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FUNDACIÓN LUIS CHIOZZA
22 de setiembre de 2017
LA PERCEPCIÓN
Como un repaso que abra las puertas al propósito que encaro creo que, como siem-
pre, lo mejor es comenzar echando mano de la base de apoyo que presta la palabra
de Freud.
Finalmente afirma que desde el enfoque económico el sistema dispone de una ener-
gía libremente móvil, la atención. Con respecto a esta última, Freud (1895) explica
que su energía proviene del yo y se orienta por las señales cualitativas proporcio-
nadas por la conciencia. Sostiene que mientras del estado de deseo nace una atrac-
ción hacia el objeto deseado, de la vivencia de dolor resulta una repulsión a la ima-
gen mnémica hostil. Estas son la atracción de deseo primaria y la defensa primaria.
De modo que la atracción de deseo primaria es la atención mientras que la defensa
primaria es la represión.
1 DAYEN, E. (l994, 1996, 2001, 2002, 2003, 2004, 2010), DAYEN, E. y DAYEN, M. (2008, 2009).
2 El arte de ver, 1942.
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en la zona macular del centro de la retina, y particularmente en la diminuta fóvea
centralis. Para ser eficaz, la atención debe estar continuamente en movimiento, y
debido a la existencia de la fóvea centralis, los ojos deben desplazarse continua-
mente lo mismo que la atención".
Hoy nos resulta más convincente pensar que, en este tipo de cosas, la mejor solu-
ción es interpretar que las dos explicaciones se concilian si nos aproximamos a la
propuesta entendiendo que, en ocasiones, “cualidad” y “cantidad” son adjetivacio-
nes que nacen de distintas perspectivas, de diferentes puntos de vista que nos lle-
van a concebir con características distintas a un fenómeno que, en sí mismo, más
allá del observador que examina, es único.
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Agrega, además, que el lcc es alcanzado también por las vivencias que provienen
de la percepción exterior. Normalmente, todos los caminos que van desde la per-
cepción hasta el Icc permanecen expeditos, y sólo los que regresan de él son so-
metidos a bloqueo por la represión.8
Hace años que los desarrollos de Chiozza nos condujeron a reparar en el modo en
que solemos separar al mundo que llamamos “físico” del que llamamos “psíquico”.
Nos mostraron, además, que a esa separación le sumamos también la creencia
firme de que “el mundo físico está allí”, ubicado en un lugar externo a nuestro orga-
nismo: un mundo físico y exterior en el que concebimos objetos que se relacionan
en términos de causas, mecanismos y efectos.
Todas nociones que, entre otras cosas, nos facilitan que al sufrir, por ejemplo, un
dolor que atribuimos a “la muela”, nuestra interpretación se incline a convertirla en
“algo ajeno” y nos transforme en un espectador afectado por el fenómeno. Sólo te-
nemos que “colocarla” en el mundo exterior. La externalizamos y así nos sentimos
autorizados a quejarnos con un “me duele la muela”. De esa manera, ya no estamos
en el “lugar” que atraviesa el problema. Ahora sólo padecemos las consecuencias.
A partir de ahí, sólo resta abocarse a tratar de eliminar la causa o a procurar interferir
el mecanismo… y asunto terminado. 9
Es así. Lo que nos disgusta podemos ponerlo en el mundo y declinar toda respon-
sabilidad. Tratamos la cuestión usando solamente el modelo causalista, que excluye
todo propósito conflictivo, y de ese modo eludimos la introspección que nos lleva a
analizar “porqué llegamos a ese punto”.
Al respecto, Weizsaecker10 dice que no es mi dolor sino algo que duele lo que hace
mi enfermedad. […] ¿Es él, el dolor, un estado del yo o del ello? ¿Me pertenece a
mí o al mundo circundante? ¿Se refiere a mí o a no-yo? Por cierto que no le perte-
nece a una cosa externa, tal como lo hace la forma, el color, la elasticidad de aquella
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pelota de goma. Pero tampoco me pertenece como lo hacen mis pensamientos se-
cretos, sino que tiene algo de ambos […] El trabajo del dolor no es esencialmente
transformación de energía sino esencialmente decisión […] El resultado del trabajo
del dolor es la de-cisión: reconstitución de la unidad del self consigo mismo luego
de la eliminación de un ello.
De todos modos, la cuestión no termina ahí. La separación que hacemos entre los
mundos “físico” y “psíquico” nos lleva también a que al mundo que llamamos “psí-
quico” le asignemos un lugar en “lo interno” de nuestro organismo. Nos referimos a
lo “psíquico” como si estuviera adentro nuestro. Y eso a pesar de que a nadie se le
escapa que por más que disequemos y hurguemos en el interior de eso que llama-
mos “cuerpo” nunca vamos a dar con una idea, un sentimiento o un pensamiento.
