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Capítulo III
“El teatro es siempre tanto una búsqueda de significado como un modo de hacer que
ese significado lo sea también para otros.” Peter Brook (2008, 93)
“…no hay recetas, pero hay leyes…y algunas reglas muy simples.” Ariane Mnouchkine
(2007, 141)
Recuperar su rol pedagógico es, por otra parte, esencial para que se
pueda mejorar la conducción integral de los establecimientos educativos.
La reflexión sobre sus "saberes previos" acerca de la enseñanza, el
aprendizaje y la conducción, debería ser la "materia prima privilegiada",
como medio de revisar las propias prácticas de orientación, supervisión
y conducción de las propuestas de enseñanza y aprendizaje de la
institución.
“Nos hacía descubrir porque él mismo redescubría todo a cada momento.” Ariane
Mnouchkine (2007, 32)
Tampoco debería ser una omnipotente autoridad que exige o impone las
formas de enseñar. Cada docente debe tener un cierto grado de libertad
para elegir técnicas y recursos de enseñanza, pero no hasta el punto de
ser ineficaces o perjudiciales para sus alumnos. La aseveración popular
“Cada maestrito con su librito” que legitimaría cualquier estilo, cualquier
propuesta, cualquier técnica, es totalmente discutible.
1 Digo “tramposa” porque creo que esa cesión de todo el poder a los docentes en el aula es un
“engañapichanga” para que no reclamen otros poderes que merecen: el que se juega en las
decisiones institucionales, en las cuestiones técnicas, en el sindicato o en el gobierno de la
educación.
aprendizaje, de compromiso, de auténtica participación (aparte de que
ninguna conducta compleja se enseña bien imponiéndola).
¿Cómo hacerlo?
Demandará generar un ambiente, una organización y un sistema de
trabajo que posibilite la expresión y el desarrollo de la autoestima
profesional y personal de los docentes.
El director que observa una clase, lee una planificación o revisa trabajos
de los alumnos de un curso, debería tener en claro que ningún docente
hace algo de una determinada manera porque sí, por azar o por
ignorancia. Su quehacer tiene una lógica, una coherencia, una “razón de
ser”. Si el director no comprende esa lógica, le será casi imposible
modificar cualquier conducta de los docentes que dependa de ella. Para
comprenderla, hay que conocerla, para conocerla hay que descubrirla;
para eso hay que observar, hay que escuchar. Hay que escuchar y
observar el trabajo de los docentes. No una clase, no una unidad
didáctica, no un ejercicio, no un tema, aislados. Porque por sí solos
suelen decir poco si no descubrimos las relaciones entre ellos, si no los
interpretamos, si no los comprendemos, si no los entendemos, si no
develamos el significado y el papel que juegan en relación con los demás
componentes en la lógica de enseñanza del docente.
Posiblemente por eso, cuando se analizan, por ejemplo, los casi veinte
años de resultados de los Operativos Nacionales de Evaluación de la
Calidad Educativa del Ministerio de Educación de la Nación, se
encuentran recurrencias en los resultados, que hacen sospechar
recurrencias en las formas de enseñar, que seguramente deben
responder a una cierta consistencia lógica porque sino no se podrían
explicar tantas semejanzas (en logros y en deficiencias) entre las
distintas áreas de conocimientos, entre los distintos cursos y entre los
distintos años calendarios.
El informe de Fasce, Jorge y otros “Qué y cuánto aprenden los alumnos
argentinos” en Tenti Fanfani (2001) sobre dichos resultados dice:
“Corresponde destacar los logros que el sistema educativo alcanza en el
dominio de técnicas intelectuales instrumentales básicas (ej: suma, resta,
multiplicación, división, clasificación de palabras, leer y escribir
respetando reglas). Pero parecería no poder lograr que los alumnos las
combinen y las usen eficazmente para resolver situaciones que
requieren de relaciones, de reestructuraciones, de revisiones, de
procesos complejos de análisis y síntesis. Cabría preguntarse si la forma
de enseñar (y aprender) esas técnicas intelectuales e instrumentales
básicas son tan mecánicas, tan estereotipadas, tan sin reflexión, que
harán convertir los logros en barreras para aprendizajes posteriores más
complejos que requieren de su uso pero en forma flexible, dinámica y
creativa.”
