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Luis Muñoz Martínez

Una cura ambigua: reseña de los efectos adversos de los medicamentos


antipsicóticos

Introducción
De la mano de la agudeza clínica y habilidad de conceptualización de
pioneros como Kraepelin y Bleuler, el modelo biomédico se volvió la manera
dominante de aproximarse a las enfermedades mentales desde finales del s. XIX.
Aunque este modelo proveía de bases científicas cada vez más robustas a una
cuestión que hasta hace unos siglos era dominada por el discurso religioso y las
supersticiones, los primeros tratamientos eran poco efectivos y, bajo una mirada
contemporánea, crueles. El internamiento prolongado, la terapia electroconvulsiva
y la lobotomía se han convertido en símbolos de los peores excesos de la
psiquiatría. Fue hasta la década de 1950 que la terapéutica de las enfermedades
mentales tomó el rumbo que mantiene hasta la actualidad. Un hecho casi fortuito
detonó una auténtica revolución psicofarmacológica: el uso de la clorpromacina —
una sustancia originalmente diseñada como sedante para potenciar el efecto de
los anestésicos usados en procedimientos quirúrgicos— en pacientes psicóticos. A
partir de entonces, y tras sucesivos descubrimientos, el uso de fármacos se ha
erigido como el método por excelencia para combatir distintos trastornos mentales.
Pocos objetarían que la administración de psicofármacos es una mejora
considerable con respecto a los antiguos tratamientos de la psiquiatría, más
próximos a una cámara de tortura que a un hospital moderno. Sin embargo, no
son pocos los detractores que señalan los efectos adversos de varias de estas
sustancias, frecuentemente ignorados o subestimados por médicos y la industria
farmacéutica. El caso de los antipsicóticos resulta especialmente llamativo, por
dos motivos. En primer lugar, por su uso en el tratamiento de la esquizofrenia, esa
indescifrable enfermedad a la que Thomas Szasz llamó “el símbolo sagrado de la
psiquiatría”, un mal que asume las características típicamente asociadas a la
locura: los susurros imaginarios, las ideas inverosímiles, el comportamiento
errático. En segundo lugar, porque no suele admitir alternativas; mientras que los
cuadros menos graves de depresión o ansiedad, por nombrar un par de ejemplos
conocidos, son tratados con psicoterapia, al margen del uso de medicamentos, los
trastornos psicóticos como la esquizofrenia reciben invariablemente un tratamiento
farmacológico. La atención psicológica aparece, en el mejor de los casos, como un
complemento. A juzgar por las decrecientes cifras de hospitalizaciones y recaídas,
los antipsicóticos deberían calificarse como una victoria más en el imparable
avance de la medicina. Restan, no obstante, algunas preguntas incómodas.
¿Deberíamos preocuparnos por los efectos a largo plazo de este tratamiento?
¿Cómo es la experiencia subjetiva de los pacientes? ¿Representan los
antipsicóticos, realmente, una mejora a la salud? El presento texto no puede
ofrecer, dentro de sus limitadas aspiraciones, respuestas definitivas, pero sí
esbozar algunos argumentos relevantes.

El mecanismo de acción de los antipsicóticos


Antes de discutir los efectos secundarios de los antipsicóticos, se antoja
necesario un breve repaso de su mecanismo neuroquímico. Los antipsicóticos de
primera generación —también conocidos como antipsicóticos típicos— actuaban
como antagonistas del neurotransmisor dopamina. En la sinapsis —la conexión
química o eléctrica entre neuronas—, los neurotransmisores liberados por la célula
emisora se adhieren a proteínas de la membrana de la célula receptora. Las
sustancias antagonistas son aquellas que, al unirse a las proteínas receptoras de
un determinado neurotransmisor, bloquean la actividad del mismo. Adhiriéndose a
los receptores D2, los antipsicóticos típicos frenaban la excesiva actividad
dopaminérgica que caracteriza a la esquizofrenia (Schatzberg & Nemeroff, 2009).
Los antipsicóticos de segunda generación —conocidos como antipsicóticos
atípicos— también actuán sobre los receptores D 2 para contrarrestar la liberación
de dopamina y, además, se adhieren a los receptores 5HT 2A de la serotonina. Se
ha propuesto que el bloqueo simultáneo de la actividad dopaminérgica y
serotoninérgica resulta en efectos menos bruscos que los provocados por los
fármacos de primera generación. A esto cabe añadir que, en comparación a los
antipsicóticos típicos, los atípicos tienen una menor afinidad con los receptores D 2,
por lo que el bloqueo que ejercen sobre la dopamina no es tan severo (Schatzberg
& Nemeroff, 2009).