En fin: lo mismo que nos ocurriría si nos empeñásemos en encontrar “adentro” del
cuadro material que observamos, el significado que interpretamos al verlo.
Chiozza subraya esa razón porque entiende que la metáfora que lleva a pensar que
“lo psíquico es interno” no sólo resulta de muy poca ayuda sino que termina por
perturbar más de lo que aclara. Sugiere, en cambio, que esa oposición entre interno
y externo queda mejor representada por el contraste entre organismo y mundo. Creo
que lo piensa de esa manera porque en esos términos encuentra nominaciones que
permiten ordenar los conocimientos de un modo que introduce una coherencia ma-
yor en otras ideas que también utilizamos; ideas que, de otro modo, y si nos atene-
mos a la versión tradicional, parecen entrar en contradicción.
La concepción más clásica sostiene que la percepción sólo se relaciona con “el
mundo externo”. Pero no podemos dejar de tener en cuenta que en el conjunto
completo de las distintas percepciones que el organismo ejerce, existen algunas
que son, en realidad, autopercepciones. Efectivamente, la neurología habla de las
autopercepciones propioceptivas ─las que informan de la posición del cuerpo─, así
como también de las interoceptivas ─que informan de los cambios viscerohumora-
les─.
En este punto se hace necesaria una breve digresión para consignar que, tal como
Chiozza destaca, la percepción de lo presente constituye los objetos (ob-iectus,
11 Freud (1915) dice que restringir los sucesos anímicos a los que son conscientes, y entremezclarlos
con los sucesos puramente físicos, neurológicos, es algo que «quiebra la continuidad psíquica» e
introduce brechas ininteligibles en la cadena de los fenómenos observados.
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“arrojado”)12 del mundo, las cosas reales “arrojadas” en el mundo primordialmente
“físico”. Es decir que eso que llamamos “objeto” se constituye cuando, en el encuen-
tro con nuestra circunstancia, nuestro interés “recorta” (consciente o inconsciente-
mente) la “fracción” que nos importa de ella.
Todas estas ideas nos previenen para que al internarnos en el tema que estamos
abordando tengamos presente que nos movemos en un terreno resbaladizo; para
que tengamos en cuenta que fuimos educados concibiendo al universo como si
fuera puro mecanismo, acostumbrados a ver en la enfermedad la avería de una
máquina, envueltos por la bruma que confunde máquina con maquinista y conven-
cidos de que hasta los trastornos considerados psíquicos pueden concebirse en
términos de energía, fuerzas, causas, mecanismos y efectos.
Sin embargo, podemos admitir que en lo cotidiano no aplicamos ese único criterio
para todo lo que nos rodea. Cuando, por ejemplo, nos despierta curiosidad una caja
de música, nos damos cuenta que si bien podemos explicar su funcionamiento en
términos de causas, mecanismos y efectos, ese no es el modelo del que nos vale-
mos a la hora de comprender los atributos de la sucesión de sonidos musicales que
nos resulta agradable escuchar.
Jakob von Uexküll es uno de los autores que se dedicó a explorar con detenimiento
esa cuestión. Comenzó por aclarar que los objetos que usamos cotidianamente y
las máquinas de las que nos valemos no son más que instrumentos útiles. Nos da-
mos cuenta que hay “instrumentos del hacer”, eso que llamamos “herramientas de
trabajo” entre las cuales podemos contar, por ejemplo, las máquinas de una fábrica,
el ferrocarril, el automóvil o el avión. Pero también hay otros: los “instrumentos del
12 La palabra "objeto" proviene del latín obiectus, formada por el prefijo ob- (por causa de…) y el
verbo iacere (lanzar, tirar). Iacere es la raíz del verbo “echar”, de la que se fueron conformando
también las palabras “jaculatoria” y “eyacular”.
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percibir”, a los que podríamos llamar “instrumentos perceptuales”, tales como el te-
lescopio, los anteojos, el micrófono o la radio.
Se comprende que por ese camino se pueda llegar a la conclusión de que todo
animal resulta ser una selección adecuada de herramientas de trabajo y de instru-
mentos perceptuales, todos hábilmente combinados mediante un sistema de co-
mando que, aunque también puede ser visto como una máquina, dispone de la po-
sibilidad de ejercer eficazmente la función vital de un animal.
Así es como piensan los teóricos mecanicistas, más allá de que en sus descripcio-
nes preponderen los mecanismos rígidos o los dinamismos plásticos. Lo cierto es
que desde ese único punto de vista, los animales quedan inexorablemente tipifica-
dos sólo como objetos. Al ver las cosas con esa única versión no alcanzan a darse
cuenta que ya desde un principio se les escamotea la cuestión principal: el sujeto
que se vale de instrumentos y herramientas para percibir y obrar.