Sugiero ir al Recreo nº IX: “Al alumno hay que ir a buscarlo donde está”.
Señor Docente de Aula: exija que sus directores lo hagan aprender con
ellos.
Sugiero leer el Recreo X del final: Las competencias docentes para educar para una
sociedad justa.
“Agarrá lo libro´ que no muerden” (Mario Fortuna, 1911-1968, actor cómico argentino
de teatro, radio y televisión) o “El saber no ocupa lugar” (Dicho popular)
Ya dije, en el mencionado capítulo anterior, que “lo nuevo” (en este caso,
un saber a incorporar, un tema a comprender, un conjunto de contenidos
a recibir) inquieta, moviliza, desorienta, a veces angustia. Que las
relaciones – también con los libros – acogen pero agreden, acompañan
pero atacan, abren pero cierran, ligan pero pueden desarmar, enriquecen
pero “muerden” (aunque lo negara aquel cómico popular, que
posiblemente lo sabía y por eso quería convencer a sus oyentes de lo
contrario).
Se aprende tomando (y a partir de) lo que sabemos (lo que llaman hoy
“significatividad cognitiva del aprendizaje”), y ese saber previo puede
facilitar pero también obstaculizar los nuevos aprendizajes pero no hay
forma de evitarlos a costa de generar resultados superficiales,
coyunturales, transitorios, mecánicos, no significativos, pobres,
entorpecedores de nuevos aprendizajes. Lo que pasa también es que
esos saberes así “aprendidos” generan o refuerzan una baja autoestima
porque uno siente que no puede dialogar, cuestionar, discutir, “pelearse”
con el nuevo saber, criticarlo. Incorporarlo, descubrirlo, construirlo luego
de un arduo proceso en el que uno ha sido participante activo y
comprometido, potencia la significatividad personal: me siento fuerte, soy
capaz de cambiar porque tengo y sigo construyendo una personalidad
sólida como para afrontar el temor que generan “los libros que muerden”,
pero igualmente dialogo con ellos.
Por otra parte, siempre se supo que además de enseñar, por ejemplo,
matemática, música, geografía o deportes, enseñamos formas de
relación con esos saberes (“actitudes y valores”, podríamos decir
también). Nuestros alumnos aprenden, junto a las fórmulas para hallar la
superficie de los cuadriláteros, las relaciones entre clima, suelo y
producciones, a cantar en un coro, a hacer un saque de potencia en
voleibol; a disfrutar, rechazar, ignorar o valorar la matemática, la música,
el deporte o la geografía.
Y no es fácil (si uno piensa tal como se cree a cierta edad que “siempre a
mayor perímetro, mayor superficie”) modificar una hipótesis cognitiva,
como no es fácil aprender el valor del “saque de arriba” en el voleibol –
que eso es el “saque de potencia” – saltando y pegando a la pelota
desde arriba hacia abajo como en el saque del tenis cuando uno está
acostumbrado a pegarle a la pelota desde abajo y parado firmemente en
el piso. No usar más ese saque de abajo bien aprendido y muy
arraigado, modificar las creencias sobre las relaciones entre perímetro y
superficie, “complicarse” con los vínculos entre clima, suelo y
producción: “muerde”, lleva tiempo, “ocupa lugar”, no es fácil aprender:
uno tiene que cambiar, abandonar o cuestionar “cosas de uno mismo”,
que pertenecen a nosotros, que hacen a nuestra forma de ser. Y a lo
largo de la vida uno va construyendo o aprende formas (que suelen tener
mucha estabilidad, consistencia y fijeza) de relacionarse con el saber. Y
esas formas suelen ser (como ya dije en el capítulo 2), básicamente: la
negación (o resistencia muy fuerte) al nuevo conocimiento, la indiferencia
(que es otra forma de negación que cumple la misma función), la
absorción acrítica, pasiva, dependiente (y por lo tanto, superficial) que no
produce ninguna acomodación del sujeto; la incorporación deformante,
que modifica tanto los contenidos en función de una asimilación
egocéntrica por parte del sujeto que tampoco produce auténtico
aprendizaje o cambio en el que aprende (por ejemplo: hacer el
mencionado “saque de potencia” parado fijamente en el piso, de tal
manera que casi nada se modifica en la forma de sacar y lo incorporado
– aprendido no es el “saque de potencia” sino “cualquier cosa”) o la
problematizadora, interdependiente, dialéctica, de interinfluencia mutua
entre el conocimiento y el sujeto que aprende.
