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Platón -cuyo nombre verdadero era Aristocles, como su abuelo- (428-348 a.C)
era hijo de Aristón y Perictione, ambos de grandes linajes aristocráticos; recibe una
escolarización ateniense, para luego cumplir los servicios militares, y convertirse en
discípulo (por veinte años) y amigo de Sócrates. Al ser ejecutado Sócrates, lo retrae a
Platón de la vida pública, abandonando el interés por la política, y se dedicó a realizar
grandes viajes, en donde tiene un contacto directo con los pitagóricos. El período en el
que transcurrió la vida de Platón se caracterizó por ser crítico-constructivo, destacando
los escritos históricos de Heródoto, inundados de narraciones pintorescas y delicadas;
por lo que lo lleva a convertir la prosa en dúctil instrumento para plasmar sus ideas
políticas y pedagógicas, ideas que hicieron época en la historia del pensamiento
humano. Ahora bien, para conocer la postura platónica sobre el conocimiento es
necesario remitirse a su obra República, de tal importancia puesto que expresa la
naturaleza del conocimiento y el modo para alcanzarlo, donde por medio de un mito
gnoseológico, nos presenta lo que opina del defectuoso papel de los sentidos en la
adquisición de conocimientos (la alegoría de la caverna). Es así, como el filosofo
despoja a los sentidos de un papel relevante es dicha consecución; en donde distingue
dos formas de conocimiento, el sensible y el inteligible. La sensibilidad es la del mundo
de la opinión conocido también como doxa, y la inteligible es la propia del dominio de
la ciencia que corresponde a la episteme. Según Platón, esta ultima es el verdadero
conocimiento, dado que es el único que versa sobre el ser, con carácter infalible, que
será obtenida a través de la educación. Mas no, el saber verdadero solo se obtiene por
medio de la razón y del entendimiento; las cosas no se aprehenden por medio de la
experiencia, sino mediante el ejercicio de la razón. Por lo cual, República está
sustentada en la educación de los ciudadanos, además de querer lograr “…la conquista
de la verdad por medio de la ciencia racional.” (Marr, pág. 94).
Marco Fabio Quintiliano (Calagurris Nassica Iulia, c. 35-Roma, c. 95) era hijo
de un retorico, educado en Roma, ciudad donde su éxito fue extraordinario, cerca del
año 70. Fue un filosofo adelantado a su época, pues su contribución curricular y
metodológica marca un punto de inflexión en la historia de la educación. Entre los años
93 y 96 escribe su obra cumbre, De Institutione Oratoria, donde “…atribuye gran
importancia a las condiciones del nacimiento y a la etapa inicial de la vida.” (Bowen,
pág. 279) además de reconocer el papel del maestro como mediador del proceso de
aprendizaje y abarcar explícitamente la metodología predominante en la época, basada
en la tradición teórica de Isócrates, por medio de Cicerón, cuyo propósito principal
radicaba en formar al buen orador y ciudadano romano. Según Quintiliano, la mayoría
de los maestros se caracterizaban por el poco trato o la escasa amabilidad, reconociendo
que para lograr el máximo rendimiento posible de los alumnos era necesario conocer las
cualidades y la personalidad de estos, adaptando el método de aprendizaje a sus
características y capacidades. Es decir, emplear distintos tipos de actividades en función
al ritmo de aprendizaje y los resultados mostrados por los alumnos; por lo tanto “…el
maestro ha de ser un hombre sabio y de carácter, puesto que sus actitudes y su
comportamiento ejercen sobre el niño gran influencia.” (Bowen, pág. 279), donde la
coacción física, el castigo, es completamente inútil. Como se menciona anteriormente,
su modelo se apoya fuertemente en el de Cicerón, sin embargo, Quintiliano considero
que cualquier individuo puede tener acceso a la elocuencia y aprenderla a través de la
técnica y el arte; de ahí la importancia de los buenos maestros y de sus métodos de
enseñanza, de la voluntad, de la perseverancia o de la formación. A su vez,
pedagógicamente, el orador debe ser una persona competente, virtuosa y con
conocimientos, porque de este modo empleará mejor sus posibilidades para el bien
común. Por consiguiente, concibió la oratoria como un arma muy poderosa que debía
caer en manos de personas preparadas, virtuosas y sabias.