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INTRODUCCIÓN

Dentro y fuera de las instituciones educativas hay quienes enseñan y


quienes aprenden. Pueden ser conscientes de que este hecho está
sucediendo, pueden no darse cuenta. Enseñar y aprender son dos tareas
recíprocas y complementarias por medio de las cuales la sociedad
garantiza la educación de sus miembros.
Pero enseñar no es una actividad monolítica como la del vendedor de un
producto, ni aprender es un consumo pasivo de informaciones. En el
acto educativo hay un intercambio simbólico y comunicativo marcado
por determinados procesos de culturización. Así, el profesor no es un
puro emisor, presentador de conocimientos acumulados, ni el alumno un
receptor tipo “caja negra” que registra información para luego
reproducirla más o menos intacta en la evaluación.
En realidad hay una compleja trama de relaciones (sociales, culturales,
económicas, psicológicas, políticas, etc.) que condicionan la efectividad
del enseñar y el aprender, que es la que explica las dificultades que se
dan en la tarea diaria, por parte de los protagonistas: el alumno y el
docente.

DOCENTE INCENTIVADOR
Saber respetar los diferentes ritmos de aprendizaje,
detectar temas de interés o temas que problematizan
al alumno, garantizar el derecho de cada uno a ser
escuchado, ser tomado en cuenta, también al más
tímido, ser respetado como persona autónoma…
Se debe considerar al docente también como protagonista y
artífice de su propio crecimiento como profesional por eso se pone a
modo de ejemplo el ideal de Docente Incentivador, solamente y
con el único objeto de reflexionar sobre la tarea diaria, pensando
que a veces nos apartamos de los principios que nos pueden llevar
a disfrutar de nuestra actividad logrando nuestro propio
perfeccionamiento.
A modo de reflexión para que pueda servir para todo
docente, con o sin mucha experiencia, agobiado por la rutina para
lograr una mejora en la calidad de su clase, podríamos formularnos
estos interrogantes:
 Yo docente incentivador:
¿Estimulo al alumnado a poner a prueba sus
ideas?
¿Asumo lo que puede realizarse?
¿Estoy en disposición de ayuda?
¿Creo un ambiente sin tensiones?
¿Postergo mis opiniones?
¿Concedo tiempo?
¿Valoro las ideas creativas?
¿Acepto decisiones del alumnado?
¿Demuestro verdadero interés? ¿Reflexiono junto con mis
alumnos?
¿Aliento la independencia de juicio?
¿Soy optimista sobre los resultados?
¿Escucho atentamente?
¿Comparto los riesgos?
¿Trato con iguales? ¿Soy uno más?
¿Estimulo la acción?
¿Acepto errores, como parte del aprendizaje?
¿Atiendo a los intereses de los alumnos?
¿Recurro a preguntas y problemas abiertos?

En este sentido y como propuestas de ayuda didáctica es


posible pensar en algunas estrategias participativas.
En primer lugar las técnicas grupales son los métodos o los
medios empleados para lograr la acción de un curso o un grupo.
Estas técnicas si se emplean adecuadamente pueden resultar
muy eficaces en el momento de disparar las motivaciones
intrínsecas de las personas que componen ese grupo, por supuesto
que las motivaciones extrínsecas también y entonces el grupo
camina hacia sus metas. Solamente a modo de dar ideas. El
docente puede elegir una de estas técnicas puras o lograr él, la
combinación más adecuada al grupo y en determinadas ocasiones,
surgiendo métodos más creativos todavía.

 ¿CUÁL ES EL BAGAJE DEL DOCENTE?


Si bien es imprescindible que el profesional docente domine su campo
disciplinar, cuando entra al aula su accionar se rige por un pensamiento
práctico derivado de su experiencia como estudiante y como docente.
Gimeno Sacristán, pedagogo español, dice que, naturalmente, en el
momento en el que el docente se enfrenta a su grupo de alumnos, en
general recurre a las imágenes más primarias, evoca a sus maestros y
profesores y de allí, elige las estrategias para enseñar.
Sin embargo, no es una actividad que puede ser llevada al azar, en
función solamente de las historias escolares de los docentes. Al respecto
dice Pérez Gómez:

“...el carácter profesional de la formación del docente requiere la


compleja y enriquecedora fusión de la teoría y la práctica; de la
ciencia, la técnica y el arte; de la sensibilidad y la razón; de la lógica y
la intuición. Es decir; se impone un proceso de formación del
pensamiento práctico del docente, no sólo como esquemas teóricos,
sino como estrategias de intervención, reflexión y valoración de la
propia intervención”