De todo esto surge la importancia de trabajar sobre las relaciones que los
docentes tienen con el saber (así debería hacerse también con los
futuros docentes en las instituciones de formación). Aprender no es sólo
una cuestión cognitiva; es también una tarea difícil porque involucra
aspectos afectivos, actitudinales y valorativos. El saber “muerde” y
“ocupa lugar” pero por lo contrario (o complementariamente) no sólo su
incorporación sino el trabajo arduo para adquirirlo divierte, recrea,
enriquece, apasiona, gratifica si uno se atreve a “cambiar como la llama
aunque se siga siendo inconfundible como el fuego” (Martiñá, 1974).
Solamente si descubrimos esa dificultad y ese placer en nosotros,
podremos acompañar en una aventura similar a los otros (los docentes
de aula con su propio aprender y con el aprendizaje de sus alumnos).
Los abundantes epígrafes tomados de maestros de teatro son gracias a la sugerente y fecunda
recomendación de mi hijo para que iluminara este libro con la consulta de obras sobre dirección de teatro.
Sugiero leer “La sala teatral como metáfora del aula” en el recreo III del final.
Eugenio Barba: Italiano. Creador y director del Odin Teatret en Oslo, en 1966.
Peter Brook: Inglés. Director y maestro de teatro nacido en 1925.
Arianne Mnouchkine: Francesa. Directora de la Compañía Téâethre du Soleil desde 1964, en Paris.
RECREO III
La sala teatral como metáfora del aula
Fue hace una buena cantidad de años. Tantos que los niños estaban sentados
prolijamente en rigurosas filas y columnas, uno detrás del otro por estricto orden de
estatura (supongo que era allá por los ´60). Yo estaba en el patio de la escuela y, de
casualidad, empecé a mirar a través de sus ventanas el aula de 7° grado. Y lo vi
claramente.
Ahí estaba él, el maestro, haciendo un amplio movimiento circular con ambas manos,
no sé qué estaba explicando ni nunca me preocupé por averiguarlo, y sus alumnos
sentados en sus sillas lo miraban arrobados y en silencio, siguiendo con sus cabezas y
aún con sus cuerpos, ese movimiento circular.
Allí en el frente, el pizarrón con láminas y mapas, la luz iluminando especialmente esa
parte del aula.
Lo vi claramente: era una sala teatral. En el escenario, el primer actor explicando la
lección en medio de un diseño especial de imágenes, colores y luces que enmarcaban su
tarea.
Frente a él, los espectadores lo miraban (admiraban) y escuchaban en respetuosa actitud
expectante.
Una perfecta sala de teatro tradicional, una sala de clase tradicional.
Un docente que expone, da por supuesto que sus alumnos escuchan, entienden y
comprenden lo que dice. No duda de ello: porque los chicos son capaces de percibir,
fijar en la memoria y cuando se los requiere podrán repetir aquella lección.
Varios años después (mediados de los ´70) volví a recordar la escena (¡la escena!)
cuando al entrar a un aula de 6° grado de una escuela “muy moderna e innovadora”, los
alumnos estaban agrupados de a 5 ó 6, alrededor de mesas ovaladas, leyendo,
discutiendo, inquietos, movedizos corporal y mentalmente (supuse), me costó encontrar
a la maestra quien parada en un rincón, con los brazos cruzados (¡Ojo! no crean que
estaba “en penitencia”) observaba a sus niños sin ninguna intervención aparente.
