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patatabrava.com
El autor no está de acuerdo con algunas de las cosas que se dicen en la parte de los apuntes y, por lo tanto, que se
impartieron en clase. Por suerte o por desgracia para ti, lector, el sistema educativo nos obliga a memorizar ciertas cosas
con las que no estamos de acuerdo para vomitarlas en el examen, por lo que he decidido incluirlo.
Suerte y espero que apruebes, porque por eso estás aquí leyendo esto.
Historias de la Historia
(Extraído de https://goo.gl/HD87kD)
La historiografía así, a primera vista, parece algo aburridísimo. Además, la propia palabra suena
fatal. Tira para atrás. Pero hay factores de fuerza mayor que nos hacen acercarnos a ella. Sólo un
poco. De refilón. Y, afortunadamente, de la mano de uno de los grandes. A alguien que una vez
escuchamos en la UNED, coincidiendo, seguramente, con el setenta aniversario de la Guerra Civil
Española. No recordamos exactamente de qué habló, pero sí de la excelente impresión que nos
causó. Hablamos de Enrique Moradiellos. Y, en lo sucesivo, en partiular, de su obra Las caras de Clío.
Antes de nada, una aclaración: la historia que nos gusta es la de las gentes que la sufren; no la de
los generales, nobles y reyes. La historia que nos atrapa es, por ejemplo, la que cuenta Ramiro Pinilla
en Antonio B. El Ruso, ciudadano de tercera. Esta novela es, dice en la contraportada, “un retrato
agudísimo de la vida durante la posguerra, de las penurias y calamidades, de los odios y revanchas,
de la miseria y la lucha por salir adelante y escapar de la represión y la humillación permanente”,
una historia de España, añadimos nosotros, contada a través la vida de una persona como hay
cientos, miles, que nunca salen en los libros de la Historia oficial, aunque son los que de verdad la
padecen en sus carnes.
Pero, si no nos gustan las narraciones sobre quienes hacen la historia, sino la de quienes la sufren,
¿cómo nos ha podido encandilar la historiografía a través de la obra de Moradiellos? Esta última es
la ciencia que estudia el modo en que los historiadores abordan su tarea de contar los
acontecimientos del pasado. No nos debería gustar, porque nos parece que siempre son los
ganadores los que se encargan de escribir la historia. O que son sus interpretaciones las que logran
pasar al imaginario colectivo. O que sólo se ocupan de los grandes nombres, de los que siempre se
escriben en mayúsculas, de aquéllos a los que se dan calles, estatuas, cuadros...
Por fortuna nos hemos dado cuenta gracias a Moradiellos de que no siempre se ha contado la
historia de la misma manera y que es necesario conocer cada escuela de historiadores, cada manera
de repasar el pasado, al servicio de quién, de qué intereses, estaba esta labor, para poder extraer
mejor la esencia de cada tiempo. El modo en que se ha contado la historia en cada época nos da
mucha información respecto al modo de hacer ciencia en cada momento, la manera de entender el
transcurso del tiempo y sobre cómo se interpretaban los acontecimientos.
Y, ahora sí, retomamos la historia donde la dejamos. En el siglo XIX y en Alemania. Ese país fue
escenario del surgimiento de la moderna ciencia de la Historia como resultado de la fusión de la
tradición histórico-literaria y la erudición documental. Era una historia bien narrada y rigurosa, muy
pegada a los archivos, a los documentos. Además, esta historia ya no es una mera sucesión
cronológica de acontecimientos, sino un proceso racional en el que unos acontecimientos están
ligados de alguna manera, por ejemplo, sobre todo, causalmente. El objetivo del historiador iba más
allá de narrar detalles del pasado, sino que buscaba reconstruir lo que sucedió estableciendo
conexiones entre acontecimientos y estructuras sociales.
Ésas fueron las grandes aportaciones de Ranke: la defensa del principio de actitud imparcial, así
como la concepción empirista de su trabajo. Llevó tan al extremo esto último que defendió que
cualquier hecho o situación es único e irrepetible y no puede analizarse en virtud de categorías
universales.
Esta última concepción chocó con las ideas de Auguste Comte, el que se considera padre de la
sociología. Porque Comte había propugnado el estudio de la sociedad “con el mismo espíritu que
los fenómenos físicos” para descubrir las leyes generales que regulaban la evolución histórica y
social y permitirían predecir su curso futuro.
Los miembros de la escuela histórica prusiana, por ejemplo, dedicaron sus esfuerzos a la formación
de una conciencia histórica alemana que potenciara la unión nacional en torno a Prusia. Heinrich
von Treitschke, como recoge Moradiellos, afirmó: “Soy mil veces más un patriota que un profesor”.
Por lo tanto, de acuerdo con sus principios, la labor esencial del historiador alemán era “sentir en
mí mismo y saber cómo excitar en el corazón de los lectores (…) el gozo de la patria”. Por tanto,
como continúa Moradiellos, la sacralización del Estado nacional, con tonos cada vez más racistas, y
el culto a las virtudes militares que potenció esta corriente historiográfica recibieron sanción oficial
durante la Alemania de Guillermo II, que acabó en 1918, con el fin de la Primera Guerra Mundial.
Una historia contada al servicio de una nación cuadraba perfectamente con un Estado autoritario,
industrializado y que se resistía a la democratización política.
Los historiadores alimentaron el crecimiento del nacionalismo alemán, que engordó con la derrota
sufrida en la Gran Guerra y, sobre todo, con las excesivas sanciones impuestas por los vencedores.
Luego llegaría 1933 y el triunfo de Hitler. Y, después, 1939, con las invasiones alemanas que
provocaron la Segunda Guerra Mundial.
En las escuelas británica y francesa hubo manifestaciones este estilo, aunque quizás no tan
exageradas. El siglo XIX es el del romanticismo y el de las luchas nacionalistas. Y el de la construcción
de las grandes naciones europeas. Este devenir fue paralelo a la redacción de historias nacionales
fundamentales en la creación de conciencia colectiva, de conciencia nacional. “En el proceso de
construcción de las nuevas identidades nacionales, las historiografías correspondientes cumplieron
una función socio-política y cultural inexcusable: 'la necesidad de dar razón, a través de una historia
nacional escrita ordenadamente, de un pasado coherente y dotado de sentido que presta
significación al momento contemporáneo' (en palabras de Jover Zamora)”, escribe Moradiellos. Las
burguesías de cada nación crearon su identidad nacional y la divulgaron al resto de clases sociales
al compás de los procesos de escolarización.
En el Reino Unido, incluso la corriente más progresista juzgaba los procesos históricos con el
optimismo propio de la época: liberal, próspera, segura, complaciente... Uno de sus representantes,
Thomas Babington Macaulay, llegó a escribir: “La Historia de nuestro país durante los últimos ciento
sesenta años es básicamente la historia de un perfeccionamiento físico, moral e intelectual”.
Darwin y el racismo.
No podemos ocultar que hubo una perniciosa consecuencia de la aplicación del darwinismo a las
ciencias sociales: “El reduccionismo biologicista que implicaba esa tesis ofreció un fundamento
pseudocientífico a las nuevas teorías racistas que se extendieron por Europa y el mundo occidental
durante la expansión imperialista de la segunda mitad del siglo XIX y que alcanzaron su dramática
plenitud en el XX. A tenor de las mismas, el dato clave de la evolución histórica era la existencia de
razas biológicas definidas como grupos humanos diferenciados por caracteres anatómicos y rasgos
somáticos transmitidos sólo por herencia natural e irreversible”.
Los teóricos racistas del siglo XIX sostuvieron que los rasgos físicos raciales determinaban las
características culturales y las virtudes morales e intelectuales de cada grupo. Sobre estas teorías
creció el mito de la superioridad de la raza aria.
Por estas perversiones, surgió la sensación de que, quizás, el conocimiento histórico no podía ser
tan científico como el de las ciencias naturales. Quizás no era posible neutralizar al historiador, sus
convicciones, su ideología, su criterio, como narrador de los acontecimientos históricos. Además,
nació la preocupación sobre una creciente tendencia en los historiadores a “superespecializarse” en
pequeñísimos hechos pasados “únicos e irrepetibles”.
La influencia del marxismo no sólo influyó de esa manera, sino que, por sí mismo, justificó el
surgimiento de nuevas especialidades históricas: la historia económica y la historia social. La primera
se ocupaba de magnitudes cuantificables en series estadísticas a partir de las que realizar
generalizaciones empíricas. De esta manera, se supera la singularidad del hecho irrepetible e
individual y se puede determinar la existencia de estructuras constantes o regularidades en el
comportamiento económico de las sociedades a partir de esos documentos primarios, a través de
esas estadísticas transformadas en gráficos y tablas.
La historia social, en su inicio no dejaba de ser una traducción de la economía en la sociedad, en
cómo la economía configura la sociedad en diferentes grupos sociales y en las relaciones que éstos
mantienen entre sí.
Éstas son las líneas básicas, las preocupaciones, las innovaciones, con las que arrancaba el siglo XX
la ciencia histórica. Pero si sistematizamos, nos encontramos con que, justo después del trauma que
ocasionó la Primera Guerra Mundial (1914-1918), surgió la Escuela de los Annales. Su propósito
original era justo ofrecer una alternativa a la práctica histórica dominante, superando el estrecho
enfoque político y militar, a favor de la apertura en otros campos de investigación y aportando los
avances metodológicos de la sociología, la demografía o la economía. La historia económica y social
tomó el relevo de la denostada historia política. En la época, los historiadores sentían una gran
hostilidad hacia la política, porque había sido ésta la que había empujado al mundo a una guerra
cruel.
La Segunda Guerra Mundial o, mejor, el triunfo de los aliados en ella, hizo posible que este tipo de
historia sobreviviera frente a la que desarrollaban los Estados fascistas, siempre al servicio de sus
respectivas naciones. Las directivas de Adolf Hitler, dice Moradiellos, reflejan ese envilecimiento de
la Historia en aras de un mito racial y social-darwinista fanáticamente doctrinario.
La mayoría de manuales sobre Historiografía (esto es: la historia de los relatos históricos y sus
autores) suelen situar los orígenes de la disciplina histórica en la Grecia del siglo VI y V a. C. con los
logógrafos jonios, con Heródoto y Tucídides. Algunos manuales comienzan señalando la existencia
de relatos de contenido histórico en civilizaciones previas como la egipcia, la mesopotámica, la
hebrea o la hindú del segundo y primer milenio antes de nuestra era. Y aún hay otros que afirman
la existencia de relatos históricos desde el mismo momento en que surgen comunidades humanas,
aunque estos fueran solo cuentos, cantos y poemas orales que, debido al desconocimiento de la
escritura, se han perdido para siempre en el olvido.
No obstante, casi todos los especialistas coinciden en señalar que a finales del siglo XVIII y principios
del XIX la actividad de investigación y redacción de los relatos históricos experimento una
transformación notable, de grado y calidad. A partir de ese momento, el ejercicio de la historia paso
a convertirse en una disciplina científica, bien diferente de la historia artística y literaria que se había
venido practicando hasta entonces. En palabras del historiador norteamericano Harry Rittler:
“Durante el siglo XVIII la antigua tradición de historia como narración se fusionó con el iteres erudito
por los hechos y, alrededor de 1800, el concepto moderno de historia científica cobró forma”.
En efecto, la distancia entre la “historia” contada y relatada antes y después de Leopold von Ranke
(por utilizar su persona como símbolo de transformaciones operadas), es de tal grado que obliga a
distinguir ambos tipos de actividad: la primera sería una categoría o género literario narrativo
peculiar; la segunda, una autentica ciencia humana o social.
Todas las sociedades tienen necesariamente una conciencia temporal de su pasado. El hombre es
siempre un ser gregario y el grupo social es por naturaleza heterogéneo en su composición:
coexisten en él individuos de diversas edades y con distintas vivencias. Por esta razón, todos los
componentes de cualquier grupo humano saben que hubo un periodo temporal anterior al de su
propia experiencia biográfica individual. Todos son conscientes, por sumaria que pueda ser esa
conciencia, de la acción del tiempo y de la diferencia entre el presente y lo previo y posterior a él.