Es mediante esa manera de concebir las cosas que llegan a imaginar la soldadura
de un conjunto formado por “instrumento perceptual-herramienta de trabajo”. Les
parece ver que en ese conjunto no sólo se encastran los órganos sensoriales y
motrices de los animales como si sólo fueran partes mecánicas, sino que ya no
tienen en cuenta su percibir y obrar. Y así es como se termina, finalmente, por “me-
canizar” a los seres humanos y a los seres vivos, en general.
Sirva también para iluminar esta cuestión el reflexionar, aunque más no sea breve-
mente, sobre lo que es el dejar de vivir. En el libro “Antología”13, se lo cita a Driesh
para darnos a conocer lo que el autor entiende sobre qué es “la muerte”. Dice que
lo que la ciencia conoce acerca de la muerte es simplemente que una cierta cantidad
de materia que estaba firmemente controlada por la “entelequia” llega a ser libre de
este control, y entonces obedece exclusivamente a las leyes de la causalidad fisi-
coquímica.
Respecto de este asunto, recordemos que el término “entelequia” se usa para refe-
rirse a la modalidad de existencia de un ser que tiene en sí mismo tanto el principio
de su acción como el de su finalidad; es decir que dispone de la capacidad para
producir sus propios actos. Es en ese sentido que Aristóteles definió al alma como
Volviendo al ejemplo de la caja de música, no nos resulta difícil concebir que si bien
podemos explicar cómo sucede cierto acontecimiento, en el instante siguiente tam-
bién podemos comprender por qué, o para qué sucede. Naturalmente, sabemos
que habrá muchos otros para los que no alcanzaremos a dar alguna explicación o
no llegaremos a comprender su sentido, su finalidad. De todos modos conviene te-
ner en cuenta que el hecho de que no podamos dar una explicación no significa que
no podamos comprender, y viceversa. No corresponde pensar que si frente a un
trastorno podemos brindar una explicación, eso confirma que se trata de un acon-
tecimiento físico que no requiere comprensión alguna. Del mismo modo, el hecho
de que podamos comprender su significado no demuestra fehacientemente que el
acontecimiento es sólo anímico, que sólo puede ser abordado por un especialista
en “lo psicológico”, y que es razón suficiente para que el médico organicista quede
eximido de conocer la causa y su mecanismo de influencia.
Cuando nos formamos la idea de un universo únicamente “físico”, todos los sucesos
nos parecen sólo efectos determinados por sus causas. La concepción de un uni-
verso espiritual, de un mundo “psíquico”, nos invita, en cambio, a procurar descifrar
cuál es la intención de lo ordenado acorde a una finalidad, nos motiva para tratar de
comprender las metas que hacen de un acontecimiento el modo de alcanzar un fin
determinado.
Si llegamos a entender las cosas de esa manera nos damos cuenta que, frente a
un mismo fenómeno, disponemos al menos de dos puntos de vista distintos. Dos
puntos de vista que, de todos modos, nos dejan concebir una unidad en lo obser-
vado; una unidad que existe más allá del observador.
No es esta, sin embargo, la manera más frecuente de entender las cosas. Cuando
abordamos, por ejemplo, el tema de la percepción, las explicaciones que prevalecen
son las de especialistas encumbrados como Perkins y Hill15. Ellos sostienen que en
14 Wilhelm Leibniz utiliza la palabra “mónada” para referirse a los componentes últimos de la exis-
tencia. Las mónadas son “substancias” indivisibles; por ser simples y carecer de partes ni se han
formado a partir de otros elementos más básicos ni podrán nunca des-componerse. Entendía a las
mónadas como substancias inmateriales, al modo de almas, dotadas de capacidad para represen-
tarse el mundo y de ese modo llegar a tener noción unas de otras. Las mónadas son independientes
y sus actividades y cambios no están determinados causalmente por las demás mónadas pues la
actividad de cada una descansa en sí misma. Dado que son simples y nada puede entrar o salir de
ellas, entre ellas no parece haber comunicación. Sin embargo, es evidente que interactúan unas con
otras; para resolver este problema Leibniz propuso su teoría de la “armonía preestablecida”: desde
un comienzo se ha establecido una coherencia entre las actividades de todas ellas, por lo que los
cambios en una mónada corresponden perfectamente a los de las otras. Este es el caso de las
mónadas almas y cuerpo que, obviamente, interactúan: parece todo estar dispuesto de tal modo que
a cada actividad corporal le corresponda, cuando sea el caso, una actividad psíquica de la mónada-
alma.
15 PERKINS, Edward y HILL, David (1981)
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el caso de la percepción visual, los patrones formados en la retina son analizados
en detalle y los resultados son integrados con los centros superiores del cerebro.