La comparación me apareció nítida en mi mente: ahora los actores eran los alumnos y la
maestra una espectadora privilegiada. Ya no era tan fácil descubrir dónde estaba el
escenario, cuál era la escenografía que enmarcaba la actuación, ¿dónde estaban las filas
de butacas? Podía pensar que toda el aula era el escenario (muchos años después, el
lector lo sabe, muchos autores de ciencias sociales hablaron de la institución y de sus
espacios como “escenarios”).
Un aula moderna en una escuela que decía de sí misma ser “constructivista”, un teatro
moderno en el que los actores iban construyendo a través de ¿improvisaciones? la obra a
representarse. Una maestra ¿espectadora? que confiaba que planteado el tema o el
problema, sus alumnos tenían la capacidad de solucionarlo con su constructiva actividad
mental.
Transcurridos otros tantos años (ya avanzados los ´80), empecé a pensar si la única
alternativa para pensar el aula de clase como sala teatral era en términos del par actor-
espectador aún con la riqueza que una mirada dialéctica podía incorporar a la cuestión:
la mutua influencia del actor sobre el espectador (evidente) y la del espectador sobre el
actor (Todos los actores dicen que no hay dos funciones iguales porque no hay dos
públicos iguales), lo que se ve, quizás, más claro en la relación maestro-alumno.
La claridad sobre la cuestión empezó a aparecer durante las charlas con mi hijo Romeo
sobre las similitudes entre la dirección de escuelas y la dirección de teatro. Ante los
alumnos actores (de su propio aprendizaje) no era la única alternativa posible un
maestro espectador (como lo fueron poniendo durante los ´70 y los ´80 las versiones
didácticas de un constructivismo “salvaje” y equivocado conceptualmente).
Estaba bien que los alumnos fueran los actores, no hay aprendizaje sano, efectivo, útil,
duradero, flexible, potente, significativo, sin la participación activa del aprendiz (no hay
actualmente ninguna teoría del aprendizaje que niegue o desvalorice esto) pero qué
papel debía cumplir el maestro: debía ser, nada menos, que el director de la obra, tarea
más compleja que la de actor y que la de espectador. El maestro debe plantear el tema
(aunque los alumnos/actores puedan hacerlo también), debe guiar, debe orientar el
sentido de la acciones, debe acompañar para estimular, para corregir, para indicar. Debe
enseñar.
Ya en los ´90, empecé a compartir estas ideas con mis capacitandos (docentes de aula y
directivos) en mis cursos de didáctica y de gestión institucional y me di cuenta que las
metáforas tienen un alto efecto esclarecedor, sintetizador y estimulante de la reflexión.
Como ejemplo de la anterior afirmación, creo que debería terminar esta exposición con
una anécdota de un reciente curso de Gestión Directiva durante el que al finalizar una
clase, los colegas aplaudieron. Mi reacción fue pedirles que no me aplaudieran porque
así me ponían en la posición del actor que es reconocido por su público. Cosa que no
me agradaba porque no creía ser un docente “tradicional”.
La respuesta de una de las capacitandas fue instantánea y notable. Dijo: - No lo estamos
aplaudiendo a usted como actor, estamos aplaudiendo la obra que hoy escribimos entre
todos. En todo caso, lo aplaudimos como director de la obra.
Esa colega (espero que haya sido auténtica portavoz de todo el grupo) demostró que
había entendido plenamente el tema de la sala teatral como metáfora del aula.
RECREO IX
Al alumno hay que ir a buscarlo donde está.
A mediados de 2010, una maestra de una escuela cercana a una villa me dijo: “Acá a los chicos
hay que ir a buscarlos donde están porque de lo contrario, no hay escuela”.
Obviamente, se refería a que había que ir a buscarlos a la casa, o a la canchita, o a la esquina de
los semáforos donde estaban limpiando parabrisas, o a la parada de la barra, o a algún lugar más
complicado.
Y tenía razón en que si los pibes no iban a la escuela no “había escuela” porque la escuela existe
para los alumnos ¿no?
Pero esa frase me hizo pensar que, además, podía ser una metáfora de la existencia de la
posibilidad del aprendizaje y de la enseñanza, porque a los alumnos también hay que ir a
buscarlos donde están cognitivamente, psicológicamente, afectivamente, para poder partir de los
saberes que poseen (los que facilitarán el aprendizaje y los que lo dificultarán).
