sufriéndola,
siguiendo sus espirales, estudiándola y alegando sobre ella en mis clases, en
mis parrandas y en mis redes sociales y casi 28 años escuchándola y
dejándome transportar por ella pero esta es la primera vez que dejaré que mis
ideas se plasmen en un papel (virtual) y duren unos días mas, si nos va bien,
de lo que tardan en salir de mi boca o en desaparecer en los archivos
inmemeriales (sic) de Internet.

No soy un crítico ni un cronista, ni un académico ni mucho menos un poeta o


un filósofo así que en este texto se va lo más al grano posible y no se cita en
APA. Me llamo Toto Merino, tengo 27 años y vivo en la CDMX aunque soy
originario de Erongarícuaro, Michoacán, soy un músico bajista, compositor,
improvisador y a últimos tiempos también profesor, pero lo más importante
para lo que nos ocupa, también soy un OYENTE, prácticamente desde que
nací, al igual que todas las personas que pudiesen llegar a leer esto. Todos
nacemos rodeados de música, la tenemos siempre tan al alcance que a veces
damos por hecho que está ahí, olvidamos lo asombroso que es el hecho de
poder inyectar a las vibraciones de un objeto todas nuestras emociones,
pensamientos, alegrías y miedos y cómo esas vibraciones afectan lo que
somos para con nosotros mismos y con nuestro entorno. Y lo que quiero
compartir aquí parte de ahí. De ese olvido a veces momentáneo, a veces
permanente del que todos los oyentes (y todos los músicos) somos víctima
tarde o temprano. Le toca a la persona que lea esto el mascarlo y reflexionarlo
un rato o el tirarme de loco/pendejo/ignorante/feo. Ambas opciones suenan
bien para mi.

¿Cual es una muestra de este olvido, de este dar por hecho que la música
‘’está ahí’’? El hecho de que las palabras ‘’ESO NO ES MÚSICA’’ sean
pronunciadas tan a menudo. Piénsalo: tu abuela la primera vez que oyó a
Napalm Death, tu maestro de piano cuando se topó con la Santa Grifa, el
público que se amotinó en el estreno de la Consagración de la Primavera de
Stravinsky, la gente que llenaba el CBGB’s sólo para ver si era cierto que los
Ramones tocaban tan pinche feo como decían, Louis Armstrong cuando los
beboperos empezaron a hacer un jazz que no se podía bailar, los tipos que
golpearon a Ornette Coleman y le tiraron su saxofón al río, tu tío el melómano
(generalmente calvo) que predica contra el reggaeton y la música electrónica,
la raza que se ofendió cuando la Sonora Santanera fue a tocar a la Facultad
de Música de la UNAM, o para no irnos mas lejos, tu vecino que te pide que le
bajes a Selena o a tus discos de Stockhausen un domingo por la mañana (o
un lunes en la madrugada).

En todas estas situaciones y en incontables otras el rechazo viene


acompañado de la aseveración ‘’ESO NO ES MÚSICA’’ o alguna de sus
múltiples derivaciones, interpretándose estas palabras como ‘’estos sonidos
ordenados de esa forma no se ajustan a a mi idea de la música, por lo tanto a
mi visión del mundo y mi lugar en la sociedad’’. Tal vez se ahí de donde
proviene el ‘’gusto’’ musical, de ese ideal estético que uno se va haciendo
delimitado por su entorno y sus vivencias. Muchas veces el entorno y el
contexto dictan el gusto, pero también muchas otras el gusto surge como una
resistencia a éstos. La música resuena en lo más profundo de la psique
humana, uno hace y escucha la música de lo que siente, ve, prueba, imagina,
de lo que es y de lo que querría ser, de lo que ama y de lo que odia. Pero
entonces, ¿que hay de esa ‘’otra’’ música? Esa música que no resuena con
quien somos, a la que nosotros y mucha otra gente le hemos dicho que ‘’no es
música’’, y que sin embargo persiste en el gusto de las personas, muchas
veces siendo parteaguas en la historia del arte, otras tantas siendo olvidada
pero representando aspectos muy concretos de su época y lugar. La
respuesta es tan obvia que puede llegar a sonar absurda: esa música está ahí
de todas formas y vamos a estar expuestos a ella toda nuestra vida, lo
queramos o no. Y esto es precisamente debido a que hay gente que se siente
identificada con esa música y logra darle un lugar o una función en su vida y
en su supervivencia diaria.

¿Es ésto, esta condición de tener que estar expuestos y lidiar con la ‘’otra’’
música, algo TAN terrible o TAN difícil? Al chile yo creo que no.

