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Ensayo Integrativo N°1

Benjamín Villela P.

La ética de las virtudes es un enfoque filosófico que se centra en el carácter moral de los
individuos y en cómo sus acciones pueden ser guiadas por ciertas disposiciones o hábitos
virtuosos. Dos de los principales exponentes de esta ética son Aristóteles y Santo Tomás de
Aquino, quienes a pesar de compartir la idea central de la importancia de las virtudes en la
vida moral, presentan diferencias en sus concepciones sobre la naturaleza y el propósito de
estas virtudes.
Aristóteles, en su obra "Ética a Nicómaco", considera que la virtud es un hábito o
disposición adquirida que nos permite actuar de acuerdo con la razón y alcanzar la
felicidad, que es el fin último del ser humano. Para él, las virtudes son el punto medio entre
dos extremos, uno el exceso y otro el defecto. Así, la virtud es el punto medio o "justo
medio" que permite al individuo actuar correctamente en cada situación particular.
Aristóteles afirma: "La virtud, pues, es una disposición voluntaria adquirida que consiste en
un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y tal como lo determinaría
el hombre prudente" (Ética a Nicómaco, II.6).
Por otro lado, Santo Tomás de Aquino, en su obra "Suma Teológica", desarrolla una
concepción de la virtud que, aunque toma como base las ideas de Aristóteles, introduce
elementos propios de la tradición cristiana. Para Santo Tomás, las virtudes son también
hábitos que perfeccionan al ser humano, pero su finalidad última es la unión con Dios, el
bien supremo. Además, distingue entre virtudes naturales, que se adquieren mediante la
práctica y el esfuerzo humano, y virtudes sobrenaturales o teologales (fe, esperanza y
caridad), que son dadas por Dios a los creyentes. Santo Tomás afirma: "La virtud es un
hábito operativo bueno" (Suma Teológica, I-II, q.55, a.4).
A pesar de sus diferencias, tanto Aristóteles como Santo Tomás coinciden en que las
virtudes son fundamentales para alcanzar una vida buena y plena. Ambos autores destacan
la importancia de la prudencia como la virtud que guía el actuar humano y permite
distinguir el justo medio en cada situación. Aristóteles sostiene que "la prudencia es aquella
virtud intelectual por la que se conoce el justo medio en las acciones humanas" (Ética a
Nicómaco, VI.5), mientras que Santo Tomás afirma que "la prudencia es la virtud que
dispone la razón práctica para discernir en todo caso lo bueno y lo malo" (Suma Teológica,
II-II, q.47, a.2).
Otra similitud entre ambos pensadores es la distinción entre virtudes morales y virtudes
intelectuales. Aristóteles considera que las virtudes morales son aquellas que perfeccionan
la parte apetitiva del alma, como la templanza y la fortaleza, y las virtudes intelectuales son
las que perfeccionan la parte racional, como la sabiduría y el entendimiento (Ética a
Nicómaco, VI.1). Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, también distingue entre virtudes
morales, que perfeccionan la voluntad y las pasiones, y virtudes intelectuales, que
perfeccionan el entendimiento (Suma Teológica, I-II, q.56, a.3).
A pesar de estas similitudes, existen diferencias importantes en la concepción de la
virtud en Aristóteles y Santo Tomás. La principal diferencia se centra en el fin último de la
vida moral: mientras que Aristóteles considera que la felicidad es el fin último del ser
humano y se alcanza mediante la práctica de las virtudes y la vida contemplativa, Santo
Tomás sostiene que el fin último es la unión con Dios y la vida eterna, y que las virtudes
son necesarias para alcanzar este objetivo. Además, la introducción de las virtudes
teologales en la ética de Santo Tomás marca una gran diferencia con respecto a la ética
aristotélica, ya que estas virtudes sobrenaturales no dependen del esfuerzo humano, sino de
la acción de Dios en el alma del creyente.
Un ejemplo de cómo la perspectiva de estos autores puede verse reflejada en la
cotidianidad es el caso de una persona que enfrenta una situación de injusticia en su entorno
laboral. Desde la perspectiva aristotélica, esta persona debería buscar el justo medio entre la
pasividad y la confrontación excesiva, actuando con prudencia y fortaleza para defender sus
derechos y buscar la justicia, pero sin caer en vicios por exceso o defecto. Al hacer esto,
estaría cultivando su carácter virtuoso y contribuyendo a su felicidad y bienestar. Desde la
perspectiva de Santo Tomás, la persona enfrentada a la injusticia también debería actuar
con prudencia y fortaleza, pero además, estaría llamada a cultivar las virtudes teologales de
la fe, la esperanza y la caridad. Esto significa que, además de buscar la justicia y defender
sus derechos, debería confiar en el cuidado de Dios y actuar con amor y misericordia hacia
los demás, incluso hacia aquellos que cometen la injusticia. De esta forma, estaría tanto
perfeccionando su carácter moral como su unión con Dios, que es el fin último de la vida
humana según la ética de Santo Tomas de Aquino.
En el ámbito de la vida política y social, la ética de las virtudes también puede ofrecer
orientación para enfrentar dilemas y desafíos. Por ejemplo, un gobernante que busca el bien
común de su pueblo debería cultivar virtudes como prudencia, la justicia y la fortaleza,
siguiendo el ejemplo de los grandes líderes de la historia. Desde la perspectiva aristotélica,
este gobernante estaría contribuyendo a la felicidad y la prosperidad de su comunidad,
mientras que desde la perspectiva tomista, estaría también orientando a su pueblo hacia la
unión con Dios y la vida eterna.
En conclusión, tanto Aristóteles como Santo Tomas de Aquino defienden la ética de las
virtudes como un enfoque que se centra en el carácter moral del ser humano y en la
importancia de desarrollar hábitos virtuosos para alcanzar una vida buena, feliz y plena. A
pesar de sus similitudes en la concepción de la virtud como un hábito que perfecciona al ser
humano y en la distinción entre virtudes intelectuales y morales, existen grandes diferencias
en sus concepciones sobre el fin último de la vida moral y en la relación entre las virtudes y
la divinidad. Estas diferencias se reflejan en cómo ambos autores abordan situaciones
cotidianas, como la búsqueda de justicia y la relación con los demás en un entorno laboral,
así como en el ámbito político y social.
En última instancia, tanto la ética aristotélica como la tomista ofrecen valiosas
herramientas para comprender y enfrentar los desafíos éticos de la vida cotidiana, y su
estudio sigue siendo relevante en la actualidad. Ambas perspectivas se enfocan en la
importancia del desarrollo personal y la adquisición de virtudes, así como la
responsabilidad individual de actuar de manera ética y justa en nuestras relaciones con los
demás. Sin embargo, me gustaría recalcar que la ética de las virtudes no necesariamente
proporciona respuestas definitivas o universales a todos los dilemas morales que
enfrentamos en la sociedad actual. En su lugar, nos ofrece un marco práctico y útil para
reflexionar sobre nuestras acciones y decisiones, y para esforzarnos por cultivar un carácter
virtuoso en medio de la complejidad e incertidumbre de nuestras vidas.
La ética de las virtudes de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino ofrece una perspectiva
en la cual su estudio sigue siendo relevante en la actualidad. A pesar de sus diferencias en
la concepción del fin último y la relación entre las virtudes y la divinidad, ambos autores
destacan la importancia de desarrollar hábitos virtuosos y actuar con justicia y prudencia en
esta sociedad. Al aplicar estas ideas en nuestra vida cotidiana, podemos enfrentar los
desafíos éticos con mayor sabiduría y compasión, y contribuir al bienestar y la prosperidad
de nuestras vidas y del mundo en general.

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