Se trata de eso que el constructivismo llama “aprender a partir de los saberes previos”. Porque si
un buen aprendizaje para serlo, debe convocar a la participación activa del que aprende, ¿cómo
hacerlo participar si no es a partir de lo que sabe? ¿Cómo podría participar si no sabe nada sobre
lo que tendrá que aprender?
Por otra parte: cuando se parte de lo que el estudiante sabe, el mensaje implícito, pero fuerte, es:
vos sos un sujeto que sabe, quizás puedas estar equivocado o no saber todo lo necesario pero
desde ese lugar, aprenderás.
Si el planteo fuera (como uno ve en tantas clases, de secundaria sobre todo): “Escuchen que
sobre esto ustedes no saben nada, yo se los voy a enseñar”, el mensaje implícito será que lo
único que puedo hacer es escuchar, incorporar y memorizar. Poco para activar el pensamiento y
para construir subjetividad (aunque sea necesario percibir, incorporar y memorizar información
para poder reflexionar y para solucionar problemas).
RECREO X
Las competencias docentes para educar para una sociedad justa. (*)
En los Lineamientos Curriculares Nacionales para la Formación Docente Inicial se señala que
el “Estado Nacional tiene el compromiso de trabajar en forma sostenida para…generar
iniciativas que conlleven a la construcción de una escuela que forme para una ciudadanía activa
en dirección a una sociedad justa” (el resaltado es de esta versión).
En esa escuela comprometida con la construcción de una sociedad justa, las aulas, todas y cada
una, siguen siendo ámbitos privilegiados para la enseñanza y para el aprendizaje porque en
ellas los alumnos continúan pasando la mayor parte de su tiempo escolar (aunque el trabajo en
su interior no sea suficiente para alcanzar una propuesta educativa plena porque el patio, los
pasillos, los laboratorios, la zona circundante a la escuela, la localidad y sus alrededores y sus
instituciones sociales, culturales, deportivas y productivas son escenarios proveedores de
innumerables e imprescindibles oportunidades de enseñanza y de aprendizaje que no deberían
ser desaprovechados).
En esas aulas, hay siempre un docente que está enseñando a un grupo de alumnos. Es,
entonces, el docente en el aula, el actor más cercano a los niños y con presencia más
prolongada en la ardua pero imprescindible y apasionante contribución a la construcción de una
sociedad más justa.
Los diseños curriculares deberían privilegiar los objetivos, los contenidos, las actividades y las
formas de trabajo que aportarán sustancialmente a capacitar al futuro docente para su
desempeño en el ámbito del aula.
Ese docente no debería estar solo: sus otros colegas de aula, sus directivos, sus supervisores,
los diversos funcionarios y técnicos en tareas de conducción deberían acompañarlo, asistirlo,
cuidarlo, capacitarlo y evaluarlo, trabajando cooperativamente con él desde el lugar institucional
de cada uno.
Ese acompañamiento, esa asistencia y ese cuidado deben comenzar y desarrollarse en los
espacios curriculares en los que se va construyendo su formación profesional inicial.
Esa “oportunidad para la formación integral de las personas” que se desarrollará en las
instituciones de formación docente inicial, deberá considerar, entre muchas otras cualidades, el
desarrollo de la disposición y la capacidad para aceptar, participar, disfrutar y solicitar el trabajo
cooperativo.
En cuanto a esa “formación integral de las personas” y el acompañamiento que necesitan los
docentes, será interesante considerar una cuestión ligada a otra mención de los Lineamientos
Curriculares Nacionales para la Formación Docente Inicial, cuando se refiere al docente en
relación con sus alumnos “…la confianza en las posibilidades de los que aprenden como una
condición básica para el desarrollo de la educación y de la enseñanza en las escuelas…” pero es
necesario también señalar otras dimensiones indispensables de la construcción de la confianza:
o la confianza en sí mismos,
o la confianza que deben tener quienes están en posiciones de conducción sobre las
posibilidades de aprendizaje de los docentes de aula,
o la confianza de los docentes de aula en quienes conducen las escuelas.