La concepción de tal pasado comunitario constituye un elemento inevitable y esencial de sus
instituciones, valores, tradiciones y relaciones con el medio físico y con otros grupos humanos
circundantes. Aquí reside la necesidad de tener una conciencia del pasado colectivo y la función
social de esa misma conciencia en el seno de grupo, como factor de identificación, legitimación y
orientación dentro del contexto natural y social donde esté emplazado el grupo.
En las sociedades ágrafas (desconocedoras de la escritura), esa necesidad funcional de una
conciencia de pasado se satisface mediante la recitación de la genealogía familiar y tribal o por
relatos míticos y religiosos transmitidos por tradición oral. Como afirman todavía hoy los aborígenes
australianos sobre sus mitos de origen: “Nuestros padres nos los enseñaron a nosotros como sus
padres les enseñaron a ellos”. No en vano, del pasado proceden las técnicas, los saberes y las
tradiciones que permiten la supervivencia y reproducción del grupo comunitario. Y por eso mismo,
el conocimiento del pasado es “un elemento crítico de toda la vida social” y con frecuencia “se
convierte a menudo en un discurso político”.
La cliometría norteamericana.
La última de las grandes corrientes de investigación histórica aparecida después de la Segunda
Guerra Mundial tuvo su origen en los Estados Unidos. Se trata de la “Nueva Historia Económica” o
Cliometría, que se define más por el método utilizado que por el campo o material al que se aplica
(ya que se ejerce igualmente en historia económica, social, demográfica, familiar o política). En este
sentido, la investigación cliométrica consiste en la utilización exhaustiva de un método cuantitativo,
en la aplicación de unos modelos teóricos matemáticos explícitos, y en el tratamiento informático
de las ingentes cantidades de información estadística recogida y elaborada. Por lo que respecta a su
prescripción del uso exclusivo de la cuantificación, es fácil percibir que una de las últimas tendencias
de Annales tiende a confluir (o confundirse) con las premisas de la escuela cuantitativa.
La fecha fundacional de la cliometría podría ser 1958, cuando Alfred H. Conrad y John R. Meyer
publicaron su estudio sobre “La economía esclavista del Sur prebélico”, en el que las fuentes
estadísticas disponibles eran sometidas a exhaustivos análisis matemáticos para obtener esa
conclusión: antes de comenzar la guerra de Secesión americana (1861), el esclavismo era rentable
pero su mantenimiento exigía la expansión hacia el sudoeste. Robert W. Fogel utilizó técnicas
análogas, incluyendo la construcción de modelos contrafactuales, en su libro Los ferrocarriles y el
crecimiento económico americano (1964), donde concluía el efecto dinamizador de este medio de
transporte sobe la economía norteamericana del XIX había sido menor de lo afirmado por los
primeros historiadores económicos. Diez años más tarde, el mismo autor, en colaboración con
Stanley L. Engermann, presentaban otra polémica obra cliométrica, Tiempo en la cruz: la economía
de la esclavitud negra americana, concluyendo no solo que la esclavitud había sido rentable, sino
que las condiciones materiales de los esclavos sureños no habían sido peores que las de los
asalariados libres del Norte.
Desde entonces, los estudios de tipo cliométrico se han ido expandiendo en todos los campos donde
existen las mínimas fuentes estadísticas susceptibles de tratamiento informático. Y en paralelo, se
han incrementado las llamadas de alarma sobre los riesgos de esa aplicación “inmoderada y sin
juicio del uso de la cuantificación” (L. Stone), basándose sobre todo en la falta de fiabilidad de las
estadísticas históricas existentes y los problemas de verificación y contraste de la inmensa cantidad
de datos informáticos empleados. En cualquier caso, no cabe duda de que “la búsqueda de la
cantidad”, el decir de Barraclough, es “la más poderosa de las nuevas tendencias en historia, el
factor supremo que distingue las actitudes históricas de la década del sesenta”.
Renovación y desarrollo en la historiografía reciente.
Al margen y a la par de las tres grandes corrientes que hemos señalado, desde la década de los
cincuenta se fue produciendo una renovación notable en los presupuestos y métodos de las
especialidades historias que más habían sufrido el embate contra el llamado positivismo
decimonónico: la historia política y diplomática. Ciertamente, ambas especialidades habían seguido
practicándose en el gremio histórico con gran dedicación y éxito público, aun cuando no se vieran
afectadas por las tendencias de la vanguardia historiográfica. Finalmente, a lo largo de los años
cincuenta, la conexión con los métodos y los modelos teóricos de las restantes ciencias sociales
también alcanzo a estas disciplinas. La historia política dejo de ser la difamada historia elitista y
belicista “del tambor y la corneta”, al igual que la historia diplomática supero el nivel de relato de
“los entresijos de las cortes y las cancillerías”.
Por ejemplo, la Storia della política estera italiana dal 1870 al 1896 de Federico Chabod (1951) y la
obra de Arno J. Mayer sobre la crisis de 1917, Los orígenes políticos de la nueva diplomacia (1959),
arrumbaron la tesis tradicional que concebía la política exterior como ámbito autónomo y
demostraba el modo en que su formulación y ejecución dependía no solo de los intereses del Estado
en el escenario internacional sino también y fundamentalmente de las tensiones y correlación de
fuerzas socio-políticas que se daban en el interior del propio Estado. En el mismo sentido, en 1961
aparecía Los objetivos de guerra de Alemania en la Primera Guerra Mundial, de Fritz Fischer. El
trabajo revelaba que las elites dirigentes germanas habían decidido recurrir a la guerra en 1914
porque la expansión en Europa central y oriental parecía el único medio de preservar el orden social
establecido frente a las presiones democratizadoras de las clases populares alemanas (la
“controversia Fischer”, prefiguradora de la “querella de los historiadores” de 1986-1987) sino que
asesto un certero golpe a la tesis rankeana del “primado de la política exterior”.
A partir de los trabajos de Chabold, Mayer y Fischer, la historia política y la diplomacia, renacida
esta última como historia de las relaciones internacionales, retomaron su lugar en la vanguardia de
la renovación teórica y metodológica de las disciplinas históricas.
Un renacimiento “modernizante” similar tuvo efecto en el ámbito de la historia cultural. En realidad,
la tradición “disidente” de Buckhardt se había perpetuado en la mano de cultivadores tan fecundos
como el holandés Johan Huzinga (El otoño de la Edad Media, de 1919). Sobre esta base de historia
intelectual y de “alta cultura”, las corrientes surgidas después de 1945 se reflejaron en la disciplina:
el impulso de la cuantificación y el ensanchamiento de su campo hasta incluir las manifestaciones
de la cultura de masas. En ese proceso de reorientación hacia la “cultura popular”, la obra del
italiano Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos: el cosmos según un molinero del siglo XVI (1976), fue
un hito clave. No en vano, la historia del proceso inquisitorial contra el molinero hereje informaba
más sobre el ambiente y sociedad renacentista italiana que las historias repletas de largas series de
datos cuantitativos. Además, la obra de Ginzburg daba carta de naturaleza a una práctica
historiográfica llamada “microhistórica”, consistente en la “reducción de la escala de observación,
en un análisis microscópico y en un estudio intensivo del material documental” (según Giovanni
Levi).
De igual modo, la expansión temática de la historia de la cultura popular posibilito la creciente
atención hacia el papel de la mujer en la historia, al compás de su progreso civil y laboral en las
sociedades occidentales de postguerra. Prueba de esa conexión es que el trabajo pionero en este
campo fuera obra de la norteamericana Mary Rittler Beard, autora en 1946 de La mujer como una
fuerza en la historia.
El desarrollo de la historia de la cultura popular fue propiciado en gran medida por la expansión de
la historiografía en las nuevas naciones del Tercer Mundo que iban surgiendo del proceso de
descolonización iniciado en 1945. Esta expansión de la historiografía académica en nuevos ámbitos
geográficos donde la tradición archivística era muy tenue o inexistente promovió una gran
innovación metodológica: el recurso de la historia oral, a las fuentes orales, como medio principal
para la elaboración del relato histórico. En los nuevos estados africanos, por ejemplo, la tradición
oral, junto con la arqueología, constituían el único deposito disponible para reactualizar su historia
pre-colonial y aun colonial. La consecuente recogida sistemática de testimonios de ancianos, de
cuentos, leyendas y genealogías conservadas por tradición oral fomentaron, por su misma
naturaleza, una historia de la cultura popular cuyos métodos fueron paulatinamente asimilados por
la historiografía occidental. Y ese mismo método y sus materiales fueron acercando la historia
cultural a la antropología y a la crítica literaria y cultural.
De hecho, el ultimo rasgo que ha caracterizado recientemente (en el tramo intersecular que se abre
en la década de 1990) el desarrollo de la historiografía ha sido el acercamiento a los métodos y
técnicas de los estudios antropológicos y literarios. En cierta medida, la influencia de la Antropología
(en particular, de la antropología simbólica auspiciada por Clifford Geerzt y su técnica de la
“descripción densa”) y de la crítica literaria (sobre todo, la “deconstrucción” postulada por Jacques
Derrida y los proponentes del “giro lingüístico”) parecen haber desplazado el influjo que tuvieron la
sociología y la economía sobre la practica historiográfica de las décadas previas. Ese cambio de
referentes preferidos ha traído como consecuencia modificaciones sustanciales: la “macrohistoria”
privilegiada por las tendencias sociológicas y económicas ha devenido en “microhistoria” para los
historiadores-antropólogos retrospectivos e historiadores-literarios; el estudio de estructuras y
procesos globales y mensurables ha dejado paso a una perspectiva centrada en el actor individual y
en el estudio de sus acciones y concepciones culturales; la búsqueda analítica de causas del cambio
histórico en contextos sociales y políticos materiales y supraindividuales ha cedido el terreno a la
narración de la vida cotidiana y de las experiencias privadas de los protagonistas históricos.
Sin embargo, esos procesos de acercamiento a la Antropología y a la Crítica Literaria, como los
habidos con anterioridad a otras ciencias, no han sido regulares ni afectan por igual a todas las
especialidades que hoy existen dentro del campo genérico de la ciencia de la Historia: la militar,
política, económica, social, religiosa, de la ciencia y de la tecnología, de las mujeres, del arte,
intelectual y de las ideas, diplomática e internacional, de la cultura popular, del pasado reciente o
del Tiempo Presente, etc. En todas ellas y dentro de cada una, impera un variado pluralismo
metodológico que se les permite, no obstante, seguir cumpliendo su inexcusable función social y
cultural. Eso sí y como siembre: algunas historias e historiadores lo hacen mejor que otros.
¿Qué es la historia?
(Apuntes)
La palabra “historia” se cree que viene de la palabra griega histor, que a su vez viene de la palabra
indoeuropea wid. La palabra, a lo largo del tiempo, tendrá un significado y un matiz diferente hasta
alcanzar el término historiae, historia como testimonio de algo o persona que examina a los testigos
y es capaz de conseguir la verdad. En el siglo V a. C. se define la historia como los acontecimientos
del pasado. En ese momento se dejará de ligar al testigo.
Es a partir de este siglo cuando la palabra duplicará su significado entre res gestae o el devenir de
los acontecimientos e historian rerum gestarum o relatos que se narran sobre el devenir de los
acontecimientos.
El primer término, según Enrique Moradiellos, se presenta como un proceso evolutivo de las formas
de la sociedad humana sobre el espacio terrestre, como una sucesión de cambio y continuidades en
las estructuras sociales de los grupos humanos a lo largo del tiempo y en determinados espacios
habitados. El segundo término tiene como objetivo estudiar la disciplina que se ocupa del estudio
de la historia, aunque también es el estudio bibliográfico y crítico de los escritos de la historia y sus
fuentes, a parte de los autores que han tratado estas materias. Este segundo término tiene un
especial interés para nosotros, ya que nos sirve para conocer la evolución de las ideas teóricas y
filosóficas proyectadas en la práctica historiográfica.
Esta doble significación se fortalecerá en el siglo XIX, siendo clave para entender la historia y la
metodología científica como la conocemos hoy.