Pero también es cierto que se ha ampliado la tarea del docente. En la


actualidad, no basta con que domine sólidamente los conocimientos
científicos y tecnológicos de su área, ni que esté capacitado para
analizar las necesidades que surjan en el aula o poder evaluar su propio
accionar. La complejidad del escenario sociocultural actual exige que,
inevitablemente, el docente debe posibilitar que sus alumnos adquieran
instrumentos y técnicas de trabajo pero que también ejerzan su
pensamiento crítico de forma tal de poder interpretar y comprender una
realidad caracterizada por múltiples estímulos informativos, la dinámica
de los cambios científicos y el dominio de las nuevas tecnologías. Los
desarrollos exponenciales en los campos de conocimientos y la
renovación de los mismos hacen que ya sea imposible que el docente
pueda enseñarlo todo. Sí, en cambio, debe enfrentarse y resolver de la
mejor manera posible el problema de la diversidad de origen, medios y
capacidades de sus alumnos.
Obviamente a partir de inicios del siglo XX los requerimientos de
educación parecen no dar abasto. Los conocimientos se generan de
manera exponencial y muchos de ellos entran en desuso muy
rápidamente.
Las instituciones educativas y, dentro de ellas, los docentes, tienen la
misión de seleccionar aquellos saberes necesarios para la formación de
las generaciones más jóvenes. Pero además tienen la misión de enseñar
en un lapso determinado, a un grupo determinado y en consonancia con
lo que enseñan y enseñaron otros docentes.

Dentro del universo de los docentes, los hay quienes se han formado
explícitamente para la tarea. Pero hay otros docentes que no son
docentes. Son expertos en un campo de saberes, profesionales o
técnicos que tienen la voluntad de enseñar y trabajan de docentes. No
puede decirse que no saben de educación. Han transitado como
alumnos por los distintos niveles del sistema. Han enseñado y aprendido
en su casa, con sus amigos, en su trabajo. Todos hemos transitado años
de aula. No puede negarse que todos hemos aprendido de esos
docentes no-docentes, así como no hemos aprendido de otros docentes-
docentes.

De todas formas, la reflexión sistemática sobre el hecho educativo en


sus distintos niveles y modalidades permite acortar caminos, prever
situaciones de incertidumbre y en suma, acercar saberes y herramientas
para hacer del acto de educar un hecho eficiente, eficaz y además
placentero tanto para los docentes como para los alumnos.
Una definición simple de qué es enseñar:

En principio enseñar es desarrollar estrategias para que los alumnos aprendan, esto es,
que construyan significados, que los contenidos se hagan significativos.

¿Desde dónde surge la Didáctica, en tanto disciplina que se ocupa del


enseñar? En el campo de las Ciencias de la Educación se reconoce a
Juan Amós Comenio, nacido en 1592 como el precursor de la enseñanza
moderna. En su libro “Didáctica Magna”, escrito entre 1628 y 1632
define la enseñanza:

“Enseñar de un modo cierto, de tal manera que no pueda menos de


obtenerse resultado. Enseñar rápidamente, sin molestia ni tedio
alguno para el que enseña y para el que aprende, antes por el
contrario, con el mayor atractivo y agrado para ambos.”

A partir de estos inicios, la Pedagogía comenzó su constitución como


disciplina normativa y prescriptiva, tomando como objeto de estudio los
actos de otros, interviniendo para la mejor transmisión de otros saberes,
incorporando para ello teorías provenientes de otros campos: la
sociología, la psicología, la teoría organizacional. Tal vez esta
indefinición de objeto propio haya producido las resistencias que con
frecuencia se observan cuando la Pedagogía se entromete en otras
disciplinas.
Paulatinamente se constituye la Didáctica como campo de
conocimientos ocupado fundamentalmente de la enseñanza.
Sus temas-objeto de estudio giran alrededor del pensamiento del
profesor, las estrategias de enseñanza, las comparaciones de diseños
alternativos de programación, la evaluación de los aprendizajes y de la
gestión institucional y como dice Camilloni: “en todos los casos, la
relación entre teoría y acción pedagógica y entre explicación y
prescripción didáctica”. (1996, p. 26)

Actualmente se entiende que la Didáctica es la teoría que se ocupa de las prácticas de la


enseñanza, apoyada en las teorías del aprendizaje, aunque no sea éste su único
sustento. Por el contrario, las prácticas de la enseñanza también se basan en las
peculiaridades de los contenidos a enseñar, del grupo de alumnos, del contexto
institucional, del marco social, así como de la propia historia del docente como tal.

En la medida en que las prácticas de la enseñanza necesariamente se


contextualizan, esta práctica debe ser pensada también como una
intervención social y esto conduce a una reflexión ética no menor.
Cuando un docente se pregunta: ¿Qué enseñamos?, ¿cómo lo
enseñamos?, ¿qué debemos enseñar? y ¿qué debe ser y hacer la
institución educativa?, lo hace teniendo en cuenta “es una institución
absolutamente fundamental en la construcción de una sociedad…
Sabemos que sus modos de transmisión propios son importantes en la
construcción de la sociedad y en el tipo de sociedad que de ella resulte.
Por esta razón, es imprescindible tratar de responder a esas preguntas,
que están claramente impregnadas de valores y comprometidas con la
ética”. (Camilloni, 1996, p. 32)

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