Sobre el punto, Curtis y Barnes16 entienden que los centros nerviosos superiores
integran tanto las percepciones como las sensaciones. El proceso comienza con la
transducción, o sea la conversión de una forma de energía ─la energía de un estí-
mulo─ a otra forma de energía ─la energía de un potencial de acción─. La informa-
ción procedente de diferentes receptores sensoriales se trasmite a diferentes regio-
nes del cerebro de los vertebrados; la sensación particular que se experimenta al
ver una puesta de sol, al oír el canto de un pájaro o al sentir una brisa refrescante
en el rostro depende de la región del cerebro que se estimula.
Son muchos los ámbitos en los que predomina esa misma concepción. Sirve como
muestra leer que en La Tercera Ola, Alvin Toffler17 proclama que cada uno de no-
sotros crea en su cerebro un modelo mental de la realidad, un almacén de imáge-
nes. Algunas de éstas son visuales, otras auditivas, incluso táctiles. Unas son sola-
mente percepciones, rastros de información sobre nuestro entorno, como un atisbo
de cielo azul vislumbrado por el rabillo del ojo. Otras son “enlaces” que definen re-
laciones, como las dos palabras “madre” e “hijo”. Unas son sencillas, otras comple-
jas y conceptuales, como la idea de que “la inflación es causada por el aumento de
los salarios”.
De todos modos, las discrepancias silentes también son ubicuas. Mientras María
Moliner18 define el término “percepción” como la “representación de una cosa en la
mente”, y también como la acción de “enterarse de la existencia de una cosa por la
inteligencia servida por los sentidos”, el Diccionario Terminológico de Ciencias Mé-
dicas19 dice que es la “recepción en los centros nerviosos de una impresión de los
sentidos”, concibiendo la cuestión sólo en términos de la relación causa-efecto.
9
De manera que, si bien el pensamiento causalista es la formulación más habitual
sobre el acaecer de las cosas, sabemos muy bien que no es el único modo de con-
cebirlo.
También Von Uexküll (1920) colabora mostrándonos que no sólo las transformacio-
nes sensiblemente perceptibles en nuestro cuerpo, sino también los sentidos en sí
─nuestros pensamientos y sentimientos─ es lo que anhelan investigar los naturalis-
tas a través de un conocimiento más profundo de nuestro cerebro y de los procesos
químicos y físicos que se producen en él. Con ello, también esperan poder demos-
trar que dependen de las pocas leyes naturales dilucidadas.
Luego no duda en objetar la errónea doctrina de los materialistas que sostienen que
las sensaciones son funciones de las células cerebrales. Las sensaciones de color
con su organización ya existen en nuestro ánimo antes de cualquier experiencia,
sólo se necesita de una situación externa para entrar en actividad, actividad que se
manifiesta en que dichas sensaciones se vuelven conscientes. Sólo entonces el
mundo exterior se adorna con colores que no son otra cosa más que sensaciones
proyectadas por nosotros.
10
sistema de neuronas cabe esperar que conste de unos dispositivos para mudar la
cantidad externa en cualidad.
Chiozza fue quien hizo aportes con la importancia suficiente como para iluminar la
controversia. En 198524 sostuvo que toda percepción es una interpretación y aunque
percepción y recuerdo se excluyen mutuamente de la conciencia, cada uno lleva
implícito al otro. Así como un recuerdo siempre emerge desencadenado por una
percepción presente, a veces inconsciente, toda percepción presente ocurre con la
colaboración de un recuerdo casi siempre inconsciente. De modo que percibir no es
sólo interpretar: percibir es, además, simbolizar. Es decir, representar o explicar por
una relación o semejanza que exista entre la cosa y el recuerdo.
Es fácil reconocer que hay ocasiones en que, interesados y volcados a vivir, trata-
mos de manera directa con nuestra circunstancia. En otros momentos, en cambio,
Como subraya Chiozza27, la idea o el concepto "físico" que bajo el rótulo "un órgano"
la conciencia se forma de un determinado existente inconsciente específico (incog-
noscible en sí mismo como la "cosa en sí" de Kant), mantendrá pues una relación
específica con determinadas fantasías y significados conscientes que, a través de
numerosos intermediarios preconscientes, provienen del mismo existente incons-
ciente.
Así vistas las cosas, resulta inequívoco que al estudiar fenómenos como la percep-
ción o la sensación deja de ser necesario imaginar lo percibido o lo sentido como el
resultado final de una cadena de modificaciones orgánicas. No es preciso concebir-
los como el efecto de una transmisión de energía que ocurre después de un salto
del que nadie puede explicar dónde y cómo se produce. No necesitamos suponer
que son el corolario ocurrido tras una transformación misteriosa que convierte en
sentido psicológico las modificaciones cuantitativas sobrevenidas en los trayectos
nerviosos.
Es pensando así que, como dice Chiozza, tanto las neurociencias como el psicoa-
nálisis podrían enriquecerse mutuamente corroborando científicamente en un terri-
torio los hallazgos del otro.