El siglo XIX fue muy importante para la fijación de la historia como disciplina académica. Se produjo
debido a un desarrollo y consolidación de las ciencias gracias a la doble revolución (política e
industrial) que se produce en esta época. La burguesía va a poner un gran interés en el desarrollo
de las ciencias y la técnica, debido a que estaba en juego su prestigio por invertir mucho en
investigación industrial. Toda esa investigación llevará a un desarrollo de la ciencia, la tecnología y
la educación.
Este desarrollo técnico y científico va a estar relacionado con la secularización de las disciplinas
científicas. El caso específico del desarrollo de la historia proviene del estudio de los estados nación
en el siglo XIX. Estos buscaran diferentes orígenes con una serie de estudios que derivaran en las
disciplinas histórica y lingüística. Es en este momento cuando se empiezan a desarrollar los archivos
públicos y se realizaran las grandes recopilaciones de información.
El siglo XIX es el siglo de las ciencias naturales y las ciencias humanas o sociales. Lo que trae consigo
un enorme debate sobre la diferencia entre estas ciencias. Estos debates en torno a la cientificidad
de las ciencias humanas o sociales se dan porque hay una serie de métodos que no se corresponden
con la cientificidad pura de otras ciencias, cuestionando si las ciencias humanas son realmente
ciencias.
Según Enrique Moradiellos las ciencias son una actividad humana social y constructiva que produce
un tipo particular de conocimiento con las siguientes características: critico racional, objetivo,
necesario, universal, sistematizado, transmitido y desarrollado históricamente.
La principal diferencia entre las ciencias humanas o sociales y las ciencias naturales es el punto de
subjetividad que existe para las primeras y no puede ser evitado. Un historiador construye el relato
del pasado a partir de las evidencias que nos han llegado a nosotros, para lo que tendremos que
ponernos en el lugar de las personas que protagonizaron esos hechos, lo cual difícilmente podremos
separar de nuestra visión y ser objetivos. Siempre veremos el pasado desde nuestro punto de vista.
La subjetividad de las ciencias humanas o sociales reside en la importancia de reproducir las
operaciones realizadas por los sujetos en el pasado, la necesidad de interpretarlos, la óptica propia
del científico social y el grado de veracidad de los resultados. Es por esto que el historiador no puede
dejar de ser subjetivo y, por ello, su análisis tiene que ser riguroso, apoyándose en la mayor cantidad
de fuentes posibles.
El campo de estudio de la historia son los vestigios del ser humano. Las fuentes pueden ser textuales
o escritas (documentos, epigrafia, etc.), iconos o imágenes (pictogramas, fotografías, etc.) orales
(directas o grabaciones), números (tratados matemáticos, registros económicos, etc.), materiales
(arte, numismática, etc.)
La labor del historiador es construir un pasado en forma de relato narrativo sustentado en una serie
de fuentes, evidencias y pruebas del pasado que sean verificables y que deben ser recopiladas,
analizadas e interpretadas (desde la subjetividad, con sistemas de valores y experiencias del
presente) como paso previo a dicha construcción.
Los principios de la historia son la importancia de las pruebas sobre las que se sustenta el contenido
de la narración histórica y que estas sean verificables; la imposibilidad de que valores insondables,
incognoscibles o incomprobables intervengan en el desarrollo de la historia humana; y la necesidad
de respetar la naturaleza lineal del tiempo sin valorar la posibilidad de que se produzcan círculos o
bucles temporales y fijar una cronología.
El pasado es, según Herman Paul en La llamada del pasado. Claves de la teoría de la historia, “la
realidad histórica o cómo era el mundo en un momento anterior y, se crea o no, existió”. Dentro de
la imaginación del historiador existen diferentes tipos: el pasado cronológico, el pasado concluso, el
pasado extraño y el pasado presente. Estos tipos de pasado solo existen en función de las reflexiones
realizadas por los historiadores. Son construcciones o modelos irreales.
La diferencia entre pasado y presente responde a una serie de convenciones que dependen del
contexto. El mundo de la historia no escapa de su visión cronológica, es decir un orden y unas fechas
que permiten analizar y explicar los sucesos históricos. La periodización de la historia. La
problemática viene con la historia contemporánea, ya que se necesita fijar cronológicamente qué
pasado se puede estudiar y mantener una “distancia histórica”, es decir, analizar y comprender las
causas y las consecuencias de un hecho o proceso histórico y una “distancia afectiva” que facilite al
historiador distanciarse de su objeto de estudio, evitando así implicarse, identificarse o sentir
rechazo hacia éste.
El pasado concluso tiene dos posibles interpretaciones: como una serie de épocas homogéneas, es
decir, periodos que se suceden unos a otros, ideas que se reemplazan por otras cerrando periodos
históricos finalizando el pasado (Leopold von Ranke) o bien como un conjunto de capas
superpuestas y parcialmente complementarias, es decir, una acumulación de capas, algunas
conclusas y otras no (Fernand Braudel y sus procesos a largo, medio y corto plazo).
El pasado extraño, por su lado, es el tipo de pasado que se diferencia del presente por su alteridad,
lo que hace que el historiador lo tenga tan lejano que no se reconozca y reafirme la diferencia.
El pasado presente habla de la problemática de identificar cuando acaba el pasado y comienza el
tiempo presente. Esto entra en especial debate con los estudios de historia del tiempo presente, ya
que en ocasiones se considera que no se tiene perspectiva histórica para analizarlo todo.
Cuando se establece una relación política con el pasado, lo que se busca por parte de historiadores,
políticos, periodistas, etc. es que sirva para conservar o cambiar el estado actual de las cosas, ya sea
en el ámbito social, cultural, político, económico, etc. En este sentido las interpretaciones del
pasado pueden servir para legitimar transformaciones o para justificar permanencias en la
actualidad. Esta relación política la puede establecer el historiador de forma consciente o
inconsciente y puede estar explicita en el texto o no.
Ejemplos de ello son el uso de la primera persona y de “nosotros” para abordar un tema. La
enseñanza de la historia a nivel obligatorio, lo cual da lugar a polémica porque hay alguien que elige
que se enseña y que no de acuerdo a un discurso que se elige desde el estado, y depende del
pensamiento del gobierno para enseñar una cosa u otra. En España, cada vez que un partido político
llega al poder cambia el sistema educativo de acuerdo a su pensamiento. Otro ejemplo es la elección
del objeto de estudio, la metodología de trabajo o el tipo de relato.
Conviene diferenciar entre los compromisos políticos inevitables y la toma de partido político
consciente, destinada a legitimar a través de una interpretación interesada del pasado una opinión
política. ¿Es legítimo el compromiso político en el trabajo del historiador?, existe un debate sobre
la labor del historiador y las normas que definen una investigación histórica, sólida y rigurosa.
Conocer y comprender el pasado es la mayor labor del historiador, con el objetivo de conseguir
cada vez más conocimientos. La razón de ser de la labor investigadora es aumentar el conocimiento
y la comprensión para aportar luz a los debates actuales y a aspectos que no se conocen o no han
sido estudiados.
Esta investigación se basa en cuestionarse el pasado, plantear una hipótesis, buscar respuestas en
las fuentes, hacer deducciones o injerencias en el análisis (estadísticas, síntesis, generalizaciones) y
argumentar sobre el pasado aportando pruebas sólidas.
Esta tarea estará influida por una serie de factores. Cuando el historiador comienza una
investigación comienza con una hipótesis. No siempre el contacto con las fuentes tiene que estar
después de la hipótesis. Planteada esta, el historiador comienza la investigación, abordando fuentes
tanto primarias como secundarias.
La imposibilidad de alcanzar la verosimilitud obliga al historiador a establecer criterios alternativos
para valorar el grado de veracidad de los argumentos utilizados y de los resultados a los que llega
cualquier investigación histórica. Estos criterios no suplen la verdad, pero contribuyen a
aproximarse a ella. Estos criterios estarán establecidos por la comunidad de historiadores, con los
que se juzga la verosimilitud y la solidez de una investigación histórica.
Habitualmente, los criterios fundamentales son: la exactitud (cuando leemos una obra y vemos que
no hay contradicción entre las fuentes utilizadas), coherencia, amplitud de fuentes, originalidad
(capacidad para aportar algo nuevo), fecundidad (capacidad de que una investigación de lugar a
otras nuevas o ayude en otras investigaciones) y transparencia (capacidad del autor para exponer
su argumentación de forma clara, para que un lector sea capaz de entender la obra y que además
esta sea verificable).
La relación moral por el pasado es la que se establece cuando se busca que el pasado sea una fuente
de lecciones morales y/o valores para el presente. Los debates académicos sobre la correlación
entre pasado y presente presentan distintas posturas. Hay quienes critican las lecciones del pasado
para aplicarlas en el presente, y en este sentido hay quien argumenta si existen cuestiones de tipo
moral si se pueden rastrear a lo largo de la historia. Hay algunos que sabiendo que pasado y presente
son distintos, se pueden obtener lecciones del pasado para aplicar al presente. Otros consideran
que el estudio del pasado nos permite establecer juicios fundamentales en hechos históricos a partir
de los cuales podemos analizar problemas actuales. También hay quien lo plantea desde el punto
de vista de que a partir de una realidad histórica dos personas saquen lecciones históricas y
dependiendo de la persona que analice el pasado pueden llegar a conclusiones diferentes. Esto nos
lleva al debate público sobre la cuestión: ¿para qué sirve la historia si no ofrece conocimientos
morales útiles para el presente?
Es necesario que el conjunto de las comunidades tenga un pasado colectivo y una “memoria social”,
porque marca una serie de rasgos identitarios. La historia como elemento de comprensión, análisis,
explicación y critica de las sociedades, identidades y tradiciones es útil.
La teoría de la historia es una tradición rica y dinámica de reflexión sobre la forma en la que los
seres humanos se relacionan con el pasado. Esta tradición se transforma, evoluciona y crece con el
paso del tiempo y tiene dos vertientes fundamentales estrechamente relacionadas con los dos
significados de la palabra historia desde la antigüedad: La reflexión sobre el planteamiento histórico
(cómo se estudia el pasado), la reflexión sobre la realidad histórica (¿cuál es el destino del proceso
histórico? ¿Qué tipo de ritmo o patrones se pueden percibir en este proceso? ¿Cuáles son las fuerzas
motrices del proceso histórico?) y los aspectos relacionados que se han dado en las últimas décadas
entre los teóricos de la historia, como lenguaje, discurso, experiencia o memoria y las diferentes
formas en las que el hombre se relaciona con el pasado.
El hombre es un ser social con conciencia de un pasado común. El ser humano requiere tener un
pasado colectivo: el pasado comunitario como elemento clave para entender sus instituciones,
valores, tradiciones y relatos y el pasado colectivo como fuente de identificación, legitimación y
orientación.
Evolución de la historiografía.
En la antigüedad, los primeros relatos escritos de los que tenemos constancia de hechos humanos
del pasado son los mitos fechados en el IV y III Milenio a. C. de Mesopotamia y Egipto. Los podemos
encontrar de diferentes maneras, en distintos soportes. Estos relatos no eran relatos históricos
como lo conocemos actualmente, sino literatura histórica en la que se recreaban acontecimientos
pasados en forma narrativa. Los primeros escritos que encontramos de este tipo suelen ser listas de
reyes e inscripciones votivas.
Por lo general, este tipo de escritos tenían una clara función didáctica. Eran vistos como elementos
de legitimación y apología del poder real. Un ejemplo es la Estela de Palermo, una estela donde
tenemos una lista de reyes y los hechos más importantes del reinado de alguno de ellos, ya que en
Egipto se nombraba el año según los hechos importantes que acontecían en él.
La literatura histórica seguirá desarrollándose a partir de determinadas experiencias y la difusión de
estas. Obviamente, con el paso del tiempo, esta se ira volviendo más compleja, no solo en
Mesopotamia y Egipto sino en toda el área de cultura grecorromana. Las historias más famosas de
esta forma son las distintas epopeyas que se escriben en la antigüedad, como puede ser el Poema
de Gilgamesh en Mesopotamia; el Majábharata y Ramaiana en la India; la Ilíada, la Odisea, las
Argonauticas (de Apolonio de Rodas) y las Posthoméricas en Grecia; y la Eneida, la Farsalia, la Punica,
las Argonauticas (de Valerio Flaco) y la Tebaida en Roma.