Ese trabajo de construcción de confianza de cada futuro docente en sí mismo, en sus pares, en
los docentes y en la conducción institucional, y de ellos en los estudiantes, debería tener un
lugar privilegiado en las previsiones que los diseños curriculares planteen en cuanto al trabajo
institucional y de aula en los institutos de formación docente inicial.
Mucho deberán hacer los institutos en el proceso de construcción de la autoestima de los futuros
maestros y mucho deben realizar para que ellos aprendan a aceptar y disfrutar de ayudas y
permitirse solicitarlas, como disfrutar de cada logro que vayan alcanzando. La actitud de los
formadores hacia los futuros formadores, considerándolos como auténticos sujetos activos de
aprendizaje, será decisiva para que esas construcciones de la confianza en las distintas
dimensiones, sea posible.
La construcción de los diseños curriculares debe tener en cuenta “…que…ellos no alcanzan por
sí mismos para sostener los procesos y resultados de la formación…” Por eso mismo, deben
incluir orientaciones para que las gestiones institucionales y el trabajo didáctico de los
profesores aporten sugerencias que guíen en los sentidos que se están señalando.
Por otro lado, esa formación inicial debe tener en cuenta, entonces, que gran parte de su trabajo
(aunque, como ya se dijo, no debería ser el único espacio) se ha de desarrollar en ese ámbito
privilegiado del aula, lugar que ha sido dispuesto por la sociedad para que sus niños y jóvenes
aprendan todo lo necesario y de manera que “…el conocimiento sea concebido como un bien
público y un derecho personal y social…garantizando el acceso de todos los ciudadanos a la
información y al conocimiento…”
“En ese sentido, será necesario en el mediano plazo, crear las condiciones que permitan dar
respuesta a una nueva organización del trabajo escolar y una nueva organización institucional”,
dicen los Lineamientos Curriculares Nacionales para la Formación Docente Inicial.
Toda construcción de algo nuevo plantea la cuestión de considerar lo que hay que conservar y
lo que hay que cambiar; así como la relación dialéctica que se ha de dar entre lo conservado y lo
incorporado (las mutuas modificaciones que se han de producir en lo viejo y en lo nuevo, en lo
instituido y en lo instituyente).
Al respecto, quizás, se podría acordar que lo que la escuela primaria argentina debería
conservar y profundizar sería:
- la firme y profunda decisión de enseñar, que tiene la inmensa mayoría de los que
trabajan en ella,
- el cuidado afectuoso de los niños,
- el ejercicio continuo de la solidaridad,
- los esfuerzos por sostener la construcción de la identidad social
- los inquebrantables ejemplos de honestidad y
- el sostenimiento del valor del estudio y del esfuerzo y de la escritura y la lectura.
En una presentación que integre lo que se debería conservar, profundizar y transformar, el aula
(claro que también la escuela toda) será un ámbito para la enseñanza y para el aprendizaje
cognitivo; el aprendizaje de la convivencia y de la libertad; de la solidaridad y de la autonomía;
de la justicia y de la honestidad; de la alegría de aprender y enseñar.
Los diseños curriculares tendrían que tener en cuenta qué competencias deberían desarrollar los
futuros docentes para poder gestionar semejante desafío, semejante trabajo tan complejo como
apasionante.
En ese sentido, me permitiré seguir en gran medida a Daniel Feldman tanto en Evaluación
del Curriculum de la Formación Docente para los Niveles Inicial y Primario (Planes 270 y
271, año 2001) y Capacidades Básicas de Docentes de Escuelas Primarias, GOBIERNO
DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES, Ministerio de Educación, Dirección General de
Educación Superior, Noviembre de 2007; como en Treinta y seis capacidades para la
actividad docente en escuelas de educación básica. Instituto Nacional de Formación
Docente, Área de desarrollo curricular. Abril, 2008:
¿Qué y cómo debería hacerse en los institutos de formación docente para que los futuros
profesionales desarrollaran estas capacidades?