Si nos preguntáramos por qué percibimos podríamos encontrar una primera res-
puesta en la opinión que Ortega y Gasset (1946) vierte en su Obra. Mientras "creen-
cia" es aquello con que contamos, "idea" es lo que elaboramos en vista de una falla
en nuestras creencias, falla que despierta la duda. De modo que la respuesta a
nuestra pregunta sería que percibimos para conocer, y conocemos para salir de la
duda y llegar a estar en lo cierto.
Aunque tal vez no sea necesario subrayemos, de todos modos, que la falla en las
creencias es, al mismo tiempo, un sentimiento de disconformidad que nace del
vínculo con nuestra circunstancia. Ese sentimiento de disconformidad es lo que nos
mueve a buscar la información necesaria para conformar un nuevo precepto, una
nueva creencia que reemplace la anacrónica y nos devuelva la conformidad que
experimentamos como certeza.
Corominas (1961) nos enseña que tanto la palabra "percibir" como los términos
"concebir" y "precepto" derivan del latín capere. Se trata de una misma palabra que,
con el agregado de diferentes prefijos, llega a conformar expresiones que aluden a
significados diferentes pero relacionados con el de “captar”.
En lo que respecta a los prefijos en juego, sólo falta consignar que Per- es un prefijo
que refuerza el significado de los términos a los que se une, Con- significa partici-
pación o cooperación y Pre- expresa anterioridad en el tiempo o en el espacio.
Sintetizando, creo que todo induce a pensar que con las palabras "percibir", "con-
cebir" y “precepto” aludimos a las distintas "etapas" de un proceso que 1) comienza
cuando se reedita la eterna experiencia de otorgar una importancia que, al enfatizar,
“separa” de nuestro mundo29 una forma que informa; 2) se ingresa de ese modo en
el concebir esa forma. Como dice Ortega30, concebir un objeto clara y distintamente
28 Freud (1923b) sostiene que sólo puede devenir consciente lo que ya una vez fue percepción cc;
y, exceptuados los sentimientos, lo que desde adentro quiere devenir consciente tiene que intentar
trasponerse en percepciones exteriores.
29 Con su libro “Mundos circundantes de los animales y los hombres” (1934), Jabob von Uexküll nos
introduce en la idea de que todo lo que un sujeto puede percibir configura su “mundo perceptual”, y
todo su obrar constituye su “mundo efectual”. Mundo perceptual y mundo efectual juntos conforman
una unidad cerrada: el mundo circundante. Es decir, que aunque estemos convencidos de que todos
compartimos el mismo mundo que cada uno de nosotros concibe, lo cierto es que cada ser viviente
transcurre su existencia dentro de los límites que determinan su propio mundo. En palabras de
Uexküll: Cada sujeto teje relaciones, como hilos de una araña, sobre determinadas propiedades de
las cosas, entrelazándolas hasta configurar una sólida red que será portadora de su existencia.
30 ORTEGA Y GASSET, José (1922)
13
es pensarlo por separado, aislarlo con el rayo mental de todo el resto; 3) culmina en
un acto creativo que, configurando un nuevo precepto, una nueva creencia, conlleva
la adquisición de una nueva conformación. Mientras las ideas se tienen, en las
creencias se está; somos nuestras creencias. Nuestros pensamientos efectivos,
nuestras creencias firmes son un elemento irremediable de nuestro destino .31
31 Ortega y Gasset (1933) se opone a la doctrina inveterada según la cual el hombre se ocupa en
conocer simplemente porque tiene entendimiento. Al descender por debajo del conocimiento mismo,
por tanto, de la ciencia como hecho genérico y descubrir la función vital que la inspira y moviliza, nos
encontramos con que no es sino una forma especial de otra función más decisiva y básica, la creen-
cia. Esto nos prepara para comprender cómo el hombre puede pasar de una fe a otra y en qué
situación se halla mientras dura el tránsito, mientras vive en dos creencias, sin sentirse instalado en
ninguna; por tanto, en sustancial crisis. Por lo que, al formular la pregunta “¿qué es lo que nos im-
pulsa a conocer?”, la respuesta sugerida fue: “la duda”.
32 CHIOZZA, L., DAYEN E. y FUNOSAS, M., 1993k.
14
LA CAPACIDAD DE INFORMACIÓN
La Oftalmología sostiene que la función básica del ojo es la información. Para llegar
a esa conclusión, parte de considerar que los estímulos luminosos producen en el
ojo alteraciones fisiológicas. Claro que, como veíamos páginas atrás, dichas altera-
ciones son, al mismo tiempo y desde otro punto de vista, datos que configuran la
información visual. Pero, lo cierto es que el resto de los órganos de los sentidos
funcionan de la misma manera, recibiendo estímulos que son datos que configuran
la información que resulta específica para cada uno de ellos. De modo que, enton-
ces, tal vez lo más correcto fuera decir que la información es la función básica de
todos los órganos de los sentidos.