En el siglo VI a. C. se desarrolla en Israel una literatura histórica, la narrativa de sucesión (que aborda
la rebelión de Absalón contra el rey David). Será la primera vez que una narración de carácter
histórico no tenga la intervención de una divinidad, dando los primeros signos de interpretación del
pasado en base a la razón.
En paralelo a esta creación, en Grecia se desarrollará la historiografía clásica griega en los siglos VI
y V a. C. La eclosión cultural y la difusión del racionalismo critico intelectual, como consecuencia de
una serie de transformaciones económicas y políticas como la crisis del gobierno aristocrático, el
surgimiento de las tiranías y democracias en las ciudades-estado los cambios religiosos, etc.
En los siglos anteriormente mencionados destacan una serie de escritores conocidos como
Logógrafos, que pertenecen a la zona de Asia menor. Estos recogen todos los testimonios de los
navegantes de la zona que viajan por el Mediterráneo. Estos recogían los aspectos de diversos
pueblos por los que iban dichos navegantes, recogiendo las historias que allí se cuentan. Destaca
Hecateo de Mileto.
Este fenómeno influirá en Heródoto y Tucídides. Una de las principales preocupaciones era la
cuestión de llegar a la verdad, y parte de sus reflexiones les van a llevar a hacer una distinción entre
la verdad y lo que no es verdad. Hecateo llega a la conclusión de que se debe llegar a una realidad.
También se encuentra su preocupación por construir relatos en los que, en los acontecimientos no
intervengan mitos, fabulas o leyendas. El objetivo último de su trabajo es lograr un conocimiento
seguro y útil.
La tradición historiográfica romana proviene de los nexos con la tradición griega a partir de las obras
de Polibio y de Plutarco (46-125) con su obra Vidas Paralelas. Los objetivos de la historia eran que
fuese una instrucción personal, cívica y moral; una fuente para la formación de los gobernantes a
los que ofrecía lecciones políticas, militares y legislativas; una fuente de entretenimiento intelectual
para las clases altas; y una base para el aprendizaje de la retórica y la oración. Todo esto con una
forma narrativa, una pretensión de veracidad a partir del análisis de las fuentes, un relato de
acontecimientos humanos lejos de leyendas y mitos y una buena fe interpretativa.
Sus máximos representantes fueron Julio Cesar (100-44 a. C.) con sus obras La Guerra de las Galias
y La Guerra Civil; Cayo Salustio (87-34 a. C.) con sus obras La Conjuración de Catilina y La Guerra de
Yugurta; Tito Livio (59 a. C. – 17) con su obra Ab Urbe Condita y Cornelio Tácito (52-120) con sus
obras Anales e Historias.
En el siglo IV la historiografía experimentó una ruptura con respecto al periodo grecorromano como
consecuencia de la desintegración político-social del Imperio Romano y del imparable ascenso del
cristianismo como religión oficial. La historia deja de ser secular, basada en principios causales y
racionalista para pasar a ser algo de hombres de iglesia, poniendo su obra bajo los parámetros
establecidos por la doctrina religiosa.
Esta literatura histórica medieval estaba interpretada como el resultado de un plan establecido por
Dios (divina providencia) en la que se acepta que lo sobrenatural interviene en el devenir histórico
cuya interpretación se da totalmente desde una perspectiva religiosa y en clave teórica. Su estilo
narrativo es más sencillo, directo y comprensible que el de la historiografía antigua. Se empiezan a
reproducir documentos y textos de autores anteriores de los que se señala la procedencia.
Los ejemplos más claros de este tipo de historiografía son Eusebio de Cesarea (260-340) con su obra
Crónica y San Agustín de Hipona (354-430) con su obra La Ciudad de Dios.
Eusebio de Cesárea escribe originalmente en griego, pero debido a su difusión será traducido al
latín, lo cual permitirá que su obra sea conocida en el Imperio Romano. Su obra pretende ser un
resumen de la historia universal hasta el triunfo del cristianismo. La obra va a fijar la manera en el
que la historia cristiana se va a realizar durante la Edad Media y cuál va a ser la cronología de los
hechos fundamentales. Será un ejemplo para las posteriores historias cristianas. Fue usado como
fuente para Paulo Orosio y San Isidoro de Sevilla. Las características fundamentales de la literatura
histórica medieval tienen su base en la obra de este autor.
San Agustín de Hipona es un modelo de interpretación histórica. La historia humana era el reflejo
de los modelos del bien y del mal, siendo Babilonia el ejemplo del mal y Jerusalén el del bien. Los
hombres viven la historia de esas dos ciudades hasta que dios viene a separar y dar triunfo al bien,
es decir, a Jerusalén. Progresivamente la historia humana va a ser interpretada en paralelo a la
historia de la iglesia fundada por Dios para asociar a los hombres y conducirlos a la felicidad. Es una
visión de la historia que subyace una idea de progreso en la que el devenir de los acontecimientos
y las generaciones está previsto por un plan divino que está destinado a cumplirse.
Hay diferentes tipos de literatura histórica que se produce durante la Edad Media. Estos son la
crónica universal, la crónica religiosa (historia de la iglesia y la historia de los santos o hagiografía) y
la crónica particular de los nuevos estados. Ejemplos de esta última son Gregorio de Tours (530-
594), Beda el Venerable (673-735) y San Isidoro de Sevilla (560-636) en latín y Alfonso X el sabio
(1221-1284) con su obra Crónica General de España y la elaboración de los monjes de Saint-Denis
en el siglo XIII de Grandes Chroniques de France en lenguas vernáculas.
Durante el siglo IV y el siglo XV la historiografía medieval experimentó nuevos cambios. La crisis del
papado y la necesidad de legitimación política de reyes y príncipes favorecieron la aparición de
“historiadores oficiales”. Los historiadores vivirán bajo la protección de monarcas y príncipes dentro
de las ciudades. La finalidad de la historia para los gobernadores es que sirva de fuente legislativa o
de medio por el cual la nobleza pueda legitimar su poder. De la misma forma, el desarrollo de otras
disciplinas como la cartografía o la jurisprudencia impulsaron la “profesionalización” progresiva del
oricio de historiador.
Entre los siglos XVI y XVII se desarrolla un nuevo modelo critico de investigación con el objetivo de
buscar en el pasado aquellos aspectos a través de los cuales se puede explicar la modernidad, como
nuevos cánones de belleza, el origen del estado, las razones de los conflictos, etc. Este modelo refuta
las mentiras defendidas por la historia de la iglesia.
Los antecedentes de este nuevo modelo critico provienen de la historiografía florentina, pero el
punto de inflexión que caracteriza este modelo es el descubrimiento del fraude de la Donación de
Constantino por parte de Lorenzo Valla. Lorenzo Valla fue un humanista italiano que demostró la
falsedad del documento a través del análisis lingüístico del documento, el cual contenía expresiones
que no existían en el momento en el que supuestamente estaba escrito. Este documento había
hecho que la iglesia controlase territorios de manera fraudulenta. Según dicho documento,
Constantino donó a Silvestre I, papa de Roma, la soberanía sobre Roma y las provincias de Italia con
el mismo poder que un emperador y la capacidad de intervenir en los asuntos políticos del resto del
imperio romano de Occidente, Grecia, Judea, Tracia, Asia Menor y África. Este descubrimiento
marcó un antes y un después sobre todo lo que tiene que ver con la unidad de la cristiandad.
La reforma y las disputas religiosas impulsaron al desarrollo de la técnica del análisis crítico y
lingüístico de los documentos, transformando totalmente la historia de la iglesia. Ejemplos de esto
son Acta sanctorum ordinis sancti Benedicti (1688-1701), una obra colectiva de nueve volúmenes
que aborda la vida de los santos benedictinos con perspectiva crítica y De Re Diplomática (1601),
escrita por Jean Mabillon (1632-1707), quien fija las reglas del análisis crítico documental.
Jean Mabillon establece las reglas para analizar, verificar y autentificar los documentos históricos y
descubrir posibles modificaciones basándose en el análisis detallado de la grafía, el estilo, la forma,
el sellado, etc.
De este análisis nacen y se desarrollan algunas de las ciencias auxiliares de la historia como:
Como contexto, la ilustración es uno de los principales movimientos que va a destacar el siglo XVIII.
Esto no quiere decir que no hubiese otros movimientos que defendiesen lo mismo. En el ámbito del
pensamiento influirá hasta el siglo XIX. Esta es una época de optimismo racionalista y autoconfianza,
un momento en el que las elites tienen fe sobre el futuro por la expansión del comercio y la
navegación con importantes avances científicos, con la existencia de relativa paz en Europa o con la
progresión continua de la civilización europea, la cual estaba ampliando su control fuera del
continente.
Los ilustrados difundieron el modelo científico experimental desarrollado en el siglo XVIII por Galileo
Galilei, Francis Bacon e Isaac Newton. Defendieron el uso de la razón como único criterio de
conocimiento y autoridad y sostuvieron la idea de progreso frente a la de providencia como base
sobre la que explicar la historia. Esta idea, unida a la crítica documental y a las transformaciones
historiográficas experimentadas durante los siglos XV-XVII, influyeron en las formas en las que se
reflexionaba e interpretaba el pasado.
Las características fundamentales de la historiografía ilustrada fueron la concepción temporal lineal
del devenir histórico (la idea de que la humanidad está en constante evolución hacia el progreso);
la idea del progreso inmaterial y natural; el relato o narración racionalista, elegante y comprensivo
que favorece las visiones globales de la humanidad; la fusión de la historia literaria y la erudita,
basada en la obsesión de hacer un estudio detallado de las fuentes; la independencia política y
profesional de los historiadores ilustrados (bien formados jurídica, literaria y filosóficamente) y su
ruptura con las servidumbres teológicas y eclesiásticas; y el conocimiento de historia como una vía
en favor de la libertad y el progreso de la civilización (orientación útil y didáctica de la historia).
Durante el siglo XVII se desarrollará la revolución científica, lo que hará que en diferentes campos
se establezcan leyes para explicar fenómenos naturales, sociales, etc. Esto hará que se intente
explicar la historia a través de leyes generales. Otra de las ideas eje de la ilustración será la idea de
civilización, que indica por una parte la visión de civilización como el estadio más avanzado y por
otra parte el proceso a través del cual se llega hasta este estadio. Este proceso no es solo de un
pueblo, sino del desarrollo humano.
En los primeros años del siglo XIX Alemania fue escenario del surgimiento de la moderna ciencia de
la historia sobre la base del maridaje de la tradición histórico-literaria y de la erudición documental,
al abrigo de una concepción del fluir temporal humano y social como proceso casual racionalista e
inmanente y ya no solo como mera sucesión cronológica de acontecimientos. La historia razonada y
documentada comenzó a suplantar a la mera crónica de mayor o menor complejidad compositiva,
narrativa o erudita. (Enrique Moradiellos. El Oficio del Historiador. Página 76)
Un grupo de juristas de la Universidad de Gotinga (Hannover) creará la escuela histórica alemana
al dedicar buena parte de sus esfuerzos en analizar las leyes e instituciones que existían en los
Estados y principados alemanes y, como resultado de este trabajo, pusieron en entredicho el
derecho natural al señalar que esa diversidad se basaba en las costumbres y el carácter de cada
pueblo.
Se separan las leyes y la historia como disciplina académica, lo que permite que los profesores de
historia se dediquen en exclusiva a recopilar y analizar críticamente documentos de diversa
naturalidad sobre los que cimentar sus obras de carácter histórico. A partir de este instante las obras
estaban bien delimitadas geográfica y cronológicamente y podían confluir los objetivos de progreso
en las distintas naciones.
Johann Gottfried von Herder (1774-1803) afirma la especificidad de cada pueblo como un todo
original, espiritual, singular e irrepetible con cualidades propias e incomprensibles racional o
científicamente. Fue uno de los precursores del romanticismo alemán, ya que sobre sus reflexiones
se sustenta el movimiento prerromántico alemán y buena parte de las teorías nacionalistas
posteriores.