Dije que no iba a citar ningún libro, pero hay uno que al menos hay que
mencionar y ése es ‘’Cómo escuchar la música’’ de Aaron Copland (lo venden
en muchas librerías de usados y por kilo en el FCE). En el segundo capítulo
de ese libro Copland hace algunas reflexiones sobre la forma en que
escuchamos la música y la divide en tres planos: el primero es el plano
sensual, es decir cuando escuchamos música por el mero placer que nos
causa escucharla. El segundo es el plano meramente musical, el mundo del
lenguaje musical y sus dimensiones: melodía, ritmo, armonía, timbre y
dinámica y las diferentes formas de ordenar los sonidos en ellas, podemos
escuchar poniendo atención a los aspectos estructurales y en cómo los
compositores o intérpretes utilizan el material musical, pudiendo así
compararlos objetivamente, que es la finalidad de la disciplina de la
musicología. El tercer plano, el que genera toda la polémica que aquí nos
ocupa es el plano expresivo, ese que atiende la difícil pregunta ¿qué
SIGNIFICA la música?, y es aquí donde nos sumergimos en la subjetividad y
donde empieza el conflicto, ya que el oyente le va a dar significado a la música
de acuerdo a su estado emocional, su identidad, su cultura y su experiencia
empírica, siendo la música una forma de autoafirmarse como individuo y como
parte de un conjunto social. La mayoría de las veces sin saberlo, la gente
genera respuestas a ciertos elementos musicales ordenados de cierta forma
al compararlos metafóricamente o por analogía con emociones, ideas o cosas
concretas: ‘’esta canción me hace sentir feliz/triste/enojado’’, ‘’esta rola me
recuerda a X persona/lugar/momento’’, ‘’ese ritmo suena como un tren’’, ‘’esa
melodía es muy dulce’’ o bien ‘’esa música es mierda’’, ‘’el cantante suena
como un ganso’’ . En el momento en el que no podemos comparar la música
con nada que resuene con nuestra experiencia empírica, nuestra cultura,
nuestra identidad o nuestro estado de ánimo, en ese momento se convierte en
la ‘’otra’’ música, esa música que nos disgusta, que nos hace pasar un mal
rato, que nos confunde, nos asquea, esa música a la que no le queremos
decir música.

Según Copland en su libro, éstos planos de escucha ocurren de manera


simultánea e instintiva, pero la diferencia entre solo oír la música y realmente
escucharla de forma activa radica en el balance entre esos tres planos.
Diferentes personas van a privilegiar un plano por sobre otros. Un oyente
promedio, la persona que solo escucha música porque le gusta la sensación
física o emocional que provoca, privilegia el plano sensual; un músico
profesional/académico o un musicólogo generalmente va a enfocarse mas en
la forma, el contenido y el lenguaje de la música, en qué elementos utiliza y
cómo, privilegiando el plano musical, mientras que un músico autodidacta o
lírico o un ‘’melómano’’, las personas que escuchan o hacen música como una
actividad mas allá del trabajo o el mero entretenimiento van a privilegiar mas
el plano expresivo, lo que esa música les significa. Esto no quiere decir que la
escucha de estos individuos no se desarrolle en todos los planos, es solo que
la personalidad y el contexto muchas veces provocan que se ponga mas
atención en uno de ellos y por ende el rechazo a otros tipos de música que no
se ajusten a su tipo de escucha.

Sin embargo, yo creo (desde mi posición de pobre diablo con una


computadora) que es posible alcanzar ese balance y ser un partícipe mas
activo del fenómeno cíclico de la música tanto oyentes como músicos,
ahorrándonos mucha bilis en el camino que puede ser utilizada para cosas
mas importantes. Mucho de esto radica en la empatía y en la conciencia de
que la música no es unidireccional, no está hecha en función del músico ni del
oyente, sino de la sinergia entre éstos. Uno como músico debe de ser
consciente de que su música va a ser escuchada por gente, y que esa gente
le va a otorgar un significado y una función en sus vidas, aunque muchas
veces este significado no sea el mismo que tiene para uno su propia obra. Y
de igual forma, uno como oyente no puede creer que el músico crea sólo para
complacernos a nosotros y nuestra idea de cómo debe ser la música y el
mundo, uno tiene que ser consciente de que el músico ordenó esos sonidos
de esa forma para comunicar sus ideas, sentimientos y visión de la realidad.
La retroalimentación entre músicos y oyentes, y el lugar y tiempo en el que
ocurre es lo que le da forma, valor y durabilidad a las diferentes estéticas
musicales.