Para Moliner (1986), la palabra "información” quiere decir acción de informar y tam-
bién dato o conjunto de ellos. "Informar" significa tanto dar forma a una cosa como
suministrar datos sobre cierta cosa. El diccionario agrega que "inform-" es el princi-
pio de palabras relacionadas con "forma", a la que se añade los significados del
prefijo "in", en el sentido de 1) "privar", como en "informal" e "informe" (sin forma), y
de 2) "dar" o "comunicar", como en "informar". De modo que el término "informe" se
aplica tanto a lo que carece de forma como al conjunto de datos que comunican una
forma.
De modo que "forma" es significación, sentido. Por otra parte, llamamos "informar"
a la acción de emitir, así como “informarse” a la de recibir, esos datos que comuni-
can la significación. Creo que se puede concluir, entonces, que "información" es
significado.
Me parece que en este punto ya se puede proponer una primera hipótesis que nos
permitiría un desarrollo interesante. Los órganos de los sentidos se prestan para
representar la posibilidad yoica de dejarse impresionar por formas.33
La existencia física de los órganos de los sentidos que reciben estímulos del en-
torno, y la existencia histórica de un aspecto yoico dispuesto a incorporar formas,
nos permitirían pensar, entonces, en una misma fantasía inconsciente: una fantasía
de "información". A lo que se podría agregar que dicha fantasía implicaría, a su
vez, una "capacidad de información".
33 En Más allá del principio de placer (1920), y abocado a tratar el tema de la compulsión de repeti-
ción, Freud se refiere a la identidad de percepción usando, también, los términos “identidad de im-
presión”. Dice que en el caso del juego infantil creemos advertir que el niño repite la vivencia displa-
centera, además, porque mediante su actividad consigue un dominio sobre la impresión intensa mu-
cho más radical que el que era posible en el vivenciar meramente pasivo. Cada nueva repetición
parece perfeccionar ese dominio procurado; pero ni aun la repetición de vivencias placenteras será
bastante para el niño, quien se mostrará inflexible exigiendo la identidad de la impresión.
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Y así llegaríamos al punto en el que podríamos hablar de la existencia de una "ca-
pacidad de información" inconsciente capaz de manifestarse a la conciencia, desde
un punto de vista histórico, como posibilidad yoica de incorporar formas ade-
cuadamente, y, desde un punto de vista físico, como funcionamiento sano de los
órganos de los sentidos.
Creo que apunta a la misma cuestión lo que escribe Chiozza (1970a) cuando sos-
tiene que el crecimiento, la asimilación y más aún la identidad, es decir, aquello que
viene a ser el resultado de una particular e individual manera de la existencia, se
con-figura en un doble proceso. Hay un polo o aspecto visual-ideal del yo a través
del cual se incorpora una impresión, un estímulo. Provenga de nuestro interior he-
redado o del mundo externo, este estímulo crea una huella, y es una forma que
queda impresa mediante una inevitable destrucción parcial del aparato perceptor...
Hay otro aspecto o polo hepático-material del yo, a través del cual se incorpora
sustancia, alimento. Provenga del exterior o de nuestro propio cuerpo, con ese ali-
mento se rellena esa huella, se construye sobre ella de tal manera que el yo crece
a imagen y semejanza de los estímulos ─sean internos o externos─ que lo con-
forman.
Por otra parte, decíamos en otro momento34 que el ser uno mismo o ser lo que se
debe es el producto de una conformidad adecuada en la que nos conformamos y
conformamos nuestro mundo circundante en una influencia recíproca.
Durante la presentación de aquel trabajo, Luis Chiozza dijo que pensaba que el
tema de la organización de los datos en la configuración de una experiencia le pa-
recía fundamental. Recordó el modelo con el que en "Psicoanálisis de los trastornos
hepáticos" (1970a) se refería al yo fetal: Concebimos al yo como si fuera un imán
con dos polos, uno visual-ideal y otro hepático-material; cuando este yo se disocia,
al yo que contiene el polo hepático le queda un “pequeño” polo visual, y al “yo” visual
le queda un “pequeño” polo hepático. Sólo de esta manera pueden existir y mante-
ner relaciones entre sí.
Continuó aquel comentario diciendo que ese aspecto hepático material del polo vi-
sual ideal disociado, configura un tipo particular de organización de las experiencias
sensoriales, y agregó que habría un término privilegiado para referirse al modo en
que se organizan las experiencias sensoriales, un término que alude a una cualidad
psíquica de la que algunas personas disponen más y otras menos: la sensatez.
Los diccionarios coinciden en afirmar que tanto "sensatez" como "sentir" derivan del
latín sentire, "percibir por los sentidos". Claro que sensato no es sólo el que puede
usar los sentidos. Solemos utilizar el término “sensato” para referirnos a la persona
que organiza sus experiencias armónicamente. Y creo que, considerando las cosas
de ese modo, se puede agregar que el particular modo de organizar los datos que
conforman la experiencia determina el grado de sensatez de una persona.