El Volkgeist o espíritu del pueblo, convertido en categoría histórica, ayuda a comprender su
desarrollo como nación al constituirse como un conjunto de individuos que comparten lengua,
formas artísticas y literarias, instituciones, etc., que los caracterizan como grupo.
Junto con la obra de Herder, las de Fichte (1762-1814) y Hegel (1770-1831), fueron claves en el
desarrollo del principio de nación-pueblo/nación-ultra en contraposición a la concepción francesa
de nación-Estado bien delimitado geográfica e históricamente. La procedencia, lengua y cultura
serán las categorías comunes que vincularán a los pueblos y sobre las que aspira a una soberanía
particular, que rompa con los imperios supranacionales definitorios de la Europa Central durante la
Edad Moderna.
Desde la Universidad de Berlin (Prusia) se sientan las bases de la escuela historiográfica alemana a
partir de los trabajos de Niebuhr, Ranke y Theodor Mommsen (1871-1903).
Barthold Georg Niebuhr (1776-1831) fue filólogo y profesor de historia, siendo uno de sus primeros
trabajos académicos aplicar los métodos propios de la historia critica a sus trabajos. Sus trabajos se
caracterizan por la realización de un análisis crítico, filológico y documental de las fuentes, las cuales
constituyen el núcleo del desarrollo de sus argumentaciones filológicas. Estas argumentaciones
trataban de mostrar las posibles conexiones entre unos acontecimientos y otros con un estilo sobrio
y exhaustivo por la obsesión de ir al dato y a la información detallada. Su trabajo más destacado fue
Historia Romana, logrando actualizarla. Su obra se centra en el estudio empirista de aspectos
políticos y diplomáticos, estando al servicio de la enseñanza patriótica y se enmarca en el contexto
romántico en el que se fragua la unificación alemana.
Leopold von Ranke (1795-1886) fue filólogo, profesor de historia en Berlin y es considerado el
verdadero padre del historicismo. La producción historiográfica de Ranke fue muy extensa: Historia
de los pueblos latinos y germánicos desde 1494 hasta 1535, Historia de los papas e Historia de
Alemania en la época de la Reforma. Sus aportaciones teóricas y metodológicas fueron tan
importantes que acabaron creando la escuela, y en buena medida la escuela historiográfica
alemana, se crea a partir del impulso de Ranke. Su metodología se basaba en la idea de que la
historia puede ser reconstruida a partir de las fuentes siempre y cuando estas fueran originales,
verificables y pudieran ser contrastadas. Los datos obtenidos del análisis crítico y minucioso de las
fuentes documentales debían conformar el núcleo de la narración, de esta forma se eliminarían los
elementos subjetivos ya que el historiador se limitaría a mostrar la historia a través de los datos.
Con su trabajo impulsó la investigación archivística y, paradójicamente, su obra contribuyó en el
fomento de la conciencia nacional alemana.
Los trabajos de Niebuhr, Ranke o Mommsen deben ser contextualizados en el marco del desarrollo
del movimiento nacionalista alemán. Los miembros de la Escuela alemana abordaron objetos de
estudio relacionados con la historia política y diplomática principalmente de Roma y Prusia.
El fin de dichas investigaciones era establecer paralelismos entre ambas (si la misión de Roma era
impulsar la unificación italiana, la de Prusia era la de unificación alemana). Sus motivaciones eran
contribuir a la constitución del estado nacional alemán. Sin embargo, a pesar de las razones políticas
tanto en la elección de los temas como en el impulso a la investigación archivística, sus trabajos
siguen teniendo valor para los investigadores actuales porque son estudios basados en un trabajo
racional que se sustenta en una base documental solida a partir de una critica autónoma y a pesar
de los propios fines de los autores, ya que estos contribuyeron a conocer mejor la historia y destruir
ideas cimentadas sobre mitos, construcciones o discursos no contrastables. Con ello se sentaron las
bases de lo que se conoce como historia científica.
El historicismo aboga por la individualidad intrínseca de cada identidad nacional, con el Estado como
el “gran dios” en el que se fundan pueblos y naciones. (José Sánchez Jiménez. Para comprender. P.
124.)
El historicismo es una doctrina filosófica que se sustenta sobre la importancia capital que se le
otorga a los supuestos metodológicos y epistemológicos de la historiografía clásica para el estudio
de las ciencias humanas (historia, derecho, teoría política o filosofía). Dentro de esta doctrina, la
historia es el eje del conocimiento.
En el año 1835 se crea la Escuela Histórica Alemana, poniéndose en marcha los seminarios que
permiten la profesionalización de la historia, perfeccionándose la metodología y todo lo relativo a
la formación de historiadores. Se acelera la publicación de fuentes y colecciones de documentos, se
crean revistas históricas especializadas y nacen las primeras cátedras de historia en el siglo XIX en
prácticamente todas las universidades alemanas y más tarde en el resto de Europa.
En 1821 se funda la École des Chartes en Francia, destinada a la formación de archeros,
bibliotecarios y paleógrafos. Proliferan así las sociedades científicas, académicas e históricas,
multiplicándose las publicaciones de cartularios, crónicas, etc.
El positivismo considera la ciencia como el sustituto de las religiones tradiciones, viendo en ella el
instrumento del nuevo culto; un culto al progreso, en cuya conquista se halla la felicidad del hombre,
que depende de la edificación aquí en la tierra de un paraíso; mediante el triunfo de la organización
técnico-industrial que va ligada al desarrollo de la ciencia. (José Sánchez Jiménez. Para comprender.
P. 128.)
El positivismo constituyó uno de los grandes paradigmas interpretativos desarrollados durante el
siglo XIX. Su máximo representante fue Augusto Comte. La ciencia será fundamental para el
desarrollo y para conseguir alcanzar cualquier tipo de saber. También va a ser fundamental porque
a través de los descubrimientos científicos y los avances de la industria se va a mejorar todo lo
relativo al ámbito social de la humanidad. Se cree que, llegado un momento de desarrollo, se va a
conseguir un paraíso. Confían en el poder de la ciencia como base del desarrollo, entendiéndolo
como el resultado de la revolución industrial.
Augusto Comte (1798-1857) constituye sus teorías a partir de la idea de que los fenómenos sociales
están sujetos a una serie de leyes naturales predecibles. En función de ello, considera que hay que
elaborar una física social que haga factible el estudio positivo de dichos fenómenos (sociología). La
observación de los hechos históricos y su verificación tienen como fin la formación de leyes
científicas que contribuyan a entenderlos y explicarlos. Por otro lado, la historia, según su
interpretación, se entiende como el resultado de un progreso necesario y continuo.
Las teorías sobre la existencia de leyes naturales parten del evolucionismo como ley y causa
fundamental del progreso afectaron al modo de pensar la historia. Los evolucionistas más
relevantes fueron John Stuart Mill (1803-1873), Herbert Spencer (1820-1903) y Charles Darwin
(1809-1882).
Fue en el siglo XIX cuando se establece la historia como institución académica y objeto de
investigación. Hasta este siglo no se enseñaba historia. Esta disciplina tiene sus cimientos en el
anteriormente mencionado positivismo. Hasta el siglo XIX se conocía la sociedad, pero no se veía
como algo peligroso, pero es en esa época cuando se empieza a descubrir el poder de las masas,
por lo que la sociología empieza a estudiarla.
El método positivista está basado en la neutralidad y la objetividad. Es solo cuando la historia se
institucionaliza cuando aparecen los primeros historiadores neutrales. Tras la escuela histórica
alemana había residuos de romanticismo y nacionalismo, en el positivismo hay residuos de la
escuela histórica alemana.
El historicismo tiene buena parte de su base en la historia nacional, es decir, en la idea de que la
nación constituye un sujeto histórico, lo cual causa un conflicto entre positivismo e historicismo.
Para los positivistas la nación es una referencia didáctica, teniéndola como base, pero siendo mucho
más críticos con ella.
El positivismo trajo una historia sin importarle tanto la nación, una historia con elementos de
sociología, sin mitos, leyendas o supercherías. Para los positivistas, estudiar a las clases bajas tiene
tanto valor como estudiar los altos cargos. Hay una reacción contra el dominio de la escuela histórica
alemana.
Émile Durkheim (1858-1917) y Maximilian Weber (1864-1920) fueron los pioneros en el aspecto de
juntar sociología e historia, aunque hay otros importantes como Vilfredo Pareto (1848-1923),
Gaetano Mosca (1858-1941), Robert Michels (1876-1936), etc. También surge una historia social y
económica de manos de John Harold Clapham (1873-1946), Charles Beard (1874-1948), Beatrice
Webb (1858-1943), Barbara (1873-1961) y John Hammond (1872-1949), Jean Jaurés (1859-1914),
etc.
En Alemania el positivismo no triunfa tanto como en Francia. Wilheim Dilthey (1833-1911) se
plantea algo que hará superar el problema: si el positivismo implica objetividad y la escuela histórica
usa fuentes muy contrastadas, entre las ciencias totalizadoras y particularizadoras (sociología e
historia), la clave es darle a las ciencias humanas un estatus propio. Incide en el hecho de que no es
lo mismo explicar que interpretar la historia.
En España la historia se empieza a institucionalizar a partir del último tercio del siglo XIX, que
empieza con labores de documentación. El origen está mucho más vinculado a la aparición de
museos, archivos y el cultivo de documentos que a la disciplina académica educativa. A finales del
siglo XIX, cuando llega el impacto del positivismo, al ser un país católico, se rompe con el relato
bíblico, trasladándose el origen del hombre al punto de vista de las teorías del evolucionismo. Esto
generó polémica ya que en España dominaba el historicismo y el positivismo se superpone a este.
El verdadero cambio llega cuando se funda la primera catedra de sociología, que provoca un cambio
de método de estudio.
En España hay una corriente krausiana (movimiento cultural que tiene base en el pensamiento de
Karl Christian Friedrich Krause (1781-1832) que defiende la tolerancia académica y la libertad de
catedra frente al dogmatismo), lo que hace una síntesis entre el idealismo alemán y el positivismo.
Podemos afirmar que el positivismo español era krauspositivista. El objetivo político de los
krauspositivistas es llegar a una reforma del método científico, pero especialmente de la sociedad
española a través de la educación. Esto sucede tras la pérdida de las colonias y el surgimiento de la
idea del regeneracionismo.
Este fenómeno ocurre en el Centro de Estudios Históricos (CEH), el cual tiene una trayectoria entre
1910 y 1936 (con fin en la guerra civil donde se creará el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas sin relación con el CEH) y sus objetivos eran la recopilación de fondos de estudio e
investigación histórica y la publicación de los resultados. De 1910 a 1919 se fomenta la investigación
y la enseñanza de las ciencias humanas, algo bastante novedoso en el momento. De 1919 a 1922 se
dedican a la labor archivística, es decir, la localización y compilación de fuentes dispersas que no
estaban compiladas ni guardadas. De 1922 a 1939, su etapa final, será la etapa estable donde se
realizarán los principales estudios.
Este centro hará hincapié en la Edad Media, la arqueología y el arte en esta época. Se estudia el
arabismo (Asin Palacios (1871-1944)) y las instituciones musulmanas (Casto María del Rivero (1873-
1961)), ya que la historia medieval española se vio influida por la conquista árabe y la posterior
reconquista de los territorios árabes. Otros campos son la metodología historia y la historia del
derecho (Rafael Altamira (1866-1951)), el origen de la lengua española (Ramón Menéndez Pidal
(1869-1968)), el arte medieval (Elías Tormo (1869-1957)), los estudios semíticos (Abraham Shalom
Yahuda (1877-1951)) y renacentistas y la filosofía comparada (José Ortega y Gasset (1883-1955)).
La escuela francesa de Annales surge tras la I Guerra Mundial con un programa científico que pone
en cuestión el método del positivismo por parte de Lucien Febvre (1979-1956) y Marc Bloch (1886-
1944). La sociedad, como masa, es consciente de que puede modificar el mundo con su poder hasta
cierto punto, pero es una época donde quedan definitivamente atrás los elementos políticos del
siglo XIX y se centra en una nueva era, la del siglo XX. Esta escuela es la escuela historiográfica
europea por excelencia. Se consagra en 1929 con el nacimiento de la revista Annales d’Historie
Économique et Sociale, que logra cátedras en las universidades, estudios de historia, etc.