En relación con 1, parecería que lo adecuado sería que en los distintos espacios curriculares se
pusiera énfasis en que los futuros docentes alcanzaran el dominio de los contenidos que tendrán
que enseñar en la educación primaria, con sus fundamentos y sentidos pero básicamente en el
nivel y en las dimensiones con las que deberán trabajar con sus alumnos.
En relación con 2, sería bueno que en las actividades de aula de los institutos de formación
docente, hubiera un tiempo para que los futuros docentes analicen cuáles habrán sido las
previsiones y las anticipaciones que ese docente con el que están trabajando en ese momento,
realizó para planificar sus clases. Esto podría ser uno de los procedimientos didácticos más
potentes para la comprensión y apropiación de la necesidad de la tarea planificadora.
Entre los aspectos de la planificación, no debería incluirse solamente la consideración de las
metas que se pretende alcanzar, la organización de los contenidos a desarrollar sino también
cuáles serán las técnicas, procedimientos y recursos de enseñanza a utilizar. Debería ser tarea de
los formadores de los futuros formadores hacerles comprender a estos últimos que la elección de
una metodología, de una técnica de enseñanza, de un procedimiento, de los recursos para una
clase o para una unidad determinada, es una decisión de carácter sistémico ya que para ello,
deberá considerar en forma interrelacionada los tipos de aprendizajes que se aspira que
desarrollen los alumnos, sus potencialidades disponibles para trabajar con unos u otros
procedimientos didácticos, sus saberes previos y, también, las propias habilidades o carencias
didácticas en relación con determinadas técnicas, procedimientos y recursos.
En relación con 3, parecería esencial que desde el comienzo mismo de la formación inicial, los
futuros docentes vivenciaran a través de sus formadores, en todos los espacios curriculares
posibles, las distintas metodologías, técnicas, procedimientos y recursos que posteriormente en
su propia práctica profesional habrán de tener a disposición para su uso. Sería deseable que los
formadores plantearan sus clases mostrando consistente coherencia en su hacer con las
recomendaciones didácticas que les harán a sus alumnos futuros docentes acerca de cómo
trabajar (queremos decir: que se enseñe como se dice que se debería enseñar). No sólo como
una expresión de ética profesional consistente en la necesaria coherencia entre el hacer y el
decir sino también como medio para que los futuros docentes vivencien como alumnos las
formas de enseñanza que se proponen. Condición necesaria (aunque no única) para que se abra
la posibilidad de que luego los estudiantes futuros docentes las pongan en práctica.
En cuanto a 8, será importante que la evaluación que vivencien como estudiantes en el instituto
de formación, tenga las características básicas de calidad y de ética que seguramente se
propondrá que posean los procesos de evaluación que gestionen los futuros docentes con sus
futuros alumnos.
- aprender (o corregir, o revisar, o confirmar) los contenidos que tendrán que hacer que
sus alumnos de educación primaria aprendan, los contenidos que deberán enseñar;
- aprender de la manera que sus docentes formadores expresan que debe hacerse;
- poder reflexionar sobre esas maneras;
- vivenciar las formas de organizar e implementar las actividades en el tiempo y en los
espacios adecuados,
- tener posibilidades de ayudar y solicitar ayuda ante las dificultades específicas de
aprendizaje de individuos o grupos (como una experiencia propia con los compañeros
de sus cursos);
- experimentar acciones de coordinación de dinámica grupal como integrantes de grupos
en sus propios cursos, coordinados por sus docentes así como en experiencias propias
de coordinación de sus compañeros y generar y compartir reflexiones en y sobre ambos
tipos de situaciones;
- poder analizar las formas de manejo de la organización y de la disciplina que estará
viviendo y habrá vivido en su trayectoria escolar como alumno, como observador de
clases, como practicante y como residente,
- poder reflexionar sobre su propio estilo de relación con docentes, compañeros y
alumnos,
- vivenciar y disfrutar del encuentro entre el deseo de aprender y el deseo de enseñar.
Como se aprecia, en lo que se está proponiendo, será necesario alcanzar una sólida consistencia
y coherencia entre las capacidades que se propone que un futuro docente debe desarrollar y las
formas de trabajo que habrá de vivenciar como estudiante en su formación profesional inicial.