Del término "sensato", María Moliner (1986) dice que se aplica a la persona que
piensa, habla y obra de manera acertada o conveniente, sin cometer ligerezas o
imprudencias, y a las palabras y hechos en que se muestra esa manera de ser. Es
sinónimo de "acertado", "cuerdo", "equilibrado", "formal", "prudente". Por otra parte,
el "Diccionario de la Real Academia española" (1950) explica que a la palabra "sen-
sato" se la utiliza para referirse a alguien que dispone de un "buen juicio".
Es decir que, al referirse al significado del término "sensatez", los diccionarios sólo
describen los efectos y las manifestaciones del ejercicio de esa capacidad. Si noso-
tros agregáramos a esas definiciones las afirmaciones de Chiozza y todo lo dicho
hasta aquí, creo que ya podríamos concluir que la "sensatez" es la cualidad con que
se presenta a la conciencia lo que dimos en llamar “capacidad de información”, la
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capacidad yoica de organizar armónicamente los datos sensoriales para con-
figurar adecuadamente las representaciones, las experiencias; capacidad que
permite un buen juicio y un accionar prudente, equilibrado y formal.
Así vistas las cosas, podríamos decir que la sensatez nos facilita el mantenernos en
forma. Al conceder que nos informemos adecuadamente, nos posibilita adquirir la
forma que la circunstancia impone y, al mismo tiempo, nos permite influir conve-
nientemente en tal circunstancia gracias a un accionar prudente, equilibrado y for-
mal.
Se trata de un término derivado del latín, formado con el prefijo “de-” (que entra en
la formación de palabras denotando negación o inversión del significado del vocablo
35Freud (1923b) dice que, para el yo, la percepción cumple el papel que en el ello corresponde a la
pulsión. El yo es el representante de lo que puede llamarse razón y prudencia, por oposición al ello,
que contiene las pasiones.
18
simple) y el verbo latino “capio”, que significa “captar”.36 El mismo verbo que, cuando
se le añade el prefijo “per-” (prefijo latino y español con que se refuerza el significado
de los adjetivos a que se une), conforma la palabra “percepción”. El mismo verbo
que, además, cuando se le añade el prefijo “con-” (que expresa participación o
cooperación) conforma la palabra “concepción”. 37
De modo que tanto “percepción” como “decepción” y “concepción” son términos que
parecen aludir a distintos estadios de un mismo proceso: la captación de lo que
llamamos la “realidad”.
19
contacto con la realidad y la búsqueda de acciones adecuadas. Las acciones ade-
cuadas implican siempre la realización del duelo que hace posible salir del círculo
de la frustrante alucinación.
También en otras ideas muy conocidas por nosotros podemos encontrar más repre-
sentaciones que ayuden a profundizar en la comprensión del sentimiento de decep-
ción.
Siguiendo las palabras de Freud, creo que se podría concluir que el sentimiento
de decepción reactualiza aquel instante mítico en que la amarga experiencia
de que la insatisfacción perdure movió a abandonar el hechizo de la “alucina-
ción” para iniciar el camino de exploración en la realidad. Es un sentimiento
que nos alerta para que “posterguemos una determinada descarga”, para que aban-
donemos esa insistencia pertinaz que condena a la frustración.
Tolerar el dolor de la decepción nos capacita para captar lo que lleva a autorizar
una acción más adecuada; una acción que configura, además, una nueva experien-
cia. El dolor de la decepción inaugura el duelo y mueve a reiniciar la búsqueda. Pero
en ocasiones nos sentimos inclinados a culpar al objeto o al mundo, haciéndolos
Por todo lo expuesto, creo que se puede pensar que la vivencia de decepción es la
significación inconsciente general que se expresa en los trastornos que afectan los
órganos de los sentidos y sus funciones; una significación inconsciente que se inte-
gra, con distintos tintes afectivos, a la que corresponde a cada uno de dichos órga-
nos.44
Percibimos por medio de los órganos de los sentidos, y cada uno de ellos está en
condiciones de “conducirnos” y enfrentarnos con la decepción. Ese es el que, en
cada caso, tiñe con sus fantasías la decepción que nos toca vivir.
Avanzando un poco más en el diseño de esta hipótesis, cabe agregar que la frus-
tración que origina la decepción es una falta que, aunque a veces parece vincularse
a cosas materiales o posesiones, en el fondo siempre ocurre en los vínculos perso-
nales y, en última instancia, suele referirse al “objeto para quien se vive”. Las rela-
ciones, en la medida que se hacen íntimas exponen a la decepción. Los vínculos
van resultando francamente distintos de cómo se imaginaban en un principio, y esto
suele conducir al “desencuentro”.
