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no pasa nada.
Es esperanzador y motivante pensar que la adversidad nos hará más resilientes. Que
saldremos fortalecidos de esta crisis. Que estas circunstancias excepcionales sacarán
a la luz nuestra mejor versión. Que pondremos a prueba nuestra fuerza emocional y
desarrollaremos nuevas herramientas psicológicas destinadas a enriquecer nuestra
mochila para la vida.
No cabe duda de que será así para muchas personas. Hay quienes responden muy
bien bajo presión. Muchas personas podrán ampliar sus límites. Conocerse mejor.
Descubrir nuevas cualidades o una fuerza insospechada. Sin embargo, también hay
personas que no funcionan bien bajo presión. A quienes las situaciones límite las
aplastan. Personas extremadamente vulnerables al estrés. A quienes las crisis dejan
derrotadas. Esas personas no valen menos. Simplemente reaccionan de manera
diferente.
Sus hallazgos son positivos y alentadores. No cabe duda. Nos ayudan a dar un sentido
a nuestra vida. De hecho, tendemos a la redención, a hilar la narrativa de nuestra vida
en términos de los retos que hemos enfrentado y los reveses que hemos superado. Es
reconfortante pensar que de las cosas malas pueden surgir cosas buenas. Que los
acontecimientos más terribles darán un giro positivo o que, de alguna forma, pueden
cambiarnos para bien.
Y a veces es así.
Pero no siempre.
Porque la adversidad y el sufrimiento que esta provoca no son una revelación en sí
mismos. No encierran un aprendizaje ni conducen al crecimiento personal per se. A
menos que nos esforcemos por hallar ese supra sentido.
Otros estudios han descubierto que en algunos casos ese crecimiento auto percibido
puede ser una cortina de humo. Psicólogos de la Universidad de Pensilvania, por
ejemplo, comprobaron que el crecimiento postraumático que reconocían muchas
personas después de una ruptura de pareja en realidad no se reflejaba en sus
comportamientos y actitudes.
Por tanto, es probable que a veces digamos que hemos crecido solo para
reconfortarnos, cuando en realidad todavía estamos lidiando con las consecuencias
emocionales del trauma en una cultura que nos da muy poco tiempo para llorar la
tragedia y donde todos se esperan que nos recuperemos en un tiempo relativamente
corto. En una cultura donde el mandato es: ¡Supéralo y sigue adelante!
Por supuesto, lo ideal es que las heridas de la adversidad sanaran rápidamente. Que
pudiésemos fortalecernos. Y sacar una enseñanza.
A la larga, esos intentos por presionar a las personas para que se produzca ese
crecimiento postraumático pueden convertirse en un boomerang ya que podría
impedirles buscar la ayuda que necesitan y reconocer su vulnerabilidad, animándolas a
asumir estrategias de afrontamiento desadaptativas que pueden terminar lastrando su
sentido de la autoeficacia.
En sentido general, suele ser difícil aceptar la idea de que el crecimiento personal y la
resiliencia son los resultados típicos de la adversidad. Eso significaría que, a largo
plazo, el sufrimiento es bueno y que las personas que han atravesado por situaciones
difíciles son más fuertes. Pero esa es solo la mitad de la historia.
Pasar por una tragedia no es fácil. A veces, el dolor que dejan ciertos golpes no
desaparece por completo. De hecho, ni siquiera se trata únicamente del dolor sino del
cataclismo psicológico que la adversidad puede provocar en nuestro mundo. Esas
tragedias pueden borrar de un plumazo nuestras seguridades y nos arrebatan nuestros
pilares afectivos. De tragedias así, es difícil recuperarse. Y lleva tiempo.
Por eso es importante asumir que todos no crecerán de la misma manera y mucho
menos a la misma velocidad. Que mientras algunos son capaces de encerrarse en una
especie de esfera protectora que mitiga los golpes, a otros las tragedias les golpean de
lleno, sin protección.
Esas personas seguirán necesitando ayuda y apoyo mucho tiempo después de que
pase esta tragedia. Para ellas, esa añorada normalidad no llegará cuando se abran las
puertas y podamos volver a las calles. Es precisamente esa ayuda y apoyo que reciban
– no la adversidad – lo que puede ayudarlas a superar el trauma.
Tampoco es necesario considerar el crecimiento como una meta para todos. Para
muchas personas, regresar al punto en que se encontraban antes del trauma puede ser
un objetivo lo suficientemente ambicioso. El crecimiento postraumático es un resultado,
no un objetivo.
No cabe duda de que las historias de crecimiento derivadas del trauma son poderosas
y motivadoras. Pueden servir de inspiración y darnos algo a lo cual aferrarnos cuando
todo nuestro mundo se desmorona, pero también debemos ser conscientes de que, si
no podemos salir más fuertes, no pasa nada. Si no podemos ver “lo positivo” de esta
situación, tampoco pasa nada. A veces, el simple hecho de salir ya es un gran logro. Y
en eso debemos centrarnos cuando nos faltan las fuerzas.
Fuentes:
Owenz, M. & Fowers, B. J. (2019) Perceived post-traumatic growth may not reflect
actual positive change: A short-term prospective study of relationship
dissolution. Journal of Social and Personal Relationships; 36(10): 3098-3116.
Jayawickreme, E. & Blackie, L. (2014) Post‐traumatic Growth as Positive Personality
Change: Evidence, Controversies and Future Directions. European Personality
Reviews; 28(4): 312-331.
Engelhard, I. M. et. Al. (2014) Changing for Better or Worse? Posttraumatic Growth
Reported by Soldiers Deployed to Iraq. Clinical Psychological Science; 1: 1-8.
Frazier, P. et. Al. (2009) Does Self-Reported Posttraumatic Growth Reflect Genuine
Positive Change? Psychological Science; 20(7): 912-919.