Esta escuela presenta un soplo de aire fresco con influencias de otras disciplinas (geografía humana
de Paul Vidal de la Blanche (1845-1918), la síntesis histórica de Henri Berr (1863-1954), la sociología
de Durkheim, Marcel Mauss (1872-1950), Maurice Halbwachs (1877-1945), François Simiand (1873-
1935), etc.)
Esta escuela aporta un desarrollo de la historia social, que se incorpora a la historia académica; una
interdisciplinariedad e interés por la dimensión cultural, las ideas y la psicología histórica, ya que se
da uso a otras disciplinas para extender los conocimientos de historia; da uso a la historia problema
y a la historia total, es decir, plantear preguntas para ser contestadas con las fuentes del pasado y
la construcción de la historia total de la humanidad sin los puntos específicos que se dedicaban en
las anteriores escuelas. Esta escuela tiene un auge e influencia internacional después de 1945.
Sin esta escuela probablemente no podríamos entender la historiografía actual, ya que hasta el
momento el concepto de fuente histórica estaba reducido a documentos y el concepto de
metodología histórica a la base documental. La escuela de Annales quiere ir más allá, ya que ve a
esto como una limitación, ampliando el concepto de fuente histórica, que se sigue ampliando hasta
la actualidad. Estamos ante un modelo totalmente moderno, lejos del modelo del siglo XIX.
Tanto Bloch como Febvre se centran en la sociedad, en por que se mueve, que le interesa, su
mentalidad, etc. Sus estudios se centran más en la historia medieval y moderna que en otras épocas.
Ambos se comprometen con una historia social científica, libre de prejuicios patrióticos de historias
nacionales, enfrentada al método positivista y planteada en términos de preguntas y respuestas o
historia-problema.
Los estudios que realizaron fueron de procesos de larga duración, de las estructuras sociales de
forma total y global, las fluctuaciones económicas y las mentalidades en el tránsito de la edad media
a la edad moderna. No fueron ajenos a la realidad de su tiempo y no rechazaron el compromiso
político.
A partir de la II Guerra Mundial se alcanza el apogeo de la escuela de Annales. El asesinato de Bloch
deja a Febvre solo ante la revista. Posteriormente se llegue a la segunda generación de esta escuela
historiográfica con Fernand Braudel (1902-1985) y Ernest Labrousse (1895-1988), que estudian las
estructuras y sus ciclos.
Con estructura se refieren a algo que dura mucho tiempo y el tiempo lo va erosionando. Cuando
hablamos de estructuras hablamos de elementos fijos y estáticos que cambian ligeramente con el
tiempo. Braudel dice que hay tres tiempos: el tiempo largo (estructura), el tiempo medio (ciclos) y
el tiempo corto (acontecimiento). Labrousse introduce elementos como las mediciones
cuantitativas. Estas mediciones significan la consideración, dentro de los tiempos, donde el
historiador debe comprobar series sociales, demográficas o económicas. Serán sus sucesores, Pierre
Chaunu (1923-2009) y Emmanuel Le Roy Laudrie (1929-) quienes continúen con la historia
cuantitativa y social.
La retirada de Braudel representó la privación de cohesión en la escuela de Annales. Esta escuela
dispersó y diversificó sus métodos, influida por distintas tendencias que llegaban a la historia desde
otras disciplinas. Algunos adoptaron el método marxista, como Labrousse o, especialmente, Pierre
Vilar (1906-2003), creciendo su impacto en países como Italia, España y los países de Europa del
este.
No obstante, Annales seguía siendo una tendencia que potenciaba lo social frente a lo político, pero
con una preferencia en la edad media y la edad moderna frente a la prehistoria, la antigüedad y la
edad contemporánea. A pesar de la influencia del estructuralismo y la etnología, el uso cuantitativo
del método acabará dando prioridad a la antropología frente a la historia social de las primeras
etapas. La historia de las mentalidades (una de las grandes aportaciones de la escuela) dio impulso
a una historia sociocultural influida por la antropología, que representa lo mejor de la tercera y la
cuarta generación de Annales.
El materialismo histórico como método historiográfico surge cuando se introdujo este en la
academia, antes era imposible que se diese como escuela o tendencia historiográfica. Las influencias
de Karl Marx (1818-1883) provienen de la filosofía clásica alemana, de la economía política británica
y de las corrientes revolucionarias europeas. La alternativa de Marx es el objetivismo y materialismo
frente a lo que él considera que es subjetividad e idealismo alemán. Para Marx la historia es una
materia básica de análisis, siendo el motor de la historia la lucha de clases. Lo que trata Marx es de
hacer del método dialectico un instrumento de acción revolucionaria, es decir, hacer real el cambio.
La dialéctica marxista esta forjada sobre unas piezas argumentales que se desgranan una tras la
otra. Se plantea sobre la realidad dual: explotados y explotadores. Cada periodo representa un
modo de producción (comunismo primitivo, esclavismo antiguo, feudal medieval y capitalista
moderno). El modo de producción es una realidad histórica concreta y al mismo tiempo una
categoría teórica, ya que cuando las relaciones de producción y las fuerzas productivas entran en
contradicción, surge el conflicto que da lugar al cambio histórico.
El materialismo histórico, como método, es algo propio de los años 20 o 30 del siglo XX, quedando
anteriormente como filosofía genérica o política considerada revolucionaria. Desde la teoría
general, se desnaturaliza la tesis y se fosiliza el dogma del marxismo, formulando nuevas tesis en el
periodo de entreguerras por parte de Georg Lukács (1885-1971), Karl Korsch (1886-1961) y Antonio
Gramsci (1891-1937). Sin el estadio intermedio de las reformulaciones del materialismo histórico
no podríamos entender la escuela de los renovadores británicos de los años 60, todos los miembros
del partido comunista que se acaban independizando del mismo. Estos son Cristopher Hill (1912-
2003), Robert Hilton (1916-2002), Eric Hobsbawm (1917-2012) y Edward Palmer Tompson (1924-
1993).
No constituyeron una escuela en sí misma, ya que no tenían revista como Annales y no colaboraban
entre ellos, aunque si se conocían. Además de ello, las especialidades de cada uno son diferentes y
tampoco comparten universidad. Solo comparten el que todos o casi todos formasen parte del
partido comunista británico y la idea de la función social de la historia.
Rechazan el dogmatismo conceptual y la determinación económica en los fenómenos sociales. Ellos
reivindican una reformulación de la teoría cuando ven la mala práctica que se está haciendo del
comunismo, y lo que hacen es un materialismo histórico flexible y humanista, es decir, los nuevos
protagonistas o la historia “desde abajo”. Hobsbawm plantea que hay que ir de la historia social a
la historia de la sociedad. E. P. Thompson plantea cuestiones metodológicas de gran interés y una
posición ultracrítica al marxismo, ya que este había pasado del modelo de estudio del poder de
derecha al poder de izquierda, planteando una vía culturalista del materialismo histórico y buscando
estudiar la formación de clase como construcción social, la clase en sí y la conciencia de clase.
E. P. Thompson tuvo un enorme impacto social, considerado el más importante de todos ellos, tanto
en Europa como en Estados Unidos. Su obra marcó un antes y un después de manera centrada. En
la España de la renovación, el debate historiográfico sobre la historia social llega en los años 80,
aunque el impacto de estos historiadores comienza en los 70 en forma de traducción de algunas
obras. Fue un historiado atípico. Su principal obra es The Making of the English working class, la cual
tiene varias ediciones y ha sido traducida a varios idiomas. Fue activista en pro de la paz y de la
educación, logrando una gran popularidad entre la sociedad británica de los años 80. Se mantuvo al
margen de los puestos académicos para ejercer la crítica. Fue militante del partido comunista desde
joven y polemista dentro y fuera de la organización.
En torno a los años 30 o 40 surge el empirismo moderno, neoempirismo o neopositivismo. Las
escuelas historiográficas anteriores habían eliminado la rigidez de Ranke. La historia está en una
fase dinámica y, casi en el umbral de la II Guerra Mundial surge la tendencia filosófica analítica que
tiene que ver con un cambio radical en la ciencia, recuperando el rigor y la objetividad del siglo XIX.
La base se encuentra en el rechazo a la metafísica frente a la lógica como reacción a sus “falsos”
problemas y categorías. Ellos creen que, con rigor y exhaustividad, la historia podría ser tan rigurosa
como las ciencias, pudiendo formular leyes de valor universal. El planteamiento surge de la base de
que la lógica es un instrumento de razonamiento, y la verdad o la falsedad de sus enunciados no
garantiza la verdad o la falsedad de la realidad, mientras que la lógica simbólica aporta una
investigación científica y la falsación como prueba.
Como todas las ciencias humanas, el problema de la historia es que el objeto de estudio y el sujeto
cognoscente es el mismo. Tanto la obra de Karl Popper (1902-1994) (el contexto: la cuestión lógica
de la investigación científica y la falsación como prueba como la obra de Carl Hempel (1905-1997)
(la historia a examen: la cuestión de la función de las leyes generales en la historia) proporcionaron
una base a esta escuela historiográfica. La covering law, es decir, la retirada a la probabilidad y los
modelos hipotético-deductivos de la historia; y la criometría y el uso de los contrafactuales fueron
los nuevos elementos añadidos por esta escuela.
La función de las leyes generales de la historia es la explicación casual, que se coloca en el centro de
toda discusión sobre la cientificidad de la historia en Hempel, que tuvo gran influencia del circulo
de Viena y el tratado lógico-filosófico de Ludwig Wittgenstein (1889-1951). Sus implicaciones para
el método histórico fueron el problema de la causalidad, la explicación y las generalizaciones en
Historia.
Aquí se introducen dos operaciones básicas en la manera de hacer historia, que son operaciones
que se realizan en la vida diaria: el procedimiento inductivo y deductivo. El procedimiento inductivo
consiste en que, a partir de leyes conocidas, dadas unas condiciones iniciales en las que se cumplen
tales leyes, se obtiene la explicación por inducción. El procedimiento deductivo consiste en que,
describiendo las condiciones iniciales en las que se produce un determinado hecho y deduciendo
de una o más leyes universales, la conclusión en la que las cosas se suceden de una determinada
manera, da como resultado una explicación por deducción.
Según el procedimiento inductivista, si en una amplia variedad de condiciones se observa una gran
cantidad de tipo A, y si todos los enunciados observacionales particulares tienen, sin excepción, la
propiedad B, puede concluirse que todos los A tienen la propiedad B. Cuando el científico dispone
de leyes y teorías generales puede sacar de ellas conclusiones que le sirven como explicaciones y
predicciones. En este caso su razonamiento es deductivo. La deducción como procedimiento lógico
implica que de la verdad de dos premisas se extrae la verdad de la conclusión. El problema reside
en que la lógica no garantiza la verdad o falsedad de los enunciados, sino solo la corrección del
argumento.
El neoempirismo gobierna la observación, la contrastación y la explicación, de acuerdo a los
parámetros del cientifismo. El investigador observa la realidad y de cada observación extrae un
conocimiento sobre el que formula un enunciado observacional particular. A partir de sucesivos
enunciados observacionales particulares, comprobados y contrastados entre sí, constituye una
deducción de carácter general. Esa deducción es el cuerpo de la teoría, siempre y cuando ningún
enunciado observacional contradiga el enunciado de la ley general sobre la que se asienta la teoría.
Según la explicación tipo covering law, considerando un argumento conocido como, por ejemplo, el
agua se congela a 0ºC (ley general), el radiador de mi coche tiene agua (enunciado observacional),
si la temperatura baja a 0ºC, el radiador de mi coche se congelará. Se puede afirmar que la
explicación y la deducción tienen la misma estructura lógica. Esta estructura supone 3 pasos: 1º. Se
formulan leyes generales. 2º. Se dan las condiciones generales comprobadas y contrastadas. 3º. Se
proporcionan conclusiones explicativas y predictivas.