Por eso, cuando nos embarga la decepción es importante determinar qué es lo que
debemos duelar. Si el móvil de una ruptura es la ofuscación, no sólo nos exponemos
a una pérdida inútil sino que, además, corremos el riesgo de recaer en esas repeti-
ciones que desembocan en el fracaso; en esas rupturas que, atendiendo sólo a los
detalles que duelen, no toman en cuenta el provecho que brinda la relación que se
disuelve.
Volviendo a Freud46, podemos encontrar que, acerca del establecimiento del princi-
pio de realidad, sostiene que resultó un paso grávido de consecuencias. Dice que
en primer lugar, los nuevos requerimientos obligaron a una serie de adaptaciones
del aparato psíquico. Al aumentar la importancia de la realidad exterior cobró relieve
también la de los órganos sensoriales dirigidos a ese mundo exterior y de la con-
ciencia acoplada a ellos, que, además de las cualidades de placer y displacer (las
Creo que la idea de que los órganos de la percepción cobraron un especial relieve
en un determinado momento, puede sugerir la existencia de una etapa de primacía
de los órganos de la percepción. De ser así, concebir una etapa de primacía nos
permitiría postular, a su vez, un punto de fijación que se preste para una reactuali-
zación del momento en que la “realidad exterior” no había adquirido aún toda su
importancia.
Tal vez, y en el mismo sentido, se puede pensar que la vida prenatal puede pres-
tarse para representar ese momento en que todavía vivíamos separados de los es-
tímulos del mundo externo… por lo menos del mundo externo de la vida postnatal.
Creo que desde una hipótesis similar Obstfeld48 decía, refiriéndose a las cuestiones
comprometidas en el sentido inconsciente de la miopía, que el retraer la retina del
objeto aparece como un intento de regresión a aquel estado en que [los] ojos no
eran imprescindibles para percibir la realidad exterior.
Un nuevo paso nos permitiría concluir que si bien la ofuscación permite desconocer
la propia responsabilidad en la decepción que se sufre, también es cierto que ame-
naza con poner al descubierto el entretejido más profundo del drama, porque lo que
la ofuscación no logra ocultar es la decepción misma. Al contrario: la ofuscación
reconoce la decepción.
Puede ser, entonces que, como tantas otras veces, “elijamos” por lo que nos resulta
más fácil en lugar de encaminarnos en la dirección de la mayor ventaja. Puede ser
que en vez de enfrentar el duelo “prefiramos” ignorar el drama que vivimos y, deses-
tructurando el sentimiento de ofuscación, desemboquemos en un trastorno de la
visión.
SÍNTESIS Y CONCLUSIONES
Luego de citar parte de los conceptos que Freud expone acerca de la percepción,
abordo una de las cuestiones que se deriva de considerar a los llamados mundos
“físico” y “psíquico” como existentes ónticos.
Siguen algunas de las reflexiones que inclinan a pensar que al estudiar fenómenos
como los de la percepción o la sensación deja de ser necesario imaginarlos como
el efecto de una transmisión de energía que ocurre después de un salto del que
nadie puede explicar dónde y cómo se produce. Creo que lo que llamamos “percep-
ción” y lo que llamamos “sensación” es lo que en nuestro conocimiento se organiza
como el sentido, el significado de aquello que, desde el punto de vista que constituye
la física, podemos observar y describir como proceso excitatorio y transformaciones
ocurridas en los trayectos nerviosos de los órganos de los sentidos y en los del
circuito nervioso sensitivo.
Luego, recordando que percibir es interpretar y simbolizar y partiendo del hecho que
percepción, concepción y precepto forman parte de un proceso, pongo el acento en
que tanto el proceso que media entre percepción y concepción como el que media
entre concepción y precepto requieren de una cuota de esfuerzo de lo que llamamos
esfuerzo "hepático" de materialización.
Trazo una primera hipótesis al decir que los órganos de los sentidos se prestan para
representar la posibilidad yoica de dejarse impresionar por formas. Partiendo de que
lo supuesto resultara cierto, la existencia física de los órganos de los sentidos que
reciben estímulos del entorno, y la existencia histórica de un aspecto yoico dis-
puesto a incorporar formas, permitirían pensar en una misma fantasía inconsciente:
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una fantasía de "información". Dicha fantasía implicaría, a su vez, una "capacidad
de información". Así podríamos hablar de la existencia de una capacidad de infor-
mación inconsciente capaz de manifestarse a la conciencia, desde un punto de vista
histórico, como posibilidad yoica de incorporar formas adecuadamente, y, desde un
punto de vista físico, como funcionamiento sano de los órganos de los sentidos.
Finalmente, y sólo como un ejemplo, traigo el tema de los trastornos visuales di-
ciendo que puede ocurrir que en lugar de enfrentar el duelo que implica la decepción
“optemos” por desestructurar el sentimiento de ofuscación, desembocando de ese
modo en un trastorno de la visión.
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Bibliografía
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