La forma de adquirir esta conciencia es simplemente escuchando la música


COMO ES, NO COMO NOS GUSTARÍA QUE FUERA, poner atención a las
sensaciones que provoca, a los elementos que la conforman (para esto no es
necesario, aunque si útil, conocer la teoría de la música, a veces basta con
notar si la música es rápida o lenta, fuerte o suave, si tiene un ritmo muy
marcado y repetitivo o no, si tiene muchas o pocas notas, si las melodías se
pueden cantar o no, etc.) y tratar de entender, porque entender del todo es
prácticamente imposible, lo que esa música puede significar para quien la
hace y para quien la escucha y la disfruta, pensar en quién la hizo, en cuando,
dónde, cómo, con qué y por qué. Tomarnos la libertad de preguntarnos cuál
sería el impulso detrás de esos sonidos y dejando que el misterio de la
respuesta haga lo suyo.

Pero, ¿Qué significa esa música para ti? Puede ser una risa, un grito, una
mirada de odio, un canto de guerra, una llamada de apareamiento, un canto
religioso, una invocación, la representación de un paisaje, una historia de
amor o una tragedia, una protesta, un esfuerzo publicitario o cualquier otra
cosa. El simple hecho de preguntárnoslo nos acerca mucho a un mejor
entendimiento de la música y sus procesos. Porque toda la música, desde
Beethoven hasta los Askis está hecha de los mismos elementos: sonido y
silencio. Es el impulso que hay detrás lo que hace a cada música irrepetible y
digna de ser escuchada.

Ejercitar esta ‘’escucha activa’’ no es una tarea fácil y hace falta mucha
empatía para lograrlo. Mas, si logramos ver mas allá de nosotros mismos y
reconocernos en el prójimo en la música, algo tan aparentemente inofensivo
pero que siempre está presente en nuestra vida diaria y en nuestra
construcción de la realidad individual y colectiva, esto puede dar paso a una
comprensión más profunda de las distintas capas y niveles de la sociedad y su
funcionamiento. Esto es mera especulación, pero puede ser la puerta a ver y
comprender mas allá de nuestras narices y por qué no, una puerta (aunque
sea pequeña) a la pinche paz mundial.

Muchas veces cuando hablo de estas cosas, algunas personas parecen


interpretar que quiero que la gente se ponga a escuchar la música que no le
gusta en su casa. Pero esto no es así, la escucha activa no implica renunciar
al gusto musical personal, simplemente implica una ‘’suspensión’’
momentánea del gusto, el dejar de tomarle TANTA importancia a juzgar lo que
esa música dice para nosotros y simplemente escucharla y dejar que diga lo
que quiere decir, tal vez preguntarnos que le dice a quien la hace y a quien la
escucha. Puede ser que este ejercicio te ahorre muchos corajes la próxima
vez que olvides tus audífonos en casa o en general cuando te encuentres
expuesto a música que usualmente no escucharías por voluntad propia (a
menos que te encuentres atrapado en un cuarto escuchando ‘’Black Angels’’
de Crumb o ‘’Culikitaka’’ en bucle eterno, ahí si se requieren medidas un tanto
mas drásticas).

En Japón existe un concepto en el arte y la filosofía llamado ‘’Mono No Aware’’.


Difícil de definir exactamente, estas palabras designan la sensibilidad o
capacidad de asombro ante las cosas y lo efímero de la vida y una gentil
contemplación melancólica del implacable paso del tiempo. La música
siempre ha estado ahí para nosotros, y estará ahí cuando a los gusanos que
nos comieron se los hayan comido ya otros gusanos, sin embargo ninguno de
nosotros podría imaginar una vida en completo silencio, o peor aún, una vida
en el que solo existieran las palabras para expresar lo que sale de nuestras
entrañas y nuestros sesos.

Por eso es que hay que asombrarse de que exista la música, de que el ser
humano sea capaz de decir cosas cuando le falten las palabras y le sobren los
sonidos, hay que asombrarse cada que oigamos terminar una pieza de
música, ya que nunca sabremos cuál va a ser la última y cuándo el silencio va
a venir a reclamar lo que le pertenece.

Nosotros no determinamos la música;


La música nos determina a nosotros;
Nosotros solo la seguimos hasta el final de nuestra vida:
Entonces ella continúa sin nosotros.
- Steve Lacy

Cuando termine la música, apaga la luz.


- Jim Morrison

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