Tomando esta referencia, Hempel se planteó “explicar” mediante enunciados históricos el ascenso
de Hitler al poder en Alemania en los años 30. Partiendo de una hipótesis universal (las condiciones
económicas criticas favorecen el extremismo político), y admitiendo que en Alemania en esos años
había tales condiciones, se podía deducir que el poder era susceptible de ser conquistado por un
movimiento extremista. Hempel demostró que la posibilidad de establecer predicciones hacia el
pasado quedaba abierta, ya que la única diferencia está en el “tiempo” en que ocurre lo que se
enuncia en las premisas de la explicación. Este procedimiento constituye la base de los
“contrafactuales”, como modelos hipotético-deductivos válidos y útiles para la investigación
histórica.
Los precedentes de la cliometría vienen de los estudios de Alfred Haskell Conrad (1924-1970) y John
Robert Meyer (1927-2009) sobre la economía de la esclavitud. El éxito llega con el uso de
contrafactuales por parte de Rober William Fogel (1926-2006) y sus estudios sobre los ferrocarriles
como factor dinamizador de la economía norteamericana (1964). La polémica viene cuando Fogel y
Stanley Engerman (1936-) con obras sobre la historia de la esclavitud americana, ya que la sociedad
llevaba tiempo planteándose y culpabilizándose de la guerra civil y del problema de la esclavitud,
con una obra que afirma que económicamente esto no fue tan malo. Una serie de historiadores
sociales y culturales cuestionaron estas obras.
En los años 60 ocurre la revolución cultural. En esta década el mundo cambia lo suficiente para
hablar de cambios en sociología, psicología, antropología, etc. lo cual cambia el modelo educativo.
La universidad deja de ser un lugar de élite y se masifica. Esto tendrá una repercusión en la
producción historiográfica e histórica. La investigación sufre una expansión por el interés de la
gente. Bajo este contexto, los historiadores se abren a la sociedad, a los medios de comunicación, a
la prensa, a la radio y a la televisión, entrando plenamente en una historiografía actual presentada
frente a una opinión pública. Esto constituye un desafío para los historiadores. En paralelo también
surge una revolución por el surgimiento del libro de bolsillo y la monografía, es decir, el
conocimiento histórico al alcance del gran público.
Proliferan las asociaciones profesionales de historiadores de diferentes disciplinas: arqueología,
historia política, historia económica, etc. Esto trae consigo el fenómeno de la especialización y la
sectorialización de los estudios históricos, perdiendo interés por las grandes síntesis de la historia y
ganando interés la especialización de campos concretos de historia.
Esto cambia los modos de comportamiento que le afectan y crean un escepticismo ante la noción
clásica de progreso, es decir, que las etapas históricas siguen un guion prescrito de progreso. Surge
el relativismo y la incertidumbre ante la ciencia y se abandona el eurocentrismo por los efectos de
la descolonización, la guerra de Vietnam, los conflictos étnicos y la noción del “tercer mundo”.
Cambia la agenda de los historiadores, siendo las principales tendencias desde este momento:
• Afirmación de los valores tradicionales occidentales.
• Rechazo de esos valores y relativismo cultural radical.
• Relativismo cultural moderado y apelación a valores universalistas por encima de grupos,
clases, religiones, etc.
• El tercer mundo como objeto de conocimiento.
• El “aislamiento” de la historiografía de los países comunistas respecto de la historiografía
occidental.
• La pérdida de cohesión de las “historias nacionales” por países.
Los nuevos enfoques metodológicos serán la crítica de los modelos interpretativos del marxismo y
la sociología, es decir, la interpretación de la historia por etapas. Aparece una nueva forma de
escribir historia en forma de “relato”, es decir, una vuelta a la hermenéutica, pero planteándose el
problema de las relaciones entre realidad y representación de manera muy compleja. Se descubre
el lenguaje como un instrumento de construcción de la realidad, es decir, la diferencia entre el
significante (continente) y el significado (contenido) y el debate de si cambia el continente cambia
también el contenido. Esto es influencia del estructuralismo y el análisis estructural del discurso.
El giro lingüístico es un instrumento para la comprensión de los contextos históricos. Este dice que
la noción de la naturaleza discursiva de la realidad no existe, sino que es lo que se dice de ella. Va
de los conceptos rígidos y estructurales a las representaciones de la realidad.
La relación entre historia y antropología resulta más cómoda y flexible que la relación entre historia
y sociología, ya que la antropología posee una rama de antropología histórica o etnohistoria como
análisis de costumbres, siendo esto más cómodo para los historiadores que los estudios
sociológicos, ya que estos no encajan tan bien con la historia. Nos encontramos pues ante una época
de interdisciplinaridad o pluridisciplinaridad. Se amplía la noción de documento y nace una
complicación del análisis de las fuentes y las metodologías. La fuente ha pasado de ser el simple
documento a ser esto más la historia oral, los conceptos, etc.
Surge un nuevo concepto de cultura según Clifford Geertz (1926-2006) y se comienza a diferenciar
entre cultura material (productos materiales, artefactos, tecnología, etc.) y cultura mental o
inmaterial (creencias, valores, normas, etc.). Se pretendía llevar esta enorme cantidad de
información sobre cultura inmaterial al terreno histórico. La antropología corrobora lo que era una
tendencia entre los historiadores materialistas. Esta es una época de revolución filosófica, de
ruptura con lo anterior y de cambio de mentalidad.
Así surge la postmodernidad, que aún está vigente hoy en día. La crisis del paradigma historiográfico
moderno fue base de la condición postmoderna y la postmodernidad historiográfica. Surge una
crítica a la antropología cultural por parte de Roger Chartier (1945-) y Pierre Bourdieu (1930-2002).
No podemos ignorar la historia y la teoría literaria de Hayden White (1928-) (con influencia de
Michel Foucault (1926-1984)) y Dominick LaCapra (1939-) (con influencia de Jacques Derrida (1930-
2004)).
A partir de estos momentos podemos ver historias alternativas como planteamiento, es decir,
argumentos para la defensa de los nuevos enfoques metodológicos frente a los enfoques
precedentes. El método histórico positivista entra en crisis. El historiador ahora necesita analizar los
textos en contextos determinados (historia intelectual, microhistoria, antropología cultural, etc.).
Le interesa el lenguaje más que la experiencia de los agentes históricos dada la naturaleza
esencialmente textual y lingüística de la realidad, cuestionando la objetividad histórica y tratando
de distinguir entre discurso histórico y ficción, lo cual es prácticamente imposible.
La historia de las mujeres y de género tiene su origen en varias fuentes. En primer lugar, la obra de
Virginia Woolf (1882-1941), que reivindica la historia de las mujeres y un relato distinto al
convencional en el que la mujer es un suplemento. A partir de los años 60 hay un antes y un después
en el feminismo. En España hay una correlación en el feminismo español con el internacional,
aunque no hay una movilización o fenómeno social como en Inglaterra debido al régimen franquista.
Aparece una cuestión y una forma de hacer historia emergente que reclama el sujeto “ausente”
desde la concepción de la historia masculina (his-story) y de la reivindicación de la historia de las
mujeres (her-story), pero aparece el problema de la deconstrucción y el suplemento, es decir, incluir
una breve historia de las mujeres dentro de la historia masculina. Un poco más allá llega el concepto
de género (gender) como criterio diferencial y categoría para el análisis histórico. Destaca en este
aspecto Joan Wallach Scott (1941-), historiadora dedicada a la historia de la mujer y el feminismo.
La historia oral o historia con fuentes orales llega con el cambio paradigmático de la historia en el
que se comienza a dar el concepto de “dar voz a las personas silenciadas”, es decir, escribir historia
sobre la gente sin historia. El concepto clásico es que sin fuentes no hay historia, pero el concepto
moderno dice que la historia se puede hacer, de forma legítima, con fuentes orales teniendo en
cuenta el concepto de memoria colectiva del pasado y la relación entre el pasado y el presente.
El primero en plantear la vía oral como fuente es Paul Thompson (1935-). Su obra se divulgó de
forma masiva, haciéndose muy popular. Esta técnica debe ser usada con mucho rigor y cautela, de
manera complementaria a las fuentes tradicionales. La información debe implicar las tradiciones
orales y el recuerdo personal, teniendo tanto valor el recuerdo como el olvido. Por otro lado, se dan
las historias de vida, es decir, la experiencia como fuente histórica. Esto también se da en la historia
del género. La técnica de la encuesta es una de las claves del método histórico oral. En España llegó
con fuerza en los años 80, alcanzando su fuerte en los 90 y estabilizándose hoy en día.
Algunos de los criterios mínimos de la técnica de la fuente oral son la claridad en la definición de
objeto de estudio; una revisión exhaustiva de fuentes estudiando bien el contexto, sin improvisar;
rigor en el planteamiento de la hipótesis y plan de trabajo; elaboración de cuestionarios base; un
buen diseño de las muestras; una selección rigurosa de informantes; la realización técnicamente
limpia de las entrevistas; el cuidado en la transcripción de las mismas; la contrastación de los
resultados con otras fuentes y la valoración de las conclusiones.
El plan de trabajo implica proyecto, entrevista, almacenamiento y criba. No toda la información vale
y el historiador debe servir como filtro para escoger la información válida y la información inválida.
Hay que tener en cuenta de que en esta técnica prima lo subjetivo, por lo que el historiador debe
convertirlo en algo objetivo afinando el material y dando importancia al grado de representatividad
de la información recogida. El número de entrevistas es importante, ya que con una cantidad mayor
se puede lograr una mayor posibilidad de alcanzar la mayor objetividad posible.
La historia de los conceptos o begriffsgeschichte es una renovación de la historia de las ideas y del
pensamiento político. No es historia de las ideas, sino que tiene otro estatus justificado desde otro
punto de vista teórico. Surge en Gran Bretaña y se inclina hacia la historia intelectual y los conceptos
políticos. En Alemania esta metodología arranca de la filosofía de los conceptos y se adentra como
instrumento de análisis para la historia social precedente, ya que incorpora la historia material y la
“experiencial”, es decir, la historia de las experiencias.
Para Reinhart Koselleck (1923-2006), su máximo representante, “la historia de los conceptos se
concentra en el estudio de la evolución de las palabras particularmente significativas en un largo
periodo de tiempo”.
La microhistoria o alltagsgeschichte forma parte del gran elenco de historia cultural. Bajo el libro
El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg (1939-), la microhistoria va de lo particular a lo general,
reduciendo la escala del objeto de investigación a su mínima expresión. Por otro lado, la
alltagsgeschichte es una historia “con semblante humano” de los comportamientos sociales.
El interés de la historia social “renovada” por los efectos del poder y los comportamientos sociales,
a partir de indicios, signos y síntomas para “recrear” los contextos del pasado produce la fusión
entre factualismo y ficción. El regreso de Martin Guerre de Natalie Zemon Davis (1928-) es un
ejemplo de cómo una película basada en hechos reales inspira una investigación. La historia de
Martin Guerre ha sido llevada al cine en su adaptación “El regreso de Martin Guerre”, película que
ha llevado a su vez a una investigación profunda sobre el personaje para llevar a cabo toda la historia
con la mayor fidelidad posible.
El contexto de El queso y los gusanos, escrito en 1976, se encuentra en la historiografía post-68. Este
libro trata de exponer una historia o una experiencia individual como materia histórica. En esta
época los sujetos históricos han cambiado. El título del libro es una metáfora de como los gusanos
fermentan el queso. El libro tiene herencias de Bloch y Braudel, con énfasis en lo social (ya que es
una historia sociocultural), teniendo relación con la “nouvelle historie” de Robert Mandrou (1921-
1984) y la historia de las mentalidades. El libro es digerible para el público. En esta obra hay una
crítica a todos los modelos metodológicos precedentes y contemporáneos, planteando un enfoque
alternativo mas allá de la historia de las mentalidades y del cuantitativismo.
Por otro lado, hay una crítica a la categoría univoca de cultura, es decir, rechaza la noción de
“cultura” como producción de las elites, y la de “cultura popular” como el excedente de la cultura
elitista para las clases bajas. Este historiador plantea el “trans-clasismo” de la cultura hegemónica,
lo que abre el camino para el estudio de las llamadas “clases subalternas” y los cultural studies. La
historia cultural ha estado, desde esta época, dentro de todos los estudios de la historia en mayor
o menor medida.