Efectos secundarios de los antipsicóticos


Dado que la dopamina está involucrada en múltiples funciones, incluyendo
la motivación, el comportamiento basado en recompensas y el control motor,
resulta lógico que las consecuencias de su bloqueo vayan más allá de la
eliminación de los síntomas psicóticos. Entre los efectos adversos más conocidos
de los antipsicóticos típicos, se encuentran los síntomas extrapiramidales,
llamados así porque representan una disfunción del sistema extrapiramidal,
encargado de la regulación de movimientos involuntarios. La distonía
(contracciones musuclares intermitentes o sostenidas que generan posturas y
movimientos anormales), la acatisia (incapacidad de permanecer quieto,
acompañada de una sensación de angustia), el parkinsonismo (temblores, rigidez,
movimiento enlentecido) y la discinesia tardía (movimientos estereotipados
involuntarios, comúnmente de los labios y la lengua) son los principales síntomas
extrapiramidales. El riesgo de contraerlos, aunque no se eliminó por completo,
disminuyó considerablemente con la llegada de los antipsicóticos atípicos, pues,
como ya se mencionó, su función como antagonistas de la dopamina es menos
drástica (Schatzberg & Nemeroff, 2009)..
También se ha reportado que los antipsicóticos pueden producir
modificaciones a la estructura del cerebro, tales como la reducción de la materia
gris y el aumento de volumen de los ventrículos. Los estudios al respecto están
rodeados de cierto grado de controversia, puesto que aún no ha se ha logrado
esclarecer si las particularidades estructurales son características de la
enfermedad o un efecto del tratamiento. Una respuesta definitiva en uno u otro
sentido devendría en posturas radicalmente opuestas sobre el uso de
antipsicóticos. Moncrieff (2010) señala que varios de los estudios post-mortem y
de neuroimagen que demuestran anomalías cerebrales propias de la esquizofrenia
fueron realizados con pacientes que habían tomado antipsicóticos durante años.
En contraste, no se encontró evidencia de cambios estructurales en los estudios
llevados a cabo con sujetos que no se habían sometido a un tratamiento
farmacológico. Lo anterior, aunado a complicaciones adicionales —el
financiamiento de estudios por parte de compañías farmacéuticas, la falta de
información sobre las dosis y la duración del tratamiento de los sujetos estudiados,
etc.—, da cuenta de lo lejos que aún estamos de distinguir con claridad entre las
alteraciones anatómicas de la esquizofrenia y los estragos posiblemente
provocados por el uso a largo plazo de antipsicóticos.
Los efectos adversos discutidos en las líneas anteriores tienen una
característica en común: son manifestaciones objetivas que pueden ser
detectadas y medidas por un médico. Existe otra clase de consecuencias, no
menos perniciosas, cuya única evidencia reside en el testimonio de los enfermos.
Hay quienes describen su experiencia cotidiana bajo los efectos de los
antipsicóticos como un persistente letargo, una sensación de fatiga de la que no
se desprenden a pesar de las muchas horas de sueño; otros hablan de una suerte
de neblina mental en la que la inteligencia, la memoria y la concentración pierden
su agudeza; también hay quienes aseveran que la medicación erosiona sus
emociones y los despoja de cualquier tipo de motivación, sumiéndolos en un
estado de total indiferencia (Moncrieff, 2009). Aunque son muchos los pacientes
medicados que experimentan esta clase de efectos, no hay consenso entre los
especialistas sobre la fuente del malestar: el trastorno o el tratamiento. La abulia y
la expresión emotiva disminuida, por ejemplo, aparecen como síntomas negativos
de la esquizofrenia en el DSM-V. Es bien sabido que los antipsicóticos reducen,
principalmente, los síntomas positivos (alucinaciones, delirios, discurso
desorganizado), por lo que es razonable suponer que la persistencia de síntomas
negativos es reflejo de las limitaciones del tratamiento, no un efecto secundario.
No obstante, la intromisión de estos fármacos en la actividad dopaminérgica y
serotoninérgica, relacionadas al procesamiento de la motivación y la regulación
emocional, también podría estar detrás del cansancio, lentitud mental e
indiferencia reportados por los pacientes.
Conclusión
Es difícil sacar conclusiones del análisis de los efectos adversos de los
antipsicóticos, pues la información con la que contamos actualmente no es
suficiente para diferenciar las consecuencias del fármaco de los rasgos de la
patología. Esto, en sí mismo, ya es un problema: el que los efectos del tratamiento
puedan confundirse con la propia enfermedad deja claro que incluso en los
pacientes medicados persiste parte del malestar. En el mejor de los casos, el daño
cerebral y los déficits emocionales y cognitivos son una parte del trastorno que
eventualmente podrá ser tratada; en el peor, dichos estragos son una inevitable
consecuencia del mecanismo neuroquímico de los fármacos. El segundo
escenario exigiría una seria reconsideración del uso de antipsicóticos. Quizá la
solución esté en un cambio de paradigma, en el que la esquizofrenia deje de
concebirse como un brote de sinrazón que debe ser aplastado a toda costa.
Ayudar a que el esquizofrénico comprenda su realidad y se desenvuelva en ella
sin dañarse a sí mismo y a los demás parece un objetivo más loable que suprimir
las anomalías de su pensamiento y comportamiento. Los antipsicóticos extinguen
los síntomas más llamativos y potencialmente peligrosos de la esquizofrenia, pero
sería deshonesto afirmar que restauran la salud. Deleuze y Guattari (1972)
apuntaban que a los esquizofrénicos “se les interrumpe en el viaje. Perdieron la
realidad, ¿pero cuándo la perdieron? ¿En el viaje o en la interrupción del viaje?”.
Que recuperen esa realidad es, sin dudas, un objetivo difícil, pues ni siquiera
conocemos los medios para conseguirlo. Realizar un examen crítico de las
suposiciones y métodos detrás del actual tratamiento farmacológico es tan sólo un
primer paso.
Referencias

American Psychiatric Association. (2014). Guía de consulta de los diagnósticos del


DSM-5.  American Psychiatric Association.
Deleuze, G. & Guattari, F. (1972). El Anti-Edipo: Capitalismo y Esquizofrenia. Les
éditions de minuit.

Moncrieff, J., Cohen, D., Mason, J. (2009). The subjective experience of taking

antipsychotic medication: a content analysis of Internet data. Acta

Psychiatrica Scandinavica, 120 (2), 102-111.

Moncrieff, J., & Leo, J. (2010). A systematic review of the effects of antipsychotic

drugs on brain volume. Psychological Medicine, 40(9), 1409-1422.

Schatzberg, A.F. & Nemeroff, C. F. (2009). The American Psychiatric Publishing

Textbook of Psychopharmacology (4.a ed.). American Psychiatric Publishing.

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