Estas “ilusiones” son ideadas, según Nietzsche por las personas suficientemente dotadas
como para percibir el pesar de la existencia y necesitar aliviarlo de algún.
Distingue tres tipos de “ilusiones”: Por un lado, tenemos el optimismo socrático, el cual
pretende llegar a lo más hondo del saber, sustentándose en la lógica, y mediante el
procedimiento socrático del encadenamiento de cuestiones, hasta llegar al fondo del
conocimiento. Sócrates relaciona el saber con lo moralmente deseable, por lo tanto,
podríamos contar con el fin de las injusticias. Esto, en definitiva, se resume en tres tesis:
“la virtud es el saber”, “se peca por ignorancia”, y “el virtuoso es feliz”. Por otra parte
tenemos el arte, que lleva el impulso de vivir atado a la belleza, el deleite en el velo de
lo velado. Por último habla del consuelo metafísico que separa el mundo fenoménico de
la “vida eterna”, que fluye de manera paralela e ininterrumpida.
Estas tres formas de aliviar el dolor componen todo lo que llamamos cultura. Es decir,
el conjunto de conocimientos, prácticas, creencias, tradiciones, producciones artísticas,
técnicas, y formas de vida propias de esta sociedad, dependen de esta forma de
defenderse de la realidad. Así de inmenso es el asunto del sufrimiento existencial.
Nietzsche relaciona cada “ilusión” con una cultura determinada: de este modo, tenemos
la cultura socrática, la cultura artística y la cultura metafísica, que expresa en términos
históricos de la siguiente manera: cultura alejandrina, helénica y budista,
respectivamente (a este punto volveré más adelante)
Mientras las dos primeras hacen alusión a la parte apolínea del hombre, a lo racional, al
ser humano teórico, la tercera se refiere a la aceptación de lo apolíneo.
Un ejemplo claro de esto es el personaje del Fausto de Goethe. Este hombre cuenta con
la iniciativa y el impulso de abarcar todo el conocimiento del mundo. Sin embargo, a
pesar de todo su estudio, la ciencia no es suficiente, se topa con los límites de los que
habla Nietzsche. Por tanto, debe recurrir a la magia y lo diabólico. Pasa de la ciencia, al
arte; de lo apolíneo a lo dionisíaco.
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EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA, CAPÍTULO 18
Este es el ejemplo del ser humano ideal, y provoca que el llamado “ser humano no
teórico” cause rechazo y resulta impensable. Este es el individuo que se deja llevar por
lo dionisíaco que fue floreciente en la etapa álgida de la tragedia griega, que queda
destruido con Sócrates (cuando muere la tragedia, nace la filosofía). La equilibrada
aceptación del erotismo y la aceptación del dolor y la crueldad como algo a lo que
debemos resignarnos, resulta imposible para la cultura socrática.
Ante el fracaso inminente de lo que Nietzsche llama “cultura teórica”, queda la solución
de la destrucción del optimismo socrático, el desvelamiento de su sinsentido. En este
sentido, Nietzsche valora la labor de Kant y Schopenhauer, quienes tratan de derribar el
sistema sustentado en el espacio, el tiempo y la causalidad como inmutables y
necesarios, que afirma que lo fenoménico (lo que sucede dentro del espacio y el tiempo)
se debe concebir como todo lo real, la esencia de las cosas, imposibilitando el
conocimiento integral de estas. Así, estos autores tratan de abolir la “mentira de lo
fenoménico”, dando lugar a la cultura trágica, en la que la sabiduría se eleva por encima
de la ciencia y se observa la realidad sin autoengaño, de forma integral.
Esta negación tiene mucho que ver con el límite de la ciencia en el que se basa la cultura
trágica. Se relaciona con la concepción de la ciencia como irrefutable que se ha tenido a
lo largo de la historia por simple creación del sujeto, pero sin un sustento estable.
También se trata de la aceptación del caos en el mundo.
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EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA, CAPÍTULO 18
Por otro lado, tenemos a Schopenhauer, quien concibe el mundo como una realidad
onírica, formada por recreaciones de nuestra mente. La diferencia que encontramos
entre esta concepción de la realidad y a de Kant es sutil: se trata de que Kant nunca
reflexionó (o si lo hizo no lo plasmó) sobre las consecuencias negativas y el pesimismo
que su concepción del mundo suponía. Sin embargo, Schopenhauer hizo mucho
hincapié en este tema. A diferencia de Kant, que presenta lo fenoménico como un límite
que nunca se llega a alcanzar (le diferencia de Nietzsche), Schopenhauer utiliza
términos pesimistas, como “lo ilusorio y fantasmagórico”. Por otro lado, Schopenhauer
habla de un único ente que es a la vez fenoménico y nouménico, y ese ente somos
nosotros mismos. También habla que lo que define a ese noúmeno es la Voluntad, es
esta su esencia. Es la voluntad de vivir, de satisfacción de nuestros apetitos y deseos,
etc. No se trata de una causa ordenada y armónica, sino que es cambio, movimiento e
inestabilidad. Esto se refleja en la forma en la que este principio afecta a todo lo externo
a nosotros: la propia naturaleza crea y mata, la guerra, la historia, la política… Todo ello
está capitaneado por el principio de la Voluntad.
El budismo presenta el sufrimiento o dukha como una condición intrínseca del ser
humano. Dukha es toda situación o sensación en la cual no estamos en completo sosiego
y satisfacción, ya sea físico o mental. Esto causa el llamado apego hacia las acciones
que nos producen placer, y rechazo hacia las que nos producen lo distinto de placer
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EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA, CAPÍTULO 18
El gran conflicto surge en el momento en el que el sujeto apegado siente apego hacia la
propia identidad, hacia el “yo”. El budismo defiende que el concepto de “yo” no es
capaz de atrapar el movimiento de la realidad, quedándose en lo estático, mientras
intenta engloba algo en continuo dinamismo. De esta forma, solo muestra la realidad de
forma parcial. El sufrimiento se da cuando entran en conflicto el movimiento real tanto
del individuo como del mundo, con los conceptos que tomamos como inamovibles. De
esta forma, todo aquellos que confirma la identidad inamovible es “placentero”, y todo
aquello que la pone en riesgo, o amenaza, es “doloroso”. La forma de evitar esto es
percibir el yo como algo fluido, a medio camino entre el “ser” y el “no ser”. No hay
“ser”, solo hay “estar”.
Por otro lado, está la importancia de lo fluido, lo cambiante y lo dinámico en la base del
budismo, que se identifican con lo dionisíaco que reprime la cultura socrática, y que
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EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA, CAPÍTULO 18
Nietzsche pretende devolver al puesto que ocupó en las épocas más elevadas de la
tragedia clásica.
Por último, lo podemos relacionar con el concepto del Uno primordial, según el cual, al
formar todo parte del ser, no cabe la moral, ni se pueden distinguir actos buenos o
malos. Todo forma parte de la misma cosa en constante dinámica.