La historia ambiental o historia ecológica se inscribe en la tradición del ambientalismo y la
modernización por las evidencias del cambio climático, el calentamiento global, las emisiones de
CO2, la deforestación, etc. Es considerada, desde la conciencia ciudadana global, una “revolución”
conceptual y no una simple sectorialización historiográfica.
Las premisas metodológicas de las que parte son: interdisciplinaridad frente al análisis puramente
empirista con ciencias que no estaban presentes en la historiografía hasta el momento: geología,
geografía, climatología, etc. Tiene una vocación transnacional sin interés en el marco nacional,
aunque se da en algunos casos. Da uso a perspectivas biocéntricas como la salud, la energía, el aire,
la tierra, el agua, los recursos, etc. y considera central lo que se relaciona entre todos esos factores.
Da importancia a la dimensión temporal, ya que los estudios ecológicos en el momento los
proporcionan otras ciencias. Es una historia con aspiraciones totalizadoras, es decir, todo enfoque
de historia ambiental cruza entre lo social, lo político, lo cultural y lo natural, aunque también
podríamos fusionarla como historia de la biología fundida con historia política, social, cultural,
moral, natural, etc.
La sociología y la cantidad de nuevos estudios en los años 60 producen una ruptura entre la
historiografía anterior y la actual. Entendiendo anterior de los 60 como los viejos movimientos
sociales y posterior como los nuevos movimientos sociales. En Europa hay una mayor colaboración
entre la política y los estudios, lo cual no significa que estos apoyen a los gobiernos.
Es importante el desarrollo de la historia forestal y de la conciencia ambiental en Gran Bretaña y
Australia en los años 90. En Norteamérica prolifera el ambientalismo y su orientación al servicio de
la protección oficial y la sostenibilidad. La historiografía ambiental europea tiene una distinta
orientación. Por un lado, predomina la historia regional y localizada sobre la historia general, más
extendida en Estados Unidos. Por otro lado, hay una influencia de la realidad del mundo
Mediterráneo. Hay muchos estudios de los agrosistemas en Italia, interés por los cambios del
paisaje; en España hay interés por los agrosistemas, la alimentación y las cuestiones energéticas.
Hubo mucha influencia de los conflictos ambientales en India, Brasil, México, Argentina, etc.
La historia ambiental trata una nueva agenda de trabajo para el siglo XXI y es un ejemplo de la
función social de la historia.
Los cultural studies o estudios de la historia cultural se plantean desde los años 50 en el marco de
la historia social renovada en Inglaterra, aunque su “boom” se produce en los 80 y 90 cuando se
desarrolla en Estados Unidos. Se considera, más que una corriente historiográfica, un “movimiento”
o “red”, siendo objeto de constante polémica.
El concepto de cultura popular, como cultura impuesta desde arriba, con influencia teórica del
concepto de hegemonía de Gramsci y del concepto de superestructura ideológica de Louis Althusser
(1918-1990). Su interés es la interacción de la “cultura” con el poder, es decir, hasta qué punto la
cultura es reactiva con la sociedad y el poder, y desvelar las interrelaciones entre poder y sujeto
(deconstruccionismo de recursos). Su sujeto son las clases o grupos subalternos partiendo de la
interdisciplinaridad como premisa metodológica, reivindicando las miradas heterogéneas como
fusión de lo cultural, aunque no tienen una metodología precisa.
Sus temáticas son variadas, dispersas y diversas, ya sea el género, la sexualidad, las identidades, la
raza, los discursos, la ecología, el colonialismo, el postcolonialismo, etc. Los cultural studies tenían
como referente a Stuart Hall (1932-2014), Richard Hoggart (1918-2014) y Raymond Williams (1921-
1988). El Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la Universidad de Birmingham es un
centro prolífico de estos estudios. En Estados Unidos se trata de dar voz al postcolonialismo y al
orientalismo. Los cultural studies son criticados por la trivialización del análisis histórico.
A partir de aquí se incorpora el recuerdo al mismo nivel que el olvido: la construcción de los
“lugares” de la memoria. El patrimonio, los museos y las conmemoraciones dan un doble juego del
pasado y presente con la teatralización, los símbolos y la reescritura de la historia, con un criterio
de discriminación de unos aspectos sobre otros, siendo aquí donde se puede manipular la historia.
La memoria es un recurso para la sociohistoria: se supera la oposición de individuo-sociedad,
subjetividad-objetividad y “democratización” del conocimiento científico de la historia.
Los lugares de la memoria son el resultado de múltiples procesos y el producto de diversas tensiones
y acuerdos entre diversos agentes que no siempre son evidentes en los emplazamientos de la
memoria. La construcción de lugares de la memoria puede ser interpretado como una articulación
entre el pasado y el presente, en permanente movimiento, a pesar de su carácter aparentemente
“petrificado”.
De esta relación surge su sentido y su poder comunicador. De su transcendencia se desprende la
complejidad de las intenciones primeras sobre las que estos lugares se construyen y nos permiten
problematizar los contextos de emergencia de una determinada política de memoria. Los lugares
de conmemoración funcionan como soportes y anclajes materiales de las practicas memoriales, en
los que se articulan problemáticamente las diversas tramas que los construyen. Los memoriales
permiten “leer” a través de la memoria que aspira a dar significado al pasado resignificándolo
(visualizan denuncias sobre el pasado, ritualizan el recuerdo y lo multiplican distanciándolo del
monumento tradicional).
La “guerra de memoria” es un debate sobre el “deber de la memoria”. Tzvetan Tódorov (1939-2017)
es quien más trabaja este concepto: ¿es la memoria una obligación ética?, según él, el deber de la
memoria es ético y sería la sociedad quien tiene que reclamar al Estado una parte de la memoria.
Marx fue siempre crítico con la memoria, porque la idea de memoria que se tiene a mediados del
siglo XIX era de conmemoración, memorial, estatuas, celebraciones, etc. de los héroes reaccionarios
y revolucionarios, siendo esto una distracción mientras se mitifica el héroe y se ignora la historia.
Mitos que habría que erradicar.
Gramsci, en los años 20 y 30 del siglo XX, escribe admitiendo que el recuerdo colectivo es
significativo, pero proponía tratarlo con el rigor de la crítica para “resignificarlo”, sacándolo del mito
y la leyenda, es decir, contarle a la gente quienes fueron esos héroes míticos.
Walter Benjamin (1892-1940) acepta la memoria y la redefine en términos de imperativo ético, en
la línea de Todorov. Benjamin lo hace por la visión y la cuestión del holocausto.
En cuando a las guerras de memoria, los temas más recurrentes han sido el holocausto (la “querella
de los historiadores” en Alemania), la resistencia antifascista en Francia, Italia, etc., la Guerra Civil
Española y el franquismo, las dictaduras militares latinoamericanas de Argentina, Chile, Uruguay,
etc. las diferentes vías de transición democrática en Europa del Este, etc. Por otro lado, se dan temas
más pasados como la colonización, la esclavitud, etc.
Los “nuevos” historiadores españoles no tienen propiamente una “nueva” historia, sino casos
aislados de historiadores interesados en renovar sus métodos y ampliar sus enfoques. Jaume Vicens
Vives (1910-1960) fue en los años 70 una autoridad de referencia española. Su tesis está presentada
en catalán con una actitud desafiante y enfoques atípicos, muy transversal ya que tocaba diferentes
temas.
La influencia de Annales en España trajo consigo la historia-problema, la interdisciplinaridad, la larga
duración, las estructuras/coyunturas, el interés por la dinámica social y la introducción de nuevas
fuentes. Por otro lado, tenemos los historiadores “inclasificables” (por no ser de derechas ni de
izquierdas pudiendo coexistir con el franquismo sin demasiados problemas) como José Antonio
Maravall (1911-1986) o Antonio Domínguez Ortiz (1909-2009) entre otros.
Entre los “contemporaneistas”, con base en la recuperación de los siglos XIX y XX como objeto de
estudio tenemos a José María Jover Zamora (1920-2006) (historia social y las relaciones
internacionales), Manuel Artola Gallego (1923-) (historia política) y Manuel Tuñón de Lara (1915-
1997) (movimiento obrero en la historia de España). No todos son hispanistas propiamente. El caso
de Tuñón de Lara es especial, ya que desde Francia anima una serie de estudios de España entre los
franceses. Los contemporaneistas recuperan el estudio de los siglos XIX y XX, lo cual tenía cierto
carácter de aventura durante el régimen. Jover tuvo en 1955 un primer contacto con Annales,
habiendo en él una influencia de la escuela histórica alemana que quiso ocultar por la relación con
el nazismo que tenía dicha escuela en esos años. Los hispanistas tuvieron diferentes tradiciones y
un mismo interés por la historia de España.
Las influencias externas y las renovaciones externas (ya que España dependía del exterior),
provienen de Francia con Annales con su cuantitativismo, estructuralismo e historia de las
mentalidades. Dentro de esta influencia están los hispanistas y el hispanismo con historiadores
como Pierre Vilar (1906-2003), Bartolomé Bennassar (1929-) o Joseph Pérez (1931-) entre otros. Por
otro lado, hubo influencia anglosajona y germánica, y con ellos hubo una renovación en la historia
política, introduciéndose la sociología electoral, el sistema de partidos, etc. La historia económica
creció y se desarrolló y hubo una demanda social de nuevos temas y enfoques.
Los temas que trataron los hispanistas fueron el Imperio, los Reyes Católicos, la Segunda República
y la Guerra Civil, impulsando la historiografía y acercándola a la gente. Esto fue tratado por Gerald
Brenan (1894-1987), Raymond Carr (1919-2015), Paul Preston (1946-), Hugh Thomas (1931-2017),
Edward Malefakis (1932-2016), Geoffrey Parker (1943-), John Elliott (1930-) y Stanley George Payne
(1934-).
La cuestión sobre la historia local y regional da lugar a debate sobre la moda o el enfoque
metodológicamente justificado. El localismo es algo negativo, ya que busca una historia local por el
hecho de que la consejería de turismo va a pagar la cuestión, entre cualquier otra causa de este
tipo.
Hoy en día hay una normalización historiográfica en España. Una de las ramas que más se ha
desarrollado es la historia contemporánea y la historia social, desarrollándose también la historia
económica construida como una historia independiente, en muchos casos inscrita a las carreras de
economía.
Si lo planteamos en términos de fortalezas y debilidades, en cuanto a fortalezas tenemos el
desplazamiento de la metodología “tradicional” y la generalización de los nuevos enfoques: nueva
historia cultural, microhistoria, vida cotidiana, historia del género, historia ecológica, prosopografía,
etc. con un enfoque moderno. Surge un empuje de historiadores jóvenes por la ruptura con el
pasado, viendo este como la historia del fracaso colectivo de la historia de España. De forma
historiográfica hubo un cuestionamiento sobre la “excepcionalidad” (la consideración de que la
historia es peculiar, en clave pesimista en el caso de España) y “meridionalidad” (la consideración
de que las naciones vivas con las septentrionales y las moribundas las meridionales). En cuanto a
debilidades se da la persistencia de los métodos importados y la falta de escuelas historiográficas
autóctonas, la falta de tradición en historia comparada y en historia internacional, la dependencia
historiográfica de las reglas del “mercado” historiográfico internacional y la amenaza de la falta de
financiación pública para la investigación en ciencias sociales y humanidades, ya que puede truncar
los avances hechos hasta hoy.
En el siglo XXI se plantean las siguientes preguntas:
• Después del “giro lingüístico” y la “posmodernidad” ¿queda algo de la antigua historia total?
• ¿Es posible pensar en una historia global que no sea una mera recreación de la vieja “historia
total”?
• ¿Es posible una historia más allá del marco nacionalista?
• ¿No hay nada útil para los historiadores en el análisis del lenguaje?
• ¿Las historias sectoriales son incompatibles con los enfoques globalizadores?
• ¿Ha acabado la historia cultural con las categorías “macrohistóricas” del Estado, Mercado,
Estructura social, etc.?
• ¿Sigue vigente el dialogo interdisciplinar?
• ¿Tiene sentido hoy una historia basada en la relación hombre/naturaleza/sociedad?
• ¿Sigue teniendo la historia una función social?